el pico azul

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Un cuento sobre la fragilidad de la fe

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Page 1: El pico azul

El pico azul

El sendero que penetraba la espesura parecía garantizarles mayor

seguridad en el desempeño de la misión. Habían sido muy cautelosos en

este último tramo. A pesar de esto, muchos sentían que seguían

vigilados. Al entrar al recodo solo los sonidos de las alimañas

acompañaban el paso furtivo de los soldados.

Luego de un breve trecho, los esperaba un claro. A pesar de sentirse

más tranquilos por la selva cómplice, descansaron solo un momento, el

suficiente para calentar sus ateridos huesos frente a un pequeña fogata.

Comieron algo enlatado y bebieron de sus cantimploras El tiempo

apremiaba, tenían que continuar inmediatamente.

Luego de la pérdida de los mapas, anduvieron confundidos tanto

tiempo que algunos decidieron quedarse en el camino. Nadie sabía si la

misión continuaba siendo importante o si se había reducido a darle

sentido a la existencia de cada uno de ellos. Ese sentido del honor tan

insulso y que a veces nos conduce a decisiones irreparables.

Ante tanta pérdida de hombres, el sargento Odalio Jarrín asumió

que era el predestinado para cumplir la consigna. Tenía miedo, pero en el

fondo de su alma, por decirlo de alguna manera, saltaba con brusquedad

un sentimiento de satisfacción que no quería profundizar ¿por qué él y no

otro habría de cumplir una misión que había confundido a tantos?

Había sido soldado mucho tiempo y era un hombre curtido en los

ejercicios militares. A pesar de eso, Odalio guardaba un espacio intocado

en el fondo de su ser. Ese espacio neutro donde todo cabe, donde todo lo

imposible se vuelve posible y el cual había cuidado de no llenarlo de

crueldad.

Page 2: El pico azul

De alguna manera, esa contradicción en la vida del soldado era

producto de una tragedia vivida cuando era pequeño. Él no recordaba con

claridad, pero la versión que interiorizó y recreó muchas veces era que

jugando había causado la muerte de su hermano menor.

Durante años reflexionó sobre lo que lo impulsó a empujarlo. Lo hizo

muchas horas ensimismado mirando hacia el cielo, blasfemando sin

palabras, pidiendo perdón sin estremecerse durante el día e insomne y en

estado febril durante las noches. Ya en el ejército y mientras otros

soldados buscaban otras formas de consuelo, este aprendió a entenderse

con Aquel.

Era un buen soldado, técnicamente hablando, pero no era capaz de

gozar del dolor ajeno, en eso no era el hombre duro que esperaban. Cada

vez que iba a cometer un acto irracional, Odalio se llevaba la mano a una

imagen religiosa que colgaba de su pecho. Este gesto lo protegía. La

maldad pasaba a través de él y terminaba desmayada e inútil, tirada en

cualquier rincón.

Ahora tenía que llegar a lo alto de la montaña sin perder la vida de

más hombres. Se preparó a subir y tomó las debidas precauciones. A

unos doscientos pasos del Pico Azul, meta nacarada y gélida, el cuerpo de

Odalio estaba en el centro de una mira.

A cincuenta pasos, el francotirador oculto aguantó la respiración

para no errar. En ese momento los acontecimientos tomaron otro giro. Los

dioses cubrieron con un velo helado la escena. Mientras se medían las

fuerzas celestes, Odalio, rezaba y se encomendaba a lo alto. Si cumplía la

misión podría regresar con honores y darle a su familia una nueva

oportunidad. El francotirador también rezaba en lengua extraña. Un velo

gris ocultaba a los dioses enemigos que se agazapaban detrás de sus

hijos.

A pocos pasos de la meta, Odalio escuchó el disparo que cortó la

escarcha, encendió las velas de un rezo lejano y mordió el horizonte hasta

apagarse en un eco interminable. Odalio, herido, se detuvo y empezó a

retroceder con dolorosa cautela. .

Page 3: El pico azul

El tirador observó como iniciaba el descenso, protegiéndose con las

rocas y los desniveles del suelo. Sonrió, porque sabía que no tendría

escapatoria. Había errado a propósito para hacer más larga la agonía.

Odalio tendría que cruzar un claro y en ese momento sería el blanco

perfecto.

Enfocó largamente a su oponente herido y por un instante pudo ver

su amuleto. Él también llevaba uno. No eran parecidos pero encerraban la

misma necesidad. No alcanzó a tocárselo para conjurar su destino porque

un tiro le reventó el pecho.

Odalio escuchó el tiro a mansalva que él mismo había ordenado.

Palideció. Ya no quería cumplir la misión, porque a pesar de que sus

dioses le daban otra oportunidad, él tenía que empezar por reconstruir la

fe que acababa de perder.

Clara Ayala

Febrero 06-2007