el poblamiento mÁs antiguo de la regiÓn: … · antecedentes de la investigaciÓn. hitos...

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KOBIE (Serie Anejos). Bilbao Bizkaiko Foru Aldundia-Diputación Foral de Bizkaia N.° 8, pp. 51 a 90, año 2004. ISSN 0214-7971 Web http://www.bizkaia.eus/kobie EL POBLAMIENTO MÁS ANTIGUO DE LA REGIÓN: LAS OCUPACIONES PREVIAS AL IS4. DESDE EL INICIO DEL POBLAMIENTO A CIRCA 80.000 BP The Oldest Population in the Region: the Occupations before 1S4. From the first populations to circa 80,000 BP José Adolfo Rodríguez Asensio (*) Alvaro Arrizabalaga Valbuena (") RESUMEN Debido a factores historiográficos complejos, el registro arqueológico del más antiguo Paleolítico cantábri- co ha sido poco atendido e incluso, dado por amortizado. Sin embargo, a raíz de los trabajos pioneros de Rodrí- guez Asensio en Asturias, seguidos de los de Montes en Cantabria y de Baldeón, Sáenz de Buruaga y otros en el País Vasco, van aflorando las situaciones correspondientes a los estadios isotópicos 5 y 6, así como otras para las que se proponen cronologías aún más antiguas. La ampliación progresiva del mapa de depósitos atribuidos al Pleistoceno medio e inicios del Pleistoceno superior no permite olvidar que se trata, casi unánimemente, de sitios en posición derivada, cuya potencialidad arqueológica se ve muy mermada por este motivo. Apenas cono- cernos pinceladas referidas al marco geocronológico, paleoambientai o antropofísico, pero nadie pone en duda a fecha de hoy, como sucedía hace veinte años, la existencia de un poblamiento anterior al característico del Musteriense, que se desarrolla básicamente al aire libre (Cabo Busto, Irikaitz ... ). Las nuevas metodologías de datación permiten suponer que contaremos en un plazo, aún largo —quizás diez años más—, de cierto soporte que vaya más allá de las observaciones tecnotipolôgicas. Según éstas, la mayoría de los conjuntos que van afloran- do admiten una adscripción genérica a los complejos con bifaces, tipo Achelense, en lo que en Tipología con- vencional venía siendo asignado al Achelense medio, superior y final. Por tanto, el capítulo se presenta más como un inventario de dudas e incertidumbres que corno una verdadera síntesis. Palabras clave: Achelense, Pleistoceno medio, Industria lírica, Cantábrico. ABSTRACT Because of complex historiographical factors, the archaeological record of the oldest Palaeolithic in Canta- brian Spain has been studied little and even taken as exhausted. However, thanks to the pioneering studies of Rodríguez Asensio in Asturias, followed by those of Montes in Cantabria and of Baldeón, Sáenz de Buruaga and others in the Basque Country, the situations corresponding to isotope stages 5 and 6, or even older chrono- logies, are now becoming more apparent. The progressive enlargements in the map of deposits attributed to the middle Pleistocene and early Upper Pleistocene still reminds us that they are nearly always in a derived posi- tion, and their archaeological potential is greatly reduced for this reason. We know very little about the geo- chronological, palaeo-environmental or anthropo-physical background. But nowadays no one questions, as they (*) Universidad de Oviedo ('¡) Universidad del País Vasco

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KOBIE (Serie Anejos). Bilbao Bizkaiko Foru Aldundia-Diputación Foral de Bizkaia N.° 8, pp. 51 a 90, año 2004. ISSN 0214-7971Web http://www.bizkaia.eus/kobie

EL POBLAMIENTO MÁS ANTIGUO DE LA REGIÓN: LAS OCUPACIONES PREVIAS AL IS4.

DESDE EL INICIO DEL POBLAMIENTO A CIRCA 80.000 BP

The Oldest Population in the Region: the Occupations before 1S4. From the first populations to circa 80,000 BP

José Adolfo Rodríguez Asensio (*) Alvaro Arrizabalaga Valbuena (")

RESUMEN

Debido a factores historiográficos complejos, el registro arqueológico del más antiguo Paleolítico cantábri-co ha sido poco atendido e incluso, dado por amortizado. Sin embargo, a raíz de los trabajos pioneros de Rodrí-guez Asensio en Asturias, seguidos de los de Montes en Cantabria y de Baldeón, Sáenz de Buruaga y otros en el País Vasco, van aflorando las situaciones correspondientes a los estadios isotópicos 5 y 6, así como otras para las que se proponen cronologías aún más antiguas. La ampliación progresiva del mapa de depósitos atribuidos al Pleistoceno medio e inicios del Pleistoceno superior no permite olvidar que se trata, casi unánimemente, de sitios en posición derivada, cuya potencialidad arqueológica se ve muy mermada por este motivo. Apenas cono-cernos pinceladas referidas al marco geocronológico, paleoambientai o antropofísico, pero nadie pone en duda a fecha de hoy, como sucedía hace veinte años, la existencia de un poblamiento anterior al característico del Musteriense, que se desarrolla básicamente al aire libre (Cabo Busto, Irikaitz ... ). Las nuevas metodologías de datación permiten suponer que contaremos en un plazo, aún largo —quizás diez años más—, de cierto soporte que vaya más allá de las observaciones tecnotipolôgicas. Según éstas, la mayoría de los conjuntos que van afloran-do admiten una adscripción genérica a los complejos con bifaces, tipo Achelense, en lo que en Tipología con-vencional venía siendo asignado al Achelense medio, superior y final. Por tanto, el capítulo se presenta más como un inventario de dudas e incertidumbres que corno una verdadera síntesis.

Palabras clave: Achelense, Pleistoceno medio, Industria lírica, Cantábrico.

ABSTRACT

Because of complex historiographical factors, the archaeological record of the oldest Palaeolithic in Canta-brian Spain has been studied little and even taken as exhausted. However, thanks to the pioneering studies of Rodríguez Asensio in Asturias, followed by those of Montes in Cantabria and of Baldeón, Sáenz de Buruaga and others in the Basque Country, the situations corresponding to isotope stages 5 and 6, or even older chrono-logies, are now becoming more apparent. The progressive enlargements in the map of deposits attributed to the middle Pleistocene and early Upper Pleistocene still reminds us that they are nearly always in a derived posi-tion, and their archaeological potential is greatly reduced for this reason. We know very little about the geo-chronological, palaeo-environmental or anthropo-physical background. But nowadays no one questions, as they

(*) Universidad de Oviedo ('¡) Universidad del País Vasco

52 JOSÉ ADOLFO RODRÍGUEZ ASENSIO Y ALVARO ARRIZABALAGA VALBUENA

did twenty years ago, the existence of a population previous to the Mousterian, which was located primarily in the open air (Cabo Busto, Irikaitz...). New dating methodologies allow us to believe that in the long-term, per-haps ten years or more, we will have more information than techno-typological observations. According to the-se, most of the industries that have been found can be ascribed, in general terms, to complexes with bifaces, of Acheulian type, and conventional typology assigns them to the middle, late and final Acheulian. Therefore, this chapter is more a list of doubts and uncertainties than a true summary.

Key words: Acheulian, Middle Pleistocene, Lithic assemblage, Cantabrian Spain.

LABURPENA

Historiografiako faktore konplexuengatik, Kantauri aldeko Aintzin Paleolitoaren erregistro arkeologikoari ez zaio kasu handirik egin, eta arnortizati.itzat ere jo da. Hala ere, Rodríguez Asensiok Asturiasen, eta ondoren Montesek Kantabrian eta Baldeón, Sáenz de Buruaga eta beste batzuek Euskal Herrian egindako lanei esker, 5 eta 6. aldi isotopikoei dagozkien egoerak azaltzen ari dira, bai eta kronologia zaharragoak ere proposatzen zaizkien beste batzuek ere. Erdi Pleistozeno eta Goi Pleistozenoaren hastapenei egotzitako gordailuen mapa geroz eta gehiago zabaltzeak agerian uzten du ia guztiak aztarnategi deribatuak direla eta horren ondorioz, euren ahalbide arkeologikoa murriztuta dagoela. Ia ez daukagu alor geokronologiko, paleoingurugiro edo antropofisikoaren gaineko xehetasunik ere, baina gaur egunean, orain 20 urte egiten zenaren aldean, inork ez du Moustier aldiaren ezaugarrikoaren aurreko populatzea zalantzan jartzen, oro har aire zabalean (Cabo Busto, Irikaitz...) izandakoa. Datazio-metodologia berriek bidea ematen dute epe oraindik luze batean —hamar urte gehiago edo- obserbazio teknotipólogikoez harantz doan euskarriren bat izango dugula pentsatzeko. Horien arabera, azalerazten ari diren multzo gehienen adskripzio orokorra Tipologia konbentzionalez Erdi, Goi eta Azken Acheul aldiari egozten zitzaiona, Acheul aldiko aupegibiko konplexuei egoztea onartzen da. Horretara, atala, benetako sintesi baino, duda eta zalantzen inbentario gisa agertzen zaigu.

Gako-hitzak: Acheul aldia, Erdi Pleistozenoa, Harrizko tresneria, Kantauri aldea.

1. ANTECEDENTES DE LA INVESTIGACIÓN. HITOS PRINCIPALES

Un somero repaso de las circunstancias historio-gráficas que nos abocan al estado actual del conoci-miento sobre el Paleolítico antiguo en el medio cantá-brico nos revela que, quizás como en ningún otro período prehistôrico, éstas explican algunos de los fenómenos más llamativos, que se prolongan hasta la fecha. Además de las habituales dificultades propias del estudio de estas cronologías (problemas para arti-cular un soporte cronológico, pocos depósitos en posi-ción primaria, complicado deslinde de situaciones tec-notipológicas, escasez de restos fósiles humanos, etc.), en el caso cantábrico debemos valorar otras rémoras añadidas (Estévez y Vila 1999). Hablamos, básicamente, de la consideración, ampliamente acep-tada durante algún tiempo, de que estas cronologías estaban, por diferentes motivos, casi ausentes de la región. En efecto, hasta la década de los años 70 del siglo XX resultan contadas las intervenciones de las que se derivan hallazgos atribuibles al Paleolítico antiguo, y podemos anotar una única actividad orien-tada en esta dirección (la Tesis Doctoral de Carballo en 1922, sobre los yacimientos antiguos al aire libre de la costa cantábrica). Ello, a pesar de los encomia-bles esfuerzos y aportaciones de H. Breuil y H. Ober-maier (1912,. 1935), el Conde de la Vega del Sella (1921, 1930; Márquez Uría 1977), J. M. de Barandia-

rán (1934) o E. Hernández Pacheco (1919) antes de la Guerra Civil española, o de J. M. González Fernández (1968), F. Jordá (1967 y 1977), J. González Echega-ray (1956), L. G. Freeman (1966, 1973, 1977) o J.M. de Barandiarán (1953), entre otros, tras la misma.

El hilo conductor que relaciona el actual estado de la investigación con el descrito más arriba, es proba-blemente el que une el trabajo pionero de J. M. Gon-zález en Asturias, con la sistematización de todos aquellos hallazgos y otros nuevos por parte de Rodrí-guez Asensio sobre el mismo territorio. La Tesis Doc-toral de Rodríguez Asensio (1983b) y sus posteriores trabajos en Asturias actuaron como acicate, no sólo para la investigación del Paleolítico antiguo asturia-no, sino para revisiones posteriores que terminarán incluyendo el conjunto de los territorios cantábricos. En esta línea debe interpretarse el trabajo de Montes Barquín en Cantabria o de Vallespí, Baldeón y Sáenz de Buruaga en el País Vasco peninsular, entre otros. Estos autores sintetizan en distintos trabajos el estado del conocimiento sobre el Paleolítico antiguo en los respectivos territorios, y a su vez sientan las bases para que se produzcan nuevas investigaciones y hallazgos de yacimientos en posición primaria, como La Garma A Exterior (Ornato, Cantabria) o Irikaitz (Zestoa, Gipuzkoa). Dado que se trata de la síntesis más amplia y reciente, consideramos adecuado desta-car aquí la publicación de la Tesis Doctoral de Mon-

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tes Barquín (Montes 2003), que constituye un hito en la investigación de este período, al abarcar por vez primera toda la región cantábrica bajo similares pará-metros metodológicos.

Este desarrollo de la investigación en dos episo-dios (grosso mnodo) y el desfase con el que se inician los trabajos modernos en los distintos territorios can-tábricos, desde Galicia hasta el extremo del País Vas-co, origina una descompensación en el estado del conocimiento imposible de resolver a fecha de hoy: es bastante lo que podernos decir sobre el Paleolítico antiguo en Asturias, algo menos en Cantabria, y prác-ticamente nada para el resto de la región. Aprovecha-mos este primer párrafo para disculparnos, de ante-mano, por el efecto que tendrá esta asimetría en el texto que desarrollamos a continuación.

2. EL MARCO CRONOLÓGICO Y AMBIEN-TAL DEL PERÍODO

Las reiteradas menciones efectuadas en este texto hacia un genérico Paleolítico "antiguo" vienen a constituir una confesión implícita de las limitaciones que debernos afrontar para el conocimiento y delimi-tación de estas fases del primer poblamiento cantábri-co. El recurso a esta expresión, deliberadamente ambigua, obedece a la dificultad de establecer en qué momento y circunstancias se produce el tránsito entre las situaciones que veníamos denominando tradicio-nalmente del Paleolítico inferior y del Paleolítico medio, y más aún, a la falta de credibilidad que esta división clásica tiene para muchos investigadores del tramo final del Pleistoceno medio. El rango geográfi-co de esta problemática supera en mucho el marco cantábrico, aunque es precisamente en las áreas de registro más deficitario donde se manifiesta con toda su crudeza.

En efecto, cada vez son más los prehistoriadores que encuentran endeble la división entre el "Paleolíti-co inferior" y el "Paleolítico Medio" cuyos límites, tal como escribe Mithen (1998), son tan difusos que esta distinción va perdiendo actualidad. Las diferencias entre ambos momentos culturales son más bien esca-sas, frente a las coincidencias, lo que hizo decir a G. Isaac (1984) que "durante casi un millón de años, los conjuntos líticos parecen incluir los mismos ingre-dientes esenciales sometidos al parecer a incesantes cambios, todos ellos menores y sin dirección alguna". Este millón de años que alguien definió como el millón de años del aburrimiento, aún se podría hoy ampliar más y llegar hasta el millón y medio de años. La para algunos autores más difícil y compleja técni-ca levallois va adquiriendo cada día más antigüedad y

sus orígenes se retrotraen ya a los 250.000 años. La asociación tradicional entre tipo humano de neander-tal, técnica levallois y Paleolítico medio resiste difícil-mente las fechas mencionadas, y aún peor su contras-te con el modelo de hábitat al aire libre o en cueva. En la actualidad, como no podía ser de otra manera, este planteamiento simplista debe ser revisado críticamen-te. Dentro del término "Paleolítico antiguo" incluire-mos, tanto aquellas situaciones materiales y estratigrá-ficas claramente adscribibles al Paleolítico inferior (con bifaces o Achelense y sin ellos, circunstancia ésta última para la que nos cuesta hallar una denomi-nación afortunada), como las que se refieren a las fases más antiguas del Musteriense, previas a la eclo-sión del Musteriense clásico, que se expondrá en el siguiente capítulo de este libro. Este Musteriense "clá-sico" arranca a partir del estadio isotópico 4 y está caracterizado por unos conjuntos industriales muy ricos en raederas, con presencia variable de otros ele-mentos de sustrato (denticulados o puntas de retoque simple), a los que acompañan, en menores cantidades, elementos más propios de momentos inferopaleolíti-cos (bifaces, triedros, cantos tallados, hendidores) y del posterior Paleolítico superior (raspadores, perfora-dores, buriles o elementos de dorso, entre otros). En paralelo, se producirá un cambio en la ubicación de los asentamientos, de modo que casi todos los yaci-mientos que conocemos a partir del IS4 serán bajo cueva, frente al dominio del hábitat al aire libre en la casuística expuesta en este capítulo.

2.1. Cronología absoluta del período y delimita-ción cronológica de esta fase

La delimitación cronológica del periodo descrito en este capítulo incluye un fuerte componente de dis-crecionalidad. Para el inicio de este genérico Paleolí-tico antiguo no contamos con dataciones absolutas (a excepción de las más abajo matizadas fechas de Lezetxiki). Las fechas más antiguas propuestas para el poblamiento cantábrico provienen del nivel V de Cabo Busto, se refieren, cuanto menos, al intervalo 423.000 a 300.000 BP o a los estadios isotópicos 1:1 a 9, y han sido obtenidas a partir de la interpretación geoarqueológica y de evolución de la rasa litoral en la llamada "Serie de los Cabos" (Rodríguez Asensio 2001). En todo caso, como se expondrá más adelan-te, otros registros cantábricos en yacimientos como La Garma A exterior o Irikaitz podrían corresponder quizás a cronologías relativamente paralelas. Esta-mos de acuerdo con Montes (2003) en que no se conocen motivos objetivos para descartar ocupacio-nes anteriores, puesto que las condiciones de habita-bilidad del Cantábrico están atestiguadas y en medios cercanos se conocen asentamientos más antiguos. Por otro lado, tampoco disponemos de muchos elementos

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JOSE ADOLFO RODRÍGUEZ ASENSIO Y ALVARO ARRIZABALAGA VALBUENA

Yacimiento Referencia lab. Método Soporte Fecha BP Nivel Referencia

Cabo Busto Nivel V Geoarqueolkico 423.00)/ 303.000 IS I l a 9 Rodríguez. Asensio 1996

Lezetxiki IPH-Lz 04 Alpha (Th/U) Hueso 288.í(O + 34.400 - 26000 VI, Musteriense Sanchez 1993

Lezetxiki IPH-Lz 12 Gamma (Tb/Tb) Hueso > 260.00) VII. Paleolítico Inferior? Sanchez 1993

Lezetxiki IPH-Lz 14 ESR Hueso 2340()() ± 32.(((} VI. Musteriense Sánchez 1993

Lezetxiki 1PH-Lz 05 Th230/U234 Hueso 231.0(0 + 92.000 --. 49.00) VI. Musteriense Altuna 1990

Lezetxiki IPH-Lz 15 ESR Hueso 225.00(1±40010 VII. Paleolítico inferior? Sánchez 1993

Lezetxiki lPl•1-Lz 11 Carnnta (Th/U) Hueso 200.000 + 142.((10 - 52.00() VII. Palenl ílico htlèrior? Sánchez 1993

Lezetxiki IPH-Lz 06 Gamma (ThIrh) Hueso 201.000 + 129.000 -- 58.000 VI, Musteriense Sanchez 1993

Lezetxiki IPH-Lz 03 Gamna (lb/Th) Hueso 186,íO0 + 16400 .- 61.()00 V. Musteriense Sanchez 1993

Lezetxiki IPH-Lz 07 Alpha (Th/U) Hueso 140.000 ± 6.00) VII. Paleolítico Inferior? Sánchez 1993

Lezetxiki IPH- Lz 13 ESR Hueso 130.000 ± 17.000 V. Musteriense Falgueres et al. 20)5

Lezetxiki IPH-Lz 10 Alpha (Th/U) Hueso 1 29.000 + 2400)) --- 20.0(O VII. Paleolítico inferior? Falaueres et al. 2005

Cabo Busto Nivel ll Geoarquealógico I28.000/ 1 I8.O(() IS 5e Rodríguez. Asensio 1996

Castillo 26 Gcoarqueológico 128.000/ 118.00)) 26. IS 5c Montes 2003

Lezetxiki IPH-Lz 09 Alpha (Th/U) Hueso 121.000 ± 4.000 VII. Paleolítico inferior? Falgueres et al. 2005

Lezetxiki IPH-Lz 08 Alpha (Th/U) Hueso 115.000 + 9.000 -- 8.000 VII. Paleolítico inferior'? Falgueres et al. 2005

Castillo 23 Nivel 23.2 Th/U 92.800 23. IS Sa Cabrera y Bern. de Quirós 2000

Castillo 23 Nivel 23.1 Th/U 890)0 + 11.000 --10.(00 23. IS Sa Cabrera y Bern. de Quirós 2000

El Pendo XVIII Th/U 84.(X)0 XVIII Montes y Sanguino 2((11

Lezetxiki II IPH-Lz 16 Th/U Espeleotema 74000 Estéril Falgueres et al. 2005

Cuadro 1. Dataciones disponibles para el período considerado en el capítulo.

de juicio para definir y ubicar aquellos depósitos más recientes dentro del lapso descrito, los que pertenecen a las fases finales del estadio isotópico 5. Posible-mente debido al citado desdibujamiento del tránsito entre el Achelense final y el Musteriense, no resulta sencillo fijar un límite que separe netamente las cir-cunstancias antropológicas y materiales del final del Paleolítico antiguo y del comienzo del Musteriense "clásico". Éste, por el contrario, sí parece mejor defi-nido en numerosos conjuntos, sobre todo en cueva, en el que comienza a sistematizarse la producción de úti-les líticos y la explotación, al menos cinegética, del medio cantábrico.

El conocimiento del marco cronológico para el Paleolítico antiguo resulta muy pobre en el Cantábri-co (Cuadro 1). Si dejamos al margen aquellas data-ciones que aparentemente se nos muestran aberran-tes, como es el caso de Las Gándaras de Budiño (Porriño, Pontevedra) (Aguirre 1964), sólo contamos con fechas isotópicas de diversos niveles en cueva que, además, se sitúan por debajo de otros bien data-dos del Paleolítico superior y, por ello, permiten una correlación más sencilla. Un ejemplo de ello es la cueva del Castillo (Puente Viesgo, Cantabria) (Bis-chof et al. 1992), en la que se ha conseguido una datación por el método del Uranio/Torio de 89.000+11.000/-10.000 BP en la estalactita de la base

del nivel 23, que concuerda muy bien con otra fecha de 92.800 BP para el nivel 24 lograda por Grün (Cabrera y Bernardo de Quirós 1992).

Por otra parte, las dataciones por distintos proce-dimientos para los niveles basales de la cueva de Lezetxiki (Arrasate, Gipuzkoa) (Altuna 1990), arro-jaban fechas problemáticas que se sitúan para el nivel VII entre 309.000 ± 92.000 y 303.000 ± 11.4.000 BP; para el nivel VI, las fechas propuestas son 231.000+92.000/-49.000 y 200.000+128.000/-58.000 BP y, por último, para el nivel V, 70.000 ± 9000 y 1. 86.000+164.000/-61.000 BP. Por motivos que no pueden ser expuestos en detalle en un texto de esta brevedad, hemos procedido a ampliar (Sánchez 1993). y filtrar posteriormente toda la información disponi-ble para Lezetxiki, quedándonos con las siguientes horquillas cronológicas: para el nivel VII, entre > 260.000 y 115.000 + 9.000/ -8.000 BP; el nivel VI, entre 288.000 + 34.000 /- 26.000 y 200.000 + 129.000 /- 58.000; y el nivel V, entre 186.000 + 164.000/ - 61.000 y 57.000 ± 2.000 BP (Falguères et al. 2005/2006). El contraste entre las diferentes fechas disponibles para cada nivel nos ha empujado a incluir en el Cuadro 1 algunas dataciones que reba-san el límite incluido en este capítulo. De aceptarse estas fechas, los niveles VII y VI, al menos, estarían incluidos en el estadio isotópico 6 y no sabríamos ubicar con precisión el nivel V, dada la manifiesta

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EL POBLANIENTO MÁS ANTIGUO DE LA REGIÓN: LAS OCUPACIONES PREVEAS AL IS4. 55 DESDE EL INICIO DEL POBLAMIENTO A CIRCA 80.000 BP

incompatibilidad entre las fechas propuestas. Corno se puede apreciar, se trata en su conjunto de fechas quizás excesivamente altas, que, si se tienen en cuen-ta además las horquillas de margen propuesto, toda-vía corresponderían eventualmente a momentos más antiguos. Cabe recordar que la industria, la fauna y la microfauna de los niveles V y VI, cuanto menos, vie-ne siendo adjudicada al Pleistoceno superior desde la conclusión de la excavación, concretamente al Mus-teriense. El replanteamiento general de la estratigra-fía y cronología de Lezetxiki, que viene siendo aco-metido por uno de nosotros, apunta en la dirección de que sólo el nivel VII de Lezetxiki podría correspon-der a un momento Eemiense o adentrarse en el Pleis-toceno medio. En todo caso, en colaboración con C. Falguéres, del Laboratorio de Geocronología del Ins-titut de Paléontologie Humaine del C.N.R.S., que efectuó las mencionadas fechas, venimos seleccio-nando en nuestra nueva excavación soportes más ade-cuados para efectuar dataciones que los restos óseos empleados en su día, con el fin de repetir y contrastar aquellas dataciones (Falguéres et al. 2005/2006).

Continuando con las más recientes aportaciones al marco abordado en este trabajo, conviene mencionar la datación de 84.000 años obtenida por Montes y Sangui-no para la base de la secuencia de El Pendo (Escobedo de Camargo, Cantabria), datación que es cuestionada por los propios autores de la revisión del yacimiento (Montes y Sanguino 2001). En efecto, la conclusión genérica de este trabajo insiste en que la secuencia estratigráfica de El Pendo está, al menos en el área de la cueva excavada y publicada, en posición derivada, presenta aparentes interestratificaciones y carece de la imprescindible coherencia para ser valorada.

El resto de las cronologías o intentos de hacerlas, se basan en estudios geológicos, bien sedimentológi-cos, bien del empleo de la clásica secuencia glacial, aplicados a algunos pequeños sistemas de terrazas o a los distintos niveles de la rasa intermareal. Falta otro tipo de estudios y métodos geocronológicos (ESR, TL, Th/U, OSL, Paleomagnetismo) que puedan con-firmar, ajustar o simplemente desechar estas aproxi-maciones. Tampoco el intento de diseñar una secuen-cia cronológica fiable nos resulta nada fácil, vistos los datos de que se dispone.

2.2. Medio ambiente. Paleobotánica, Arqueozoolo-gîa y Paleoclimatologîa

Debido a diversas circunstancias de la investiga-ción, tan sólo disponemos de una información relati-va y fragmentaria respecto a la reconstrucción del medio ambiente en el que se desenvuelven los prime-ros pobladores del Cantábrico. Resulta fácil de com-

prender que, careciendo prácticamente de estratigra-fías datadas, persistiendo las dudas sobre algunas de las pocas datadas y faltando en muchos casos las ana-líticas arqueozoológicas, arqueobotánicas o sedimen-tológicas sobre los materiales obtenidos en aquellas, estarnos transfiriendo la responsabilidad de esta reconstrucción a los depósitos no arqueológicos y a especialistas (geólogos, edafólogos, paleontólogos, cuaternaristas) distintos de nosotros mismos. La des-conexión entre la Arqueología y el resto de las disci-plinas empleadas en la reconstrucción del Cuaterna-rio resulta tanto más visible cuanto más nos alejamos del Holoceno, motivo por el cual suele resultar com-plicado compatibilizar criterios metodológicos, inte-reses científicos e incluso, medios de divulgación entre arqueólogos y geólogos o paleontólogos. Salvo algunas excepciones, el discurso de la secuencia edá-fica regional o la evolución de la línea costera se vie-nen construyendo de modo paralelo e independiente al de la distribución de los asentamientos humanos en el mismo medio geográfico. Resulta también conve-niente recordar que el Cuaternario no resulta el ámbi-to de investigación más atractivo para la Geología (del mismo modo que tampoco se cuentan por doce-nas los prehistoriadores interesados por el conoci-miento del Paleolítico inferior cantábrico).

Esta circunstancia opera conjuntamente con otra, que amplifica su efecto: la mala conservaciôn de dife- rentes registros paleoambientales en muchos yaci- mientos arqueológicos de este periodo. Conocemos muy pocos sitios en posición primaria en la Cornisa Cantábrica, correspondiendo más del 80 % de los hallazgos a yacimientos derivados, carentes de con-texto susceptible de análisis. Entre aquellos, muy pocos han sido excavados en una superficie relativa-mente representativa (Cabo Busto, Bañugues, El Cas-tillo, La Verde, Lezetxiki, Irikaitz). Los restos arqueozoológicos (y antropológicos) no suelen con-servarse en los depósitos arqueológicos al aire libre, motivo por el cual nuestra información de este regis-tro en el Cantábrico se limita a los sitios en cueva de El Castillo y Lezetxiki. Por motivos diferentes, las disciplinas arqueobotánicas sólo han ofrecido por el momento información para los sitios vascos de Leze-txiki e Irikaitz. Finalmente, en ausencia de soporte geocronológico y de las restantes analíticas, los estu-dios sedimentológicos (que sí han sido aplicados de modo sistemático en todos los yacimientos excava-dos) permiten describir las circunstancias ambienta-les bajo las que se han depositado los sedimentos, pero no pueden ubicar los niveles dentro de una sis-temática regional completa.

Comenzando con la información arqueozoológi-ca, en tanto no sean publicados los prometedores

KOBIE (Serie Anejos n.° 8). año 2004. Las sociedades del Paleolítico en la región cantâbrica

56 JOSÉ ADOLFO RODRIGUEZ ASENSIO Y ALVARO ARRIZABALAGA VALBUENA

Figura I. Vista del área de excavación de La Garma A exterior.

resultados del complejo exterior de La Garrna A (Fig. 1), en el que se han recuperado numerosos res-tos de Elephas antiguos, Dicerorhirurs kirchbergen-sis o Panthera sp. (Arias et al. 2003) y, dejando a un lado aquellos depósitos no antrôpicos por su difícil correlación con los sitios arqueológicos, práctica-mente tenernos restringida la información publicada a Lezetxiki (Altuna 1972) y a las antiguas excavacio-nes de El Castillo (Cabrera 1984; Klein y Cruz-Uri-be 1994). En ambos casos encontramos similares dificultades para discriminar en el conjunto de restos de fauna aquellos huesos aportados por los seres humanos, como fruto de su actividad cinegética, y por otros carnívoros como el oso. Aunque, a excep-ción del oso, la representación de huesos de carnívo-ros no sea numerosa, existen otros indicios en ambas series (presencia de coprolitos, indicios de mordedu-ras y corrosión sobre los restos, patrones de repre-sentación anatómica) que obligan a valorar los con-

juntos como fruto de ambos vectores de aporte. Más allá de esta alternancia en el empleo de las cuevas del Castillo y Lezetxiki como cubil de carnívoros y asentamiento humano, disponemos de alguna lectura de índole cronológica relativa al nivel VII de Leze-txiki (la presencia de Ursus spelaeus cleningeri per-mite suponer una cronología del Pleistoceno medio para este nivel). Desde el punto de vista ambiental, la relativa abundancia de ciervo (seguida de los gran-des bóvidos y caballos) en ambas secuencias y la atonía del resto de la serie, apenas permiten hacer consideraciones. Grandes bóvidos y caballos son exponentes de medios algo más abiertos y esteparios que los ciervos, y están casi ausentes los elementos indicadores de ambientes verdaderamente fríos. En este sentido, existe cierta controversia relativa a unos supuestos restos de reno recuperados en la excava-ción clásica dentro del nivel 26 de la Cueva del Cas-tillo, que algunos autores no aceptan (Klein y Cruz-Uribe 1994). Por el contrario, la presencia de taxones corno corzo, jabalí o rinoceronte de piel desnuda en ambas cuevas parece testimoniar que sus niveles basales se depositan en unas circunstancias ambien-tales de tono templado.

Tampoco la información arqueobotánica disponi-ble para este periodo resulta determinante, sobre todo considerando las reservas relacionadas con la geocro-nología de Lezetxiki, ya suficientemente expuestas, y el hecho de que la autora del primer análisis polínico (Sánchez 1993) vinculara estrechamente las zonas polínicas descritas con aquellas fechas tan altas. En un artículo reciente (Arrizabalaga et al. 2004) uno de nosotros hace un somero repaso sobre el estado de la cuestión resultante de contrastar la información de la excavación antigua de Lezetxiki y nuestra propia investigación, circunstancia que ha aconsejado repe-tir todas las analíticas y volver a contrastarlas con la estratigrafía y las nuevas dataciones (Fig. 2). Desde una perspectiva geocronológica conviene recordar que preferimos mantener la prudencia hacia Las fechas en su día formuladas, ubicando el nivel IV en un Musteriense final, con rasgos de transición hacia el Paleolítico superior, los niveles V y VI en sendas fases de ocupación musteriense del abrigo, aún den-tro del Pleistoceno superior y los estadios isotópicos 3, 4 y quizás, 5. Sólo consideramos probable una ads-cripción al Pleistoceno medio para los niveles VII y VIII de Lezetxiki. Aunque estamos en desacuerdo con la propuesta cronológica que Sánchez hizo deri-var de su análisis (cuya zona polínica c3, asociada a los subniveles arqueológicos IVa y IVb debería ser ya anterior al 70.000 BP), la reconstrucción ambiental efectuada parece correcta. En ella, las zonas polínicas a y c representan formaciones forestales con presen-cia de abundantes caducifolios (incluyendo pólenes

KOBIE (Serie Anejos n." 8), año 2004, Las sociedades del Paleolítico en la región cantábrica

EL POBLAMIENTO MÁS ANTIGUO DE LA REGIÓN: LAS OCUPACIONES PREVIAS AL IS4. 57 DESDE EL INICIO DEL POBLAMIENTO A CIRCA 80.000 BP

Figura 3. Irikaitz, sondeo Geltoki. Área de trabajo en la campaña de 2002.

Figura 2. Investigaciones recientes en Lezetxiki. Vista de los trabajos de excavación en el perfil Sur.

de castaño). En medio, la zona polínica b representa un paisaje abierto, de degradación de las circunstan-cias climáticas.

El otro depósito que ha proporcionado informa-ciones arqueobotánicas para este marco cronológico y geográfico es el de Irikaitz (Zestoa, Gipuzkoa) (Fig. 3). En este depósito al aire libre, que se viene

excavando desde 1998, no disponemos de informa-cion arqueozoológica, aunque sí de un correcto registro polínico y antracológico, e incluso algunos datos carpológicos. El registro del polen y el carbón (Arrizabalaga et al. 2003) resultan altamente cohe-rentes en Irikaitz, revelando que las ocupaciones humanas durante el Paleolítico inferior tienen lugar en un medio templado y húmedo, probablemente interglaciar (lo cual resulta lógico en una comarca con abundantes cavidades, que se ocuparían alterna-tivamente durante los recrudecimientos climáticos). La cobertura arbórea está dominada por un bosque caducifolio mixto, en el que destacan el roble y el avellano, enriquecido además por un bosque de ribera (aliso, fresno, etc.) y otros taxones caracterís-ticos de momentos interglaciares, como el carpe.

3. EL PRIMER POBLAMIENTO DEL CANTÁBRICO

La cordillera cantábrica ha sido (al menos en sus tramos occidental y central) y desgraciadamente sigue siéndolo hoy, una barrera cuyo paso se encuen-tra lleno de dificultades, por lo que en estas lejanas etapas paleolíticas el norte peninsular se muestra con algunas características peculiares y, en cierta medida, diferentes al resto de la Península. Lo que no quiere decir que el Paleolítico de esta zona no sea homolo-gable al del resto de la Península ibérica y Europa occidental, idea que debe ser descartada, tal como indican Cano et al. (1999a, 1999b) al referirse a los estudios de la secuencia paleolítica en Galicia. La distribución espacial de los yacimientos, y los pasos naturales que unen estas zonas entre sí, se pueden deducir del mapa que presentarnos para la distribu-ción de yacimientos (Fig. 4).

Diferentes autores se han ocupado en distintos momentos y, por tanto, con datos diversos de la investigación prehistórica de este tema, y hoy se

cuenta con diversas síntesis acerca del pri-mer poblamiento peninsular válidas para tener una idea global de esta cuestión. Una de las más completas (González Echegaray y Freeman 1998) puede entenderse, ade-más, como un catálogo en el que se encuentra la mayoría de los sitios que han aportado restos paleolíticos de estas épo-cas, que estos autores diferencian entre Paleolítico inferior y medio, a la manera clásica. El mapa logrado con la distribu-ción de estos yacimientos nos sitúa ante un poblamiento humano importante que ocu-pa prácticamente la totalidad de la Cornisa Cantábrica, centrándose, corno es lógico, en algunos puntos concretos, dejando a la

KOBIE (Serie Anejos n.° 8). año 2004. Las sociedades del Paleolítico en la región cantübrica

ouselas Cabo Busto añugues Viesques

Alrededores de Altamira Cuchla

La Verde

Jaizkibel

Altitud en metros

a 400 1000

G 50 100

kilómetros

t

58 JOSÉ ADOLFO RODRÍGUEZ ASENSIO Y ALVARO ARRIZABALAGA VALBUENA

MAR CANTÁBRICO

Figura 4. Localización de los principales yacimientos citados en el texto.

luz manchas de dispersión que coinciden grosso modo con las zonas en las que los factores medioam-bientales son más favorables a este asentamiento. Recordemos, en la misma línea, las palabras de Gon-zález Echegaray y Freeman (1998): "... Algunos pre-historiadores justifican el estudio conrpa atino de los sistemas culturales desaparecidos COMO tul niedio de descubrir las leves generales que gobiernan el com-portamiento cultural y su evolución. Pero, aparte de leves triviales o tautológicas ninguna puede ser defi-nida...".

3.1. Valoración de la validez del marco empleado. Patrones y vías de poblamiento

El modelo de región que viene siendo aplicado de modo sistemático en los estudios prehistóricos para el medio cantábrico es el de corredor. Con frecuencia, se recurre incluso a la expresión "corredor cantábri-co" para referirnos a una banda geográfica alargada (más de quinientos kilómetros) y estrecha (no más de 40 kilómetros, hasta la divisoria de aguas), orientada de oeste a este y bien acotada por el norte (mar Can-tábrico) y sur (Cordillera Cantábrica). Más difusos resultan los límites occidental y oriental, corno puede comprobarse en cualquier síntesis que se consulte. Cabe recordar aquí que en Prehistoria se trata a la Cornisa Cantábrica como una "región natural" (las que vienen determinadas por una concreta configura-ción del medio físico), y que el empleo de éstas vie-ne decayendo en Geografía debido precisamente a sus dificultades de delimitación: cuando valoramos distintos factores, las fronteras que traza cada uno de

ellos son, normalmente, diferentes (Arrizabalaga, en prensa). En este sentido, resulta frecuente emplear los cauces de los ríos (Eo o Nalón, por el extremo occi-dental; Bidasoa o Adour, por el oriental) para fijar fronteras más "naturales" que las que establecen los actuales límites administrativos. En consecuencia, los territorios de Galicia y del País Vasco continental o francés se emplean —o no— alternativamente en la construcción descriptiva del discurso arqueológico. También debido al desdibujamiento de la línea divi-soria de aguas en los extremos occidental y oriental del Cantábrico, resulta frecuente (de hecho, en la exposición que sigue actuamos del mismo modo) que se incluyan territorios extracantábricos vecinos. Por dos motivos muy diferentes (la acentuada continenta-lidad del conjunto de Galicia y las bajas altitudes a las que resulta viable traspasar la divisoria de aguas en el País Vasco), la delimitación del Cantábrico sólo resulta relativamente sencilla en los actuales territo-rios de Asturias y Cantabria (este último, sobre todo, en su porción occidental).

La delimitación de la región a estudiar carecería de relevancia si sólo se empleara dentro de un discurso descriptivo, en el que asumimos que todos los límites que podamos fijar resultan convencionales y ajenos al comportamiento humano prehistórico. El verdadero problema consiste en establecer fronteras donde qui-zás no las haya habido, en momentos en los que se producen fenómenos de poblamiento humano de las regiones, según determinados vectores que pudieran estar determinados por aquellas fronteras. En otras palabras, ¿podemos extrapolar el modelo de "corredor

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EL POBLAMIENTO MÁS ANTIGUO DE LA REGIÓN: LAS OCUPACIONES PREVIAS AL 1S4. 59 DESDE EL IMCOO DEL POBLAMIENTO A CIRCA 80.000 BP

cantábrico" al patrón de poblamiento de la región?. Si esto fuera así, a la vista del desconocimiento del :Mus-teriense en Galicia, habría que suponer que las pobla-ciones neandertales penetraron en el Cantábrico sólo desde el sudoeste francés y se distribuyeron en un gra-diente de este a oeste por sus asentamientos vascos, cántabros y asturianos. Y desechar en paralelo la posi-bilidad de que existieran flujos de población que pene-traran en el Cantábrico desde el Alto Valle del Ebro, la Meseta norte o la franja litoral del norte de Portugal y Galicia, opciones que parecen razonables y que cuen-tan con defensores en la colectividad científica. Y otro tanto cabría decir de las poblaciones que les precedie-ron (al menos, del tipo Homo heidelbergensis) y les siguieron (los humanos modernos). Realmente, consi-deramos muy probable que esta visión restrictiva de las vías de poblamiento sólo sea válida para aquella porción del Cantábrico (Asturias y sector occidental y central de Cantabria) en la que existe una verdadera frontera altitudinal, con cotas casi insalvables durante el Pleistoceno. Por contra, tanto en su extremo occi-dental, como, sobre todo, oriental (la Depresión Vas-co-Cantábrica), resulta difícil de mantener un modelo de región cerrada y el propio registro arqueológico nos indica reiteradamente que existían movimientos de población con las regiones vecinas, sobre todo a partir del Musteriense. A modo de ejemplo, podemos señalar que en un radio de menos de diez kilómetros en el límite de las provincias de Álava, Gipuzkoa y Bizkaia, se localizan tres importantes yacimientos musterienses en cueva (Arrillor, Lezetxiki y Axlor) con secuencias dilatadas y ningún elemento distintivo de su carácter "cantábrico" o "mediterráneo".

Una propuesta que hilvanamos someramente a modo de hipótesis de trabajo, únicamente válida para la Cornisa Cantábrica y, también, conviene recordar-lo, desde una visión clásica del estudio prehistórico, vendría marcada por las siguientes características:

El primer poblamiento, aun de difícil determina-ción cronológica, parece situarse en el Pleistoceno medio, sin poder especificarse fechas de cronología absoluta, que sería la época de la llegada más antigua a estas tierras de grupos humanos. De momento, sus restos arqueológicos se reducen a indicios de indus-trias que, al ser muy escasas, no pueden ser definidas con exactitud. Los restos se encuentran en Galicia, en las terrazas del Miño y en Asturias en Cabo Busto, junto a otros indicios en las terrazas altas del río Nalón, por lo que parece que la llegada o penetración a la Cornisa Cantábrica por el occidente pudiera encontrar en estos hechos algún punto de apoyo, aun-que, como es lógico, faltan datos para poder afirmar-lo de una manera fehaciente. En el otro extremo de la cornisa nos encontramos con las altas fechas del yaci-

miento de Lezetxiki, que ya hemos comentado, pero que se encuentran en niveles arqueológicos, con industrias y con restos humanos, no acordes con ellas; por lo que parece que la precaución ante ellas debe ser algo más que lógica cautela.

A continuación, pudiera ser que, sin una clara sucesión de poblamiento, existiera una población achelense amplia y que ésta evolucionara interna-mente en sus industrias, especializándose en determi-nados medios ambientes y, sobre todo y de manera fundamental, dependiendo de la materia prima utili-zada para la realización de los instrumentos, por lo que diferenciar internamente facies en el Achelense superior, puede limitarse a una simple cuestión indus-trial y pertenecer al mismo gran período cronológico. Su llegada a la cornisa pudo haberse dado indistinta-mente por el occidente y por el oriente y su expansión debió de ser rápida, de manera que aprovechando la relativa bonanza climática del último interglaciar (Eemiense), ocuparía prácticamente todas las tierras norteñas. Estos dos poblamientos, separados por varios cientos de miles de años, no se pueden unir, al menos de momento, pues faltan los hallazgos arqueo-lógicos que lo posibiliten. Es posible que el primero fuese solamente esporádico y no cuajase. Sólo los futuros trabajos arqueológicos, si vienen premiados con los deseados hallazgos, despejarán estas incógni-tas.

Esta misma población achelense irá evolucionan-do y adquiriendo características propias y personales de la zona cantábrica que la individualizan, en cierto modo, de otras zonas, y que podemos rastrear, sobre todo, en la industria. Es lo que llamamos Achelense superior, al que podríamos añadir el calificativo de cantábrico o, si se prefiere continuar con las denomi-naciones clásicas, meridional. Por último, esta base del Achelense cantábrico, condicionada por las características propias del nuevo medio ambiente del comienzo de la última glaciación, será el sustrato sobre el que se forme el llamado Musteriense cantá-brico, en el que, como ya hemos comentado, algunos autores pretenden ver una relativa continuidad en las facies que se han identificado y que parecen respon-der a especializaciones y adaptaciones en diferentes zonas, sitios y yacimientos. Sólo la llegada de las "culturas" del Paleolítico superior y del Homo sapiens acabará con este continuum que podemos seguir desde el Pleistoceno medio.

3.2. El protagonista humano del proceso

Los restos antropológicos asignables al marco cronológico comprendido en este capítulo son —por decirlo discretamente— escasos y aún están pendien-

KOBIE (Serie Anejos n.° 8), año 2004. Las sociedades del Paleolítico en la región cantábrica

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3.1

61)

JOSE ADOLFO RODRÍGUEZ ASENSIO Y ALVARO ARRIZABALAGA VALBUENA

Figura 5. Lezetxiki. Húmero humano de la cueva de Leibar.

tes de ciertas verificaciones estratigráficas. A fecha de hoy, descartados por su datación cercana a los 40.000 años BP (Fortea et al. 2003) los restos huma-nos de la Cueva del Sidrón y pendientes de datación directa muchos de los restos neandertales conocidos en el medio cantábrico, apenas resta para esta exposi-ción uno de los fósiles de Lezetxiki (Fig. 5). Se trata, concretamente, del húmero humano recuperado en la base de la estratigrafía durante las excavaciones diri-gidas por J.M. de Barandiarán, y que fuera asignado por quien publicó el resto en primera instancia a un ser "premusteriense" (Basabe 1966). La ausencia de materiales de contextualización en el propio nivel VIII de Lezetxiki condujo a una cierta especulación acerca de la adscripción filética a realizar para este fósil, entre la categoría de neandertal, anteneandertal y, más recientemente, Homo heidelbergensis (sobre todo, a partir de su comparación con el registro de la Sima de los Huesos de Atapuerca). El pro-pio Basabe pareció siempre más inclinado a incluir el húmero de Lezetxiki entre espe-cies anteriores al neandertal, o entre las variantes más antiguas de éste, cuanto menos (Basabe 1983). Excavaciones recientes de uno de nosotros (Arrizabalaga, desde 1996 hasta la fecha) han permitido replantear la vinculación estratigráfica del húmero de Lezetxiki con la secuencia prin-cipal del yacimiento (lo cual independiza el debate sobre la antigüedad del resto del de las fechas obtenidas para su nivel VII), al tiempo que lo refieren a un locus secunda-rio que se viene denominando como Leze-txiki II, para el que ya se dispone al menos de una datación de 74.000 años BP (Falgué-res et al. 2005/2006), por debajo de la cual

referencia estratigráfica del húmero para, una vez dotado de un contexto claro, estudiar éste desde todas las perspectivas posibles, aunque lo que hasta hoy dïa sabemos apunta hacia una cronología de finales del Riss o del IS 6 para este resto.

Se han citado otros restos humanos adjudicados a neandertales en el ámbito cantábrico (o inmediatos) que podrían corresponder al periodo en estudio. Se trata en general de piezas dentarias (cuevas de Arri-llor o Lezetxiki, por ejemplo) y, más raramente, otros restos humanos como maxilares, mandíbulas o hue-sos largos (El Castillo o Axlor). Aquellos fósiles que pueden ser datados o ya lo han sido parecen corres-ponder a momentos muy avanzados o finales del Musteriense, y en algún caso incluso (los restos ubi-cados en la base del nivel III de Lezetxiki) podrían contextualizarse en ocupaciones con industria com-patible con el inicio del Paleolítico superior. Por este motivo, no entran en el ámbito cronológico a incluir en este capítulo y sí lo serán, por el contrario, en el contexto de los dos siguientes.

3.3. Tipología de los asentamientos. Territoriali-dad y ocupación del territorio. Principales depósi-tos arqueológicos del período

Queremos detenernos, aunque sea mínimamente, en los yacimientos, en sus características y en la dis-tribución espacial de los mismos en la Cornisa Can-tábrica. Abordarnos una síntesis de los trabajos par-ciales realizados en las diferentes regiones adminis-trativas que conforman la Cornisa Cantábrica. Es cierto que los planteamientos científicos y la metodo-logía de estudio han sido diferentes y, por tanto, los resultados están muy condicionados, pero con los datos existentes hoy ya se pueden extraer determina-

estaría ubicado el citado fósil. En definitiva, esperamos poder clarificar la verdadera

Figura 6. Cabo Busto. Vista de los trabajos de excavación.

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EL POBLAMIENTO MÁS ANTIGUO DE LA REGIÓN: LAS OCUPACIONES PREVIAS AL IS4. 6I DESDE EL INICIO DEL POBLAMIENTO A CIRCA 80.00() BP

das conclusiones para esta época y en esta región. Naturalmente, nada más lejos de nuestro interés que el considerar estas conclusiones como definitivas. Se trata, simplemente, de un intento de síntesis con los datos de que se dispone en la actualidad, que, además, son de valor muy diferente entre sí y, algunos de los cuales deben someterse a fuertes revisiones.

La Cornisa Cantábrica recibe sus primeros pobla-dores en épocas antiguas del Paleolítico como lo demuestran los restos del nivel V del yacimiento astu-riano de Cabo Busto (Fig. 6). Aunque no se han defi-nido estratigrafías con niveles similares, ponemos en relación con este nivel los restos de las terrazas fluvia-les más altas del también asturiano río Nalón, en su cauce medio y bajo. En estos sitios se han rescatado instrumentos líticos de características tecnotipológi-cas similares. Esto nos demuestra que el primer pobla-miento humano que hemos situado entre 300.000 y 500.000 años no lo es de manera casual, sino que se encuentra bien reseñado. Con estas fechas o parecidas, que puedan ser homologadas más o menos, sólo encontramos los recientes datos de materiales asocia-dos a terrazas fluviales del río Miño (Cano Pan et al. 1997, 1999a, 1999b), faltando completamente en el

Ú resto de la Cornisa Cantábrica. Únicamente, las fechas apuntadas en la cueva de Lezetxiki que se han estima-do cercanas a 300.000 nos hace mirar al otro extremo, el oriental del área cantábrica.

El resto de los yacimientos y de materiales sueltos estudiados o simplemente citados en el norte peninsu-lar son más modernos y, aunque las denominaciones de las clasificaciones culturales son diferentes, pues se deben enmarcar en las modas y modos del momen-to de estudio de los mismos, se puede decir, a modo de síntesis, que existe un lapso de tiempo muy difícil de rellenar cronológicamente con restos materiales o con yacimientos. Parece indiscutible que, a partir del Eemiense (ISO 5e) o último interglaciar, a partir de fechas de 130.000, toda la Cornisa Cantábrica se encuentra ampliamente poblada por unos grupos que simplificarnos bajo el nombre de achelenses, en sus estadios superiores o finales y cuyos asentamientos detallamos básicamente en otra parte de este trabajo. En práctica ausencia de dataciones absolutas o de cri-terios arqueológicos para discriminar las ocupaciones de los grupos del final. del Achelense y del más anti-guo Musteriense, resulta difícil ir más lejos de lo que se expone en las siguientes líneas para el marco can-tábrico y hasta la expansión de las clásicas ocupacio-nes musterienses, en cueva o al aire libre.

En la Fig. 4 se aprecia la distribución de los yaci-mientos, que se sitúan ampliamente extendidos desde los 800 In de altitud que hemos definido como límite

por encima del cual no encontramos, habitualmente, restos de estas épocas, y que en las épocas siguientes a comienzos de la glaciación würmiense serán espa-cios difícilmente habitables. En el resto de las zonas encontramos yacimientos en todas partes y allí donde no aparecen en nuestro mapa y pudiera interpretarse como espacios vacíos, la explicación que damos, mientras no se demuestre lo contrario, es que se trata de zonas en las que no se han realizado prospecciones detenidas. No hay ninguna otra razón que explique estos aparentes vacíos que, estamos seguros, sólo lo son momentáneamente.

Comenzamos nuestra exposición hacia el occi-dente de la región cantábrica, es decir, hacia Galicia. Meireles (Meireles 1994, Senin 1995, 1996) retrasa la cronología del Paleolítico inferior más antiguo en el litoral norte de Portugal hasta el penúltimo inter-glaciar, lo que lleva a Vázquez Varela (Vázquez Varela 1973, 1975, 1995; Vázquez Varela y Cano 1987) a adoptar una prudente postura de espera a nuevas prospecciones que vayan rellenando las lagu-nas existentes en la investigación actual. En el inte-rior de Galicia, en las terrazas del Miño, se han loca-lizado industrias achelenses como es el caso de Chan do Cereixo, Gondomar, en Pontevedra (Garrido 1978) que ha dado una industria similar a la de Lou-selas (Asturias). En los alrededores de Orense se citan y se han excavado San Ciprián das Lás y Pazos, en San Ciprián das Viñas y A Piteira (Rodríguez Gracia 1976; Cano 1991, 1993; Cano et al. 1991, 1997, 1999a, 1999b). También conocemos diversos hallazgos en la provincia de Lugo (Ramil Soneira y Vázquez Varela 1976).

El yacimiento de Budiño en Porriño (Pontevedra), se nos muestra como el más completo, a pesar de la polémica suscitada, hasta el momento presente, refe-rente a su incierta cronología desde su inicial atribu-ción al Achelense medio (Nonn 1967) o superior (Aguirre 1964), atribución cultural ésta, reforzada por los estudios tipológicos (Echaide 1971), hasta su cro-nología en el Würm avanzado (Butzer y Aguirre 1964; Butzer 1967). Las modernas excavaciones (Vidal 1982a, 1982b, 1983; Tixier y Vidal 1981) ponen de manifiesto la existencia de industrias ache-lenses, además de musterienses, por lo que, de esta manera, se entenderían bien las cronologías propues-tas, desde el Riss hasta el Würm. Recientemente se realiza un estudio de este yacimiento con el análisis de los principales problemas que entraña, en el que se aceptan también las cronologías propuestas por Vidal (Cerqueiro Landín 1993, 1996).

En Asturias, uno de nosotros (Rodríguez Asensio 1983b) ya había definido dos grandes zonas del

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62 JOSÉ ADOLFO RODRÍGUEZ ASENSIO Y ALVARO ARRIZABALAGA VALBUENA

poblamiento paleolítico, a saber, la Rasa litoral cantá-brica y las terrazas fluviales de los principales ríos, sobre todo en sus cursos medios que coinciden con la zona central de la región. Hoy mantenemos, en térmi-nos generales, esta distribución aunque lo que apare-cía con matices en aquella dispersión, hoy se fortale-ce más y vemos que toda la costa se encuentra plaga-da de yacimientos, aunque la plataforma lisa que apa-rece en el occidente es más fácil de prospectar y, por eso, en ella se contabilizan más sitios con restos líti-cos. En el resto de las zonas costeras, hacia el oriente donde no se define tan nítidamente esta plataforma, también se encuentran los buscados vestigios. El inte-rior de la región, asimismo, se va rellenando de loca-lizaciones y los cursos de agua secundarios tributa-rios de los principales valles interiores y zonas de pri-vilegiada orientación van poco a poco permitiendo que nos acerquemos a su registro. Recientemente, hemos realizado un intento de ordenación de los res-tos arqueolôgicos encontrados eri Asturias (Rodrí-guez Asensio 2004). Reproducimos a continuación alguna de las conclusiones expuestas en el citado tra-bajo. Seguramente, en los primeros momentos del poblamiento en Asturias la ordenación del espacio haya sido anárquica y por acumulación (Gamble 1990), sin que se haya producido en torno a sitios fijos como sucederá más tarde. El reto y la dificultad estriban en poder analizar este aparente caos y aplicar esta idea de los territorios a las más antiguas etapas del Paleolítico. Los movimientos de los grupos humanos, por muy aleatorios y desordenados que puedan parecer, siempre estarán sujetos a las circuns-tancias marcadas por los grupos animales cuyos vai-venes estacionales están muy bien definidos y segu-ramente marcan de forma bastante rígida los despla-zamientos humanos, pues la dependencia entre ambos es indiscutible.

No conviene olvidar que estamos hablando de un lapso de tiempo que grosso ¡nodo abarcaría desde 127.000 hasta 40.000 BP, si se acepta la continuidad del poblamiento y de las industrias hasta la llegada del Hombre moderno al norte peninsular, tal como hemos expuesto recientemente para el caso de Astu-rias (Rodríguez Asensio 1989, 1990, 2002). Dejamos aparte, como es lógico, los hallazgos del Pleistoceno medio aparecidos en Cabo Busto, de mayor antigüe-dad y que al ser los únicos encontrados, de momento, en esta región no pueden ser valorados en el sentido que estamos proponiendo.

En el caso de Asturias ya se dispone, en estos momentos, de una cantidad importante de hallazgos y su repartición geográfica nos ha permitido establecer áreas de mayor concentración que hemos de interpre-tar. Ya desde las primeras síntesis, uno de nosotros

definió como zonas de máxima concentración y desa-rrollo, gracias a los restos encontrados, por una parte la Rasa litoral cantábrica y sus zonas colindantes en la costa y, por otra, las terrazas fluviales de los prin-cipales ríos del centro de la región, donde se desarro-llan sus cursos medios (Rodríguez Asensio 1983b). Muy lejos de esta situación se encuentran los territo-rios de Cantabria o Galicia, y aún en peores condicio-nes, el registro vasco, para los que sería todavía impensable abordar un estudio como el que se esbo-za para Asturias en los siguientes párrafos. Desde la parte más occidental de la región asturiana citaremos los siguientes "territorios":

Louselas. Aunque se encuentra en la vecina región de Galicia, en el municipio de Ribadeo, a muy pocos centenares de metros de la ría del Eo, su área de influencia se desplegaría también por tierras astu-rianas. El territorio que proponemos y que estaría bajo la influencia de este yacimiento de Louselas se extendería por los alrededores de la desembocadura del río Eo en ambas orillas. (Rodríguez Asensio 1983b; 1997; 2002; Rodríguez Asensio et al. 1998, 1999), aunque aquí nos limitamos a citar los hallaz-gos de la zona asturiana.

Hallazgos cercanos y de materiales sueltos se han producido en Arnao, Villadún, Salamir y Serantes. Los encontrados en Salave, Cornayo y Silva están más alejados del curso fluvial del Eo pero, segura-mente, en la misma área de influencia humana y pró-ximos a otro punto de referencia importante como es el río Porcia. Quizás ambos cursos fluviales, que son los más importantes de la zona, sean integrantes de un territorio en el que el mismo grupo humano desarro-116 sus actividades, de forma que aunque no deban ser entendidos como fronteras rígidas, sí los interpreta-mos como puntos de referencia medioambiental necesarios para el desarrollo humano. Entre los ríos Eo y Porcía media una distancia de unos 14 kilóme-tros que marcaría los límites mayores de un territorio de unos 56 kilómetros cuadrados, ya que no hay más de 4 kilómetros desde la costa hasta el inicio de las estribaciones al final de la Rasa en su parte sur. Esta extensión resulta abarcable antrópicamente. La Rasa litoral le confiere unas características sin grandes dificultades de desplazamiento y de una relativa comodidad en el desarrollo de las actividades preda-ton as.

Cabo Busto. Es el yacimiento más y mejor defini-do de Asturias de esta época del Paleolítico antiguo, ya que en él hemos realizado excavaciones arqueoló-gicas y hemos podido definir una estratigrafía (Rodrí- guez Asensio 1976,. 1983b, 1996b, 1995, 1998, 1999,. 2001; Rodríguez Asensio et al. 1998). En lo referente

KOBIE (Serie Anejos n.° 8), año 2004. Las sociedades del Paleolítico en la región cantábrica

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al terna que nos ocupa aquí de los territorios, se dan todas las características definitorias ya que es un emplazamiento situado en una zona abierta de la Rasa litoral, de fácil movilidad y cercano a un río, el Esva o Canero. Es de similares características al territorio de Louselas que hemos citado en el caso anterior. Aunque hemos incluido a los dos en nuestro esquema cronológico y cultural como pertenecientes al Ache-lense superior y desarrollados en el último intergla-cial, con toda seguridad existen diferencias notables entre ellos que hoy por hoy nos resultan imposibles de precisar. Las prospecciones realizadas con una cierta intensidad en la zona de Cabo Busto han permitido recoger indicios de actividad humana de esta época en varios lugares, de manera que el territorio se nos muestra muy bien definido debido a los hallazgos de los materiales líticos en Santa Marina, Tablizo, Ribón, Cadavedo, Querúas, Ricante, Caroyas, Barcia y Setie-nes. Más alejado, aunque en el mismo valle del río Esva que imprime personalidad a este territorio, den-tro del valle de Paredes se ha hecho otro hallazgo ais-lado que marcaría una extensión aguas arriba del río.

Hacia el occidente, unos kilómetros antes, en la rasa de San Martín, también en las cercanías de un río, en este caso el río Negro, hemos podido definir un yacimiento que, aunque no ha sido objeto de excava-ciones, sí hemos realizado en él una intensa labor de prospección superficial pudiendo determinar una área de yacimiento (Rodríguez Asensio 2001, 2004; Rodrí-guez Asensio et al. 1998). Proponemos, por tanto, un territorio que se desarrollaría desde las inmediaciones del río Negro hasta las inmediaciones del río Esva, de unos 12 kilómetros en el que se entendería un fácil desarrollo de las actividades humanas.

Tanto en el caso de Louselas, como en este de Cabo Busto y sus áreas de influencia, la limitación territorial hacia el interior viene marcada por el pro-pio desarrollo de la planicie litoral, de manera que los hallazgos encontrados, siempre lo han sido en zonas anteriores a las estribaciones montañosas que marcan el límite sur de esta formación. El límite norte se encuentra fijado por el mar, aunque pudo haber exis-tido durante la época que nos ocupa mayor espacio terrestre que el actual, debido a las regresiones mari-nas que parecen sucederse durante los estadios isotó-picos fríos.

Bañugues. Es el yacimiento más clásico del Paleolítico antiguo en Asturias por ser el más antiguo estudiado y uno de los más antiguos del norte penin-sular, de manera que es el que más aparece citado en la bibliografía especializada. Los estudios de los materiales encontrados, de la sedimentología, enmar-cándolo en las características geológicas del Cabo

Peñas y, sobre todo, de los sondeos estratigráficos que llevarnos a cabo en 1977 y 1979 (Rodríguez Asensio 1978a, 1978b, 1980, 1983b, 1996a; Rodrí-guez Asensio y Flor 1980, 1983) permitieron definir un asentamiento humano en esta ensenada en la que desembocan dos importantes arroyos, y cuyas carac-terísticas la hacen de una habitabilidad privilegiada, lo que explicaría la gran abundancia, varios miles, de materiales líticos encontrados. Se sitúa en la parte oriental del Cabo Peñas, que es la que se beneficia ambientalmente gracias a este accidente geomorfoló-gico (Pérez Pérez 1975).

Ya hace algunos años (Rodríguez Asensio 1.983b) apuntábamos de manera incipiente esta idea y defi-níamos el territorio de Peñas como ejemplo de una área en la que en torno a un importante yacimiento, Bañugues, se encontraban diversas localizaciones extendidas, como Punta Segareo, Punta La Vaca, Moniello, Antromero (Pérez Pérez y González Menéndez 1996), Plataforma de Peñas, Tenrero, La Aceña, L'Atalaya. Lugares todos ellos con localiza-ciones menos numerosas, en algunos casos con un solo ejemplar, que marcan claramente el territorio de influencia del yacimiento importante. Quizás el caso de Tenrero en Verdicio pueda ser tenido en cuenta de manera distinta y ser visto como un asentamiento, pues el número de materiales allí recuperados es muy importante y sus características definen unos proce-sos sedimentarios similares a los de Bañugues.

Viesques. En nuestro recorrido por la costa astu-riana hacia el oriente, tras pasar el cabo Peñas, nos encontrarnos con la zona en la que se sitúa desde hace 2000 años la ciudad de Gijón y su área de influencia. Es una planicie rodeada de pequeñas montañas que dibujan un hemiciclo abierto al mar en su parte norte. Esto hace que se trate de un territorio bien definido orográficamente. Las prospecciones arqueológicas llevadas a cabo en esta zona en los últimos años, como consecuencia de las importantes obras de infraestructura realizadas, han permitido recuperar varios conjuntos líticos de tipología y tecnología infe-ropaleolítica. Su estudio (Rodríguez Asensio et al. 1998, 1999; Rodríguez Asensio 1998) nos ha permi-tido establecer una hipótesis en el sentido de interpre-tar los hallazgos de Viesques como pertenecientes a un asentamiento importante con una amplia zona de influencia que llegaría hasta la propia Campa Torres, con localizaciones en sitios como Picún, Veranes, La Granda, La Cruciada, Monte Areo, La Campa Torres, La Piquera, Fincas de Bango, Puente Seco, Campo-nes, Tremañes, Los Carriles, Pumarín, Roces, Con-trueces, Piles, El Rinconín, Estaño, Moriñón, La Cas-tañeda, Monte Deva, La Arquera, La Cuesta, El Lla-gón. Los ríos Piles y Aboño que discurren por esta

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zona habrían sido los elementos de unión de estos sitios dispersos por todo el concejo gijonés.

También, en el interior de las tierras asturianas, más alejados de la costa y de las características que la definen, podernos aplicar el esquema propuesto a otros sitios en los que parece dibujarse un área de influencia en torno a un yacimiento. Únicamente cita-remos dos ejemplos, por ser en los que hemos reali-zado sondeos estratigráficos y estudiado más deteni-damente las zonas de su entorno.

Paredes. En una terraza fluvial del río Nora hemos localizado los restos materiales que definirían uno de los núcleos de estos territorios. Las caracterís-ticas de la zona, tanto arqueológicas, sedimentológi-cas, como geológicas, determinadas gracias a los son-deos arqueológicos, nos permitieron establecer una zona de influencia que abarcaría los hallazgos habi-dos en Matablima, El Rancho, Ventanielles, El Rubín, Palacio de los Deportes, La Vega, Vallín, Meres, Regueru Campón, Altu la Mayá, Cantu Negru, Silvo-ta (Rodríguez Asensio 1976-77, 1983b, 1996a; Noval Fonseca 1995). Se sitúa, también, este posible territo-rio en una zona muy bien definida geomorfológica-mente, como es el inicio de la Cuenca mesoterciaria del centro de la región, que le da una cierta persona-lidad y dibuja unos límites que aunque no son rígidos permiten una aproximación etnohistórica. Son terre-nos de baja dificultad por su suave orografía que pro-pician una gran movilidad sin excesivos esfuerzos humanos. Esta zona del centro de la región está mar-cada por los cursos fluviales de la cuenca del Nalón, configurando un paisaje de terrazas de baja y media-na altitud que han sido lugares idóneos para el asen-tamiento humano. En este caso, los cursos del Nora y Noreña, de la cuenca citada, definen bien un territo-rio que habría estado ocupado desde estás épocas del Paleolítico antiguo.

Llagó. Este valle ciego en las cercanías de la ciu-dad de Oviedo se nos ha mostrado, gracias a los son-deos realizados en 1979 (Rodríguez Asensio 1983b, 1996a) que nos permitieron definir una estratigrafía sedimentológica y arqueológica, como un interesante sitio de asentamiento humano al borde de una ciéna-ga o pantano. Debido a los encharcamientos que se habrían producido en este valle como consecuencia del taponamiento de su desagüe por una zona cársti-ca bajo el pueblo de Llagú, se generaría una zona de barrizal importante que habría sido idónea como cazadero. Asimismo, en este caso, el área de influen-cia puede seguirse gracias a los hallazgos de materia-les sueltos recuperados en las inmediaciones. En Latores, Regueru Quintes, Río Gafo, La Corrá Piedra, Llubrió, Les Maces, El Cristo se han localizado lotes

de materiales líticos de características similares a las del yacimiento núcleo. Además, desde esta zona se accede sin solución de continuidad y con cierta comodidad a la parte en que las terrazas fluviales del Nalón se han definido de manera más clara en los concejos de Las Regueras, Grado y Candamo, y don-de se han encontrado abundantes e importantes lotes de materiales líticos. Ambos territorios, el de Paredes y el de Llagú pertenecen a la cuenca media del río Nalón que ha sido durante todo el Paleolítico, el anti-guo (inferior y medio) y el superior, uno de los ejes más importantes del desarrollo humano en Asturias, como lo demuestran los yacimientos existentes en esta comarca, de manera que hablar de un territorio paleolítico aquí parece más que justificado.

No obstante, en nuestro rápido recorrido por los hallazgos habidos en Asturias no hemos tenido en cuenta todos los sitios que pudieran ser objeto de un análisis para poder aplicarles la categoría de territo-rios, de manera que existen otros lugares en los que han aparecido yacimientos importantes con hallazgos significativos en áreas en las que se han encontrado, también, lotes de materiales dispersos. Por ejemplo, los yacimientos de Santa María del Mar (Pérez Pérez y González Menéndez 1990) y de Pinos Altos (Pérez Pérez y González Menéndez 1991) también en la Rasa litoral, podrían marcar un nuevo territorio entre el de Cabo Busto y el de Cabo Peñas; a ellos se les podría añadir el yacimiento recientemente localizado en el curso medio del río Tuluergo en Avilés (Pérez Pérez 2001), cuyos materiales líticos son de extraor-dinaria factura y parecen indicar un asentamiento importante. Este posible territorio, al occidente de Avilés y las inmediaciones de la Rasa litoral en esta zona, se nos antoja muy plausible si nos detenemos ante el mapa de Asturias y analizamos la distribución de los sitios citados.

En Cantabria el trabajo de Montes Barquín (1993a, 1993b, 1994, 2003; Montes y Fernández Ramos 1996; Morlote y Montes 1992) nos pone en contacto con la realidad de esta época y con los yaci-mientos allí encontrados. La síntesis realizada por este autor con los datos antiguos y con los de sus pro-pios estudios de campo y excavaciones arqueológi-cas moderniza el planteamiento habido hasta ese momento, y que tenía casi como única referencia a la cueva del Castillo y sus restos encontrados en los niveles más bajos de su estratigrafía (Obermaier y Breuil, 1914; Cabrera Valdés 1983, 1984; Benito del Rey 1972-1973), de manera que todos los autores que han abordado estudios generales de la zona se refieren, a veces, sólo a este yacimiento excavado a principios de siglo y cuyos parciales datos han sido interpretados de todas las formas posibles. Las

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modernas excavaciones deberán confirmar o matizar aquellas conclusiones. De la completa y detallada relación de sitios en los que se han realizado descu-brimientos asignables al Paleolítico antiguo en Can-tabria que nos da Montes Barquín (2003), sólo hare-mos referencia a los más importantes por el número de restos encontrados y porque en ellos se ha realiza-do estudios arqueológicos que de alguna manera for-talecen las conclusiones tipológicas y tecnolôgicas. Cita este autor, de occidente a oriente, los sitios de Cûlebre, Oyambre, en los que las series de materia-les asignables al Paleolítico antiguo se encuentran mezcladas con restos asturienses, característica ésta que hemos definido y a la que ya nos hemos referido ampliamente en los hallazgos asturianos que presen-tan similares características (Rodríguez Asensio 1983b; Rodríguez Asensio et al. 1998); Alrededores de Altamira (Montes y Morlote 1994), lugar clásico en la bibliografía que hace referencia a estas épocas, ya citado por Breuil y Obermaier (1912) y cuyos materiales fueron analizados y estudiados por Gon-zález Echegaray (1956); El Hondal, donde Montes Barquín (2003) realizó un sondeo estratigráfico en un paleocanal en el que descubrió un yacimiento pri-mario; Suances; Cuchía que Montes Barquín (2003) define como "el conjunto más significativo —por can-tidad y calidad de los materiales— del Achelense superior de la región".

Continúa Montes con la exposición de los hallaz= gos más relevantes de la región, en este caso con su porción oriental. Cita, entre otros lugares, la Cueva de El Linar, en cuyos alrededores ya cita Freeman (1969-1970) restos inferopaleolíticos. Montes Bar-quín (2003) investiga la zona y realiza sondeos en las bocas de la cueva, aportando la posibilidad de que existan en la boca 3 niveles más antiguos que los del Paleolítico superior y que sean los originarios depósi-tos en los que intercalar los materiales recuperados, que son varios centenares. También resulta relevante el sitio de Peña Carenceja II donde se realizaron excavaciones de urgencia y la serie de materiales recuperada sobrepasa el medio millar. Una estratigra-fía elemental fue definida en este sitio y ha servido para situar el horizonte en el que se encuentran los materiales recuperados. O el de Somocuevas cuya serie de materiales encontrados ha sido atribuida al Achelense Superior o incluso a momentos más tar-díos, como un horizonte transicional al Musteriense. Sin datación absoluta, pero presentando un interesan-te conjunto industrial, debemos hacer mención del conjunto de El Habario (Castañedo et al. 1993).

Mención aparte merece el conjunto de La Verde, en HerreralCamargo (Montes et al. 1993), que desta-ca entre todos ellos y donde se han practicado exca-

vaciones, que el citado autor interpreta, por lo que a la Verde I se refiere, como un lugar en el que se ha dado "una ocupación de corta duración instalada en un espacio llano ubicado entre varias agujas de lapiaz calizo de la base litoestratigráfica", mientras que en La Verde III localiza un asentamiento de mayores dimensiones que se ubica en una pequeña depresión del terreno, interpretada como una cubeta rodeada de agujas de lapiaz calizo de base. Concluye su catálogo el autor con Rostrío, bajo cuyo nombre engloba Mon-tes Barquín (2003) los hallazgos desde el faro de Bellavista hasta el campo de tiro de Rostrío en una decena de sitios. En todos estos sitios se han encon-trado conjuntos líticos en número superior al centenar por lo que es factible realizar los primeros estudios tecnotipológicos.

Más recientemente (durante los últimos cinco años) viene excavándose en el complejo kárstico de La Garma A una porción exterior de galería, en su día colapsada, en la que se han localizado numerosos res-tos de fauna antigua, ya citada, y testimonios de industria sobre canto y grandes lascas. Aunque con grandes dificultades logísticas (la matriz sedimenta-ria y su contenido arqueológico se encuentran fuerte-mente brechificados) las investigaciones avanzan y van acotando un depósito en posición primaria, no muy extenso, pero de gran valor por la presencia de materiales arqueozoológicos y de abundantes sopor-tes susceptibles de datación absoluta. Continuando con las más recientes aportaciones al marco abordado en este trabajo, ya hemos señalado los trabajos de Montes y Sanguino para la secuencia de El Pendo, en cuya base se ha obtenido una datación que es cuestio-nada por los propios autores de la revisión en el yaci-miento (Montes 2003). En tanto no se clarifique defi-nitivamente esta cuestión, debemos por tanto replan-tearnos la valoración del conjunto de esta secuencia. Terminando con las actuaciones recientes en Canta-bria, conviene destacar los trabajos de J. Baena en la cueva de Esquilleu, en el estrecho desfiladero de La Hermida del río Deva (Baena et al. 2000; Baena y Carrión 2002; Baena et al., e.p.). Aunque las fechas de Esquilleu no alcanzan aún el periodo tratado en este capítulo, todavía no se ha alcanzado la base de esta secuencia y la cronología de sus ocupaciones musterienses supera ya los 60.000 años de antigüe-dad.

El País Vasco es la otra zona que resta de la Cor-nisa Cantábrica y, también, la más cercana a otras áreas en las que se pueden definir otros diferentes biotopos, como es el caso de los Pirineos o el suroes-te francés. No en vano, Bordes (1971) definió el Achelense meridional francés y localizó su zona al sur del vecino país y su penetración en el norte penin-

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sular por el País Vasco continental y peninsular, No querernos entrar en esta polémica, ni en si es válido definir este Achelense o no, pues, entre otras conside-raciones, la bibliografía no nos aporta datos de loca-lizaciones con materiales de estas épocas ni, por supuesto, de yacimientos que podarnos tener presen-tes en esta cuestión. Por otro lado, conviene mencio-nar que el extremo oriental del Cantábrico resulta especialmente difícil de delimitar, por circunstancias ya suficientemente expuestas. Dentro de un concepto sociolingüístico del País Vasco, tomaremos en consi-deración los territorios administrativamente integra-dos en la Comunidad Autônoma Vasca, la Comuni-dad Foral Navarra y las áreas vascoparlantes del Departamento francés de Pyrénées Atlantiques (o País Vasco Continental). Frecuentemente, han sido geomorfólogos y geólogos quienes se han adelantado a los prehistoriadores en el reconocimiento de diver-sos depósitos de antigua génesis (Edeso 1992; Edeso y Ugarte 1990; González Amuchástegui 2000).

En Bizkaia, carecemos hasta la fecha de testimo-nios seguros del Paleolítico inferior, aunque sí se cuenta con algunos materiales antiguamente recolec-tados en Kurtzia que sugieren la presencia en el área de depósitos inferopaleolíticos, quizás contrastables a través de referencias complementarias (Cearreta et cil. 1991). En esta comarca del litoral vizcaíno se ubican, tanto dunas, como algunas pequeñas rasas, muy alte-radas por la urbanización del terreno. Están bien documentadas, a partir de las excavaciones de Muñoz (Muñoz 1998; Muñoz et al. 1990) y otros (Aguirre y Lôpez Quintana 2001, 2002), las ocupaciones muste-rienses de la zona, así como la presencia de materia-les pertenecientes a distintas fases del Paleolítico superior. El Musteriense, bien conocido y en curso de reexcavación en Venta Laperra (Ruiz Idarraga y d'Errico 2002, 2003, 2004) y Axlor (Barandiarán,

1976b; Baldeón 1999; González Urquijo e Ibá-ñez Estévez 1999, 2000, 2002; González Urquijo et al. 2003, 2004), no parece remontarse a estadios tan altos como los incluidos en este capítulo. Una recien-te novedad que quizás pudiera referirse al periodo es la reciente intervención en el sitio litoral de Mendie-ta (Ríos y Gárate 2004).

Probablemente es Gipuzkoa el territorio en el que se observan más y más relevantes novedades. Comenzando por Lezetxiki, se trata de un depósito en cueva excavado en primer término por J.M. de Baran-diarán y otros colaboradores (1956-1968, en Baran-diarán, J.M. 1976a) y posteriormente, por uno de nosotros (Arrizabalaga, desde 1996 hasta la fecha, en Arrizabalaga 1997, 1998b, 1999a, 2000a, 2001a, 2002a, 2003a, 2004a). La publicación de la industria de sus niveles inferiores por Baldeón (1.993), la con-

sideración de las dataciones absolutas efectuadas sobre los niveles V, VI y VII (Mariezkurrena 1990) y de diferentes informaciones paleoambientales sobre el nivel VII, así como la refocalización del interés en el yacimiento sobre el húmero fósil localizado en la excavación clásica (que parece mostrar similitudes con otros obtenidos en la Sima de los Huesos de Ata-puerca), sugieren que nos podemos encontrar ante un nivel del Pleistoceno medio sedimentado en cueva. En el mismo sitio de Lezetxiki, venimos excavando un locus secundario bajo la denominación de Lezetxi-ki II, que probablemente conecta en directo el exte-rior con la estratigrafía de la cueva de Leibar, donde fue localizado el famoso húmero. También en cueva, recientemente se ha producido un nuevo hallazgo, pendiente de verificación detallada, en la cueva de Arnailleta, en la que junto a abundante fauna ha sido localizada una docena de piezas líticas de aspecto tos-co, probablemente relacionables con el Paleolítico antiguo. Otra novedad que quizás pueda remontar el estadio isotópico 5 es el nivel inferior de la cueva de Artazu II (Iriarte 2001a, 2001b, 2002, 2003; Arriza-balaga 2004c), cavidad ubicada en las inmediaciones del complejo de Lezetxiki y que presenta unos mate-riales sobre porciones relictas de estratigrafía, que rememoran los de Lezetxiki. Finalmente, desde 2002 Sáenz de Buruaga viene excavando una muy potente secuencia estratigráfica en Zerratu (Sáenz de Burua-ga 2003, 2004), asociada a industrias de caracteres musteroides, en la que parece muy previsible que se alcance al menos alguna ocupación humana del esta-dio isotópico 5 y dentro, por tanto, del marco exposi-tivo de este capítulo. No así el nivel inferior de la cue-va de Amalda (Altuna et al. 1990), que incluye un componente más característicamente musteriense.

Ya al aire libre, queremos llamar la atención sobre el extremo nororiental de Gipuzkoa, concretamente la sierra de Jaizkibel. Junto a las referencias arqueológi-cas de Jaizkibel publicadas en detalle (Merino 1986; Arrizabalaga 1994), se vienen prodigando los hallaz-gos en superficie de materiales paleolíticos corres-pondientes a los más diversos períodos. Por cuanto se refiere al Paleolítico inferior, podemos anotar dos yacimientos (J1 y J84), cada uno de ellos correspon-diente a un tipo diferente de depósito. En el caso de JI, han sido localizados en superficie y sin contexto arqueológico materiales que podemos adscribir al Musteriense y quizás también al Paleolítico inferior, cuya fuente está situada en una pequeña rasa litoral, situada aproximadamente a 40 in sobre el nivel del mar actual. En cuanto a J84, se trata de un abrigo del tipo taf fb ni, creado por la alveolización de las arenis-cas en medios próximos a la costa. Este sitio ha pro-porcionado algunos materiales líticos que se pueden relacionar con un Paleolítico antiguo, sin más preci-

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siones. Estos yacimientos permiten además enlazar las secuencias del Paleolítico antiguo litoral, tan ricas en Cantabria o Asturias, acaso con Kurtzia en Bizkaia y, desde luego, con la costa de Laburdi.

Los recientes trabajos que se llevan a cabo en el yacimiento al aire libre de Irikaitz por uno de noso-tros (Arrizabalaga 1998a, 1999b, 2000b, 200 lb, 2002b, 2003b, 2004b; Arrizabalaga e Iriarte 2002, 2003) han proporcionado un conjunto lítico estratifi-cado, que comprende varias situaciones adjudicadas al Paleolítico inferior. Su estudio arqueobotánico ubi-ca en un momento interglaciar las ocupaciones, bien en el Eemiense, bien en el Holsteiniense. Se ha abier-to una superficie de excavación de unos 60 metros cuadrados en dos sondeos (Geltoki y Luebaki), el pri-mero de los cuales se ha dado por concluido provisio-nalmente, con una estratigrafía de cinco metros de potencia y dos niveles (IV y V) de especial densidad de hallazgos. El conjunto que viene definiéndose está claramente en posición primaria, no contiene apenas elementos bifaciales o de concepción centrípeta de talla ni, desde luego, levallois. Sin embargo, como se puede comprobar en las consideraciones incluidas en los puntos siguientes de esta exposición, no parece éste el mejor criterio para definir la antigüedad de los tecnocomplejos.

En Alava, el conjunto de yacimientos en torno al embalse de Urrunaga ha permitido tener una perspec-tiva bastante completa de la serie, relacionada por quienes han revisado el material con el Achelense avanzado o final (Sáenz de Buruaga et al. 1989). Se trata de un conjunto numeroso de restos, confeccio-nado sobre distintas materias primas (si bien dominan los nódulos ferruginosos), con presencia de cantos tallados y otros útiles sobre grandes productos de las-cado. Conviene considerar también un lote más pequeño de materiales recuperado en torno a Manza-nos (Baldeón y Murga 1989), adjudicado alternativa-mente al Paleolítico inferior y medio, del mismo modo que sucede con el voluminoso lote de Murba (Baldeón 1988, 1990), en el que la abundancia de téc-nica levallois determina la adscripción del conjunto al Musteriense. Hay que anotar también los hallazgos de Mendiguri y Ondabia como novedades publicadas hasta la fecha en Alava (Sáenz de Buruaga et al. 1994). Estas series se suman a algunos hallazgos ais-lados y fuera de contexto que se han producido en distintos momentos a lo largo del siglo XX en puntos dispersos (Murua, Aitzabal, Peñacerrada) del territo-rio alavés y que aportan sólo información de orden tipológico. La investigación del Musteriense (parece que también dentro de su presentación "clásica", que no hemos incluido en el Paleolítico antiguo) queda bien representada por la reciente excavación de la

cueva de Arrillor (Hoyos et at. 1999; Sáenz de Burua-ga 2000), cuya secuencia estratigráfica incluye nume-rosos episodios de ocupación humana, bien delimita-dos.

La investigación del Paleolítico antiguo en Nava-rra aporta significativas novedades respecto a la situación de hace apenas quince años (Vallespí 1971, 1975; Barandiarán, I. y Vallespí 1984; Barandiarán, I. 1988). En sendos artículos recientes (Beguiristain 2000; Sáenz de Buruaga 2000) queda bien descrita la situación actual de este periodo en un territorio que acumulaba en 1990 numerosos hallazgos aislados y carentes de contexto (Venta de Judas, en Lumbier; Zúñiga; Ordoiz, en Estella; materiales de la desapare-cida cueva de Coscobilo; conjunto de la Altiplanicie de Urbasa, incluyendo Balsa de Aranzaduya, Andasa-n•i, Otsaportillo, Regajo de los Yesos, Fuente de Aciarri y Pozo Laberri). A los que se suman nuevos hallazgos en Viana y Lezaun (Beguiristain 1989; In -garay 1992; Beguiristain y Labeaga 1993), en las mismas circunstancias. Y, sobre todo, desde el punto de vista numérico resulta muy significativa la amplia-ción del lote de la cuenca de Pamplona, en un conjun-to bastante coherente e identificable con el Achelen-se medio. Incluye (García Gazolaz 1994; Barandia-rán, I. 1997) más de quinientas piezas procedentes de hasta quince localizaciones (como Gazólaz, Ibero, Baternain, Arazuri, Orkoien o Cordovilla), quizás datables en el Riss.

Los territorios vascos al norte de los Pirineos han tenido un complejo desarrollo historiográfico en el ámbito de la Arqueología, que despega en el últi-mo tercio del siglo XIX. Autores como Passemard (1924) irán generando bibliografía acerca de hallaz-gos de bifaces en las terrazas del Adour, recopiladas tanto por J.M. de Barandiarán (1932,1950, 1953), como por I. Barandiarán (1967) y, finalmente, C. Thi-bault (1976a, 1976b). Con este último investigador arranca una fase cercana en el tiempo en la que Arambourou, Laplace, Chauchat o Normand, entre otros, han ido aportando nuevos hallazgos, frecuente-mente inéditos aún. El problema de estas colecciones radica en que corresponden frecuentemente a recogi- das de superficie, en áreas mal delimitadas y sobre las que se recuperan también restos de otra cronología difíciles de expurgar.

En el País Vasco continental, por encima de la densa maraña de afloramientos de materiales adscri-tos al Achelense se observan tres áreas de especial concentración: el área metropolitana conocida como BAB (Biarritz-Anglet-Bayona) prolongada en las terrazas bajas del Adour (así, Mouguerre) y el entor-no de San Juan de Luz en :Laburdi, junto a los corn-

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plejos de terrazas en torno a Bidache/Labastide-Ville-fianche, en Baja Navarra. Concretamente en Bidache (Baja Navarra), se vienen recogiendo en superficie numerosos bifaces y triedros de aspecto primitivo, que delimitan un conjunto probablemente correspon-diente al Achelense medio (aún no estudiados o publicados en detalle, aunque podrían corresponder al conjunto que Thibault denominaba Tambaou). Las novedades de Laburdi, tanto en torno a Bayona, como a San Juan-de-Luz (Arambourou 1989, 1990; Chau-chat 1994) representan nuevas contribuciones a la lis-ta de afloramientos de material arqueológico, pero en la misma línea de décadas anteriores: depósitos al aire libre, en posición derivada y en los que el crite-rio tipológico arrastra la adscripción cronocultural (siempre en la duda entre un Achelense avanzado o un Musteriense de Tradición Achelense). Mención aparte merece el caso de Lestaulan (Chauchat 1994), en las afueras de Baiona, en el que los restos en sílex son clasificados de acuerdo a su pátina. Dentro de la llamada serie de pátina clara, la de color marfil se adscribe al Achelense superior, y la beige, al Mico-quiense. Los escasos restos en cuarcita no se pueden clasificar. En conjunto, la mayor parte de las colec-ciones (además de las más abundantes y mejor cono-cidas) quedan adscritas al Achelense superior/final. La vecindad con la región de Chalosse y su rico Achelense medio ha permitido ir adjudicando tam-bién a esta cronología algunos otros conjuntos, entre los cuales destaca el de la región de Bidache/ Labas-tide. Por el momento, las adjudicaciones al Achelen-se antiguo de contadas piezas líticas, carentes de con-texto, resultan dudosas.

4. EXPLOTACIÓN ECONÓMICA DEL MEDIO

Prácticamente desconocemos todo con relación a este epígrafe, sobre todo lo referente a los recursos alimenticios consumidos por estas primeras poblacio-nes. En el apartado 2 ya hemos expuesto la magra información arqueozoológica y arqueobotánica con la que contamos para el medio cantábrico, por lo que nos limitaremos a recordar, someramente, las consi-deraciones relativas a la explotación del medio natu-ral que de ella se puede obtener.

4.1. Aprovisionamiento de materias primas líticas

Este es un aspecto que ha sido tratado de modo más extenso por parte de la mayoría de los investiga-dores que trabajan sobre estas cronologías (Moloney et al. 1996; Santonja 1996; Mosquera 1996), habida cuenta de la sobrerrepresentación que tiene el registro lítico con respecto a otros, más afectados por proble-mas de conservación en los sitios al aire libre. Cabe

destacar, entre las aportaciones que abarcan distintos yacimientos y regiones, diversas publicaciones de Montes (Montes 2003; Montes y Sanguino 1994, 1998). Ordenadas las series del Paleolítico antiguo de oeste a este, se puede observar una gradación en la materia prima empleada, que resulta además fácil de poner en relación con el sustrato geológico regional. En Asturias, Cantabria y el País Vasco existen mate-rias primas líticas de referencia, que son especial-mente abundantes en el entorno próximo y que se imponen en las condiciones de conformismo con los recursos del medio que imperan durante, al menos, el Paleolítico inferior. Los yacimientos asturianos están marcados por el empleo de la cuarcita, que en Cabo Busto llega a superar el 90 % de las materias primas empleadas. Un fenómeno similar se observa en la mitad occidental de Cantabria, aunque en este caso, por el empleo de areniscas que suponen cantidades por encima del 70 % en las series de Oyambre, Suan-ces, Cuchía o El Hondal. La Cueva del Castillo mar-ca la transición hacia un marco regional más restrin-gido, que ocupa todo el Cantábrico oriental, en el que va a ser el sílex la materia prima de referencia, a medida que se vayan conociendo los afloramientos de materia prima (puesto que las circunstancias de aflo-ramiento del sílex son diferentes a las de las anterio-res piedras). Este proceso, que va a empezar a despe-gar de un modo más claro durante el Musteriense, concluirá con índices de representación del sílex superiores al 95 % durante el Paleolítico superior vas- co.

Esta pauta general presenta también algunas excepciones, la mayor parte de las cuales admite una sencilla explicación al ubicarnos en la comarca pro-pia del depósito en cuestión. Ya se ha indicado que el sílex, por ejemplo, no se presenta de forma masiva, como la arenisca, ni en vastos depósitos secundarios en terrazas de nódulos, como la cuarcita. El sílex, casi siempre, se obtiene de aquellos puntos en los que se localiza dentro de la roca encajante y se extrae de la misma, por lo que resulta imprescindible conocer tales afloramientos e inevitable, cierto desplazamien-to hasta los mismos (Tarriño 2006). En el País Vasco se presentan tres afloramientos principales de sílex, en el Flysh litoral y dos comarcas interiores (el encla-ve de Treviño y la Sierra de Urbasa), que se conocían desde el Paleolítico inferior, puesto que buena parte de los depósitos de tal cronología que reconocemos en esta área se disponen cerca de estos puntos. La necesaria proximidad hacia la fuente de sílex se resuelve así disponiendo los asentamientos humanos (Murba, Manzanos, Urbasa, Jaizkibel, Kurtzia, Les-taulan,...) en las inmediaciones de los afloramientos de material. Cuando esta proximidad falla, sea porque no se conocían aún las fuentes de materia prima, sea

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Figura 7. Irikaitz, sondeo Geltoki. Pequeño nneleo sobre limonita del nivel IV.

porque había otras preferencias que marcaban la ubi-cación del yacimiento, la prevalencia del sílex se des-vanece. Es el caso de Irikaitz, la representación del sílex en los niveles IV y V del sondeo Geltoki (Arri-zabalaga e Iriarte 2003) alcanza, respectivamente, al 6 y 4 % del total. La mayor proximidad de materias corno la arenisca de buena calidad, la limonita o la vulcanita motiva una mayor representatividad de estas materias primas (Fig. 7).

4.2. Subsistencia y alimentación

Todas las consideraciones efectuadas en el aparta-do 2.2 de este mismo capítulo resultan válidas en este apartado. Agravado además por el hecho de que la información arqueozoológica y, aún más, la arqueo-botánica, requieren correcciones y filtros adicionales de cara a su interpretación en clave de dieta. Comen-zaremos por esta última puesto que resulta muy sen-cilla de resumir: aparte de la presencia de recursos potencialmente consumibles en el medio (castañas, nueces, avellanas,...), circunstancia que podemos deducir de los citados análisis polínicos y antracoló-gicos de Lezetxiki e Irikaitz, sólo podemos suponer el consumo de avellanas en los niveles inferopaleolíti-cos de Irikaitz, puesto que se nos han conservado algunos fragmentos carbonizados de sus cáscaras (Arrizabalaga et al. 2003). En práctica ausencia de restos humanos a estudiar y con las dificultades de conservación que plantea el registro arqueobotánico, poco más podemos indicar.

Sobre la otra parte de la dieta, la representada por las proteínas obtenidas de la caza, contamos con un poco más de información, aunque debemos corregir-la desde la perspectiva de que no todos los restos con-

servados en la secuencia basal de El Castillo o Leze-txiki han sido llevados a la cueva por seres humanos y que, por otro lado, aportes de interés bromatológi-co de otra fauna corno peces, aves, moluscos o micro-mamíferos pasarían desapercibidos porque no se habrían conservado o no se hubieran recuperado, con toda probabilidad. Lo que podemos decir va poco más allá de lo más arriba indicado: tres taxones (cier-vo, gran bóvido y caballo) se reparten la parte princi-pal del diagrama de ungulados. No se observa una tendencia determinante en la selección de una u otra especie, vocación que se va a ir instalando de modo claro a medida que avance el Musteriense, para cua-jar en el Paleolítico superior. Tampoco parece poder afirmarse que la caza constituyera una actividad prac-ticada de modo sistemático, en la medida que el número de restos es escaso, aparecen asociados y entrecruzados con otros procedentes del acarreo de carnívoros y resulta imposible observar patrones sig-nificativos que se sigan entre diferentes niveles de un mismo yacimiento (no digamos ya, entre distintos depósitos). El hecho de que sólo La Garma A exterior aporte novedades en este registro, entre los yacimien-tos excavados en la última década, nos obliga a ser bastante pesimistas acerca de la posibilidad de mati-zar sustancialmente este apartado en años venideros.

5. TECNOTIPOLOGÍA DEL PERIODO ANALIZADO

Dentro de los principales criterios de definición de una cultura prehistórica quedan, solamente, los restos industriales, y con ellos se ha intentado desde siempre establecer una adscripción concreta a la que se suman, en función de los intereses de quien lo haga, los datos de los apartados anteriores. Cabe destacar la dificultad que implica efectuar adscripciones cronológicas a par-tir de las circunstancias tecnotipológicas de la indus-tria, en particular para la fase que aquí describimos. En la caracterización de los tecnocomplejos del Paleolíti-co antiguo se acumula una serie de paradojas, de difí-cil resolución. En primer lugar, el depósito tipo de este periodo no es propiamente un asentamiento arqueoló-gico, sino un yacimiento en posición derivada, en el que los materiales pueden corresponder a contextos cronológicos y topográficos muy diversos, a pesar de aparecer agrupados. Ni en el Paleolítico antiguo del medio cantábrico, ni del occidente europeo, el número de depósitos en posición primaria representa más allá del 20 % del total. Ello significa que la gran mayoría de los yacimientos considerados deberían tener un valor puramente testimonial. Acumúlese a lo anterior el sesgo que introduce el método de recogida de mate-riales (en prospecciones superficiales, desechando materiales que puedan ser de fortuna o las materias

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primas menos llamativas, primando los útiles "caracte-rísticos", etc.) y comprobaremos que los siempre entrecomillables conceptos de "típico' o "característi-co" requieren, para el Paleolítico antiguo, de salva-guardas añadidas.

En el ámbito de las desviaciones adjudicables a los criterios empleados por los propios prehistoriado-res (Merino 1994), resulta chocante que coincida un mí.nimó nivel de diversidad entre los útiles manejados por los seres humanos prehistóricos, con un máximo de aproximaciones tecnotipológicas (Tipología empí-rica —Bordes 1947, 1950,1961, 1967—, Tipología Analítica -Laplace 1.968—, Sistema Lógico-Analítico —Carbonell et al. 1983, 1984—, Cadena Operativa —Geneste 1988, 1991;. Bóeda et al. 1990-) y de tipo- logías específicas (bifaces —Bordes 1961; Monnier y Etienne 1980—, hendidores — Tixier 1956; Balout et al. 1967; Benito del Rey 1972-1973; Querol 1977; Tixier et al. 1980—, cantos tallados —Graziosi 1964;. Ramendo 1963; Balout 1967; Biberson 1967; Querol 1975; Querol y Santonja 1978; Meliars 1978—, trie-dros —Leroy-Prost 1974—, etc.). Como resultado de todo ello, resulta extremadamente difícil poner en relación diferentes series industriales y cada yaci-miento adquiere cierta personalidad tecnotipológica respecto a los que lo circundan. En ningún otro perio-do del Paleolítico se han empleado tantos esfuerzos como en el Paleolítico inferior en debates nominalis-tas sobre cuál debe ser la denominación más precisa o la traducción más fiel de términos como hachereau o Pebble Culture (Benito del Rey 1974). Para con-cluir con este inventario de dificultades, añadamos dos: la aplicación drástica de lugares comunes y la adjudicación de conjuntos "por defecto" de determi-nadas características (la ausencia o escasez de raede-ras, bifacialidad, soportes masivos, empleo de percu-tor blando, debitado centrípeto, hendidores o triedros, por ejemplo). Se trata de un recurso a la "evidencia negativa" poco académico y muy elocuente de la debilidad argumentai en la que nos debatimos.

5.1. El criterio tecnotipológico como orientación cronolôgica

Nuevamente nos vemos obligados a marcar dis-tancias entre el discurso arqueológico tradicional-mente aceptado y la realidad del ralo registro aplica-ble en algunas de las regiones europeas, como el medio cantábrico. Desde una perspectiva global, el Achelense se caracterizaría por los útiles grandes, al menos más grandes que los del Musteriense, el desa-rrollo de cantos tallados, de bifaces, de picos triedros, de hendidores, de útiles sobre lasca, como raederas, muescas, denticulados y algunos otros en número considerablemente inferior, como son los perforado-

res y otros tipos de los llamados del grupo del Paleo-lítico superior. Los núcleos globulosos, pero también los centrípetos están presentes y la técnica levallois se puede rastrear, en ocasiones, de manera abundante. Por el contrario, el Musteriense, con instrumentos más pequeños, también tiene bifaces, hendidores, algunos cantos tallados, y útiles en lasca como raede-ras, muescas y denticulados, y el mismo etcétera que hemos referido para el Achelense. ¿Entonces, es lo mismo o sólo se diferencia en el tamaño de los instru-mentos?. Desde los estudios de F. Bordes se respon-de que el porcentaje de tal o cual útil debe considerar-se como indicador para su encasillamiento en una determinada facies cultural. Donde existen pocos problemas, irrumpen estrepitosamente los musterien-ses de tradición achelense, típico, de denticulados, charentiense, por citar sólo lo más clásicos y que se han querido aplicar en nuestro entorno, pues la subdi-visión se hace cada vez más grande y poco a poco fue tomando tintes preocupantes al multiplicarse las facies. En nuestra Cornisa Cantábrica cada una de estas divisiones fue buscando yacimiento y, además, se adoptó una nueva, como es la de Vasconiense para referirse al Musteriense con hendidores de ciertos niveles de la cueva del Castillo (Benito del Rey 1972-73; Cabrera 1983; Pérez Pérez 1997) según la pro-puesta en su día formulada por el propio Bordes para las series de Olha o Istuvitz.

Diversos especialistas han intentado introducir una lógica en la definición de estas facies (Mellars 1970) y en su desarrollo, y en el Cantábrico será Freeman (1994). quien tras estudios detallados de los niveles musterienses de diferentes cuevas, sobre todo las del Pendo y Morín, llegue a la conclusión de que estas facies forman un continuum completamente interpe-netrado de conjuntos ricos en raederas hasta conjuntos ricos en denticulados. Los extremos de ese continuum lo formarían las facies Charentiense y el Musteriense de denticulados, entre las cuales se situarían el resto de las facies formando el citado continuum. Las facies tal como Bordes las ha concebido, concluye Freeman, no existen, al menos en España. Otros intentos que se han basado en asignar algunos tipos de bifaces o de hendidores a cada una de las culturas cómo patrón de clasificación, han tenido que concluir asimismo que en ambos momentos se emplean o se pueden emplear los diferentes tipos de cada uno de estos instrumentos. Otra cuestión muy distinta es que no en todos los yaci-mientos aparezcan todos los tipos; pero en el caso de los hendidores, por ejemplo, los llamados tipos anti-guos se dan en yacimientos clasificados en ambas cul-turas y los tipos modernos también.

La ausencia de alguno de los tipos reseñados tam-poco resulta válida para ser utilizada en su clasifica-

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ción, pues hay sitios en los que falta tal o cual instru-mento y se clasifica en el mismo grupo cultural de otro en el que sí existe. También las técnicas de talla, sobre todo desde los estudios de F. Bordes, se han usado para dilucidar esta cuestión, de manera que la presencia o ausencia de la técnica levallois, marcó, y sigue marcando, en no pocas ocasiones, la asignación al Achelense o al Musteriense, aunque, corno ya hemos dicho, esta técnica se encuentra en yacimien-tos muy antiguos. Se dijo, también, que dependería del porcentaje de la misma. Si se conoce tal o cual técnica y sus ventajas en la fabricación de determina-dos instrumentos se usará siempre que sea necesario, entonces ¿cómo se entiende que se emplee más o menos en función de la cronología?. ¿Acaso la venta-ja de esta especial manera de tallar y de preparar el núcleo para la fabricación de puntas la habrán apro-vechado más unos que otros, aunque ambos la cono-ciesen? No parece lógico este razonamiento. Las demás cuestiones, altamente interesantes y sugesti-vas, que se engloban bajo el protector paraguas de la cultura, corno son las referidas al hábitat, distribución del espacio, sistemas económicos y todo lo referido al mundo mental y del pensamiento no pueden ser usa-das en esta discusión, más que de manera general y muy especulativa, pues la ausencia de datos es total. Los pocos que hay no están exentos de discusión y de interpretaciones, a veces, contrapuestas.

Escriben Gonzalez Echegaray y Freeman (1998) que "todos los útiles en lasca encontrados en conjun-tos del Paleolítico medio se encuentran también en conjuntos achelenses. Incluso en condiciones propias de nuestro Achelense medio" (hablan del Achelense en España). "En consecuencia, las series de útiles en lasca rio constituyen un elemento a considerar cuan-do es cuestión de cambio de dirección evolutiva", para continuar con este razonamiento de la siguiente manera: "Es así que un cambio progresivo en la fabricación de los útiles no es identificable nu s que en ciertos conjuntos, que su sola indicación es la pre- sencia de tipos progresivos y que el hecho de que un conjunto tenga el aire `antiguo' rio significa que lo sea". Finalizan estos autores este razonamiento recor-dando una cita de W. Watson (1950): "una secuencia cronológica de formas universal no existe".

Nos hemos referido en más de una ocasión al "tiránico determinismo" marcado por el tipo y por las características de la materia prima en la confección de los instrumentos que sumado al, no menos exigen-te, factor de la utilidad que se encuentra, asimismo condicionada por los constituyentes medioambienta-les, hacen que la confección y factura de los instru-mentos pueda tener, en cada caso y en cada lugar, fac-tores propios y personales que los diferencian de los

demás. Si a este hecho añadimos un cierto compo-nente estilístico que es innegable en la concepción de los instrumentos, dentro del estereotipo general del útil, se van conformando las diferencias por zonas, por áreas, por yacimientos e incluso por talladores. La imitación y el aprendizaje también serían los dos motores que impulsarían el avance técnico que pode-mos seguir en la evolución de la industria. ¿Se pue-den objetivar estas características y las diferencias de las industrias entre sí?. Sinceramente creernos que la respuesta es negativa, pues los factores humanos y personales se superponen a los medioambientales y materiales, con lo que los resultados se nos mostrarán muy complejos dentro de una cierta uniformidad industrial que es innegable.

Estas diferencias se han utilizado de manera gene-ral para establecer "provincias" o grandes áreas de desarrollo de las culturas del Paleolítico antiguo, de las que las más conocidas y, en cierto modo, acepta-das, si se sigue la utilización en las síntesis que hacen la mayoría de los estudiosos, son las establecidas por Gamble (1990) para Europa, quien incluye dentro de la provincia sur europea el norte de la Península ibé-rica, donde sitúa el Achelense meridional de Bordes (1971), clasificando el resto de la península dentro de la provincia mediterránea. Ya dentro de España ha sido Freeman (1975). quien ha abordado este tema, individualizando el "modelo de la Meseta", el "modelo gallego-lusitano" y el "modelo mediterrá-neo". Clasificación ésta que se considera como una alta simplificación de una variabilidad de los conjun-tos, en realidad mucho más compleja y que habría dado lugar a la existencia de modelos regionales más numerosos.

¿Dónde incluimos, pues, la zona cantábrica?. ¿En el Achelense meridional?. Bordes indica corno carac-terísticas de esta variante del Achelense del SO, la existencia de diferentes formas de bifaces, así corno de hendidores en lasca, el índice levallois de estos conjuntos es variable y las formas dominantes de los instrumentos en lasca son las raederas, junto con los cuchillos de dorso, los buriles, los raspadores y los perforadores. ¿Se adecuan estas características, de manera general, a la realidad de los yacimientos del norte cantábrico?. Es cierto que hay abundantes bifa-ces y de varios tipos, y que los hendidores se desarro-llan de manera importante, con sus variantes; pero, además, también hay picos triedros, cantos tallados en diferentes formas dentro de su complejidad, y, en cuanto a las industrias en lascas, hay abundantes rae-deras, pero en un casi idéntico porcentaje se encuen-tran las muescas y los denticulados, mientras que por el contrario, los raspadores y perforadores y, sobre-manera, los buriles se encuentran mucho menos

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representados. La técnica levallois es variable, pero ello no se puede considerar como característica defi-nitoria. Relacionado íntimamente con esta cuestión se encuentra el Vasconiense o Musteriense con hendido-res definido a partir de los niveles de Olha o la cueva del Castillo. ¿La presencia importante de hendidores en el Achelense meridional y la presencia también abundante de los mismos instrumentos en la etapa siguiente bautizada como Vasconiense ha de ser vista como una cierta continuidad?.

¿O, más concretamente, deberían situarse los yacimientos achelenses cantábricos en el "modelo gallego-lusitano" de Freeman?. Por contra, este autor relaciona algunos niveles del Musteriense cantábrico (¿Vasconiense?) con hendidores, con ciertos yaci-mientos del Paleolítico inferior que, también, tienen hendidores, descubiertos en el Alto Ebro (Utrilla 1986). No obstante, González Echegaray y Freeman (1998) solicitan la lógica prudencia en ësta relación de las dos zonas, pues esta similitud tipológica no debe interpretarse como que los achelenses del Ebro sean más antiguos que los musterienses del Cantábri-co. Incluso, los mismos autores llegan a suponer un Achelense superior o un Musteriense en la zona del Ebro, lo que indicaría una difusión a partir de Canta-bria, descendiendo por el Ebro.

Estamos de acuerdo con que existen muchos más modelos regionales y zonales y, en el caso que nos ocupa de la Cornisa Cantábrica, no puede incluirse en un mismo archivo general que englobe todos los yaci-mientos del Paleolítico antiguo (inferior y medio anti-guo) pues las diferencias entre ellos son grandes y, a medida que las investigaciones avanzan, más se demuestra este hecho. Nosotros preferimos hablar de un continuum en las industrias y por tanto, en las cul-turas y, además, si esta continuidad también se puede seguir en la Antropología, como así parece suceder, no haría falta separar tan drásticamente Achelense de Musteriense. Sólo en el hipotético caso de que la Cor-nisa Cantábrica estuviera poblada por diferentes gru-pos humanos, con tradiciones industriales distintas y, por tanto, con culturas también distintas se podría entender una drástica separación entre Achelense y Musteriense. Ambas convivirían y nos encontraría-mos que mientras la antigua tradición técnica ache-lense se mantendría hasta bien entrada la última gla-ciación, por otro lado, de manera paralela existiría una segunda tradición cultural y técnica de muste-riense asociada a los neandertales antiguos. ¿Con qué grupos humanos se asocia la primera tradición técni-ca, es decir la achelense?. No tenemos respuesta para esta pregunta, al menos de momento.

5.2. Tecnología y Cadenas Operativas líticas

Una de las conclusiones de los estudios del mate-rial tallado en un yacimiento es la definición de la Cadena Operativa lítica, de manera que, agrupando todos los aspectos tecnológicos y tipológicos del cita-do material, nos acerque a las características humanas que expliquen los rasgos más importantes de la rela-ción hombre-industria y sus consecuencias. Si ampliamos de un yacimiento a una zona determinada, ¿podemos definir la cadena operativa en la Cornisa Cantábrica? Pensamos que sí, aunque sea de una manera harto grosera y elemental y proponemos una cadena operativa lítica para esta región que, a la espe-ra de matizaciones futuras, damos como hipótesis de trabajo, sobre la cual plantear las futuras investiga-ciones al respecto. A continuación abordamos este terna de una manera general. Previamente, debemos detenernos en las cadenas líticas parciales más impor-tantes y que marcan la pauta de la cadena global. Las cadenas líticas de cantos tallados, de bifaces, de hen-didores, de picos; las cadenas de soportes primarios de útiles en lascas; las cadenas de núcleos y las cade-nas líticas de segunda generación que, aquí, sólo están representadas por la técnica levallois. Deben analizarse por separado y detenidamente para, acto seguido, poder acercarnos a la cadena global de reali-zación lítica en el yacimiento (Bóeda et al. 1990; Cahen et al. 1979; Pelegrin et al. 1988)

Los cantos tallados (Fig. 8) están presentes de manera especial en los yacimientos costeros llegando a desarrollarse formas complejas y complicadas de estos tipos, ya definidos por uno de nosotros (Rodrí-guez Asensio 1983b). Los bifaces (Fig. 9), que pue-den estar realizados a partir de cantos o de grandes

Figura 8. Irikaitz, sondeo Geltoki. Canto tallado bifacialmente del nivel V.

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Figura 9. Cabo Busto. Bifaz del nivel 11.

lascas, muestran formas no muy evolucionadas, sien-do las más numerosas las amigdaloides y subtriangu-lares, que son las más normales en el proceso simple de talla a la hora de confeccionar estos instrumentos, aunque existen ejemplares de todos los demás tipos definidos de manera clásica. Aparecen las formas de protobifaz, como elemento intermedio entre los can-tos tallados y los bifaces. Presentan talla, retalla y, en algún caso, retoque en sus bordes. Son, en cierta medida, piezas evolucionadas tecnológicamente, sin llegar a extremos evolutivos importantes. Un aspecto particular, dentro de la misma cadena lítica, lo corn-ponen los picos triedros, elaborados con las mismas características de fabricación tecnológica que los bifaces. En este sentido, nada los separa y pueden agruparse bajo el mismo epígrafe tecnológico.

Los hendidores (Fig. 10) que separamos netamen-te, desde el punto de vista de su fabricación, de los

Figura 10. Cabo Busto. Hendidor del nivel II.

bifaces de corte transversal, se nos muestran en todas sus variantes elementales y elaboradas hasta las for-mas más complejas definidas en alguno de los yaci-mientos clásicos. El grupo de los útiles sobre lasca, formado por raederas, raspadores, muescas, denticu-lados, perforadores, limacos se caracteriza, sobre todo, por presentar los atributos de cada uno de estos grupos de manera simple, sin formas complejas. Tampoco abundan, sino que se trata de escasos ejem-plares, los útiles dobles o que participan de dos con-juntos tipológicos. Finalmente, el capítulo de los núcleos, que representan otro de los indicadores para la definición de la cadena lítica global, está formado, preferentemente, por núcleos confeccionados a partir de los cantos rodados directamente. No obstante, también aparecen espléndidos ejemplares de núcleos preparados, siendo su asignación a la técnica levallois muy probable.

Una reconstrucción gráfica de la cadena lítica operativa, se podría desmenuzar en los siguientes pasos principales: a partir de un canto rodado que es la base natural empleada preferentemente, se pueden extraer tres tipos que conforman los tres primeros posibles pasos en el proceso de talla y que son las bases negativas de primera generación, a saber, can-tos tallados unifacialmente, cantos tallados bifacial-mente y cantos tallados multifacialmente. Además, se encuentra el producto de estas extracciones, las lascas o bases positivas. De los cantos tallados, en sus dos primeras variedades, es decir los unifaciales y los bifaciales, se puede llegar a la configuración de los protobifaces a partir de los cuales, mediante la suma de más extracciones a lo largo de sus bordes, se llega a los bifaces en sus diferentes tipos y variantes. Tam-bién desde los cantos tallados, en sus tres variedades, se puede avanzar en la realización de los núcleos, ya que éstos mismos se pueden entender como tales. Un paso más adelante en este proceso son los núcleos preparados, los más complejos de los cuales son los levallois. De los núcleos, independientemente del tipo que sean, se extraen lascas.

Las lascas, aparte de cómo y de qué manera hayan sido conseguidas, pueden transformarse, mediante el añadido de nuevos gestos, en forma de extracciones de otras lascas más pequeñas, que son las bases posi-tivas de segunda generación, y, gracias a este trabajo, lograr la fabricación de todo el amplio espectro de instrumentos en lasca que forman las bases negativas de segunda generación, que pueden ser bifaces, hen-didores, raederas, raspadores, muescas, denticulados, perforadores, puntas, limacos.

Teniendo en cuenta estas características que hemos apuntado en cada uno de los grupos instru-

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mentales podemos concluir que la cadena lítica del norte peninsular durante el Paleolítico antiguo pre-senta tres rasgos fundamentales que la definen: Sim-plicidad, Alta uniformidad y Baja especialización funcional. Detengámonos, aunque sea brevemente, en cada uno de ellos.

Simplicidad, en cuanto a los procesos técnicos de producción. Bajo este criterio nos referimos al hecho de que las industrias elaboradas lo sean a partir de técnicas de talla elementales; a la inexistencia o muy escasa existencia de técnicas complejas; es decir, todas las industrias han sido elaboradas mediante la técnica de percusión directa a partir de los cantos rodados y la extracción de las lascas de los mismos. La extracción de las lascas se hace directamente a partir de los cantos y sólo, en algunos casos, se elabo-ran núcleos más complejos. Los cantos rodados apor-tan la materia prima para la confección de los instru-mentos y, como es lógico, determiñan, según sus for-mas y características originales el tipo y la forma del útil elaborado. Se trata, en definitiva, de una depen-dencia grande de la materia a la hora de la confección del instrumento. No obstante, aun siendo esto cierto, de manera general, en la confección de determinados tipos instrumentales, tales como bifaces o hendidores se puede ver cierta imposición del tallador sobre el encorsetamiento que generaría un excesivo seguidis-mo del perfil y módulo del canto. Se habría impuesto su idea del instrumento deseado, de lo que se puede deducir que, aunque sean simples los procesos técni-cos empleados para la confección de los instrumen-tos, la inteligencia técnica se encuentra en un estado avanzado de desarrollo. Conocen la técnica necesaria para la confección de instrumentos más complejos, aunque no la usen más que excepcionalmente. A la ausencia de técnicas más complejas se suma también la no presencia o si la hay, es muy escasa, de percu-tores especiales, blandos, de madera o hueso. Al ser de materia orgánica parece lógico pensar que el no descubrimiento de ningún ejemplar de estos hipotéti-cos percutores, se debería a su mala conservación; aunque nosotros siempre hemos pensado que de haberse usado los percutores blandos debió ser de una manera muy escasa y ocasional. No parece ser tan necesario para aplicar y conseguir un retoque en el borde de un artefacto de los que hemos descrito la uti-lización de percutores blandos. El percutor duro sirve o puede servir muy bien, para desbastar el canto, para tallar elementalmente, para retallar de manera más suave y dar forma al instrumento deseado y, por últi-mo, para retocar los bordes y conseguir que éstos se regularicen. Sólo hace falta dominar la técnica de talla y ser hábil en el manejo del percutor duro o de piedra al imprimir una determinada fuerza para cada levantamiento que se desee.

Alta uniformidad con escasa variabilidad técnica y morfológica. Criterio este que hemos definido teniendo en cuenta los tipos instrumentales que están representados y, dentro de cada uno de ellos, lo esca-so, también, de la variedad de las posibles formas del tipo. Existe poca diversidad. El número importante de ejemplares se encuentra en otros tipos y son los que definen esta uniformidad a la que nos referimos. Los tipos se repiten y las únicas escasas variantes vienen impuestas más por las características de la materia prima que logradas intencionadamente a la hora de la confección del útil. De todas maneras, la materia pri-ma, que viene configurada, fundamentalmente, por los cantos rodados de cuarcita, permite muy pocas opciones de variabilidad y los instrumentos logrados, a partir de ellos, se reducen a muy escasas formas y tipos. Las industrias hechas a partir de cantos rodados presentan todas ellas unas características muy simila-res y limitan los tipos conseguidos a muy pocos gru-pos. Sólo en los instrumentos en lasca, existe una mayor variabilidad, pues una vez conseguido el soporte que es la lasca, la confección del instrumento puede ser más estudiada y decidida. En el caso de las lascas, la materia soporte no condiciona tanto el resultado.

Baja especialización funcional. Esta característica se encuentra estrechamente ligada a la anterior de la escasa variabilidad técnica y morfológica. Aunque el criterio de la funcionalidad es difícil de determinar y está sujeto a un importante y permanente debate, se puede apuntar que en las industrias estudiadas se per-cibe una baja especialización, al no haber gran distin-ción de útiles, y su asimilación funcional. La mayoría son definidos, por nosotros, como útiles polivalentes, es decir, sin especialización en una determinada fun-ción y que pueden haber sido usados en múltiples, variadas, diferentes y, a veces, contrapuestas funcio-nes. Sin embargo, es necesario apuntar que sí existen algunos grupos instrumentales, como son los de las muescas y denticulados, en los que sí hemos podido identificar un mayor grado de especialización.

La fabricación de útiles diseñados para tareas con-cretas y específicas no es una característica de esta época, como se ha puesto de manifiesto al estudiar las huellas de uso (Keeley 1980), sobre todo de las hachas bifaciales, por lo que la característica de la plurifuncionalidad parece ser la más adecuada a estas industrias líticas. Además, los tipos más especializa-dos como pueden ser las puntas levallois, que indis-cutiblemente serían para enmangarse y así confeccio-nar útiles compuestos, aunque están presentes son muy escasas y sólo pueden ser tenidas en cuenta como evidencias de que esta difícil técnica era ya conocida y usada. Si es así, y las pruebas parecen

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confirmarlo, ¿por qué la usaron tan poco, a pesar de la innegable mejora que suponía?

Este interrogante se puede integrar en los enigmas planteados por Mithen (1998): ¿por qué no usaron el hueso como materia prima?, ¿por qué no fabricaron útiles diseñados para finalidades concretas?, ¿por qué no fabricaron útiles compuestos? Es cierto que hay algunas excepciones que suavizan algo estos interro-gantes, pero estas preguntas parecen ser válidas para todos los conjuntos líticos relacionados con los humanos primitivos. Todos estos aspectos que hemos venido desgranando nos llevan a la característica más importante que define la cadena lítica del Paleolítico antiguo de la Cornisa Cantábrica, y que es la inmedia-tez de las estrategias en la transformación y uso de los elementos líticos, así com.o el localismo en la capta-ción y distribución de materias primas. lntnediate, y localismo que son observables en la captación de los recursos, en la elaboración de los mismos y en la uti-lización del producto elaborado, es decir, los útiles.

La captación de los recursos para la talla, que, como hemos dicho, serán los cantos rodados o nódu-los que se encuentran en el mismo sitio del asenta-miento o en las inmediatas cercanías, como las playas o afloramientos de materia prima de la zona, por lo que no es necesario ningún tipo de desplazamiento largo a la búsqueda de hipotéticas canteras de extrac-ción del material lítico. La talla, seguramente mediante la técnica lanzada, para conseguir grandes lascas-núcleo se realiza en los pedreros cercanos y únicamente se realiza el traslado de estos soportes para las futuras elaboraciones en el asentamiento.

Por último, la utilización de las industrias también se habría hecho en el mismo lugar, ya que pensamos que la mayoría de los instrumentos fueron realizados para hacer otros instrumentos, no de piedra, sino de otros materiales perecederos, como la madera. Los descubrimientos de lanzas de madera en Schbningen (Alemania) por Thieme, o los más clásicos de Clacton (Inglaterra) así nos lo indican. La polivalencia hemos de aceptarla en el sentido de que todas las tareas nece-sarias para el hombre de esta época podían ser aborda-das con tan escaso "maletín de herramientas".

Estas dos características de Inmediatez y Localis-mo son aplicables a la mayoría de los yacimientos de esta época, ya que la inmediatez se romperá sólo en el momento en el que la lista de útiles se haga mayor y más compleja y el material en que se fabriquen los ins-trumentos se amplíe, al menos, al hueso; y el localis-mo finalizará cuando algunos artefactos complejos y difíciles de fabricar sean transportados en sus despla-zamientos, o cuando la inexistencia de material sopor-

te en la misma zona haga que ésta se amplíe para su captación. Todo esto, salvo escasas excepciones, llega-rá con el gran cambio humano y cultural del Paleolíti-co Superior realizado por el hombre moderno, proceso que puede verse detallado para el marco cantábrico a lo largo de los dos siguientes capítulos de este libro.

6. A MODO DE SÍNTESIS. LOS PRIMEROS POBLADORES DE LA CORNISA CANTÁBRICA

A pesar de este mapa, ya plagado de hallazgos, aun nos encontremos lejos de poder afrontar, con éxi-to, una síntesis de las culturas del Paleolítico antiguo en la llamada "Cornisa Cantábrica" y de su relación con el resto de las zonas peninsulares y europeas. Pero, sobre todo, intentar una diferenciación entre Paleolítico inferior y medio o lo que es lo mismo, entre Achelense y Musteriense, se encuentra muy lejos de poder ser abordado con éxito. No pretende-mos formular leyes que expliquen el comportamiento cultural, sino, simplemente, ordenar, en la medida de lo posible, los abundantes hallazgos acaecidos de maneras muy dispares y en circunstancias muy distin-tas. Además, los diferentes métodos de investigación se pueden rastrear muy bien en los resultados publi-cados. Creemos ilustrativo detenernos, aunque sea brevemente, en un somero análisis de esta cuestión que explica la interpretación de los hallazgos y el esquema cronológico y cultural propuesto en las dife-rentes zonas del área cantábrica.

Galicia ha estado muy marcada por los estudios clásicos realizados en Portugal, y, al menos, una parte de esta región, puede entenderse como una continua-ción del país vecino, a los efectos de investigación de estas épocas. Hallazgos aislados, clasificados según el fósil director al uso se fueron sucediendo hasta la excavación de Las Gándaras de Budiño, yacimiento que planteó más problemas que soluciones, sobre todo, en lo referente a su cronología, pues las fechas logradas por el método radiocarbónico (26700 BP y 18000 BP) resultaban aberrantes y sin ninguna expli-cación válida. Este yacimiento ha sido durante años uno de los referentes de los estudios del Paleolítico antiguo en nuestra península, aunque sólo fuera para plantear los problemas cronológicos, sin que en la mayoría de las ocasiones se apuntaran soluciones de interpretación válidas para estas fechas. En este senti-do Jordá (1967) se atreve a intentar una explicación que lleva al terreno del medio ambiente, al pensar que pudo haberse dado un área marginal en un medio determinado condicionado por la corriente del Golfo que sería la causante de que aquellas tierras del sur galaico permaneciesen sin cambios y con ellas los grupos humanos allí asentados. Se trataría de un

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Achelense que perduraría hasta las épocas del Paleolí-tico superior, para después con una tecnología antigua, basada en el trabajo de cantos, desplazarse hacia la Cornisa Cantábrica y en ella dar origen a la cultura Asturiense que tiene como instrumento más caracterís-tico el pico asturiense que, como se sabe, está realiza-do a partir de un canto rodado. Interesante y aventura-da teoría ésta que no cuenta hoy con ningún respaldo arqueológico. En estos últimos años, nuevos proyectos de investigación con metodologías modernas están definiendo estratigrafías que se adentran hasta el Pleis-toceno medio para este yacimiento de la costa gallega. Además, la falta de cuevas, en general, ha impedido que el interés de las investigaciones mirase hacia el Paleolítico medio con su cultura musteriense, la que se daba como desconocida por no existir un lugar de refe-rencia importante. Los materiales "sin contexto" apa-recidos al aire libre fueron encajándose en el Paleolíti-co inferior, en términos generales. Con todo ello, se da una imagen de existencia de Achelense y ausencia, o presencia escasa, de Musteriense.

En Asturias se ha asignado la mayor parte de los materiales de estas épocas al Paleolítico inferior, que-dando el Paleolítico medio restringido a los yaci-mientos en cueva y poco más. A esta situación se lle-ga, querámoslo o no, porque, desde las investigacio-nes clásicas, se han definido como musterienses los niveles de algunas cuevas, fundamentalmente de la Cueva del Conde, frente al yacimiento de Bañugues que, descubierto en 1961, pasa a considerarse como el paradigma del Paleolítico inferior. Antes, desde principios de siglo (Breuil y Obermaier 1912) se van dando a conocer diferentes materiales líticos recupe-rados de manera aislada y clasificados en estas etapas del Paleolítico, pero sin que exista ningún yacimien-to que sirva para abordar el esquema cronológico y cultural de esta zona.

La industria de Bañugues, frente a la de la cueva del Conde, es de mayores dimensiones, está formada por una gran abundancia de cantos tallados, tiene bifaces, hendidores, picos, abundantes núcleos y las-cas que marcan diferencias claramente con las indus-trias extraídas de la cueva mencionada y compuesta por instrumentos más pequeños, ausencia de cantos, de bifaces y presencia de útiles en lasca, raederas, denticulados, etc. A esto se suma que el primero es un yacimiento al aire libre y el otro en cueva con lo que esto significa, permitiendo deducir, también, algunas cuestiones climáticas. La definición de un nivel del Würm I, por encima de las brechas con los materiales en Bañugues, fue utilizada, de manera reiterada, para situar a estos en el interglaciar Riss-Würm. Estos datos, combinados con los estudios tecnotipológicos de los materiales extraídos en las excavaciones-son-

deo realizadas en este yacimiento, lo situaron en el Achelense superior desarrollado en el último intergla-ciar. Estas investigaciones han hecho que se hable de un importante Achelense y de un escaso Musteriense.

Cantabria cuenta, desde antiguo, con uno de los puntos de referencia más importantes de estas épocas, cual es la cueva del Castillo, en la que las excavacio-nes de principios de siglo, ya clásicas, exhumaron niveles musterienses y achelenses, en los que se pudieron estudiar las diferencias y similitudes de ambas culturas, aunque, también en este caso, los interrogantes sin respuesta se aparecen a borbotones a todo aquel que se acerque a este yacimiento. Dos caminos separados han seguido las investigaciones en otros yacimientos, por una parte, las llevadas a cabo en cuevas como El Castillo, Cueva Morín o El Pendo en las que la definición de niveles musterienses cuen-ta con los apoyos de las investigaciones realizadas en las mismas; y en segundo lugar, los hallazgos al aire libre que, en estos últimos años se han multiplicado, y han dibujado un panorama del Achelense que se presenta muy distinto al de los niveles bajo cueva. Quedaba, de esta manera, bien separado el Achelen-se de los yacimientos al aire libre, del Musteriense de los yacimientos en cuevas. Como excepción a lo indi-cado (y gran expectativa a medio plazo), debemos seguir con atención la evolución de las investigacio-nes en La Garma A exterior.

Y por último, en el País Vasco algunos yacimientos en cueva como Lezetxiki y Axlor han marcado tradi-cionalmente la pauta a seguir en las investigaciones. En ambos, algunos autores han definido niveles mus-terienses como los más antiguos, y en Lezetxiki existe cierta controversia sobre la posibilidad de que exista además algún nivel achelense en la base del depósito. Además, en ambos se han rescatado restos humanos clasificados como neandertales. Las reiteradamente citadas fechas de Lezetxiki, la excavación de Irikaitz y las crecientes menciones a materiales adscritos al Paleolítico antiguo parecen empeñarse en introducir algunas novedades en la clásica asignación cultural al Musteriense de los primeros indicios de hábitat. Tam-bién asignación al Musteriense de Tradición Achelen-se es la dada a varios asentamientos al aire libre (Mur-ba, Le Basté, Urbasa o Manzanos, según repertorio actualizado por Sáenz de Buruaga 2000). La ubicación de varios de estos asentamientos en el Valle del Ebro y la relativa abundancia de la técnica levallois en los mismos suscitan interesantes cuestiones acerca de las vías de poblamiento y la organización territorial del Paleolítico antiguo en el Cantábrico oriental.

Ante este panorama que, insistimos, no es más que una mera aproximación, podemos hacernos las

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siguientes preguntas: ¿cómo se definen cada una de las culturas Achelense y Musteriense que se han identifi-cado en la Cornisa Cantábrica?; ¿qué marco cronoló-gico tienen ambas?; ¿pueden superponerse en el tiem-po o son sucesivas?; ¿sigue siendo válida la distinción de yacimientos en cuevas o al aire libre y tiene esta eventual distinción una lectura ambiental?; ¿existen otras posibilidades de interpretación, como, por ejem-plo, atisbar la entrada en la Cornisa Cantábrica por ambos extremos, siendo por el occidental, influido por el ambiente atlántico y, por ende, por el poblamiento existente en Portugal, el primero, mientras que por el oriente, procedente del sur francés y, por tanto, más relacionado con éste y distinto del atlántico el segun-

do?; ¿llamaríamos al occidental Achelense, y al orien-tal Musteriense?; ¿ambas "entradas culturales" se mezclarían en el centro de la región?; ¿qué lectura debemos de hacer de los sitios estratificados como El Castillo, en los que ambos tecnocomplejos se relacio-nan siempre en términos de sucesión?.

Corno no se le escapará lector, resulta excesiva-mente forzada una explicación que tuviera como fun-damento esta última hipótesis y nosotros no la valo-ramos más que como lo que es, es decir como un ejer-cicio dialéctico para analizar todas las posibilidades, por extrañas que pudieran parecer.

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