el uniforme escolar y el maquillaje de la desigualdad

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  • 8/18/2019 El Uniforme Escolar y El Maquillaje de La Desigualdad

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    De un tiempo a esta parte, voces polí-ticas y mediáticas generalmente vinculadasa sectores conservadores se han puestoa reivindicar, con gran desparpajo, unaserie de métodos o artefactos pedagógi-cos que algunos –inocentes que somos–creíamos caducados o, al menos, en fran-ca y positiva recesión: la tarima en lasaulas, la segregación por sexos, esta otraforma de segregación que son las llama-das “aulas de excelencia”, etc. Hace unpar de años y en estas mismas páginas,ya intentamos poner en evidencia, enton-ces con relación al tema de la autoridadde los maestros, esta especie de revival

    de pedagogías más bien rancias (Trilla, J.,“Sobre la autoridad supuestamente per-

    dida del profesorado”, Cuadernos de Pe-dagogía, nº. 369, 2009, pp. 22-26).

    En este artículo nos vamos a centrar enla cuestión del uniforme escolar. Como

    es bien sabido, la implantación del mismovaría en los distintos países según sus pro-pias tradiciones escolares, sus niveles so-cioeconómicos, regímenes políticos, etc.,aunque lo cierto es que, en general, eluso del uniforme ha tendido a ir declinan-do en todas partes. En nuestro país, ibaquedando muy restringido a algunas es-

    cuelas religiosas y a otros centros econó-micamente elitistas. Esto fue así hasta que,hace pocos años, en comunidades gober-

    nadas por el Partido Popular (en especiallas Comunidades de Madrid y Valencia),sus dirigentes empezaron a promover eluniforme, también en el sistema público.En Cataluña, hace unos meses, a la con-sejera de Enseñanza del actual gobiernode CiU, Irene Rigau, siguiendo los pasosde Valencia y Madrid, se le ocurrió tam-bién ponerse a defender el uniforme, aun-

    que en su caso sin anunciar medidas con-

    cretas al respecto.Todo ello ha producido un inusitado

    debate público en los medios de comu-nicación. Un debate en el que, como erade esperar, los propios medios han ten-dido a posicionarse de acuerdo con suproximidad o distancia con los gobiernosconservadores que defienden la vuelta aluniforme. Sin ir más lejos, por ejemplo,solo en los tres o cuatro días siguientesa las declaraciones de la consejera Rigau,en el diario barcelonés La Vanguardia 

    aparecieron nada menos que un editorialy tres artículos de opinión (uno de ellosfirmado por el propio director y los otrosdos por sendos afamados opinadores ha-bituales del diario), mostrándose todos

    ellos claramente favorables a la restaura-ción de los uniformes. No deja de sersorprendente esta acumulación de opi-niones coincidentes a raíz de unas decla-raciones que, explícitamente, advertíanque no iban a traducirse en decisionespolíticas concretas. Al final del artículo yaensayaremos alguna interpretación deeste notable fragor mediático. Pero lo queharemos a lo largo del mismo es ir pre-sentando y comentando ordenadamentelos argumentos que han ido apareciendoen la polémica.

    El argumento de la igualdad

    Uno de los argumentos más reiteradosen favor del uniforme es el de su supues-ta contribución a la igualdad. La conse-

     jera de Enseñanza de la Generalitat cata-lana, por ejemplo, afirmó literalmente quees una forma “más igualitaria, porque aveces las diferencias son muy evidentes”(El País, Barcelona, 29-3-2011). Y su com-pañero de coalición, Duran i Lleida, aña-día que el uniforme “superaría las dife-rencias que se pueden establecer entrelos escolares en función de la capacidad

    adquisitiva y el estatus social de los pa-dres” (Ara, 1-4-2011). Con expresionessimilares, muchos de los que se han ma-nifestado partidarios del uniforme hanaducido este mismo motivo igualitarista.Pero donde lo hemos podido ver desa-rrollado hasta el ditirambo es en un artí-culo de F. Conde, publicado en el diarioABC  en los inicios de la polémica. Comono tiene desperdicio, transcribiremos en-tero uno de sus párrafos:

    “Nunca lo he usado y no sé si me hu-biera hecho mejor persona o no, pero de

    lo que sí estoy seguro es de que pocascosas son tan democráticas, tan solidarias,tan de igualdad ante la ley de los hombres

    como un uniforme escolar. Un uniformeen la escuela es el hábito que hace a to-dos monjes. Un uniforme evita la diferen-cia, eso que tanto preocupa a los sico-pedagogos de nuestro tiempo. Ununiforme es un buen invento para que elhijo de un obrero no vea en el hijo de unpatrón al hijo de un patrón; y viceversa.Un uniforme es la mejor manera de prac-

    ticar esas políticas de igualdad que llenanlas bocas de los políticos y, especialmen-te, de los que lucen progresía y talante.Un uniforme es el rasero que mide a loschavales por igual. Un uniforme es la ma-

    nera más cristiana de practicar el socialis-mo teórico y de aprender que no es loque nos cubre lo que nos hace mejores,sino la fécula que nos circula por dentro.Un uniforme, en fin, debería ser de obli-gado cumplimiento en todas las escuelasporque, además de respetar el bolsillo delos padres, hace que brillen más las lucesinteriores.” (Conde, F. “El uniforme”, ABC,7-10-2007)

    O sea, el uniforme escolar como pa-nacea: el medio más democrático, soli-dario, igualitario, cristiano, socialista y“progre” para reducir las diferencias so-cioeconómicas. ¿Cómo puede nadie pen-sar que enmascarando en clase las dife-rencias de clase va a combatirse la

    desigualdad real? Pero es que, además,es ilusorio creer que tales diferencias vana dejar de manifestarse en la escuela porel hecho de ponerlos a todos de unifor-me. El hijo del obrero inmediatamentedescubrirá que el otro es el hijo del pa-trón (y viceversa) por la marca del reloj odel móvil, por lo que se cuentan sobrelo que hicieron el fin de semana o dondepasaron las vacaciones.

    Pero mucho más importante que eso,en la escuela (con total independenciade que esté ella uniformada o no lo esté)las desigualdades reales entre los alum-nos van a seguir manifestándose por me-dio del bagaje sociocultural que cadachico o chica acarrea, según la familia quele ha tocado en suerte. Con ello, por su-puesto, no nos estamos apuntando a nin-gún tipo de determinismo sociologista.Por el contrario, estamos convencidos de

    la posibilidad real del sistema educativode ir reduciendo las desigualdades deorigen. Pero para esa función igualitariade la escuela lo que vale son políticasrealmente compensatorias que ofrezcan

    Tratar de ocultar la desigualdad

    no ayuda en absoluto

    a los desfavorecidos

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    la mayor calidad educativa posible aquienes parten de las condiciones socia-les más desfavorables; y no sirven denada operaciones puramente cosméticas

    como la del uniforme: tratar de ocultarla desigualdad no ayuda en absoluto alos desfavorecidos.

    Así pues, la defensa del uniforme pormedio del argumento de la igualdad oes fruto de una pura ingenuidad socio-pedagógica o descubre una clara ope-ración demagógica: instrumentalizar dis-

    cursivamente el elemento igualitarioesencial de las pedagogías progresistascomprometidas con el cambio social,solo para legitimar las pedagogías másreaccionarias.

     Y tal operación demagógica proviene

    de una falsa interpretación del sentidopropio del uniforme. La función del uni-forme, de cualquiera de ellos (sea el delos escolares o el de los conserjes de ho-tel) no es, en realidad, igualar a quieneslo usan, sino distinguir a éstos de los de-más. Si los militares llevan su uniformeparticular (y, dentro de la milicia, si el uni-forme del general es distinto al del solda-do), es para diferenciar a los militares delos que no lo son (y a los generales de lossoldados). La función propia del uniforme

    no es, pues, la de igualar a un colectivodeterminado sino la de identificarlo. Esonos lleva al siguiente argumento.

    El argumento de la identidad 

    Ciertamente el uniforme es un signo deidentidad; y como tal, en determinadoscasos, puede resultar necesario que cier-tos colectivos lo usen: por supuesto quees oportuno que, por medio del uniformede guardia urbano, automovilistas y pea-

    tones puedan reconocer fácilmente a losencargados de regular el tráfico. En el casoconcreto de la escuela, la función identi-ficatoria del uniforme puede contemplar-se a dos niveles que, a efectos de análisisy valoración, conviene diferenciar: el deluniforme como identificación del rol ge-nérico de “escolar”; y el que identificaríala pertenencia a una escuela en particular.

    En épocas anteriores o en contextos so-cioeconómicos y políticos en los que noestaba o está establecida –sea de derecho,

    sea de hecho– la escolarización obligato-ria de la infancia, el uniforme podía tenerla función identificatoria (y por ende dife-renciadora) que le es propia. Cuando elconjunto de los menores se divide entre

    el colectivo de los escolarizados y el co-

    lectivo de los no escolarizados, el uniformecumple con la función de diferenciarlos;y, a su vez, se convierte en uno de los sig-nos evidentes del privilegio del que gozanlos unos y de la injusticia social que pade-cen los otros. Pero cuando y donde la es-colarización de la infancia es ya universal,la función diferenciadora del uniforme pier-de todo su sentido, puesto que la condi-ción de niño o niña resulta directamenteperceptible sin necesidad de ningún adi-tamento vestimentario especial. Cualquier

    niño que frecuente demasiado la calle enhorario lectivo es alguien injusta e ilegal-mente excluido del sistema escolar o unasiduo practicante del arte de la rabona.De hecho, el uniforme escolar no ha resul-tado ser eficaz ni para perseguir la prácti-ca de los novillos, pues la picaresca estu-diantil en seguida ingenió la astucia delcambio subrepticio del uniforme por ropade calle.

    Hay que dedicar también unas líneas aluniforme que identifica no ya la condicióngenérica de escolar sino la adscripción a

    una escuela en particular. Ahí el uniformepuede jugar, a su vez, dos papeles. Porun lado, reforzar el sentido de pertenen-cia del alumno hacia la institución, lo cualsin duda habría que valorar positivamen-te: vivir la escuela como algo propio y alo que uno se siente positivamente vincu-lado redunda en la eficacia formativa dela institución. De todos modos, este ne-cesario sentido de pertenencia no se for- ja únicamente –ni de forma relevante– por

    medio de elementos simbólicos externos,

    como el uniforme. No podemos exten-dernos aquí en los múltiples aspectos dela cultura moral de un centro y de su ca-lidad pedagógica y humana que posibi-litan que los alumnos se sientan concer-

    nidos por la institución de la que sonmiembros, pero en cualquier caso es in-discutible que muchas excelentes escue-las “desuniformadas” consiguen infundirla mar de bien este sentido de pertenen-cia, mientras que también las hay de uni-formadas que generan lo contrario. Diga-mos, pues, que para este fin el uniformeno es un elemento necesario.

    El otro papel que puede jugar el uni-forme como signo identitario de una es-cuela en particular, tiene que ver más conel mercado que con la educación: escomo una marca que usan determinadasescuelas elitistas para venderse mejor. Elalumno uniformado con su impecableblazer  y el escudo de la escuela cosidoen el bolsillo superior, se convierte en-

    tonces en una suerte de chico-anuncio:publicidad gratuita en las calles de losbarrios de alto standing. Pura lógica mer-cantil y competitiva de escuelas econó-micamente excluyentes. ¿Es esa la lógicaque los políticos y opinadores que ahoradefienden el uniforme quieren trasladara la escuela pública? ¿Qué tiene que veresa lógica excluyente con la función igua-litaria que, como veíamos antes, dema-gógicamente atribuyen al uniforme? ¿Yes con este uniforme-marca como los par-

    tidarios de la uniformización pretendencombatir el imperio de las marcas quehabita en el mundo adolescente? De esto

    último algo diremos a continuación, puesse trata de otro de los grandes  argumen-tos del debate.

    El argumento de la dignificación y lacruzada contra marcas y modas

    Una extensión de la idea de que el uni-forme facilita la identificación de lo esco-

    lar como espacio específico, consiste enatribuirle también efectos dignificadores.Dos articulistas se han referido particular-mente a este punto, relacionándolo conel problema de las marcas y las modasen el que inciden prácticamente todoslos defensores de la uniformidad. De- jémosles hablar y después ya haremosnuestras apostillas.

    “El uniforme no sería más que un cam-bio pequeño, pero útil, en el proceso dedignificación del espacio escolar. (...) El

    uniforme puede contribuir a enfrentarseal dogmatismo de la moda, al poder delas bandas, a la estética de la publicidad.(...) En estos tiempos en que el peso de lamoda es tan enorme y el poder hipnótico

    ¿Es con este uniforme-marca

    como pretenden combatir el

    imperio de las marcas que habita

    en el mundo adolescente?

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    de los medios de comunicación es tan for-midable, el uniforme serviría, cuando me-nos, para visibilizar que en la escuela rigeotra lógica, otra ley. El uniforme subraya-ría que en la institución académica rigenotros valores, otros objetivos, otros hori-zontes. (...) Aquí se trabaja, aquí no valenlos dogmas de la publicidad, aquí lo queidentifica no es el vestido sino el resultadodel esfuerzo. Lo que aquí importa no esel aspecto, igual para todos, sino el ren-dimiento y el aprendizaje. Aquí, en la es-cuela, el protagonista no es el continente,sino el contenido. Aquí se desarrolla, nola imagen, sino el intelecto.” (Puigvert, A.,“¡Dejad en paz a los alumnos, profesores!”,La Vanguardia, 4-4-2011)

    “En cierto sentido, el retorno del uni-forme en las escuelas es la punta del ice-berg de un debate que busca un objeti-vo fundamental: el retorno de la dignidady el respeto a la escuela. (...) Lejos deuniformizar a los niños, el uniforme hacelo contrario: rompe la competitividad per-manente en el vestir, quiebra el unifor-mismo marquista y en cierta medida con-trola el consumismo. Y envía el mensaje

    central de que no se puede ir a la escue-la como se va a la discoteca, a la monta-ña o a la pista de patinaje. Porque no eslo mismo educarse que divertirse. Quizásel uniforme solo es un símbolo, pero esesímbolo recuerda algo fundamental: quela escuela es un templo que merece re-verencia (Rahola, P., “Escenario con uni-forme”, La Vanguardia, 31-3-2011).

    Podemos estar más o menos de acuer-do con las conclusiones sobre lo deberíanser las escuelas, pero no acertamos a

    dilucidar su nexo con la premisa de lavuelta al uniforme. Dicho de otro modo,no vemos –y los autores no lo explican–cómo el uniforme, poco o mucho, me- joraría el prestigio y la dignidad de la

    escuela, ni tampoco por qué no podríaproducir efectos exactamente inversosa los deseados.

    Compartimos con Puigvert, eso sí, queel uniforme contribuye a visualizar que laescuela ha de regirse por una lógica, unaley y unos valores propios. Ahora bien,que el uniforme contribuya a reforzar jus-tamente los valores que afirman los auto-res es lo que habría que demostrar y nose demuestra. ¿Es formativamente eficaz“enfrentarse al dogmatismo de la moda”con otra moda institucionalmente impues-ta? ¿Por qué el uniforme, sin más, denotao connota necesariamente esfuerzo y tra-bajo? Lo que sí denota trabajo es la “ropade trabajo”, pero esa, como veremos des-pués, no cumple la misma función que el

    uniforme. En que el protagonista de la es-cuela ha de ser el contenido y no el con-tinente, y que en ella ha de desarrollarseel intelecto y no la imagen se puede estarde acuerdo; pero es que el uniforme, jus-tamente, no es más que continente, ima-gen y formalismo. Pensar que el uniforme“quiebra el uniformismo marquista y encierta medida controla el consumo” espuro voluntarismo. De hecho, en la escue-la consumir, lo que se dice consumir, sehace más bien poco (libros de texto, ma-

    terial escolar...); y si frente al consumismoexterior no se realiza –en la propia escue-la y fuera de ella– algo educativamentemucho más sustancioso que limitarse aimponer el uniforme, no parece previsibleque los escolares vayan a consumir menospor el simple hecho de obligarlos a ir uni-formados. Y como la psicología humanaes como es, bien pudiera ocurrir que launiformidad impuesta, en lugar de reducirel consumo, impulsara a los adolescentesa consumir aun con mayor voracidad y consíndrome de abstinencia añadido. En cual-

    quier caso, aunque no tengo datos al res-pecto, apostaría algo a que el ajuar de loschicos y chicas que van a escuelas conuniforme no es ni más reducido ni menosmarquista que el de sus coetáneos “des-uniformados”. Y, en fin, lo de que habríaque venerar la escuela es verdad, peropara hacerle las reverencias merecidas noes necesario disfrazarse.

    El argumento de la practicidad

    O la confusión entre uniforme y ropade trabajo. En la cita anterior se nos decíaque “no se puede ir a la escuela como seva a la discoteca, a la montaña o a la pis-

    ta de patinaje”; es lo mismo que dijo unade las inductoras del debate, la conseje-ra Rigau: “Cuando haces deporte vistesde una manera, cuando vas a una fiestavistes de otra” (El País, Barcelona, 29-3-2011). Y tienen toda la razón. Lo que ocu-rre, sin embargo, es que tal razón no re-mite para nada a la necesidad deluniforme propiamente dicho. Ahí se con-funde “uniforme” con “ropa de trabajo”,que no son lo mismo. El mono de un me-cánico, el guardapolvo del que trabajaen el almacén, el casco de un albañil...no son uniformes sino atuendos funcio-nales a sus respectivos oficios. Lo propiode la ropa de trabajo es su funcionalidadpráctica, mientras que lo propio del uni-forme es, como veíamos antes, su funcio-

    nalidad identificatoria. Es verdad que, aveces, ambas funcionalidades se dan alunísono y conjugan bien, pero en otroscasos se dan de patadas: el uniforme mi-litar de campaña es práctico para entraren batalla y no confundir amigos y ene-migos; en cambio, el uniforme militar depaseo cumple plenamente como unifor-me, pero suele ser poco práctico parapasear, sobre todo en verano, pues has-ta los militares pasearían mucho mejor enguayabera, pantalón corto y sandalias.

    Pero volviendo a nuestro tema, es ob-vio que los escolares han de vestir ropaadecuada a las tareas que han de realizar.

     Y, en este sentido, nada que objetar, porejemplo, a la clásica bata, puesto que labata, sin más, es solo ropa de trabajo.Ahora bien, si todos han de llevar unabata idéntica (o los niños de color azul ylas niñas rosa), es cuando la bata se con-vierte también en uniforme. Pero si ade-más de la bata así o asá, ellos han dellevar el pantalón gris con raya en medioy ellas la falda plisada de cuadros esco-

    ceses, todo eso ya nada tiene que vercon la indiscutible funcionalidad prácticaque ha de tener la indumentaria del alum-

    nado sino con la artificiosidad uniformi-zadora de ciertas pedagogías.

    El argumento del cotidiano conflictofamiliar mañanero

    En opinión de los uniformadores, faci-litaría mucho la labor de los padres que

    las escuelas establecieran el uniforme paratodos. Así se acabaría, por la vía rápida,con la cotidiana brega entre hijos presu-midos y progenitores bien dispuestos adelegar sus responsabilidades formativas.

    Nada que objetar a la clásica

    bata. Pero si todos han de llevar

    una bata idéntica es cuando la

    bata se convierte en uniforme

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    Digamos que, como contrapartida, en-tonces los docentes podrían delegar enlos padres la enseñanza de la resoluciónde las ecuaciones de segundo grado y lacorrección de los exámenes. De esemodo, los profesores tendrían más tiem-po para dedicarse a la educación de losalumnos en las competencias relativas ala corrección indumentaria. Eso es, máso menos, lo que se llama colaboraciónentre familia y escuela.

    Ahora en serio: no deja de ser curiosoque exista una amplia zona común entreel conjunto formado por los partidariosdel uniforme y el conjunto de quienes,día sí y día también, braman contra ma-terias como la Educación para la ciuda-

    danía porque, según ellos, usurpa la po-testad principal de la familia respecto ala educación moral y religiosa de los me-nores. ¿En qué quedamos? ¿Deben lasfamilias asumir plenamente sus respon-sabilidades en la educación en valores desus hijos o es más cómodo que la escue-la, mediante el uniforme, liquide por lavía rápida los conflictos de valores deri-vados de la vestimenta?

     Y aún hay más argumentos

    Los uniformistas han esgrimido otrosargumentos en los que no vamos a entrara fondo. En algunos porque ya se nosacaba el espacio disponible; y en otrosporque no lo merecen.

    Por ejemplo, ya no nos queda papelpara debatir extensamente sobre la afir-mación que hacen algunos en el sentidode que el uniforme mejoraría el clima es-colar. Ahí nos pasa como con alguno delos argumentos anteriores: deberíamos

    adivinar el cómo y el por qué del asunto,pues quienes lo esgrimen no lo aclaran.A no ser que se refieran a cuestiones re-lacionadas con lo que Duran i Lleida hamanifestado sobre la moda de enseñar laropa interior, y que el uniforme impediría(La Vanguardia, 31-3-2011). No es nece-sario entrar en valoraciones, ni sobre laestética ni sobre la decencia o indecenciade esta moda, para percibir la enormedesproporción entre el presunto problemaa resolver y la solución propuesta. Poner

    a todos de uniforme para conseguir queunos cuantos chicos y chicas adolescentes

    alarguen unos centímetros por arriba opor abajo sus faldas o pantalones, y ellasoculten el canalillo de su torso, nos pare-

    ce de una desmesura tal que no hace ne-cesario ningún comentario más.

     Y vamos, ahora ya sí, con un último ar-gumento en favor del uniforme. Se tratade un argumento que ha aparecido pocoen el debate y que cuando lo ha hechoha sido como de tapadillo: el uniformeresolvería, por vía indirecta, la cuestiónde las coberturas islámicas. Las chicas mu-sulmanas no podrían llevarlas, pero noporque estuvieran expresamente prohi-bidas sino porque serían incompatiblescon el uniforme. De ese modo, los ges-tores del sistema educativo se quitan deencima la patata caliente de tener quedecidir si legislan o no sobre el tema dela presencia de símbolos religiosos en la

    escuela. Patata caliente, puesto que tallegislación debería referirse igual a lascoberturas islámicas que a los hábitos demonjas y curas católicos, a los crucifijosen las aulas, etc. Sobre este tema planeauna hipocresía notable, pero vamos a de- jarlo pues esta misma revista ya nos dioantes la oportunidad de tratarlo de formamonográfica (Trilla, 2006).

    En fin, ya se ve que hay argumentospara todos los gustos y estilos: unos queaparentan mucha seriedad y que obligan

    a engolar la voz (el uniforme dignifica elespacio escolar); y otros que parecen untanto frívolos (uniformándolos, los estu-diantes no irán enseñando bragas y cal-zoncillos). Pero una cosa son los argu-mentos de la polémica y otra cosa sonlos motivos de la misma. En un momen-to como el actual en el que, con la crisisy los recortes presupuestarios consiguien-tes, se está dando marcha atrás en as-pectos importantes que realmente afec-tan de forma directa a la calidad de laescuela pública y a la igualdad de opor-

    tunidades educativas, ¿a qué viene quea algunos de los responsables políticosdel sistema (y a sus respectivos corifeosmediáticos) se les haya ocurrido incitar aun debate como el de los uniformes? ¿Songanas de tener entretenido al personalpara que no se ocupe de sus políticaseducativas socialmente regresivas? Si esaera la verdadera intención de quienes handesencadenado la polémica del uniforme,por nuestra parte hemos caído de cuatropatas en su argucia. Pero al menos sus

    corifeos mediáticos no podrán seguir di-ciendo que los “progres” de siempre re-huimos el debate sobre sus valientes einnovadoras propuestas, tachándolas desimples cortinas de humo.

    Hay argumentos que aparentan

    mucha seriedad y otros queparecen un tanto frívolos.

    Pero una cosa son los argumentos

    de la polémica y otra cosa

    son sus motivos