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El pensamiento finisecular Oscar Terán Introducción A partir de 1880, comenzaron a darse fracturas en el interior de la elite, impulsadas por el surgimiento de un liberalismo no clasicista que proponía la intervención estatal, contraponiéndose a la idea clásica del “gobierno limitado”, hasta ese entonces excluido del ámbito económico. Esto conllevó al inicio de un proceso de modernización que sería fuertemente criticado, en primera instancia, por Miguel Cané, quien propuso una recuperación de los valores republicanos y estéticos. Con la crisis de 1890, las preocupaciones de Cané se vieron potenciadas. Fueron respondidas y renovadas desde diversas ideologías (dado que éste es un período caracterizado por la superposición de teorías), pero principalmente por los grupos positivistas y los modernistas culturales. Positivismo Los representantes más importantes entre los años 1880-1916 fueron José María Ramos Mejía, Carlos Octavio Bunge y José Ingenieros. Se enfocaron en el estudio de los hechos y en la búsqueda de leyes objetivas, por lo que adquirieron gran importancia las ciencias naturales y sociales, entendiendo a la sociología como una parte de la psicobiología. Tuvieron como pilar la teoría de Darwin (darwinismo) de la supervivencia del más apto. En el análisis positivista de las problemáticas sociales que afectaban a Latinoamérica, consideraron como principal emergencia a la inmigración europea: quienes inmigraban quedaban completamente expuestos a las “razas indígenas” y a los “sujetos improductivos” (mendigos, vagos, locos, delincuentes), principales factores que conspiraban contra la estabilidad y el orden. Entendían (por su visión darwiniana de la realidad) a los europeos como una raza superior, mientras que los pueblos originarios y las clases más

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El pensamiento finisecular

Oscar Terán

Introducción

A partir de 1880, comenzaron a darse fracturas en el interior de la elite, impulsadas por el surgimiento de un

liberalismo no clasicista que proponía la intervención estatal, contraponiéndose a la idea clásica del “gobierno

limitado”, hasta ese entonces excluido del ámbito económico.

Esto conllevó al inicio de un proceso de modernización que sería fuertemente criticado, en primera instancia,

por Miguel Cané, quien propuso una recuperación de los valores republicanos y estéticos. Con la crisis de

1890, las preocupaciones de Cané se vieron potenciadas. Fueron respondidas y renovadas desde diversas

ideologías (dado que éste es un período caracterizado por la superposición de teorías), pero principalmente

por los grupos positivistas y los modernistas culturales.

Positivismo

Los representantes más importantes entre los años 1880-1916 fueron José María Ramos Mejía, Carlos Octavio

Bunge y José Ingenieros. Se enfocaron en el estudio de los hechos y en la búsqueda de leyes objetivas, por lo

que adquirieron gran importancia las ciencias naturales y sociales, entendiendo a la sociología como una parte

de la psicobiología. Tuvieron como pilar la teoría de Darwin (darwinismo) de la supervivencia del más apto.

En el análisis positivista de las problemáticas sociales que afectaban a Latinoamérica, consideraron como

principal emergencia a la inmigración europea: quienes inmigraban quedaban completamente expuestos a las

“razas indígenas” y a los “sujetos improductivos” (mendigos, vagos, locos, delincuentes), principales factores

que conspiraban contra la estabilidad y el orden. 

Entendían (por su visión darwiniana de la realidad) a los europeos como una raza superior, mientras que los

pueblos originarios y las clases más bajas (no trabajadoras) eran considerados razas inferiores y por tanto

potenciales gérmenes que podían contaminar a las masas migratorias. Incluso proponían la exclusión de

aquellos “blancos” que hubieran establecido contacto cercano con los “negros”.

Proponían que el Estado integrara a los inmigrantes de la forma más paternalista (protectora, cálida… como

un padre) posible, porque éstos eran los únicos que podrían corregir el fondo racial hispánico, negro e

indígena. Para esto, la educación de los hijos de inmigrantes era esencial, porque era necesario generar un lazo

simbólico mediante un sentimiento nacionalista (incluso allí donde las diferencias étnicas no lo facilitaban).

Así, la educación primaria era vista como un proceso de argentinización: cada ceremonia escolar era un

procedimiento de nacionalización de las masas.

Los positivistas darwinianos consideraban que el sistema político debía replantearse, apelando a la autoridad

del saber científico (los sujetos autorizados para “decir” la sociedad y los males eran los científicos). Creían

que la idea de igualdad (nacida en la Revolución Francesa) era antinatural, y por tanto lo era también la

democracia. Justificaban así la existencia de la aristocracia, capaz de decidir en nombre de las “razas

inferiores”, aunque criticaban a la aristocracia argentina, catalogándola de una burguesía enriquecida que

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había sido absorbida por la sed de riquezas.

Esta creciente burguesía sólo podía llevar a la degeneración, en un contexto en el que la inacción de los ricos

y el cansancio debido al trabajo de las clases bajas requería de un Estado que moldeara la sociedad. Sin

embargo, aseguraban que el provenir argentino era venturoso, debido a sus condiciones geográficas, a su

composición racial blanca y a la inmigración europea (ingenieros). Raza, medio y momento eran los soportes

adecuados para convertir a la Argentina en el futuro líder sudamericano.

El problema al que se enfrentaron los positivistas fue el de detectar los métodos más adecuados para que las

multitudes argentinas dejasen de ser pasivas. Ramos Mejía rescató de los gauchos su capacidad de contribuir a

movilizar a las poblaciones urbanas (de todas formas, los gauchos ya casi no existían).

Modernismo cultural

El modernismo cultural se desarrolló al mismo tiempo que el positivismo, y buscó respuestas para las mismas

problemáticas con un enfoque distintos. Los modernistas desplazaron a las ciencias de su posición central, y

colocaron en su lugar al espiritualismo y a la belleza. La figura principal ya no sería el intelectual-científico,

sino el escritor.

Luego de la guerra hispano-norteamericana y las celebraciones del cuarto centenario del descubrimiento de

América, este movimiento se inscribió en lo que fue llamado “nacionalismo latino”. 

Por un lado, denunciaron al cegador materialismo norteamericano, antepuesto a cualquier otro valor.

Propusieron, entonces, integrar el espiritualismo latinoamericano junto al materialismo norteamericano en la

medida justa. Así, Latinoamérica se convertiría en la nueva guía, pero sólo a través de la aristocracia, que

buscaron proteger en uno de sus principales núcleos: las juventudes. Se inauguró así un discurso juvenilista

que luego se fusionaría con el movimiento de la Reforma Universitaria.

Por otro lado, renovaron la forma de entender la identidad nacional. “Los argentinos no hemos dejado de ser

españoles”, dijo Manuel Gálvez. El modernismo cultural desplazó también el eje de la identidad nacional,

desde un nacionalismo imitativo (con los ojos puestos en Europa) que había sido construido por la generación

de Alberdi y Sarmiento, hacia un nacionalismo verdaderamente argentino, con la mirada en las provincias del

interior del país. La idea de nación, entonces, comenzó a ser pensada como un fenómeno antropológico,

fundado en costumbres que no podían ser modificadas por la política: un nacionalismo cultural y esencialista.

Para poder recuperar las costumbres nacionales que habían sido opacadas por el cosmopolitismo, se

plantearon dos formas de nacionalismos culturales y esencialistas:

-Quiroga-Gálvez creía que una guerra con Brasil nacionalizaría a los extranjeros, paralizaría la inmigración y

generaría una conmoción patriótica capaz de estimular a los escritores e intelectuales para que expresasen el

alma de la patria. Sin embargo, descartó esta idea al descubrir en los caudillos, los hombres más

representativos de la “raza nacional”, la esencia de un espíritu rebelado contra el modelo afrancesado y

aristocrático.

-Rojas y Lugones, por otro lado, consideraron que este nuevo nacionalismo necesitaba pacifismo y laicismo,

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por lo que propusieron una reforma educativa que tenía sus ejes en la enseñanza de la historia y de la lengua,

y en la que el intelectual se ofrecía como restaurador del pasado perdido tras la conquista. A su vez, le dieron

al gaucho un papel de suma importancia, mientras que relegaron al legado hispano-cristiano y aborigen. Así,

el prototipo de nacionalidad ya no fue el europeo sino el gaucho: un gaucho que había logrado lo que la

conquista no: eliminar al indígena, transformándose en el civilizador de la pampa.

Tras las elecciones de 1916 y el ascenso al poder del radicalismo, las esperanzas del modernismo cultural se

vieron perdidas. Categorizaron al nuevo elenco gobernante como regresivo, capaz de destruir todo aquel

legado civilizatorio que habían construido. 

Joaquín V. González, entonces, criticó al sufragio nacional, amparándose en la distinción entre calidad y

cantidad. Según él, la legitimidad del sufragio no tenía valor en comparación con los conocimientos de la

aristocracia, experta y virtuosa.

Con la Primera Guerra Mundial, cuando la destrucción imperaba, la noción de “civilización” entró en crisis.

Y, si esto no era suficiente, tras la Revolución Rusa, las esperanzas de González se vieron disueltas, pues sólo

pudo ver en la perfecta civilización europea un “otro” que era “bolchevique, revolucionario y todo”. A raíz de

esto, volverá la vista hacia las culturas originarias de Latinoamérica (aquél indígena de la “raza sin risa”),

capaces de construir civilizaciones que, a pesar de haber sido destruidas por la conquista, jamás podrían ser

sepultadas en el olvido.