el mito de don juan

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EL MITO DE DON JUAN A todos los hombres, en el fondo, les encantaría ser un poco Don Juan, quizás porque su idea sobre el mito masculino remite a la imagen de un hombre hedonista que gozaba como un loco de todas las mujeres que deseaba. Sin embargo, hay estudios que lo describen como un individuo permanentemente insatisfecho, y poseído por los miedos. Un hombre cobarde, mentiroso, tramposo y obsesionado por la cantidad de trofeos femeninos que podía lograr. El mito de Don Juan es internacional pero nació en la cultura española. El mito ha pasado a insertarse en el imaginario colectivo como una actitud chulesca y desafiante ante la vida y las mujeres, demostración de la superioridad masculina y de la fuerza de su libre albedrío, connatural al macho humano. Don Juan representa en nuestra cultura al macho por antonomasia, con todas sus facetas, tanto negativas como positivas: “es el símbolo del instinto animal, la libido humana, la belleza, el sex appeal, el deseo, el amor, la rebeldía, el pecado,

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EL MITO DE DON JUAN

A todos los hombres, en el fondo, les encantaría ser un poco Don Juan, quizás porque su idea sobre el mito masculino remite a la imagen de un hombre hedonista que gozaba como un loco de todas las mujeres que deseaba. Sin embargo, hay estudios que lo describen como un individuo permanentemente insatisfecho, y poseído por los miedos. Un hombre cobarde, mentiroso, tramposo y obsesionado por la cantidad de

trofeos femeninos que podía lograr. 

El mito de Don Juan es internacional pero nació en la cultura española. El mito ha pasado a insertarse en el imaginario colectivo como una actitud chulesca y desafiante ante la vida y las

mujeres, demostración de la superioridad masculina y de la fuerza de su libre albedrío, connatural al macho humano. 

Don Juan representa en nuestra cultura al macho por antonomasia, con todas sus facetas, tanto negativas como positivas: “es el símbolo del instinto animal, la libido humana, la belleza, el sex appeal, el deseo, el amor, la rebeldía, el pecado, el castigo, el ansia de lo absoluto, el idealismo, el sentido fáustico, la pasión del conocimiento, la aspiración al absoluto, la angustia existencial, la fuerza del destino, en fin, Eros y Tánatos, los dioses griegos de la vida y la muerte.

El nacimiento del personaje con nombre y apellidos definitivos se debe al fraile mercedario Gabriel Téllez, más conocido como Tirso de Molina, que esbozó el tipo en su comedia El rey don Pedro en Madrid, y lo perfiló más en otra titulada ¿Tan largo me lo fiáis?. 

Don Juan Tenorio, joven sevillano, apuesto, rico, valeroso, fanfarrón. Don Juan cumple su función arquetípica mediante embustes, disfraces, suplantación de personas y promesas de matrimonio para seducir a cuatro mujeres representativas de las diferentes

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clases sociales: la pescadora Tisbea, la labradora Aminta, la duquesa Isabela y doña Ana.Aunque el drama de Tirso no tuvo gran difusión teatral en España, el caso del Burlador se puso de moda y los plagios, imitaciones y recreaciones de su Don Juan Tenorio se multiplicaron en Europa. 

El cambio trascendental del carácter de Don Juan se debe a Molière, que es el primero en intelectualizar el personaje y que, según los historiadores del mito, tuvo escaso éxito al estrenar en 1665 Don Juan ou le festin de Pierre, en París. La obra estuvo en cartel tan sólo quince días debido al escándalo y por la campaña que se desató en su contra. Molière presenta al protagonista como ateo y suicida que lleva a cabo una sarcástica defensa del libertinaje y la hipocresía de la sociedad francesa de entonces: “Este Don Juan aristócrata que, para satisfacer un capricho, rapta a una novicia de su convento y no duda en casarse con ella para abandonarla en seguida, demuestra cultura, elegancia, talento, capacidad razonadora y otras dotes intelectuales insólitas, en sus antecesores, y las aplica a defender su libertad de amar, de pensar y de obrar, y rechazar el falso honor de la fidelidad argumentando que: “la constancia es ridícula”, que “todo el placer del amor está en el cambio”, “toda mujer tiene derecho a ser amada” (Soriano, 2000). 

El Don Juan de Molière no representa al pecador, sino al rebelde social; es el “héroe negativo”, en su historia el primero absolutamente ateo, pero humanista, es decir, representante perfecto del librepensador de la sociedad francesa del siglo XVII. Para Elena Soriano, esta racionalización del mito y su desvinculación religiosa son decisivas en su evolución: don Juan no es castigado por sus fechorías eróticas, sino por su talante librepensador. El caso es que, si Molière tuvo una intención satírica contra la conducta de la aristocracia francesa, paradójicamente su obra ha quedado para la crítica moderna como una apología de la “libertad de amar”. 

Don Juan tuvo su primera idealización en Alemania y en el siglo XVIII, casi ciento cincuenta años después de su nacimiento, conla ópera de Mozart, Don Giovanni, que le dio el máximo prestigio mundial. En ella, Don Juan vuelve a ser el jovenzuelo inconsciente e instintivo que actúa como una fuerza elemental de la naturaleza. Según Macchia, Mozart consigue que su Don Juan no sea jamás odioso ni abyecto, y que fascine a todo el mundo. 

A finales del XIX se escribe la recreación española del Burlador más estimada y conocida popularmente; el Don Juan Tenoriode José Zorrilla, subtitulado Drama fantástico religioso, escrito en verso y estrenado en Madrid en 1844. Está considerado

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el más Don Juan de todos los don juanes, y el más humano. Si los autores extranjeros, con Molière a la cabeza, intelectualizan el mito, es el español Zorrilla es quien lo sentimentaliza, es decir, lo convierte en la expresión del “triunfo del amor” y por ello es el más conocido y admirado por el público medio:

“Entre unos y otros, el rudo modelo primitivo se convierte en un soñador, un filósofo, un poeta, un sentimental, un aspirante al amor único y eterno, con lo que adquiere un enorme prestigio erótico. El don Juan de Zorrilla es, como sus antepasados, fanfarrón, embustero, pendenciero, insolente, pero también gracioso, tierno, apasionado, y sobre todo, el único don Juan que es capaz de amar” (Soriano, 2000). 

La salvación del personaje pecador viene por el amor que nace en Don Juan por doña Inés. Dios le perdona porque ha logrado amar y sufrir, y porque se ha arrepentido del mal que ha hecho destrozando corazones a diestro y siniestro con discursos amorosos falsos de carácter romántico. La mujer que logra domesticarlo a través del amor es Doña Inés, la elegida para el trono junto al rey de la virilidad, el hombre que no se dejaba atrapar, el galán que huia de todas, despreciándolas. 

Entre los muchos sucesores de Don Juan –más bien copias o meros homónimos del primigenio- señala el Don Juan de los años sesenta: James Bond, creado por Ian Fleming, que compartía con Don Juan su necesidad de promiscuidad sexual, la voluntad de poder, y la licencia para matar.

“James Bond intentó ser el aglutinante de la manera de pensar de la sociedad burguesa occidental en la nueva era atómica, a la vez cientifista y tecnócrata, violenta y utilitaria, pornográfica y antisentimental, materialista y exaltada ante la perspectiva de

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emociones ilimitada, y sobre todo, sometida a una tremenda tensión por sistemas políticos antagónicos, el comunismo y el capitalismo, que en “guerra fría” se disputaban el dominio del mundo”. 

Las chicas de James Bond son mujeres fatales explosivas que caen en sus brazos sin que él se moleste en cortejarlas con discursos líricos prometiendo amor eterno ni matrimonio, como hacía don Juan. Bond, igual que su antecesor, tiene buen cuidado de no enamorarse, y “en el mejor de los casos, no vuelve a estar más de dos o tres veces con la mujer conquistada” para no enajenar su voluntad ni malgastar su precioso tiempo ni caer en peligrosas trampas, pues sus misiones secretas tienen mayor importancia que todos los encantos femeninos juntos. 

El comportamiento promiscuo y donjuanesco pudo constituirse en mito precisamente por la condición sagrada e idealizada del personaje. Son muchos los hombres que simulan una pulsión vital donjuanesca para reafirmar su virilidad y para sentirse una especie de héroe maldito, de superhombre dotado que consigue lo que los demás no tienen: que las mujeres caigan a sus pies. Ser el centro de los cuidados y la atención femeninos ha sido siempre una necesidad masculina que en este mito se exacerba pero se disimula, porque Don Juan desprecia a las mujeres que conquista. Lo único que necesita es saberse deseado por mujeres, pero huye de la intimidad con ellas, del compromiso emocional.