el porfiriato una perspectiva de la historia del to

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U N I V E R S I D A D P A N A M E R I C A N A E L P O R F I R I A T O U n a p e r s p e c t i v a d e s d e l a h i s t o r i a d e l p e n s a m i e n t o l i b e r a l S E M I N A R I O E X T R A O R D I N A R I O D E T I T U L A C I Ó N M A E S T R I A H I S T O R I A D E L P E N S A M I E N T O P R O F . J O S É H E R N Á N D E Z P R A D O 1 0 D E J U N I O D E 2 0 0 9 L I C. V E R Ó N I C A F A R Í A S R I V E R O 1

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Una perspectiva del pensamiento liberal en México

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Page 1: El Porfiriato Una Perspectiva de La Historia Del to

U N I V E R S I D A D P A N A M E R I C A N A

E L P O R F I R I A T O

U n a p e r s p e c t i v a d e s d e l a h i s t o r i a

d e l p e n s a m i e n t o l i b e r a l

S E M I N A R I O E X T R A O R D I N A R I O D E T I T U L A C I Ó N M A E S T R I A H I S T O R I A D E L P E N S A M I E N T O

P R O F . J O S É H E R N Á N D E Z P R A D O1 0 D E J U N I O D E 2 0 0 9

L I C. V E R Ó N I C A F A R Í A S R I V E R O

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Page 2: El Porfiriato Una Perspectiva de La Historia Del to

Índice

Introducción 3

Antecedentes históricos y filosóficos del liberalismo en México 4

Los orígenes del partido liberal en México 6

El Porfiriato y su perspectiva histórica 8

Los Científicos 11

La crisis sucesora de Profirió Díaz 12

Conclusiones 13

Bibliografía 15

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Reconstruir el momento histórico es perpetuar los hechos, los cuales deben ser descritos en las páginas gloriosas de nuestra historia. Luis Rivero del Val, Entre las patas de los caballos, 2001.

Introducción

La historia del pensamiento en México, como toda historia, no es la simple acumulación de datos. Luis Rivero del Val, mi abuelo, pensaba que para darle sentido y valor a los hechos necesitabamos reconstruir el momento histórico y darle una nueva interpretación a las ideas que de ahí surgieran (Rivero, 2001; 11). Asimismo, Ferdinang Zweig creía que la historia debía escribirse nuevamente para cada generación, ya fuera para agregarle un capítulo ya fuera para reinterpretarse, pues sin eso la historia carecía de sentido (Zweig, 1961; 7).

De cara al Centenario de la Revolución y Bicentenario de la Independencia, México exige una reva-lorización de su historia y una reinterpretación de hechos que no partan de discutibles supuestos. No basta con comprender los datos en sus relaciones causuales; hay que evaluar la verdad histórica, lo que implica construirla, reconstruírla, contextualizarla y lo más importante, interpretarla.

El método para escribir la história es la historiografía, la que en sentido estricto implica la investi-gación científica de los documentos históricos. En el conocimiento de que los textos históricos, en su sentido polisémico están sujetos a varios significados, utilizaremos la hermenéutica analógica como objeto de interpretación.1

En el primer capítulo de este análisis tendremos un acercamiento al contexto histórico y filosófico de los siglos XVII y XVIII. Para ello utilizaremos el estudio hermenéutico de Mauricio Beuchot que versa sobre la función social de los filósofos cristianos en la conflagración de la independencia de México. Veremos el problema entre el pensamiento tradicional y moderno, que una vez que se abre paso converge en las ideas de los forjadores de los movimientos revolucionarios independen-cistas.

El siglo XIX en México, lo abordaremos en la perspectiva de la Filosofia republicana, donde José María Luis Mora, forma clara y concisa, explica el problema del republicanismo y la incapacidad del gobierno para resolver las controversias entre centralistas y federalistas. Este documento histó-rico es indispensable para conocer y comprender las ideas de los pensadores liberales en México.

Aclarados los antecedentes, veremos los orígenes del partido liberal mexicano en su contexto histó-rico y filosófico. Para analizar los principios filosóficos del pensamiento liberal en México veremos brevemente los principios liberales de John Rawls y su dicotomía entre la praxis y la poésis, que al dejar pendiente la moralidad de sus seguidores, tanto en el ámbito público como en el privado, dá puerta a la teoría positivista de Comte, fundamento ideologico de la dictadura absolutista de Díaz. En el capítulo tercero, analizaremos la filosofía que impera y da sustento al gobierno de general Porfírio Diaz, y a los científicos, pensadores indispensables para conocer y plantear la crisis suce-soria del Porfiriato y su desenlace en el siglo XX.

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1 La teoría hermenéutica se ha concebido indistintamente de dos formas; univocamente, dándo a la hermenéutica más amplitud que a la filosofía misma, y de forma equivoca, poniéndola como una parte de la filosofía que aprovecha varias disciplinas filosóficas y científicas. Mauricio Beuchot cree que la teoría herme-néutica más aprovechable es la analógica que toma el texto histórico como un texto multívoco. Esta teoría hermenéutica es la que se aplicará a lo largo de este trabajo

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Antecedentes históricos y filosóficos del liberalismo en México

En su forma más amplia, los siglos XVII y XVIII se han visto como períodos de conservación y profundización en el ámbito del saber. Si bien, sabemos que la cultura, por su elitismo, ha sido un asunto de clases.

En los siglos XVII y XVIII, el clero mexicano se encontraba en una situación mucho más holgada que en la época de las misiones, por lo que muchos buscaron la vida monástica, más por la comodi-dad de los conventos que por un acto de fe. Personalidades de la talla de Juan de Zapata y Zandoval, don Carlos de Sigüenza y Góngora y sor Juana Inés de la Cruz,2 tomaron muy en serio su labor inte-lectual. Desde su prolífica obra fueron un grito de justicia y libertad en la lucha por el bien común. Sin embargo, en México reinaba un ambiente general de estancamiento. Los intelectuales mexica-nos siempre dependieron de lo que se estudiaba y producía en España y eso les restó originalidad a su obra. Si bien, hay que decirlo, especialmente los criollos, sembraron los antecedentes del nacio-nalismo mexicano. En su estudio incomparable sobre La Historia de la filosofía en el México colo-nial, Mauricio Beuchot nos explica así el siglo XVII en México:

“Por una parte, está lleno de apariencias de quietud y de contento, da la impre-sión de estar lleno de bonanza económica, de paz y de estabilidad política [...] Por otra parte, aparece con una injusta represión de las bases populares, con un absolutismo exorbitado, con una elitista distribución de la cultura, que era, para esa época, comparable con la de la metrópoli, pero casi completamente reservada a los españoles, tanto peninsulares como criollos, que abrazaban el estado cle-rical. (Beuchot, 1996; 155).

El siglo XVIII, fue un siglo de contrastes económicos y sociales. Los Borbones se entronizaban en la monarquía española, y llegaba a México la reforma borbónica, principio y origen del burocratis-mo institucional. Basta leer el edicto para entender el problema institucionalista en México, impe-rante hasta nuestros días a más de dos siglos de la reforma imperialista.3

En cuanto a la historia del pensamiento, en 1750 empiezan a tener prominencia las ideas modernas, especialmente en muchos colegios, sobre todo los de los jesuítas. Sin embargo, unos años más tar-de, en 1767, la Compañía de Jesús es expulsada de territorio mexicano por órden real. Los jesuítas habían sido practicamente los educadores de la juventud mexicana; influyeron mucho en las ideas filosóficas que permitieron la formación del pensamiento liberal en México, tema que retomaremos en el capítulo siguiente.

Muchos de los tradicionalistas retractaron el pensamiento moderno, sin embargo este dió como efecto la culminación de la revolución de indenpendencia, pues poco antes de su expulsión, los jesuítas influyeron con sus ideas en los forjadores de la independencia nacional, y desde el exilio, en Italia, siguieron dando lustre a su patria, México. Algunos de los escritos de Fray Servando

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2 Es importante enfatizar que una constante en la filosofía de la sor Juana es la desconfianza, o desencanto, en la posibilidad de tener un conocimiento perfecto y completo. Hay quienes ven esto como un rasgo de humildad de la musa mexicana, hay otros que ven su actitud como un escepticismo cuasipirrónico. Mauricio Beuchot compara este rasgo con la necesidad cartesiana de replantearse la fundamentación de la filosofía misma. Sea una u otra la causa, vemos en la obra mística de la séptima musa, que es en la fe donde culmina y sacia la sed de su conocimiento. De ahí su lucha entre el pensamiento tradicional y el moderno.

3 Los usos y costumbres institucionales en México siguen siendo hoy en día, un reflejo de lo que se postulabalos postulados de la reforma monárquica.

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Teresa de Mier, de la Orden dominica de Predicadores, fueron interpretados como agresiones po-líticas al gobierno. Sobre este caso Mauricio Beuchot afirma:

Eso le valió el destierro, numerosas persecusiónes y lo inclinó a la participación tan directa que tuvo en la independencia [...] Siendo un notable orador puso su pluma al servicio de la causa independentista de México y trató de ilumniar teó-ricamente algunas de las acciones que configuraron la nueva dimensión política del país. Por ejemplo; esgrimió la teoría tomista de la licitud de un levantamien-to para derrocar al tirano. De esta manera aplicaba su asimilación de la filoso-fía a los proyectos políticos que se proponía. Su labor filosófica está, pues, en-marcada en la filosofía social (Beuchot, 1996, 258 - 259).

Dentro de los clérigos seculares, tiene un lugar preponderante el cura párroco de Dolores, don Mi-guel Hidalgo y Costilla, padre de la independencia mexicana. Estudió humanidades en un colegio jesuíta. Tuvo una sólida formación escolástica, que lo llevó a ser sustituto en la cátedra; tuvo una amplia cultura filosófica moderna, sobre toda francesa, que lo lleva a proponer renovar la escolás-tica con la modernidad. Sobre esto Beuchot nos comenta:

Esa fusión de ideas clásicas y modernas le sirvió de basamento para la indepen-dencia. Aunque Hidalgo fue ejecutado por los realistas en 1810, la lucha que ha-bía iniciado un año antes siguió. Tanto en el nivel de las armas como en el del pensamiento (Beuchot, 1996, 264 - 265).

Otro filósofo que dió un apoyo decidido a la lucha independentista en el ámbito del pensamiento fue Manuel María Gorriño y Arduengo. Este pensador se impregnó del espíritu modernista jesuís-tico, si bien naciera en el mismo año de su expulsión, y no sólo apoyó la independencia de México sino que sus ideas fueron enclave en la apertura del nuevo liberalismo en México.

A mediados de siglo XIX México era un país aislado. Con la muerte de Maximiliano Europa dio la espalda a México. De 1810 a 1821 se dió fin a la época virreinal y origen a la nueva época de la in-dependencia. Con el fracaso del Imperio, la República era la única opción viable.

Un par de años más tarde (1823), el republicanismo favoreció la desunión entre federalistas y cen-tralistas. Los federalistas creían que dar la autonomia a los Estados sería la solución a los problemas locales, pues pensaban que esto evitaria la anarquía. Por su lado, los centralistas afirmaban que lo que uniría al país era que los Estados del interior fuesen centralistas. Decían que ese era el modelo que utilizaban en España y que funcionaba muy bien. Entre el 1824 y 1848 estos dos tipos de gobiernos se alternaron. El Estado pasaba de un gobierno federal a otro central; al final ninguno de los dos llenaron las expectativas del momento. Esto llevó a un replantamiento del problema. El gobierno sabía que debía darle cauce a estas controversias pero las circunstancias habían cambiado y la disputa dejó de estar en la forma de gobierno. En 1848 ya se había perdido la gran mayoría del territorio mexicano y entonces, lo que estaba en juego, era la exitencia del país. Otro de los problemas que enfrentaba México, que además era el que exigía más la atención, era el del analfabetismo. Este problema no era nuevo, tenía siglos de estar en el en el olvido, tal y como lo hemos visto.

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Fue a la Secretaría del Estado quien le tocó afrontar el problema educativo, con muy pocos resulta-dos. Habría de pasar casi una decada para que la educación pública en México estuviera en los pos-tulados de la Carta Magna. Un siglo después, se proyectó crear una Secretaría de Educación Pública Federal, pues no bastaba con haberse postulado un artículo que declarara que la educación era obli-gatoria, laica y gratuita, se necesitaban tomar medidas para llevar la normativa a la practica. Mien-tras tanto, el problema del analfabetísmo en México no se resolvió. Sobre esto, el Dr. José María Luis Mora, de quien hablaremos en el siguiente capítulo, decía:

Los gobiernos han sido establecidos precisamente para conservar el orden públi-co, asegurando a cada uno de los particulares el ejercicio de sus derechos y la posesión de sus bienes, en el modo y forma que les ha sido prescrito por las leyes, y no de otra manera. Sus facultades están necesariamente determinadas en los pactos o convenios que llamamos cartas constitucionales, y son el resultado de la voluntad nacional [...] De aquí es que para que una providencia legislativa, eje-cutiva o judicial sea justa, legal y equitativa, no basta que sea dictada por la autoridad competente, sino que es también necesario que ella sea posible en sí misma e indispensable para conservar el orden público (Mora, 2008; 45 - 46).

Los orígenes del partido liberal en México

Las ideas de los pensadores liberales que impregnaron la atmosfera de México en los albores del si-glo XIX, permitieron dar alternativas formales. Entre ellas figuró la creación del partido del Progre-so o Liberal. El Dr. José María Luis Mora, su creador, y Valentín Gómez Farías proponen ideas con la intención de transformar a la sociedad. Entre ellas están la de suprimir la pena de muerte y la de poner todos sus esfuerzos en la alfabetización. Hablaban de crear escuelas de gobierno como reme-dio, quitándole a la Iglesia la educación y a postre, sus bienes. Con ideas heredadas de los ilustra-dos, son los primeros que quieren transformar a la sociedad. El Dr. Mora pensaba que la anarquía en que estaba sumergido el pueblo lo impulsaba a arrojarse en brazos del absolutismo.

¿En qué pues consiste esto?¿Y cuál es el origen de la inestabilidad e insubsistencia de los gobiernos creados y sistemas recientemente establecidos en las nuevas repúblicas? La respuesta es demasiado fácil: en que no han adoptado del sistema representativo otra cosa que sus formas y su aparato exterior; en que han pretendido combinar y unir estrechamente las leyes y hábitos despóticos y mezquinos del viejo absolutismo con los principios de un sistema que todo debe ser libertad y franqueza; en una palabra, consiste en que abandonando los principios acreditados por la razón y la experiencia, han querido ser inventores; amalgaman cosas que dicen entre sí una mutua oposición y son por su naturaleza discordantes (Mora, 2008; 13).

En esa época en la que el Congreso del Estado y los Gobernadores se creían con mayores facultades que las propias Constituciones, se imponían duras penas sin audiencia de los interesados, usurpando así funciones judiciales. Sobre las leyes existentes también se implementaban prohibiciones. Se le perdió el respeto al pueblo y a las leyes, anteponiendo sobre ellas facultades extraordinarias:

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Cada autoridad cuando le ha tocado obrar lo ha hecho sin sujeción a regla algu-na y aun contraviniendo a las que limitaban su acción; en una palabra, ha sido despótica en su esfera (Mora, 2008; 23).

México, como gobierno representativo, tenía como primer principio la libertad de pensamiento y de expresión. No obstante, muchos textos fueron censurados por las leyes. Los escritores recibían los ataques de forma indirecta, especialmente cuando sus escritos no eran conformes a la forma de pen-sar de quienes ostentaban el poder. El gobierno los tachaba de subversivos y sediciosos e impedía su publicación, entorpeciendo con ello el cumplimiento de la ley.

De esa manera se hacía imposible la formación de una opinión pública que promoviéra alternativas viables. El Dr. Mora pensaba firmemente que las propuestas debían venir del pueblo. Comparaba a México con Inglaterra, donde las leyes, antes de ser aprobadas, eran discutidas por la sociedad (Mo-ra, 2008; 27). Instaba al gobierno de México a que permitiera que la opinión pública ejerciera una función crítica. permitiéndole tratar temas de interés general. Así creía que se evitaría la creación de leyes inoportunas que chocaran con los intereses del pueblo, pues aun creandose leyes justas, éstas no reflejarían una necesidad intrínseca salida de la misma sociedad: “Discurso sobre la libertad de pensar, hablar y escribir”, así lo expresaba:

Tanto cuanto hemos procurado persuadir antes la importancia y necesidad de la escrupulosa, fiel y puntual observancia de las leyes, nos esforzaremos ahora para zanjar la libertad entera y absoluta en las opiniones; así como aquéllas deben cumplirse hasta sus últimos ápices, éstas deben estar libres de toda censura que preceda o siga a su publicación, pues no se puede exigir con justicia que las leyes sean fielmente observadas si la libertad de manifestar sus inconvenientes no se halla perfecta y totalmente garantizada[...] No es posible poner límites a la facul-tad de pensar; no es asequible, justo ni conveniente impedir se exprese de palabra o por escrito lo que se piensa. (Mora, 2008; 38).

Si bien, este gran pensador mexicano pensaba que por encima de la imposibilidad de expresarse con libertad, el peor de los males de esa época estaba en el abandono de la hacienda pública. Creía que el pueblo debía tener conocimiento del gasto público y que para ello era indispensable la transpa-rencia. Hace acusaciones directas a personajes de la vida pública, tales como el general Pedraza, don José Ignacio Esteva y don Lorenzo Zavala, quienes convirtieron en provecho propio los cauda-les públicos (Mora, 2008; 33). La falta de libertad de expresión y libertad económica imposibilitaba el crecimiento del país.

El año de 1857 marca un punto culminante en el proceso liberal, pues logra reunir tanto a liberales puros como a moderados en la creación de la Constitución. Daniel Cosío Villegas nos dice que “los hombres mas ilustrados, más inteligentes y patriotas con que el país contaba entonces”, intervinie-ron en su factura (Cosío, 1973; 8 - 9). Si bien, para el año de 1876, ya había perdido vigencia, pues no nada más fue impotente para impedir la reelección de Lerdo de Tejada, sino que resultó incapáz para evitar que Porfirio Díaz accediera al poder.

Justo Sierra, el escritor y analista político de La Libertad, utilizó las páginas de su diario para de-nunciar la restricción de la libertad política de los mexicanos. Sierra tomaba como modelo de su

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discurrir político los Essay on Liberty de John Stuart Mill.4 Este filósofo, ligado a la filosofía posi-tivista de Littré, juzgaba a Comte por no haber hallado, ni buscado, un criterio lógico de la verdad (Vigil, 2005; 105 - 112). No fueron pocas las veces en que los positivistas cayeron en contradiccio-nes que llevaron a sus seguidores a una anarquía que dejába de lado el sentido común. Una cosa era lo que postulaban en el ámbito privado otra en el ámbito público.

Esa época Sierra tenía un puesto de primera línea, y como intelectual llegó a gozar de sus mayores un trato entre iguales. “Como periodista -nos dice Cosío Villegas-, gozó de una posición que sólo Zarco había tenido antes y no tendría nadie después” (Cosío, 1973; 21). Con la muerte de su her-mano Santiago, quien muere en duelo en manos de Ireneo Paz, periodista de La Patria y abuelo del futuro premio Nobel mexicano, Justo Sierra abandona la dirección de La Libertad y jamás vuelve a escribir un artículo periodístico.

Sierra se consagra al magisterio, tanto académico como judicial, donde propone una reforma a la Constitución que apenas prospera, pues los tiempos que se avecinaban dejaban de lado la Constitu-ción para dar paso al despotismo que imperaría por los siguientes 30 años. Inicia entonces una épo-ca donde la libertad de pensamiento y el movimiento de la conciencia, que en este tiempo tuvo una efímera participación, no se pragmatizará en la libertad política, mucho menos en la vida pública. Para Sierra la constitucion era un bello poema, pues se desconocía la situacion real del pueblo mexi-cano. Sin embargo, dentro de ese cuadro de ideas, una que se presentaba a Sierra que por sus escri-tos sabemos que era reiterativa era la de un gobierno fuerte. Y admitía que la forma de llegar a él se-ría limitando el “derecho democrático”, es decir la libertad. Dicotomía entre lo que postulaba como liberal y creía que debía hacerse en el órden público. Daniel Cosío Villegas cita a Justo Sierra en su postulado dictatorial y oligárquico:

Adecuar el derecho individual a las condiciones de nuestra existencia, vigorizar el principio de autoridad, darnos un gobierno fuerte (Cosío, 1973; 8 - 9).

Don José María Vigil sería el liberal doctrinario que más profundamente denunciara y criticara esta tendencia del pensamiento de Sierra.

El Porfiriato y su perspectiva histórica

Con la entronización del general Porfirio Díaz viene la apertura de México al mundo europeo. Para Don Porfirio ordenar al país implicaba la centralización del poder. Para él esto no era una cuestión de democracia, sino de praxis; mientras más gente intervieniera en la toma de decisiones, más tiem-po se perdía. Por ello, centraliza el poder en dos ámbitos, regional (Distrito Federal) y personal (centrado en él, Porfirio Díaz). Los Estados y sus gobernadores se convierten en meros receptores de órdenes.

Francisco I Madero, en La suceción presidencial en 1910 hace una crítica sobre el poder dictatorial de Díaz:

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4 Que a 20 años de su publicación en Londres, se editaba por primera vez en México una traducción.

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La mejor prueba de que un país está gobernado por un poder absoluto es que no hay oposición ostensible, que no existen partidos políticos, que la prensa independiente apenas existe y es muy tímida, y por último, la más concluyente de todas, es que los funcionarios públicos resultan siempre electos por unanimidad de votos, y que con la misma unanimidad aprueban las cámaras los actos del gobierno. (Madero, 2008; 5)

Antes, la toma de decisiones estaba en manos del Congreso, pero ahora las cosas habían cambiado. Sus retractores, los lerdistas, los caciques, el clero, los campesinos y hasta los bandidos y asaltado-res de caminos estuvieron inconformes con la centralización del poder. Para pacificarlos, Don Porfi-rio echó mano de dos vías; la conciliación y la represión. Esta se aplicó a todo el que se levantara en armas. A los campesinos que se quejaban del reparto de tierras, los mataron al igual que a los ban-doleros, lo que fue muy aplaudido por la gente “decente”.

Los caciques, que eran los que poseían el poder político y económico, se jactaron al principio de la autonomía que predicaba. Para conseguir su lealtad Díaz, les torgó lo que pidieron: tierras, propiedades y dinero. Los más celosos de su autonomía fueron perseguidos y reprimidos. Al final, terminaron siendo sustituidos por otros cacíques más leales a Don Porfirio.

Este período de treinta y un años es el que enmarca el gobierno de Porfirio Díaz. En un momento histórico donde los presidentes habían sido incapaces de mantenerse en el poder, el régimen porfi-rista marca un notable cambio en el ritmo de vida de la nación mexicana.

El gobierno de Díaz, contra lo supuesto en la Constitución del 57, no constituyó a México como Re-pública Federal. Este autoritarismo originó un gobierno absolutista, no obstante que el liberalismo imperara en el sector público. Quién en un principio se postuló como un fiel partidario de la Refor-ma juarista y de las ideas liberales, terminó adoptando una postura ecléctica de clara tendencia dictatorial.

La sociedad en México, por su parte, siguió siendo conservadora y antiliberal. Esta diacronía no molestó a la política positivista que basaba su ideario en la retórica más que en una actividad cien-tífica. Se olvidaron las posturas críticas en la política. Luis González y González escribe sobre esto:

El gran caudillo animado de intachable amor al país, se encarga de la conciencias de todos. Hasta la moral de los individuos va a apoyarse en sus decisiones (Váz-quez, 1976; 917).

Pero para los liberales que seguían los postulados reivindicados en el siglo XX por Rawls, no había problema alguno entre seguir el órden de las ideas en el ámbito privado y no en el público. Los Mi-nistros de gabinete, jueces de la Corte Suprema, diputados y senadores, gobernadores, generales que no estuvieron al principio de acuerdo, acabaron por someterse a su gusto y temblaban en su presen-cia. Pocos hombres de Estado del siglo XIX pudieron gozar en el mundo de un poder dictatorial comparable al del general Díaz.

Profundamente convencido del poder de la fuerza de la autoridad, hacia el logro de ella enderezó todas sus actividades. Allí estuvo el secreto de su fuerza, pero también la explicación de la causa que produciría a la postre su caída (Quiriarte, 1998; 237).

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Por otro lado, los ideólogos del gobierno de Díaz manifestaron desprecio por el pueblo indio y pro-yectaron colonizar al país con inmigrantes. En aquel entonces el progreso se había convertido en el objetivo más importante y todos los medios para alcanzar la meta fueron validados por sus precur-sores. Partiendo de una teoría que ponía énfasis en la modernización y la industrialización, que era mezcla del liberalismo con el dogma positivista de Spencer, que proclamaba la supervivencia de los más aptos, se planeaba destruir las comunidades y la aniquilación del indio como elemento de la población, y su sustitución por inmigrantes más deseables.

Para muchos dirigentes porfiristas el camino a la modernización pasaba por la euro-peización de un país rural y atrasado, aunque el modelo norteamericano también era tenido en cuenta. Esta política dirigida a esos fines facilitaba la victoria de los ha-cendados y generalizó una forma de feudalismo en todo el país (Rose, 1959; 37).

El progreso, además de radicar en una educación positivista, se volcó en la enajenación de los recur-sos naturales que se pusieron en manos del capital extranjero, apoyado en lo interno por los sectores reaccionarios del país. La llegada de inversiones extranjeras fue favorecida por la negativa del Esta-do a intervenir como mediador en los conflictos obreros, dejando bastante libertad a los inversionis-tas. Los bajos salarios que se pagaban en el país explican el escaso atractivo que tuvo México para los inmigrantes europeos. El porfiriato fue extranjerizante, no obstante que surgiera en ese entonces un espíritu nacionalista y con ello la conciencia de un pueblo mestizo.

Los arquitectos que fraguaron la idea del México Moderno fueron influidos por Gabino Barreda, quien transformó el liberalismo por el positivismo francés. Justo Sierra siempre compartió este pun-to de vista, ya que para él, la dictadura de Díaz era una etapa necesaria en la evolución mexicana hacia la modernización y la democracia. Una vez que se consiguió el primer objetivo del gobierno, “la paz”, se dio inicio al segundo, el cuál tuvo como lema “poca política y mucha administra-ción” (Rose, 1959; 37).

Los empréstitos y las inversiones de los países capitalistas -señala González y Gon-zález- hicieron de la República Mexicana un país dependiente sobre todo de Estados Unidos e Inglaterra. El capital forastero controlaba el 90 por ciento del capital in-vertido en minería, electricidad, petróleo y bancos. El dinero ajeno acarreó fortuna, que no independencia. (Vázquez, 1976; 125 y 126).

La prosperidad porfiriana no alcanzó a la gran mayoría de la población. El progreso material sólo fue visible en las ciudades. La teoría liberal de la “pirámide social”, que funcionaba en países como Estados Unidos e Inglaterra, no se concretaba en México. Daniel Cosío Villegas da un par de razo-nes, que hoy, en pleno siglo XXI siguen estando vigentes:

Primero, la pirámide social no era, como en esos países, muy alta y de base muy angosta, de manera que su inclinación casi vertical facilitaba el escurrimiento de la lluvia fecundadora. En México la base de la pirámide era muy amplia y de es-casa altura, de modo que el escurrimiento se hacia muy lentamente por una línea muy próxima a la horizontal. Y más que nada porque entre las tres capas de la pi-rámide mexicana había una gruesa losa impermeable, como de concreto, que oca-sionaba que la lluvia caída en la cresta de la montaña se estancara allí, sin es-currir nada o poco a las porciones inferiores de la pirámide (Vázquez, 1976; 917).

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Basándose en las teorías liberales, los ideólogos mexicanos aceptaron la idea de bienestar material creciente, como una ley natural de cuyo funcionamiento podían exigir su porción toda. “Usaron con insistencia mayor de poder político que les confería el sufragio universal para obtenerla” (Laske, 1961; 208). En el panorama educativo la situación no era tan diferente. Se construyó una gigantesca teoría pedagógica, que en la práctica, sólo benefició a las poblaciones urbanas más importantes del país. El analfabetismo siguió siendo un grave problema social. Más del 85% de la población no sa-bía leer ni escribir. La educación se elaboró para servir a los intereses del régimen político en el po-der: tener a la mayor parte de la población sumida en la ignorancia para que no pudiera exigir sus derechos. Hay una maquinación, desde el gobierno, de empezar a idealizar los héroes de la patria; Hidalgo, Morelos, los Niños Héroes y a los mártires de la Reforma; la Bandera y el Himno Nacio-nal, se transforman en símbolos venerables, y las fechas conmemorativas, como el 5 de mayo o 16 de septiembre, se vuelven fiestas nacionales.

Los ideólogos del sistema educativo nacional fueron Joaquín Baranda, Justino Fernández y Justo Sierra. Especialmente, este último, hace penetrar la pedagogía del liberalismo hasta sus más radica-les consecuencias. Sobre esto escribe Francisco Larroyo;

[Justo Sierra] es el primer político de la educación en el país, que advierte las tareas modernas de una pedagogía social, las cuales muy pronto se manifestarían en los ideales políticos de la Revolución de 1910 (Larroyo, 1976; 373).

En el discurso pronunciado con motivo de la apertura del Consejo Superior de Educación Pública, Justo Sierra da a conocer su Plan para la escuela mexicana:

La escuela del pueblo es la vida misma; urge hacer entrar el mayor número de veces que se pueda dentro de sí mismos, a los hombres del pueblo. Enseñarles a examinar sus actos, enseñarles a confesarse a sí mismos su conducta, a observarse, a vivir mo-ralmente, en suma, y sugerirles como consecuencia, un plan moral por medio del sentimiento, de la emoción sobre todo. (Rosales, 1968; 15)

Los Científicos

La carrera por el poder supremo llegó a su culmen cuando Díaz logro que se aceptase la reelección indefinida. “Quiso dar una apariencia de respeto a la ley electoral y consintió en la formación de un grupo político que se denominó Unión Liberal” (Quiriarte, 1998; 237).

Justo Sierra estaba entre los que conformaron este grupo, junto con Rosendo Pineda, Pablo Macedo y José Yves Limantour, con los que más tarde formaría el Partido Científico. Una vez formada esta comisión, integraron una convención con un programa de gobierno y eligieron como candidato a la presidencia a don Porfirio Díaz. Díaz aceptó la elección aunque al final hizo a un lado el programa de gobierno de la Unión Liberal y empezó a desconfiar de ellos. En sus memorias, Limantour, secretario de Hacienda desde 1893, escribe sobre esto:

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Los científicos tuvieron al principio pocas oportunidades de ponerse en contacto con el señor Presidente. No obstante las numerosas pruebas que le dieron de su adhe-sión, así como el vivo deseo que los animaba de no crearle dificultad alguna con su colaboración en el desarrollo de las instituciones y prácticas democráticas, el señor general Díaz abrigaba cierto recelo de que tomando el grupo mayor impulso, podría adquirir una influencia tal en la gestión pública, que le permitiera seguir algún día una línea de conducta distinta de la oficial […] No hay que extrañar por lo mismo, la falta de acercamiento personal que desde entonces hubo entre la mayor parte de los científicos y el señor general Díaz, quien, cuidando siempre en una forma exquisita de conservar buenas relaciones con ellos, supo poner un límite a las facilidades de acceso que solicitaban para entrar en pláticas sobre cuestiones de orden público (Quiriarte, 1998; 237).

El grupo de los científicos estaba constituido por exdiputados y profesionistas, que eran muy hábi-les en la práctica parlamentaria, grandes contendientes y magníficos oradores, y quienes a la som-bra de la dictadura, no nada más hicieron grandes fortunas sino que “desconfiando de todos, conti-nuaban con don Porfirio su dominación maquiavélica” (Quiriarte, 1998; 237).

Los científicos, encargados de la administración de las doctrinas de Comte y Spen-cer -nos refiere el historiador mexicano Luis González y González-, tenían sus ojos puestos en el banco y las empresas (Vázquez, 1976; 123).

La crisis sucesora de Porfirio Díaz

La crisis sucesoria de Porfirio Díaz, comenzó a afectar seriamente la credibilidad del sistema y faci-litó algunas manifestaciones de hostilidad al régimen, provenientes tanto de dentro como de fuera del mismo. Los empresarios que se establecieron al norte del país, se enfrentaron al poder de los científicos y a la alianza que habían establecido estos con los inversionistas extranjeros, que reci-bían mejores y mayores beneficios que los inversionistas nacionales. La falta de reflejos políticos se relacionaba con la senilidad del presidente y la del mismo gobierno:

En 1910 el presidente Díaz tenía setenta años, dos de sus ocho ministros superaban los ochenta años y otros tres tenían más de sesenta. De los veinte gobernadores, die-cisiete tenían más de sesenta años, siendo ocho de ellos mayores de setenta. En el Congreso y en el Poder judicial la vejez de los jueces y diputados era un hecho re-levante. En el ejército federal no era nada raro encontrar generales de más de o-chenta años, coroneles de setenta y capitanes de sesenta.

Tras mucho tiempo de silencio y asfixia política fueron numerosos los grupos políticos opositores que quisieron salir a la superficie, tratando de aprovechar la debilidad del régimen. Uno de los per-sonajes que accedió al primer plano de las filas opositoras fue Francisco I. Madero. Pero las consig-nas de acabar con la reelección y a favor del sufragio efectivo no le permitieron liquidar a la muy aceitada maquinaria electoral de Díaz. Madero creó el Partido Antirreeleccionista; acabó convirtién-dose en una amenaza para el dictador, su accionar lo condujo a la cárcel y, posteriormente, al destierro.

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En octubre de 1910 Madero lanzó el Plan de San Luis Potosí, el verdadero fermento de la revolu-ción maderista que juntaba las reivindicaciones políticas de la oligarquía norteña con la devolución de las tierras a los campesinos que habían sido despojados ilícitamente de ellas.

El 20 de noviembre de 1910, Madero convocó a la revolución contra el porfiriato, desde su refugio de San Antonio, Texas, al otro lado de la frontera. Nuevamente se esgrimía la consigna de "sufragio efectivo, no reelección" que en su momento había levantado el propio Díaz.

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Conclusiónes

Las contradicciones que rodearon al sistema político en el siglo XIX, gestaron la consolidación y la muerte del liberalismo mexicano. Martín Luis Guzmán no confiere a Porfirio Díaz toda la responsa-bilidad del mal que se hizo a la nación, al extirpar los últimos vestigios de espíritu cívico al recurrir fundamentalmente a la corrupción. Con la agudeza crítica que siempre lo caracterizó, señaló que la razón había que buscarla en épocas anteriores:

Los directores de la vida social mexicana, a partir del [18]70, ignoraron el sentido histórico de su época y mataron en su cuna la obra fundamental que iba a hacerse. Después de la Reforma y la lucha contra la intervención francesa, que dio a aquella un valor nacional, la única labor política honrada era la obra reformadora, el es-fuerzo por dar libertad a los espíritus y moralizar a las clases gobernantes, criolla y mestiza. El régimen de la paz hizo criminalmente todo lo contrario. Institutyó la men-tira y la venalidad como sistema, el medro particular como fin, la injusticia y el cri-men como arma…

Ante esta acusación, en quien menos ha de pensarse es en Porfirio Díaz. ¿Qué vale el error o la incapacidad de un solo hombre comparado con la incapacidad y el error de la nación entera que lo glorificaba? No. Piénsese en el amplio grupo que vivía a la sombra del caudillo, y que creyó entender las necesidades de la patria, o lo fingió al menos, de modo propicio al enriquecimiento personal […] ¡Legiones de ciudada-nos conscientes y distinguidos, la flor de la intelectualidad mexicana, prestándose a la más estéril de las pantomimas políticas que han existido! Entre estas glorias figu-raban nuestros maestros (Quiriarte, 1998; 239).

Dentro de los intereses que contribuyeron a la formación del Estado, nunca estuvo el del bienestar general de la comunidad. Las intenciones fueron siempre las de servir a los terratenientes e indus-triales extranjeros. El Estado moderno mexicano, en gestación, nunca luchó sinceramente por esta-blecer un nivel educativo decente, ni de salud, ni de alojamiento, mucho menos de protección al tra-bajo que beneficiara a todo el pueblo de México. Pero esto no es culpa del gobierno porfirista, y es-to no lo sostengo siguiendo al gran escritor Mexicano, Martín Luis Guzmán, esto lo hago basándo-me en la naturaleza “especial” del Estado liberal, el cual refiere a todas las cuestiones ya sean estas sociales, morales o económicas, hacia un mismo motivo esencial: el de la obtención de ganancias. En el fondo, el Estado liberal, como sociedad organizada, tiene como objetivo el motivo por el que fue creado; crear riqueza (Laske, 1961; 221), aunque esta debiera distribuirse en lo posible, y no sólo quedar concentrada en unas pocas manos.

Y nos lleva a replantear la poiésis sobre la práxis. Pues una verdad teórica sólo es válida si los su-puestos en basa su construcción coinciden con la realidad en el más alto grado. El liberalismo polí-tico es una teoría relacionada con supuestos determinados, y se desarrolla en ámbitos donde las con-diciones de igualdad y justicia existen en la realidad concreta.

En Estados Unidos, en Inglaterra y en Francia la política liberal se hizo posible inmediatamente después de su revolución, con la formación de una República cimentada en una Constitución. A di-ferencia de estos países, México vivía en una desigualdad económica y social dificil de solventar. Las condiciones en que se encontraba el país no permitieron el consenso general que favoreciera el

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terreno para constituir una política liberal. Los antagonísmos entre los liberales puros y moderados, y las disputas entre centralistas y federalistas, interrumpieron el proceso y el curso de las ideas.

A dos siglos de la existencia del partido liberal mexicano, las desigualdades sociales y económicas siguen sin satisfacer las condiciónes mínimas para su desarrollo. El gobierno y las instituciones siguen reaccionando a las exigencias del bien general, que en muchas ocasiones exigen esquemas totalmente incompatibles con los derechos y libertades básicas, y en contadas ocasiones se avocan a beneficiar a los ciudadanos menos aventajados, principio que postula la filosofía libe-ral de Rawls (Rawls, 2004, 34 - 36).

En México, no podemos hablar de justicia equitativa cuando los valores básicos de igualdad de con-diciones no son defendidos, mucho menos respetados. Hay partidos que hacen promesas que no concuerdan con la forma de pensar de los mexicanos, que están en contra de los derechos funda-mentales y que, además, violan nuestra Constitución. Hablar de la pena de muerte es poner en entre-dicho a México, con lo que defiende al interior y ante el mundo.

Campañas que más que invitar al diálogo y a la propuesta inteligente y atinada, sólo motivan la reacción emocional. Ningún partido se ocupa de temas de gran magnitud. Casi todas las propuestas son electoreras y partidistas: tan sólo “discursos de balcón”, como dijera Carlos Fuentes en su discurso ante la OEA.

A un año del Bicentenario de la Independencia y del Centenario de la Revolución el problema insti-tucional en México sigue siendo el primer obstáculo para el desarrollo de una política publicamente aceptable. Instituciones creadas a lo largo del siglo XX, para satisfacer las necesidades de la época, hoy mismo, en los albores del siglo XXI, necesitan reformarse; no pueden seguir funcionando bajo el imperativo borbónico del siglo XVIII.

Luis Rubio, el gran analísta político, piensa que el mayor problema está en la interacción entre las instituciónes públicas. En las páginas del diario Reforma invita a la opinión pública: “a surgir de manera contundente a reclamar sus derechos e imponer su voluntad, como ha ocurrido en otras la-titudes” (Rubio, 2009; 11). Y postula en su artículo a la reelección como herramienta de castigo o recompensa al mérito.

Hace casi 100 años, José María Luis Mora hizo una comparación semejante entre los ciudadanos mexicanos e ingleses, que habitaban en países como Inglaterra donde no sólo se hacían escuchar desde entonces, sino que las funciones que ejercían eran una extensión de sus parlamentos, que am-parados por sus constituciones hacían valer sus derechos. Aquellas potencias que surgieran inme-diatamente después de haber salido de una revolución, encontraron tierra fertil en sociedades de igualdad y justicia equitativa que no tienen nada que ver con la nuestra.

Rubio nos insta a castigar a las instituciones y a exigir rendiciones de cuentas (Rubio, 2009; 11). Habría que analizar si el problema real está en la constitución de esas instituciónes, que si bien se crearon para resguardar los derechos y los principios de equidad y justicia equitativa de los ciuda-danos mexicanos son parte del mecanismo de corrupción que impera en nuestro país.

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