Hace un montón de tiempo, en el país de los colores, las cosas no marchaban tan bien como ahora; cada uno pretendía ser el mejor, el más importante, el más bonito, el más útil, el favorito de todos…

“Yo soy el que da vida al fuego” –decía el color rojo- “sin mi los hombres se morirían de frío y se comerían los alimentos crudos. ¡Yo soy el rey!”

“El único color importante soy yo.” -decía el color naranja- “Soy útil para las necesidades de la vida humana; transporto las vitaminas más importantes. Pensad en las zanahorias, en las calabazas, en las naranjas… Soy el color de la salud y de la fuerza.”

El amarillo se rió antes estas palabras. “¡Qué gracia me hacéis los dos! Yo si que soy el rey; yo doy color al sol por eso sin mi no habría día ni noche”

“¿Qué pensáis de mí?” –dijo el color verde- “Yo doy color a los prados, a las plantas, a los árboles, a las verduras y frutas… Soy la belleza de la tierra, así que yo debería ser el rey”

El celeste tomó la palabra: “Tú sólo piensas en la tierra pero olvidas el cielo donde está el oxígeno para respirar, el espacio… Sin mí ninguno de vosotros seríais nada.”

El azul oscuro tomo la palabra y con mucha calma reclamó: “Yo si que soy importante: soy el color del mar, de los océanos, de los ríos y los lagos… El agua es la base de la vida; eso no debéis olvidarlo.”

El púrpura se levantó y habló dignamente: “Dejad de discutir. Yo soy el color de las flores que crecen entre la hierba; sin mi el campo no tendría vida ni color… Es indiscutible que yo debo ser el rey” Cada vez los colores se enfurecían más y más y su lucha de poder era terrible.

Por fin llegó el color blanco, el color de la PAZ; él fue quien resolvió el problema: “¡No dejáis de discutir y cada uno intenta mandar sobre los demás! ¿No sabéis que cada uno de vosotros existís por una razón especial, única y diferente? ¡¡Juntad vuestras manos y venid conmigo!!” Los colores obedecieron y unieron sus manos. “Mirad” –dijo señalando el cielo.

Si, allí estaban unidos todos los colores en armonía, felices de vivir juntos en su mágica tarea de dar color a la vida… Era el ARCO IRIS.