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El Porteñazo en 15 reportajes

El alzamiento militar que abrió el camino hacia

el 4 de febrero de 1992

Caracas – Venezuela 2019

Teófilo Santaella

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Coordinación editorialAlejandro López - Yessica La Cruz

Asistente editorialAlexander Zambrano

Diseño de la colecciónAarón Mundo - Gabriel A. Serrano S.

Diseño y DiagramaciónLuis Alexander Gil C.

Diseño PortadaJavier Véliz

CorrecciónMiguel Raúl Gómez

Portada: capellán Luis María Padilla auxilia a un soldado herido. foto, captada por Héctor Rondón premio Pulitzer en 1962.

El Porteñazo en 15 reportajesEl alzamiento militar que abrió el camino hacia el 4 de febrero de 1992Teófilo Santaella 2017

© Centro Nacional de Historia, 2019 Final Av. Panteón, Foro Libertador, edificio Archivo General de la Nación, P.B.Caracas, República Bolivariana de Venezuelawww.cnh.gob.ve http://www.presidencia.gob.ve

Depósito legal: DC201900080ISBN: 978-980-419-061-2Impreso en la República Bolivariana de Venezuela

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Presentación de la colecciónLa Colección Difusión tiene como objetivo la sociali-zación del conocimiento histórico a través de la pro-ducción de textos escritos con un lenguaje sencillo y ameno dirigidos a la colectividad para dar a conocer temas de diversa índole: metodología, estudios regio-nales y locales, períodos, acontecimientos, biografías y ensayos históricos, entre otros. Todo esto con el fin de fortalecer el proceso de democratización real de la memoria nacional y dar continuidad al proceso de inclusión a partir de la divulgación de nuestra me-moria histórica.

Junto con la revista Memorias de Venezuela, esta colección viene a contribuir con el propósito de di-fusión masiva de nuestra historia, objetivo esencial del Ministerio del Despacho de la Presidencia y Seguimiento de la Gestión de Gobierno a través del Centro Nacional de Historia. Se trata de continuar haciendo una historia del pueblo, para el pueblo y con el pueblo; un objetivo central del Gobierno Bolivariano tal como lo expresara el comandante presidente Hugo Rafael Chávez Frías. La historia es fundamental para el fortalecimiento de nuestra identidad y nuestra dignidad como pueblo, y también para empoderarnos de ella y enfrentar los desafíos en la construcción de la Patria socialista.

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ÍNDICE

Introducción 15

I. Puerto Cabello despertó en medio del eco de cañones y fusiles 21

II. El Porteñazo despertó a Betancourt 27

III. ¿Por qué el Porteñazo? 39

IV. 30 años para los cabecillas del Porteñazo 45

V. Del Cuartel San Carlos a la cárcel nacional en la isla del Burro 57

VI. Los cuatro capitanes que asustaron al presidente Rómulo Betancourt desde Carúpano y Puerto Cabello 63

VII. Los familiares sangraban para ver a sus presos en la isla del Burro 83

VIII. Conocí al teniente Nicolás Hurtado Barrios, antes de que lo mataran en Aguas Dormidas 89

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IX. La fuga que estremeció al Gobierno adeco-copeyano 97

X. “Disparen primero y averigüen después” 105

XI. La isla de la dignidad revolucionaria 113

XII. Hechos breves de la convulsionada década de los sesenta 123

XIII. ¿Cómo vivíamos 374 presos políticos en la isla del Burro? 139

XIV. Chávez en 1995: “Bendigo al Carupanazo y al Porteñazo” 159

XV. Mi madre, el cuartel San Carlos y la isla del Burro 171

Militares sobrevivientes del Carupanazo y del Porteñazo 184

Bibliografía 189

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El padre Luis María Padilla con un soldado herido en sus brazos, en imagen captada por el fotorreportero Héctor Rondón.

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DedicatoriaA Celina Cisneros Melitza, María Eugenia, María Fernanda,Reinaldo Rafael y Arantza Valentina

A mis compañeros sobrevivientes del Porteñazo y a la memoria de los que partieron

Agradecimiento A mi esposa Celina Cisneros,por su apoyo y dedicación en el trabajo final

A mi amigo Raúl Gómez, quien lidió con mis altibajosen la terminación de este libro

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Introducción

Comienzo por agradecer al Creador la vida que me dio. Esa vida es la causante de que pueda escribir estas palabras, hilvanadas con un fin preciso: ofrecer una visión rápida –ligera, podría pensarse– y aportar nue-vos registros de un acontecimiento militar que, en su época, tuvo resonancia nacional e internacional. En este sentido, no pretendo relatar palabra por palabra los hechos generales que recoge la historia contempo-ránea de Venezuela, pues otros ya han hablado y escri-to con acierto sobre lo que se conoce como el Porte-ñazo. Solo busco amalgamar, de manera sencilla, una serie de pequeños hechos que han quedado fuera de esa historia, y que aun siendo pequeños fueron motivo de orgullo y de incentivo en aquellos momentos difí-ciles, para compensar las penurias que pasamos como presos políticos de la IV República.

En efecto, en estos 15 reportajes –incluida en uno de ellos una entrevista en donde el Comandante Chávez y el periodista intercambiamos roles– abordo ciertas aristas que no se conocen bien del suceso que estreme-ció a la ciudad de Puerto Cabello y a toda Venezuela en la madrugada del día sábado 2 de junio de 1962. Ese día los hechos sorprendieron a los habitantes de la ciudad, donde desde tempranas horas se oyó el eco de los fusiles, las ametralladoras y los cañones. La lucha entre los rebeldes y la tropa del Gobierno de Rómulo Betancourt duró tres días. En la tarde del lunes la ciu-

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dad sintió que la calma volvía, luego de la derrota del movimiento cívico-militar. El alzamiento había sido dirigido por el capitán de navío Manuel Ponte Rodrí-guez, el capitán de fragata Pedro Medina Silva y el ca-pitán de corbeta Víctor Hugo Morales.

Es imperiosamente necesario aclarar que un mes antes había sucedido un hecho similar en la ciudad de Carúpano, donde un alzamiento cívico-militar, al mando del capitán de corbeta Jesús Teodoro Moli-na Villegas, había sido aplastado a las pocas horas de iniciarse el enfrentamiento entre los rebeldes y las tropas gubernamentales. Ambos movimientos tuvie-ron en común que se originaron en la Marina, lo que los hace ser los primeros y únicos hasta los momen-tos. Estos dos movimientos se inspiraron tal vez en el rol que jugó un marino luego de dar al traste con la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, el 23 de enero de 1958. Hablo del almirante Wolfgang Larrazábal Ugueto, quien fue nombrado presidente de la Junta de Gobierno. En aquellos momentos de euforia y de alegría libertaria, la imagen del marino copó la esce-na de la Venezuela que veía en el hombre de mar la esperanza para enrumbarse por derroteros democrá-ticos, pero henchidos de fe revolucionaria. Se pensó que había llegado el momento histórico para sem-brar un espíritu revolucionario capaz de cambiarle el rumbo al país, cansado de tantos golpes militares y de fracasos de gobiernos civiles, que aliados con hombres del cuartel, habían sumido a la nación en

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un “toma y dame” por décadas, sin que se pudiera salir del atolladero. Sin que se le marcara el rumbo que necesitaba Venezuela para dirigirse hacia un fu-turo promisor, donde el bienestar social y económico alcanzara a la mayoría de los venezolanos, especial-mente a los más necesitados, a los excluidos.

Pero sucedió lo inesperado por el pueblo: su esperanza fue sepultada sin doliente alguno, por lo menos visi-ble. Se cortó el hilo conductor de sueños y en su lugar se instaló “el mismo musiú con diferente cachimbo”. Atrás quedaron la esperanza y el deseo de entrar en el escenario de los países que luchaban por un mundo mejor. Eso fue considerado como una frustración no solo para el pueblo venezolano, sino para los militares jóvenes que cifraban sus anhelos en el desenlace de la férrea lucha que se dio abierta y clandestinamente contra el dictador Marcos Pérez Jiménez; confiaban en que se abrirían las puertas para el progreso, la recupe-ración económica y la inserción en la vida política ve-nezolana de los invisibilizados de siempre. Era enton-ces evidente que la oficialidad joven había cambiado su modo de pensar y estaba lista para realizar proezas más elevadas en las luchas del pueblo venezolano.

El Porteñazo, expresión de la voluntad de lucha de los jóvenes militares, se inscribe en la historia contempo-ránea de Venezuela como el alzamiento de mayor du-ración y el de mayor cantidad de muertos y heridos, tanto de parte de la tropa del Gobierno de Betancourt,

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como de los rebeldes, incluyendo a los civiles. Han pa-sado 55 años y aún no hay cifras precisas de los muer-tos en acción. Se habla de 250, 300 y 400… Solo las fosas comunes, si pudieran hablar, precisarían cuántos soldados y civiles cayeron en sus fauces.

Por cierto, a pesar de los resultados, en Puerto Ca-bello no hubo rendición de los rebeldes. El capitán Víctor Hugo Morales, jefe de operaciones de la re-belión, lo confirmó en su descargo en los tribunales militares, que actuaron con rapidez por orden presi-dencial para aplicar las penas de 30 años de cárcel a los cabecillas, de 25 al resto de oficiales y de 22 años a los suboficiales.

En las siguientes páginas trato de recoger aquellos momentos en que los militares presos y sus familiares vivieron la dureza de la cárcel tanto en el Cuartel Ca-rabobo, por un periodo de cuatro meses, como en el Cuartel San Carlos y, por último, en el penal de Taca-rigua, mejor conocido como la isla del Burro. En esas circunstancias, los familiares jugaron un rol impor-tante en la vida de sus presos: con sus visitas, palabras de aliento y solidaridad, apuntalaron la posición digna y revolucionaria de los rebeldes. Siempre, a lo largo de los casi seis años de cárcel, se mantuvo la moral en alto y una actitud positiva, de elevado sentimiento patriótico, ante el carcelero. Hoy día, al redactar esta introducción, de quienes participaron en toda esta ex-periencia sobreviven los siguientes militares: capitán

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de fragata Víctor Hugo Morales, capitán Miguel Hen-ríquez Ledezma, teniente de fragata Carlos Fermín Castillo, teniente de navío Pastor Pausides González, teniente de navío José Ramos Meléndez, teniente de navío Teófilo Santaella, teniente de fragata Alberto Leal Romero y alférez de navío Otoniel Picardo Ro-mán. Son ellos las fuentes vivas del Porteñazo.

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IPuerto Cabello despertó en medio del eco de cañones y fusiles

Puerto Cabello es una ciudad importante de Ve-nezuela, pues allí tiene asiento uno de los puertos de mayor significación en las operaciones de bar-cos de gran calado que llegan y salen, generando una actividad económica singular no solo para la ciudad y el estado Carabobo, al cual pertene-ce, desde el punto de vista geográfico, sino para todo el país. La ciudad y su puerto se localizan en las costas, al norte de Carabobo. Para inicios de los años 60, tendría una población aproximada de 180.000 habitantes. Por la importancia que reviste Puerto Cabello, en su jurisdicción territorial está enclavada la Base Naval, cuya misión, entre otras, es custodiar y proteger los bienes de la nación que llegan mediante la actividad marítima. Pero, ade-más, dentro del perímetro de la Base se encuentra el viejo Castillo Libertador, lleno de historia; por sus fosas han pasado muchos presos políticos des-de la era de Juan Vicente Gómez.

En efecto, en el momento en que reventó el alza-miento militar conocido como el Porteñazo, en las fosas del castillo había un grupo importante de ca-maradas civiles que habían participado en activi-dades guerrilleras y en las UTC (unidades tácticas

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citadinas). Todos fueron liberados en los primeros minutos de la toma de la Base Naval, por parte de los militares rebeldes, y se integraron a la batalla.

Ciudad plena de historiaPuerto Cabello es, por demás, una ciudad histórica. Aparece en la historia de Venezuela que, un mes des-pués del 5 de julio de 1811, fecha en la cual se declaró la Independencia de Venezuela, Puerto Cabello adqui-rió rango de ciudad, de manera oficial. Se llamó San Juan Bautista de Puerto Cabello… El 30 de junio de 1812, los realistas prisioneros en el Castillo San Feli-pe, se alzaron bajo el mando del alférez Francisco Fer-nández Vinoni, tomaron la guarnición y arrasaron la ciudad y el puerto con los cañones del fuerte. Volaron el bergantín Argos y rindieron la plaza. La tomaron, pues. Esta plaza estaba bajo el mando de Bolívar.

Es la ciudad que despertó, la madrugada del 2 de junio de 1962, bajo el eco ensordecedor de los caño-nes, los fusiles, y el tableteo de las ametralladoras. La famosa plaza Flores, testigo fiel de tantos arru-llos marineros, y de tantos amoríos, dejó a un lado su encanto legado por el Bolerista de América, Fe-lipe Pirela, en canción inolvidable, para vestirse de angustia ante el hecho imprevisto. La Alcantarilla, una de las más famosas esquinas, a la entrada de la ciudad, fue escenario de la lucha sin cuartel entre las tropas del Gobierno y las del movimiento rebel-de que buscaba hacer historia, como lo hicieron los

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antepasados. Allí, en ese sitio, murieron centenares de soldados y civiles. La Alcantarilla recibió a la tro-pa comandada por el coronel Alfredo Monch, jefe de la Cuarta División del Ejército, acantonado en la ciudad de Maracay, estado Aragua. Además, Monch era comandante del Teatro de Operaciones, y or-denó que el Batallón Carabobo se desplazara hacia Puerto Cabello. En efecto, así fue. La tropa no tuvo problema en desplazarse por la estrecha carretera Valencia-Puerto Cabello. No se sabe por qué los rebeldes no bloquearon la carretera. Era fácil, por su estrechez, por lo escarpado del terreno y por su fragilidad. Tal vez fue uno de los errores más caros que se cometieron en la planificación de la toma de la ciudad, y en la ejecución de la orden.

¿Cuántos muertos hubo en la batalla que se prolon-gó por tres días? No hay cifras precisas. Solo núme-ros al voleo: unos hablan de 200, otros de 300, y hay quien afirma que los muertos pasaron de 400. Más de un millar de heridos. Nunca se sabrá, con exac-titud, cuántos soldados y cuántos civiles perdieron la vida en uno de los alzamientos más cruentos de cuantos se tengan almacenados en la memoria, o en las hemerotecas. Aún, en años recientes, uno visitaba esta acogedora ciudad y percibía, sin problemas, los huecos en las paredes de las casas y establecimientos, producto de los impactos de los cañones de los tan-ques, de los fusiles y las ametralladoras.

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Un sobreviviente excepcional, como lo es el capitán Víctor Hugo Morales, jefe de Operaciones del alza-miento, afirma que los rebeldes lograron tomar la ciu-dad con facilidad, a eso de las nueve de la mañana del 2 de junio; todo estaba controlado, pero la presencia rápida de la tropa gubernamental trastocó la planifi-cación, ya que la acción, además de rápida, fue des-comunal. Era la orden: “Aplasten a esos comunistas, rápido. No los dejen respirar”. Betancourt se moría de la rabia, ya que su Gobierno sabía lo que pasaría en esa plaza, pero, por razones desconocidas, dejó que los rebeldes actuaran. Tal vez fue premeditado para aca-bar con las conspiraciones. Tiene lógica esa teoría; y viniendo de Betancourt, mucho más.

Cabe destacar que, en varias ocasiones, en fechas ani-versarias del Porteñazo, se han realizado actos no solo de reencuentro de los oficiales y civiles sobrevivientes de aquella gesta rebelde, sino que han servido como encuentros para la reflexión. Encontrarse, por ejemplo, con un Oscar Carrero, es tener la oportunidad de oír mil historias vividas por este combatiente. En Puerto Cabello no hubo rendición. El capitán Morales lo ha confirmado en varias ocasiones. En otras palabras, la batalla se fue debilitando poco a poco, no solo por el acoso de la tropa gubernamental, sino por el cansancio y la falta de pertrechos. El debilitamiento llegó a su fin el día lunes 4 de junio, cuando la Base Naval pasó de nuevo a manos del Gobierno. Pero sin rendición. “No nos rendimos”, apunta el capitán Morales. Fue el día

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lunes 4, en horas de la noche, cuando la heroica ciu-dad de Puerto Cabello recobró su tranquilidad, bajo un impresionante silencio. Poco a poco, la ciudad tomó su ritmo de desenvolvimiento normal, pero la huella de la heroicidad de los infantes de Marina, así como de los civiles participantes en la batalla, quedó sembrada en el corazón de los porteños. La ciudad dio su aporte para quienes escriban la historia del Porteñazo.

Puerto Ordaz, 14 de mayo de 2017

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IIEl Porteñazo despertó a Betancourt

Cuando un Gobierno viola los derechos del pueblo,

la insurrección es el más sagrado de los derechos y el más indispensable de los deberes

Marqués de La Fayette

La grisácea atmósfera de aquella madrugada del sába-do 2 de junio de 1962 explotó y se hizo añicos. Tem-pranito sonaron las campanas de la iglesia perforadas por las balas. La plaza Flores dejó atrás su leyenda que creó el cantor de boleros Felipe Pirela, y se convirtió en el santuario de los alzados en armas, cuyos ecos vo-laron por los aires, y viajaron hasta el mismísimo Pa-lacio de Miraflores, donde despertaron, sin previo avi-so, al presidente de la República, Rómulo Betancourt: “Llámeme al ministro de la Defensa, de inmediato”, ordenó, todavía sin despertarse completamente. “Es el mismo grupito de comunistas que se levantó en Ca-rúpano. Y pensar que yo le ordené al ministro que los agarrara y los metiera bien presos; la pena máxima, la pena máxima”, reflexionó. “Al mal hay que arrancarlo de raíz, para que no se reproduzca y crezca hasta ha-cerle daño a medio mundo. A estos carajos, comunis-tas de mierda, hay que meterles la pena máxima, o sea 30 años”.

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La información había despertado al presidente, y tras-tocado su sueño mañanero y su fin de semana. Impartió órdenes tras órdenes. Entre ellas la de atacar a los insu-rrectos por tierra, aire y mar, sin contemplación alguna.

A modo de antecedenteEl espíritu del 23 de enero de 1958, desde el punto de vista de los anhelos del pueblo venezolano, se había perdido. Resultó un engaño a los venezolanos, ya que se salió de la dictadura y se entró en una era de “quí-tate tú, que me toca a mí”. Fue una rebatiña entre los partidos tradicionales: AD, Copei y URD. Sus dirigen-tes, Rómulo Betancourt, Rafael Caldera y Jóvito Vi-llalba, engañaron al pueblo. Lo adormecieron con su falso verbo entreguista y claudicante ante los intereses del señor Nelson Rockefeller, acá en el país, y allá en

De izquierda a derecha: Teniente Pausides González, capitán Víctor Hugo Morales, alférez Freddy Figueroa Bastardo, alférez Rafael Sierra Acosta, maestre de segunda Teófilo Santaella y maestre de tercera Francisco Aguilera.

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el norte, al mismísimo imperio. El pueblo venezolano perdió una gran oportunidad de liberarse de las tena-zas de los gringos, y hacer una verdadera revolución. Cundió la frustración en varios sectores de la pobla-ción, incluyendo a los partidos del statu quo.

El descontento y la desesperanza se hicieron presentes en las mentes de hombres y mujeres, así como en los trabajadores, campesinos y estudiantes. En el pueblo, en general. Una vez más los venezolanos eran burla-dos por los viejos políticos, incapaces de asimilar los cambios que reclamaba la patria. Mucho se ha escrito sobre este fracaso de la dirigencia de aquel momento, y que había negociado con Estados Unidos, antes de que Pérez Jiménez alzara vuelo. Todo estaba arreglado. Todo se consumó bajo la tutela del Departamento de Estado de Estados Unidos, el Pentágono y la CIA.

Pero el rosario venía por dentro. Una vez que el contral-mirante Wolfgang Larrazábal, como presidente de la Junta de Gobierno, se dejó manipular por Betancourt, Caldera y Villalba, se cayó la esperanza. Nació el Pacto de Punto Fijo, el cual ya venía conformado desde Nue-va York. Larrazábal se dedicó a abrazar viejitas y niños, mientras la oligarquía se atrincheraba en el poder. Se efectuaron las elecciones presidenciales y, tal como se esperaba, ganó Rómulo Betancourt. Pero rápidamente se le vio la tendencia proyanqui a su Gobierno. Se creó la “ancha base” (AD-Copei-URD), pero la paz y la tran-quilidad duró poco. Fue así como se llegó a la primera

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división de AD. Nació el Movimiento de Izquierda Re-volucionaria (MIR), integrado por jóvenes de la época que son llamados “cabezas calientes”, como Domingo Alberto Rangel, Américo Martín y otros. Ellos, desde la clandestinidad, habían fortalecido una visión distinta a la del viejo liderazgo.

Ese era el escenario que se presentaba al Partido Co-munista de Venezuela y al MIR. El primero, apartado a un lado por Betancourt, a pesar de la importancia de su lucha contra la dictadura perezjimenista. Un escenario propicio para la radicalización, en contra de un Gobier-no entreguista y represivo que dio vida a aquella famosa frase betancourista de “Disparen primero y averigüen después”. La llegada de Fidel Castro y sus barbudos a La Habana, después de haber hecho trizas a los militares del dictador Fulgencio Batista, se abría paso dentro de los sectores más avanzados de la sociedad venezolana, para aspirar a un mundo mejor. Y una manera de lo-grarlo era enfrentar al régimen de Betancourt.

Dentro de este marco referencial, flanqueado por la represión del régimen de Rómulo Betancourt a todo lo que oliera a comunismo, la persecución a oficiales de izquierda, puestos en evidencia con el levantamien-to en Carúpano el 4 de mayo de 1962, y la influencia de la reciente victoria de los barbudos en Cuba, como punto de referencia a nivel ideológico, apresuraron los acontecimientos. No había otra alternativa: o el Go-bierno les ponía la mano y los enviaban a la cárcel o se

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la jugaban con el alzamiento. Esto último fue lo que se escogió. Fue la voluntad de los oficiales jóvenes, bajo las órdenes de oficiales superiores con conciencia de lo que se tenía que hacer. El plan se concibió a la luz de la visión de civiles de izquierda, ligados al Partido Comunista y al MIR (la izquierda). Bajo ese manto de unión ideológica se planificó el Porteñazo. Apenas a un mes de los sucesos en Carúpano. Era un solo movi-miento, pero por cosas de la vida se partió en dos, de-bilitando las acciones de guerra, con la consecuencia ya sabida por todos: las tropas del régimen de Betan-court hicieron valer su mayoría y su capacidad ofensi-va en ambos alzamientos.

La madrugada del 2 de junioSon muchas las personas autorizadas para hablar sobre el Porteñazo. El capitán de corbeta Víctor Hugo Mora-les es una de esas personas, ya que él tuvo un rol impor-tantísimo como el tercer jefe del movimiento. Pero él lo ha expresado muy bien en varias entrevistas y en escri-tos de su puño y letra, tal como se observa en su libro Dos generaciones. Veamos, en esta ocasión, lo que dijo el Secretariado Político de Liberación Nacional, al cum-plirse un año de aquellos sucesos de Puerto Cabello:

El 2 de junio es una fecha de victoria y es-peranza para Venezuela. Ese día apareció en Puerto Cabello un movimiento que, junto con el de Carúpano, habrá de hacer historia. Los destacamentos del pueblo y las unidades

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revolucionarias de las Fuerzas Armadas unie-ron esfuerzos y heroísmo por erradicarle a la patria la vergüenza de la sumisión colonialista y ahorrarle al país el dolor de la opresión. De-rrotada la insurrección de Puerto Cabello, ha seguido viviendo. Las causas profundas atena-zadas por la abnegación del pueblo no mue-ren jamás. Puerto Cabello arroja enseñanzas que no podemos olvidar los revolucionarios venezolanos. Debemos recogerlas, cultivar-las y desarrollarlas para que arrojen luz en nuestro camino. Puerto Cabello confirmó el hecho, bastante auspicioso, de la existencia en nuestras Fuerzas Armadas de vanguardias revolucionarias que son capaces de llegar a la insurrección sin miedo a las confusiones ideo-lógicas y a arrostrar la furia del enemigo... En Puerto Cabello aprendió el pueblo venezolano, en la dura experiencia de las refriegas calleje-ras, el arte de la guerra… El Frente de Libera-ción Nacional ha recogido en su programa los postulados de los combatientes, civiles y mili-tares, de Puerto Cabello y Carúpano. Nuestras banderas son las mismas que ellos enarbola-ron. Nuestras esperanzas y nuestros deberes son los mismos que inspiraron su gesto. Hoy, más que nunca, está planteado en Venezuela el camino que nos trazaron los héroes de Puer-to Cabello… La lucha armada es el medio in-dispensable que la historia nos indica. No hay

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otra alternativa para liberarnos. Esa es la lec-ción más importante de Puerto Cabello.

Secretariado Político del Frente de Liberación Nacional (FLN)

Caracas, 2 de junio de 1963

No voy a llover sobre lo mojado. Es decir, escribir sobre lo escrito. O mejor dicho, sobre la historia del histórico movimiento cívico-militar conocido como el Porteña-zo, el cual cumple 55 años el 2 de junio de 2017. Mejor es oír la voz de otros actores con más conocimientos de causa, que lo que yo podía tener en aquellos momentos de sentimientos encontrados. Pero personas lejanas del movimiento, como lo fue nuestro Comandante Supre-mo Hugo Chávez Frías, también hablan del significado de esa insurgencia militar. Más adelante, les haré saber lo que él pensó sobre este acontecimiento. Mientras tanto le paso el testigo a quien fue mi profesor en la Universidad Central de Venezuela, Jesús Sanoja Hernández, periodis-ta, historiador, profesor universitario, poeta y venezolano ejemplar. Él se refiere al Porteñazo de la siguiente manera:

Luego del Carupanazo vino, pues, el Porteñazo. El alzamiento de Puerto Cabello tuvo mayor dura-ción que el anterior, produjo un saldo de muertos, heridos y presos bastante numeroso y su repercu-sión política fue aún más determinante, a pesar de que desde el 9 de mayo habían sido ilegalizados el PCV y el MIR… [En su libro Entre golpes y revolu-ciones, tomo II, p. 83].

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En efecto, el Porteñazo reventó en la madrugada del 2 de junio de 1962. Una vez que llegaron las tropas afec-tas al Gobierno se inició una lucha feroz por el control de la ciudad. Betancourt había ordenado aplastar el alzamiento en tiempo rápido, antes de que se produ-jeran otros levantamientos. Por eso ordenó un ataque combinado por tierra, aire y mar. Tres días de intensa batalla. Fue una batalla desigual por la magnitud de capacidad de ataque de las tropas gubernamentales. Cabe señalar que no hubo rendición por parte de los rebeldes. La ciudad, en horas de la noche del día lunes, el tercer día de batalla, se sumió en un silencio sepul-cral. Solo se veía a la gente deambular por las calles en la búsqueda de heridos y para identificar a algún familiar entre los muertos. Era el final…

Los jefesEl Porteñazo tuvo tres jefes: el capitán de navío Ma-nuel Ponte Rodríguez (†), el capitán de fragata Pedro Medida Silva (†) y el capitán de corbeta Víctor Hugo Morales, conocido popularmente como Moralito.

El resto de los oficiales y suboficiales fueron los siguien-tes: capitán de corbeta Luis Avilán Montiel (†), capitán Mi guel Henríquez Ledezma, teniente de fragata Carlos Fer mín Castillo, teniente de fragata Pastor Pausides González,teniente de fragata Wallis Medida Rojas (†), teniente de fragata José Florencio Ramos Meléndez, teniente de fragata Anto nio Piccardo Román (†), alfé-rez de navío Ottoniel Pic cardo Román, alférez de navío

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Andrés Alberto Leal Ro mero, alférez de navío Jaime Penso Nebrús (†), alférez de navío Rafael Sierra Acosta (†), maestre de primera Rafael Simón Camacaro Cuicas (†), maestre de primera Luis Ar mando Martínez (†), maestre de primera Manuel de Jesús Poyert (†), maestre de primera Luis Gregorio Guerrero Chávez (†), maes-tre de segunda Manuel Vallejo Córdoba (†), maestre de segunda Luis César Jiménez Adrián (†) y maestre de segunda Teófilo Santaella.

Lo que yo vi en Puerto CabelloEl periodista de la revista Momento, de aquella época Santos Colmenares afirma lo siguiente:

Cuando este reportaje llegue a los lectores de Momento, seguramente ya habrá sido domi-nada la sublevación de los infantes de la Base Naval N.º 1, pero en la mente de los poblado-res de Puerto Cabello estarán frescas las esce-nas de horror, angustia, destrucción y muerte que vivieron durante varios días. Pasará mucho tiempo antes de que tales recuerdos se borren. Puerto Cabello fue escenario de una de las ac-ciones bélicas más cruentas que registre la his-toria venezolana. Yo estaba allí y lo que sigue es el testimonio de lo que vi y viví durante esas horas trágicas.

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Narra el periodista Santos Colmenares:

A primeras horas de la noche del viernes 1 de junio, dos oficiales de las Fuerzas Nava-les hicieron su entrada en el Hotel Cumboto, centro vacacional de cierta categoría, ubicado a un kilómetro del centro de Puerto Cabello. Tomaron asiento alrededor de una de las me-sas ubicadas cercana a la piscina del hotel. Más tarde, dos o tres civiles se acomodaron junto a ellos: así comenzó el planeamiento fi-nal de la acción rebelde. Después de hablar ininterrumpidamente durante más de tres [horas], trazaron figuras imaginarias con las manos sobre el material sintético de la mesa, a veces acercándose más entre sí para no ser oídos. De pronto se levantaron y emprendie-ron el regreso a la ciudad. El alzamiento ya estaba previsto hasta en sus más mínimos de-talles. Cinco horas más tarde se comenzaría a ejecutar el levantamiento.

El periodista señaló, en aquella oportunidad, que fue-ron tres días de fuego continuo, a partir de la madru-gada del sábado 2 de junio:

A partir de ese momento, Puerto Cabello vivió tres días de pánico y angustia. Desde las 11 de la mañana de ese día, hasta ya entrada la tarde del lunes 4 de junio, no trascurrió un minuto

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sin dejarse oír el tableteo de las ametralladoras y fusiles, el ruido sordo de los cañonazos de tie-rra y mar, y el rugido de los aviones volando a escasa altura… Al final de la tarde del lunes, el levantamiento estaba dominado por las fuerzas de tierra, mar y aire, enviadas por el Gobierno de Rómulo Betancourt.

Puerto Ordaz, 15 de mayo de 2017

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III¿Por qué el Porteñazo?

Se acerca el 2 de junio

El movimiento cívico-militar, conocido como el Por-teñazo, arriba el 2 de junio a 55 años de haber reven-tado en Puerto Cabello, estado Carabobo. Muchos venezolanos y venezolanas no tienen idea de lo que allí pasó. Ni siquiera saben que en esa ciudad hubo un alzamiento militar que arrojó más de 350 muertos, producto de la encarnizada lucha entre los soldados representantes del Gobierno de Rómulo Betancourt y la tropa alzada, a la que se le unió el grupo de guerri-lleros que estaban presos en el Castillo Libertador. Por

Grupo de Militares en el juicio.

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tal razón, he decidido aprovechar el portal de Aporrea para llevar al lector una serie de artículos relaciona-dos con ese importante hecho histórico. En efecto, es importante recalcar que de eso hace exactamente 55 años. Quiere decir que muchos, pero muchos venezo-lanos no conocen nada de lo que allí sucedió, en aque-llos tres días de batalla encarnizada, a partir de la ma-drugada del día sábado 2 de junio de 1962. Y pocos, cuyas edades lo permiten, recuerdan bien lo sucedido.

Iniciemos estos relatos con una pregunta: ¿Por qué el Porteñazo?

Para responder, tenemos que remontarnos al 23 de enero de 1958, cuando el pueblo y las Fuerzas Arma-das hicieron correr en un avión apodado “La Vaca Sagrada”, al dictador de turno, general Marcos Pérez Jiménez. Luego, rapidito llegaron a Venezuela tres de los más conspicuos exiliados de la época: Rómulo Be-tancourt, Rafael Caldera y Jóvito Villalba, procedentes de Nueva York, donde días antes habían firmado un pacto para ponerlo en práctica al llegar a Venezuela, una vez que el dictador se hubiera marchado. En efec-to, el 23 de enero de 1958 se dio en un ambiente de espíritu unitario, y con una amplia y contundente soli-daridad. Ese ambiente se mantuvo poco tiempo.

El vicealmirante Wolfgang Larrazábal Ugueto presidió la Junta que gobernó a Venezuela hasta las elecciones presidenciales en diciembre de 1958, que ganó AD.

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Para ese entonces ya se avecinaba un malestar, pro-ducto tal vez de la frustración, en primer lugar, de la juventud de AD, que se había batido en la clandesti-nidad con el cuerpo represivo dirigido por Pedro Es-trada. Tal frustración se apoderó de un vasto sector de la población venezolana, así como dentro del seno de las Fuerzas Armadas. Se había escapado una gran oportunidad de sustituir al régimen militar por un gobierno bañado de pueblo; nutrido de las raíces del pueblo, que estaba ansioso de un cambio verdadero en las estructuras del sistema de gobierno.

Rómulo Betancourt toma el poderEl 13 de febrero de 1958 empezó la era del puntofijismo. Se trató de un pacto suscrito entre Acción Democráti-ca, Copei y URD (Rómulo Betancourt, Rafael Caldera y Jóvito Villalba). Habían dejado afuera al Partido Comu-nista de Venezuela, partido que había contribuido sig-nificativamente en el derrocamiento de Pérez Jiménez. Pero Betancourt no lo admitió. Era su decisión, y punto. Cabe señalar que tan pronto asumió el poder, Betancourt sacó sus garras contra los comunistas. Lo que generó una gran represión contra todo lo que oliera a comunismo. No tardaron en aparecer las conspiraciones en las Fuer-zas Armadas. En efecto, la frustración se generalizó, y el espíritu del 23 de enero se evaporó por completo. Surgie-ron conspiraciones unas tras otras. Mientras, la represión se acentuaba. Betancourt descargó su furia contra los co-munistas y los “cabezas calientes” de su propio partido. Se vislumbraba –y luego se concretó– la primera división

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de Acción Democrática, con el nacimiento del MIR (Mo-vimiento de Izquierda Revolucionaria), liderado por Do-mingo Alberto Rangel.

En efecto, el régimen de Betancourt se convirtió, en po-cos meses, en un régimen represivo. Y esa represión llegó a las Fuerzas Armadas. Detenciones y persecuciones a oficiales, por un lado y por el otro. Ese estado de cosas generó un malestar en el seno castrense, el cual dio paso a múltiples alzamientos con la etiqueta de derecha. Cons-piraciones que ya han sido descritas por escritores en sus más diversas categorías.

El Carupanazo y el PorteñazoComo consecuencia de la huelga de transporte, en el mes de enero de 1962 hubo agitación en varias ciu-dades del país, lo que enardeció a Betancourt, quien autorizó una respuesta rápida y represiva que llevó a la cárcel a centenares de jóvenes, muchos de ellos menores de edad. El presidente Betancourt calificó a los jóvenes como comunistoides, y afirmó que estaban complotados en un levantamiento que tendría lugar en La Guaira. Todo parece indicar que lo del levanta-miento era cierto. El profesor Jesús Sanoja Hernández lo confirma en la página 66 del tomo II de su obra En-tre golpes y revoluciones. Dice:

… Este plan consistía “en alzar” la Infantería de Marina, tomar todo el Litoral –lo cual era facilísimo, puesto que los dos cuerpos armados

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principales estaban en manos nuestras, el Ba-tallón de la Infantería y el 99–. Entonces con eso, abrir las puertas, armar al gentío que se iba a mandar para esa lavativa, montar las armas en los camiones, avanzar hacia Caracas, llegar hasta la plaza Catia, encontrarnos con el Mo-toblindado y con las tanquetas avanzar hacia Miraflores. Simultáneamente debían alzarse Carúpano y Puerto Cabello…

Si tomamos los señalamientos del profesor Sanoja Hernández como ciertos (no tengo por qué dudar de él), se trataba de un alzamiento grande, con inten-ciones de llegar hasta el propio Miraflores. Dentro de ese escenario, dibujado por Sanoja Hernández, esta-ban previstos los alzamientos de Carúpano y Puerto

Traslado de soldado herido al hospital.

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Cabello. Sin embargo, no pasó nada. Pero el Gobier-no afincó su represión y persiguió a muchos oficiales que estaban comprometidos en el fallido alzamiento. Más tarde, el 4 de mayo de 1962, reventaría el alza-miento conocido como el Carupanazo, liderado por el capitán de corbeta Jesús Teodoro Molina Villegas. El movimiento fue aplastado rápidamente. La perse-cución a oficiales que ya estaban identificados por los organismos de seguridad se intensificó. Tal vez por ese acoso, casi un mes más tarde, concretamente el 2 de junio de ese mismo año, tendría acción el al-zamiento conocido como el Porteñazo. Cabe desta-car que con los alzamientos de Carúpano y Puerto Cabello se rompió el paradigma de los llamados gol-pes de derecha, en toda la historia política de Vene-zuela. Esos dos movimientos le dieron un giro a la tendencia golpista tradicional; tanto así que sirvie-ron de ejemplo para el alzamiento del comandante Hugo Chávez Frías, el 4 de febrero de 1983. El propio Chávez admitió que Carúpano y Puerto Cabello le habían servido de brújula.

Puerto Ordaz, 16 de mayo de 2017

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IV30 años para los cabecillas del Porteñazo

La orden de Rómulo Betancourt había sido: “Juicio rá-pido y pena máxima”. En ese sentido, el día 12 de junio se inició el juicio contra los militares y civiles que ha-bían participado en el Porteñazo. Para lo cual nos tras-ladaron al cuartel del Batallón Carabobo. Es decir, nos metieron en la boca del lobo, ya que la tropa de este cuartel nos había combatido en Puerto Cabello, donde habían sufrido significativas bajas. Las amenazas, los vejámenes e improperios no se hicieron esperar. Si-guiendo los lineamientos de Caracas, el día 13 nos lle-varon de regreso a Puerto Cabello, a las instalaciones del Destacamento 55 de las Fuerzas Armadas de Coo-peración (FAC), donde se instaló el Consejo de Gue-rra Accidental. Fue allí donde comenzó, formalmente, el juicio a los involucrados en el alzamiento. Luego, volvimos a Valencia, donde continuaron las amenazas y las torturas psicológicas contra nuestro grupo.

Los integrantes del Consejo de Guerra Accidental fueron: general de brigada Alberto Monserrat, quien lo presidió, y era, a su vez, inspector general del Ejér-cito; coronel Adolfo Rodríguez Torres, relator, quien era jefe de la Escuela de Formación de Oficiales de las FAC; capitán de navío Diego Mérida Celis, canciller, quien a su vez se desempeñaba como jefe de la Cuarta

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Sección del Estado Mayor Naval; capitán Oscar Za-mora Conde, exjefe de la Digepol; capitán y abogado Gaspar Perozo Silveira, auditor; y el teniente de navío abogado Julio Urbaneja, fiscal.

Ese día se dictaron los autos de detención para los militares y civiles que habían participado en el movi-miento cívico-militar, el 2 de junio en Puerto Cabello. He aquí el listado:

Militares: capitán de navío Manuel Ponte Rodríguez, capitán de fragata Pedro Medina Silva, capitán de cor-beta Víctor Hugo Morales Monasterios, capitán de corbeta Miguel Henrique Ledezma, capitán de corbe-ta Luis Francisco Avilán Montiel, teniente de fragata

Maestre de segunda Luis Jiménez Adrián y maestre de segunda Teófilo Santaella.

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José Florencio Ramos Meléndez, teniente de fragata Carlos Fermín Castillo, teniente de fragata Antonio Piccardo Roán, teniente de fragata Pastor Pausides González, teniente de fragata Wallis Medina Rojas, alférez de navío Andrés Leal Romero, alférez de na-vío Ottoniel Piccardo Román. alférez de navío Jaime Penso Nebrús, alférez de navío Rafael Sierra Acosta, maestre de primera Rafael Simón Camacaro Cuicas, maestre de primera Luis Armando Martínez, maestre de primera Jesús Poyert, maestre de primera Luis Gre-gorio Guerre ro Chávez, maestre de segunda Manuel Vallejo Córdova, maestre de segunda Luis Jiménez Adrián y maestre de segunda Teófilo Santaella.

Civiles: Juan Fernando Ravelo, Efraín Blanco, Máxi-mo Santiago Maduro, Miguel Ángel Reyes Romero, Pablo López, Raúl Cordero, Gerardo Tovar, Félix Gil Moreno, Oscar Eduardo Sánchez, Antonio Ramón García, Francisco Alberto Caricote Ágreda, Anto-nio Guevara Jiménez, Carlos Richardi, Marcial José Blanco Graciani, Miguel Véliz Montero, Enrique A. Gauthier, Oswaldo Rojas La Roche, Dr. Germán Lai-ret, José Fabio Urbina, Gastón Álvaro Carvallo López de Ceballos, José López Trómpiz, Dr. Manuel Quijada González, Julio Alberto Moras, Rafael Gutiérrez Rive-ro, Boris Domínguez Medina, Julio Valero Roa, Julio Domingo Blanco González, Oscar Carreño, Servando Garcés Fergusson, Juan de Mata Padrón Bolívar, En-rique Rivas Romero, José Reyes Puertas Cañizales y Andrés Eloy Blanco Graciani.

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El miércoles 20 en la madrugada nos trasla-daron nuevamente a Puerto Cabello para la Lectura de Cargos, sucediendo ese día hechos insólitos en la historia militar de Venezuela. Zerpa Tovar llevó al Cuartel a esbirros de la Digepol para que nos esposaran con las ma-nos por la espalda y “cooperaran” en la custo-dia; pero no es solo eso, sino que los tres días que duró el Acto, estuvimos esposados y dur-miendo en el suelo. Claro que la responsabili-dad no le incumbe solamente a Zerpa Tovar, sino también al coronel Monch que lo permi-tió, mancillando la dignidad de la Institución Armada y el decoro del ciudadano. Por últi-mo, el coronel Monch autorizó la entrada de

Grupo de oficiales a la espera de sentencia.

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una banda armada de digepoles a la sede del Tribunal con el pretexto de “colaborar” en la vigilancia de los combatientes civiles [Toma-do fielmente del libro El Porteñazo, de Víctor Hugo Morales].

Después de efectuarse la lectura de cargos, a algunos acusados militares se les permitió hablar en su pro-pia defensa, a pesar de que cada militar contaba con su respectivo abogado para la defensa. El capitán de corbeta Víctor Hugo Morales, en aras de su derecho, tomó la palabra, y dijo, entre otras cosas más:

La Junta de Gobierno que sucedió al déspota Pérez Jiménez formó, por su conducta, en el pueblo venezolano, la creencia de que los fu-turos gobiernos erradicarían la violencia y que cada ciudadano podría trabajar tranquilamen-te por el porvenir de sus hijos y en pro del en-grandecimiento de la Patria. Con esa secreta ilusión y ese aliciente, las masas populares le dieron todo su apoyo a la Junta y esperaron de las elecciones que el candidato triunfante res-pondería a los anhelos sepultados durante 130 años, sufriendo la demagogia de políticos que han tenido como norma el engaño y de mili-tares más cuidadosos de preocuparse por su posición personal, que de servir de sostén a la Constitución y de garantía para que no fuesen violados los derechos del pueblo.

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Más adelante, en su discurso, el capitán Víctor Hugo Morales enfatizó:

Ganó el señor Betancourt las elecciones y el pueblo, una vez más, esperó con paciencia que no fueran simple demagogia electoral las pro-mesas del gobernante de turno. Fueron vanas las ilusiones. La amargura de un nuevo enga-ño y una nueva traición, le imprime caracteres de drama a la realidad histórica de Venezuela. Ante tal acontecer, precisa la Patria de nuestra presencia en el escenario histórico; presencia y

Capitán Morales en uso de su derecho de palabra.

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actitud que tienen fundamento en los hechos y consideraciones jurídicas que puntualizo así:

Nuestra Constitución en su artículo 51 dice textualmente: “Los venezolanos tienen el deber de honrar y defender la Patria y proteger los intereses de la Nación”. Así mismo prevé nues-tra Carta Fundamental en materia de inviola-bilidad de la Constitución, en su artículo 250, que “esta Constitución no perderá vigencia si dejare de observarse por actos de fuerza o fuere derogada por cualquier otro medio distinto del que ella misma dispone. En tal eventualidad, todo ciudadano, investido o no de autoridad, tendrá el deber de colaborar en el restableci-miento de su efectiva vigencia”.

Después, el exponente refiere que el Gobierno de Be-tancourt había pretendido convertir a los miembros de la Fuerzas Armadas “en instrumento de asesinato de la virtud civil y en un cómplice vergonzante del caos económico en que nos encontramos sumidos; la corrupción administrativa, la incapacidad, la burocra-cia, el sectarismo, han traído los perjuicios más graves a la economía nacional”.

Y concluye su intervención con lo siguiente:

Finalmente quiero rechazar y rebatir con la fuerza de la verdad, los hechos y calificaciones

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presentados por el Fiscal con referencia a la lu-cha armada librada en las calles de Puerto Ca-bello, así como también sus acusaciones contra nuestro honor y reputación de profesionales de las armas. No es posible eludir la responsabili-dad que le incumbe al Gobierno sobre los cen-tenares de muertos y heridos en Puerto Cabello.

La sentenciaSobre este aspecto son oportunas las palabras del ca-pitán Víctor Hugo Morales, quien al referirse al hecho en sí, dijo:

Nunca se albergó en nosotros la creencia de que el Tribunal actuaría acatando las normas cons-titucionales y de justicia que se podrían esperar de un juicio imparcial, ya que sus componentes eran típicos representantes del aparato repre-sivo del Estado y, como tales, fieles defensores de las políticas del régimen. Por eso no fue una sorpresa para nosotros que a los cuatro días de haber finalizado el Acto de Informes, ya tuvie-ran listas las sentencias para los cincuenta y sie-te procesados. El jueves 20 de junio en la maña-na, fuimos llamados uno por uno para leernos la sentencia, firmamos en constancia de haber sido notificados y en el mismo acto apelamos de la misma.

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Condenados a 30 años de presidio:Capitán de navío Manuel Ponte RodríguezCapitán de fragata Pedro Medina SilvaCapitán de corbeta Víctor Hugo Morales Monasterios.

Condenados a 25 años de presidio:Capitán de corbeta Miguel Enrique LedezmaCapitán de corbeta Luis Francisco Beltrán MontielTeniente de fragata Florencio Ramos MeléndezTeniente de fragata Carlos Fermín CastilloTeniente de fragata Wallis Medina RojasTeniente de fragata Pausides GonzálezTeniente de fragata Antonio Piccardo RománAlférez de navío Otoniel Piccardo RománAlférez de navío Alberto Leal RomeroAlférez de navío Jaime Penso NebrúsAlférez de navío Rafael Sierra Acosta

Condenados a 22 años de presidio:Maestre de primera Rafael Simón Camacaro CuicasMaestre de primera Luis Armando MartínezMaestre de primera Manuel de Jesús PoyertMaestre de primera Luis Gregorio Guerrero ChávezMaestre de segunda Manuel Vallejo CórdobaMaestre de segunda Teófilo SantaellaMaestre de segunda César Jiménez Adrián

Condenados a 16 años, 8 meses de presidio:Dr. Germán LairetDr. Manuel Quijada

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Gastón CarvalloOscar CarreñoJulio Domingo BlancoOscar Eduardo SánchezServando GarcésBoris Domínguez

Condenados a 12 años y 6 meses de presidio:Efraín BlancoMáximo MaduroPablo José LópezRaúl CorderoGerardo TovarFélix Octavio Gil MorenoAntonio Ramón GarcíaFrancisco Alberto CaricoteAntonio Guevara JiménezMarcial Blanco GrazianiMiguel Véliz MonteroEnrique Antonio GautierOswaldo RojasJosé Fabio UrbinaMiguel Ángel ReyesJosé Francisco LópezJulio Alberto MoraRafael Gutiérrez RiveroJulio Valero RoaJuan de Mato Padrón BolívarOscar Elías Rivas RomeroJosé Reyes Puertas Cañizales

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Procesos extraordinariosSe ordenó abrir procesos por separado contra seis alfé-reces de navío: Finol Mora Casanova, Humberto Ganaín Oviedo, Luis Manuel Yánez, Carlos Mendoza Ojeda, Ci-rilo Rafael Marcano Mata y Freddy Figueroa Bastardo.

El juicio para estos militares se realizó en Puerto Ca-bello en el mes de agosto de 1962. Los primeros cinco alféreces de navío fueron absueltos, mientras que Fi-gueroa Bastardo fue condenado a 25 años de presidio.

DefensoresNos asistieron veintitrés defensores: doctores Carlos Delgado Chapellín, Aquiles Monagas, Alberto Ricar-do Uzcátegui, Roberto González Luque, Orlando Gra-vina, Santiago Betancourt Infante, Humberto Cuenca, José Matute Blanco, Diego Silva Ortiz, Raúl Domín-guez, Luis Alfredo Ríos Velázquez, Enrique Cherubini, Carlos Felipe Alvizu, Rafael Pérez Perdomo, Manuel González Pérez, Bernardo R. Jiménez, José Francisco Tovar, Aquiles González Quiñones, Rodolfo Berrío González, Nicolás Meneses García, Manuel Manrique S., y los defensores de oficio capitán de corbeta Alber-to José Egui Pellín y doctor José Ramón Eluri Yúnez.

Nota: el listado de los sentenciados, civiles, militares, como los defensores, fue un aporte del libro de Víctor Hugo Morales: El Porteñazo.

Puerto Cabello, 17 de mayo de 2017

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VDel Cuartel San Carlos a la cárcel nacional en la isla del Burro

Doy gracias a Rómulo Betancourt, mil gracias le doy. Por su culpa un día me encontré en los talleres de Tri-buna Popular, el sempiterno periódico del Partido Co-munista de Venezuela. Allí tuve mis primeros contactos con lo que habría de ser mi formación revolucionaria a posteriori. Sin el régimen represivo y sanguinario de Betancourt, yo no hubiese despertado o, dicho de otra forma, no hubiera dejado salir a flote la rebeldía que anidaba en mi mente desde mis primeros años de edad, en Sabana Grande de Orituco, estado Guárico. Un caserío pobre, como casi todos los pueblos o caseríos de la época, donde nací. Corrí más de una vez por las calles de Caracas, en especial alrededor de El Silencio, huyéndole a las bombas lacrimógenas, lanzadas por la policía, como respuesta a las protestas contra el régi-men betancourista. Apenas tenía 15 años, y comenzaba a comprender lo que significaba un régimen autoritario y represivo.

El tiempo se encargó de afinar mis inquietudes. Un buen día me encontré formando parte de un grupo de militares que conspiraban contra el Gobierno de Ró-mulo Betancourt. Y, como es lógico, al “fracasar” en nuestro intento, fuimos a parar a la cárcel. Nos castiga-ron con largos años de presidio, tal y como lo exigió el

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propio Betancourt: “Pena máxima contra estos comu-nistas”, habría ordenado en el mismo momento en que le informaron del alzamiento en Puerto Cabello.

Nuestro primer sitio de reclusión fueron las estrechas celdas de castigos para los soldados del Cuartel Ca-rabobo, en Valencia. Allí tuvimos que soportar las más variadas amenazas de los soldados, instigados por el comandante del Cuartel, teniente coronel Zerpa To-var, quien, dicho sea de paso, había comandado las primeras tropas que llegaron a Puerto Cabello a com-batirnos. Así que estuvimos sometidos tanto a ame-nazas, como a tortura psicológica. En horas claves, a la altura de las celdas, colocaban una banda de guerra para atormentarnos con sus cornetas, redoblantes y el tambor mayor. Las referidas celdas, o calabozos, eran individuales, pero no para nosotros. Allí colocaron dos camas, una a cada lado. Las rejas eran cerradas, inmediatamente después de que nos acostábamos. Era un pasillo largo y estrecho, con calabozos de lado a lado. Y una reja que nos aislaba del exterior. Esa no era abierta ni para darnos la comida. La misma era metida en menajes por debajo de la reja. El tiempo para comer era limitado, y no podíamos bañarnos. Las necesidades fisiológicas las hacíamos en latas suminis-tradas por las autoridades del Cuartel.

Por otro lado, los familiares, que acudían al Cuartel para saber de nosotros, eran sometidos a humillacio-nes, con palabras soeces y ademanes groseros. Fueron

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tres meses de vejámenes y de sufrimiento para nues-tras familias. Luego, fuimos trasladados al Cuartel San Carlos, en Caracas. Con lo cual mejoró un tanto nues-tra situación de presos. En efecto, el traslado fue bien acogido por los familiares, ya que no tenían que viajar tan lejos, como cuando estuvimos en Valencia. Allí, nos encontramos con muchos presos militares. Casi todos relacionados con el general Jesús María Castro León, quien se había rebelado no solo contra Wol-fgang Larrazábal, sino contra Betancourt. Un hombre netamente de derecha este Castro León, quien había sido ministro de la Defensa.

En el Cuartel San Carlos empezamos a purgar nuestra condena, aun sin ser definitiva. Y empezamos a leer en forma. Los libros comenzaron a llegar, y nosotros nos ocupábamos de tener en ellos un amigo silencioso que nos daba más de lo que puede merecer un ser huma-no en una situación de encierro. Ese “pasatiempo” lo compartíamos con el juego de voleibol, y con los grupos de estudio. Así nos impregnamos de dignidad, no solo para enfrentar las vicisitudes generadas de la privación de la libertad, sino para forjar nuestra conciencia, para no ver de cerca el día de la libertad, debido a las largas penas a que habíamos sido sentenciados. Nuestros car-celeros vieron en nosotros, los presos del Carupanazo y el Porteñazo, un hueso duro de roer. Es decir, unas voluntades firmes, indoblegables, y por lo tanto tenía-mos que ser separados del resto de los presos de dere-cha. Por esa razón, el Gobierno de Betancourt ordenó

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la adecuación de las viejas instalaciones que había en la isla de Tacarigua, conocida popularmente como la isla del Burro. Para ello fueron contratados expertos en ma-teria de seguridad carcelaria. Se afirma que vinieron ex-pertos israelíes y alemanes. Cuando consideraron que todo estaba listo (garitas, alambradas eléctricas, gruesas rejas de hierro forjado y gruesas cadenas), procedieron a trasladarnos.

Después de una ardua resistencia al traslado, en horas de la noche, tuvimos que ceder, pues solo se trató de un acto de rebeldía que le asiste a todo preso, sobre todo si se trata de presos militares de conciencia, como lo éramos nosotros. Instalados en un viejo autobús cuyo destino –ya lo sabíamos– era la isla del Burro, centro calificado por los presos como “Campo de Concentra-ción Rafael Caldera” (calificativo más apropiado que cárcel), me desplomé sobre el asiento. Entre mis manos apretaba un libro que me había enviado el viejo comu-nista que un día me llevó a conocer los talleres de Tribu-na Popular: era mi suegro, Rafael Camacaro, un guaro atraído por el comunismo en efervescencia en los días posteriores a la caída de la dictadura del general Marcos Pérez Jiménez.

El libro se titulaba El hombre en la busca de sentido, de Viktor Frankl. No lo había terminado de leer en el Cuartel San Carlos, pero algo me decía que me iba a servir de mucho en mi estadía en el referido Cam-po de Concentración. Más adelante hablaré, con más

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propiedad, de lo que significó, para mi vida de preso, el contenido de ese pequeño libro, que encerraba la expe-riencia de un hombre (Viktor Frankl), en los campos de concentración de los nazis, en 1945. Mis pensamientos cesaron cuando el autobús frenó a tan solo unos metros de la orilla del lago de Valencia. Habíamos pasado el pueblo de Magdaleno y el caserío de Yuma, y nos in-ternamos unos 20 kilómetros adentro, por carretera es-trecha y de tierra, hasta llegar al embarcadero, cuando una voz tronó y se esparció por todo el lago: “¡Abordar la gabarra!”. En unos 35 minutos, estuvimos en las ins-talaciones donde pasaríamos los próximos cuatro años.

La dignidad revolucionariaLa isla del Burro es la mayor de veintidós islas locali-zadas en el lago de Valencia. Las instalaciones que hizo el Gobierno de Isaías Medina Angarita, para presos comunes, fueron abandonadas por años. (Por cierto, allí estuvo recluido un famoso delincuente apodado “Petróleo Crudo”, el único preso que había logrado fu-garse a nado del penal. Fue tan notoria su proeza que el presidente Medina Angarita lo indultó). Pero había tanto preso político en el gobierno de Rómulo Betan-court, que la misma fue reacondicionada para recluir a los presos militares y civiles (guerrilleros y no gue-rrilleros). Se afirmó que expertos israelíes y alemanes habían participado en la reestructuración de las insta-laciones. Era torturante para los familiares visitarnos, no tan solo por la lejanía, sino por las dificultades que se presentaban en la vieja gabarra de traslado, y por

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las rigurosas requisas a que eran sometidas las familias por la Guardia Nacional. En aquel entonces no había a quien llorarle… No había ONG, ni canales de televi-sión, ni periódicos, ni radio donde acudir a quejarse.

Pero había dignidad de sobra en el grupo de militares que terminábamos de llegar del Cuartel San Carlos a la famosa isla de Tacarigua, popularmente conocida como la isla del Burro, nombre que se ganó por ser percibida desde las alturas, en un helicóptero, como la imagen de un burro dormido. Allí nos recibieron, peinilla en mano, los guardias nacionales, quienes de manera hos-til nos amenazaban con darnos peinillazos. La isla, gra-cias a Dios, ya tenía huéspedes, quienes nos recibieron con los brazos abiertos: se trataba de los presos civiles que ya habían sido concentrados en el penal, traslada-dos desde varias cárceles del país. El jolgorio fue ma-yúsculo. Sin embargo, la alegría apenas duró, pues a los pocos días nos separaron. Comenzaba, así, una nueva etapa para los militares participantes en el Porteñazo.

Puerto Ordaz, 18 de mayo de 2017

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VILos cuatro capitanes que asustaron al presidente Rómulo Betancourt desde Carúpano y Puerto Cabello

El primer militar en asustar a Betancourt fue el ca-pitán de corbeta, Jesús Teodoro Molina Villegas, hoy capitán de fragata. Molina Villegas capitaneó un alza-miento el 4 de mayo de 1962 en la ciudad de Carúpa-no, estado Sucre.

Jefe del Carupanazo: Capitán Jesús Teodoro Molina Villegas.

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En efecto, el diario vespertino El Mundo tituló a ocho columnas:

Golpe en Carúpano. Infantería de Marina y Guardia Nacional se alzaron y tienen la ciudad dominada. Operación envolvente de aire, mar y tierra se realiza para dominar a los insurrectos. Se teme inspiración de la extrema izquierda. Los partidos PCV y el MIR son ilegalizados, y suspenden garantías.

Y luego informaba El Mundo:

Fuerzas de los contingentes acantonados en Barcelona y Puerto La Cruz, leales al Gobierno, marchaban esta mañana rumbo a Carúpano, con la orden de sofocar las acciones del bata-llón de infantería que, al mando del capitán de corbeta Jesús Teodoro Molina Villegas, se en-cuentra en rebelión en aquella localidad desde las primeras horas de la mañana de hoy.

Bloqueada CarúpanoTodas las comunicaciones con Carúpano fueron blo-queadas y la ciudad quedó completamente aislada del resto del país. Se dio a conocer que el contingente al-zado cuenta con algo más de 450 efectivos. También se divulgó el nombre de los insurrectos: jefe, capitán de corbeta Molina Villegas, seguido del mayor Pedro Ve-gas Castejón (jefe de la FAC), teniente de corbeta José

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Farías Abreu, teniente Octavio Acosta Bello (FAC), te-niente de fragata Luis Delgado Delgado, teniente Héc-tor Fleming Mendoza, teniente Eufrasio Silva Mata, entre otros.

Radio Carúpano fue tomada por los alzados, suspen-dió las trasmisiones regulares y, en su lugar, difundía el siguiente mensaje:

Por algunas emisoras comerciales del país se ha comenzado a propalar la especie de que nuestro movimiento, iniciado en la madrugada de hoy cuatro de mayo, es una simple acción sin prin-cipio; esta calumnia no resiste el más pequeño análisis de cualquier venezolano común. Ya en

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nuestro manifiesto inicial decimos nuestro pro-pósito al declarar que estamos luchando por lograr la recuperación democrática del país, la vigencia de la Constitución.

El Gobierno de Rómulo Betancourt se ha colo-cado al margen de los principios y sus minorías incondicionales, pese a que ellos fueron bande-ra del movimiento popular del 23 de enero de 1958 y pese a que esos principios fueron jurados por el Presidente. Estos principios han sido pi-soteados, se ha usurpado el régimen democrá-tico y los problemas del país han sido agravados por este Gobierno del modo más irresponsable y poniendo en práctica un ventajismo irritante y una represión contra el pueblo cada vez más agresiva y brutal…

Jesús Teodoro Molina Villegas aún vive. Está residen-ciado en Margarita y ya ha cumplido los 94 años de vida. Un hombre sencillo y de buena habla. Vive tran-quilamente sus días. Lee un poco, ve algo de televi-sión, y se alegra cuando recibe una llamada de algún sobreviviente y compañero de aquella época inolvida-ble. “Añoro recibir una llamada de algún compañero”, me dijo una vez.

Hace 55 años de la muerte del capitán de navío Ma-nuel Ponte Rodríguez, en una de las cárceles de la IV República: el Cuartel San Carlos. Murió sin pedir

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cacao al carcelero, ni al dueño del carcelero. Murió como mueren los hombres hechos de puro corazón, de puro coraje, de pura conciencia y de puro amor por Venezuela. Murió por su Patria, a la cual amó profundamente. Fue el capitán Ponte Rodríguez el máximo jefe del movimiento cívico-militar deno-minado el Porteñazo. Más tarde, con el correr de los años de lucha, fue nombrado comandante gene-ral de las Fuerzas Armadas de Liberación Nacional (FALN). En esa trinchera duró el tiempo necesario para fortalecer la lucha armada. Desde la cárcel, en 1962, envió un mensaje a los combatientes de todos los frentes:

El jefe del Porteñazo, capitán de navío Manuel Ponte Rodríguez.

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Compañeros procesados en todas las cárceles y demás combatientes:

No podemos menos que sentirnos satisfechos por la labor realizada en 1962. Una labor que en todo momento tuvo como guía nuestras mejores intenciones a favor del progreso económico, so-cial y político de nuestro pueblo, así como por la definitiva erradicación de las cadenas de oprobio y miseria que lo subyugan. Al evaluar las accio-nes revolucionarias que sirvieron de forja glorio-sa al espíritu rebelde de nuestro pueblo, miramos al futuro con absoluta confianza. Miramos al fu-turo con la certeza de que muy pronto vendrá el día de la liberación. Miramos la liberación como el comienzo del fin de los lazos coloniales que mantienen en el atraso a nuestra patria. Miramos a nuestra patria ocupando el sitial de dignidad que le corresponde por sus tradiciones históri-cas, por sus riquezas materiales y morales y por la nobleza y bravura de nuestro pueblo.A ustedes y sus seres queridos hago llegar mi ferviente deseo por que este año les sea propicio para alcanzar sus anhelos de justicia y libertad en una patria libre y soberana.

¡Con el pueblo hasta la muerte!

Capitán de navío.[Tribuna Popular, en la clandestinidad]

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El gran jefeEl capitán de navío Manuel Ponte Rodríguez fue el máximo jefe del Porteñazo, y fue el único del grupo que no fue enviado al Campo de Concentración “Rafael Caldera”, en la isla del Burro, por evidentes quebrantos de salud. Con el correr de los meses su enfermedad se fue manifestando con más fuerza, lo que preocupó a sus familiares, como a nosotros, y a los mismos oficiales, encabezados por el general Castro León, que le hacían compañía en el Cuartel San Carlos, bajo la jefatura del mayor Pulido Tamayo. En la medida en que se agravó, se hicieron todas las diligencias pertinentes para que las autoridades del Cuartel autorizaran su traslado al Hos-pital Militar. Pero todo resultó infructuoso, ante la cara-dura, terquedad e inhumana posición del mayor Pulido Tamayo. Así se prolongó la agonía de nuestro capitán, hasta que Dios decidió arrancarlo de la miseria humana que le impidió recibir la atención médica oportuna que salvaría su vida.

La agonía de un preso con dignidad

Son las 3 p. m., aumenta el dolor. Dice el capitán Ponte Rodríguez

que siente como un taladro en el pecho, y que el dolor es muy fuerte. (...)

Continuamos frotándolo con agua de colonia por todo el cuerpo…

[Palabras del teniente coronel Moncada Vidal, amigo y compañero del enfermo]

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Así pasaron las horas sin que el preso recibiera la aten-ción médica requerida. Mientras tanto, todos los pre-sos militares estaban llenos de angustia e impotencia. Nada podían hacer, más que estar a su lado y frotarle el cuerpo con lo que él pedía: colonia. El hombre si-lencioso, pero pleno de pasión por su patria, estaba agonizando sin que las autoridades hicieran un míni-mo gesto por atenderlo como se merecía. Rodeado de sus amigos militares, tanto los de izquierda como los de derecha. Todos, toditos, unidos en aquel momento de dolor y angustia.

El frío de la muerteEl Comandante Moncada Vidal, quien había oído hablar a su madre del “frío de la muerte”, se quedó observándolo, al mismo tiempo que pensaba si ese frío tan intenso que estaba sin-tiendo el capitán Ponte, no sería ya el frío de la muerte, y ni el médico ni los auxilios llegaban, al mismo tiempo se decía para sí: “No puedo creer que ya la muerte lo esté acariciando”. El mayor Ramos busca una bolsa de agua caliente para ponérsela en los pies… De pronto el ca-pitán Ponte se quita la cobija, y dice que ahora tiene calor, que le pongan agua de colonia. Se la pone el coronel Edicto Ramírez en el pecho. Chucho Molina en la frente viéndolo con dolor y profunda tristeza. Moncada Vidal lo abanica. Ponte le dice que no lo abanique más, y le po-nen fricciones en los pies y piernas. Mientras

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tanto, el capitán Oleizola está temperando em-plasto que ha calentado y lo tiene envuelto en un paño (…)

Son las 3 y 15 minutos, más de una hora ha pa-sado desde el inicio, y nada; más de una hora ha pasado desde el inicio y nada que aparece el médico, ni la bombona de oxígeno, ni la inyec-ción para calmar el dolor.

Así lo narró el comandante Moncada Vidal, dos me-ses después de la muerte de su amigo. Moncada Vidal siempre estuvo al lado del moribundo jefe del Porte-ñazo, hasta su último suspiro. El relato es producto del cariño, el aprecio y el amor por un hombre de la talla de Manuel Ponte Rodríguez.

… La crisis final del capitán Ponte Rodríguez comenzó el martes 21 de julio. Solicitó los servicios de un especialista, que apenas llegó el jueves 23. Su diagnóstico fue de apacigua-miento: “Son espasmos naturales de quien ya ha sufrido un infarto”; eso fue lo que opinó el médico. Estaba completamente equivocado. Al día siguiente, Ponte Rodríguez sufrió un ataque mortal.

Sigue el relato, en tercera persona, del teniente coronel Moncada Vidal:

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“Chucho, échame agua colonia en el pecho” (se refería al capitán de corbeta, Jesús Teodo-ro Molina Villegas, jefe del Carupanazo), quien obedece el pedido del amigo… Como la noticia de que le ha dado un dolor al capitán Ponte se ha regado por los tres sectores, en donde están detenidos muchos militares, todos los oficiales y suboficiales presos corren a la habitación del enfermo, y se turnan para tener presencia ante “el preso de la dignidad”.

El médico no llega y el enfermo está muerto

Son las 3 p. m., aumenta el dolor. Dice el capi-tán Ponte Rodríguez que siente como un tala-dro en el pecho, y que el dolor es muy fuerte. Nos pregunta que cuándo vendrá el médico, para que le ayude a quitar el dolor, le respon-demos que debe estar por llegar. En efecto, ya se había cumplido una hora de haberse avisado al Hospital Militar. “Vendrá en un burro”, dijo con cierto humor. Continuamos frotándolo con agua de colonia por todo el cuerpo. Se percibe en el ambiente el desenlace fatal…

En efecto, a las tres y media de aquella angustiosa tarde del 24 de julio de 1964 cerró sus ojos el capi-tán de navío Manuel Ponte Rodríguez. Cuando ya no había nada que hacer llegó un médico, para soltar en medio del dolor: “Está muerto”. Enseguida llegaron

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unos enfermeros del Hospital Militar, lo montaron sobre una camilla y se lo llevaron rumbo al Hospital.

El sepelio del capitán Ponte Rodríguez se realizó ante un numeroso grupo de personalidades, entre familia-res, amigos y compañeros de la Armada. El entierro salió de la residencia de la familia Ponte, en Los Palos Grandes, a las cuatro de la tarde. Entre los asistentes se contaron don Andrés Sucre, doctor Luis Emilio Gómez Ruiz, los vicealmirantes Wolfgang y Carlos Larrazábal; el capitán de navío Miguel Benatuil, el excomandante de la Armada Oscar Ghersi Gómez, el capitán de navío Tulio Pérez Rojas, el doctor Arturo Sosa y otras personalidades.

Segundo jefe del Porteñazo: Pedro Medina Silva (al centro). A la izquierda, el capitán Ponte Rodríguez, y a la derecha, el capitán Víctor Hugo Morales.

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Este hombre de fácil palabra, como fácil era para él ha-cer amigos, había nacido en Cúa, estado Miranda. Tenía un modo de llegarle a la gente con su don de gentilhom-bre. Era amable y desprendido. Si alguien se enamoraba de una chaqueta que él exhibiera, se la quitaba y se la regalaba. Así era este mirandino que quiso convertirse en lobo de mar. Y un día se encontró como dirigente de un alzamiento militar que ha pasado a la historia como uno de más sangrientos, debido a la batalla que se esce-nificó en Puerto Cabello entre los infantes de Marina y la tropa del Cuartel Carabobo. Estuvo preso en el Cuar-tel del Batallón Carabobo en Valencia. Luego fue pasa-do, junto con sus compañeros, al Cuartel San Carlos; y de allí al Campo de Concentración “Rafael Caldera”, en la isla del Burro. Por cierto, recién llegados los militares provenientes del Cuartel San Carlos, Medina Silva fue una figura descollante en la isla. Los oficiales encarga-dos de la seguridad del penal lo visitaban con frecuen-cia, y era saludado con respeto. Inclusive, algunas veces lo sacaban y lo montaban en un jeep, llevándolo a pasar revista a las instalaciones del penal. Aunque no se crea, es la pura verdad. A las pocas semanas cambiaron a los oficiales custodios. ¿Qué pasó allí? Lo imaginamos. Pero lo increíble fue que no se hubiese aprovechado esa oportunidad que brindaban estos oficiales, para inten-tar una fuga. Pienso que hubiese sido exitosa. Pero algo pasó que no se produjo. Tal vez no hubo la pronta coor-dinación con la dirigencia de los partidos de izquierda: el PCV y el MIR. Se hubiese requerido una logística bestial, dado el grupo numeroso de presos.

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La fuga del 25 de diciembre de 1963El capitán Pedro Medina Silva fue protagonista de una de las fugas más espectaculares en los anales de una cárcel como la que funcionaba en la isla del Burro. En efecto, Medina Silva, junto al mayor Manuel Azuaje Ortega, el doctor Germán Lairet y Gastón Carvallo, el 25 de diciembre de 1964 le dijeron adiós a sus compa-ñeros y a la isla del Burro, mientras que al siguiente día la revista Élite informaba lo siguiente:

En los pasados días navideños, toda la Nación fue sacudida con la noticia sobre la espectacu-lar fuga de un grupo de procesados militares re-cluidos en el Penal de Tacarigua, más conocido como la isla del Burro. El presidente Betancourt ordenó a tres Ministerios una investigación exhaustiva del caso, para determinar cómo se fugaron los presos. Pero, hasta hoy, ha sido un misterio la forma en que se produjo la evasión.

La misma revista Élite, apuntaba:

La Penitenciaría de la isla de Tacarigua parecía la más segura de todas las cárceles del país. Cuan-do se reacondicionaron sus instalaciones, nadie se preocupó en reducir el presupuesto ni en nin-guna economía con tal de que fuere un presidio a prueba de fugas. El Ministerio de la Defensa ya había planteado la necesidad de un penal es-pecial para algunos procesados militares. Las

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antiguas fortalezas de El Vigía, en La Guaira, y Libertador en Puerto Cabello, ni el Cuartel San Carlos de Caracas, y menos aún las cárceles nue-vas, tenían capacidad y todos los elementos de seguridad necesarios para garantizar la prisión de unos 200 civiles y militares tenidos como “pe-ligrosos” y condenados a doce o treinta años.

En fin, se afirmó, para la época, que el gobierno de Rómulo Betancourt había invertido más de 14 millo-nes de bolívares para reacondicionar el viejo penal, y blindarlo contra fugas.

Medina Silva en CubaDos meses después se supo que el capitán Pedro Medi-na Silva se encontraba en Cuba. Luego regresó al país clandestinamente; más tarde cundió la información de que había sido nombrado comandante general de las Fuerzas Armadas de Liberación Nacional. Luego apareció en el exterior, concretamente en Chile. Y de allí regresó a Venezuela, previas conversaciones con el Gobierno de Rafael Caldera. Antes había renuncia-do a la Comandancia de las FALN. Fue recluido en el Cuartel San Carlos, de donde salió en libertad a los tres días. En la clandestinidad usó los nombres de Ma-nuel Montaner y Comandante Jesús.

Medina Silva negoció con el GobiernoEn declaraciones a la prensa, luego de salir en comple-ta libertad, dijo entre otras cosas:

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Tengo pocos días de haber vuelto al país, luego de vivir en Chile y el Perú, y acepté el diálogo con el Gobierno venezolano para luego entregarme. Yo consideré que ese diálogo es un rectorado de dignidad dentro de las normas que se le exigen a los hombres revolucionarios. Acepté ese diálogo con este Gobierno, pero nunca hubiera tomado tal decisión si el país estuviera regido por Acción Democrática, ya que yo era un enemigo jurado de su Gobierno, en especial en la época de Ró-mulo Betancourt…

Más adelante, dijo que las FALN ya no existían. Pero reconoció que el Frente de Liberación Nacional (FLN) sí existía.

Se trata de un organismo creado con el máximo interés de establecer en el país un verdadero gobierno a favor de las clases po-pulares… Si no hubiera sido por el Partido Comunista de Venezuela, los que encabezá-bamos los movimientos insurrectos contra el régimen de Betancourt, en Carúpano y Puer-to Cabello, no estuviéramos vivos.

Sobre la “muerte” del periodista Fabricio Ojeda, en un calabozo del SIFA, dijo enfáticamente:

Pongo en duda que Fabricio se hubiera suicida-do. Él era un hombre llamado a la vida, un poeta,

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con virtudes e ideas revolucionarias; por ello sos-tengo que no ha podido quitarse la vida.

Cabe señalar que el capitán de fragata Pedro Medina Silva murió en Caracas, alejado totalmente del Go-bierno de Hugo Chávez. ¡Cosas de la vida!

Víctor Hugo MoralesEl actualmente capitán de fragata Víctor Hugo Mora-les es el único sobreviviente del trío de jefes del Porte-ñazo. Este hombre, de baja estatura y corazón gigante, se parece a un roble, cuyas raíces están profundamen-te enterradas en la tierra. A pesar de los pesares ya ha cumplido los 90 años de vida. Una vida intensa y bien vivida. Hace poco escribí algo sobre este militar

Tercer jefe del Porteñazo. Capitán de corbeta Víctor Hugo Morales.

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casado con su patria, y dispuesto a defenderla de las amenazas del imperio y sus lacayos criollos, a pesar de su edad. Por las venas de Moralito, como se le conoce popularmente, corre un torrente de dignidad inigua-lable. A continuación lo que escribí de él:

Dignidad y voluntad de hierroHay hombres de hombres. Yo conozco a uno de esos hombres cuya vida es una estela de dignidad a toda prueba. Lo conocí en circunstancias muy especiales de mi vida. El 2 de junio de 1962 vi a un militar que caminaba con prestancia, con orgullo y con una ame-tralladora terciada, que indicaba que estaba rodilla en tierra, y pregunté: “¿Quién es este señor?”. Me respon-dieron: “Es el capitán Víctor Hugo Morales, el tercer jefe de este movimiento militar que ha reventado hoy”. Me sorprendí. Había oído hablar de él, pero lo imagi-naba un hombre de 1,80 metros, de cuerpo fornido y voz de barítono. Pero este señor era todo lo contrario. Lo que nunca imaginé era que tuviera un corazón de palpitación casi “eterna”. Una férrea voluntad de hie-rro, un fervor nacionalista y revolucionario como el que más. Un máximo amor por su pueblo y su futuro. Esas virtudes las conocí con el tiempo, una vez que el movimiento militar fue controlado por las tropas gubernamentales, y nos encontramos frente a frente tanto en el Cuartel Carabobo, como en el Cuartel San Carlos, y luego en la isla del Burro, o Campo de Con-centración “Rafael Caldera”.

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Noventa años bien vividosEste venezolano ejemplar nació en Caracas, y ya está acariciando los 91 años de edad. Es un hombre amable, con una voz cadenciosa, pero firme. Es muy familiar. Ama a su esposa, a sus hijos y nietos. No es rencoroso ni amigo de sembrar cizañas. Es reflexivo, le gusta leer; sobre todo le apasiona la historia. Y también le gusta escribir sobre temas políticos. Es autor del libro Dos generaciones, y de un centenar de artículos de pren-sa. Lo recuerdo como un hombre de escucha cuando se le solicitaba alguna opinión sobre algún problema. Allí estaba el hombre comprensivo para ayudar a quien lo necesitaba. Fue visto por sus compañeros como un hombre inquebrantablemente terco, cuando se trataba de defender sus ideas, sus posiciones, o sus modos de entender el acontecer político de la década de los 60. Se nos presentaba como un hombre analítico, reflexivo y visionario acerca de la realidad que estábamos vivien-do, desde el punto de vista político y desde el punto de vista del escenario que involucraba a los partidos de iz-quierda. Fue un defensor a ultranza de los lineamientos que bajaban del Partido Comunista de Venezuela. Leía, en la cárcel, muchos libros marxistas leninistas, y ba-sado en su experiencia daba charlas sobre ese tema al resto de sus compañeros. Igualmente, se le veía impar-tiendo clases sobre estrategia militar. Para él no había descanso para el estudio ni para el análisis.

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La cárcel no lo doblegóFue en la isla del Burro, durante los cinco años de en-cierro, en ese inhóspito lugar, cercado con alambres de púas y electricidad, y garitas de vigilancia, que pude conocer más al capitán de corbeta Víctor Hugo Mo-rales. Se mostró como un hombre de una sola pieza. Nunca flaquearon sus fuerzas, nunca titubeó o se llegó a doblegar ante el carcelero. Tal vez por eso el Gobier-no de Raúl Leoni no lo liberó junto al resto de no-sotros, en agosto de 1967, sino que lo dejó solo en la cárcel o campo de concentración durante un año más. Salió en 1968. Más revolucionario que nunca, más luchador, más convencido de que la lucha había que continuarla hasta la muerte. Víctor Hugo Morales ha sido un digno ejemplo de lo que es ser un revoluciona-rio a carta cabal. Se ha mantenido por más de 60 años en una sola línea. La línea de la rebeldía en contra de un Estado y un sistema de gobierno injusto y opresor. En efecto, mientras otras personas han consagrado su vida a acumular riqueza fácil, él consagró su vida a la lucha por la soberanía y la libertad plena de su patria. “Mi último suspiro será para y por mi patria”, habría dicho una vez.

Revolucionario hasta la muerteVíctor Hugo Morales fue diputado de la Asamblea Nacional. Y siguió siendo el mismo. Fue presidente del Parlatino, y siguió siendo el mismo. Está cerca de cumplir 90 años y sigue siendo el mismo. Por esa acti-tud, por esa entrega íntegra al proceso revolucionario,

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el comandante Hugo Chávez siempre lo nombraba como un digno ejemplo, cuando en el golpe del 2002, estando en Miraflores, fusil en mano, en aquellas horas duras, plenas de incertidumbre, el capitán Morales le dijo al presidente Chávez: “¡Mande, mi Comandante, estoy listo para defenderlo y para defender la patria”. Hugo Chávez nunca olvidaría aquel gesto noble del capitán Morales, por lo que en varias oportunidades recordó aquel episodio. Los sobrevivientes del Caru-panazo y el Porteñazo le debemos mucho al gigante de la Revolución Bolivariana, Hugo Rafael Chávez Frías. Los detalles sobran. Pero también le debemos mucho al capitán Víctor Hugo Morales. Él ha sido consecuen-te con reclamar los derechos que nos corresponden por haber sido actores principales en la apertura del camino al 4 de febrero. Él, a través de todos los me-dios posibles, ha clamado por ¡NO AL OLVIDO! para quienes lo dimos todo por un futuro mejor para nues-tra patria. Y hoy día, cuando apenas pasamos de la do-cena de sobrevivientes, gracias a ese empeño se nos ha reconocido nuestro aporte al proceso revolucionario que encabezó, posteriormente, Hugo Chávez. ¡Honor a quien honor merece!

Puerto Ordaz, 19 de mayo de 2017

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VIILos familiares sangraban para ver a sus presos en la isla del Burro Sangre, sudor y lágrimasEn la década de los 60, concretamente en 1962, fue duro para los familiares visitar a sus presos. Máxi-me si se trataba del Campo de Concentración “Ra-fael Caldera”, ubicado en el mero centro de la isla de Tacarigua, conocida popularmente como la isla del Burro, geográficamente ubicada entre los esta-dos Aragua y Carabobo. El autobús debía pasar por el pueblo de Magdaleno hasta el caserío de Yuma, cerca de la orilla del lago. Los familiares y amigos morían callados, pues, no tenían donde ir a llorar, como suele suceder ahora. Me gustaría que la seño-ra Tintori (la esposa de Leopoldo López, quien di-cho sea de paso está preso, pero vive como un rey), hiciera el recorrido de Caracas a la isla, en autobús, sin aire acondicionado, en un simulacro de visita; como lo hicieron nuestras madres, esposas, hijos, nietos y amigos. Solo como una prueba. Creo, sin-ceramente, que iría una vez, una sola vez. No ten-dría fuerza de voluntad para una segunda visita.

Inicialmente, había un solo día de visita. Con el correr del tiempo la autoridad del penal aceptó darnos dos días a la semana. La odisea que tenían que franquear

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los familiares era extremadamente dura. Para la visi-ta, la mayoría de los familiares tenía que levantarse de madrugada para estar en el sitio de donde partía el au-tobús, alquilado especialmente para llevarlos a la isla del Burro, y traerlos de regreso. Partían de la isla en horas del atardecer y llegaban a Caracas entrada la no-che. Algunos familiares provenían de Valencia, Puerto Cabello, Barquisimeto, y de otros lugares del país.

Gabarra y requisa

Gabarra transportadora de familiares.

Las personas se agrupaban cerca de la gabarra que de-bía trasportarlas de tierra firme al otro lado de la isla, donde estaba el penal. La travesía era de veinte mi-nutos. Luego, al bajar de la gabarra se sometían a una requisa minuciosa, donde debían soportar vejámenes, improperios y amenazas, por parte de la Guardia Na-cional. Muchas cosas que ellos traían para sus presos eran decomisadas, sin derecho a patalear.

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El periodista Giovanni González, quien logró ingresar al penal, junto con el fotógrafo Simón Aristiguieta, y hacer un reportaje para el periódico Clarín, cuenta lo que le costó a él llegar hasta la isla:

De Caracas a la isla de Tacarigua, antiguamen-te llamada la isla del Burro, y donde hoy están presos 310 ciudadanos entre militares y obreros, campesinos y profesionales, junto al diputado al Congreso Nacional y líder sindical Eloy Torres, se gastan seis horas en autobús, y cuatro en au-tomóvil para llegar al embarcadero; de allí a la entrada de la cárcel se tarda uno 20 minutos. Antes de llegar al embarcadero, los conductores de carros tienen que desafiar muchos peligros, entre ellos inmensos precipicios, además de que la carretera es muy estrecha. Los autobuses, ca-rros particulares y taxis comienzan a llegar des-de tempranas horas con madres, esposas, hijos, hermanos, novias y amigos de los presos… Al desembarcar en la isla, las personas tienen que someterse a una rigurosa requisa, donde se ven amenazadas y ultrajadas. Deben dejar la cédu-la de identidad y reclamarla cuando vengan de regreso, es decir, de visitar a los presos, en ho-ras del anochecer. Cabe destacar que la Guardia Nacional no acepta comprobante de la cédula de identidad, so pena de quedarse sin visitar a sus seres queridos. Hay veces que la gabarra tiene que hacer dos o tres viajes, de tanta gente que

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tiene los deseos de ver, aunque sea media hora, a sus presos.

El periodista Giovanni González advierte que la propia gabarra es muy peligrosa, ya que solo cuenta con una guaya, en su borda, de donde se agarra la gente. Un visitante le dijo al periodista que algunas veces las aguas del lago están un poco revueltas y la gabarra se mueve poniendo en peligro la vida de los niños y las mujeres que viajan en la misma.

¡Tierra, tierra!Ese es el grito de algún familiar, cuando la gabarra está por atracar.

Al bajarse la gente cae en manos de los guardias na-cionales. Requisa, decomiso, palabrotas, hasta que comienzan a subir la cuesta: un grupo va hacia don-de están los militares; y el otro, hacia donde están los civiles. Las personas caminan poco a poco, sobre todo las de mayor edad. Llevan consigo bolsas con comida, paquetes y todo lo que los efectivos militares han de-jado pasar. El espacio de la isla donde están los presos está rodeado de garitas, con guardias armados. Grue-sas alambradas electrificadas. Cuando ya se acerca la visita, los presos nos alegramos al máximo. Ya están cerca. Abrimos los brazos y nos fundimos con cada uno de ellos: son las madres, los padres, las esposas, las novias, los hijos, los nietos y los amigos. Pero no todo es alegría. Hay presos a los que no les llegó ese

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día la visita. Entonces, la alegría inicial se transforma en tristeza. Pues debemos esperar la próxima semana.

El periodista y su fotógrafo, después de estar en el sec-tor de los militares, donde hacen preguntas y toman fotos, se internan, entonces, en el lado donde están los presos civiles. Allí observan cada uno de los galpones.

Cada galpón tiene una hilera de camas de lado y lado. Tienen sanitarios, que los mismos pre-sos asean. Muchos de ellos están dañados. Así como baños, y cocinas improvisadas. Cada cin-cuenta metros hay una garita con guardia, fu-sil en mano, y al lado una ametralladora. Cada puesto de vigilancia tiene instalado reflectores de largo alcance.

El triste regresoA eso de las cinco de la tarde comienza la gente a despedirse de sus presos. Es la hora en que deben abandonar los galpones y las instalaciones de los presos militares. Ha terminado un día de jolgorio,

En estos galpones llenos de zamuros la democracia adeco-copeyana castigaba a los luchadores de izquierda.

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de alegría, de cuentos, historias y rumores. En cada visita, por los largos cuatro años en ese lugar, los visitantes dejaban saber a sus seres queridos lo que se decía en el mundo político. Los datos respecto a posibles acciones del Gobierno para liberar a algu-nos presos. Fue una jornada de compartir, de reír y de llorar. Los visitantes comenzaban a transitar el mismo camino, pero en sentido contrario. Esta-ban de regreso. Los guardias nacionales esperaban y también la gabarra. Los brazos se alzaban en señal del último saludo por aquel día. Era el final de aquel día. Otros vendrían cargados de lo mismo: comidas de diversos tipos, libros, revistas, cartas, periódicos con fechas atrasadas, rumores, malas y buenas noti-cias… Hasta la próxima visita…

Puerto Ordaz, 28 de mayo de 2017

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VIIIConocí al teniente Nicolás Hurtado Barrios, antes de que lo mataran en Aguas Dormidas

La idea de la montaña“Camarada, ¿qué va hacer usted cuando esté a pun-to de que lo liberen?”, me dijo una vez, cuando el Gobierno de Raúl Leoni había tomado la decisión de aplicar medidas de libertad para los presos que nos encontrábamos en la isla del Burro. “Camíne-mos un poco”, me soltó calladamente. Él era llanero, como yo. Y tal vez quería saber qué haría cuando me encontrara en la calle. Caminamos dando vuel-tas en el amplio salón. Al final, percibí que él estaba dispuesto a seguir la lucha, pero esta vez en la mon-taña. Y así fue.

Teniente Nicolás Hurtado Barrios.

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Nicolás Hurtado había nacido en Calabozo, estado Guárico, el 6 de noviembre de 1931, lo que signifi-caba que yo era seis años menor que él. Había to-mado parte de la rebelión del general Jesús María Castro León, en 1958. Hecho preso, con el correr de los meses fue a parar a la isla del Burro. Se unió a quienes estábamos allí con meses de antelación. La lectura, el contacto con el grupo nuestro, cam-bió su modo de pensar. Se hizo revolucionario por los cuatro costados. Por eso anidaba, en su mente, lo de marcharse a la montaña, una vez en la calle, y combatir desde esa nueva trinchera a las fuerzas represivas del régimen de Raúl Leoni. Por cierto, estando preso en la isla del Burro, conjuntamente con el capitán Pedro Medina Silva escribió un libro titulado ¿Por qué luchamos?

Años después de salir en libertad, se incorporaba al Frente Guerrillero José Leonardo Chirino. Diría: “Esta es mi nueva trinchera de lucha, y a ella en-tregaré todas mis fuerzas, mi fuerza de voluntad y, si es necesario, mi vida; por luchar y ver libre a mi país, mis energías y mi pasión estarán al servicio de mi patria, desde esta montaña que anhelaba cono-cer”. Eran palabras de un hombre casado con la lu-cha revolucionaria, un convencido, profundamente, de que no había otro camino, sino la lucha armada. Pero también era un hombre amoroso con su fami-lia. Amaba a su esposa e hijos.

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¿Por qué luchamos?Conservo en mi poder un ejemplar de libro ¿Por qué luchamos? No sé cómo llegó a mis manos luego que salí del penal de la isla del Burro, en agosto de 1967. Fue difícil conseguirlo, debido a su carácter clandestino y a los pocos ejemplares que se imprimieron, pero un ca-marada me hizo la segunda, y me consiguió el libro con el compromiso de devolverlo. Él se olvidó del libro y yo también. Transcribo unos párrafos que nos ilustran so-bre la enorme responsabilidad elegida por este hombre, de figura menuda, de gesticular con las manos, como si quisiera poner palabras en ellas; de hablar pausado, y de convicciones por encima del tope.

Ustedes, compañeros, no pueden continuar in-diferentes [era un mensaje directo a los compa-ñeros de armas] ante la tragedia que vive Ve-nezuela (…). De lo que sí estamos seguros es de que nunca nuestro país había estado tan in-tervenido como ahora por el capital extranjero, que sin lugar a dudas donde mayores dividen-dos obtiene es en Venezuela, por la forma ruin y descarada en que se entrega este gobierno títere.

Más adelante, señala:

La sociedad venezolana, con sus clases tan dife-renciadas, soporta todo el peso de la presión mo-nopolista que desde afuera nos arrebata la mate-ria prima y el mercado; esta presión ejercida por

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el imperialismo yanqui se refleja inicialmente en la alta burguesía nacional, la que para subsistir oprime, a su vez, a la pequeña burguesía com-puesta por los empresarios medios y hacenda-dos, los que a su vez rematan el ciclo opresor en los obreros y campesinos.

Pero el que busca encuentra. Mi amigo y camarada Fernando Zago me mandó, desde Caracas, un libro de Néstor Francia, Con las botas puestas, que trata, en su conjunto, de la vida del teniente y amigo Nicolás Hur-tado Barrios (otro libro que recibí fue Escritos de una combatiente de la guerrilla urbana en Caracas, de Nan-cy Zambrano). El libro de Néstor Francia llegó a mis manos como caído del cielo. Así que me he aprovecha-do de él para enfatizar más sobre la vida de Hurtado Barrios, a quien conocí en la isla del Burro y respeté por su condición de revolucionario a carta cabal.

Mensaje a sus compañeros de armasEn el libro Con las botas puestas nos encontramos con varios pasajes de la vida de Nicolás Hurtado Barrios. De un mensaje que envió a sus compañeros de las Fuerzas Armadas, extraemos lo siguiente:

Nuestro país atraviesa una crisis estructural caracterizada por el dominio del imperialis-mo norteamericano en connivencia con sus agentes títeres, bajo formas de gobiernos dó-ciles a sus intereses. Esta crisis política, militar

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y económica que le ha tocado vivir a nuestro pueblo en los últimos años, me llevó primero a la cárcel por espacio de siete años y luego de una posición de primera línea en la guerrilla ve-nezolana, en el glorioso frente guerrillero “José Leonardo Chirino”, este es mi nuevo puesto de lucha y en él vengo a poner todo mi entusiasmo, energía, mis conocimientos que tengo del Arte de la Guerra que aprendí en mi vida militar.

Del libro ¿Por qué luchamos? extraemos este párrafo:

Es esto lo que pretendemos señalar a nuestro pueblo; decirle de manera clara y explícita que mientras el hambre, la miseria y el desempleo sean entronizados y crecidos de la manera más absurda y alarmante, este Gobierno traidor, in-capaz y entreguista ha dilapidado cuantiosos presupuestos cuyo monto en cualquiera de los cuatro años asciende a la suma jamás dispuesta por Gobierno alguno.

“Soy la esposa del teniente Hurtado Barrios”El 5 de abril de 1964, Yolanda Birriel de Hurtado, es-posa del teniente Hurtado Barrios, publicó un remi-tido dirigido a la justicia venezolana, que dice, entre otras cosas, lo siguiente:

Soy la esposa del teniente Nicolás Hurtado Barrios, tengo interés en que su caso sea suficientemente

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conocido por la opinión pública. Desde hace más de cinco años está detenido. Se le acusa por su presunta participación en los sucesos del 7 de septiembre de 1958. Por órdenes expresas del presidente Betancourt, todos los demás oficia-les acusados de participar en ese movimiento están ahora en libertad… La defensa de mi es-poso sostiene que lo único que cursa en su con-tra en los tribunales es “un aperturado auto de detención dictado en 1958 producto de la ma-nifiesta enemistad de tres sargentos y de necesi-dades de carácter político”.

Y añade el comunicado:

... Sin embargo, continúa detenido. Ha estado en el Castillo de Puerto Cabello, la Cárcel de Ciudad Bolívar, la Cárcel Modelo, Cuartel San Carlos, Isla de la Orchila, y ahora lo tienen pre-so en la isla del Burro.

“El recuerdo que no cesa”Con respecto al teniente Nicolás Hurtado Barrios, el doctor José Vicente Rangel escribió un artículo titu-lado “El recuerdo que no cesa”, del cual extraemos al-gunos párrafos. Comienza diciendo el doctor Rangel:

No es fácil alejarse del recuerdo cuando este ta-ladra lo más sensible del ser humano. Cuando se vive con una vaga noción del destino final

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que corriera un ser querido. Cuando hay miles de preguntas sin respuestas. Cuando el tiempo permea imágenes, palabras; cuando alguien se aferra a la búsqueda imposible y recurre a fu-gaces leyendas y veraces informaciones… ¿Qué ocurrió en verdad? ¿Por qué el silencio? ¿Qué tupida red de intereses impidió el acceso a la verdad? El tiempo apaga recuerdos y también los revive. Solo se necesita voluntad para remo-ver la capa del olvido, y la única manera de lo-grarlo es asumiendo el encuentro con la verdad.

Más adelante el doctor Rangel enfatiza que cuando algo afecta directamente a mujeres, la huella es más profunda:

Tengo la impresión de que la memoria es, en esencia, femenina. En el medio familiar el géne-ro es determinante. Así Yolanda Birriel de Hur-tado y Yolanda Hurtado Birriel, viuda e hija del teniente Nicolás Hurtado Barrios, no permitie-ron que la memoria les hiciera una mala jugada. Impidieron con fiereza que el olvido sepultara la figura del esposo y del padre. De quien sien-do un profesional de la milicia optó por irse a la guerrilla y morir en la montaña.

La muerte de un valienteEl siguiente relato –incluido en el libro de Néstor Francia–, sobre la emboscada en el sector de Aguas Dormidas, en las montañas del estado Portuguesa,

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donde murió Hurtado Barrios, es de un oficial del Ejército que perseguía a los guerrilleros:

El Jueves Santo de 1967, en las montañas de San-ta Rosa de Guache y la Fila de Garabote, sector Aguas Dormidas, municipio Ospino del estado Portuguesa, tuve un encuentro con una columna guerrillera de aproximadamente diecisiete hom-bres cuando se oyó un grito con fuerza y firme-za: “Soy el teniente Nicolás Hurtado Barrios de la promoción Juan Bautista Arismendi; necesito hablarle…”. Después de un breve análisis tomé la decisión de ir a donde él estaba. El teniente Hur-tado estaba muy mal herido y no sé de dónde sacaba fuerzas para hablar; el siguiente día falle-ció a las 01:00 del Viernes Santo, hablando del país y de los suyos. De veras no lo conocía; en esa suprema instancia fue un hombre de valor, de

valores. En un momento sacó de su cartera la foto de sus hijos y la mantuvo en-tre sus manos en el pecho. Hasta el último momento estuvo lúcido y no se que-jó de nada. Con aplomo y carácter afrontó su reali-dad… [Este relato tuvo lu-gar en mayo de 1967].

Puerto Ordaz, 24 de mayo de 2017

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IXLa fuga que estremecióal Gobierno adeco-copeyano

Presos como arrozEn la década de los 60 había muchos presos civiles y militares. Las cárceles no aguantaban un preso más. No eran presos por quemar autobuses, destruir es-cuelas y liceos, atacar maternidades u hostigar hos-pitales. No eran presos por plantones, o por “gue-rrear” con excrementos, cerrar las calles o avenidas. No había uso de látigos, ni de amenazas a los hijos de los funcionarios de los gobiernos adeco-copeya-nos desde redes sociales (porque además no existía esa modalidad), ni mucho menos por desnudarse en las marchas, ni por escupir a los efectivos de la Guardia Nacional o a los policías en la cara, etcétera; no, nada que ver. Éramos presos por enfrentarnos a plomo limpio a las autoridades gubernamentales. Presos por caernos a tiros en alzamientos militares, y presos por guerrear desde las montañas de Vene-zuela. ¡Tremenda diferencia! Juzgue y compare con lo que sucede ahora. En aquella época el motivo era responder con las armas a los gobiernos represivos, torturadores y sangrientos que ostentaban el poder. Eran gobiernos que habían traicionado la esperanza que el pueblo abrigó con los hechos del 23 de enero de 1958, cuando militares y civiles se unieron para dar al traste con la dictadura del general Marcos Pé-

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rez Jiménez. Muy distinto ahora, cuando el chavis-mo surgió para rescatar esa esperanza y para darles protección a los más débiles. En otras palabras, para darles protagonismo a los olvidados de siempre.

A continuación una lista de presos militares en las diferentes cárceles del país:

Cuartel San CarlosCapitán de navío Manuel Ponte Rodríguez (†), ca-pitán de fragata Pedro Medida Silva (†) y capitán de corbeta Víctor Hugo Morales; capitán de corbe-ta Luis Avilán Montiel (†), capitán Miguel Henrí-quez Ledezma, teniente de fragata Carlos Fermín Castillo, teniente de fragata Pastor Pausides Gon-zález, teniente de fragata Wallis Medida Rojas (†), teniente de fragata José Florencio Ramos Meléndez, teniente de fragata Antonio Piccardo Román (†), al-férez de navío, Ottoniel Piccardo Román, alférez de navío, alférez de navío Andrés Alberto Leal Rome-ro, alférez de navío Jaime Penso Nebrús (†), alférez de navío Rafael Sierra Acosta (†), maestre de pri-mera Rafael Simón Camacaro Cuicas (†), maestre de primera Luis Armando Martínez (†), maestre de primera Manuel de Jesús Poyert (†), maestre de pri-mera Luis Gregorio Guerrero Chávez (†), maestre de segunda Manuel Vallejo Córdoba (†), maestre de segunda Luis César Jiménez Adrián (†) y maestre de segunda Teófilo Santaella.

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Otros presosGeneral Jesús María Castro León, coronel Edito José Ramírez, teniente coronel Ely Mendoza Mén-dez, teniente coronel Martín Parada, mayor Pedro Barreto Martínez, mayor Alexis Pérez Benavides, mayor Luis Alberto Vivas Ramírez, mayor Carlos Roberto Ruiz, mayor Alfredo Ramos Martins, capi-tán Luis Antonio Mariño, capitán Serritiello Rodrí-guez, capitán Rafael González W., capitán Francisco Pabón Izturriaga, capitán Simón Sánchez Mogollón, capitán Raúl Hernández W., capitán Hernán Díaz Espina, teniente Nicolás Hurtado Barrios, teniente Carlos Gerardo Quintero Florido, teniente Manuel Silva Guillén, teniente Hugo Barillas Herrera, te-niente Exio de Jesús Saldivia, teniente Jesús Madrid Castro, teniente Juan Herrera Betancourt, teniente Pedro Oliva Campos y teniente Ostos Bohórquez.

Cárcel Modelo de CaracasCapitán de navío Eduardo Morales Luengo, ca-pitán de fragata Mario D’Guilio Crispo, teniente coronel Antonio Jesús Bolívar, capitán de corbeta Ángel Morales Luengo, mayor Ramón Morel Are-llano, mayor Alberto Padilla Castillo, capitán Julio Bonet Salas, capitán Luis Tirado Alcalá, capitán de navío Tomaire Pérez Armas, teniente Oscar Pérez Arévalo, teniente Juan López Bosh, entre otros sub-oficiales, sargentos, guardias nacionales y soldados del Ejército.

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Cárcel de Ciudad BolívarCapitán José Gabriel Marín, capitán Rubén Massó Perdomo, capitán Enrique José Olaizola, capitán Tesalio Murillo Fierro.

Cárcel de TrujilloCapitán de corbeta, Jesús Teodoro Molina Villegas, mayor Pedro Vegas Castejón, capitán Omar Eche-verría, teniente Héctor Fleming Acosta, teniente de fragata Américo Farías Abreu.

Cárcel de MaracaiboTeniente Octavio Acosta Bello, teniente de fragata Luis Delgado Delgado, subteniente Eufrasio Silva Mata, alférez de navío Alberto Osorio Jordán, alfé-rez de navío José Hernández Requena, maestre de primera Armando Alcira Pérez, maestre de primera Francisco Uzcátegui Raven y maestre de segunda Daniel Pérez Martínez.

Hospital MilitarCoronel Francisco Lizzaraso, teniente Erasmo Salga-do Ayala, maestre de segunda Luis Jiménez Adrián.

Oficiales y suboficiales expulsadosCoronel Héctor De Lima Polanco, coronel Vicente Machelli Padrón, coronel Miguel Ángel Nieves Bastos, capitán de navío Miguel Hernández Saucier, capitán de navío Andrés de La Rosa Vargas, capitán de fraga-ta Álvaro del Castillo, capitán de fragata Pablo Conde

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Ecarri, capitán de fragata Carlos Alberto Tayhardat, teniente coronel Juan Merchán López, teniente coro-nel Juan Moncada Vidal, coronel Víctor Garrido Sutil, mayor José Isabel Gutiérrez y mayor Manuel Azuaje Ortega, entre otros oficiales y suboficiales.

Una cárcel antifugasEl régimen de Rómulo Betancourt no encontraba qué hacer con tantos presos, militares y civiles. Entonces concibió la idea de construir una cárcel en los viejos escombros de la antigua cárcel para delitos comunes, de la época del presidente Medina Angarita. Para tal fin contactó a expertos en la materia, tanto alemanes como israelíes. Fue así como se concretó el Campo de Concentración “Rafael Caldera”, en el corazón de la isla del Burro. Pero no se pensó que lo primero que hace un preso político al caer en la cárcel es buscar la manera de fugarse. Eso se lleva en la mente desde

Cap. Pedro Medina Silva. Mayor Manuel Azuaje Ortega y Germán Lairet.

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que nos depositan en cualquier cárcel, llámese isla del Burro, Cuartel San Carlos, o como se llame. Nadie puede hurgar en la mente del preso, máxime cuando este ama la libertad. En fuga pensaron, desde el mismo momento en que pisaron la isla, los 300 presos polí-ticos o más que el Gobierno de Rómulo Betancourt recluyó en el lugar ya descrito. Así que alguna de las intentonas de fuga había de tener éxito. Eso pasó el 25 de diciembre de 1963, cuando cuatro presos se esfu-maron sin que nadie se diera cuenta.

La visita y las angustiasTodas las visitas culminaban a las cinco de la tarde, menos la del 25 de diciembre de 1963, la cual se ex-tendió hasta el anochecer por un pedido hecho a la Dirección del penal, bajo el argumento de que era un día especial para familiares y presos. Se trataba del 25 diciembre, donde aún queda una extensión de la ale-gría de la Nochebuena. Cabe señalar que otro pedido concedido por las autoridades del penal fue el de que se nos permitiera a los militares reunirnos con los ca-maradas civiles en nuestro sector. Eso fue concedido. Entonces, todo era alegría entre todos: familiares, ami-gos, presos civiles y militares. Todos unidos, todos ale-gres, todos por una misma causa. Pero, a todas estas, ¿qué se estaba cocinando? Había un ambiente dema-siado contagiado con la alegría. Algo raro había que yo, en lo particular, no podía explicarme. Notaba un cierto “cuchicheo” entre unos grupos por aquí, y otros por allá. Mientras las horas iban avanzando, notaba

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más tensión, aunque bien disimulada. Así nos cogió el anochecer, es decir, la hora del regreso de nuestros familiares y amigos. Las despedidas largas. Abrazos, sonrisas y hasta lágrimas conformaban aquel ambien-te a la hora de la partida. Hasta que se fueron, rumbo a la caseta de registro, donde esperaban los guardias nacionales. A todas estas los compañeros civiles fue-ron conducidos a sus galpones. El sector militar quedó desolado, pero tenso. Los rostros de algunos confir-maban que algo sucedía, de lo que yo no sabía nada.

Todos agrupados, con las miradas fijas hacia la case-ta de requisa. Vimos cómo los familiares, uno a uno, fueron abordando la gabarra, mientras algunos de mis compañeros se comían las uñas. Hasta que embarcó el último, y la gabarra comenzó a moverse hasta que casi se pierde de nuestra vista. Veinte minutos basta-ron para que la gabarra atracara en el embarcadero. Mis compañeros explotaron de alegría. Y no era para menos: entre el grupo de familiares y amigos, iban dis-frazados cuatro compañeros: el capitán Pedro Medina Silva, el mayor Manuel Azuaje Ortega, el doctor Ger-mán Lairet y Gastón Carvallo. Y se comenzaron a oír historias. Se dijo que entre los visitantes había entra-do el actor Rafael Briceño, y, con él, un maquillador. El caso es que los fugados fueron transformados en un médico, una mujer, un cura y un enfermero. Tan pronto pusieron pies sobre la tierra, se introdujeron en unos carros y la noche impaciente se los tragó.

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X“Disparen primero y averigüen después”

El supuesto “padre de la democracia”

Rómulo Betancourt.

Rómulo Betancourt, el pretendido “padre de la demo-cracia venezolana”, nunca dudó un instante en hacer lo que tuvo que hacer sin importarle un rábano la Cons-titución y los derechos humanos, con tal de defender su gobierno ante la gente de izquierda que osó enfren-tar el régimen represivo y criminal, luego de la pérdida de la gran oportunidad que se le presentó al país con el derrocamiento de la dictadura de Marcos Pérez Ji-ménez. Los adecos y copeyanos unieron fuerzas para impedir lo que debió pasar el 23 de enero de 1960. No

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le tembló el pulso para encarcelar a diputados sin jui-cio alguno, como lo hizo con los diputados del PCV y del MIR. No le tembló el pulso para “sacar del juego” al PCV y al MIR, como partidos. Ambos pasaron a la clandestinidad. Rómulo Betancourt fue el verdadero padre de “Disparen primero y averigüen después”, fra-se que hizo historia en la década de los 60, 70 y 80. Fue así como muchos revolucionarios cayeron abatidos por las balas asesinas de los esbirros torturadores de los organismos de seguridad del régimen betancouris-ta, como el de Raúl Leoni… Gobiernos que dejaron una estela de muertos, torturados y desaparecidos. Fue el Gobierno de Betancourt el que ideó construir un campo de concentración en la isla del Burro. Para tal fin buscó el asesoramiento de expertos alemanes, vinculados al nazismo. Las alambradas eléctricas cir-cundaban el centro de reclusión de presos civiles y mi-litares. Mientras que las garitas estaban atestadas de armas de alta potencia.

Presos aislados del mundo Después de los sucesos del Carupanazo y el Porteñazo, la represión adquirió niveles espeluznantes. Se agilizó la construcción del Campo de Concentración “Rafael Caldera” en la isla del Burro. Así fue bautizado por los revolucionarios de la época. Cuando estuvieron listas las instalaciones trasladaron desde diversas cárceles a centenares de luchadores, entre ellos guerrilleros y combatientes urbanos. Así como a los militares revo-lucionarios que se habían rebelado contra Betancourt

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y su régimen represivo y criminal. Lejos, muy lejos de la civilización, allí fueron a parar centenares de presos civiles y militares. Los familiares asumieron sus penu-rias con hidalguía, con dignidad y compromiso cuan-do tenían que recorrer muchos kilómetros de carrete-ra, en autobuses, hasta llegar al pueblo de Magdaleno, y luego a Yuma para llegar al embarcadero y abordar una vieja gabarra para poder llegar adonde los espe-raba la Guardia Nacional, peinilla en mano, hacién-dolos pasar al sitio de la requisa. Una requisa severa por parte de los efectivos de la Guardia Nacional y de los custodios civiles. Para nosotros no había CNN, ni ONG, ni canales de televisión como Globovisión o Te-leven. No había un Almagro y su OEA, ni un Uribe, ni un Rajoy. No existía una voz doliente entre los di-putados europeos. Nada de eso. Ni siquiera existía la Defensoría del Pueblo. Solo peinillas para los presos que protestaran, o castigos de aislamiento. Ni siquiera disponíamos de hospital a tiempo, y muchos murie-ron; tal es el caso del capitán de navío Manuel Ponte Rodríguez, quien murió de mengua en el Cuartel San Carlos, con una asistencia tardía. No había nada que hacer, sino esperar que llegara un Hugo Chávez y su 4 de febrero de 1992.

“Ramo Verde Suits”En la Venezuela de hoy es diferente. Por ejemplo, exis-te un lugar de reclusión llamado “Ramo Verde Suits”, donde los presos o detenidos gozan de todo: de visitas familiares y conyugales cada semana. Tienen televisor

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y disponen de Internet. Y como si fuera poco, pue-den declarar en CNN cuando les dé la gana. Existe la Defensoría del Pueblo y un Consejo Nacional de Derechos Humanos. Ahora mismo, un señor llama-do Leopoldo López, preso por haber instigado a sus seguidores a una violencia criminal, donde perecieron 43 personas, termina de cumplir mil días preso, y, por tal razón, su señora esposa está “llorando” ante Rai-mundo y todo el mundo, clamando la libertad para su esposito. Y haciéndose eco de los “maltratos” que recibe. Ella misma denuncia a cada rato que la “desnu-dan” y la “vejan” los custodios. Señora Tintori, hable con los sobrevivientes de los presos de Rómulo Betan-court y Raúl Leoni, y comprobará que nada, absolu-tamente nada, se puede comparar entre el pasado y el presente. Usted anda de calle en calle, de canal en canal, de país en país, alzando su voz, y hasta hay in-cautos que le creen sus mentiras. ¿Usted sabe cómo viajaban nuestros familiares hacia la isla del Burro? En autobús. Hacían colectas para reunir el pago del trans-porte, y para llevar un poco de comida a sus presos. Presos con dignidad. Presos verdaderamente presos. Fueron muchos los presos y familiares que enferma-ron y murieron como producto del cautiverio a que fuimos sometidos por Betancourt. ¿Usted se queja por las condiciones del “Ramo Verde Suits”? Ojalá pudiera ver las gráficas que aún después de 55 años de aquella época de asesinatos, torturas y desaparecidos hablan por sí solas. Usted, señora Lilian Tintori, se moriría de pena al verlas. Siga su peregrinar por los despachos de

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la derecha más rancia del mundo, gastando los dólares que el imperio le suministra para malponer al Gobier-no revolucionario de Nicolás Maduro. Siga. Algún día se cansará…

Represión y torturasEl régimen de Betancourt, desde el principio de su mandato hasta el final, se caracterizó por hacerle la vida difícil a todo aquel que oliera a comunista. In-clusive, fue implacable con sus propios excompañeros agrupados en el MIR, partido que había nacido como consecuencia de la lucha en la clandestinidad, donde jóvenes como Domingo Alberto Rangel y Américo Martín, entre otros, no estuvieron de acuerdo con la traición que se le hizo al espíritu unitario y esperan-zador del 23 de enero de 1958. Tal actuación del señor Betancourt generó golpes tras golpes. En ese senti-do, “… primero pudo desmantelar la ‘inva-sión de Castro León’, semana santa de 1960; más tarde conato del Guairazo y el mismo año (1962) los alza-mientos de Carúpano y Puerto Cabello, en los cuales el MIR y el

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PCV tuvieron participación activa…”. (Jesús Sanoja Hernández, en Entre golpes y revoluciones). Recorde-mos que el PCV y el MIR fueron ilegalizados a raíz de su participación en el Carupanazo. Betancourt no des-aprovechó la oportunidad para afincar toda su fuerza represiva contra esos dos partidos de izquierda: puso preso a todo el mundo y prohibió la circulación de Tri-buna Popular, periódico que pasó a imprimirse en un formato pequeño en la clandestinidad.

En enero de 1963 se fundan las Fuerzas Armadas de Liberación Nacional (FALN), así como el Frente de Liberación Nacional, en su rol de organismo cúpula de dirección. Betancourt, desde Estados Unidos, no tardó en calificar las acciones de la FALN como actos terroristas. La aplanadora represiva, representada en el SIFA y la Digepol, arreció la persecución de los re-volucionarios a todo nivel. Las cárceles empezaron a llenarse de rebeldes, o “revoltosos cubanoides”, según el propio Betancourt.

“Maten a los opositores”Por otro lado, Tribuna Popular, número 25, del 24 de septiembre de 1962, había informado de la actitud represiva y criminal de Rómulo Betancourt, quien hacía honor a su famosa frase de Disparen primero y averigüen después: “La vesania criminal de Betan-court-Copei-Briceño Linares ya no tiene límites. Su desesperación y su desmoronamiento los conducen a figurar en el primer puesto, en el puesto de honor, de

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los gobiernos más sanguinarios del mundo”. Y señala de seguida, el escrito:

El último decreto de Betancourt es el de matar a sus enemigos, a los que le hacen oposición. Tanto en su discurso ante los jueces como en su intervención en la Convención de Goberna-dores, esa fue la consigna, esa fue la directriz…

En ese sentido, Tribuna Popular no solo destaca la po-sición descarada y anticomunista de Rómulo Betan-court, sino que precisa que la Digepol ya se encontra-ba allanando residencias y poniendo presa a la gente de izquierda, por órdenes de Santos Gómez, consuma-do y conocido torturador, así como por el no menos famoso Atahualpa Montes.

Tortura, desaparición y muerteEs bueno precisar que los gobiernos adeco-copeyanos se caracterizaron por su atropello a los militantes de izquierda, así como por sus prácticas de tortura, des-apariciones forzadas y muerte. Fueron centenares los hombres y mujeres –jóvenes la mayoría–, civiles y mi-litares, torturados, desaparecidos y asesinados por los esbirros de Gobierno. Algunos fueron tirados desde helicópteros, como hicieron con Soto Rojas. Otros, ti-rados al mar, como fue el caso del profesor Alberto Lovera, torturado y asesinado, y cuyo cuerpo amarra-ron con gruesas cadenas y lo lanzaron al mar. Con los días, aparecería flotando en la bahía de Lechería, esta-

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do Anzoátegui. La historia recoge en sus páginas los más espantosos crímenes políticos en la era del “Pacto de Punto Fijo”: los diversos tipos de torturas y la prác-tica, por primera vez en Latinoamérica, del modelo de la desaparición.

Puerto Ordaz, 29 de mayo de 2017

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XILa isla de la dignidad revolucionaria

La isla del Burro es la mayor de 22 islas localizadas en el lago de Valencia. Las instalaciones que hizo para presos comunes el Gobierno de Isaías Medina Anga-rita, fueron abandonadas por años. (Por cierto, allí estuvo recluido un famoso delincuente apodado “Pe-tróleo Crudo”, el único preso que logró fugarse a nado del penal. Fue tan notoria su proeza que el presidente Medina Angarita lo indultó). Pero había tanto preso político en el gobierno de Rómulo Betancourt, que la isla fue reacondicionada para llevar allí a los presos militares y civiles (guerrilleros y no guerrilleros). Se afirmó que en la reestructuración de las instalaciones participaron expertos israelíes y alemanes.

Era torturante para los familiares visitarnos, no tan solo por la lejanía, sino por las dificultades que se presentaban en la vieja gabarra de traslado, y por las rigurosas requisas a que eran sometidas las familias por la Guardia Nacional. En aquel entonces, no ha-bía a quien llorarle… No había ONG, ni canales de televisión, ni periódicos, ni radio donde acudir a que-jarse. Allí, en ese lugar apartado de la civilización, en esa isla con historia llena de presos comunes en una época, y presos políticos en otra. Allí fue a parar, por obra de un Gobierno altamente represivo, entreguista y criminal, un grupo grande de hombres casados con

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sueños de revolución. Llegaron provenientes de las oprobiosas cárceles de la IV República: de las cárceles de Trujillo, de Barcelona, Maracaibo, la Cárcel Mode-lo de Caracas, la cárcel de Ciudad Bolívar, del Cuartel San Carlos, entre otras. Llegaron revolucionarios de las cárceles improvisadas, como La Orchila, El Vigía, La Pica, el Castillo Libertador y pare usted de contar.Cabe señalar que, a pocos días de haberse concentra-do más de 300 presos en la isla del Burro, se concretó una huelga general de los presos civiles y militares. Ex-plica Fernando Zago:

Escogimos ese momento, porque ya no podía-mos más con las torturas y los asesinatos de gente nuestra en las calles de Venezuela, en la montaña y en todas partes, donde hubiera un combatiente. La ola represiva generó más de tres mil presos con dignidad y coraje a nivel nacional. El país se hallaba envuelto en la más

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feroz y criminal persecución de todo aquel que oliera a comunista, o simplemente a izquierda, o a quienes osaran levantar la voz ante la brutal “caza de brujas”, jamás vista en nuestro país.

Otro camarada, pleno de dignidad, que se encontraba entre nosotros, fue Víctor Córdoba. Él se refiere a la huelga de la siguiente manera:

Eran momentos de avanzar en nuestros sue-ños, y era, además, la manera de responder a las atrocidades de un régimen arrastrado al impe-rio estadounidense que no paraba sus arreme-tidas contra quien pudiera pensar, solo pensar,

De izquierda a derecha: teniente. Exio Saldivia, capitán Américo Sarritiello, maestre de primera Hugo Acosta Medina y capitán. Pedro Medina Silva.

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en revolución. En el mes de noviembre de 1962, declaramos una huelga de hambre de todos los presos recién llegados a la isla del Burro. Allí ha-bía hombres con un promedio que oscilaba entre 25 y 35 años de edad. Buena parte de ese grupo estaba conformado por estudiantes, obreros y campesinos, provenientes de los estados Yaracuy, Falcón, Portuguesa y Apure, entre otros estados. También se encontraban los camaradas militares que habían participado en los alzamientos popu-lares del Carupanazo y el Porteñazo.

La acción violenta e impensada del Gobierno de Ró-mulo Betancourt hizo posible que un grupo confor-mado por más de 300 presos políticos se reencontraran en ese lugar, convirtiéndose de esa manera en “La isla de la dignidad revolucionaria venezolana”. Fernando Zago, corajudo sobreviviente de aquella época de sue-ños y oprobios, cuenta que cuando ellos llegaron a la isla fueron recibidos con amenazas y peinilla en mano:

Fuimos recibidos con una violencia terrible. Llovieron los empujones, golpes y peinillazos. Ese recibimiento nos lo dio la Guardia Nacio-nal, cuerpo que estaba rabioso contra nosotros, ya que todavía estaban vivos en sus mentes los hechos que se suscitaron en la toma del tren de El Encanto, en Los Teques, estado Miranda, donde las víctimas habían sido varios efectivos de ese cuerpo. Por cierto, ese día de la llegada se

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estrenó nuestro camarada Algidas Tomasaukas, recibiendo una lluvia de peinillazos. La prime-ra de las “lluvias” que recibiría mientras estuvo preso. El hecho de ser extranjero generaba en los efectivos militares más ensañamiento. Los guardias decían “ese es ruso”. Pero estaban equi-vocados; en verdad era lituano.

Capitán Víctor Hugo Morales dando clases.

En efecto, este camarada no solo era un valiente revo-lucionario, sino que aguantó todos los improperios de los carceleros hasta que salió en libertad. Luego, regresó a su país por enfermedad, donde murió “con las botas puestas”. Siempre solidario con la lucha revolucionaria venezolana. En el estado Aragua dejó a su hermana Rita Tomasaukas, quien ejerce la docencia universitaria.

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De izquierda a derecha: Rafael Thielen, Víctor Hugo Morales, Hugo Chávez, Clodos-baldo Russián y Fernando Zago, en la realización de un Aló Presidente en la propia isla del Burro.

Vamos a hablar de dignidad. De hombres y mujeres con dignidad, tales como los conocemos en el medio de lucha donde nos encontramos desde hace varios años. Muchos años. Pero antes veamos este ejemplo que, más que un ejemplo, es un derroche de vida con firmeza, en frente de todas las vicisitudes. Cuando ha-blamos de dignidad tenemos que hablar del español Miguel Romero Baeza (Melilla). El 26 enero de 1945, en la ciudad de Madrid, el cáncer puso fin a la tenaz resistencia de este hombre lleno de pura dignidad. En efecto, el periodista y militante revolucionario comba-tió la dictadura franquista y al sistema capitalista con la misma pasión, inteligencia y dignidad con la que enfrentó su letal enfermedad. Nunca perdió la capa-cidad de indignación frente a la injusticia; siempre se puso al lado de la gente de abajo; inmune al acomodo,

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en todo momento mantuvo la lucidez analítica y la de-cisión en la acción. Lo suyo, como ocurrió con tantos otros y otras revolucionarios, primero fue una sen-sibilidad al sufrimiento ajeno, luego una opción éti-ca (“Con los pobres de la Tierra quiero yo la suerte echar”), y más tarde, solo más tarde, vinieron la táctica y la estrategia, el partido y el programa. Vivió exacta-mente como pensaba. Ni una sola gota de ambición. Ni un solo gramo de lucro. Decentemente. Austera-mente. Incorruptiblemente.

Con este ejemplo, no tengo que plasmar en este escri-to lo que dice el diccionario sobre la dignidad revo-lucionaria. Allí está. No tengo que agregar nada más. Solo me queda decir que dentro de nuestros cuadros revolucionarios ha habido hombres y mujeres de esa talla y de esa fibra de revolucionario. Pero no me atrevo a dar el nombre de alguno, pues corro el ries-go de equivocarme, o de dejar por fuera a quien se merece estar. Mejor lo dejo a la conciencia de cada uno de mis lectores. Quien tenga las cualidades del periodista español Miguel Romero Baeza, que se in-cluya en la lista. Yo, por mi parte, doy fe de gente va-liosa y consecuente, como, por ejemplo: Víctor Hugo Morales, Alberto Leal Romero, José Américo Farías Abreu, Luis José Acuña, Miqueas Figueroa, Clodos-baldo Russián (†), Manuel Azuaje Ortega, Daniel Pérez Martínez, Víctor Córdoba, Fernando Zago, Al-gidas Tomasaukas (†), entre otros. Sin embargo, la idea es que se honre a quien honor merece. No es

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fácil reunir todas las características del periodista es-pañol. Pero de que los hay, los hay. No obstante, por razones obvias, no paso de allí, so pena de cometer una injusticia.

Voy a terminar este trabajo con unas bonitas palabras del líder Martin Luther King, quien luchó hasta ofren-dar su vida por conquistar un mundo mejor para su gente. Escribiría en su obra La fuerza de amar:

Jesús sabía que sus discípulos se enfrentarían a un mundo difícil y hostil, donde toparían con los recalcitrantes funcionarios políticos y la in-transigencia de los protectores del viejo orden. Sabía que encontrarían hombres fríos y arro-gantes, con los corazones endurecidos por el

El teniente Eufrasio Silva Mata y los maestres de tercera Luis José Acuña, Francisco Aguilera y Omar Sarmiento.

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largo invierno del tradicionalismo. Así, les dijo: “Mirad, yo os envío como ovejas en medio de lobos”. Y les dio una fórmula de acción: “Sed, pues, astutos como las serpientes, pero cando-rosos como las palomas”. Es muy difícil imagi-nar una persona que tuviera, simultáneamente, las características de la serpiente y de la paloma, pero es esto lo que Jesús espera. Hemos de com-binar la dureza de la serpiente con la pacífica dulzura de la paloma; fuertes de espíritu, pero tiernos de corazón.

Si se tienen cualidades de serpientes y nos fal-tan las cualidades de la paloma, seremos fríos, malvados y egoístas. Si tenemos las cualidades de la paloma sin las de la serpiente, seremos sentimentales, anémicos y abúlicos. Hemos de combinar pues las dos.

Nosotros, como negros, hemos de unir la for-taleza del espíritu y la ternura del corazón, si queremos avanzar positivamente hacia la meta de la libertad y de la justicia. (Tomado de la bio-grafía de M. Luther King).

Puerto Ordaz, 31 de mayo de 2017

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XIIHechos breves de la convulsionada década de los 60

En la década de los 60 se produjo una constelación de hechos, unos tras otros, que la hacen una de las épocas de mayor actividad política, a todos los niveles. Fue, además, una década donde los sueños de la juventud afloraron, inclusive en el seno de las Fuerzas Arma-das, y donde se traicionó el espíritu del 23 de enero de 1958, por la dirigencia de Acción Democrática, Co-pei y URD, aunque este último partido, más tarde, se desligó de lo que se llamó el Pacto de Punto fijo, o la Ancha Base.

Betancourt, Villalba y Caldera, los creadores del Pacto de Punto Fijo.

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Veamos, a continuación, algunos hechos que plagaron, como un ventarrón, la década de los 60, en la búsqueda de un mundo mejor para toda la sociedad venezolana.

* El 13 de febrero de 1959, Rómulo Betancourt asume la presidencia de la República, después de la victoria obtenida por su partido Acción Democrática, en las elecciones presidenciales de diciembre de 1958. Be-tancourt, desde el inicio de su mandato, se caracteri-zó por poner en ejecución una gestión marcada por el entreguismo al imperio estadounidense, por un lado; y, por el otro, sacando a flote su corte antico-munista. Su régimen se convirtió en pocos meses en un gobierno represivo e intolerante. Lo que generó un descontento general no solo en la población sino en las Fuerzas Armadas.

* El primero de noviembre de 1961, las fuerzas re-presivas del régimen betancourista dieron muerte a la joven estudiante de la UCV, Livia Gouverneur,

Livia Gouverneur.

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quien contaba tan solo veinte años de edad. Era, además, militante de la Juventud Comunista. Más tarde, cuando se adopta la lucha armada contra el gobierno de Betancourt, se honra con su nombre a un Destacamento de UTC, en Caracas.

* El 4 de mayo de 1962 se produce un alzamiento mi-litar en la ciudad de Carúpano, denominado como el Carupanazo, liderado por el capitán de corbeta Jesús Teodoro Molina Villegas, el mayor Pedro Ve-gas Castejón, el teniente Héctor Fleming Mendoza, entre otros oficiales y suboficiales. El movimiento fue aplastado rápidamente, bajo el ataque por tierra, aire y mar, tal como lo exigió Betancourt. La repre-sión se desató, y produjo más de 400 presos entre civiles y militares. Todos militantes de la izquierda. El Gobierno aprovechó para ilegalizar al PCV y al MIR, y procedió a encarcelar a los diputados de esos dos partidos.

* El 2 de junio de 1962 se produjo en la ciudad de Puer-to Cabello otro alzamiento militar. Esta vez se trató del Porteñazo, al mando del capitán de navío Manuel Ponte Rodríguez, el capitán de fragata Pedro Medi-na Silva y el capitán de corbeta Víctor Hugo Morales. Esta acción rebelde se llevó a cabo durante tres días. La batalla por controlar la ciudad fue intensa y san-grienta. Se dice que en la acción bélica se produjeron más de 400 muertos. Los cabecillas, en un tiempo ré-cord, fueron sentenciados a 30 años de prisión. Los

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demás oficiales a 25 y los suboficiales a 22 años y me-dio. Las apelaciones surtieron su efecto, y las penas fueron bajadas en una segunda sentencia.

* El 12 de febrero de 1963 es tomado el buque An-zoátegui de la Marina Mercante, bajo el comando de un hermano del teniente de fragata Wallis Medina Rojas, recluido en la isla del Burro. La operación fue realizada por el comando “Rudas Mezzones”, quien había sido asesinado por los aparatos represivos del Gobierno adeco-copeyano. El buque, después de navegar en la búsqueda de un destino, llega a Bra-sil, concretamente al puerto de Belén de Pará, desde donde se dirige, como destino final, a Río de Janeiro.

Capitán Manuel Ponte Rodríguez, capitán Pedro Medina Silva, teniente Wallis Medi-na Rojas, capitán Víctor Hugo Morales y teniente Antonio Piccardo Román.

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* El 6 de junio de 1963, el Destacamento “Livia Gou-verneur” realiza una de sus más grandes acciones, durante la lucha armada urbana. Se trató de la toma de la Misión Militar estadounidense con sede en Ca-racas, donde se derrochó valentía y coraje por par-te de los camaradas integrantes del Destacamento. Esta fue una de las más importantes acciones del brazo armado de las FALN. El hecho tuvo profundas repercusiones en el Gobierno de Betancourt y en los Estados Unidos. Esta acción sirvió no solo para impactar a nivel nacional e internacional, sino que, además, permitió recabar importantes informacio-nes generadas en la Misión.

* El 25 de diciembre de 1963 se lleva a cabo una de las fugas más espectaculares de presos políticos en Ve-nezuela. Se trata de la evasión del capitán Pedro Me-dina Silva, Germán Lairet, el mayor Manuel Azuaje y Gastón Carvallo. Los fugados se confundieron con los visitantes ese día especial. Especial porque se celebra una de nuestras tradicionales fiestas de-cembrinas y porque ese día numerosos familiares visitaron el penal para reunirse y abrazarse con sus presos ante las cercanías del nuevo año. Por otro lado, para los reclusos fue superespecial, pues cuatro camaradas lograron burlar la vigilancia estricta de la Guardia Nacional y salieron a la calle para incorpo-rarse a las tareas que les encomendara la Jefatura de la Revolución. La fuga fue planificada por el PCV.

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* El 24 de agosto el brazo armado de la FALN dio otro golpe. Se trató del secuestro del futbolista español Alfredo Di Stefano, bajo el mando del joven Paúl del Río. Allí tuvo participación el Destacamento “Livia Gouverneur”. Este secuestro tuvo repercusión mun-dial por tratarse de una estrella del fútbol mundial.

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* Luego, el 9 de octubre de 1964 fue secuestrado el teniente coronel Smolen, segundo jefe de la Misión Militar estadounidense en Caracas, Venezuela. Era la tercera acción que tenía como protagonista a los gringos. Esa acción sí fue obra total del Destaca-mento “Livia Gouverneur”. La operación tuvo su costo: luego de la liberación de Smolen, cuatro días después, concretamente el 12 de octubre de ese año, los organismos de seguridad se afianzaron en la per-secución de los miembros de las UTC. La arreme-tida contra el movimiento revolucionario en Cara-cas fue despiadada y brutal. Muchos jóvenes fueron capturados, torturados y enviados a las cárceles o a los TO-4 (Teatros de Operación Militar). Esa acción se puede decir que fue la última del referido Desta-camento. Luego vino su desintegración.

* El 5 de febrero se produjo la fuga del Cuartel San Carlos. Fue una fuga muy publicitada por los auto-res de la misma, Guillermo García Ponce, Teodoro Petkoff y Pompeyo Márquez. Se realizó a través de un túnel que se construyó desde un abasto cercano hacia dentro del cuartel. El abasto era de un árabe y estaba ubicado entre las esquinas de Macuro y Jabo-nería. Meses más tarde el árabe apareció en su país.

* Algidas Tomasaukas (el Ruso) era un hombre del-gado y alto. Lo conocí en la isla del Burro, o Cam-po de Concentración “Rafael Caldera”. Era tenaz, inteligente y no sabía lo que era el miedo. Ofrecía

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con valor su espalda para que los guardias nacio-nales dibujaran su furia a peinillazos. Murió en la lejana Lituania, recordando a sus camaradas de lu-cha en Venezuela. Otro camarada preso político, de comprobado valor y coraje, fue Antonio Camilo, en quien la Guardia Nacional, en varias oportunidades, descargó su furia con la peinilla en mano; fue tortu-rado varias veces, pero jamás quebraron su carácter y su fervor revolucionario.

* Una vez me trasladaban desde el Hospital Militar, donde me habían hospitalizado dado mi estado de salud, a mi lugar de reclusión, en la isla del Burro, pero antes pasamos por el Cuartel San Carlos. Creí que me dejarían allí. Nada que ver. Recogieron a otro preso. Era Teodoro Petkoff. Nos esposaron a mí en la mano derecha y a él en la izquierda. Yo lo conocía. Él a mí no. Muchos kilómetros recorridos en silen-cio entre los dos. Fue cuando me preguntó: ¿Y tú? Le dije que yo era militar de los del Porteñazo. Otra vez el silencio. No volvimos a intercambiar una sola palabra. Siete días después de su estadía en la isla, lo trasladaron al Hospital Militar caído en vómitos. Se había tragado medio litro de sangre de vaca, y al vomitar, los carceleros se asustaron y lo sacaron del penal. Pocas semanas después protagonizó una de las fugas más espectaculares de la época. Se colgó a un nailon desde el séptimo piso del Hospital Militar.

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* El grupo de oficiales y suboficiales capturados en las acciones de Puerto Cabello fuimos recluidos en el Cuartel Carabobo. Allí nos torturaban todos los días, a través de una banda de guerra cuyos toques nos perforaban los oídos. Tres meses estuvimos en ese estrecho lugar, donde castigaban a los solda-dos. Por cierto, la primera persona que pudo entrar a visitarnos, tres meses después, fue el doctor José Vicente Rangel, diputado de URD para aquel enton-ces. Él gentilmente llevó cartas a nuestros familia-res. Días después nos pasaron al Cuartel San Carlos, en Caracas, donde estaban otros presos, entre ellos el general Castro León y sus compañeros de dere-cha. Con ellos convivimos durante un año. Previo al traslado para la isla del Burro, en horas de la noche, produjimos incendios de colchones y otras cosas, como protesta por el traslado a un lugar tan lejos para nuestros familiares. El director del Cuartel era el mayor Pulido Tamayo. No nos acompañó el ca-pitán de navío Manuel Ponte Rodríguez, debido a quebrantos de salud.

* El Campo de Concentración “Rafael Caldera”, ubi-cado en la isla del Burro, da para miles y miles de anécdotas que merecen se contadas. Sin embargo, cabe señalar que en una primera instancia, a nuestra llegada al penal nos mantuvieron juntos (militares y civiles) por corto tiempo; luego nos dividieron, físicamente hablando, pues ideológicamente seguía-mos más unidos que nunca.

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* Nos volverían a unir, obedeciendo a una previa solicitud, el 25 de diciembre de 1963, motivado a un plan de fuga que se había desarrollado para esa fecha, cuando los familiares se despidieran de sus seres queridos. En efecto, retardamos la salida más de la cuenta, esperando la complicidad del anoche-cer de aquel día. Cuando llegó la hora, cuatro ca-maradas estaban perfectamente maquillados para confundirse entre los familiares y abandonar la isla. Los afortunados fueron el capitán de fragata Pedro Medina Silva, el doctor Germán Lairet, Gastón Car-vallo y el mayor Manuel Azuaje Ortega.

* El hotel Cumboto, el mejor hotel de la ciudad de Puerto Cabello, sirvió de lugar para que en la noche del día primero de junio se revisaran los últimos de-talles del alzamiento. Militares y civiles se concen-traron en una habitación del hotel, según publicó la revista Élite, en edición especial.

* Durante el Porteñazo y bajo una lluvia de balas, un sacerdote socorrió a soldados y civiles heridos o moribundos en plena esquina de la Alcantarilla. Se trató del padre Luis María Padilla, quien además se desempeñaba como capellán de la Base Naval de Puerto Cabello. Por cierto, fue protagonista cuan-do el fotógrafo Héctor Rondón lo captó sosteniendo entre sus brazos a un soldado herido. Por esa foto Rondón fue distinguido ese año de 1962 con el Pre-mio Pulitzer.

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* “Se entregó al SIFA el jefe de las FALN”. Así tituló el diario El Nacional del día 4 de julio de 1969. En efecto, se trataba del capitán de fragata Pedro Medi-na Silva, quien se encontraba prófugo de la isla del Burro desde el mes de diciembre de 1963, cuando había logrado escapar junto a Germán Lairet, el mayor Manuel Azuaje Ortega y Gastón Carvallo… Había estado en Cuba, luego de su fuga. Había visi-tado Argentina, Vietnam, Brasil, entre otros países. Media hora después de la entrega fue recluido en el Cuartel San Carlos.

* La FALN responde

… el citado Pedro Medina Silva, quien actuó en épocas pasadas en el campo revolucionario, hoy dista mucho de cumplir esa condición; en el presente no pertenece a las Fuerzas Armadas de Liberación Nacional y por ende no puede ser jefe de la misma… Nuestro movimiento FLN-FALN en armas contra el imperialismo, el sistema que representa el doctor Caldera y contra el revisio-nismo expresado fundamentalmente por el PCV, reconoce como único Comandante en Jefe a Douglas Bravo; dicha condición adquirida en los años de la lucha al frente del movimiento guerri-llero venezolano no está en discusión…

* “Acepté un diálogo con este gobierno copeyano, que jamás habría intentado con el de Acción Democrá-

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tica”. Fue el título del diario El Nacional del día 6 de julio de 1969. “Las FALN dejaron de existir y no temo las amenazas porque desde hace años he sido un condenado a muerte”. Medina Silva solo estuvo tres días en el Cuartel San Carlos, y estas declaracio-nes suyas las hizo al salir en libertad.

* “Si no hubiese sido por el Partido Comunista de Ve-nezuela, los que encabezamos los movimientos in-surrectos contra el régimen de Rómulo Betancourt en Carúpano y Puerto Cabello, no estuviéramos vi-vos…”. Al referirse a la nota de la FALN que habla sobre su destitución como su jefe, dijo:

En esa nota se escribe de mi persona y se desta-ca que Douglas Bravo es el Comandante Gene-ral de las FALN. Yo soy amigo de Douglas y si lo señalan como jefe de esa organización armada es porque tiene méritos como revolucionario que es.

Un periodista quiso saber la opinión de Medina Sil-va sobre la muerte de Fabricio Ojeda, y esto fue lo que respondió: “Pongo en duda que Fabricio se haya suicidado. Él era un hombre llamado a la vida, un poeta con virtudes e ideas revolucionarias; por ello sostengo que no ha podido quitarse la vida”.

* Presos a la calle (1967). Después de cinco años de cárcel en la isla del Burro (Campo de Concentración

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“Rafael Caldera”); de penurias para los familiares en sus agitadas visitas; después de tanta tortura física y psicológica, el Gobierno adeco, representado por el presidente Raúl Leoni, procedió a vaciar la cárcel, y trasladar a confinamientos a unos, al exilio a otros, y los más afortunados, entre ellos yo, en libertad ple-na. En efecto, el presidente Leoni, en un gesto más político que humanitario, procedió a liberarnos, bajo condiciones, unos; en plena libertad, otros, como fue mi caso.

* Cándido López, un camarada popular entre los civi-les, dijo a su salida:

Ya yo estoy viejo, y la experiencia me ha ense-ñado que es mejor vivir en cualquier parte que vivir entre rejas… A partir de ahora me dedi-caré por entero a mis hijos. Ellos no tienen ma-dre, y necesitan todo mi apoyo… Viviremos de la agricultura.

* Uno de los camaradas más queridos y apreciados dentro del grupo de civiles que llenaron la isla del Burro, fue Clodosbaldo Russián, quien, dicho sea de paso, fue Contralor General de la República en el gobierno de Hugo Chávez. Este camarada, antes de morir, pidió que fuera incinerado y que sus cenizas se esparcieran en la isla del Burro. Así se hizo. Un grupo de excombatientes estuvo en el emotivo acto.

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Tribuna PopularTribuna Popular nació, de manera oficial, el 17 de fe-brero de 1948. Lo que significa que cumplió el pasado 17 de febrero de 2017 69 años. Es el órgano informa-tivo de prensa del Partido Comunista de Venezuela. Este periódico, una vez acaecidos los hechos de Ca-rúpano, el 4 de mayo de 1962, fue ilegalizado, como lo fue el PCV y el MIR. Para esa fecha fueron deteni-dos los diputados de ambos partidos sin allanamiento previo de su inmunidad parlamentaria. Así que en la década de los 60 adoptó un formato especial para cir-cular clandestinamente, cumpliendo un rol importan-te en la información al pueblo sobre las acciones gue-rrilleras, entre otras. He aquí un ejemplo de su labor:

Puerto Ordaz, 1 de junio de 2017

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XIII¿Cómo vivíamos 374 presos políticos en la isla del Burro?

Los presos militares estábamos aparte de los civiles. Respecto a nosotros, los militares, llevábamos una vida de disciplina y de entrega al estudio. Transformamos la cárcel en un centro de lectura y de estudio. La cárcel, de alguna manera, al pasar los años, nos iba moldeando y haciendo de nosotros no solo revolucionarios íntegros, sino hombres de bien. Estábamos divididos en grupos de lectura y estudio. Cada día, disciplinadamente, nos encontrábamos en el mismo lugar. Había veces en que teníamos que exponer ante el grupo temas como histo-ria de Venezuela, partidos políticos, geografía, filosofía y economía. Otras veces, analizábamos lo que estaba pasando en los frentes guerrilleros, según las informa-ciones que nos llegaban al penal. También eran objeto de análisis las acciones del Gobierno de Rómulo Betan-court, y después las del de Raúl Leoni. Un grupo recibía clases de estrategia y táctica militar, de parte del capitán Víctor Hugo Morales.

Por otro lado, parte del grupo se dedicaba a hacer de-porte, cuando no estaba en horas de estudio. El béis-bol era el deporte más practicado. Pero, igualmente, nos dedicábamos a cocinar. Para tal cuestión se habían conformado unas tres cooperativas de comida. Cada grupo competía con el otro, en el buen sentido de ver

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quién cocinaba mejor. Esas eran las principales activi-dades grupales. Algunos teníamos rutinas especiales. Por ejemplo, unos estudiaban mecanografía, mediante un método. Algunos escribían cuentos y artículos para el mural “Vanguardia”. Y hasta veíamos a alguno estu-diando música, con el método del profesor Calcaño. En fin, no había chance para la vagancia. Puedo decir, grosso modo, que la cárcel nos permitió reencontrar-nos con nosotros mismos, y nos enseñó autodominio, disciplina y concentración. Sobre todo, desde el pri-mer día en el Campo de Concentración “Rafael Cal-dera”, parte de nuestra energía y pensamientos la dedi-camos a planear fugas. La mayoría fracasaron menos una, de la cual hablé anteriormente. Cabe señalar que hasta hubo un criadero de pollos, que la Dirección del penal compraba para la alimentación.

Lo único que no pudimos hacer fue saber qué pensa-ba, internamente, cada uno de nosotros. Tal vez nos tragábamos nuestros pensamientos, sin descubrirlos ante los demás. Cada quien tenía un rincón impe-netrable. Mientras que hacia el exterior, la mayoría éramos extrovertidos. Lo que no se pudo evitar fue la creación de minigrupos catalogados como radicales o “come candela”, los “ni-ni” y los ortodoxos. No falta-ban, por supuesto, los “pensadores”. Pero, a la hora de la verdad, todos éramos uno.

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¿Quiénes éramos en el sector militar?Al grupo de quienes llegamos provenientes del Cuar-tel San Carlos se unieron otros compañeros, venidos de diferentes cárceles del país. En total, éramos:

Capitán de fragata Pedro Medina Silva (†), capitán de corbeta Víctor Hugo Morales, mayor Manuel Azuaje Ortega, capitán (r) (Ejército) Julio Bonnet Salas (†), capitán (Ejército) Raúl Hernández W., capitán Améri-co Serritiello (†), teniente Exio Saldivia, teniente Gon-zalo Abreu Molina, teniente de fragata Antonio Pic-cardo, teniente de fragata Pastor Pausides González, teniente de fragata Carlos Fermín Castillo, teniente de fragata Wallis Medina Rojas (†), teniente de fragata José Florencio Ramos Meléndez, teniente de fragata Antonio Piccardo Román (†), alférez de navío Otto-niel Piccardo Román, alférez de navío Andrés Alberto Leal Romero, alférez de navío Jaime Penso Nebrús (†), alférez de navío Rafael Sierra Acosta (†), maestre de primera Rafael Simón Camacaro Cuicas (†), maestre de primera Luis Armando Martínez (†), maestre de primera Manuel de Jesús Poyert (†), maestre de pri-mera Luis Gregorio Guerrero Chávez (†), maestre de segunda Manuel Vallejo Córdoba (†), maestre de segunda Luis César Jiménez Adrián (†) y maestre de segunda Teófilo Santaella. También el teniente Nicolás Hurtado Barrios (†), el capitán Oscar Pérez Arévalo, el teniente Juan López Bosch, el teniente Gonzalo Abreu Molina y el teniente Octavio Martorelli, entre otros.

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EntrevistaFernando Zago: “Cuando llegamos a la isla nos recibieron a peinillazo limpio” Por Teófilo Santaella

Fernando Zago

De izquierda a derecha, Rafael Thielen, Víctor Hugo Morales, Hugo Chávez, Clodosbal-do Russián y Fernando Zago en un Aló Presidente que se realizó en la isla del Burro.

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El periodista se valió de los medios tecnológicos dis-ponibles para hacerle una entrevista al camarada Fer-nando Zago, desde Puerto Ordaz a Caracas, su lugar de residencia. Él es un veterano hombre de lucha. Des-de joven, cuando estudiante, se enrola en las filas de quienes buscaban un desahogo, frente al régimen au-toritario, represivo y criminal de Rómulo Betancourt. Desde la década de los 60 se ha mantenido firme. En una sola línea, y esperanzado de que se logre fortalecer el actual proceso, liderado por Nicolás Maduro, y se preserve el legado de Hugo Chávez. A continuación la entrevista:

–¿Desde qué edad tomaste conciencia sobre la mili-tancia en la izquierda venezolana? ¿Qué te impulsó a hacerlo?

–En el año 1957, estudiando segundo año de Bachi-llerato en el liceo Andrés Bello, tengo contactos con camaradas de la Juventud Comunista (JC) y partici-po en las manifestaciones contra Pérez Jiménez. En 1958 ingreso a las filas de la JC. De esa manera me estreno en estas lides, y comienzo esta carrera que aún no ha terminado. Con los años comprendí que esta carrera es de cien mil kilómetros. Respecto a lo que me impulsó a enrolarme en la lucha, fue ese efer-vescente ambiente producto de la victoria de Fidel Castro en Cuba. Eso, de alguna manera, influenció enormemente el espíritu rebelde que acompañaba, en aquellos tiempos a la juventud estudiosa.

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Le consulto a Fernando a qué edad lo habían hecho preso, por asuntos políticos, y él me responde que en el año 1961, cuando recibía entrenamiento guerrillero en las montañas de Vigirima, estado Carabobo, y se presentó un accidente con un explosivo de fabricación artesanal, donde murió un camarada de nombre Jai-me Vásquez. “Allí salimos heridos Marcial Rodríguez, suboficial activo de la Fuerza Aérea, y mi persona. Me dieron casa por cárcel y luego me fugué y me integré a la lucha clandestina. Me capturan en marzo de 1962, en el estado Portuguesa, cuando iba a integrarme al grupo guerrillero. Fui condenado por un Consejo de Guerra en tiempo récord a seis años, junto a 150 jóve-nes, por la misma causa”.

–¿Estuviste en algún frente guerrillero en la década de los 60? De ser cierto, ¿cómo te sentiste en la monta-ña? ¿Te adaptaste a esa vida tan dura?

–Me hacen preso tratando de incorporarme al frente guerrillero José Antonio Páez que comandaba Juan Vicente Cabezas (Pablo), gran camarada y gran jefe guerrillero. Mis deseos fueron truncados. Siempre soñé con luchar, contra el régimen oprobioso de Rómulo Betancourt, con un fusil en la mano, desde las montañas de cualquier parte del país. Solo me quedó la alternativa de incorporarme a las Unida-des Tácticas Citadinas (UTC). Donde participé en algunas acciones de lucha urbana. Lo que puedo decir es que en todo momento esa lucha era muy

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intensa; mi vida cambió para siempre. Me refiero a ese tipo de lucha. Uno está aquí, luego está allá. De un lado a otro. De una concha a otra. De un carro a otro carro. Uno se aleja un poco de la familia, e inclusive de los estudios.

En efecto, le pregunto a Fernando si sus estudios se vieron interrumpidos por la lucha política, y respon-dió que sí, ya que para esa época era estudiante de bachillerato y tuvo que suspender su actividad como estudiante, pues era muy difícil cumplir con las dos cosas. “No solo me afectó en mis estudios, sino en el desenvolvimiento de mi vida, como tal”.

Zago confiesa que estuvo preso en varias cárceles, ta-les como el Palacio Blanco (al lado de Miraflores); el Fortín de La Guaira; el Castillo Libertador, en Puerto Cabello; la isla La Orchila, y, finalmente, en el Campo de Concentración “Rafael Caldera”, en la isla del Burro, entre los estados Aragua y Carabobo. En este último penal pasó cuatro años. “Compartí con muchos cama-radas en esos avatares carcelarios, tales como Alwinson Querales, Algidas Tomasaukas, Clodosbaldo Russián, Rafael Figueroa, Julio Conde, Ángel Suzzarini, Víctor Córdova, Saúl y Salomón Corona, Eloy Torres, Germán Lairet, Rómulo Valero, los hermanos Piccardo, Wallis Medina, tu persona y tantos más, lista que se haría in-terminable. De la gran mayoría tengo gratos recuerdos y algunos somos grandes amigos hoy en día”.

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–¿Eres marxista? ¿Por qué?

–Como ciencia social y método para abordar e inter-pretar la realidad, es indudable su valor y no hay que tener temor en afirmarlo. Lo que no es correcto es el verlo como un dogma cuasi religioso y no se pue-de confundir con prácticas que en su nombre lo han distorsionado. En la isla del Burro leí y estudié todo lo que pude sobre el marxismo-leninismo, y aún hoy día, de vez en cuando, agarro un libro viejo de aque-llos que conservé de la época dorada de los años 60. ¿Por qué? Porque en nuestra época teníamos que prepararnos a nivel de conciencia, y esos estudios eran obligatorios, como complemento a nuestro coraje. Teníamos que nutrirnos de la teoría revolu-cionaria, como única forma de formarnos integral-mente, y poder enfrentar a las fuerzas opresoras del régimen betancourista, y soñar con que un mundo mejor era posible.

–¿Guardas rencor a algún camarada producto de con-troversias en la lucha o por otro motivo?

–Con los años los seres humanos maduramos y tende-mos a ser más ecuánimes y en consecuencia vemos el mundo y lo que sucede de manera más amplia. Por controversias no le guardo rencor a nadie, pero evi-dentemente me da tristeza ver, oír y leer cómo an-tiguos camaradas andan de amores con los que nos persiguieron, asesinaron, torturaron o con quienes

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hoy en día representan el ayer que tanto mal le hizo a nuestro país y al mundo. El problema es de ellos y su conciencia.

–Fernando, ¿cuál es tu opinión acerca de Hugo Chávez, como hombre, como revolucionario y como jefe de Estado?

–Hugo Chávez era un fuera de serie. O mejor dicho, era un hombre de otra época, de una muy adelan-tada. Era un hombre auténtico, y, además, un de-vorador de libros. Era un apasionado de la lectura, el análisis y la interpretación. Lo percibí como un hombre de carácter, desde que pronunció su famosa frase: “Por ahora…”. Esa actitud que asumió frente a las cámaras, no parecía la de alguien a quien tienen preso. Nada que ver. Habló con soltura, y se respon-sabilizó, ante el país, por lo que habían hecho él y sus compañeros de armas. Como revolucionario no pue-do ofrecer una respuesta bien formada, ya que aún le faltó tiempo para presentar su faceta completa de un revolucionario a carta cabal. Pero no tengo la menor duda de que Chávez era especial. Era un venezola-no puro, por los cuatro costados; de un solo perfil. Su autenticidad era contagiosa. Nunca he visto a un hombre tan auténtico, y despojado de prejuicios para decir lo que siente. Era como era y punto. Recien-temente leí un libro titulado Hugo Chávez sin uni-forme, una historia personal; son dos los autores del libro: Cristina Marcano y Alberto Barrera Tyszka.

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Voy a permitirme tomarlo de mi pequeña biblioteca, aprovechándome que estoy respondiendo a tus pre-guntas desde mi casa, y tú estás a buena distancia, en la tuya, y leerte algo que me llamó la atención en la lectura del libro de marras. Es un relato que le hace el comandante Jesús Urdaneta, quien fue amigo de Chávez, y fue, además, uno de los cuatro comandan-tes que dirigieron el movimiento del 4 de febrero de 1992. Allí, Urdaneta relata lo siguiente: “Chávez fue un hombre que nunca, a lo largo de su vida, se pre-ocupó por comprarse un apartamento, por nada. Él agarraba el sueldo y lo gastaba completo, cuando to-dos nosotros, desde muy jóvenes, teníamos que estar pagando (créditos). Cuando éramos tenientes coro-neles el peor carro era el de Chávez, un Fairmont que no servía para nada… Recuerdo que le decía: ‘si tú vas a hacer lo que todos tenemos que hacer (la insu-rrección), ¿ni siquiera has pensado en dejar un techo a tu familia?’. Él estaba en mi habitación cuando hici-mos el curso de Estado Mayor y yo le decía: ‘Haz las diligencias”. Entonces compró una casita por allá en Mariara que se la dejó a su esposa Nancy’.

–Esa fue una faceta de Chávez –continuó Fernando–. Desprendido de las cosas materiales. No tenía apego por el dinero, ni por las cosas que se pueden comprar con él. Pero Hugo Chávez, como jefe de Estado, como hombre y como revolucionario, era un ser visiona-rio. Sus ideas estaban adelantadas años luz, respecto a nosotros. Y su acto de entregarse a los golpistas en el

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2002, fue un acto de valentía y coraje. Se entregó a los lobos, para evitar un baño de sangre entre los vene-zolanos, y, de paso, probar a los golpistas en su propia cueva. Fue una reacción poco común.

–Y de Nicolás Maduro, ¿cuál es tu opinión?

–Imaginé que vendrías por ese lado. Bueno, camarada, Maduro es una hechura de Chávez. No se le puede pedir más, ya que es difícil igualar, y menos superar al maestro. Sin embargo, siendo fiel a mi percepción, te diré que Maduro no ha tenido chance de demos-trar lo que pudiera tener dentro de sí. Muy sencillo: no lo han dejado gobernar un solo día tranquilo. Desde que asumió el poder ha venido soportando ataques virulentos, no solo desde adentro sino desde afuera. Ha tenido que compartir el don de gobernar con la defensa y, algunas veces, el ataque al enemigo. Lo han acorralado, pero no se ha dejado tumbar.

–¿Por qué crees tú que la derecha no ha podido tum-bar a Nicolás Maduro?

–Por una razón muy sencilla: Hugo Chávez le dejó el legado blindado, o mejor dicho, casi blindado, difícil de penetrarlo y derrumbarlo. La visión de Chávez fue muy grande. Construyó un poderoso partido políti-co, como el PSUV, por un lado; y por el otro, sembró conciencia en los miembros de la Fuerza Armada Na-cional Bolivariana, y a la par esa conciencia también

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la sembró en el pueblo chavista. En fin, Hugo Chávez creó prácticamente una nueva conciencia dentro del sector castrense, alejado totalmente de aquellos mili-tares de la IV, que solo servían para rendirle pleitesía al imperio, a través de la embajada estadounidense y los agregados militares gringos, que, como tú sabes, estaban alojados en el Círculo Militar. Esos tres fac-tores han hecho que la derecha se estrelle, sin lograr su cometido.

–¿Te arrepientes de haber dado lo mejor de tu juven-tud a esta lucha revolucionaria?

–En ningún momento me he arrepentido de haber te-nido y tener estos ideales. Jamás me ha pasado por mi cabeza tal cosa. Al contrario, cada día me siento más orgulloso de mi modesto aporte en la búsqueda de un mundo más bonito, más humano, más solida-rio y más de iguales.

–¿Qué aprendiste en tus primeros años de lucha, antes de llegar a la isla del Burro? ¿Te torturaron?

–La vida es un constante aprendizaje. Las experien-cias vividas nos hicieron lo que hoy somos. Aprendí a valorar a mi patria, mis amigos, mis ideales y a mí como ser que ha tenido la suerte de estar presente en esa época, que para mí fue una época dorada, plena de sueños, y, además, haber contribuido modestamente en el proceso que vive nuestro país. Acerca de que si

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fui torturado, en el transitar por varias cárceles, te diré que sí. Y una prueba de lo que estoy afirmando es que ya aporté, sobre lo que me preguntas, mi testimonio de torturas a la Comisión de Justicia y Paz, a través de un fiscal del Ministerio Público. Por cierto, estuve presente en el acto donde la fiscal general, Luisa Orte-ga Díaz, rindió cuentas de los resultados de la referida Comisión. Me reencontré con varios de mis camara-das de ruta en aquella azarosa época.

–¿Haz sentido miedo alguna vez?

–Dicen que el miedo es libre. Pero mejor me voy con una frase trillada: que levante la mano quien no haya tenido miedo alguna vez… Muchos, en alguna opor-tunidad, hemos tenido miedo, pero lo escondemos, lo ocultamos con miedo, a la vez. Hay quienes logran serenar el miedo, antes de algún evento especial. Otros no lo logran y ponen la torta. Eso es natural. Leí una vez que todos tenemos miedo a algo, pero sacamos los recursos para tranquilizarlo: el dinero, el alcohol, la droga, e inclusive la mujer, sirven de amortiguador. Cuando caí preso por primera vez tuve mucho miedo. Luego, en las otras ocasiones era menor. Hoy día, con la edad que tengo, si me llegaran a poner preso, tal vez me reiría. Aunque hay veces en que detrás de una risa pura y extraña se esconde el miedo. Pero, no; fíjate, me siento seguro de mí mis-mo, y solo le temo a esos locos que andan sueltos; son capaces de cometer cosas atroces. Por cierto, esta

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gente de la derecha recalcitrante utiliza el miedo para inyectárselo a la población, a través de sus actos vio-lentos y sin sentido. Sobre el miedo, hay para rato y para todos.

Estadía en la isla del Burro–¿Cuándo llegas a la isla del Burro, y procedente

de dónde?

–Formo parte del grupo que inauguró el Campo de Concentración “Rafael Caldera”, ubicado en la isla del Burro. Veníamos de pasar nueve meses en la isla La Orchila, junto con otros 25 camaradas. Por cierto, tan pronto bajamos de la gabarra que nos trasportó desde Yuma hasta la isla, empeza-mos a recibir maltrato por parte de los efectivos de la Guardia Nacional. Peinillas en manos, ame-nazadoras. Los improperios y vejaciones siguieron durante aquella larga, amarga e interminable no-che. Más tarde, con el correr de los días, llegaron ustedes, los militares que estaban en el Cuartel San Carlos. Eso nos alegró mucho. El estar juntos era como un regalo. Compartimos algunos días, pues luego nos separaron. Nos llevaron a unos galpo-nes en una altiplanicie de la isla, no tan alejados de ustedes. Pero desde allí no podíamos vernos y mucho menos hablarnos.

–Después de la separación entre militares y civiles, por parte de los carceleros, ¿cómo era la rutina y la vida

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de ustedes en los galpones? Narra todo cuanto pue-das sobre estas vivencias.

–La rutina era compleja, pues era una combinación de actividad política, planes y actividades de fuga, deporte, estudio y trabajo, y la jodedera. El partido dirigía toda la actividad: el comité local, formado por los mejores cuadros, con secretario político, finanzas, organización, educación, deporte y final-mente seguridad y fuga. Desde esa organización se coordinaba la actividad política, propia del PCV. Lo educativo incluía desde enseñar a leer y escribir a los analfabetos, los cursos de Economía, Filoso-fía, Política, todo bajo la óptica del marxismo-le-ninismo. Se llegó incluso a elaborar un libro sobre Venezuela y sus perspectivas, de autoría colectiva. Organizativamente, además del comité local, había dirección en cada galpón. La secretaría de finan-zas controlaba los organismos productivos como el taller, la cantina, la pollera y la huerta. El dinero producido se enviaba a los frentes guerrilleros, a las familias que necesitaban y se invertía en la compra y otras actividades vinculadas con planes de fuga. Existía una agrupación musical que incluso grabó un disco. En deporte había actividad diaria en béis-bol, fútbol, basquetbol, atletismo, boxeo, pingpong, ajedrez, etcétera, que culminaban en las Olimpíadas Anuales Intergalpones. Casi se puede decir que era una organización perfecta.

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–¿Estuvo en tu mente el fugarte de la isla? ¿Qué re-cuerdas en materia de intento de fugas?

–La idea central de todo preso revolucionario es bus-car la libertad y prácticamente la única opción era fugarse, y por supuesto que nos organizamos para tal fin. Existía el comité de fuga dirigido por el Ruso Tomasaukas. En su inicio colaboró en la fuga de Ma-nuel Azuaje, Pedro Medina, Gastón Carballo y Ger-mán Lairet. Luego emprendió la construcción del túnel donde se trabajó por más de dos años y el cual fue descubierto por una fuga de información y fallas por el deseo de salir lo antes posible.

–Háblame un poco sobre el camarada Tomasaukas. Fue un personaje como pocos. Muy popular, pero muy rebelde. La Guardia Nacional se ensañaba con-tra él, y lo planeó más de una vez.

–A Algidas Tomasaukas le decíamos el Ruso, aunque en realidad era lituano. Era quizás la persona con mayor valor personal que he conocido. Inteligente, terco, trabajador y gran amigo. Fue siempre el jefe de la construcción de túneles; desde El Vigía hasta la isla del Burro. Murió en 2002 en Lituania. Poco antes de morir se logró, por medio de Alwilson Querales, hacer contacto con él. Envió una carta muy bonita, donde decía cómo le gustaría estar con nosotros y el proceso, pero ya estaba muy enfermo y murió al poco tiempo.

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–¿Pasó por tu mente claudicar en algún momento?

–No me gusta mucho hablar de ese tema, así, a que-marropa. La vida es la que dice lo que es cada quien. Mejor dicho, la vida nos pone a prueba en nuestra ruta. Hay quienes pasamos la prueba, e inclusive, eximidos, pero hay quienes son aplazados. Eso es na-tural, muy natural y de humanos. Luego de los años preso me conmutaron el resto de la pena por exilio y viví más de un año en la URSS, donde hice cursos de formación política y militar. Y cuando el partido lo decidió, ingresé clandestinamente, a pesar de que mi compañera de toda la vida estaba en estado de nues-tro hijo Mario. Así era la vida de los revolucionarios, o mejor dicho, así es la vida de los revolucionarios: llena de angustia, de miedos, de sorpresas, y de opor-tunidades para reflejar el coraje que nos invade y de-mostrar en los hechos de qué fibra estamos hechos.

Le consultamos a Fernando Zago su opinión en torno a los llamados traidores, o brincatalanqueras, al estilo de Teodoro Petkoff, Pompeyo Márquez, entre otros, quienes fueron líderes de la insurgencia, en la década de los 60, y nos responde que cada quien con su car-ga de conciencia. “Más que guardarles rencor a estos tránsfugas, lo que me producen es lástima. Yo dudo que, en algún momento de sus vidas, hayan sido revo-lucionarios. Reflejaron al final lo que fueron siempre: unos oportunistas”.

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–¿Cómo hacían con la comida? ¿Consumían la que enviaba la cárcel o ustedes preparaban por grupos organizados su propia comida?

–Como tú bien lo sabes, la comida que nos daban es-taba lejos de ser llamada así. Aprendimos a cocinar lavando la que nos traían, después de escogerla muy bien, y ayudándonos con lo que llegaba por medio de solidaridad externa, y por la familia. En cada galpón había una cooperativa y guardias diarias de cocina, todo bajo la dirección del partido.

–¿Cuál era la rutina diaria de ustedes, en 24 horas?

–Como te decía antes, la actividad era intensa: trabajo, mucha lectura, formación, deportes, planes de fuga y jodedera, que ayudan mucho. Había un periódico clandestino dirigido entre otros por el flaco Vásquez y Miqueas Figueroa. El periódico era un pasatiempo agradable que, dicho sea de paso, arrechaba a algu-nos camaradas y alegraba a otros. Era una manera de romper la monotonía algunos pocos días. Lo demás era pura intensidad. Pura acción, pura solidaridad, interna y externa. Teníamos un sistema de comuni-cación que nos permitía comunicarnos con medio mundo… Ja, ja, ja. Pero allí estaba presente la lec-tura. Leíamos varias horas al día. Tanto de política como de otros géneros, como la novela. Las novelas de Jorge Amado eran muy buscadas. Teníamos un sistema de caleta muy especial, lo que nos permitía

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tener nuestros libros a buen resguardo. Debo desta-car que del grupo salió un escritor con varias novelas publicadas. Se trata de Eduardo Liendo, quien, dicho sea de paso, se apartó de la ruta revolucionaria, con el pasar de los años; cosa que se respeta.

–¿Qué significación tenían para ti y el resto de los ca-maradas las visitas de familiares y amigos?

–Mira, la visita de familiares y amigos era lo más espe-rado en los días estipulados por las autoridades del penal. Se trataba de la familia, los seres más queri-dos. Se trataba de los amigos, solidarios con noso-tros. El día de visita nos vestíamos de alegría desde las primeras horas de la mañana. Nos bañábamos y nos poníamos la mejor ropita para sumirnos en la espera. Para ellos, todos por igual, era un sacrificio el visitarnos. Era una tortura. Tanto la llegada, como la retirada, en horas de la tarde. Mi madre sufrió mu-cho, así como las demás madres. No hay palabra para definir el amor de una madre, cuando tiene que reco-rrer kilómetros y kilómetros para estar un rato con el hijo preso. Eso es amor, puro amor.

–¿Si pudieras retroceder el tiempo, harías lo mismo que hiciste en aquella época?

–Honestamente pienso que sí. Me siento orgulloso de haber soñado y seguir soñando por un mundo más bonito.

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–¿Cuál es la diferencia entre el Fernando de la década de los 60 y el de la actualidad?

–La primera gran diferencia de ayer y hoy son 50 años más. Las otras, como producto de la primera, es la ponderación, la capacidad de ser menos impulsivo y en consecuencia tener mayor amplitud en la com-prensión de la vida. Vivo con mi compañera de toda la vida; tengo un hijo trabajador y revolucionario, un nieto en la universidad, y lo más importante, ellos y los amigos de esa época nos queremos y creemos que vamos a un mundo mejor, más bonito.

Puerto Ordaz, 20 de mayo de 2017

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XIVChávez en 1995:“Bendigo al Carupanazo y al Porteñazo”

55 años del PorteñazoEl 2 de junio de 2017 se cumple el 55 aniversario del movimiento cívico-militar acaecido en la ciudad de Puerto Cabello, estado Carabobo. A pesar de los años, ese acontecimiento ocupará por siempre unas páginas en nuestra historia política, como un hecho único, donde la tropa rebelde y la del Gobierno de Rómulo Betancourt (el presidente de la época) se enfrascaron en una lucha feroz y cruenta por el dominio de la ciu-dad, durante tres días. Desde el sábado en la madruga-da hasta el lunes al anochecer, cuando se avizoró, por parte de los rebeldes, un desenlace no apetecible. Los objetivos no se habían logrado. En efecto, el Porteñazo está vivo, y aún podemos hacer que permanezca más tiempo en las mentes de los venezolanos y venezola-nas. Por su trascendencia histórica, ese movimiento se ha mantenido vivo a lo largo de más de medio siglo, y sostengo, sin duda alguna, que mientras exista el 4 de febrero, desde el punto de vista que queramos verlo, también nuestro Porteñazo estará vigente.

Cabe destacar que de los tres jefes del Porteñazo, solo uno está con nosotros. El capitán de navío Manuel Pon-te Rodríguez murió hace años, gracias a la indolencia

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de los carceleros del Cuartel San Carlos. Se le negó la asistencia médica oportuna, y falleció de un infarto. El segundo jefe fue el capitán de fragata Pedro Medina Sil-va, quien también falleció. El tercer jefe aún está vivo. Se trata del capitán de corbeta, para la época, hoy capitán de fragata Víctor Hugo Morales. Moralito, como se co-noce popularmente, arribó recientemente a sus 90 años de edad. Sigue siendo el mismo revolucionario de con-ciencia pura. Se ha mantenido firme, en una sola línea, apoyando desde su trinchera tanto a Hugo Chávez Frías, como a Nicolás Maduro Moros. Hace poco hablé con él telefónicamente y me dijo, sobre la Constituyente:

Es el camino correcto. Maduro, sabiamente, convocó a la Asamblea Nacional Constituyente, en el momento preciso cuando el país, gracias a la derecha radical y obcecada, sume al país en una crisis aguda y peligrosa para el Gobierno y para el proceso revolucionario. Tenemos, pues, que apoyar la convocatoria del presidente Nico-lás Maduro, y estar ojo avizor y rodilla en tierra para defender, con nuestras vidas, si fuera ne-cesario, el proceso que nos legó Hugo Chávez.

Ese es Moralito. El hombre de hierro. El hombre cu-yas raíces están profundamente enterradas en nues-tra tierra.

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Los tres jefes del Porteñazo, capitanes Ponte Rodríguez, Medina Silva y Víctor Hugo Morales.

Capitán Víctor Hugo Morales, teniente Pausides González, alféreces Freddy Figueroa Bastardo y Sierra Acosta, y maestre de segunda Teófilo Santaella.

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Entrevista a Hugo Chávez en 1995Por Teófilo Santaella

“Teófilo”, me dijo una voz a través del hilo telefónico, “si te interesa para una entrevista, tengo en mi empre-sa, en la zona industrial de Matanzas, al mismísimo comandante Hugo Chávez. Te esperamos”.

Chávez y el periodista.

Era yo, para aquel entonces, director del diario El Guayanés, con sede en Puerto Ordaz. Invité a que me acompañara un fotógrafo, y en 20 minutos estábamos en el lugar indicado. Cuando entré a las oficinas de la empresa, al primero que vi fue a mi amigo y compañe-ro de prisión, el doctor Manuel Quijada, quien forma-ba parte del grupo que acompañaba al Comandante.

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Al hacer mi entrada nos abrazamos y me dijo: “Ya el Comandante estará contigo”. Quijada sabía que yo iba en camino, gracias a que mi amigo empresario se lo había hecho saber. A los diez minutos tuve en frente al hombre, vestido con un liquiliqui color verde oliva, impecablemente ajustado a su cuerpo.

Manuel nos presentó: “Comandante, este señor partici-pó en el Porteñazo, usted debía ser un muchacho, cuan-do nos alzamos contra Rómulo Betancourt… Ahora Teófilo es periodista”. Así comenzó mi encuentro con Hugo Chávez Frías, quien, dicho sea de paso, termi-naba de concluir una gira por Cuba y Argentina, entre otros países. Corrían los primeros meses de 1995.

–Tú preguntas y yo, si puedo, respondo. Pero no uses tu batería, como la usaste en Puerto Cabello [risas].

–¿Cómo está su ánimo, Comandante, después de su periplo por varios países?

–Muy bien. Me siento muy bien. Yo diría que inme-jorable. Tú sabes, uno después de tener contacto con otros países, y de pulsar la situación económica, pero sobre todo política, uno recoge y recoge, como cuando yo recogía mangos allá en mi Sabaneta de Barinas. Pero ahora se trata de recoger consejos, re-comendaciones, y de un cúmulo de experiencias su-mamente importantes para mí, pero sobre todo para nosotros. Me refiero al grupo de compañeros que me

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acompañan en este camino lleno de obstáculos, pero de donde saldremos airosos. Así que me siento reconfor-tado para seguir la lucha. Fidel me inyectó una dosis de entusiasmo invalorable. Yo intuía ese encuentro. Desde hacía meses estaba flotando en el ambiente. Entonces, para Hugo Chávez, como militar, como bolivariano, y como latinoamericano, ese contacto directo con Fidel fue altamente positivo, desde todo punto de vista. Desde siempre he admirado el proce-so cubano y, por ende, a su máximo líder…

Esta entrevista se realizó en Puerto Ordaz, a comien-zos de 1995, y para mí fue muy importante no solo como periodista, sino como participante en el alza-miento rebelde que tuvo lugar el 2 de junio de 1962 en la ciudad de Puerto Cabello. Después del coman-dante Chávez haber respondido varias preguntas, las cuales llenaron las dos páginas centrales del periódico, se invirtieron los roles. Él, con su jocosidad y humor, me dijo: “Yo no soy periodista, pero si me lo permites, podría convertirme en periodista aunque sea por unos instantes… ¿Me autorizas? Y es que me llama la aten-ción que yo esté siendo entrevistado por un partici-pante en el Porteñazo, y luego sea yo quien lo entrevis-te [risas]. A ver, a ver, para ese entonces yo tendría… unos ocho años. Y oí de lo que había sucedido, por allá, en un lugar de mi patria. Entonces llamé a Adán, mi hermano mayor, y lo interrogué sobre lo que había pasado con unos militares. Y él me puso en conoci-miento, con su don de maestro, como mis padres. La

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herencia no se puede ocultar. Entonces, ¿qué hiciste tú, allá en Puerto Cabello?”.

Le respondí que yo era suboficial, tripulante del Des-tructor ARV-Zulia, donde colaboré para la toma del buque, aquella madrugada del día sábado 2 de junio de 1962…

El comandante me interrumpió: “Ah caray, negro, tú formabas parte de la tripulación del Zulia. Fíjate que estando yo en Yare, conocí a un amigo tuyo. Se trata del teniente de fragata Fermín Castillo, hoy abogado. Fermín se incorporó a mi equipo de abogados… Te voy a dar una opinión que no me has pedido, pero como periodista que eres, de seguro que me la ibas a hacer. Me ibas a decir: ¿Comandante, qué opina usted del Ca-rupanazo y del Porteñazo? Porque Adán no solo me ha-bló de lo que ustedes hicieron en Puerto Cabello, sino también de lo que había acontecido en Carúpano, a tan solo días de diferencia. Y eso no lo he olvidado. Más bien, esos hechos cobraron vigencia con la insurgencia del 4 de febrero… ¿Por qué? Porque, a mi juicio, uste-des rompieron con un paradigma que había sobre los movimientos militares, enmarcados en los golpes tra-dicionales. Antes que ustedes, todos estaban cortados por la misma medida: golpes de derecha. Y después de ustedes, treinta años aproximadamente, nosotros”.

A una pregunta mía, respondió: “Para mí, el fracaso no existe. Existen circunstancias que obstaculizan un

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proyecto, un deseo o un programa, pero nada más. El tiempo se encarga de que carguemos de nuevo las ba-terías, después de habernos autocriticado y corregido las fallas. Ustedes, los del Carupanazo y el Porteñazo no fracasaron. Sembraron una semilla que, a mi jui-cio, germinó el 4 de febrero. Allí está el detalle, como decía Cantinflas, tomar notas del ‘fracaso’ en un exa-men, localizar donde estuvo el traspié, y luego tomar los libros y quemarnos las pestañas para ir seguros a la reparación. Yo, a Dios gracias, no tuve problemas en mis estudios. Pasé casi todas mis materias de la pri-maria eximidas, donde mi padre fue mi maestro, y era más exigente conmigo, y luego cursé un bachillerato bueno, muy bueno, hasta llegar a la Academia Militar, donde me gradué entre los primeros de mi promo-ción. Así, pues, no hay fracaso, sino pasos para trazar una ruta, donde a veces hay que zigzaguear, e inclusive retroceder, si es necesario, para luego avanzar hasta el final. Ustedes, en su época, el 4 de mayo y el 2 de junio, lo hicieron bien, tan bien como lo hicimos nosotros el 4 de febrero de 1992”.

“Pásame el testigo para exhortarte a que me eches un cuento, corto, pero sustancioso (como los sancochos que hacíamos a la orilla del río Barinas), sobre el Porteñazo”, me dijo el Comandante. Y me dispuse a responderle.

–Mire, Comandante, la madrugada del sábado 2 de junio de 1962, el pueblo de Puerto Cabello se despertó entre el sonido de los cañonazos y el de las ametralladoras. La

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Base Naval N.º 1 había sido tomada por los oficiales y suboficiales, al mando del capitán de navío Manuel Ponte Rodríguez, el capitán de fragata Pedro Medina Silva y el capitán de corbeta Víctor Hugo Morales. Inmediatamente, la información llegó al presidente de la época, Rómulo Betancourt. Él, mal encarado, llamó a su ministro de la Defensa, y le dijo: “Yo les dije que metieran a la cárcel al grupito ese que se es-capó del alzamiento en Carúpano. Ahora me acaban con estos comunistas como sea. Ataquen por aire, tierra y mar; aprésenlos que yo me encargo de que les metan la pena máxima de 30 años”.

–¿Muchos muertos?

–Muchos, Comandante. La cifra no es exacta, pero se habló de más de 400 muertos y mil heridos. La re-presión se acrecentó contra todo lo que oliera a co-munismo. Por cierto, al año de ese acontecimiento el Frente de Liberación Nacional (FLN) emitió un comunicado, donde decía:

El 2 de junio es una fecha de victoria y esperan-za para Venezuela. Ese día apareció en Puerto Cabello un movimiento que, junto con el de Carúpano, habrá de hacer historia. Los destaca-mentos del pueblo y las unidades revoluciona-rias de las Fuerzas Armadas unieron esfuerzos y heroísmo por erradicarle a la patria la vergüenza de la sumisión colonialista y ahorrarle al país el

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dolor de la opresión. Derrotada la insurrección de Puerto Cabello, ha seguido viviendo. Las cau-sas profundas atenazadas por la abnegación del pueblo no mueren jamás. Puerto Cabello arroja enseñanzas que no podemos olvidar los revo-lucionarios venezolanos. Debemos recogerlas, cultivarlas y desarrollarlas para que arrojen luz en nuestro camino. Puerto Cabello confirmó el hecho, bastante auspicioso, de la existencia en nuestras Fuerzas Armadas de vanguardias revolucionarias que son capaces de llegar a la insurrección sin miedo a las confusiones ideo-lógicas y a arrostrar la furia del enemigo... En Puerto Cabello aprendió el pueblo venezolano, en la dura experiencia de las refriegas callejeras, el arte de la guerra… El Frente de Liberación Nacional ha recogido en su programa los postu-lados de los combatientes, civiles y militares, de Puerto Cabello y Carúpano. Nuestras banderas son las mismas que ellos enarbolaron. Nuestras esperanzas y nuestros deberes son los mismos que inspiraron su gesto. Hoy, más que nunca, está planteado en Venezuela el camino que nos trazaron los héroes de Puerto Cabello… La lu-cha armada es el medio indispensable que la historia nos indica. No hay otra alternativa para liberarnos. Esa es la lección más importante de Puerto Cabello.

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–Muy bien, Negro, como tengo que ir al oriente del país, y solo dispongo de un carrito chocón, hazme la última pregunta.

Y se la hice. Esta fue su respuesta:

–El Movimiento Bolivariano no participará en esas falsas elecciones presidenciales, ni apoyaremos a na-die. Por el contrario, vamos a lanzar, desde ya, una contracampaña. Vamos a recorrer todo el país, lle-vándoles a los venezolanos un verdadero mensaje bolivariano, y organizándolos para la lucha verdade-ramente revolucionaria que se avecina. Ese es nues-tro compromiso y en él gastaremos nuestras ener-gías a lo largo de 1995… Desde luego que nuestro objetivo marco es la toma del poder y para ello nos estamos preparando en todos los ámbitos. Estamos estudiando, impregnándonos de los más amplios co-nocimientos que se requieren para gobernar un Es-tado moderno. Y de allí nuestros contactos con otros países, con universidades y centros de investigación. No queremos llegar al poder para improvisar. Para efectuar los cambios que nos proponemos, tenemos que estar al día en geopolítica, en economía, y en la creación de un polinomio de poder, que no es otro que el poder social, el cual permitirá el verdadero cambio hacia la consolidación de un proyecto de país, donde se consolide nuestra independencia y nuestra soberanía.

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Hugo Chávez se despide del periodista.

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XVMi madre, el cuartel San Carlos y la isla del Burro

A la memoria de mi madre

El comienzoMi madre, Luisa Santaella, me inspiró para escribir este relato, alimentado por la fortaleza, la voluntad y el amor de esa buena mujer que me dio la vida. Era humilde, analfabeta y de un carácter bondadoso, pero fuerte cuando las circunstancias lo exigían. Lo que permitió que me criara, hasta los 10 años, bajo valores que ella instintivamente practicaba, sin que nadie se los hubiera inyectado. Un día me dijo: “Usted es sirviente de los Pé-rez, pero guarde la distancia con dignidad. No le agache la cabeza a nadie. Usted es pobre, pero es sobre todo un ser humano. Recuerde siempre: los ricos, son los ricos. Ellos ven por sus ojos el dinero que ambicionan. Noso-tros somos pobres, vemos por nuestros ojos la miseri-cordia de Dios”. Nunca olvidaría ese mensaje.

Mi madre ejercía doble rol: el de madre y el de padre. Me parió en la casona de mi tía Carmen, a orillas de una quebrada. Era, como se conoce, una arrimada, cuando el 22 de julio de 1937 me fugué de su vientre y aterricé en este mundo. Supe, por encima, cuando arribé a los cinco años, que éramos tan pobres que mi madre, mi hermana y yo, respirábamos por cuotas. Pero no había amargura en nosotros. La servidumbre fue mi primer

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trabajo, cuando tenía seis años. Limpiaba, buscaba agua en la quebrada y sabaneaba burros en el potrero. Cuando caían y me agarraban potrero adentro esos aguaceros tramados, pensaba en mi mamá. “Dios me lo acompañe, hijito. Si llueve rece tres veces a San Isidro Labrador: él le ayudará que amaine la lluvia, y guárdese el miedo en los bolsillos. Dios me lo bendiga”.

Un día, la lluvia fuerte, dura, como granito, me hizo huir del potrero antes de cumplir mi tarea. Cogí el ca-mino, y entre charco y charco, enchumbado de pies a cabeza, iba acortando camino hacia la quebrada, pero el zumbido lejos era un presagio de la creciente. El rui-do, parecido al que hace un toro cuando lo hierran, se internaba en mis oídos, y llegaba el miedo. Era la señal de la crecida. El invierno estaba en la cima de las nubes. “Dios mío, cómo haré para pasar el ‘Paso del Tullío’, pensé. Se llamaba así porque una vez, en una crecida, un hombre medio borracho había intentado cruzar las aguas embravecidas, y la endemoniada co-rriente se lo había llevado hasta clavarlo en una alam-brada que un pudiente había instalado para evitar que su ganado escapara. Y quedó atenazado por las púas, hasta que lo rescataron. Nunca más pudo enderezar su cuerpo y usar sus manos correctamente, de puras heridas que le maltrataron su carne viva.

Desde lejos, mi vista se estiró y pude observar un grupo de gente que estaba pendiente de mí, y había acudido al “Paso” para animar a mi madre que daba

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muestras de desesperación por el “peligro” que pudie-ra amenazarme. Cada paso que daba hacia la quebra-da, mi corazón saltaba como el de un niño con jugue-te nuevo. Avancé hasta que estuve a unos cincuenta metros de la orilla de las aguas que corrían, como locas, serpenteando y levantando pequeñas olas que arrastraban palos, ramas y hasta algún animal muerto. Cuando estuve más cerca observé con nitidez la ima-gen de la mujer que me había dado la vida. De pronto, mi tío Luis Escobar, bajo los efectos del licor, retaba a las aguas color barro, bravas como un toro cerrero; intentaba lanzarse para ir a rescatarme. La gente le de-bilitó sus deseos, y se alejó del peligro.

Yo seguía a la espera. La lluvia había parado en grado sumo. Solo harineaba. Cuando percibí que una mu-jer se arremangó su vestido, y avanzó hacia las aguas con una mano en alto, como buscando equilibrio. De pronto un grito rasgó el silencio: “¡Señora Luisa, no lo haga! ¡Atrás, atrás! Y se lanzó, con decisión, y la frenó por un brazo. La llevó a tierra. Y recibió palabras de aliento que la tranquilizaron. Las aguas seguían bajan-do. Mi miedo se había ido con la lluvia. Solo esperaba. Y llegó el momento en que vi cómo un jinete, sobre su montura, empezaba a adentrarse en las aguas turbias. Rápidamente estuve montado en el anca del caballo y de regreso al lado de mi madre.

Todas estas vivencias las recordábamos ella y yo en un lugar distante a la del “Paso del Tullío”, 53 años

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después. Los años pasaron, unos tras otros, dejando huellas imborrables, como aquellos tres años que pasé en Ocumare de la Costa, adonde me había llevado mi padre, a pedido mío, a través de una carta donde le manifesté mis deseos de estudiar, por lo que le agra-decía que me fuera a buscar a Sabana Grande de Ori-tuco. Cosa que hizo y permitió darle un giro de 360 grados a mi vida. En ese pueblo costero conocí el mar. Para mí era algo extraordinario, fuera de lo común. Mi mente no podía concebir tanta agua junta, permi-tiendo, además, que unos “bichitos” de madera flota-ran y trasladaran a personas de un lado a otro. Y mi sorpresa mayor fue cuando vi una red de pesca subir a la superficie cargada de peces, saltando como locos. A alguien le había oído hablar de la multiplicación de los peces… ¿Acaso era eso? ¿O yo estaba equivocado, como producto de mi mente febril?

Mi apuro por ver cosas y por aprender más me hizo tomar la decisión de irme a Caracas. “Papá, yo deseo irme a vivir con mi hermano Luis a Caracas. Te pro-meto que estudiaré por las noches y trabajaré duran-te el día”. Pero las cosas no resultaron tal y como lo había pensado. Con cuarto grado encima no se abría ninguna puerta para seguir avanzando, y, temprano, abandoné mis estudios de quinto grado por lo lejos de la escuela en la cual me había inscrito, ubicada en El Calvario. Se trataba de una institución de enseñanza que me quedaba muy distante del cerro donde vivía, llamado “18 de Octubre”.

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Fue así como un día me encontré en la Comandan-cia de la Marina de Guerra, con un prospecto en mi mano. Seis meses después era grumete, en Catia La Mar. Corría el año de 1954. Tres años después, en 1957, me gradué de maestre de la Armada. Es decir, suboficial; por debajo del oficial... Hasta que llegó un hombre llamado Hugo Chávez, y acabó con el “sub” (creó los oficiales técnicos). Iniciándose la década de los 60 comencé a oír de las guerrillas. Aquello me lla-mó la atención. Se habían producido varios alzamien-tos de militares en contra del gobierno de Rómulo Betancourt. Unos movimientos eran netamente de de-recha. Pero estaba la izquierda preparándose, ya que, según, los tres partidos principales que conformaban la “ancha base” habían traicionado el espíritu del 23 de enero de 1958.

Un día un compañero de armas, llamado Antonio Pic-cardo, me invitó a dar una vuelta en su carro. En el tra-yecto me habló de lo que estaba en marcha. “¿Le echas pichón?”, me preguntó. Le respondí: “Estoy listo”. Am-bos éramos parte de la tripulación del Destructor Zu-lia D-21. Fue así como en horas de la madrugada del 2 de junio de 1962, el trueno de los cañones y el tableteo de las ametralladoras despertaron a los borrachitos que dormían sobre los bancos de la plaza Flores, en la ciudad de Puerto Cabello. Más tarde, con nostalgias, oiría el bolero cantado por Felipe Pirela en honor a la referida plaza.

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Rómulo Betancourt también se despertó en sobre-salto: “Esos son los cabeza calientes, infectados del comunismo exportado por Fidel Castro. Hay que ex-terminarlos como sea”, le ordenó a su ministro de De-fensa. “Treinta años de cárcel para todos estos carajos”. En efecto, la Corte Marcial se afincó y pidió 30 años para los tres cabecillas; 25 para los oficiales y 22,5 para los suboficiales.

No reaccioné ante la sentencia. No podía creer que yo pudiera pagar tantos años de cárcel. Me movía como un zombi. Alimentaba mi alma con la solidaridad en-tre nosotros y con la convicción de que no pagaríamos esa pena. Estuvimos tres meses en reducidas celdas del cuartel Carabobo, donde nos torturaban con el eco de los instrumentos de música de la banda mar-cial. Escogían horas clave para hacernos el regalo de los ensordecedores sonidos. Los soldados de ese cuar-tel fueron los primeros que llegaron a combatirnos en Puerto Cabello. El ensañamiento era a toda hora y de acciones alternas, como pasarnos la comida en menajes rodados sobre el piso, a través de las rejas. En ese ínterin, tuvimos la visita del diputado José Vicente Rangel. Días más tarde nos permitieron ver a nuestros familiares desde lejos. Luego, sorpresivamente, nos trasladaron al Cuartel San Carlos, en Caracas.

El cuartel San CarlosPor fin pude ver a mi madre. Nos abrazamos. Así es-tuvimos un rato. El silencio nos atrapó. El tiempo pa-

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reció una eternidad, los años viejos se amontonaron a flor de piel. Sentí, en profundidad, los latidos de su corazón. Me imaginé que ella sentía los míos. Cuando nos separamos, ambos teníamos lágrimas que regaron nuestras caras. “Hijito, ¿cómo estás? ¿Cómo me lo han tratado? ¿Por qué hijo… por qué? ¿Por qué se metió en esto? Siento un gran dolor verlo así, como si me lo hu-bieran arrancado de mis brazos. Esa gente del Gobier-no dice muchas cosas… Que ustedes son comunistas, y que son unos traidores a la patria. Eso me dicen a mí que dicen ellos. Porque usted sabe que yo no aprendí a leer. Mi comadre es la que lee los periódicos y luego me cuenta… He estado pegada de José Gregorio Her-nández, a quien le rezo todas las noches para que me lo proteja. Y a Dios lo molesto a cada rato”.

Nos sentamos agarrados de las manos. Y después de aplacar las emociones, comenzamos a recordar cuan-do la crecida de la quebrada y el “Paso del Tullío”. Ni siquiera tuve tiempo de revisar la bolsa que me entre-gó. “Allí le traje unos bollitos con chicharrón”, me soltó al oído.

Siempre, desde mis correrías de muchacho en Saba-na Grande de Orituco, a mi madre la veían como una mujer y una madre ejemplar. Veía en sus ojos, algunas veces, mucha tristeza, pero en otras percibía a un ser humano de incalculable valor, y sobre todo de mucha esperanza. Recuerdo que una vez, luego de regañar-me por un mandado mal hecho, me dijo: “Las cosas

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hay que hacerlas bien. Si usted barre donde los Pérez, hágalo bien. Si a usted lo mandan a hacer cualquier ta-rea, cúmplala. No importa que le moleste, pero cúm-plala. Eso sí, nunca baje la cabeza a nadie, por pobre que sea”.

Cuando llegó la hora de despedirnos, me dijo: “Allá, todos preguntan por su persona. Mi comadre reza y le pide a todos los santos que salga bien de esta lavativa. Lo dejo con Dios; en la próxima visita le traeré más bollitos de chicharrón… ¿Quiere que le traiga algo es-pecial?”. Le respondí: “En el estante hay unos libros que deseo me traiga. Busque la ayuda de Carmen. Se trata de las novelas de Rómulo Gallegos”. Nos despedi-mos con otro abrazo. Esta vez más corto. Se fue, y me dejó con más ganas de quererla.

La estadía en el cuartel San Carlos fue grata, no tan solo por la compañía de otros oficiales no pertenecientes al Carupanazo ni al Porteñazo. El ambiente entre unos y otros fue fraterno. Entre esos oficiales estaba uno que reconocí de inmediato: se trataba del general Jesús María Castro León, exministro de la Defensa, y quien se alzó en dos oportunidades contra Betancourt. Era una persona de baja estatura, de pasos parsimoniosos, y un rostro indescifrable, adornado siempre con unos lentes Ray-Ban que no se los quitaba ni para dormir. Nunca, en el tiempo que estuve en ese lugar pude verle los ojos. Era parco en su hablar, y difícil para entrarle, por lo menos para nosotros, los de izquierda.

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La isla del BurroLa vida corría rápido, entre visitas y juegos de volibol, lectura de prensa, lectura y comentarios sobre rumores. Hasta que nos llegó la información de que el Gobierno estaba preparando unas instalaciones especiales para los militares “remoqueteados” de comunistas, en la isla del Burro, ubicada entre los estados Aragua y Carabo-bo. Se suscitó una polémica entre los oficiales de dere-cha y los de izquierda. El comandante del San Carlos, mayor Pulido Tamayo, desmintió que hubiera dos lis-tas: los que se quedaban y los que serían trasladados a la isla del Burro. Pero el rumor se confirmó cuando nos avisaron que debíamos prepararnos para el viaje. Eso originó un malestar que desencadenó, la noche del tras-lado, quemas de colchones, protestas, gritos, etcétera.

En minutos cercanos a la medianoche, todo había ter-minado para nosotros. Nos subieron en un autobús y dejamos atrás las “cómodas celdas” del viejo cuar-tel San Carlos. En mis adentros, siempre conservé la esperanza de la llegada al Comando del cuartel una contraorden. Pensaba en mi madre y lo que signifi-caría para ella un traslado tan lejos de Caracas. Pero pensaba en otras cosas: ¿cómo nos recibirán los guar-dias? Y, sobre todo, ¿cómo será esa cárcel? Como sea, estaremos peor que en el cuartel San Carlos, donde todo lo teníamos cerca.

El autobús, después de rodar y rodar, pasó por un pueblo que más tarde supe que se llamaba Magdaleno.

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Se internó por trozo de carretera de tierra y monte, y, de pronto, se paró. Habíamos llegado a la orilla de la conocida y famosa isla del Burro, la misma de donde en tiempos del presidente de Venezuela, general Me-dina Angarita, se había fugado, a puro nado, un fa-moso delincuente apodado “Petróleo Crudo”, quien fue indultado por el presidente, como un regalo por su hazaña. “¡En columna de a uno!”, se oyó una voz de mando. “¡Abordar la gabarra!”. Y subimos a la vieja embarcación que nos trasladaría al otro lado, donde nos esperaban otros guardias. Veinte minutos después de zarpar, estábamos a merced de los guardias con sus caras de perros rabiosos. Nos requisaron, y uno a uno iniciamos el ascenso del terreno empinado hacia nuestro nuevo “hogar”.

El recibimiento fue explosivo. No eran los guardias. Eran camaradas civiles, presos por diversas activida-des políticas. Todos de izquierda. Allí compartimos por unos dos meses aproximadamente. Luego nos separaron. A ellos los llevaron a barracas acondicio-nadas para tales efectos. Eran unos barracones don-de había camas de lado y lado. Con un baño en cada uno. Alambradas de púas electrificadas bordeaban el terreno sinuoso, donde estaban las instalaciones, y en las garitas había guardias con armas largas. Se dijo, en aquella oportunidad, que en la construcción de la cár-cel habían participado israelíes.

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Nosotros, los militares, estábamos mejores que los camaradas civiles. Cada quien tenía una habitación, puertas abiertas, sin comodidad, pero sin rejas. Un baño múltiple. Sin embargo, había una reja principal que nos separaba del exterior. Con barrotes gruesos, candados y cadenas gruesas. Así, entre esperanzas disminuidas, comenzamos a vivir una vida diferente. Comida incomible, guardias amenazadores, requisas a todo momento e intentos de fuga.

El primer día de visita fue una fiesta entre presos y fa-miliares. Abrazos, besos, saludos y las esperanzas de una corta estadía. Mi madre, como otras madres, es-posas, hermanos y hermanas, primos, llegó cansada no solo por el viaje, sino por lo torturante de la requisa de los guardias, y luego, vencer la empinada cuesta hasta llegar al portón. Además de sus bollitos de chicharon (se hicieron famosos con el tiempo, entre mis compa-ñeros), me trajo los libros que le había encargado cuan-do estaba en el San Carlos. Recibí los clásicos y literatu-ra latinoamericana, donde destacaba la novela Cacao, de Jorge Amado. También me incluyó Así se templó el acero, de Nikolai Ostrovski, y el Manual de marxismo-leninismo. Este último lo recibí días después, luego de ser bien revisado por las autoridades del penal. A cada libro le ponían un sello: REVISADO. En visitas poste-riores seguiría trayéndome libros. Así nació mi pasión por la lectura, hasta el día de hoy. Los libros fueron mis fieles compañeros durante mi encarcelamiento, y aún lo son. Pienso que ya no puedo vivir sin mis libros.

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Atendí a mi madre con cariño y mucho amor. En-tró en horas de la mañana y partiría a las cuatro de la tarde, cuando sería requisada de nuevo, antes de abordar la gabarra y, luego de veinte minutos de tra-vesía, abordaría autobús para el regreso… Después del descanso almorzó conmigo, y antes de la llegada de la hora charlamos.

“Hijo, ¿por qué usted se metió en esto? Tanto que lu-chó por estudiar y subir, y ahora sometido a esta situa-ción que me tortura el alma”.

“Perdóneme por los sufrimientos que le he generado —le respondí—, pero yo y mis compañeros estamos aquí por dar un paso al frente en contra de un Gobier-no despótico y represivo que nos enfrenta con armas, encarcelamiento, y torturas. Muchos jóvenes estudian-tes han sido asesinados en las calles de Caracas. Otros se han visto en la necesidad de irse a las montañas de Falcón y El Bachiller, en el estado Miranda, para com-batir a las tropas que envía el Gobierno a liquidarnos, sea como sea. Nuestra familia es el mayor soporte con que contamos en esta lucha. Usted me motiva a se-guir adelante, y a no bajar la cabeza, como me dijo un día allá, en Sabana Grande. ¿Se acuerda?: ‘Hijo, usted es pobre, como su hermana y como yo, pero nunca le baje la cabeza a nadie. Dios debe tenernos un mundo mejor’. Buscando ese mundo mejor es por lo que me metí en ‘esto’… ¿Me comprende?”

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El 4 de agosto, de 1967, en horas de la tarde, llegó a mis manos la constancia de mi libertad. “El suscrito Director Encargado de la cárcel nacional de Tacari-gua, hace constar que el ciudadano TEÓFILO SAN-TAELLA, salió en libertad plena en el día de hoy. Certificación que se expide a petición del interesa-do por carecer de documentos que lo identifiquen. Atentamente, Rafael Acuña”.

Cinco años después, toqué la puerta del rancho donde habitaba mi madre, en la tercera vuelta del Atlántico, en La Silsa. Nos abrazamos de nuevo. Como aquel abrazo en el cuartel San Carlos, este fue más largo, más intenso, y de mis ojos y de los ojos de ella brotaron las lágrimas. Lágrimas de libertad. Lágrimas de alegría, llenas de sol y de amor. Más tarde, cuando yo estudia-ba en la Universidad Central, fui apresado por la Di-sip, y llevado a los sótanos de ese órgano de seguridad, en Los Chaguaramos, con motivo del secuestro de Frank Niehous, presidente de la Owens Illinois, en Ve-nezuela, ya que yo trabajaba en Maviplanca (empresa fabricante de vidrios planos, perteneciente al Grupo Owens), pero no pasó de un susto. Rápidamente fui li-berado. Seguí fiel a mis principios, hasta hoy. Por otro lado, mi madre murió en 1995, en La Victoria, estado Aragua. Se sentó en una silla plegable que le había re-galado para sus descansos, y se quedó tranquila y en paz. Se había ido, sin ver su mundo mejor.

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Militares sobrevivientesdel Carupanazo y del Porteñazo La Marina de Guerra (hoy la Armada Bolivariana) siempre se ha caracterizado por marcar pauta cuando de dignidad se habla en este país. Basta con recordar que el almirante Wolfgang Larrazábal Ugueto fue quien presidió la Junta de Gobierno, una vez que fue derro-cada la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, donde la Marina tuvo un rol determinante. Luego, siguiendo ese mismo espíritu pleno de patria, surgieron en mayo y ju-nio los dos alzamientos donde una vez más la Marina abrió sus brazos para unirse al pueblo venezolano. Hoy, 2 de junio de 2017, apenas sobreviven unos 14 hombres que no solo dijeron presente en aquella época, sino que lo confirman hoy, cuando la Patria está acechada por sus malos hijos. He aquí la lista.

Carupanazo: capitán de fragata Jesús Teodoro Moli-na Villegas, teniente de navío Luis Delgado Delgado, teniente Eufrasio Silva Mata, teniente de fragata Fran-cisco Aguilera, teniente de navío Daniel Pérez Martí-nez, teniente de navío Américo Farías Abreu y tenien-te de fragata José Luis Acuña.

Porteñazo: capitán de fragata Víctor Hugo Morales, ca-pitán de fragata Miguel Henríquez Ledezma, teniente de navío José Ramos Meléndez, teniente de navío Pas-tor Pausides González, teniente de navío Teófilo San-taella, teniente de fragata Emiglio Ramírez Rodríguez y teniente de fragata Alberto Leal Romero.

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Oficiales sobrevivientes del Carupanazo y del Porteñazo homenajeados en la Academia Naval de Mamo (estado Vargas) en 2014.

Miqueas Figueroa y Teófilo Santaella.

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Teniente de fragata (hoy de navío) Teófilo Santaella y capitán de corbeta (hoy de fragata) Jesús Teodoro Molina Villegas (jefe del Carupanazo).

Tte. Teófilo Santaella, Tte. Eufrasio Silva Mata,Cap. Molina Villegas y Tte. Luis Delgado Delgado.

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Capitán Víctor Hugo Morales, teniente Teófilo Santaella, teniente Luis Delgado Delgado, capután Miguel Henríquez Ledezma, alférez Francisco Aguilera y teniente de fragata Pausides González.

Alférez de navío (hoy teniente de fragata) Francisco Aguilera, capitán de corbeta (hoyde fragata) Víctor Hugo Morales y teniente de fragata (hoy de navío) Teófilo Santaella.

Puerto Ordaz, 2 de junio de 2017

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BIBLIOGRAFÍA

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Hernández Sanoja, Jesús. (2007). Entre golpes y revo-luciones. Colombia: Random House Mondadori, Colección Actualidad, Debate.

Morales, Víctor Hugo. (1964). El Porteñazo. Caracas: s/e.Rivas Zambrano, Nancy. (2014). Escritos de una com-

batiente de la guerrilla en Caracas. Caracas: Fun-dación Juan Vives Suriá.

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