el retrato de la dama ausente (primeras páginas)

14
EL RETRATO DE LA DAMA AUSENTE Auguste Rodin Epílogo de Miguel Fernández-Pacheco A B A B

Upload: abab-editores

Post on 08-Jul-2015

176 views

Category:

Documents


0 download

DESCRIPTION

¿Nos encontramos ante un texto inédito del gran Auguste Rodin? Podría ser, aunque eso no es lo importante. En este “desmesurado cuento de hadas”, como diría Luis Alberto de Cuenca, casi nada es lo que parece. Esta novela nos embarca en un exótico relato, marcado por lo feérico, que arrastra a su exaltado protagonista desde el refinado San Petersburgo a los helados confines del mar Blanco o las salvajes estepas del Cáucaso tras un trágico amor.Editorial: ABAB EditoresAutor: Auguste RodinPrologo: Miguel Fernández-Pacheco

TRANSCRIPT

Page 1: El retrato de la dama ausente (primeras páginas)

EL RETRATODE LA

DAMA AUSENTEAuguste Rodin

Epílogo de Miguel Fernández-Pacheco

A B A B

Page 2: El retrato de la dama ausente (primeras páginas)

EL RETRATO DE LA DAMA AUSENTE

Auguste Rodin

Epílogo de Miguel Fernández-Pacheco

A B A B

Page 3: El retrato de la dama ausente (primeras páginas)

© Miguel Fernández-Pacheco© De esta edición: Abab Editores

www.ababeditores.com [email protected]

Diseño de la colección: Scriptorium, S. L.

ISBN: 978-84-613-3607-4Depósito legal: M-13398-2012Printed in Spain

ÍNDICE

A manera de prólogo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9

I. Una propuesta insólita . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11

II. La acometida de los fracasos . . . . . . . . . . . . . . 27

III. El retrato de la dama ausente . . . . . . . . . . . . . 53

IV. Los orígenes . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 71

V. Primeros años . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 93

VI. Primer amor . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 115

VII. Verdadero amor . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 149

VIII. Al norte . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 181

IX. Una vida de ladrón . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 209

X. Occidente . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 235

XI. ¿Buenos tiempos? . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 259

XII. De nuevo en San Petersburgo . . . . . . . . . . . . . 275

XIII. Adiós al padre . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 297

XIV. Una sociedad ideal . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 315

XV. Retrato del amor perdido . . . . . . . . . . . . . . . . . 341

Epílogo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 357

Page 4: El retrato de la dama ausente (primeras páginas)

9

A manera de prólogo

Todo el mundo, a estas alturas, sabe que no soy per- sona instruida, que el tener que escribir o hablar en público me avergüenza y solo con el barro o el car-boncillo me expreso con naturalidad. La única educa-ción de mi vida la recibí en la petite école, donde, entre estatuas clásicas y buenos profesores de dibujo, mi ruda naturaleza encontró la tierra firme que la hizo germinar. Leí luego a Homero, Virgilio y sobre todo a Dante, cuya Divina Comedia aún me obsesiona; y no descuidé a mis contemporáneos, como Musset, Lamartine, Baudelaire o Víctor Hugo; pero he de confesar con pena que leer me cansa, que cometo faltas de ortografía y errores léxicos. Por eso nunca he presumido de intelectual, ni de hom-bre de letras, consciente de ser, si acaso, un intuitivo efi-caz, eminentemente práctico, capaz de sintetizar muchas horas de reflexión y ciertas teorías en un puñado de afortunadas creaciones. Sin embargo, no soy un bárbaro ni un patán, como han pretendido algunos de mis detrac-tores, y creo que mi obra como escultor basta y sobra para certificar mi extrema sensibilidad.

Page 5: El retrato de la dama ausente (primeras páginas)

El retrato de la dama ausente

10

I

Una propuesta insólita

Se presentó en mi estudio un domingo lluvioso de la primavera de 1901. Dijo llamarse Iván Ivanovitch Shukin y ser comerciante en Jolmogori, pero, no sé bien por qué, tal vez por su aspecto algo extravagante, pen-sé que su nombre debía de ser falso. Llegué incluso a dudar que fuera capaz de comerciar con nada y hasta que hubiera pisado alguna vez, caso de existir, la tal Jol-mogori.

No se trataba, desde luego, de un sujeto corriente: ostentaba casi dos metros de desmañada estatura; una anchura colosal y un indudable aspecto leonino, al que contribuía su pelo rojo, tan hirsuto y enmarañado que más parecía melena de felino que humana cabellera; la barba, cerrada y mechada de canas, que le cubría hasta la mitad del pecho, y las manos, extremadamente peludas, de uñas bastas y descuidadas, que semejaban zarpas.

Su mirada era fría, acuosa, con pupilas de un gris tan tenue que apenas se distinguían del blanco del ojo,

11

Cuando publiqué hace un año Las catedrales de Fran-cia, los críticos, que siempre se han cebado en mí, apro-vecharon para ponerme, una vez más, en la picota, sin querer entender que el libro no era siquiera del todo mío, ya que, inseguro de mis conocimientos gramatica-les, cometí el error de dárselo a un amigo para que lo corrigiera, y él, excediéndose en su papel, lo transformó a su gusto. La desafortunada experiencia me produjo tal disgusto que juré no volver a coger la pluma.

Pero veo acercarse mi fin, junto con el ocaso de una civilización a la que la guerra fratricida, en la que Euro-pa se empeña, dará el golpe final, y no quisiera llevarme a la tumba la historia más sorprendente de mi vida. Advierto que será un relato desmesurado e increíble, como desmesurado e increíble era su protagonista. He de admitir que, fascinado por la extraña y absorbente personalidad de aquel hombre, acabé prestándole cierto crédito; y esa fe, ingenua e injustificada si queréis, con-tribuyó también a que realizara uno de mis mejores tra-bajos… Aunque será mejor comenzar por el principio, como haré a continuación.

Auguste RodinMeudon, agosto de 1915

Page 6: El retrato de la dama ausente (primeras páginas)

El retrato de la dama ausente I. Una propuesta insólita

12 13

perfectamente con quién estoy hablando. He pregunta-do a mucha gente por el mejor escultor del mundo y todos han coincidido en señalarle a usted. Por eso estoy aquí. Aunque no pertenezca a sus círculos, da la casuali-dad que puede considerarme tranquilamente el hombre más rico del mundo, conque sé que llegaremos a un acuerdo. Y ha de ser ahora mismo, porque tengo prisa y lo que necesito debe comenzarse ya.

Ante tan categórico discurso, groseramente avasalla-dor y dicho, además, con voz de trueno, juzgué más apropiado esbozar una fría sonrisa y no contestar nada.

Él no pareció darle importancia a semejante detalle. Se limitó a sacar de alguno de sus bolsillos una de esas botellitas de petaca —por cierto, cubierta de oro e incrus-tada de brillantes— y, sin ofrecérmela, casi la vació de un trago. Luego extrajo de otro bolsillo tres fotografías, las arrojó sobre la mesa y añadió:

—Quiero un buen retrato de esta persona.No pude evitar acercarme a ellas y echarles una ojea-

da, pese a los encontrados sentimientos que pugnaban en mí.

Eran tres excelentes estudios del maestro Nadar, que mostraban a una mujer de extraordinaria y llamati-va hermosura. Me precio de ser un buen conocedor de la belleza femenina, e incluso he tenido como modelos a unas cuantas de las beldades más reputadas de Euro-pa y América, pero juro que aquella me dejó sin aliento.

lo que ayudaba a que su faz, por lo demás de rasgos regulares y aun agraciados, resultara también rara e inquietante.

La verdad es que, si no hubiera llegado a Meudon en un deslumbrante y ruidoso vehículo a motor y no tuviera siquiera cierto aire de caballero, le habría pedi-do que posara para mí; tan impresionante resultaba su anatomía.

Demasiado lujosamente vestido —pese a la estación se cubría con una gran capa de marta de incalculable valor—, toda su indumentaria denotaba preocupación por la elegancia; aunque daba también la penosa impre-sión de tratarse de un gentleman que hubiera pasado los últimos días en una pocilga; tan arrugada, desastrada y hasta sucia se veía su ropa.

Tras las presentaciones —traía una carta de un supues-to amigo belga al que no conseguí recordar—, cuando inquirí el motivo de su visita se limitó a decir abrupta-mente:

—He venido a encargarle una obra.Yo le respondí, educadamente, que en ese momento

me encontraba agobiado por una serie de trabajos, algu-nos oficiales, de cierta importancia y que, al menos hasta dentro de un par de años, sería ocioso hablar de ello.

—Mire, hermanito —soltó, interrumpiendo mis últi-mas palabras—, ya en confianza le diré que no le va a dar ningún resultado hacerse el importante conmigo. Sé

Page 7: El retrato de la dama ausente (primeras páginas)

El retrato de la dama ausente I. Una propuesta insólita

14 15

Como sin darle importancia, añadió:—Naturalmente, la mujer más guapa del mundo. En

todo digna de usted… y de mí, claro.—Lamento de verdad no tener, por ahora, ni siquiera

tiempo de conocerla aunque, en fin, quizás más ade-lante…

—¿Conocerla dice? No. Eso no puede ser; ella… ella ha muerto.

—¿Entonces cómo quiere que la retrate?—Basándose en estas fotografías, por supuesto.—Imposible. De ahí puede sacarse un dibujo, incluso

puede que una pintura, pero yo no hago ese tipo de tra- bajos. Soy escultor, y la escultura, amigo mío, depende de tres dimensiones. ¡No puede hacerse sin tener al modelo delante!

—¡Pero usted es un genio! ¡Todos lo dicen! Por su expresión empecé a darme cuenta de que me

enfrentaba a una obstinación poco común.—No es cuestión de genialidad, sino de que nece-

si-taría ver su perfil, su espalda… En fin, no sé cómo explicárselo… Comprenda que estas fotografías, siendo magníficas, apenas evidencian ciertas partes de su ros-tro. En ellas hay solo dos, o a lo más tres puntos de vis-ta, y es el caso que yo los necesitaría todos…

Volví a observar su expresión y me exasperé un tanto…

—¿Es posible que no lo entienda?

Se me antojó tan preciosa que casi desvaneció mi irrita- ción. Era el suyo un atractivo en verdad misterioso y perturbador, pues poseía rasgos de una sensualidad agresiva mezclados con otros de una sin par serenidad.

Sus brillantes y enormes ojos presentaban a primera vista un no sé qué de animalesco, pero, cuando se les observaba mejor, podía apreciarse en ellos una mirada tan penetrante como soñadora que, por un lado, parecía querer desentrañar los insondables abismos del espíritu y, por otro, enviaba un inefable aliento de paz y amor a quien la contemplaba. Su nariz, en principio desafiante, acaso prominente y ligeramente aquilina, bien mirada hacía palidecer a las clásicas por su original dibujo. En cuanto a la boca, su singularidad consistía en que su labio superior, ligeramente leporino, le imprimía un aire…; en fin, era sin duda una boca de pecadora, que sugería placeres prohibidos y delicias satánicas, pero tenía también un rictus tan melancólico que conmovía profundamente.

Y todo ello estaba enmarcado por las facciones más delicadas que es posible imaginar; un óvalo angélico, sí, mas rodeado de una cabellera tan abundante y salvaje que parecía igualmente ajena a este mundo.

Tras contemplarla unos instantes, tampoco pude evi-tar que se me escapara exclamar:

—¡Maravillosa!Le vi, entonces, sonreír por primera vez.

Page 8: El retrato de la dama ausente (primeras páginas)

El retrato de la dama ausente I. Una propuesta insólita

16 17

—¡Por supuesto que lo sé! Antes de presentarme aquí he visto toda su obra; conservo un montón de catálogos y recortes de prensa que la muestran, conque sé perfec-tamente lo que digo. Usted puede hacerlo y lo hará. Ha esculpido cientos de mujeres desnudas; cierto que nin-guna tan perfecta como ella, pero ya le he dicho que tengo su ropa, con las medidas justas…

Hablaba con tal convicción que casi hacía tambalear mi firme propósito de no acceder a su petición.

—Piense que jamás he trabajado en marfil —acabé por objetar sin saber muy bien qué argumentos oponerle.

—¡Eso no tiene ninguna importancia! Yo le traeré al mejor tallista de marfil que hay en París. Le enseñará en pocos días, estoy seguro. Y, en todo caso, puedo contra-tarlo para que trabaje a sus órdenes.

—¡Encárguele la obra a él! —protesté, cogiendo la idea por los pelos.

—¡Él no tiene su talento! Y es justo su talento lo que yo necesito. No me tenga tan rápidamente por imbécil, hermanito. Sé que la cosa es difícil; si no lo supiera, no le habría buscado a usted.

Su confianza parecía inquebrantable.—Jamás he visto una pieza de marfil de ese tamaño.

Los ensamblajes serían demasiados, aparte de resultar carísima…

—¡Olvídese de eso! ¿No le he dicho que era comercian-te? Pues bien, lo soy, aunque usted no pareciera creerlo

—En absoluto. Usted es un artista, se supone que tie-ne imaginación… Además me tiene a mí.

—Y eso, ¿qué?—Pues que yo la recuerdo. La recuerdo perfecta-

mente. Como si estuviera aquí delante —de repente, sus ojos glaucos se llenaron de lágrimas—. Recuerdo cada centímetro de su piel… El tamaño y la forma exactos de sus orejas… La longitud y el ritmo precisos de cada uno de sus cabellos… Además, aún conservo toda su ropa, sus sombreros, sus guantes, sus zapatos… ¡Ahí están sus medidas!… ¡Ah! Si yo supiera dibujar podría hacerle un boceto ajustadísimo de sus pies, de sus rodillas, de su pubis… Lo veo todo… Lo tengo todo aquí… —habla-ba entrecortadamente y se señalaba la frente con gesto de poseso—. Absolutamente todo, cada pliegue, cada arruga, cada leve escoriación… ¡Conozco cada raya de sus manos!… ¡Lo tengo todo presente!… Siempre, siempre…

De pronto tuve la intuición de que aquel insensato pretendía algo aún más difícil de lo que entendí al prin-cipio, así es que me permití interrumpirlo.

—Un momento. ¿No querrá también que la modele de cuerpo entero, verdad?

—¡Claro! ¡A tamaño natural! ¡Completamente desnu-da y en el más noble de los materiales, el marfil!

—¿En marfil? ¡Alto ahí! —hube de exclamar conster-nado—. ¡Solo eso faltaría! Usted no sabe lo que pide.

Page 9: El retrato de la dama ausente (primeras páginas)

El retrato de la dama ausente I. Una propuesta insólita

18 19

dio que utilizarlas de vez en cuando. En esos casos las he necesitado a cientos y desde todos los puntos de vis-ta… ¡Y usted me pide un desnudo a tamaño natural tra-yéndome tres cabezas en medio perfil!… ¡Y además ha de ser en marfil! Con todos los respetos, me parece una insensatez propia de quien no conoce el oficio, cuando no una burla de quien lo desprecia…

—¡Déjese de una vez de pretextos! —me interrumpió con extrema brusquedad—. ¡Le aseguro que no soy nin-gún diletante de los que está acostumbrado a tratar! ¿Cree que no he visto su Balzac o su Víctor Hugo? Los hizo después de muertos, basándose en unas cuantas fotos como estas, ¡y eran retratos de cuerpo entero! ¡Los conozco perfectamente!

Mencionó un punto demasiado sensible, lo que con-tribuyó a terminar por sacarme de mis casillas.

—¿Acaso conoce también el infierno, un infierno de años y años, por el que hube de pasar hasta acabarlos? ¿Sabe que el Balzac he tenido que instalarlo en mi pro-pio jardín y al Víctor Hugo le ha faltado poco para correr la misma suerte? ¡He recibido por ellos las peores críti-cas de mi vida! —le grité, ya tremendamente airado.

—¡Bah! —exclamó sin darle la menor importancia a mi furia—. ¡Usted siempre ha tenido malas críticas! ¿Y qué? Son precisamente ellas las que más le han ayudado a triunfar. Por ellas es usted famoso en el orbe entero.

Aquello no pude soportarlo.

cuando lo oyó. Entre otras cosas, trafico precisamente con marfil. Y en grandes cantidades. Marfil azul, el más valioso que existe, procedente de las regiones árticas.

—¿De las regiones árticas? ¿Y cómo es que hay ele-fantes allí?

Soltó una carcajada.—¡Elefantes, no! Mamuts antediluvianos, enterrados

en la nieve hace veinte mil años. Fosilizados. Y con unos colmillos tan enormes que se asombrará de verlos ¡Algu-nos casi tan gruesos como su cintura! ¡Y los tengo a cientos!

Se reía histéricamente.—Mire, caballero —le dije entonces, tratando de mos-

trarme amable—, lamento enormemente defraudarle, pero hay un montón de razones poderosísimas para rechazar su oferta. La primera y la más importante, como acaba de oír, es que no tengo tiempo. Ya es extraño que, inclu-so este domingo, no me haya cogido trabajando, pues lo hago día y noche, hasta el agotamiento. Tengo tras de mí a unas cuantas personas, tan tenaces por cierto como usted, que no me permiten reposo alguno. Es más, si no estuviera aquí aún, ya me habría puesto manos a la obra. ¡Arrastro un retraso de muchos meses! Ahora bien, aunque tuviera la posibilidad de hacerlo, tampoco aceptaría su propuesta. La verdad, me parece un esfuer-zo estéril. Hace años que los pintores trabajan apoyán-dose en fotografías. Incluso yo, no he tenido más reme-

Page 10: El retrato de la dama ausente (primeras páginas)

El retrato de la dama ausente I. Una propuesta insólita

20 21

Al fin me levanté. Seguía en la misma posición en la que lo dejé y volvió a sonreírme con humildad, menean-do su cabeza felina.

—¡Por favor, convénzase de que me pide un imposible y tenga la bondad de dejarme en paz! —acabé diciéndole, ya sin ninguna acritud—. Le ruego que me crea. Por más que me esforzara en ello sé que la cosa no resultaría. El trabajo no le satisfaría nunca, se lo puedo jurar, y ambos quedaríamos defraudados. Considere que esa mujer está en su mente, no en la mía. Nunca podría transmitírmela con la precisión requerida, por muchas conversaciones que tengamos y muchos vestidos que me traiga. Aparte de que, con unos condicionamientos tan extremos y arti-ficiosos como los que me propone, sé que jamás conse-guiría una obra de arte y, personalmente, solo estoy inte-resado en producir obras maestras. Advierta que es mi prestigio como artista el que está en juego y eso es sagra-do para mí… En fin, supongo que debo tener aún más razones, pero con las que le he dado debieran bastarle.

—¿No lo haría ni por un cuarto de millón de francos? —preguntó, al tiempo que extraía, de uno de los plie-gues del forro de seda de su capa, una sobada cartera con aspecto de contenerlos, poniéndola de un golpe sobre la mesa, al lado de las fotos.

Vacilé unos instantes ante la fabulosa cifra —pues a cualquiera le atrae tanto dinero—, pero, al fin, contesté con todo el aplomo que pude reunir:

—¡Basta de arrogancias, señor mío! ¡No permito que permanezca ni un segundo más entre estas cuatro pare-des! ¡Márchese! ¡No deseo tener nada que ver con usted!

Lo dije a grandes voces y me quedé, como un Júpi-ter tonante, en medio del estudio, con el brazo extendi-do y el dedo señalando la puerta.

Evidentemente, no le conocía aún. En vez de mar-charse se vino hacia mí, rojo de vergüenza y exhibiendo la sonrisa culpable de un niño cogido en falta. Sacó otra vez la botellita de oro y brillantes y, tendiéndomela, me dijo en tono compungido:

—Bueno, bueno, querido amigo, le suplico humilde-mente que no se ponga así. Ni mucho menos era mi intención ofenderlo. La verdad es que estoy algo ner-vioso y reconozco que lo he planteado todo de un modo fatal. ¡Perdóneme, por favor! Soy un bárbaro, un patán, un hombre de las estepas, sin modales ni talento alguno. Ni siquiera la admiración sin límites que le profeso justifi-ca el que haya podido llegar a enfadarle de esa manera. Venga, deme un buen puñetazo y verá como se siente mejor. Puede darme hasta dos si le parece y le juro que no se los devolveré. Pero no me pienso mover de aquí. Eso tampoco, ¿eh? Vamos, eche un trago a mi salud, al menos.

Su rústica zalamería me desarmó. Rechacé su bebi-da y me fui a sentar en un sillón que le daba la espalda. Él se quedó donde estaba.

Pasaron varios minutos de tenso silencio.

Page 11: El retrato de la dama ausente (primeras páginas)

El retrato de la dama ausente I. Una propuesta insólita

22 23

de lo que pueda imaginar. Pero estoy aquí suplicándole como un mendigo, porque nada de lo que poseo me importa, nada me complace. Mi único placer se cifraba en ella. ¡Y hace más de cuatro años que me falta! Si al menos pudiera tener delante su imagen adorada. Si pudiera contemplarla día y noche, aunque fuera en forma de inerte estatua, daría, por solo eso, toda mi for- tuna… Pero usted me rechaza… ¿Dónde está, dígame, su corazón? Me figuraba que el más grande de los artis- tas sería también más sensible que el resto de los mortales… ¿Es que, acaso, nunca se ha enamorado, maestro?

Me acordé de mi Camille, a la que había perdido hacía tres años, y las lágrimas comenzaron a aflorar tam-bién a mis ojos, ya que, ciertamente, no había podido olvidarla.

En cuanto observó esta debilidad, se aferró a mis manos, que regó con su llanto, exclamando:

—¡Ya veo que sí! ¡Dios misericordioso sea loado! ¡Usted conoce el dolor de una ausencia! ¡Usted también ha sufrido por amor! Compadézcase de mí, padrecito; apiádese de este condenado —e incorporándose brusca-mente me cogió de las solapas y añadió—: ¡Dígame al menos que se lo pensará! ¡No me iré de aquí sin una esperanza! Se lo pensará, ¿no es cierto?

Sudaba y babeaba como un verdadero endemo-niado.

—No lo haría ni por un cuarto de millón de francos, caballero.

Fue como si le hubieran dado un mazazo en la nuca. Puso los ojos en blanco, lanzó un grito desgarrador, se desplomó bruscamente y se puso a retorcerse como un epiléptico, sollozando, mientras repetía una y otra vez:

—¡Usted me mata! ¡Usted me mata!…Me acerqué a él, impresionado.—¡Por Dios! ¡Lejos de mí semejante intención! ¡Trate

de comprenderme! Simplemente no puedo complacerle, pero me duele verle sufrir así. ¿No puede entenderme?

Conmovido, posé mi mano sobre uno de sus hercú-leos hombros y, al sentir su contacto, se incorporó de un salto y se arrojó a mis pies, de rodillas, abrazándome las piernas, mientras, sin dejar de gemir, exclamaba entrecortadamente:

—No, padrecito, es usted el que no quiere entender-me a mí. Pero al menos apiádese; apiádese, sí, espíritu grande y luminoso. Compadézcase de esta miserable alma en pena que se debate en la oscuridad. Le parezco un loco. Lo sé. ¿Cree que no me doy cuenta de lo que piensa? Pues bien, tiene razón. Estoy loco, loco por ella. ¿Sabe usted lo que es estar loco por una mujer? Por una mujer ausente, que aunque removamos el mundo por su causa no puede brindarnos consuelo alguno… Solo poseía su risa, solo atesoraba su belleza… Tampoco se ha creído que sea tan rico. Pues lo soy. Más, mucho más

Page 12: El retrato de la dama ausente (primeras páginas)

El retrato de la dama ausente I. Una propuesta insólita

24 25

—Lo dudo mucho. Pero el dinero…—¡Bah! No hay más que verlo para darse cuenta de

que usted es más de fiar que ningún banco. Quédeselo también. Hasta que se decida. Como anticipo, vaya.

—¡No puedo aceptar!… ¡Señor mío!… ¡Su dinero!Se había marchado, en un par de saltos felinos, dan-

do un portazo tras él. Con la cartera en la mano alcancé el jardín cuando

ya salía a escape, con su flamante automóvil, salpicando agua y barro entre un ruido estremecedor.

Yo me encontraba tan turbado y ansiaba de tal manera quitármelo de encima que acabé concediendo:

—De acuerdo, me lo pensaré, pero no le prom…Puso uno de sus dedos sobre mis labios, impidién-

dome acabar la frase:—¡No diga más! Ya está. Se lo pensará, ¿eh? Eso es

suficiente… ¡Ah! ¡Usted me da la vida!Y, soltándome, se puso a dar saltos y hacer cabriolas

por el estudio, revolcándose aquí y allá, lanzando carca-jadas tan aterradoras que me hicieron pensar que había perdido la razón. A tal punto se comportaba como un animal que llegué a pensar que, en su delirio, rompería algunos de los bocetos que tenía por allí, por lo que me apresuré a proteger como pude los más delicados.

Cuando al fin decidió dar por terminada semejante explosión de alegría, me di cuenta de que estaba cubier-to, de los pies a la cabeza, del yeso que había por los suelos. Semejaba la estatua colosal de un fauno demente.

—¡Bien, maestro —acabó diciendo—, ya no le entre-tendré más! Ahora póngase a trabajar. Mañana tempra-no le traeré todas sus pertenencias…

—No es necesario que se dé tanta prisa, aún no he aceptado su encargo —al ver que cogía su sombrero y sus guantes con ademán de irse, añadí—: y, por favor, llévese sus fotografías. ¡Y sobre todo, esa cartera!

—¡Ah, no! ¡Las fotografías nunca! ¿Y si le apeteciera ponerse con ellas ahora mismo?

Page 13: El retrato de la dama ausente (primeras páginas)

Esta edición de EL RETRATO DE LA DAMA AUSENTE

es la primera de un original escrito en Pozuelo de Alarcón en 2003.

Se compuso en Bodoni Old Face BE Regular y se acabó de imprimir en 2012

ASPICIUNT SUPERI

Page 14: El retrato de la dama ausente (primeras páginas)

Todo el mundo, a estas alturas, sabe que no soy

persona instruida; que el tener que escribir o hablar en

público me avergüenza y solo con el barro o el carboncillo

me expreso con naturalidad.

Auguste Rodin (París, 1840 – Meudon, 1917)

escribió una única y sorprendente novela, recuperada

tras más de cien años de avatares. En ella, además de

narrar hechos íntimos de su propia existencia, nos

embarca en un exótico relato, marcado por lo feérico,

que arrastra a su exaltado protagonista desde el

refinado San Petersburgo a los helados confines del

mar Blanco o las salvajes estepas del Cáucaso tras un

trágico amor, cuya ausencia le atormenta.

I S B N 978-84-613-3607-4

9 7 8 8 4 6 1 3 3 6 0 7 4