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1 EL RETORNO A LAS GRANDES CLÁSICAS. LA NORESTE DEL PIZ BADILE (Texto y fotografías por Gregorio Martínez Villén) Ejercicio de respeto. Dice George Livanos en su libro 1 : “Mi admiración por Cassin no me empuja a exageraciones meridionales, y, cuando lo califico de “excepcional”, el adjetivo no llega por azar o en un acceso de exaltación delirante ante una leyenda deslumbradora”. En el noveno capítulo, “La batalla del Badile”, me siento emocionado. No se trata de una descripción técnica. Es un inspirado relato de su autor sobre la dimensión humana, que se puede descubrir escalando montañas o en otras actividades de la vida. Sin embargo, es seguramente en las situaciones más difíciles, donde la valía del individuo se manifiesta desposeída de todos los edulcorantes que la ocultan en los actos cotidianos. Cassin nos dejó para marchar al universo de las estrellas el 6 de Agosto de 2009. Tuve ocasión de estrecharle la mano una vez, durante la presentación en Zaragoza de la película a propósito de su quinta repetición, a la edad de 78 años, de la Noreste del Badile, que abrió cuando contaba 28. Me pregunto, por tanto, ¿qué hago yo escribiendo sobre el Badile? ¿Hubo algo novedoso en nuestra ascensión en Agosto de 1993? No, no hubo nada. Qué puede haber de nuevo cuando ya, después de Cassin, cientos de escaladores te han precedido... Esa excepcionalidad a la que aludía Livanos, sólo recae por designio natural en algunos elegidos. Los demás somos meros imitadores, que intentamos hallar un camino para acercarnos a quienes sentaron un precedente. Mis letras no tienen otra pretensión que la de contar nuestra aventura en un preciado recorrido. Dedico, así, mi personal homenaje a Riccardo Cassin. Riccardo Cassin. Rostro curtido, nariz modelada por su afición al boxeo. Escaló hasta los 80 años. Fotografía tomada de archivo.

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EL RETORNO A LAS GRANDES CLÁSICAS. LA NORESTE DEL PIZ BADILE

(Texto y fotografías por Gregorio Martínez Villén)

Ejercicio de respeto. Dice George Livanos en su libro1: “Mi admiración por Cassin no me empuja a exageraciones meridionales, y, cuando lo califico de “excepcional”, el adjetivo no llega por azar o en un acceso de exaltación delirante ante una leyenda deslumbradora”. En el noveno capítulo, “La batalla del Badile”, me siento emocionado. No se trata de una descripción técnica. Es un inspirado relato de su autor sobre la dimensión humana, que se puede descubrir escalando montañas o en otras actividades de la vida. Sin embargo, es seguramente en las situaciones más difíciles, donde la valía del individuo se manifiesta desposeída de todos los edulcorantes que la ocultan en los actos cotidianos. Cassin nos dejó para marchar al universo de las estrellas el 6 de Agosto de 2009. Tuve ocasión de estrecharle la mano una vez, durante la presentación en Zaragoza de la película a propósito de su quinta repetición, a la edad de 78 años, de la Noreste del Badile, que abrió cuando contaba 28. Me pregunto, por tanto, ¿qué hago yo escribiendo sobre el Badile? ¿Hubo algo novedoso en nuestra ascensión en Agosto de 1993? No, no hubo nada. Qué puede haber de nuevo cuando ya,

después de Cassin, cientos de escaladores te han precedido... Esa excepcionalidad a la que aludía Livanos, sólo recae por designio natural en algunos elegidos. Los demás somos meros imitadores, que intentamos hallar un camino para acercarnos a quienes sentaron un precedente. Mis letras no tienen otra pretensión que la de contar nuestra aventura en un preciado recorrido. Dedico, así, mi personal homenaje a Riccardo Cassin.

Riccardo Cassin. Rostro curtido, nariz modelada por su afición al boxeo. Escaló hasta los 80 años. Fotografía tomada de archivo.

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De Chamonix a la Bregalia, camino del Piz Badile. Fernado Orús y yo habíamos comenzado nuestras vacaciones alpinas en Chamonix con resultados poco satisfactorios. Disfrutábamos de una tarde espléndida al regreso de la Directa Americana al Dru. Las manos presentaban algunas heridas producidas por el rasposo granito de nuestro intento frustrado. La montaña nos había deparado sus contrariedades, pero todavía con buenas perspectivas meteorológicas, buscamos un objetivo. Eduardo Teba, Miguel Angel Garós y Martín Lamana habían vuelto de la directa Contamine al Moine. Tomando unas cervezas con nuestros amigos, estaban Carlos Soria, Pepe Hurtado y otro joven escalador madrileño. La conversación derivó hacia la vía Cassin del Piz Badile, que Carlos conocía bien por haberla hecho en dos ocasiones. Tan buen recuerdo le quedó, que estaba dispuesto a regresar por tercera vez. Qué mejor ocasión, acompañados por un magnífico alpinista conocedor del terreno. Acordamos, pues, partir hacia este itinerario al día siguiente. A las 6 de la mañana del 4 de Agosto, abandonamos Chamonix con dirección a Milán. Atravesamos el túnel del Mont-Blanc, que unos años después -en Marzo de 1999-, sería protagonista de una de las mayores tragedias carreteras de la historia, cuando un camión cargado de mantequilla y harina se prendió fuego, convirtiendo aquél lugar en un horno en el que perecieron 39 personas. Pasamos por Lecco, residencia de Cassin. Luego llegamos a Chiavenna y cruzamos la frontera suiza por Spino, adentrándonos en la Bregalia, el más pequeño de los valles de los Grisons.

Pizzas en Chiavenna tras la “huída” chamoniarda. De delante a atrás, por la izquierda: Fernando Orús, un joven madrileño y Carlos Soria. A la derecha: Miguel Ángel Garós, Eduardo Teba, Martín Lamana y Pepe Hurtado (Fotografía tomada por Gregorio Martínez Villén).

Nos detuvimos en el pintoresco pueblo de Bondo, repleto de hortensias, en el que existe un pequeño camping con los servicios imprescindibles para acampar en una cuidada pradera. Aquí sacamos un ticket de peaje para acceder con el coche a una pista forestal en las estribaciones del Badile. En un lugar conocido como Laret aparcamos. Luego proseguimos a pie bajo un cielo plomizo con dirección al refugio de Sacs-Furä, que alcanzamos a buen ritmo en algo más de una hora. Húmedas brumas se enganchaban en los contrafuertes rocosos, sobrenadando el fondo del valle entre los abetos. El resto de la tarde transcurrió tranquila preparando las mochilas. Formaríamos 3 cordadas: Carlos con Pepe; Miguel Ángel con Eduardo; Fernando, Martín y yo juntos.

Macizo de hortensias en el pueblo suizo de Bondo.

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Martín Lamana (izquierda) y Fernando Orús en el camping de Bondo. Fotografía tomada al regreso de la escalada de la Noreste del Piz Badile.

Marcha de aproximación al refugio.

Refugio de Sacs-Furä la tarde previa a la escalada. Arriba, a la derecha, el Piz Badile.

Noreste del Piz Badile, recuerdo imborrable de Riccardo Cassin. Cassin era natural de Sarbognano, donde había nacido en 1909. Una infancia difícil y su escasa afición por los libros, le condujeron a la edad de 12 años a su primer trabajo en una herrería, simiente de lo que, con el paso del tiempo, habría de ser el crisol en el que encontrarían forma las herramientas que diseñó para la escalada. Cuando tenía 16 años marchó a vivir a Lecco.

Desempeñando trabajos como peón de albañil, transportaba carretillas y pesados capazos de arena sobre la cabeza, lo que, según sus propias palabras, hizo que creciese poco y tuviese los brazos largos. La afición por el boxeo, contribuiría a determinar su fisonomía. Sin embargo, los mejores combates de Cassin se librarían en la montaña. Sobre Lecco se eleva el macizo de la Grigna, con murallas de varios centenares de metros. Allí se inició subiendo a la Punta Cermenatti. Qué descripción tan elocuente la de Livanos cuando nos descubre el sentimiento del joven Cassin en aquella cima, donde “su corazón estalla de alegría. A lo lejos brillan los glaciares pero sus ojos brillan más [...]. Cassin no sospechaba que su vida acababa de adquirir un sentido.” La Grigna impregnó los sueños del todavía novel Riccardo, lazando su imaginación hacia objetivos más ambiciosos en una época de penurias y escasez de medios. Él, como muchos montañeros, utilizaba la bicicleta para desplazarse incluso decenas de kilómetros, contentándose con materiales absolutamente rudimentarios. Testimonio de la portentosa capacidad de Riccardo Cassin, quedan para la historia del alpinismo vías como la pared Norte de la cima Oeste del Lavaredo (1935), o el Espolón Walker en la cara Norte de las Grandes Jorasses (1938). Un año antes de esta hazaña, los días 14, 15 y 16 de Julio, Cassin trazó su recorrido en la cara Noreste del Badile, de la que guardaría un amargo recuerdo. En aquella escalada junto a Gino Esposito y Vittorio Ratti, coincidieron con Giuseppe Valsecchi y Mario Molteni. Ambos perecieron en el descenso a consecuencia del agotamiento y del frío.

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De izquierda a derecha: Espositto, Cassin y Ratti en el refugio de Gianetti, al regreso de la Noreste del Badile en 1937. Fotografía tomada de archivo.

Victorioso regreso del Espolón Walker. Cassin, Esposito y Tizzoni llegan al refugio en la vertiente italiana. Fotografía de archivo tomada por Guido Tonella el 7 de Agosto de 1938.

Tales acontecimientos prodigaron una oscura reputación a la pared durante años, como sucediese con la Norte del Eiger. Pese a ello, su elegante recorrido de 900 metros y elevada dificultad, han constituido un atractivo para los alpinistas de todas las generaciones. Las características de la escalada vienen detalladas en el libro de Pause y Winkler2: “En paredes extremas”: “La

roca de la pared Noreste, que parece inalcanzable, es un granito joven de color gris claro, erosionado sólo superficialmente; es compacto y presenta, en placas a menudo estratificadas en forma de escamas, grietas asombrosamente lisas y diedros [...], que permiten avanzar a base de presión y roce [...]. Entre sus peligros más destacados, la caída de piedras que acecha desde el embudo, desde donde salen con frecuencia fragmentos de roca tan grandes como una mesa [...]. A esto habría que añadir el riesgo de tormentas, en las que la cima se comporta como un auténtico pararrayos y la pared en un callejón sin salida.”

Cara Noreste del Badile (3308 m) a la derecha. Trazada en rojo está la vía original de Cassin entrando por la base a la izquierda. Los puntos gruesos señalados en el recorrido marcan los dos vivacs efectuados en la primera ascensión. A su lado el Cengalo (3370 m) con el pilar Noroeste en verde. Fotografía tomada desde el refugio de Sciora.

La escalada. Cinco de Agosto, 4 de la madrugada. El refugio Sacs-Furä bullía en actividad. ¿Cuántos irían a la Noreste? En todo caso, era preciso salir entre los primeros para evitar los desprendimientos de rocas causados cuando llevas cordadas por encima. Esta obsesión por la caída de piedras no es gratuita, procede de la lógica, y en mi caso de varios percances serios en los que la suerte fue la mejor aliada, preferiblemente si está apoyada por el sentido común. A las 5 horas estábamos en camino. Cuando llegamos al collado en el que el itinerario se bifurca en dirección a la

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arista Norte, todo el personal siguió esa trayectoria, y la Noreste quedó a placer. Desde este balcón, la visión sobre la gran muralla resultaba impactante. Como dijo Rébuffat durante su ascensión: no hay que escalar “varias losas, sino una losa inmensa en la que habría que quitar muy poco para que fuese perfecta”3. Destrepamos una ladera de 80 metros y atravesamos un nevero en la parte derecha del zócalo antes de entrar en una vira. Esta alternativa resulta más cómoda que la seguida por la izquierda en 1937. Desde que se construyó el refugio de Sacs-Furä, es mucho más rápido subir al collado Norte, hacer el destrepe y entrar por donde lo hicimos. Sin duda se trata de una variante menos elegante, pero más práctica para salir en el día.

Vista de la base de la pared Noreste del Badile desde el collado Norte.

A las 7 de la mañana comenzamos por un diedro y, luego, por placas hasta una brecha. El momento era propicio para reflexionar sobre el mérito de Cassin y sus compañeros, utilizando botas claveteadas. Si teníamos alguna duda en la seguridad de la adherencia de los “pies de gato”, ¿cómo sería para ellos? La vestimenta que tenían no era ni impermeable ni ligera; los clavos y mosquetones de hierro, puro lastre; las cuerdas de cáñamo otorgaban un estrecho margen de confianza, y mojadas eran de difícil manejo.

Atravesando el nevero en la base de la pared del Piz Badile. Habíamos decidido no llevar piolet, por lo que utilizamos unas estacas de madera recogidas en el camino.

Carlos Soria en los primeros largos en la pared. Al ir en punta toda la vía, ya no le volveríamos a ver hasta el final de la escalada.

Tras la brecha entramos en terreno más delicado. Pitones y cintajos abandonados, nos ayudaron a seguir con rapidez, sin titubear en el recorrido, siempre marcado por Carlos en punta. No tardamos demasiado en llegar al lugar donde los italianos pasaron la primera noche: una repisa sombría custodiada por un desplome característico.

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Largo siguiente al primer vivac de Cassin, donde se puede ver en un círculo rojo a Miguel Angel Garós en la reunión.

Eduardo Teba en un momento de la escalada. El sentido de la ascensión tiende hacia la izquierda, buscando el centro de la muralla.

En este punto, Molteni y Valsecchi pidieron formar un único equipo con la cordada de Cassin. Empezaban a sentir el cansancio, fomentado por la magnitud del entorno. Riccardo aceptó generosamente la proposición, aún sabiendo la repercusión sobre el ritmo. Quedó ahí el recuerdo, y continuamos por una serie de lajas superpuestas, friables y mojadas.

Fernando Orús con una perspectiva abrumadora sobre la cabeza. Abajo, a la izquierda, el muro de la Punta Sertori se eleva desde el collado del Cengalo (3048 m), desde el que cuelgan dos corredores de nieve.

Seguimos hacia las gradas escombradas que confluyen al aplomo del gran embudo central y marcan la mitad de la pared, donde reposamos brevemente. El Cengalo estaba justo al frente. Esta montaña es mucho menos frecuentada que su vecino el Badile. En su proa de 950 metros, Fred Gaiser y Berthel Lehmann trazaron un itinerario en 1937, poco repetido y equipado (ED-, A0). Al salir de este emplazamiento, la vía se enderezó aumentando el tono de la dificultad largo tras largo, el primero de ellos en el diedro Cassin, defendido por un notable desplome que abandonamos por la derecha para montar una reunión en una estrecha placa, colgando en el vació. Desde allí ascendimos por una hendidura y otro diedro, hasta dar con un techo que salvamos por su ángulo izquierdo. En dos largos más nos encontrábamos en el segundo vivac de Cassin… Aquí, Molteni y Valssechi ya

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En el diedro Cassin, encima de las terrazas sueltas. Este diedro se sube aproximadamente hasta la mitad, saliendo de el hacia la derecha para evitar los desplomes que lo coronan.

Fernando Orús en el diedro Cassin llegando a la reunión, desde donde está tomada la fotografía. El paso, de varios metros, se sube en oposición, aprovechando la adherencia de la pared a un lado, y la geometría del otro, más favorable para encontrar agarres.

estaban derrotados. Para colmo, la tormenta castigó despiadadamente la pared. Mojados y helados soportaron una noche desesperada... “Plataforma entristecida por los recuerdos”, diría Rébuffat a su paso por ella durante la segunda ascensión con Bernard Pierre, 12 años después de los italianos. La salida de la vía ya era visible, pero aún quedaba un buen trecho. Los dos primeros largos fueron placenteros, hasta situarnos en la vertical del gigantesco diedro-chimenea, que escalamos encajonados entre sus paredes frías y lisas, hendidas en el fondo por una fisura que escurría agua. Ésa que penetra por la manga, te empapa la ropa y roba el calor del cuerpo. Por fortuna, el día era excelente, y este enojoso contratiempo no supuso riesgo significativo. Pienso ahora en el mismo pasaje convertido en una torrentera propiciada por la lluvia...

Martín Lamana (izquierda) y Fernando Orús en una reunión de la segunda mitad de la escalada. El glaciar queda bajo los pies a más de 700 metros.

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Fernando Orús en una zona más tumbada.

Eduardo Teba progresando hacia el gran diedro de la salida.

Todavía debimos vencer una última barrera de extraplomos para desembocar en una vira primero, y en una canal después, que nos llevó a la arista cimera. Eran las 4 de la tarde, la misma hora a la que Cassin y sus compañeros coronaron la cumbre 56 años antes. Para nosotros, una larga sucesión de rápeles por la vertiente Sur sería suficiente hasta tierra firme, pero para aquellos hombres, todavía quedaba un calvario. Las condiciones no habían mejorado; peor aún: al granizo se sumó un vendaval incontenible. Así iniciaron el descenso de la ruta normal cubierta por un espeso manto de nieve reciente. En este punto, impresiona nuevamente el

Poco después de la salida del 2º vivac de Cassin. En rojo, Carlos Soria y Pepe Hurtado en una reunión superior.

Fernado Orús (izquierda) y Martín Lamana en la chimenea. La escalada es más protegida y menos espectacular. Los problemas empiezan a disminuir ostensiblemente, pero algunos bloques ocluyen el paso y hacen necesario esforzarse.

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retrato que Livanos hace del semblante de la cordada: “...bajo las cejas de hielo siempre hay unos ojos de metal, la mirada de la gente que lucha, aprieta los dientes y continúa luchando.” Pero Molteni y Valsecchi ya no respondían sino con movimientos instintivos. Murió el primero a pesar del auxilio impotente de Cassin, quien lo transportó a hombros, y más abajo el segundo en los brazos de Ratti. Paradojas de la vida, aquel Vittorio Ratti fiel, fuerte e incansable, expuesto a tantos peligros en la montaña, no caería en ella; atravesaría la última frontera el 25 de Abril de 1943, luchando como partisano en la Segunda Guerra Mundial al lado de Cassin. Un tercer vivac sometió a los supervivientes a la prueba definitiva, enfundados en la ropa acartonada por el hielo. Pero el tiempo mejoró sorprendentemente y llegaron al refugio Gianetti. Desde allí organizaron una expedición para recuperar los cuerpos de sus compañeros.

Vira de salida hacia la arista somital. Arriba a la izquierda, la cima.

Bibliografía consultada: 1Georges Livanos. Cassin. Érase una vez el sexto grado. Ed. sRoC, 1987. 2Pause y Winkler: “En paredes extremas”. Ed. RM, 1982. 3Gaston Rébuffat. Estrellas y borrascas. Ed. RM, 1982.

Con Miguel Angel Garós (a la derecha) terminadas las dificultades.

Con Fernando Orús (a la izquierda), en el camino de regreso el 5 de Agosto de 1993. Detrás, el Piz Badile.