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Hasta que el mortgage nos separe, de Teresa Dovelpage EL SER HUMANO COMO BENEFICIARIO DE LA REPARACIÓN EFECTIVA, MATERIAL Y SIMBÓLICA DEL CONFLICTO Ilonka Vargas Fotos: V.M.T.

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Hasta que el mortgage nos separe, de Teresa Dovelpage

El sEr humanocomo bEnEficiario

dE la rEparación EfEctiva,matErial y simbólica

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Un saludo fraterno a los compañeros y compañeras que participan en esta Cum-bre Mundial de Arte y Cultura por la Paz.

Un saludo muy especial también para la invitada de honor que nos acompaña: la hermosa espe-ranza, que está presente entre nosotros, con la fuerte corazonada de todo un continente que an-sía la paz.

cultura dE la paZSe ha dicho innumerables veces que la simple

ausencia de guerra no significa lograr la paz, por-que la violencia social y cotidiana se expresa no sólo en el fragor de las armas de fuego, sino tam-bién en el despojo, la exclusión, el discrimen, el racismo, la negación de la identidad y la miseria sistémica, que lejos de ser el resultado del con-flicto, son más bien su origen. Con el agravante de que las víctimas de esta guerra silente –la del capital contra el ser humano– son aún más invisi-bles que las generadas por las armas.

El enorme reto histórico es, entonces, erradicar no solamente el conflicto armado, sino también la inequidad y la negación del otro; porque una paz sin una verdadera y auténtica justicia social puede significar una simple y pasajera “pacificación”.

En Centroamérica los procesos posconflicto nos muestran resultados distintos, según se inclu-yeron o no todas las voces involucradas; en este sentido, el caso de Guatemala es un ejemplo en donde a pesar de los acuerdos de paz, la violen-cia y las violaciones de los derechos humanos son hasta hoy un factor cotidiano, en medio de la mi-seria a la que están sometidas las grandes mayo-rías, especialmente los pueblos indígenas.

Más allá de su origen, y sobre todo en situacio-nes de guerra prolongada, los conflictos armados tienen su propia lógica perversa.

Habrá que tomar acciones concretas y profun-das, con el compromiso irreversible de las partes, de llevar adelante todos los cambios que son insos-layables en los órdenes constitucional, legal, social, cultural y económico, para lograr que el proceso realmente desemboque en el logro de una paz social que garantice condiciones de no repetición de los conflictos en Colombia.

Así como se han tomado medidas bélicas, como se han destinado recursos que desatan hasta la ignominia los horrores más repudiables

en los territorios y en los diferentes espacios del suelo colombiano –incluso para quienes viven el conflicto en sus zonas limítrofes como en Ecuador–, así mismo habrá que tomar medidas proporcio-nales para reparar el destrozado tejido social en los territorios, y para ello es fundamental el rol que deben cumplir el arte y la cultura, con finan-ciamiento, con creación de espacios y eventos públicos permanentes, destinados a integrar a la población y a impulsar esa infinita fuente de crea-tividad que siempre ha caracterizado a Colombia, en todas las expresiones de su arte y su cultura.

No solamente las guerras dejan lecciones. También los procesos así llamados de posguerra son el reflejo de mejores o peores procesos de paz y de exigencia y cumplimiento de derechos.

En Europa, luego de la cruenta Segunda Guerra Mundial, con voluntad política y con tesón se asu-mió al arte y a la cultura como eje fundamental para elevar el espíritu humanista y para la reparación de la autoestima social, generando una nue-va convivencia humana. Y fue en gran medida la cultura la que sustentó todo el proceso de recupera-ción de esas sociedades.

Porque cuando hablamos de paz, debemos hablar de todos los derechos fundamentales: inclusión, equidad, ciudadanía, reconocimiento de la iden-tidad, de la tenencia de los territorios, de la perte-nencia cultural; precisamente para que esa paz sea permanente y floreciente.

En Cuba el impulso y el apoyo al arte y la cul-tura en medio de las más grandes penurias cau-sadas por el bloqueo, son un ejemplo cercano de cómo la cultura y la autoestima trabajan juntas para sembrar y cultivar una cultura de la paz. En este mismo sentido, hay que mirar también, en el interior de Colombia, los resultados de Medellín.

Y es que la cultura no niega al otro. Menos aún en el caso de las naciones latinoamericanas, don-de lo diverso es nuestro signo de identidad. Así como la violencia es excluyente, la cultura y el arte son incluyentes y se nutren de la diversidad.

Para eso estamos aquí, para levantar las voces de solidaridad latinoamericana y mundial de los creadores, para la paz. Por eso la importancia de esta Cumbre. Porque el territorio del rencuentro, de la recuperación –en lo material y lo inmaterial, en lo efímero y lo permanente– es, ha sido y será siempre, un territorio del arte y la cultura.

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Durante décadas se han analizado los intere-ses económicos presentes en el conflicto, los in-tereses geopolíticos, los intereses del gran capital –lícito o ilícito–, los intereses ligados a la tierra, a las mafias, a los poderes ocultos –no por místicos sino por usar testaferros–, intereses todos funda-mentalmente económicos. También las grandes demandas de justicia social, equitativa redistribu-ción de la tierra y cumplimiento con los derechos fundamentales y servicios básicos tienen, por su-puesto, una base económica.

Pero hay un nivel simbólico y espiritual que nos caracteriza como seres humanos, como es-pecie, que trasciende lo económico y se expresa en nuestra individualidad y en nuestra identidad colectiva también.

Los creadores, los pensadores, los artistas y gestores culturales colombianos se han ocupado de darles voz a los intereses humanos en torno al conflicto. Y lo han hecho siguiendo el llamado de su propia naturaleza, siempre ligada al destino de su pueblo, sin presupuestos ni apoyo suficientes. Y varios de ellos han sido muchas veces persegui-dos, silenciados o invisibilizados por los diferentes mecanismos del poder.

Ahora es el momento de ampliar estos espa-cios, porque la reparación simbólica es, sin lugar a dudas, una reparación cultural. Es hora de implemen-tar, con los suficientes recursos económicos, una cultura de paz en todo el territorio nacional, que contemple el desarrollo humano armónico con pleno ejercicio de todos los derechos –civiles, políti-cos, económicos, sociales y culturales–, eleve la autoestima de los ciudadanos y sobre todo el invalorable amor por la vida.

Por ser el conflicto interno de Colombia el más largo de la historia continental, tiene característi-cas transgeneracionales. Millones de colombianos no pueden recordar una época anterior al conflicto y vidas enteras han transcurrido sin conocer la ausencia de la guerra. Por ello, la paz habrá que construirla no desde las ruinas del pasado, sino hacia el futuro, con pilares sólidos que se sustenten en la justicia, la equidad, la atención a las necesidades básicas y el ejercicio real de los derechos fundamentales, basados en los más altos valores humanos y no en intereses particulares financieros, de plusvalía, o de salvaje enriquecimiento que ponen al capital por sobre el ser humano.

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Por todo esto la reparación efectiva e integral sólo podrá y deberá partir de estas bases, es de-cir: reparación y reconocimiento de los derechos fundamentales de todas las víctimas afectadas por el conflicto, con devolución y legalización de las tierras usurpadas, también en los territorios colectivos y ancestrales. Solamente así se podrá garantizar el retorno de todos los refugiados y desplazados a su lugar de origen, con plenas garan-tías e inclusión social.

Es necesaria una redistribución social equita-tiva y justa de las tierras ociosas en el agro, con acceso a fuentes de agua, y con indemnizaciones económicas para reavivar la actividad productiva.

Hay una afectación humana en los territorios, familias que fueron victimizadas con ejecuciones, desapariciones, falsos positivos, chantajes, secues-tros, en una situación prolongada de terror colectivo. No solamente los territorios se dividieron, sino que se despedazaron en su significante de unidad e identidad.

En grandes términos, la cultura de la paz supone concertación social, diálogo, respeto mutuo, con la diversidad como fuente de encuentro y no de conflicto.

Habrá que comprometerse, por lo tanto, en accio-nes que también puedan contrarrestar, desde lo simbólico y desde la sicología profunda, el terrible trauma que deja la violencia. Por eso, se hace ne-cesaria una reapropiación de los territorios, para que la cultura de la violencia sea transformada en una cultura para la paz, con apoyo integral a las culturas diversas, a su patrimonio ancestral y moderno, con creación de espacios para la me-moria, en un marco de respeto por los derechos humanos, los derechos colectivos y los derechos culturales, pues solamente un gran cambio cultu-ral consolidará la paz.

Esta reapropiación de los territorios debería implementarse por todo lo alto, con algarabía, fiesta, creatividad y esperanza. Para que la siembra de la paz germine, se la deberá cultivar no sólo con derechos, sino también con poesía. Y es funda-mental que se lo haga involucrando a las nuevas generaciones, con espacios para la participación de los jóvenes y los niños, que deberán ser parte activa del proceso de construcción de la paz. Esta sería la manera de demostrarles que a esa nueva

La paz así concebida no puede referirse nada más a los territorios afectados, a las víctimas, o a los actores directos del enfrentamiento, porque el conflicto ha penetrado todos los niveles de la sociedad y por eso la paz debe construirse con la acción colectiva de toda la sociedad.

Es necesario crear memoria colectiva, trabajar sobre la historia, sobre la seguridad jurídica, gene-rar procesos no sólo a nivel interinstitucional y los distintos niveles de gobierno, sino también al interior de cada individuo.

tErritorios y cultura dE la paZLas causas del conflicto son, entre otras, la

usurpación y el acaparamiento de territorios en pocas manos, el dominio de los campos fértiles y sus fuentes de agua, la explotación privada de las riquezas naturales, la ocupación militar de tierras por parte de fuerzas irregulares, regulares o pararre-gulares, en medio de una situación de ausencia de derechos fundamentales y, por supuesto, de un Estado de Derecho.

El conflicto se ha expresado de maneras diversas en los territorios, pero con una mayor incidencia y proporción del horror en el campo. De hecho, las comunidades de las zonas rurales y de amplia población campesina mestiza, afrocolombiana e indígena, han sido las más afectadas. Y la misma lógica del enfrentamiento armado ha provocado víctimas civiles tan incontables como invisibles.

Puesto que la apropiación del territorio es también la apropiación de las personas que lo habitan, el conflicto colombiano es un conflicto socioterritorial. Durante décadas los territorios colombianos inmersos en el conflicto se han visto reducidos a simples conteos de kilómetros, ejes estratégicos, bases logísticas, zonas de activida-des lícitas e ilícitas de alta renta. Todas estas, ra-zones económicas y de poder que desembocan en la continua violación de los derechos humanos.

El inmenso espectro de afectados incluye a comunidades enteras que han sido desarraigadas, silenciadas o invisibilizadas, y a los cientos de mi-les de desplazados –forzados y migrantes– que huyendo del conflicto armado y de los ajusticia-mientos de los falsos positivos, abandonaron sus casas y campos para buscar refugio en las ciudades colombianas o en otros países.

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sociedad por construir, sí le importan la vida y el futuro.

En las mesas de diálogos que se llevan a cabo en La Habana, no puede haber nadie descartable, nadie desposeído de su propia voz, menos aún gru-pos humanos enteros. Por lo tanto, en estas mesas sería prioritaria la inclusión de delegados de todos los sectores afectados. Sólo así las propuestas conse-guirán que a mediano plazo no reaparezcan conflictos por haber pasado por alto problemas de fondo de algunos de los sectores involucrados.

No se podrá conseguir la paz, si está basada en la impunidad. El perdón no significa olvido ni ignorancia. Por el contrario, significa pleno cono-cimiento de las circunstancias ocurridas: del papel que ha cumplido el Estado en el conflicto social y armado, y también de los roles que han tenido diferentes fuerzas políticas y militares –nacionales y extranjeras–, con el reconocimiento de su res-pectiva responsabilidad. Solamente ese pleno co-nocimiento, será garantía de una no repetición.

Hay muchos intereses en conflicto cuando ha-blamos de la paz. Se requerirá, por ello, que los acuerdos establezcan que la paz debe estar por encima de cualquier interés del gobierno, de las fuerzas regulares e irregulares o de poderes eco-nómicos de carácter privado, nacional o trasna-cional. Solamente la justicia como un todo, desde lo social y lo jurisdiccional, permitirá alcanzar la paz con rectitud de derecho y seguridad jurídica.

Sería pertinente, tal vez, considerar la propuesta de amplios sectores del pueblo colombiano, re-lativa a la realización de una Asamblea Nacional Constituyente, que concrete los cambios constitu-cionales indispensables para garantizar la plena aplicación de los acuerdos de paz que se suscriban y para exigirle al Estado y a todas las fuerzas en conflicto la reparación efectiva y la aplicación plena de todos los derechos fundamentales –sobre todo el derecho supremo a la vida– con gobernabilidad democrática y participación social.

la paZ dE colombia Es la dEl continEntEEl Continente ansía la paz.Ecuador tiene un claro interés en la solución

pacífica del conflicto, por soberanía, por seguri-dad y también por el costo financiero que invo-lucra la protección y atención de los refugiados.

Durante muchos años, la presencia de fuerzas regulares e irregulares ha marcado el desarrollo de las comunidades a ambos lados de la frontera.

El conflicto ha provocado el éxodo de cientos de miles de desplazados hacia Ecuador. Son cerca de cincuentiséis mil los ciudadanos colombianos que son atendidos por el Estado ecuatoriano, y esta cifra es aún mayor si se incluyen los despla-zamientos. Muchas de estas personas se han radi-cado en ciudades y en diversas comunidades del país, integrándose en lo laboral y lo productivo, cons-truyendo una paz que se edifica en el hacer, en el saber dialogar, en el respeto por el hogar que los acoge, y que es la paz que anhelan para Colombia.

Han llegado también emigrantes colombianos de todas las tendencias políticas, que reconocen con fuerza inequívoca su propia identidad nacio-nal fuera de las fronteras. Y es precisamente ese sentimiento de pertenencia, de identidad, de res-peto, de amor por la vida y búsqueda de la paz, lo que los une en Ecuador.

Toda Latinoamérica espera, con enorme espe-ranza, la firma en La Habana de los acuerdos para una paz duradera. Nuestro compromiso, como creadores y artistas del continente, es apoyar todos los esfuerzos que se efectúen para esa paz, no para la simple pacificación, que excluye o minimiza los desastres, acaecidos en todos los órdenes, y tam-bién las reparaciones integrales necesarias.

A la luz de los últimos acontecimientos interna-cionales que afectan directamente a una hermana república limítrofe con Colombia, cuando habla-mos de paz, hablamos de soberanía y paz conti-nentales, para Colombia, para Venezuela y para todas las naciones latinoamericanas, con pleno respeto por el derecho a la libre determinación de los pueblos.

En su declaración de principios –que ojalá muy pronto pudiera ser universal– los países miembros de UNASUR se han declarado como un Territorio de Paz. Ojalá pronto podamos también celebrar a Latinoamérica como un territorio libre de bases militares extranjeras.

Hoy más que nunca, la paz de Colombia es la paz de América Latina. Hoy más que nunca, la soberanía de Colombia es la del Continente.

Muchas gracias. m