el quijote en romance

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En este romance (fruto de muchos años de dedicación del profesor Teodoro Martín de Molina) el héroe no es otro que el más universal de todos los personajes de la literatura española salido de la pluma del más genial de nuestros escritores.

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por detrás o por delante;su complexión era recia,aunque enjuto como nadie;gustaba salir de cazay temprano levantarse,de sobrenombre Quijanao apellido semejante,que de esto existen versionesque ahora no nos atañen.

Los ratos que estaba ocioso,muchos por lo que se sabe,se daba en leer los librosde caballeros andantes,con tal gusto y devociónque incluso llegó a olvidarsede su afición por la caza,y, así mismo, descuidaselos asuntos de su hacienda,al punto que le llevarea vender algunas tierraspara con ello comprarselos libros que en poco tiempo,de manera irremediable,lo convirtieron en loco,en un loco de remate.Todos los llevó a su casay con ellos fue a encerrarse,y los leyó con fervor;y empezaron las señalesque nos daban a entenderque no estaba en sus cabales.

De todos los que leyóaquellos que más gustarefueron los de Feliciano,de Silva se apellidase,porque gustaba en leeren algunas de sus partestextos más que enrevesadospor muy pocos descifrables,

Capítulo I

Esta es la presentacióndel hidalgo don Quijoteque allá en la Mancha nació.

EN un lugar de la Mancha,del que no quiero acordarme,no ha mucho tiempo vivíaun hidalgo inigualable.Poseía el tal hidalgoun rocín de pocas carnes,y un galgo muy corredorque sacaba por las tardesen busca de alguna piezacon que sobrealimentarse,ya que la comida diariano es digna de mencionarse,solo duelos y quebrantos,lentejas y algún brebajeeran, junto a poco más,los sus mejores manjares;y además, echando cuentas,se llevaban buena partedel valor de la una haciendaque heredara de su padre.Solía vestir el hombreun buen sayo de velarte,unas calzas de velludoy hasta vellorí elegante.

Tenía un ama en su casaque de cuarenta pasase,y una muy joven sobrina,que le hacía de ayudantey no pasara los veintedesde que al mundo llegare.Él rondaría cincuenta

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nunca habrá quien las aguante,pues se mezclan caballeroscon enanos y gigantescon un sinfín de criaturas,horribles, descomunales.

Del gran Cid decía que eraun caballero notable,pero le gustaba másel que venció en Roncesvallesal encantado Roldándespués de en su pie pincharle;y también hablaba biendel gigantesco Morgante,pues entre los de su castaera el más bueno y afable.

Y rematado su juicio,parecióle muy importanteconvertirse en caballero,en un caballero andanteyendo a buscar por el mundouna vida emocionante;con armas y su caballoen busca de contrincantes,de aventuras y otras cuitasque pudieran confirmarlecomo el más grande entre todoslos caballeros andantes.

Buscó entre los viejos trastosy encontró junto a un estanteunas armas en desusode los tiempos ancestrales,que deberían de serde remotos familiares;limpiólas y aderezólasdejándolas impecables,lo que no pudo encontrarfue celada con encaje,mas pronto se la industrióy al morrión quiso aplicarle

y que ni el mismo Aristótelespodría desentrañarles.No estaba muy convencidoque las heridas y ultrajesque don Belianís sufrierade manera tan constante,no dejaran en su rostromás que ostensibles señales,pero alababa al autorpor ser tan perseverantey prometer concluirla aventura inacabable,y muchas veces, él mismo,el final pretendió darle,si otros mayores proyectosa un tiempo no le estorbasen.

Con el cura del lugartuvo competencia grande,y también con el barberodisputas interminables,pues a los unos y al otrono había quien apeasesobre el mejor caballeroque en todo el mundo se hallare:para el cura, Palmerínsería el más importante,para el barbero, el del Febono tenía contrincante,pero Amadís, nuestro hidalgo,lo juzgaba inalcanzable.

Leía por las mañanasy leía por las tardes,y a resultas de lo dichosu cerebro se secare,pues no hay cabeza en el mundoque sufra los disparatesque en esos libros se dicende un modo tan deleznable;y las luchas que se entablan

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con la que quiso casarse.A ella, que nada sabía,le pareció bueno darleel nombre de Dulcinea,y para salir del tranceel nombre de su ciudadle puso como estandarte,por lo que ya su señora,desde allí y en adelante,Dulcinea del Tobosopara siempre se llamase.

celada de un buen cartónesperando que aguantasecuchillada de la espadaque él mismo se la asestase,mas, tras recibir el golpe,se desbarató al instante;y volvió a hacerla de nuevocon barras de hierro estables,dando así por terminadatarea tan excitante.

Luego fue a ver su rocíny poniéndose delantedecidió cambiarle el nombrey lo llamó Rocinante.Tanto le gustaba el nombreque el propio quiso cambiarse,y en un alarde de ingeniodon Quijote fue a llamarse.

Limpias las armas antiguas,puesto el nombre a Rocinante,pensaba en qué le faltabadespués de auto confirmarse:

«Solo me queda una cosa,eso será enamorarme;si me encuentro por ahícon un terrible tunante,lo derribo en el encuentro,tras rendirlo habré de enviarley que le diga a mi dama:“De Malindrania gigantea quien venció un caballero,don Quijote he de nombrarle,don Quijote de la Mancha,quien me mandó presentarmeante la vuesa mercedque disponga a su talante”».

Estando en estos pensaresde Aldonza vino a acordarse,moza de un pueblo cercano

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diciendo cual quien recita:«¿Quién duda que con el tiempo

mis aventuras se escribany entre otras cosas se cuenteesta primera salida,y que el autor de la historiade esta manera lo diga?:“Cuando el rubicundo Apolodejó las hebras tendidasde sus dorados cabellossobre la tierra y la arcilla,y apenas los pajarillosa la aurora recibían,el famoso don Quijote,que allá en la Mancha vivía,montó sobre Rocinantey comenzó por la víade los campos de Montielsu aventura peregrina”.

Dichosa la edad y el sigloen que las hazañas míasde ser labradas en mármolsean mucho más que dignas.¡Y tú, sabio o encantador,quienquiera sea el cronista,no olvides a Rocinante,compañero de fatigas!»Y luego siguió diciendo:«¡Oh, Dulcinea querida,dueña de este corazóny de esta mi alma cautiva!Mucho daño me habéis hechoal no aceptar mis caricias,y no poder presentarme,y ver con mi propia vistaesa hermosura y donaireque el no verlos mortifica.Plegaos a este corazónque por vos sufre y suspira.»

Capítulo II

De la salida primeraque nuestro notable hidalgohiciera desde su tierra.

HECHAS, pues, las prevenciones,de la manera antes dicha,no quiso aguardar más tiempoen hacer lo que debía.Una mañana temprano,antes de la amanecida,sin avisar su intención,cuando nadie lo veía,cabalgando en Rocinante,con todas las armas listas,dio comienzo a su aventuracon alegría grandísima.Apenas se vio en el campo,al poco de la salida,un terrible pensamientollegó de forma imprevista:caballero no era armado,y en ley de caballeríatomar las armas contra otrosni podía, ni debía.

Este fatal pensamientociertas dudas le suscitan,que muy pronto disiparonla locura que tenía.El armarse caballerodebía ser enseguida,al primero que encontrasecon fervor lo pediría.Así se tranquilizóy continuó tal cual iba,hablando consigo mismo,

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que en las historias les pintan,se apeó de Rocinanteesperando que saldríandel castillo algunos mozosy el caballo tomarían.Mas, viendo que se tardaban,él mismo la puerta abría,y allí estaban unas mozas,de esas de la alegre vida,que con unos arrierosse marchaban a Sevilla,y a las dos, en su locura,con doncellas confundía.

Al poco un cuerno sonóde un porquero que veníaacompañando a la piarade cerdos que mantenía.Don Quijote se creyóque aquel cuerno que él oíaeran toques de trompetasque anunciaban su venida.Las mozas al ver a un hombrevestido de aquella guisallenas de miedo y pavorentrarse pronto querían;don Quijote, coligiendoel motivo de tal huida,les dijo a las dos muchachas:

–No fuyan señoras míasni teman desaguisado,mi orden de caballeríadaño con vuestras mercedesnunca lo permitiría,cuánto más a unas doncellasde buena cuna nacidas.

Ellas al verse doncellasno pueden parar la risa,justo punto en que el venterode la posada salía;

Con estos y otros pensaresde una tenor parecida,caminaba muy despaciomientras que el sol iba a prisay con un ardor tan fuerteque de una manera limpiaderretiría sus sesos,si aún algunos tenía.

Hay autores que proclaman,tras hacer muchas pesquisas,que su aventura primera,donde todo se principia,le acaeció en Puerto Lápice,en tanto que otros decíanque fue la de los molinosla que sería la prima;mas lo que yo he averiguadoen las crónicas escritases lo que les cuento ahorade forma clara y concisa.

Cabalgando estuvo el hombrehasta que anochece el día,cansado y muerto del hambrejunto con Rocinante iba,mirando a todas las partespor si un castillo veía.Ni majada de pastoresen el campo descubríadonde reposar los huesostras llenarse la barriga.Una posada encontró,y en caminar se dio prisa,hasta su puerta llegóal tiempo que el día se iba.En llegando hasta la venta,que a él castillo parecía,con torres y chapiteles,y una puente levadiza,y todos los adherentes

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que en el orbe encontraría.El ventero lo miraba,

no tan bueno parecíael rocín que don Quijotecon afán enaltecía,mas sin reparar en ellose fue a la caballeriza,y volvióse a ver al huéspedpor si algo le requería.

Desarmar al caballerolas dos mozas pretendían,mas ni gola ni celadade su cabeza salíanpor mor de aquel atadijomalhecho con verdes cintas;necesario era cortarlas,algo que él no lo queríay con la celada puestaesa noche dormiría.Y, como él a las dos mozastodavía confundíacon señoras principales,les recitó unas letrillasacerca de Lanzaroteen romance o poesía,descubriéndoles su nombrealgo que no pretendíahasta que hiciera una hazañay de ese modo servirlas.Las mozas poco avezadasen tales palabreríasle preguntaron sin mássi comer le apetecía.

–Cualquiera pobre comidacon gusto yo yantaríaporque a lo que yo me entiendomucho al caso a mí me haría–respondióles don Quijotea las dos traviesas niñas.

era el ventero hombre gruesoy de apariencia pacífica,que viendo aquella figuraque ante sí mismo tenía,no siguió el juego a las mozasy ni esbozó una sonrisa;y así le habló a don Quijotecon palabras comedidas:

–Si vos posada buscáis–el buen ventero decía–,aquí la podéis hallar,menos lecho (que no había),de las cosas del yantarhallará gran demasía.

Viendo el señor don Quijotedel alcaide su hidalguía,que tal le pareció a élventero y donde vivía,de aquesta parca maneraal ventero respondía:

–Para mí fiel castellanocualquier cosa bastaría,mis arreos son las armasy mi descanso la riña.

Pensó el huésped que el señorbien confundido lo había,pues lo nombró castellano,cual si fuese de Castilla,más siendo él un andaluzque nació junto a la orilladel río Guadalquivirallá en Sanlúcar bendita.

El ventero le ayudósujetándole las bridas,y una vez que estuvo en tierra,con voz que apenas se oía,le encomendó al posaderocuidar su caballería,pues era la mejor pieza

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un castrador con cuchillaque hizo sonar un silbatoen cuatro o cinco metidas.Que estaba en grande castillodon Quijote así confirmapues con sones de fanfarriamientras come, le servían:el bacalao era trucha,trucha la más exquisita,aquel negro y duro panalgo que el hipo te quita,el ventero un castellano,las dos mozas bellas ninfas,así por bien empleadaél ha dado su salida.

Que ese día fuese viernesfue su desgracia o su dichapues solo había en la ventapescado como comida,del que llaman abadejoen las tierras de Castillay bacalao lo llamansi estás en Andalucía.

Así, que le preguntaronque si truchuelas quería,y él les respondió que pronto;y de una forma sencilla,las pusieran en la mesaque ya sonaban sus tripas.

Puesta la mesa a la puertadonde corría la brisa,trajo el ventero porciónsacada de la cocina:bacalao remojado,peor cocido sería,un buen pedazo de pannegro de carbonería.Ver comer a don Quijoteera cosa de gran risapues con la celada puestanada meterse podíasi es que otro no se lo dabay en boca se lo ponía.

Mientras una de las mozasal caballero servía,el ventero con gran mañauna caña introducíapara poderle colarel fermento de la viña.Don Quijote soportabacon la paciencia infinitaa fin de que no rompierande la celada las cintas.

En esto llegó a la venta

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y en Toledo en las ventillas,bien se había ejercitadoen esa caballería,y conocía por ello,de forma clara y precisa,de todos los requisitosque el armarlo requería;mas, como por unas obras,no estaba útil la capilla,pidió velara las armasen el patio de la fincay por la mañana hacerlas ceremonias debidas.Y le preguntó el venterosi lleva dinero encima;que no traía ni blanca,don Quijote le diría,porque nunca había vistoen las historias escritasque un andante caballerollevara ni calderilla.El ventero le repusoque eso nunca se escribía:tan elemental cuestiónya se daba por sabida,igual que llevar consigoalguna camisa limpia,y asimismo en una arquetaungüentos y medicinaspara poderse curarsi recibían heridas;por ello en la antigüedadllevaban en la mochiladineros y los ungüentos,y también algunas hilas;y le daba por consejoque en próximas correríassiempre llevara consigolas prevenciones descritas.

Capítulo III

De la graciosa maneraque en armarse caballerodon Quijote a bien tuviera.

UNA vez la cena acabaentra en la caballeriza,se encierra con el venteroy tras clavar la rodillacon angustia y vehemenciade esta manera suplica:

–Jamás me levantaréde aquesta actitud solícita,valeroso castellanoconcededme lo que os pida.

El ventero al ver al huéspedabrumado y de rodillas,confuso y sin entenderal suyo ruego accedía.

–De vos no esperaba menos–don Quijote respondía–;mañana por la mañana,tras pasar noche en capillaquiero me arméis caballeroaquí mesmo en esta villa.

El bueno del posadero,que ya barrunto teníade su falta de cordura,a su petición cedía.Quiso seguirle el humorhilvanando la mentirade que él en su juventuden el compás de Sevilla,azoguejo de Segovia,de Granada en su rondilla,por la playa de Sanlúcar

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no se tardó ni una chispaen retirarle las armasde lo alto de aquella pila.Al ver esto don Quijote,al cielo alzando la vistay pensando en Dulcinea,desta manera decía:

–¡Acorredme mi señora,ayuda, señora mía!,en esta primera afrentadeste que me desafía;que vuestro amparo y favorahora se necesita.

Soltó la adarga en el sueloy la lanza puso arriba,dándole un golpe al arrierola cabeza le partía,dejándole tan maltrechoque segundo no precisa,pues si se lo hubiera dadoya nadie lo curaría.

Don Quijote asió sus armas,las puso sobre una pila,tomó en un brazo la adarga,la lanza en otro tenía,comenzando a pasearsea esperar el nuevo día.Mas ocurrió que un arrieroque de la venta salíapara dar agua a su recua,sin saber bien lo que hacía,retiró todas las armasque estaban sobre la pila,ante lo cual don Quijotele hablaba de aquesta guisa:

–¡Eh, tú, quienquiera que seas,si no quieres ir sin vida,no intentes tocar las armas,vete con cuidado y miraal más valeroso andanteque en todo este mundo habita!

Y no se curó el arriero,

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para provocarle la huida.Más no conocen muy biena quien es su antagonista:tras su adarga puesta en altodon Quijote se escondíasin desamparar las armasque estaban sobre la pila.El ventero daba voces,de su locura advertía,y que, aunque a todos matase,por loco se libraría.Más alto habló don Quijote,de todo los llamaría:unos malvados traidoresque hacen con alevosía;y del señor del castilloterribles cosas decía,que es follón y mal nacidopues tal cosa consentía,sin embargo, si él ya la ordenla tuviese recibida,muy buena cuenta de todosen poco rato daría.

–Pero de todos vosotros,la más baja villanía,no hago caso de ninguno:mira, llega, ven y tira,ofendedme lo que os plazca,bien a todos pagaríapor vuestra grande sandezy vuestra tal demasía.

Todas aquestas palabras,en los que las piedras tiraninfundían gran temor,lo que a retirada obliga.Tras llevarse a los heridossolo el ventero estaríaa quien la burla del huéspedmuy poco le apetecía,

Acabada la faenavuelve a poner en la pilaesas armas que el arrierode allí las quitado había.Tornó luego a pasearsecomo primero lo hacía,y al instante un nuevo arriero,sin saber lo que ocurría,quería hacer con las armasuna cosa parecida.

Sin que mediase palabrala misma batalla libradon Quijote con el hombreque tuvo tal osadía;rompiéndole la cabezade una manera mellizaa la del primer arriero,dejándolo de igual guisa.Ante el ruido provocadomucha gente acudiría,entre todos el venterojunto con ellos venía.Visto esto por don Quijotela adarga la embrazaría,puesta la mano en la espadaasí a todos recibía:

–¡Dueña de la fermosuraque mi corazón asista,vuelve ojos de tu grandezaque al caballero cautivan,y ayuda para que afronteesta acción con valentía!

Con esto cobró tal bríoque con todos lucharía,aunque fuesen mil arrierospaso atrás nunca daría.

Compadres de los heridos,cuando vieron las heridas,las piedras llueven sobre él

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que caballero lo hacía.Una de las dos muchachas,

aguantándose la risa,le ceñiría la espaday le calzó las espigaspropias para espolearal rocín en la barriga.Se acabó la ceremoniaa galope y a toda prisa;por montar en Rocinantedon Quijote ya suspira.

Raras palabras habló,imposible referirlas,el ventero en brevedadcon las suyas respondíadándole buenos consejoscon poca palabrería,y sin pedirle la costaque marchase permitía.

y antes de nueva desgraciacon afán se proponíaabreviar y darle la ordennegra de caballería.

Disculpóse el posaderode la afrenta recibida,díjole que en el castillocomo capilla no había,lo que quedaba de hacerallí mismo se podía,que en el velar de las armasla hora está más que cumplida.Todo creyó don Quijotey presto obedeceríapor ver si con rapidezdel embrollo se salía,pues si ya estuviese armadono dejaría alma viva,a no ser aquellas queel castellano le pida.

Advertido ya el ventero,un libro grande cogía,donde asentaba la pajaque a los arrieros vendía,y sosteniendo en la manoun cabo de vela fina,estando también presenteslas dos mozas antes dichas,con grande prosopopeyaa don Quijote se arrima,al cual coloca en el suelomandando hincar las rodillas.Y leyendo en su manualcomo aquel que oraba hacía,en mitad de la leyendapescozada le daría,y tras dicha pescozada,usando su espada misma,dio gentil espaldarazo

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–Ojos listos, lengua queda.Viendo aquesto don Quijote

con airada voz le espeta:–Caballero descortés,

o lo que quiera que sea,mal parece desquitarsecon quien no opone defensa.Tomad presto vuestra lanzaque la mía ya está presta.

Ante tamaña figura,que de armas va tan repleta,muerto se ve el labradory responde con destrezasiempre con buenas palabras,siempre con palabras buenas:

–Mi muy señor caballero,este que recibe afrentaes un criado más que vagoque cuida de las ovejasy cada día que pasauna de menos encierra,y al castigar su descuidode mala forma contestadiciendo que no le pagola soldada que yo deba,y por Dios, y por mi ánima,es preciso que este mienta.

–¿Miente delante de mí?¡Por el sol que nos calienta!Pasaros de parte a parteusando la lanza aquesta,es uno de los pensaresque pasa por mi cabeza.Páguesele a ese muchachoy desatadle las cuerdassi es que no queréis morircon todas las tripas fuera.

Asustado el labradorpalabra no respondiera

Capítulo IV

De aquello que sucedióa nuestro gran caballerocuando la venta dejó.

SERÍA la hora del albacuando salió de la ventatan gallardo, tan feliz,en actitud tan contentaque revienta de su gozolas ropas que lleva puestas.Para acomodo de todoquiere volver a su aldea,hacia allá se dirigíaal mismo tiempo que piensaen esos sabios consejosque del castellano oyera.

No mucho ya había andadocuando mirando a su diestraoyó los quejidos de alguienque vienen de la foresta.

–Gracias al cielo le doy,sin duda voces son estasde alguno menesterosoque a mi labor bien se presta–dijo el señor don Quijoteal tiempo que al bosque se entra.

Una yegua atada a un árbol,en otro y de igual maneraun muchacho jovenzuelocon la carne descubiertarecibiendo los azotesque vienen de la correade un forzudo labradorque con denuedo le pega,al tiempo que repetía:

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pronto a las andanzas vuelvacuando don Quijote marche,y esté solo, y no lo vea.

–En todo lo que yo mande,en todo respeto tengaque es hidalgo el caballeroque aquí mismo se lo ordena.

El labrador cabizbajoallí mismo hace promesa,y con ello don Quijotegrandemente se contenta,no sin antes advertirlede los peligros que llevano cumplir lo prometido,no cumplir con la promesa,pues volverá para ver,y si esto así sucedieragrande sería el castigoque el labrador recibiera,buscaría y lo hallaríapor mucho que se escondiera.A los dos hace saberque el que lo dice y lo ordena,don Quijote de la Mancha,el de la Mancha manchega,agravios y sinrazonescon valor los desfaciera,valeroso caballeroallá donde los hubiera.Acabadas sus palabraspica al caballo y se aleja.

Con los ojos lo siguióaquel que labra la tierra,y cuando lejos lo vioal muchacho manos echa;lo vuelve a atar en un árboly vuelve a usar su correa,dándole tantos azotesque casi muerto lo deja,

y desató a aquel muchachocorriendo a toda la priesa,al que don Quijote inquierea cuánto asciende la deuda:

–Nueve meses sin la pagade siete reales quedan–entre gritos y sollozosel muchacho le contesta.

Sin necesidad del lápizdon Quijote hace la cuentapor lo que la deuda llegaa tres más de los sesenta.Conminóle al labradora que la cuenta rindieraso pena de morir prontode tal modo que una fiera.

Medroso estaba el deudory regatear intenta:de tres pares de zapatostiene que hacerse la resta,también de varias sangríasun real por cada de ellas.

–Todo eso muy bien estaba–don Quijote da respuesta–:el cuero de los zapatospor el de su carne cuenta,la sangría cuando enfermopor la que ahora sufriera,así que nada le debe,la cuenta ya estaba hecha.

El labrador le replicaque allí dinero no llevay le pide al mozalbeteque con él a casa fuera,que todo le pagaríamoneda sobre moneda.

El receloso muchachono quiere coger veredapues teme que el labrador

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y la lanza bien aprieta,puesto en mitad del caminoa que ellos lleguen espera,en ademán arrogantea los que llegan vocea:

–Que todo el mundo se pare,que aquí mesmo se detenga,si después de oírme a mítodos juntos no confiesanque no hay mujer más hermosaque la singular doncella,la emperatriz de la Mancha,la muy sin par Dulcinea,Dulcinea del Toboso,mi fiel señora, mi reina.

Pararon los mercaderestodos llenos de extrañezay uno, que era muy burlón,respondió de esta manera:

–Nosotros no conocemosquién es la señora buena,mostradnos un su retratopor muy pequeño que sea,que por el hilo, señor,se sacará la madeja.Y aunque el retrato nos digaque es coja, encorvada y tuertapor complaceros a vosdiremos lo que convenga.

–Canalla, infame, traidor,ni corcovada, ni tuerta,más que huso de Guadarramami señora es de derecha.Mas sin perder un minutopagaréis cara la afrenta.

En diciendo estas palabrasa Rocinante espoleadirigiéndose al burlónclavarle la lanza intenta,

pasados unos momentoslo desata de las cuerdas.

Que buscará a don Quijoteel muchacho juramentay que volverá con éla que le ajuste las cuentas.El muchacho va llorando,riendo el amo allí se queda.

Poco a poco don Quijotedeja las tierras aquellas,cabalgando en Rocinanteva pensando en Dulcineay recuerda a media vozla promesa que le hicierade estar sujeto y rendidoa la bella entre las bellas,y que hace muy poco tiempoun entuerto desfacieraliberando a un tierno infantede una crueldad tan extrema.

En esto llega a un caminoque en cuatro se dividiera,en pasar la encrucijadacomo caballero piensa,mas por a otros imitarpor espacio piensa y queda,al rato de estar asíque el rocín decida deja,y este no toma caminoque el de su aldea no sea.

Con grupo de mercaderesque van en busca de sedadon Quijote, ensimismado,de repente se tropieza,eran seis los principalesmás unos criados que llevan:tres de a pie, cuatro cabalganen caballerías nuevas.

Afirma bien los estribos

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Capítulo V

Se sigue la narraciónde la tan grande desgraciaque don Quijote sufrió.

VIENDO el señor don Quijoteno poderse levantarecha cuentas y recuerdahistorias de tiempo atrás;la su locura le trajoalgunas que recordar.Valdovinos y el marquésen suya mente entraránpues como molde le vienenpara lo que pasó acá.

Recitó todo el romancedesde la pe hasta la pa:«¡Oh noble marqués de Mantuami tío y señor carnal!»,en llegando aqueste versopor allí acertó a pasarun labrador, su vecino,que habitaba en su lugary preguntóle al heridoque cuál era el suyo mal.Confundióle don Quijotecon aquel tío carnaldel señor marqués de Mantua,y volvióse a recitarlos versos de aquel romanceque cantaban su pesar.

El labrador que lo oyerala visera fue a quitary tras limpiarle su rostrocon Quijana fue a topar(que cuando juicio tenía

pero a mitad de caminoRocinante va y tropiezay nuestro gran caballeroda con sus huesos en tierra.Cayeron caballo y amoen medio de la vereda,intentóse levantarmas la suerte le fue adversa.

–Non fuyáis gente cobarde,que en esta pose me veano es culpa del caballerosino del rocín que lleva.

Un mozo de los de mulashasta el caído se acerca,hace pedazos la lanzay a darle golpes comienzahasta dejarlo molidocual trigo que pasa piedras.Los suyos amos le gritanque deje de darle leña,mas, como estaba picado,de golpearlo no cesahasta que pueda calmaresa ira que dentro lleva.

Ante tanta tempestaddon Quijote no se quejamas al contrario les gritaque pagarán su torpezay amenaza contra el cielo,contra cielo y contra tierra,y contra estos malandrinesque maltrecho allí lo dejan.

Cansado ya de zurrarel mozo ya no le pega,los mercaderes siguieronel camino que trujeran.

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Platicando allí se encuentranel cura de ese lugar,con el ama y la sobrinay maese Nicolás,hablaban de las lecturasque leía sin pararantes de desparecerel que en la puerta ya está,que eran libros del demonioal que llaman Satanás,que debían ser echadosa un fuego en el que abrasar.El labrador que esto oíacomprende la enfermedady así, de aquesta manerales comienza a vocear:

–Abran las puertas señores,ábranlas por caridad,el señor de Valdovinosestá presto para entrarque viene muy malferido,que viene ferido mal.

Ante las voces que oíantodos a la puerta vanreconociendo a su amigo,al amo y al tío carnal,todavía en su jumentopor no poderse bajar.Corriendo se acercan prestospara poderlo abrazar,mas él con una voz débilallí los mandó parar,y con tono lastimeroa todos quiso informarque por culpa del caballoen aqueste estado está,que lo lleven a su lechosi es posible hacerlo ya,y que la gran sabia Urganda

así lo usaban nombrar);hízole algunas preguntas,él no respondía a tal,seguía con el romanceun verso y otro detrás.

Al esto ver el buen hombrelo comienza a examinarcomprobando no hay heridasni de la sangre señal,subiéndolo en su jumentocon mucha dificultad,y recogiendo las armascomienzan a caminar.

En el camino de vueltano cesa de suspirary el labrador, su paisano,le pregunta por su mal,que recuerda a don Quijotenuevos cuentos que contar,ahora es Abindarráezy al labrador dio en llamardon Rodrigo de Narváezalcaide para olvidar;por ello a nuevas preguntassiempre vuelve a contestarcon las historias leídassobre el arte de luchar.

El labrador, Pedro Alonso,ya cuenta se viene a darque el pobre señor Quijanotiene locura de atary por ello se da priesapor pronto al pueblo llegar.Una vez llegada la horade la oscura oscuridad,con sigilo y sin alardesal caballero hace entraren la suya propia casaque muy alborotada está.

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Capítulo VI

Del escrutinio donosoque hicieron cura y barberode libros del ingenioso.

DON Quijote aún dormíacuando el cura regresó;dónde estaban esos librosal ama le preguntó,diéronle todas las llaves,en un aposento entró,más de cien cuerpos de librosde los grandes encontró,así otros muchos pequeños,cuántos no sabría yo.

Con hisopo y agua benditael ama pronto tornópretendiendo que espantaraa cualquier encantadorque se escondiera en los librosque don Quijote leyó.Que traiga todos los librosal barbero le mandóy él, uno a uno los trajo,incluso de dos en dos,por ver de qué se tratabanlos títulos repasó.

–No hay tan siquiera ni medioque se merezca el perdón–dijo la noble sobrina–,que de todos fin mejores echarlos en la hoguerapara que ardan en montón.

Uno de Amadís de Gaulael barbero le entregóel ser primero en su género

pronto lo venga a curar.Lleváronle hasta su cama,

comiénzanle a preguntar,de mil preguntas que hicieronni una quiso contestar,sino que le den comiday lo dejen acostarpara que duerma un gran sueñoque es lo que le importa más.

De todo lo sucedidoal cura informe le dan,el labrador le contóde cómo lo fue a encontrary los muchos disparatesque al hallarlo y al cabalgarle dijera don Quijotesin un momento parar.Deseos da al licenciadode hacer lo que luego hará,que fue llamar al barbero,a maese Nicolás,y a casa de don Quijoteél se marchó con el tal.

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Capítulo VII

De la segunda salidaque nuestro gran caballerohiciera con grande dicha.

AL despertar don Quijoteforma grandísimo estruendo,al cuarto todos acudeny lo encuentran tan despiertocomo si por nunca hubieradormido con gran sosiego.A la par barbero y curalo devuelven a su lecho,cuando ya estuvo tranquiloaparecen los recuerdosde la batalla que tuvocon los vivos y los muertos,el bastardo de Roldánque con modos truculentoslo ha molido y quebrantadoen la carne y en los huesos;mas le dieron de comery se durmió tan contento.

Aprovechando la nochele tapian el aposentodonde guardaba los libros,aquellos tan traicionerosque le trocaron en todoel muy su noble cerebro,así matando la causano perdurase el efecto.

Pasados un par de díasse levanta el caballero,ir en busca de sus librosfue lo que quiso primero.Que dónde estaban sus libros

de las llamas lo salvó,mas otros que aparecieronpor la ventana tiró.Pocos fueron los salvadosdel incendiario furorsolo quedaron aquellosconsiderados mejorbien por el contenidoo conocencia de autor.

Tirante el Blanco el primerocon Amadís se quedó,el Palmerín de Inglaterra,Diana de Montemayor,los diez libros de Fortuna,de Fortuna y del amor,cancionero Maldonado,que de Filia era el pastor,la novela Galatea,libro de grande invención;la Araucana, la Austriada,el Monserrate, señor,grandes por su poesía,muy famosos los tres son;y Las lágrimas de Angélica,si se queman, lloro yo.Y rumiando estas palabrasel cura finalizóde hacer el grande escrutiniode los libros que guardó,que de todos los restantesno responderá este autor,pues todos fueron quemados,quemados sin remisión,con lo que pagan a un tiempolibro justo y pecador.