el principio del bien comÚn.docx

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PRIMERA UNIDAD: LA VIDA EN CRISTO1. Origen, evolución y etapas de la Doctrina Social de la Iglesia Origen El origen de la Doctrina Social de la Iglesia se encuentra en la Sagrada Escritura y de modo especial en el Evangelio, que es su coronación y cumplimiento: “La DSI tiene su fuente en la Sagrada escritura, comenzando por el Libro del Génesis y, en particular, en el Evangelio y los escritos apostólicos” (LE 3). Se ha enriquecido enormemente con toda la problemática contemporánea: “Esto no significa que la DSI haya surgido sólo a caballo de los últimos siglos, existía ya desde el inicio, como consecuencia del Evangelio y de la visión que del Evangelio lleva a las relaciones con otros hombres, y particularmente a la vida económica y social” (Juan Pablo II, Conferencia Episcopal Polaca, 5 de mayo de 1979). Evolución La DSI va evolucionando al compás de las modificaciones de las circunstancias sociales, mediante su iluminación por los principios y el espíritu del Evangelio y la experiencia histórica de la Iglesia. Pablo VI, en OA 42, señala como factores de esta evolución: • “La reflexión madurada al contacto con situaciones cambiantes de este mundo bajo el impuls o del Evangelio como fuente de renovación”, • “La sensibilidad propia de la Iglesia, marcada por la voluntad desinteresada de servicio y la atención a los más pobres”, • “Su experiencia multisecular que le permite asumir innovaciones atrevidas y creadoras”. Etapas Las etapas efectivas que se pueden distinguir en el desarrollo de la DSI desde la Sagrada Escritura hasta el momento presente, son: A. La Patrística. Se realiza la interpretación del contenido social de la revelación acomodándose a las circunstancias de su tiempo. B. La escolástica. Destruida la civilización romana por la invasión de los bárbaros, se reúnen las ideas sociales de la Sagrada Escritura y de los Santos Padres y se intenta una formula ción sistemática de las mismas dentro de la Teología Moral y del Derecho natural. C. Actual de la DSI, es la constitución de la DSI como enseñanza independiente formalmente de la restante doctrina de la Iglesia. Distinguimos tres periodos. A ellos son a los que nos vamos a referirnos especialmente. 1º. Periodo pre-conciliar. Desde León XIII a Pío XII. 2º. Periodo conciliar. Pontificados de Juan XXIII y Pablo VI. 3º. Periodo pos-conciliar. Pontificado de Juan Pablo II El Antiguo Testamento y la Doctrina Social de la Iglesia

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PRIMERA UNIDAD: LA VIDA EN CRISTO1. Origen, evolucin y etapas de la Doctrina Social de la IglesiaOrigenEl origen de la Doctrina Social de la Iglesia se encuentra en la Sagrada Escritura y de modo especial en el Evangelio, que es su coronacin y cumplimiento:

La DSI tiene su fuente en la Sagrada escritura, comenzando por el Libro del Gnesis y, en particular, en el Evangelio y los escritos apostlicos (LE 3).

Se ha enriquecido enormemente con toda la problemtica contempornea:

Esto no significa que la DSI haya surgido slo a caballo de los ltimos siglos, exista ya desde el inicio, como consecuencia del Evangelio y de la visin que del Evangelio lleva a las relaciones con otros hombres, y particularmente a la vida econmica y social (Juan Pablo II, Conferencia Episcopal Polaca, 5 de mayo de 1979).

EvolucinLa DSI va evolucionando al comps de las modificaciones de las circunstancias sociales, mediante su iluminacin por los principios y el espritu del Evangelio y la experiencia histrica de la Iglesia.

Pablo VI, en OA 42, seala como factores de esta evolucin:

La reflexin madurada al contacto con situaciones cambiantes de este mundo bajo el impuls odel Evangelio como fuente de renovacin,

La sensibilidad propia de la Iglesia, marcada por la voluntad desinteresada de servicio y laatencin a los ms pobres,

Su experiencia multisecular que le permite asumir innovaciones atrevidas y creadoras.

EtapasLas etapas efectivas que se pueden distinguir en el desarrollo de la DSI desde la Sagrada Escritura hasta el momento presente, son:

A. La Patrstica. Se realiza la interpretacin del contenido social de la revelacin acomodndose a las circunstancias de su tiempo.

B. La escolstica. Destruida la civilizacin romana por la invasin de los brbaros, se renen las ideas sociales de la Sagrada Escritura y de los Santos Padres y se intenta una formula cin sistemtica de las mismas dentro de la Teologa Moral y del Derecho natural.

C. Actual de la DSI, es la constitucin de la DSI como enseanza independiente formalmente de la restante doctrina de la Iglesia. Distinguimos tres periodos. A ellos son a los que nos vamos a referirnos especialmente.

1. Periodo pre-conciliar. Desde Len XIII a Po XII.

2. Periodo conciliar. Pontificados de Juan XXIII y Pablo VI.

3. Periodo pos-conciliar. Pontificado de Juan Pablo II

El Antiguo Testamento y la Doctrina Social de la IglesiaDestacamos 5 grandes acontecimientos:1. La creacin del hombre por Dios. Primer funda mento de la DSI.

Y cre Dios al hombre a imagen suya, a imagen de Dios le cre, macho y hembra los cre...(Gn 1,27).

2. El pecado original. Quin te ha hecho ver que estabas desnudo? Has comido del rbol que te prohib comer? (Gn 3, 9-13).

Sentido social de primera magnitud en cuanto que es la fuente de todos los pecados y males posteriores de los hombres y explica, por tanto, las divisiones, las luchas, las injusticias sociales, la imperfeccin de la misma sociedad.

3. La liberacin del pueblo judo de la esclavitud de Egipto es, en su sentido directo e inmediato, una liberacin poltica, econmica y social, ejemplo de lo que Dios quiere en este mundo, de los hombres que sufren opresin poltica, marginacin social o explotacin econmica.

Bien vista tengo la afliccin de mi pueblo en Egipto, he escuchado el clamor y conozco susufrimientos. He bajado para liberarlos... (Ex 3,7-8).

4. La Ley de Dios constituye el fundamento inconmovible de la convivencia entre los hombres de todos los tiempos y lugares.

Fue Moiss y les expuso todas las palabras que Yahv le haba mandado... Todo el pueblo respondi: haremos todo cuanto ha dicho Yahv (Ex 19,7-8).

5. La actuacin de los profetas en defensa de la justicia. Al anunciar y preparar esta nueva era, los profetas denuncian con vigor las injusticias contra los pobres, se hacen portavoces de Dios a favor de ellos. Yahv es el recurso supremo de los pequeos y de los oprimidos y el Mesas tendr la misin de defenderlos (LC 46).

El Nuevo Testamento y la Doctrina Social de la IglesiaEs la culminacin y plenitud de la revelacin o del mensaje divino a los hombres. Por ello representa la coronacin del Antiguo Testamento tambin en el aspecto social.

1. La creacin espiritual. Ms all de la creacin, re vela a Dios como Padre de todos los hombres y muestra que los ama tanto que entreg a la muerte a su hijo nico para salvarlos.

Al llegar la plenitud de los tiempos, envi Dios a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo laley, para salvar a los que se hallaban bajo la ley (Gl 4,4-8).

2. La redencin representa la reconciliacin con Dios de la humanidad y, en cuanto a cada hombre, la posibilidad de superar en s las consecuencias del pecado y de llegar a la nueva criatura.

De modo que ya no eres esclavo, sino hijo, y si eres hijo, tambin eres heredero por voluntad deDios (Gl 4, 6).

3.Liberacin del pecado en todas sus manifestaciones sealadas. La liberacin del Evangelio es ante todo interior y se realiza mediante la muerte al propio yo y conve rsin del corazn, que, si son autnticas, se han de reflejar en la sociedad.

Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz y queda curado de tu mal (Mc 5,34)4. La ley divina encuentra su plenitud en el Nuevo Testamento en los aspectos:

Social. Mandato nuevo. Nuevo orden de valores. Bienaventuranzas.Poltico. Est basado en los principios de libertad, obediencia, servicio y primaca del hombre sobre las instituciones polticas. Econmico. Prioridades del ser sobre el tener, opcin por los pobres, dedicacin eidentificacin.

5. Jesucristo es el Profeta por excelencia

El Espritu del Seor est sobre m porque me ha ungido para anunciar la buena noticia a los pobres, me ha enviado para liberar y dar vista a los ciegos... Y comenz a decirles: hoy se ha cumplido el pasaje de la Escritura que acabis de escuchar (Lc 4,18-21).

Los Padres de la Iglesia y la Doctrina Social de la IglesiaLos Santos Padres tienen una importancia fundamental, dada su condicin de intrpretes de excepcin de las Sagradas Escrituras y de testigos privilegiados de la Tradicin. Acreditan el sentido social del Evangelio y prueban que ste es algo esencial en el cristianismo.

El magisterio de los Papas y Obispos y la Doctrina Social de la IglesiaPara mayor claridad distinguimos:

1. Documentos del Concilio:

a. Constituciones dogmticas y pastorales. Las constituciones dogmticas sobre la Iglesia(LG) y sobre la Revelacin (DV) y las constituciones doctrinales sobre la Sagradab. Liturgia (SC) y sobre la Iglesia en el mundo actual (GS), fundamentan y aclaran con toda precisin su naturaleza y misin universal.c. Decretos conciliares sobre el Apostolado de los Seglares (AA) y sobre la Actividad misionera de la Iglesia (AG), concretan, aclaran y explican las dimensiones de la Iglesia.

2. Documentos pontificios:

Encclicas. Carta del Papa a la Iglesia Universal, al mundo catlico e incluso a los hombres de buena voluntad. Exhortaciones Apostlicas. Documento firmado por el Papa que recoge todo lo tratado en un Snodo de Obispos. Cartas Apostlicas. Carta que el Papa escribe a una persona para que sta la d a conocera la Iglesia Universal. Radiomensajes. Mensajes papales transmitidos por radio. Po XII utiliz esta forma de comunicacin con la Iglesia durante la 2 Guerra Mundial (1939-1945).

3. Documentos de los Obispos:

a. Instrucciones, lneas pastorales...Documentos de la Conferencia Episcopal Espaola.b. Carta Pastoral. Carta de un Obispo o grupo de Obispos dirigidos a los fieles encomendados a su cuidado

2. LA DIGNIDAD DE LA PERSONA HUMANALa dignidad de la persona humana est enraizada en su creacin a imagen y semejanza de Dios (artculo 1); se realiza en su vocacin a la bienaventuranza divina (artculo 2). Corresponde al ser humano llegar libremente a esta realizacin (artculo 3). Por sus actos deliberados (artculo 4), la persona humana se conforma, o no se conforma, al bien prometido por Dios y atestiguado por la conciencia moral (artculo 5). Los seres humanos se edifican a s mismos y crecen desde el interior: hacen de toda su vida sensible y espiritual un material de su crecimiento (artculo 6). Con la ayuda de la gracia crecen en la virtud (artculo 7), evitan el pecado y, si lo cometen, recurren como el hijo prdigo (cf. Lc 15,11-31) a la misericordia de nuestro Padre del cielo (artculo 8). As acceden a la perfeccin de la caridad.

2.1. EL HOMBRE IMAGEN DE DIOS"Cristo, el nuevo Adn, en la misma revelacin del misterio de Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la grandeza de su vocacin" (GS 22,1). En Cristo, "imagen del Dios invisible" (Col 1,15; cf 2 Co 4,4), el hombre ha sido creado "a imagen y semejanza" del Creador. En Cristo, redentor o salvador, la imagen divina alterada en el hombre por el primer pecado ha sido restaurada en su belleza original y ennoblecida con la gracia de Dios (cf GS 22,2).

La imagen divina est presente en todo hombre. Resplandece en la comunin de las personas a semejanza de la unidad de las personas divinas entre s (cf captulo segundo).

Dotada de un alma "espiritual e inmortal" (GS 14), la persona humana es la "nica criatura en la tierra a la que Dios ha amado por s misma" (GS 24,3). Desde su concepcin est destinada a la bienaventuranza eterna.La persona humana participa de la luz y la fuerza del Espritu divino. Por la razn es capaz de comprender el orden de las cosas establecido por el Creador. Por su voluntad es capaz de dirigirse por s misma a su bien verdadero. Encuentra su perfeccin en la bsqueda y el amor de la verdad y del bien (cf GS 15,2).

En virtud de su alma y de sus potencias espirituales de entendimiento y de voluntad, el hombre est dotado de libertad, "signo eminente de la imagen divina" (GS 17).

Mediante su razn, el hombre conoce la voz de Dios que le impulsa "a hacer el bien y a evitar el mal" (GS 16). Todo hombre debe seguir esta ley que resuena en la conciencia y que se realiza en el amor de Dios y del prjimo. El ejercicio de la vida moral proclama la dignidad de la persona humana.

"El hombre, persuadido por el Maligno, abus de su libertad, desde el comienzo de la historia " (GS 13,1). Sucumbi a la tentacin y cometi el mal. Conserva el deseo del bien, pero su naturaleza lleva la herida del pecado original. Qued inclinado al mal y sujeto al error.

De ah que el hombre est dividido en su interior. Por esto, toda vida humana, singular o colectiva, aparece como una lucha, ciertamente dramtica, entre el bien y el mal, entre la luz y las tiniebla s (GS 13,2).

Por su pasin, Cristo nos libr de Satn y del pecado. Nos mereci la vida nueva en el EsprituSanto. Su gracia restaura lo que el pecado haba deteriorado en nosotros.

El que cree en Cristo se hace hijo de Dios. Esta adopcin filial lo transforma dndole la posibilida d de seguir el ejemplo de Cristo. Le hace capaz de obrar rectamente y de practicar el bien. En la unin con su Salvador el discpulo alcanza la perfeccin de la caridad, la santidad. La vida moral, madurada en la gracia, culmina en vida eterna, en la gloria del cielo.

A modo de s nte s is

"Cristo manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la grandeza de su vocacin" (GS 22,1).

Dotada de alma espiritual, de entendimiento y de voluntad, la persona humana est desde su concepcin ordenada a Dios y destinada a la bienaventuranza eterna. Camina hacia su perfeccin en la bsqueda y el amor de la verdad y del bien (cf GS 15,2).

La libertad verdadera es en el hombre el "signo eminente de la imagen divina" (GS 17).

El hombre debe seguir la ley moral que le impulsa a hacer el bien y a evitar el mal" (GS 16). Esta ley resuena en su conciencia.

El hombre, herido en su naturaleza por el pecado original, est sujeto al error e inclinado al mal en el ejercicio de su libertad.

El que cree en Cristo tiene la vida nueva en el Espritu Santo. La vida moral, desarrollada y madurada en la gracia, culmina en la gloria del cielo.2.2. NUESTRA VOCACION A LA BIENAVENTURANZALAS B IENAVENTURANZAS

Las bienaventuranzas estn en el centro de la predicacin de Jess. Con ellas Jess recoge las promesas hechas al pueblo elegido desde Abraham; pero las perfecciona ordenndolas no slo a la posesin de una tierra, sino al Reino de los cielos:

Bienaventurados los pobres de espritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Bienaventurados los mansos porque ellos poseern en herencia la tierra. Bienaventurados los que lloran, porque ellos sern consolados.Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos sern saciados. Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarn misericordia. Bienaventurados los limpios de corazn, porque ellos vern a Dios.Bienaventurados los que buscan la paz, porque ellos sern llamados hijos de Dios. Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de loscielos.Bienaventurados seris cuando os injurien, os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa.Alegraos y regocijaos porque vuestra recompensa ser grande en los cielos. (Mt 5,3-12).

Las bienaventuranzas dibujan el rostro de Jesucristo y describen su caridad; expresan la vocacin de los fieles asociados a la gloria de su Pasin y de su Resurreccin; iluminan las acciones y las actitudes caractersticas de la vida cristiana; son promesas paradjicas que sostienen la esperanza en las tribulaciones; anuncian a los discpulos las bendiciones y las recompensas ya incoadas; quedan inauguradas en la vida de la Virgen Mara y de todos los santos.

2.3. EL DESEO DE FELICIDADLas bienaventuranzas responden al deseo natural de felicidad. Este deseo es de origen divino: Dios lo ha puesto en el corazn del hombre a fin de atraerlo hacia l, el nico que lo puede satisfacer:

Ciertamente todos nosotros queremos vivir felices, y en el gnero humano no hay nadie que no d su asentimiento a esta proposicin incluso antes de que se a plenamente enunciada (S. Agustn, mor. eccl. 1,3,4).

Cmo es, Seor, que yo te busco? Porque al busc arte, Dios mo, busco la vida feliz, haz que te busque para que viva mi alma, porque mi cuerpo vive de mi alma y mi alma vive de ti (S. Agustn, conf. 10,20.29).

Slo Dios sacia (S. Toms de Aquino, symb. 1).

Las bienaventuranzas descubren la meta de la existencia humana, el fin ltimo de los actos humanos: Dios nos llama a su propia bienaventuranza. Esta vocacin se dirige a cada uno personalmente, pero tambin al conjunto de la Iglesia, pueblo nuevo de los que han acogido la promesa y viven de ella en la fe.

2.4. LA BIENAVENTURANZA CRISTIANAEl Nuevo Testamento utiliza varias expresiones para caracterizar la bienaventuranza a la que Dios llama al hombre: la venida del Reino de Dios (cf Mt 4,17); la visin de Dios: "Dichosos loslimpios de corazn porque ellos vern a Dios" (Mt 5,8; cf 1 Jn 3,2; 1 Co 13,12); la entrada en el gozo del Seor (cf Mt 25,21.23); la entrada en el Descanso de Dios (He 4,7-11):

All descansaremos y veremos; veremos y nos amaremos; amaremos y alabaremos. He aqu lo que acontecer al fin sin fin. Y qu otro fin tenemos, sino llegar al Reino que no tendr fin? (S. Agustn, civ. 22,30)

Porque Dios nos ha puesto en el mundo para conocerle, servirle y amarle, y as ir al cielo. La bienaventuranza nos hace participar de la naturaleza divina (2 P 1,4) y de la Vida eterna (cf Jn17,3). Con ella, el hombre entra en la gloria de Cristo (cf Rom 8,18) y en el gozo de la vida trinitaria.

Semejante bienaventuranza supera la inteligencia y las solas fuerzas humanas. Es fruto del don gratuito de Dios. Por eso la llamamos sobrenatural, as como la gracia que dispone al hombre a entrar en el gozo divino.

"Bienaventurados los limpios de corazn porque ellos vern a Dios". Ciertamente, segn su grandeza y su inexpresable gloria, "nadie ver a Dios y vivir", porque el Padre es inasequible; pero segn su amor, su bondad hacia los hombres y su omnipotencia llega hasta conceder a los que lo aman el privilegio de ver a Dios... "porque lo que es imposible para los hombres es posible para Dios" (S. Ireneo, haer. 4,20,5).

La bienaventuranza prometida nos coloca ante elecciones morales decisivas. Nos invita a purificar nuestro corazn de sus instintos malvados y a buscar el amor de Dios por encima de todo. Nos ensea que la verdadera dicha no reside ni en la riqueza o el bienestar, ni en la gloria humana o el poder, ni en ninguna obra humana, por til que sea, como las ciencias, las tcnicas y las artes, ni en ninguna criatura, sino en Dios solo, fuente de todo bien y de todo amor:

El dinero es el dolo de nuestro tiempo. A l rinde homenaje "instintivo" la multitud, la masa de los hombres. Estos miden la dicha segn la fortuna, y, segn la fortuna tambin, miden la honorabilidad...Todo esto se debe a la conviccin de que con la riqueza se puede todo. La riqueza por tanto es uno de los dolos de nuestros das, y la notoriedad es otro...La notoriedad, el hecho de ser reconocido y de hacer ruido en el mundo (lo que podra llamarse una fama de prensa) ha llegado a ser considerada como un bien en s misma, un bien soberano, un objeto de verdadera veneracin (Newman, mix. 5, sobre la santidad).

El Declogo, el Sermn de la Montaa y la catequesis apostlica nos describen los caminos que conducen al Reino de los Cielos. Por ellos avanzamos paso a paso mediante actos cotidianos , sostenidos por la gracia del Espritu Santo. Fecundados por la Palabra de Cristo, damos lentamente frutos en la Iglesia para la gloria de Dios (cf La parbola del sembrador: Mt 13,3-23) .

A modo de s nte s is

Las bienaventuranzas recogen y perfeccionan las promesas de Dios desde Abraham ordenndolas al Reino de los Cielos. Responden al deseo de felicidad que Dios ha puesto en el corazn del hombre.

Las bienaventuranzas nos ensean el fin ltimo al que Dios nos llama: el Reino, la visin de Dios, la participacin en la naturaleza divina, la vida eterna, la filiacin, el descanso en Dios.La bienaventuranza de la vida eterna es un don gratuito de Dios; es sobrenatural como la gracia que conduce a ella.

Las bienaventuranzas nos colocan ante elecciones decisivas respecto a los bienes terrenos;purifican nuestro corazn para ensearnos a amar a Dios por encima de todo.

La bienaventuranza del Cielo determina los criterios de discernimiento en el uso de los bienes terrenos conforme a la Ley de Dios.

2.5. LA LIBERTAD DEL HOMBREDios ha creado al hombre racional confirindole la dignidad de una persona dotada de la iniciativa y del dominio de sus actos. "Quiso Dios `dejar al hombre en manos de su propia decisin' (Si15,14), de modo que busque sin coacciones a su Creador y, adhirindose a l, llegue libremente ala plena y feliz perfeccin" (GS 17):

El hombre es racional, y por ello semejante a Dios, c reado libre y dueo de sus actos (S. Ireneo, haer. 4,4,3).

- LIB ERTAD Y RESPONSAB ILIDAD

La libertad es el poder, radicado en la razn y en la voluntad, de obrar o de no obrar, de hacer esto o aquello, de ejecutar as por s mismo acciones deliberadas. Por el libre arbitrio cada uno dispone de s. La libertad es en el hombre una fuerza de crecimiento y de maduracin en la verdad y la bondad. La libertad alcanza su perfeccin cuando est ordenada a Dios, nuestra bienaventuranza.

Mientras no est centrada definitivamente en su bien ltimo que es Dios, la libertad implica la posibilidad de elegir entre el bien y el mal, por tanto, de crecer en perfeccin o de fracasar y pecar. Caracteriza a los actos propiamente humanos. Se convierte en fuente de alabanza o de re proche, de mrito o de demrito.

En la medida en que el hombre hace ms el bien, se va haciendo tambin ms libre. No hay libertad verdadera ms que en el servicio del bien y de la justicia. La eleccin de la desobediencia y del mal es un abuso de la libertad y conduce a "la esclavitud del pecado" (cf Rom 6,17).

La libertad hace al hombre responsable de sus actos en la medida en que estos son voluntarios. El progreso en la virtud, el conocimiento del bien, y la ascesis acrecientan el dominio de la volunta d sobre los propios actos.

La imputabilidad y la responsabilidad de una accin pueden quedar disminuidas e inclus o suprimidas por la ignorancia, la inadvertencia, la violencia, el temor, los hbitos, las afecciones desordenadas y otros factores squicos o sociales.

Todo acto directamente querido es imputable a su autor:

As el Seor pregunta a Adn tras el pecado en el paraso: "Qu has hecho?" (Gn 3,13). Igualmente a Can (cf Gn 4,10). As tambin el profeta Natn al rey David, tras el adulterio con la mujer de Uras y la muerte de ste (cf 2 S 12,7-15).

Una accin puede ser indirectamente voluntaria cuando resulta de una negligencia respecto a lo que se habra debido conocer o hacer, por ejemplo, un accidente provocado por la ignorancia del cdigo de la circulacin.Un efecto puede ser tolerado sin ser querido por el que obra, por ejemplo, el agotamiento de una madre a la cabecera de su hijo enfermo. El efecto malo no es imputable si no ha sido querido ni como fin ni como medio de la accin, como la muerte acontecida al auxiliar a una persona en peligro. Para que el efecto malo sea imputable, es preciso que sea previsible y que el que acta tenga la posibilidad de evitarlo, por ejemplo, en el caso de un homicidio cometido por un conductor en estado de embriaguez.

La libertad se ejerce en las relaciones entre los seres humanos. Toda persona humana, creada a imagen de Dios, tiene el derecho natural de ser reconocida como un ser libre y responsable. Todos estn obligados a no conculcar el derecho que cada uno tiene a ser perfecto. El derecho al ejercicio de la libertad es una exigencia inseparable de la dignidad de la persona humana, especialmente en materia moral y religiosa (cf DH 2). Este derecho debe ser reconocido y protegido civilmente dentro de los lmites del bien comn y del orden pblico (cf DH 7).

2.6. LA LIBERTAD HUMANA EN LA ECONOMIA DE LA SALVACIONLibertad y pecado. La libertad del hombre es finita y falible. De hecho el hombre err. Libremente pec. Al rechazar el proyecto del amor de Dios se enga a s mismo; se hizo esclavo del pecado. Esta alienacin primera engendr una multitud de otras alienaciones. La historia de la humanida d, desde sus orgenes, testimonia desgracias y opresiones nacidas del corazn del hombre a consecuencia de un mal uso de la libertad.

Amenazas para la libertad. El ejercicio de la libertad no implica el derecho a decir y hacer todo. Es falso concebir al hombre "sujeto de esa libertad como un individuo autosuficiente que busca la satisfaccin de su inters propio en el goce de los bienes terrenales" (CDF, instr. "Libertatis Conscientia" 13). Por otra parte, las condiciones de orden econmico y social, poltico y cultura l requeridas para un justo ejercicio de la libertad son, con mucha frecuencia, desconocidas y violadas. Estas situaciones de ceguera y de injusticia gravan la vida moral y colocan tanto a los fuertes como a los dbiles en la tentacin de pecar contra la caridad. Apartndose de la ley moral, el hombre, atenta contra su propia libertad, se encadena a s mismo, rompe la fraternidad de sus semejantes y se rebela contra la verdad divina.

Liberacin y salvacin. Por su Cruz gloriosa, Cristo alcanz la salvacin para todos los hombres. Los rescat del pecado que los tena sometidos a esclavitud. "Para ser libres nos libert Cristo" (Gal 5,1). En l participamos de "la verdad que nos hace libres" (Jn 8,32). El Espritu Santo nos ha sido dado, y, como ensea el apstol, "donde est el Espritu, all est la libertad" (2 Co 3,17). Desde ahora nos gloriamos de la "libertad de los hijos de Dios" (Rom 8,21).

Libertad y gracia. La gracia de Cristo no se opone de ninguna manera a nuestra libertad cuando sta corresponde al sentido de la libertad y del bien que Dios ha puesto en el corazn del hombre. Al contrario, como lo atestigua la experiencia cristiana, especialmente en la oracin, a medida que somos ms dciles a los impulsos de la gracia, se acrecientan nuestra ntima libertad y nuestra seguridad en las pruebas, como ante las presiones y coacciones del mundo exterior. Por el trabajo de la gracia, el Espritu Santo nos educa en la libertad espiritual para hacer de nosotros colaboradores libres de su obra en la Iglesia y en el mundo.

Dios omnipotente y misericordioso, aparta de nosotros los males, para que, bien dispuesto nuestro cuerpo nuestro espritu, podamos libremente cumplir tu voluntad (MR, colecta del domingo 32).A modo de s nte s is

Dios ha querido "dejar al hombre en manos de su propia decisin" (Si 15,14). Para que pueda adherirse libremente a su Creador y llegar as a la bienaventurada perfeccin (cf GS 17,1).

La libertad es el poder de obrar o de no obrar y de ejecutar as por s mismo acciones deliberadas. La libertad alcanza su perfeccin, cuando est ordenada a Dios, el supremo Bien.

La libertad caracteriza los actos propiamente humanos. Hace al ser humano responsable de los actos de que es autor voluntario. Es propio del hombre actuar deliberadamente.

La imputabilidad o la responsabilidad de una accin puede quedar disminuida o inclus o anulada por la ignorancia, la violencia, el temor y otros factores squicos o sociales.

El derecho al ejercicio de la libertad es una exigencia inseparable de la dignidad del hombre, especialmente en materia religiosa y moral. Pero el ejercicio de la libertad no implica el supuesto derecho de decir ni de hacer todo.

"Para ser libres nos libert Cristo" (Gal 5,1).

2.7. LA MORALIDAD DE LOS ACTOS HUMANOSLa libertad hace del hombre un sujeto moral. Cuando acta de manera deliberada, el hombre es, por as decirlo, el padre de sus actos. Los actos humanos, es decir, libremente elegidos tras un juicio de conciencia, son calificables moralmente. Son buenos o malos.

- LAS FUENTES DE LA MORALIDAD

La moralidad de los actos humanos depende:

del objeto elegido;

del fin que se busca o la intencin;

de las circunstancias de la accin.

El objeto, la intencin y las circunstancias forman las "fuentes" o elementos constitutivos de la moralidad de los actos humanos.

El objeto elegido es un bien hacia el cual tiende deliberadamente la voluntad. Es la materia de un acto humano. El objeto elegido especifica moralmente el acto del querer, segn que la razn lo reconozca y lo juzgue conforme o no conforme al bien verdadero. Las reglas objetivas de la moralidad enuncian el orden racional del bien y del mal, atestiguado por la conciencia.

Frente al objeto, la intencin se sita del lado del sujeto que acta. La intencin, por estar ligada a la fuente voluntaria de la accin y determinarla por el fin, es un elemento esencial en la calificacin moral de la accin. El fin es el trmino primero de la intencin y designa el objetivo buscado en la accin. La intencin es un movimiento de la voluntad hacia un fin; mira al trmino del obrar. Apunta al bien esperado de la accin emprendida. No se limita a la direccin de cada una de nuestras acciones tomadas aisladamente, sino que puede tambin ordenar varias acciones hacia un mismo objetivo; puede orientar toda la vida hacia el fin ltimo. Por ejemplo, un servicio que se hace a alguien tiene por fin ayudar al prjimo, pero puede estar inspirado al mismo tiempo por el amor de Dios como fin ltimo de todas nuestras acciones. Una misma accin puede tambinestar inspirada por varias intenciones como hacer un servicio para obtener un favor o para satisfacer la vanidad.

Una intencin buena (por ejemplo: ayudar al prjimo) no hace ni bueno ni justo un comportamiento en s mismo desordenado (como la mentira y la maledicencia). El fin no justific a los medios. As, no se puede justificar la condena de un inocente como un medio legtimo para salvar al pueblo. Por el contrario, una intencin mala sobreaadida (como la vanagloria) convierte en malo un acto que, de suyo, puede ser bueno (como la limosna; cf Mt 6,2-4).

Las circunstancias, comprendidas las consecuencias, son los elementos secundarios de un acto moral. Contribuyen a agravar o a disminuir la bondad o la malicia moral de los actos humanos (por ejemplo, la cantidad de dinero robado). Pueden tambin atenuar o aumentar la responsabilidad del que obra (como actuar por miedo a la muerte). Las circunstancias no pueden de suyo modificar la cualidad moral de los actos; no pueden hacer ni buena ni justa una accin que de suyo es mala.

- LOS ACTOS B UENOS Y LOS ACTOS MALOS

El acto moralmente bueno supone a la vez la bondad de l objeto, del fin y de las circunstancias. Un fin malo corrompe la accin, aunque su objeto sea de suyo bueno (como orar y ayunar "para ser visto por los hombres").

El objeto de la eleccin puede por s solo viciar el conjunto de todo el acto. Hay comportamientos concretos -como la fornicacin- que son siempre errados, porque su eleccin comporta un desorden de la voluntad, es decir, un mal moral.

Es, por tanto, errneo juzgar de la moralidad de los actos humanos considerando slo la intencin que los inspira o las circunstancias (ambiente, presin social, coaccin o necesidad de obrar, etc.) que son su marco. Hay actos que, por s y en s mismos, independientemente de las circunstancias y de las intenciones, son siempre gravemente ilcitos por razn de su objeto; por ejemplo, la blasfemia y el perjurio, el homicidio y el adulterio. No est permitido hacer el mal para obtener un bien.

A modo de s nte s is

El objeto, la intencin y las circunstancias constituyen las tres "fuentes" de la moralidad de los actos humanos.

El objeto elegido especifica moralmente el acto de la voluntad segn que la razn lo reconozca y lo juzgue bueno o malo.

"No se puede justificar una accin mala hecha con una intencin buena" (S. Toms de Aquino, dec. praec. 6). El fin no justifica los medios.El acto moralmente bueno supone a la vez la bondad del objeto, del fin y de las circunstancias. Hay comportamientos concretos cuya eleccin es siempre errada porque comporta un desordende la voluntad, es decir, un mal moral. No est pe rmitido hacer un mala para obtener un bien.2.8. LA MORALIDAD DE LAS PASIONESLa persona humana se ordena a la bienaventuranza por sus actos deliberados: las pasiones o sentimientos que experimenta pueden disponerla y contribuir a ellos.

LAS PASIONES

El trmino "pasiones" pertenece al patrimonio del pensamiento cristiano. Los sentimientos o pasiones designan las emociones o impulsos de la sensibilidad que inclinan a obrar o a no obrar en razn de lo que es sentido o imaginado como bueno o como malo.

Las pasiones son componentes naturales del siquismo humano, constituyen el lugar de paso y aseguran el vnculo entre la vida sensible y la vida del espritu. Nuestro Seor seala al corazn del hombre como la fuente de donde brota el movimiento de las pasiones (cf Mc 7,21).

Las pasiones son numerosas. La ms fundamental es el amor que la atraccin del bien despierta. El amor causa el deseo del bien ausente y la esperanza de obtenerlo. Este movimiento culmina en el placer y el gozo del bien posedo. La aprehensin del mal causa el odio, la aversin y el temor ante el mal que puede venir. Este movimiento culmina en la tristeza del mal presente o la ira que se opone a l.

"Amar es desear el bien a alguien" (S. Toms de Aquino, s. th. 1-2,26,4). Las dems afecciones tienen su fuerza en este movimiento original del corazn del hombre hacia el bien. Slo el bien es amado (cf. S. Agustn, Trin. 8,3,4). "Las pasiones son malas si el amor es malo, buenas si es bueno" (S. Agustn, civ. 14,7).

PASIONES Y VIDA MORAL

En s mismas, las pasiones no son buenas ni malas. Solo reciben calificacin moral en la medida en que dependen de la razn y de la voluntad. Las pasiones se llaman voluntarias "o porque estn ordenadas por la voluntad, o porque la voluntad no se opone a ellas" (S. Toms de Aquino, s. th.1-2,24,1). Pertenece a la perfeccin del bien moral o humano el que las pasiones estn reguladaspor la razn (cf s.th. 1-2, 24,3).

Los sentimientos ms profundos no deciden ni la moralidad, ni la santidad de las personas; son el depsito inagotable de las imgenes y de las afecciones en que se expresa la vida moral. Las pasiones son moralmente buenas cuando contribuyen a una accin buena, y malas en el caso contrario. La voluntad recta ordena al bien y a la bienaventuranza los movimientos sensibles que asume; la voluntad mala sucumbe a las pasiones desordenadas y las exacerba. Las emociones y los sentimientos pueden ser asumidos en las virtudes, o pervertidos en los vicios.

En la vida cristiana, el Espritu Santo realiza su obra movilizando el ser entero incluidos sus dolores, temores y tristezas, como aparece en la agona y la pasin del Seor. Cuando se vive en Cristo, los sentimientos humanos pueden alcanzar su consumacin en la caridad y la bienaventuranza divina.

La perfeccin moral consiste en que el hombre no sea movido al bien slo por su voluntad sino tambin por su apetito sensible segn estas palabras del salmo: "Mi corazn y mi carne gritan de alegra hacia el Dios vivo" (Sal 84,3).

A modo de s nte s isEl trmino "pasiones" designa los afectos y los sentimientos. Por medio de sus emociones, el hombre intuye lo bueno y lo malo.

Ejemplos eminentes de pasiones son el amor y el odio, el deseo y el temor, la alegra, la tristeza y la ira.

En las pasiones, en cuanto impulsos de la sensibilidad , no hay ni bien ni mal moral. Pero segn dependan o no de la razn y de la voluntad, hay en ellas bien o mal moral.

Las emociones y los sentimientos pueden ser asumidos por las virtudes, o pervertidos en los vicios.

La perfeccin del bien moral consiste en que el hombre no sea movido al bien slo por su voluntad, sino tambin por su "corazn".

2.9. LA CONCIENCIA MORAL"En lo ms profundo de su conciencia el hombre descubre una ley que l no se da a s mismo, sino a la que debe obedecer y cuya voz resuena, cuando es necesario, en los odos de su corazn, llamndole siempre a amar y a hacer el bien y a evitar el mal...El hombre tiene una ley inscrita por Dios en su corazn...La conciencia es el ncleo ms secreto y el sagrario del hombre, en el que est solo con Dios, cuya voz resuena en lo ms ntimo de ella" (GS 16).

- EL DICTAMEN DE LA CONCIENCIA

Presente en el corazn de la persona, la conciencia moral (cf Rom 2,14-16) le ordena, en el momento oportuno, practicar el bien y evitar el mal. Juzga tambin las elecciones concretas aprobando las que son buenas y denunciando las que son malas (cf Rom 1,32). Atestigua la autoridad de la verdad con referencia al Bien supremo por el cual la persona humana se siente atrada y cuyos mandamientos acoge. El hombre prudente, cuando escucha la conciencia moral, oye a Dios que habla.

La conciencia moral es un juicio de la razn por el que la persona humana reconoce la cualidad moral de un acto concreto que piensa hacer, est haciendo o ha hecho. En todo lo que dice y hace, el hombre est obligado a seguir fielmente lo que sabe que es justo y recto. Mediante el dictamen de su conciencia el hombre percibe y reconoce las prescripciones de la ley divina:

La conciencia es una ley de nuestro espritu, pero que va ms all de l, nos da rdenes, significa responsabilidad y deber, temor y esperanza...La conciencia es la mensajera del que, tanto en el mundo de la naturaleza como en el de la gracia, a travs de un velo nos habla, nos instruye y nos gobierna. La conciencia es el primero de todos los vicarios de Cristo (Newman, carta al duque de Norfolk 5).

Es preciso que cada uno preste mucha atencin a s mismo para or y seguir la voz de su conciencia. Esta exigencia de interioridad es tanto ms necesaria cuanto que la vida nos impuls a con frecuencia a prescindir de toda reflexin, examen o interiorizacin:Retorna a tu conciencia, interrgala...retornad, hermanos, al interior, y en todo lo que hagis mirad al Testigo, Dios (S. Agustn, ep.Jo. 8,9).

La dignidad de la persona humana implica y exige la rectitud de la conciencia moral. La conciencia moral comprende la percepcin de los principios de la moralidad ("sindresis"), su aplicacin en las circunstancias dadas mediante un discernimiento prctico de las razones y de los bienes, y en conclusin el juicio formado sobre los actos concretos que se van a realizar o se han realizado. La verdad sobre el bien moral, declarada en la ley de la razn, es reconocida prctica y concretamente por el dictamen prudente de la conciencia. Se llama prudente al hombre que elige conforme a este dictamen o juicio.

La conciencia hace posible que se asuma la responsabilidad de los actos realizados. Si el hombre comete el mal, el justo juicio de la conciencia puede ser en l el testigo de la verdad universal del bien, al mismo tiempo que de la malicia de su eleccin concreta. El veredicto del dictamen de conciencia constituye una garanta de esperanza y de misericordia. Al hacer patente la falta cometida recuerda el perdn que se ha de pedir, el bien que se ha de practicar todava y la virtud que se ha de cultivar sin cesar con la gracia de Dios:

Tranquilizaremos nuestra conciencia ante l, en caso de que nos condene nuestra conciencia, pues Dios es mayor que nuestra conciencia y conoce todo (1 Jn 3,19-20).

El hombre tiene el derecho de actuar en conciencia y en libertad a fin de tomar personalmente las decisiones morales. "No debe ser obligado a actuar contra su conciencia. Ni se le debe impedir que acte segn su conciencia, sobre todo en materia religiosa" (DH 3).- LA FORMACION DE LA CONCIENCIA

Hay que formar la conciencia, y esclarecer el juicio moral. Una conciencia bien formada es recta y veraz. Formula sus juicios segn la razn, conforme al bien verdadero querido por la sabidura del Creador. La educacin de la conciencia es indispensable a seres humanos sometidos a influencias negativas y tentados por el pecado de preferir su juicio propio y de rechazar las enseanzas autorizadas.

La educacin de la conciencia es una tarea de toda la vida. Desde los primeros aos despierta al nio al conocimiento y la prctica de la ley interior reconocida por la conciencia moral. Una educacin prudente ensea la virtud; preserva o cura del miedo, del egosmo y del orgullo, de los insanos sentimientos de culpabilidad y de los movimientos de complacencia, nacidos de la debilidad y de las faltas humanas. La educacin de la conciencia garantiza la libertad y engendra la paz del corazn.

En la formacin de la conciencia, la Palabra de Dios es la luz que nos ilumina; es preciso que la asimilemos en la fe y la oracin, y la pongamos en prctica. Es preciso tambin que examinemos nuestra conciencia atendiendo a la cruz del Seor. Estamos asistidos por los dones del Espritu Santo, ayudados por el testimonio o los consejos de otros y guiados por la enseanza autorizada de la Iglesia (cf DH 14).

- DECIDIR EN CONCIENCIA

Ante la necesidad de decidir moralmente, la conciencia puede formular un juicio recto de acuerdo con la razn y con la ley divina, o al contrario un juicio errneo que se aleja de ellas.El hombre se ve a veces enfrentado con situaciones que hacen el juicio moral menos seguro, y la decisin difcil. Pero debe buscar siempre lo que es justo y bueno y discernir la voluntad de Dios expresada en la ley divina.

Para esto, el hombre se esfuerza por interpretar los datos de la experiencia y los signos de los tiempos gracias a la virtud de la prudencia, los consejos de las personas entendidas y la ayuda del Espritu Santo y de sus dones.

En todos los casos son aplicables las siguientes reglas:

Nunca est permitido hacer el mal para obtener un bien.

La "regla de oro": "Todo cuanto queris que os hagan los hombres, hacdselo tambin vosotros" (Mt 7,12; cf. Lc 6,31; Tb 4,15).

La caridad acta siempre en el respeto del prjimo y de su conciencia: "Pecando as contra vuestros hermanos, hiriendo su conciencia...pecis contra Cristo" (1 Co 8,12). "Lo bueno es...no hacer cosa que sea para tu hermano ocasin de cada, tropiezo o debilidad" (Rom14,21).

- EL JUICIO ERRNEO

La persona humana debe obedecer siempre el juicio cierto de su conciencia. Si obrase deliberadamente contra este ltimo, se condenara a s mismo. Pero sucede que la conciencia moral puede estar en la ignorancia y formar juicios errneos sobre actos proyectados o ya cometidos.

Esta ignorancia puede con frecuencia ser imputada a la responsabilidad personal. As sucede "cuando el hombre no se preocupa de buscar la verdad y el bien y, poco a poco, por el hbito del pecado, la conciencia se queda casi ciega" (GS 16). En estos casos, la persona es culpable del mal que comete.

La desconocimiento de Cristo y de su evangelio, los malos ejemplos recibidos de otros, la servidumbre de las pasiones, la pretensin de una mal entendida autonoma de la conciencia, e l rechazo de la autoridad de la Iglesia y de su enseanza, la falta de conversin y de caridad pueden conducir a desviaciones del juicio en la conducta moral.

Si por el contrario, la ignorancia es invencible, o el juicio errneo sin responsabilidad del sujeto moral, el mal cometido por la persona no puede serle imputado. Pero no deja de ser un mal, una privacin, un desorden. Por tanto, es preciso trabajar por corregir la conciencia moral de sus errores.

La conciencia buena y pura es iluminada por la fe verdadera. Porque la caridad procede al mismo tiempo "de un corazn limpio, de una conciencia recta y de una fe sincera" (1 Tim 1,5; 3,9; 2 Tim1,3; 1 P 3,21; Hch 24,16).

Cuanto mayor es el predominio de la conciencia recta, tanto ms las personas y los grupos se apartan del arbitrio ciego y se esfuerzan por adaptarse a las normas objetivas de moralidad (GS 16).A modo de s nte s is

"La conciencia es el ncleo ms secreto y el sagrario del hombre, en el que est solo con Dios, cuya voz resuena en lo ms ntimo de ella" (GS 16).

La conciencia moral es un juicio de la razn por el que la persona humana reconoce la cualidad moral de un acto concreto.

Para el hombre que ha cometido el mal, el veredicto de su conciencia constituye una garanta de conversin y de esperanza.

Una conciencia bien formada es recta y veraz.Formula sus juicios segn la razn, conforme al bien verdadero querido por la sabidura del Creador. Cada uno debe poner los medios para formar su conciencia.

Ante una decisin moral, la conciencia puede formar un juicio recto de acuerdo con la razn y la ley divina o, al contrario, un juicio errneo que se aleja de ellas.

El ser humano debe obedecer siempre el juicio cierto de su conciencia.

La conciencia moral puede permanecer en la ignorancia o formar juicios errneos. Estas ignorancias y estos errores no estn siempre exentos de culpabilidad.

La Palabra de Dios es una luz para nuestros pasos. Es preciso que la asimilemos en la fe y en la oracin, y la pongamos en prctica. As se forma la conciencia moral.

2.10. LAS VIRTUDES"Todo cuanto hay de verdadero, de noble, de justo, de puro, de amable, de honorable, todo cuanto sea virtud y cosa digna de elogio, todo eso tenedlo en cuenta" (Flp 4,8).

La virtud es una disposicin habitual y firme a hacer el bien. Permite a la persona no slo realizar actos buenos, sino dar lo mejor de s misma. Con todas sus fuerzas sensibles y espirituales, la persona virtuosa tiende hacia el bien, lo busca y lo elige en acciones concretas.

El objetivo de una vida virtuosa consiste en llegar a ser semejante a Dios (S. Gregorio deNisa, beat. 1).

- LAS VIRTUDES HUMANAS

Las virtudes humanas son actitudes firmes, disposiciones estables, perfecciones habituales del entendimiento y de la voluntad que regulan nuestros actos, ordena n nuestras pasiones y guan nuestra conducta segn la razn y la fe. Proporcionan facilidad, dominio y gozo para llevar una vida moralmente buena. El hombre virtuoso es el que practica libremente el bien.

Las virtudes morales son adquiridas mediante las fuerzas humanas. Son los frutos y los grmenes de los actos moralmente buenos. Disponen todas las potencias del ser humano para comulgar en el amor divino.- Dis tincin de las virtude s cardinale s

Cuatro virtudes desempean un papel fundamental. Por eso se las llama "cardinales"; todas las dems se agrupan en torno a ellas. Estas son la prudencia, la justicia, la fortaleza y la templanza. "Amas la justicia? Las virtudes son el fruto de sus esfuerzos, pues ella ensea la templanza y la prudencia, la justicia y la fortaleza" (Sb 8,7). Bajo otros nombres, estas virtudes son alabadas en numerosos pasajes de la Escritura.

La prudencia es la virtud que dispone la razn prctica a discernir en toda circunstancia nuestro verdadero bien y a elegir los medios rectos para realizarlo. "El hombre cauto medita sus pasos" (Prov 14,15). "Sed sensatos y sobrios para daros a la oracin" (1 P 4,7). La prudencia es la "regla recta de la accin", escribe S. Toms (s.th. 2-2, 47,2, siguiendo a Aristteles). No se confunde ni con la timidez o el temor, ni con la doblez o la disimulacin. Es llamada "auriga virtutum": Conduce las otras virtudes indicndoles regla y medida. Es la prudencia quien gua directamente el juicio de conciencia. El hombre prudente decide y ordena su conducta segn este juicio. Gracias a esta virtud aplicamos sin error los principios morales a los casos particulares y superamos las dudas sobre el bien que debemos hacer y el mal que debemos evitar.

La justicia es la virtud moral que consiste en la constante y firme voluntad de dar a Dios y al prjimo lo que les es debido. La justicia para con Dios es llamada "la virtud de la religin". Para con los hombres, la justicia dispone a respetar los derechos de cada uno y a establecer en las relaciones humanas la armona que promueve la equidad respecto a las personas y al bien comn. El hombre justo, evocado con frecuencia en las Sagradas Escrituras, se distingue por la rectitud habitual de sus pensamientos y de su conducta con el prjimo. "Siendo juez no hagas injustic ia , ni por favor del pobre, ni por respeto al grande: con justicia juzgars a tu prjimo" (Lv 19,15). "Amos, dad a vuestros esclavos lo que es justo y equitativo, teniendo presente que tambin vosotros tenis un Amo en el cielo" (Col 4,1).

La fortaleza es la virtud moral que asegura en las dificultades la firmeza y la constancia en la bsqueda del bien. Reafirma la resolucin de resistir a las tentaciones y de superar los obstculos en la vida moral. La virtud de la fortaleza hace capaz de vencer el temor, incluso la muerte, y de hacer frente a las pruebas y a las persecuciones. Capacita para ir hasta la renuncia y el sacrificio de la propia vida por defender una causa justa. "Mi fuerza y mi cntico es el Seor" (Sal 118,14) . "En el mundo tendris tribulacin. Pero nimo!: Yo he vencido al mundo" (Jn 16,33).

La templanza es la virtud moral que modera la atraccin de los placeres y procura el equilibrio en el uso de los bienes creados. Asegura el dominio de la voluntad sobre los instintos y mantiene los deseos en los lmites de la honestidad. La persona moderada orienta hacia el bien sus apetitos sensibles, guarda una sana discrecin y no se deja arrastrar "para seguir la pasin de su corazn" (Si 5,2; cf. 37,27-31). La templanza es tambin alabada en el Antiguo Testamento: "No vayas detrs de tus pasiones, tus deseos refrena" (Si 18,30). En el Nuevo Testamento es llamada "moderacin" o "sobriedad". Debemos "vivir moderacin, justicia y piedad en el siglo presente" (Tt 2,12).

Vivir bien no es otra cosa que amar a Dios con todo el corazn, con toda el alma y con todo el obrar. Quien no obedece ms que a l (lo cual pertenece a la justicia), quien vela para discernir todas las cosas por miedo a dejarse sorprender por la astucia y la mentira (lo cual pertenece a la prudencia), le entrega un amor entero (por la templanza), que ninguna desgracia puede derribar (lo cual pertenece a la fortaleza) (S. Agustn, mor. eccl. 1,25,46).- Las virtude s y la gracia

Las virtudes humanas adquiridas mediante la educacin, mediante actos deliberados, y una perseverancia, reanudada siempre en el esfuerzo, son purificadas y elevadas por la gracia divina . Con la ayuda de Dios forjan el carcter y dan soltura en la prctica del bien. El hombre virtuos o es feliz al practicarlas.

Para el hombre herido por el pecado no es fcil guardar el equilibrio moral. El don de la salvacin por Cristo nos otorga la gracia necesaria para perseverar en la bsqueda de las virtudes. Cada uno debe siempre pedir esta gracia de luz y de fortaleza, recurrir a los sacramentos, cooperar con el Espritu Santo, seguir sus invitaciones a amar el bien y guardarse del mal.

- LAS VIRTUDES TEOLOGALES

Las virtudes humanas se arraigan en las virtudes teologales que adaptan las facultades del hombre a la participacin de la naturaleza divina (cf 2 P 1,4). Las virtudes teologales se refieren directamente a Dios. Disponen a los cristianos a vivir en relacin con la Santsima Trinidad. Tienen a Dios uno y trino como origen, motivo y objeto.

Las virtudes teologales fundan, animan y caracterizan el obrar moral del cristiano. Informan y vivifican todas las virtudes morales. Son infundidas por Dios en el alma de los fieles para hacerlos capaces de obrar como hijos suyos y merecer la vida eterna. Son la garanta de la presencia y la accin del Espritu Santo en las facultades del ser humano. Hay tres virtudes teologales: fe, esperanza y caridad (cf 1 Co 13,13).

- La fe

La fe es la virtud teologal por la que creemos en Dios y en todo lo que El nos ha dicho y revelado, y que la Santa Iglesia nos propone, porque El es la verdad misma. Por la fe "el hombre se entrega entera y libremente a Dios" (DV 5). Por eso el creyente se esfuerza por conocer y hacer la voluntad de Dios. "El justo vivir por la fe" (Rom 1,17). La fe viva "acta por la caridad" (Gl 5,6).

El don de la fe permanece en el que no ha pecado contra ella (cf Cc Trento: DS 1545). Pero, "la fe sin obras est muerta" (St 2,26): Privada de la esperanza y de la caridad, la fe no une plenamente el fiel a Cristo ni hace de l un miembro vivo de su Cuerpo.

El discpulo de Cristo no debe slo guardar la fe y vivir de ella, sino tambin profesarla, testimoniarla con firmeza y difundirla: "Todos vivan preparados para confesar a Cristo delante de los hombres y a seguirle por el camino de la cruz en medio de las persecuciones que nunca faltan a la Iglesia" (LG 42; cf DH 14). El servicio y el testimonio de la fe son requeridos para la salvacin: "Por todo aqul que se declare por m ante los hombres, yo tambin me declarar por l ante mi Padre que est en los cielos; pero a quien me niegue ante los hombres, le negar yo tambin ante mi Padre que est en los cielos" (Mt 10,32-33).

- La e s pe ranza

La esperanza es la virtud teologal por la que aspiramo s al Reino de los cielos y a la vida eterna como felicidad nuestra, poniendo nuestra confianza en las promesas de Cristo y apoyndonos no en nuestras fuerzas sino en los auxilios de la gracia del Espritu Santo. "Mantengamos firme la confesin de la esperanza, pues fiel es el autor de la promesa" (Hb 10,23). "El Espritu Santo que l derram sobre nosotros con largueza por medio de Jesucristo nuestro Salvador para que,justificados por su gracia, fusemos constituidos herederos, en esperanza, de vida eterna" (Tt 3,6-7).

La virtud de la esperanza responde al anhelo de felicidad puesto por Dios en el corazn de todo hombre; asume las esperanzas que inspiran las actividades de los hombres; las purifica para ordenarlas al Reino de los cielos; protege del desaliento; sostiene en todo desfallecimiento; dila ta el corazn en la espera de la bienaventuranza eterna. El impulso de la esperanza preserva del egosmo y conduce a la dicha de la caridad.

La esperanza cristiana recoge y perfecciona la esperanza del pueblo elegido que tiene su origen y su modelo en la esperanza de Abraham, colmada en Isaac, de las promesas de Dios y purificada por la prueba del sacrificio (cf Gn 17,4-8; 22,1-18). "Esperando contra toda esperanza, crey y fue hecho padre de muchas naciones" (Rm 4,18).

La esperanza cristiana se manifiesta desde el comienzo de la predicacin de Jess en la proclamacin de las bienaventuranzas. Las bienaventuranzas elevan nuestra esperanza hacia el cielo como hacia la nueva tierra prometida; trazan el camino hacia ella a travs de las pruebas que esperan a los discpulos de Jess. Pero por los mritos de Jesucristo y de su pasin, Dios nos guarda en "la esperanza que no falla" (Rom 5,5). La esperanza es "el ancla del alma", segura y firme, "que penetra...adonde entr por nosotros como precursor Jess" (Hb 6,19-20). Es tambin un arma que nos protege en el combate de la salvacin: "Revistamos la coraza de la fe y de la caridad, con el yelmo de la esperanza de salvacin" (1 Ts 5,8). Nos procura el gozo en la prueba misma: "Con la alegra de la esperanza; constantes en la tribulacin" (Rm 12,12). Se expresa y se alimenta en la oracin, particularmente en la del Padre Nuestro, resumen de todo lo que la esperanza nos hace desear.

Podemos, por tanto, esperar la gloria del cielo prometida por Dios a los que le aman (c f Rm 8,28-30) y hacen su voluntad (cf Mt 7,21). En toda circunstancia, cada uno debe esperar, con la gracia de Dios, "perseverar hasta el fin" (cf Mt 10,22; cf Cc de Trento: DS 1541) y obtener el gozo del cielo, como eterna recompensa de Dios por las obras buenas realizadas con la gracia de Cristo. En la esperanza, la Iglesia implora que "todos los hombres se salven" (1 Tm 2,4). Espera estar en la gloria del cielo unida a Cristo, su esposo:

Espera, espera, que no sabes cundo vendr el da ni la hora. Vela con cuidado, que todo se pasa con brevedad, aunque tu deseo hace lo cierto dudoso, y el tiempo breve largo. Mira que mientras ms peleares, ms mostrars el amor que tienes a tu Dios y ms te gozars con tu Amado con gozo y deleite que no puede tener fin (S. Teresa de Jess, excl. 15,3).

- La caridad

La caridad es la virtud teologal por la cual amamos a Dios sobre todas las cosas por l mismo y a nuestro prjimo como a nosotros mismos por amor de Dios.

Jess hace de la caridad el mandamiento nuevo (cf Jn 13,34). Amando a los suyos "hasta el fin" (Jn 13,1), manifiesta el amor del Padre que ha recibido. Amndose unos a otros, los discpulos imitan el amor de Jess que reciben tambin en ellos. Por eso Jess dice: "Como el Padre me am, yo tambin os he amado a vosotros; permaneced en mi amor" (Jn 15,9). Y tambin: "Este es el mandamiento mo: que os amis unos a otros como yo os he amado" (Jn 15,12).

Fruto del Espritu y plenitud de la ley, la caridad guarda los mandamientos de Dios y de Cristo: "Permaneced en mi amor. Si guardis mis mandamientos, permaneceris en mi amor" (Jn 15,9-10; cf Mt 22,40; Rm 13,8-10).Cristo muri por amor a nosotros cuando ramos todava enemigos (cf Rm 5,10). El Seor nos pide que amemos como l hasta nuestros enemigos (cf Mt 5,44), que nos hagamos prjimos del ms lejano (cf Lc 10,27-37), que amemos a los nios (cf Mc 9,37) y a los pobres como a l mismo (cf Mt 25,40.45).

El apstol S. Pablo ofrece una descripcin incomparable de la caridad: "La caridad es paciente, es servicial; la caridad no es envidiosa. no es jactanciosa, no se engre; es decorosa; no busca su inters; no se irrita; no toma en cuenta el mal; no se alegra de la injusticia; se alegra con la verdad. Todo lo excusa. Todo lo cree. Todo lo espera. Todo lo soporta (1 Co 13,4-7).

"Si no tengo caridad -dice tambin el apstol- nada soy...". Y todo lo que es privilegio, servicio, virtud misma..."si no tengo caridad, nada me aprovecha" (1 Co 13,1-4). La caridad es superior a todas las virtudes. Es la primera de las virtudes te ologales: "Ahora subsisten la fe, la esperanza y la caridad, estas tres. Pero la mayor de todas ellas es la caridad" (1 Co 13,13).

El ejercicio de todas las virtudes est animado e inspirado por la caridad. Esta es "el vnculo de la perfeccin" (Col 3,14); es la forma de las virtudes; las articula y las ordena entre s; es fuente y trmino de su prctica cristiana. La caridad asegura y purifica nuestra facultad humana de amar. La eleva a la perfeccin sobrenatural del amor divino.

La prctica de la vida moral animada por la caridad da al cristiano la libertad espiritual de los hijos de Dios. Este no se halla ante Dios como un esclavo, en el temor servil, ni como el mercenario en busca de un jornal, sino como un hijo que responde al amor del "que nos am primero" (1 Jn 4,19):

nos apartamos del mal por temor del castigo y estamos en la disposicin del esclavo, o buscamos el incentivo de la recompensa y nos parecemos a mercenarios, o finalmente obedecemos por el bien mismo del amor del que manda...y entonces estamos en la disposicin de hijos (S. Basilio, reg. fus. prol. 3).

La caridad tiene por frutos el gozo, la paz y la misericordia. Exige la prctica del bien y la correccin fraterna; es benevolencia; suscita la reciprocidad; es siempre desinteresada y generosa; es amistad y comunin:

La culminacin de todas nuestras obras es el amor. Ese es el fin; para conseguirlo, corremos; haci a l corremos; una vez llegados, en l reposamos (S. Agustn, ep. Jo. 10,4).

2.11. DONES Y FRUTOS DEL ESPIRITU SANTOLa vida moral de los cristianos est sostenida por los dones del Espritu Santo. Estos son disposiciones permanentes que hacen al hombre dcil para seguir los impulsos del Espritu Santo.

Los siete dones del Espritu Santo son: sabidura, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios. Pertenecen en plenitud a Cristo, Hijo de David (cf Is 11,1-2). Completan y lleva n a su perfeccin las virtud de quienes los reciben. Hacen a los fieles dciles para obedecer con prontitud a las inspiraciones divinas.

Tu espritu bueno me gue por una tierra llana (Sal 143,10)

Todos los que son guiados por el Espritu de Dio s son hijos de Dios...Y, si hijos, tambin herederos; herederos de Dios y coherederos de Cristo (Rm 8,14.17).Los frutos del Espritu son perfecciones que forma en nosotros el Espritu Santo como primicia s de la gloria eterna. La tradicin de la Iglesia enumera doce: "caridad, gozo, paz, paciencia, longanimidad, bondad, benignidad, mansedumbre, fidelidad, modestia, continencia, castidad" (Gl 5,22-23, vulg.).

A modo de s nte s is

La virtud es una disposicin habitual y firme para hacer el bien.

Las virtudes humanas son disposiciones estables del entendimiento y de la voluntad que regulan nuestros actos, ordenan nuestras pasiones y guan nuestra conducta segn la razn y la fe. Pueden agruparse en torno a cuatro virtudes cardinales: prudencia, justicia, fortaleza y templanza.

La prudencia dispone la razn prctica para discernir, en toda circunstancia, nuestro verdadero bien y elegir los medios justos para realizarlo.

La justicia consiste en la constante y firme voluntad de dar a Dios y al prjimo lo que les es debido.

La fortaleza asegura, en las dificultades, la firmeza y la constancia en la prctica del bien.

La templanza modera la atraccin hacia los placeres sensibles y procura el equilibrio en el uso de los bienes creados.

Las virtudes morales crecen mediante la educacin, mediante actos deliberados y la perseverancia en el esfuerzo. La gracia divina las purifica y las eleva.

Las virtudes teologales disponen a los cristianos a vivir en relacin con la santsima Trinidad. Tienen a Dios por origen, motivo y objeto, Dios conocido por la fe, esperado y amado por l mismo.

Hay tres virtudes teologales: fe, esperanza y caridad (cf. 1 Co 13,13). Informan y vivifican todas las virtudes morales.

Por la fe creemos en Dios y creemos todo lo que l nos ha revelado y que la santa Iglesia nos propone creer.

Por la esperanza deseamos y esperamos de Dios con una firme confianza la vida eterna y las gracias para merecerla.

Por la caridad amamos a Dios sobre todas las cosas y a nuestro prjimo como a nosotros mismos por amor de Dios. Es el "vnculo de la perfeccin" (Col 3,14) y la forma de todas las virtudes.

Los siete dones del Espritu Santo concedidos a los cristianos son: sabidura, entendimiento, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios.3. EL PECADO3.1. LA MISERICORDIA Y EL PECADOEl Evangelio es la revelacin, en Jesucristo, de la misericordia de Dios con los pecadores (cf Lc15). El ngel anuncia a Jos: "T le pondrs por nombre Jess, porque l salvar a su pueblo de sus pecados" (Mt 1,21). Y en la institucin de la Eucarista, sacramento de la redencin, Jess dice: "Esta es mi sangre de la alianza, que va a ser derramada por muchos para remisin de los pecados" (Mt 26,28).

"Dios nos ha creado sin nosotros, pero no ha querido salvarnos sin nosotros" (S. Agustn, serm.169,11,13). La acogida de su misericordia exige de nosotros la confesin de nuestras faltas. "Si decimos: `no tenemos pecado', nos engaamos y la verdad no est en nosotros. Si reconocemos nuestros pecados, fiel y justo es l para perdonarnos los pecados y purificarnos de toda injustic ia " (1 Jn 1,8-9).

Como afirma S. Pablo, "donde abund el pecado, sobreabund la gracia" (Rm 5,20). Pero para hacer su obra, la gracia debe descubrir el pecado para convertir nuestro corazn y conferirnos "la justicia para vida eterna por Jesucristo nuestro Seor" (Rm 5,20-21). Como un mdico que descubre la herida antes de curarla, Dios, mediante su palabra y su espritu, proyecta una luz viva sobre el pecado:

La conversin exige la conviccin del pecado, y ste, siendo una verificacin de la accin del Espritu de la verdad en la intimidad del hombre, llega a ser al mismo tiempo e l nuevo comienzo de la ddiva de la gracia y del amor: "Recibid el Espritu Santo". As, pues, en este "convencer en lo referente al pecado" descubrimos una "doble ddiva": el don de la verdad de la conciencia y el don de la certeza de la redencin. El Espritu de la verdad es el Parclito (DeV 31).

3.2. II DEFINICIN DE PECADOEl pecado es una falta contra la razn, la verdad, la conciencia recta; es un faltar al amor verdadero para con Dios y para con el prjimo, a causa de un apego perverso a ciertos bie nes. Hiere la naturaleza del hombre y atenta contra la solidaridad humana. Ha sido definido como "una palabra, un acto o un deseo contrarios a la ley eterna" (S. Agustn, Faust. 22,27; S. Toms de Aquino, s.th.,1-2, 71,6).El pecado es una ofensa a Dios: "Contra ti, contra ti solo he pecado, lo malo a tus ojos comet" (Sal 51,6). El pecado se levanta contra el amor que Dios nos tiene y aparta de l nuestros corazones. Como el primer pecado, es una desobediencia, una rebelin contra Dios por el deseo de hacerse "como dioses", pretendiendo conocer y determinar el bien y el mal (Gn 3,5). El pecado es as "amor de s hasta el desprecio de Dios" (S. Agustn, civ. 1,14,28). Por esta exaltacin orgullosa de s, el pecado es diametralmente opuesto a la obediencia de Jess que realiza la salvacin (cf Flp 2,6-9).

En la Pasin, la misericordia de Cristo vence al pecado. En ella, es donde ste manifiesta mejor su violencia y su multiplicidad: incredulidad, rechazo y burlas por parte de los jefes y del pueblo, debilidad de Pilato y crueldad de los soldados, traicin de Judas tan dura a Jess, negaciones de Pedro y abandono de los discpulos. Sin embargo, en la hora misma de las tinieblas y del prncipe de este mundo (cf Jn 14,30), el sacrificio de Cristo se convierte sec retamente en la fuente de la que brotar inagotable el perdn de nuestros pecados.

3.3. DIVERSIDAD DE PECADOSLa variedad de pecados es grande. La Escritura contiene varias listas. La carta a los Glatas opone las obras de la carne al fruto del Espritu: "Las obras de la carne son conocidas: fornicacin, impureza, libertinaje, idolatra, hechicera, odios, discordia, celos, iras, rencillas, divisione s , disensiones, envidias, embriagueces, orgas y cosas semejantes, sobre las cuales os prevengo como ya os previne, que quienes hacen tales cosas no heredarn el Reino de Dios" (5,19-21; cf Rm 1,28-32; 1 Co 6,9-10; Ef 5, 3-5; Col 3, 5-8; 1 Tm 1, 9-10; 2 Tm 3, 2-5).

Se pueden distinguir los pecados segn su objeto, como en todo acto humano, o segn las virtudes a las que se oponen, por exceso o por defecto, o segn los mandamientos que quebrantan. Se los puede agrupar tambin segn que se refieran a Dios, al prjimo o a s mismo; se los puede dividir en pecados espirituales y carnales, o tambin en pecados de pensa miento, palabra, accin u omisin. La raz del pecado est en el corazn del hombre, en su libre voluntad, segn la enseanza del Seor: "De dentro del corazn salen las intenciones malas, asesinatos, adulterios , fornicaciones, robos, falsos testimonios, injurias. Esto es lo que hace impuro al hombre" (Mt15,19-20). En el corazn reside tambin la caridad, principio de las obras buenas y puras, que esherida por el pecado.

3.4. LA GRAVEDAD DEL PECADO: PECADO MORTAL Y VENIALConviene valorar los pecados segn su gravedad. La distincin entre pecado mortal y venial, perceptible ya en la Escritura (cf 1 Jn 5,16-17) se ha impuesto en la tradicin de la Iglesia. La experiencia de los hombres la corroboran.

El pecado mortal destruye la caridad en el corazn del hombre por una infraccin grave de la ley de Dios; aparta al hombre de Dios, que es su fin ltimo y su bienaventuranza, prefiriendo un bien inferior.

El pecado venial deja subsistir la caridad, aunque la ofende y la hiere.

El pecado mortal, que ataca en nosotros el principio vital que es la caridad, necesita una nueva iniciativa de la misericordia de Dios y una conversin del corazn que se realiza ordinariamente en el marco del sacramento de la reconciliacin:

Cuando la voluntad se dirige a una cosa de suyo contraria a la caridad por la que estamos ordenados al fin ltimo, el pecado, por su objeto mismo, tiene causa para ser mortal...sea contra el amor de Dios, como la blasfemia, el perjurio, etc., o contra el amor del prjimo, como elhomicidio, el adulterio, etc...En cambio, cuando la voluntad del pecador se dirige a veces a una cosa que contiene en s un desorden, pero que sin embargo no es contraria al amor de Dios y del prjimo, como una palabra ociosa, una risa superflua, etc. tales pecados son veniales (S. Toms de Aquino, s.th. 1-2, 88, 2).

Para que un pecado sea mortal se requieren tres condiciones: "Es pecado mortal lo que tiene como objeto una materia grave y que, adems, es cometido con pleno conocimiento y deliberado consentimiento" (RP 17).

La materia grave es precisada por los Diez mandamientos segn la respuesta de Jess al joven rico: "No mates, no cometas adulterio, no robes, no levantes testimonio falso, no seas injusto, honra a tu padre y a tu madre" (Mc 10,19). La gravedad de los pecados e s mayor o menor: un asesinato es ms grave que un robo. La cualidad de las personas lesionadas cuenta tambin: la violencia ejercida contra los padres es ms grave que la ejercida contra un extrao.

El pecado mortal requiere plena conciencia y entero conse ntimiento. Presupone el conocimiento del carcter pecaminoso del acto, de su oposicin a la Ley de Dios. Implica tambin un consentimiento suficientemente deliberado para ser una eleccin personal. La ignorancia afectada y el endurecimiento del corazn (cf Mc 3,5-6; Lc 16,19-31) no disminuyen, sino aumentan, el carcter voluntario del pecado.

La ignorancia involuntaria puede disminuir, si no excusar, la imputabilidad de una falta grave, pero se supone que nadie ignora los principios de la ley moral que est n inscritos en la conciencia de todo hombre. Los impulsos de la sensibilidad, las pasiones pueden igualmente reducir el carcter voluntario y libre de la falta, lo mismo que las presiones exteriores o los trastornos patolgicos. El pecado por malicia, por eleccin deliberada del mal, es el ms grave.

El pecado mortal es una posibilidad radical de la libertad humana contra el amor. Entraa la prdida de la caridad y la privacin de la gracia santificante, es decir, del estado de gracia. Si no es eliminado por el arrepentimiento y el perdn de Dios, causa la exclusin del Reino de Cristo y la muerte eterna del infierno; de modo que nuestra libertad tiene poder de hacer elecciones para siempre, sin retorno. Sin embargo, aunque podamos juzgar que un acto es en s una falta grave, el juicio sobre las personas debemos confiarlo a la justicia y a la misericordia de Dios.

Se comete un pecado venial cuando no se observa en una materia leve la medida prescrita por la ley moral, o cuando se desobedece a la ley moral e n materia grave pero sin pleno conocimiento y sin entero consentimiento.

El pecado venial debilita la caridad; entraa un afecto desordenado a bienes creados; impide el progreso del alma en el ejercicio de las virtudes y la prctica del bien moral; merece penas temporales. El pecado venial deliberado, que permanece sin arrepentimiento, nos dispone poco a poco a cometer el pecado mortal. No obstante, el pecado venial no rompe la Alianza con Dios. Es humanamente reparable con la gracia de Dios. "No priva de la gracia santificante, de la amistad con Dios, de la caridad, ni, por tanto, de la bienaventuranza eterna" (RP 17):

El hombre, mientras permanece en la carne, no puede evitar todo pecado, al menos los pecados leves. Pero estos pecados, que llamamos leves, no los consideres poca cosa: si los tienes por tales cuando los pesas, tiembla cuando los cuentas. Muchos objetos leves hacen una gran masa; muchas gotas de agua llenan un ro. Muchos granos hacen un montn. Cul es entonces nuestra esperanza? Ante todo, la confesin...(S. Agustn, ep. Jo. 1,6)."Todo pecado y blasfemia ser perdonado a los hombres, pero la blasfemia contra el Espritu no ser perdonada" (Mc 3,29; Lc 12,10). No hay lmites a la misericordia de Dios, pero quien se niega deliberadamente a acoger la misericordia de Dios mediante el arrepentimiento rechaza el perdn de sus pecados y la salvacin ofrecida por el Espritu Santo (cf DeV 46). Semejante endurecimiento puede conducir a la condenacin final y a la perdicin eterna.

3.5. LA PROLIFERACION DEL PECADOEl pecado crea una facilidad para el pecado, engendra el vicio por la repeticin de actos. De ah resultan inclinaciones desviadas que oscurecen la conciencia y corrompen la valoracin concreta del bien y del mal. As el pecado tiende a reproducirse y a reforzarse, pero no puede destruir el sentido moral hasta su raz.

Los vicios pueden ser catalogados segn las virtudes a que se oponen, o tambin pueden ser comprendidos en los pecados capitales que la experiencia cristiana ha distinguido siguiendo a S. Juan Casiano y a S. Gregorio Magno (mor. 31,45). Son llamados capitales porque generan otros pecados, otros vicios. Entre ellos soberbia, avaricia, envidia, ira, lujuria, gula, pereza.

La tradicin catequtica recuerda tambin que existen "pecados que claman al cielo". Claman al cielo: la sangre de Abel (cf Gn 4,10); el pecado de los Sodomitas (cf Gn 18,20; 19,13); el clamor del pueblo oprimido en Egipto (cf Ex 3,7-10); el lamento del extranjero, de la viuda y el hurfano (cf Ex 22,20-22); la injusticia para con el asalariado (cf Dt 24,14-15; Jc 5,4).

El pecado es un acto personal. Pero nosotros tenemos una responsabilidad en los pecados cometidos por otros cuando cooperamos a ellos:

participando directa y voluntariamente; ordenndolos, aconsejndolos, alabndolos o aprobndolos; no revelndolos o no impidindolos cuando se tiene obligacin de hacerlo; protegiendo a los que hacen el mal.

As el pecado convierte a los hombres en cmplices unos de otros, hace reinar entre ellos la concupiscencia, la violencia y la injusticia. Los pecados provocan situaciones sociales e instituciones contrarias a la Bondad divina. Las "estructuras de pecado" son expresin y efecto de los pecados personales. Inducen a sus vctimas a cometer a su vez el mal. En un sentido analgico constituyen un "pecado social" (cf RP 16).

A modo de s nte s is

"Dios encerr a todos los hombres en la rebelda para usar con todos ellos de misericordia" (Rm11,32).

El pecado es "una palabra, un acto o un deseo contrarios a la ley eterna"(S. Agustn, Faust. 22). Es una ofensa a Dios. Se alza contra Dios en una desobediencia contraria a la obediencia de Cristo.

El pecado es un acto contrario a la razn. Lesiona la naturaleza del hombre y atenta contra la solidaridad humana.

La raz de todos los pecados est en el corazn del hombre. Sus especies y su gravedad se miden principalmente por su objeto.Elegir deliberadamente, es decir sabindolo y querindolo, una cosa gravemente contraria a la ley divina y al fin ltimo del hombre es cometer un pecado mortal. Este destruye en nosotros la caridad sin la cual la bienaventuranza eterna es imposible. Sin arrepentimiento, tal pecado conduce a la muerte eterna.

El pecado venial constituye un desorden moral reparable por la caridad que deja s ubsistir en nosotros.

La reiteracin de pecados, incluso veniales, engendra vicios entre los cuales se distinguen los pecados capitales.

4. LA COMUNIDAD HUMANALa vocacin de la humanidad es manifestar la imagen de Dios y ser transformada a imagen del Hijo Unico del Padre. Esta vocacin reviste una forma personal, puesto que cada uno es llamado a entrar en la bienaventuranza divina; concierne tambin al conjunto de la comunidad humana.4.1. LA PERSONA Y LA SOCIEDAD- EL CARCTER COMUNITARIO DE LA VOCACIN HUMANA

Todos los hombres son llamados al mismo fin: Dios. Existe cierta semejanza entre la unidad de las personas divinas y la fraternidad que los hombres deben instaurar entre ellos, en la verdad y el amor (cf GS 24,3). El amor al prjimo es inseparable del amor a Dios.

La persona humana necesita la vida social. Esta no constituye para ella algo sobreaadido sino una exigencia de su naturaleza. Por el intercambio con otros, la reciprocidad de servicios y el dilogo con sus hermanos, el hombre desarrolla sus capacidades; as responde a su vocacin (cf GS 25,1).Una sociedad es un conjunto de personas ligadas de manera orgnica por un principio de unida d que supera a cada una de ellas. Asamblea a la vez visible y espiritual, una sociedad perdura en el tiempo: recoge el pasado y prepara el porvenir. Mediante ella, cada hombre es constituido "heredero", recibe "talentos" que enriquecen su identidad y a los que debe hacer fructificar (cf Lc19,13.15). En verdad, se debe afirmar que cada uno tiene deberes para con las comunidades de que forma parte y est obligado a respetar a las autoridades encargadas del bien comn de las mismas.

Cada comunidad se define por su fin y obedece en consecuencia a reglas especficas pero "el principio, el sujeto y el fin de todas las instituciones sociales es y debe ser la persona humana" (GS 25,1).

Ciertas sociedades, como la familia y la ciudad, corresponden ms inmediatamente a la naturaleza del hombre. Le son necesarias. Con el fin de favorecer la participacin del mayor nmero de personas en la vida social, es preciso impulsar alentar la creacin de asociaciones e institucione s de libre iniciativa "para fines econmicos, sociales, culturales, recreativos, deportivos , profesionales y polticos, tanto dentro de cada una de las naciones como en el plano mundia l" (MM 60). Esta "socializacin" expresa igualmente la tendencia natural que impulsa a los seres humanos a asociarse con el fin de alcanzar objetivos que exceden las capacidades individuales. Desarrolla las cualidades de la persona, en particular, su sentido de iniciativa y de responsabilidad. Ayuda a garantizar sus derechos (cf GS 25,2; CA 12).

La socializacin presenta tambin peligros. Una intervencin demasiado fuerte del Estado puede amenazar la libertad y la iniciativa personales. La doctrina de la Iglesia ha elaborado el principio llamado de subsidiaridad. Segn ste, "una estructura social de orden superior no debe interferir en la vida interna de un grupo social de orden inferior, privndola de sus competencias, sino que ms bien debe sostenerla en caso de necesidad y ayudarla a coordinar su accin con la de los dems componentes sociales, con miras al bien comn" (CA 48; Po XI, enc. "Quadragesimo anno").

Dios no ha querido retener para l solo el ejercicio de todos los poderes. Entrega a cada criatura las funciones que es capaz de ejercer, segn las capacidades de su natura leza. Este modo de gobierno debe ser imitado en la vida social. El comportamiento de Dios en el gobierno del mundo, que manifiesta tanto respeto a la libertad humana, debe inspirar la sabidura de los que gobiernan las comunidades humanas. Estos deben comportarse como ministros de la providencia divina.

El principio de subsidiaridad se opone a toda forma de colectivismo. Traza los lmites de la intervencin del Estado. Intenta armonizar las relaciones entre individuos y sociedad. Tiende a instaurar un verdadero orden internacional.

- LA CONVERSIN Y LA SOCIEDAD

La sociedad es indispensable para la realizacin de la vocacin humana. Para alcanzar este objetivo es preciso que sea respetada la justa jerarqua de los valores que subordina las dimensiones "materiales e instintivas" del ser del hombre "a las interiores y espirituales" (CA 36):

La sociedad humana...tiene que ser considerada, ante todo, como una realidad de orden principalmente espiritual: que impulse a los hombres, iluminados por la verdad, a comunicarse entre s los ms diversos conocimientos; a defender sus derechos y cumplir sus deberes; a desear los bienes del espritu; a disfrutar en comn del justo placer de la belleza en todas sus manifestaciones; a sentirse inclinados continuamente a compartir con los dems lo mejor de smismos; a asimilar con afn, en provecho propio, los bienes espirituales del prjimo. Todos estos valores informan y, al mismo tiempo, dirigen las manifestaciones de la cultura, de la economa, de la convivencia social, del progreso y del orden poltico, del ordenamiento jurdico y, finalmente, de cuantos elementos constituyen la expresin externa de la comunidad humana en su incesante desarrollo (PT 36).

La inversin de los medios y de los fines (cf CA 41), que lleva a dar valor de fin ltimo a lo que slo es medio para alcanzarlo, o a considerar las personas como puros medios para un fin, engendra estructuras injustas que "hacen ardua y prcticamente imposible una conducta cristiana, conforme a los mandamientos del Legislador Divino" (Po XII, discurso 1 Junio 1941).

Es preciso entonces apelar a las capacidades espirituales y morales de la persona y a la exigencia permanente de su conversin interior para obtener cambios sociales que estn realmente a su servicio. La prioridad reconocida a la conversin del corazn no elimina en modo alguno, sino al contrario, impone la obligacin de introducir en las instituciones y condiciones de vida, cuando inducen al pecado, las mejoras convenientes para que aquellas se conformen a las normas de la justicia y favorezcan el bien en lugar de oponerse a l (cf LG 36).

Sin la ayuda de la gracia, los hombres no sabran "acertar con el sendero a veces estrecho entre la mezquindad que cede al mal y la violencia que, creyendo ilusoriamente combatirlo, lo agrava" (CA 25). Es el camino de la caridad, es decir, del amor de Dios y del prjimo. La caridad representa el mayor mandamiento social. Respeta al otro y sus derechos. Exige la prctica de la justicia y es la nica que nos hace capaces de sta. Inspira una vida de entrega de s mismo: "Quie n intente guardar su vida la perder; y quien la pierda la conservar" (Lc 17,33)

A modo de s nte s is .

Existe una cierta semejanza entre la unidad de las personas divinas y la fraternidad que los hombres deben instaurar entre s.

Para desarrollarse en conformidad con su naturaleza, la persona humana necesita la vida social. Ciertas sociedades como la familia y la ciudad, corresponden ms inmediatamente a la naturaleza del hombre.

"El principio, el sujeto y el fin de todas las instituciones sociales es y debe ser la persona humana" (GS 25,1).

Es preciso promover una amplia y libre participacin en asociaciones e instituciones.

Segn el principio de subsidiaridad, ni el Estado ni ninguna sociedad ms amplia de ben suplantar la iniciativa y la responsabilidad de las personas y de las corporaciones intermedias.

La sociedad debe favorecer el ejercicio de las virtudes, no ser obstculo para ellas. Debe inspirarse en una justa jerarqua de valores.

Donde el pecado pervierte el clima social es preciso apelar a la conversin de los corazones y a la gracia de Dios. La caridad empuja a reformas justas. No hay solucin a la cuestin social fuera del evangelio (cf CA 3).4.2. LA PARTICIPACION EN LA VIDA SOCIAL- LA AUTORIDAD

"Una sociedad bien ordenada y fecunda requiere gobernantes, investidos de legtima autoridad, que defiendan las instituciones y consagren, en la medida suficiente, su actividad y sus desvelos al provecho comn del pas" (PT 46).

Se llama "autoridad" la cualidad en virtud de la cual personas o instituciones dan leyes y rdenes a los hombres y esperan la correspondiente obediencia.

Toda comunidad humana necesita una autoridad que la rija (cf Len XIII, enc. "Inmortale Dei"; enc. "Diuturnum illud"). Esta tiene su fundamento en la naturaleza humana. Es necesaria para la unidad de la sociedad. Su misin consiste en asegurar en cuanto sea posible el bien comn de la sociedad.

La autoridad exigida por el orden moral emana de Dios: "Somtanse todos a las autoridades constituidas, pues no hay autoridad que no provenga de Dios, y las que existen, por Dios han sido constituidas. De modo que, quien se opone a la autoridad, se rebela contra el orden divino, y los rebeldes se atraern sobre s mismos la condenacin" (Rm 13,1-2; cf 1 P 2,13-17).

El deber de obediencia impone a todos la obligacin de dar a la autoridad los honores que le son debidos, y de rodear de respeto y, segn su mrito, de gratitud y de benevolencia a las personas que la ejercen.

La ms antigua oracin de la Iglesia por la autoridad poltica tiene como autor a S. ClementeRomano:

"Concdeles, Seor, la salud, la paz, la concordia, la estabilidad, para que ejerzan sin tropiezo la soberana que t les has entregado. Eres t, Seor, rey celestial de los siglos, quien da a los hijos de los hombres gloria, honor y poder sobre las cosas de la tierra. Dirige, Seor, su consejo segn lo que es bueno, segn lo que es agradable a tus ojos, para que ejerciendo con piedad, en la paz y la mansedumbre, el poder que les has dado, te encuentren propicio" (S. Clemente Romano, Cor.61,1-2).

Si la autoridad responde a un orden fijado por Dios, "la determinacin del rgimen y la designacin de los gobernantes han de dejarse a la libre voluntad de los ciudadanos" (GS 74,3).

La diversidad de los regmenes polticos es moralmente admisible con tal que promuevan el bien legtimo de la comunidad que los adopta. Los regmenes cuya naturaleza es contraria a la ley natural, al orden pblico y a los derechos fundamentales de las personas, no pueden realizar el bien comn de las naciones a las que se han impuesto.

La autoridad no saca de s misma su legitimidad moral. No debe comportarse de manera desptica, sino actuar para el bien comn como una "fuerza moral, que se basa en la libertad y en la conciencia de la tarea y obligaciones que ha recibido" (GS 74,2).

La legislacin humana slo posee carcter de ley cuando se conforma a la justa razn; lo cual dice que recibe su vigor de la ley eterna. En la medida en que ella se apartase de la razn, sera preciso declararla injusta, pues no verificara la nocin de ley; sera ms bien una forma de violencia (S. Toms de Aquino, s.th. 1-2, 93, 3 ad 2).La autoridad slo se ejerce legtimamente si busca el bien comn del grupo considerado y si, para alcanzarlo, emplea medios moralmente lcitos. Si los dirigentes proclamasen leyes injustas o tomasen medidas contrarias al orden moral, estas disposiciones no pueden obligar en conciencia. "En semejante situacin, la propia autoridad se desmorona por completo y se origina una iniquidad espantosa" (PT 51).

"Es preferible que un poder est equilibrado por otros poderes y otras esferas de competencia que lo mantengan en su justo lmite. Es este el principio del `Estado de derecho' en el cual es sober ana la ley y no la voluntad arbitraria de los hombres" (CA 44).

- EL B IEN COMUN

Conforme a la naturaleza social del hombre, el bien de cada uno est necesariamente relacionado con el bien comn. Este slo puede ser definido con referencia a la persona humana :

No vivis aislados, cerrados en vosotros mismos, como si estuvieseis ya justificados sino reunos para buscar juntos lo que constituye el inters comn (Bernab, ep. 4,10).

Por bien comn, es preciso entender "el conjunto de aquellas condiciones de la vida social que permiten a los grupos y a cada uno de sus miembros conseguir ms plena y fcilmente su propia perfeccin" (GS 26,1; cf GS 74,1). El bien comn afecta a la vida de todos. Exige la prudencia por parte de cada uno, y ms an por la de aquellos que ejercen la autoridad. Comporta tres elementos esenciales:

Supone, en primer lugar, el respeto a la persona en cuanto tal. En nombre del bien comn, las autoridades estn obligadas a respetar los derechos fundamentales e inalienables de la persona humana. La sociedad debe permitir a cada uno de sus miembros realizar su vocacin. En particular, el bien comn reside en las condiciones de ejercicio de las libertades naturales que son indispensables para el desarrollo de la vocacin humana: "derecho a...actuar de acuerdo con la recta norma de su conciencia, a la proteccin de la vida privada y a la justa libertad, tambin en materia religiosa" (GS 26,2).

En segundo lugar, el bien comn exige el bienestar social y el desarrollo del grupo mismo. El desarrollo es el resumen de todos los deberes sociales. Ciertamente corresponde a la autoridad decidir, en nombre del bien comn, entre los diversos intereses particulares; pero debe facilitar a cada uno lo que necesita para llevar una vida verdaderamente humana: alimento, vestido, salud, trabajo, educacin y cultura, informacin adecuada, derecho de fundar una familia, etc. (cf. GS26,2).

El bien comn implica, finalmente, la paz, es decir, la estabilidad y la seguridad de un orden justo. Supone, por tanto, que la autoridad asegura, por medios honestos, la seguridad de la sociedad y la de sus miembros, y fundamenta el derecho a la legtima defensa individual y colectiva.

Si toda comunidad humana posee un bien comn que la configura en cuanto tal, la realizacin ms completa de este bien comn se verifica en la comunidad poltica. Corresponde al Estado defender y promover el bien comn de la sociedad civil, de los ciudadanos y de las corporaciones intermedias.

Las dependencias humanas se intensifican. Se extienden poco a poco a la tierra entera. La unidad de la familia humana que agrupa a seres que poseen una misma dignidad natural, implica un bien comn universal. Este requiere una organizacin de la comunidad de naciones capaz de "proveer a las diferentes necesidades de los hombres, tanto en los campos de la vida social a los quepertenecen la alimentacin, la sanidad, la educacin...como no pocas situaciones particulares que pueden surgir en algunas partes, como son...socorrer en sus sufrimientos a los prfugos dispers os por todo el mundo o de ayudar a los emigrantes y a sus familias" (GS 84,2)

El bien comn est siempre orientado hacia el progreso de las personas: "El orden social y su progreso deben subordinarse al bien de las personas...y no al contrario" (GS 26,3). Este orden tiene por base la verdad, se edifica en la justicia, es vivificado por el amor.

- RESPONSAB ILIDAD Y PARTICIPACION

La participacin es el compromiso voluntario y generoso de la persona en las tareas sociales. E