el reino bÁrquida de cartagena

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EL REINO BÁRQUIDA DE CARTAGENA CARTAGENA HISTÓRICA 13. Octubre 2005 Augusto Prego de Lis Las fuentes disponibles sobre los acontecimientos en la península ibérica a fines del siglo III antes de Cristo son abundantes, pero no todo lo precisas que desearíamos. La principal es, sin discusión, obra de Polibio de Megalópolis, historiador griego de mediados del siglo II antes de Cristo. Tuvo acceso directo a las fuentes de información más importantes, incluidos los archivos oficiales romanos, visitó personalmente los lugares donde se desarrolló el conflicto entre cartagineses y romanos, y como historiador fue escrupuloso y exhaustivo. Su obra, las Historias, tuvo una enorme trascendencia en los autores posteriores, en los que influyó en gran medida con sus opiniones. Desgraciadamente muchas de esas opiniones eran parciales, subordinadas a sus ideas políticas, y en algunos puntos claves creó premisas inciertas que todavía siguen teniendo un papel en la visión de los acontecimientos. Discutiremos más adelante algunas de ellas. La segunda fuente fundamental es la monumental Historia de Roma de Tito Livio, autor romano de finales del siglo I antes de Cristo. Menos cuidadoso que Polibio, y mucho más parcial que él, su valor viene del hecho de que conservamos una narración continua y pormenorizada de los hechos a 1

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Historia del Reino que la familia de los Barca formó en la Península Ibérica entre 237 y 206 antes de Cristo.History of the Kingdom that the Barca´s family make in the Iberian Peninsula at 237-206 before Christ.

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EL REINO BÁRQUIDA DE CARTAGENA

CARTAGENA HISTÓRICA 13.

Octubre 2005

Augusto Prego de Lis

Las fuentes disponibles sobre los acontecimientos en la península ibérica a fines

del siglo III antes de Cristo son abundantes, pero no todo lo precisas que desearíamos.

La principal es, sin discusión, obra de Polibio de Megalópolis, historiador griego de me-

diados del siglo II antes de Cristo. Tuvo acceso directo a las fuentes de información más

importantes, incluidos los archivos oficiales romanos, visitó personalmente los lugares

donde se desarrolló el conflicto entre cartagineses y romanos, y como historiador fue es-

crupuloso y exhaustivo. Su obra, las Historias, tuvo una enorme trascendencia en los

autores posteriores, en los que influyó en gran medida con sus opiniones. Desgraciada-

mente muchas de esas opiniones eran parciales, subordinadas a sus ideas políticas, y en

algunos puntos claves creó premisas inciertas que todavía siguen teniendo un papel en

la visión de los acontecimientos. Discutiremos más adelante algunas de ellas.

La segunda fuente fundamental es la monumental Historia de Roma de Tito Li-

vio, autor romano de finales del siglo I antes de Cristo. Menos cuidadoso que Polibio, y

mucho más parcial que él, su valor viene del hecho de que conservamos una narración

continua y pormenorizada de los hechos a partir de 221, lo que lo hace indispensable,

aunque presenta problemas tanto cronológicos como geográficos. Otros autores son

fuentes complementarias, aunque de un gran valor. Diodoro de Sicilia, autor griego del

siglo I antes de Cristo, nos da fragmentos preciosos sobre los primeros tiempos de los

bárquidas en España. Apiano, un egipcio helenizado del siglo II después de Cristo nos

da información adicional, aunque muchas veces inexacta y descuidada. Existen otras

fuentes menores, como Cornelio Nepote, Silio Itálico, Zonaras, Dión Casio, Orosio...

que son más tardías.

Los Barca

La primera noticia que tenemos de la familia Barca, -vocablo de origen semita

que significa esplendoroso, brillante, relampagueante-, es la comisión a Amílcar Barca,

por parte de las autoridades de Cartago, para un mando militar en Sicilia en el curso de

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la 1ª Guerra Púnica, en el año 247. Durante los cinco años siguientes combatió con gran

éxito, convirtiéndose en el comandante en jefe de las fuerzas cartaginesas en Sicilia.

Su fortuna duró hasta el año 242. Los romanos, decididos a un último esfuerzo,

fletaron una gran escuadra, con la que derrotaron decisivamente a la armada cartaginesa

junto a las islas Egates. Sin flota, Cartago no podía continuar sosteniendo a las tropas de

Amílcar, y el senado cartaginés, cansado de la guerra, resolvió pedir la paz. Amílcar, al

mando de un ejército invicto, tuvo que negociar la retirada de sus tropas de Sicilia ante

el general romano, Cayo Lutacio. Sin embargo no pudo dirigir esa retirada, sino que tu-

vo que ceder el mando a Giscón, sin duda un comandante rival enviado por el senado

cartaginés. Las fuentes dejan traslucir aquí un enfrentamiento entre Amílcar y la oligar-

quía gobernante en Cartago. Amílcar tuvo que sentirse, con gran seguridad, dolido con

la decisión de no continuar la guerra, cuando todavía se mantenía un potente ejército en

Sicilia. Para él la guerra significaba la posibilidad de obtener fama y riqueza. Su mando

en Sicilia era casi personal, y sus tropas, compuestas prácticamente en su totalidad por

soldados mercenarios de diversos orígenes, ligados más a la figura de un líder victorioso

que a un gobierno lejano, perdían con la paz oportunidades de enriquecimiento.

Esa decepción hizo que el ejército dirigiera sus exigencias de botín hacia el go-

bierno de Cartago que, agotado financieramente tras la larga guerra con Roma, trató,

inútil y torpemente, de eludir la mayor parte de las reivindicaciones de los mercenarios,

que terminaron por sublevarse. Inmediatamente el territorio cartaginés fue ocupado y

asolado por los furiosos soldados, que recibieron el apoyo de las tribus númidas. Ante el

grave peligro Cartago llamó a Amílcar, que trató de alcanzar, con cierto éxito, un acuer-

do con sus antiguos soldados. Pero la facción más radical de los sublevados se negó a

aceptar la vuelta a la obediencia, y la guerra se hizo extremadamente violenta. Tras tres

años de combates sin cuartel, la superior capacidad económica y financiera de Cartago

consiguió imponerse, y los últimos restos del ejército sublevado fueron masacrados en

238.

Durante todo el conflicto Amílcar se vio enfrentado políticamente con parte del

gobierno de Cartago, temeroso de que tratara de hacerse con el control del Estado. Le

había relevado del mando del ejército de Sicilia en 241, y luego, tras llamarlo apresura-

damente ante la amenaza de los mercenarios sublevados, nombrado a un general rival

para compartir el mando supremo de las operaciones en 239. Parece incluso que fue

acusado ante la asamblea de Cartago de ser el instigador de la sublevación de los merce-

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narios en 241 por alimentar las expectativas de botín de sus tropas durante la guerra en

Sicilia.

Amílcar, de sobrenombre Barca, cuando precisamente en Sicilia manda-

ba las tropas cartaginesas, prometió dar abundantes recompensas a sus mercenarios...

Por consiguiente, cuando sus enemigos lo hicieron comparecer a juicio, por conside-

rarlo, por esos motivos, el responsable de tantas calamidades para su patria, Amílcar,

tras asegurarse el favor de los hombres de estado, —de entre los que era el más popu-

lar Asdrúbal, que estaba casado con una hija del propio Amílcar—, eludió el juicio...

(Apiano, Iberia, 4)

Pero a pesar de la absolución, el futuro de Amílcar en Cartago era oscuro. En ese

momento, casi inmediatamente después del fin de la guerra, Amílcar tomó la decisión

de salir de Cartago y dirigirse a España. Esto no debe extrañarnos. Amílcar Barca actua-

ba, cada vez con mayor claridad, de acuerdo a los modelos de los grandes líderes milita-

res helenísticos, que utilizaban su fuerza militar para crearse reinos personales en el Me-

diterráneo oriental, siguiendo el ejemplo de Alejandro Magno. Amílcar, por añadidura,

veía frenadas sus ambiciones por la oposición de las instituciones estatales cartaginesas,

dominadas por una aristocracia muy consciente de su poder y nada dispuesta a dejarse

dominar por un aventurero militar.

Polibio asegura en su obra que Amilcar fue enviado a España por orden del

senado cartaginés, para conquistar una colonia que permitiera a Cartago recuperarse de

la derrota ante Roma y preparar una guerra de desquite. Pero hay que tener en cuenta las

ideas con las que escribió su obra. Polibio no era un simple escritor. Nacido en Megaló -

polis, ciudad griega del Peloponeso, hacia 205, sus orígenes familiares lo destinaban a

formar parte de la élite política de la Liga Aquea, una federación de ciudades griegas

que durante el siglo II antes de Cristo estuvo a punto de convertirse en el núcleo de un

estado nacional griego. Era hijo de Licortas, uno de los lugartenientes de Filopemén de

Megalópolis en la dirección del partido “patriota” aqueo, grupo político conservador de

origen aristocrático defensor de la autonomía de Grecia frente al imperialismo romano o

macedonio. Licortas se hizo cargo de la dirección del “partido” a la muerte de Filope-

mén en 183. En 170 Polibio alcanzó el puesto de hiparco —general de caballería—, el

paso previo al más alto cargo, el de estratego —general en jefe— federal, al que parecía

destinado por su cuna y su capacidad. Pero en 168, tras derrotar a Perseo de Macedonia,

los romanos iniciaron una profunda purga entre las élites griegas. En la federación

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aquea mil dirigentes políticos “patriotas” de todas las ciudades fueron acusados de cons-

pirar contra Roma y enviados a Italia, fueron retenidos a la espera de un juicio que nun-

ca se celebró. Polibio, como líder destacado del partido “patriota”, también fue retenido

en Italia. Pero al contrario del resto de detenidos, a Polibio se le permitió permanecer en

condiciones de semi-libertad en Roma por causas que más adelante veremos. Durante

los 15 años en los que Polibio permaneció en Italia fue desarrollando una creciente ad-

miración por las estructuras político-sociales de Roma y las costumbres de la aristocra-

cia romana, hasta llegar a convertirse —a pesar de sus ideas anteriores— en un defensor

de la supremacía de Roma como forma de asegurar la paz y la estabilidad del mundo

mediterráneo. Al escribir su Historia, por tanto, se mostró totalmente a favor de Roma y

opuesto a la actuación de Cartago, a la que veía como el principal obstáculo al nuevo or-

den imperial romano. Así, al presentar a Amílcar Barca como parte de un tenebroso plan

cartaginés para desquitarse de su derrota en la 1ª Guerra Púnica, Polibio prepara el te-

rreno para responsabilizar a Cartago del estallido de la 2ª y la 3ª Guerras Púnicas y de su

propia destrucción —contemporánea a la obra de Polibio, uno de cuyos objetivos es pre-

cisamente dar base histórica a esa idea— en 146, doctrina que fue aceptada con entu-

siasmo por los historiadores romanos posteriores. Pero los historiadores de la tradición

historiográfica griega, como Diodoro, Apiano o Dión Casio, dejan entrever la existencia

de otra corriente de opinión, no recogida en la literatura latina, que presentaba a Amílcar

y sus sucesores como independientes del gobierno cartaginés y a Roma como un estado

agresivo dispuesto a utilizar su fuerza para imponer su dominio en el Mediterráneo. Más

adelante desarrollaremos esta imagen.

La raíz de la decisión de Amílcar Barca al dirigirse hacia la Península fue el nú-

cleo de mercenarios que se le había mantenido fiel. Soldados experimentados, muchos

de ellos de origen hispano, habían combatido a sus órdenes desde hacía diez años, en los

feroces combates contra las legiones romanas en Sicilia. El derrumbamiento de sus

oportunidades de enriquecimiento por la derrota de Cartago los había llevado a la suble-

vación, pero terminaron —en su mayor parte— atraídos a la obediencia por el prestigio

de su antiguo general, con el que existía un estrecho vínculo de fidelidad militar, y aca-

baron por combatir a sus órdenes contra sus antiguos camaradas de revuelta. El fin de la

guerra en 238 los dejó sin una salida clara, destinados a la desmovilización y al regreso

a sus tierras de origen. Cuando Amílcar les anunció su intención de embarcar hacia Es-

paña su respuesta tuvo que ser entusiasta, por cuanto se abrían nuevas posibilidades de

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botín y fortuna. Amílcar llevó consigo a su familia. Sabemos de la presencia en España

de su yerno, Asdrúbal, y de sus hijos, todavía niños. Esto demuestra con claridad su in-

tención de establecerse en la Península de forma permanente

En cuanto al gobierno y la oligarquía de Cartago, la decisión de Amílcar de diri-

girse a España significó un alivio. No sólo se desembarazaban de un rival político ambi-

cioso y popular, con gran influencia en la propia ciudad, sino que se libraban de los últi-

mos grupos de mercenarios, que habían puesta en peligro su propia supervivencia en los

años inmediatamente anteriores. Los dirigentes cartagineses sólo pensaban en consoli-

dar la paz e iniciar un proceso de recuperación económica, basado en la colonización

agrícola de las tierras del interior. La partida de Amílcar fue para ellos, por tanto, una

suerte en ese sentido, por cuanto aseguraba su dominio sobre las instituciones cartagi-

nesas.

Amilcar Barca en España.

Amílcar Barca y su pequeño ejército embarcaron hacia España, con gran proba-

bilidad en el verano de 237. La península Ibérica hacia la que navegaban era, a media-

dos del siglo III antes de Cristo, una tierra de oportunidades casi ilimitadas. Sus costas

eran familiares para los navegantes mediterráneos desde, al menos, el 2º Milenio antes

de Cristo, así como conocida su enorme opulencia en metales y recursos agrícolas. La

riqueza en plata de la Península era proverbial en todo el Mediterráneo. Los comercian-

tes fenicios y griegos habían instalado a lo largo de sus costas, desde principios del 1 er

Milenio antes de Cristo, factorías y colonias, mercados a través de los cuales intercam-

biaban productos orientales por metales, sobre todo plata, cobre y plomo. Sin embargo,

nunca tuvieron interés en extenderse hacia el interior, donde habitaban pueblos muy be-

licosos, contentándose con establecer con ellos relaciones comerciales. A partir del siglo

V antes de Cristo griegos y fenicios habían llegado a un reparto de facto de sus intereses

mercantiles. Los griegos controlaban la costa levantina, creando una red comercial cen-

trada en la colonia griega de Marsella, aliada de Roma, cuyos intereses alcanzaban hasta

las costas alicantinas. Los fenicios por su parte, dirigidos por Cartago, se aseguraron el

control de la costa meridional, y sobre todo del estratégico estrecho de Gibraltar y sus

rutas hacia el Atlántico.

Amílcar desembarcó en Cádiz, que era, en ese momento, la ciudad más impor-

tante de toda la Península. Fundada por comerciantes fenicios a finales del 2º Milenio,

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se convirtió pronto en el emporio comercial que controlaba la navegación del estrecho

de Gibraltar y conectaba el Mediterráneo con los centros metalúrgicos de la costa atlán-

tica, desde Huelva a Gran Bretaña. Su población, de origen fenicio, debió recibir bien a

Amílcar, que ofrecía un poder militar con el que asegurar su posición frente a los pue-

blos indígenas. Pronto Amílcar inició la expansión hacia el interior, intentando crearse

un dominio territorial de tipo colonial. El primer objetivo fue el territorio turdetano.

Los habitantes del bajo Guadalquivir, en las actuales provincias de Huelva, Sevi-

lla y Cádiz, —los herederos de los legendarios tartesios—, recibieron una gran influen-

cia cultural de las culturas mediterráneas. Eran, con seguridad, el pueblo más rico de la

península, debido a una agricultura desarrollada y a los recursos mineros, pero su época

de poder había pasado ya en el siglo III antes de Cristo. Desde el siglo V la crisis del co-

mercio mediterráneo y la presión de las tribus pastoriles del norte había destruido su po-

der político-militar, y los había dejado en una situación de debilidad frente a ataques ex-

teriores, blanco de las expediciones de saqueo de los pueblos del interior. Muy relacio-

nados con los turdetanos estaban los pueblos de la costa meridional, desde Gibraltar a

Cabo de Palos, a los que los contactos con los comerciantes fenicios y los aportes de in-

migrantes orientales habían semitizado. Son los blasto-fenicios o mastienos, que con

gran seguridad tenían en el siglo III antes de Cristo un sustrato cultural de origen feni-

cio, incluida la lengua.

Los turdetanos estaban, entonces, bajo el dominio de una serie de régulos celtí-

beros, que utilizaban sus comitivas militares para imponer su autoridad sobre villas más

avanzadas culturalmente, pero débiles militarmente. Pero esas tropas, aunque numérica-

mente importantes, eran inútiles frente a la superioridad en táctica y experiencia de los

mercenarios de Amílcar.

A esta colonia [Cádiz] la habían vencido los iberos y los turdetanos comanda-

dos por Istolatio, régulo de los celtas, y por su hermano. Destruyó [Asdrúbal] todo el

país, e hizo morir a sus dos principales jefes, y algunos otros de los más importantes.

Sólo sobrevivieron al combate tres mil hombres que agregó a su ejército. Algún tiempo

después otro de los régulos llamado Indorrés había conseguido reunir cincuenta mil

hombres... Atacado por Amilcar en plena noche Indorrés fue puesto en fuga, después de

haber perdido la mayor parte de sus hombres... cayó vivo en manos de Amilcar, que le

hizo arrancar los ojos, y tras todo tipo de suplicios lo colgó en una cruz. Diodoro, 25.2

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Entre 237 y 235 antes de Cristo completó el control de la zona occidental del

valle del Guadalquivir, lo que le permitió obtener un cuantioso botín. Durante esos años

fue consolidando su posición entre los pueblos turdetanos. Pero mantuvo sus lazos con

la metrópoli. Sabemos que envió parte de sus botines a Cartago, con los que sostuvo su

influencia entre los grupos populares y comerciales de la ciudad. Cuando los númidas se

sublevaron contra el dominio cartaginés, sabemos por Diodoro que Amílcar envió a As-

drúbal, presumiblemente con tropas, para dirigir, con gran éxito, la represión de la rebe-

lión. Los bárquidas de España tuvieron, desde entonces, una importante influencia en

Numidia, de la que obtuvieron recursos y tropas, lo que hace pensar que la intervención

de Asdrúbal tuvo como consecuencia que Numidia pasó a formar parte de la creciente

área de influencia bárquida.

Dominados los turdetanos Amílcar siguió progresando hacia en interior a lo lar-

go del eje Urso (Osuna) – Munda (Montilla) – Orongis (Jaén). El objetivo de ese avance

está bastante claro: el control de las ricas minas argentíferas del alto Guadalquivir. Allí

estaban asentados los oretanos, posiblemente la entidad política más poderosa de la Pe-

nínsula en tiempos de la llegada de Amílcar. Aunque no conocemos casi nada sobre

ellos, parece que los numerosos pueblos de la zona formaban una confederación tribal,

en la que se mezclaba una población de cultura ibera con una aristocracia celta o celtí -

bera. El control de la zona minera más rica y activa de la península en el siglo III, las

minas de plata de Cástulo, les permitía desarrollar un activo comercio con las colonias

mercantiles fenicias y griegas de la costa. El resto de los pueblos iberos de Levante, ba-

setanos, edetanos, contestanos, turboletas, parecen tener un papel político y económico

menor.

Obviamente el enfrentamiento con la poderosa confederación oretana era inevi-

table. Amílcar se vio envuelto pronto en una dura lucha, en la que se veía obligado a ir

tomando, una por una, tras costosos asedios, las villas fortificadas de la zona. Quizás ha-

cia 230 o poco antes estableció una base permanente para sus operaciones en una villa

denominada por las fuentes Acra-Leuke o Castrum Album (Peña Blanca). La tradicional

localización de este lugar en Alicante es, con casi total seguridad, equivocada. Todo ha-

ce indicar que debemos situarla en el alto Guadalquivir, al sur del río, quizás en las cer-

canías de Cazorla. Esta situación permitiría controlar la vía natural de comunicación en-

tre el valle del Guadalquivir, a través de la Hoya de Baza y el valle del Almanzora, has-

ta la colonia fenicia de Baria (Villaricos), lo que daba a Amílcar un acceso cómodo a las

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Page 8: EL REINO BÁRQUIDA DE CARTAGENA

rutas marítimas, a la vez que podía dominar parte del comercio entre las minas de Cás-

tulo y el mar.

Acra-Leuke se convirtió rápidamente en el centro fundamental del control de

los bárquidas en el interior. Desde allí Amílcar prosiguió el proceso de conquista del te-

rritorio oretano. En 229 inició el asedio de una importante villa, Heliké, de localización

incierta. Podría tratarse de Elche de la Sierra, en Albacete, lo que nos indicaría que

Amílcar intentaba controlar también la ruta que desde el alto Guadalquivir llevaba a Le-

vante a través de la Sierra de Cazorla, Mineteda, Jumilla y Villena, pero es más proba-

ble que se trate de una villa fortificada de las muchas que abundan en la provincia de

Jaén, en el alto Guadalquivir. Al avanzar el año Amílcar retiró la mayor parte de sus tro-

pas hacia Acra-Leuke, pero manteniendo personalmente el asedio con el resto. Había

conseguido el apoyo de un régulo oretano, Orisson, aprovechando los continuos conflic-

tos que enfrentaban las villas iberas entre sí. De hecho, familiares de Orisson, incluidos

hijos, permanecían como rehenes en Heliké. Pero en cierto momento Orisson llegó a un

acuerdo con los asediados, y a cambio de la liberación de los rehenes atacó por sorpresa

a la reducida fuerza de Amílcar.

Amílcar atrayendo hacia él a los perseguidores se lanzó a atravesar un río va-

deándolo sobre su caballo, que se encabritó y lo arrojó al agua, donde se ahogó. Pero

Aníbal y Asdrúbal, sus hijos, que le acompañaban, llegaron sanos y salvo a Acra-

Leuke. Diodoro, 25. 2

Asdrubal el Bello

Ante la muerte de su general las tropas, que hasta entonces habían permanecido

fieles a Amílcar, no tuvieron muchas opciones. Los hijos de Amílcar eran demasiado jó-

venes, ya que Aníbal, el mayor, no debía tener más de quince años. Se resolvió dar el

mando a Asdrúbal el Bello, yerno y hombre de confianza de Amílcar, a quien ya se le

había dado la dirección de la expedición a Numidia unos años antes. Asdrúbal, cuya ex-

periencia militar era menor que la de su suegro, abandonó pronto los esfuerzos de conti-

nuar la lucha con los oretanos. Prefirió utilizar la diplomacia, atrayéndolos a una alian-

za, apoyándose en el hecho de que controlaba las principales rutas comerciales que co-

municaban el territorio oretano con la costa. Contrajo matrimonio con una princesa ibe-

ra, posiblemente oretana. De la misma manera, de acuerdo con las costumbres diplomá-

ticas de la época, Asdrúbal exigió la entrega de rehenes por parte de los pueblos iberos

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Page 9: EL REINO BÁRQUIDA DE CARTAGENA

bajo su control, como forma de asegurarse la obediencia de sus lugares de origen. Una

vez consolidada la situación en España, fijó su atención en Cartago.

Ya vimos anteriormente que Asdrúbal era dirigente de una importante facción

popular en la metrópoli, liderazgo consolidado con el envío regular de parte de los boti-

nes logrados en España a la ciudad. Hacia 227-226, realizó un intento de imponer en

Cartago una tiranía personal.

Fabio, el historiador romano, afirma que la causa de la guerra contra Aníbal

fue, además de la injusticia cometida contra los saguntinos, la avaricia y ambición de

poder de Asdrúbal, ya que éste, tras adquirir un gran dominio en los territorios de Es-

paña, se presentó en el África, donde intentó derogar las leyes vigentes y convertir en

monarquía la constitución de los cartagineses. Los prohombres de la ciudad, al aperci-

birse de su intento contra la constitución, se pusieron de acuerdo y se enemistaron con

él. Cuando Asdrúbal lo comprendió, se marchó del África y desde entonces manejó a su

antojo los asuntos españoles, prescindiendo del senado cartaginés. Polibio, 3.8.1-4

Polibio, tras darnos a conocer la idea de Fabio Pictor, autor romano anterior a él

y cuya obra está perdida, se lanza a criticarla con fiereza, puesto que choca frontalmente

con su tesis principal de que los bárquidas siempre actuaron en España bajo la autoridad

de Cartago, y que, por tanto, cuando Aníbal entró en guerra con Roma, lo hizo de acuer-

do a un plan a largo plazo elaborado por el gobierno cartaginés. Y esta insistencia poli -

biana se debe no sólo a su sesgo pro-romano, sino también a sus relaciones con el círcu-

lo de los escipiones. Cuando Polibio fue nombrado hiparco de la Liga aquea en 170 par-

ticipó, encuadrado en el ejército romano, en las campañas de 169-168 contra Perseo, en

la 3ª Guerra Macedónica, y muy posiblemente estuviera presente en la batalla de Pidna

a las órdenes de Paulo Emilio. Cuando fue enviado a Roma como rehén dos años más

tarde, pudo obtener un tratamiento privilegiado en Roma, gracias a sus relaciones con el

hijo de Paulo Emilio, que por adopción se había convertido en Publio Cornelio Escipión

Emiliano. Muy posiblemente se conocieron en la campaña de Macedonia, y a pesar de

la substancial diferencia de edad —Polibio tenía casi cuarenta años, mientras que Esci-

pión apenas dieciocho— nació entre ambos una fuerte amistad. Polibio, un líder político

experimentado, se convirtió pronto en una especie de tutor-consejero, y llegó a tener

cierta influencia política en Roma como parte de la clientela de la familia de los escipio-

nes. Y fueron precisamente miembros de la familia Cornelia Escipión los protagonistas

romanos de la lucha en España contra los cartagineses. Además, su propio pupilo, Esci-

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pión Emiliano, fue el general que dirigió la 3ª Guerra Púnica y ejecutó la destrucción de

Cartago en 146. Existía para él, por tanto, una necesidad casi personal de justificar la

derrota y ruina de Cartago como castigo por su tenacidad anti-romana y su mala fe al

maquinar, según Polibio, una conspiración usando las ambiciones de los Barca para ata-

car a Roma y provocar la 2ª Guerra Púnica. De otra forma, si como quiere Fabio Pictor

Asdrúbal y Aníbal actuaron independientemente de la metrópoli púnica, tanto Escipión

Africano en la 2ª Guerra Púnica como Escipión Emiliano en la 3ª dejarían de ser los ins-

trumentos del justo castigo de la perfidia cartaginesa, como quiere presentarlos Polibio,

para convertirse en simples ejecutores del encono imperialista romano contra Cartago.

El fracaso de Asdrúbal en su intento de tomar el poder en Cartago tuvo una con-

secuencia fundamental. Asdrúbal no cejó en su esfuerzo de crearse un dominio personal,

pero circunscribiéndolo ahora a los territorios peninsulares. No hacía otra cosa que se-

guir las corrientes políticas del mundo mediterráneo, de las que ya hablamos más arriba,

y que empujaban a todo gran personaje con cierto poder a tomar como objetivo la crea-

ción de una monarquía personal. Tenía fuerzas militares, tenía un marco territorial, tenía

recursos. Sólo le faltaba una gran urbe que diera un valor político, civilizado según los

usos de la época, a su dominio, pues no se podía entender un reino sin una gran metró-

poli como centro de poder. Fundó por tanto una ciudad, Quart-hadast, la Carthago Nova

de los romanos, nuestra Cartagena, hacia 227-226. El nombre nos indica claramente la

intención de lanzar un desafío a Cartago, creando una nueva Cartago enfrentada a ella,

tratando de absorber parte de su prestigio mediante la apropiación del nombre. Con esta

acción no hacía otra cosa que seguir los modelos de los reyes helenísticos orientales,

que también fundaron ciudades griegas como Alejandría, Antioquía, Pérgamo y otras

muchas, en los territorios conquistados por los macedonios.

Las razones de la elección del puerto de Cartagena como centro de su reino son

sobradamente conocidas. Sus puertos, amplios y seguros, permitían un fácil acceso a

África, y quizás fue la base desde donde lanzó su intento de conquistar el poder en Car-

tago. La riqueza minera, ya conocida, aseguraba la prosperidad económica y era un fac-

tor de atracción de población. Parece seguro que la ciudad se fundó sobre un núcleo ur-

bano anterior, de población mastiena, es decir, indígenas fuertemente semitizados lin-

güística y culturalmente, fácilmente asimilables por una autoridad cartaginesa. Los res-

tos de esa antigua villa pre-bárquida fueron destruidos por el desarrollo urbano poste-

rior, pero los abundantes hallazgos de cerámicas de fines del siglo IV y principios del III

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antes de Cristo demuestran un asentamiento urbano permanente. Incluso, últimamente,

parecen haber aparecido, en las excavaciones en la zona de la antigua calle del Ángel,

restos de una vivienda muy rústica anterior a la llegada de los cartagineses. En la calle

Jara han aparecido, hace unos años, restos de lo que parece un bastión defensivo pre-pú-

nico. Cabe esperar que sigan apareciendo nuevos restos en el futuro. La cuestión sobre

si esa antigua villa era o no la Mastia que aparece en las fuentes antiguas, algo poco pro-

bable, no es relevante discutirla aquí.

En cualquier caso, desde 226 Cartagena tiene ya una existencia plena como gran

ciudad. Asdrúbal comenzó, inmediatamente, a levantar un gran centro urbano, siguiendo

los modelos urbanísticos mediterráneos. Erigió unas grandes murallas, de las que toda-

vía se conservan restos. Construyó un gran palacio fortificado, símbolo de su autoridad

independiente, —que todavía espera a ser descubierto en el cerro del Molinete—, que

controlaba la principal vía de acceso a la ciudad. Sabemos por Polibio que fueron levan-

tados templos en las principales colinas. Pero el elemento clave fue la intensificación de

las labores mineras en la Sierra de La Unión. Todo parece indicar que las minas eran ya

conocidas antes de la llegada de los cartagineses, pero está claro que la llegada de As-

drúbal y la fundación de Cartagena le dio a la explotación minera una dimensión mayor.

Asdrúbal tomó el control de las minas y comenzó una explotación intensiva, basada en

modelos helenísticos usando grandes masas de esclavos, lo que hizo que en poco tiempo

la producción adquiriera un volumen muy considerable. La reactivación económica se

muestra tanto por la riqueza que pasó manejar Asdrúbal, demostrable con la emisión de

moneda de plata de acuñación propia, —el símbolo soberano de autoridad política por

excelencia—, y por el enorme impulso que tuvieron todas las actividades relacionadas

con la minería, como las manufacturas, el comercio o la construcción naval, Cartagena

se convirtió en un foco de atracción de población de primer orden, y el crecimiento de-

mográfico resultante fue meteórico.

No podemos saber el número de habitantes que tenía la ciudad antes de la llega-

da de Asdrúbal, unos pocos miles, a lo sumo, pero gracias a Polibio podemos calcular

para el año 209, poco más de quince años después de la fundación de la ciudad, unos

treinta o cuarenta mil habitantes. En muy poco tiempo Cartagena había superado a

Cádiz como principal núcleo urbano de la Península, y se había convertido en una de las

ciudades más importantes del Mediterráneo occidental. Esos inmigrantes eran, sobre to-

do, población de cultura semita procedente tanto de la costa meridional de la Península

11

Page 12: EL REINO BÁRQUIDA DE CARTAGENA

como del norte de África. Este movimiento migratorio dio a Cartagena la base étnica y

cultural, de origen fenicio, que mantuvo durante bastante tiempo bajo dominación roma-

na.

Hacia 224-223 el poder de Asdrúbal como monarca independiente estaba plena-

mente consolidado. Varios pueblos iberos del sureste y sus régulos lo empezaban a con-

siderar como rey, a aceptar su soberanía, y es muy posible que se comenzara a crear un

germen de administración basándose en el ejército y los recursos disponibles con la ex-

plotación de las minas de plata de Cartagena. De hecho, terminó por llamar la atención

de la potencia más poderosa del Mediterráneo occidental, Roma. Un autor tardío, Dión

Casio, da la noticia de que ya en tiempos de Amílcar Barca, hacia 231, los romanos en-

viaron una embajada a España para interesarse por el avance del cartaginés en la Penín-

sula, pero la noticia es muy dudosa, ya que no aparece en fuentes anteriores y se presen-

ta como una escena muy dramatizada, —el embajador es nada menos que un cónsul, la

respuesta de Amílcar de que está conquistando España para pagar las deudas de guerra

de Cartago a los romanos tiene todas las características de un tópico—, por lo que debe-

mos desecharla. La primera embajada romana a España corresponde, sin duda, a época

de Asdrúbal, entre 226 y 221.

...los romanos halagaban y trataban benignamente a Asdrúbal... Despacharon

legados a Asdrúbal y establecieron un pacto con él, en el que silenciando el resto de

España, se dispuso que los cartagineses no atravesarían con fines bélicos el río llama-

do Ebro. Polibio, 2. 13. 6-7

Parece claro que Roma trataba de proteger la seguridad de las colonias griegas

de la Península, y sobre todo los de Marsella, impidiendo así que cayeran bajo el control

de un estado potencialmente peligroso. Pero al mismo tiempo, y de eso no podemos te-

ner ninguna duda, es un acercamiento diplomático de Roma al nuevo reino que estaba

surgiendo. Para Roma el gran rival por el dominio del Mediterráneo occidental seguía

siendo Cartago, que había sido derrotada en la 1ª Guerra Púnica, pero que se estaba re-

cuperando rápidamente. Era previsible, pues, el estallido de un nuevo conflicto, en el

que Asdrúbal podía tener un papel central. Ya vimos más arriba cómo Asdrúbal se había

enfrentado al gobierno cartaginés, tratando de hacerse con el control de la ciudad. Roma

podía, por tanto, pensar en él como un instrumento con el que presionar a Cartago en ca-

so de que ésta tratara de recuperar una política agresiva. El tratado del Ebro, pues, signi-

ficó para Asdrúbal no sólo la posibilidad, aceptada por Roma, de dominar la mayor par-

12

Page 13: EL REINO BÁRQUIDA DE CARTAGENA

te de la Península, sino además, y esto es especialmente importante, el reconocimiento

de su monarquía hispana por parte de la principal potencia de la cuenca mediterránea. El

reino bárquida de Cartagena tendría, a partir de entonces, una existencia diplomática.

Sin embargo, Asdrúbal tendría poco tiempo para disfrutar del poder obtenido. A

principios de 221 fue asesinado, presumiblemente en su propio palacio en Cartagena.

Las fuentes antiguas están de acuerdo en responsabilizar de su muerte a un ibero, que

vengaba así la muerte de su patrono. Es muy verosímil, pero detrás de los magnicidios

siempre existen tramas que se nos escapan. De hecho Diodoro de Sicilia nos habla de un

oficial desleal como el protagonista del asesinato.

Pero cayó finalmente [Asdrúbal] en una trampa que le tendió un oficial infiel.

Fue degollado después de haber comandado durante nueve años los ejércitos de su pa-

tria. Diodoro, 25.3

13

Page 14: EL REINO BÁRQUIDA DE CARTAGENA

Anibal Barca

En cualquier caso, la desaparición de Asdrúbal provocó cambios importantes.

Según Diodoro durante algún tiempo hubo un cierto vacío de poder, periodo del que

desgraciadamente no tenemos ninguna información. Es lamentable la absoluta falta de

fuentes sobre la esposa de Asdrúbal, hija de Amílcar y hermana de Aníbal, y su papel en

este interregno. Lo que sabemos es que a mediados de 221 las tropas eligieron como

nuevo general a Aníbal Barca, el hijo mayor de Amílcar, un joven de veintiséis años que

había destacado como soldado a las órdenes tanto de su padre como de su cuñado As-

drúbal, y que los soldados conocían desde prácticamente su niñez. La decisión parece

natural, teniendo en cuenta la importancia de la herencia dinástica en la vida política de

la época. De hecho Aníbal no debió tener problemas para consolidar su poder. Sabemos

que contrajo matrimonio, como Asdrúbal, con una princesa de Cástulo, y los distintos

régulos iberos lo reconocieron como rey, sin que las fuentes nos presenten la existencia

de dificultades.

Una vez asegurado el poder, Aníbal cambió radicalmente la política de su ante-

cesor. En primer lugar, se inició un acercamiento a Cartago, materializado en el envío

de una embajada para dar a conocer al senado cartaginés su toma del poder en España.

No se trataba de un reconocimiento de la soberanía de Cartago en España, sino más bien

de un giro diplomático con respecto a la estrategia de Asdrúbal. De hecho, esto puede

hacernos pensar en que la política de acercamiento a Roma que mantuvo Asdrúbal no

era compartida por una parte de sus hombres, que seguían viendo en Roma la antigua ri-

val de la 1ª Guerra Púnica, la enemiga por excelencia. Quizás el asesinato de Asdrúbal y

el cambio de liderazgo posterior no fueron ajenos a esta cuestión. No debemos, sin em-

bargo, pensar que ya en 221 Aníbal estaba planeando la guerra con Roma. De hecho, y

este es un segundo cambio significativo respecto a la política de Asdrúbal, Aníbal co-

menzó a desarrollar una actividad mucho más agresiva, tratando de ampliar su reino ha-

cia el interior de la península. Ya el mismo 221 lanzó una campaña contra los olcades,

pueblo ibero de localización incierta, quizás en la zona de Cuenca. Pero la acción más

importante se desarrolló el año siguiente.

En 220 Aníbal ejecutó una campaña de gran alcance en el interior de la Penínsu-

la. Tras reunir la totalidad de su ejército, avanzó hasta el territorio de los Vetones, en el

valle del Duero. Es obvio que esa campaña buscaba botines y consolidar el dominio car-

taginés, pero no podemos dejar de pensar que algo más al norte, en el territorio de los

14

Page 15: EL REINO BÁRQUIDA DE CARTAGENA

astures, existían importantes minas de oro, explotadas y conocidas desde hacía siglos.

Es posible que Aníbal pensara en asegurarse el control de toda el área peninsular que

Roma había permitido dominar a Asdrúbal unos años antes. Al iniciarse el otoño Aníbal

emprendió el camino de regreso a Cartagena, tras encontrarse con serias dificultades

frente a los vetones, a los que no pudo someter. En ese retorno, al prepararse a cruzar el

Tajo, su ejército se vio enfrentado a una poderosa fuerza de carpetanos, dispuesta a im-

pedirles el cruce del río. Aníbal usando su proverbial habilidad táctica y la superioridad

de su caballería númida, pudo cruzar el río aguas arriba y debajo de los defensores, flan-

quear las tropas carpetanas, derrotarlas de forma completa y reanudar el repliegue hacia

Cartagena. Pero aunque las fuentes nos hablan de la campaña como de un éxito, el año

siguiente Aníbal no volvió a intentar penetrar hacia el interior de la Península. El objeti-

vo sería ahora la costa levantina. En 219 los ojos de Aníbal se dirigieron hacia la ciudad

de Sagunto, la villa ibera más importante de la costa levantina. Una expansión hacia la

familiar región mediterránea debía parecer mucho más accesible que una dura campaña

en el interior peninsular, en el que más adelante el poder romano consumiría grandes re-

cursos durante décadas antes de poder considerarlo conquistado.

La situación geográfica de Sagunto la convertía en un lugar estratégico de pri-

mer orden. Enclavada en una colina fácilmente defendible a unos pocos kilómetros de la

costa, era lugar de paso obligado para dirigirse hacia el interior desde el nordeste de la

Península. Para las colonias comerciales griegas del levante español era la llave que da-

ba acceso a las zonas mineras. A principios de 219 Sagunto estaba enfrentada a los tur-

boletas, pueblo ibero de la zona valenciana que probablemente formaban parte de la red

de fidelidades y alianzas creada por Asdrúbal en los años anteriores. Aníbal resolvió in-

tervenir, y en el verano de 219 puso a Sagunto bajo asedio. Inmediatamente la alarma

cundió entre las colonias griegas del occidente mediterráneo, sobre todo Marsella. Con

Sagunto en manos de Aníbal no sólo verían cerrado el camino a las zonas más ricas de

la Península, sino que quedaban al alcance de una futura acción del bárquida. En ese

contexto los saguntinos solicitaron la intervención de Roma. El senado romano respon-

dió enviando una embajada a Aníbal. Según Livio la embajada fue remitida durante el

asedio, mientras Polibio la sitúa llegando a Cartagena inmediatamente antes del inicio

del sitio. Los legados exigieron el levantamiento del asedio y la retirada del ejército.

Para Aníbal aceptar el mandato romano significaba el reconocer a Roma el dere-

cho de intervenir a discreción en los conflictos hispanos. Por tanto respondió que su ac-

15

Page 16: EL REINO BÁRQUIDA DE CARTAGENA

ción se realizaba en apoyo de unos aliados, los turboletas, que habían sido atacados y

que, al estar Sagunto al sur del Ebro, según los términos del tratado establecido entre

Roma y Asdrúbal el senado romano no tenía derecho a intervenir en asuntos que corres-

pondían a la esfera de influencia bárquida. Los embajadores fueron así rechazados entre

amenazas de guerra. Roma se dispuso, por tanto, a enfrentarse a Aníbal. Pero antes en-

vió una embajada a Cartago, exigiendo apoyo para eliminarlo. El senado romano, nada

dispuesto a permitir que el poder de Aníbal siguiera creciendo hasta convertirse en un

rival demasiado poderoso, y que estaba seguro de su superioridad militar en el Medite-

rráneo occidental, decidió presentar la exigencia como un ultimátum. Pero el senado

cartaginés, predominantemente anti-romano, y que mantenía unas relaciones amistosas

con Aníbal tras su embajada de 221, se negó a aceptar ninguna responsabilidad por el

ataque a Sagunto y rechazó colaborar con Roma para enfrentarse a Aníbal, lo que hubie-

ra convertido a Cartago en un estado subordinado. La guerra era ya inevitable.

Para muchos contemporáneos, la 2ª Guerra Púnica se inició como resultado de

una acción imperialista romana. Roma, principal poder del Mediterráneo occidental, ac-

tuaba como potencia hegemónica, considerándose con capacidad y derecho a intervenir

en cualquier asunto que pudiera ir contra sus intereses, y el surgimiento de un rival po-

deroso en la Península Ibérica era, sin discusión, algo inaceptable. En esos momentos,

no debió aparecer en la mentalidad romana ningún escrúpulo o duda. La guerra era ne-

cesaria. Pero para los historiadores posteriores era necesario darle una justificación legal

y diplomática, en un momento en que Roma se presentaba a sí misma como potencia ci -

vilizada y a su expansión imperial en el mundo griego como el establecimiento en el

Mediterráneo de un nuevo orden internacional más justo y estable.

No disponemos de fuentes favorables a los cartagineses, aunque por Polibio sa-

bemos que autores como Quereas y Sósilo, hoy perdidos, eran pro-púnicos. Sin embar-

go, sí contamos con una versión contemporánea de los hechos, la del romano Fabio Pic-

tor, cuya explicación de las causas de la guerra nos ha sido trasmitida por Polibio. Re-

cordemos que Pictor, senador romano, no es en ningún caso sospechoso de parcialidad

anti-romana.

...Aníbal, que desde niño había sido compañero de Asdrúbal y emulador de su

manera de gobernar, luego que hubo recibido la dirección de los asuntos de España,

dirigió las empresas del mismo modo que él. Esto hizo que ahora la guerra contra los

romanos estallara contra la voluntad de los cartagineses, por decisión de Aníbal, por-

16

Page 17: EL REINO BÁRQUIDA DE CARTAGENA

que ningún notable cartaginés había estado de acuerdo con el modo con que Aníbal

trató a la ciudad de Sagunto. Polibio, 3. 8. 5-7

Parece claro que para Fabio Pictor fue Roma la que atacó Cartago, contando con

poder acabar a la vez con dos enemigos, Aníbal y Cartago, dentro de una política clara-

mente imperialista. Incluso Livio deja entrever en su obra este punto de vista, al presen-

tar al Senado cartaginés enfrentado a Aníbal en varias ocasiones, incluso tras Cannas en

216. Pero esto era, a mediados del siglo II antes de Cristo, algo inaceptable para perso-

nas como Polibio.

Tras su forzada permanencia en Roma como rehén, Polibio pudo regresar a Gre-

cia en 151 con la intención de convertirse en el líder político del partido pro-romano en

la Liga aquea. Pero se encontró con una opinión pública griega muy hostil, que acusaba

a Roma de ser en una potencia imperialista que trataba de convertir a los distintos esta-

dos griegos en protectorados coloniales. Esta acusación se vio reforzada cuando Roma

declaró la guerra a Cartago en 149, comenzando la 3ª Guerra Púnica, acción vista en el

mundo griego como el resultado final de la política imperialista romana en el Mediterrá-

neo occidental, y como la confirmación de que el objetivo final de Roma era el dominio

del mundo. Polibio trató de combatir ese punto de vista, y ese es precisamente el objeti -

vo fundamental de su obra. Al describir, por tanto, el enfrentamiento entre Roma y Car-

tago para sus contemporáneos griegos, Polibio busca cuidadosamente hacer recaer sobre

los cartagineses todo la responsabilidad de la 2ª Guerra Púnica. La guerra, para él, es el

resultado final de una conspiración a largo plazo de las autoridades de Cartago, que usa-

ron la ambición de los Bárquidas para obtener recursos con los que enfrentarse a Roma,

y para empujarla a la guerra. Por ello Polibio, y la mayoría de los autores posteriores,

tienen siempre que presentar a los Barca como delegados subordinados de las autorida-

des cartaginesas, y negar cualquier asomo de autonomía frente a Cartago. El punto cul-

minante de esa imagen creada por Polibio es la anécdota del juramento de Aníbal, que

lo presenta como un enemigo personal de Roma, como el resultado de la perfidia anti-

romana de los cartagineses. Aníbal es presentado así como el culpable de la 2ª Guerra

Púnica, pero esa culpa se trasmite a su padre Amílcar, que es el inductor del supuesto

juramento, y por extensión al pueblo cartaginés.

Amílcar sumó a su ira la cólera de sus conciudadanos, y tan pronto como refor-

zó la seguridad de su patria después de la derrota de los mercenarios sublevados, puso

17

Page 18: EL REINO BÁRQUIDA DE CARTAGENA

todo el interés en los asuntos de España, pues quería aprovechar esos recursos para la

guerra contra los romanos. Polibio, 3.10.5

La versión de Fabio Pictor, por tanto, de que Roma arrastró a la guerra a Carta-

go, fue ácidamente atacada por Polibio, pues era incompatible con su propia versión y

convertiría la política de Roma contra Cartago a lo largo del tiempo como dominada con

claridad por un concepto imperialista.

¿Porqué he mencionado a Fabio y lo que escribió? No por temor de que alguien

dé crédito a sus afirmaciones. Pues aun prescindiendo de mi comentario, los lectores

pueden comprobar su propia incoherencia. Lo que pretendo es advertir a los que toman

sus libros que no examinen el título, sino el contenido. Hay quien no se fija en lo que se

dice, sino en la persona que lo dice, y al saber que el autor fue contemporáneo de los

hechos y que perteneció al senado romano, por todo ello juzgan, sin más, que es creí-

ble lo que afirman. Polibio 3. 9. 4

Una vez despachada con estas líneas la versión de Fabio Pictor, Polibio se lanza

a una larga y engorrosa digresión sobre la validez y alcance de los distintos tratados en

vigor entre romanos y cartagineses, que ha llevado de cabeza a varias generaciones de

historiadores sobre si el Ebro es el Ebro o el Júcar, si Aníbal cruzó el río Ebro antes o

después de la declaración de guerra romana o si Sagunto era o no aliada de Roma en

época de Asdrúbal, pero que no es más que un intento de legitimar sobre bases legales y

diplomáticas la actuación romana en los acontecimientos que desembocaron en la 2ª

Guerra Púnica que tiene sus raíces en la manipulación polibiana de las causas de la 2ª

Guerra Púnica.

La intervención diplomática romana no impidió que Sagunto fuera tomada y

destruida, a finales de 219 según Polibio, a principios de 218 según Livio. En la prima-

vera de 218 Aníbal estaba en Cartagena, enfrentándose a la planificación de una guerra

inevitable contra el mayor poder militar del Mediterráneo. Al final, resolviendo que era

inútil una estrategia defensiva, que le llevaría a una derrota segura, ante la probada ca-

pacidad de Roma de movilizar fuerzas casi inagotables, decidió adoptar un plan total-

mente inesperado, atacar directamente Italia. En todos los historiadores posteriores, has-

ta nuestros días, se trasparenta la admiración y fascinación ante la desmesura del pro-

yecto de Aníbal. Recorrer con un gran ejército miles de kilómetros, cruzar ríos y cordi-

lleras para enfrentarse al final del camino a la mayor potencia militar de la época. Sin

18

Page 19: EL REINO BÁRQUIDA DE CARTAGENA

embargo, Aníbal podía contar con algunos triunfos. Disponía de un ejército numeroso,

experimentado y fiel, preparado para cualquier empresa. Roma, además, se enfrentaba a

la inminencia de una guerra contra los galos del norte de Italia. Sabemos que Aníbal es-

tableció conversaciones con las tribus galas con vistas a una colaboración militar. Pero,

por encima de todo, Aníbal parecía estar dominado por la imagen de Alejandro Magno,

que había atacado un siglo antes el que hasta entonces era el estado más colosal de la

Historia, el imperio persa, y había creado un imperio personal aun mayor. Como joven

general victorioso, Aníbal se sentía capacitado para repetir la proeza del macedonio. Eso

significaba, evidentemente, que el proyecto de sus antecesores de crear un reino en Es-

paña era irrelevante ante las expectativas que se le abrían ante sí. Su reino hispano sería

sólo el trampolín que le permitiera alcanzar un imperio mediterráneo.

Una vez tomada la decisión los preparativos fueron rápidos. La máquina militar

de los bárquidas, cuidadosamente creada por Asdrúbal el Bello, reunió un enorme nú-

mero de soldados de procedencia muy dispar, hispanos, baleares, ligures, númidas y car-

tagineses, en total más de ciento treinta mil hombres fogueados en combate. De ellos

envió unos veinte mil a África, sobre todo para asegurar los intereses bárquidas en Nu-

midia. Dejó al mando en España a su hermano Asdrúbal, con quince mil hombres, vein-

tiún elefantes y cincuenta y siete navíos. Las reducidas fuerzas dejadas en España nos

informan, bien a las claras, que su reino de Cartagena había dejado de contar como prio-

ridad en la mente de Aníbal. El grueso de las tropas, noventa mil infantes, doce mil jine-

tes y un número impreciso de elefantes, se encaminaron a principios del verano hacia el

norte. Tras cruzar el Ebro y someter la costa catalana, dejó allí al mando de Hannon on-

ce mil hombres y partió hacia su destino en Italia.

Asdrúbal Barca

Mientras tanto, los romanos se encontraban con dificultades. En el valle del Po

estalló una revuelta de los pueblos galos, como esperaba Aníbal, en la primavera de

218, que retrasó la partida del cónsul destinado a enfrentarse a Aníbal en el sur de la Ga-

lia, Publio Cornelio Escipión. Cuando Publio llegó a Marsella, en agosto, se encontró

con que Aníbal ya había cruzado el Ródano y se encaminaba a los Alpes. Inmediata-

mente el cónsul resolvió volver a Italia, enviando a España a su hermano, Cneo Corne-

lio Escipión, con la mayor parte de las tropas. Cneo llegó a Ampurias a finales del ve -

rano, con unos veinte mil hombres y sesenta naves. Empezaba la guerra Peninsular.

19

Page 20: EL REINO BÁRQUIDA DE CARTAGENA

El general romano no tuvo dificultades para aplastar el ejército que Aníbal había

dejado al mando de Hannon, y en poco tiempo ocupó toda la costa hasta el Ebro, esta-

bleciendo un campamento permanente en Tarragona. Pero muy pronto Cneo tuvo que

enfrentarse a los problemas derivados de una guerra colonial, hostigado por las fuerzas

de Asdrúbal y los pueblos indígenas de la región, ilergetes, lacetanos y ausetanos. Aun-

que pudo rechazar los ataques con facilidad, tuvo que mantenerse a la defensiva el resto

del año. Al empezar el año 217 Asdrúbal Barca reunió sus tropas e hizo frente a los ro-

manos en el Ebro. A su vez, Cneo Cornelio Escipión pasó a la ofensiva en el mar, des-

truyendo la flota de Asdrúbal y recorriendo a placer toda la costa. Alcanzó los muros de

Cartagena, aunque sin atreverse a atacarla, saqueó Loguntica, quizás Lucentum, Alican-

te, y obligó a los ibicencos a aceptar el dominio romano. En ese momento llegó su her-

mano Publio desde Italia, con treinta naves y ocho mil hombres, para hacerse cargo de

la campaña hispana como procónsul. A finales del verano los romanos llegaron sin difi-

cultades hasta Sagunto, aunque sin llegar a ocuparla, mientras Publio enviaba legados

por todos los pueblos indígenas bajo influencia bárquida, proclamando que los romanos

llegaban a España para liberarlos del dominio cartaginés.

En 216 la situación de Asdrúbal llegó a ser desesperada. En clara inferioridad

numérica frente a las tropas romanas, durante el verano tuvo que enfrentarse a una su-

blevación entre los turdetanos, en el valle del Guadalquivir, inmovilizando allí a la ma-

yor parte de sus fuerzas, lo que hizo necesario llamar a parte de las tropas establecidas

en Numidia. Sin embargo los escipiones no aprovecharon la oportunidad. Es posible

que estuvieran enredados en combates en el nordeste contra ilergetes y ausetanos. En

cualquier caso, todos los ojos estaban fijos en Italia, donde Aníbal, invicto, había llega-

do al sur de la península. La batalla subsiguiente, en Cannas, sacudió todo el Mediterrá-

neo. Dos ejércitos consulares fueron aniquilados, y la derrota definitiva de Roma pare-

cía inminente. Pero la victoria le costó a Aníbal la pérdida de una parte importante de

sus fuerzas, y no pudo marchar sobre Roma, obligado a buscar refuerzos. Mandó a Ma-

gón, su hermano menor, a Cartago, con el encargo de solicitar refuerzos. Cartago se ha-

bía mantenido hasta entonces al margen de los combates principales, aprovechando la

cada vez mayor atención de los romanos sobre Aníbal y su ejército para mantener una

cómoda estrategia pasiva. De hecho dentro del gobierno de la ciudad todavía existía

desconfianza frente a la figura de Aníbal, que para muchos podía intentar hacerse con el

20

Page 21: EL REINO BÁRQUIDA DE CARTAGENA

poder personal en Cartago. Pero a la llegada de Magón Barca esos escrúpulos se diluye-

ron. Tras enumerar las victorias de su hermano...

...ordenó que se desparramaran a la entrada de la curia los anillos de oro [de

los caballeros romanos muertos en combate] que formaron tal montón que hay quienes

afirman que llenaron tres modios y medio [unos treinta litros]... Añadió después, para

que sirviera de prueba de que se trataba de una catástrofe muy importante, que nadie

salvo los jinetes, y de estos sólo los más encumbrados, lucían esa joya. (T. Livio,

23.12.1-2)

Pese a algunos reparos, el senado en pleno votó el envío de refuerzos. Pero las

tropas reunidas se encontraron con la dificultad de burlar el bloqueo naval romano. Se

decidió entonces enviarlos a España como refuerzo bajo el mando de Magón Barca, con

la orden de retomar el camino de Aníbal a través de los Alpes. A finales del verano de

216, Asdrúbal, recibidas las nuevas tropas, emprendió el camino del norte. Pero el

ejército romano le esperaba en el Ebro. En las cercanías del río, junto a una villa llama-

da Hibera, (¿Pinell de Brai? ¿Tortosa?), Asdrúbal fue derrotado de forma aplastante. El

poder romano estaba sólidamente establecido en la Península.

En 215 las derrotas cartaginesas hicieron tambalearse la fidelidad de las villas

oretanas, hasta entonces aliadas. La primera ciudad importante en sublevarse fue Ilitur-

gi. Asdrúbal reaccionó rápidamente, utilizando los refuerzos que seguían llegando desde

África, e inició un asedio. Ante esto, Cneo Escipión, a pesar de que las autoridades ro-

manas, centradas en la amenaza de Aníbal sobre Italia, fueron incapaces de enviar nin-

gún apoyo, avanzó por el interior hasta el valle del Guadalquivir, y obligó a Asdrúbal a

retirarse. Roma tenía ahora una base en el corazón del territorio enemigo. Pronto se su-

blevó otra villa importante, Intibili, de localización incierta. El dominio cartaginés em-

pezaba a cuartearse, mientras las defecciones se generalizaban. Al año siguiente la acti-

vidad del ejército romano se intensificó en la zona. Tras un fracaso en Acra-Leuke, que

le costó dos mil bajas, Cneo consiguió el apoyo de Cástulo, la principal ciudad oretana,

y de otras villas, lo que le permitió ampliar su campo de operaciones, llegando a Munda

y Orongis. Mientras, Publio logró tomar Sagunto. Pero los éxitos romanos fueron apa-

gándose, ante la incapacidad de Roma de enviar refuerzos con los que cubrir las conti -

nuas bajas. En 213 estalló una rebelión en Numidia, incitada por los romanos, contra los

cartagineses, por lo que el interés se centró allí. La sublevación pudo ser sofocada por

Asdrúbal gracias al envío de tropas desde España. En 213 y 212 no se desarrollaron

21

Page 22: EL REINO BÁRQUIDA DE CARTAGENA

operaciones importantes en la Península, contentándose las agotadas fuerzas romanas

con mantener sus posiciones en la Oretania y en el nordeste. Pero en 211, dominada la

rebelión de los númidas, las tropas de Asdrúbal regresaron a España, reforzadas por un

nuevo ejército cartaginés al mando de Asdrúbal Giscón.

Cuando al empezar el verano de 211 Publio y Cneo Escipión, como los años an-

teriores, llegaron al valle del Guadalquivir, se encontraron enfrentados a tres ejércitos,

el de Asdrúbal Barca, en Amtorgis, lugar de localización incierta en el Alto Guadalqui-

vir, y los de Magón Barca y Asdrúbal Giscón, en la Turdetania. En una decisión poco

meditada, y contando que con las considerables fuerzas de auxiliares hispanos de las

que disponían podrían cubrir sus debilitadas filas y completar la destrucción definitiva

de las fuerzas de los bárquidas, los generales romanos resolvieron formar dos cuerpos.

Publio se llevó a la mayor parte de las tropas itálicas y se dirigió hacia occidente, para

enfrentarse a Magón y Asdrubal Giscón, mientras que Cneo, con el grueso de los alia-

dos hispanos, acampó junto a Asdrúbal Barca. Pero Asdrúbal utilizó su experiencia en

los asuntos hispanos para convencer a las tropas indígenas de que abandonaran el cam-

pamento romano.

Tras coger de pronto sus enseñas, se marchan los celtíberos dando como única

respuesta a los romanos que les preguntaban el motivo y les suplicaban que se queda-

ran que los reclamaba una guerra interna. Desde el momento en que los aliados no po-

dían ser retenidos ni con ruegos ni por la fuerza, [Cneo] Escipión comprendió que sin

ellos no era rival para los enemigos ni podía unirse otra vez a su hermano y que no dis-

ponía de ninguna otra salida honrosa. T. Livio, 25. 33. 7-8

Cneo empezó a retirarse hacia el norte, esperando el regreso de su hermano Pu-

blio. Pero éste no volvería. Mientras avanzaba hacia el oeste hostigado por la caballería

númida de Massinisa, le llegaron noticias de que una importante fuerza de ilergetes,

aliados de los cartagineses, se aproximaba desde el norte. Trató de maniobrar para en-

frentarse a ellos, pero en ese momento llegó la vanguardia de las tropas cartaginesas,

que ralentizó su marcha, hasta que las tropas de Magón y Asdrúbal Giscon lo alcanza-

ron. La derrota fue total, y el general cayó en medio de la batalla. Los vencedores se

unieron con Asdrúbal Barca, y con los tres ejércitos reunidos terminaron rodeando a

Cneo, que todavía no conocía la derrota de su hermano, cerca de la Sierra de Cazorla.

Sus tropas terminaron por ser aniquiladas y Cneo murió en combate. Todas las posicio-

nes y alianzas conseguidas por los romanos durante los seis años anteriores se perdieron

22

Page 23: EL REINO BÁRQUIDA DE CARTAGENA

inmediatamente. A duras penas un oficial romano, Lucio Marcio, reagrupó a los super-

vivientes de ambas derrotas y consiguió llevarlos de vuelta al campamento de invierno

en Tarragona, donde pudo resistir hasta la llegada de refuerzos de Italia.

Mientras tanto, Asdrúbal Barca se dedicó a aprovechar la superioridad de sus

ejércitos para asegurar su dominio al sur del Ebro, sin lanzar un ataque decisivo contra

los últimos enclaves romanos en el nordeste. Está claro que, tras la intervención romana

en el valle del Guadalquivir, era necesario reorganizar las alianzas y castigar a los líde-

res iberos y oretanos que habían aceptado la colaboración con los escipiones. Pero esto

dio tiempo a Roma, que volvía a respirar en Italia tras conquistar Tarento y Capua y

arrinconar a Aníbal, falto de reservas, en el sur de la península. A principios de 210 lle-

gó a Tarragona el pretor Claudio Nerón, con seis mil hombres de refresco. Durante el

verano trató de alcanzar el valle del Guadalquivir, pero su avance fue bloqueado por As-

drúbal Barca en un lugar que muy bien pudo ser el desfiladero de Despeñaperros. Roma

necesitaría un esfuerzo mayor para recuperar la iniciativa en España, y el senado, plena-

mente consciente de que la Península era el único lugar desde donde podían ser envia-

dos refuerzos a Aníbal, decidió dar un nuevo impulso a las operaciones nombrando un

nuevo general con poderes consulares en sustitución de Publio Cornelio Escipión. Pero

cuando el senado pidió ante pueblo, reunido en comicios, que se presentaran los candi-

datos para el cargo, nadie se presentó.

Y volviéndose todos hacia los magistrados, miran las caras de los dirigentes que

se observaban unos a otros, y empiezan a murmurar que la situación estaba tan perdida

y había tal desesperanza en la república que nadie se atrevía a asumir el mando supre-

mo para España, cuando, de pronto, Publio Cornelio, hijo de ese Publio Cornelio que

había caído en España, de unos veinticuatro años de edad, declarando que él se pre-

sentaba, se colocó en un lugar más alto desde todos le pudiesen ver. T. Livio 21.18.6-7

Entre el entusiasmo popular fue elegido y nombrado procónsul, en una acción

sin precedentes legales por la edad del candidato. Pero esto no era algo extraño al espíri-

tu romano. Escipión, tras la muerte de su padre, se había convertido en la cabeza de una

de las familias patricias más poderosas de Roma, y podía contar con el apoyo de una ex-

tensa red de clientes y seguidores. Además las fuentes están de acuerdo en presentarlo

como un personaje carismático, un líder nato desde edad muy temprana. El senado, em-

pujado por la aclamación popular, confirmó la elección y le entregó ocho mil soldados y

el encargo de mantener a Asdrúbal Barca a raya en la Península.

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Page 24: EL REINO BÁRQUIDA DE CARTAGENA

Escipión llegó a España a finales del verano de 210, y empleó el resto del año en

reorganizar sus fuerzas, consolidando la fidelidad de los pueblos indígenas del nordeste

y elevando la moral de sus tropas. A principios del verano de 209 estaba listo para ac-

tuar. Mientras tanto Asdrúbal Barca, perfectamente informado de la recuperación roma-

na, preparó la defensa. Él mismo, con un poderoso ejército, se situó entre los carpeta-

nos, en el camino de acceso al valle del Guadalquivir a través de la actual provincia de

Albacete, la ruta que habían seguido hasta entonces los ejércitos romanos que se diri-

gían a la Oretania. Su hermano Magón, acampado entre los oretanos, aseguraba la fide-

lidad de los pueblos de la zona a la vez que estaba listo para acudir en apoyo de Asdrú-

bal. Asdrúbal Giscón, por su parte, se mantenía en reserva en la Turdetania, aunque Po-

libio da a entender que, tras reñir con los Barca, estaba más interesado en imponer tribu-

tos a los indígenas que en combatir a los romanos.

Escipión se veía enfrentado, como su padre y su tío antes que él, a luchar con

potentes ejércitos enemigos lejos de sus bases, la causa de la catástrofe de 211. Por lo

tanto resolvió atacar el corazón del reino bárquida, tomando como objetivo su capital,

Cartagena. Era una estrategia de gran riesgo, puesto que podía quedar atrapado entre el

ejército de Asdrúbal y el mar, pero contaba con una poderosa flota, que le aseguraba

una línea de aprovisionamiento y escape. El avance fue muy rápido, y tras siete días de

marcha forzada, escoltado por la flota al mando de Cayo Lelio, su legado, llegó a las

puertas de Cartagena, encontrando allí únicamente una pequeña guarnición de dos mil

cartagineses. La ciudad fue tomada por asalto al día siguiente, sin que Asdrúbal ni Ma-

gón tuvieran opción alguna de socorrerla.

La pérdida de Cartagena fue una catástrofe para los Bárquidas, no sólo por los

recursos allí almacenados o por la pérdida de la mejor línea de comunicación con Áfri-

ca. Significó la defección de los pueblos indígenas de Levante, que se aceleró cuando

Escipión comenzó a devolver a sus villas los rehenes iberos allí confinados. Los edeta-

nos, los basetanos y los ilergetes, hasta entonces fieles aliados de los Barca, pasaron al

bando romano. Pero sobre todo, con la toma de Cartagena por los romanos desapareció

el símbolo de la dominación bárquida en la Península, algo que todos los pueblos hispa-

nos comprendieron de inmediato.

Los iberos que, en las regiones citadas, anteriormente habían sido aliados de

los cartagineses, fueron y se entregaron a la lealtad de los romanos. A medida que se

iban encontrando con Escipión le llamaban rey. El primero que lo hizo, que lo veneró,

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fue Edecón [rey de los edetanos], y a continuación, Indíbil y los suyos [los ilergetes].

Hasta aquel momento, Escipión no hizo caso de la palabra. Pero después de la batalla

[de Bécula, en 208] le llamaba rey ya todo el mundo... (Polibio, 10.40.2-4).

La conquista de Cartagena, la ciudad regia de los bárquidas, había cambiado to-

talmente la situación, y así como Asdrúbal y Aníbal había sido antes reyes de los iberos

desde Cartagena, el cambio de manos de la ciudad implicó la transferencia del símbolo

de la soberanía sobre España. Los bárquidas no volverían a recuperar su imagen de fa-

milia real, y Asdrúbal Barca, que hasta entonces había luchado para defender su reino,

comenzó a considerar la inutilidad de seguir combatiendo en España y la posibilidad de

trasladarse a Italia para luchar al lado de su hermano Aníbal.

En 208 Escipión penetró con sus tropas y un gran número de contingentes iberos

en territorio oretano. Asdrúbal Barca, sin demasiada confianza, le salió al paso en Baé-

cula, la actual Bailén, pero tras las primeras escaramuzas, reconociendo su inferioridad,

se retiró hacia el norte a través de Despeñaperros, y dejó a Escipión el control del valle

del Guadalquivir. Una vez llegado a la Meseta tuvo lugar un encuentro con los otros dos

generales cartagineses. En esa conferencia Asdrúbal Barca, desanimado, anunció su

propósito de dejar la Península. Sus tropas hispanas eran ya inseguras, ante la populari-

dad alcanzada por Escipión y las continuas deserciones. Sólo alejándolas de España po-

dría contarse con su fidelidad. Asdrúbal Barca partió inmediatamente hacia Italia, donde

murió en combate al año siguiente, sin poder unirse a su hermano Aníbal.

Magón Barca

Asdrúbal Giscón y Magón Barca permanecieron en la Península, reforzados por

nuevas tropas procedentes de Cartago. Tras fracasar en el intento de sublevar contra Ro-

ma a los celtíberos de la Meseta, Asdrúbal y Magón terminaron por hacerse fuertes en el

territorio turdetano del golfo de Cádiz. Pero al año siguiente fueron derrotados por com-

pleto en Ilipa, (Alcalá del Río) por el ejército de Escipión, y los turdetanos se pasaron en

masa a la fidelidad romana. Asdrúbal Giscón y Magón se vieron confinados con los res-

tos de sus tropas en Cádiz, inaccesible a un asalto romano.

Asdrúbal Giscón no tardó en abandonar España, mientras Magón intentaba man-

tener la guerra. En 206 hizo un último intento desesperado, aprovechando las dificulta-

des por las que pasaba Escipión, ocupado en el asalto de las últimas villas iberas que re -

chazaban la ocupación romana, enfrentado a una rebelión de los ilergetes y amenazado

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por un motín entre sus propias tropas. Magón, embarcó sus últimas fuerzas, unos pocos

miles de hombres y algunas naves, y comenzó a recorrer la costa sur de la Península. Al

llegar a Cartagena, la antigua capital de su familia, concibió el desesperado plan de asal-

tarla por sorpresa, anclando sus naves en el puerto y desembarcando sus tropas. Pero los

romanos no fueron sorprendidos.

... se había avistado la flota y resultaba evidente que había anclado frente a la

ciudad no sin motivo. Por lo tanto, dispuestos y armados estaban tras la puerta que da

a la laguna y el mar. Cuando los enemigos [los cartagineses], una desordenada tropa

mezcla de marineros y soldados, llegaron a la muralla con más alboroto que fuerzas,

abierta de repente la puerta, los romanos salieron entre gritos y persiguiéndolos hasta

la orilla provocaron muchos muertos entre los enemigos, asustados y rechazados en el

primer asalto y con la primera andanada de dardos. Tito Livio, 28.36.7-9

Magón tuvo que regresar derrotado a Cádiz, sólo para descubrir que los ciudada-

nos le habían cerrado las puertas y estaban en tratos con los romanos. Abandonó enton-

ces toda esperanza y navegó hacia el norte de Italia, con la idea de sublevar a los ligures

y reunirse con su hermano Aníbal, pero murió antes de lograrlo. El reino bárquida de

Cartagena desaparecía con él en las penumbras de la Historia Antigua.

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