el misterio del laboratorio secreto

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EL MISTERIO DEL LABORATORIO SECRETO Aula de Apoyo a la Integración IES San Juan Bautista Curso: 10/11 Elaborado por los alumnos y alumnas: Agea Plaza Miriam Blázquez Juarez, Montserrat García Belmonte, Carmen García Mercado, Antonio Manuel Galera Rodriguez, Mª José Jurado Gallardo, Domingo Morales Más, Agustín Ortiz Cabezas, María Torres Ortiz, Jose Miguel

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Cuento colaborativo realizado por los alumnos y alumnas del Aula de Apoyo a la Integración

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Page 1: EL MISTERIO DEL LABORATORIO SECRETO

EL MISTERIO DEL

LABORATORIO

SECRETO

Aula de Apoyo a la Integración

IES San Juan Bautista

Curso: 10/11

Elaborado por los alumnos y alumnas:

Agea Plaza Miriam

Blázquez Juarez, Montserrat

García Belmonte, Carmen

García Mercado, Antonio Manuel

Galera Rodriguez, Mª José

Jurado Gallardo, Domingo

Morales Más, Agustín

Ortiz Cabezas, María

Torres Ortiz, Jose Miguel

Sánchez Romero, Miguel Ángel

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primera vista, la comisaría de la calle Justicia número 19

parecía una comisaría normal, como cualquier otra.

Era un edificio antiguo de dos plantas con rejas, algo

oxidadas, en todas sus ventanas. En la entrada se disponían de

manera ordenada una docena de vehículos oficiales y otras

tantas motos.

En la puerta del edificio, al igual que un portero de

discoteca, había un agente uniformado, con aspecto bastante

serio y con cara de pocos amigos, que controlaba a todo el

que entraba o salía del edificio. Su labor de vigilancia y

control, la compartía con las cámaras de vigilancia situadas

por todo el perímetro de la comisaría.

Como he dicho al principio: “una comisaría

aparentemente normal”, y digo “aparentemente” porque a

diferencia de otras comisarias, en ésta había un laboratorio

secreto. Era tan secreto que incluso muchos policías de los

que allí trabajaban no sabían ni que existía, e iban todos los

días a trabajar ajenos a lo que allí ocurría.

Os estaréis preguntando que si era un laboratorio tan

secreto ¿Cómo se yo de su existencia?

A

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3

odo comenzó hace tres años cuando mi padre me

confesó, justo antes de morir, la existencia de ese

laboratorio.

Yo sabía que mi padre era un científico muy conocido

pero nunca supe en qué trabajaba ni dónde.

Todas las mañanas salía muy temprano de casa y nunca

decía donde iba y regresaba muy tarde. Yo tenía mucha

ilusión por conocer el lugar donde trabajaba y de algún día

poder trabajar codo a codo con él. Pero ese día llegó de la

forma más desafortunada.

Una noche recibí una llamada telefónica de las

enfermeras del hospital “Santiago”, para decirme que mi

padre había ingresado. Mi padre estaba muy grave. Tenía una

enfermedad de la que nunca me había hablado y estaba

llegando a su fin.

Solté el teléfono y rápidamente me dirigí al hospital. No

podía dejar de preguntarme, una y otra vez, por qué mi padre

no había confiado en mí y por qué nunca me lo había

contado.

Llegue al hospital y corrí hacia la habitación donde me

habían dicho que estaba mi padre. Al abrir la puerta y verle

en la cama, sentí un fuerte escalofrío que recorría todo mi

cuerpo. Me senté a su lado y le pregunté por qué no me había

dicho nada. Mi padre con gran esfuerzo, y con la voz

entrecortada, me dijo que no quería verme sufrir.

T

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-“Eso no importa ahora. Ha llegado el momento de

contarte la verdad”. Dijo mi padre. “Ha llegado la hora de

decirte lo que tú siempre quisiste saber. Voy a contarte

donde trabajo y lo que hago día a día. Pero antes debes

prometerme que nunca se lo contarás a nadie.”

-“Te lo prometo, nunca te fallaré, pero ¿por qué

quieres contármelo ahora?”. Contesté impacientemente.

-“Porque debes seguir mis pasos y terminar lo que yo

he empezado. Escucha atentamente lo que voy a contarte.

Como muy bien sabes trabajo en un laboratorio, pero no es

como los demás. Es un laboratorio muy especial para mi.

Allí investigo cosas nunca vistas. Cosas que jamás podrías

imaginar. Por eso es un laboratorio secreto, que solo yo sé

donde está, y ahora lo sabrás tu. Está en la comisaría, en el

sótano, detrás de la pared donde se almacenan las armas.

Aparentemente es una pared normal, pero justo detrás de

las esposas que hay colgadas en la quinta balda, está el

botón que permite abrir la puerta del laboratorio. Al apretar

el botón tendrás que poner una clave que yo solo sé. La

clave es: 29-11-19-96. A mi no me queda tiempo. Es

importante que continúes mi trabajo. Vete al laboratorio

sabrás que hacer”.

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uando mi padre terminó de contarme su secreto salí

rápidamente de la habitación dirección al parking

para coger mi coche, un mercedes deportivo de color

gris claro que acababa de comprarme.

Era una noche de invierno, la carretera estaba mojada,

con charcos que reflejaban las luces de los coches, y no

dejaba de llover.

Mientras me dirigía al laboratorio no dejaba de pensar

en mi padre, en lo cerca que estaba su muerte y en el gran

científico que se iba a perder el mundo. Pero al mismo

tiempo, me sentía emocionada por descubrir lo que había

dentro del laboratorio.

Eran las 2:30 de la noche cuando aparqué mi mercedes

cerca de la comisaría de la calle Justicia. Bajé del coche y

disimuladamente, aunque empapada bajo la lluvia, entré en la

comisaría.

Una vez dentro, y rodeada de tantos policías, no sabía lo

que hacer. No sabía cómo llegar al laboratorio sin llamar la

atención. Era evidente que no iba a ser fácil llegar hasta el

almacén de las armas sin que nadie me dijese nada. Y de

pronto la solución llegó sola.

Un hombre fuerte vestido de uniforme se acercó a mi.

Era un hombre mayor, con el pelo ya canoso. Tenía un

aspecto serio, con unas gafas que cubrían parte de sus

redondos ojos y sujetadas por su nariz achatada.

C

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-“Sígame, sé quién es y puedo ayudarle”. Dijo el

hombre.

Sin decir nada seguí a aquel hombre por el interior de

la comisaria. Bajamos por unas escaleras que conducían al

sótano. Entramos en una habitación llena de armas, sin

duda se trataba del almacén de las armas, del que ya me

había hablado mi padre.

-“Soy el sargento Enrique. Te estaba esperando. Tu

padre me dijo que tú terminarías su trabajo.”

Sin darme tiempo a contestar, el sargento Enrique

apretó el pequeño botón qué había detrás de las esposas

colocadas en la quinta balda, y ante nosotros apareció

como una especie de caja rectangular de hierro. Al fijarme

bien me di cuenta que era un teclado sobre el cual debía

introducir la clave que unas horas antes me había dado mi

padre.

Ni siquiera el sargento Enrique conocía cual era la

clave. Al introducir los números secretos, la pared que

había ante nosotros desapareció, y en su lugar apareció un

largo pasillo, que sin duda conducía al famoso laboratorio.

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nduvimos por el pasillo hasta llegar a otra puerta .A

su derecha había un cajetín con unas pequeñas

marcas, que sin duda abrirla puerta, ¿pero con qué

podíamos abrirla?.Necesitabamos una llave.

-“Nos hace falta una llave.¿Quien puede tenerla?”. Le

pregunte al sargento.

-“Tu padre nunca me habló de esa llave. Aunque hace

dos días me dió esta pluma”. Contestó el sargento mientras

sacaba la pluma del bolsillo de la chaqueta.

Cogí la pluma y empecé a mirarla con cuidado. Al

quitarle el tapón me dí cuenta de que la punta encajaba

perfectamente con los agujeros del cajetín. Dude un poco,

pero introduje la pluma. Al girarla como si fuera una llave,

la puerta se corrió hacia la izquierda.

Ante nosotros apareció otro pasillo y ambos lados,

derecha e izquierda, las paredes estaban llenas de cuadros y

dibujos de animales. Aquello me impresiono munchísimo a

la vez que me gustaba.

Entre los cuadros había cuatro puertas, dos a la

izqueirda y otras dos a la derecha. Todas las puertas tenían

un candado y justo encima tenían números :04,08,09,03.

Parecían como una clave o algo así. Sin que el sargento

se diese cuenta los apunté en mi agenda, porque

seguramente más tarde me serían de utilidad.

A

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l final de ese pasillo había una escalera que conducía a

un sótano y el sargento y yo bajamos. Por fín

llegamos al laboratorio.

Al frente había una gran pizarra que ocupaba toda la

pared, y delante de esa una mesa tanbién grande. Sobre la

mesa había un montón de papeles, archibadores, lápices, un

ordenador…

A la izquierda del laboratorio había dos estanterias con

botes y tarros. Al fijarme en esos botes ví que dentro

habían serpientes, ojos, pelo de personas...

A la derecha del laboratorio había tres armarios con

puertas transparentes. En su interior había: guantes,

probetas, buretas, vasos de precipitado, varilla...

Delante del armario había una mesa muy larga. Sobre

ésta había una balanza, un microscopio y una bandeja con

tubos de ensayo. A la derecha de la mesa había un perchero

con una bata blanca.

-“Será mejor que te deje sola mientras te pones al día.

Si me necesitas estaré arriba”. Dijo el sargento mientras salía

del laboratorio.

Me dirigí hacia la mesa donde estaba el ordenador y

me senté en la vieja silla de mi padre. Encendí el ordenador

de la marca ASP, pero me pedía una contraseña para poder

acceder a la información. Me acordé de los números que

A

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había sobre las puertas del pasillo. Abrí la agenda donde los

había apuntado. Probé con varias combinaciones de esos

números y... ¡Eureka! Accedí al ordenador.

En el centro de la pantalla había solo un archivo con el

nombre “A, B, C”. Lo abrí y aparecieron un montón de

datos que yo en ese momento era incapaz de entender.

Estaba cansada, habían sido demasiadas cosas para una

sola noche, así que decidí ir a casa.

Al llegar a casa, el portero me dio un paquete que

alguien había dejado para mí. Era muy pesado, y parecía

que algo se movía dentro. El paquete iba acompañado de

una note en la que ponía “D, E, F” y el nombre de mi

padre.

No entendía nada, ¿qué querían decir esas letras?

Subí a mi piso y abrí el paquete. Para mi sorpresa

resultó ser un cerdo de color marrón. No sabía qué hacer, y

lo único que se me ocurrió fue llamar al sargento, tal vez el

supiera que hacía un cerdo en mi casa.

-“Siento llamarle tan tarde sargento, pero me han

dejado un cerdo en mi casa, con una nota muy extraña y

firmada por mi padre”. Dije bastante alterada.

-“Laura, tranquilícese”. Dijo el sargento intentando que

me calmase. “Descanse, lo necesita, y mañana a primera

hora diríjase al laboratorio y traiga consigo el cerdo y esa

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nota.Seguramente tiene algo que ver con la investigación de

su padre.” Y sin decir más me colgó el teléfono.

A la mañana siguiente, nada más levantarme me fui al

laboratorio para intentar darle sentido a todo lo que estaba

ocurriendo.

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uando bajé del coche para dirigirme a la comisaría fue

inevitable que todo el mundo se me quedase

mirando... ¿por qué?... Porque llevaba al cerdo con

una correa, como si de un perro se tratase.

A pesar de toda la vergüenza que sentía, bajé toda la

calle con mi cerdo hasta llegar a mi destino.

El agente uniformado que había en la puerta de la

comisaría se quedó extrañado, seguro que era la primera

vez que veía un cerdo pasear por la ciudad.

-“Alto, no se permiten animales dentro de la

comisaria”. Dijo el agente.

-“Tengo que entrar con el cerdo, es necesario. He

quedado con el sargento Enrique. Déjeme pasar o avise al

sargento, pero el cerdo tiene que entrar.”

El agente sacó su walkie-talkie y le pidió al sargento

que saliese a la puerta.

-“Buenos días. Déjela pasar” Dijo el sargento

dirigiéndose al agente. “La estaba esperando “.

C

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-“Sargento sabe que no se permiten animales dentro.”

Replicó el agente.

-“Este cerdo es una pieza fundamental de una

investigación que es de alto secreto. Así que no haga

preguntas y déjela pasar”. Ordenó el sargento.

Sin perder ni un segundo bajamos al laboratorio. Una

vez allí le quité la correa al cerdo y lo deje suelto por el

laboratorio. El sargento y yo nos apoyamos sobre la mesa

del fondo. Saqué la nota y se la dí. Estuvimos un rato

observándola, pero ninguno de los dos sabíamos que podía

significar esas letras. de repente me vino una idea a la

cabeza: “¿y si aquella nota escondía algún mensaje que no

se veía a simple vista?”.

Saqué mi mechero del bolso, y al encenderlo bajo el

papel empezaron a surgir palabras en la nota.

Diego Estebez Fernandez

¿Quién es Diego Estebez Fernandez? ¿Qué tiene que

ver ese hombre con la investigación de mi padre? ¿Por qué

viene su nombre junto al cerdo?

-“No sé quién puede ser ese hombre, pero por lo visto

tenía asuntos pendientes con tu padre”. Dijo el sargento.

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-“Mi padre nunca me habló de ese hombre.” Contestó

Laura. “¿Cómo podemos averiguar quién es?”

-“Eso déjamelo a mí. Voy a buscarlo en la base de

datos de la comisaría”. El sargento se dirigió a la planta de

arriba de la comisaria para buscar la información que

necesitaban.

Aproveche que estaba sola para buscar en el

ordenador de mi padre información que pudiera servirnos.

Me metí en la carpeta que ponía “A, B, C”. Al observar la

información me di cuenta que eran registros médicos:

informes de vacunas, análisis de sangre...

En ese momento llegó el sargento con una hoja con la

información del hombre que buscábamos.

-“Aquí tengo la información sobre Diego Estebez

Fernandez”. Dijo mientras me mostraba el papel”.

Nombre: Diego Apellidos: Estebez Fernandez

Fecha Nacimiento: 23 - 08 – 67 Profesión: Científico

Tlf: 687-345-678 Tlf: 693-234-678

Información Restringida

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o primero que hice después de leer la hoja fue llamar a

ese hombre desde el teléfono fijo del laboratorio.

Llamé al primer número que había en la ficha, pero no

contestó nadie. Llamé al segundo número y contestó un

hombre.

-“¿Diga?” - Dijo el hombre.

-“Buenos días. ¿Es usted Diego Estebez Fernandez?”.

Pregunté.

-“Si, ¿quién es usted?”

-“Soy Laura Galera. Usted no me conoce. Soy la hija

de Alfonso Galera. Llamo para preguntarle sobre la relación

que mantenía usted con mi padre, y sobre su última

investigación”.

-“¿Cómo ha conseguido este número?” Preguntó el

científico.

-“Lo he encontrado en la base de datos de la

comisaría”. Conteste.

L

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-“Si realmente es la hija de Alfonso Galera, sabrá

dónde está su laboratorio. Nos veremos allí mañana a

primera hora.”

A la mañana siguiente, a las 7 estaba en el laboratorio

esperando a Diego Estebez.

Mientras llegaba saqué al cerdo de la jaula donde había

pasado toda la noche para que pasease por el laboratorio.

Pocos minutos después llamaron a la puerta del laboratorio.

Era un hombre de unos cuarenta o cincuenta años de

edad, alto y robusto. Con una cara redonda y unos mofletes

muy abultados. Lo que más destacaba de su cara era su

bigote lleno de canas y muy poblado, que contrastaba con

su calva brillante. Sus ojos eran de un azul tirando a gris,

grandes y redondos, con unas pestañas alargadas.

-“Buenos días, supongo que es usted Laura Galera”.

Dijo cundo abrí la puerta.

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i soy la hija de Alfonso . Usted debe ser Diego Estebez .

Pase siéntese” Le dije señalando la silla que estaba

delante del escritorio.

-“Siento mucho la muerte de su padre”.

-“Gracias. ¿De qué conocía usted a mi padre?” Pregunté

sin más rodeo.

-“Trabajaba con él . Yo era su ayudante, y tu padre se

encargaba de todo.”

-“¿Qué estabais investigando? ¿Por qué tanto misterio?”

-“Lo que tu padre y yo investigamos es alto secreto

porque si se llega a saber se acabaría todo, y es demasiado

peligroso.”

-“¿Por qué?”

-“Porque podría acabar con la vida de todo el mundo.”

-“No te entiendo, explícamelo todo desde un principio.”

-“Hace diez años la NASA envió un cohete al planeta

Venus. Allí descubrieron que las condiciones del planeta eran

buenas para la vida, incluso se descubrió agua. Fue un gran

descubrimiento, por que las personas podrían llegar a vivir en

S

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Venus. El problema eran unas nubes tóxicas que envolvían

al planeta. Los astronautas trajeron a la Tierra muestras de

esos gases tóxicos. Un día nos citaron a tu padre y a mí en

este laboratorio. Nos encargaron investigar la forma de

eliminar esos gases tóxicos y convertirlos en aptos para la

vida. Para llevar a cabo nuestra investigación decidimos

utilizar cerdos. Comenzamos analizando los componentes

de ese gas tóxico, al que nosotros llamábamos SEFLOT.

Para ver los efectos que tenía en los seres vivos, expusimos a

un cerdo a ese gas. Para ello utilizamos una cámara especial,

te la voy a enseñar.”

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alimos los dos del laboratorio. Seguí a Diego Estebez

por el pasillo hasta llagar a las cuatro puertas que

estaban con un candado. Nos detuvimos ante la puerta

número 08. Él se sacó una llave del bolsillo interior de la

chaqueta y abrió la puerta.

Era una habitación muy pequeña pero muy bien

iluminada con bombillas de alta potencia colocadas por toda

la habitación.

Justo a la izquierda y pegada a la pared estaba la cámara

de la que Diego me había hablado minutos antes. Era una

cámara muy alta y de forma rectangular. Estaba formada por

un material muy resistente azul y en la parte delantera tenía

una ventana de cristal para ver lo que ocurría en su interior.

-“¿Y qué le pasó al cerdo?” Le pregunte a Diego.

-“Observamos que el cerdo empezó a respirar mal, e

inmediatamente empezaron a salirle manchas grises. En

cuestión de segundos el cerdo se murió. Por eso es tan

peligroso lo que hacemos aquí, porque si ese gas se escapa

todo el mundo morirá.”

-“Pero ¿seguisteis investigando con ese gas?”

-“Si, seguimos investigando”. Continuó Diego Estebez.

“Lo primero que hicimos fue combinar el gas con un líquido.

S

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Pero esa mezcla no nos sirvió. El gas seguía siendo tóxico.

Al probar esta nueva mezcla con el cerdo, este también se

murió pero al cabo de unos días”.

-“¿Qué mas hicisteis con ese gas?”. Pegunté.

-“Una noche de invierno tu padre vino al laboratorio a

seguir investigando, mientras yo me fui a descansar. Me dijo

que le había echado unos polvos, pero no me dijo cuales

eran. Tu padre estaba convencido de que al cabo de unos

días harían efecto y que sería la fórmula definitiva. Estaba

tan seguro de eso que lo probó consigo mismo. En un

principio no pasó nada, pudo respirar el gas, pero al cabo

de unas horas empezó a sentirse mareado y confuso, y de

repente se desmalló. Metí a tu padre en el coche y lo llevé

al hospital. Esa noche fue cuando te llamarón a ti desde el

hospital Santiago”.

-“Pero los médicos me dijeron que mi padre tenía una

enfermedad...” Interrumpí a Diego Estebez.

-“Como tú bien sabes tu padre padecía del corazón, y

los médicos pensaban que esa noche había sufrido un

infarto relacionado con ese problema, porque no

encontraron otra explicación. Después de que los médicos

me explicasen lo del infarto, yo ya no estaba seguro de si tu

padre realmente tuvo un infarto o fue debido al gas. Así que

decidí ir al laboratorio a comprobar con otro cerdo si ese

gas era tóxico. Llegué al laboratorio, cogí al cerdo y lo metí

en la cámara con la mezcla que había preparado tu padre.

Al ver que no le pasó nada al cerdo comprendí que lo de tu

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padre había sido un infarto y que por fin él dio con la clave

para que el gas se pudiese respirar. El problema era que no

sabía que polvos había echado. Por eso decidí enviarte el

cerdo a ti, porque tu padre siempre decía que tu serias la

que continuarías su trabajo”. Terminó diciendo Diego

Estebez.

-“Si mi padre utilizó unos polvos, deben estar en el

laboratorio, y si son la clave de la investigación no pueden

estar en cualquier lugar, deben estar bien guardados”. Dije

en voz alta.

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mpezamos a buscar por todo el laboratorio, por todos

los armarios, los cajones..., pero nada. De repente

Diego se quedó parado mirando hacia el pasillo.

-“Esa misma mañana, la del experimento, cuando yo

llegué al laboratorio, me encontré con tu padre en el pasillo.

Estaba cerrando una de las puertas numeradas y estaba algo

nervioso”.

Salimos corriendo hacia el pasillo.

-“Esta es la puerta de la que salió tu padre”. Afirmo

Diego Estebez frente a la puerta 03.

Sacó la llave del bolsillo de su chaqueta y abrió el

candado de la puerta. En aquella habitación solo había un

pequeño armario, y dentro de este una vieja caja fuerte.

-“¿Y la llave?”. Preguntó Diego.

-“No lo sé”. Contesté.

-“Vamos a pensar dónde pudo tu padre guardar esa

llave. Además tu padre siempre hacía copias de todas las

llaves importantes”. Dijo Diego.

Diego se quedó pensativo y mirándome.

-“¿Y ese colgante?”. Me preguntó Diego de repente.

E

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-“Es un regalo de mi padre. Me lo regaló cuando

cumplí diez años, y desde entonces siempre lo llevo

puesto… Ahora que lo menciono, mi padre me dijo, cuando

me lo regaló, que algún día este colgante m sería útil”.

-“Déjame el colgante”. Me pidió Diego.

El colgante era una bola de cristal macizo. Diego lo

observó durante un momento y lo tiró contra el suelo con

todas sus fuerzas.

-“¿Qué haces?¿Estás loco?”. Grité.

-“Fíjate bien”. Me pidió Diego.

Y allí, entre los restos de mi colgante estaba la llave.

Diego cogió la llave y abrió la caja fuerte.

Nos quedamos los dos sorprendidos, ante nosotros

estaban los famosos polvos y la formula química que había

que utilizar.

Volvimos al laboratorio y nos pusimos manos a la obra

con la formula, mezclando el gas SEFLOT con esos polvos,

en la medida que dejo mi padre indicada.

-“Vamos a probarlo nuevamente con el cerdo”. Dijo

Diego.

-“No... con el cerdo no. Quiero probarlo conmigo”.

Dije sin presármelo dos veces”.

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e metí en la cámara y segundos después Diego

introdujo el gas. Empecé a respirar con normalidad,

todo parecía que iba bien. Pero de repente empezó

a sonar un ruido extraño, era una especie de alarma.

-“¿Qué es ese ruido? ¿Qué está pasando?”. Gritaba a

Diego desde dentro de la cámara.

Todo empezó a moverse, era como si alguien me

estuviera sacudiendo.

-“Laura, Laura”. Empecé a escuchar. “El despertador

lleva diez minutos sonando, vas a llegar tarde a la

universidad”.

“¿Todo ha sido un sueño?” Empecé a preguntarme a

mi misma. No puede ser, parecía demasiado real.

Me levante algo aturdida y me asomé por la ventana.

Al ver mi reflejo en el cristal me di cuenta de que no tenía

mi colgante.

Al mirar por mi ventana, vi en la acera de enfrente mi

mercedes, y alguien había amarrado al retrovisor un cerdo.

Baje corriendo y al acercarme al cerdo vi que este tenía

una carta enganchada en su collar. En esa carta ponía.

“Gracias”

M