el negro cuento de osvaldo soriano

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cuento de Osvaldo Soriano sobre el exilio

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Osvaldo Soriano:

El Negro de Pars (Cuento Infantil):

El Negro es un gato tranquilo, distante, tosco a veces, sin ser grosero. Mi pap y yo fuimos a buscarlo una tarde a la Sociedad Protectora de Animales de Pars. Habamos llegado tiempo atrs a Francia, y yo me senta muy solo, sin entender por qu habamos dejado Buenos Aires con tanto apuro. Mi pap y mi mam me explicaron muchas veces que corramos peligro mientras los militares gobernaran en el pas y que sera mejor que yo creciera y fuera a una escuela en un lugar donde me ensearan a vivir en libertad. Cuando nos fuimos de Buenos Aires no tuvimos tiempo de llevarnos nuestras cosas; yo tuve que dejar un triciclo y un largo tren elctrico que haca marchar entre montaas, bosques y ros que caban sobre la mesa del comedor. Pero lo que ms me doli fue dejar a Pulqui, que dorma conmigo hecha una bolita tibia, acurrucada entre mis piernas, hasta que me despertaba a la maana, siempre a la misma hora, para ir al colegio. Cuando lleg el momento de ir a tomar el avin, mi to Casimiro vino a buscarla y me dijo que no estuviera triste, que l la cuidara y cuando volviramos ira con ella a buscarnos al aeropuerto. Me lo prometi, esper que la acariciara un rato y despus la metimos en una canasta de mimbre. La o maullar mientras mi mam me abrazaba y me apretaba muy fuerte y me deca que pronto volvera a verla. Llegamos a Francia y tuve que hacer nuevos amigos que hablaban un idioma cantarn y engolado que al principio no entenda. Todo era nuevo para m: el idioma, pero tambin la nieve, las calles que terminaban enseguida y si uno doblaba una esquina, se perda, porque en Pars es imposible dar la vuelta a la manzana. Les muestro el plano de mi barrio y dganme ustedes cmo haran para ubicarse en este enjambre de callecitas. Lindo lo! No s cmo se las arreglar el cartero para ir y venir por ese jeroglfico, pero de vez en cuando traa una carta de mi to Casimiro para pap y mam y una foto de Pulqui para m. Pero la foto no me bastaba. Yo quera acariciarla y jugar con ella, y tanto la extraaba que un da mi pap me propuso que le buscramos un amigo. Un lindo gato que pudiera recorrer las calles de Pars sin perderse y que alguna vez llevaramos con nosotros a la Argentina para que se reuniera con Pulqui y le contara cmo es esta ciudad vista desde los techos. Entonces una tarde fuimos en mnibus a la Sociedad Protectora de Animales y encontramos al Negro. Haba muchos gatos y perros y gente que los miraba y hablaba. Daban lstima, ah encerrados esperando que alguien viniera a buscarlos. Yo hubiera querido llevrmelos a todos, perros y gatos, pero tena razn mi mam cuando me dijo que no haba lugar en casa para todo el mundo. Nuestro departamento era muy chiquito y hubiera sido un lo tenerlos a todos sobre la cama, sobre el ropero, en la baadera y hasta en los cajones de los armarios. As que estuvimos mirando hasta que vi al Negro. Estaba sobre un tronco largo que atravesaba la jaula, echado, con la mirada distante como si soara. No bien lo vi con esos ojos redondos como cacerolas y esos bigotes largos como caas de pescar, me pareci que lo conoca de toda la vida. Me dije que a Pulqui le gustara que le llevramos un amigo as. Lo llam a travs del alambre, mish, mish, mish, mishmish, y tard un rato en mover la cabeza y mirarme como diciendo: Callate, no hagas el ridculo quers? De modo que cerr la boca, sonre, lo seal con el dedo y le dije a mi pap: -Ese todo negro, llevemos ese que tiene cara de zonzo. Lo trat de zonzo a propsito, como para que viera que no me iba a impresionar con su mirada de arrogancia. Yo los conozco muy bien a los gatos, que como se saben grciles y hermosos quieren impresionar a la gente con la indiferencia y la coquetera. En el fondo son unos tmidos holgazanes que no saben vivir solos como los leones, o los elefantes, o los pjaros. Nos lo entregaron en una caja de cartn a la que slo le faltaba el moo. Como los franceses son muy prolijos, nos dieron su cdula de identidad en la que figuraba su nombre que ya no recuerdo y que l no responda. Tambin su certificado de vacuna y un papelito que deca que lo haban encontrado perdido en la calle y que tena seis meses de edad. Mientras bamos en el taxi hice la cuenta: estbamos en junio, y si el Negro yo ya lo llamaba as- tena seis meses quera decir que haba nacido, como yo, en enero. Decid, entonces, que cumpliramos aos el mismo da. De esa manera, cuando mis paps me hicieran la fiesta de cumpleaos yo tendra que invitarlo a soplar conmigo las velas de la torta y hacerle un regalo como para un gato. En poco tiempo de juegos y miradas que valan ms que palabras, me di cuenta de que el Negro tena un carcter calmo, distante, rudo cuando se lo molestaba, aunque nunca lleg a ser grosero. Cuando venan visitas, por ejemplo, echaba una mirada a la gente y si adverta que iban a hablar de cosas aburridas me miraba y con los ojos me deca: Vmosnos a otra pieza, que estos son unos plomos. Y nos bamos a jugar o a charlar a otro lado. Yo no hablaba con l como hacan los otros chicos, o como mi pap y mi mam. Nos bastaban gestos, guios, miradas, movimientos de la cabeza. A veces agregbamos una palabra o un maullido para subrayar, pero en general no haca falta. Los gatos tienen un lenguaje que no comprenden quienes no aceptan el misterio. A medida que pasaron los aos fuimos aprendindonos mejor. El Negro sala por las noche y a veces volva dbil y mal entrazado. Traa los bigotes desaliados y algunos rasguos que le quedaban de una pelea, tena amores temporarios y tormentosos que a veces lo ponan de mal humor, pero cuando pasaba el tiempo de celo volva a ser amable y carioso y se quedaba a dormir en mi cama, apretado a m, como antes sola hacerlo Pulqui. Estaba impaciente por conocerla, y hasta un poco celosote saber que no era el nico gato que contaba en mi vida. Entretanto yo haba aprendido a hablar y escribir en francs y tena buenas notas en la escuela. Lentamente, sin darme cuenta casi, Buenos Aires empez a ser para m una curiosidad que mis padres nombraban con pasin y a veces con miedo. Mis amigos del colegio no saban nada de la ciudad en la que yo haba nacido. Desconocan el mate, las pastillas de menta, los clsicos entre Boca y River, la factura, la planta de ruda, el dulce de leche, el guardapolvo blanco de la escuela, la campaa de San Martn y las tortas fritas. Tambin yo empezaba a olvidarme de aquel mundo lejano. Pulqui era un recuerdo lejano plasmado en una foto y empezaba a darme cuenta de que quiz poda vivir sin ella y ella sin m. Por supuesto que me encantaba la idea de poder volver a verla y jugar con ella. De presentarle al Negro e imaginar que saldran juntos a retozar por los patios, las veredas y los techos. Cuando a fines del 1983 los argentinos restauraron la democracia, mi pap y mi mam hablaban todos los das de volver a Buenos Aires. Decan que haba que regresar para hacer un lindo pas, una nacin donde yo, que estaba terminando la escuela, pudiera vivir en libertad, con justicia y sin miedo. Para que nunca tuviera que irme como ellos. Por las noches, mi pap desplegaba un gran mapa de la Argentina sobre la mesa y me contaba cosas que yo no haba aprendido en el colegio francs. Recorra con su gran dedo ndice ese tringulo que se terminaba en la Antrtica y me contaba de las provincias clidas de la mesopotamia, de Cuyo y de la Patagonia fra y rica. Me relataba las batallas de la Independencia, me hablaba de la Primera Junta, de Moreno, de Belgrano, de San Martn, de Rosas, de Sarmiento, de Irigoyen y de Pern. Empez a darme algunos libritos que al principio me aburran, pero como l me explicaba con infinita paciencia y a veces hasta me haca rer, fui leyndolos y aprend desde muy lejos a conocer el pas en que haba nacido. No haba en la Argentina dragones, ni elefantes no leones de gran melena; pero haba tigres de los llanos, peludos gorilas, salvajes unitarios, caciques y hombres de a caballo. Poco a poco, mi pap me fue contando una historia larga de desalientos y de utopas y me deca que yo deba heredar, sobre todo la esperanza. Mientras mi pap me hablaba, el Negro nos miraba como si la conversacin le interesara. De vez en cuando le acaricibamos la cabeza o le rascbamos el cogote, bajo la trompa, y podamos orlo ronronear. Poco a poco empec a soar con ese pas misterioso y mo que mi pap y mi mam me hacan revivir todas las noches. No era tan extrao y ajeno como el de Sandokn, ni tan fantstico como el de Tarzn, ni haba en l islas con tesoros escondidos. Pero era el mo y ahora podamos volver y mi curiosidad se haba despertado. A veces, antes de dormir, pensaba en cordilleras nevadas, tierras rojas, llanuras interminables y guardapolvos blancos.

Una de esas noches, el Negro se ech a mi lado, junt las patitas delanteras bajo la trompa, tir los bigotes hacia atrs y me dijo con un abrir y cerrar de ojos que haba una manera de mirar sobre el mar y ver mi pas y as palpitarlo antes de volver definitivamente. Me sorprend, sabedor de las bromas que el gato pcaro sola hacerme a esas horas. No me insisti-, no bromeo. Puedo mostrarte el mundo entero si te animas a subir conmigo alto, muy alto. Y as emprend la gran aventura de mi vida. Una aventura que ahora me animo a contar y que todava me parece haber soado, porque todava siento mi respiracin agitada, mi corazn que salta de emocin y mis ojos que se abren, enormes, para ver del otro lado del mar. La primera vez que salimos no llegamos muy lejos porque se me ocurri entrar en un bar (en Pars los llaman bistr) donde vendan chocolatines y tuvimos que salir corriendo perseguidos por una manada de perros que nos tiraban tarascones a centmetros de las nalgas. Resulta que en Francia los kioscos estn dentro de los bares. No son tan surtidos como los argentinos, pero en algunos hay chicles y chocolates con almendras que a m me gustan tanto El Negro, en cambio, no quiere saber nada con eso y prefiere el pescado, que a m, la verdad, no me va ni me viene. Tengo que confesar que el Negro me avis que no entrbamos porque esos lugares suelen ser peligrosos. Pero como los gatos siempre exageran, insist, lo tom entre los brazos, abr la puerta de un empujn, como John Wayne, y entr. Entonces me di cuenta que el Negro tena razn. Adentro, al calorcito de la estufa, haba una docena de perros de todo tipo, tamao y color esperando que sus dueos terminaran el aperitivo. Al verlo al Negro saltaron y empezaron a rascar el piso con las patas. Gruan feo, sacaban la lengua y ladraban a coro. Eso de que perro que ladra no muerde: es un invento de ellos para que uno no salga corriendo. Qu hizo el Negro, acosado y en inferioridad de condiciones con sus cuatro kilos inmovilizados entre mis brazos? Lo primero fue llamarme estpido y otras cosas ms. Despus agach las orejas, infl la cola y mostr los cuatro lustrosos colmillos como si fueran clavos de carpintero. Yo me asust un poco porque me di cuenta que estaba todo complicado y la bamos a ligar. La puerta se haba cerrado y ya no haba tiempo para correr. Estbamos acorralados entre el mostrador y los perros, que se parecan a esos que se ven en la televisin en las pelculas de terror. El Negro me mir, movi los bigotes y me hizo seas de que lo dejara sobre el mostrador. Haba sacado una uas que parecan garfios, cosa de impresionar un poco a la concurrencia. Lo puse entre unas botellas y un cenicero y me hice a un lado temiendo que los mastines me hicieran aico los pantalones. Los parroquianos manotearon sus copas en un desesperado intento de salvar las ltimas gotas de vermut y se fueron hacia la pared como para ver el espectculo desde la platea. En sus miradas haba una clara simpata por el batalln de perros que rugan y movan sus cabezas como si no supieran por quin empezar, si por el Negro y por m. Eran perros amaestrados, como esos que tiene la polica. El ms fiero era uno modelo alemn que responda a un tipo grandote, de campera negra travesada por dos calaveras, que estaba jugando con la mquina tragamonedas. El grandote le deca: Vaya, como, vaya y se diverta a lo loco. El Negro, entretanto, se paseaba por el mostrador, la pelambre toda inflada, sin perder de vista a sus adversarios. De vez en cuando, para fingir que el asunto no mereca toda su atencin, levantaba una pata y le daba un par de lamidas como si fuera un helado. Yo estaba bastante julepeado, tengo que confesarlo, y si hubiera podido salir corriendo a buscar a mi pap para que nos diera una mano. Por fin uno de los perros carg como si estuviera en la caballera. Era un cuzquito de nada. Salt, ms por hacer pinta que por morder, y recibi un zarpazo debajo del morro que lo hizo volver gritando a la retaguardia. Hubo un estupor en la concurrencia. Yo pegu un grito. -Vamos, Negro, noms! Y el gato me mir de reojo como diciendo No me habl al tiro, compaero. La gente empez a hacer comentarios desagradables para el chico extranjero que haba venido a arruinarles el aperitivo. Que que tiene que hacer un pibe a estas horas en la calle, y todas esas cosas. El Negro, bastante agrandado, salt a una mesa vaca, oli el salero al pasar, como si de pronto se hubiera olvidado de los perros y luego volvi a inflarse. Un petiso bigotudo, con una boina metida hasta las orejas, dijo que ya era hora de terminar con el asunto y dio la orden a su doberman para que se lanzara al ataque. Yo trate de explicarle, desesperado, la diferencia de tamao y de animal, pero no hubo caso.

El petiso dio un grito y el perrazo sali como un cohete. Cuando salt tena la boca muy abierta y le corra la baba entre los colmillos. El Negro se ech para atrs, arqueado como un jugador de tenis, y le tir un derechazo de arriba hacia abajo. El perro, que empezaba a elevarse en el salto, se qued en la mitad de camino, ensartado por la nariz. Cay sentado, un poco ridculo, y me dio lstima verlo tan incmodo. Otro con la trompa cuadrada, atropell con un aullido largo y quiso subir a la mesa. El Negro se movi como un relmpago, buf, se hizo a un lado, y sac un zurdazo que dio justo en el morro del rival. El salero rod y cay sobre la cabeza de un perrito color canela. El Negro dio un salto para ir a otra mesa ubicada cerca de la pared, pero el patrn del bar, hombre sin escrpulos, se la apart de un tirn. El pobre Negro cay al suelo como una pera madura y vio que el asunto se le pona feo. El doberman no se hizo esperar y le tir un tarascn que le arranc un mechn de pelos del lomo. Para esquivarlo el Negro hizo una gambeta y derrap como una moto. Desesperado me precipit hacia la puerta y la abr de un tirn. El Negro amag arrancar para el otro lado, hizo una finta y pic para la salida. No s quin gan la calle primero, si l o yo, pero los perros nos seguan pisndonos los talones y la gente del bar se asom para ver la cacera. Corrimos cono avestruces hasta que vimos un paredn que deba tener dos metros de alto. El Negro, que corra delante, dio vuelta la cabeza para avisarme que haba que hacerlo o estbamos perdidos. As que saltamos juntos, a la desesperada, con el maln husmendonos los tobillos. Fue como si de pronto furamos dos los gatos y un solo miedo. Llegamos al borde del paredn y estuvimos haciendo equilibrio un rato, resoplando, mientras el viento fro nos acariciaba los pelos; porque yo era un gato de albaal, como el Negro, y me senta all arriba como por encima del mundo. A salvo. Nos miramos y sonremos. Me di cuenta, mientras caa la noche, que desde entonces los techos no tendran secretos para m. Ya poda hacerlo. Ya poda subir hasta las nubes y ver la Argentina a travs del mar. Esa noche dorm profundamente, y al da siguiente, en el colegio, permanec callado y sonriente cuando mis amigos contaban durante el recreo sus pequeas aventuras de fin de semana. Esperaba impaciente un sbado que sera inolvidable. Y por fin, el da lleg. Haca fro y nevaba, lo que me hizo temer que no pudiramos salir de casa. El Negro estuvo todo el da dormitando, serio, al lado de la estufa. Mi pap y mi mam dijeron que iran al cine. Yo no quera ocultarles nada, pero el Negro me dijo que le contara ms tarde, para no alarmarlos. En Pars, el invierno es muy riguroso y a las cuatro de la tarde ya est oscuro. El fro y la nieve haban vaciado las calles, as que salimos por la ventana de mi habitacin y caminamos hacia una chimenea desde donde podamos ver las luces de mi vecindario. El calor del humo derreta la nieve y un hilo de agua corra por la canaleta hacia el desaguadero. Para m era un mundo fascinante y desconocido: el reino de las alturas. El Negro, con aire siempre distrado, oteaba el horizonte gris balanceando los bigotes y las delgadas antenas de la frente. De vez en cuando la brisa depositaba sobre las tejas nevadas una hoja seca o una pluma de paloma azul.

Mir los contornos de los edificios y las pesadas sombras de la tormenta. Me pregunt cmo sera posible ver, en una noche as, ms all de lo que podan percibir mis pobres ojos de expedicionario del tejado. -Ahora vamos? pregunt mientras me apretaba contra la chimenea y cerraba mi campera hasta el cuello. No tengas miedo contest el Negro con una mirada que brillaba como dos diamantes-. Vamos a pasear un rato. Ven, seguime. Y all fuimos, de techo en techo, bordeando antenas y saltando paredes, en dos patas, en cuatro, dando saltos gigantescos y cayendo siempre parados en abismos de luces y sombras. Adelante, el Negro me haca seas para que nos ocultramos para que no demorramos en rias intiles con otros gatos. Escondido en el recoveco de alguna puerta, yo no poda contenerme de lanzar, de cuando en cuando, un Miauuu, miauuu. Cruzamos un puente largo. La larga caminata o el pelo que ya me estaba creciendo, me haba quitado el fro. El Sena bajaba de un color marrn salvaje y sacuda las barcazas en los embarcaderos. Levant la cabeza y vi, frente a nosotros, la torre que mis paps me haban trado a ver muchas veces; la de las tarjetas postales, la mole gris, el coloso de acero diluido por la neblina y la nieve. La torre Eiffel. En la escuela me haban enseado que tena 300 metros de alto, as que inmediatamente pens que el Negro estaba ms loco que una cabra si pensaba hacerme seguir. Iba a decrselo cuando me maull para avisarme que me agachara y lo mirara fijamente a los ojos. As estuvimos un rato largo, como hipnotizados, ajenos a la nevisca, solos en medio de ese inmenso parque que los franceses llaman Campo de Marte. Hasta que de pronto todo se ilumin. Se hizo primero una inmensa luz blanca que me encegueci por un instante. Luego, de a poco, como esas fotos de polaroid que empiezan a asomar imperceptiblemente de la nada los colores empezaron a brotar de todas partes. Una intensidad de verdes, rojos y amarillos, ocres y celestes repintaron el paisaje y los rboles en los canteros y la torre gris se irgui y mi corazn empez a golpear como si fuera a escaprseme por la boca. Las hadas y los duendes, si existen, estaban all y bailaban en los ojos desmesurados de mi gato negro. La noche se haba hecho da, gil, sutil como el polen o el roco. No poda hablar. No poda detenerme a pensar ni a buscar explicaciones. Mir al Negro y lo vi correteando detrs de un colibr. Trataba de hacer como si todo fuera simple, como si su don de transformar el mundo fuera parte de sus habilidades naturales. Me hizo un gesto para que lo siguiera y empezamos a subir por la escalera de la torre. En el segundo piso, donde hay un restaurante, nos detuvimos a escuchar una meloda muy dulce y a travs del vidrio vimos que todos los linyeras y los pordioseros de Pars se haban sentado en una larga mesa y coman manjares de reyes mientras rean y bromeaban en un idioma ininteligible y a los pies de cada uno dormitaba un gato atorrante. Hoy es el da de los deseos que se cumplen, coment el Negro con un movimiento de cabeza, y me pareci que sonrea. Cuando llegamos al ltimo y ms largo tramo de la torre, sent que el mundo se mova a mis pies. Era como estar parados en la copa de un rbol sacudido por el viento. Me agarr de una de las vigas de acero y mir el esplendor de Pars. Tuve un breve mareo y el zarandeo de la torre que a esa altura se sacuda como si tuviera la tos convulsa. Se puede subir a tu obelisco?, pregunt el Negro, y sin estar muy seguro le dije que s. Al regresar se lo preguntara a Pulqui. Saltamos de una viga a la de ms arriba; yo trepaba junto al hueco del ascensor y el Negro se aferraba a la cara exterior de la torre. A pocos metros de la cima nos detuvimos para recuperar el aliento y cambiamos una mirada de complicidad. Por fin, saltamos hasta lo ms alto y entonces sent que el mundo estaba a nuestros pies. Fijate, podemos conocer todos los pases sin movernos de aqu me susurr el Negro-. All est la Argentina, ves? All, all, bajo la Cruz del Sur. Sus ojos se inflaron y las estrellas aparecieron en el cielo sobre un paisaje que tena la misma forma que los mapas que tantas veces me haba mostrado mi pap. De pronto, como si algo se desplazara sobre el mar, una constelacin de edificios, avenidas y parque se desplaz hacia nosotros hasta quedar casi al alcance de mis manos. Entonces reconoc la calle Corrientes y la Plaza de Mayo, los colectivos y los coches como en una fotografa agrandada y viva. En Villa Devoto estaba mi casa; ms all, en Liniers, la de mis tos, donde debiera estar Pulqui. De pronto volvieron a m los olores de las acacias, el sabor de los turrones y un torbellino de imgenes y recuerdos de cuando era muy chico y todava no iba a la escuela. Vi, de golpe, a mi to que sala a la vereda. Lo llam, le grit hasta que el Negro me dijo que no poda orme, que estbamos muy lejos y que eran slo nuestros ojos los que se haban acercado a mi barrio. Yo estaba muy excitado y quise mirar por una ventana para ver a Pulqui, para presentrsela al Negro. All estaba en el living, persiguiendo un ovillo de lana, sin imaginarse que yo poda verla. Es hermosa, dijo el Negro, relamindose. -Ella puede hacer lo mismo que vos? pregunt con ansiedad. Todos los gatos podemos hacerlo. -Mir! Aquella es la cancha de Boca Vamos a venir a mirar cuando estn jugando?No, como lo vamos a ver desde aqu que es tan incmodo dijo el Negro-; vamos a ir a la cancha, porque entonces vamos a estar en Buenos Aires. Quiero decir si me llevan Lo tom en mis brazos, le acarici la cabeza y nos quedamos un largo rato mirando Buenos Aires. -Tengo tantas ganas de volver -dije. Ya lo s. Por eso te traje, para que vieras el lugar donde naciste y donde te vas a hacer grande. -Te gustan esos techos? le pregunt. No estn mal. Son menos peligrosos que los de aqu. Vos decs que en Buenos Aires voy a comer carne de verdad, no? -Te lo prometo. Eso s, vas a tener que viajar en avin sin maullar ni hacer lo No te preocupes, voy a dormir todo el viaje. Bueno, ahora tenemos que volver porque tus paps deben de estar por llegar a casa. -Les puedo contar lo que hicimos? Claro que se lo podes conta. Total no te lo van a creer -Y si los traes a ellos tambin? No. A la gente grande le falta imaginacin. Vamos? -Vamos. En casa no dije nada. De vez en cuando, con el Negro, nos hacamos un guio de complicidad. Esa noche, mi pap me mostr un libro con fotos de Buenos Aires. Cuando lo cerr se sac los anteojos y me dijo: -Ya vas a ver cuando veas el botnico, el zoolgico. Creo que te va a gustar vivir all. Esa noche so que Pulqui y el Negro me llevaban a ver Pars desde el puente ms alto y negro que hay en La Boca. Por encima del ro, ms all de un mar inmenso, vimos la gran torre y en la punta estbamos nosotros mirando para aqu como ahora nos miramos para all.-