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EL SECRETO DE LOS JUGUETES: POR QUÉ SON TAN NECESARIOS PARA LOS NIÑOS Marzo 17, 2015, Publicado en Curiosidades Redacción.- La campaña navideña es una época de estrés para los padres, ilusión para los niños y fundadas esperanzas para el sector juguetero español, que concentra en las tres últimas semanas del año viejo y la primera del nuevo más del 40 % de sus ventas anuales. Y pese a la feroz competencia del ocio electrónico videojuegos, aplicaciones para dispositivos móviles, gadgets adaptados al mercado infantil…–, el objeto tridimensional y manoseable de toda la vida sigue acaparando gran parte del espacio debajo del abeto. ¿De dónde surge la necesidad por acunar una muñeca, dar patadas a una pelota o vivir aventuras intergalácticas moviendo figuritas articuladas de plástico? El filósofo holandés Johan Huizinga (1872-1945) definió al ser humano como Homo ludens por su capacidad única para jugar, pero en realidad no es un comportamiento exclusivo de nuestra especie, ni mucho menos. Numerosos animales lo practican: desde las arañas juveniles, que simulan la copulación para mejorar sus habilidades sexuales en la fase adulta, a las crías de delfines, que se divierten haciendo burbujas. Un caso especial entre los mamíferos es el de los

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EL SECRETO DE LOS JUGUETES: POR QUÉ SON TAN NECESARIOS PARA LOS NIÑOS

Marzo 17, 2015, Publicado en Curiosidades

Redacción.- La campaña navideña es una época de estrés para los padres, ilusión para los

niños y fundadas esperanzas para el sector juguetero español, que concentra en las tres últimas

semanas del año viejo y la primera del nuevo más del 40 % de sus ventas anuales. Y pese a la

feroz competencia del ocio electrónico –videojuegos, aplicaciones para dispositivos móviles,

gadgets adaptados al mercado infantil…–, el objeto tridimensional y manoseable de toda la vida

sigue acaparando gran parte del espacio debajo del abeto. ¿De dónde surge la necesidad por

acunar una muñeca, dar patadas a una pelota o vivir aventuras intergalácticas moviendo

figuritas articuladas de plástico?

El filósofo holandés Johan Huizinga (1872-1945) definió al ser humano como Homo ludens por

su capacidad única para jugar, pero en realidad no es un comportamiento exclusivo de nuestra

especie, ni mucho menos. Numerosos animales lo practican: desde las arañas juveniles, que

simulan la copulación para mejorar sus habilidades sexuales en la fase adulta, a las crías de

delfines, que se divierten haciendo burbujas. Un caso especial entre los mamíferos es el de los

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perros, que siguen comportándose como cachorros cuando ya están en edad de procrear.

Algunas personas hechas y derechas que todos conocemos comparten ese talante juguetón

tardío.

Desde el punto de vista de la neurociencia, las actividades lúdicas fortalecen dos áreas de la

masa gris: el cerebelo, que coordina los movimientos, y el lóbulo frontal, asociado a la toma de

decisiones y el control de los impulsos. Y como se ha comprobado experimentalmente, el

juguete cumple un papel clave en esos procesos de maduración, pues sirve para que los niños

más pequeños aprendan la relación causa-efecto –“si empujo el cochecito, se mueve”– y

ejerciten el cálculo de probabilidades mediante el ensayo-error.

Atención, abstracción, memoria y representación Petra María Pérez Alonso-Geta, catedrática de Teoría de la Educación de la Universidad de

Valencia y miembro del Observatorio del Juego Infantil, abre aún más el abanico de los

beneficios de los juguetes: “Son un vehículo para desarrollar habilidades como la atención, la

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abstracción, la memoria, la representación, la simbolización o la resolución de problemas. Por

eso, en todas las culturas y en todos los tiempos, los niños juegan con ellos”.

En el ámbito de la psicopedagogía, todavía se sigue a pies juntillas la clasificación elaborada

hace décadas por Jean Piaget (1896-1980). Para este influyente teórico suizo, existen tres

modalidades de juguetes, acorde con la evolución mental de los infantes: hasta los dos años,

sonajeros, espejos y muñecos musicales estimulan los sentidos y la motricidad; de dos a seis

años, aparecen los disfraces, las cocinitas o los juegos de construcción, que promueven la

memoria, el autocontrol y la imaginación; y a partir de los seis, los niños se someten a los

reglamentos complejos de los deportes, juegos de mesa o actividades como la comba y la

rayuela. Así se inician en el despiadado mundo de la competitividad humana.

Dada la importancia que, como ya quedó sobradamente apuntado, tienen los juguetes en el

desarrollo intelectual de los cerebros más tiernos, algunos padres llegan a obsesionarse con la

etiqueta educativo. Según la socióloga francesa Sandrine Vincent, es sobre todo en las familias

más acomodadas y las parejas con profesiones liberales donde se aprecia la preocupación por

que los más pequeños aprendan jugando, mientras delegan en los abuelos los regalos más

divertidos.

Sin embargo, muchos creen que semejante dicotomía carece de sentido.“Yo suelo decir que

cualquier cosa que sirva al desarrollo de las capacidades cognitivas educa”, nos explica Pérez

Alonso-Geta. Catherine Tamis-LeMonda, profesora de Psicología Aplicada en la Universidad de

Nueva York y autora de varios estudios sobre el aprendizaje en la infancia, también lo ha

expresado con rotundidad: “Son oportunidades para jugar, explorar y socializar. Si el juguete

educativo lo consigue, perfecto, pero si un objeto corriente lo hace, producirá el mismo efecto”.

Porque a menudo triunfa lo más simple, como ponía humorísticamente de manifiesto aquel

famoso anuncio televisivo en el que un chaval abría un paquete y gritaba alborozado: “¡¡¡Un

palo...!!!”. Otra reconocida especialista en la materia, la psicóloga Kathy Hirsh-Pasek, autora del

libro Einstein nunca memorizó, aprendió jugando, aboga por ese tipo de objetos sin estructura

definida, que favorecen la libertad de acción, como la clásica caja de cartón.

Un experimento muchas veces citado en la literatura académica llamaba la atención sobre el

potencial de los objetos más cotidianos. Los científicos dejaron a varios niños de entre tres y

cuatro años trasteando con servilletas, destornilladores –¡eran los años setenta!–, palos y clips

de oficina. En otro grupo, los pequeños se limitaban a ver cómo los manejaban los adultos.

Luego, al preguntarles los posibles usos de esos útiles, los primeros se mostraron mucho más

ingeniosos: el contacto físico, la experimentación con sus propias manos, había despertado su

tierna imaginación.

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¿Juguetes sexistas? De todos modos, si hay un fenómeno que ha intrigado a padres, educadores e investigadores

en los últimos años es el de losestereotipos sexuales. Porque da la impresión de que el

encasillamiento no ha hecho más que acentuarse, a diferencia de lo que ocurre en la sociedad.

Por ejemplo, la socióloga Elizabeth Sweet, de la Universidad de California en Davis, lo ha

denunciado en el New York Times: “Hemos hecho grandes avances hacia la equidad de género

en el último medio siglo, pero el mundo de los juguetes se parece mucho más a la década de

los cincuenta”. Pero ¿hay razones innatas para que las niñas asuman papeles maternales,

domésticos o sociales y los niños se decanten por el movimiento, la lucha y el deporte?

Varios estudios parecen darles la razón a quienes creen que sí existe cierta predisposición

biológica. Los primatólogos han comprobado que los machos de cercopitecos verdes y macacos

rhesus prefieren jugar con camiones, mientras que las hembras de estos monos se decantan

por las muñecas. En 2010, una investigación publicada en la revista Current Biology señalaba

que las crías de chimpancé en el Parque Nacional Kibale (Uganda) adoptaban palos

espontáneamente y los trataban como si fueran bebés.

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Según parece, hasta los tres o cuatro años, niños y niñas comparten a menudo los juguetes,

pero a partir de esa edad empiezan a separarse. El fenómeno es más acusado con los chicos,

que se enfrentan a la estigmatización cuando sus compañeros los pillan con algún objeto

supuestamente femenino.

Pero la cultura está precisamente para emanciparnos del rígido reparto de papeles que fijó la

evolución en los genes de nuestros antepasados. Por eso, en varios países están surgiendo

iniciativas ciudadanas contra el sesgo sexista en los juguetes. Una de las más activas es la

asociación británica Let Toys Be Toys, que convenció a doce grandes distribuidores –entre ellos,

Toys ‘R’ Us y Marks & Spencer– para que ordenaran sus artículos por intereses o temas, no en

las categorías niños/niñas.

Antes, en 2011, la neurocientífica Laura Nelson consiguió que la célebre juguetería Hamleys,

en Londres, aboliera la misma distinción por géneros en sus plantas. En España también hay

ejemplos de movilizaciones en esta línea, como la Campaña del Juego y el Juguete No Sexista

y No Violento, promovida anualmente por el Instituto Andaluz de la Mujer.

El caso es que, objetivamente, los estereotipos no han perdido vigencia en lo que llevamos de

siglo XXI. Investigadores de la Universidad Rey Juan Carlos, en Madrid, analizaron 595

anuncios televisivos entre las campañas navideñas de 2009 y 2011 y llegaron a la conclusión

de que, predominantemente,inducían “al aprendizaje de valores como diversión y competición,

riesgo y agresividad para el caso de los chicos, y de belleza y apariencia, el cuidado de los otros

o la atención del hogar en el caso de las niñas”.

Y es que, aparte de inculcar los valores igualitarios, el intercambio de roles acarrea indudables

beneficios psicológicos: mientras que los juegos de construcción aumentan el interés de las

chicas por la tecnología y la ingeniería, cocinar favorece la vena creativa de los chavales, por

ejemplo.

Otro motivo de preocupación contemporánea es la eclosión de las pantallas táctiles. Dejando al

margen la censurable práctica de algunos padres comodones, que dejan los smartphones a sus

hijos como una especie de sonajero virtual para que los dejen tranquilos, los especialistas están

divididos sobre sus ventajas o inconvenientes con respecto al juguete convencional.

Algunos, como el psicólogo uruguayo Roberto Balaguer, creen que los dispositivos móviles

están “más cerca de la simulación” y que sus videojuegos ayudan a “manejar grandes flujos de

información, a lidiar con el error y la equivocación de una manera más sana, a perder”. Otros,

aunque reconocen que todavía es un campo incipiente de investigación, sospechan que no

favorecen precisamente la dimensión social del individuo y pueden producir problemas de

comportamiento, sobre todo en los menores de tres años. Rahil Briggs, psicóloga infantil en el

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Montefiore Medical Center de Nueva York, incluso ha llegado a plantear que retrasan la

adquisición del lenguaje.

Es verdad que hay aplicaciones muy interactivas y gratificantes, pero a menudo tabletas y

móviles se convierten en una suerte de teles portátiles para ver dibujos. De los padres depende

fomentar un buen uso, porque no se puede –ni conviene– poner puertas a la tecnología.