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Los Cuadernos de Cine EL SARGENTO José l. Gracia Noriega E 1 término « sargento» se refiere a un em- pleo militar, inrior al segundo te- niente y superior al cabo de escuadra. Sin embargo, aunque sea este grado el que se conserva en los ejércitos actuales, la de- nominación «sargento» indicaba empleos muy di- versos, así, el Sargento General de Batalla era el oficial inmediato subalterno del maestre de campo general; el Sargento Mayor, el oficial encargado de la instrucción y disciplina, con grado por en- cima de los capitanes, y que ejercía las nciones de fiscal e intervenía en todos los ramos económi- cos y en la distribución de caudales; el Sargento Mayor de Plaza, que era el oficial o je que dis- tribuía las órdenes del gobernador y vigilaba de la exactitud de su cumplimiento; el Sargento Mayor de Provincia, que era el je que en Indias man- daba después del gobernador y del teniente de rey, incluso un rey, Federico I de Prusia, e llamado el «Rey Sargento». El ejército ha sido escenario y personaje de muchas películas de aventuras y de acción. La nción del sargento es decisiva en los regimien- tos, y de modo muy especial, en los pequeños destacamentos, que, generalmente aislados, han de tomar decisiones por sí mismos, y que consti- tuyen el asunto de tantos films. Los galones del sargento -prerentemente los amarillos sobre la bocamanga azul- ocuparon un lugar destacadísimo en el cine de aventuras. Para acercarnos al sargento cinematográfico hemos de tener en cuenta los géneros en los que suele aparecer: el western, las películas colonia- les, las de la Legión Extranjera, las bélicas e in- cluso las policíacas. En éstas hay sargentos de uniforme y sargentos de paisano, que acompañan al teniente-detective, también de paisano, natu- ralmente, y que cumplen una nción similar a la del sargento en el western. Tal es el caso de «Ma- digan», de Donald Siegel. El sargento es el acom- pañante constante del teniente o inspector, y apa- rece casi siempre a su espalda, serio, con la boca cerrada, el pelo canoso, el sombrero puesto y las manos en los bolsillos de la gabardina, tal vez acariciando la culata del revólver de reglamento. Jay C. Flippen es un actor muy adecuado para este tipo de personajes. Habla poco, aborrece al detective privado y le toca siempre hacer el tra- bajo sucio: si hay que pegar en un interrogatorio, quien lo hace es el sargento. También es quien amenaza a Spade, a Marlowe o a Harper si se ponen pesados. Su mayor temor es que le vuelvan a poner de unirme, a patrullar por las calles. Algo de esto hay en «El detective», de Gordon Douglas. En algunos films de la serie de la «Pan- 41 Brian Donlevy en «Beau Geste». tera Rosa», el histérico Herbert Lom conseguía castigar alguna botaratada del inspector Clouseau (Peter Sellers) enviándole, de guardia de la porra, a las calles de París. Los policías de unirme (por Víctor McLaglen.

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Los Cuadernos de Cine

EL SARGENTO

José l. Gracia Noriega

E1 término « sargento» se refiere a un em­pleo militar, inferior al segundo te­niente y superior al cabo de escuadra. Sin embargo, aunque sea este grado el

que se conserva en los ejércitos actuales, la de­nominación «sargento» indicaba empleos muy di­versos, así, el Sargento General de Batalla era el oficial inmediato subalterno del maestre de campo general; el Sargento Mayor, el oficial encargado de la instrucción y disciplina, con grado por en­cima de los capitanes, y que ejercía las funciones de fiscal e intervenía en todos los ramos económi­cos y en la distribución de caudales; el Sargento Mayor de Plaza, que era el oficial o jefe que dis­tribuía las órdenes del gobernador y vigilaba de la exactitud de su cumplimiento; el Sargento Mayor de Provincia, que era el jefe que en Indias man­daba después del gobernador y del teniente de rey, incluso un rey, Federico I de Prusia, fue llamado el «Rey Sargento».

El ejército ha sido escenario y personaje de muchas películas de aventuras y de acción. La función del sargento es decisiva en los regimien­tos, y de modo muy especial, en los pequeños destacamentos, que, generalmente aislados, han de tomar decisiones por sí mismos, y que consti­tuyen el asunto de tantos films. Los galones del sargento -preferentemente los amarillos sobre la bocamanga azul- ocuparon un lugar destacadísimo en el cine de aventuras.

Para acercarnos al sargento cinematográfico hemos de tener en cuenta los géneros en los que suele aparecer: el western, las películas colonia­les, las de la Legión Extranjera, las bélicas e in­cluso las policíacas. En éstas hay sargentos de uniforme y sargentos de paisano, que acompañan al teniente-detective, también de paisano, natu­ralmente, y que cumplen una función similar a la del sargento en el western. Tal es el caso de «Ma­digan», de Donald Siegel. El sargento es el acom­pañante constante del teniente o inspector, y apa­rece casi siempre a su espalda, serio, con la boca cerrada, el pelo canoso, el sombrero puesto y las manos en los bolsillos de la gabardina, tal vez acariciando la culata del revólver de reglamento. Jay C. Flippen es un actor muy adecuado para este tipo de personajes. Habla poco, aborrece al detective privado y le toca siempre hacer el tra­bajo sucio: si hay que pegar en un interrogatorio, quien lo hace es el sargento. También es quien amenaza a Spade, a Marlowe o a Harper si se ponen pesados. Su mayor temor es que le vuelvan a poner de uniforme, a patrullar por las calles. Algo de esto hay en «El detective», de Gordon Douglas. En algunos films de la serie de la «Pan-

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Brian Donlevy en «Beau Geste».

tera Rosa», el histérico Herbert Lom conseguía castigar alguna botaratada del inspector Clouseau (Peter Sellers) enviándole, de guardia de la porra, a las calles de París. Los policías de uniforme (por

Víctor McLaglen.

Los Cuadernos de Cine

Arthur O'Connell en «Anatomía de un asesinato».

ejemplo, Rod Steiger en «En el calor de la no­che», de Norman Jewison), suelen tener otros cometidos, no siempre simpáticos.

El sargento, en el cine, tiene determinado carác-

Alan Hale.

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ter según el género en el que aparezca. Los sar­gentos del western casi siempre son buenos, mien­tras que los de películas de Legión Extranjera son ordenancistas y pérfidos, según los modelos esta­blecidos en las dos versiones de «Beau Geste», en las que William Powell en la de Herbert Brenon (1926) y Brian Donlevy en la de William A. Well­man (1939) componían un tipo de sargento cla­ramente sádico. Otro caso, totalmente distinto, es

. el de Victor McLaglen en «La patrulla perdida» (1934) de John Ford, que es un jefe improvisado, experimentado y valeroso, pero que no se anda con contemplaciones. McLaglen, y mucho más si actúa en una película de Ford, puede ser un tipo duro, pero jamás un sádico ni un malvado.

El papel del sargento, dentro del western, es muy similar al del «viejo», compañero del prota­gonista, en otras películas del género. El «sar­gento» es el «viejo» en un subgénero del western, las películas de la caballería. Este subgénero dio lugar a numerosos films: «Murieron con las botas puestas» y « Una trompeta lejana» de Raoul Walsh; «The last frontier» de Anthony Mann; «El honor del capitán Lex», de André de Toth, etc., antes de llegar a films desmitificadores como «Mayor Dundee» de Sam Peckinpah; «Pequeño gran hombre» de Arthur Penn y «Soldado azul» de Ralph Nelson. Pero los films más característi­cos son los de John Ford; su gran trilogía épica, integrada por «Fort Apache», «La legión invenci­ble» y «Río Grande», más otros trabajos posterio­res como «Misión de audaces» y «Sargento ne­gro».

El sargento es el hombre de confianza del coro­nel y su amigo en la intimidad, ante una botella de whisky: en plena campaña contra los indios le ayuda a sobrellevar la soledad del mando. Ha visto nacer al teniente, a quien el coronel no acos­tumbra a ver con buenos ojos porque acaba de salir de West Point y no tiene experiencia. El veterano sargento respeta al teniente en la forma­ción, pero le trata como al niño que ha sido fuera de ella, y si es preciso, hasta le riñe o le suelta un pescozón. Alguna vez, como sucede en «Fort Apache», el teniente es hijo del sargento, interpre­tado por Ward Bond, y ahijado de otro sargento, interpretado por Victor McLaglen. En algún film, como «Fort Comanche» de Joseph Newmann, se establece un triángulo de relaciones entre coronel (Richard Boone), sargento (Arthur O'Connell) y teniente (George Hamilton). El coronel y el sar­gento, pese a la diferencia de grados, son viejos camaradas, que participaron juntos en mil batallas y escaramuzas, y el coronel desconfía del te­niente, cosa que no era para menos, tratándose de George Hamilton. También en «Dos semanas en otra ciudad» de Vincente Minnelli, el director de cine Maurice Kruger, intgpretado por Edward G. Robinson, le confía al actor veterano Jack An­drus (Kirk Douglas) que el protagonista de la pelí­cula que está rodando, precisamente George Ha­milton, no vale nada. En «Fort Comanche», Art-

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hur O'Connel ayuda, con su experiencia y cono­cimiento del terreno, al oficial bisoño. El sargento interpretado por O'Connell en este film es profun­damente fordiano. Se trata de un personaje muy adecuado a las características de este actor, siem­pre buen compañero y fiel amigo. En «Anatomía de un asesinato» de Otto Preminger, interpretando al abogado borrachín que ayuda a James Stewart en el juicio, se comporta como un sargento o un «viejo» del �estero.

Los papeles de sargento se encomendaban a grandes secundarios. Victor McLaglen es, sin duda, el sargento más característico de toda la historia del cine, aunque también fueron grandes sargentos Ward Bond, Arthur O'Connell, John Qualen y Andy Devine ( de intendencia). Allan Hale, como compañero de Errol Flynn en los bos­ques de Sherwood, en Dodge City o en un bom­bardero en la segunda guerra mundial, cumple ha­bitualmente las funciones del sargento. James Whitmore fue sargento en diversos films, como el bélico «Más allá de las lágrimas» de Raoul Walsh, pero asciende en otros: a almirante en «Tora, Tora, Tora» de Richard Fleischer, e incluso llega a interpretar al general Howard, manco, humano y profesional, persiguiendo hasta la frontera de Ca­nadá al Jefe José. John Mcintire (en «Dos cabal­gan juntos», de Ford) y Willis Bouchey (en «El sargento negro», también de Ford) hicieron de coroneles. Walter Brennan, en cambio, siempre fue civil.

El sargento, en el western, es el encargado de negociar con la autoridad civil (tal vez interpre­tada por Ben Johnson) o con el conductor de caravanas hacia Oregon, inevitablemente interpre­tado por John Mclntire. En los films de Ford los sargentos son irlandeses, y entre ellos destaca el sargento Quincannon. Pero también son polacos, negros, y el actor mejicano Pedro Armendáriz es uno de los sargentos de «Fort Apache». En las películas de la India, los cipayos sólo llegan a sargentos, lo mismo que en el western. A Rock Hudson, en «Taza, hijo de Cochise», de Douglas Sirk, ni aun siendo hijo de quien era le hacen oficial.

Las películas sobre la Policía Montada del Ca­nadá («Policía Montada del Canadá», de Cecil B. De Mille; «Rebelión en el fuerte», de Raoul Walsh; «La última flecha», en la que Tyrone Po­wer iba acompañado de un indio muy gordo lla­mado Natayo, o «The Canadians» de Burt Ken­nedy, entre otras) son, más que una derivación del western, westerns que se desarrollan más al Norte. La especial estructura de este cuerpo, en el que, a lo que parece, hay pocos oficiales, permite que los sargentos, en la ficción cinematográfica, asuman un papel protagonista, y aparezcan tan apuestos como si fueran oficiales de West Point.

Otros sargentos hubo apuestos y galantes en otra de las provincias del Imperio de la Reina Victoria, en la India. En los territorios de Kipling se producían con abundancia las especies del Sar-

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Walter Brennan en «The Westerner».

geñto Mayor (probablemente irlandés) y al subofi­cial cipayo, que era capaz de obedecer a Rock Hudson, en «Rifles de Bengala», de Laszlo Bene­dek, y de seguirle hasta donde fuera preciso, pero no de morder los nuevos cartuchos para el rifle, productos de novedosa tecnología, y engrasados, en opinión de los agitadores nacionalistas (tal vez sijs) con grasa de cerdo. Por culpa del cartucho en

Gary Cooper, Richard Cromwell, Franchot Tone y C. Aubrey

Smith, en «Tres lanceros bengalíes».

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cuestión se organiza la rebelión de 1856, de la que Rock Hudson, Arlene Dahl, su novia, y Torin Thatcher, su coronel, salen poco menos que sin despeinarse gracias a un suboficial que, pese a la grasa del cerdo, le guardaba agradecimiento.

(Y ya que mencionamos a Kipling, y antes a John Ford, me veo en la obligación de protestar contra la acusación que se les hace de «militaris­tas». Lo que sí es cierto e incontestable es que los indios americanos fueron vencidos y que los ingle­ses conquistaron la India).

En 1935, Henry Hathaway dirige con alegría y aliento épico una obra clásica, «Tres lanceros bengalíes», en la que los lanceros, prisioneros pero ingleses, organizan carreras de cucarachas por el suelo de la celda, y apuestan por ellas con la impasibilidad de quien asiste a una carrera de caballos, con prismáticos y chistera, en Ascott.

El éxito de este film dio lugar a diversas conti­nuaciones; no otra cosa es «Gunga Din», dirigida por el prestigioso George Stevens en 1939, y en la que el trío está compuesto por Cary Grant, Victor McLaglen y Douglas Fairbanks jr. El precedente de estas historias está en «Los tres mosqueteros», que tampoco habían pasado de la condición de suboficiales, dado que obedecían al Capitán de los Mosqueteros del Rey (interpretado por Reginald Owen en la versión cinematográfica de George Sidney, que es la mejor de todas; la posterior de Richard Lester es torpe y desmitificadora, y en personajes como Athos o el Cardenal Richelieu, admirablemente interpretados por Van Heflin y Vincent Price, Lester utiliza a actores groseros conio Oliver Reed y Charlton Heston).

Más tarde, los tres lanceros bengalíes fueron trasladados al western en «Tres sargentos», film de escaso interés, que John Sturges rodó para mayor gloria del llamado «clan Sinatra». A Sinatra debía de gustarle el esquema de la gran novela de Alejandro Dumas, ya que también intervino en «Cuatro tíos de Tejas», de Robert Aldrich, cuando no le daba por la espectacularidad y promovía «La cuadrilla de los once», de Lewis Milestone, para que salieran todos los amiguetes, muy ajustados en el papel de «cuadrilleros». Pero el humor que se derrocha en «Tres lanceros bengalíes», no pasa de ser pura bufonada en «Tres sargentos», pelí­cula que, en términos de parodia, es muy inferior a otra de Sturges en el mismo tono, «La batalla de las colinas del whisky». Los «tres sargentos» no son sargentos ni son nada, sino únicamente Frank Sinatra, Dean Martin y el detestable Peter Law­ford haciendo muecas.

Ante estos sargentos, bien finos como oficiales o bien de opereta, como los tres de Sturges, pre­fiero al tosco sargento del western. Un sargentobruto pero con corazón de oro, medio analfabetoy sentimental. Victor McLaglen es recriminadopor Maureen O'Hara en «Río Grande»; «Incen­diario», le dice la enérgica irlandesa. Y McLaglenva a ver al médico, interpretado por Willis Bou­chey, que está tallando un bastón, sentado sobre

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Cary Grant, Victor McLaglen, Douglas Fairbanks jr. en

«Gunga Din».

su mesa de despacho. «Doctor, ¿qué es un incen­diario?» Y el doctor se lo explica con pocas pala­bras, y entonces McLaglen abre su mano derecha y se echa a llorar: «Con esta mano lo hice, doctor. Merecía que me la rompieran». Y el doctor, ni corto ni perezoso, le rompe el proyecto de bastón sobre ella.

McLaglen era también paternal. Ward Bond era el padre del joven oficial John Agar en «Fort Apa-

Aldo Ray.

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Gary Cooper en «Sargento York».

che»: un sargento severo y cumplidor, cuya vida eran su hogar y el ejército. Su hijo había llegado a oficial de academia y se cuadraba ante él. Pero Victor McLaglen era_ el padrino y se comportaba con el joven como si todavía fuera niño y le estu­viera regalando caramelos. En «Cuna de héroes», también de Ford, film sobre la Academia militar de West Point, el veterano suboficial que Hega a

Jack Watson, Ossie Davis, Sean Connery, A/fred Lynch y Roy

Kinnear, en «La Colina».

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ser Tyrone Power, acaba considerando a la aca­demia como su hogar y a los cadetes como sus hijos. Los sargentos de toda la vida, además de sentimentales, son hogareños y paternales, aun­que sean solteros, gruñones y borrachos, como Víctor McLaglen.

Y también son fieles. Woody Strode, en «El sargento negro», de John Ford, sabe que es víc­tima de una injusticia, pero sabe soportarla con dignidad. La dignidad es una categoría diferente de la resignación y del fatalismo. El sargento vete­rano sufre cuando degradan a su capitán, Gary Cooper, en «El honor del capitán Lex» y se plan­tea un problema terrible en tener que darle la razón a su oficial o al Ejército, en tener que esco­ger entre el todo o la parte.

Naturalmente que al sargento se le plantean problemas morales, no es éste el único caso. En «Sargento York» de Howard Hawks, Gary Coo­per es un rústico tozudo y pacifista, como pa­sando el tiempo lo sería en «La gran prueba», de William Wyler, hasta el punto de interpretar a un mormón. York no llega a tanto, pero se resiste a combatir alegando que no está dispuesto a matar a otros en una guerra que ni _le va ni le· viene. Fi­nalmente, y tras leer un libro que le presta su comandante, resuelve el problema abatiendo a medio regimiento de alemanes y haciendo prisio­nero al resto, con el pensamiento puesto en una cacería de patos. York, en la aldea, era un caza­dor certero, y había observado que si se empieza a matar a los patos en vuelo desde el flanco trasero y se continúa en ese orden, los compañeros no se dan cuenta. En su hazaña, verídica, por otra parte, intervino el cazador antes que el soldado. El sargento York era un buen exponente de una sociedad civil, aunque militarizada.

En el cine bélico sobre la segunda guerra mun­dial y la guerra de Corea aparecen rasgos neuróti­cos en el sargento. Aldo Ray, en «La colina de los hombres de acero», de Anthony Mann, mantiene una fidelidad sin límites hacia su coronel, Robert Keith. Pero el coronel ha sufrido una lesión que le impide decir palabra y Ray se comporta como un loco. Lee Marvin, en «La cruz de hierro», de Sam Peckinpah, es un sargento eficiente y valeroso, pero en su indisciplina llega a la impertinencia. U no no comprende que en el ejército nazi pudiera haber sargentos así, pero así es la cosa. Queda claro en el film de Peckinpah que los sargentos alemanes no respetaban a sus superiores ni esta­ban dispuestos a dar la vida por la patria si no es cuando no les quedaba otro remedio.

Por estos caminos, el sargento alcanza la mayo­ría de edad. Burt Lancaster interpreta ya a un sargento adulto en «De aquí a la eternidad» de Fred Zinnemann. Años más tarde, Sean Connery, en «La colina», de Sidney Lumet, es un sargento castigado que se comporta como si fuera un oficial. No ha ascendido, sin embargo, � sino todo lo contrario. Es el fin del sar- V gento.