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1 EL ROMÁNICO EUROPEO: LA VÍA PODENSIS A TRAVÉS DE SUS PORTADAS HISTORIADAS Felicitas Martínez de Salinas Ocio Universidad del País Vasco/Euskal Herriko Unibertsitatea Quisiera dar las gracias a Ricardo Miralles por la invitación que me ha brindado para participar en estas “II Jornadas sobre el Románico en la Rioja Alta” y felicitarle junto al Ayuntamiento de Treviana por la iniciativa que intentan llevar a cabo sobre la creación de un “Centro de Interpretación del Románico en la Rioja Alta”. Esta conferencia consta de dos partes: una primera de introducción para contextualizar las rutas europeas que canalizaban a los peregrinos hacia Santiago de Compostela, y una segunda parte, donde me centraré en la Vía Podensis, comentando iconográficamente las portadas historiadas de Santa Fe de Conques y San Pedro de Moissac. En el s. X, en plena época feudal, los habitantes de la Europa Occidental vivieron momentos difíciles. El fin del mundo –el Apocalipsis- estaba señalado para el año 1000. Se extiende por Europa una costumbre muy original: largas procesiones de disciplinantes arrepentidos que piden perdón a Dios por los pecados de toda la Humanidad. Fue una época de misticismo colectivo, de psicosis popular que arrastraba a las masas detrás de los clérigos. Aunque el fin del mundo no llegó en el año 1000, los cristianos siguieron con la costumbre de hacer peregrinaciones a algún lugar santo de la cristiandad, al menos una vez en la vida. Esta costumbre denota influencias islámicas (peregrinación a la Meca). La palabra latina “peregrinatio”, deriva de “per-ager”, literalmente “por el campo” y evoca la marcha o camino. En la cristiandad, el peregrino se identificaba desde la Edad Media por determinados signos externos: el sombrero de ala ancha, el zurrón con una concha, para las caminos jacobeos o con una cruz en los caminos hacia Tierra Santa, el bordón que era el báculo- bastón provisto de un pomo para poder defenderse ante un imprevisto, una calabaza hueca para llevar líquido que le saciara la sed y como indumentaria la capa con su esclavina. Antes de su partida los peregrinos recibían la bendición de la Iglesia, impartida por el Obispo, cuando se trataba de un grupo numeroso. Durante su ausencia determinadas disposiciones jurídicas protegían sus bienes y sus intereses. Los Santos Lugares: Jerusalén, Roma y Santiago de Compostela serán los más

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EL ROMÁNICO EUROPEO: LA VÍA PODENSIS A TRAVÉS DE SUS PORTADAS HISTORIADAS

Felicitas Martínez de Salinas Ocio

Universidad del País Vasco/Euskal Herriko Unibertsitatea

Quisiera dar las gracias a Ricardo Miralles por la invitación que me ha brindado para participar en estas “II Jornadas sobre el Románico en la Rioja Alta” y felicitarle junto al Ayuntamiento de Treviana por la iniciativa que intentan llevar a cabo sobre la creación de un “Centro de Interpretación del Románico en la Rioja Alta”.

Esta conferencia consta de dos partes: una primera de introducción para contextualizar las rutas europeas que canalizaban a los peregrinos hacia Santiago de Compostela, y una segunda parte, donde me centraré en la Vía Podensis, comentando iconográficamente las portadas historiadas de Santa Fe de Conques y San Pedro de Moissac.

En el s. X, en plena época feudal, los habitantes de la Europa Occidental vivieron momentos difíciles. El fin del mundo –el Apocalipsis- estaba señalado para el año 1000. Se extiende por Europa una costumbre muy original: largas procesiones de disciplinantes arrepentidos que piden perdón a Dios por los pecados de toda la Humanidad. Fue una época de misticismo colectivo, de psicosis popular que arrastraba a las masas detrás de los clérigos. Aunque el fin del mundo no llegó en el año 1000, los cristianos siguieron con la costumbre de hacer peregrinaciones a algún lugar santo de la cristiandad, al menos una vez en la vida. Esta costumbre denota influencias islámicas (peregrinación a la Meca). La palabra latina “peregrinatio”, deriva de “per-ager”, literalmente “por el campo” y evoca la marcha o camino. En la cristiandad, el peregrino se identificaba desde la Edad Media por determinados signos externos: el sombrero de ala ancha, el zurrón con una concha, para las caminos jacobeos o con una cruz en los caminos hacia Tierra Santa, el bordón que era el báculo-bastón provisto de un pomo para poder defenderse ante un imprevisto, una calabaza hueca para llevar líquido que le saciara la sed y como indumentaria la capa con su esclavina.

Antes de su partida los peregrinos recibían la bendición de la Iglesia, impartida por el Obispo, cuando se trataba de un grupo numeroso. Durante su ausencia determinadas disposiciones jurídicas protegían sus bienes y sus intereses. Los Santos Lugares: Jerusalén, Roma y Santiago de Compostela serán los más

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visitados. En la Europa Occidental se planificó un organigrama de caminos de peregrinación que sería una fuente constante de intercambios culturales y conocimientos.

En torno a los caminos se levantaron hospitales, hospederías, toda una serie de servicios para atender a los caminantes y se desarrolló un fuerte comercio y artesanado. Estos caminos se fueron infectando de maleantes y vagabundos atraídos por el intenso tráfico. Se produjo en ellos un ambiente internacional que favoreció la reciprocidad de modas y estilos. Surgen los cantares de gesta que los juglares llevaban de hospedería en hospedería y los peregrinos aprendían de memoria

El estilo artístico que se fragua en esos momentos será el Románico, por eso algunos autores lo identifican con el arte de los caminos de peregrinación. Gracias a la documentación del Codex Calixtinus –Códice Calixtino- del s. XII, en su libro V se señalan cuatro rutas que atravesaban Francia con destino a Santiago de Compostela. Confluían en Puente la Reina y desde aquí los peregrinos se dirigían por el “camino francés” hacia Santiago de Compostela.

Centrándonos brevemente en los itinerarios que se dirigían hacia Santiago de Compostela tenemos la vía Tolosana que iba de Arlés a Puente la Reina. Esta

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vía la usaban los peregrinos que venían de Oriente y de Italia, habiendo visitado los Santos Lugares pasaban por Toulouse, ciudad de gran vitalidad y cargada de recuerdos. El Santuario más famoso que visitaban era el de Saint-Sernin. Cruzaban los Pirineos por el paso de Somport iniciaban el descenso hacia Canfranc y Jaca, para pasar por Sangüesa y Eunate hacia Puente la Reina.

Las otras tres rutas confluían en la ciudad francesa de Ostabat antes de cruzar los Pirineos y llegar a Roncesvalles. La vía Podensis partía de Le Puy, donde llegaban los peregrinos de Lyon, Suiza y Valence. Le Puy era un lugar muy atractivo tanto por la topografía como por la significación de su catedral y el atractivo del Santuario de Saint-Michel d’Aiguilhe. En esta ruta se encontraban los santuarios de Conques y Moissac.

La vía Limonsina o Lemovicensis arrancaba de Vezelay donde a mediados del s. IX se fundó un convento de mujeres que adquirió gran prestigio por la creencia de que allí se guardaban las reliquias de María Magdalena, personaje llegado de oriente y muerto en la ciudad de Aix cuyos restos serían trasladados posteriormente a Vezelay. Atravesaba la ciudad de Limoge, que le dio su nombre.

La vía Touronensis, nacía en París y llamada así porque atravesaba la ciudad de Tours. Fue la ruta más larga y por ello se la conoció también con el nombre de Magnum Iter Sancti Jacobi. Por esta ruta circulaban los peregrinos que venían del norte de Europa, incluidos los ingleses y tenía el atractivo de pasar por París, ciudad de gran reputación en la Edad Media. En Tours los Santiaguistas podían venerar al santo evangelizador de Francia –San Martín- al que comparaban con el Apóstol Santiago evangelizador de España. Visitaban también el templo de San Hilario en la ciudad de Poitiers.

Estas tres vías –Podensis, Limonsina y Touronensis- que se unían en Ostabat cruzaban los Pirineos por Roncesvalles y se encontraban en Puente la Reina con la vía Tolosana.

Si tuviéramos que definir ¿qué es el Arte Románico? diríamos que son las creaciones artísticas que se desarrollaron en el occidente europeo desde finales del s. X a comienzos del s. XIII, siendo su momento de apogeo el último tercio del s. XI.

Dentro de la sociedad medieval, uno de los estamentos más importantes fueron los monjes. Estos eran una clase religiosa especial que practicaba un estilo de vida independiente desconectada del mundo medieval. La orden religiosa más

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representativa en esos momentos fueron los Benedictinos, fundados por San Benito de Nursia. Éste creó una regla muy simple y clara con el famoso lema “ora et labora”. Los benedictinos fueron los guardianes y transmisores de la cultura de la Alta Edad Media (s. VI a VIII), pero poco a poco fueron feudalizándose y enriqueciéndose como los demás componentes de la sociedad. En el s. IX los monasterios benedictinos llegaron a poseer gran número de siervos, sostuvieron verdaderas granjas colectivas donde practicaron una economía autárquica. La regla de San Benito se fue relajando hasta permitir que los abades salieran a la guerra como señores feudales llegando a ser escandalosa la secularización de la iglesia.

En este ambiente hay una vuelta al primitivo espíritu benedictino. Surge una reforma de la orden que arranca en la abadía francesa de Cluny. Estos benedictinos reformadores reciben el nombre de cluniacenses que restauran la pureza primitiva de la orden y potencian y difunden el estilo románico. Con el paso del tiempo sus relaciones con los reyes, nobles y curia romana hicieron que su poder alcanzase cotas muy altas por lo que estos monjes volvieron a alcanzar cuantiosas riquezas e influencias en la sociedad del momento. Esto les permitió acometer y sufragar obras arquitectónicas de gran envergadura. Grandes arquitectos, escultores, pintores y orfebres de la época trabajaron en sus abadías, acuñando algunas características del estilo románico como la portada historiada, las fachadas torreadas, complejas cabeceras de templos y la configuración del claustro y sus respectivas dependencias.

Centrándonos en la Vía Podensis una de las más antiguas y difícil de recorrer por lo abrupto de su terreno, ya en el año 951 se tiene noticias de que el Obispo Godescalco de Le Puy llevó a un grupo de casi 200 monjes de peregrinos hacia Santiago de Compostela. En esta vía encontraremos uno de los santuarios más significativos del románico. En la pequeña localidad de Conques localizamos la iglesia de Santa Fe construida en honor a una niña a la que dieron muerte a los nueve años por sus creencias cristianas. Su recuerdo permanece vivo gracias a una imagen extraordinaria, el relicario de Santa Fe pieza central en el tesoro de esta iglesia. En la Edad Media los relicarios fueron muy frecuentes. Los huesos, ropas u otros restos físicos de personas santas o mártires se guardaban en cajas o esculturas cubiertas de oro, paneles esmaltados y piedras preciosas. Las reliquias de Santa Fe fueron conservadas dentro de esta figura sedente.

En la fachada occidental de esta iglesia nos encontramos con su portada principal protegida por un arco de medio punto que a modo de bóveda de cañón preserva el gran tímpano; todo ello amparado por un perfil triangular a modo de

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gablete. El tema iconográfico que se representa es el de El Juicio Final, el mismo argumento que aparece en muchos tímpanos franceses e hispanos. En él se ilustra la creencia de que al final de nuestros días, Cristo regresara a la tierra para juzgar a todas las almas y mandará a los buenos al cielo y a los malos al infierno para toda la eternidad.

Este tímpano se estructura en tres frisos. En el centro formando el eje principal vemos el Dios Todopoderoso y una Cruz de fondo. A la izquierda del espectador los Bienaventurados

con un predominio de verticales, equilibrio, serenidad, orden y armonía.

A la derecha los Condenados, influyendo en esa zona la representación

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horizontal, agitación, movimiento y desequilibrio. En el primer registro de los Bienaventurados se representa el Cielo o Paraíso mediante una arquitectura con arcos de medio punto que cobijan figuras. En la mentalidad de la época medieval se suponía que en el cielo las almas estarían libres de la carga del trabajo constante, la pobreza y la enfermedad que en aquellos tiempos era el destino de la mayoría de la población. La representación del cielo se caracteriza por la inactivad. La puerta de entrada al cielo se trabajó con gran detalle en los herrajes y embocadura. En el arco central aparece Abraham acogiendo en su seno dos almas elegidas, las vírgenes y santas mujeres llevan la corona y los mártires la palma y un cáliz. Sobre la representación del cielo aparece una iglesia mediante otra arquería y en la puerta Santa Fe, arrodillada y bendecida por la mano de Dios que surge de las nubes. En su interior se ve el altar, sitial y los grilletes que se ofrecían como exvotos en esta iglesia de Santa Fe abogada de presos y cautivos.

En el segundo registro los elegidos forman a la derecha del Señor entronizado un largo cortejo guiado por la Virgen, a quien acompaña San Pedro con las llaves en la mano. Detrás de este un contemplador, tal vez se trate de San Antonio, padre de los solitarios (según Emile Mâle) y a continuación un abad, posiblemente San Benito, Padre de los monjes, con su báculo, que lleva de la mano a un emperador que avanza con cierta timidez y probablemente se trate de Carlomagno, benefactor de esta abadía de Conques que entrará en el cielo no por su cetro ni por su corona sino gracias a las plegarias de los monjes que el tanto amó. Se puede apreciar restos de policromía original de la época y los ojos circulares que han perdido su incrustación de azabache. En la parte superior de este cortejo de elegidos, aparecen unos ángeles que emergen de nubes des plegando sendas filacterias.

En el tercer registro se representa la Cruz sostenida por ángeles y el Sol y la Luna planean por encima de la escena del Juicio Final, al lado de los ángeles que ofrecen las Armas Christi y en los extremos otros dos ángeles trompeteros anuncian esta escena adaptándose al marco.

En el eje central del tímpano la figura de Cristo dentro de una mandorla protagoniza la escena. Su mano derecha se alza hacia el cielo y hacia las almas santificadas, mientras que su mano izquierda señala hacia el infierno. En el arte medieval es constante la tendencia de relacionar el lado derecho con el bien y el lado izquierdo con el mal. Dos ángeles portando un candelabro aparecen amueblando la parte inferior del Cristo entronizado y otros dos ángeles despliegan sendas filacterias en la parte superior. La resurrección de los

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muertos queda relegada a un pequeño lugar a los pies de Cristo. Vemos a los muertos saliendo de los sarcófagos asistidos por ángeles que les ayudan a levantar la tapa de los ataúdes. Justo debajo del Cristo entronizado se representa la puerta del cielo con un ángel dando la bienvenida a los elegidos y frente a ella, la puerta del infierno, menos trabajado que la del cielo, de la que emerge la cabeza de Leviatán, el demonio que devora a los condenados y los lanza a las profundidades infernales. Este engendro proviene de la mitología fenicia y según la Biblia, es el monstruo del caos, que fue vencido por Dios pero que podía despertarse con facilidad si se maldecía el orden establecido.

En la parte superior de este eje central del tímpano se puede ver al Arcángel San Miguel con la balanza para pesar las almas y un demonio con gesto irónico intentando hacer trampas desequilibrando la balanza con su dedo índice. Este tema proviene del mundo faraónico y se conocía como “psicostasia” o pesada de las almas. Según la creencia egipcia el difunto llegaba al tribunal de Osiris teniendo que realizar una confesión negativa y su espíritu posteriormente era pesado en la balanza. El difunto era introducido en este escenario por Anubis, Dios de la muerte, y recitaba una larga “declaración de inocencia”. El control de dicha balanza lo ejercía Anubis, colocando en uno de los platillos la pluma de avestruz símbolo de la diosa de la verdad –Justicia- y en el otro depositaba el corazón del difunto en forma de vasija y se amueblaba la escena con la

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representación de las divinidades o asesores que componían el tribunal de Osiris. Este tema se recoge en la Edad Media en estas portadas románicas historiadas y la figura de Anubis será sustituida por el Arcángel San Miguel.

A la derecha del tímpano, en el primer registro, una vez atravesada la puerta del infierno, nos encontramos ya en plena vorágine. En la Edad Media era muy fácil imaginarse este escenario infernal, sin duda, los escultores y pintores estaban muy familiarizados con las torturas terrenales. En este primer registro vemos una serie de demonios armados con diversos instrumentos, unos pinchan, otros asan, apuñalan, golpean, atan y estrangulan los cuerpos desnudos de los condenados, representadas todas estas escenas con un gran sentido narrativo. En este ambiente tan violento no es de extrañar que los fieles que acudían a la iglesia y veían este escenario, temieran tanto el día del Juicio Final.

En posición simétrica a la figura de Abraham, que hemos vistos anteriormente representado en el cielo, vemos a Satanás en el infierno, de mayor tamaño que todos los personajes que le rodean que tiene por escabel a un condenado, presidiendo un segundo juicio. De izquierda a derecha se representan los diferentes pecados infernales como el orgullo, la fornicación, la avaricia, la gula… acabando en la caldera llameante a la que son arrojados todos estos pecadores.

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En el segundo registro, en el lado derecho del tímpano, se puede ver un ángel que porta un incensario, otro llevando un estandarte, otro un libro abierto y un cuarto transporta escudo y espada que hacen de intermediarios entre Cristo entronizado y la zona infernal donde sigue reinando el caos, desorden y desconcierto y se puede apreciar los diferentes estamentos sociales de la época –un rey coronado, monjes…- acusados de abusar de sus cargos, recibiendo todos ellos mordiscos y golpes con objetos metálicos.

En el tercer registro, adaptándose al espacio semicircular del tímpano, un libertino colgado por los pies con una polea que se utilizaba en la construcción de los edificios medievales para elevar los materiales de obra. Un ser demoníaco con joroba, vientre prominente y patas de animal, junto con un herrero con su

yunque preso de las llamas, podemos ver en el cuarto registro.

El extradós del arco de medio punto se decora con una filacteria desplegada en ambas direcciones por una figurilla situada en el centro. Y entre la filacteria aparecen los “mirones” que contemplan las diferentes escenas del tímpano.

Varias jornadas después de abandonar la abadía de Santa Fe

de Conques, los peregrinos que recorrían a pie el camino hacia Santiago de Compostela llegaban a la localidad francesa de Moissac, donde se levantaba un gran y próspero monasterio con su iglesia abacial dedicada a San Pedro. Hay que distinguir dos conjuntos importantes, el claustro y la portada con el pórtico. El taller de escultores que trabajó en Moissac acusa cierta relación con las obras de la zona de Borgoña. Este claustro, junto con el de Santo Domingo de Silos

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son los más interesantes del Románico Pleno desde el punto de vista iconográfico y gozan de un buen estado de conservación.

Centrándonos en la portada historiada de San Pedro de Moissac labrada hacia el año 1125, en pleno románico, la iconografía que se desarrolla en el gran tímpano es uno de los temas más populares del románico: la visión apocalíptica con Cristo en Majestad tal como se apareció en una visión a San Juan Evangelista. La visión está descrita en el Apocalipsis (4:3-4,6-7), el último libro del Nuevo Testamento: “Y vi un trono colocado en medio del cielo, y sobre el trono uno sentado. El que estaba sentado parecía semejante a la piedra de jaspe y a la sardónica; y el arco iris que rodeaba el trono parecía semejante a una esmeralda. Alrededor del trono vi otros veinticuatro tronos, y sobre los tronos estaban sentados veinticuatro ancianos vestidos de vestiduras blancas y con coronas de oro sobre su cabeza… y delante del trono había como un mar de vidrio semejante al hielo, y en medio del trono y en rededor de él cuatro vivientes llenos de ojos, por delante y por detrás. El primer viviente era semejante a un león, el segundo semejante a un toro; el tercero tenía semblante como de hombre, y el cuarto era semejante a un águila voladora”. El tímpano de esta iglesia abacial fue respetado y trasladado a su vez al lado meridional, en la reconstrucción gótica del templo.

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La visión apocalíptica de este tímpano, según los medievalistas, sigue la ilustración de un beato mozárabe, San Severo, actualmente en la Biblioteca Nacional de París. Los escultores nos muestran una temible figura de Cristo, coronado y sentado en un gran trono, llevando en su mano izquierda el Libro de la Palabra de Dios y dando la bendición apostólica con su mano derecha.

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La expresión del rostro de Cristo está pensada para inspirar temor en el corazón de quienes se hallan en presencia de Dios en Majestad. A ambos lados, ángeles-serafines cierran el espacio central del tímpano. Alrededor del trono se representan los veinticuatro ancianos descritos en el texto bíblico, portando una copa unos y un instrumento musical otros. La intención de los escultores que trabajaron en este tímpano fue representar a los ancianos en un círculo, pero los convencionalismos del estilo románico no lo permitían, optando por la representación de los mismos en simples registros.

Las cuatro figuras: el ángel, el león, el buey y el águila se consideraron símbolo de los cuatro evangelistas. Al taller de escultura que trabajó en este tímpano se le dio muy bien representar el ángel de San Mateo y el buey de San Lucas, porque los hombres y los bueyes se podían conseguir fácilmente como modelos. No así el águila de San Juan que parece estar cubierta de escamas que nos recuerda más a un armadillo y el león que simboliza a San Marcos, nos trae a la memoria una rana. Parece evidente que el artista nunca había visto ni un león ni

un águila y por tanto tuvo que intuir este tipo de animales.

El tímpano es de amplias dimensiones (5,68 mts. de diámetro) y se apoya en un dintel monolítico decorado con rosetas de corte clásico; y lo consideraron insuficiente para sustentar todo el vano por lo que les llevó a los escultores a colocar un parteluz o mainel en el punto medio del dintel.

El frontis de este parteluz se decora con animales entrecruzados que por su disposición nos trae el recuerdo del arte islámico y asirio y donde se puede apreciar también la influencia de obras marfileñas. En el lado derecho del citado parteluz se

representa la figura sorprendentemente bella de una imagen que se le identifica con el Profeta Jeremías que está descalzo y ostenta en sus manos un rollo de escritura, destacando los largos cabellos y su barba y bigote ondulados tallados con un exquisito estilo caligráfico. Este parteluz presenta una mordedura a

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modo de festón igual que las jambas que hay a cada lado de la puerta y el Profeta se ve inmerso en esta forma arquitectónica. Y el lado izquierdo de este parteluz se corresponde simétricamente con la figura de San Pablo de talla algo más tosca que la del Profeta. Se completa esta puerta con las jambas donde se representa a la izquierda al Apóstol San Pedro, patrón de la abadía, y al Profeta Isaías a la derecha portando un rollo.

Esta rica portada de San Pedro de Moissac se completó durante la segunda mitad del s. XII en un estilo tardo románico con un pórtico que alberga todo el conjunto escultórico. En este conjunto apreciamos dos talleres escultóricos: uno realizó los relieves de la parte superior y otro, los relieves bajo arquerías.

Empezando por el muro izquierdo del pórtico, según el espectador, nos encontramos un ciclo de representaciones que se refieren a la comisión de los pecados como es el castigo de los pecadores y la recompensa de los virtuosos en el cielo. En el relieve superior se representa la parábola del pobre Lázaro y el rico Epulón. Estas figuras no se limitan a la narración contenida en el texto bíblico sino que se completa ésta con otras escenas inventadas libremente por el artista con el fin de enseñar y catequizar. Mientras que el rico se regodea en el banquete trinchando un manjar, la mujer se está llevando un bocado a la boca y sobre la mesa aparece una gran copa y un criado con la vasija de vino. Por el contrario, a los pies de la mesa vemos al pobre que yace en el suelo con el cuerpo cubierto de úlceras y acercándosele dos perros para lamerle; con su

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mano en el pecho y la boca semiabierta emite un suspiro dirigiendo la mirada hacia lo alto

dónde aparece un ángel llevando en brazos su alma (desaparecido en gran parte por la mala conservación). A su lado aparece la figura de Abraham sentado en su trono y albergando el alma entre sus brazos y cubriéndola con su manto. Junto a él, y como última figura de este lado, vemos al Evangelista San Lucas que es el encargado de relatar la parábola, llevando en su mano un rótulo desenrollado al que apunta con el dedo índice de la otra como testimonio de la verdad. El artista de estos relieves tiene una capacidad imaginativa asombrosa para su

tiempo.

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La parte arquitectónica que se encuentra debajo de estos relieves está dividida por una columna en dos arcadas, cada una de las cuales contiene dos relieves superpuestos con el tema que domina en todas las representaciones: el pecado y su correspondiente castigo. En el registro superior de la derecha se representa la muerte del rico. Agonizando, yace en su lecho mientras su mujer se arrodilla al pie de la cama en estado de desesperación y unción religiosa. Sobrevuelan el espacio, espíritus infernales agitados. Uno de ellos arrebata el alma que sale de la boca y otro lleva un gran saco repleto de dinero. Los seres diabólicos de estas escenas nos traen a la memoria al maestro de San Lázaro de Autun. Estas escenas infernales han sufrido grandes deterioros.

En el registro superior de la izquierda vemos los suplicios infernales del avaro donde se pueden reconocer pocos detalles. El avaro se vuelve hacia el suelo como si se tratase de un cuadrúpedo apoyándose en pies y manos, encorvando la espalda y portando un saco de dinero, mientras que un demonio clava una de sus garras en su cuerpo, asistiéndole otros dos demonios.

En los capiteles que soportan los arcos hay otras escenas que se refieren a los diferentes pecados y al infierno.

Los relieves de la parte inferior de las citadas arquerías ofrecen símbolos alegórico-didácticos sobre la avaricia y la lujuria. A la izquierda vemos sentado al avaro con las piernas cruzadas y abrazando una gran bolsa de dinero que le cuelga del cuello, llevando sobre sus hombros un demonio que se agarra a su cabellera. El pecador con el demonio sobre su espalda forma como un “grotesco doble” de Lázaro protegido en el seno de Abraham. Por la derecha avanza una figura con un bastón, casi destrozada, y sobre él se puede apreciar un ser demoníaco.

A la derecha el último relieve que representa esta zona nos ofrece a una mujer desnuda, de pie, en actitud vacilante, con el pelo suelto que le cae sobre los hombros y su cuerpo rodeado por dos serpientes, cuyas cabezas se apoyan en sus pechos, mientras un sapo le roe sus vergüenzas. Desde la izquierda avanza hacia ella un ser demoníaco cogiéndola del brazo como si quisiera iniciar un< danza, representando el vicio de la lujuria.

Por último, en el muro derecho del pórtico, en el friso superior, visualizamos escenas relativas a la infancia de Cristo, como son la Presentación de Jesús en el templo, María y Ana llevando dos palomas como “presentes”, el anuncio a José por el ángel, la Huída a Egipto y la caída de los ídolos de Heliópolis. Y en las

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arquerías inferiores, en lo que respecta la fila superior de la derecha se representa el tema de la Natividad donde aparece la Virgen con el Niño

sedentes en una cama y al fondo se aprecia la vaca y un pesebre, completándose esta escena con el tema de la Epifanía donde aparecen los tres Reyes Magos adorando al Niño. Debajo la Anunciación y la Visitación de la Virgen a su prima Santa Isabel, figuras de canon más esbeltas que se doblan formando un zig-zag.