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El pollo que no quiso ser gallo Marco Tulio Aguilera Garramuño Ilustraciones de Iker Vicente

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El pollo que no quiso ser galloMarco Tulio Aguilera GarramuñoIlustraciones de Iker Vicente

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A mis hijos: Héctor Javier y Sebastián y a mi esposa Leticia Luna

para que nunca olviden que la única fuerza que puede hacer feliz

al hombre es la de la imaginación.

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Prólogo pequeño y poco fastidioso

Hace algunos años, cuando llegaba la hora de apa-gar la luz, mis hijos Héctor Javier y Sebastián empezaban a cantar: “¡Cuento, cuento, cuento!”. Entonces yo tenía que acostarme con uno de ellos y preguntarles: “¿Cómo se va a llamar el cuento de hoy?”, y ellos respondían inventando títulos. A ve-ces los títulos eran loquísimos, a veces poéticos, en ocasiones divertidos o tontos, pero fueran como fueran, yo inventaba una historia para cada título. De los trescientos o cuatrocientos que les conté du-rante esos años, quedaron los que hoy reúno en este librito.

Espero que sirvan para que otros padres como yo ayuden a entrar a sus hijos amablemente por las puertas del sueño. Y también para que se afi-cionen a inventar sus propios cuentos.

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Estos relatos son sueños que pude pescar antes de que se perdieran en las aguas del tiempo. Mis hijos me ayudaron con el viejo canto que no olvi-daré: “¡Cuento, cuento, cuento!”.

M.T.A.G.

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Animales y animalillos

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El pollo que no quiso ser gallo

Fabián iba rumbo al arroyo que quedaba en la parte trasera de su casa, cuando escuchó un piido. Se detuvo a oír con cuidado. Se acercó a unas matas y descubrió a un pollito bastante simpático. “Pío, pío”, susurraba el pollito.

Fabián dijo:—¡Qué lindo gato!

El pollito dijo: “pío, pío”, con lo que quería decir que no era gato, sino pollo.

—¡Qué lindo gusanito! —gritó Fa- bián tomándolo entre sus manos. El pollito hizo pío, queriendo dejar en cla-ro que no era gusano, sino un pollo. Y

pensó: “¡Qué niño tan ignorante!”, pero

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se quedó quieto porque estaba muy asustado y ha-bía perdido a su madre.

Fabián llegó a su casa y gritó:—Mami, mira lo que encontré.—¡Ay, qué linda cacatúa! —gritó la mamá y el

pollito dijo “pííííooo”, ya francamente molesto. Pero no le pusieron atención.

—Mami, voy a adoptar a este alacrancito y lo voy a cuidar hasta que se convierta en ganso.

—Me parece muy bien —dijo la mamá—, pero cuida que no se coma lo poco que tenemos en la despensa.

Cuando llegó el padre, la mamá le dijo:—Tengo una buena noticia. Fabiancito encon-

tró un sinsonte cerca del río.—¿Un sinsonte? ¿Qué es eso?

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—Pues un animal con patas y algunas plumas amarillas y que dice pío, pío.

El pollito escuchó eso y se enojó muchísimo.Gritó: “pííííííoooo”, golpeando con sus patitas el

suelo. Fabián dijo:—Ay, qué bonito canta mi canario.El pollito estaba rojo de la ira, pero nadie le

puso atención.Llegó el padre a la habitación de Fabián y miró

al pollito. Dijo:—¡Pero qué hermoso pavo real!El pollito escondió la cabeza debajo de la almo-

hada y ya no quiso saber nada de la vida.De todos modos al día siguiente tuvo un poco de

alegría, pues al lado del plato de leche que le había puesto la mamá, encontró unos granitos de arroz.

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Pasó el tiempo y todos los días al pobre pollo lo confundían con un animal diferente.

Pocos meses después, el pollo creció lo suficien-te para convertirse en gallo. Y esa mañana ya no hizo pío sino:

—¡Quiquiriquí!Gritó: “¡Quiquiriquí!” y despertó a toda la

familia.—¿Qué fue eso? —preguntó el padre—. Parece

un gallo. Y está en nuestra casa.Entonces apareció el antiguo pollito, ahora

convertido en gallo, luciendo orgullosamente sus plumas de colores tornasolados y lanzó otro qui-quiriquí indudable.

—¡Es un gallo! —gritó Fabián.—¡Es un gallo! —exclamó la mamá.Y el padre dijo:—Definitivamente: no es una lagartija, sino un

gallo.El gallo se sintió feliz y volvió a cantar, más

fuerte que nunca y a su canto respondieron todos los gallos del valle.

Qué orgullosa estaba de su gallo la familia de Fabián.

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Llegó la hora de comer y el padre se sentó en la mesa.

—¿Qué tenemos para comer? —preguntó.La madre puso los platos vacíos sobre la mesa.—No hay nada, nada, nadita.Y el padre dijo:—Voy a salir a cazar.—Recuerda que no hay municiones para la es-

copeta, ni dinero, ni nada.—Iré entonces a pescar.—El río ya no tiene peces.—¿Qué vamos a comer? —preguntó el padre.En ese momento el gallo tuvo la mala fortuna

de lanzar su quiquiriquí al aire.—Comeremos gallo —dijo el padre—. Si no

queremos morirnos de hambre comeremos gallo.—Creo que no es un gallo —gritó Fabián sin-

tiendo que toda la luz del mundo había dado paso a la noche más oscura.

—¿No es un gallo? —preguntó el padre.—No, papá, no es un gallo.—Tienes razón. No es un gallo. Creo que es

un...—Sí, es un... —dijo la mamá.

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—Es un ornitorrinco —dijo Fabián triunfante.—A mí me parece una codorniz.—Estoy seguro de que es un caballito de mar

—dijo el padre.Y todavía siguen discutiendo. Mientras tanto,

el gallo ha preferido no volver a cantar.

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Gusano busca esposa

Éste era un gusano cegatón que salió a buscar a una esposa y encontró coscorrones. La historia comien-za así: el gusano salió de su casa, tropezó con una piedra y le preguntó:

—¿Es usted una gusana?Como las piedras tienen la mala costumbre de

no contestar, pues no contestó.El gusano le volvió a preguntar:—¿Es usted una gusana?De nuevo sólo le respondió el silencio.El gusano se cansó de interrogar a la piedra y

siguió su camino. Chocó contra un árbol y le pre-guntó, tratando de ser lo más amable posible:

—¿Acaso es usted una gusana?El árbol, que llevaba más de cien años de res-

ponder a preguntas, no todas muy inteligentes, le respondió:

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—No, no soy una gusana, soy el Tule, uno de los árboles más maravillosos de la Tierra. Mido ochenta metros de alto y mi sombra puede cobijar a todo un pueblo y en mis años de vida he visto na-cer a padres, hijos, nietos y tataranietos.

Lo que asustó mucho al gusano, que aparte de cegatón era bastante sordo, especialmente cuando sus interlocutores hablaban desde las nubes.

—¡Dios santo! —dijo el gusano—. Una gusana que mide más de cien metros. Creo que no me con-viene.

Y se alejó, abriendo y cerrando los ojos, como era su costumbre. El brillo del sol lo dejaba ciego y las sombras de las nubes lo engañaban. Ya se acer-caba la oscuridad cuando cayó en un hueco. En el hueco había una cosa larga, cálida y resbalosa.

—Disculpe —le dijo—, no soy de aquí. ¿Podría decirme dónde puedo encontrar a una gusana?

—¡Yo soy una gusana! —gritó la cosa larga, cá-lida y resbalosa—. Hasta una gallina, que es el ani-mal más tonto de la Tierra, podría reconocerme.

La gusana hablaba con orgullo, en tono de re-gaño, pero su voz era agradable. Y su cuerpo... ¡ni

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qué decirlo! Era la cosa más deliciosa que se pudie-ra imaginar.

—¡Estoy salvado! —dijo el gusano.—¿Se puede saber por qué?—Pues porque voy por el mundo buscando pre-

cisamente a una gusana.—¿Para qué?—Nada más quiero casarme.—¿Nada más quieres casarte? ¿Te parece cosa

sin importancia el matrimonio? ¡Vaya tipo!... Así que andas buscando esposa...

—¡Sí! ¿Cómo lo supiste?—Pues porque me lo acabas de decir. Creo que

no eres tan tonto como una gallina. ¡Eres más ton-to que una gallina!

—Bueno, no vamos a discutir por pequeñeces. Vayamos directamente al asunto: ¿quieres casarte conmigo?

—¿Tienes dinero o medios para ofrecerme una vida a la altura de mi educación y clase?

—No, no tengo dinero —dijo el gusano—, pero si me dices qué es el dinero y cómo se encuentra, yo intentaré conseguirlo.

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La gusana suspiró. Lanzó una mirada circular a ver si había otros gusanos casaderos por los alre-dedores y como no los encontró dijo:

—Bueno, nos casaremos, pero te advierto que tienes que llevarme a París algún día y que si una noche llegas a casa sin dinero, te voy a dar cosco-rrones.

—¿Conque eso es el matrimonio: coscorrones? —dijo el gusano.

—¿Y qué creías? —dijo la gusana—. Si buscas trabajo y consigues dinero para que yo tenga joyas y para llevarme a París, te prometo que no te daré coscorrones.

Al día siguiente del matrimonio, el gusano sa-lió a buscar dinero. Llegó a un campo donde había muchos hombres trabajando. El gusano se metió

bajo la tierra y tropezó con una cosa redonda y lisa, pero tan fría, que el gusano añoró a su gu-

sana.—¿Sabe usted dónde puedo conseguir trabajo

para que me den dinero? —le preguntó.—En el mercado se puede vender cualquier cosa

—dijo aquel ser tan desagradable. Y agregó—: yo soy una papa. ¿Qué te parece si me vendes? No

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faltará quien te dé dinero a cambio de una papa gorda y saludable como yo.

—¡Dinero, dinero, eso es precisamente lo que necesito! —gritó feliz el gusano—. Pues ahora tú estás secuestrada. Te vienes conmigo al mercado y hacemos negocio.

—¡Bravo, bravo! —dijo la papa—, yo siempre he querido que me secuestren. Me aburre muchísi-mo estar enterrada en este lugar. Me gustaría via-jar hasta las montañas más altas y montar en tren y correr en bicicleta y asistir al teatro.

La papa pensó un momento. Luego dijo:—Pero hay dos problemas: no sé dónde está el

mercado y me parece que los dueños del campo no te van a dejar secuestrarme.

—Por lo primero no se preocupen —dijo una papa vecina—. Yo les digo dónde queda el merca-do. Ya estuve allí y me regresaron porque estaba echando raíces.

—¿Y los hombres?—No hay que preocuparse por ellos —dijo la

papa vecina—. Son más idiotas que los gusanos y no ven las papas si no están amontonadas en bultos.

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El gusano se alegró mucho de estar aprendien-do tanto sobre el mundo. Forcejeó hasta separar la papa de la tierra y luego se la llevó rodando rumbo al mercado.

Ya en el mercado, el gusano se sentó al lado de su papa, apoyó cariñosamente su cabeza sobre ella y esperó a los clientes. Pasaron las horas y nadie se acercó.

—Quizá necesitemos poner un anuncio.—Tienes razón —dijo el gusano—, un anuncio

—y escribió sobre un papel:

Papa: 1 centavo

—¡Un centavo! —gritó la papa—. ¡Qué insulto!El gusano agregó un cero y una “s”, así que quedó:

Papa: 10 centavos

A las cinco de la tarde, cuando ya el vendedor y su papa se estaban desesperando, se acercó un niño que tironeaba de la mano a su madre.

—Mira, mami, una papa.—Sí, una papa.

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—Quiero que me la compres para que me la ha-gas frita en rueditas.

—¡En rueditas y frita! —gritó la papa—. Eso es el colmo. Creí que éste era un negocio honrado.

—Pues te vas con el niño, que me ofrece los diez centavos. Negocio es negocio.

Y ése fue el fin del primer negocio del gusano cegatón. La pobre papa tuvo que aceptar su desti-no y el gusano partió rumbo a su casa haciendo ro-dar al frente la moneda de diez centavos.

Llegó el gusano cegatón a su casa, después de darse muchos golpes en la frente, de empujar su moneda cerro arriba y perseguirla cerro abajo. Vio que su gusana lo estaba esperando con el puño en alto.

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—¿Me trajiste dinero?—Sí, mucho —dijo el gusano mostrando orgu-

llosamente su moneda de diez centavos.La gusana hizo cuentas.—Si ganas diez centavos diarios vas a poder

llevarme a París dentro de cinco millones de años. La verdad es que te mereces el coscorrón. Ven acá.

El gusano se acercó y aceptó humildemente el coscorrón.

Luego le dijo:—No te preocupes, mujer. Te voy a llevar a París

antes de lo que crees. Hay más papas en el mundo de lo que imaginas.

La gusana pensó que su esposo tenía razón. Le sonrió y le pidió que se acostara a su lado.

Aunque su gusano fuera más tonto que una ga-llina y más ciego que un topo, no había duda de que era bueno y trabajador. Además era largo, cáli-do y resbaloso. Un marido justo a su medida.

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