el país de los juguetes, agamben.doc
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Agamben, G. “El país de los juguetes. Reflexiones sobre la historia y el juego”, en Infancia e historia. Destrucción de la experiencia y origen de la historia, [trad. Silvio. Mattoni], Adriana Hidalgo editora, Buenos Aires, 2007, pp. 93-128.
El texto inicia con la afirmación de que en la actualidad, al hombre contemporáneo se le
ha expropiado o destruido su experiencia, es decir, la experiencia ya no es algo
realizable pues el hombre tiene incapacidad para tener y transmitir sus propias
experiencias. A partir de esta afirmación, propone pensar el problema de la experiencia
de manera diferente, abordando diferentes aspectos que convergen en una teoría de la
infancia. Esto conforma el hilo conductor del texto, organizado en siete capítulos, en
cada uno de los cuales se analizan problemas del pensamiento contemporáneo:
Infancia e historia, en que analiza la destrucción de la experiencia; El país de los
juguetes, reflexiones sobre la historia y su relación con el mito, el rito y el juego; Tiempo
e historia, crítica del instante y del continuo, en que examina la concepción del tiempo
para la cultura occidental; El príncipe y la rana, en el cual analiza la relación entre
estructura y superestructura en Benjamín con Adorno; Fábula e historia, donde analiza
las relaciones entre estas dos entidades y, finalmente un programa para una revista en
que prescribe las tareas culturales para las próximas generaciones.
En el segundo capítulo, denominado “El país de los juguetes”, que es motivo de
examinación del presente trabajo, se propone pensar a la historia bajo la óptica
antropológica y bajo la óptica lingüística. Nos presenta la historia como una relación
dinámica entre diacronía y sincronía, para ejemplificarlo lleva a cabo un análisis del
mito, el rito y el juego. Encuentra una oposición entre rito y juego, se trata de dos
tendencias que funcionan en toda colectividad humana, que se encuentran en lucha
permanente con el propósito de eliminarse mutuamente, no obstante afirma que tanto
rito como el juego pertenecen a un único sistema binario. El resultado de la relación
entre esas dos tendencias en la sociedad sería la distancia entre diacronía y sincronía,
es decir la historia, o el tiempo humano. Es decir, la historia no es más que el resultado
de las relaciones entre significantes diacrónicos y sincrónicos que el rito y el juego
producen incesantemente. La historia se muestra como el sistema de transformaciones
del rito en juego y del juego en rito; y de acuerdo a sus diferencias cuantitativas, las
sociedades definen su pertenencia a una sociedad fría o a una sociedad caliente.
Agamben recupera el episodio de la novela de Pinocho de Collodi cuando Pinocho
llega al país de los juguetes, para ilustrar que el juego acelera el tiempo y, en
consecuencia, provoca la destrucción del calendario. De igual manera, toma el
argumento de Lévi-Strauss de que a los pueblos primitivos se pueden catalogar como
sociedades "frías" y sociedades "calientes". Según Lévi-Strauss, los ritos fijan las
etapas del calendario y la función del ritual es preservar la continuidad de lo vivido.
Agamben sostiene que no se puede dividir a las sociedades en frías o calientes, pues
nuestra sociedad se moviliza continuamente entre ambos tipos, además de enfatizar en
que tanto sociedades frías como calientes, parecen perseguir –en direcciones
opuestas- un mismo propósito, la “abolición de la historia”, dicho de otra manera, tanto
el rito como el juego se revelan como operaciones que actúan sobre los significantes
de la diacronía y de la sincronía, transformando los significantes diacrónicos en
significantes sincrónicos y viceversa.
Agamben utiliza la expresión: "el último día de la historia" de Benjamin para
ejemplificar que el coleccionista de objetos antiguos o miniaturas, extrae el objeto de su
distancia diacrónica o de su cercanía sincrónica para captarlo en la remota proximidad
de la historia. Para ilustrar que nuestra cultura posee dos nociones diferentes del
tiempo, el sincrónico y el diacrónico, recupera el concepto de Aión de un fragmento de
Heráclito, cuyo significado es el de fuerza vital, esencia temporizante, historicidad. De
igual manera, hace referencia al Timeo de Platón en que se muestra la relación entre
chrónos y aión, entre tiempo cíclico y temporalidad inmóvil y sincrónica.
Agamben nos lleva a reflexionar acerca de cómo pensar la historia desde una visión
antropológica y lingüística. Se apoya en el episodio de la novela Pinocho de Carlo
Collodi, cuando Pinocho llega al país de los juguetes; ahí todos son niños, prevalece el
juego y el bullicio. En ese país, el juego termina por invadir la vida, acelera el tiempo,
condición que provoca la parálisis y destrucción del calendario. De igual manera, toma
el argumento de Lévi-Strauss de que a los pueblos primitivos se pueden catalogar
como sociedades "frías" a aquellas dónde el rito tiende a expandirse a expensas del
juego; y sociedades "calientes" aquellas donde el juego tiende a expandirse a
expensas del rito. Cabe recordar la enmienda de Agamben a ésta afirmación de Lévi-
Strauss, ya mencionada previamente. Lévi-Strauss condensó la oposición entre rito y
juego en una fórmula: mientras el rito transforma los acontecimientos en estructuras, el
juego transforma las estructuras en acontecimientos.
Agamben emplea los resultados de investigaciones que muestran el origen de
la mayoría de los juegos en ceremonias antiguas, danzas, luchas rituales y prácticas
adivinatorias. Si bien el juego proviene de lo sagrado, también lo puede modificar hasta
invertirlo. La potencia del acto sagrado reside en el mito que enuncia la historia y el rito
que la reproduce, es decir, lo sagrado se define por la unidad del mito y el rito. Por el
contrario, sólo hay juego cuando sólo se cumple una mitad de la operación sagrada.
En el país de los juguetes, tiene lugar una conexión invertida entre juego y lo
sagrado, pues sus habitantes celebran ritos y manipulan palabras sagradas, cuyo
sentido y significado han olvidado. Mediante el olvido, el desmembramiento y la
inversión liberan lo sagrado de su conexión con el calendario y el ritmo cíclico del
tiempo, ingresando en otra dimensión del tiempo donde las horas pasan rápido y los
días no se alternan. Al jugar, el hombre se desprende del tiempo sagrado y lo olvida en
el tiempo humano. En consecuencia, el juguete es algo eminentemente histórico, pues
capta la temporalidad de la historia, lo que el juguete conserva es la temporalidad
humana, su esencia histórica, es decir, el juguete materializa la historicidad contenida
en los objetos. Para Agamben, así como se coleccionan objetos antiguos, se
coleccionan miniaturas, en ambos casos el coleccionista extrae el objeto de su
distancia diacrónica o de su cercanía sincrónica y lo capta en la proximidad de la
historia, que Benjamin llama "el último día de la historia".
Así, con lo que juegan los niños es la historia y si el juego es esa relación entre
los objetos y los comportamientos humanos que capta, el carácter histórico-temporal;
como el Aión de Heráclito, el tiempo en su carácter originario, el juego se define como
"reino de un niño". Aión significa la fuerza vital en el ser viviente, una cosa temporal,
algo que dura, como la esencia temporizante del viviente, su historicidad.
En el Timeo, Platón presenta la relación entre chrónos y aión, entre tiempo
cíclico medido por el movimiento de los astros y temporalidad inmóvil y sincrónica. Aión
es eternidad y chrónos el tiempo diacrónico. Es decir, nuestra cultura posee dos
nociones diferentes del tiempo, correlativas y opuestas.
En la parte final del texto, Agamben se refiere al análisis que Lévi-Strauss hiciera a la
figura de Papá Noel, a través de la cual reconstruyó el significado de los ritos de
iniciación para entrever la contraposición entre muertos y vivos. El muerto no es el
antepasado: tal es el significado de la larva, como tampoco el antepasado es el hombre
vivo: tal es el significado del niño. Si los difuntos se convirtieran de inmediato en
antepasados, si los antepasados se convirtieran de inmediato en hombres vivos, el
presente se transformaría en pasado y el pasado en presente, desvaneciéndose la
distancia entre sincronía y diacronía sobre la que se fundan las relaciones significantes
y la posibilidad de la sociedad humana y de la historia.
Así como el rito deja que subsista un residuo diacrónico y el juego un residuo
sincrónico, el pasaje entre el mundo de los vivos y el de los muertos deja subsistir dos
puntos de discontinuidad necesarios para mantener la función significante.
Considerado que larvas y niños no pertenecen ni a los significantes de la diacronía ni
de la sincronía, se revelan como los significantes de la misma oposición significante
entre los dos mundos que constituye la posibilidad del sistema social. Es decir, son los
significantes de la función significante, sin la cual no existirían el tiempo humano y la
historia. Agamben nos invita a observar más de cerca en sentido y función de las
ceremonias fúnebres, pues nos encontramos frente a un sistema de creencias que se
repite sin grandes variaciones en culturas diferentes y lejanas y que por ende podemos
tratar como un complejo unitario. Nuestro autor muestra la constante tensión entre las
dos tendencias, además de la una búsqueda tenaz, por brindar estabilidad al
significante de tal manera que tenga lugar la continuidad.