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La serpiente cazadora (Pseustes poecilonotus), una serpiente inofensiva, tomando los primeros rayos del sol en la orilla del Rio Claro, Antioquia. Fotografía: Juan Salvador Mendoza Roldán

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La serpiente cazadora (Pseustes poecilonotus), una serpiente inofensiva, tomando los primeros rayos del sol en la orilla del Rio Claro, Antioquia. Fotografía: Juan Salvador Mendoza Roldán

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El reto de la conservación de serpientes en Colombia

Juan Salvador Mendoza Roldán

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38 Hipótesis, Apuntes científicos uniandinos, núm. 19, 2015

Juan Salvador Mendoza RoldánBiólogo, investigador del Museo de Historia Natural de la Universidad de los Andes y director científico de la Fundación Kamajoru para la Conservación y Educación Ambiental, [email protected]

El reto de la conservación de serpientes en Colombia

“Hay tres animales en el mundo Kogui que ocupan profundamente su imaginación: el jaguar, el sapo y la culebra. Son animales que para ellos simbolizan factores

y conflictos básicos que así dominan la mente de cada individuo, no importa su edad, sexo, estatus o función”

(Reichel Dolmatoff, 1985).

Colombia tiene 309 especies de serpientes registradas que ha-bitan desde el nivel del mar hasta la cima de los Andes [1]. La riqueza de estos reptiles en el país se encuentra representada, en su mayoría, por especies inofensivas, carentes de toxinas o cuyo perfil tóxico es muy bajo, y muchas imitadoras de las especies venenosas. La evolución de este mimetismo se encuentra relacio-nada con el establecimiento de complejos batesianos, donde se utilizan señales comunes para alertar y alejar a los depredadores. Los complejos miméticos existentes entre serpientes venenosas e inofensivas suelen ser la causa de la gran mortandad de serpien-tes en Colombia a manos de campesinos. En los sistemas folcló-ricos de clasificación las especies se reconocen con base en un riesgo potencial para las personas que trabajan y viven en áreas rurales. El desconocimiento sobre la ecología e historia natural de la mayoría de las especies colombianas, junto con la cacería por temor cultural, hacen de la protección y educación sobre estos vertebrados un reto para la conservación.

Las serpientes son, sin duda, los reptiles vivos más sorprendentes del planeta. Su evolución ha determinado cambios drásticos, como la pérdida de sus miembros locomotores, su adaptación a la vida arbórea, acuática y terrestre, el hecho de tener un solo pulmón, la carencia de párpados y el rearreglo de la distribución de los órganos internos, incluyendo su peculiar forma de mudar la piel. Además, las serpientes tragan a sus presas enteras y su cráneo y mandíbula tienen uniones cartilaginosas flexibles que permiten la expansión y el movimiento de los elementos óseos para tragar presas mucho más grandes que su cabeza.

Como depredadores, han desarrollado distintas tácticas para matar a sus presas. La constricción (la más antigua) interrumpe el flujo sanguíneo de la presa y le causa un paro cardiaco [2]. La aparición de un aparato

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venenoso sofisticado ocurrió hace 60 u 80 millones de años, y su evolución implicó una serie de modificaciones del hueso denta-rio y la aparición de colmillos acanalados asociados a glándulas musculosas que secretan el veneno. Estas enzimas del veneno evolucionaron a partir de la duplicación de genes comunes en el tejido pancreático y salival de casi todos los vertebrados terres-tres [3]. La composición proteómica del veneno depende de me-canismos dinámicos de regulación molecular que causan cambios en las tasas de transcripción de estos genes. En las serpientes el veneno es un cóctel proteínico de actividad farmacológica y su principal función es la inmovilización y predigestión de las presas. Los compuestos enzimáticos del veneno causan distintos daños sistémicos sobre el tejido, en su mayoría asociados con procesos de mionecrosis y parálisis. Estas enzimas evolucionaron a partir de la duplicación de genes comunes en el tejido glandular pancreáti-co y salival de casi todos los vertebrados terrestres [3].

El veneno se encuentra sujeto a las interacciones ecogenéti-cas de la serpiente con el entorno donde se desarrolla. Factores ecológicos, geográficos y ontogénicos determinan la alta variabi-lidad en los venenos de vipéridos [4]. Se ha establecido que los cambios en la composición del veneno relacionados con la edad permiten la especialización alimentaria en distintos tipos de pre-sa [5]. En Suramérica, el veneno del genero Bothrops muestra una amplia variación ontogenética y geográfica [6] que expli-ca la baja efectividad de algunos sueros polivalentes a escala mundial [7]. Las mapanás, genero Bothrops, son las causantes del 90% de los accidentes ofídicos en Colombia. Por esto son consideradas especies de importancia clínica [8].

El género Bothrops, perteneciente a la familia Viperidae (figura 1), tiene dentición solenoglifa, con la presencia de un par de colmi-llos acanalados, móviles y de gran tamaño que se guardan en una membrana que hace las veces de estuche. En la edad adulta, las especies de esta familia se especializan en ciertas dietas. Por ejem-plo, las mapanás, cuando alcanzan los 120 mm de longitud rostro-cloacal, excluyen a las presas ectotermas (de sangre fría), y en su edad adulta prefieren presas mamíferas, como los roedores [5].

Los roedores como ratas y ratones están asociados a poblacio-nes humanas y a cultivos donde se alimentan, por lo regular, de desperdicios. Su presencia y actividad recluta a individuos de mapaná que se han desplazado de sitios de reproducción lejanos hacia estas zonas habitadas por el hombre. En estos sitios la sobrepoblación de esta serpiente se debe principalmen-te a la disponibilidad de presas para todos los grupos de edad. Mientras los agroecosistemas aportan roedores a los individuos adultos, las trancas, jagüeyes y los caños son sitios idóneos para la alimentación de individuos de edades neonatales y juveniles. Es allí donde con mayor frecuencia se reportan accidentes ofídi-cos de hombres y bestias.

La serpiente Bothrops asper es una especie que durante su eta-pa juvenil se alimenta de anfibios y reptiles, aunque también se

Figura 1. Especies comunes en Colombia de cuatro narices o mapanás. a y b) Bothrops atrox, Meta, llanos orientales; c) Bothrops asper, San Juan de Nepomuceno, costa atlántica; d) Dentición solenoglifa en hembra adulta proveniente de Barrancabermeja, Magdalena medio.Fuente: Juan Salvador Mendoza Roldán.

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han reportado peces, ciempiés y otras serpientes [5, 9, 10]. Su veneno, durante las primeras etapas de vida, se encuentra confi-gurado por toxinas que afectan el mecanismo hemostático o da-ñan el endotelio. Algunos de estos compuestos son activadores fibrinolíticos, metalloproteasas y fosfolipasas A2, y proteínas no enzimáticas lectinas tipo C, CRISP y desintegrinas. Todos estos compuestos, en un inóculo de veneno, producen de inmediato hemorragia con cuagulopatías que desencadenan un sangrado abundante en encías y otras mucosas del afectado [11].

Tradicionalmente, el campesino del Caribe colombiano les ha dado una explicación errónea a las hemorragias causadas por este veneno. Sus manifestaciones se han asociado con la “pi-cadura” de varias especies inofensivas conocidas como víboras de sangre o candelillas, nombres de taxonomía popular que in-cluyen al menos cuatro especies de la familia Colubridae y una especie de la familia Boidae: Pseudoboa neuwiedii, Pseudoboa coronata, Clelia clelia, Phimophis guianensis, Epicrates maurus. El color de algunas de las especies de víboras es de un intenso rojo en el dorso, que puede incluir coloraciones más oscuras en algunas especies. Las víboras, por su color sanguinolento, son asociadas por el campesino como causantes de hemorragias, y por esto las consideran venenosas. Los campesinos desconocen que serpientes inofensivas, como las viboras Pseudoboa neu-wiedii y Clelia clelia (figura 2), son depredadoras habituales de otras serpientes, incluso de especies venenosas.

Nombres como musaraña, cazadora negra o mouboujadla (transcripción sonora de lengua kogui) hacen referencia a esta especie (Clelia clelia), que se alimenta de otras serpientes (ofi-diófaga). La cazadora negra es considerada por los campesinos como una “revividora de culebras muertas”. Según la creencia popular, cuando una serpiente ha muerto a manos de un cam-pesino, esta cazadora la busca y la engulle, y luego la regurgita viva; si la serpiente que revivió es venenosa, la cazadora negra buscará una planta para curarse. El  gran tamaño de esta ser-piente en edad adulta la hace ser muy conspicua. Además, esta serpiente tiene la desventaja de poseer una coloración juvenil de advertencia muy llamativa de cabeza negra, un anillo nucal blanco y un cuerpo rojo, que la condena a muerte segura si se da el encuentro con un ser humano.

Cuando un campesino mata una serpiente, la pica en pedazos para evitar que la revivan. Después evita que sus restos queden sobre el suelo para que nadie se perjudique con sus huesos venenosos que, en caso de enterrarse en un pie, causarían la muerte. El mito es falso, porque ninguna serpiente tiene veneno fuera de sus colmillos.

EL RETO DE SU CONSERVACIÓN

Muchas de las especies de serpientes son inofensivas o producen toxinas leves que no representan mayor amenaza para los se-res humanos. Algunas desarrollan dentición opistoglifa, de un par

Figura 2. Figura 2. Víboras de sangre y candelillas, serpientes inofensivas: a) Clelia clelia, coloración adulta; b) Pseudoboa neuwiedii, coloración adulta; c) Víbora (Epicrates cenchria); d) Candelilla (Phimophis guianensis).Fuente: Juan Salvador Mendoza Roldán

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de colmillos agrandados en la parte posterior de la boca con los cuales pueden inocular veneno de bajo perfil tóxico. Los campe-sinos consideran a las especies opistoglifas de igual peligrosidad que a aquellas especies Solenoglifas (Viperidae) y suelen remitir sus mordeduras donde el curandero, el cual atiende, en muchos casos, mordeduras no letales. Muchos de estos colonos que se desempeñan como curanderos atribuyen su éxito en el tratamien-to con base en estos accidentes con especies de baja toxicidad.

La especie de colúbrido llamado mapaná guacharaco (Leptodei-ra annulata) es una especie ranívora muy común y abundante en bosques y humedales, y habitual visitante de casas en la costa colombiana. Esta especie es nocturna y comparte su hábitat con la mapaná verdadera, toma posturas defensivas que imitan la forma y comportamiento de esta especie venenosa, caracte-rísticas que permiten que se le confunda fácilmente. La sapa (Xenodon rhabdocephalus) es una especie de colúbrido acuático difícil de diferenciar a simple vista de una mapaná verdadera. Se distingue por sus pupilas redondas, nueve escamas agrandadas que cubren la parte superior de la cabeza, disposición oblicua de las escamas dorsales y la ausencia de una fosa termoreceptora en la región loreal (figura 3a). Estas especies, aunque poseen toxinas leves en su veneno, prefieren no morder a los humanos cuando son manipuladas pero, en el caso de una mordedura, su mordedura causa inflamación y dolor localizado en la zona afectada. Por su dolorosa mordedura se recomienda manipular estas especies con guantes de carnaza (figura 3b).

Las serpientes aglifas carecen por completo de dientes inocula-dores y, en consecuencia, no tienen veneno. Algunas presentan mimetismo batesiano con especies venenosas. En la familia de las boas (Boidae), la culebra macabrel o mapaná ramero (Cora-llus ruschenbergerii) es clasificada popularmente como veneno-sa y considerada mortal. Las macabrel son serpientes de hábitos arbóreos muy temidas en lo llanos orientales. Esta boa es una perfecta imitadora de las talla x (Bothrops asper) y se caracteriza por una conducta muy agresiva, con comportamientos parecidos a las posturas defensivas de una mapaná verdadera, los cam-pesinos no se convencen de su naturaleza inofensiva (figura 3c). Otras especies aglifas, como las culebras caracoleras de los gé-neros Dipsas y Sibon, suelen adoptar posturas que asemejan su cuerpo y cabeza a los de una mapaná (figura 3d).

Las serpientes de coral han adoptado patrones aposemáticos para ahuyentar a los depredadores. Son difíciles de observar debido a sus hábitos secretivos. Su alimento se compone, en gran medida, de presas cilíndricas y pequeñas, como cecilias (Gymnophiona), peces, lagartos y serpientes. Tienen un par de colmillos acanalados fijos en la parte anterior de la boca, su veneno neurotóxico es letal para los humanos, y en Colombia se producen muy pocos antiofídicos para estas serpientes, pese a esto los accidentes elapídicos son extremadamente raros [13]. Colombia es uno de los países con mayor número de especies de Micrurus (corales verdaderas), con 31 especies, de las cua-

Figura 3. Especies de serpientes inofensivas imitadoras de la mapaná (Bothrops asper): a) mapaná de agua, o sapa (Xenodon rabdocephalus), Colubridae; b) mapaná guacharaco (Leptodeira annulata), Colubridae; c) mapaná ramera o macabrel (Corallus ruschenbergerii), Boidae; d) mapaná platanera (Sibon nebulatus), Colubridae. Todas las fotografías fueron tomadas en la costa atlántica. Fuente: Juan Salvador Mendoza Roldán.

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les se tiene muy poca información sobre su estado de conser-vación; muy pocas han sido evaluadas en las listas rojas y el conocimiento sobre su ecología es escaso. Las corales habitan generalmente en bosques, hábitats cada vez más reducidos y reemplazados por plantaciones de palma africana, por lo que se ha encontrado que a escala nacional la diversidad y abundancia de corales es muy baja en estos monocultivos [12].

Las corales verdaderas cuentan con anillos completos que forman patrones. Los anillos negros se encuentran siempre en números impares, completando monadas o triadas. En Colombia, la mayoría de sus coloraciones incluyen triadas, y otras pocas presentan solo dos colores dominantes. En la figura 4b se observa una serpiente de coral verdadera, una especie muy común en los llanos orientales (Micrurus lemniscatus) que muestra un patrón típico de triadas de anillos negros. En la figura 4a se muestra la especie conocida como coral rabo de ají (Micrurus mipartitus), con coloración de anillos blan-cos y negros, en la que aparece un tercer color en forma de anillos naranja en la cola y una banda sobre la cabeza (característica por la cual recibe su nombre común). Por tener una cabeza pequeña, las corales verdaderas poseen ojos punctiformes, muy reducidos, en los cuales no se alcanza a diferenciar la pupila (figura 4d). Muchas utilizan la cola para distraer a los depredadores, razón por la cual se cree popularmente que “pican” con la cola.

Los patrones de coloración en forma de anillos, bandas, comple-tas e incompletas son considerados culturalmente indicativos de la presencia de veneno. Tanto especies de corales ponzoñosas como varias especies inofensivas usan el mismo código de defen-sa para alejar a los depredadores. La diferencia más importante entre una coral verdadera y una falsa es la presencia de anillos completos. Muchas falsas corales, como las pertenecientes a los géneros Tantilla y Oxyrhopus tienen anillos en el dorso que se interrumpen en la región ventral (figura 5b). Imitadoras de cora-les, como los géneros Erythrolamprus y Lampropeltis (figuras 5a y 5d), presentan colores y patrones muy similares a los de corales verdaderas, con anillos casi perfectos que continúan en la región ventral; se diferencian de las corales verdaderas por tener anillos negros solo en pares, exceptuando algunos casos donde se pre-sentan monadas (ej. E. pseudocorallus). Algunas especies de fal-sas corales como (Pliocercus euryzonus) tienen anillos solo de dos colores (blancos y negros) que continúan en el vientre (figura 5e).

Los cultivos de palma africana (Elaeis guineensis) han sido consi-derados espacios óptimos para la conservación de las serpientes en un escenario de alta intervención donde los núcleos de bosque secundario están reducidos y separados entre sí [12]. Algunas especies, relacionadas con bosques como la serpiente bejuquillo Imantodes cenchoa (figura 9), o especies del género Dipsas no se encuentran en este tipo de hábitats, debido a que no suplen los requerimientos alimenticios requeridos por estas especies caracoleras. Los microhábitats ofrecidos por la cobertura de pal-ma africana son ocupados por una fracción de la comunidad de serpientes. Lynch [12], estima que hasta el 75% de las especies

Figura 4. Serpientes de coral verdaderas, venenosas, de la familia Elapidae: a) coral rabo de ají (Micrurus mipartitus), San francisco, Cundinamarca; b) coral del llano (Micrurus lemniscatus), departamento del Meta; c y d) coral (Micrurus dumerilii), Cartagena, Bolívar.Fuente: Juan Salvador Mendoza Roldán

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de serpientes utilizan estos hábitats pero aclara que solo el 25% posee poblaciones residentes, en general son las malas prácticas ambientales las que hacen que estos espacios sean insuficientes para mantener la riqueza total de especies presentes para la zona.

En las palmas, la baja diversidad del género Micrurus refleja la ausencia de condiciones microclimáticas específicas y la pre-sencia de una amplia red trófica que satisfaga sus demandas dietarias. Una visión integral sobre la calidad y extensión del hábitat para la conservación de serpientes está en mora de ser establecida; dicho espacio, por lo demás, debe relacionarse con los grandes corredores de conservación establecidos para otros vertebrados (p. ej., oso andino, jaguar, primates, danta). En estos sitios se debe incrementar la investigación y las labores de edu-cación ambiental en torno a este grupo faunístico.

En la amplia geografía del país, lugares aislados, como el archi-piélago de San Andrés y Providencia, requieren esfuerzos de con-servación para dos especies endémicas de serpientes: una de co-lúbrido (Coniophanes andresensis) y una serpiente ciega (Epictia magnamaculata), de la familia Leptotyphlopidae [14]. En estas is-las, las serpientes son temidas y asesinadas en cada avistamiento, sin importar su condición indefensa. El herpetólogo José Rances Caicedo comenta que la serpiente de bosque Dendrophidion bos-helli, se conoce a partir de un reducido número de ejemplares en colecciones; es una especie endémica para su localidad tipo, la vereda Volcanes, en el municipio de Caparrapí, Cundinamarca. Ac-tualmente los bosques presentes en esta localidad experimentan una acelerada trasformación a causa de la intervención (figura 6).

Para nuestros antepasados indígenas, la función de las serpien-tes se concentraba en la protección y generación de las lagunas y quebradas, creencias perpetuadas por el pensamiento campe-sino de la Colombia rural. Por este motivo, especies inofensivas, como las boas, son toleradas en algunos casos. Lejos de su valoración antropocéntrica, la función biológica de estas espe-cies se concentra en su comportamiento depredatorio. Por ser carnívoras, se alimentan de otros animales, y son esenciales en el control biológico de pestes como las de las ratas.

Por su lado, la sobrepoblación de organismos dañinos para los cultivos se debe a la eliminación de predadores naturales como los ofidios, que son muy útiles en los agroecosistemas colom-bianos. Después de realizar un taller de educación ambiental sobre las serpientes con campesinos en los Montes de María, los campesinos comentaban: “las mato porque culebra es cu-lebra”. Desafortunadamente, todas las serpientes se defienden por medio de mordiscos, y las especies más inofensivas incluso suelen ser las más agresivas (figura 7).

EDUCACIÓN AMBIENTAL

Por medio de talleres planeados para la capacitación en la pre-vención del accidente ofídico, las personas pueden aprender

Figura 5. Especies imitadoras de las corales, o falsas corales, de la familia Colubridae: a) falsa coral (Erythrolamprus spp.), Icononzo, Tolima; b) coral macho (Tantilla semicincta), Tubará, Atlán-tico; c) coral (Oxyrhopus vanidicus), Leticia, Amazonas; d) falsa coral (Lampropeltis triangulum), departamento de Antioquia; e) falsa coral (Pliocercus euryzonus), Hispania, Antioquia. Fuente: Juan Salvador Mendoza Roldán

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Figura 6. Estado del hábitat de la serpiente de bosque (Dendrophidion boshelli), Colubridae. Vereda Volcanes del municipio de Caparrapí, Cundinamarca.Fuente: Juan salvador Mendoza Roldán.

Figura 7. Serpientes inofensivas o poco venenosas defendiéndose: a) bejuquillo (Oxybelis aeneus), aglifa; b) falsa patoco (Thamnodynastes gambotensis), opistoglifa; c) lomo de machete (Chironius spixi), aglifa; d) bejuquillo verde (Leptophis ahaetulla), opistoglifa.Fuente: Juan Salvador Mendoza Roldán

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Figura 8. Noel Torres, campesino de la vereda La Pujana, San Juan de Nepomuceno, Bolívar, se encuentra retransmitiendo lo aprendido sobre las serpientes a estudiantes del colegio rural La Nueva Estrella, en San Cayetano. Días antes, el mismo iba a matar este ejemplar de víbora (Epicrates maurus).Fuente: Juan Salvador Mendoza Roldán

Figura 9. Mapaná bejuquillo o guarumera (Imantodes cenchoa) se considera en la taxonomía folclórica como un híbrido entre una mapaná (Bothrops asper) y una bejuquillo (Oxybelis aeneus), por lo que todas las especies de bejuquillo son consideradas venenosas.Fuente: Juan Salvador Mendoza Roldan.

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Figura 10. Izquierda: taller teórico sobre el tipo de dentición y la peligrosidad de las especies encontradas en cercanías de Pontezuela, Bolívar, dirigidos a jóvenes estudiantes de la Escuela Agro-Industrial (grados 5.º y 6.º). Derecha: iniciativas de educación ambiental sobre las serpientes, diferenciación de especies a cargo de la bióloga Natalia Rodríguez, frente a un público infantil, vereda El Corral de San Luis, Tubará, Atlántico. Los jóvenes aprenden sobre el carácter inofensivo de la bejuquillo (Oxybelis aeneus).Fuente: Juan Salvador Mendoza Roldán

sobre las especies de serpientes en su entorno y diferenciar cuáles son inofensivas y cuáles, venenosas. Inicialmente se debe planear una actividad de reconocimiento con algún ele-mento didáctico, para lo cual las guías rápidas elaboradas por el Chicago Field Museum son un recurso perfecto para pobladores de comunidades rurales. Con esta primera actividad se tiene un panorama de la diversidad de ofidios que se reportan y de los conflictos existentes entre la población humana y grupos parti-culares de esta fauna, por depredar o matar animales de granja, por representar un riesgo para las personas o por estar relacio-nadas con contextos mágico-religiosos o medicinales.

Las especies inofensivas, representadas en su mayoría por las fa-milias Colubridae y Boidae, son excelentes candidatas para talleres de educación con niños y adultos. Lo más importante en un taller de educación ambiental con serpientes vivas es enseñar sobre la distancia prudente que se debe mantener entre el animal y el es-pectador (figura 8). Además, se debe instruir sobre los peligros de manipularlas sin precaución. Los talleres posteriores deben llevar la temática hacia la habilidad para diferenciar las especies venenosas de aquellas que no lo son, con base en la observación y mostrando la naturaleza noble de muchas especies temidas (figuras 10 y 11).

Existen muchos mitos y cuentos sobre las serpientes, que nacen como parte del folklor para explicar su misteriosa historia natural. Algunos describen su relación con el ganado, por robar su le-che, y otros, su peculiar relación con las mujeres embarazadas o menstruantes, de las cuales huyen o a las que se sienten atraídas. Los campesinos piensan que las serpientes se hibridan o cruzan, entre especies o con otros animales como la iguana (figura 9). Un ejemplo de esta creencia es el cuento sobre el entrecruzamien-to de la coral hembra, familia Elapidae (Micrurus dissoleucus) y la coral macho, familia Colubridae (Tantilla semicincta), especies muy distantes entre si, a las cuales les resulta imposible hibri-darse. Según la tradición campesina cualquier culebra puede ser venenosa, debido a su entrecruzamiento continuo, por este motivo las características de la dentición deben ser empleadas en los talleres para agrupar especies según su familia taxonómica, como

la familia Elapidae con dentición proteróglifa, o la familia Viperidae con dentición solenóglifa. Esta particularidad permite a la gente que asiste a los talleres diferenciar de manera certera las especies venenosas de las inofensivas, al asociar la forma de dentición con la coloración y morfología externa.

Quienes matan a estos reptiles lo hacen para prevenir un futuro accidente de alguien que no reconozca el peligro, y están conven-cidos de que hacen una contribución a la salud y al bien común. Es importante capacitar activamente a las comunidades rurales sobre la prevención del accidente ofídico, y es labor de los bió-logos colombianos educar al público sobre su diversidad, historia natural y función ecológica, que beneficia la productividad en sis-temas agrícolas. Las serpientes regulan las poblaciones naturales de sus presas al ser depredadoras importantes que mantienen la diversidad biológica en ríos, selvas, desiertos, páramos y mares. Debemos respetarlas y conservarlas, pues muchas no represen-tan un riesgo para la salud pública y diariamente, especies inofen-sivas, son absurdamente sacrificadas.

AGRADECIMIENTOS

A Tyana Wachter y Robin Foster del Chicago Field Museum y su programa de Guías Rápidas, que nos han permitido desa-rrollar muchas de las actividades sobre educación con serpien-tes. Agradezco a los profesores Natalia Rodríguez Salcedo, José Rances Caicedo y John D. Lynch por motivar desde los inicios el interés; a mis amigos del Museo de Historia Natural Andes: Die-go A. Gómez, Camila Rodríguez, Daniela García, Luis A. Farfán, Luisa Castellanos, Álvaro Velázquez, Andrew J. Crawford y Santiago Madriñán. Gracias eternas a mi enorme familia de la comunidad de El Corral de San Luis en Tubará, Atlántico; ami-gos de la comunidad El Vergel, en Leticia, Amazonas: Segundo, Abuelo, Miguel y Channel; a los estudiantes y artesanos de El To-tumo, en Pontezuela, Bolívar; Escuela Etno-Educativa La Nueva Estrella; Fundación Patrimonio Natural, y a los amigos biólogos-campesinos de la Universidad de La Pujana y La Espantosa, en San Juan de Nepomuceno. •

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Figura 11. Jóvenes de comunidades, amigos de las serpientes. Izquierda: Luis, de 12 años, perteneciente a la comunidad del Corral de San Luis, Tubará, Atlántico, sosteniendo una mapaná guacharaco (Leptodeira annulata). Derecha: Miguel, de 9 años, indígena tikuna de la comunidad de El Vergel, Leticia, Amazonas, sostiene una falsa coral (Oxyrhopus sp.). Ambas serpientes fueron salvadas por estos estudiantes al encontrarlas dentro de sus casas, porque sabían que eran inofensivas, como resultado de lo aprendido en los talleres.Fuente: Juan Salvador Mendoza Roldán

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