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University of Calgary Press Canadian Association of Latin American and Caribbean Studies EL RÉGIMEN DE TRABAJO EN LAS GRANDES VIÑAS DE LA REGIÓN CENTRAL DE CHILE: «TRATEROS »Y OBREROS DE BODEGA EN EL SIGLO XX Author(s): JOSÉ DEL POZO Source: Canadian Journal of Latin American and Caribbean Studies / Revue canadienne des études latino-américaines et caraïbes, Vol. 22, No. 43 (1997), pp. 21-45 Published by: University of Calgary Press on behalf of Canadian Association of Latin American and Caribbean Studies Stable URL: http://www.jstor.org/stable/41800015 . Accessed: 15/06/2014 03:10 Your use of the JSTOR archive indicates your acceptance of the Terms & Conditions of Use, available at . http://www.jstor.org/page/info/about/policies/terms.jsp . JSTOR is a not-for-profit service that helps scholars, researchers, and students discover, use, and build upon a wide range of content in a trusted digital archive. We use information technology and tools to increase productivity and facilitate new forms of scholarship. For more information about JSTOR, please contact [email protected]. . University of Calgary Press and Canadian Association of Latin American and Caribbean Studies are collaborating with JSTOR to digitize, preserve and extend access to Canadian Journal of Latin American and Caribbean Studies / Revue canadienne des études latino-américaines et caraïbes. http://www.jstor.org This content downloaded from 185.2.32.121 on Sun, 15 Jun 2014 03:10:50 AM All use subject to JSTOR Terms and Conditions

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University of Calgary PressCanadian Association of Latin American and Caribbean Studies

EL RÉGIMEN DE TRABAJO EN LAS GRANDES VIÑAS DE LA REGIÓN CENTRAL DE CHILE:«TRATEROS »Y OBREROS DE BODEGA EN EL SIGLO XXAuthor(s): JOSÉ DEL POZOSource: Canadian Journal of Latin American and Caribbean Studies / Revue canadienne desétudes latino-américaines et caraïbes, Vol. 22, No. 43 (1997), pp. 21-45Published by: University of Calgary Press on behalf of Canadian Association of Latin American andCaribbean StudiesStable URL: http://www.jstor.org/stable/41800015 .

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EL RÉGIMEN DE TRABAJO EN LAS

GRANDES VIÑAS DE LA REGION

CENTRAL DE CHILE: « TRATEROS » Y

OBREROS DE BODEGA EN EL SIGLO XX1

JOSÉ DEL POZO Université du Québec à Montréal

Resumen. Las grandes viñas de Chile central figuraron, desde su fundación a fines del siglo XIX, en el grupo de empresas agrícolas más avanzadas del país en cuanto a productividad y equipamiento, lo que hacía de ellas empresas agroindustriales. Sin embargo, a nivel de la mano de obra, estas empresas utilizaron durante la mayor parte del siglo XX un régimen mixto: en las bodegas había obreros asalariados; en el campo predominó durante largo tiempo el « tratero ». Este último, que provenía del inquilinaje, constituía un tipo especial de trabajador, ya que su ingreso era una combinación de beneficios en bienes y en salario. Este artículo examina la evolución de estos dos grupos de trabajadores, especialmente en lo que se refiere a su organización en sindicatos y a sus condiciones de trabajo. Se toma en cuenta la influencia de hechos como la reforma agraria de 1967-1973 y el golpe militar de 1973, que jugaron un papel importante en el avance de las relaciones de producción capitalistas en el campo, lo que culmina con la desaparición gradual del « tratero ». Abstract Since their establishment in the last third of the 19th century, the big wineries of central Chile have been considered among the most advanced enterprises in the countryside in terms of equipment and productivity. For these reasons, such enterprises should be viewed collectively as an agrobusiness. Nevertheless, labour in these wineries was characterized dur- ing most of the 20th century by a double condition. In the urban sector existed the bodegas or salaried workers. In the countryside, the predominant worker was the tratero. These workers, who originated in the inquilino system, were paid a combination of goods and money, and thus formed a special category. This article studies the evolution of these two kinds of work- ers, their working conditions and their attempts to build unions. It considers the influence of events such as the agrarian reform of 1967-1973 and the military coup of 1973, which played an important role in the development of capitalist relations of production in the countryside. These events in turn led to the gradual disappearance of the tratero system.

Canadian Journal of Latin American and Caribbean Studies , Vol 22, No. 43 (1997): 21-45

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Introducción

Las grandes viñas de la región central de Chile figuran, desde su creación en el último tercio del siglo XIX,2 entre las empresas agrícolas más modernas del país, tanto por su nivel de equipamiento como por su productividad y rentabilidad; después de 1930 la producción vitivinícola era una de las poquísimas actividades originadas en el campo que seguía exportando, aunque en escasa medida.3 Por estas razones, al llegarse a la época de la reforma agraria, especialmente du- rante los años de la Unidad Popular, estas empresas no fueron expropiadas, sino que fueron objeto de un plan especial por parte del gobierno, que deseaba asociarse con ellas 4

Las grandes viñas5 ocupaban además un lugar especial dentro de las empresas que operaban en el campo. Además de las faenas propiamente agrícolas, la mayoría de ellas contaban con instalaciones urbanas, donde se realizaba la fase de distribución del vino.6 Se trataba entonces de empresas agroindustriales, que contaban además con medios de publicidad muy superiores a los de la gran mayoría de los otros propietarios agrícolas.

Este artículo busca analizar la situación de los trabajadores dentro de estas empresas, a fin de verificar en qué medida el progreso que aparece a nivel técnico y productivo se aplicaba al régimen de trabajo que en ellas imperaba. En el análisis propuesto, dos aspectos serán considerados. Por una parte, la existencia de una cierta dualidad entre las faenas agrícolas y urbanas, lo que se tradujo entre otras cosas en el hecho que los obreros urbanos se sindicalizaran antes que los del campo. Por otro lado - y esto constituye el aspecto principal - la ambigüedad reinante con respecto a la naturaleza del régimen de trabajo de los obreros de campo de las viñas, los cuales, hasta hace muy poco, seguían llamándose « inquilinos », concepto que se presta para diversas interpretaciones. Veremos que aunque su verdadera condición se acercaba bastante a la de asalariados, por sus condiciones de trabajo un tanto peculiares, derivadas del régimen de « tratero » que se examinará en las páginas siguientes, el paso definitivo a la condición de asalariado sólo se efectuó tardíamente. Esta última fase se operó, además, en el marco de transformaciones que afectaran la agricultura chilena no sólo durante la aplicación de la reforma agraria de los años 1967-1973, sino además por los cambios realizados como consecuencia de la dictadura militar, que se siguen haciendo sentir tras la fase de « transición a la democracia » que se llevó a cabo desde fines de los años 1980.

Para el análisis histórico, se han distinguido tres fases: desde comienzos del siglo XX hasta 1960, donde el rasgo principal es la ausencia casi total de sindicatos en el campo, la era de la reforma agraria, de los años 1960 a 1973, cuando se produce la organización masiva de los trabajadores y la era a partir del golpe militar, que es durante la cual los rasgos de inquilinaje desaparecen gradualmente.

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De comienzos del siglo XX a los años 1960

Hasta antes de la reforma agraria, la situación de la mayor parte de los trabajadores de viñas no era muy diferente de la del resto de los obreros del campo en Chile. Como en otras haciendas, las viñas empleaban dos tipos de trabajadores: los obreros permanentes o inquilinos, que vivían generalmente al interior de la empresa y que recibían un salario y ciertas beneficios (llamados « regalías ») en servicios, y los obreros temporales o afuerinos, que se les empleaba generalmente en época de cosecha.7

Debe señalarse que desde la segunda mitad del siglo XIX el inquilinaje había sufrido algunas modificaciones importantes con respecto a su condición original. En un comienzo, el inquilino, aquel trabajador surgido en el siglo XVIII como reemplazo a los indios encomendados, era más bien un « arrendatario », que pagaba un canon al propietario, ya fuese en dinero o en especies, y que disponía de un margen de maniobra personal relativamente importante. En los términos de Salazar, el arrendatario era un pequeño empresario, lo cual incluso había permitido a varios de ellos el alcanzar un estatuto independiente.8 Pero esto había cambiado desde mediados del siglo XIX, a medida que la agricultura se había hecho más comercial, en parte por el auge exportador del trigo. Un cierto número de propietarios había hecho inversiones en maquinarias y en equipos, que había que rentabilizar al máximo. En algunas de las grandes viñas, que acababan de ser fundadas, esto había llamado la atención de observadores extranjeros, como el caso del corresponsal de The Illustrated London News , que alababa los progresos técnicos de las viñas como Macul, Urmeneta y Ochagavía, afirmando que la maquinaria y bodega de esas empresas eran tan avanzados como los de Francia.9

Consecuencia de este proceso fue que el inquilino recibía menos regalías en tierra y tenía una jornada de trabajo más larga, lo que le dejaba muy poco tiempo para cultivar el pedazo de tierra del cual seguía usufructuando. El pago del arriendo era, a fines del siglo XIX, irregular y constituía una fórmula en desuso.10 Por esto, según un autor, el trabajador era ya un « inquilino- obrero».11 Pero como veremos a continuación, seguían persistiendo ciertas condiciones propias de la situación tradicional de inquilinaje.

Aunque la documentación al respecto es escasa, existen algunos testimonios sobre la condición del trabajador en las viñas a comienzos del siglo XX. En 1910, en la Viña Cousiño Macul, había 450 inquilinos, que ganaban un peso diario como salario; tenían también derecho a casa, a talaje y a un cuarto de cuadra para cultivos, además de una ración diaria de alimento, consistente básicamente en galletas y porotos.12

En Panquehue, en el año 1919, Maximiano Errázuriz Valdés, que buscaba más inquilinos, describía así las condiciones de trabajo en la viña Errázuriz: « A los interesados, jefes de familia, se les da casa, sitio para sembrar, $1,40 de salario diario, leña, ración diaria de porotos y 2 panes; las mujeres, $1 diario en

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la viña o en la bodega».13 En ese mismo año, la Sociedad Vinícola del sur escribió al Departamento de Trabajo, ofreciendo 50 centavos diarios como salario, más las regalías; los demás miembros de la familia del inquilino debían trabajar también, ganando 80 centavos los hombres y 50 centavos las mujeres y los niños; la dueña de casa era la única que no estaba obligada a trabajar.14

Como lo indica esta última cita, los viñateros no siempre contaban con la cantidad de trabajadores necesarios. Esto es importante destacarlo, ya que demuestra que había una cierta movilidad de mano de obra, la cual tenía posiblidades de buscar trabajo en mejores condiciones, ya fuese en las minas o en obras públicos.15 Si a veces el obrero terminaba por regresar a la viña, ello se debía en parte a las regalías que se agregaban al salario o a la seguridad del empleo.

Cuando la mano de obra llegaba a escasear, en la viña de Panquehue, Errázuriz obligaba al personal a proporcionar más brazos: « llamé a los mayordomos y les ordené que sus hijas debían salir a trabajar a la bodega, porque era absurdo que yo estuviese sin poder atender los pedidos por falta de gente cuando ésta abunda pero se queda en casa ... o se sometían o abandonaban el fundo. Todos obedecieron menos uno ».16 Tal situación ilustra las presiones patronales sobre la mano de obra (incluso a los mayordomos, que tenían una situación de privilegio en relación a los obreros) y su preocupación por rentabilizar al máximo los recursos humanos.

Si, como hemos visto hasta ahora, el inquilino había dejado de ser un arrendatario, las particularidades del sistema de trabajo en las viñas hacían que tampoco era exactamente un asalariado. El inquilino de viña hacía un trato con el propietario, con lo cual disponía de cierta libertad de maniobra y podía incluso transformarse en un pequeño patrón. En efecto, el pacto estipulaba que al inquilino le era confiado un sector de la viña para que efectuara todos los trabajos de mantención durante el año. Para ello, el « tratero », apelación que le era dada, recibía del patrón un cierto presupuesto y podía efectuar sus tareas ya fuese con mano de obra externa al fundo, a la cual debía pagarle con el dinero de ese presupuesto o haciendo trabajar a miembros de su propia familia. Muchos inquilinos optaban por esta última fórmula, lo que les permitía ganar más dinero, haciendo trabajar a su esposa, a sus hijos o a otros miembros de la familia.17

En la Viña San Pedro, cerca de Curicó, Luis González conoció desde joven este régimen peculiar: « Cuando fui tratero, mi señora y mi madre me ayudaban y así nos quedaba más plata . . . con ese sistema uno se pone ambicioso, no iba a almorzar para podar lo más posible ».18 Jaime Salazar, obrero de campo en la Viña Tarapacá, en la periferia sur de Santiago, es otro ejemplo. En 1944 comenzó a trabajar con su padre, desde los 10 años de edad; por ello sólo cursó hasta tercer año de la escuela primaria. Ya adulto, « fui contratista, tenía a mi cargo 12 hectáreas y la trabajaba con gente de afuera, 4 o 5 personas, y administraba un fondo para todo el año, con esa plata les pagaba, si quedaba algo era para mí ».19

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Este sistema implicaba la existencia de divisiones entre los trabajadores. Los que eran pagados por el « contratista » recibían un poco más de dinero que los inquilinos, pero tenían menos regalías, ya que no tenían derecho a casa ni a leña, sólo a la ración de porotos y pan. También había diferencias entre los trateros (y « sus » colaboradores) y los asalariados. En Viña San Pedro, en 1 953, el tratero ganaba 4,000 pesos por cuadra trabajada, suma que correspondía a 9 meses de trabajo; además, recibía como regalía 100 kilos de porotos, 50 de papas y 4,5 kilos de azúcar al año. Para los asalariados, el pago diario promedio era de 50 pesos. Suponiendo que el tratero tomaba a su cargo 8 cuadras, su ganancia era entonces de 32,000 pesos. A primera vista ganaba mucho más que el asalariado, ya que éste hubiera necesitado trabajar 600 días al año para ganar el equivalente a 32,000 pesos, que el tratero ganaba en 9 meses. Pero en realidad los 4,000 pesos del tratero era su presupuesto global, que servía para pagar a todos los brazos que se requerían para el « trato » fijado; normalmente, para hacer ese trabajo se requerían cuatro personas, lo cual hacía disminuir drásticamente el ingreso del tratero, que debía compartir con otros el monto total negociado, a menos de emplear para ello a los miembros de su familia, tal como aparece en el testimonio citado anteriormente.20

Ciertos contratistas podían ganar más que otros, ya que según un testigo, « los vivos (aquellos que tenían más información o que tomaban la iniciativa) conocían cuáles eran los buenos sitios y dejaban los terrenos pedregosos, más difíciles de trabajar, a los contratistas novatos ».21 Ambas situaciones contribuían así a la división de los trabajadores.

Otra consecuencia de este sistema era la importancia de la mano de obra infantil. En Santa Rita se llevaba un cómputo minucioso del número de niños, hijos de inquilinos, ya que ciertas labores, como la de rociar con azufre los viñedos para prevenir las enfermedades debían ser efectuada « solamente por niños »; a ellos se les encomendaba también buena parte de los trabajos de la vendimia, lo cual aparece retratado en fotos de la época.22

La ausencia de sindicato podía dar lugar a situaciones de gran arbitrariedad en las relaciones de trabajo. En 1 9 1 8, en la viña Errázuriz Panquehue, existió un sistema de severas multas en la bodega, donde la mano de obra era sobre todo femenina y donde se quebraban muchas botellas. « Cada mujer que rompe una botella tiene que pagar un peso de multa [equivalente a un día de salario] aunque no tenga culpa alguna (subrayado mío); es una disposición feroz, pero evita no sólo las roturas intencionales, que eran las más, sino los descuidos ».23 Además, a fin de evitar los robos de uva, se prohibió a todos los inquilinos la preparación de chicha, incluso si la hacían con su propia uva: « Hice recorrer todas las casas [de los inquilinos] y sacar las herramientas que largos años de robos habían acumulado en ellas y confiscado todos los recipientes en que se pudiera hacer chicha . . . para hacer más efectiva la orden he decidido que los parrones [los que pertenecían a los inquilinos] no puedan tocarse sino para comer su uva y lo que sobre, llegado el tiempo de la vendimia, será comprado por la hacienda a razón

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de 5 centavos el kilo. Los abusos han sido reducidos a su más mínima expresión ».24

Este cuadro de relaciones de trabajo en las que el patrón dictaba las condiciones sin que hubiera canales institucionales de por medio se completa con la otra cara de la medalla: la actitud paternalista de parte de los patrones, llanos a proporcionar cuidados médicos, conceder préstamos sin interés a los trabajadores o que a veces simplemente no eran devueltos; a crear cooperativas de consumo, a invitar a los trabajadores a presenciar obras de teatro donde los personajes eran encarnados por miembros de la familia propietaria25 o dando regalos a los trabajadores. Ejemplo de esto último es el testimonio de Jaime Salazar:

Una vez yo venía del trabajo y vi una acequia (canal pequeño) bloqueada, donde el agua se estaba saliendo y estaba formando un charco. Me detuve y limpié la acequia, sin que nadie me lo pidiera. A los pocos días los patrones, los señores Barros, que estaban por ahí cerca y me habían visto, me regalaron un catre nuevo. ... Yo estaba re (muy) contento porque me acababa de casar. Los patrones me dijeron que habían observado lo que yo había hecho, lo que nadie más había pensado en hacer y decidieron que yo merecía un regalo.26

Ciertos testimonios indican que para los propietarios, el ayudar a los menos favorecidos con los cuales convivían constituía una realización personal, por razones religiosas. Amalia Errázuriz, esposa de Ramón Subercaseaux, de la familia dueña de la Viña Concha y Toro, describiendo la atmósfera que reinaba en la propiedad, afirmaba a comienzos del siglo XX:

He sido feliz este año en Chile... La tranquilidad, el alejamiento del mundo ... la naturaleza encantadora de cada estación, los árboles magníficos, las flores ... la iglesia en el frente, la misa diaria, su santo cura, los queridos pobres (sic) a quienes visito, la comida que diariamente se da a sus mendigos, las ropas que se reparten a los andrajosos; sí, eso y más todavía ha contribuído a hacerme feliz en la chacra.27

Este tipo de relación parece haberse mantenido durante largo tiempo. A comienzos de los años 1970 los inquilinos hacían la distinción entre el patrón, que podía ser « protector » y el administrador del fundo, al cual atribuían el papel represivo.28 Este enfoque no era nuevo: aparece también en las páginas de « Tierra y libertad », órgano de los campesinos cristianos, de los años 1950 y 1960, donde los obreros del campo evaluaban a sus patrones. Por ejemplo, refiriéndose al caso de la Viña Cánepa, la publicación decía que el propietario, José Cánepa, « es buen patrón, conciente de los derechos de los trabajadores »; en cambio el administrador Horacio Parot era denunciado en el sentido contrario.29

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Durante largo tiempo, los trabajadores de viñas tuvieron dificultades en organizarse en sindicatos, como sucedió en el campo chileno en general. En esta tentativa, los trabajadores chocaron durante largos años con la hostilidad de los propietarios, que se opusieron incluso a las disposiciones que a partir de 1931 habían creado el marco legal para la creación de sindicatos agrícolas.30 Así por ejemplo, en las Viñas Casablanca y San Pedro, en la región de Curicó, en 1932 y 1933, las empresas se negaron a aceptar la intervención del inspector del trabajo, que venía a organizar un sindicato. Los dueños de las viñas tuvieron éxito en sus maniobras, obteniendo el traslado del inspector Carlos Menzel, a quien acusaban de ser demasiado favorable a los obreros.31 Alejandro Dussaillant, dueño de la Viña Casablanca, había escrito a la Inspección del Trabajo diciendo que la tentativa de sindicalizar a los obreros constituía « una amenaza a los fundamentos de la civilización, del progreso, de los derechos de propiedad, de igualdad y de la libertad de cada cual en su propia casa ».32

Los obreros de la sección bodega, que generalmente operaban en la ciudad, lograron organizarse antes que los del campo. Esto ocurrió sobre todo en aquellas viñas que estaban situadas en Santiago, como la de Santa Carolina, donde el sindicato se formó en 1939, con lo cual sería el más antiguo de todas las organizaciones de su tipo. En los años 1940 había sindicatos industriales en las Viñas Concha y Toro, Viñas Unidas SA, en los Establecimientos Vinícolas Cánepa, Vinos Chile SA Vinex, la Sociedad Vinícola Francisco Cinzano Ltda y Consorcio Vinícola SA. Estas dos últimas empresas no eran productoras de vino, sino que pertenecían al ramo de industrias embotelladoras. Todas estas empresas estaban situadas en la región de Santiago.

En 1945 existía una Unión Provincial de Sindicatos Vitivinícolas en la provincia de Santiago, que representaba a los operarios de Concha y Toro, Bodega Mir y Cía, Santa Carolina, Cinzano, Navarro y García, Planella Hermanos y al Sindicato profesional de Operarios de bodegas de vinos. Esta agrupación gremial planteaba reivindicaciones bastante avanzadas, entre las cuales figuraban « el pago de la semana de siete días, el desahucio de un mes por año trabajado con efecto retroactivo y el cumplimiento fiel del Código del trabajo en lo relacionado con la sindicalización campesina ».33 Esta última reivindicación denota una preocupación por el atraso con que se desarrollaba el movimiento organizativo de los trabajadores del campo e indica que debe haber existido alguna relación entre ambos sectores de obreros. No es sorprendente que la sindicalización haya avanzado más rápidamente entre los obreros de bodega, ya que éstos, por encontrarse dentro de la ciudad, estaban menos sujetos a la influencia directa del patrón y en cambio podían ser más receptivos a la acción de los partidos políticos y de la prensa que favorecía la organización de los trabajadores.34

Ciertos datos nos permiten comparar las condiciones de vida de los obreros de bodega con los del campo. En 1947, en la bodega de Viña Santa Carolina se ganaba un salario mínimo de $67 diarios para los hombres y $54 para las mujeres.

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Existían otros beneficios, como la asignación familiar, que era de $160 al mes « por mujer legítima » y $80 al mes « por cada hijo legítimo menor de 14 años »; asimismo, había una asignación de casa de $175 para los casados y de $125 para los solteros, más una gratificación en Navidad de 6 días de salario.35 En Concha y Toro, además del salario y de beneficios semejantes, se entregaba ropa de trabajo, overoles y botas.

En ese mismo año, los obreros agrícolas de Viñas Unidas SA, (ex viña Tocornal, en Puente Alto, cerca de Santiago) donde existía lo que parece haber sido el único sindicato de obreros agrícolas de viña de esa época, ganaban $20 diarios. Las asignaciones familiares eran de $40 por esposa o madre viuda y de $20 por hijo. Además del salario se mantenían las regalías tradicionales: 200 kg. de porotos, 300 kg. de leña, 100 kg. de maíz, fuera de las raciones diarias de pan, leche e incluso carne. Este sindicato tuvo una existencia efímera, ya que en 1952 se disolvió « a petición del secretario de la organización ».36

Esta comparación permite identificar ciertas diferencias importantes entre ambos tipos de obreros: mientras los de bodega contaban con mayor cantidad de dinero líquido, los de campo contaban con la seguridad de las raciones alimenticias y de alojamiento.37 A nivel cultural, es interesante destacar que la asignación familiar entregada a los inquilinos no hacía distinción entre hijos legítimos e ilegítimos; esto puede explicarse tal vez por la mayor tolerancia hacia esa situación entre la gente del campo, donde el fenómeno de los hijos ilegítimos era más frecuente.

¿Era muy diferente el trabajo de bodega comparado con el de campo? Cuando Carlos Morales pasó a ser bodeguero tras haber trabajado en el campo en Santa Rosa del Peral, notó una diferencia fundamental: « andaba limpio, sin ojotas (calzado rústico campesino) ». Se sintió haciendo una tarea importante, al trabajar como ayudante del enólogo, haciendo mezclas de vino. « Fue un cambio radical ». Eso concuerda hasta cierto punto con la opinión de Jaime Salazar, según el cual no cualquiera es capaz de efectuar todos los trabajos de campo. « La poda es un trabajo de inteligencia, que requiere mucha práctica . . . pero el trabajo de la vendimia es de bruto, con el sol, el calor, el polvo y el olor a azufre . . . muchos empiezan a hacer eso y no duran más de un día ». Pero el testimonio de Adán Salgado indica que en la bodega también había faenas tediosas y pesadas, como la de llenar los chuicos (envases de cinco litros) con embudo, para después cargarlos en camiones. Esa tarea, que se hacía en forma enteramente manual en los años 1950, la efectuó durante ocho años. Cuando desapareció el uso del chuico, en la década siguiente, pasó a hacer el « trasiego », operación consistente en cambiar el vino de una vasija a otra, con bomba y manguera: « era más liviano que lo anterior, también hice eso durante ocho años ». Otra diferencia era la relación más personal que los obreros podían entablar con el patrón en el campo, como se vio anteriormente.

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En la década de 1950 hubo un nuevo impulso al movimiento de obreros de campo con la creación de ASICH (Asociación sindical chilena), fundada en 1947. Esta organización, creada por cristianos inspirados por el padre Alberto Hurtado,38 comenzó a apoyar las reivindicaciones de los obreros agrícolas. Una de ellas fue la que llevó, en agosto de 1953, a la creación del sindicato de la viña San Pedro, la misma donde una tentativa similar había fracasado veinte años antes. Según Luis González, la idea surgió a raíz del descontento de los obreros con el administrador de la viña, porque éste quería entregarles porotos viejos, del año anterior, como parte de las regalías. De allí comenzaron reuniones clandestinas, « en el bosque, donde los carabineros nos buscaban con linterna, pero no nos pillaron », hasta culminar con un paro para rechazar los porotos viejos. Tuvieron éxito con esa petición, y entonces resolvieron presentar un pliego de peticiones y fundar un sindicato. En todo ello, el apoyo de Emilio Lorenzini, en esa época alcalde de Molina y militante de Falange (que en 1957 se transformó en el partido Demócrata Cristiano), el partido que estaba detrás de la ASICH, fue clave. « El nos dijo que podíamos presentar un pliego. .. » Las reuniones de los campesinos se hacían « en una casa de unas monjitas, ahí desayunábamos y teníamos una oficina ». Posteriormente recibieron ayuda del obispo de Talca, monseñor Larraín, y de la ASICH cuando el movimiento de presentación de pliegos se extendió a una treintena de fundos de la región.

Este movimiento, que ha sido objeto de un estudio detallado,39 se caracterizó por la participación masiva de los obreros de viña: los iniciadores eran los trabajadores de Viñas San Pedro y Lontué, pero a ellos se agregaron rápidamente los de varias otras viñas de esa región, como Casablanca, Reims, Ribas, El Carmen, Santa Inés, Micaela, La Serena y Mallorca, todas situadas entre Curicó y Talca. Las peticiones de los « trateros » o « contratistas » eran además las que inspiraban la mayor parte de las reivindicaciones: aumentos salariales, de las regalías, de la asignación de casa.. . .40 El hecho de que esas propiedades se encontrasen en la región vitivinícola por excelencia del país, donde los obreros compartían una experiencia de trabajo común ayudó sin duda a la organización del movimiento.

Otra característica importante es la inspiración ideológica que influyó a los campesinos. La acción de ASICH, si bien fue clave para el éxito del movimiento, ya que en general los patrones debieron aceptar la mayor parte de las reivindicaciones de los pliegos, también les restó apoyo por otro lado. En efecto, la Central Unica de Trabajadores (CUT, la gran central sindical chilena) y los partidos Socialista y Comunista veían con desconfianza una huelga dirigida por elementos cristianos, que además eran profundamente anticomunistas.41 Esta división redujo, sin duda alguna, el impacto que este movimiento histórico hubiera podido tener para el conjunto del campesinado en aquella época

42

Pero la experiencia de la región de Molina no se dio en todas partes. En la viña Santa Rosa del Peral, ubicada en la periferia sur de Santiago, Carlos Mo- rales recuerda que hasta antes de los años 1960:

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había habido 5 sindicatos, pero siempre fracasaban porque el patrón los compraba o los despedía [a los dirigentes]. Había uno, el chico Opazo, del cual decían que era comunista, al que mandaban a hacer los trabajos más pesados, como limpiar el tranque (estanque) en invierno, para obligarlo a renunciar, pero él no lo hizo ... al final lo despidieron igual, por ahí por 1 959. . . . En esos años no había negociación colectiva ni huelga, se presentaba un pliego (lista de peticiones) pero al final el patrón decidía. La gente era muy temerosa, se aplicaba la ley de defensa de la democracia de González Videla.43

En la Viña Tarapacá, ubicada en esa misma área, cuando Jaime Salazar firmó su primer contrato de trabajo en 1948, existían dos sindicatos, « uno para la bodega y otro para la viña, pero los quebraron los patrones, que no les gustaba eso ». Estos dos casos revisten un interés particular, ya que se trata de dos viñas ubicadas casi al lado de la ciudad de Santiago, lo que permite suponer que sus trabajadores podían recibir algún tipo de apoyo de los sndicatos urbanos y de los partidos políticos. Si ello fue así, los resultados concretos tardaron bastante, ya que los trabajadores debieron esperar, como en el resto del campo, hasta mediados de los años 1960 para lograr tener una organización estable 44

De los años 1960 à 1973: La era de la reforma agraria El movimiento sindical de los trabajadores agrícolas entró en un contexto muy diferente a partir de 1 964, con la victoria de la Democracia Cristiana. Pese a que bajo Jorge Alessandri existió un primer intento de reforma agraria, el impacto movilizador de ésta había sido mínimo. Así lo demuestran las cifras de huelgas de obreros agrícolas: entre 1960 y 1963 sólo hubo 59 en todo el país; entre 1 964 y 1 966, esta cifra aumentó a 767 45 La « revolución en libertad » proclamada por el presidente Frei (padre) daría un nuevo impulso a las reivindicaciones sociales, especialmente las del campo. Otro factor que jugó en esta nueva etapa fue un hecho social: desde hacía algún tiempo los obreros asalariados, categoría menos influida por los patrones y más susceptible de participar en conflictos, habían aumentado mucho en número y habían sobrepasado largamente a los inquilinos 46 Esto último aparece confirmado en los datos de varias de las principales viñas: en 1969, Santa Carolina empleaba 135 « obreros agrícolas permanentes », es decir, inquilinos, contra 250 « temporales »; en Viña San Pedro, las cifras eran 277 y 350, y en Cánepa, 445 y 501, respectivamente. En otras de las viñas más conocidas, sólo Undurraga y Cousiño Macul presentaban un predominio de parte de los inquilinos, que era 59 y 162, con respecto a los temporales, que eran 34 y 50, respectivamente.47

El nuevo contexto se reflejó de diversas maneras. En 1962, en el sindicato industrial de Viña Santa Carolina, en Santiago, se produjo la primera huelga en la historia de la empresa. Este hecho es tanto más notable cuanto que, como se vio antes, en Santa Carolina existía el sindicato más antiguo del ramo. Pero hasta entonces « en las negociaciones actuábamos con cautela » recuerda Adán

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Salgado, que había entrado a trabajar a la bodega en 1949. Esta vez los obreros decidieron arriesgar más e hicieron una huelga que duró quince días, lo que era bastante largo. El punto principal en litigio era mejorar la indemnización por años de servicio para aquellos obreros que abandonaban la empresa o que estaban incapacitados para seguir trabajando. En esa ocasión obtuvieron el pago de 15 días por año en lugar de siete como era anteriormente; además, se ganó un pago de asignación familiar extra, aparte del que recibían por ley, como asimismo el pago de cuatro pasajes diarios en la movilización colectiva, « aunque usáramos solamente dos » 48 En 1963 se logró aumentar a un mes por año el pago de indemnización.

En el campo, el cambio de contexto fue radical. Según Carlos Morales, en Viña Santa Rosa del Peral « la gente se empezó a entusiasmar en 1966, venía gente del INDAP (Instituto de Desarrollo Agropecuario) a vernos, sabíamos que formar un sindicato era arriesgado pero ahora todo había cambiado ». El resultado fue una reunión con más de 200 personas, asesoradas por gente de organismos del gobierno. Fue tal la efervescencia que no sólo se formó el sindicato en la viña, sino que además se extendió a otros fundos de la región y se creó el sindicato intercomunal, en cuya directiva él fue elegido. El impacto fue inmediato en los pliegos de peticiones:

En 1 967 y 1968 presentamos dos pliegos « altos »; en 1 967 hicimos la primera huelga de la historia de la viña, que duró 1 6 días. Hicimos un salto espectacular, conseguimos mejorar el salario, viajes a la playa, participación en las utilidades, gran aumento en las regalías de maíz, de porotos, 2 balones de gas . . . decían que la nuestra era la mejor viña del país, que dábamos la pauta para los demás.

En 1968 hicieron una segunda huelga, también con resultados positivos. Además de nuevos aumentos salariales, los obreros pudieron disponer de una cancha de fútbol y de una sede social; los días sábados arrendaban máquinas para proyectar películas, lo cual era una novedad. Esto último se consiguió con un préstamo del patrón.49

Los obreros de bodega también consiguieron nuevas conquistas. En 1968, en la Viña Santa Catalina y Algarrobal (pese a su nombre era bodega, no realmente viña), los trabajadores obtuvieron una donación de 1,228 escudos (equivalente a dos meses de sueldo de un obrero) para juguetes para los niños; permiso para dirigentes sindicales para participar en reuniones por 80 horas anuales, sin descuento; celebración del día del gremio (el 12 de octubre) y donación de 1,100 escudos para financiar la fiesta.50

La aparición de nuevos sindicatos en este período no sólo llama la atención por su número, sino por la formulación extremadamente detallada de su organización, lo que aparece en las actas de constitución, con cláusulas y formulaciones que se repiten al pie de la letra. Ejemplo de ellos es el acta de formación del sindicato agrícola del fundo de la Viña Concha y Toro en Peumo,

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provincia de O'Higgins (hoy VI región). Entre los puntos que merecen destacarse del documento figuran los siguientes:

art. 4: que los obreros representan el 40% al menos de los obreros del fundo (asistieron 99 de 1 80) y que diez obreros del predio, al menos, saben leer y escribir (26 de los presentes podían hacerlo). Título I, art. 2: de los objetivos: organizar cooperativas de consumo o economatos, fundación de cajas de cesantía, mejorar las habitaciones de los obreros del fundo, organizar servicios de asistencia social, instalación de bibliotecas, escuelas nocturnas, salas de estudio y cursos de capacitación. Título VII, art. 42: Si el directorio lo estimara necesario para la mejor eficacia de su actuación, obtendrá que lo asesoren comisiones designadas por la Asamblea general [sobre] a) salario mínimo b) asistencia y previsión social c) educación d) deportes y fiestas. Título Vili, art. 43 : el patrimonio del sindicato se formará con las cuotas de los asociados, las erogaciones voluntarias del patrón o los obreros, el producto de los bienes del sindicato y el aporte del patrón.51

Otra de las manifestaciones del cambio fue la aparición de una categoría inexistente hasta ese entonces, la del dirigente campesino que vivía de un sueldo para sus actividades. Carlos Morales pasó a ser dirigente nacional de la Confederación « Eduardo Frei » en 1968; en 1970 viajó a Europa, visitando Hungría, Checoslovaquia y la ex URSS. Luis González, que ya a fines de los años 1950 era dirigente nacional de la Unión de Campesinos Cristianos (UCC) creada por la ASICH, había ido a Europa en 1966. « Yo quería ir, me pagaban el pasaje pero no tenía ropa. Los curas me regalaron una pinta (lo vistieron) y 200 dólares para el bolsillo, era plata en esa época ». A su regreso jubiló como obrero de San Pedro pero continuó trabajando como dirigente sindical, en Molina (allí sigue hasta hoy, incluso jubilado).

También cambió la actitud de los obreros hacia los patrones. En Santa Carolina, los dueños de la empresa habían empezado a llevar de viaje a la playa a los obreros y a sus familias, pero a partir de los años 1960 los trabajadores decidieron que si bien la empresa seguiría financiando el paseo, la actividad sería de allí en adelante organizada por ellos mismos y esta vez por dos días, afirmando que « ya no éramos cabros (niños) chicos ».

La época de la Unidad Popular abrió una nueva situación para los trabajadores. Se reforzó el proceso que llevaría gradualmente a la desaparición del inquilinaje y del sistema de « trateros ». Esto ocurrió por dos razones. Una de ellas fue la mayor existencia de dinero en circulación, fruto de la política económica de la Unidad Popular, que había incrementado los sueldos y salarios en el conjunto del país. Esto hizo que los trabajadores pensaran más en términos de poder adquisitivo que en las antiguas regalías en bienes. En otros términos, tener salarios más altos para adquirir bienes de consumo, incluyendo entre éstos

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el tener casa propia, al exterior de la empresa, pasó a constituir la principal aspiración de los trabajadores.

Este proceso fue favorecido especialmente en las viñas que en esos años habían comenzado a cambiar de dueño, lo cual creaba un contexto diferente en las relaciones de trabajo. Como lo cuenta Rafael Mery, que había comprado la viña Tarapacá a comienzos de 1971 a la familia Barros, la cual había sido la propietaria durante dos generaciones, « yo no tenía compromisos con los obreros », lo cual facilitó el cambio.52

El segundo factor que influyó en el término paulatino del sistema de trateros fue la protesta de los obreros, que preferían que hubiera una mayor igualdad en las condiciones de trabajo: « la gente reclamaba que el contratista se quedaba con la torta ». Así, la tendencia fue de ampliar el régimen de asalariados, pagando más en dinero y menos en regalías. Mery admite que el proceso fue complejo: muchos obreros insistían en guardar las regalías, lo que no era fácil de cumplir, ya que el mercado negro que se produjo durante la Unidad Popular complicaba el suministro de los sacos de galleta, porotos y papas que los inquilinos querían seguir recibiendo.

Al mismo tiempo, los trabajadores se vieron enfrentados a tener que decidir si participaban o no en la gran ola de tomas de propiedades agrícolas e industri- ales que caracterizó el conjunto de esa época. En el campo, la Unidad Popular había acelerado notablemente el ritmo de expropiaciones de predios, pero las grandes viñas habían tomado ciertas medidas para prevenir una situación semejante. Una de ellas fue la de cambiar la estructura de la administración de la empresa, formando sociedades anónimas en lugar del viejo modelo de la propiedad familiar.53 La intención era ofrecer al gobierno el menor número de pretextos posibles para una expropiación, cambiando el rostro de la empresa. Pero la UP decidió no atacar a las viñas grandes, consideradas por el gobierno como empresas bien organizadas y que podían ser una fuente de divisas para el país si aumentaban sus exportaciones.54 En cambio, se ideó un plan especial, consistente en asociar al Estado con las empresas, en lo que hubiera sido el « sector mixto de la economía ».

Según José Garrido, dirigente del sindicato industrial de Viña Undurraga, « el plan no llegó a oídos de los trabajadores ». En una ocasión hablaron sobre el tema con el ministro Chonchol, « pero no creo que hayamos entendido lo que él proponía ».55 Carlos Morales afirmó que no hubo instrucciones de parte de los dirigentes de la UP para que los obreros de viñas tomaran en cuenta el plan especial. La posibilidad de pedir una intervención del gobierno para expropiar las viñas fue discutida en asambleas sindicales, pero pocas veces se llegó a resultados definitivos. En San Pedro la cuestión dividió a los obreros, lo que llevó a la creación de sindicatos paralelos, en la que los opuestos a la expropiación eran mayoría, según Luis González. En Viña Tarapacá, Jaime Salazar relata que hubo muchas discusiones, « pero muchos no estábamos de acuerdo con una toma, habíamos visto lo que pasaba en otros predios, donde se los tomaban y

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después la gente no sabía qué hacer ». El ver que en las tomas de otros fundos participaban personas ajenas fue algo mal visto por los obreros, predominando finalmente, por escasa mayoría, los que se oponían a la ocupación de la viña. En el sindicato industrial de Santa Carolina, el tema no se discutió, ya que « no mezclábamos lo laboral con la política » según Adán Salgado. En Undurraga, de acuerdo a José Garrido, se produjo una situación paradojal: la mayoría de los trabajadores estaba en favor de pedir la expropiación, pero los obreros aceptaron formar turnos de vigilancia para impedir que gente extraña a la viña se introdujese para provocar una toma. « Hubo gente que estuvo dos meses vigilando, pagados por la empresa ... los Undurraga fueron hábiles, siempre decían que estaban dispuestos a dialogar ». Esa actitud se explica porque si bien parte de los obreros deseaba la expropiación, no estaban de acuerdo en que participaran en ella per- sonas ajenas a la empresa. Además, la mayoría de los trabajadores eran de tendencia demócrata-cristiana. En fin, según otro testigo, muchos obreros vacilaban en presionar por la expropiación por razones técnicas: no se sentían preparados para mantener una producción de vino de buena calidad.56

La participación en la vigilancia para impedir tomas, que ocurrió también en otras viñas, se explica por otros motivos. En las viñas Santa Rita y La Fortuna (esta última ubicada en Lontué, cerca de Curicó) los patrones tomaron una decisión revolucionaria: invitaron a los trabajadores a transformarse en accionistas de la empresa, a fin de asegurarse su apoyo en caso de conflicto. En Santa Rita, la decisión fue aprobada por los trabajadores después de muchas dudas, ya que desde el punto de vista financiero, tenían que pagar las acciones con sus fondos de retiro.57 En ambas empresas se formaron directorios compuestos por partes iguales por representantes de los ex patrones y de los trabajadores. Este tipo de sociedad persistió por varios años después del golpe militar de 1973.

En una sola viña importante se produjo una tentativa seria de toma para forzar la intervención del gobierno y expropiar la compañía: fue el caso de Concha y Toro, en mayo de 1972. El día 15 de ese mes, los dirigentes de la empresa encontraron las oficinas ocupadas y las líneas telefónicas desconectadas; los obreros del sindicato industrial les dijeron que habían hecho eso para « presionar al directorio de la sociedad para que aceptara la pronta constitución de la sociedad mixta en la que el Estado tendría el 51% del capital y para impedir todo ofrecimiento para que el personal de empleados y obreros adquiera acciones de la sociedad » (subrayado mío).58 Esta última frase es extraordinariamente importante, ya que demuestra que la experiencia de Santa Rita y La Fortuna se estaba repitiendo en otras viñas, lo que iba en contra de los principios de los trabajadores que apoyaban a la Unidad Popular: en efecto, la UP estimaba que esa política era una estrategia de los patrones para dividir a los obreros. Los empleados también habían adherido a la toma. En los días siguientes el movimiento se expandió a los obreros de campo, que ocuparon los fundos de Cachapoal y Pirque. Esto podía dar pie a una expropiación de la empresa, bajo el pretexto que una industria clave del país estaba paralizada. La empresa

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respondió diciendo que no había ninguna razón para esa toma y que el conflicto era ilegal; declaró además que la Viña se retiraría de las conversaciones con el gobierno sobre el plan mixto mientras siguiera la toma.

El 20 de mayo el gobierno nombró un interventor, el ingeniero agrónomo Fernando Flores (no confundir con el ministro de Economía de Allende, del mismo nombre) y ordenó la reanudación de faenas. Hubo negociaciones entre el interventor y el directorio de Concha y Toro, cuyo resultado fue que la empresa aceptó retirar la querella judicial que pensaba hacer contra los dirigentes de la toma. Esto se decidió en parte porque los jefes de campo y los enólogos habían dicho que « no pueden responder del personal a sus órdenes » si la empresa seguía adelante con la querella.59 La viña declaró que proseguiría las negociaciones sobre el área mixta, pero a través de la Asociación de Exportadores, que reunía al conjunto de las principales viñas. En el predio de Cachapoal, donde al parecer había más riesgo de nueva toma, y donde la sociedad tenía gran parte de su capital, con cuatro millones de litros en bodega, la tensión disminuyó al aprobarse un pliego presentado por los trabajadores « a alto costo » 60 De allí en adelante, el Directorio debió aceptar la presencia de un representante de los trabajadores en sus sesiones, Sergio González, del sindicato de empleados; además, el interventor, que siguió en sus funciones hasta el golpe de 1973, concedió aumentos « muy onerosos para la viña » en los pliegos de fines de 1972 61 Pero las negociaciones con el gobierno se alargaron sin que hubiera progreso; aunque en Concha y Toro la situación era « muy tirante »62 y se temía una expropiación, ésta no se produjo. Las viñas lograron mantenerse incólumes hasta el día del golpe, lo que hizo desaparecer la amenaza.

Desde 1973 hasta hoy: La desaparición del inquilinaje y la difícil existencia de los sindicatos

El golpe militar de septiembre de 1973 creó evidentemente un nuevo contexto para las relaciones de trabajo. Desde luego, la vida sindical se paralizó; las reuniones eran escasas y peligrosas. En la región de Molina, según Luis González, « había que pedir permiso a los carabineros en la intendencia. Una vez nos arrestaron y nos tuvieron varias horas en la comisaría. Lo que nos salvó fue que todos dijimos la verdad, que antes del golpe habíamos participado en algunas tomas. . . . Nos dejaron libres y nos dijeron que ellos también podían arrestar a los patrones, si querían ». Hubo una represión selectiva, que alejó a ciertos dirigentes. En viña Undurraga, el presidente del sindicato, Víctor Hugo Palma, militante comunista, estuvo preso en el Estadio Chile, luego en Tres Alamos y finalmente debió partir a Argentina. Pero el resto de los dirigentes no fue maltratado; el sindicato pudo seguir reuniéndose, aunque en presencia de militares. No hubo elecciones hasta 1978; como en el resto del país, si debía renovarse el directorio, se procedía a elegir nuevos dirigentes por orden de antigüedad

63 En Viña Santa Rosa del Peral, Carlos Morales fue despedido al

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día siguiente del golpe, pero el patrón, Miguel Pianella, le pagó toda la indemnización estipulada por sus años de servicio; cuando pocos días después lo arrestaron, Pianella lo ayudó a salir en libertad y le ofreció ayudarlo a partir a Suecia si temía por su vida 64

Esta represión no hizo desaparecer totalmente los cambios iniciados en la era de la reforma agraria. La participación de los obreros como accionistas en ciertas viñas se mantuvo durante algún tiempo. En La Fortuna esta situación duró hasta 1978, año en que la empresa, como muchas otras en Chile, empezó a experimentar pérdidas por exceso de oferta.65 Según Daniel Guell, dueño de la empresa hasta 1971, y que desde entonces dirigía el directorio con los socios- trabajadores, el sistema no pudo seguir porque los obreros no tenían dinero para hacer frente a las pérdidas: « el banco no estaba dispuesto a prestar dinero a una empresa en la cual el 50% de los socios eran financieramente indigentes ». Guell resolvió entonces ofrecer a los obreros comprarles sus acciones, pues el banco estaba dispuesto a prestarle dinero a él, en forma personal. Los trabajadores aceptaron la oferta y la familia Guell recuperó el control total de la empresa.66 En Santa Rita ocurrió un proceso semejante: cuando las cosas fueron mal en la empresa y se debió apelar a un socio externo para financiarla, éste impuso como condición la compra de las acciones de trabajadores.67

El proceso de eliminación del inquilinaje se completó en este período. A los factores que habían influido antes de 1973 se añadió el nuevo contexto creado por los factores negativos que aparecieron entre fines de los años 1970 y mediados de los 1980. Ellos fueron en primer lugar el impacto adverso del aumento en la oferta de vino y la subsecuente baja de los precios, y en segundo lugar los efectos de la recesión general de la economía chilena entre 1982- 1984. Esto llevó a varios propietarios a buscar una salida a esa situación difícil buscando mejorar la calidad de la producción a través de la compra de nuevos equipos, lo cual exigía una mano de obra más especializada. Esta misma situación explica también que los patrones buscaran utilizar al máximo la tierra agrícola, lo cual fue otra razón para tomar la decisión de terminar con el inquilinaje. Así por ejemplo, en Santa Rita, se juzgó que los inquilinos ocupaban un espacio excesivo con sus casas y los sitios destinados a jardines y huertos. Era más rentable ayudar a obtener préstamos a los trabajadores para construir casas en las afueras de la viña, decisión tomada por el nuevo dueño de la empresa, Jorge Fontaine, en 1979. 68 Un aspecto interesante de este episodio fue que en ocasión de la entrega de las casas a los obreros, Fontaine hizo un discurso en el cual declaró que con este hecho los ex inquilinos pasaban a ser « libres », pues rompían para siempre la subordinación en la que habían vivido con respecto a los dueños de la empresa.69 En Viña Undurraga, el proceso fue más tardío; las casas de inquilinos se eliminaron solamente en 1985, como resultado de la destrucción causada por el terremoto de ese año. La empresa aportó terrenos para la construcción de nuevas casas, « gauchada » (favor) de Pedro Undurraga, según recuerda José Garrido. Pero resabios del inquilinaje han persistido: en Cousiño

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Macul, hasta 1992, los obreros recibían sacos de porotos además de su sueldo; en Tarapacá, hasta ese mismo año había trabajadores que vivían dentro de la empresa, como regalía.70

El impacto de estas medidas para los salarios de los trabajadores de viñas fue menos devastador de lo que se puede suponer. En efecto, al menos para el período 1975-1981, esto es, antes de los efectos de la recesión iniciada en 1982, los obreros del vino habían logrado un ligero aumento en sus remuneraciones, y seguían figurando entre los obreros mejor pagados en la agricultura; sólo los trabajadores de la fruta de exportación ganaban más que ellos.71 Pero estaría por verse hasta qué punto el hecho de recibir más dinero en salario líquido compensa la disminución o la desaparición de las regalías.72

Pese al contexto autoritario de la dictadura, hubo ciertas huelgas. Una de las más importantes fue la de Viña Undurraga, a comienzos de 1988, cuando los obreros obtuvieron aumento de 40% en sus salarios, bastante más de lo ofrecido por la empresa.73

La existencia de sindicatos experimentó un cambio de estructura: se permitió que hubiera uno solo, borrándose la antigua diferencia entre obreros de bodega y de campo, aunque podía haber dos si los trabajadores lo deseaban. También era posible que un trabajador se cambiara de sindicato si había más de uno en cada empresa.

En 1984 se formó una nueva organización para los trabajadores del vino: FENATRAVIS, o Federación Nacional de Trabajadores de Viñas, afiliado a la nueva CUT (Central Unitaria de Trabajadores). Era la primera vez en veinte años que se hacía algo semejante, ya que durante la Unidad Popular no había existido una confederación de ese sector. Su fundación estuvo motivada por la necesidad de enfrentar el problema derivado de la cesantía en el sector viñatero, resultado del impacto de la recesión y del proceso de modernización de las maquinarias.74 Su existencia ha tenido un éxito relativo, ya que no ha alcanzado a reunir un gran número de afiliados: de un máximo de 20 en 1990 se ha pasado a 18 en 1993, con un total de algo más de 1,000 trabajadores.75

Para los años futuros, es probable que los trabajadores de viñas sigan disminuyendo en número, debido al proceso creciente de mecanización de faenas. Desde 1994 se empezaron a utilizar, si bien en forma esporádica, máquinas cosechadoras francesas y australianas para la vendimia, lo cual ha eliminado muchos empleos de época de verano.76 De hecho, el empleo ha disminuido y se utiliza cada vez menos personas por hectárea. En Viña Santa Rita, en 1993, para trabajar las 1 ,000 hectáreas que la empresa poseía, se empleaban 430 obreros agrícolas, lo cual es una disminución con respecto a 1969, cuando para 261 hectáreas se empleban 250 obreros, sumados los permanentes y los temporales.77 En viñas más pequeñas y más recientes la tendencia es más clara: en 1996, en Torreón de Paredes, una de las viñas nuevas surgidas en años 1 980, para trabajar 160 hectáreas se emplean 65 personas; en otra de las nuevas, Viña Echeverría, con sólo 1 2 obreros de campo se trabajan las 70 hectáreas plantadas con viñas.78

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Otras viñas más antiguas no han evolucionado tan rápido, y emplean una cantidad de personal relativemente alta, como Viña La Fortuna, con 80 obreros para 120 hectáreas.79

La fuerte disminución del área plantada de viñedos, fenómeno producido en la última década, es otro de los elementos que modelan la actual situación de los trabajadores de viñas. En efecto, si bien las grandes viñas han incrementado su superficie total, llevándola a veces al triple o más en relación a 1969, 80 el conjunto del área sembrada con viñas ha disminuido drásticamente: entre 1975 y 1991 ha pasado de 106,000 a 59,300 hectáreas,81 lo cual, evidentemente, ha contribuido a hacer bajar el número de empleos en ese sector. Esto completa las transformaciones experimentadas por este sector en los últimos años.

Conclusión

Un elemento central de este artículo era el análisis de la situación y de la evolución del « tratero ». Este tipo de trabajador ha dado lugar a diversas interpretaciones. Para algunos, ese trabajador implicaba la sobrevivencia del inquilinaje, lo cual daba argumentos a aquellos que han hablado de « feudalismo » para caracterizar las relaciones de trabajo en el campo. Pero como se ha visto, los inquilinos en general se aproximaban bastante a la situación de asalariados desde antes de la época de la reforma agraria; en cuanto al « tratero », podría considerársele tanto como un obrero que trabajaba según el rendimiento como un pequeño patrón, que empleaba a otros, a veces sin pagarles. Se trataba entonces de relaciones de producción capitalistas, donde primaba el pago en dinero. Si ese sistema se mantuvo durante largo tiempo, fue porque ello convenía a los intereses de los dueños de viñas, que veían en ello un buen medio de lograr el máximo rendimiento.82 Es cierto que por otro lado ello implicaba concesiones de parte del patrón, entre las cuales figuraba la de no aprovechar al máximo la tierra agrícola de la viña, debido a los lotes ocupados por las casas y huertos de los inquilinos. En ese sentido, cabe hablar de un capitalismo sui generis, que articulaba algunos elementos de tipo servil, los que a su vez pueden haberse explicado por motivos políticos.83

En lo que dice relación con el proceso de sindicalización de los trabajadores, se puede afirmar que los dueños de viñas no actuaron en forma distinta en relación al resto de los grandes propietaros agrícolas de Chile. La organización de sindicatos en la parte agrícola, pese a que las viñas constituían una actividad agro-industrial, fue tan lento como en el resto de las actividades productivas ligadas al campo, que sólo cobró fuerza real al comenzar la época de la reforma agraria. En el sector de las bodegas, la sindicalización comenzó un poco antes, lo cual se puede explicar por el hecho que se trataba aquí de obreros industri- ales, ante lo cual los patrones no podían oponer los argumentos legales que empleaban cuando se trataba de la fundación de sindicatos en el campo. De todos modos, se observa un atraso en la aparición de sindicatos en las bodegas,

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lo cual tal vez se explique por el predominio de la mentalidad traída de las relaciones sociales en el campo, tanto en el caso de los patrones como en el de los obreros.

La ausencia de « tomas » en las grandes viñas durante la época de la Unidad Popular constituye un aspecto que merece un comentario particular. Aunque este hecho puede en parte explicarse por la política del gobierno de Allende y su proyecto de asociación con los productores, puede pensarse también que de parte de los obreros hubo falta de decisión para pedir la intervención del gobierno en sus empresas.84 Esta situación, que merece sin duda un estudio más detallado, basado en un mayor número de casos, puede explicarse por factores múltiples: la división que reinaba entre los obreros por el sistema de « trateros », que como se vio anteriormente, empujaba los trabajadores a un cierto individualismo puede ser una de esas razones. Otra explicación posible es que los patrones habían logrado, a través del paternalismo y de las presiones que habían ejercido por décadas, no sólo frenar o desalentar la formación de sindicatos sino frenar el proceso de concientización política de los obreros, especialmente los de campo, todo lo cual se reflejó en 1970-1973.

En fin, el impacto de la reforma agraria y sobre todo del nuevo contexto generado por la dictadura llevaron a un proceso de transformación importante para los obreros de campo de las viñas, al desaparecer gradualmente los vestigios del inquilinaje y del sistema de trateros. Los cambios realizados durante los años 1980 reforzaron esa tendencia, con la crisis de 1982-1985, la adopción de nuevas tecnologías y la disminución de la superficie plantada con viñas. A ello debe sumarse la aparición de una nueva generación de empresarios, que han comprado algunas de las viñas antiguas o han creado otras nuevas,85 que no tenían lazos con el tipo de organización anterior, todo lo cual trajo consigo una disminución cuantitativa de los obreros de ese sector y un cambio en la organización del sistema de trabajo, lo que completó el proceso de implantación definitiva de las relaciones de producción capitalistas. Este proceso no ha sido siempre ventajoso para los obreros: si bien sus rentas han mejorado un tanto y disponen de vivienda en forma autónoma, muchos empleos se han perdido y los sindicatos han pasado por varios años de existencia frágil. Así quedaron atrás los últimos rasgos del inquilinaje, fruto de las nuevas formas adoptadas por el capitalismo agrario chileno, en el contexto de la dictadura y de la apertura hacia el exterior de la economía chilena, dos elementos que siguen haciéndose sentir en el Chile actual.

Notas

1 . Este articulo es el resultado de una comunicación presentada al congreso de la Asociación canadiense de estudios latinoamericanos y del Caribe, realizado en Toronto en 1995. Agradezco los comentarios críticos de los evaluadores anónimos de este texto, que contribuyeron a mejorar su contenido.

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2. Entre las más conocidas figuran las viñas Santa Carolina, San Pedro, Santa Rita, Con- cha y Toro, Errázuriz Panquchue, Tarapacá y Undurraga, fundadas entre 1870 y 1890. Todas ellas están aún en actividad hoy en día y constituyen las más grandes de Chile.

3. La actividad vitivinícola que se gestó en esa época constituye, junto con la lechería, uno de los pilares de la « modernización de la agricultura ». José Bengoa, Haciendas y campesinos, vol. 2 de Historia social de la agricultura chilena (Santiago: Ediciones Sur, 1990), p. 40.

4. Este plan, que creaba el « área mixta de la economía » no alcanzó a realizarse. Para detalles del contenido del plan (y una visión crítica de éste), véase Jorge Gilbert, Chile: empresas vitivinícolas integradas y la cuestión del poder durante la Unidad Popular (Toronto: University of Toronto, 1978).

5. Por « grandes viñas » entendemos solamente un muy reducido número de propiedades agrícolas especializadas en la viticultura, aquellas que junto con poseer una superficie importante de tierra (más de 150 hectáreas), poseían las instalaciones para efectuar las tarcas que aquí se describen, tanto en el campo como en la ciudad. Aunque no es posible dar una cifra precisa, puede señalarse que en todo Chile, de alrededor de 31,000 productores de vino (según las estadísticas de 1964) sólo 364 de ellos poseían más de 50 hectáreas). Rodrigo Alvarado, « Sinopsis de la vitivinicultura chilena » Mimeo (San- tiago: Asociación Nacional de Viticultores, 1967), p. 9. Los ejemplos citados en este artículo se limitan a un número aún más selectivo, específicamente a las 15 viñas consideradas como las « integradas » que fueron objeto del plan de asociación con el estado de la Unidad Popular, y que son mencionadas por Gilbert, Chile: empresas vitivinícolas.

6. Esta era una de las principales diferencias entre las viñas grandes y las pequeñas, que sólo realizaban la fase agraria, la del cultivo de la vid y (a veces) la de elaboración del vino. Muchos de esos pequeños productores vendían su uva y'o su vino a los grandes, que luego de mezclarlo con el vino propio y etiquetarlo, lo vendían como si fuera propio en el mercado nacional.

7. De este último tipo de trabajador no nos ocuparemos en este artículo, salvo en forma ocasional. Ello no quiere decir que ignoremos su importancia numérica, ya que durante la segunda mitad del siglo XIX y comienzos del XX representaban al menos la mitad del total de la clase trabajadora chilena. Datos en Gabriel Salazar, Labradores, peones y proletarios (Santiago. Ediciones Sur, 1985), cuadro 8, p. 154.

8. Salazar, Labradores , pp. 41-42. 9. Citado por Salazar, Labradores , p. 161. Estas inversiones, que se hicieron notar en las

grandes viñas y que se fueron ampliando a otras propiedades agrícolas hacen decir a un especialista que para el período 1930-1964, « los terratenientes casi (subrayado mío) habían concluido la transformación de sus fincas en empresas capitalistas »; lo que faltaba para completar la evolución era la eliminación de los inquilinos y medieros. Cristóbal Kay, « El desarrollo del capitalismo agrario y la formación de una burguesía agraria en Bolivia, Perú y Chile », Revista mexicana de sociología 3 (1982): 1303.

10. Es la opinión de Bengoa, que al estudiar el caso de una hacienda situada cerca de San Felipe (a unos 150 kins, al NE de Santiago) encontró que de los inquilinos que allí trabajaban en la década de 1 890, « sólo veintinueve . . . pagaron sus arriendos; únicamente dieciocho fueron puntuales . . . podríamos suponer que el resto (casi cuarenta) o no pagaba o se le descontaba de otros trabajos que realizaba, siendo en este caso más parecido al tipo de inquilino que conocemos en el resto del Valle central ». José Bengoa, « Una hacienda a fines de siglo: Las casas de Quilpué », Proposiciones 19 (1990). 158.

1 1 . Roberto Santana, Paysans dominés. Lutte sociale dans les campagnes chiliennes, 1920 1970 (Paris: Editions du CNRS, 1980), pp. 88-89.

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12. Bengoa, Historia social , vol. 2, p. 55. Este autor agrega que los trabajadores forasteros ganaban $1,50 diario, más ración.

13. Archivo Errázuriz, vol. 19, carta del 25-11-1919, dirigida a su padre, Rafael Errázuriz Ur mencia, que era embajador de Chile ante la Santa Sede. En ella se hablaba además de la posibilidad de traer trabajadores inmigrantes de Italia a la viña, lo cual nunca se realizó.

14. Brian Lovcinan, Struggle in the Countryside: Politics and Rural Labor in Chile, 1919- 1973 (Bloomington: University of Indiana Press, 1976), pp. 30-31.

15. Esto apareció claramente en las entrevistas hechas a diversos obreros de viñas, varios de los cuales habían intentado cambiar de actividad, trabajando por algún tiempo en otras faenas, al exterior de la viña. En época anterior, esto también ocurría, pues los inquilinos nunca estuvieron atados a las haciendas; al contrario, a fines del siglo XIX varios latifundistas se quejaban de la escasez de mano de obra en el campo, lo cual se explicaba por la atracción de los salarios pagados en trabajos públicos. Esto contradice lo expresado sobre ese punto por McBride, quien exagera la condición de « amarre » del inquilino a la hacienda. Jorge McBride, Chile, su tierra y su gente (Santiago: ICIRA, 1973), p. 115.

16. Archivo Errázuriz, vol. 19, carta del 17-08-1919. 17. Este sistema no fue exclusivo a Chile. En Francia existía desde hacía décadas o siglos el

régimen del « prix-faiteur », en las viñas medianas o grandes, que efectuaban todo el trabajo de la viña, excepto la cosecha, a cambio de un precio fijo (« prix fait »), pagado en dinero pero al que se agregaban regalías semejantes a las de Chile, como el derecho a leña y a jardín. Ver Philippe Roudié, Vignobles et vignerons du Bordelais (1850-1980) (Paris: Editions du CNRS, 1988), p. 43. En Mendoza hubo también un régimen compa- rable al de Chile. Ricardo Salvatore, « Labor Control and Discrimination: The Contratista System in Mendoza, Argentina ».Agricultural History 60,3 (1986): 52-80.

18. Entrevista, Molina, marzo de 1995. 19. Entrevista, Santiago, marzo de 1995. 20. Datos del diario El Siglo , del 4-12-1953, a propòsito de las condiciones de trabajo de los

obreros de las viñas en huelga en esa época en la regón de Molina, artículo « Otros mil campesinos en huelga », p. 1.

21. Entrevista a Carlos Morales, ex obrero de Viña Santa Rosa del Peral. Santiago, julio de 1993.

22. Datos del archivo personal de Miguel García Huidobro, descendente de la familia que fue propietaria de la Viña Santa Rita durante la mayor parte del siglo XX. Entrevista, junio de 1992

23. Archivo Errázuriz, vol. 19, carta del 25-11-1918. 24. Ibid., vol. 19, carta del 15-02-1919. 25. Archivo personal de Miguel García Huidobro. 26. Entrevista, marzo de 1995. 27. Carlos Ruiz-Tagle, La viña Concha y Toro , Mimeo (Valparaíso: 1993), p. 63. 28. Loveman, Struggle , p. 35, nota 31. 29. Tierra y Libertad, n. 3, primera quincena de noviembre de 1953. 30. Loveman, Struggle , p. 72. Esas disposiciones de 193 1 buscaban disipar la confusión en

torno a la aplicación de las disposiciones del Código del trabajo de 1924, que definía los parámetros para la creación de sindicatos y que habían sido interpretada - con evidente mala fe - por los propietarios agrícolas, los cuales afirmaban que ellas se aplicaban solamente a los obreros urbanos.

31. Ibid., pp. 142-143. 32. Ibid., p. 73. 33. El Vitivinícola , del 10-09-1945.

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34. Debe recordarse que entre 1946 y 1947 hubo un contexto que parecía favorecer la sindicalización en el campo, con la elección del radical Gabriel González Videla como presidente de la república, aliado en ese entonces del partido Comunista. Ese gobierno aprobó efectivamente una ley sobre el tema, pero que contenía varias limitaciones a su aplicación, como por ejemplo la exigencia de saber leer y escribir y haber residido varios años en el fundo para poder ser elegido como dirigente. Además, la huelga en época de cosecha era prohibida. Esto hizo que entre 1947 y 1967 sólo hubiera en Chile 1,800 campesinos afiliados a sindicatos. Chile hoy (México-Santiago: Siglo XXI, 1970), p. 283.

35. Dirección general del trabajo (de aquí en adelante, DGT), Providencias 31 (1947). 36. DGT, Providencias 22 (1953). El examen aleatorio de otros documentos de ese período

prueba la fragilidad de los pocos sindicatos rurales de esos años, que tenían corta vida. 37. Sin embargo, hubo casos en que los obreros de bodega también tuvieron casa al interior

de la viña. Según Adán Salgado, obrero de Santa Carolina, que ingresó a la empresa en 1948, « vivimos 6 años en una casa a la entrada de la viña, de adobe, amplia, con 3 o 4 dormitorios. No había arriendo, era una regalía ». Entrevista, Santiago, marzo de 1995.

38. Alberto Hurtado, sacerdote jesuíta, fallecido en 1950, pasó a la historia como un religioso de gran sensibilidad social, que escribió y actuó mucho en favor de los obreros. Fue el fundador del « Hogar de Cristo » para los niños abandonados. Hoy en día, varias organizaciones de trabajadores han adoptado su nombre o tienen su retrato en sus lo- cales. En 1994 fue beatificado.

39. Henry Landsberger y Fernando Canitrot, Iglesia, intelectuales y campesinos (Santiago: Editorial del Pacífico, 1967).

40. Landsberger y Canitrot, Iglesia , pp. 14 y 28. 4 1 . Ibid., p. 23; ver también Tierray Libertad (2a quincena de octubre de 1953): 2, donde se

publicaban dos artículos sobre los sufrimentos de los católicos de Hungría bajo el régimen comunista.

42. El diario del Partido Comunista, El Siglo , insistió mucho en su análisis del conflicto sobre el hecho que los huelguistas no representaban al conjunto de la clase trabajadora del campo.

43. El testigo se refiere aquí a la ley aprobada por el gobierno de Gabriel González Videla en 1948, que proscribía al Partido Comunista y que quitaba los derechos cívicos a sus militantes, pero que además limitaba seriamente las actvidades sindicales en general. Esta ley fue abrogada en 1958.

44. Esto en parte se debe a un cierto « retardo histórico » en el trabajo que los partidos políticos, sobre todo los marxistas, hacían en el campo. Socialistas y comunistas privilegiaron tradicionalmente esa labor en el sector minero y en el industrial. Además, en 1939, cuando, en medio del contexto favorable creado por la elección del Frente popular, el trabajo político en el campo había cobrado mayor impulso, el presidente Aguirre Cerda, sometido a presiones por los latifundistas, pidió y obtuvo de los dirigentes de la izquierda que aceptaran suspender ese proceso por un tiempo.

45. Amino Alfonso et al., Movimiento campesino chileno , vol. 1 (Santiago: ICIRA, 1970), p. 58, cuadro 20.

46. Los inquilinos, que eran unos 100,000 en todo el país en 1930, habían disminuido a 70,000 en 1965 y a sólo 30,000 en 1970. Lovell Jarvis, Chilean Agriculture Under Military Rule: From Reform To Reaction (Berkeley: University of California Press, 1985), pp. 105-106. En porcentaje, en 1965 los inquilinos representaban el 23% de los trabajadores rurales en Chile central, mientras que los « asalariados ocasionales » representaban el 38%, los « asalariados permanentes » el 25,5% y los « asalariados temporales » el 13,8%. Datos citados por Santana, Paysans , p. 128.

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47. Dalos en Gilbert, Chile, empresas vitivinícolas , p. 22. Desgraciadamente, los datos de otras viñas importantes, como Concha y Toro, Tarapacá y Santa Rita sólo indican el personal total, sin distinguir entre obreros permanentes y temporales.

48. Entrevista, Santiago, marzo de 1995. Esta demanda de los obreros ilustra la importancia del transporte colectivo en Santiago, donde a causa de las grandes distancias, los trabajadores deben tomar a menudo varios recorridos diferentes de autobuses para dirigirse a sus faenas. No debe olvidarse que el gran motín de abril de 1957 fue desencadenado en gran parte por el alza de las tarifas de la locomoción colectiva

49. Es importante señalar que hasta 1965 al menos, los beneficios en servicios o en productos, es decir las « regalías » representaban, según ciertos cálculos, más de la mitad (54%) de los costos de mano de obra de los inquilinos. Los costos en dinero, es decir los salarios, la participación en los beneficios de la empresa y los pagos de la seguridad social equivalían al 46% del total. Datos citados por Jarvis, Chilean Agriculture, p. 110.

50. DGT, Actas de avenimiento permanente 3 (1968). 51. DGT, Decretos de personería jurídica y estatutos de sindicatos agrícolas 3 (1966). 52. Entrevista en Santiago, marzo de 1995. 53. Concha y Toro era la unica viña que desde hacia decadas había adoptado la estructura de

la sociedad anónima, decisión tomada en 1922. Todas las otras dieron ese paso en los años 1960; entre las grandes, sólo Cousiño Macul continuaba (hasta hoy) como empresa familiar.

54. Otra de las razones que motivaba esta conducta prudente de parte del gobierno era que podía expropiar la tierra, pero no las instalaciones industriales, y además las viñas tenían recursos legales para quedarse con la marca. Lo primero tenía como efecto que si se pasaba solamente la tierra al área social, el proceso quedaba incompleto y hubiera creado una situación insostenible, ya que las bodegas envasadoras hubieran seguido en manos privadas. Lo segundo tenía como consecuencia que una viña expropiada no hubiera podido seguir vendiendo en el exterior (ni dentro de Chile) usando un nombre ya conocido. Gilbert, Chile : empresas vitivinícolas , pp. 38-39.

55. Entrevista, Talagante, marzo de 1995. 56. Entrevista a Carlos Fuentealba, dirigente de la Federación Nacional de Trabajadores de

Viñas. Santiago, junio de 1993. 57. Entrevista a Juan Pablo Arístegui, ex gerente de Viña Santa Rita. Santiago, julio de

1993. 58. Viña Concha y Toro, Actas del directorio, sesión 616, 15-05-1972. 59. Ibid., Actas, sesión 619, 25-05-1972. 60. Ibid., Actas, sesión 622, 7-09-1972. 61. Ibid., Actas, sesión 627, 28-12-1972. 62. Ibid., Actas, sesión 628, 25-01-1973. 63. Entrevista a José Garrido, ex obrero y ex dirigente sindical de los obreros de campo de

Viña Undurraga. Talagante, marzo de 1995. 64. Entrevista a Carlos Morales, marzo de 1995. 65. Esto fue en gran parte el resultado de la deisión de la dictadura militar que, aplicando

sus principios neoliberales, abolió la ley de enero de 1938, que había limitado la plantación de nuevas viñas.

66. Entrevista, Viña La Fortuna, Lontué, marzo de 1995. 67. Esta operación se hizo en los términos fijados por el nuevo socio, que se transformó en el

dueño de la empresa, Jorge Fontaine, con lo cual los trabajadores-accionistas recibieron sumas estimadas como muy escasas. Los obreros intentaron guardar sus acciones e incluso se entrevistaron con el cardenal Raúl Silva Henriquez para pedir la ayuda de la Iglesia a

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fn de financiar la empresa, lo cual no dio resultado. Entrevista a Ramón González, representante de los obreros en el directorio de la viña, julio de 1993.

68. Entrevista a Rodrigo Saver, ex gerente general de Viña Santa Rita. Santiago, julio de 1993.

69. Testimonio de José Bengoa, especialista en asuntos campesinos e indígenas. Entrevista, Santiago, abril de 1995.

70. Entrevista a Hernán Navarro, consejero sindical. Santiago, junio de 1993. 71. En salarios reales, los trabajadores del vino, que en 1975-1976 ganaban 104 pesos diarios,

pasaron a ganar 1 18 en 1980-1981; los de la fruta de exportación lograron aumentar su salario diario de 86 a 123 pesos en el mismo período, mientras que los del trigo obtenían un aumento de 74 a 97 pesos. En esa época, 100 pesos equivalían a poco menos de tres dólares US, con lo que el salario mensual ascendía, en promedio a unos 70 dólares mensuales. Datos en Jarvis, Chilean Agriculture, p. 127.

72. Según Manuel Cáceres, obrero agrícola de Santa Rita, que ahora vive en la población construida fuera de la viña « antes estábamos mejor », cuando vivían dentro de la viña, porque disponían de « mucho terreno » y podían criar gallinas y chanchos, lo cual ayudaba a la alimentación, cosa que no pueden hacer ahora, por falta de espacio. Entrevista, Buin, julio de 1992. Es difícil decir si esta declaración refleja la nostalgia de un tipo de vida que quedó definitivamente atrás o si corresponde a una realidad que se puede medir en términos de nivel de vida.

73. De acuerdo a Pedro Marambio, que era dirigente sindical de Viña Undurraga en la época de la huelga, se trató de un movimiento muy combativo, que duró un mes y que contó con el apoyo de diversos sectores de trabajadores de la región. Entrevista, Talagante, marzo de 1995.

74. Según Carlos Fuentealba, diirigente de FENATRAVIS, aunque no hay estadísticas precisas, se puede estimar en 7,000 el número de empleos perdidos en las viñas para el período 1986-1990. Entrevista, Santiago, julio de 1993.

75. Documentos oficiales de FENATRAVIS, facilitados por Carlos Fuentealba. 76. Según el enólogo de Viña Cousiño Macul, Jaime Ríos, actualmente existen en Chile 14

máquinas vendimiadoras, contra sólo tres en 1991. Además, las principales viñas están implementando un sistema de regadío por cañerías, planta por planta, para mejorar la calidad de la uva. Aunque estas dos medidas son caras, Ríos afirma que son necesarias porque permitirá ahorrar en costos de mano de obra, que han aumentado mucho últimamente. Los obreros, que ganaban alrededor de 100 dólares mensuales en 1991, están ganando actualmente [1995] casi 300. Entrevista en el diario La Presse de Mon- treal, 26-10-1995, p. E-l.

77. Datos de 1993 proporcionados por Marta Valenzuela, sección bienestar de Viña Santa Rita, entrevista, junio de 1993; para 1969, datos en Gilbert Chile: empresas vitivinícolas , pp. 19 y 22. Debe recordarse además que la cantidad real de trabajadores en 1969 era sin duda más alta que la cifra indicada, ya que en ella no aparecen los familiares de los « trateros » que en aquella época trabajaban en la empresa según el sistema descrito anteriormente.

78. Entrevistas a Pedro Canelo, gerente de Viña Torreón de Paredes y a Roberto Echeverría, dueño de Viña Echeverría, Santiago, junio de 1996.

79. Pero en esta empresa se observa por otro lado la maximización del empleo de la tierra agrícola: en 1 942 había 45 casas de inquilinos y actualmente sólo quedan dos. Entrevista a Luis Daniel Guell, hijo del propietario de la empresa, Lontué, marzo de 1995.

80. Es el caso de Santa Rita, mencionado anteriormente, como también el de Concha y Toro y San Pedro, todas las cuales poseen ahora 1,000 o más hectáreas, repartidas en distintas

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regiones de Chile: en el valle de Casablanca, Curicó, San Fernando o Casablanca (cerca de Valparaíso). En 1969 ninguna de ellas poseía más de 500.

8 1 . Datos en Sergio Guilisasti y Fernando Subercaseaux, Chile y su vino Mimeo ( 1 986), pp. 62-63, y proporcionados por la Asociación de exportadores de vino. Esta disminución se originó en la crisis de 1982-1985, durante la cual el precio del vino bajó brutalmente, lo que llevó a muchos productores, sobre todo a los pequeños propietarios, a arrancar las vides y a plantar árboles frutales para exportar la producción.

82. Opinión de Nibaldo Fuenzalida, viticultor y administrador de diversas viñas en la región central. Según él, una de las bondades del sistema de contratista era que los trabajadores se mostraban perseverantes y adquirían conocimientos técnicos. Entrevista, Santiago, marzo de 1995. Otro razonamiento sobre este punto es el de Bauer: según él, los latifundistas prefirieron mantener el inquilinaje mentras este sistema les costó más barato que el de invertir más en maquinaria. Arnold Bauer, « Chilean Rural Society », en Christopher Kay y Patricio Silva, Development and Social Change in the Chilean Coun- tryside : From the Pre Land Reform Period to the Democratic Transition (Amsterdam: CEDLA, 1992), p. 26.

83 . Aquí sigo el análisis de Bauer, según el cual una de las razones que explican la persistencia del inquilinaje en Chile en lugar de haber adoptado el « camino prusiano » era la de guardar a los inquilinos como base política, para asegurarse el control sobre un cierto número de votantes. Bauer, « Chilean rural society », pp. 28-29.

84. Es la opinion de un especialista francés que durante la Unidad Popular trabajó en la región viñatera de Molina: el autor habla de « débil combatividad » de la parte de los obreros de las viñas, lo que se explicaba, según él, por el tipo de relaciones sociales de producción imperantes y porque eran mejor pagados que en el sector agro-pastoral. Patrice Castex, Voie chilienne au socialisme et luttes paysannes (Paris: Maspero, 1977), pp. 259-260.

85. Entre los casos mas conocidos de nuevos empresarios que han comprado viñas antiguas figuran Ricardo Claro, Manuel Cruzat, Carlos Cardoen y la familia Luksic, dueños hoy en día (en forma personal o a través de un grupo) de Viña Santa Rita, Santa Carolina, Tarapacá y San Pedro, respectivamente. Estos cuatro empresarios tienen intereses múltiples en la industria manufacturera, la agroindustria, las telecomunicaciones y las finanzas. Entre los creadores de nuevas viñas, de menor superficie pero que son muy activas en la exportación figuran el economista y consultor internacional Roberto Echeverría (Viña Echeverría) y el empresario metalúrgico Amador Paredes (Viña Torreón de Paredes).

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