el pico azul
DESCRIPTION
Un cuento sobre la fragilidad de la feTRANSCRIPT
El pico azul
El sendero que penetraba la espesura parecía garantizarles mayor
seguridad en el desempeño de la misión. Habían sido muy cautelosos en
este último tramo. A pesar de esto, muchos sentían que seguían
vigilados. Al entrar al recodo solo los sonidos de las alimañas
acompañaban el paso furtivo de los soldados.
Luego de un breve trecho, los esperaba un claro. A pesar de sentirse
más tranquilos por la selva cómplice, descansaron solo un momento, el
suficiente para calentar sus ateridos huesos frente a un pequeña fogata.
Comieron algo enlatado y bebieron de sus cantimploras El tiempo
apremiaba, tenían que continuar inmediatamente.
Luego de la pérdida de los mapas, anduvieron confundidos tanto
tiempo que algunos decidieron quedarse en el camino. Nadie sabía si la
misión continuaba siendo importante o si se había reducido a darle
sentido a la existencia de cada uno de ellos. Ese sentido del honor tan
insulso y que a veces nos conduce a decisiones irreparables.
Ante tanta pérdida de hombres, el sargento Odalio Jarrín asumió
que era el predestinado para cumplir la consigna. Tenía miedo, pero en el
fondo de su alma, por decirlo de alguna manera, saltaba con brusquedad
un sentimiento de satisfacción que no quería profundizar ¿por qué él y no
otro habría de cumplir una misión que había confundido a tantos?
Había sido soldado mucho tiempo y era un hombre curtido en los
ejercicios militares. A pesar de eso, Odalio guardaba un espacio intocado
en el fondo de su ser. Ese espacio neutro donde todo cabe, donde todo lo
imposible se vuelve posible y el cual había cuidado de no llenarlo de
crueldad.
De alguna manera, esa contradicción en la vida del soldado era
producto de una tragedia vivida cuando era pequeño. Él no recordaba con
claridad, pero la versión que interiorizó y recreó muchas veces era que
jugando había causado la muerte de su hermano menor.
Durante años reflexionó sobre lo que lo impulsó a empujarlo. Lo hizo
muchas horas ensimismado mirando hacia el cielo, blasfemando sin
palabras, pidiendo perdón sin estremecerse durante el día e insomne y en
estado febril durante las noches. Ya en el ejército y mientras otros
soldados buscaban otras formas de consuelo, este aprendió a entenderse
con Aquel.
Era un buen soldado, técnicamente hablando, pero no era capaz de
gozar del dolor ajeno, en eso no era el hombre duro que esperaban. Cada
vez que iba a cometer un acto irracional, Odalio se llevaba la mano a una
imagen religiosa que colgaba de su pecho. Este gesto lo protegía. La
maldad pasaba a través de él y terminaba desmayada e inútil, tirada en
cualquier rincón.
Ahora tenía que llegar a lo alto de la montaña sin perder la vida de
más hombres. Se preparó a subir y tomó las debidas precauciones. A
unos doscientos pasos del Pico Azul, meta nacarada y gélida, el cuerpo de
Odalio estaba en el centro de una mira.
A cincuenta pasos, el francotirador oculto aguantó la respiración
para no errar. En ese momento los acontecimientos tomaron otro giro. Los
dioses cubrieron con un velo helado la escena. Mientras se medían las
fuerzas celestes, Odalio, rezaba y se encomendaba a lo alto. Si cumplía la
misión podría regresar con honores y darle a su familia una nueva
oportunidad. El francotirador también rezaba en lengua extraña. Un velo
gris ocultaba a los dioses enemigos que se agazapaban detrás de sus
hijos.
A pocos pasos de la meta, Odalio escuchó el disparo que cortó la
escarcha, encendió las velas de un rezo lejano y mordió el horizonte hasta
apagarse en un eco interminable. Odalio, herido, se detuvo y empezó a
retroceder con dolorosa cautela. .
El tirador observó como iniciaba el descenso, protegiéndose con las
rocas y los desniveles del suelo. Sonrió, porque sabía que no tendría
escapatoria. Había errado a propósito para hacer más larga la agonía.
Odalio tendría que cruzar un claro y en ese momento sería el blanco
perfecto.
Enfocó largamente a su oponente herido y por un instante pudo ver
su amuleto. Él también llevaba uno. No eran parecidos pero encerraban la
misma necesidad. No alcanzó a tocárselo para conjurar su destino porque
un tiro le reventó el pecho.
Odalio escuchó el tiro a mansalva que él mismo había ordenado.
Palideció. Ya no quería cumplir la misión, porque a pesar de que sus
dioses le daban otra oportunidad, él tenía que empezar por reconstruir la
fe que acababa de perder.
Clara Ayala
Febrero 06-2007