el pudor

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22 Inés Dussel “¿No te da vergüenza hacer eso? ¿Dónde te crées que estás?”. Muchos hemos escuchado, o incluso proferido, palabras similares, para marcar una conducta que se juzga inadecuada en el contexto escolar. Pero, ¿cómo se tra- za esa frontera? ¿Es la misma para to- dos, y para todas las épocas? Nos gus- taría proponer una revisión de la historia de esa construcción para pen- sar cómo está cambiando hoy, cuando las nuevas tecnologías y modalidades de interacción ponen a la intimidad en el centro y la convierten en un es- pectáculo para ser visto y consumido por todos (Sibilia, 2008). Un primer elemento a destacar es que la idea de “pudor” es un senti- miento identificado con la vergüenza y la incomodidad, y por eso parece na- tural, íntimo y privado. Sin embargo, ese sentimiento es definidamente una emoción pública: sólo aparece cuando un comportamiento o pasión privada es llevada en forma “inapro- piada” al ámbito público (Bologne, 1986). Es decir, la definición del pu- dor y la vergüenza tienen que ver con trazar fronteras entre lo público y lo privado, doméstico o íntimo; y con entender que esas fronteras no tienen nada de natural, sino que han sido construidas social e histórica- mente, es decir, por muchos discur- sos públicos. ¿Qué lugar ocupó, y ocupa, la escue- la, en la definición de esas fronteras entre lo público y lo privado? En la or- ganización del sistema educativo ar- gentino, la formación moral y de “las buenas costumbres”, como se llama- ba entonces a las conductas públicas codificadas y jerarquizadas según un patrón moral y religioso, fue un as- pecto importante de la tarea escolar. Veamos, por ejemplo, el caso de las maestras norteamericanas “importa- das” por Sarmiento durante su presi- dencia. Muchas de ellas sufrieron ac- tos de discriminación y hostigamiento por parte de los habitantes de las ciu- dades de provincias donde asumieron sus nuevos cargos, entre otros moti- vos por su religión protestante y por su modo de vestir: faldas cortas, arri- ba de los tobillos, y no por el suelo, co- mo era el uso en la época. Mujeres profesionales, independientes, que se trasladaron de país para asumir un compromiso de trabajo pero también de vida, fueron consideradas indecen- tes y peligrosas. No faltaron los obis- pos que llamaron a los “buenos católi- cos” a sacar a sus hijos de las escuelas normalistas donde estas maestras tra- bajaban (Howard, 1951). Algo que en- seña este caso es que las fronteras del pudor y la decencia tienen claros ses- gos de género: los pocos varones que vinieron de los Estados Unidos no tu- vieron que enfrentar tanto acoso ni violencia como las mujeres, de quie- nes se desconfiaba más y a quienes se atacaba más. Varias fueron las maneras en que se estableció esa separación entre lo pu- doroso y lo obsceno, lo apropiado y lo excesivo, en el ámbito escolar. Una, muy importante, fueron las enseñan- zas morales a través de los libros de lectura. Lecciones sobre el ahorro, el alcoholismo, la familia, la patria, las vacaciones, la escuela, o incluso los héroes del panteón nacional, estaban tamizadas con consejos sobre la con- ducta esperable de una “persona de- cente”, en su vestimenta, sus modales y sus valores. El historiador uruguayo José Pedro Barrán habla de la “sensibi- lidad civilizada” para referirse a esta construcción de una manera de com- portarse burguesa, aun para aquellos que no tenían los medios de acceso a sus bienes o cultura (el “pobre, pero decente”). Los reglamentos disciplinarios tam- bién fueron medios importantes para lograr el encauzamiento de las con- ductas públicas de las nuevas genera- ciones. Un estatuto de escuelas pri- marias de la provincia de La Rioja del año 1911 establecía que los alumnos podían ser separados de la escuela por las siguientes causas: “Mentira contumaz, inmoralidad gra- ve, faltas graves de respeto al superior, así como una notoria mala conducta observada por el alumno fuera del es- tablecimiento” (art.64). Que el reglamento no creyera necesa- rio especificar qué debía considerarse EL MUSEO El pudor en la escuela: historia de un espacio de intervención

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El Pudor

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Page 1: el pudor

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Inés Dussel

“¿No te da vergüenza hacer eso?¿Dónde te crées que estás?”. Muchoshemos escuchado, o incluso proferido,palabras similares, para marcar unaconducta que se juzga inadecuada enel contexto escolar. Pero, ¿cómo se tra-za esa frontera? ¿Es la misma para to-dos, y para todas las épocas? Nos gus-taría proponer una revisión de lahistoria de esa construcción para pen-sar cómo está cambiando hoy, cuandolas nuevas tecnologías y modalidadesde interacción ponen a la intimidaden el centro y la convierten en un es-pectáculo para ser visto y consumidopor todos (Sibilia, 2008).

Un primer elemento a destacar esque la idea de “pudor” es un senti-miento identificado con la vergüenzay la incomodidad, y por eso parece na-tural, íntimo y privado. Sin embargo,ese sentimiento es definidamenteuna emoción pública: sólo aparececuando un comportamiento o pasiónprivada es llevada en forma “inapro-piada” al ámbito público (Bologne,1986). Es decir, la definición del pu-dor y la vergüenza tienen que ver

con trazar fronteras entre lo públicoy lo privado, doméstico o íntimo; ycon entender que esas fronteras notienen nada de natural, sino que hansido construidas social e histórica-mente, es decir, por muchos discur-sos públicos.

¿Qué lugar ocupó, y ocupa, la escue-la, en la definición de esas fronterasentre lo público y lo privado? En la or-ganización del sistema educativo ar-gentino, la formación moral y de “lasbuenas costumbres”, como se llama-ba entonces a las conductas públicascodificadas y jerarquizadas según unpatrón moral y religioso, fue un as-pecto importante de la tarea escolar.

Veamos, por ejemplo, el caso de lasmaestras norteamericanas “importa-das” por Sarmiento durante su presi-dencia. Muchas de ellas sufrieron ac-tos de discriminación y hostigamientopor parte de los habitantes de las ciu-dades de provincias donde asumieronsus nuevos cargos, entre otros moti-vos por su religión protestante y porsu modo de vestir: faldas cortas, arri-ba de los tobillos, y no por el suelo, co-mo era el uso en la época. Mujeresprofesionales, independientes, que setrasladaron de país para asumir uncompromiso de trabajo pero tambiénde vida, fueron consideradas indecen-tes y peligrosas. No faltaron los obis-pos que llamaron a los “buenos católi-cos” a sacar a sus hijos de las escuelasnormalistas donde estas maestras tra-bajaban (Howard, 1951). Algo que en-seña este caso es que las fronteras delpudor y la decencia tienen claros ses-gos de género: los pocos varones quevinieron de los Estados Unidos no tu-

vieron que enfrentar tanto acoso niviolencia como las mujeres, de quie-nes se desconfiaba más y a quienes seatacaba más.

Varias fueron las maneras en que seestableció esa separación entre lo pu-doroso y lo obsceno, lo apropiado y loexcesivo, en el ámbito escolar. Una,muy importante, fueron las enseñan-zas morales a través de los libros delectura. Lecciones sobre el ahorro, elalcoholismo, la familia, la patria, lasvacaciones, la escuela, o incluso loshéroes del panteón nacional, estabantamizadas con consejos sobre la con-ducta esperable de una “persona de-cente”, en su vestimenta, sus modalesy sus valores. El historiador uruguayoJosé Pedro Barrán habla de la “sensibi-lidad civilizada” para referirse a estaconstrucción de una manera de com-portarse burguesa, aun para aquellosque no tenían los medios de acceso asus bienes o cultura (el “pobre, perodecente”).

Los reglamentos disciplinarios tam-bién fueron medios importantes paralograr el encauzamiento de las con-ductas públicas de las nuevas genera-ciones. Un estatuto de escuelas pri-marias de la provincia de La Rioja delaño 1911 establecía que los alumnospodían ser separados de la escuelapor las siguientes causas:

“Mentira contumaz, inmoralidad gra-ve, faltas graves de respeto al superior,así como una notoria mala conductaobservada por el alumno fuera del es-tablecimiento” (art.64).

Que el reglamento no creyera necesa-rio especificar qué debía considerarse

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una inmoralidad grave, o una notoriamala conducta, habla del grado de con-senso en torno a esas fronteras de lo per-mitido/lo prohibido por aquella época.

Este encauzamiento de las conductasdebía ser realizado por el cuerpo docen-te, que también era objeto de vigilancia.En ese mismo reglamento, se pide a losaspirantes a maestros que acreditenmoralidad con certificado expedidopor el Juez de Paz (art. 125 c), ademásde presentar certificados de buena sa-lud y de buena conducta de sus escue-las primarias. En un reglamento paraEscuelas Normales de 1935, se especi-fica que será obligación de maestrosy celadores “vigilar las conductas y lastendencias de los alumnos” (art. 89,inc.1). El grado de sospecha y de vigi-lancia era cada vez mayor.

El pudor quedó asociado a la virtud

y a la higiene. Una poesía publicadaen 1902 en El Monitor de la EducaciónComún dice:

“Nunca vistas con descuido, Que en lasociedad deshonra, Como una manchaen la honra, Una mancha en el vestido”.(Groff, p. 161).

La vinculación entre honor, pudor ehigiene en la definición del ideal del“sujeto educado” iba a tener muchasconsecuencias. Una risa excesiva, ges-tos groseros, una pollera corta, una caramaquillada, fueron por largo tiempoconsiderados signos de una personali-dad problemática, muy distante delmodelo de “buen alumno” caracteriza-do por su modestia, austeridad y “pro-piedad” en el vestir y el hablar.

Quedan, por supuesto, muchas discu-siones pendientes sobre cómo reconfi-

gurar hoy un sentido del pudor, entreotras cosas por este nuevo espectáculode la intimidad que proponen y pro-mueven las nuevas tecnologías. No esuna discusión sencilla, y no alcanza condecir que es un proceso histórico y queva cambiando. Pero lo que no parecesensato ni recomendable es ampararseen un pasado en el que se demarcaronlímites que sospechó y excluyó por in-decente a buena parte de la población.

Bibliografía citada:Bologne, J. C. Histoire de la pudeur, Paris,Hachette, 1986.Barrán, J. P. Historia de la sensibilidad en elUruguay, tomos 1 y 2, Montevideo, Edicionesde la Banda Oriental, 1990.Groff, G.“La salud del niño. El cuidado de la ro-pa”, Monitor de la Educación Común, junio 1902.Howard, J. En otros años y climas distantes.Buenos Aires, Ed. Raigal, 1951.Sibilia, P. La intimidad como espectáculo. BuenosAires, Fondo de Cultura Económica, 2008.

A.G

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