el rubí de juana la loca - joyas del templo iv - juliette benzoni-f

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Novela - ficcción. 4to de la serie joyas del templo

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La imagen va en la primera hoja (ver manual)

Juliette Benzoni

El rub de Juana la loca

Juliette BenzoniEl rub de Juana la locaJoyas del templo IV

Para Miguel de Grecia, que tan bien sabe ensanchar los horizontes

ndice

5Resumen

6PRIMERA PARTE

71. Un alma en pena

262. El enamorado de la reina

453. La noche de Tordesillas

63SEGUNDA PARTE

644. Los feligreses de Saint-Augustin

865. Encuentros

1106. Un americano pelmazo

1297. Un castillo en Bohemia

1518. El rprobo

175TERCERA PARTE

1769. Un visitante

19410. La coleccin Kledermann

22011. El cumpleaos de Dianora

23812. El ltimo refugio

25413. El pectoral del sumo sacerdote

266Eplogo

ResumenCuarto volumen de la apasionante serieLa joyas del Templo, precedida porLa Estrella Azul, La Rosa de YorkyEl palo de Sissi. En esta serie, Aldo Morosini, prncipe veneciano y anticuario, ha recibido de un misterioso personaje apodado el Cojo de Varsovia el encargo de recuperar las cuatro piedras sustradas del pectoral del Sumo Sacerdote del Templo de Jerusaln. En esta cuarta parte,El Rub de Juana la Loca, la bsqueda transcurre en Madrid (Aldo se aloja en el hotel Ritz), Venecia, Praga, un castillo en Bohemia y Zrich, en una trama histrica plagada de misterios, suspense, traiciones y romances.

PRIMERA PARTE El mendigo de Sevilla

1924

1. Un alma en pena

La fiesta tena algo de mgico. Quiz porque esa noche naca de la ms pura tradicin andaluza, convertida en milagro por la voz excepcional de un nio.

Sentado en una silla junto a la fuente, vestido con un traje negro y una camisa blanca, las palmas de las manos sobre los muslos, el cuello estirado y mirando hacia arriba, como para interrogar a las estrellas que constelaban la bveda azul del cielo, Manolo, indiferente a la multitud que lo rodeaba, dejaba brotar su voz pura en una sole de una gran belleza. A su lado, el guitarrista, erguido, con un pie apoyado en un taburete, se inclinaba hacia l como en actitud solcita.

La frase musical, autntica filigrana sonora, surga lmpida, quedaba entrecortada por extraos lamentos y despus reanudaba el vuelo. El pblico contena la respiracin, hechizado por una expresin tan perfecta del cante jondo, cuyo origen haba que buscarlo en las profundidades del tiempo y en el que confluan la msica litrgica de Bizancio, la de los reyes moros de Granada y la aportacin fogosa de las bandas gitanas que emigraron en el siglo XV. Era la raz misma del flamenco antes de la contribucin de los cafs de Triana y del Sacromonte, un extraordinario momento de arte puro.

Como un encantamiento que se rompe, la lnea meldica se detuvo en seco, produciendo un instante de silencio seguido de una tormenta de aplausos bajo la que el muchacho salud con gravedad.

An no tena catorce aos, pero ya era famoso. Dos aos antes, ese chiquillo gitano haba ganado el concurso de cante que acababan de fundar en Granada el poeta Federico Garca Lorca y el msico Manuel de Falla. Desde entonces estaba solicitadsimo. Los que velaban por la carrera del joven cantante llevaban a cabo una rigurosa seleccin, pero qu barrera poda resistir a los deseos de doa Ana, decimosptima duquesa de Medinaceli, si sta haba decidido convertirlo en la principal atraccin de la fiesta que daba en honor de la reina el da de San Isidro?

De pie a unos pasos de las dos damas, en el gran patio iluminado por cientos de velas y de lamparillas de aceite que realzaban el esplendor de los azulejos, el prncipe Morosini se senta inclinado a dejar de atender al cantante para contemplar mejor a la anfitriona y a su invitada, pues su belleza casi nrdica contrastaba de forma llamativa con la piel y el cabello morenos del resto de los presentes. De un rubio veneciano, ojos claros y facciones delicadamente cinceladas, la mujer que ostentaba el ttulo ms importante de Espaa despus de la duquesa de Alba permaneca de pie junto al silln de su soberana, cuyos treinta y seis aos y siete alumbramientos no atenuaban en absoluto su belleza. El rubio ingls de la reina, su cutis de camelia y sus ojos de color aguamarina armonizaban de maravilla con la alta peineta andaluza y la mantilla de encaje. Unidas por una verdadera amistad la reina Victoria Eugenia era la madrina de la pequea Mara Victoria, hija de la duquesa, que ocupaba el puesto de dama de honor, de una edad similar y con un mismo sentido de la elegancia, las dos mujeres parecan realmente salidas de un cuadro de Goya, cuya obra y poca eran el tema de la magnfica fiesta organizada en la Casa de Pilatos, el palacio sevillano de los Medinaceli, cuyo encanto cautivaba a Morosini.

No era la primera vez que el prncipe iba a Sevilla, pero en esta ocasin haba llegado dos das antes con la reina gracias a la afectuosa invitacin del esposo de sta, el rey.

Acabas de hacerme un gran favor, Morosini haba declarado Alfonso XIII, que sola tutear a las personas que le agradaban, y para agradecrtelo, voy a pedirte otro: acompaa a mi mujer a Andaluca. ltimamente Espaa la agobia un poco. Tu presencia ser una agradable diversin... Hay momentos en que aora Inglaterra.

Pero, seor, yo no soy ingls objet Morosini, a quien tentaba poco la idea de encontrarse atrapado en los meandros de la severa etiqueta cortesana.

Eres un veneciano con sangre francesa, o sea, casi perfecto, si a eso aadimos que el t no te parece una pcima y que detestas las corridas tanto como ella. Y como de todas formas no puedes alojarte bajo el mismo techo, te instalars en una suite del Andaluca Palace como invitado mo. Te lo debo aadi el rey cogiendo de su mesa de despacho un objeto magnfico: una copa de gata bordeada de oro y de piedras preciosas, cuya asa estaba formada por un Cupido de marfil y oro cabalgando sobre una quimera esmaltada..., el favor que se le agradeca a Aldo.

Dos meses antes, los talentos de Morosini haban sido requeridos por los herederos de un prncipe napolitano demasiado arruinado para que su familia, una vez sus esperanzas frustradas, dudara en malbaratar la increble cantidad de objetos de todo tipo amontonados en su viejo palacio. All dentro haba de todo, desde animales disecados, jaulas vacas y horrendos objetos seudogticos, hasta deliciosas piezas de cristal, una coleccin de tabaqueras, algunos cuadros y sobre todo una copa antigua, excepcional, que decidi a Morosini a comprarlo todo, revender a un chamarilero la mayor parte de sus adquisiciones y quedarse slo con las tabaqueras y la copa, que le recordaba algo.

El vago recuerdo se convirti en certeza despus de consultar numerosos libros antiguos en la paz de su biblioteca: el objeto haba pertenecido al gran delfn, hijo del rey de Francia Luis XIV. Al prncipe, coleccionista impenitente, le encantaban las copas, los platos y los cofrecillos que representaban lo ms precioso que se haca en la poca del Renacimiento y del Barroco. A su muerte, acaecida en Meudon el 14 de abril de 1711, el Rey Sol decidi que el hijo menor del gran delfn, convertido en el rey Felipe V de Espaa, pese a su renuncia a los derechos al trono de Francia deba recibir al menos un recuerdo de su padre. As pues, el tesoro, guardado en suntuosos bales de piel sellados con las armas del heredero difunto, emprendi, convenientemente escoltado, el camino de Madrid. All permanecera hasta el reinado bastante breve de Jos Bonaparte, a quien Napolen I, su hermano, haba nombrado rey de Espaa. ste, poco delicado, al abandonar el trono se llev la coleccin a Pars.

Cuando Luis XVIII sucedi al emperador, podra haber considerado que el tesoro, reunido en Francia por uno de sus antepasados, deba permanecer all, pero decidi devolverlo a Madrid para tratar de restablecer unas relaciones deterioradas por la tormenta corsa.

Desgraciadamente no se cuid mucho el embalaje y varias piezas se rompieron o resultaron daadas en el traslado. Peor an: una docena desapareci, entre ellas la copa de gata decorada con veinticinco rubes y diecinueve esmeraldas.

Una vez identificada su adquisicin, Aldo pens que sera conveniente ofrecerla a la Corona espaola a fin de que se reuniera en el palacio del Prado con sus hermanas supervivientes. Escribi, pues, al rey Alfonso XIII y a modo de respuesta recibi una invitacin.

No fue una buena operacin financiera, desde luego. Los reyes suelen hacerse de rogar para abrir la cartera, sobre todo si se trata de comprar lo que consideran que les pertenece, y el espaol no constitua una excepcin: fingi creer que era un presente, bes al veneciano en las dos mejillas, le concedi la orden de Isabel II con una emocin que incluso hizo correr una lgrima a lo largo de su imponente nariz borbnica y lo admiti definitivamente en su intimidad. En otras palabras, Morosini fue tratado como amigo, acompa al rey en algunas de las locas carreras que le gustaba realizar con los potentes coches que le chiflaban y, sobre todo, fue con l a cazar, lo que le permiti constatar que Alfonso XIII tena una vista de lince y era increblemente rpido disparando. Cazando al vuelo con tres escopetas y dos cargadores, Su Catlica Majestad consegua con frecuencia dar en cinco blancos de cinco: dos delante, dos detrs y el quinto en cualquier direccin. Asombroso! Era sin lugar a dudas el mejor tirador de Europa. Despus de una semana disfrutando de tales privilegios, no poda presentar una factura como si fuese un simple tendero. En consecuencia, Aldo dio la copa por perdida y se fue a Sevilla con Victoria Eugenia, dichoso de volver a ver a los Medinaceli y la Casa de Pilatos, una de las residencias ms bonitas erigidas bajo el cielo de Espaa.

Construida en estilo mudjar pese a haberse empezado a fines del siglo XV, la Casa encerraba entre sus severos muros dos exuberantes jardines con fuentes, diversos edificios, un patio principal y otro ms pequeo, magnfico donde estaba el cantante, galeras caladas y una decoracin mudjar en la que los azulejos ocupaban un amplio lugar. Un poco excesivo para el gusto de Morosini, que no apreciaba sobremanera semejante derroche de esas placas de cermica con dibujos y colores variados. No obstante, el conjunto posea un encanto indiscutible.

En cuanto al nombre, si ese palacio de sultn llevaba el del famossimo procurador de Judea, se lo deba a don Fadrique Enrquez de Ribeira, primer marqus de Tarifa, que despus de efectuar un viaje a Tierra Santa quiso que su casa se pareciera a la de Pilatos. Una leyenda tal vez, pero que haba persistido, y durante la Semana Santa el palacio se converta todos los aos en el punto de partida de una especie de va dolorosa que serpenteaba a travs de Sevilla, cuya parte medieval hay que reconocer que se asemeja a Jerusaln, con sus casas blancas cerradas sobre s mismas, sus jardines secretos y sus patios inundados de sombra.

Entre frenticos aplausos, cantante y guitarrista se haban retirado tras haber tenido el honor de ser presentados a su reina. Morosini aprovech la circunstancia para retroceder discretamente entre los asistentes, pues le pareci un momento propicio para ir a contemplar ms de cerca un cuadro colgado en un saloncito de las estancias de invierno que slo haba entrevisto.

Con el sigilo que permitan las finas suelas de sus zapatos de charol, subi la escalera, que se elevaba en anchos tramos por un hueco revestido de azulejos de color en un estilo mudjar adaptado al gusto del Renacimiento, y lleg a la habitacin que buscaba, pero se detuvo en el umbral haciendo un mohn de decepcin: alguien haba tenido la misma idea que l y estaba ante el retrato, el de esa reina de Espaa que llamaban Juana la Loca y que era la madre de Carlos V.

Obra del maestro de La leyenda de la Magdalena, era un encantador retrato pintado cuando la hija de los Reyes Catlicos era muy joven y una de las princesas ms bellas de Europa. El terrible amor que la conducira a las puertas de la locura an no se haba apoderado de ella. En cuanto a la mujer que estaba all y cuyas manos acariciaban el marco, su silueta ofreca una curiosa similitud con la del cuadro, seguramente porque iba peinada y vestida de la misma forma, la que se estilaba en el siglo XV.

Morosini pens que se trataba de una excntrica, puesto que esa noche el tema escogido era Goya. Con todo, llevaba ropa suntuosa: tanto el vestido como el tocado, de terciopelo prpura bordado en oro, eran prendas dignas de una princesa. La propia mujer pareca joven y bonita.

Acercndose sin hacer ruido, Aldo vio que sus largas manos, de una extraordinaria blancura, abandonaban el marco para tocar la joya que Juana llevaba en el cuello, un ancho medalln de oro cincelado alrededor de un gran rub cabujn. Lo acariciaban, y al observador le pareci or un gemido. Esa alhaja era lo que el prncipe anticuario quera examinar ms de cerca, pues por su forma y su tamao le recordaba otras piedras.

Intrigadsimo, decidi abordar a la desconocida, pero esta vez ella lo oy y volvi hacia l uno de los rostros ms bellos que Morosini hubiera visto jams: un valo blanco, perfecto, y unos ojos de una profundidad insondable, enormes y oscuros, tan grandes que casi pareca que la mujer llevara una mscara. Y esos ojos estaban anegados de lgrimas.

Seora... dijo Aldo.

No pudo seguir: con un gesto de sobresalto, la mujer escap hacia las sombras acumuladas al fondo de la estancia poco iluminada. Fue tan rpida que pareci fundirse en ellas, pero Morosini sali enseguida tras ella. Al llegar a la escalera, la vio parada hacia la mitad, como si lo esperara.

No se vaya! le rog. Slo quiero hablar con usted.

Ella, sin contestar, continu bajando los peldaos, cruz el patio principal y se detuvo de nuevo junto a la portalada. Aldo se dirigi a uno de los sirvientes que se diriga hacia el otro patio con una bandeja cargada de copas de champn.

Conoce a esa dama? le pregunt.

Qu dama, seor?

La que est all, junto a la entrada, con ese esplndido vestido rojo y oro.

El hombre mir al prncipe como compadecindolo.

Perdone, seor, pero yo no veo a nadie.

Instintivamente, apartaba un poco la bandeja, convencido de que ese elegante personaje con frac (Morosini no se disfrazaba nunca) ya no se hallaba en su estado normal.

No la ve? dijo Aldo, desconcertado. Es una mujer preciosa, vestida de terciopelo prpura... Y mire, hace un gesto con la mano...

Le aseguro que no hay nadie repuso el criado, sbitamente asustado, pero, si le hace seas, debe seguirla... Le ruego que me disculpe...

Tras estas palabras, se march como una exhalacin haciendo equilibrios con la bandeja, cuyas copas entrechocaban como dientes castaeteando. Morosini se encogi de hombros y volvi la cabeza: la mujer segua all y le haca seas de nuevo. Aldo no lo dud ni un segundo: si haba misterio, era demasiado atrayente para desentenderse de l. Se dirigi hacia el porche en el momento mismo en que la desconocida lo cruzaba. Por un instante crey que la haba perdido, pero se haba limitado a doblar una esquina y de pronto la vio parada junto a una fuente, desde donde repiti su gesto de invitacin antes de adentrarse en un ddalo de calles y plazas. Sevilla no obedeca a ningn plan; sus palacios, sus casas y sus jardines, cuyo verde intenso contrastaba con el blanco puro, el ocre de las construcciones y el rosa claro de los tejados, se hallaban distribuidos sin orden ni concierto. Salvo en las horas ms calurosas, la ciudad rebosaba de una vida exuberante que la noche no apagaba. Su terciopelo azul salpicado de estrellas devolva aqu o all el eco de una guitarra, una cancin tarareada, risas o el chasquido alegre de las castauelas en alguna posada.

La mujer de rojo continuaba avanzando de forma tan caprichosa que Morosini, completamente perdido, se pregunt si no estara tratando de despistarlo quiz volviendo sobre sus pasos; porque, acaso no haba visto ya esa palmera solitaria asomando por encima de la tapia de un jardn? Y esa delicada reja de hierro forjado en una ventana a cuyo pie crecan rosas?

Desanimado, e intranquilo tambin, se sinti tentado de renunciar y se sent en un antiguo montador; los zapatos elegantes no eran muy apropiados para andar sobre los adoquines desiguales, algunos de los cuales eran simples piedras del Guadalquivir; un buen par de zapatillas habra sido mucho ms cmodo. No obstante, Morosini se puso de nuevo en marcha y se adentr en una callejuela oscura, en cuya entrada se haba detenido la dama de rojo. Segua haciendo el mismo gesto de llamada, pero ahora sonrea, y esa sonrisa hizo olvidar al veneciano el dolor de pies. Sin duda se trataba de una endiablada coqueta, pero era tan bella que resultaba imposible resistrsele.

En el barrio en el que desembocaba la calleja, la noche era ms oscura. Las casas eran menos vistosas y ms viejas. En sus paredes grises y sucias, el olor de naranjos en flor que envolva Sevilla se mezclaba con el penetrante y ftido de la miseria. Y antes de que Morosini tuviera tiempo de preguntarse qu iba a hacer all una mujer vestida de fiesta, sta haba desaparecido en el interior de un edificio en ruinas pero que conservaba huellas de un antiguo esplendor, delante del que se extenda un jardn salvaje. El conjunto ocupaba la esquina de una plazoleta ennoblecida por una pequea capilla.

Decidido a vivir la aventura hasta el final, Morosini crea que no tendra dificultades para abrir la puerta rajada, pero la madera se resisti. Se dispona a derribarla empujando con un hombro cuando detrs de l se alz una voz:

No haga eso, seor! A no ser que no le importe que le suceda una desgracia.

Aldo, que no haba odo que alguien se acercaba, se volvi bruscamente y, enarcando una ceja, observ al extrao personaje surgido de la nada que se diriga a l. Con su cara huesuda y alargada por una corta barba, su cabeza rapada, sus pmulos salientes y vestido con una especie de blusn rojo cuyos agujeros mostraban unas prendas interiores vagamente blancas, pareca el aguador de Velzquez, pero sus orejas puntiagudas, sus ojos brillantes bajo unos prpados pesados y el pliegue sardnico de sus delgados labios hacan pensar en un demonio a punto de jugar una mala pasada, lo que no impresion en absoluto a Morosini.

Por qu tendra que sucederme una desgracia?

Porque es la noche del 15 de mayo, festividad de san Isidro, el arzobispo de Sevilla que fue tambin un gran sabio, y porque tambin es la noche en que ella muri.

La noche en que muri? Quiere decir que esa mujer tan guapa no est viva?

En cierto modo contina estndolo, sobre todo esta noche, la nica del ao que puede salir de su casa para buscar a alguien que la libere de su maldicin. Aquellos a los que consigue arrastrar no regresan o pierden la razn, porque nadie quiere ayudarla y entonces ella se enfada... Por suerte, no todo el mundo puede verla; se necesita una... sensibilidad especial.

Cmo sabe todo eso?

Porque una noche, hace diez aos, segu al ltimo desdichado que logr arrastrar hasta su guarida. Lo que vi y o me dej aterrorizado, y crame, seor, soy valiente, pero sal huyendo. Justo a tiempo, creo. Desde entonces, vigilo para...

Pasa la noche junto a esta casa?

S. Vivo al lado. De da, mendigo delante de la catedral, mientras brilla el sol no hay nada que temer, y a veces entro en el jardn abandonado para fantasear. La puerta apenas se sostiene...

Si es un lugar tan nefasto, cmo es que no lo han incendiado o derribado?

Porque nadie aceptara encargarse de hacerlo por miedo a que le trajera mala suerte. Destruir la morada de un fantasma es peligroso. Pero me permite hacerle una pregunta, seor?

Por qu no? dijo Morosini, cautivado por las maneras de ese mendigo tan orgulloso y digno como un hidalgo.

Dnde se ha encontrado con Catalina?

As es como se llama?

S. Era hija de Diego de Susan, uno de los conversos ms ricos de la ciudad y tambin una de las primeras vctimas de la Inquisicin... Pero no me ha contestado.

Disculpe. Ha sido en la Casa de Pilatos. Durante la fiesta que se celebraba en el patio y los jardines, he subido al primer piso para ver un cuadro que me interesaba. Ella estaba all, delante de ese retrato, acaricindolo. Al verme ha huido, y yo la he seguido.

El retrato era el de Juana la Loca?

En efecto. Existe algn vnculo entre ellas? Catalina va vestida igual.

S, aunque las dos mujeres no se vieron nunca. La princesa tena dos aos en el momento del drama, y no es con ella con quien Catalina est encariada, sino con la joya que luce. Seguramente se ha fijado en el medalln con un gran rub engastado que lleva en el cuello.

S, me he fijado afirm Aldo, aunque guardndose de precisar que eso era precisamente lo que quera examinar ms de cerca.

La infeliz est condenada a encontrar ese objeto para obtener su liberacin..., pero es una larga y triste historia y se hace tarde, seor.

Aun as, me gustara escucharla. No podramos ir a algn sitio a tomar una copa de jerez o de manzanilla?

Mientras deca esto, hizo aparecer un billete entre sus dedos. El mendigo se ech a rer, dejando al descubierto unos dientes casi tan blancos como los de su interlocutor.

Seguro que tendramos un gran xito, usted contraje de etiqueta y yo con mis harapos! De todas formas, aceptara encantado ese dinero maana, cuando vaya vestido de un modo menos llamativo.

De acuerdo. Dnde y cundo?

Aqu mismo. Pongamos... hacia las tres? Es la hora de ms calor y no habr mucha gente. Lo esperar delante de la capilla.

Y adonde iremos?

En ningn sitio estaremos ms tranquilos que en ese jardn abandonado. Si no tiene miedo, claro.

Al contrario. Incluso entrara de buena gana ahora mismo.

No me obligue a repetir lo que ya le he dicho: no es aconsejable desafiar a las fuerzas desconocidas. Maana se enterar... por lo menos de lo que yo s. Vuelve a la Casa de Pilatos?

S, claro. Tengo la impresin de que llevo horas fuera.

Venga. Le buscar un coche para que lo lleve.

Al cabo de un rato, Morosini se reincorpor a la fiesta. Estaban cenando en el Jardn Grande, bajo los arcos floridos y las hojas de una vegetacin casi tropical. El ruido de las risas y de las conversaciones sobre fondo musical llenaba la noche, y de pronto Morosini dud sobre lo que deba hacer: ya no poda ponerse a buscar su sitio en la mesa, presidida por la reina; el protocolo no lo permita.

Decidi esperar en el Jardn Chico, iluminado pero desierto. All se sent en un banco cubierto de azulejos amarillos y se puso a fumar el contenido de su pitillera. All fue donde lo encontr una de las damas de la reina.

Cmo es que est aqu, prncipe? Lo hemos buscado por todas partes. Su majestad incluso ha manifestado cierta preocupacin. Acaso se encuentra mal?

Un poco, s. Ver, doa Isabel, a veces sufro neuralgias muy dolorosas que me convierten en un compaero poco agradable. Me ha sucedido durante el concierto y por eso me he apartado...

Cuando se trata de un hombre seductor, hasta la vieja ms arisca se vuelve comprensiva, y aquella mujer no tena nada ni de vieja ni de arisca.

Debera habrmelo dicho y haberse ido. Su majestad le aprecia mucho y no quiere verlo sufrir; yo habra presentado disculpas en su nombre... Y eso es lo que voy a hacer aadi tras haber contemplado un instante el rostro crispado del prncipe. Vamos a pedir un coche y lo llevarn al hotel. Yo me encargo de todo. Maana vendr al Alczar a excusarse.

Acepto encantado su ayuda, aunque irme sin permiso de la reina...

Yo lo obtendr por usted. Ella comprender. Venga. Voy a ordenar que se acerque uno de nuestros coches.

Unos instantes ms tarde, Morosini, satisfecho de su estrategia, circulaba hacia el Andaluca Palace al trote ligero de una calesa con cascabeles y borlas rojas y amarillas que le pareci el colmo de la comodidad; despus de la carrera por las callejuelas con zapatos de charol, ya no saba de quin eran los pies. Gracias a la querida doa Isabel, era libre de dedicarse a pensar en su siguiente encuentro con el mendigo. Un encuentro del que su instinto de cazador le deca que podra abrir un camino interesante. Y en los dos ltimos aos, los ms apasionantes eran los que conducan a una u otra de las piedras preciosas robadas tiempo atrs del pectoral del sumo sacerdote en el Templo de Jerusaln. Slo faltaba encontrar una: un gran rub cabujn. Ese rub era la razn por la que Aldo haba querido examinar tranquilamente el retrato de Juana la Loca, pues el que la madre de Carlos V llevaba en el cuello posea todas las caractersticas de la joya desaparecida.

Desde haca dos aos, Morosini recorra Europa en compaa de su amigo el egiptlogo Adalbert Vidal-Pellicorne. Haban logrado encontrar tres de las piedras desaparecidas: el zafiro, el diamante y el palo. Aldo haba conocido al hombre que los haba comprometido en esta bsqueda en los stanos del gueto de Varsovia. Era un judo cojo, dotado de una vasta cultura y de una gran sabidura, que incluso posea el don de la clarividencia. Era, adems, una de esas personas que saben atraerse el afecto de la gente. La historia que Simn Aronov le cont al prncipe anticuario era de las que no se pueden escuchar con indiferencia cuando uno es joven, valiente, un apasionado de las joyas antiguas y le gusta la aventura. Segn esa historia, el pueblo de Israel, dispersado por todo el mundo, slo recuperara su tierra natal y sus derechos soberanos si el pectoral completo regresaba a la madre patria. Eso tambin acabara con el poder malfico de las piedras sagradas, robadas por primera vez por los soldados de Tito. Y Dios saba lo malignas que eran! Su belleza y su enorme valor despertaban la codicia tanto de hombres como de mujeres, y a lo largo de los siglos su rastro estaba manchado de sangre.

El propio Aldo haba sufrido las consecuencias de ese poder: su madre, la princesa Isabelle, a quien sus antepasados haban legado el zafiro, haba muerto asesinada. Al igual que haba sido asesinado sir Eric Ferris, el riqusimo comerciante de caones, asesinato planeado por su suegro y quizs ejecutado por su mujer, el conde Solmanski, enemigo jurado del Cojo y empeado, como l, en localizar las joyas perdidas. Igualmente nefasta era la Rosa de York, el diamante del Temerario, el duque de Borgoa, de destino shakespeariano: media docena de cadveres tras el anuncio de su puesta en venta en Londres. Sin contar una vctima de Jack el Destripador y algunas ms. En cuanto al palo, ligado a la trgica leyenda de los Habsburgo, pasando por la de la deslumbrante Sissi y su hijo Rodolfo, haba dejado cuatro cadveres en tierra austraca slo en el transcurso del otoo anterior. En todos los casos, los dos investigadores haban encontrado la mano criminal de Solmanski.

Morosini haba pagado tambin su parte. Solmanski, no contento con haber convertido en una asesina a Adriana Orseolo, la prima preferida de Aldo, haba conseguido, mediante un innoble chantaje, obligarlo a l, el prncipe Morosini, a casarse con su hija, la arrebatadora pero inquietante Anielka, viuda de sir Eric Ferris, probablemente envenenado por ella pese a que el tribunal de Old Bailey no haba podido demostrar su culpabilidad.

Irona del destino: Aldo se encontraba casado con una mujer por la que estaba loco antes de descubrir que ya no la amaba. Suponiendo que la hubiera amado realmente alguna vez. Es tan fcil confundir el deseo con el amor...

Cuando lleg al Andaluca, Aldo fue a tomar una ltima copa al bar. Una buena manera de ahuyentar las ideas sombras que se le ocurran cuando pensaba en la mujer que llevaba su apellido. Con gracia, eso s. Su belleza rubia, frgil y delicada atraa a los hombres como un tarro de miel atrae a las moscas. Algunos envidiaban a Morosini y nadie entenda que el matrimonio no se consumara, pero l jams faltara al juramento hecho a los manes de su madre asesinada, jams le dara a la hija del criminal la satisfaccin de continuar el linaje de una de las familias ms nobles y antiguas de Venecia. Saba que no podra mirar a sus hijos a la cara si tuvieran a Romn Solmanski por abuelo.

Para esa situacin, exista una solucin: la anulacin en los tribunales de Roma de un matrimonio contrado bajo coaccin y no consumado. Aldo haba tomado ya una decisin: iba a iniciar el procedimiento.

Si no lo haba hecho al da siguiente de la boda, era sobre todo por compasin hacia la que haba tenido que jurar ante Dios que amara y protegera. Y ello precisamente porque la haba amado hasta el punto de arriesgarlo todo para poseerla.

La situacin de la joven era, en efecto, poco envidiable pese a la presencia de su fiel doncella, Wanda, que se ocupaba de ella desde la infancia. Soportada ms que aceptada en un palacio que se negaba a ser su hogar, mantenida a distancia por un marido al que aseguraba amar, deba de sufrir la angustia producida por la suerte de su padre, encarcelado en Inglaterra y en espera de un juicio por asesinato que poda llevarlo a la horca. El hecho de que el conde Solmanski fuera un ser abyecto no cambiaba en absoluto la imagen que de l tena su hija, y si bien Morosini se alegraba de ver a su enemigo vencido, no se poda pedir a Anielka que compartiera ese sentimiento. As pues, mientras no se dictara sentencia, el esposo forzado no presentara la solicitud de anulacin. Era una simple cuestin de humanidad. Pero despus, estuviera Solmanski muerto o vivo, Aldo haca todo lo que tuviera que hacer para recuperar su libertad.

Qu hara con ella? Seguramente poca cosa. La nica mujer por la que la habra sacrificado con entusiasmo se haba alejado de l para siempre. Deba de despreciarlo, de detestarlo, y eso tambin era por su culpa. Haba descubierto demasiado tarde lo mucho que quera a la ex Mina van Zelden, transformada en una adorable Lisa Kledermann.

Al darse cuenta de que el coac despertaba los recuerdos en lugar de ahogarlos, Morosini sali del bar, subi a su habitacin y, sin siquiera dedicar una mirada al mgico paisaje nocturno de Sevilla, se meti en la cama con la firme intencin de dormir. Era la mejor manera de invertir el tiempo hasta su encuentro con el mendigo.El hombre haba acudido a la cita. Al llegar a la plazuela, Morosini lo vio en cuclillas en la entrada de la capilla con su blusn de color coral. El lugar estaba desierto, as que no mendigaba; incluso pareca dormir. Sin embargo, en cuanto apareci el que esperaba se levant y le indic por seas que se dirigiera hacia la casa, donde se reuni con l.

A la luz cruda de un sol ya abrasador, la suciedad y las heridas del edificio exhiban su miseria sin restarle un pice de una especie de belleza arisca, pero Morosini saba que en ninguna parte del mundo se llevan los andrajos con ms orgullo que en Espaa.

Sin pronunciar palabra, el mendigo sac una llave de entre sus harapos y abri con ella una puerta ms slida de lo que pareca.

Como ve, a menos que uno sea un espritu, no se entra tan fcilmente dijo el mendigo. Pero Catalina no necesita llaves.

Y los que la siguen, cmo se las arreglan?

Les abre la puerta el diablo. Anoche usted habra entrado si yo no hubiese intervenido.

El jardn debi de ser delicioso. Las baldosas azules y amarillas que marcaban los caminos estaban rotas, descoloridas, algunas reducidas a polvo, pero aquella esplndida primavera la vegetacin, ms abundante que nunca, transformaba los antiguos macizos en una pequea jungla delirante y perfumada. Una gran piedra desgastada, que haba sido un banco cubierto de azulejos azules, acogi a los dos hombres bajo un obstinado naranjo cuyas flores blancas despedan una suave fragancia. Todo ese bonito batiburrillo ocultaba las heridas de la vieja casa.

Yo no s si el diablo vive aqu, pero esto presenta ciertas similitudes con un paraso observ Morosini.

La pena es que no haya nada que beber repuso el mendigo. Estamos casi en tierras islmicas, y las hures de Mahoma se mostraban ms generosas.

No hay ms que pedir dijo Morosini, sacando de una bolsa de viaje que llevaba consigo dos porrones de manzanilla envueltos en sendos paos hmedos para mantenerlos frescos y tendiendo uno a su compaero.

Usted s que sabe vivir! dijo ste, echando la cabeza hacia atrs para enviar, con gesto experto, un largo chorro de vino al fondo de la garganta.

Aldo hizo lo mismo pero con ms moderacin.

He pensado dijo que su memoria se sentira ms a gusto humedecindose un poco. Ahora, si le parece bien, hbleme de esa tal Catalina cuya belleza me impresion.

Siempre ha sido as. En el ltimo cuarto del siglo XV era la muchacha ms bonita de Sevilla y quiz de toda Andaluca. Y como su padre era muy rico, dispona de todos los medios para realzar esa belleza: se vesta como una princesa...

Me dijo que su padre era un converso. Supongo que eso quiere decir convertido, no?

S, pero no uno cualquiera: un judo convertido. Desde que Tito saque Israel, nunca estuvieron los judos tan a punto de construir una nueva Jerusaln como en la Edad Media y en este pas. Su fracaso definitivo fue obra de Isabel la Catlica. Para empezar, desempearon un papel importante en la venida de los sarracenos de frica hacia el ao 709 y fueron recompensados por ello. Durante el reinado de los califas, y pese a persecuciones intermitentes, alcanzaron su grado de prosperidad ms elevado. Destacaban tanto en medicina como en astrologa, y a travs de sus correligionarios de frica conseguan drogas, especias, todos los medios para practicar un comercio generador de riqueza... Pero debo de estar aburrindole. Parece que le est dando una clase de historia y...

Una clase absolutamente necesaria y muy interesante. Contine, por favor.

Animado por estas palabras, el mendigo le sonri, bebi otro trago, se sec la boca con una manga y prosigui:

Cuando los cristianos volvieron a ocupar poco a poco la pennsula, los judos siguieron viviendo tranquilos. El rey Fernando III, llamado el Santo cuando reconquist Sevilla en 1248, incluso les dio cuatro mezquitas para convertirlas en sinagogas y los barrios ms ricos para que se instalaran en ellos. Pero con dos condiciones: no insultar la religin de Cristo y abstenerse de hacer proselitismo. Lamento decir que no respetaron su promesa.

Lo lamenta? Por qu?

Yo tambin soy judo dijo el mendigo con sencillez. Diego Ramrez, para servirlo. Y nunca me ha gustado que mis correligionarios observen una conducta reprobable. Pero es un hecho patente que violaron la ley todo lo que quisieron. Se haban enriquecido tanto que prestaban dinero a los reyes. Alfonso VIII incluso nombr a uno de ellos su tesorero, y de forma progresiva el gobierno pas en gran parte a sus manos. Hasta se dice que la reina Mara, amenazada de muerte por su esposo si no le daba un hijo varn, cambi al nacer a la heredera legtima por un nio judo, el futuro Pedro el Cruel, que pas largas temporadas aqu. Su muerte fue la primera desgracia para los hijos de Israel, pero los acechaba una desgracia todava peor: la gran epidemia de peste, la Muerte Negra que extermin en dos aos la mitad de Europa. Las multitudes enloquecidas los hicieron responsables de aquello, acusndolos de haber envenenado los pozos. Pese a las amenazas de excomunin del papa Clemente VI, comenzaron las matanzas. Aqu, cuatro mil habitantes de la judera fueron exterminados, y los dems, obligados a convertirse.

se fue el origen de una nueva clase social, los conversos. Sin embargo, si bien hubo algunas conversiones sinceras, la mayora haba abandonado su culto ancestral con la boca pequea. Enseguida se dieron cuenta de que era la nica posibilidad de recuperar su fortuna y su poder. Fingiendo ser cristianos, podan acceder a todos los puestos, entrar en la Iglesia e incluso casarse con miembros de las familias nobles. Y ascendieron tan rpidamente en la escala social que volvieron a convertirse en un estado dentro del Estado. Algunos llevaban la hipocresa hasta el extremo de maltratar a sus hermanos pobres que haban permanecido fieles a la ley de Moiss, sin renunciar al mismo tiempo a celebrar las ceremonias judas.

Esta situacin habra podido prolongarse. Desgraciadamente, seguros de su poder y de sus fortunas, apoyados por una Iglesia en buena parte afecta a ellos, se escondieron cada vez menos, practicaron la blasfemia casi oficial, el escarnio, y mostraron una falta total de escrpulos. El resto del pueblo los odiaba tanto como los tema, pero su mayor error fue no haber apreciado en su justo valor a la joven reina Isabel, que reuna todas las cualidades de un gran jefe de Estado.

Ah, tengo la impresin de que no vamos a tardar en hablar de la Inquisicin dijo Morosini.

Pues s. Un da de septiembre de 1480, Isabel la Catlica abri uno de los cajones del mueble donde guardaba los papeles de Estado y sac un documento que descansaba all desde haca aproximadamente un ao. Era un pergamino provisto de un sello de plomo sujeto a unas cintas de seda de colores claros: la bula que autorizaba a los soberanos espaoles a instaurar en su pas un severo tribunal eclesistico. El documento llevaba fecha de 1 de noviembre de 1478, pero la reina haba tenido la prudencia de tomarse tiempo para reflexionar y diferir su promulgacin. Esta vez, lanz el arma terrible que guardaba en el secreto de sus aposentos.

Diego Ramrez haba hecho otra pausa para saciar su sed y Morosini empez a preguntarse si le quedara la suficiente lucidez para contar la historia que a l le interesaba por encima de todo.

Si he entendido bien dijo, ya tenemos el decorado montado, la atmsfera creada... Vayamos ya a la historia de Catalina, por favor.

Estoy a punto de llegar, no tema. Entre la creacin de la Inquisicin y el drama que nos ocupa slo transcurrieron tres meses. Los dos primeros inquisidores, fray Juan de San Martn y fray Miguel de Morillo, ordenaron detener a los conversos ms sospechosos. Unos monjes dominicos constituyeron el tribunal y lo establecieron en la fortaleza de Triana, en la otra orilla del ro, y all, a unos calabozos situados la mayora de ellos por debajo del nivel de las aguas del Guadalquivir, fueron a parar varios de los personajes ms ricos e influyentes de Sevilla.

Diego de Susan, el padre de Catalina, fue uno de ellos?

Todava no. Pero congreg en la iglesia de San Salvador, que era una antigua mezquita, a los conversos que seguan libres. El tiempo apremiaba, el peligro se acercaba. Diego predic la sublevacin ante esos hombres, algunos de los cuales eran los principales magistrados de la ciudad. Haba que reunir tropas, podan pagarlas, y con su ayuda apoderarse de Sevilla y del peligroso tribunal. Se repartieron las tareas: reclutar hombres, comprar armas, preparar el plan de lo que deba ser una autntica guerra contra la Iglesia e Isabel. Ah es donde aparece Catalina.

Qu tena que ver ella con esa conspiracin?

Ms de lo que cree. Le bulla la sangre y estaba perdidamente enamorada de uno de los oficiales de la reina. La sola idea de perderlo la volva loca. Y si los rebeldes ganaban, Miguel, el oficial en cuestin, sera uno de los primeros en caer. As que...

No me diga que denunci a su propio padre...

S, y a todos los dems. Los encerraron en la fortaleza de Triana, donde fueron interrogados antes de hacerlos comparecer ante un consejo de legistas. Los menos culpables fueron condenados a penas de prisin; los jefes, a la hoguera. El 6 de febrero de 1481 se encendieron, no slo en Sevilla sino en toda Espaa, las primeras hogueras de la Inquisicin. En atencin al servicio prestado por su hija, Diego de Susan no fue conducido a una de ellas, pero, cuando lo llevaron a la catedral para que se retractara pblicamente, rechaz de dientes afuera el cristianismo que lo haba protegido durante mucho tiempo y se declar judo practicante. Unos das ms tarde, era arrojado al fuego junto con dos de sus cmplices. La ejecucin tuvo lugar fuera de las murallas, en el Campo de Tablada, ante un pblico muy escaso: la peste an merodeaba y un profundo malestar pesaba sobre Sevilla. Pero Catalina estaba all, oculta bajo pobres vestiduras, y las llamas que devoraban a su padre se reflejaban en sus grandes ojos oscuros.

El mendigo tena la mirada perdida. Pareca haber olvidado por completo el jardn salvaje y estar reviviendo la escena de horror que describa.

Se dira... que usted tambin estaba presente murmur Morosini.

El comentario fue suficiente para devolverlo a la tierra. Mir unos instantes a su compaero sin decir nada.

Puede que estuviera... Puede que lo haya soado. En esta ciudad, el pasado nunca est muy lejos.

Qu fue de ella?

Se qued sola. Su crimen fue de los que inspiran repugnancia. Con todo, ella pensaba que con el tiempo las cosas se arreglaran. Los bienes de su padre haban sido incautados, pero ella haba conseguido conservar oro, sus alhajas y, sobre todo, un rub que le haban prohibido llevar porque era una piedra sagrada y el ms preciado tesoro secreto de Diego de Susan.

Al prncipe anticuario se le sec la garganta de golpe: habra descubierto una pista?

Una piedra sagrada? susurr. Cmo es eso?

Antiguamente..., mucho tiempo atrs, decoraba junto con once piedras ms el pectoral del Sumo Sacerdote del Templo de Jerusaln. Todas juntas representaban las doce tribus de Israel. Pero no me pregunte cmo haba llegado el rub, smbolo de Jud, a las manos de Diego. Parece ser que haba estado en poder de su familia desde haca varias generaciones, pero para l era el signo tangible de su pertenencia profunda a la fe de Moiss.

El porrn estaba vaco. Morosini sac otro de la bolsa, para alegra de su compaero, aunque esta vez l fue el primero en beber. La suerte acababa de hacerle descubrir un hilo conductor hacia la ltima piedra, la que Simn Aronov no saba dnde estaba. Aquello mereca ser celebrado, aunque fuera con un simple trago de manzanilla. Aun cuando entre saber dnde se encontraba el rub en el siglo XV y echarle el guante haba una gran diferencia.

Agradecido, se sec los labios con el pauelo y tendi el porrn a su compaero al tiempo que le preguntaba:

Y Catalina quera lucir esa joya, no?

Por supuesto. Poco interesada por la religin, la Susona, como la llamaban, crea que el rub hara eterna su belleza. Sin embargo, no fue capaz de conservarla.

Se la robaron?

No. La entreg voluntariamente. Hay que tener en cuenta que su, situacin era peligrosa. La comunidad juda la haba maldecido. Estaba sola y su amante, horrorizado por su crimen, le daba la espalda. Slo poda escoger entre una existencia de apestada y el exilio, pero no se decida a alejarse del hombre al que amaba. Fue entonces cuando encontr ayuda en un antiguo amigo de su padre, el obispo de Tiberias, un hombre codicioso y ambicioso. ste consigui convencerla de que le diera la joya para ofrecrsela a la reina Isabel, que tena debilidad por los rubes. A cambio, la Susona recibira la proteccin real. Para la rproba, vivir bajo la gida de la soberana era acercarse a Miguel; antes o despus, el joven acabara por sucumbir de nuevo a sus encantos. De modo que le dio la piedra al obispo...

... Y ste se la qued.

No, no. Se la dio a la reina e incluso abog por la causa de la parricida presentndola como una persona muy unida a la Iglesia que rechazaba con repugnancia la conducta equvoca de su padre. Isabel, entonces, la hizo ingresar en un convento, pero no era eso lo que la Susona quera. Lo que ella quera era recuperar a Miguel. Debido a sus accesos de ira acabaron expulsndola. Despus de eso, la nica salida que le quedaba era la prostitucin, y no la asustaba. Se instal en esta casa que nadie haba querido y que estaba abandonada. Mientras dur su maravillosa belleza, llev aqu una vida vergonzosa. Con la edad vino la miseria y finalmente la muerte. Dicen que se haba arrepentido y que exhal el ltimo suspiro en los peldaos de la capilla, pero, como usted mismo pudo constatar, la muerte no le report descanso. Catalina habita esta casa, perseguida por la maldicin del pueblo judo.

Se sabe algo de esa maldicin? Hay alguna redencin posible para el alma en pena de Catalina?

Quiz. Si lograse encontrar la piedra sagrada para devolvrsela a los hijos de Israel, la paz descendera sobre ella. Por eso todos los aos sale de la casa en busca del rub y sobre todo del hombre que acepte buscarlo por ella.

Y siempre va a la Casa de Pilatos? Es que el rub del retrato es el que ella busca?

S. La reina Isabel se lo regal a su hija, Juana, cuando sta se fue a los Pases Bajos para casarse con el hijo del emperador Maximiliano, Felipe el Hermoso, que la volvi loca. Lo que no puedo decirle, seor, es qu pas despus con l. Le he contado todo lo que s.

Es mucho, y se lo agradezco dijo Morosini, sacando del bolsillo un sobre que contena la recompensa prometida. Pero antes de despedirnos me gustara entrar en la casa.

Diego Ramrez se meti el sobre bajo el blusn despus de echar un rpido vistazo al interior, pero despus hizo una mueca.

No hay nada que ver salvo escombros, ratas y telaraas.

Y Catalina? No ha dicho que la habitaba?

Por la noche. Slo por la noche respondi el mendigo, repentinamente nervioso. Todo el mundo sabe que los fantasmas no se dejan ver durante el da.

En tal caso, no hay nada que temer. Viene?

Prefiero esperarlo aqu..., pero no demasiado tiempo. Esa puerta no est cerrada con llave y se abre fcilmente... Puede verla desde aqu, detrs de la quinta columna de la galera de acceso.

Aldo no tuvo ninguna dificultad en penetrar en el universo desolado descrito por su compaero. Dos salas abandonadas bajo techos de cedro cuyas elegantes esculturas subsistan, algunas con un resto de color. Al fondo de la segunda, una escalera con las baldosas rotas suba hacia el piso superior, pero la oscuridad era tan densa que apenas si se vea.

Haca fro en la casa abandonada. El ambiente ola a polvo, a moho y a otra cosa, algo indefinible que produca una sensacin de tristeza al visitante. Era tan extrao que, pese a su valenta, Morosini not que palideca y que unas gotas de sudor le baaban la frente. Incluso le dio un vuelco el corazn mientras avanzaba lentamente hacia los viejos peldaos. Al mismo tiempo, senta, de un modo cada vez ms angustioso, una presencia.

Qu me ocurre? mascull, sin pensar ni por un instante en retroceder. Acaso estar convirtindome en mdium, para que me afecte de esta forma lo invisible?

Y de pronto la vio, o ms bien la percibi, pues no era ms que un rostro de contornos mal definidos en medio de las sombras concentradas junto a la escalera, pero sin duda corresponda a la mujer a la que haba seguido el da anterior. Semejaba una flor cubierta por un velo de bruma en medio de las tinieblas, una flor sin tallo pero capaz de expresar todo el sufrimiento del mundo. Las personas que padecan suplicios deban de tener esa expresin doliente. Entonces, casi a su pesar, Aldo dijo en un tono lleno de dulzura:

Catalina, yo tambin busco el rub, lo busco para devolvrselo al pueblo de Israel. Cuando lo haya encontrado, vendr a decrselo... y rezar por usted.

Le pareci or un suspiro y no vio nada ms. Entonces, tal como acababa de prometer, pronunci en voz alta las palabras del padrenuestro, se santigu y sali al jardn. La sensacin de angustia experimentada un momento antes haba desaparecido, dejndolo ms fuerte y decidido que nunca. La misin que le haba encargado Simn le pareca ms noble an si poda sumar a ella la salvacin de un alma perdida.

El mendigo, que esperaba su regreso con aprensin, se acerc a l.

Ya est satisfecho, seor?

S, y le estoy muy agradecido por haberme trado aqu. Creo que en esta casa habr ahora ms tranquilidad. Si es que me ha entendido, claro...

La ha visto? Ha visto a la Susona?

Quizs..., y le he prometido que buscar el rub para devolverlo a los suyos. Si lo consigo, vendr a decrselo.

Ramrez abri los ojos como platos y hasta se olvid del porrn de vino que no haba soltado.

Y de verdad cree que lo lograr? Despus de tanto tiempo? Debe de estar usted ms loco que yo, seor!

No, lo que pasa es que mi oficio consiste en briscar joyas perdidas. Vaymonos ya. Espero que volvamos a vernos algn da.

Yo me quedar aqu un rato ms... en compaa de este excelente vino. Dios le guarde, seor!

Morosini dej all la bolsa y volvi andando al hotel. Despus de la siesta, la ciudad despertaba, y era un placer caminar por sus estrechas calles cercadas de paredes blancas sobre las que velaba la torre rosa de la Giralda. Adems, paseando y dndose un bao era como Aldo pensaba mejor.

El rito de la baera vendra ms tarde, antes de vestirse para ir a la cena que la reina daba esa noche en el Alczar Real. A sa no poda faltar. En primer lugar, para no perder la amistad de una dama tan encantadora como Victoria Eugenia. Y en segundo lugar, porque esperaba encontrar all a un personaje al que el da anterior apenas haba prestado atencin, pero que quiz le fuese de cierta utilidad.

Se le haba ocurrido una idea, y cuando esto suceda, Aldo no era amigo de hacerla esperar. Acaso la idea no es del gnero femenino?

2. El enamorado de la reina

Al llegar al Alczar, Aldo encontr al hombre que buscaba cruzando con cautela el patio de las Doncellas y dando el brazo a un personaje calvo y de aspecto frgil que pareca tener dificultades para andar. Vestido con un traje ajado, cualquiera habra tomado a ese personaje por un oscuro funcionario retirado, de no ser porque luca una ostensible insignia del Toisn de Oro de la que se poda deducir que se trataba de un grande de Espaa, y era preciso que fuera as para que el arrogante marqus de Fuente Salada le manifestase tanta solicitud. As pues, Morosini consider que no era un buen momento para abordarlo. En cualquier caso, haca falta alguien para hacer las presentaciones oficiales y el noble anciano tan augustamente condecorado era un desconocido para el veneciano, de modo que ste se dirigi hacia el saln de los Embajadores con la esperanza de encontrar all a doa Isabel.

Dos das antes, al llegar a la Casa de Pilatos con el squito real para tomar el t, Morosini haba tenido ocasin de ver por primera vez el retrato de Juana la Loca que haba deseado examinar despus del concierto de la noche pasada. Con su taza en la mano, se haba acercado a l, pero ya haba alguien all removiendo el t con una cucharilla sin prestar la menor atencin a lo que haca. Era un hombre mayor, ms tieso que una vela, ms rgido que una tabla y aproximadamente igual de grueso. El perfil que ofreca no era muy seductor: la ausencia de mentn y una frente huidiza de la que partan largos cabellos grises hacan destacar una nariz larga y puntiaguda y, sobre el cuello almidonado, una prominente nuez de Adn que pareca en perpetuo movimiento. El hombre deba de ser presa de una gran emocin, pero, como se eternizaba e interceptaba el paso hacia el cuadro, Morosini se acerc y dijo, adoptando una actitud sumamente amable para disimular su impaciencia:

Magnfico retrato, verdad? Uno no sabe qu debe admirar ms, si el arte del pintor o la belleza de la modelo.

La cucharilla se detuvo; la nuez de Adn, tambin. La nariz dio un cuarto de vuelta y su propietario examin a Morosini con la mirada glida de un par de ojos que posean el color y la ternura del can de una pistola.

Que yo sepa, no hemos sido presentados dijo el personaje.

No, pero me parece que es una laguna fcil de colmar. Soy...

No me interesa quin es usted. Para empezar, no es espaol, eso salta a la vista, y adems no se me ocurre ninguna razn para que trabemos conocimiento. Entre otras cosas, por lo inoportuno que es: acaba de interrumpir un instante de emocin pura. De modo que le ruego que siga su camino...

Con mucho gusto, seor! repuso Morosini. Jams habra credo que fuera posible encontrar a una persona tan grosera en una casa como sta.

Y le dio la espalda para volver con el grueso de los invitados. De camino, fue detenido por la marquesa de Las Marismas doa Isabel, que lo asi de una manga.

Le he visto hablando con el viejo Fuente Salada y no pareca que se entendieran muy bien dijo con una sonrisa burlona.

S, nos hemos entendido perfectamente, aunque ha sido ms bien desagradable.

Aldo le cont la breve escaramuza y la joven se ech a rer.

Comprndalo, querido prncipe dijo, ha cometido usted un crimen de lesa majestad: osar interrumpir la conversacin que Don Basilio, que es como se le conoce, sostena con su amada reina!

Su amada...? Significa eso que est enamorado del retrato?

No, de la modelo. Yo incluso dira que es la gran pasin de su vida, desde la infancia.

Vaya ocurrencia! No me imagino soando con la imagen de una princesa tan sombra.

Porque no es usted espaol. Reconozco que sobrecoge un poco, pero para muchos de nosotros es una mrtir. Adems, fue la ltima reina antes de que llegaran los Habsburgo: Carlos V, su hijo, y todos sus descendientes. Su matrimonio con Felipe el Hermoso represent una catstrofe para el pas. En fin, volviendo a Fuente Salada, no cabe duda de que actualmente es la mayor autoridad en lo que se refiere a la historia de Juana.

Lstima que sea tan desagradable; seguramente habra sido interesante charlar con l.

Quiere que lo arregle? Venga, se lo presentar. Siempre ha tenido debilidad por m. Dice que me parezco a ella.

Es verdad, pero usted es mucho ms guapa. En cuanto al marqus, no tengo ningunas ganas de volver a aventurarme en unas aguas tan salobres. De todas formas, gracias por el ofrecimiento.

Cunto lamentaba ahora haber rechazado la proposicin! Se le ocurra un montn de preguntas para hacerle al tal Don Basilio. El nombre le iba que ni pintado; slo le faltaba el enorme sombrero y la sotana de jesuita para ser igual que el modelo. Ahora no le quedaba ms remedio que tratar de congraciarse con l, aunque tuviera que tragarse su orgullo.

Al entrar en el saln de los Embajadores, cuya decoracin y, sobre todo, la magnfica cpula de madera de naranjo databan de la poca de Pedro el Cruel, Morosini encontr una agitacin absolutamente desacostumbrada. La reina todava no haba hecho acto de presencia, y en general se la esperaba charlando; pero esta vez predominaba una atmsfera de excitacin entre todas aquellas personas vestidas de etiqueta. El centro del revuelo pareca ser la duquesa de Medinaceli, que manejaba con nerviosismo un abanico de plumas de avestruz negras. Aldo iba a acercarse a ella, pero la duquesa ya lo haba visto y se diriga hacia l.

Prncipe, esta tarde he encargado que lo buscaran, pero ha sido imposible encontrarlo. Ha visto ya a la polica?

A la polica? No. Por qu?

Crame que lo lamento muchsimo, pero ha sido inevitable llamarla: ha habido un robo en mi casa. Se han llevado un cuadro de gran valor, el retrato de Juana la Loca. Quiz se fijara en l.

Fijarme? Me interesaba muchsimo; incluso pensaba hablar con usted sobre l. Cundo lo han robado?

Anoche, durante la fiesta, aunque no sabra decir en qu momento. Ah, aqu est su majestad... Slo dos palabras: la polica me ha pedido la lista de invitados, incluidos los acompaantes de la reina.

La duquesa tuvo el tiempo justo para ir a ocupar su lugar y hacer la reverencia: Victoria Eugenia, sonriente y luciendo una diadema de brillantes, acababa de cruzar el umbral del saln. Doa Isabel iba detrs de ella, e instintivamente Aldo busc a Don Basilio entre los invitados.

No le cost mucho localizarlo: Fuente Salada estaba justo enfrente de l, al otro lado de la estancia. Su actitud arrogante pero serena sorprendi a Morosini. La agitacin se haba calmado tras la entrada real, de acuerdo, pero aun as l deba de estar al corriente de un robo que tena que haberlo sumido en un abismo de dolor. La idea de que su amada estuviera en manos de un vil bribn deba de resultarle insoportable. O quizs an no supiera nada, en cuyo caso valdra la pena observar su reaccin.

Mientras la reina hablaba con uno u otro grupo de invitados, Morosini se llev a doa Isabel aparte.

Tengo que pedirle un favor, querida amiga. Es... un poco delicado, y no quisiera que me tomara por un veleta que cambia constantemente de parecer.

Cuntos prembulos! Vamos, pida lo que sea.

Ese viejo irascible, el marqus de Fuente Salada... Quisiera que nos presentase.

Una expresin divertida se pint en el encantador rostro de la joven.

Acaso le gusta que lo martiricen, querido prncipe?

En absoluto, pero necesito hacerle algunas preguntas. Usted me dijo que era una autoridad en todo lo relativo a Juana la Loca, no?

S, lo es; pero no teme que hoy sea un momento an peor que el otro da? Ya sabe que han robado el retrato que se encontraba en casa de los Medinaceli. Debe de estar de un humor de perros.

No lo parece. Incluso se dira que est muy tranquilo. Tal vez an no lo sepa.

En ese caso, vamos all.

Pero Don Basilio lo saba. Para ser exactos, acababa de enterarse, pues su lvido rostro estaba adquiriendo una curiosa tonalidad roscea que en l deba de ser signo de una violenta emocin. Mova de un lado a otro la cabeza de pjaro y la larga nariz, como si intentara olfatear el rastro del malhechor.

Increble! Inconcebible! Absolutamente escandaloso! no cesaba de repetir. Y a continuacin puso por testigo a la seora de Las Marismas: No es usted del mismo parecer, querida Isabel? Vivimos en el siglo de las abominaciones.

La conciliadora doa Isabel se puso enseguida manos a la obra.

El prncipe y yo compartimos su opinin, querido don Manrique dijo. Por cierto...

El marqus interrumpi un instante sus imprecaciones para clavar unos ojos de bho en el recin llegado.

El prncipe? mascull. Prncipe de qu, si puede saberse?

El tono era tan despreciativo que, pese a sus buenos propsitos, Aldo se ofendi.

Cuando alguien cuenta con cuatro dux de Venecia entre sus antepasados, uno de ellos un prncipe del Peloponeso dijo con la misma arrogancia que el otro, no tiene que rendir cuentas de sus blasones a un hidalgelo espaol.

Doa Isabel se interpuso valientemente en la disputa.

Seores, seores! Piensen que la reina est aqu! Esta reyerta no es propia de hombres cuya inteligencia y cuyos grandes conocimientos deberan permitirles simpatizar. Permita, pues, prncipe, que le presente..., privilegio de la edad precis con una sonrisa, para evitar confusiones, al marqus de Fuente Salada, chambeln de su majestad la reina Mara Cristina, viuda de nuestro aorado rey Alfonso XII. Don Manrique, ste es el prncipe Morosini, un gran seor y un experto internacional en joyas histricas. Su cultura es casi tan vasta como la de usted. Adems, el rey, a quien ha prestado un gran servicio, lo aprecia mucho.

Fuente Salada esboz un saludo, mirando desafiante al veneciano al tiempo que mascullaba, incorregible:

Hummm, hummm!... En el fondo, nobleza de comerciantes!... Y de qu podramos hablar?

De ese magnfico perodo espaol llamado Siglo de Oro dijo Morosini, impvido, y en particular de la ms desdichada y tal vez la ms atrayente de las reinas, sa cuyo retrato un malhechor ha osado robar, doa Juana...

El otro lo interrumpi con un gesto, carraspe, sac del chaqu un pauelo enorme, se limpi con l la nariz y declar:

Ni el lugar, ni la hora, ni las circunstancias me parecen apropiados para evocar tan noble recuerdo. No podra decir usted nada que yo ya no supiera. Adems, slo acepto hablar de ella en un sitio, el de su martirio. En Tordesillas, donde tengo una casa. Y estamos lejos de all.

Por qu no en Granada, puesto que en la capilla real de su catedral es donde descansa, junto a su esposo y su madre? pregunt Morosini en tono provocador.

Porque ah slo hay cenizas y a m lo nico que me importa es la vida. Para servirlo, seor. Estn anunciando la cena y no tenemos nada ms que decirnos. Querido duque, lo acompao aadi, inclinndose con solicitud sobre la cabeza calva del hombre del Toisn de Oro, que pareca dormir de pie.

La marquesa los mir perderse entre la multitud.

Ser imbcil! exclam. Hay que compadecer a las reinas por estar condenadas a vivir a diario con gente as. ste ni siquiera tiene la disculpa de creerse don Quijote, como uno que yo conozco. Simplemente est afectado de cursilera crnica.

Cursilera? Qu es eso?

Una especie de esnobismo. Ser cursi es ser pomposo, pretencioso, encopetado pero adoptando cierta actitud que sobrepasa el sentido burgus de la respetabilidad. Manrique pertenece a la alta nobleza, antigua pero sin mucha educacin, de modo que profesa una autntica devocin a todo lo que lleva corona ducal, principesca o, por supuesto, real.

La ma no ha parecido impresionarle mucho!

Porque es usted extranjero. El hidalgo ms insignificante vale para l ms que un lord ingls o un prncipe francs. Y estos ltimos, todava, porque no olvida que nuestros reyes son Borbones. Y ahora, puesto que es mi vecino de mesa, ofrzcame el brazo y vayamos a cenar, si no acabar por llamar la atencin.

A las doce y media, Aldo estaba de vuelta en el Andaluca Palace, lo suficientemente cerca del Alczar para que resultara agradable regresar a pie disfrutando de una hermosa noche de primavera.

Lo que lo esperaba en la casilla del correo no lo era tanto: el comisario de polica Gutirrez lo convocaba a la maana siguiente a las diez. Por lo que pareca, estaba escrito en su destino que debera tener tratos con la polica en todas sus estancias en el extranjero: despus de Pars, Londres; despus de Londres, Salzburgo; y ahora Sevilla. Sin contar, por supuesto, la de su propio pas.

Algn da escribir una monografa comparada, pens mientras se meta con gusto en la cama. Esa convocatoria no le preocupaba: acaso no haba dicho doa Ana que las autoridades deseaban hablar con todos los invitados? Adems, no haban llegado a convertirse algunas de sus relaciones con la polica en slida amistad, como la que una a su amigo Adalbert y a l con Gordon Warren, de Scotland Yard?

Sin embargo, al entrar al da siguiente en el despacho del comisario Gutirrez supo de inmediato que no tena muchas posibilidades de que ste llegara a convertirse en un viejo amigo. El funcionario recordaba de forma irresistible un toro rabioso. Tena la cabeza enorme y una cabellera engominada de un negro azulado. El rostro, rubicundo; la barba, corta y cortada en punta, tan oscura como el cabello, del que caa una especie de caracol sobre una frente maciza. Los ojos eran oscuros, de mirada desdeosa y muy dominadora. Si a ello se aada un tronco cuadrado que emerga de la mesa cubierta de papeles y unas manos impresionantes, se obtena una imagen lo menos tranquilizadora posible para quien no tena la conciencia tranquila.

Una vez que hubo observado con ojo crtico la alta y elegante figura masculina que estaba de pie ante l, el personaje, despus de consultar una nota que enseguida tap con su ancha mano, gru:

Se llama usted... Morosini?

Ese es mi apellido, en efecto respondi Aldo, sentndose tranquilamente en una silla colocada delante de la mesa y estirando con cuidado la raya de los pantalones.

No creo haberle ofrecido asiento.

Un simple olvido por su parte, supongo repuso el prncipe sin alterarse. Pero ya estoy sentado. Si no me equivoco, desea hablar conmigo sobre el robo de que fue vctima la duquesa de Medinaceli anteayer en la Casa de Pilatos.

As es. Y estoy convencido de que tiene cosas muy interesantes que contarme.

Morosini alz una ceja para mostrar su sorpresa.

No s cules, pero pregunte y tratar de contestarle.

Muy sencillo: quiere decirme dnde se encuentra actualmente el cuadro en cuestin?

El interpelado se sobresalt y frunci el entrecejo.

Cmo voy a saberlo? No he sido yo quien lo ha cogido.

Gutirrez adopt una expresin astuta que quedaba de lo ms forzada.

Eso es lo que habra que ver. Ya imagino que no le es posible decirme dnde est exactamente el retrato de la reina Juana. Supongo que, tras llegar hasta el mar por el Guadalquivir, se dirige hacia algn lugar de frica o a cualquier otro destino, y que registrar su habitacin del Andaluca no servira de nada.

En otras palabras, me acusa de ladrn, y sin tener la mnima prueba.

Aunque todava no la tenemos, no tardaremos en encontrarla. De todas formas, alguien sospecha que usted ha robado ese objeto, y un sirviente lo vio salir de la casa en plena fiesta.

Eso es ridculo! Estaba siguiendo a una dama...

Que el sirviente no vio, lo que no significa que no existiera realmente y que quiz llevara el cuadro bajo el vestido. Sin el marco, no ocupa mucho, y en una fiesta de disfraces se llevan faldas amplias...

Es verdad que sal, y tambin lo es que segua a una dama... Pero se lo explicar todo a la duquesa. No creo que sea usted capaz de comprender lo que me ocurri ayer. Ella s.

Llmeme idiota, slo le falta eso!... Y estese quieto, Morosini. No soporto que no paren de moverse delante de m.

Y yo no soporto que se me trate como si fuera un delincuente y que no se me tenga la consideracin debida. No soy Morosini, al menos para usted; soy el prncipe Morosini, y puede llamarme excelencia o prncipe, como prefiera. Debo aadir que he venido a esta ciudad por invitacin de su majestad el rey Alfonso XIII, formando parte del squito de la reina. Qu tiene que decir a eso?

Era muy raro que Aldo hiciese semejante alarde de nobleza, que quiz quedaba un poco esnob, o ms bien cursi, pero ese cerncalo tena la virtud de sacarlo de sus casillas. Sin embargo, la rplica pareca haber producido algn efecto. El comisario perdi un poco de color y pestae.

La duquesa no ha dicho nada de eso dijo en un tono ms conciliador, aunque sin pensar ni por un instante en disculparse. Se ha limitado a dar la lista de sus invitados de anteayer.

Y ha puesto en la lista Morosini sin ms?

N... no. Ha indicado su ttulo. Organizar un careo entre usted y el sirviente, pero el hecho es que si sobre usted pesan graves sospechas es porque uno de sus iguales..., me refiero a uno de los asistentes a la fiesta, est convencido de su culpabilidad. Esa persona dice que mostraba un inters sospechoso por el cuadro, y como se trata de una personalidad absolutamente...

Djeme adivinar de quin se trata. Es quiz mi acusador el marqus de Fuente Salada?

No tengo por qu revelarle mis fuentes.

Ya lo creo que va a revelrmelas, porque slo aceptar participar en un careo con el sirviente si hace venir tambin a ese personaje, del que tal vez usted ignora que siente por el cuadro en cuestin una autntica pasin. Yo me limit a mirarlo; l, por un momento cre que iba a cubrirlo de besos.

Nadie besa un cuadro! repuso Gutirrez, no slo cerrado a toda forma de humor sino abiertamente escandalizado.

Por qu no, si se est enamorado de la persona que representa? Usted nunca ha besado una foto de su mujer?

La seora Gutirrez, mi esposa, no es de las que permiten esa clase de familiaridades.

Eso, Morosini no lo pona en duda. Si se pareca a su dueo y seor, deba de ser un verdadero antdoto contra el amor. Pero no estaban all para discutir sobre la vida privada del comisario.

Sea como sea, insisto en que si alguien siente un gran inters por ese cuadro es l.

Segn l, usted tambin. A quin creer, entonces?

Pnganos cara a cara y lo ver.

El comisario no se renda. Se guardaba en la manga un argumento que crea de peso.

Es cierto que usted ejerce la profesin de anticuario?

S, pero no me dedico a los cuadros. Estoy especializado en piedras preciosas y joyas antiguas. Y, para que se entere, cuando trataba de examinar el famoso retrato lo que deseaba ver de cerca era sobre todo el rub que la reina lleva en el cuello. El pintor lo reprodujo con una gran fidelidad y tengo razones para creer que esa piedra es una de las que busco para un cliente.

Y cree que voy a tragarme eso?

Mire, seor comisario, me es absolutamente indiferente que lo crea o no. De modo que, si no le importa, vamos a ir juntos a la Casa de Pilatos y all formular su acusacin en presencia de la duquesa, de su sirviente y de Don... del marqus de Fuente Salada, a quien mandar buscar.

Eso es justo lo que tengo intencin de hacer, pero no bajo sus rdenes. Le aconsejo que no se muestre tan altanero. Dirigir la investigacin es mi trabajo, y voy a tomar las disposiciones necesarias para organizar esa reunin... maana a la hora que le vaya bien a la duquesa. Mientras tanto, usted permanecer bajo vigilancia.

Espero que no pretenda obligarme a quedarme en este lugar.

Por qu no? Me gustara que probase una prisin espaola.

Le aconsejo como amigo que abandone ese proyecto; de lo contrario, telefonear a mi embajada en Madrid, y llegado el caso puedo llamar tambin al Palacio Real para pedir que me busquen un abogado. Despus...

Tras hacer amago de embestir al insolente para cornearlo, el toro se conform con rebufar, se aclar la garganta y finalmente mascull:

Est bien, puede irse, pero le advierto que lo vigilarn y lo seguirn a todas partes.

Si eso le complace, adelante. Slo le digo que debo ir al Alczar Real para despedirme de su majestad. Formo parte provisionalmente de su squito y tena que volver a Madrid con ella esta noche. He de disculparme y pedir permiso para quedarme.

No aprovechar para huir? Me da su palabra?

Morosini le dedic una sonrisa burlona.

Se la doy con mucho gusto, si es que la palabra de un... ladrn representa algo para usted. No se preocupe: maana seguir estando aqu. No soy de los que se escabullen ante una acusacin y tengo intencin de llegar hasta el final de este asunto antes de volver a mi casa.

Despus de pronunciar estas palabras, se despidi con desenvoltura y sali.

Sin apresurarse, fue a la residencia real totalmente decidido a no decirle a la reina ni una palabra acerca de sus dificultades con la polica. Present sus disculpas por no acompaar a su majestad durante el viaje de vuelta, alegando un irresistible deseo de quedarse algn tiempo ms en Andaluca. A cambio, recibi la garanta de que siempre sera recibido con sumo placer, tanto en Madrid como fuera de la capital, y a continuacin se despidi. Doa Isabel, a quien ese deseo de quedarse en Sevilla resultaba un tanto sorprendente, lo acompa hasta la salida de los aposentos reales.

Cuando una mujer inteligente quiere saber algo, en general consigue averiguarlo. En este caso, adems, Aldo no tena ningn motivo para ocultarle la verdad.

Lo acusan de robo? dijo con indignacin. A usted? Pero eso es un disparate!

Tiene su explicacin: ha sido cosa de Don Basilio.

Ese hombre me detesta, debe de pensar que tengo algo contra su querido retrato y hace lo posible para librarse de m. Acta en buena lid..., sobre todo si cree sinceramente que soy culpable.

Por qu no le ha dicho nada a su majestad?

Ni pensarlo! Quiero cuidar mi imagen, y las relaciones con los alguaciles siempre dejan una pequea sombra. Adems, me gusta solucionar mis asuntos yo mismo.

Est loco, amigo. Se expone a tener encima a ese tal Gutirrez un montn de semanas. Puede perfectamente mandarlo a pudrirse en la crcel hasta que encuentren el cuadro.

Y qu pasa con los derechos de las personas?

Los derechos? Recuerde que esto no queda lejos de frica y que el tiempo no cuenta. En serio, si despus de ese careo el comisario pretende retenerlo, exija que se informe a Madrid. De todas formas, voy a dar instrucciones al mayordomo que se ocupa de nuestra casa de Sevilla. Confo plenamente en l. Estar atento y, llegado el caso, me avisar.

Morosini le cogi una mano a la joven y se la acerc a los labios.

Es usted una buena amiga. Gracias.

Despus de despedirse de doa Isabel, se dirigi hacia la catedral vecina, imponente y hermosa bajo el sol matinal. All, por ms que busc en todas las puertas del monumento, no vio por ninguna parte el blusn rojo de su mendigo. En cierto sentido, vala ms as, a fin de evitar que el polica encargado de vigilarlo se hiciera preguntas. Como no tena otra cosa que hacer, Aldo decidi pasearlo. Para ofrecerle un ejemplo edificante, entr a rezar una oracin en la catedral y luego se dirigi tranquilamente a la calle Sierpes, donde estaba prohibida la circulacin de vehculos y que era el centro neurlgico de la ciudad. All abundaban los cafs, los restaurantes, los casinos y los clubes donde, detrs de amplios ventanales, los hombres acomodados de Sevilla se solazaban tomando bebidas frescas, fumando enormes puros y contemplando la animacin de la ciudad. En vista de que era ms de la una de la tarde, Morosini decidi ir a comer y entr en Calvillo para degustar el famoso gazpacho andaluz, unos langostinos a la plancha y mazapn, todo regado con un Rioja blanco que result excelente. No se poda decir lo mismo del caf, tan denso que casi poda mascarse y que tuvo que ayudar a bajar bebiendo un gran vaso de agua. Tras de eso, considerando que su ngel de la guarda mereca un poco de descanso, decidi echar una siestecita, como todo el mundo, y regres al agradable fresco del Andaluca. Su vigilante podra elegir entre los sillones del gran vestbulo y las palmeras del jardn.

Naturalmente, no durmi. Principalmente, porque la siesta no formaba parte de sus hbitos, pero tambin porque, pese a su aparente serenidad, aquella historia le fastidiaba. No tena ganas de eternizarse en Sevilla. Adems, el comisario Gutirrez no le inspiraba ninguna confianza; si lo haba dejado libre, quiz fuese para tener tiempo de pensar la mejor forma de soslayar la proteccin real sin jugarse la carrera, pero estaba decidido a clavarle las garras. Fuera cual fuese el resultado del careo del da siguiente, Morosini estaba casi seguro de que encontrara la manera de hacerlo pasar por la crcel.Unos golpes en la puerta interrumpieron su acceso de morbidezza, como decan en su pas, y su lento descenso hacia las oscuras profundidades del desnimo. Fue a abrir y se encontr frente a un botones con uniforme rojo adornado con galones, que le presentaba una carta sobre una bandeja de plata. En realidad, no era ms que una nota, pero al leerla Aldo tuvo la impresin de que acababan de insuflarle oxgeno: en unas pocas palabras, la duquesa de Medinaceli le rogaba que fuese a charlar un rato con ella hacia las siete. Estaremos solos. Venga, por favor. Me disgustara que se llevara de Sevilla una imagen desagradable.Significaba eso que doa Ana estaba al corriente y no daba ningn crdito a la acusacin formulada contra l? Confiaba en ello. Adems, quiz la amable mujer supiera algo sobre la joya.

As pues, fue con entusiasmo a darse una ducha, antes de ponerse un elegante traje gris antracita cuyo corte impecable haca plena justicia a sus anchos hombros, sus largas piernas y sus estrechas caderas. Una camisa blanca con cuello de pajarita y una corbata de seda en tonos grises y azules completaron un atuendo perfecto para visitar a una dama a ltima hora de la tarde. Una rpida mirada a un espejo le mostr que su espesa y morena cabellera empezaba a encanecer en las sienes, pero ese detalle no le preocup. Al fin y al cabo, le sentaba bien a su piel mate, tensada sobre una osamenta de una arrogante nobleza, y a sus ojos azul acero, en los que a menudo chispeaba la irona.

Tranquilo sobre su aspecto fsico, cogi un sombrero y unos guantes y llam a recepcin por el telfono interior para pedir un coche ante el que, al cabo de un momento, se abri la verja de la Casa de Pilatos.

Encontr a la seora de la casa en el jardn. Ataviada con un vestido de crespn rojo oscuro y luciendo un collar de perlas de varias vueltas, lo esperaba sentada en un gran silln de mimbre, junto a una mesa sobre la que haba algunos refrescos. Morosini observ que pareca nerviosa, ansiosa incluso; no obstante, respondi a su besamanos con una encantadora sonrisa.

Ha sido muy amable viniendo, prncipe. Ver de nuevo este palacio no debe de causarle un placer infinito.

Por qu no? Es una fiesta para los ojos repuso Aldo en tono cordial, dejando que su mirada vagara por la jungla florida y perfumada de uno de esos jardines que constituyen una de las ms bellas manifestaciones del espritu andaluz.

Sin duda, pero en l suceden cosas desagradables. No s cmo expresarle lo confusa y disgustada que me siento por que se hayan atrevido a involucrarlo en este desagradable asunto del cuadro robado. Debera haber venido a contrmelo de inmediato. De no ser por doa Isabel, an no me habra enterado.

Ah, ha sido ella quien...

S, ha sido ella... Esa acusacin es ridcula. No nos conocemos mucho, pero su reputacin habla en su favor. Hay que estar mal de la cabeza, como ese pobre Fuente Salada, para tomarla con usted. En cuanto a ese majadero que afirma que lo vio perseguir a una dama que no exista, voy a despedirlo...

Ni se le ocurra hacerlo! El pobre chico se ha limitado a decir la verdad. Me vio salir; Estaba cruzando el patio principal con una bandeja cargada de copas y le pregunt el nombre de una dama a la que slo vea yo. l no vio a nadie.

Y el comisario ha sacado la conclusin de que usted intentaba distraer su atencin a fin de permitir a un o una cmplice salir con el retrato.

Es eso lo que cree? Podra habrmelo dicho. En cualquier caso, es ridculo. Aldo ri. Cmo habra podido distraer su atencin sealndole a una dama a la que l no vea y que...

Se interrumpi; un criado ms imponente que un ministro acababa de presentarse con las bebidas. Morosini acept un dedo de jerez y su anfitriona opt por lo mismo. Despus, tan silenciosamente como haba surgido de entre unos naranjos en flor, el hombre se esfum.

La duquesa hizo girar por un instante la copa entre sus dedos.

Puede describirme a esa mujer?

Desde luego. Y tambin puedo decirle hasta dnde la segu. Pero... temo que me tome por loco, doa Ana.

Hable, por favor.

La duquesa escuch tranquilamente, sin hacer ningn comentario y sin mostrarse sorprendida. Luego dijo con la mayor naturalidad del mundo:

Algunos afirman que aparece aqu todos los aos en la misma fecha. Yo nunca la he visto, porque slo se aparece a los hombres.

Entonces, la conoce?

Todos los sevillanos conocen la historia de la Susona. Est grabada en la memoria colectiva. Mi suegro aseguraba que la haba visto, y tambin uno de nuestros mayordomos, al que encontraron una maana vagando por las calles totalmente privado de razn. Dicen que viene aqu por el retrato de la reina, pero sobre todo por el rub que lleva al cuello. A lo mejor es la responsable del robo del cuadro.

No creo que tuviera posibilidad de hacerlo. En cualquier caso, cuando la segu no llevaba nada. Pero, ya que hablamos de la joya representada en el lienzo, puede decirme qu ha sido de ella? Una piedra de esa importancia debe de haber dejado su rastro en la historia.

La duquesa separ sus pequeas manos cargadas de anillos en un ademn que expresaba ignorancia.

Me avergenza confesar que no s nada al respecto, y eso que descendemos del marqus de Denia, que fue el carcelero de Tordesillas, donde la pobre reina sufri tan larga cautividad y a veces en terribles condiciones. Denia y su mujer eran increblemente rapaces y no me extraara nada que se hubieran apoderado de las pocas joyas que la reina conservaba. Pero tambin es posible que en el momento de su muerte el rub ya no le perteneciera; si no, habra llegado hasta nosotros por herencia. Quiz doa Juana se lo regalase a su ltima y muy querida hija, Catalina, cuando sta se march de Tordesillas para casarse con el rey de Portugal. Pero, ahora que caigo, puesto que maana tena usted que mantener un careo con Fuente Salada, podramos preguntarle qu sabe de la joya. Creo que no ignora nada referente a la reina loca.

Ha dicho tena? Sigo teniendo que mantener ese careo, seora duquesa..., a no ser que se niegue a que se realice en su casa. Le confieso que lo lamentara, porque he puesto muchas esperanzas en l.

No ser necesario. Tengo intencin de solventar este asunto esta misma tarde: dentro de un cuarto de hora escaso, el comisario Gutirrez estar aqu. En cuanto a Fuente Salada, voy a mandar que le lleven una invitacin para comer con usted maana. Lo conozco y s que vendr corriendo aadi con una sonrisa que Aldo imit.

Por... cursilera?

S, por cursilera. Ese hombre es incapaz de resistirse a un ttulo ducal, y yo poseo nueve. Es un personaje curioso; todas las primaveras realiza una especie de peregrinacin: aqu y a Granada, por el retrato y por la tumba.

Nunca dejamos de invitarlo, pero esta vez la reina ha llegado al mismo tiempo que l.

Me ha sorprendido que no formara parte del squito real. Me han dicho que era chambeln.

De la reina Mara Cristina, la madre del rey y viuda de Alfonso XII. Vive retirada en Madrid, y el ttulo de chambeln ya ha quedado prcticamente desprovisto de funciones. Adems, creo que a su majestad le pareca fastidioso.

Con una puntualidad militar, Gutirrez hizo su entrada en el minuto exacto que se le haba indicado, salud como corresponda y se sent en el borde del asiento que le ofrecan, no sin lanzar a Morosini una mirada cargada de sobreentendidos; saltaba a la vista que no le haca ninguna gracia encontrarlo all. Y todava le hizo menos cuando la anfitriona tom la palabra.

Seor comisario, le he pedido que venga a verme para evitar que contine avanzando por un camino equivocado dijo, dirigiendo al polica una de esas sonrisas a las que resulta difcil resistirse. Estoy en condiciones de asegurarle que el prncipe Morosini, aqu presente, no tiene nada que ver con el dao que hemos sufrido.

Le ruego que me perdone si me permito contradecirla, seora duquesa, pero los hechos y testimonios que he podido recoger no dicen mucho a favor de... su protegido.

La palabra haba sido desafortunada. Doa Ana frunci su noble entrecejo.

Yo no protejo a nadie, seor. Resulta que un incidente absolutamente fortuito me ha puesto en condiciones de ofrecerle un testimonio irrefutable. Mientras estbamos cenando, la marquesa de Las Marismas vino a pedir a su majestad la reina autorizacin para que el prncipe Morosini, que padeca un acceso de neuralgia, se retirara. A continuacin, pidi un coche y mand que lo llevaran a su hotel. Un rato ms tarde, le rogu a mi secretaria, doa Ins Aviero, que fuera a buscarme un chal, y as lo hizo. Pues bien, doa Ins es tajante: el retrato estaba en su sitio cuando ella pas por delante de l.

Quiz no se dio cuenta. Cuando se est acostumbrado a ver un objeto da tras da, esas cosas pasan.

A doa Ins, no. Ella se fija en todo y no pasa ningn detalle por alto. Usted mismo podr preguntrselo; voy a hacer que la llamen.

Si est segura del hecho, por qu no dijo nada cuando interrogu a su personal?

Usted no se lo pregunt respondi la duquesa con una lgica implacable. Adems, fue al quedarnos solas ayer por la noche cuando doa Ins, despus de haber reflexionado, me dijo que estaba segura de haber visto el retrato de la reina alrededor de la una de la maana. Puesto que el prncipe nos dej hacia las doce y media, saque usted mismo la conclusin.

El tono, que no admita rplica, era de los que un modesto comisario, ante una de las damas ms importantes de Espaa, no poda permitirse poner en duda, pero era evidente que ganas no le faltaban. Sentado en su silla, replegado sobre s mismo, la cabeza de toro hundida entre los hombros macizos, pareca incapaz de decidirse a levantar el asedio. Doa Ana, compadecindose de l y para darle tiempo de digerir su decepcin, aadi, sbitamente afable:

Tenga la bondad de informar al marqus de Fuente Salada de lo que acabo de decirle.

Gutirrez se estremeci, como si despertara de un sueo, y no sin esfuerzo se puso en pie.

De todas formas, el seor marqus no hubiera venido maana. Acabo de pasar por casa de su primo, donde se aloja cuando viene a Sevilla, y me han dicho que ya se ha marchado.

Cmo! se indign la duquesa. Lanza una acusacin gratuita y se marcha? Esa es la mejor prueba de que lo mova el rencor y de que se trataba de simple maldad.

Yo me inclinara ms bien por el simple ahorro sugiri el comisario, empeado en defender a un hombre tan valioso. Ha pensado que, si aprovechaba el tren real para volver a Madrid, el viaje no le costara nada.

Morosini se ech a rer.

Quiz simplemente ha recapacitado dijo con indulgencia. En lo que a m respecta, bien est lo que bien acaba, y ahora voy a preocuparme por mi propio viaje de vuelta.

Se dispona a levantarse tambin, pero doa Ana lo retuvo.

Qudese un momento. Seor comisario, su investigacin se encuentra en un punto muerto y debe de tener usted mucho que hacer. No le entretendr ms.

Gutirrez se march, pero su forma de arrastrar los pies deca claramente que lo haca de mala gana.

No parece muy convencido coment Morosini.

Eso es lo de menos. Lo que cuenta es que deje de importunarlo. Su acusacin era grotesca.

Pero normal cuando no se conoce a una persona y se trata de un extranjero.

Es normal sobre todo cuando uno es de pocos alcances. La primera cualidad de un buen polica es saber distinguir con quin est tratando.

Se oy la campana de un convento vecino. Aldo se levant de nuevo, esta vez sin que se lo impidieran. Su mirada chispeaba cuando se inclin sobre la mano de su anfitriona:

Le debo un gran favor, duquesa. Un favor mucho mayor de lo que quiere reconocer.

La misma llamita de diversin brill en los ojos oscuros de doa Ana.

Acaso insina, querido prncipe, que lo que acabo de afirmar no es la expresin misma de la verdad?

Morosini aspir la brisa fresca que vena del mar y agitaba con majestuosidad la cima de las grandes palmeras.

No hace calor y el vestido de su gracia emple adrede el ttulo ingls reservado a las duquesas porque le pareca que a doa Ana le iba como anillo al dedo es de un tejido precioso pero bastante fino..., y todava no ha pedido un chal.

Esta vez, ella se ech a rer, se levant tambin y fue a coger a Aldo del brazo. .

Cree que debera?... De todas formas, yo nunca tengo fro. Pero... me gustara saber por qu a Fuente Salada le han entrado tantas prisas por irse. No le importa hacerse el pobretn a pesar de que no est en la miseria, ni mucho menos. Entonces, a qu viene lo de aprovechar el tren real?

Un ataque agudo de cursilera?

Me cuesta creerlo; se relaciona con el entorno real todo lo que quiere. A lo mejor ha sentido de verdad remordimientos por sus afirmaciones caprichosas.

Es posible, pero si siente remordimientos me enterar. Maana por la maana salgo para Madrid y no tengo intencin de dejarlo escapar. No olvide que necesito sus conocimientos. Esa es, por cierto, la nica razn por la que no le dar un buen puetazo.

Lo hara, si no fuera por eso?

Cmo cree usted que reaccionara un espaol en el mismo caso?

Me temo que de forma violenta.

Los venecianos somos igual de sensibles, pero le prometo que yo me comportar con una amabilidad exquisita.

Lo que no dijo es que le estaba rondando una idea por la cabeza. Y si por casualidad el ladrn fuera Don Basilio?

Llegaron al gran patio donde esperaba el mayordomo encargado de acompaar al visitante a su coche.

Soy su esclavo para siempre, doa Ana dijo Aldo, inclinndose. Ahora s qu aspecto tiene un ngel de la guarda.

En ocasiones, la verdad encuentra muchas dificultades para abrirse paso hacia la luz. Es un deber ayudarla a conseguirlo... Adems, para ser totalmente franca, me sentir bastante satisfecha de verme privada del retrato si su ausencia me libra de las visitas de la Susona. No le tengo mucho aprecio.

Al llegar a la plaza de la antigua Puerta de Jerez, al fondo de la cual se alzaba el Andaluca Palace, Morosini vio de pronto, bajo un viejo sombrero de paja, un blusn de un rojo descolorido que le pareci reconocer y que pareca andar arriba y abajo como esperando. Inmediatamente hizo detener la calesa, pag y baj, pensando que quizs el mendigo estuviese buscndolo. No se equivocaba; en cuanto lo vio, Diego Ramrez le hizo una discreta sea invitndolo a seguirlo.

Uno detrs del otro, los dos hombres llegaron a un venerable edificio cuya fachada barroca estaba decorada con magnficos azulejos. Era el Hospital de la Caridad, fundado en el siglo XVI por la congregacin del mismo nombre para dar asilo a los pobres y sepultura a los ajusticiados cuyos cuerpos abandonados se pudran bajo el cielo. Uno de sus principales bienhechores haba sido don Miguel de Manara, cuya vida disoluta servira de modelo a donjun. Ver entrar all a un mendigo no tena nada de sorprendente, y tampoco a un hombre elegante, ya que las religiosas encargadas del hospital reciban a menudo donativos y visitas de la alta sociedad sevillana.

Los dos hombres se dirigieron a la capilla, que permaneca abierta hasta tarde. Como saba que el curioso personaje era judo, a Morosini le extra un poco verlo entrar en una iglesia, pero Ramrez no se acerc al altar. Se detuvo a la derecha de la gran puerta, delante del terrible cuadro de Valds Leal, obra maestra del realismo espaol, que segn Murillo slo se poda mirar tapndose la nariz. Representaba a un obispo y un caballero muertos, metidos en sus atades semiabiertos y llenos de gusanos.

Podra haber buscado otra cosa... murmur Morosini detenindose junto a l.

Por qu? Para todos mis iguales este cuadro es un consuelo, pero es de otro cuadro del que quiero hablarle.

Del que han robado en la Casa de Pilatos? Estoy al corriente. Hasta me han acusado del robo!

Es un grave error. Yo s quin s