el secreto en psicoanalisis

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  • Letra Viva libros. Av. Coronel Daz 1837 (1425) Buenos Aires, Argentina. Telefax 4825-9034

    Imago Agenda 3

    Vertientes del Secreto: La tem-tica del secreto ha hecho su ingre-so en el psicoanlisis casi desde su constitucin misma. Trasladndo-se desde la idea de secreto pro-

    fesional, originada en las profesionales liberales, se transform en secreto analti-co como tal.

    Voy a dejar en, este breve texto, de lado dos cosas: 1) el rspido tema de la difu-sin pblica (ateneos, conferencias, publicaciones) de los materiales clnicos rela-tivos a analizantes donde la expectativa diferida hasta que los tratamientos ter-minen slo pospone lo que sigue siendo un tema de controversia, y 2) alguna peregrina idea que he escuchado ms de una vez de que el deseo es siempre se-creto pues se hurta metonmicamente a la palabra o algo as, donde la consi-deracin supuestamente estructural est puesta al servicio de, al modo obsesivo, no pensar nada, pues toda diferencia conceptual termina despendose en la ms pura ubicuidad.

    En realidad, desde el punto de vista del conocimiento sobre otro no veo qu podra contarnos un analista sobre un sujeto que no est determinado en las generales de la ley de cualquier lazo entre parlantes. Desde el punto de vista de los efectos de sa-ber en el lugar la verdad, efectos tan singulares, no veo que an los podamos tras-mitir en una generalidad cientfica. Por ltimo, si algo hay para testimoniar de un anlisis se supone que eso lo har quien ha devenido analista a travs de l.

    Creo que este tema tiene otras vertientes interesantes a considerar. Incluso, como

    SUSCRIPCIONES

    STAFF Y PRODUCCIN

    Tapa y contenido: Letra Viva, Librera - Editorial, 2004.

    Director - ProPietario:Raimundo A. Salgado

    Direccin ejecutiva: Leandro Salgadoasesor: Nicols Gelormini

    coorD. De conteniDos: Alberto SantierePubliciDaD: Teresa Giarcovich

    Diseos De PubliciDaD: Judith Prestacolaboracin: Leonardo Bacarin

    correccin: Patricia Yohai

    IMAGO AGENDA N 89Mayo de 2005. Segunda poca. Ao XXV.

    Peridico gratuito orientado a la difusin y el desarrollo del psicoanlisis.

    Tirada: 12.000 ejemplares.

    Imago Agenda es una publicacin deLetra Viva, librera-editorial

    especializada en psicoanlisis desde 1967.

    Av. Coronel Daz 1837(1425) Buenos Aires, Argentina.

    Tel/Fax: (54-11) 4825-9034.E-mail: [email protected]

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    Las reseas que acompaan las publicaciones aqu destacadas fueron extractadas de las mismas con el fin de brindar un mejor conocimiento del material propuesto y facilitar su difusin. Decli-namos, en consecuencia, toda responsabilidad sobre las opiniones vertidas. De la misma manera, el contenido de artculos, dossiers y publicidades es responsabilidad exclusiva de los respectivos autores, compiladores y/o anunciantes.

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    El secreto en psicoanlisis

    El secreto en psicoanlisis

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    Los analistas des-cubrimos el incons-ciente, revelamos las fotos de un se-creto para que el portador intente ha-cer algo con ellas. El atractivo del secreto es precisamente su condicin de enigma, y el inters que nos despierta la prctica no es ajeno a la hermenutica de algunos misterios que son insondables sin psicoa-nlisis. Secreto, palabrita que estren el si-glo XIII pero ya habitaba los intersticios de la subjetividad. Obramos como malos se-cretarios del inconsciente ya que intenta-mos poner en evidencia su mensaje quien sin embargo nos busca en transferencia. Al escuchar selectivamente ingresamos a otro saber poblado de deseo y muerte (pa-vada de trabajo hemos elegido!).

    La nocin de resguardo del material de sesin y de las personas tiene un correlato legal que regula rigurosamente el alcance del secreto y del vnculo entre profesional y paciente, y lo prohibido suele ser desea-do. Adverta Cervantes (quien cabalga des-de hace cuatrocientos aos el idioma): Ne-cio y muy necio el que, descubriendo un se-creto a otro, le pide encarecidamente que le calle. Tentacin que frena la tica.

    Jornadas, clases, ateneos, transitan bor-

    des de historias personales jugadas entre cuatro paredes. Actan mutando aspec-tos de la clnica misma. Resignifican aprs coup, y resultan actividades imprescindi-bles para el avance de la praxis, y para mi-tigar la soledad fragmentaria de un consul-torio. Las divisorias en torno a cmo se re-lata un caso para no vulnerar lmites ticos y legales aunque no se trate exactamente de lo mismo son sustanciales.

    El mismo Freud escriba hace ochen-ta aos: Si antes se me reproch no comunicar dato alguno sobre mis en-fermos, hoy se me reprochar ha-cer pblico algo que el secreto profe-sional impone silenciar. Y lo contado nos permite contar con el psicoanlisis. A menudo, otras aristas de lo secreto irrumpen en la clnica como consecuen-cia de diversos avatares: lo inconfesa-ble del analista (conflictos, rupturas ins-titucionales, lo que es preciso callar para no vulnerar la direccin de la cura, etc.) que, empero, incide; lo no dicho del pa-ciente a travs del tiempo, que ocasional-mente es posible leer si se escucha ms de lo que se oye.

    Alberto Santiere

    Editorial

    Secreto, intimidad,vergenza y misterio

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    4 Imago Agenda(Cont. en pg. 18)

    intentar hacer, nociones con las cuales contraponerse. Tres puntos, entonces, a destacar en una primera mirada: 1) aque-llo que permite confundir muchas veces al psicoanlisis con una confesin, 2) el secreto en relacin con la sexualidad y 3) el secreto en relacin con lo tico-moral.

    1) Como pacto explcito o implcito lo que en la sesin se diga quedar, como un saber conciente mezcla de datos e impresiones subjetivadas, exclusivamente entre los protago-nistas del encuentro. Esto se sostiene en la proposicin clsica, la regla de libre asociacin, que sintticamente apuesta a que el paciente se torne analizante. Ella afirma que ste debe decir lo que se le ocurra, sin omitir ni censurar nada en ello, lo que implica... que cuente todos sus secretos. Pero esto va ms all an, pues el saber producido por el trabajo anal-tico descubrir otras articulaciones posibles de la cadena his-trica del analizante y estos secretos no sabidos, sepultados por la represin en un pasado que recin all devendr his-toria, tampoco sern aprovechados pblicamente. El hilo sub-jetivo aqu no se tramara slo con signifi cantes, sino con ca-dencias de goce apresadas en el sntoma. Pero como sea, si el mtodo deviene a los ojos del tercero una incitacin curiosa, all asoma la idea de confesin religiosa.

    2) Hay otra vertiente en conexin con la sexualidad, donde la realizacin de lo secreto es lo nico que permite sostener la actividad vivindola placenteramente. Sabemos que un tpi-co casi universal de los hallazgos del psicoanlisis es que por la va de la clandestinidad y la exacerbacin del apetito gozo-so que provoca, ese disfrute que se pretende sustrado del Su-pery hizo entrada precoz en la conceptualizacin del psicoa-nlisis. Hay una lnea importantsima de la clnica que se refiere a lo que Freud llamaba degradacin de la vida amorosa. Casos donde el deseo se sostiene mal, salvo que se haga consistente por la va de la ocultacin ms tpicos del erotismo femenino, pero no solamente. Aqu el secreto no es personal, lo que po-dra relacionarse con la particularidad del sujeto, trabajando a favor de ste, sino que atae a lo que se hace contra el otro, en apoyatura de su ausencia, sostenindose en el filo de su existencia en las penumbras. Aunque ese otro sea virtual puede ser un marido evaporado o un padre fallecido. Slo as el placer encuentra sus vas, su aparente destino, una fugaci-dad que de todos modos sea intensidad soportable.

    3) Todas aquellas vicisitudes de la vida que implican no slo la transgresin de la costumbre, sino el delito franco son un

    terreno donde el analista siempre corre el riesgo de trope-zar uso tropiezo en sentido opuesto al de los no incautos yerran. El analista coparticipa no slo de las infidelidades y diversas mentiras cotidianas de los pacientes, sino que puede escuchar la confesin de un hurto o incluso de un asesinato. Cul es el punto si es que ste existe ms all de cual ya no es posible escuchar? Es particular o hay una tica que la comunidad analtica debe discutir en su conjunto? En una re-flexin ms general, que se puede enlazar con los dos puntos anteriores: el tema de la represin durante los aos oscuros de nuestra historia nos ha trado dolorosos ejemplos y discu-siones al respecto. Se puede/debe atender o no a un repre-sor? y a un mero golpista? y al que confiesa en anlisis que est por participar de un operativo o atentado ilegal, aunque ste tenga motivaciones ideolgicas? Y sin introducirnos en la poltica: qu hacer, como mencionaba recin, si se nos co-munica un asesinato? o tan slo un robo y no me refiero a un acting out aislado o repetido por angustia, al estilo del cua-dro de la llamada cleptomana donde es afectado muy grave-mente un tercero? Esto entronca con el vasto tema de qu ha-cemos los analistas con las acciones usualmente llamadas ca-nallescas: hay diferencia conceptual para nuestro odos ana-lticos entre una infidelidad compulsiva, repetitiva, ostentosa hasta la crueldad, y un dao corporal propinado en condicio-nes de neta superioridad fsica o una violacin? Y el tema es ms complejo: aquellos materiales donde es flagrante que un progenitor goza de un hijo (como siempre, impunemente), y no es ste el analizante como nio o adulto que rememora, sino que escuchamos al agente activo de ese acto, que es rela-tado con culpa y/o delectacin Dnde est el borde de los se-cretos desde el cual habra que saltar hacia fuera, cuando nues-tra prctica se teje siempre en las mallas de todos ellos? Repi-to, dnde est ese borde?

    Porque claro est, se me dir retorno de la ubicuidad, en la medida en que en la escucha flotante todo significante deja de ser privilegiado a nivel de su aparente significacin de sig-no, en realidad lo que termina ocurriendo es que todo secre-to se evapora como tal. Un secreto es aquello que tiene signi-ficacin densa. Porta con el peso de su contenido. Y el secreto en psicoanlisis, siempre una de las figuras obscenas del goce superyoico, tiende a no existir.

    El problema es que pese a todo, hay secretos... y secretos.Voy a contraponer ahora el secreto a tres nociones que me

    resultan como apertura todava ms interesantes.

    Intimidad, espacio del sujeto: En primer lugar, quisiera con-traponer ahora a la nocin de secreto en todas sus vertien-tes, profesionales, psicoanalticas, clnico-neurticas; dado que ste siempre implica, y de este modo se manifiesta, un matiz siempre ambiguo, prfugo, incluso obsceno, como dije, la po-bremente considerada nocin de intimidad.

    ntimo es el espacio propio del sujeto desplegado en sesin, espacio que recrea el punto de verdad de toda realizacin sub-jetiva. Podemos trazar un arco que se subtiende desde el juego en la infancia hasta la inspiracin artstica, desde la efusin re-ligiosa hasta el descanso de los amantes despus del amor. Win-nicott capt bien que la intimidad es propia porque es apro-piada, que el desgaste del cuerpo demanda, como correlato subjetivo, un respeto por la delimitacin inexpugnable de los fantasmas singulares, respeto del que el psicoanlisis ha he-cho, la llamemos as o no, una tica.

    Siempre que en el curso de un anlisis se recortan los resa-bios de una repeticin infantil endemoniada

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    Imago Agenda 5

    Arancel: $20.-

    Entrevista

    Qu es hoy, a cien aos de su fundacin, el psicoan-lisis? Despus de un siglo de batallas, polmicas, confron-taciones, cismas, qu es lo que enriquece el patrimonio actual de esta disciplina, no slo en trminos de articula-cin de la prctica teraputi-ca, sino de su insercin en la esfera terica de la contem-poraneidad?

    En este pequeo libro, cla-ro y denso a la vez, una psi-coanalista interroga al fil-sofo. As emergen los linea-mientos de una ensean-za que se coloca, con fuer-tes caractersticas propias, en el cruce de diferentes sa-beres con los que compar-

    te el horizonte perturbador de la revolucin tecnolgica. La conversacin atraviesa di-versos momentos: del giro cientfico a la dimensin re-ligiosa y a la crisis del sen-tido de autoridad. Ambos se replantean y vuelven a cues-tionar el legado clsico de Freud, las relaciones entre psicoanlisis y sociedad, en-tre psique y sufrimiento hu-mano, mientras asumen el in-terrogante existente en torno de las posibilidades terapu-ticas y del futuro de la disci-plina. Tambin est presente en este dilogo el vnculo di-fcil entre ciencia y hermenu-tica, el problema del nexo en-tre teora y clnica y, en lti-

    ma instancia, la cuestin de la ubicacin del psicoanlisis en la ardua redefinicin de los saberes contemporneos.

    El doctor Freud y los nervios del almaFilosofa y sociedad a un siglo del nacimiento del psicoanlisis

    Remo Bodei, Siglo XXI, 2005, 118 pg. / $ 18.-

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    6 Imago Agenda

    Teora psicoanaltica

    Ensayo

    Tributo

    Clases de alemn 4855-2248

    Freud y lo simblicoCarlos Maffi, Nueva Visin, 2005, 172 pg. / $ 20.-

    El expediente del simbolis-mo es un captulo tan funda-mental como controvertido en la historia del psicoanlisis, que ha sembrado la polmi-ca all donde se present. Este estudio aborda, una a una, las crisis que pusieron en jaque al freudismo a travs de esta no-cin: desde la fundacin del psi-coanlisis, en donde el smbolo es ya un concepto clave, pasando por la universa-lizacin y el florecimiento del simbolis-mo que se despliega durante el apogeo

    del grupo de los mircoles, para desembocar luego en la acalora-da disputa que enfrent a Freud, con Jung, Silberer y Stekel.

    Por ltimo, el autor pasa revis-ta la todava ms espinoso asun-to del desacuerdo radical que tu-vieron Klein y Lacan respecto a esta concepcin freudiana. As, este libro cuestiona puntos neu-

    rlgicos de la teora y de la historia del psicoanlisis, revelando un debate que, a pesar de ser esencial, sigue siendo bas-tante desconocido.

    Ante todo, Nombres del pensa-miento social, es el resultado de la tarea realizada por un grupo de investigadores y docentes que se han propuesto componer un tex-to en el cual el enfoque interdisci-plinario potenci su objetivo cen-tral: enhebrar en el discurso del pensamiento social contempor-neo, los lineamientos tericos que per-mitirn al lector distinguir cules son los diagnsticos, las prognosiss que, implcita o explcitamente, cruzan la teora social.

    En este libro se resaltarn los aspectos ms relevantes de las obras de conocidos filsofos y pensadores sociales, sealando lo original y lo innovador de sus propues-

    tas. Los ms influyentes pensa-dores sociales contemporneos, que han estudiado la emergencia de nuevos ejes de cambio social y su concomitante impacto, son puestos bajo la lupa que permite ver en el rumor de lo que termi-na las lneas de fuerza de lo que se anuncia. Hannah Arendt, Da-

    niel Bell, Edgar Morin, John Rawls, Alain Touraine, Michel Foucault, Juan C. Agu-lla, Jrgen Habermas, Pierre Bourdieu, Anthony Giddens, Manuel Castells y Ul-rich Beck: el cambio social, las ideas, los acontecimientos, el Tercer Mundo, las utopas, la cautividad de la moderna, la cientificidad.

    Nombres del pensamiento socialMiradas contemporneas sobre el mundo que viene

    AA.VV., Del signo, 2005, 250 pg. / $ 24.-

    Fernando O. Ulloa es mdico y profe-sor Emrito de la Facultad de Psicolo-ga de la UBA. Su prctica profesional en los mbitos de los derechos huma-nos, del psicoanlisis, de los grupos, de la intervencin institucional, as como en diversos espacios de la cultura lo ca-lifican como uno de los pensadores en accin crticos de la produccin inte-lectual de nuestra regin.

    Pensando Ulloa es la coleccin de experiencias llevadas a la escritura de quienes intentamos dar cuenta de la aventura de pensar Ulloa sin traicio-nar ni la aventura, ni el pensamiento.

    Cmo hacerlo? Debatir, acordar, es-cribir? Conversamos mucho sobre la posibilidad o imposibilidad de trans-mitir el efecto Ulloa. Apostamos a la posibilidad.

    Fueron convocados quienes, saba-mos, haban trabajado con l en al-gunos de los diversos campos en que Ulloa. Cada uno produjo, a su ms leal sentir y callar, las pginas que mejor lo representan. El denominador comn que une los trabajos es el reconoci-miento del terapeuta al paciente, del profesor al alumno, del consultor al grupo, del individuo a la sociedad.

    Pensando UlloaB. Taber/ C. Altschul (Comp.), Del Zorzal, 2005, 254 pg. / $ 32.-

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    Imago Agenda 7

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    8 Imago Agenda

    GneroEnsayo

    Los ensayos de este libro se distribuyen en dos partes, una dedicada al cine y otra al tea-tro. En ambas artes, para Ba-diou, se pone en juego una Idea. En el caso del teatro se trata explcitamente, casi f-sicamente, del encuentro de una Idea, y en el cine se tra-ta de su pasaje, y casi de su fantasma. Es un libro hecho, entonces, de encuentros y de pasajes; sus textos se despla-zan y circulan entre el Pasa-je de visitacin (el cine), y el Pas de la infancia (el tea-tro). Entre ideas, imgenes y palabras, entre lo que pasa y lo que queda, la filosofa cir-cula en el espacio de la rela-cin entre realidad y represen-tacin, y en la relacin entre la filosofa misma y las represen-

    taciones del teatro y del cine. Alain Badiou, una de las voces ms originales e importantes de Francia y del mundo, nos propone visitar sus escritos. Nos encontraremos all con los grandes nombres del cine, del teatro y de la filosofa.

    Del prlogo de Gerardo Yoel

    Imgenes y palabras Escritos sobre cine y teatro

    Alain Badiou, Manantial, 2005, 172 pg. / $ 24.-

    En este atractivo y slido tex-to, desfilan numerosos escena-rios psicoanalticos. Estn fun-damentalmente centrados en las problemticas contempo-rneas que aquejan a varones y mujeres.

    El contexto social e histrico cultural de lo masculino y de lo femenino es examinado al pie de los grandes temas de la sexualidad y del gnero. Fami-lias y parejas tpicas y atpicas constituyen otros tantos cap-tulos donde los autores explo-ran las nuevas formas de convi-vencia y sus consecuencias ps-quicas. Se examina la construc-cin social de la masculinidad. El macho, los disturbios de la sexualidad masculina, la virili-dad, el priapismo, el falicismo son objeto de interesantes con-

    sideraciones. No menos impor-tantes son los aportes acerca de la escucha del efecto de gnero en el trabajo clnico y los mo-delos culturales en el conflicto intrapsquico.

    Una y otra vez, reaparece el lugar fundamental otorgado a la dimensin socio cultural, lo cual abre interesantes y nove-dosas perspectivas psicoanal-ticas de amplia repercusin en la clnica.

    Masculino-femeninoCuestiones psicoanalticas contemporneas

    A. M. Alizade / M. S. Arajo / M. Gus (comp.), Lumen, 2005, 191 pg. / $ 22.-

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    10 Imago Agenda

    Teora psicoanaltica

    Niez

    Psicodiagnstico

    Una intervencin quirrgi-ca implica variables grados de desequilibrio tanto en lo biol-gico como en lo psicolgico. El xito de una operacin com-prende, por lo tanto, adems de la adecuada reparacin del defecto o desequilibrio en la salud, la ausencia de secue-las post-quirrgicas relevan-tes. La psicoprofilaxis ayuda a superar las situaciones trau-mticas que rodean a una ope-racin. Para que la psicoprofi-

    laxis sea efectiva son necesa-rios los vnculos de confian-za y la colaboracin entre los distintos profesionales actuan-tes. La superacin exitosa de una situacin crtica, una ope-racin, ayuda a la maduracin y crecimiento emocional del nio y de su entorno familiar. Preparar emocionalmente a un nio para una operacin requiere conocimientos de la intimidad de la actividad qui-rrgica, de las indicaciones y

    los procedimientos, as como de la respuesta biolgica a una operacin de los cuidades del post-operatorio.

    Psicoprofilaxis quirrgica en la infancia IIITeora y tcnica

    G.Vzquez/ C. Marcovich, CAPQ, 2005, 107 pg. / $ 25.-

    El test de Rorschach es una tcnica de amplio reconoci-miento en el campo psiclgi-co, cuyo uso no slo tiene fi-nes diagnsticos sino tambin tereputicos. En este texto, he logrado integrar los conceptos tradicionales con la nomencla-tura utilizada por los codifica-dores de uso internacional. Por otro lado, he sumado mi expe-riencia e interpretacin personal en la utilizacin de la prueba, en los mbitos clnico, forense y laboral.

    Por ltimo, brindo hallazgos de fruct-feras convergencias con el test de la fa-

    milia, del cual sealo, en for-ma acotada, algunas lneas de trabajo. Estas sern ampliadas en un texto de prxima apa-ricin, donde expondr ms aportes para el mejor aprove-chamiento de la prueba. Tam-bin aqu he contemplado el aspecto transferencial y los efectos elaborativos para di-ferentes patologas.

    El libro est dirigido tanto a quienes se inician en el tema como a los profe-sionales especializados en el campo psi-codiagnstico.

    El test de Rorschach. Test de la familiaOperadores para diagnsticos e intervenciones

    Hayde Nodelis, Catlogos, 2004, 191 pg. / $ 19.-

    Sealado por la sexologa como voluntad en el sufri-miento acompaada por humillacin, por referencia al nombre de Sacher-Maso-ch, el masoquismo se halla reevaluado a la luz de la teo-ra freudiana de las perversio-nes. La significacin incons-ciente de esa pasin pere-grina donde gozar supone sufrir surge de la escenifica-cin del masoquismo: el exa-men de la escena originaria masoquista en los textos fun-

    dadores (de Rousseau a Sa-cher-Masoch) permite inte-rrogar lo que se halla en juego entre bastidores, o sea el des-tino pulsional de pasividad y de trabajo del fantasma, que all revela las apuestas: la cul-pabilidad y la castracin. En un segundo tiempo se exami-nan las formas del masoquis-mo (ergeno, moral, femeni-no). Eso ilumina el estatuto del cuerpo, el lugar de lo mas-culino y de lo femenino y su funcin como norma de vida.

    El examen paso a paso de la gnesis de la teora freudiana permite mostrar su recupera-cin entre los posfreudianos y la contribucin de Lacan.

    Lecciones psicoanalticas sobre el masoquismoPaul-Laurent Assoun, Nueva Visin, 2005, 141 pg. / $ 21.-

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    Imago Agenda 11

    Letra ViVa LibrosAv. Coronel Daz 1837

    Telefax: 4825-9034

    Filosofa

    Qu hay ms feliz que el aire de los tiempos? Es tambin mi tema, de lo que involuntariamente me alimento. Es lo que he estado buscando, aunque sin hacerlo explcitamente, en todos los autores que admiro. Actualmente hay muchos estudios profundos sobre estos conceptos de diferencia y repeticin. Me agrada participar de ello y finalmente, plantear la pregunta: cmo hacer esto en filosofa? Buscamos una vitalidad. Hasta el psicoanlisis tiene necesidad de dirigirse a la vitalidad del enfermo, a la que el enfermo ha perdido y tambin el psicoanlisis. La vitalidad filosfica est muy prxima a nosotros, y tambin la vitalidad poltica. Estamos cerca de mu-chas cosas y de muchas repeticiones de-cisivas, de muchos cambios.

    Este primer volumen recoge la prc-tica totalidad de los textos de Gilles De-leuze publicados en Francia y en otras partes del mundo entre 1953 y 1974,

    desde la aparicin de Empirismo y sub-jetividad, su primera obra hasta los de-bates que siguieron a la publicacin de El Anti-Edipo, escrito con Flix Guatta-ri. La recopilacin se compone princi-palente de artculos, ponencias, prefa-cios, entrevistas o conferencias ya pu-blicadas, pero que no figuran en ningu-na obra de Deleuze.

    La isla desierta y otros textosTextos y entrevistas (1953-1974)

    Gilles Deleuze, Pre-textos, 2005, 379 pg. / $ 96.-

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    12 Imago Agenda

    Filosofa Ensayo

    El poder psiquitricoMichel Foucault, F.C.E., 2005, 448 pg. / $ 49.-

    El curso El poder psiquitrico, dictado en el Collge de Fran-ce entre noviembre de 1973 y febrero de 1974, mantiene con trabajos anteriores una relacin de conti-nuidad pero tambin de discontinuidad, ya que en las propias pa-labras de Foucualt, se trata de advertir lo que se ha hecho desde una perspectiva di-ferente y bajo una luz ms n-tida. Las primeras obras se in-teresaban ms en la enferme-dad mental que en la medici-na mental, y el prefacio de la primera edicin de Historia de la locura la presentaba como una historia, no de la psiquia-tra, sino de la locura misma, en su vivacidad, con anterioridad a toda captura por el saber.

    Michel Foucault retoma el anlisis en el punto de culmi-nacin de la Histo-ria de la locura, des-plaza su objetivo y modifica el terreno donde se despliega, as como las herra-mientas conceptua-les que pone en jue-go. Con ello se pro-

    pone captar, en el punto donde se forman, las prcticas discur-sivas de la psiquiatra: un dis-positivo de poder en el cual se anudan elementos tan hetero-gneos como discursos, modos de tratamiento, medidas admi-nistrativas y leyes.

    El curso concluye con la do-ble despuiquiatrizacin de la locura a fines del siglo XIX, que se dispersa entre la neurologa y el psicoanlisis.

    El autor examina crticamen-te las versiones de la espiritua-lidad actual tanto el gnos-ticismo New Age como el ju-dasmo levinasiano decons-tructivista para adentrarse en el anlisis del ncleo materia-lista presente en el cristianis-mo. Su lectura del cristianismo es explcitamente poltica, y se centra en la figura de Pablo y de la comunidad de creyentes que ste funda, entendindola como la primera versin de un colectivo revolucionario. A dife-rencia del judasmo levinasiano (o derrideano), la religin cris-tiana es inmanente, y es la se-mejanza (el Dios que se hace hombre) y no la Otredad la que desempea un papel fun-damental, postulado del que Zizek deriva interesantes con-secuencias.

    El cristianismo afirma el Gran Otro, aunque como sostiene La-can, ste no exista. Como todo perverso, el cristiano necesi-ta de la prohibicin del Otro. Pero nos recuerda el autor en la Cruz, en el momento de ma-yor necesidad de fe, Jess duda radicalmente. El por qu me has abandonado permite ver que en el corazn del cristianis-mo anida la duda radical, la que concierne a la existencia mis-ma de Dios.

    El ttere y el enanoEl ncleo perverso del cristianismoSlavoj Zizek, Paids, 2005, 235 pg. / $ 28.-

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    Imago Agenda 13

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    14 Imago Agenda

    Ensayo psicoanaltico Ensayo psicoanaltico

    En su libro Memorias pstumas de Brs Cubas, Machado de Assis hace decir al narrador: Que Stendhal confesara ha-ber escrito uno de sus libros para cien lectores es algo que sorprende y consterna. Lo que no es sorprendente ni sea pro-bablemente consternan-te es que este libro no tenga los cien lecto-res de Stendhal, ni cin-cuenta ni veinte y como mucho diez. Diez? Tal vez cinco [...] La escrib [se refiere a su novela] con la pluma de la mofa y la tinta de la melanco-la, y no es difcil de pre-ver lo que podr salir de ese connubio.

    Qu puede esperar el

    novelista como destino de su obra? El narrador responde: Pero yo an espero granjearme las simpatas de la opinin, y el primer remedio es escaparle a un prlogo explcito y largo.

    Entonces, cul sera el ideal de un prlogo? Nuevamente el narrador responde: El mejor pr-logo es el que menos co-sas contiene o el que las dice de modo oscuro y trunco.

    El libro que ahora el lector tiene en sus ma-nos no fue escrito con la pluma de la mofa y la tinta de la melan-cola pero tratndo-se de Sade y su com-pleja relacin con Kant

    y con Lacan, las pala-bras de Machado de As-sis me orientan para ha-cer breve este prlogo y esperar que el traba-jo realizado granjee no tanto las simpatas del pblico sino una lectu-ra que abra nuevas lec-turas y polmicas nece-sarias en el campo del psicoanlisis.

    Una sola gota de semen...El sexo y el crmen segn Sade

    Rolando H. Karothy, Lazos, 2005, 293 pg. / $ 25.-Este libro no es ni un

    De discipulo ni tampoco un De magistro. Porque el auditor cumple la cu-riosa estupidez advertida por Augustinus en su di-logo homnimo. Tontera del padre que envia a su hijo a la scholam ut quid magister cogitet discat, para que sepa qu pien-sa el maestro. Pues que-da claro que si el maestro piensa o cogitat, no es...

    De no olvidar que La-can ha jugado hasta el hartazgo con la equivoci-dad de la lengua france-sa en torno al matre que rene maestro y amo, se tendr la certidumbre que el auditor es el personaje que oficia la lectura de lo que uno escucha de signi-ficante. Entonces la fun-

    cin de lo escrito expuesta en Encore nombra su acto singular. Un acto marcado por la declinacin trans-ferencial, y decididamen-te homicida. As De audi-tore busca testimoniar un tiempo extrao, a la vez jovial y angustiante, se-reno y violento, descom-puesto y festivo, joven y luctuoso. Un tiempo en ruinas.

    De auditoreRicardo Bianchi, De las 47 picas,

    191 pg. / $ 30.-

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    16 Imago Agenda

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    Imago Agenda 17

    Hemeroteca

    En este nmero de mal estar nos proponemos en su dossier que tie-ne como tema la repeticin, lo siniestro, la representacin algo que hace precisamente a un presente continuo, en el que es necesario entremeter-se con unas preguntas:

    a) Lo ominoso que retorna a la manera de una repeticin y que por eso mismo se hace aun ms indecible cmo puede ser interveni-do por la representacin?

    b) Cules son las condiciones para que como volvemos a decir en la contratapa, en el otro extremo de nuestra publicacin esa imposibilidad de decir que nos hace hablar produzca alguna palabra, algn texto?

    Para esto es que hemos convocado a quie-nes no consideramos expertos pero que ubica-mos como intelectuales (cf. Federico Neiburg y Mariano Plotkin, Intelectuales y expertos, Paids, Buenos Aires, 2004) con diferentes prcticas de lectura. Este nmero 3 de mal estar es por cierto el cuarto que editamos, desde aquel legendario nmero 0 que irrumpi con algn desconcierto de propios y ajenos.

    No est mal esta cuestin numrica en lo que plantea como parbola: en nuestras hojas se des-liza entonces una resta, una diferencia. Un res-to que mantiene la consigna de no acomodarse a lo que est a la vista, a lo previsible. Porque, como sotena Macedonio Fernndez, no toda es vigilia la de los ojos abiertos.

    mal estarLo inquietante de la cultura

    N 3. Marzo 2005

    Pablo Zpke escribe en Humo, su esperada contribucin a este nmero: Heidegger no se dirige a nadie en sus textos. En cambio, el t de Celan es continuo. / Creo que se diri-ge a dios o a ella, no s. Qui-

    zs a l mismo. O a m... Tambin recuerda los Zollikoner Seminare donde para Heidegger es decisiva la Abschied, despedida, separacin o partida. La firmeza de estos trazos anticipa al lector las avenidas de este nmero. Por una parte, la vacilacin se adelanta hacia el acto. Y la paradoja, la apora, el atolladero o el para-logismo, son declinaciones del doble. Por otra parte, la memoria que apur quizs como nun-ca antes esta edicin, testimonia en su apertura nuestra esencial ventiloquia. El Antimuro, y los diferentes homenajes a Oscar Masotta, Rosn-gela Rodrigues de Andrade, Jacques Derrida y Delia Elmer son separaciones, despedidas.

    Se publica, adems, una traduccin de Ni-cholas Rescher recogiendo la historia de la c-lebre paradoja del asno de Buridn, en versin de Martin Arias.

    Esta edicin se cierra con tres reseas im-perdibles: Hugo Savino a Parque Chacabuco de Laura Estrin, Jorge Panesi a El arte del ol-vido y tres ensayos sobre mujeres de Nicols Rosa, y ngel Fernndez a Violencia en acto de Slavoj iek.

    NadjaLo inquietante de la cultura

    N 8. Abril 2005

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    18 Imago Agenda

    (Viene de pg. 4) donde el goce de la pulsin mal estructu-rada la ha oscurecido; siempre que deja de atronar el narci-sismo en su ridculo, pues cuando es acto vaco se contrapo-ne a la afirmacin subjetiva que no es siempre egocntrica; siempre, digo, que se recorta c) la ferocidad del Supery, ene-migo de la castracin donde se realiza la apuesta del sujeto; siempre, siempre que el psicoanlisis logra sus fines... enton-ces disminuye el secreto y se elevan las esferas del deseo al espacio de la intimidad.

    Intimidad no implica soledad real, pues hay intimidad com-partida de cada uno con cada uno. All, el goce del deseo, lo que llamamos castracin, se hace escena del sujeto. La inti-midad realizada ha abolido la diferencia entre lo pblico y lo privado. Y si va ms all de esa trampa es porque es desplie-gue del sujeto en relacin consigo mismo. Aunque ese desplie-gue sea en fuga, un disparo-novedad que se hace huella antes de desaparecer esperando un nuevo juego.

    Vergenza y localizacin subjetiva: La segunda nocin es cru-cial en la tica del psicoanlisis. Nuestra cultura, enemiga de la pulsin, no delimita las diferencias entre la vergenza y la pacatera, el remilgo, las conductas melindrosas. La pacatera, supuesta forma de moderacin, es esa vocacin por ahondar los secretos llevndolos hasta la frontera del Supery, lugar hasta donde se empuja al sujeto para acorralarlo. Y es mera-mente una contracara, en negativo, de la conducta impdi-ca, zarpada, mostrativa. La pacatera, que es falsa delicade-za, que parece tacto pero no contiene pudor sino codicia, tie-ne por hijo al acting-out.

    La vergenza est ms cerca de convocar la ternura, llama a la intimidad que el otro puede brindarnos. Por eso est ms cerca de la manifestacin casi fsica de senti mien tos, de esos momentos donde no se ha podido evitar existir subjetivada-mente ante el otro sea un analista, un amigo, un amante, un otro que atestigua de lo que as se suscita. La vergenza est ms cerca del sonrojo, de la torpeza, de perder cualquier idea de completud o superioridad. Ms cerca de actuar casi sin po-der evitarlo y avergonzarse porque algo se expres. Ms cerca de algo que (nos) rebasa. Un primer gesto inaugural es siem-pre el primero que uno da, pues es un asombro que renace igual que la primera vez.

    No hay experiencia mayor o menor en el lazo transferen-cial-amoroso, hay slo experiencias puntuales de amor una de ellas es la que proviene de la pulsacin del inconsciente. Y atravesarlas es lo que da pudor. Cuando en la neurosis se cul-tiva la moralina y el remilgo lo que hace al sujeto sbdito del Supery, aparentemente opuestos a la ostentacin, intentan-do ampararse ms all de toda vergenza, siempre se termina quedando ms ac del deseo del sujeto.

    En sntesis, 1) el pudor y su demonio indicador de la reve-lacin falofnica; 2) la vergenza como marca de la divisin subjetiva; 3) la sorpresa como vocacin por el hallazgo; 3) el embarazo ante los ruegos del ideal del Yo; son todos, en suma, fenmenos clnicos inapreciables podramos agregar la risa en otro registro en los que se indica al analista la localiza-cin del sujeto.

    Son todos nombres adecuados cuando se consigue modular la angustia subjetivndola, sea en el anlisis donde ese afec-to es gua de la clnica, sea por fuera de ste.

    El otro y su misterio: Por ltimo el misterio. Cuando apartn-dose del prjimo-prximo, el sujeto se hace no deudor sino acreedor de su mirada, consigue deslindarse de los lazos sim-

    biticos, es decir, del mbito del llamado por Winnicott ob-jeto subjetivo. All puede irrumpir la alteridad irreductible del semejante. El otro es un altero, una distancia sin medi-da no por infinita sino por no mensurable. Con ello se abre el rea de su misterio, sea como revelacin inquietante, como pausa, como enigma a (no) revelar.

    En el silencio de cada sesin y no hablo de cualquier silen-cio, as como hay mltiples formas del llanto, hay infinidad de matices en el silencio acontece lo que Lacan llama el senti-miento de la presencia del analista. Este sbito presentarse de lo innominado-innominable, que lo torna testigo de la alte-ridad absoluta del nico punto donde el Otro, a travs de otro, se hace asintticamente vecino pero extrao para siempre.

    Es decir, para siempre partenaire ignoto en esa tragicomedia de la vida que gira en torno a lo imposible de saber, en enun-ciaciones del sujeto donde ste calla para retumbar mucho me-jor si es escuchado, en cada uno de esos instantes donde la verdad intenta decirse a travs de raros encuentros.

    Psicoanlisis en la BibliotecaMatices actuales de las pasiones clsicas

    PROGRAMA DEL PRIMER SEMESTRE

    11 de mayoPresentacin del ciclo a cargo de Diana Voronovsky

    Roberto Harari (psicoanalista). El odio: su funcin segregativa

    8 de junioSilvia Migdalek (psicoanalista). El tedio: el vaco, la inquietud

    22 de junioLuis Kancyper (psicoanalista) e Ivonne Bordelois (escritora).

    Del resentimiento a la compasin

    29 de junio Esther Chernicovsky (psicoanalista).El amor: entre el humor y el dolor

    Beatriz Zelcer. (psicoanalista). La pasin por la msica:el flautista de Hamelin

    13 de julio Diana Voronovsky (psicoanalista). La pera: cuando la voz se

    presta a la pasinAida Dinerstein (psicoanalista). Pasiones y destinos de pasin

    27 de julioEdgardo Feinsilber (psicoanalista). La soledad

    Marta Nardi (psicoanalista). La pasin del cuerpo:la danza

    Actividades a realizarse en el Auditorio J. L. Borges_________________________________________________

    Comit organizador:Gabriel Lombardi, Liliana Pedrn,Diana Voronovsky (coordinadora).

    _________________________________________________Horario: mircoles de 19.30 a 21 hs.

    Entrada libre y gratuita

    Biblioteca Nacional - Agero 2502

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    Imago Agenda 19

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    20 Imago Agenda

    Gente del secreto: Bajo este ttulo se publi-c una elegante clase de mi amigo Jacques-Alain Miller donde se explaya sobre La sec-ta del Fnix, un conocido relato de Jorge Luis Borges. La secta, como sabemos, divide a la humanidad entre los que saben y los que no saben. Pero, adems, en tanto pone en juego la conspiracin conjuga la anti-nomia saber y secreto: estn los que saben el secreto.

    La clase de Miller se encuen-tra en Los usos del lapso (Paids, 2004). Vale la pena leerla.

    La lnea de Freud: En el ao 1977 Vicent Descombes publi-c L inconscient malgr lui (Pa-rs, Minuit) donde, en unas dos-cientas pginas, analiza la lgi-ca implcita en el retorno de lo reprimido, segn la expone Sigmund Freud. Y aqu retorno de lo reprimido es algo que se encuentra en cualquier dicho.

    Como sabemos, Sigmund Freud parte de un punto indecible (ombligo del sueo) que alguna vez Jacques Lacan compar con la constante rotacional (imagine que extrae el tapn de una baadera). Ese indecible se di-vide en algo no dicho y algo dicho. Es decir, lo que se diga implica lo que se calla. Pero lo no dicho puede ser indecible (no tengo las palabras), como abyecto (me repugna decirlo), pero tambin secreto. Por ltimo, el secreto puede estar guardado (s lo que callo), pero tambin perdido (no est a dis-posicin de mi conciencia).

    Cualquier dicho, entonces, puede dejar es-cuchar la marca de lo indecible, lo abyecto, lo confidencial, lo reprimido. Es la circula-cin del sentido gozado.

    En la lnea de Freud el secreto es el enig-ma del deseo.

    La neurosis monta su espectculo: Bernar-do Verbitsky public, bajo este ttulo, una no-vela en 1970. El narrador le cuenta su an-lisis a su propia mujer, y el tema del secre-to adquiere diversos valores: est el secreto sexual, el secreto poltico, pero tambin el se-

    creto entre analista y analizante.En El psicoanlisis y los debates cul-

    turales, libro que publicar este ao, dedico un captulo a Verbitsky, autor silenciado en este momento. El tema del secreto poltico, en tanto se est en el clima de la clandestinidad, lleva

    al tema de la muerte. El secreto sexual, a la crisis de los valores de la fidelidad.

    Pero, el secreto entre analista y analizante, en un momento donde la terapia de grupo y

    psicodrama promovan la au-tenticidad, es planteado como un problema tico. Lo que pasa en el divn no tiene consecuen-cias, piensa el narrador, si no produce un compromiso social. Es por eso que rene a sus ami-gos, tambin a su mujer, para contar el anlisis.

    Aqu la autenticidad, como en otro momento la madurez, fueron valores de la psicologa que desconocan ser el snto-ma de un cambio de paradig-ma: el chantaje de la reciproci-dad. Decirlo todo, estar a mer-

    ced del otro, si el otro tambin dice todo y est a mi merced.

    La novela tiene ms que decir, el tema del secreto es uno que apunta a la paradoja de Philippe Aris: El secreto es por lo tan-to un lugar de paso, pues tiende a ser divul-gado como lo prohibido a ser transgredido. Es cierto que en principio no debe ser divul-gado pues dejara de ser secreto, pero forma parte de su naturaleza la tendencia a serlo y por lo general termina sindolo. Es necesa-rio, por lo tanto, rodearlo de obstculos para que suceda lo ms tarde posible.

    Elogio al secreto: La isla de silencio que tie-ne que rodear el dispositivo del pase en una escuela es el obstculo que encontr Jacques Lacan. Pero, adems, el testimonio rene como el final de El banquete al poeta trgi-co Agatn, al cmico Aristfanes y al maes-tro de la Verdad que es Scrates. Es decir, el que aprende a decir sabe cmo velar lo tr-gico, cmo decir lo cmico y cmo revelar la verdad del deseo sin usar la biografa de sus hazaas. Es vlido hablar de la verdad, un poco menos es hacer pasar el goce de lo que se dice por la prdida que se nombra.

    Alguien hizo este elogio a Jacques Lacan: Cuanto ha callado ese hombre!

    El secreto en psicoanlisis

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    Germn [email protected]

    Secretos guardados, secretos perdidos

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    22 Imago Agenda

    Entendemos que un secreto posee un argumento reserva-do. Existira un conocimiento que puede guardarse entre un reducido nmero de personas con la advertencia que no puede trascender a otros. A veces, aparece como un momen-to privilegiado: Te voy a decir algo que queda entre vos y yo. Otras se enuncia como un peso compartido: Resulta que... pero te lo digo si lo mantens en silencio. Otra variable es la confesin: Lo que escucha no se lo dije nunca a nadie

    Algunas otras connotaciones del secreto: Las paredes oyen (modo paranoico); Se-creto de fabricacin (modo industrial, el fa-moso secreto de una bebida cola); Los novios no saben que le estamos preparando una sor-presa (modo social); El delito tuvo un mo-dus operandi oculto (lectura jurdica). Secre-tos lcitos: secreto profesional. Los inefica-ces de entrada: Secreto a voces.

    Ms all de una taxonoma del secreto, (muy subjetiva, por cierto), deseo destacar que un secreto mantiene la tensin y provo-ca, gracias a ello, una circulacin de un argu-mento posible (norma indicativa de miles de tratados para la realizacin de un guin cine-matogrfico, por ejemplo) compartido al espectador.

    Midas, rey de Frigia, personaje de dos leyendas relacionadas con el culto a Dionisio y Apolo, conoce muy bien los inconve-nientes por mantener un secreto.

    Una de las leyendas ms divulgadas es que Dionisio le concede, en agradecimiento personal, que todo lo que tocase se convirtie-ra en oro. Complicacin mayor cuando Midas cae en la cuenta que slo necesita satisfacer la necesidad bsica de comer.

    La otra, est relacionada a Midas con el certamen musical en-tre Pan y Apolo. Midas consider que Pan haba tenido una me-jor perfomance, entonces Apolo enojado, hizo que le creciesen a nuestro rey, orejas de asno. Midas, desesperado y humillado, ocult a todos el secreto menos a su peluquero, a quien amena-z de muerte para que no lo divulgase. El peluquero, agobiado por el privilegio de ser el nico que conoca semejante dificul-tad, cav un agujero en la tierra y all pronunci en voz alta su saber, con la confianza que el secreto se iba a mantener. A con-tinuacin, tap ese agujero. Poco tiempo despus, en ese lugar, comienzan a crecer caas. Al moverse, por efecto del viento, el secreto, (eso que Midas tena tanto inters en ocultar), era es-parcido por toda la regin.

    Capturing the Friedmans, documental dirigido por Andrew Jarecki, (an no estrenado en Argentina y visto en exhibicin en el VII Festival Bafici) nos muestra el aspecto brutal de un se-creto, el aspecto invisible de un aparente acuerdo familiar en-tre un padre y un hijo, y la misma alianza que se torna sinies-tra cuando comenzamos a saber cmo ellos abusaban de me-

    nores (alumnos de computacin de Arnold Friedman, padre de Jesse, un joven adolescente de 18 aos de edad en el momen-to de la acusacin). Descarnadamente, como cuando los norte-americanos realizan un film de denuncia, y en todas las secuen-cias, circula la mortal cara de lo oculto: una familia aparente-mente feliz del barrio Great Neck (New York), en 1986, se de-rrumba al descubrirse la tendencia del padre a ciertas publica-ciones pedfilas que el FBI encuentra en el hogar de los Fried-man. El documental/denuncia, acierto del director, se transfor-ma en un crisol de virtudes de las llamadas familias disfun-cionales, donde puede verificarse que el secreto es un ele-mento que retroalimenta el malentendido estructural y consti-

    tutivo de dicho grupo primario. Un documental trabaja sobre la realidad o

    la representa; de ah surge el punto de vis-ta, un concepto presente en toda obra, pero todava ms en sta tan especfica, en la que se parte de una materia prima objetiva que adquiere la condicin de subjetiva. El pun-to de vista, concepto que en 1929 teoriz el cineasta Jean Vigo a partir de su film A pro-psito de Niza, es pieza clave a descubrir por parte del espectador en todo film documen-tal, por el hecho que el autor escoge de la rea-lidad fragmentos que le interesan y los edita con el fin de producir un discurso con senti-do, determinado sobre una realidad construi-da de manera imaginaria.

    Lo increble, en esta ocasin, es que el di-rector se encuentra no con su propia filma-cin solamente, sino con el material ya gra-

    bado por otro de los componentes de la familia Friedman, me refiero aqu, al hermano mayor, David, quien se ha tomado el trabajo de filmar, desde pequeo, cada uno de los momentos familiares. Una manera de panptico transformado en memo-ria familiar registrada en una cinta de video.

    El secreto recorre estas secuencias, posibilita el montaje y en-riquece la obra.

    El secreto de los Friedman est a salvo cuando el padre toma una decisin, que obviamente, tambin se la incluye en la obra de Jarecki y que, por cuestiones argumentativas, no vamos a revelar, para demostrarle adems al lector cmo se puede crear tensin.

    La pregunta que nos formulamos es cul es la posicin del analista frente a un secreto como real?

    En los historiales clnicos de Freud, siempre hay secretos que circulan. Tngase presente el historial del hombre de las ratas. Recordemos cmo callaba acerca del lugar ergeno del goce su-puesto del Otro figurado por el llamado capitn cruel. Tanto se empea Freud en saber, que quiere adivinar y nombra ese lu-gar en vez del hombre de las ratas. Esa insistencia en saber no es ajena a ciertos momentos secretos, silenciados por parte del analizante. Ese secreto no oculta saber, sino que puede conside-rarse en estos casos, nombre de goce. La abstinencia, por parte del analista, hace hablar al secreto.

    Renuncia del secreto mortificante para que las caas que cre-cen desde la tierra, no divulguen palabras que alimentan un imaginario aplastante.

    Escribe

    Carlos Gustavo [email protected]

    El secreto en psicoanlisis

    Secreto: nombre de goce

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    Imago Agenda 23

    Los lmites del secreto profesional, son los que se impo-ne el analista mismo, y no pueden ser guiados sino por su misma prctica que no es sin tica. Si se presenta un pa-ciente en ateneo clnico, el motivo para hacerlo es la discusin sobre la direccin de una cura y siempre se preserva el nom-bre del aludido, aunque no las circunstan-cias: historia, transferencia, ancdotas, etc. que compongan el hilo del relato.

    Si se habla de un analizante en una de-construccin clnica, (tal como he dado en llamar en vez de supervisin o anlisis de control), en cambio, el acento concierne ms al punto de empaste transferencial que al paciente mismo, al lugar donde el hilo del anlisis parece haber detenido su marcha, ya que es posible que una de las funciones del control de casos, sea la de crear un sostn cuando tambalea el deseo de analista.

    Respecto a la publicacin de casos clni-cos (siempre con los mismos cuidados que enunciara antes), es buscar un otro lugar de escritura que comprometa la unin en-tre teora y prctica. Es documentar, en el proceso de la escritura, qu sucede en el transcurso de una cura analtica, ingresar en un tiempo que se detiene en el hueco mismo del discurso. All tambin (como en los otros espacios), encontraremos si-lencios, lapsus, la lectura entre lneas y la eleccin del ana-lista de los pasajes a construir. Aunque las fallas del discur-so se encuentran mas evidenciados en la transmisin oral, igualmente son marcas que ese analizante ha producido en quien lo escucha.

    Sabemos que en funcin analtica nos corresponde buscar las huellas de las borraduras de las huellas, construimos o decons-truimos lo que sucedi, el porqu de las marcas, tantas o tan pocas, procesos, linajes, aquello que no puede decirse, o que se ha denunciado, los abandonos, la hechura de la ley, pero, cuando se trata del analista: Qu necesidad lo lleva a contar sobre sus pacientes?

    A veces se justifica como transmisin de la clnica para ser discutida, otras para comentar los puntos de dificultad de la misma, y la mayora la provoca la impotencia por la soledad de la prctica y la angustia que genera. Entonces se produce un pasaje a lo pblico en algn momento y con cierto resguar-do de la privacidad o no, porque depende de cada analista y de los motivos para hacerlo. Los lmites del secreto estn da-dos por el uso y no el abuso de aqul que transmite algo su-cedido en sesin.

    Hace unos aos, comenzamos a trabajar sobre La marca del

    caso, un dispositivo instituyente,1 que reenva a lo personal en la prctica y al soporte del sujeto.2

    Hay un primer tiempo llamado seminarios, que rene a va-rios analistas (seis, a veces ms, no demasiados) periodicamen-te, turnndose en la presentacin de un caso que haya hecho marca en cada uno. Es un compromiso y un riesgo porque ha-blar de lo personal de la prctica, es: hacerse analistas de su propia experiencia3 frente a otros.

    Para ello es preferible que hayan terminado su anlisis y fi-nalizado su prctica de control, supervisin, o deconstruccin clnica.

    Puede ser el relato de un caso, una sesin, una interven-cin, que dar posibilidad que la marca aparezca, o no, (como tampoco la sesin de anlisis o de control asegura su resul-tado), pero la marca excluye el estudio del caso en relacin a lo nosogrfico psicoana-ltico. Tampoco es el volcar confidencias, o hablar de los propios conflictos, sino un trabajo hacia el sealamiento o la aparicin de la marca. A veces no se produce all sino en un a posteriori, e indican cmo las in-terpretaciones o intervenciones se le ocu-rren al analista como efecto de la transfe-rencia, nuevamente sostenido en su singu-laridad y cmo este trabajo puede ser un medio para dar testimonio de dicha estra-tegia analtica.4

    Intentamos otra forma de transmisin de lo que pudo jugarse en una cura5, por eso es preferible tomar anlisis concluidos para pen-sar sobre ellos, sin prestarse a correr el riesgo

    de confundirlos con una supervisin.Luego de concluido un trabajo de pasaje por estos lugares de

    exposicin alternativamente, se realiza un cartel (segundo tiem-po) entre analistas de los distintos grupos de la marca, para reflexionar sobre la prctica de la cura desde este dispositivo.

    Y por fin (tercer tiempo) el pasaje a lo pblico, en escritura y discusin sobre el balance del trabajo en la Marca del caso.

    Este dispositivo intenta cuestionar cul es el destino de la tica freudiana de un analista en un a posterioridel anlisis. En este sentido el secreto y sus lmites sern develados por el analista mismo. Diferenciando lo que se puede transmitir y lo que no se puede divulgar implicndose en esa posicin y despejando el papel del goce en la funcin de analista, as como sus efectos, atinentes a lo que llamamos deseo de analista. __________________1. De Analyse Freudienne, puesto en marcha por Claude Dumezil, Bre-

    nard Bremond y otros colegas que actualmente funciona en Paris, Madrid, Nantes, Valencia y Buenos Aires. entre otros lugares.

    2. Dar como soporte del sujeto lo que verdaderamente hace a el mis-mo: a saber, nada; en esta ocasin , la marca (seminario indito de Jacques Lacan El acto psicoanaltico).

    3. Claude Dumezil y col., La marca del caso, Buenos Aires, Nueva Vi-sin 1992; Dumezil, R.Levy, y otros, En la escuela del sujeto, Madrid, Serbal 2004.

    4. Bernard Tauber, La marca del caso, ob. cit.5. Bernard Bremond, La marca del caso, ob. cit.

    El secreto en psicoanlisis

    La marca del casoEscribe

    Mercedes Baudes de [email protected]

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    24 Imago Agenda

    Esta impotencia de la interpretacin es tambin uno de los anversos necesarios de la reflexividad universaliza-da arrastrada por los tericos de las sociedades de ries-go: es como si nuestro poder reflexivo pudiera slo florecer en tanto que toma su fuerza y depende de algn mnimo soporte sustancial pre-reflexivo el cual elude su alcance, de modo tal que su universalizacin llega al precio de su ineficiencia, es de-cir, por la re-emergencia paradjica del Real bruto de la violen-cia irracional, impermeable e insensible a la interpretacin re-flexiva. Entonces, cuanto la teora social de hoy ms proclama el fin de la Naturaleza y/o Tradicin y la emergencia de la so-ciedad de riesgo, ms penetra la referencia implcita a la na-turaleza en nuestro discurso cotidiano: aun cuando no habla-mos del fin de la historia, no proferimos el mismo mensaje cuando proclamamos que estamos entrando en un orden post-poltico en el cual los nicos conflictos legtimos son los con-flictos tnicos/culturales? Tpicamente, en el discurso crtico y poltico de hoy, el trmino trabajador desapareci del vocabu-lario, sustituido y/o obliterado por inmigrantes /trabajadores inmigrantes: argelinos en Francia, turcos en Alemania, mexi-canos en EEUU/ etc. de este modo, la problemtica de clase de la explotacin de trabajadores es transformada en una pro-blemtica multiculturalista de intolerancia a la Otredad, y la excesiva inversin de liberales multiculturalistas en la protec-cin de los derechos tnicos del inmigrante, claramente extrae su fuerza de la dimensin de clase reprimida.

    Aunque la tesis de Francis Fukuyama sobre el fin de la histo-ria rpidamente cay en descrdito, an presumimos en silen-cio que el orden global capitalista liberal-democrtico es de al-guna forma el finalmente hallado rgimen social natural, an implcitamente concebimos los conflictos en los pases del Ter-cer Mundo como sub-especies de catstrofes naturales, como irrupciones casi naturales de pasiones violentas, o como con-flictos basados en la identificacin fantica de las propias ra-ces tnicas (y qu es aqu lo tnico sino nuevamente una pa-labra-clave para naturaleza?) Y, otra vez, el punto clave es que esta renaturalizacin dominante es correlativa a la reflexiviza-cin global de nuestras vidas cotidianas.

    Lo que esto significa, teniendo en cuenta la visin utpica de Agamben de desatar el nudo de la Ley y la violencia, es que, en nuestras sociedades post-polticas, este nudo ya est desatado: nos encontramos, por un lado, con la interpretacin globalizada cuya globalizacin es pagada por su impotencia, su falla en re-forzarse a s misma, a generar efectos en lo real; y por otro lado, explosiones del real crudo de una violencia que no puede ser afectada por su interpretacin simblica. Dnde est, entonces, la solucin? Entre los reclamos de que, en la constelacin he-gemnica de hoy, los elementos del lazo social estn separados y como tales deben ser reunidos por el psicoanlisis (Miller), y que el nudo entre Ley y violencia debe ser desatado y su sepa-racin debe ser establecida (Agamben)? Y si estas dos separa-ciones no fueran simtricas? Y si la hiancia entre lo Simblico y lo Real crudo, resumido por la figura del skinhead, fuera fal-sa, ya que este Real de la irrupcin de la violencia irracional es generado por la globalizacin de lo Simblico?

    Cundo, exactamente, el objeto a funciona como el manda-to a gozar superyoico? Cuando ocupa el lugar del Significan-

    te-Amo, es decir, como Lacan lo formul en las ltimas pginas de su Seminario 11, cuando ocurre el cortocircuito entre S1 y a. El movimiento clave a ser realizado para romper el crculo vi-cioso del mandato superyoico es establecer la separacin entre S1 y a. Consecuentemente, no sera ms productivo seguir un camino diferente?: empezar con el diferente modus operandi de lobjet a, el cual en psicoanlisis no funciona ms como el agen-te del mandato superyoico como lo hace en el discurso de la perversin. As es como debe leerse el reclamo de Miller sobre la identidad del discurso del analista con el discurso de la civili-zacin actual: como una indicacin de que ste ltimo discurso (lazo social) es el de la perversin. Es decir, el hecho de que el nivel superior de la frmula de Lacan del discurso del analista sea el mismo que su frmula de la perversin (a - )abre la po-sibilidad de leer la frmula entera del discurso del analista tam-bin como la frmula del lazo social perverso: su agente, el per-verso masoquista (el perverso par excellence) ocupa la posicin de objeto-instrumento del deseo del Otro, y, de esta manera, a travs de servir a su (femenina) vctima, l la posiciona como sujeto dividido/histerizado que no sabe lo que quiere el per-verso lo sabe por ella, es decir, l pretende hablar desde la posi-cin de saber (sobre el deseo del Otro) que le permita servir al Otro, y finalmente, el producto de este lazo social es el Signifi-cante-Amo, vale decir, el sujeto histrico elevado al rol de Amo (dominatriz) a quien el perverso masoquista sirve.

    En contraste con la histeria, el perverso sabe perfectamente qu es l para el Otro: un saber soporta su posicin como el ob-jeto del goce de su Otro (sujeto dividido). Por esa razn, la fr-mula del discurso de la perversin es la misma que la del dis-curso del analista: Lacan define perversin como la fantasa in-vertida, es decir, su frmula de la perversin es a - $, lo que es precisamente el nivel superior del discurso del analista. La di-ferencia entre el lazo social de la perversin y el del anlisis se basa en la ambigedad radical del objet petit a en Lacan, el cual representa simultneamente al seuelo/pantalla imaginario fan-tasmtico y lo que este seuelo est opacando, el vaco detrs del seuelo. Consecuentemente, cuando pasamos de la perver-sin al lazo social analtico, el agente (analista) se reduce al va-co (o a la nada), lo cual provoca que el sujeto confronte la ver-dad de su deseo. El saber en el lugar de la verdad debajo de la barra bajo el agente, por supuesto, refiere al saber supues-to del analista, y, al mismo tiempo, seala que el saber ganado aqu no ser el conocimiento objetivo neutral de la adecuacin cientfica, sino el saber que concierne al sujeto (analizante) en la verdad de su posicin subjetiva. (Recuerden, nuevamente, la atroz afirmacin de Lacan de que aun si lo que un marido celo-so reclamara sobre su mujer que se acuesta con otro hombre fuera verdad, sus celos seran an patolgicos; siguiendo la mis-ma lnea uno podra decir que, incluso si la mayor parte de los reclamos nazis sobre los judos fueran ciertos que explotaban a los alemanes, seducan a nias alemanas..., su antisemitis-mo an sera y era patolgico, porque reprime la verdadera razn de POR QU los nazis NECESITARON el antisemitismo para sostener su posicin ideolgica.) Entonces, en el caso del anti-semitismo, el saber acerca de lo que los judos realmen-te son es una impostura, irrelevante, mientras que el nico sa-ber en el lugar de la verdad es el saber sobre por qu un nazi

    Colaboracin

    El objeto a en los lazos sociales (2 parte)por Slavoj iek

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    NECESITA la figura del judo para sostener su edificio ideolgi-co. En este preciso sentido, lo que el discurso del analista pro-duce es el Significante-Amo, el desvo del saber del pacien-te, el elemento-excedente, el cual sita al saber del paciente al nivel de la verdad: despus de que el Significante-Amo es pro-ducido, an si nada cambiase en el nivel del saber, el mismo saber de antes empieza a funcionar de un modo diferente. El Significante-Amo es el sinthome inconsciente, la cifra de goce, a la cual el sujeto estaba -sin saberlo- sujetado.

    El punto crucial que no debe perderse aqu es cmo esta l-tima identificacin de Lacan de la posicin subjetiva del analis-ta como el objet petit a presenta un acto de autocrtica radical: anteriormente, en los cincuenta, Lacan conceba al analista no como el pequeo otro (a), sino por el contrario, como un tipo de reemplazo del gran Otro (A, el orden simblico annimo). En este plano, la funcin del analista era la de frustrar los fal-sos reconocimientos imaginarios del sujeto y de hacerlos acep-tar su propio lugar simblico dentro del circuito del intercambio simblico, el lugar que efectivamente (y no sabido para ellos) determina su identidad simblica. Ms tarde, sin embargo, el analista representa precisamente la ltima inconsistencia y fa-lla del gran Otro, es decir, la inhabilidad del orden simblico de garantizar la identidad simblica del sujeto.

    Uno, as, debera siempre tener en mente el status completa-mente ambiguo del objeto a en Lacan. Miller recientemente pro-puso una distincin benjaminiana entre angustia constituida y angustia constituyente: mientras la primera designa la nocin estndar del terrorfico y fascinante abismo de la angustia que nos persigue, su crculo infernal que amenaza con arrastrarnos hacia l; la segunda representa la pura confrontacin con el objet petit a como constituido en su misma prdida.1 Miller est en lo cierto al enfatizar aqu dos caractersticas: la diferencia que separa angustia constituida de angustia constituyente con-cierne al status del objeto con respecto al fantasma. En un caso de angustia constituida, el objeto habita dentro de los confines del fantasma, mientras nosotros slo tenemos el fantasma cons-tituyente cuando el sujeto atraviesa el fantasma y confronta el vaco, la hiancia, obturada con el objeto fantasmtico... Cla-ra y convincente como es, la frmula de Miller pasa por alto la verdadera paradoja, o mejor, la ambigedad del objeto a: cuan-do l define al objeto a como el objeto que se superpone con su prdida, que emerge en el mismo momento de su prdida (de modo que todas sus encarnaciones fantasmticas, desde el pecho hasta la voz y la mirada, son figuraciones metonmicas del vaco de nada), l permanece dentro del horizonte del de-seo el verdadero objeto causa de deseo es el vaco llenado con las encarnaciones fantasmticas. Mientras que, como enfatiza Lacan, el objet a es tambin el objeto de la pulsin, la relacin aqu es diferente: a pesar de que en ambos casos, el lazo entre objeto y prdida es crucial, en el caso del objeto a como causa de deseo, tenemos un objeto que es originariamente perdido, que coincide con su propia prdida, que emerge como perdido, mientras que en el caso del objeto a como el objeto de la pul-sin, el objeto ES DIRECTAMENTE LA PRDIDA MISMA al pasar de deseo a pulsin, pasamos del objeto perdido a la prdi-da misma como objeto. Es decir, el extrao movimiento llama-do pulsin no es conducido por la imposible bsqueda del objeto perdido; es un empuje a establecer la prdida la hian-cia, corte, distancia misma. Hay de este modo una doble distin-cin a realizar aqu: no slo entre el objeto a en su status fan-tasmtico y post-fantasmtico, sino tambin, dentro de este do-minio post-fantasmtico mismo, entre el objeto perdido causa de deseo y el objeto-prdida de la pulsin. Y lejos de tratarse de un debate abstracto acadmico, esta distincin tiene conse-

    cuencias ideolgico-polticas cruciales: nos permite articular la dinmica libidinal del capitalismo.

    Siguendo a Jacques-Alain Miller, debe introducirse una distin-cin aqu entre falta y agujero: falta es espacial, designa un va-co DENTRO del espacio, mientras que agujero es ms radical, designa el punto en el cual este orden espacial mismo se rompe (como en el agujero negro en fsica). All reside la diferencia entre deseo y pulsin: el deseo est basado en su falta consti-tutiva, mientras que la pulsin circula alrededor de un agujero, una hiancia en el orden del ser. En otras palabras, el movimien-to circular de la pulsin obedece a la extraa lgica el espacio curvo en el cual la distancia ms corta entre dos puntos no es una lnea recta, sino una curva: la pulsin sabe que el camino ms corto para alcanzar su objeto es circular alrededor del ob-jeto-meta. En el nivel inmediato de dirigirse a individuos, el ca-pitalismo, por supuesto, los interpela como consumidores, como sujetos de deseo, solicitando siempre de ellos nuevos perversos y excesivos deseos (para lo cual ofrece productos para satisfa-cerlos); adems, obviamente tambin manipula el deseo de de-sear, celebrando el mismo deseo de desear siempre nuevos ob-jetos y modos de placer. Sin embargo, aun cuando ya manipu-la el deseo en una forma que tiene en cuenta el hecho de que el deseo ms elemental es el deseo de reproducirse como deseo (y no el encontrar satisfaccin), en este nivel, no alcanzamos toda-va a la pulsin. La pulsin es inherente al capitalismo en un ni-vel ms fundamental, sistmico: la pulsin es lo que propele la entera maquinaria capitalista, es la compulsin impersonal de ocuparse en el eterno movimiento circular de auto-reproduc-cin expandida. La pulsin capitalista, de este modo, no perte-nece a ningn individuo definido es ms bien que aquellos in-dividuos que actan como agentes directos del capital (los ca-pitalistas mismos, los top managers) tienen que practicarla. En-tramos en el modo pulsional (como lo seal Marx) cuando la circulacin de dinero como capital se convierte en un fin en s mismo, porque la expansin de valor tiene lugar slo dentro de su constantemente renovado movimiento. La circulacin de ca-pital, por lo tanto, no tiene lmites. Uno debiera tener en men-te aqu la bien conocida distincin de Lacan entre objeto (aim) y meta (goal) de la pulsin: mientras la meta es el objeto alrede-dor del cual la pulsin circula, su (verdadero) objeto es la con-tinuacin eterna de su circulacin como tal.

    Traduccin del ingls por Mariana Gomila

    1. Ver Jacques-Alain Miller, Le nom-du-pre, sen passer, sen servir, disponible en www.lacan.com. Es interesante notar cmo en su misma polmica contra la Aufhebung hegeliana, Miller repite su operacin. Es decir, cuando despliega el concepto de angustia como el afecto que seala la proximidad de lo Real, la opone al rol central del Nombre-del-Padre, de la Ley paterna, en el pensamiento previo de Lacan: la Ley paterna funciona como el operador de Aufhebung, de significantizacin, mediacin/integracin simblica de lo real, mientras que la angustia entra como un recordatorio de lo Real que resiste su Aufhebung simblica. Sin embargo, cuando pregunta qu pasa con la Ley paterna luego de esta introduccin de la angustia como la seal de lo Real, extraamente reproduce los mismos trminos de la Aufhebung: por supuesto, el Nombre-del-Padre contina cumpliendo una funcin, pero es una funcin subordinada dentro de un nuevo contexto terico... en suma: el Nombre-del-Padre es mantenido, negado y elevado a un nivel ms alto los mismos tres rasgos de la Aufhebung hegeliana.

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    Graciela Morelli: Lo propuesto en La pulsin respiratoria en psicoanlisis1 surge de la discusin de un grupo de psicoana-listas, a partir del curso de posgrado Anlisis parcial del con-cepto de pulsin dictado por Alfredo Eidelsztein en la Facul-tad de Psicologa de la Universidad de Buenos Aires, de abril a septiembre de 1999.

    Un punto de partida de la investigacin lleva-da a cabo, ha sido levantar el guante que Lacan nos ofrece en su frase: La erogeneidad respira-toria est mal estudiada, pero es evidentemente por el espasmo como entra en juego.2 En este marco, nos encontramos con el desafo de inte-rrogarnos sobre la pertinencia de tal novedad, revisando sin prejuicios el concepto uno de los fundamentales del psicoanlisis a la luz de lo que en la clnica nos apareca como obstculo: cuando al momento de despejar la especifici-dad pulsional en juego en ciertos modos de sa-tisfaccin, las cuatro pulsiones ya instituidas no nos daban las pistas para dilucidarlo.

    Desde la definicin de Freud de la pulsin como concepto lmite entre lo psquico y lo somtico desple-gado en cuatro trminos: fuente, empuje, objeto y fin leemos luego en Lacan el enlace con las redes del significante: pulsin como articificio gramatical que nos dice sobre la localizacin orgnica del sujeto del inconsciente en el inconsciente.

    Pensando, pues, las pulsiones como el eco de un decir en el cuerpo, stas conciernen al entramado del cuerpo al lenguaje.

    Las vicisitudes pulsionales se van tejiendo en la posicin sub-jetiva por la articulacin inconsciente-sexualidad. Cuando La-can define la transferencia como la puesta en acto de la reali-dad del inconsciente, que es sexual3, destaca as lo pulsional

    que est en juego en la transferencia y en el acto analtico.

    Entonces, poniendo a jugar la estructura de la pulsin, su montaje y su incidencia en el fan-tasma, los resultados a los que se arriban a lo largo de esta investigacin no son sin conse-cuencias en la direccin de la cura.

    Revisando los fundamentos del concepto de pulsin y su articulacin clnica, el intercam-bio de ideas en el seno del grupo de investiga-cin y lo all establecido, gest la posibilidad de sostener la existencia de una modalidad pul-sional respiratoria.

    As entonces, en marzo de 2004 la publica-cin de La pulsin respiratoria en psicoanli-sis fue el pretexto para realizar un encuen-tro entre colegas con el objetivo de intercam-

    biar acerca de lo trabajado en torno del concepto de pulsin, en pos de aportar una lectura que se sume a una discusin en la que por cierto no hay acuerdo, pero que ha estado presen-te en los ltimos tiempos en distintos mbitos del campo psi-coanaltico lacaniano4 como eje de revisiones y teorizaciones a partir de la invencin de Freud y de lo que Lacan en su en-seanza ha transmitido. Aunque ellos, nuestros grandes maes-

    En torno de La pulsin respiratoriaen psicoanlisis* (Primera Parte)

    Colaboracin

    El presente texto reproduce las primeras intervenciones de la mesa redonda realizada por Apertura Sociedad Psicoanaltica en octubre de 2004. All se debatieron temas planteados

    en el ltimo libro de Alfredo Eidelsztein y su equipo de colaboradores.

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    tros, no lo hubieran definido: sera sta una razn para no aventurarse? Hayde Montesano: Quisiera retomar en esta oportunidad una pregunta que acompa-

    el proceso de investigacin, intercambio y produccin de los artculos que forman par-te de nuestro libro La pulsin respiratoria en psicoanlisis5.

    En el mismo punto de partida de nuestro trabajo, surgi tal vez como aquello que interro-ga por la pertinencia de una investigacin: por qu no hay trabajos sobre una pulsin res-piratoria?, por qu no se registran discusiones sobre su existencia o su inexistencia...?

    Cuando las producciones escritas lograron formalizarse a partir de la prctica clnica y la articulacin terica, pudimos concluir que es pertinente pronunciarse sobre la existencia de la pulsin respiratoria, a partir de all las preguntas alcanzaron otra resonancia.

    Esto se expresa en la reformulacin y precisin que las mismas adquieren en los diferen-tes artculos que integran el libro. La nocin a la que se arriba, en general, es la de ubicar un cierto olvido de lo respiratorio en Occidente, a diferencia de la Cultura Oriental, en la que la presencia de lo respiratorio es contundente. En este sentido, quedamos frente a la evidencia, producto de una simple observacin.

    Otra lnea de argumentacin que puede tomarse es la hiptesis freudiana de represin orgnica sobre los estmulos olfatorios, acompaada de represin cultural.

    Abriendo la idea freudiana, entiendo que tambin es posible avanzar, desarrollando una va de investigacin sobre el olvido de Occidente, situando como posibilidad que Occi-dente haya olvidado algo que alguna vez le fue propio, y que la modernidad ha dejado caer. La razn que me lleva a formular esta proposicin toma como fundamento el libro Estan-cias. La palabra y el fantasma en la cultura occidental, de Giorgio Agamben.7 En la tercera parte de este libro, el autor realiza un desarrollo minucioso sobre la doctrina pneumti-ca: es sobre este punto donde descansan las argumentaciones de mi propuesta. La doctri-na se organiza en torno a la idea de pneuma; el trmino est tomado en una serie de equi-valencias con las nociones de: espritu, soplo, aliento. Este deslizamiento va produciendo derivaciones hacia trminos vecinos, por ejemplo, fantasma; y a partir de este movimien-to, que resulta dialctico, se construye la estructura central del pensamiento tardo de la Edad Media.

    Agamben se ocupa de remarcar que esta nocin excede ampliamente el criterio mdico-fisiolgico, abarcando su desarrollo toda la produccin cultural, tal como queda expresa-do en el siguiente prrafo: En ella [la doctrina pneumtica] se entrelazan por el contrario todos los aspectos de la cultura medieval, de la medicina a la cosmologa, de la psicologa a la retrica y a la soteriologa, y es justamente bajo su signo como logran fundirse arm-nicamente en el arranque de un edificio que es tal vez la ms imponente catedral intelec-tual construida por el pensamiento tardo de la Edad Media. El hecho de que esta catedral haya quedado hasta ahora por lo menos parcialmente sepultada, hace que hayamos mira-do en su fruto ms perfecto, la lrica amorosa del siglo XIII, como una de esas estatuas mu-tiladas que el tiempo ha separado de los frontones de los templos griegos y los tmpanos de las iglesias romnicas, y que nos sonren ahora enigmticamente en las salas de los museos.7

    A partir de lo expuesto, surge la necesidad de ubicar el inters y la pertinen-cia de tomar esta elaboracin para ser articulada a un desarrollo psicoanalti-co; y puntualmente al tema que nos convoca: la pulsin respiratoria.

    Respecto a lo primero, diremos que delimitar el campo del psicoanlisis es una tarea que siempre nos hace percibir que no hablamos de lmites fijos que slo permitiran reconcentrar las referencias hacia un supuesto interior de au-tores estrictamente psicoanalistas. Tomemos como evidencia las variadas pro-cedencias de las fuentes en Freud y Lacan. Podemos concluir que toda produc-cin del campo cultural que cuente con cierta validacin y que permita desgra-nar nociones que aporten a la mejor comprensin de la subjetividad, son de nuestra incumbencia.

    En relacin con lo especfico de la pulsin respiratoria, traigo a colacin el siguiente desarrollo:

    El neuma sin embargo no se introduce en el cuerpo desde el exterior, sino que es connaturado al cuerpo de cada uno y esto permite explicar tanto la reproduccin, que tiene lugar a travs de una corriente pneumtica que alcan-za a los testculos y, en el esperma, se transmite a la palabra, como la percep-cin sensible, que se cumple a travs de una circulacin pneumtica que des-de el corazn se dirige a las pupilas.8

    Pareciera que toda la descripcin que se puede leer en el texto de Agamben sobre la particular condicin del pneuma, trae a escena cierta lgica de la rela-

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    cin sujeto-objeto, en la justa medida de un deslizamiento permanente en el que sujeto y objeto quedan articulados y desdibujados a la vez en una con-figuracin fantasmtica.

    Resulta categrico el valor de marca simblica que produce esta doctrina, ya que si bien recurre a una explicacin fisiolgica, es para dar cuenta de lo especficamente humano, por lo tanto, y fundamentalmente, es a partir de ella que se construye una teora sobre el amor. Queda presentada como mar-ca de la subjetividad de la poca.

    Otro punto que resulta de inters en la doctrina neumtica es la teorizacin acerca del origen del pneuma, dice Agamben: un soplo clido que tiene su origen en las exhalaciones de la sangre o, segn otros en el aire exterior por el que es continuamente aspirado (o de ambos, segn Galeno).9

    Esto permite abrir una doble observacin: por una parte la intuicin respec-to de lo interior-exterior como algo de lmite impreciso, dejando en eviden-cia que esta idea excede la concepcin de un cuerpo orgnicamente cerrado, correspondiente en todo caso con la modalidad del individuo del Occidente moderno. Queda consignado que se apela a otra nocin de lo humano.

    Por la otra, tambin permite considerar los puntos coincidentes entre la doctrina pneumtica y los desarrollos de Lacan en el Seminario 11, acerca del recorrido pulsional.

    Como sntesis de lo expuesto, cito el prrafo donde queda expresado lo central de esta idea, aquello que en la Edad Media apuntaba a resolver la disyuncin entre el cuerpo y el alma:

    El objeto del amor es en efecto un fantasma, pero este fantasma es un es-pritu, inserto, como tal, en un crculo pneumtico en el que quedan aboli-dos y confundidos los confines entre lo exterior y lo interior, lo corpreo y lo incorpreo, el deseo y su objeto.10

    Para concluir, debera agregar que la existencia de la doctrina, sinttica-mente presentada en este artculo, abona la hiptesis de un Occidente mo-derno que ha olvidado una construccin terica de una riqueza evidente, lo que convoca a interrogar por las razones de este olvido.

    Revisin, correccin y establecimiento del texto: Mariana Gomila.

    1. Eidelsztein, A. y colaboradores (2004): La pulsin respiratoria en Psicoanlisis. Bue-nos Aires: Letra Viva.

    2. Lacan, J. (1988): Subversin del sujeto y Dialctica del deseo en el Inconsciente Freudiano, pg. 797, en Escritos 2, Buenos Aires: Siglo Veintiuno.

    3. Lacan, J. (1992): El Seminario, Libro 11, Clase XI, pg. 152, Buenos Aires: Paids.4. Son algunos ejemplos: La pulsin es turbulenta como el lenguaje, de Roberto Ha-

    rari: Es necesario seguir hablando de pulsin?, seminario del Campo Lacaniano en la Argentina, ao 2002; Clnica de la pulsin en la niez, curso de Liliana Don-zis en la EFBA, ao 2003; J.-A. Miller, en El hueso de un anlisis y en Biologa la-caniana y acontecimiento del cuerpo.

    5. Op. cit. en nota 2.6. Agamben, Giorgio (2001): Estancias, La palabra y el fantasma en la cultura occiden-

    tal. Valencia: Pre-Textos.7. Ibd., pg. 160.

    8. Ibd., pg. 163.9. Ibd., pg. 162.10. Ibd., pg. 187.

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    Problemas y controversias

    En psicoanlisis, ya se sabe, hace tiempo, mucho tiempo, tenemos demasiadas respuestas y pocas preguntas. Por ejemplo y no es un ejemplo cualquiera solemos afirmar que no hay psicoanlisis sin tica, lo cual es cierto; pero cmo conciliar la exigencia tica, que supone un margen de libertad del sujeto, con el determinismo de la estructura psquica? Estas preguntas tienen respuestas, pero elaborarlas reclama un nivel de anlisis en el sentido corriente del vocablo y de cuestio-namiento que entre nosotros falta por completo.

    Del mismo modo, la reiterada afirmacin repetida por gente de las ms distintas parroquias analticas, de que en la actua-lidad la paternidad es una funcin degradada, nos conduce, en virtud de su carcter estereotipado, congelado en consigna, en ticket de acceso, a verdaderos contrasentidos. Acaso la pater-nidad en tiempos de Freud, en esa Viena que los mistificadores aoran con ignorancia y estupidez, gozaba de plenitud?

    No advertimos que hemos llegado al punto de decir exacta-mente las mismas cosas que sostiene el Vaticano?

    Pensemos algo elemental: la paternidad de que habla Lacan, ya desde su trabajo inaugural sobre la familia, es una funcin degradada, mas no porque antes haya gozado de plenitud, sino porque hay una poca que bien merece el nombre de moder-na que aora lo que jams existi y sobre cuyo fondo monu-mental y pattico (recurdese el lamento de la histrica por el Otro prehistrico e inolvidable que refiere Freud en los esbo-zos de los Orgenes del psicoanlisis) se erifica la nostalgia.

    La degradacin actual, los reiterados ataques a la paternidad (no pretendo negarlos sino ubicarlos en un contexto adecuado, porque la llamada pobremente posmodernidad no es sino el culmen de la modernidad) prolongan y quiz rematan el ciclo iniciado por el discurso histrico. Basta examinar los Estudios sobre la histeria para darse cuenta de qu est en juego all: la histrica, ella, apela al Amo justa y decisivamente porque no existe. Hablar de discurso Amo (escrib recientemente un libro para argumentar esta verdad elemental, es decir, fundamental) significa exactamente eso: que el Amo no existe.

    Cuando un sujeto accede a la paternidad que lo incluye ex-cluyndolo y le reclama aquiescencia a la ley que es incomple-ta, inconsistente, lacunaria, est forzado a interpretar un man-dato que lo deshabita y a transmitir una falta que no sabe, lite-ralmente, dnde y cmo situar. Es ste el padre moderno, con-cernido por una nominacin insuficiente y un sentido ingober-

    Decadencia del padre?Escribe

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    nable toda vez que quiere zafar del apremio consistente de la madre arcaica. Entonces, frente a cierta ritualizacin de la pa-ternidad, incapaz de diferenciar niveles, instancias, dimensio-nes, es necesario desplazar la atencin desde la funcin pater-na misma al agente de ella; es desde este horizonte que cada cual un padre construye la figura de su padre recortndolo de la profundidad histrica y estructural del padre.

    Hay en juego una paradoja que pocos parecen entender, atur-didos quiz por el rezo diario del buen la-caniano. La formular as: la plenitud del padre excluye la funcin paterna. En las tri-bus de lo que fue el frica francesa, el pa-dre es tan potente, tan temible (recuerde el lector ese texto olvidado y sin embargo tan importante, me refiero al Edipo africa-no de los Ortigus) que se confunde con los antepasados muertos. (Y ya se sabe hasta qu punto los pacientes que provienen de comunidades tnicas en las cuales la vene-racin por los padres es un rgido e incon-movible artculo de fe, encuentran dificulta-des a veces irremontables para experimen-tar al Otro como deseante, es decir, como aquel al que algo le falta y que busca el sustituto de su falta en alguien que no es o su hijo o su hija.)

    El adolescente africano no le queda ms remedio tiene que rivalizar con el hermano mayor. Practiquemos un salto: Electra, en la Grecia clsica, no vacila ni un instante (enton-ces no es sujeto, el sujeto se caracteriza por la vacilacin) en acatar el mandato del muerto, Agamenn. Pero Agamenn no

    tiene la misma estructura del padre de Hamlet, muerto ridcu-lamente, cegado de amor por una esposa que rpidamente se calent con su cuado; Agamenn es una figura terrible que reclama venganza desde su morada subterrnea, confundido l tambin, aunque de manera diversa a la del Edipo africano, con los ancestros. Aqu tampoco hay paternidad en el sentido psicoanlitico del trmino, pese a que obviedad de Perogru-llo hay subjetividad.

    Al padre moderno en su impotencia pero tambin en sus aperturas inconce-bibles en tiempos anteriores la literatu-ra supo captarlo con ejemplar lucidez. Val-ga esta cita del Diario de Jules Renard que suelo citar, y lo hago con gusto, con mu-cho gusto: Cuando era pequeo y vea a mi padre parado ante la ventana, con las ma-nos en la espalda y con la mirada perdida, me pregunta en qu pensaba.

    Ahora que soy grande; ahora que adopto ante la ventana la misma posicin de mi pa-dre, ahora, puedo contestar: en nada.

    Humor feroz, sin duda; pero seala ese hueco, ese frgil lugar que puede ser un despeadero, aunque al ser contorneado al vaco slo se lo puede contornear, no ha-bitar posibilita su transformacin en prenda de invencin.

    Esta aoranza digamos reaccionaria por el padre, viene a complementarse con otra que, por va de caricatura, denomi-nar progresista.

    En monografas, tesis, artculos, presentaciones de informes, vietas clnicas y de las otras, en formas mltiples y montonas, infundadamente reiteradas, como esas sentencias judiciales que por inercia se copian las unas a las otras, sin reparar en la ne-cesidad de argumentacin, se suele hablar progresistamente de una sexuacin ms all del padre edpico.

    Es preciso reiterar algo simple y tajante: un ser que pudie-ra ligarse a alguna forma del Otro de lo Otro sin pasar por la mediacin del Padre sera un ser sin inconsciente: un genio absoluto o un idiota, en ningn caso un analizante. Lo que s es posible con el Padre, es sustraerle las formas imaginarias y simblicas de la substancia y, sobre todo, extraerle el objeto pe-queo a. Curiosamente, quienes ms invocan la utopa del su-jeto pulsional ms all de la transferencia (que, sin duda, pue-den remitirse a algunos momentos desdichados del propio La-can), se autorizan en los artculos de fe de los amos de turno. Ellos s descubrieron una alternativa para la transferencia: la ms cmica de las sugestiones.

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