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EL PALACIO o El despacho del presidente del Congreso a finales del siglo XIX. En el centro de la chimenea puede verse el busto de Agustín Argüelles que la Condesa de Espoz y Mina legó al Congreso. El Congreso consul entonces a la Academia de San Fernando y ésta contestó por su secretario, Eugenio de la Cámara, el 16 de abril de 1857, con un largo y pormenori- zado informe, cuyo final establece un justiprecio a tenor de los honorarios profesionales entonces en vigor. El informe de la Academia fue, en definitiva, favora- ble a Pascual y Colomer quien, no se olvide, era ya miembro de número de esta Corporación. Dicho parecer académico 1 189 comienza describiendo el edificio y ponderando su tarea, que no sólo hizo el proyecto general y supo sacar partido a lo mezquino del solar, sino que hizo innumerables estudios de detalle de decoración y construcción, mencionando expresa- mente lo acertado de las fábricas de ladrillo y piedra de los sótanos, pórtico y vestíbulo. Igualmente la Academia consi- deraba un acierto la ingeniosa armadura de madera y hierro que cubre el salón, notable por su originalidad y sencillez que permite reponer fácilmente cualquier pieza, no menos que por su

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EL PALACIO o

El despacho del presidente del Congreso a finales del siglo XIX. En el centro de la chimenea puede verse el busto de Agustín Argüelles que la Condesa de Espoz y Mina legó al Congreso.

El Congreso consultó entonces a la Academia de San

Fernando y ésta contestó por su secretario, Eugenio de la

Cámara, el 16 de abril de 1857, con un largo y pormenori­

zado informe, cuyo final establece un justiprecio a tenor de

los honorarios profesionales entonces en vigor.

El informe de la Academia fue, en definitiva, favora­

ble a Pascual y Colomer quien, no se olvide, era ya miembro

de número de esta Corporación. Dicho parecer académico

1 189

comienza describiendo el edificio y ponderando su tarea, que

no sólo hizo el proyecto general y supo sacar partido a lo

mezquino del solar, sino que hizo innumerables estudios de

detalle de decoración y construcción, mencionando expresa­

mente lo acertado de las fábricas de ladrillo y piedra de los

sótanos, pórtico y vestíbulo. Igualmente la Academia consi­

deraba un acierto la ingeniosa armadura de madera y hierro

que cubre el salón, notable por su originalidad y sencillez que

permite reponer fácilmente cualquier pieza, no menos que por su

• EL CoNGREso DE LOS ÜIPl!l"ADOS

singularidad de este arquitecto que revela tanto una época

como el carácter de una profesión. Sólo en relación con las

obras del Congreso se pueden aportar algunos testimonios

muy elocuentes, desde sus primeras relaciones con él hasta

años después de finalizadas las obras. Así, por ejemplo, en

junio de 1841 , al año de haber obtenido el nombramiento de

arquitecto del Congreso y con motivo del encargo a otro

arquitecto del acondicionamiento del Teatro Real para salón

de sesiones ante la inminente ruina de la iglesia-salón del

Espíritu Santo, Colomer escribió de su puño y letra una eno­

jada reclamación a la Comisión de Gobierno Interior del

Congreso, en la que, entre otras cosas dice:

Conozco que el Gobierno debía de hacer este encargo a quien

mejor le pareciese y no es de extrañar tampoco que ignorase

que el Congreso tenía un arquitecto encargado de atender a

sus necesidades. Pero mi reputación, señores, mirada bajo

todos conceptos, ha sufrido en este caso, pues no es fácil que el

público sepa los motivos que han mediado en el negocio, y si

que sólo juzgue por lo que a sus ojos se presenta: mi separa­

ción (así ha llegado con dolor a mis oídos) es motivada por los

continuos hundimientos del edificio. Y un artista, señores, que

depende del público y de que su reputación aumente cada día,

para adquirir medios de subsistencia, para ganar un nombre

que tanto nos lisongea, a todos en la sociedad y que es el que

sostiene esa vida artística tan apetecida que buscamos con

Aspecto general y detalle de la decoración del Salón de Conferencias.

1 188

incesantes fatigas y desvelos, se ve sin quererlo nadie, pos­

puesto y sufriendo lo amargo de un desaire público de ninguna

manera merecido ... 39

A los dos días, el 16 de junio de 1841, la citada

Comisión de Gobierno Interior del Congreso le comunicaba

que la habilitación del Teatro Real corría a cargo del Gobierno

y que a él correspondía señalar el arquitecto, pero se encon­

traba muy satisfecha de los buenos servicios que -Colomer­

tiene prestados en el desempeño de sus deberes, de tal manera

que no sólo le reiteraba su condición de arquitecto del

Congreso sino que le nombraba específicamente para que

auxiliase a Agustín Ferriz Gamboa e Ignacio López Pinto en

el traslado de los enseres a la nueva sede.

Años después de haber terminado las obras del

nuevo edificio, Colomer se dirigió al presidente del Congreso,

el l O de diciembre de 1856, reclamando una indemnización

por la tarea realizada en el nuevo Palacio del Congreso40,

cargo que desempeñó gratuitamente, percibiendo tan sólo

por la dirección de obra veinte mil reales anuales. Esta asig­

nación, que al parecer era a cuenta de una cantidad a fijar;

cesó por Real Orden en 1854, y la Comisión de Obras no

pudo remunerarle definitivamente porque se ignoraba enton­

ces el tiempo que estas -las obras- durarían ni su mérito y cir­

cunstancias.

• EL CONCR~SO

DE 1.05 Dll' lrli\DOS

seguridad y buena construcción y por la unifonnidad e igualdad

de su acción que se revela por la tensión perfecta e igual que con­

servan todas sus piezas, así de madera como de hierro, sin que

se note el menor desvío ni movimiento en ninguna de ellas ni en

los muros sobre que se apoyan.

No menor importancia concedía la Academia al nivel

alcanzado por Colomer en el plano artístico y decorativo del

Congreso: Hay además en este edificio, como en todos los de su

magnitud e importancia, otra multitud de cosas que si bien a pri­

mera vista pueden calificarse de accesorias y su ejecución mate­

rial no corresponde al arquitecto, no contribuyen menos, sin

embargo, a dar brillo y lucimiento al edificio; honra y prez al

arquitecto que las dispone, combina y prepara; gloria y provecho

a los artistas que se le asocian para el complemento del monu­

mento, y una favorable ocasión de adquirir junto a la reputación

y fama a los artífices y artesanos que bajo la dirección de aquél

contribuyen a la conclusión de una obra verdaderamente

nacional. A esta categoría pertenecen, sin duda, en primer ténnino

las obras de pintura y escultura, las escayolas, mosaicos, bronces

y obras de ornamentación en color y en relieve, de que tan bri­llantes ejemplos ha sabido reunir el Sr. Colomer en el Palacio del

Congreso, con no poca gloria de los distinguidos artistas que las

han llevado a cabo, varios de ellos individuos dignisimos de esta

Academia, y en una escala algo menos importante las de ebanis­

tería, carpintería, cerrajería, así como la tapicería, sedas y objetos

de mobiliario, todo ejecutado en fábricas españolas y todo digno

de figurar en el Palacio de la representación nacional.

Las consideraciones que la Academia hace en rela­

ción con el arte y el artista, así como su reconocimiento por

la sociedad, son del mayor interés para medir todo un senti­

miento muy propio del siglo XIX, llegando a decir que pre­

ciso es que se trate de imitar en esto el grandioso ejemplo que

continuamente dan las naciones que se precian de honrar las

artes; en ellas el artista que tiene la suerte de dirigir una obra

de esta clase, no sólo eterniza su nombre, sino que también ase­

gura su fortuna y la de su familia ...

Acto seguido la Academia entiende que esto no

podría hacerse en el presente caso por el estado de penuria en

1

190

que nos hallamos, pero ello no eximía al Gobierno de indem­

nizar dignamente a Colomer.

Por esta razón, la Academia, aprobó tres puntos con­

cluyentes que transmitió al Congreso y que, en resumen

decían, en primer lugar, que el sueldo de veinte mil reales

anuales que había percibido Colomer hasta 1854, no podía

considerarse sino como pago provisional a cuenta de la indem­

nización final. En segundo término, que no había un tipo fijo

para la regulación de los honorarios de un monumento

público como el del Palacio del Congreso, debiendo consig­

narse en estos casos al arquitecto director un sueldo decoroso

y proporcionado.

Finalmente, tomando como referencia la indemniza­

ción que la Academia tenía establecida para las obras parti­

culares cuyo coste alcanzase los dos millones de reales en un

sueldo de 16.000 reales más el 1% del coste por razón de pla­

nos y estudios, lo cual venía a equivaler al 2,25 por ciento o

2,50 por ciento del coste total, para el caso del Congreso

muy bien se podría tomar como tipo el mismo pero aumen­

tado en una mitad, habida cuenta del coste total de la obra y

la valoración de la decoración y ornato del edificio, sin per­

juicio del premio o recompensa que el Gobierno de S.M. le con­

ceptúe acreedor por el mérito contraído en la invención y direc­

ción de tan gran importante obra•' .

No obstante, nada de esto se debió de sustanciar, pues

fallecido Pascual y Colomer, su viuda Malvina Miranda,

seguía reclamando, en abril de 1876, aquellos haberes nunca

devengados y que ella volvía a solicitar en forma de pensión

anual de la suma que tenga a bien fijar el Congreso42•

LA OBRA, LOS HOMBRES Y EL TIEMPO

LA COMISIÓN DE OBRAS DEL COHC.RESO

La realidad e imagen del actual edificio del Congreso de los

Diputados se debe también, en gran medida, al papel funda­

mental desempeñado por la Comisión de Obras, no como

simple gestora de un proceso constructivo, sino como pro­

pulsora de iniciativas que llegaron a modificar, para mejo­

rarlo, el proyecto del propio arquitecto. Pongamos como

ejemplo la decisión tomada por la Comisión a raíz de la inteli­

gente propuesta del vocal Ángel Loigorri, conde de Vistahermosa,

cuando, en mayo de 1846, planteó la posibilidad de hacer de

piedra toda la fachada principal, en lugar de utilizar el ladri­

llo como figuraba en el proyecto aprobado y como hoy cabe

deducir en parte de las fachadas laterales y posterior del

Congreso. Consultado el arquitecto sobre el particular, éste

Despacho de los Secretarios a finales del siglo XIX, restaurado por Lisárraga.

11 111 191

EL PALACIO o

desaconsejó por razones técnicas, de economía y tiempo el

hacer de piedra toda la fachada, pues el pensamiento econó­

mico que presidió a la formación de este edificio hizo que no se

calculase su construcción con la suntuosidad que hoy día pre­

senta y que ha sido efecto de diversas disposiciones de la

Comisión. Es decir, el propio Colomer manifiesta que la

Comisión fue corrigiendo al alza el modesto edificio inicial­

mente aprobado lo cual, efectivamente, planteaba problemas

respecto a los plazos de construcción y estimaciones presu­

puestarias. Con todo, la citada Comisión, con buen criterio,

• E1. CoNGRESO

DE LOS 01Pl!rADOS

acordó que toda la fachada principal y no sólo el zócalo y

pórtico, fuera de piedra así como las vueltas hacia las facha­

das laterales y los dos esquinazos posteriores que vuelven a

la fachada de Zorrilla, donde la piedra se combinaría con

paños de ladrillo.

Ésta es sólo una muestra del alcance de maniobra de

la citada Comisión de Obras que, nombrada por el Gobierno,

tuvo varios frentes que supo tratar con gran tacto pues además

del propio Gobierno y los problemas de liquidez que conti­

nuamente le planteaba, hubo de resolver ante el Ayuntamiento

de Madrid problemas de toda índole; pleitear con poderosos

particulares como el duque de Híjar, a quien se le expropiaba

parte de su palacio para abrir una calle nueva (Floridablanca)

entre éste y el Congreso; entenderse con la Comisión de

Gobierno Interior del Congreso; organizar económica y admi­

nistrativamente la obra, así como el control del personal y

materiales; comunicarse con múltiples instituciones y organis­

mos, desde las Academias de la Historia y Bellas Artes, pidién­

doles parecer sobre programas iconográficos, hasta, por ejem­

plo, la Comisión de Monumentos de Alicante para la posible

adquisición de mármol de Careara; desde contratistas, provee­

dores y fabricantes, nacionales y extranjeros, hasta los esculto­

res y pintores más notables de la España isabelina.

En estos aspectos la actividad, orden y disciplina de

la Comisión de Obras resulta escrupulosamente ejemplar, tal

y como cabe deducir de los Libros de Acuerdos, de los cua­

les he llegado a localizar cuatro de ellos, faltando uno de los

cinco que componían la serie completa si bien su contenido

es posible paliar merced a los partes de obra que periódica­

mente se enviaban al Gobierno. Pero digamos algo sobre la

estructura y organización de esta Comisión para mejor enten­

der el juego desempeñado por este pequeño grupo de hom­

bres que supieron llevar a cabo tan delicada tarea.

Unos meses antes de hacerse público el concurso de

proyectos para el Congreso, el Gobierno designó en marzo

de 1842 a Ignacio López Pinto y a Pedro Miranda como

miembros de una Comisión de Obras, el primero como pre­

sidente y el segundo como vocal. Ya se habló más arriba

1

192

cómo aquella primera Comisión intervino en la modificación

del proyecto presentado por Colomer al concurso de 1842,

interviniendo igualmente durante el derribo del viejo con­

vento-Congreso del Espíritu Santo' 3. Al poco tiempo de colo­

car Isabel 11 la primera piedra del nuevo edificio el 1 O de

octubre de 1843, la Comisión vino a reforzarse con la pre­

sencia de Mariano de la Paz García y de Manuel de la Fuente

Andrés, actuando este último como secretario a partir de la

primera reunión habida en el despacho de Pedro Miranda,

entonces Director General de Caminos y Canales. En esta

primera sesión quedó constituida formalmente la Comisión

con los cuatro individuos arriba mencionados44•

Desde dicha sesión, celebrada el 19 de diciembre de

1843, hasta la disolución de la Comisión de Obras el día 28

de octubre de 1854, ésta se reunió puntualmente dos veces

por semana, los martes y los sábados a las once de la mañana

excepto durante el verano que iniciaba las sesiones a las

ocho. En total fueron setecientas sesenta y siete sesiones de

las que se levantaron las actas correspondientes donde se

recoge con gran detalle la historia pormenorizada de las

obras. Todas estas sesiones tuvieron lugar en un modesto

cuarto amueblado con una mesa de pino, un estante corrido

enfrente de la entrada con cuatro cerraduras, una cómoda y

media docena de sillas de Vitoria, en la casilla de la adminis­

tración de las obras. Esta se encontraba en el propio solar del

futuro Congreso, albergando al mismo tiempo el cuarto para

delinear y el destinado al pagador.

Los cometidos y número de miembros de la Comisión

fueron fijados, finalmente, por una Real Orden de 21 de

octubre de 1843, en la que se decía: Deseando el Gobierno

provisional asegurar la buena ejecución del prayecto que defini­

tivamente se adopte para el palacio del Congreso de los

Diputados así como la mejor inversión de los fondos que se des­

tinen a dicha obra de la cual está esa Comisión encargada, se

ha servido resolver que la misma observe en el desempeño de sus

funciones las disposiciones siguientes: l a La Comisión se com­

pondrá para el más fácil arreglo de sus trabajos, de cuatro indi­

viduos haciendo de Presidente el más antiguo de los nombrados,

y de secretario el que la misma Comisión designe. En las vacan-

tes de estos cargos propondrá la Comisión los individuos que

hayan de reemplazarlos; 2a El arquitecto del edificio estará a las inmediatas órdenes de la Comisión recibiendo de la misma la

delegación que se considere necesaria para el buen orden de los

trabajos y el régimen administrativo de sus pormenores; y

deberá por lo tanto asistir a las juntas de la Comisión siempre

que a ellas fuese llamado por acuerdo de la Comisión; 3a Serán

atribuciones de ésta: dar todas las instrucciones necesarias para

las realización del objeto a que deben dedicarse sus tareas; esta­

blecer el sistema de contabilidad e intervención que juzgue más

conveniente; ejercer por si misma esta misma intervención y la

vigilancia consiguiente a su encargo en todo lo relativo a la obra;

designar los sueldos que hayan de percibir todos los empleados

y dependientes de las obras oyendo, siempre que sea necesario,

al arquitecto; activar todo cuanto tenga relación con la ejecución

de las obras del citado palacio, entendiéndose directamente al

efecto con el Gobierno, autoridades y Corporaciones; y, final­

mente, inspeccionar con frecuencia y regularidad el estado de los

trabajos, el orden y policía que en ellos se observe, y la calidad,

cantidad, clasificación, arreglo, preparación y uso de los mate­

riales que se acopien.

No era poca esta tarea, sobre todo cuando se producían

ausencias por razones de enfermedad, fallecimiento, viajes y

nombramientos, lo cual hizo que en ocasiones se contase con el

voluntarismo de otras personas como sucedió en julio de 1844,

cuando siendo sólo dos los asistentes, la Comisión pidió a

Vicente Grijalba que se encargase de la inspección administrativa

de la obra y del desempeño de las funciones de vicesecretario de la

Comisión. En los casi once años en que actuó la Comisión y sin

exceder nunca el número de cuatro miembros, se fue renovando

ésta con la incorporadón de otros individuos en calidad de pre­

sidente o vocal, como fueron Salvador Enrique Calvet (1845),

Ángel Loigorri, conde de Vistahermosa (1845), Justo Pastor

Álvarez (1846), Francisco de Paula de Castro y Orozco (1846),

Jerónimo de Campo (1846), Francisco Argiielles (1848), Luis

Mayans (1850) y Martin Belda (1850), que era también secre­

tario de la Comisión de Gobierno Interior del Congreso.

El nombramiento de estos individuos dependía del

Gobierno, siendo muy desigual su origen y condición, pues

1

193

EL PALACIO o

mientras Justo Pastor Alvarez era un simple oficial del

Ministerio de Gobernación, nombrado para suplir las ausen­

cias por enfermedad del secretario de la Comisión Manuel de

la Fuente, por otra parte, Francisco de Paula de Castro y

Orozco era diputado por Jaén y además presidente del

Congreso de Diputados. Con este nombramiento el Gobierno

hizo coincidir desde entonces la presidencia del Congreso

con la de la Comisión de Obras a fin de que se consideren en

lo sucesivo reunidos dichos dos cargos, como sucedió luego con

Luís Mayans. Si a ello se suma la mencionada coincidencia de

una vocalía con el secretario de la Comisión de Gobierno

Interior del Congreso, puede verse cómo al final se produce

una identificación muy notable de la Comisión de Obras con

individuos significados del propio Congreso. Mención aparte

merece el conde de Vistahermosa, diputado por Sevilla, de

quien ya se ha hecho mención más arriba como autor de

interesantes propuestas para el edificio. Vistahermosa fue

puntual asistente a las juntas si bien se vio obligado a faltar a

las mismas por frecuentes viajes al extranjero, como el que

emprendió en el mes de julio de 1847, al ser designado por

el Gobierno para presenciar las maniobras de otoño que debe

ejecutar el ejército prusiano en las inmediaciones de Berlín. En

noviembre de aquel mismo año fue nombrado Jefe político

de la provincia de Madrid y Alcalde corregidor de la ciudad,

lo cual no le impidió seguir tomando parte activa en la

Despacho del Oficial Mayor a finales del siglo XIX, restaurado por Lisárraga. Decoración en roble claro con marqueterías y herrajes empavonados. C.D.

• E1. CONGRESO

DE LOS DIPUTADOS

Comisión de Obras del Congreso. El propio Miranda, cuya

labor resultó fundamental en los primeros años, también dejó

de frecuentar la Comisión al abandonar la capital para dirigir

el ferrocarril de Madrid-Aranjuez.

Finalmente, otros nombres que figuran en esta breve

nómina como Jerónimo del Campo, ingeniero jefe de pri­

mera clase del Cuerpo de Caminos, Canales y Puertos, nada

pudieron aportar, pues por razones desconocidas no llegaron

a tomar posesión del cargo.

La complejidad de las funciones de la Comisión y el

número exiguo de sus componentes aconsejó muy pronto

diversificar los cometidos de cada uno, de tal forma que en la

sesión de 22 de octubre de 1844 se acordó que López Pinto

y Miranda se encargasen de la ejecución y cumplimiento de

los acuerdos de la Comisión en lo relativo a la construcción

del edificio, mientras que Mariano de la Paz García se ceñi­

ría a los aspectos más enojosos, esto es, la supervisión de la

administración, contabilidad, fiscalización, intervención y, en

fin, todo lo referente a la parte económica. En casos de

ausencia se sustituirían mutuamente, al tiempo que el secre­

tario auxiliaría indistintamente a uno u otro, según sus posi­

bilidades. Sin embargo, y dado el trabajo que suponía para

Paz García la administración y contabilidad de la obra,

pronto pidió ser relevado, solicitando un turno rotatorio

entre los miembros de la Comisión. Buenas palabras le con­

vencieron de que siguiera hasta que presentó la renuncia

definitiva, en la sesión de 30 de julio de 1845, dolido en

parte por la falta de independencia y facultades para llevar a

cabo su gestión. Desde entonces se hizo cargo por un tiempo

de esta tarea Pedro Miranda. Con todo, los problemas surgían

con mucha frecuencia, de tal modo que la Comisión se veía

desbordada en ocasiones para evacuar todas sus gestiones con

competencia de tal manera que, circunstancialmente, contra­

taron un caballero asesor, como el propuesto por el conde de

VUlahermosa en diciembre de 1845 para evacuar expedien­

tes e informes. El nombramiento recayó esta vez sobre

Baltasar Anduaga y Espinosa, quien redactó, por ejemplo, un

expediente formado a los canteros por incumplimiento de

contrato.

1 1 194

Las reuniones de la Comisión revelan una minuciosa

actividad, pasando absolutamente todo por sus delibera­

ciones y dando cuenta al ministro de la Gobernación de la

Península del siguiente modo. En primer lugar, cada veintio­

cho días que componían un período de cuatro semanas de

obra, se enviaba un resumen de lo ejecutado en este tiempo

y una estimación de lo que se debería hacer en el período

siguiente. Estos períodos se fueron numerando desde el pri­

mero hasta el último, dando un total de ciento cincuenta y

cuatro períodos, de tal manera que la información del pro­

ceso constructivo, que entonces y hoy figura en los partes de

obra conservados de cada uno de los períodos•5, es de una

precisión y exactitud absolutamente excepcional y modélica,

permitiendo localizar datos de todo tipo así como hacer el

calendario de la obra.

En segundo término se enviaba también al Gobierno

la llamada cuenta judicial de aquel mismo período, con las

correspondientes justificaciones, para que fuera examinada y

juzgada por el Tribunal Mayor de Cuentas, el cual una vez

fiscalizada, aprobaba o dejaba pendiente algún capítulo para

que la Comisión de Obras lo aclarase, siendo este aspecto

uno de los puntos obligados a tratar mensualmente por aqué­

lla. Esta cuenta judicial se acompañaba de una cuenta admi­

nistrativa para el conocimiento del Gobierno.

No deja de impresionar para quien maneja esta

documentación administrativo-económica el celo puesto por

la Comisión para justificar las cantidades más nimias y con­

trolar el gasto, donde fue decisiva la fiscalización ejercida por

Colomer sobre los materiales y mano de obra, si bien al hacer

el balance final, a pesar de la serie larga de cambios y mejo­

ras que la Comisión fue introduciendo, el desvío presupues­

tario en los once años en que se realiza el Congreso fue ver­

daderamente importante. El primer presupuesto que conozco

de Pascual y Colomer se presentó a la Comisión de Obras el

último día del año de 1844, estimándose el coste total del

edificio en diez millones setecientos treinta y cuatro mil

treinta y un reales, si bien, tras las modificaciones introduci­

das en diciembre de 1845, el presupuesto que de nuevo pre­

sentó el arquitecto excedía a la cantidad citada en tres millo-

nes seiscientos cincuenta y ocho mil setecientos diez reales.

En realidad, al fmal, costó diecisiete millones seiscientos sesenta

mil novecientos catorce reales, muy lejos de los cuatro que

inicialmente se pensó que podía costar y de los poco más de

diez millones que el arquitecto pensó en un principio. En

este punto el cálculo hecho corre parejo, en su divergencia

respecto a la realidad, con la estimación de la duración de las

obras, donde se pasó de los dos años inicialmente previstos, a

los poco más de once que duraron efectivamente, incluyendo

en ellos el ornato y mueblaje del edificio.

Estos dos aspectos, el económico y el plazo de eje­

cución, fueron los dos problemas más serios que tuvo la

Comisión de Obras a lo largo de su dilatada existencia. En

primer término, la falta de liquidez para pagar las deudas

contraídas, detectada ya en la primera semana de trabajo,

se puso de manifiesto en la primera sesión de la Comisión

de Obras. Así, el primer punto que trató ésta en su sesión

inaugural, el 19 de diciembre de 1843, y una vez dada por

constituida la misma, fue la falta de fondos para hacer los

pagos más elementales y urgentes. A esta primera sesión

fue convocado Pascual y Colomer quien manifestó la suma

escasez de fondos, por falta de las consignaciones que debían

facilitarse por el Tesoro público, y la necesidad absoluta que

había de paralizar los trabajos, con menoscabo del decoro

nacional y con perjuicios visibles para los intereses materiales

del proyecto.

Las Cortes habían votado para la construcción del

Congreso cuatro millones de reales, pero la obligación de aten­

der a las primeras y perentorias necesidades públicas, y la penu­

ria de los fondos del Tesoro, ofrecian entonces obstáculos casi

insuperables ... 46• Por otro lado, se había intentado llegar a una

solución para que la obra contara con una asignación men­

sual de doscientos mil reales, repartiendo esta cantidad entre

todas las Tesorerías de provincia, bien por partes iguales, bien

según la riqueza o recaudación de cada una de ellas, impo­

niendo a los intendentes la obligación de afrontar cada mes

el cupo que les correspondía y depositarlo en la Dirección

General de Caminos y Canales que pondría estos fondos a

disposición de la Comisión de Obras.

1 195

EL PALACIO o

Detalle del pórtico del Congreso, con los capiteles labrados por José Pagniucci y Francisco Pérez. 1850

Naturalmente esto no podía funcionar y las obras

estuvieron paradas un tiempo que la Comisión aprovechó

para redactar el reglamento económico-administrativo, y el

arquitecto para fijar las condiciones y precios de la cantería a

fin de ir adelantando la subasta de este y otros materiales,

pero la obra propiamente dicha estaba parada. Las reclamacio­

nes de la Comisión hicieron que el Ministerio de Gobernación,

por medio de su subsecretario, Patricio de la Escosura, orde­

nase al Tesoro público la entrega mensual de cien mil reales

para las obras, si bien esto seguía resultando insuficiente,

pues, al menos, se necesitaba el doble de esta cantidad para

mantener un ritmo aceptable de trabajo.

Nuevas gestiones de la Comisión hicieron que el

Ministerio de Hacienda se plantease negociar los cuatro millo-

El. C ONGRESO

DE tOS 0JPIJI"ADOS

nes votados por las Cortes con el Banco Español o con cual­

quiera otra casa respetable, al tiempo que miembros de la

Comisión, como Pedro Miranda, daban algunos pasos por su

parte cerca de otras casas capitalistas. Se dijo más arriba que

la Comisión se reunía habitualmente por la mañana los mar­

tes y sábados, pero en estos primeros meses de angustia pre­

supuestaria las reuniones podían ser a las diez de la noche,

muy seguidas y mezcladas con largas visitas a Hacienda,

Gobernación, bancos, capitalistas y domicilios particulares,

no dudando reunirse en la propia casa de algunos miembros

de la Comisión, como en la que el presidente, López Pinto,

tenia en Carabanchel, en Madrid.

Finalmente, en marzo de 1844 el Gobierno llegó a un

acuerdo con la casa de Vicente Juan Pérez e hijo para que, a

un interés del seis por ciento, adelantara a la Comisión los cua­

tro millones de reales en veinticuatro mensualidades que era el

tiempo, absolutamente iluso, para terminar la obra. De este

modo fue cogiendo fuerza la obra del Congreso que, sin

embargo, conocería altibajos en su financiación, de tal modo

que en septiembre de 1845, cuando todavía quedaban por

percibir diez mensualidades de los cuatro millones de reales, la

Comisión se dirigió al Gobierno para comunicarle que con

Detalle interior del pórtico del Congreso.

1 196

aquella cantidad no tendría bastante ni aún para la mitad de la

construcción, exhortándole a que en los presupuestos que se

votaran en la próxima legislatura se incluyesen otros cuatro

millones de reales, repitiéndose esta misma situación más ade­

lante. El hecho es que la sombra de falta de fondos se mantuvo

hasta los momentos finales y así, asomándonos al azar a una de

las sesiones, sea la del 3 de septiembre de 1850, apenas a dos

meses de la inauguración del Congreso, nos encontramos con

una convocatoria de urgencia de la Comisión, agobiada por la

multitud de compromisos que la rodean, asi con el Gobierno para

dar terminado el edificio para el próximo 31 de octubre en que ha

de servir en la reunión de la legislatura convocada para ese día,

como con los acreedores a quienes no puede satisfacer sus créditos

o exigencias de subsidios por la falta de fondos para ello ...

Respecto al tiempo de ejecución de la obra, la

Comisión fue consciente de su importancia, y en tal sentido

se manifestaba uno de sus vocales, Paz García, en diciembre

de 1844: El tiempo, Señores, es el elemento primero con que

debemos contar para salir con lucimiento de nuestra empresa.

Seamos avaros de él y ganémoslo de antemano si queremos

tener el suficiente para dar después a cada cosa el que necesite,

para llegar a sazón y madurez sin retraso ni precipitación. Esto

no dejaba de ser, sin embargo, una noble aspiración pues ya

se ha dicho que pasó de los dos años estimados a los once

años reales, lo cual supuso un calvario para los miembros de

la Comisión ante la presión constante del Gobierno recor­

dando promesas que se dilataban continuamente. Desde la

formación de la Comisión, el Gobierno confió siempre en

este exiguo plazo: "En la certeza de que no podrán hallar obs­

táculos de ningún género los trabajos necesarios para la realiza­

ción de las obras, y confiando en el celo de la Comisión, S.M.

espera que no pasarán los dos primeros años de su mayor edad

sin que el edificio destinado a los legisladores del Cuerpo elec­

tivo, quede en estado de servir dignamente para su grandioso

objeto, y de ser para las generaciones venideras monumento y

emblema de que bajo su glorioso mando se consolidaron en

España las instituciones representativas47•

Por estas razones, en un gran número de las sesiones

de la Comisión, en el que podríamos llamar orden obligado

del día, esto es, la lectura y aprobación del acta de la junta

anterior, la revisión del arqueo de caja, el envío al Gobierno

de los partes de los distintos períodos, la aprobación de cuen­

tas y nóminas, el pedido de materiales y herramientas, etcé­

tera, figura un epígrafe que dice medios de activar la obra. En

efecto, desde marzo de 1845, el presidente de la Comisión,

López Pinto, ya planteó la necesidad de dictar las disposicio­

nes más enérgicas posible para responder a las ofertas hechas y

a las esperanzas concebidas ante el público y el Gobierno. La

Comisión aún soñaba entonces, en la primavera de aquel año,

con que el edificio pudiera coronarse antes de llegar las llu­

vias del próximo invierno y, a tal fin, pidió al arquitecto que

adelantara todos los trabajos, que tomara un segundo arqui­

tecto, que estudiara en qué medida un mayor ritmo de tra­

bajo encarecería la obra, etcétera. Sin embrago, el proceso

constructivo llevó su propio compás, siempre lento, donde

además la cuestión del ornato y mobiliario plantearon las

mayores dilaciones hasta el final en un desesperante intento

de hacer coincidir las previsiones con la realidad.

Ante la insistencia del Gobierno recordando el com­

promiso contraído por la Comisión para hacer cumplir el

plazo señalado, ésta contestaba compungida, el 30 de diciem­

bre de 1845, diciendo que no es fácil ni seria prudente dedu­

cir del tiempo invertido hasta el día en las obras, el que todavía habrá de ser necesario emplear hasta su conclusión. La Comisión ha hecho hasta ahora y continuará haciendo todos los

esfuerzos imaginables para apresurar la construcción del edifi­cio; pero ni es posible, a pesar del mejor deseo, traspasar sin per­

juicio de la obra misma ciertos límites marcados por el arte, ni aún dentro de ellos es fácil siempre según ha demostrado la

experiencia obtener todo el resultado apetecible, como Lo prueba el estado en que se encuentra la parte de cantería a pesar de no

haberse escatimado ninguno de los medios que podían emplearse para activarla, y de haber contratado hasta una altura dada para un plazo determinado, con pérdida en caso de no cumpli­

miento por parte de los contratistas del fuerte depósito que se les exigió en efectivo. Las grandes masas de piedra que deben

sacarse de las canteras, transportarse y colocarse en obra, las exigencias especiales de este edificio que obligan a no confiar

sino en manos muy diestras y, por desgracia, harto escasas, la

1 197

ELPAL.ACIO o

Fragmento de la puerta principal del Palacio, en bronce, obra de José María Sánchez Pescador.

ejecución de todo lo relativo a su decoración, la necesidad de hacer en el país una multitud de cosas que tratándose de un edi­

ficio nacional no seria decoroso traer del extranjero, y otras cir­

cunstancias, en fin, de la misma índole, pueden ser causa de dilaciones no previstas aun contando con los fondos necesarios y con la más decidida voluntad de vencer las dificultades que se presenten.

En esta ocasión, el arquitecto volvió a hacer un cál­

culo erróneo, pues manifestó que el edificio estaría concluido

antes de finalizar el próximo año de 1846 y completamente

habilitado en 184 7. En un momento dado, la Comisión no

dudó, incluso, en culpar a las ausencias del arquitecto de tales

retrasos, de modo que en febrero de 1846, además de los

problemas habidos con los canteros, Pedro Miranda denun­

ciaba que el retraso general de la obra podía consistir princi­

palmente en que faltaba la continua presencia de la mano direc­tora y facultativa, así como la del aparejador inteligente y activo que cuidase inmediatamente de los operarios, ni estos ni los

empleados subalternos en la parte facultativa podían dar el resultado apetecible, viniendo a resultar la dilación que es con­

siguiente en las obras y en los estudios, el mayor dispendio de fondos, y para el porvenir grave compromiso a la Comisión res­

pecto del cumplimiento de su encargo.

EL C ONGRESO

DE LOS DIPtJrADOS

En definitiva, reconociendo la Comisión la imposibili­

dad en que sus muchas y variadas ocupaciones -de Colomer­

/e colocaban de asistir a la obra personal y asiduamente como

su estado exigía, se acordó nombrar a un segundo arquitecto.

Ello palió en parte el problema, pero no lo resolvió hacién­

dose especialmente angustioso conforme nos acercamos a la

fecha de inauguración del Congreso que el Gobierno había

fijado para el 31 de octubre de 1850. Desde ese momento la

Comisión de Obras llevó una vida muy complicada para liqui­

dar las cuentas y rematar el edificio, conminándole el Gobierno

a que hiciera entrega del mismo el 29 de enero de 1851 a la

Comisión de Gobierno Interior del Congreso, la cual ya tenía

encomendada, desde la Real Orden de 15 de febrero de

1849, el encargarse de todo lo relativo al mobiliario del edi­

ficio. La Comisión de Obras, había sugerido incluso que la de

Gobierno Interior se hiciese cargo de las obras pendientes,

cesando la primera en sus funciones, pero la situación se fue

alargando hasta que, finalmente, se hizo entrega del edificio,

papeles y cuentas al Congreso, a la vez que se disolvía la

Comisión de Obras, el dia 28 de octubre de 1854.

ASPECTOS ECONÓMICOS, ADMINISTRATIVOS

Y FACULTATIVOS

Entre los cometidos iniciales que se propuso la Comisión para

llevar adelante la obra con éxito fue la redacción de un

Reglamento económico-administrativo, como el que finalmente

se aprobó el27 de febrero de 1844. Su interés es extremo por­

que, además, da idea exacta de la administración de una obra

de arquitectura en la primera mitad del siglo XIX, donde

todos sus artículos revelan un mundo muy distante del nues­

tro a través del cual se percibe un orden administrativo de

exhaustivo y exigente autocontrol.

En diecinueve artículos y cuatro disposiciones tran­

sitorias, la Comisión fijó el orden económico-administrativo

que regiría la gestión de la obra durante sus once años. La

Comisión misma, después de oír al arquitecto cuando fuera

conveniente, autorizaba los ingresos de fondos y toda clase

de gastos, examinando y aprobando las cuentas y ordenando

los pagos. Los ingresos y gastos autorizados se sentaban en el

1 198

Ventana abierta en el zócalo de la fachada de la calle de Floridablanca.

mencionado Libro de Acuerdos, debidamente foliado y rubri­

cado, dándose cuenta de dichos acuerdos, avalados con la

firma del presidente y del secretario, tanto al arquitecto

como al tenedor de libros. A su vez, el arquitecto autorizaría

o visaría todos los documentos referentes a la ejecución de la

obra que debiera examinar, aprobar o pagar la Comisión.

Los pagos de los jornales se harían semanalmente,

excepto la nómina del arquitecto y demás empleados (cajero,

tenedor de libros, pagador, escribiente, etcétera) que se abo­

naría mensualmente. Los gastos menudos, a propuesta del

arquitecto, se irían librando contra la Caja de la obra siendo

su asiento provisional en tanto no examinara y aprobara

mensualmente la Comisión estas cuentas.

La teneduría de libros estaba sujeta a continuos con­

trastes tanto en sus ingresos como en los gastos y efectos. Así,

antes de hacer asiento alguno debía comprobarse con la

correspondiente autorización que figuraría en el Libro de

Acuerdos. Al mismo tiempo, si se trataba de un asiento de

ingresos en Caja era necesaria la orden correspondiente para

extender el cargareme; si el asiento era de gastos, resultaba

imprescindible la nota de la Comisión de haber examinado y

aprobado los documentos que justificaban aquel gasto, así

como la orden para extender el libramiento; y, finalmente, en

los asientos de efectos resultaba ineludible el visto bueno de

la Comisión.

El tenedor de libros debía conservar todos los compro­

bantes de los mencionados movimientos, así como el extracto

semanal de la cuenta corriente y arqueo que le presentaba el

cajero, haciendo con todo ello un balance general de los

libros que presentaría por duplicado a la Comisión, cada

período de cuatro semanas. Aprobado por ésta, el secretario

se haría cargo de los documentos justificativos.

Por otra parte, el cajero llevaba un libro foliado con

todas las entradas y salidas en la cuenta de la obra, repitién­

dose en su caso los pasos antes mencionados con el añadido

de tomar razón del tenedor de libros. Todos los domingos el

cajero estaba obligado a hacer el arqueo de los fondos,

debiendo de presentar a la Comisión un resumen duplicado

por cada período de cuatro semanas. El cajero seria además

clavero, como el presidente de la Comisión y el vocal Paz

García, del arca de tres llaves con los caudales propios de la

obra que, por mayor seguridad, estaría inicialmente en su

domicilio particular. Cuando más adelante se vio que el arca

de madera no ofrecía seguridad ni el domicilio de un vocal

de la Comisión era el lugar más apropiado, se acordó com­

prar una caja de caudales de hierro, también de tres llaves,

como de cabida de treinta talegas, que se adquirió en agosto de

1844 al fabricante Jaime Asuar. Durante un tiempo esta caja

de caudales estuvo en el archivo del Congreso, entonces en

el Teatro Real y, que por dar una idea de su contenido, pode­

mos cotejar en uno de sus arqueos semanales, como el que se

notificó a la Comisión el 6 de marzo de 1845. En el interior

11111 199

EL PALACIO o

de la caja había algo más de seiscientos quince mil reales de

vellón en billetes de banco, oro, napoleones, pesetas y un pico

de maravedíes.

Además de lo señalado, los trámites internos de la

obra se multiplicaron por mil pues, por ejemplo, la Comisión

acordó que se diera un parte diario con el alta y baja de los

obreros, en el que además se incluyera las obras ejecutadas en

el día, materiales recibidos en la obra, herramientas y útiles

con altas y bajas, objetos varios, adquiridos y empleados y

demás particularidades de la obra, debiéndose presentar al

final de cada período de cuatro semanas con las notas justifi­

cativas a la Comisión. A su vez, corrían diariamente los vales

impresos que debían firmar el administrador-pagador y el

arquitecto sobre cualquier material o efecto que entrase en

Fachada calle de Fernanflor, con paramento de ladrillo visto, tal y como inicialmente iba a ser todo el edificio.

• El. CONGRF.SO

DF. I.OS 0 1PUTAOOS

la obra, avalando la calidad de los mismos. Nada se d iga de

las ventas y subastas de materiales y efectos sobrantes o inú­

tiles de la obra que, con el precio fijado por el arquitecto, se

publicaba en el Diario de Madrid.

Por otra parte, un padrón de obreros recogía los

empleados en la obra, con los datos de su entrada, altas, bajas,

etcétera. Ello permite tener una idea del numero de opera­

rios que fluctuaba según las épocas y disposición de fondos.

Así, en abril de 1844 prácticamente se dobló el número de

trabajadores, pasando de cincuenta y cuatro a cien, pues

desde muy pronto se pudo observar la necesidad de contar

con más brazos para imprimir el ritmo adecuado a la obra,

cuando ésta aún se pensaba que podía estar concluida en dos

años. En el mes de mayo siguiente se acordaba incrementar

en sesenta el número de los existentes, pero en julio, una vez

finalizada la explanación del terreno, se acordó no admitir

más obreros y despedir Los menos a propósito. Sin embargo, en

el segundo semestre de 184 7 llegaban a ciento setenta y tres

el número de albañiles y carpinteros de la obra, en sus dife­

rentes categorías, cuyas edades variaban entre diecisiete y

sesenta y seis años, siendo tan sólo treinta nueve de ellos de

Madrid y el resto de los lugares más diversos de la Península,

e incluso algún italiano como el carpintero Marinoni, llegado

desde Palermo. En su mayor parte eran casados, treinta y

siete permanecían solteros y once conocían ya la viudedad.

Casi todos vivían en la zona Centro de Madrid, Arganzuela,

Atocha y Lavapies, ocupando cuartos bajos, interiores y buhar­

dillas.

Continuamente se producían altas, bajas y ascensos,

de tal forma que, a propuesta del arquitecto, un ayudante de

albañil pasaba a ser oficial de albañil y un peón de albañil

ascendía a ayudante de albañil. En abril de 1845, un oficial

ganaba quince reales diarios, un ayudante doce y un peón de

albañil once reales, lo cual estaba muy por encima de los lla­

mados peones comunes que tan sólo percibían entre seis y

siete reales de jornal. Las mismas diferencias y análogas can­

tidades se dieron en el mundo de la carpintería, donde el ofi­

cial, el ayudante y el peón de carpintero, jerarquizaban la res­

ponsabilidad de cada grado.

200

Con frecuencia el arquitecto proponía a la Comisión

incentivar el trabajo de los más capaces a fin de estimular su

presencia en la obra para evitar que continúen marchándose a

otras obras donde por la escasez de operarios les ofrecen mayor

precio, lo cual indica que no eran muy altos los jornales que

pagaba la obra del Congreso. En este sentido hay testimonios

muy duros como el de aquel peón, Sotero Hernández, que en

el significativo día 1 de mayo de 1845, se dirigió por escrito a

los Señores que componen la Junta de esta obra de Arquitectura

de Las Cortes, esto es, a la tantas veces nombrada Comisión de

Obras, para declarar en nombre de todos los jornaleros que tra­

bajaban en el edificio del Congreso que con los 6 reales que se

reciben cada uno por cada un dia de trabajo no son más que para

mal comer, sin contar con el vestir; pago de casero, y otros gastos

que se presentan con frecuencia por Las enfermedades que atacan

a la pobreza. En consecuencia, solicitaba el aumento que la generosidad y piadosos corazones de la Comisión estimasen con­

veniente. La respuesta no pudo ser más contundente y des­

piadada, la Comisión acordó que se borre de la Lista a este inte­

resado y se averigüe, para que sean despedidos, los que hayan ins­

tigado o aconsejado este paso"'. No hubo en toda la historia de

la obra otra reivindicación laboral. En ocasiones, también se

producían despidos causados por riñas entre los obreros, como

aquella de dos peones que, en julio de 1845, llegaron a venir a

Las manos interrumpiendo el buen orden que allí debe reinar, si

bien el enfrentamiento más duro que conozco de los habidos

en la obra, tuvo lugar el 30 de agosto de 1846, a juzgar por la

nota que Pascual y Colomer envió a la Comisión en aquella

fecha: "El aparejador de la obra del Congreso me dice en este

momento que el maestro cantero, Jaime Lois, acompañado de

Nicolás !barra y cinco herreros de los de su fragua, se han pre­

sentado en el sitio donde trabajan Los oficiales de la obra y

emprendido con ellos a palos y pedradas los han echado del sitio,

resultando heridos de alguna gravedad José Castillo y Andrés

Ocaris. Como este suceso puede repetirse a causa de la proximi­

dad de los sitios en que trabajan unos y otros juzgo conveniente

que se de oportuno aviso al Sr. Juez de primera instancia del dis­

trito para que adopte Las medidas que crea oportunas, máxime

cuando la guardia del Museo [del Prado] intervino en deshacer

la pendencia .. . No conozco el desenlace final pero si consta,

entre otras cosas que a Ocaris hubo que echarle sanguijuelas.

Capítulo del mayor interés resulta el modo en cómo

se fueron contratando los materiales para la obra del Congreso,

mereciendo especial atención todo lo concerniente a la can­

tería, sin por ello olvidar la serie de oficios que allí intervi­

nieron (cerrajero, vidriero, plomero, cabestrero, espartero,

carretero ... ) ni las herramientas y demás materiales emplea­

dos en la obra, que nos retrotraen no sólo a la primera mitad

del siglo XIX sino a un mundo material y a un modo de tra­

bajo propios de una sociedad preindustrial, cuyos perftles tie­

nen que ver más con el siglo XVI que con nuestro siglo XX.

Sólo el lenguaje empleado o la matizada denominación de

los útiles de trabajo dentro del mismo ramo, asombra por su

riqueza y hace sentirnos ignorantes en cuanto a su verdadero

significado. V éanse, por ejemplo, algunos de los términos uti­

lizados para referirse a la cabestrería y espartería, sin especi­

ficar ahora su longitud: cuerdas de azote, lías murcianas,

cuerdas de lana, maromas de esparto, jarcias, cuerdas de

cáñamo, tiro de mano, tomiza de siete hilos, bragas y medias

bragas, etcétera.

Digamos algo, en primer lugar, de la obra de cante­

ría que no estuvo sujeta a jornal sino que se justipreciaban las

piezas necesarias contempladas en un pliego de condiciones

previo que se publicaba en el Diario de Madrid, convocando

a los asentistas. Las condiciones más importantes se referían

a la clase de piedra y su lugar de procedencia, esto es, piedra

berroqueña de las canteras de Galapagar; a la calidad del gra­

nito, que debía ser de grano menudo y azulado; a la fina eje­

cución de la labra, concluida a escoda; al plazo de treinta días

en que debían estar labradas las piezas pedidas, desde el

momento en que el contratista recibiera la memoria de can­

tería; y a los pedidos que,.en principio, no excederían el valor

de cien mil reales, para los cuales el contratista debía deposi­

tar, en calidad de fianza, el veinte por ciento en dinero o el

veinticinco por ciento en papel de Estado, o bien en materia

labrada puesta a pie de obra.

Como curiosidad citaremos a continuación los dis­

tintos tipos de piezas que se contrataron en la primera subasta

de cantería del Congreso que, en febrero de 1844, se remató

en favor de Jaime Lois, al que luego se asoció el segundo lici-

11 201

EL PALACIO o

tador que acudió a la subasta, José Abascal: losa de badén,

losa de solar, losa de erección, sillares, tranqueros, esquinas,

dovelas, salmeres, basas grandes, basas chicas, adoquines,

antepechos, pilastras, sillares apilastrados, sillares de caja,

tranqueros de caja, pilastras de caja, batientes y dinteles. Los

asentistas ponían precio al pie cúbico de cada clase de pie­

zas que, finalmente, el adjudicatario volvía a ajustar de

acuerdo con el arquitecto. Así quedó fijado, por ejemplo,

cada pie cúbico de sillar liso a siete reales y tres cuartos

mientras que las dovelas a montacaballo el pie alcanzaba los

catorce reales. Al granito, se sumó luego la piedra blanca de

Redueña que, en las fachadas del Congreso se combina con

el granito. Las herramientas, saca y transporte corrían a cargo

de los canteros, mientras que los castilletes, andamiaje y

maromas eran de cuenta de la obra.

Aspecto del Salón de Sesiones.

• EL CoNGill:so DE I.OS DII'Lfl)\l)()S

Estos precios cerrados planteaban a largo plazo

muchos problemas a los adjudicatarios, pues la subida de jor­

nales de los sacadores de piedra, el incremento del coste de los

transportistas, las trabas que ponían los alcaldes de Galapagar,

Becerril, Moralzarzal y Alpedrete, en cuyos términos estaban

ubicadas las canteras, y la subida general de los precios de los

materiales de construcción en la primavera de 1845, hicieron

necesarios reajustes, incrementando en tres reales los precios

anteriormente convenidos.

Todo ello representaba un incremento importante del

presupuesto que la Comisión no estaba dispuesta a aceptar,

proponiendo una nueva subasta. No obstante, el realismo del

arquitecto llegó a convencer a la Comisión, cuyos argumentos

son del mayor interés para conocer algunos aspectos relevan­

tes del mundo de la construcción en Madrid, a mediados del

siglo XIX, sujeto también a la ley de la oferta y la demanda: El

medio de las subastas ni es el mejor, como ya en distintas ocasio­

nes ha visto la Comisión, ni en este caso creo que daria un resul­

tado satisfactorio porque es necesario considerar los pocos recur­

sos que el estado del país presenta en la actualidad y la falta de

canteros inteligentes que puedan establecer mutua concurrencia.

Si la Comisión se detiene a pensar que tanto Jaime Lois como su

compañero José Abascal son los únicos que hay en Madrid que

dominan este negocio, que todos los demás canteros que hay no

pasan de ser oficiales más o menos dependientes de estos mismos

que sin capital alguno se dedican en la temporada de obras a los

pequeños negocios que dan de si las casas particulares, verá fácil­

mente que con la subasta no sólo se expondrá a entorpecer por

más tiempo la marcha de la obra sino a que se presentasen los

mismos, u otros con menos garantías, a su nombre, a imponer con­

diciones y precios más elevados. El conocimiento que tengo de la

capacidad y circunstancias de los obreros de Madrid y el que

suministra la experiencia de obras, los antecedentes mismos que

obran en la Comisión con respecto al suministro de la cal, de la

madera y aún del ladrillo, prueban lo suficiente en contra de la

subasta y no dudo en asegurar a la Comisión que si esta se publi­

case en este momento en que los materiales han tomado un pre­

cio sumamente elevado, en que hay más obras de las que los

recursos de la población permiten, se presentarían precios más ele­

vados que los que pide el contratista porque es muy fácil que se

202

unan todos los que podrían presentarse como licitadores a impo­

ner la ley como ya sucedió en la subasta de la cal. Para que la

Comisión pueda juzgar en este asunto con los más datos posibles

no dejaré de manifestarla que en estos años pasados en que había

pocas obras, los materiales habían bajado tanto que casi se encon­

traban a coste y costas, y que es natuml que vuelvan a tomar sus

anteriores valores en el momento en que se aumente su consumo;

y que tanto más subirán cuanto mayor sea el desarrollo de cons­

trucción que haya y mayores necesidades creen. En mis primeros

tiempos de carrera, por los años de 1830 y 32, he conocido los

materiales más caros aún de lo que están al presente y la piedra

se pagaba a 1 1 y 1 2 reales el sillar que es el tipo que debe tomarse

para los demás precios de la cantería, en cuya circunstancia me

fundo para manifestar a la Comisión que, en mi juicio, aunque la

subida de 3 reales que exigen ahora parezca excesiva comparada

al precio anterior no lo es por si misma ...

La obra de canteria, dejando al margen la parte más deli­

cada y propia de escultor como son los capiteles y frontón del

pórtico principal en que intervino el taller del escultor de origen

italiano José Panuchi (Pagniucci), así como las piezas de grandes

dimensiones como los fustes de las columnas que se labraban en

la plaza frontera al edificio, el resto de la piedra se labró en los lla­

mados sitios o puntos de labra, uno en la subida del Retiro -que

contaba con una pequeña fragua para aguzar la herramienta y en

la que se produjo el enfrentamiento antes señalado- y otro en el

callejón situado entre el Parque de Artilleria y el Tívoli, no lejos

del actual Obelisco del Dos de Mayo, los llamados Campos de

San Jerónimo y del Dos de Mayo. Esta ocupación del terreno y

su transporte hasta el Congreso en los llamados carros de vuelo,

creaban fricciones con el Ayuntamiento y su bando de policía

urbana de 14 de agosto de 1846, así como con la administración

del Real Sitio del Buen Retiro, hasta que una Real Orden auto­

rizó expresamente, en junio de 1847, la labra de la cantería del

Congreso en los mismos lugares que hasta entonces se había

hecho. La piedra llegaba hasta aquí entrando en Madrid tanto por

la inmediata Puerta de Alcalá, como por las de San Vicente y

Puerta de Hierro.

La contrata de otros materiales como la madera,

ladrillo, yeso y hierro, repetían en versión simplificada la de

Vista del Salón de Conferencias.

l 203

E L PALACIO o

EL C ONGRESO

DE LOS ÜIPl!TAOOS

cantería, fijando primero el arquitecto las condiciones que se

publicaban en el Diario de Madrid, dando precios los licita­

dores, adjudicando el suministro al mejor postor y, final­

mente, ajustando precios con éste. La madera era de Balsaín

y Cuenca, fundamentalmente, y variaba sus precios según la

escuadría y longitud de la pieza, así como si era de hilo o de

sierra, o bien si estaba limpia o puerca, debiendo ser en todos

los casos madera cortada en los meses de diciembre y enero.

La contratación del suministro del yeso negro, tosco

o cernido, y el yeso blanco, medido en caices y costales, así

como de la arena, planteó algunos problemas, pues 11los trafi­

cantes de estos artículos entre si unidos, quisieron imponer pre­

cios excesivamente altos perjudicando de esta manera en canti­

dades muy considerables el total de la obra si se hubieran admi-

Vestíbulo principal del Palacio del Congreso de los Diputados. Al fondo la estatua de Isabel II realizada por José Piquer y Ouart.

1 204

tido las proposiciones que presentaron. Este hecho prueba más

que nada que el sistema de subastas es generalmente perjudicial

en el día en que las gentes que se ocupan de estos negocios han

supeditado a los fabricantes sin dejarlos facilidad de llegarse a

verificar los ajustes por si, y ejercen un verdadero monopolio que

sólo es útil a ellos solos.

La experiencia -añade Colomer- ha acreditado además que

cuando se hacen ajustes sin pública licitación, es decir, dirigién­

dose directamente a los fabricantes en particular, se obtienen los

materiales a precios razonables porque libres entonces de los

amaños de los traficantes obran con más ventaja para sus inte­

reses y mejor fe.

Finalmente recordaremos que en la nómina inicial de

la obra, en la parte que correspondía a dirección y adminis­

tración, además del arquitecto-director, Pascual y Colomer,

que tenía fijado un sueldo de veinte mil reales anuales, figu­

raban un aparejador con doce mil reales al año, llamado

Francisco Febrer; un administrador, José Cereceda, con diez

mil reales anuales; tres delineantes, Juan José Urquijo, Francisco

Gutiérrez y Miguel Mendieta, con un jornal diario de catorce

reales, si bien luego se fijó una anualidad de tres mil reales

para cada uno; dos escribientes con un sueldo cada uno de

veinticuatro días a ocho reales diarios y un tenedor de libros

con una gratificación de seis mil reales anuales, lo mismo que

luego cobraría el cajero.

Andando el tiempo, ya se dijo que se vio la necesi­

dad de nombrar un segundo arquitecto para reemplazar al

Director facultativo en los muchos casos de ocupación y ausen­

cia, proponiendo el propio Colomer, en abril de 1846, al

arquitecto Manuel de Mesa con un sueldo de mil reales men­

suales si bien, con mucho sentido y para evitar disgustos y

entorpecimientos, la Comisión, a propuesta de Miranda, fijó

las atribuciones del nuevo facultativo en los términos siguien­

tes, las cuales vienen a evidenciar las carencias observadas por

la Comisión en la persona del arquitrecto: sustituir a éste

cuando no asistiera personalmente a la obra; tener a su cargo

todos los pormenores de ejecución del proyecto total y de los

parciales que los estudios sucesivos hagan necesarios, con

arreglo a las instrucciones del arquitecto director; dirigir,

ordenar y vigilar los trabajos del estudio de delineantes, per­

maneciendo en él todo el tiempo que fuera compatible con

las demás obligaciones de su empleo; y, finalmente, inspec­

cionar diariamente una o más veces y con la mayor detención

los trabajos de construcción y labra de materiales, ejerciendo

constante vigilancia sobre el aparejador y sobrestantes, dándo­

les las instrucciones necesarias para que todo se ejecute con

estricta sujeción a las reglas del arte. En una palabra, la Comisión

quería un arquitecto a tiempo completo en la obra, cosa que

era muy difícil de esperar de Colomer por su verdadera y

múltiple actividad.

PLANOS Y MODELOS

Una de las carencias documentales más significativas res­

pecto al edificio del Congreso es la pérdida de toda la parte

gráfica, proyectual y de ejecución, así como los innumerables

modelos o maquetas a escala que se hicieron de todas y cada

una de las partes del edificio, más allá de las plantillas de

madera y hierro, moldes y contramoldes, que carpinteros y

cerrajeros proporcionaron a los canteros, después del dibujo

hecho o corregido por el arquitecto y sus aparejadores de

cantería y carpintería.

La historia del proyecto dibujado por Colomer para el

concurso de 1842, así como de las copias totales o parciales que

de éste se hicieron, bien para la obtención de la licencia de cons­

trucción en el Ayuntamiento, bien para el desarrollo por parte

de los delineantes, es una historia desdichada, pues fueron desa­

pareciendo ya de antiguo pese a su enorme interés, si bien no

debemos perder la esperanza de poder localizar, aunque fuere

parcialmente, un conjunto documental tan relevante. Nos

consta que la Comisión de Obras tuvo ante si, siempre, el pro­

yecto del concurso, o bien una copia del propio Colomer con las

modificaciones que se iban introduciendo, pues con motivo de

unos pliegos de observaciones que la Contaduría General del

Reino remitió a la Comisión de Obras, referidas a lo que se

llamó primera época de construcción, entre el 5 de noviembre

de 1842 y el 29 de marzo de 1844, se dice que los planos origi­

nales que existen en poder de la Comisión y de los cuales no puecle

desprenderse por necesitar tenerlos a la vista constantemente ...

1 205

EL PALACIO o

Pasillo del Orden del Día desde la entrada de Floridablanca.

Igualmente tenemos constancia de la existencia de

un juego de planos, como es natural, en el cuarto de los deli­

neantes, si bien no deja de ser curiosa la forma en que nos

enteramos de ello. Se trata de una nota manuscrita por

Pascual y Colomer y dirigida a López Pinto, en los primeros

momentos de poner en marcha la obra, el 30 de abril de

1843, cuando la Comisión no estaba aún completa ni existía

Libro de Acuerdos. La nota en cuestión no tiene desperdicio

y dice así: En este momento que son las 8 ele la mañana me

avisa el aparejador de la obra del Congreso haber sido extraí­

dos por el delineante don Juan Fomés, que vive en la calle del

Lobo n° 14, cuarto 2°, todos los planos pertenecientes a la obra,

incluso otros de mi uso particular, despegándolos de los bastido­

res y saliéndose con ellos por una ventana del cuarto de líneas

a fin de no ser visto por el referido aparejador y guarda que en

• EL C ONGRESO

DE I.OS 0 1PlJfADOS

Detalle de uno de los escritorios junto al Salón de Conferencias.

aquel momento se hallaban llamándole por la puerta principal.

Sin pérdida de momento lo pongo en conocimiento de esa

Comisión a fin de que pueda tomar las medidas que su ilustra­ción le sugiera sin perjuicio de que más despacio la explique los

pormenores de este acontecimiento y motivos en que puede fun­darse un acto tan punible como desesperado49

• El hecho de

estar montados los planos en bastidores y la fecha tan pró­

xima en que esto se produce respecto a la presentación del

proyecto defmitivo (22 de febrero de 1843), hacen pensar

que se trataba de los planos originales.

Imagino que estos planos volverían a su sitio y que

fueron los que, después de finalizada la obra, se quedaron en

el Congreso, a juzgar por la solicitud cursada por Pascual y

Colomer al presidente del Congreso de los Diputados, el 26

1 206

de noviembre de 1861, en que pide permiso para que el pro­

yecto figure en la próxima Exposición Universal a celebrar

en Londres. Por su interés y detalles transcribimos el escrito

de Colomer: La Comisión nombrada por el Gobierno de S.M. para promover el envio de objetos artísticos e industriales a la

próxima exposición universal de Londres, me ha manifestado su deseo de hacer figurar a España un papel digno de los adelan­

tos del siglo, remitiendo el mayor número de los edificios nota­bles que se han construido en estos últimos tiempos y se cons­

truyen o se piensan construir a expensas del Estado; pidiéndome al mismo tiempo que remita los planos del Congreso de los

Diputados. Yo no me creo autorizado a enviar nada que perte­nezca a este edificio sin el beneplácito de V.E. y tampoco podría

hacerlo de los planos existentes, que fueron considerablemente

modificados a la construcción del Palacio, siendo preciso hacer por lo menos tres dibujos para que se represente bien el interior que es la parte más interesante de su decoración. Ruego por lo

tanto a V.E. que si considera este envio a la exposición de Londres como un hecho honroso al decoro del País y digno de

hacer ver el estado de adelanto de nuestra época en el arte de la

construcción, se sirva dar su permiso y disponer que se hagan los tres dibujos indicados cuya ejecución cuidaré yo mismosc.

Lo más curioso de esta particular solicitud es que el

presidente contestó enviando a la Exposición de Londres un

ejemplar de la Memoria histórico-descriptiva del nuevo Palacio del Congreso de los Diputados, que se había publicado en 1856

y que no era lo que pedía Colomer, pese a haber sido él mismo

el autor de los dibujos de dieciséis de sus láminas grabadas por

Bury, con las plantas, alzados, secciones y detalles constructivos

del edificio del Congreso51• La idea de esta Memoria había par­

tido de la Comisión de Obras que encargó a Colomer estudiar

la posibilidad de grabar sus planos para acompañar a un texto

que recogiera la historia y descripción del edificio. Con este

motivo, el arquitecto presentó el 9 de abril de 1850 un oficio

con el estudio presupuestario de la publicación: Conforme a lo

acordado por esa Comisión para la publicación de los planos gra­bados y noticia histórica del nuevo Palacio del Congreso, remito a

V.E. los adjuntos diseños de plantas, fachadas y secciones en la escala que he creído más conveniente y económica, según los infor­

mes que he tomado al efecto pueden grabarse algunos en Madrid

y otros en el extranjero por carecer aquí de personas que desem­

peñen este trabajo con la inteligencía y esmero que se requiere.

Acompaño también el cálculo del coste que podrá tener la obra de

grabado a fin de que en su vista pueda V. E determinar lo que crea

más conveniente, tomándome la libertad de rogar a V.E. me per­

mita encargarme de dirigir estos trabajos ... Sin entrar aquí en el

desglose del presupuesto diremos que mil ejemplares costarían

cincuenta y cinco mil reales, esto es, cada unidad saldría por

cincuenta y cinco reales, proponiendo el arquitecto que muy

bien pudieran venderse a cien reales cada uno, con lo que no

sólo se recuperaría la inversión sino que se ganaría casi otro

tanto. Lo curioso es que los gastos de la publicación se carga­

ron en la cuenta general de obras del Congreso, por lo que no

pueden extrañar los desvíos presupuestarios que constante­

mente se advierten. Como curiosidad añadiremos que el papel

para la estampación de las láminas se adquirió en París y que

se iluminaron cien ejemplares finos. Los textos de la Memoria

se encargarían a Francisco de Paula Madrazo, quien redactó la

breve reseña histórica, y a José María Eguren, autor de la pun­

tual y extensa descripción del edificio hecha en su mayor parte

por información facilitada por el propio Colomer, habiendo

cobrado por aquel trabajo seis mil reales en 1855.

Volviendo a los planos y dibujos de la obra, fácil­

mente puede entender el lector, que Colomer y sus ayudan­

tes hubieron de trabajar mucho en el desarrollo gráfico del

proyecto no sólo a efectos de construcción sino de lo que se

llamó el ornato del edifico, a pesar de que el arquitecto mani­

festara a la Comisión, en marzo de 1845, que se presentaba

sencillo el trabajo, puesto que el pensamiento de las decoraciones

había procurado simplificarle todo lo posible, reduciendo lo prin­

cipal a mármoles y arabescos de escayola o estuco: que se estaba

trabajando incesantemente en la conclusión de todos los planos

completos del palacio, con los cortes y pormenores precisos: que en

estos mismos planos irían todas las indicaciones generales, y de

cada uno por separado se formarían dibujos en mayor escala; y

al conjunto acompañaría la memoria descriptiva en lo faculta­

tivo y económico para la cabal inteligencia de los planos ...

Noticias como estas que hablan de la actividad de

Colomer y sus delineantes produciendo planos y dibujos,

1 207

EL PALACIO o

generales y de detalle para la obra y decoración del Congreso

son frecuentes, pero nada ha llegado hasta nosotros, por lo

que poco cabe añadir sobre este punto, salvo que también los

presentados en el Ayuntamiento, no sólo para la tira de cuer­

das y el complicado proceso de las alineaciones, sino en rela­

ción con el edificio en general, alturas, materiales, huecos,

etcétera, todos ellos han desaparecido del Archivo de Villa52•

Análoga suerte corrieron los modelos de madera y

yeso que se hicieron de la obra, bien como muestra a escala

reducida para su aprobación, bien como representación de la

obra hecha. El primer modelo del que se habla en la documen­

tación consultada es el del pórtico de la fachada principal, en el

que se condensaba la nobleza y gravedad del edificio a través de

aquellas columnas corintias con su correspondiente frontón,

que debían expresar a la ciudadanía ser el Santuario de las leyes

y de la representación nacional. Tengo la impresión de que este

pórtico, al menos en su condición adelantada respecto a la

fachada, fue una de las modificaciones hechas sobre el proyecto

de Colomer, pues en la primera sesión de la Comisión de

Obras, el19 de diciembre de 1843, se dice: Hablóse en seguida

de la alineación que respecto a la calle debería tener la fachada

principal, y se acordó que se formase por el arquitecto nuevo plano,

con la columnata o cuerpo central saliente sobre la línea general de

fachada, y que se presentase al Ayuntamiento en sustitución del

otro plano que estaba presentado sin esta circunstancia ...

En diciembre de 1844 se habla por vez primera de

hacer en madera el modelo de la fachada principal por las venta­

jas que facilitará de averiguarse con él el coste aproximado de ella,

acordándose que lo hicieran los carpinteros de la obra, al tiempo

que se solicitaba de Vicente Camarón u otro profesor que no lo sea

exclusivamente de escultura, hacer en barro los modelos de escul­

tura que llevara la fachada. Es esta la primera ocasión en que se

cita al pintor Camarón, tan vinculado luego a la decoración inte­

rior del Congreso, y la cautela de no llamar a un escultor profe­

sional para estos modelos estribaba en eludir el compromiso del

encargo por si se estimaba mejor abrir un concurso público.

En la misma fecha, la Comisión estimó también que

siendo así bien urgente hacer otro diseño en madera [sic], que

EL C ONGRESO

DE LOS 01PlfrADOS

siroa para modelo de los capiteles de las columnas, y teniendo la Comisión noticia que D. José Panuchi reúne los necesarios cono­cimientos para ello, acordó que el arquitecto pase a encargarlo a dicho Panuchi. Desde esta fecha el escultor Panuchi no sólo

labraría en piedra las piezas de mayor dificultad del Congreso,

sino que, bien compenetrado con Colomer, sería el autor de

la mayor parte de los modelos de la obra y el ejecutor de gran

parte de sus estucos decorativos.

Desconozco el nombre del autor del modelo del

pórtico, si bien se trataba de un carpintero del Congreso, no

iniciándose hasta junio de 1845 cuando se adquirieron las

herramientas necesarias para trabajarlo, tales como lija de

pellejo y de papel, una lima de media caña pequeña, una

e ~-- ('

Srs. MINISTROS e _ _g_

Entrada al Gabinete de los Ministros.

1 208

escofina de media caña pequeña, una escofina plana y otra

curva. El modelo, hecho en madera de peral, fue avanzando

lentamente y en septiembre se estaba moldando la cornisa

para darlo por terminado en noviembre de 184 S, a falta de

incorporar los capiteles de bronce en las columnas y pilastras

y algún remate con alambre dorado.

Este modelo debió de satisfacer a la Comisión pues

uno de sus vocales, el despierto y culto conde de Villahermosa,

propuso el 26 de mayo de 1846, la construcción en madera de un modelo que representase todo el nuevo Palacio, tal como está acordado que se levante; y habiéndose discutido sobre este punto, con presencia del Director facultativo de la obra, se acordó que se procediese a la formación del modelo, siroiendo de base y parte de él el que ya se ha hecho del pórtico, siendo de consiguiente en la misma escala que este, y empleándose en su construcción el mismo oficial de la obra que había ejecutado el del pórtico; cuyo modelo general después de servir para los estudios de ejecución de la obra, se colocaría, bien en la Biblioteca del Congreso, bien en algún museo nacional, o donde pareciese más conveniente.

Para el modelo grande se fueron adquiriendo durante

1846 y 1847, varias arrobas de acebo, tablones de cedro,

herramientas, etcétera, lo cual, unido a los jornales empleados

y a la contratación de ebanistas no pertenecientes a la obra

del Congreso, alarmó a la Comisión, haciendo que ésta, en su

sesión de 4 de septiembre de 1847, rebajara el alcance del

modelo: Enterada la Comisión del excesivo coste que tiene ya la parte construida del modelo del edificio y atendiendo a que según el dictamen del arquitecto será necesario invertir cantida­des de consideración para ejecutar el detalle interior de decora­ción en los términos y con la exactitud con que han empezado a abultarse las molduras, bajos relieves, etc. , acordó que no se con­tinúe abultando la referida decoración interior y sólo se ejecute pintada en los salones principales que presenten los cortes del edificio macizando el resto. Es decir, se trataba de una ambi­

ciosa maqueta con un apurado detalle, que abierta en varios

de sus ejes mostraría la distribución interior del Congreso.

Ahora se eliminaban todos sus elementos en relieve y se fingía

con pintura el interior de sus salones allí por donde se

abriera.

Pero no debieron ser sólo estas las razones que encare­

dan la ejecución del modelo, sino la impericia de sus maestros,

o al menos de quien dirigía la construcción, a juzgar por un

interesantísimo memorial de Juan Hartzenbusch, ebanista

madrileño que había trabajado un mes y medio en el modelo

del Congreso. Hartzenbusch, el29 de noviembre de 1847, diri­

gió al presidente de la Comisión de Obras un escrito señalando

los defectos de la construcción del modelo, ofreciéndose para

hacerlo en menos tiempo y más económico, pues se escandali­

zaba de lo poco que se trabaja y tan mal dirigido; y fuera de planta como va porque es dirigido por un hombre que ni sabe lo que es linea recta ni levantar una perpendicular. Este sujeto está desde el principio del modelo dirigiendo con dieciséis reales de jornal y está el modelo que da vergüenza el que vaya cualquier inteligente a verlo como irán por lo mucho que se ha extendido en la facultad, y viendo que para hacer la parte baja de los sótanos se han llevado dos años, que es escandaloso el mentar/o, y aún no está concluida, pues está puesta de un modo que cuando VE. vaya piense que está, pero no está; las seis semanas que yo he estado no he hecho más que estar componiendo lo que estaba echado a perder, a fuerza

de estar poniendo piezas cuyas piezas no pueden ser ocultas por estar a la vista; de modo que de poder ser una obra de mérito y un buen modelo será una gran chapucería como va53

No pudiendo consultar el Libro de Acuerdos de estos

meses para medir los problemas, discusiones y nombres de los

actuantes que hicieron enfriar todo lo referente al modelo

grande, incluido el parecer del arquitecto, hasta desconocer hoy

si llegó a concluirse, de ahí el interés de las palabras de

Hartzenbusch quien, como un ebanista que conocía seriamente

su oficio, observaba la ignorancia en cuestiones de geometria,

perspectiva y arquitectura de la persona que dirigía el taller en

el que se construía el modelo del Congreso: Si su Excelencia no toma una determinación sobre este punto de poner un hombre a la cabeza que lo dirija y que haga trabajar lo que es justo, esta persona a la que se ponga al frente que sepa, como es preciso para sacar el modelo adelante, de arquitectura y dibujo para que se entere en las plantas y alzados, y pueda dar disposición a los demás operarios, de lo contrario no saldrá la obra que VE. espera; es tal el escándalo que allí hay que la mayor parte de los oficiales ganan dos jornales, uno por la obra y otro por su casa, y prueba de

l 111 209

Detalle interior del Gabinete de los Ministros. En el techo pinturas al temple de Carlos Luis Ribera representando alegorías de los diferentes ministerios.

EL PALACIO o

ello lo que llevan trabajando y lo que han hecho. Al paso que van necesitan para la conclusión con arreglo a lo que han tardado en la planta baja lo menos diez años; porque lo que falta son partes más delicadas y que están a la vista; el sábado nos dijeron que se suspendía y despidieran a todos dejando al que lo empezó, que es el que ha echado a perder el modelo, y tal vez con más jornal que el que tenía, y han metido a dos carpinteros a trabajar en él.

Hartzenbusch, después de hacer la proposición de tra­

bajar en el modelo durante tres meses, con las reglas de arqui­tectura y perspectiva que es regular y con la condición de poner

él sus oficiales, estaría en disposición de precisar a la Comisión

lo que se tardaría en concluirlo. Para avalar su nada desdeñable

experiencia profesional en este terreno, nuestro ebanista añade:

Tengo, Señor; acreditadas en Madrid mis manos por las obtas que

Er. C ONGRESO

DE LOS D IPUTADOS

he hecho tanto en la ebanistería como en el dibujo de arquitectura por premios que tengo sacados en la Real Academia de San

Fernando, siendo mi director Don Fernando Brambila y Don Manuel Rodríguez. En la parte de ebanistería mi padre ha desem­peñado las obras de ebanistería de la Real Casa desde el Sr. Rey Don Carlos 4° hasta el año dieciocho que falleció; entramos a

desempeñar la plaza mi hermano y yo hasta que murió el Rey D. Fernando 7". Todas estas obras que se han desempeñado en la Real

Casa y las de la Casa de Godoy que es la pieza de caoba del pri­

mer Ministro y las de Palacio de Buenavista que aún subsisten ...

Como puede verse, todo cuanto sucedió en la obra

del Congreso tuvo siempre un alcance insospechado, siendo

su documentación una fuente de noticias difícil de agotar

que exceden a la construcción del propio edificio.

Despacho actual del presidente del Congreso de los Diputados.

1 210

Además de los modelos citados, otros muchos se

reflejan a lo largo de la obra, pues no hubo moldura, perfil o

relieve que no exigiese previamente la elaboración de un

modelo en yeso interpretando el dibujo del arquitecto, bien

fuera para la cornisa del edificio, para los capiteles, ménsulas

y cartelas, etcétera. El modelo en yeso más complejo es el

que hubo de presentar para su aprobación el escultor José

Panuchi, de los capiteles corintios de las columnas y pilastras

del frontón del pórtico principal, que luego él mismo labra­

ría en su taller en piedra de Redueña con el también escultor

Francisco Pérez.

La Comisión de Obras y el arquitecto aún hubieron de

ver otros muchos modelos como los de las columnas de hierro

del salón de sesiones, de los candelabros que irían en la fachada,

de los escaños de sus señorías o de las formas de la armadura

que cubre el gran salón, todos ellos testimonios desaparecidos

para siempre pero que fueron capitales en su día para corregir

y decidir el encargo definitivo de la obra a ejecutar.

ARQUITECTURA, ESCULTURA Y PINTURA

Desde muy temprano, la Comisión de Obras empezó a preo­

cuparse por lo que se denominaba el ornato interior y exte­

rior del edificio, de tal modo que desde las primeras sema­

nas de actividad urgía a Colomer la preparación de los

dibujos y la exposición de sus ideas al respecto. Así, después

de habérselo solicitado varias veces a lo largo de 1844, en

diciembre envió un oficio al arquitecto que recoge el Libro

de Acuerdos, en estos términos: Se procederá a designar, por

el orden de su importancia, las piezas o localidades que deban recibir decoración y ornato. De cada una de estas piezas o

localidades se harán los estudios y dibujos necesarios para conocer la composición artística de la decoración en su totali­

dad y detalles, indicando los sitios que convenga recurrir a la pintura, sea al óleo, al fresco o al templo, y a la escultura ... Se

estudiará y propondrá igualmente el mueblaje y adorno que a cada pieza convenga, teniendo en cuenta las necesidades de su

uso, el grado de magnificencia que según su categoría le corres­ponda y la armonía que debe guardar con la totalidad de la decoración respectiva. Todo ello permitiría, además, ir pre-

parando los presupuestos de esta parte que no se hallaban

incluidos en el general de la obra.

Sin embargo, nada de esto se hizo como lo pedía la

Comisión y los aspectos ornamentales así como la incorpo­

ración de la escultura y pintura al edificio, fue resolviéndose

de modo independiente, aunque siempre bajo la inspiración

y dirección de Pascual y Colomer, según cabe ver por su activa

participación en la escultura y pintura, no como mero direc­

tor facultativo de la obra, sino proponiendo artistas, fijando los

programas y señalando precio a la obra de arte.

En el ámbito de la escultura debemos hacer una pri­

mera diferenciación entre aquella que formalizó los elemen­

tos plásticos de la propia arquitectura como capiteles, case­

tones, cornisas, fachadas de chimeneas54, etcétera, cuya difi­

cultad y maestría excede a la de un simple oficial de cante­

ría, de la escultura figurativa que, por ejemplo, hizo Ponzano

para el frontón. En el primer caso fue don José Panuchi el

escultor más notable de cuantos intervinieron, bien dando

modelos, según se ha dicho, bien labrando con grandísimo

oficio las partes más delicadas del Congreso, como puedan

ser los capiteles corintios de las columnas y pilastras del pór­

tico. Este fue uno de los cometidos más delicados, costosos y

largos de la obra del Congreso.

En mayo de 1845 y a propuesta de Colomer, la

Comisión encargó a Panuchi, una vez aprobado el modelo pre­

sentado en yeso, la ejecución de uno de los seis capiteles de las

columnas corintias, para calcular el tiempo y costo de su labra,

pues resultaba imposible hacerlo de otro modo. Habiendo

dudado la Comisión entre labrarlos en piedra blanca de

Colmenar o de Redueña, se optó por esta última, por consejo

de Colomer. El contratista de cantería del Congreso, Jaime Lois,

se comprometió a la saca y transporte de la piedra de los capi­

teles por la cantidad de seis mil reales por cada una de las seis

piezas de las canteras madrileñas de Redueña, depositando la

primera en el taller de Panuchi para su inmediata labra que, al

menos desde el mes de julio de 1845, ya estaba iniciada,

asociando para ello al mencionado escultor Francisco Pérez.

Panuchi hizo una primera estimación del coste de los capiteles

1 211

Pinturas del techo de una de las Salas de Presidencia realizadas por Joaquín Espalter y Rull. 1849-56.

EL PALACIO G

en aquella fecha, teniendo en cuenta el tiempo, número y clase

de manos que había de intervenir en tan delicada labra, ade­

lantando que sólo de mano de obra se llevaría cada capitel cua­

renta y dos mil reales, y dejando en suspenso el tiempo que

necesitaría para su ejecución. En un punto determinado del

proceso, Panuchi se dirigió a la Comisión con ánimo de asegu­

rarse el encargo del resto de los capiteles, lo cual sería, a su jui­

cio, un estímulo para el taller y la finalización del primer capi­

tel. Tras las consideraciones positivas que al respecto hizo el

arquitecto Colomer, la Comisión aprobó el precio puesto por

Panuchi, haciéndole también el resto del encargo, por el que

percibiría semanalmente cuatro mil reales a cuenta para el pago

de jornales. El primer capitel se concluyó en diciembre de

1845, es decir; un semestre de trabajo, al que seguirían los

siguientes para completar la serie, así como los cuatro de las

pilastras posteriores del pórtico. Desde entonces Panuchi fue

uno de los colaboradores que más tiempo permaneció en las

nóminas de la obra, pues a este encargo seguirían otros muchos,

desde la cornisa del frontón hasta la ornamentación del salón

de conferencias o del despacho del presidente del Congreso.

Distinto carácter tuvo la colaboración de Ponciano

Ponzano, quien fue llamado también a instancias de Pascual

y Colomer, después de los primeros pasos dados en orden a

El. C ONGRESO

oc 1.0s DII'UTADOS

fijar los temas a incluir. También aquí nuestro arquitecto

desempeñó un papel principal pues a él se encomendó esta

tarea. En mayo de 1845, al tiempo que la Comisión entra en

contacto con Panuchi para la cuestión de los capiteles, pidió

a Colomer que presentase su pensamiento sobre la elección de

asunto para el frontón y estatuas del pórtico; a fin de que exa­

minado por la Comisión, pueda servirle de base en la consulta

que acerca de esta delicada materia se propone hacer a la

Academia de La Historia como principio y fundamento de los

trabajos que previamente requiere la publicación del concurso

público en que ha de adjudicarse la ejecución de dicha escul­

tura. Colomer, sin embargo, fue dejando pasar los meses

hasta que contestó en octubre, adjuntando a su proyecto una

nota que decía: Tengo la honra de remitir a VS., en cumpli­

miento de los deseos de esa Comisión, un programa de asunto

para el bajo relieve del frontón del edificio conforme a mis ideas

sobre esta clase de negocios. La Comisión verá que he huido de

mezclar en la alegoría persona alguna que, por elevada que sea,

siempre estaría expuesta a la critica más o menos severa de las

pasiones políticas, prefiriendo un asunto abstracto en que sólo

figuren las virtudes cívicas, las artes y la industria y en lo cual

he seguido el ejemplo que todas Las naciones nos suministran

para iguales casos, porque no deben nunca exponerse las obras

de este género a excitar mas o menos las pasiones, halagando

unas ideas para censurar otras, Lo cual ocasionaría mudanzas

más o menos sucesivas e importantes en su composición. Entiendo

que aquí, Colomer, está aludiendo concretamente a no incluir

a la reina Isabel 11 entre las figuras del frontón, abogando,

como él dice con mucho sentido común, por una represen­

tación más genérica y abstracta.

El asunto propuesto por el arquitecto y que, en defini­

tiva, es el que se llevaría a cabo pese al informe de la Academia

de la Historia que luego comentaremos, es el siguiente, en pala­

bras del propio Colomer: La España abrazando la Constitución

del estado, símbolo de todos Los poderes, que estará rodeada de

la fortaleza y La justicia, principales virtudes en que estriban la

paz y el sosiego público y la más sólida base en que descansan

Los tronos y con que se cimenta la ventura de las Naciones.

Resultado de tan sólido fundamento es la prosperidad del país

por lo que al lado de la fortaleza se formará un grupo con las

1

212

bellas artes, significadas con sus distintos atributos siguiendo

otros grupos que simbolicen el comercio, la agricultura y las ale­

gorías de Los ríos y canales de navegación que terminarán por

un lado el pensamiento. Al lado de la justicia se colocarán el

valor Español que sirve para sustentarla: las ciencias que ase­

guran la industria, la navegación, Los oficios dirigidos y susten­

tados por La paz y la abundancia cuyas figuras completan el

todo de la alegoría. Colomer subrayó los elementos que le pare­

cían más singulares a modo de acentos y sugerencias al escultor

a la hora de humanizar formalmente la alegoría.

La Real Academia de la Historia, en julio de 1846,

nueve meses después de haber recibido la comunicación de

la Comisión, dio su opinión sobre la idea de Colomer en los

siguientes términos: Esta Academia ha recibido el oficio de VS.

de 28 de octubre último con la copia del parecer del arquitecto

sobre el argumento que convendrá adoptar en los bajos relieves

del frontón que ha de coronar el nuevo palacio del Congreso de

los Diputados. Y considerando que las alegorías, que en él se

proponen, serian difíciles de representar, especialmente Las alusi­

vas a objetos políticos, se inclina más bien a buscar su argu­

mento en sucesos de nuestra historia, que no podrán menos de

hacer grata la impresión en el ánimo de los Españoles.

Tales serán, a juicio de la Academia, los que representasen en

los bajos relieves, hechos relativos a las primeras Cortes, de que

conservamos las actas, que fueron las celebradas en el año 1020

por Alfonso so de León en la capital del mismo nombre, y Los que

figurasen igualmente otros análogos a su restablecimiento bajo

el cetro de Ysabel 2a. De esta manera se uniría a la memoria

del Monarca que juntó las primeras Cortes de la Nación, la del

Monarca que las celebra en nuestros días, y que al efecto ha

mandado levantar el edificio, que ahora se erige con tanto gusto

como magnificencia.

Ambos asuntos darían mucha materia a Los bajos relieves. Por

el 1 o pudiérase presentarse, ora a Alfonso so sentado en su solio

y rodeado de los Obispos y magnates de su Reino, ora la Yglesia

o templo donde se congregaron aquellos varones insignes para

celebrar sus juntas, ora el juramento que hicieron de ser fieles a

su patria y no soltar las armas de la mano hasta libertarla del

yugo agareno; ora, en fin, el voto de mantener intacta la religión

de sus padres, y mirar ante todo por sus intereses. Del2° pudiera

tomarse el acto de la Jura en la proclamación de Ysabel 2a, la declaración de su mayor edad, la ceremonia de la 1 a vez que reunió en tomo de sí a los Senadores y Diputados, u otro hecho importante de las primicias de su Reinado, que tuviese analogía con la idea que aquí quiere expresarse. En tal caso se deduce naturalmente que las dos estatuas, que se han de colocar entre las columnas del pórtico, deberían ser las de Alfonso 5° de León y la de Ysabel 2a.

Si se adoptase este plan, no duda la Academía que la inteligen­cia y buen criterio del arquitecto y demás artistas harían resal­tar en la ejecución de la obra el pensamiento dominante en el ánimo de la Academia, que es unir la memoria de las primiti­vas Juntas nacionales con la de las presentes, y decorar el pala­cio de los nuevos legisladores con emblemas de la primera época en que se juntaron los antiguos.

Como puede comprobarse, la Academia de la Historia

planteaba el argumento del frontón en la línea que precisa­

mente Colomer había evitado, con gran sentido. La Academia

quería hacer de esta pieza una expresión monárquica de claro

apoyo al trono, personalizado en Isabel II, donde la Iglesia tenía

una presencia relevante, y para nada se refería a la Constitución,

símbolo de todos los poderes que, en cambio, Colomer deseaba

subrayar. La idea de la Academia no dejaba de ser una intere­

sada y cómoda página de la historia de España, con importan­

tes olvidos y sin el alcance general que por encima de las cir­

cunstancias concretas, buscaba el arquitecto. La Comisión

quedó algo sorprendida ante la propuesta de la Academia y

pospuso su discusión para otro momento, mientras que se

barajaron los nombres de los escultores Francisco Elías Vallejo,

Sabino Medina, Francisco Pérez Valle y José Piquer, como

posibles artífices de los relieves del frontón.

No habiendo podido localizar la documentación inme­

diatamente posterior a este suceso, sin embargo, sabemos que

el Gobierno decidió pedir un informe a la Real Academia de

Bellas Artes de San Fernando, la cual se inclinó inequívoca­

mente por la fórmula de Colomer, atendiendo al efecto y faci­lidad de la composición a que la alegoría se presta con más ven­taja, si bien para las esculturas del pórtico concedió a la

Academia de la Historia el que fueran Isabel II y Alfonso V de

1 213

EL PALACIO o

León. Este fue el criterio del Gobierno que se comunicó a

la Comisión, el 20 de octubre de 184 7, a la vez que pedía a la

Academia de Bellas Artes que fijara los términos y condicio­

nes para abrir un concurso público entre los escultores espa­

ñoles para la realización del frontón que, sabemos, se resolve­

ría al año siguiente en favor de Ponciano Ponzano.

Al margen de los aspectos políticos y artísticos, inte­

resa recoger aquí que, con anterioridad a esta situación, y

sabiendo desde un principio que el frontón albergaría unos

relieves, el arquitecto Colomer, en febrero de 1845, localizó

en Madrid tres grandes piezas de mármol de Carrara, de pro­

piedad particular, aconsejando a la Comisión su adquisición

al tiempo que advertía que, no obstante, sería necesario traer

Vista interior de la Biblioteca desde el segundo piso, con el techo piolado al óleo por José María Gamoneda. 1898.

EL CONGRESO

DE LOS DIPlTI'ADOS

más piezas de mármol de la misma clase por no ser suficiente

para todas las figuras del frontón. En noviembre de aquel

mismo año, otro particular, José Radón, ofreció al Gobierno

tres grandes trozos de mármol estatuario de Carrara que tenía

en Alicante, al precio de cien reales el pie cúbico, precio que

le parecía ventajoso a Colomer, si bien habría que cerciorarse

previamente de la calidad del mármol. Para ello se puso en

contacto la Comisión de Obras del Congreso con la Comisión

Provincial de Monumentos de Alicante, iniciándose desde

entonces una larga correspondencia entre ambas. En efecto,

autorizada la Comisión de Obras por el Gobierno para la

adquisición de aquellos mármoles, se cruzaron directa e indi­

rectamente, a través de la Comisión Central de Monumen­

tos, varias cartas como aquélla, de fecha de 18 de febrero de

1846, en la que la Comisión de Alicante da su opinión sobre

los tres trozos de mármol de Carrara, de los cuales, el mayor que tendrá unos cien píes cúbicos y más de doscientos quintales de peso, es proporcionado para fabricar un grupo de dos figuras de regular estatura: el otro de doce píes cúbicos sólo puede ser­vir para un busto, y el último de tres píes cúbicos para formar una cabeza. La calidad de la piedra parece buena. Andando el

tiempo la Comisión de Obras rebajó al propietario el precio

inicial y sólo llegó a adquirir el trozo grande, pidiendo a la

Comisión de Monumentos de Alicante que lo cubicase de

nuevo, cosa que hizo el arquitecto Emilio Jover, que lo era

por la Academia de San Fernando. El trozo en cuestión tenía

ciento cincuenta y ocho pies cúbicos y se adquirió al venta­

joso precio de doce mil seiscientos cuarenta reales, esto es, a

ochenta reales el pie cúbico.

Con este mármol era imposible, sin embargo, hacer

frente a todos los reüeves del frontón, por lo que se hicieron

indagaciones en distintas canteras españolas para encontrar

una piedra adecuada, mientras Ponzano preparaba los mode­

los en barro de los relieves. Entre aquellas destaca el informe

hecho sobre una piedra blanca de Toledo, cuya dureza, grano

y color daban una caüdad muy buena y probada en la ciudad del

Tajo a través de la historia. Para ello, la Comisión, de acuerdo

con Colomer, encargó al maestro cantero Francisco Pérez exa­minar la cantera de piedra blanca de Toledo, con objeto de saber si de ella podrían sacarse las piedras necesarias para el bajo

1 1 214

relieve del frontón del pórtico principal. El cantero remitió su

informe a la Comisión el21 de septiembre de 1849, en el que

se leía que encargado de ir a examinar las canteras de piedra blanca de Toledo sitas en el paseo llamado de la Rosa, pone en conocimiento de VV S.S. cómo ha pasado a dicha ciudad y ha

practicado el reconocimiento con la mayor detención posible, y en su consecuencia resulta que las piedras de dichas canteras, el banco que asoma al río y que sólo se le ve una pequeña parte de la superficie, supera en blancura y calidad a la muestra que hay presentada, pero no siendo posible verlo por ninguna otra parte por estar terraplenado con una cantidad considerable de escom­bros y que se necesitan hacer unos gastos según mi cálculo de 1 O o 12 mil reales para examinar bien si los bancos tienen o no las dimensiones necesarias ... Me he detenido a ver los principales edificios de la referida ciudad como son la catedral, San Juan de los Reyes, el Alcázar, el Colegio Militar y demás. He visto en ellos estatuas de piedra de las mismas canteras mayores que el doble del tamaño natural de un hombre, he visto algunos trozos de columnas muy regulares en tamaños y gruesos, y dinteles bas­tante grandes, y aunque no he visto ningún canto de las dimen­siones que se necesitan para esta obra, podrá ser también efecto de no hacer falta en aquellas obras gastar cantos de tan grandes dimensiones, por lo que no es fácil aclarar sin verlo que no los den de sí las canteras o que fuese el modo de obrar antiguo con can­tería más reducida que la que en el día se hace uso.

No deja de ser bellísima la resurrección aquí de la ima­

gen de la catedral de Toledo o del convento franciscano de San

Juan de los Reyes, en busca de una piedra sabia, a la que se mira

en su estado natural y después labrada, comprobando cómo se

ha comportado frente al tiempo. Nada más se volvió a hablar

de esta ni de otras piedras para el frontón, cuya marmórea eje­

cución tomó otros rumbos en Itaüa, como es bien sabido. Pero,

en relación con la marcha de las obras, podemos añadir que

Ponciano Ponzano fue percibiendo a cuenta, un anticipo de tres

mil reales a la semana, mientras preparaba los modelos del fron­

tón en los cuales debió de empezar a trabajar en febrero de

1849. En el mes de junio siguiente tenía ya modelado el grupo

que ocupa el centro y bastante adelantadas las figuras del resto de la composición, pero hasta septiembre de este año no se atrevió

a dar el escultor un presupuesto del coste de la obra que se eje-

cutaría definitivamente en mármol de Carrara, según se había

acordado con la Comísión. La obra costaría sesenta y ocho mil

duros, desglosados de este interesante modo que nos ilustra

acerca del precio del arte: por el modelo en barro y vaciados para

colocar provisionalmente en el tímpano, y el necesario en yeso

fuerte para la ejecución definitiva en mármol, siete mil duros;

por el mármol y su conducción, veinte míl duros; por el des­

bastar el mármol, veintiún míl duros; y, fmalmente, por la direc­

ción y ejecución de los relieves, otros veinte mil duros.

Estas cantidades parecieron excesivas a Colomer y a

la Comisión, quienes estimaban que podían quedar reduci-

Gabinete de lectura diseñado por Arturo Mélida. 1883.

JI !1 1 215

EL PALACIO o

das a treinta y tres mil duros en total. Sin embargo, una vez

terminados los relieves que interinamente se colocarían en el

frontón, hasta la ejecución definitiva en mármol, y habiendo

justificado Ponzano los gastos hechos que excedían el presu­

puesto prímero, el arquitecto, el 12 de junio de 1853, encontraba

adecuada la cuenta presentada por el escultor: Examinada esta

cuenta en todos sus pormenores con la mayor atención y acla­

radas con el interesado algunas dudas que ocurrieron al que

suscribe sobre las partidas que aparecen sin comprobantes, no

dudo de calificar de justas y proponer, por consiguiente, su apro­

bación. En efecto, todos hemos visto que el Sr. Ponzano se ha

valido por mucho tiempo de modelos vivos de ambos sexos para

E L C ONG RESO

DE LOS DIPUTADOS

Sillón del gabinete de lectura diseñado por Arturo Mélida, hoy en la Escuela de Arquitectura de Madrid. 1883.

preparar los estudios de sus figuras; fácil es conocer que sin lápi­

ces, papel, carbón preparado, papel vegetal y tantos otros útiles

indispensables en el estudio de un artista, no puede éste desem­

peñar sus trabajos y que el recabar de los vendedores de estos

objetos los correspondientes recibos es casi imposible cuando se

adquieren en pequeñas cantidades y en concepto del que sus­

cribe no debe merecer más fe la firma desconocida que aparece

en un documento que la garantía que siempre presenta la decla­

ración hecha y firmada por el Sr. Ponzano, cuya moralidad y cir­

cunstancias de su carácter y posición le hacen más respetable.

La cantidad de 90.000 reales que el Sr. Ponzano pide por hono­

rarios de los 21 meses que ha durado su trabajo, en cuyo tiempo

le hemos visto trabajar sin interrupción de 12 a 14 horas al día,

no creo tampoco sea excesivo antes juzgo, por el contrario, es

I Il 1 J 216

equitativo y la Comisión podrá desentenderse además de retri­

buir al artista por su trabajo in~electual cuya indemnización el

Sr. Ponzano reserva para cuando su obra se ejecute en piedra.

Por otra parte, Ponzano hizo en yeso los dos leones

que flanquean la escalinata del pórtico por los que presentó,

en diciembre de 1850, al poco de acabarlos, una cuenta de

veinticuatro mil cincuenta y dos reales, pidiéndole la Comisión,

en enero de 1852, que adelantara el precio de lo que costa­

ría hacerlos en mármol o fundirlos en bronce, si bien este

cometido se lo pasaría la Comisión de Obras a la de Gobierno

Interior del Congreso, recomendándoselo muy vivamente por

lo perecedero que es la de yeso en que está ejecutada la que hay

decora la fachada principal del Palacio .

Un último escultor de cierta importancia en el cír­

culo madrileño y vinculado a la obra del Congreso fue Sabino

Medina a quien se deben las cuatro cariátides del salón de

sesiones que están en el ventanón que existe encima del trono,

esto es, de la presidencia actual. Colomer debía tener buena

relación con el escultor pues, al parecer, Medina le hizo un

retrato hoy en paradero desconocido. Lo que si resulta cierto

es que el arquitecto propuso a Sabino Medina, en febrero de

1850, para hacer aquellas esculturas porque su estilo y gusto

estaba más en armonía con el de la pintura del techo y demás

ornato del salón de sesiones. Esto es, vemos al arquitecto

orquestando la arquitectura, escultura y pintura del Congreso

con un sentido de la dirección de obra verdaderamente

amplio y comprometido.

A pesar de ello, Colomer no dudó en discutir a la

baja la cuenta presentada por Medina por las cuatro cariáti­

des en yeso que representaban las Ciencias, el Comercio, la

Marina y la Agricultura. El arquitecto sabía muy bien que, en

realidad, los cincuenta y cuatro mil reales que pedía el escul­

tor, en septiembre de 1850, eran por sólo dos modelos de los

que luego sacó dos vaciados de cada uno.

La Comisión de Obras, que no liquidaba ninguna

cantidad sin el visto bueno del arquitecto, pidió a éste un dic­

tamen y Colomer no se recató en contestar lo siguiente por

escrito: Siento mucho tener que dar mi opinión sobre el precio de las obras de un arte que no comprendo, pero a juzgar por el

buen sentido y por comparación con otras obras ejecutadas en

Madrid, tengo más sentimiento aún de verme en la necesidad de manifestar a esa Comisión, que la presente cuenta está, en mi

concepto, tan exagerada que al hablar sobre ella temo hasta

ponerme en ridículo. No creo sea el caso entrar en muchas con­sideraciones que lastimen la buena reputación del Sr. Medina,

creo sólo que la cuenta está equivocada en la suma y que ésta aparece tanto más exagerada cuanto que no se ve el origen de

los gastos que la producen. Voy a detallarla y formarla de nuevo

pagando muy bien al Sr. Medina y dándole toda la considera­ción que merece un artista distinguido; para lo cual debo recor­

dar a la Comisión, que las cuatro estatuas son sólo dos mode­los distintos de los que se han hecho dos vaciados de cada uno.

Bajo estas consideraciones creo que debe formarse la cuenta de

la manera siguiente: Por el modelado en barro de dos estatuas de 8 pies de alto de todo coste, 6.000 reales cada una; por 2 mol­

des de piezas, incluso jornales y materiales a 2. 000 reales cada

uno; y por 4 vaciados de yeso incluso el repasado y colocación

en obra, a 1.500 cada uno, daría un total de 22.000 reales. Es

decir, menos de la mitad de lo solicitado por Sabino Medina.

El nombre de un último escultor notable, José Piquer

y Duart, se menciona en las actas de la Comisión de Obras

cuando, el29 de octubre de 1850, ésta le escribe para encar­

garle una estatua de mármol blanco de Isabel 11 para colo­

carla en el vestíbulo del Congreso. La Comisión no solicitó

aquí, como era habitual, un presupuesto de la escultura ni

procedió a concurso alguno, sino que fue un encargo impe­

rativo: lo que participo a V a fin de que proceda desde ya a su

ejecución. Este retrato, que se haría con la previa autorización

de la Reina y que la Comisión pensó en colocar en el vestí­

bulo, creo, sin embargo, es lo que resta de la primera idea de

Colomer sobre dos esculturas de buen tamaño bajo el pór­

tico principal, tal y como nos muestra un grabado del

Diccionario de Madoz, al ilustrar el artículo del Congreso en

la voz Madrid. Ya se vio más arriba cómo la Academia de la

Historia había sugerido, y el Gobierno aprobado, que estas

dos esculturas fueran la de la reina Isabel II y la del rey

Alfonso V de León. Sin embargo, este aspecto se fue dila-

1 217

EL PALACIO o

tando y se redujo a la excelente obra de Piquer que, proba­

blemente, vio este encargo como un premio de consolación

al no haber podido hacerse con el del frontón que estaba

desarrollando Ponzano. Lo cierto es que se trata de una obra

notable y poco conocida por los estudiosos de la escultura

del siglo XIX, que encuentra en el vestíbulo, tras la puerta

real, un discreto lugar de honor que reverdece con motivo de

las solemnes sesiones en que acude la monarquía al Congreso

de los Diputados.

La actitud de Pascual y Colomer en relación con los

escultores a la hora de justipreciar su obra fue análoga a laman­

tenida con los pintores y demás artistas que intervinieron en la

construcción y decoración del Congreso, reconociendo que no

debió ser un ejercicio cómodo el de discutir a estos artistas el

valor material e intelectual de su obra, y menos cuando muchos

de ellos pertenecían al mismo circulo académico de San

Fernando que, tras una estancia en Roma como pensionados,

habían llegado a ser pintores y escultores de Cámara.

De los pintores mayores que intervinieron en la deco­

ración interior del Congreso, es decir, de Vicente Camarón,

Joaquín Espalter, Carlos Luis de Ribera y Federico de Madrazo,

tenemos abundantes e interesantes noticias inéditas sobre su

participación en la obra del Congreso que glosaremos a con­

tinuación de forma breve. En primer lugar, la presencia de

Camarón está vinculada a la decoración pictórica al temple

del salón de conferencias, cuando en julio de 1846, sin ter­

minar de definir aún su alcance arquitectónico, la Comisión

trató lo siguiente: Hablóse de la sala de conferencias y se

acordó que, sin perjuicio de tratar con especialidad de sus dimensiones definitivas y de su ornato en general, se pensase en

adornarla con cuadros de historia nacional, que se encomen­dase a los pintores españoles conocidos hoy por sus obras de este

género, sobre cuyos asuntos se resolvería en otra sesión, previas

las indicaciones de dichos asuntos, de que se sirvió encargarse el Sr. Castro, uno de los vocales en aquella sesión.

Camarón recibió este encargo directamente, en octu­

bre de 184 7, parece que a propuesta de Colomer, pidiéndole

la Comisión los asuntos a tratar. El pintor presentó su pro-

EL CONGRESO

DE LOS DIPUTADOS

puesta y un boceto que no he localizado en la documenta­

ción manejada, si bien el 7 de diciembre presentaba el corres­

pondiente presupuesto, tanto de la pintura del salón de con­

ferencias como de los cuatro salones chicos contiguos, en los

que por entonces Panuchi estaba labrando las molduras de

estuco, cuyo coste ascendía a setenta y dos mil reales, de los

que cuarenta mil correspondían al salón grande. A conti­

nuación dio Colomer su prudente parecer, siendo dificil siempre juzgar sobre el valor de las obras de arte, mucho más antes de su ejecución de la cual depende siempre su mayor o menor estimación, creo que debe tenerse presente en este caso la reputación artística y la moralidad del Sr. Camarón. Bajo estas consideraciones y la del trabajo que hay que ejecutar con arre­glo al boceto presentado juzgo que la Comisión puede servirse aprobar el presente presupuesto. Camarón comenzó a trabajar

la última semana del mes de noviembre de 1847, aprove­

chando los andamios de la obra y recibiendo a cuenta dos

mil reales semanales. Fue el pintor que más permanencia

tuvo en la obra del Congreso, tanto que pasados cuatro años,

en enero de 1852, sólo había concluido el salón de confe­

rencias y los dos salones de lectura, teniendo a medio hacer

el de escribir y sin haber puesto las manos sobre el cuarto

salón chico.

La revisión de unas cuentas en esta última fecha nos

permite conocer, por un lado, el por qué del largo tiempo

transcurrido, a la vez que se justifica el incremento de la fac­

tura presentada entonces, con la obra aún lejos de acabar, que

ascendia ya a ochenta y ocho mil reales. El boceto presentado

en su día por Vicente Camarón, además de unos asuntos his­

tóricos, era sobre todo un proyecto decorativo de arabescos y

temas varios puramente ornamentales, atendiendo a la eco­

nomía y sencillez que se le pedia, pero a raíz del encargo a

los profesores más distinguidos el pintado de otros techos, esto

es, Espalter y Ribera, Camarón varió su primera idea empe­

ñándose en un programa iconográfico de mayor alcance pues

aquellos encargos comprometían su reputación artística, por

lo que pidió a la Comisión autorización para mejorar sus pro­yectos, cosa que se le concedió al igual que ahora se mostró

conforme con la cantidad pedida. En este techo, entre otros

temas, se encontraron, por fin, Alfonso V de León e Isabel II,

11 218

como quería la Academia de la Historia que se personificara

en las estatuas del pórtico del Congreso.

El segundo pintor importante en aparecer por el

Congreso fue Joaquín Espalter, con quien se entrevistó la

Comisión de Obras en varias ocasiones durante el verano de

1849 para ajustar los temas y precios por la pintura al temple

de los techos del antedespacho y despacho del presidente, así

como el de la pieza de descanso, acordándose que percibiera,

a cuenta, dos mil reales a la semana. En julio de aquel año

comenzó a pintar el antedespacho y en agosto iniciaba el des­

pacho, con los fingidos relieves de las virtudes cardinales,

dando por terminada toda su obra en enero de 1850.

Unos meses después, en abril de 1850, Carlos Luis

de Ribera comenzaba a encajar el dibujo de la pintura del

salón de sesiones. La presencia de este notable pintor de his­

toria en el Congreso se debe, de nuevo, al interés de Narciso

Pascual y Colomer, de manera que la Comisión de Obras, el

22 de septiembre de 1849, aceptando la propuesta del Sr. Arquitecto eligió para pintar el techo y escocia del salón de sesio­nes al profesor Carlos Luis Ribera, y habiéndoselo manifestado así al interesado, le previno se dedicase a trabajar el boceto con el pensamiento que adoptase, el cual presentase a la Comisión para resolver en su vista lo conveniente.

El 17 de noviembre de 1849 presentaba Ribera a la

Comisión el boceto y una extensa y notabilísima memoria

sobre su proyecto pictórico, dedicando a su debate la sesión

entera del 19 de enero en presencia del propio pintor. La

conclusión final fue que tanto por lo delicado del asunto como por su importancia merecia dar conocimiento y obtener la apro­bación del Gobierno, el cual trasladaría a su vez a las Academias

de la Historia y de Bellas Artes copia de dicha memoria para

que diese su opinión. Estas diligencias se llevaron con cierta

rapidez y el 29 de marzo el Gobierno comunicaba a la

Comisión las rectificaciones que debían hacerse sobre los

grandes cuadros del techo del salón de sesiones.

Estos cambios sobre el pensamiento inicial de Ribera,

sugeridos por la Academia de la Historia, fueron verdadera-

mente importantes, alterando el número de las secuencias y,

sobre todo, su contenido, si bien sobre la misma idea de hacer

una historia del proceso legislador español. Para ello Ribera

se había retrotraído hasta Grecia, iniciando su periplo por el

mítico fundador de Atenas, Cecrops, y el magistrado Dracón.

A esta etapa legisladora romana, que formaba el primer cua­dro seguía el segundo dedicado a Roma y Bizancio, que par­

tia de Rómulo y terminaba con las Pandectas, formando estas leyes el cuerpo del Derecho civil Romano, que hasta el día se estudia en España con el Derecho Patrio. Con buen criterio

estos dos cuadros se redujeron a uno sólo, recortando de

modo considerable los personajes allí representados, a la vez

que se señalaba los que debían figurar en la pintura, desde

Licurgo hasta Treboniano.

Este ejercicio de replanteamiento histórico por parte

de la Academia de la Historia y del Gobierno es del mayor

interés y su análisis pormenorizado daria lugar a un mejor

1

EL PALACIO o

conocimiento de las relaciones entre la pintura, la historia y

la política en el siglo XIX. No podemos detenernos aquí en

el detalle y matiz de todos los cambios introducidos, y que

Ribera aceptó de buen grado, pero sí daremos una idea de los

más importantes. El pintor había previsto cinco grandes esce­

nas históricas, pero había omitido -no creo que por mero

olvido- la representación de la reina Isabel 11, probablemente

por los mismos motivos que impulsaron a Ponciano Ponzano

a no incluirla en el frontón, siguiendo ambos el criterio de

Colomer de cargar la mano en la alegoría y no actualizar en

exceso la historia. El hecho es que la historia legislativa pre­

sentada por Ribera, después de detenerse en la España visi­

goda y en la Edad Media, se interrumpía en el código titulado Novísima Recopilación de las Leyes de España dado a luz y

mandado obseroar por Carlos 4° en 2 de junio de 1805. Por este nuevo cuerpo de Leyes, y el de las Partidas, se mandó estudiar en las universidades el Derecho Patrio. Curiosamente a Carlos IV

se le omitiría en la rectificación de la Academia. A su vez la

Detalle de chimenea y zócalo de una de las Salas de Reuniones de las Secciones del Congreso de los Diputados.

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