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EL MISTERIO DE LA UNIÓN DE LA CABEZA Y EL CUERPO II EL MISTERIO DE LA UNIÓN DE LA CABEZA Y EL CUERPO CRISTO es UNO en verdad y fue conocido desde antes de la constitución del mundo. De la Oda 41 de Salomón EL ÚNICO CRISTO El Señor glorificado y la Ekklesía: he ahí el único Cristo pneumático. El fundamento de esta admirable unidad pneumática es la Cruz. A pesar de ser muchos los hombres que pertenecen al Cuerpo de Cristo y a pesar de que la santidad de Cristo se extiende sobre un número ilimitado de miembros particulares, sin embargo, Cristo sigue siendo el Unico. La Unidad de Cristo es tan fuerte, que puede incluirnos dentro a todos nosotros. Todos nosotros estamos conjuntamente englobados en el Cuerpo de Cristo. En este sentido dice San Hilario en cierto lugar : " Cristo es el Cuerpo de todos" 1, y en otro lugar: "El es nuestro Cuerpo" 2 . En la interpretación del Salmo 125, San Hilario va aún más adelante : "Cristo .ha anulado nuestro cautiverio por el perdón de los pecados... Nos transformó en el nuevo hombre, cuando nos agregó al cuerpo de su carne. El es, pues, la Ekklesía, porque la file:///G|/MARIA/Casel/151-217_misterio_de_la_union.htm (1 de 67) [13/06/2008 18:33:52]

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EL MISTERIO DE LA UNIÓN DE LA CABEZA Y EL CUERPO

II

EL MISTERIO DE LA UNIÓN DE LA CABEZA Y EL CUERPO

CRISTO es UNO en verdad y fue conocido desde antes de la constitución del mundo.

De la Oda 41 de Salomón

EL ÚNICO CRISTO

El Señor glorificado y la Ekklesía: he ahí el único Cristo pneumático. El fundamento de esta admirable unidad pneumática es la Cruz.

A pesar de ser muchos los hombres que pertenecen al Cuerpo de Cristo y a pesar de que la santidad de Cristo se extiende sobre un número ilimitado de miembros particulares, sin embargo, Cristo sigue siendo el Unico. La Unidad de Cristo es tan fuerte, que puede incluirnos dentro a todos nosotros. Todos nosotros estamos conjuntamente englobados en el Cuerpo de Cristo. En este sentido dice San Hilario en cierto lugar : "Cristo es el Cuerpo de todos" 1, y en otro lugar: "El es nuestro Cuerpo" 2. En la interpretación del Salmo 125, San Hilario va aún más adelante : "Cristo .ha anulado nuestro cautiverio por el perdón de los pecados... Nos transformó en el nuevo hombre, cuando nos agregó al cuerpo de su carne. El es, pues, la Ekklesía, porque la

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contiene enteramente ,por el Misterio de su Cuerpo" 3.

San Agustín, al igual que San Hilario, tampoco considera la Iglesia como la suma de los elementos individuales, sino que ve en ella más bien la unidad. A propósito del Salmo 88 escribe : "El es el único, nosotros somos muchos ; El es único y nosotros en El somos UNO SOLO" 4. Y a propósito del Salmo 69 : "Los miembros del Salvador, por numerosos que sean, forman un solo hombre bajo la única Cabeza, que es nuestro mismo Salvador, unidos entre sí por el lazo del amor y de la paz, ... y en los Salmos su voz se eleva con frecuencia como la de un solo hombre.

1. De Trinitate, 8, 32.2. Ibid., 8, 50.3. In Ps. 125, 6.4. In Ps. 88, I, 7.

Se oye clamar a un solo hombre, como si todos lo 'fueran, pues todos son uno en el único" 5

En el Tratado sobre San Juan, de San Agustín, se encuentra un texto que arroja mucha luz sobre esta verdad. Compara a la Iglesia con una piedra preciosa que unas veces reluce de un lado, y otras de otro y constantemente está emitiendo resplandores. Dice San Agustín : "No hay más que un solo Cristo, Logos y Hombre, que santifica al hombre en el Logos. En nombre de sus miembros dijo: `Por ellos me santifico' ; pues también ellos son yo ... yo les santifico a ellos en mí, como me santifico a mí mismo, porque en mí ellos son también yo6

Es una frase atrevida la que ha pronunciado aquí San Agustín, autorizado por la tradición de los Padres. 'La Ekklesía es una misma cosa con el Señor, hasta el punto de que los dos —formando una misma Persona en sentido místico— pueden decir juntos : Ego! , ¡Yo! Todos nosotros

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hemos sido recibidos en el "Yo" del Salvador, de suerte que El, con su Ekklesía, puede decir al Padre: ¡Yo vengo a Ti!

En otro pasaje parecido, San Agustín va aún más adelante y dice : Nosotros somos El mismo : "Pues también nosotros somos El 7, y lo somos en cuanto que somos su Cuerpo y El se hizo hombre para hacerse Cabeza nuestra 8

San Agustín predica lo que ve en su comunidad con palabras y fórmulas siempre nuevas : Cristo y la Iglesia son un solo hombre, una sola persona, un solo Justo, un solo Cristo, el Cristo. El Cristo total, a quien él contempla ante sus ojos, es la Cabeza juntamente con los miembros, Cristo unido a su Ekklesía: "Todos nosotros somos ... el Cristo; pues Cabeza más Cuerpo : he ahí el Cristo total" 9.

5. In Ps. 69, 1.6. In Jo. tract., 108, 5; el texto completo puede leerse más arriba, p. 134.7. Quia et nos ipse sumus.8. In Jo. tract., 111, 6.9. In Ps. 26, II, 2.

A veces San Agustín llega a entusiasmarse de veras cuando se dirige a su comunidad como al Cuerpo de Cristo. Por ejemplo, en cierta ocasión prorrumpe en estas exclamaciones : " ¡ Oh vos-otros, oh tú, oh vosotros, que, siendo muchos, no formáis más que UNO SOLO!" 10. Este 'hombre único es el Cristo total : "Cristo no está solamente en la Cabeza, ni está solamente en el Cuerpo, sino que el Cristo total está en la Cabeza y en el Cuerpo" 11. "Porque nuestro Señor Jesucristo, como Hombre completo y entero, es Cabeza y Cuerpo ... El Cuerpo de esta Cabeza es la Ekklesía, no sólo ésta que está aquí, sino la Ekklesía que está aquí y está extendida por toda la tierra ... desde Abel hasta aquellos que nacerán hasta el fin del mundo" 12

Este único hombre nuevo, considerado externamente, es una realidad de orden colectivo, pues está formado de una serie

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de individualidades que son diferentes en cuanto a raza, cualidades humanas y aun en cuanto a religión —pues "según la presciencia de Dios, muchos que parecen estar fuera están dentro, y muchos que parecen estar dentro están fuera" 13—. Pero al mismo tiempo el Cristo único es la realización de la más íntima unión de ser y de existencia, que sería imposible lograr entre los hombres en el ámbito del orden puramente natural. Esta unión sobrenatural la realiza la Cruz del Señor; está lograda en la Sangre, en el Pneuma de Cristo. Todo factor de división, todo lo que separa y divide a los hombres entre sí, ha quedado destruido y superado en la Muerte de Cristo, de un modo que no cabe imaginar más profundo e íntimo. Los hombres incorporados a Cristo, los hombres unidos a Cristo, los miembros unidos entre sí vienen a formar un solo hombre nuevo. Los muchos, que estaban divididos, se han convertido en un solo 'Cuerpo, una sola Persona, ya que la nueva unidad óntica aferra al individuo en lo más profundo e íntimo de su ser y lo injerta en el todo. Esta unidad es mucho

10. In Ps. 127, 10.11. In Jo. tract., 28, 1.12 In Ps. 90, II, 1.13. San Agustín, De baptismo, V, 27.

más profunda y fuerte que la que realiza cada ahombre en su persona individual. Pues en el único hombre, que es el Cuerpo de Cristo, opera la unidad divina del Pneuma; toda separación y toda antinomia ha quedado eliminada en la Persona del Cristo pneumático.

Mientras que el pensamiento humano está inclinado a considerar como individuos a cada uno de los hombres que están separados unos de otros por sus características y diferencias dividuales, el Cuerpo pneumático de Cristo representa la supe-ración de todas las diferencias humanas y crea de este modo una unidad perfecta. Esta es la unidad

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que San Pablo vio y señaló siempre en primer término antes que ninguna otra cosa : "No hay griego ni judío, circuncisión ni incircuncisión, bárbaro o escita, siervo o libre, porque Cristo lo es todo en todos" (Col., 3, 11).

No nos hemos de extrañar de que sea precisamente San Pablo quien oponga enfáticamente a la multiplicidad y divisiones humanas la unidad en Cristo. A él le fue revelado, como un fogonazo, en la visión de Damasco, la unidad del Cristo pneumático y esta grandiosa experiencia transformó toda su vida. Podemos observar en la historia de su conversión cómo se contraponen netamente las divergencias entre el pensamiento humano que ve la pluralidad y la revelación divina que muestra la unidad. En los Hechos de los Apóstoles se narra cómo había obtenido Pablo plenos poderes para "llevar atados a Jerusalén" a los cristianos que encontrase en Damasco, "hombres o mujeres" (Act., 9, 2). Pablo sólo ve ante sí individualidades que se distinguen entre sí por su sexo y por sus características personales. Entonces le sale al encuentro la voz de Cristo : "Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?" (Act., 9, 4). El Señor quiere decirle : "No estás persiguiendo a unos hombres individuales, hombres y mujeres; estás persiguiendo al Cristo." El Señor no dice: "¿Por qué estás persiguiendo a mis Santos, por qué persigues a mis siervos?", sino que dice : "¿Por qué me persigues a mí, es decir, amis miembros? La Cabeza clamó en nombre de sus miembros ; la Cabeza transformó a los miembros en sí misma" 14.

Lo que San Pablo expresa con la palabra "Misterio" es la unión de Cristo y de su Ekklesía. Cuando en la Primera Carta a los Corintios (4, 1) se llama a sí mismo "ministro de los Misterios de Dios", no se refiere a los sacramentos rituales, sino al Misterio de Cristo, a todo el plan redentor de Dios, que culmina en aquella unión de Cristo y de la humanidad

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redimida en la perfección del Cuerpo pneumático de Cristo. Es el Misterio del único Cristo pneumático que existe : Cristo con su Iglesia. Este Misterio es una realidad que está presente ya desde ahora, aun cuando todavía de un modo oculto. Esta realidad la poseemos primeramente en prenda, en esperanza, y a pesar de todo es ya un comienzo de posesión plena. No se revelará en toda su perfección plena hasta la Parusía.

Este Misterio está destinado a todos los hombres. Cada uno ha sido llamado para unirse con Cristo y alcanzar la medida de la plenitud de Cristo. Ante una gracia tan grande es terrible que aún no sean todos los hombres los que realicen esta vocación.

El pasaje de las cartas de San Pablo que acaso exprese con más amplitud la unión de Cristo y del Apóstol --y de cada uno de nosotros—, la presencia del Cristo dentro del hombre, se encuentran en la Epístola a los Gálatas : " ¡Vivo, pero ya no vivo yo ! ¡Es Cristo quien vive en mí ! " (Gál., 2, 20. El yo pecador ha muerto en Pablo; su yo 'ha sido asumido en un ser superior, en el Cristo que vive en él. Forma con Cristo una sola persona pneumática. A pesar de ello, Pablo sigue siendo enteramente el mismo. Su unión con el Señor no es una absorción tal, que Pablo y Cristo dejen de subsistir por sí mismos. Si así fuera no habría posibilidad de más Agape. Es una unidad en la dualidad. Es semejante a lo que pasa en la Trinidad : la misma única sustancia divina subsiste en tres Personas

14. San Agustín, In Ps. 30, II, 3.

distintas entre sí; por eso, el Agape es posible también dentro de la Trinidad. En el hombre que se une con Cristo se refleja la unidad del amor divino. Esto es un Misterio ; está situado enteramente dentro del ámbito del Pneuma divino y

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solamente se puede contemplar con los ojos del Pneuma.

Siguiendo a San Pablo, en el Cristo pneumático —en toda su pluralidad externa de miembros— los Santos Padres vieron siempre la gran unidad. La doctrina de San Pablo y de los Padres ha hallado una expresión, sencilla y hermosa a la vez, en esta frase : "Todos, grandes y pequeños, son el mismo Cristo gracias a la eminente unión de la Cabeza y de los miembros" 15

15. Glossa interlinearis; cit. por Mersch, 1, 188.

EL ÚNICO NOMBRE

Hemos recibido un nombre que abarca todas las profundidades de Dios y todas las riquezas y todas las grandezas. Nos llamamos : Cristo. Por Cristo nos llamamos Hijos de Dios, Sumos Sacerdotes del Altísimo, Asistentes al Trono del Señor. Nos llamamos : Ekklesía, Reina, Esposa amada. "Al que venciere le daré del maná escondido y le daré una piedrecita blanca y en ella escrito un nombre nuevo, que nadie conoce sino el que recibe" (Apoc., 2, 17). Este nombre nuevo es un Misterio oculto del amor de Dios, que encenderá nuestros corazones de tal manera que, de pura felicidad, no lo podemos expresar [1].

La comunidad auténtica en Cristo traspasa todos los límites de los individuos y porque en todos domina Cristo, y no el yo, se da entre ellos la más profunda unidad en el Pneuma. Todos los miembros de Cristo forman un solo Cuerpo que lleva un solo nombre : "Cristo": "Así como siendo el cuerpo uno, tiene muchos miembros y todos los miembros del cuerpo, con ser muchos, son un cuerpo único, así es también Cristo" (1 Cor., 12, 12) [2]. "Hablando de los miembros de Cristo, es decir, de los fieles, no dice : así es también con los

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miembros de Cristo. Llamó Cristo al todo de que estaba hablando" 1.

A la misma Ekklesía se le llama Cristo, porque está muy íntimamente unida con Cristo por el Pneuma y el Agape. La mujer pierde su nombre por el de su marido. La esposa no lleva ya su propio nombre ; se le conoce con el nombre de su esposo. Esto es lo que precisamente significa la maravillosa unidad y Agape —el único nombre, el único ser, que se revela como hombre y mujer. San Agustín dice en cierto lugar : "El Cristo total es Cabeza y Cuerpo. La Cabeza es el Hijo Unigénito de Dios; su Cuerpo, la Iglesia; Esposo y Esposa : dos en una sola

1. San Agustín, In Ps. 30, II, 4.

carne" 2. Así corno la Cabeza y el Cuerpo no son más que un solo hombre, así también Cristo y la Ekklesía son uno solo. La dignidad de la Ekklesía es tan elevada, que se llama Cristo [3].

La felicidad le hace prorrumpir en gritos de júbilo cuando transmite a sus fieles el Misterio de este nombre 3. "Alegrémonos y demos gracias : no solamente nos hemos hecho cristianos, sino Cristo. ¿Entendéis, hermanos míos, comprendéis lo que significa : la gracia de Dios sobre nosotros? Asombraos, sed felices, somos Cristo. El, la cabeza; nosotros, los miembros; el hombre completo: El y nosotros"[4].

2 No podemos dar una cita precisa ; lugares parecidos recurren con frecuencia en San Agustín; cfr., por ejemplo, Sermo 45, 5; 137, 1; 341, 12; In Ps. 142, 3; véase además : Fr. Hofmann, Der Kirchenbegriff des hl. Augustinus, Munich, 1933.3. In Jo. tract., 21, 8.

EL UNICO HIJO

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Porque yo amo al Hijo, yo mismo soy el Hijo Oda 2 de Salomón

Todo lo que hay en el Hombre-Dios, Jesucristo, es filial. El es el Hijo verdadero de Dios, pues su Humanidad ha sido asumida también en la Trinidad y está sentada a la diestra del Padre.

Pero todo ello ocurrió por causa nuestra, para que nosotros, a través del Hijo, tengamos acceso a la vida más íntima del Dios tripersonal. Por nuestra incorporación al Hombre-Dios tenemos parte en su filiación. Por nuestra agregación a su Cuerpo pneumático somos lo que El es : Filii Dei, pero in Filio —hijos de Dios en el Hijo.

Nuestra filiación en Cristo es, por consiguiente, prolongación de lo que es el Hijo en sí mismo, es la continuación de su propia filiación. Nosotros estamos también ante Dios como hijos perfectos. Lo que se dice del Hijo en sí mismo, hay que extenderlo también al Hijo total —la Ekklesía incorporada a Cristo—. Así pues, cuando Dios contempla a su Hijo, en El contempla también a la Ekklesía, pues, como dice San Hilario: "El mismo es la Ekklesía" 1, porque El la abarca por entero y la contiene en Sí mismo.

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Abundando en estas ideas, dice Cirilo de Alejandría : "Todo lo que hay en Cristo, está también en nosotros" 2. Sin duda, esto es verdad sólo respecto de lo que le es propio en cuanto Hombre-Dios y no respecto de lo que le es propio como Logos en la Trinidad. Mas como Cristo es también esencialmente Hijo según su humanidad, siendo el Cuerpo pneumático de Cristo

1. San Hilario, In Ps. 125, 6.2. San Cirilo de Alejandría, Thesaurus de sancta et consubstantiali Trinitate, 24; PG 75, 400.

—la Ekklesía— Cuerpo del Hijo, la Iglesia es también filial por esencia. Como el Hombre-Dios nos abarca a todos nosotros —"El mismo es la Ekklesía" 3—, también nosotros somos, gracias a El, hijos de verdad. En la misma medida en que estamos unidos a Cristo, estamos unidos al hijo de la Trinidad y por El a Dios.

Así pues, el Cristo total es verdadero Hijo. En este Cristo total están unidos el Hijo de la Trinidad —el Logos—, la humanidad asumida de este Hijo y el género humano regenerado por la gracia de la Encarnación. Los miembros de Cristo son miembros del Hijo. Es ésta una unión sin mezcla, pero también sin separación, como dice la antífona de la Fiesta de la Circuncisión del Señor : "No sufrió mezcla ni separación" 4.

La filiación, esta actitud fundamental del hombre redimido, afecta a los cristianos en todo su ser. Por la gracia han sido asumidos por el Hijo Unigénito hasta el punto de formar con El un solo Hijo. Refiriéndose a este Hijo único, dice San Pablo: "Todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús... Todos sois uno en Cristo Jesús" (Gál., 3, 26-28). Un poco más adelante continúa : "Por ser hijos, envió Dios a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que grita : ` ¡Abba Padre!' De manera que ya no es siervo, sino hijo y si hijo, heredero por

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la gracia de Dios" (Gál., 4, 6-7).

Si consideramos a los cristianos por separado, a los miembros individualmente, son hijos; pero si miramos a la raíz, a la tota-Iidad, a la unidad del cuerpo, entonces todos somos a la vez el Hijo único. El Padre nos engendró en Cristo; se refería también a nosotros cuando dijo aquellas palabras : "Tú eres mi Hijo" (Ps. 2, 7). Esto nos da dereho a invocarle como Padre y a tener parte en aquello que propiamente corresponde sólo al Hijo : en la herencia, en la dignidad y en la felicidad de la filiación de Cristo.

Nuestra generación como hijos se realiza mediante la única

3. San Hilario, loc. cit.4. Brev. Mon. Antífona del Benedictus.

generación divina que existe, mediante la generación del Hijo en el seno de la Trinidad por el Padre. Dios no nos puede engendrar como a su Unico Hijo, pero sí puede engendrarnos y amarnos en su Unico Hijo y con su Unico Hijo, si es que nos-otros nos agregamos a su Hijo humanado 5. De este modo Dios, a los hijos adoptivos, los hizo hijos verdaderos por su Hijo Unigénito.

No existe, pues, para nosotros una generación directa de Dios. Pero por participar en la filiación del Unigénito Hombre-Dios, nos encontramos tan cerca de Dios, como si nos hubiera engendrado directamente. En el HIJO hemos sido incorporados nos-otros a la Trinidad, con El somos, por gracia, el Unigenitus, el Unigénito del Padre.

"Uno mismo es, a la vez, el Unigénito y el Primogénito; el Unigénito, en cuanto Dios ; el Primogénito, en nosotros, según la unidad del plan redentor, y en multitud de hermanos como hombres. En El y con El habíamos de ser nosotros hijos de Dios en esencia y por gracia 6; en esencia, porque lo

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somos en El como en el Unico ; pero por participación y por gracia, porque lo somos por El en el Pneuma. Así como a la humanidad en Cristo le correspondió ser Unigénito, porque estaba unida al Logos, con una unión conforme al plan redentor, así también al Logos corresponde ser "en muchos hermanos" y "Primogénito" (Rom., 8, 29), porque está unido a la carne" 7.

El Unigénito se convierte, por tanto, en Primogénito, a fin de que el Primogénito, es decir, la humanidad que lleva consigo, se haga Unigénito. Así pues, en El y por El somos hijos de Dios y por cierto esencial y gratuitamente. Esencialmente lo es, ante todo, el mismo Cristo, aun en cuanto hombre, pues su naturaleza humana está unida a la Persona del Logos. Mas como nosotros estamos en El y El lleva consigo a toda la naturaleza humana, en El nosotros somos también esencialmente Hijos de

5. Cfr. Jo., 1, 13.6. cpoatxw_ xai zata Xápty.7. San Cirilo de Alejandría, De recta fide ad Theodosium, 30.

Dios 8. Somos hijos por gracia, porque llevamos en nosotros como gracia la vida del Hijo, porque sobre nosotros se derrama la plenitud de la gracia de la Humanidad de Jesús, que primero por la unión hipostática, es decir, por la unión de Dios y Hombre en la Persona del Logos, y luego por la Pascua —por la Muerte y Resurrección— fue enteramente asumida en la esencia del Logos.

"Hijo" es precisamente la palabra mágica del Nuevo Testamento. Hijo es el Logos que por nosotros se hizo hombre y ncs incorporó a su filiación y, por ende, a su unión con el Padre y con el Pneuma. Pero todo ello —nuestra filiación y nuestra comunión con el Padre— nos viene a través de la humanidad del HIJO. Si al Hombre Jesús le conocemos en toda su profundidad, le conocemos como

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HIJO y nos dejamos introducir por El en el Abismo, en el Padre. Nosotros no podemos alcanzar la última perfección, que consiste en el reposo en el Padre, más que por el HIJO.

"Bienaventurado aquel que es continuamente engendrado por Dios. Pues yo os digo que el justo no es engendrado por Dios de una vez, sino que es engendrado por Dios continua-mente en toda buena acción en que Dios engendra al justo. Si acerca del Salvador yo te enseño que el Padre no engendró al Hijo de una vez y luego lo apartó de la generación, sino que le engendra continuamente, con ello te pruebo que lo mismo se ha de decir del justo. Veamos quién es nuestro Salvador: `El esplendor de la gloria' (Hebr., 1, 3). Mas el esplendor de la gloria no ha sido engendrado de una vez y luego deja de ser engendrado. ¡Todo lo contrario! Así como la luz emite su resplandor, del mismo modo es engendrado el esplendor de la gloria de Dios. Nuestro Salvador es `Sabiduría de Dios' (1 Cor., 1, 24). Ahora bien, la Sabiduría es `resplandor de la luz eterna' (Sap., 7, 26). Por ser engendrado continuamente, el Salvador

8. physikos, por tanto, no moralmente, sino por participación en el ser del Hijo.dice de sí mismo : `Me concibe antes que todos los montes' (Prov., 8, 25) y no dice : `Me concibió antes que todos los montes'. El Salvador es concebido por Dios constantemente. También a ti te engendra Dios continuamente, si es que tienes el Pneuma de la filiación : en cada una de las obras, en cada uno de los pensamientos. Si eres engendrado de esta manera, luego continuamente eres engendrado como hijo de Dios en Cristo Jesús. A El sea la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén" 9.

9. Orígenes, In Jer. hom., 9, 4.

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UNA SOLA GRACIA

Por la unión hipostática, es decir, por la unión de la naturaleza divina y de la naturaleza (humana en la Persona del Logos, la naturaleza humana recibe en Cristo una plenitud de gracia tan grande, que no cabe pensar mayor. Dios le da el Pneuma sin medida. Por esta razón la santidad del Hombre Jesús es sin medida, tan grande, que no es posible imaginar en una criatura 1. Y esta santidad sin medida, esta gracia de Cristo, El nos la comunica a nosotros de manera que todos nosotros poseemos sólo una gracia. Toda la vida de gracia de la Iglesia es un des-arrollo de la Encarnación. Cristo, dice San Agustín, es "como un solo hombre que se extiende sobre toda la tierra y va creciendo a lo largo de los siglos" 2. En otro lugar recalca que la gracia estuvo vigente desde el principio a través de toda la historia del mundo : "¿Qué cristiano pondría en duda que aquellos justos que agradaron a Dios en épocas pasadas del género humano alcanzaron la resurrección de la vida eterna... por haber sido vivificados en Cristo? Son vivificados en Cristo porque pertenecen al Cuerpo de Cristo, y pertenecen al Cuerpo de Cristo porque Cristo es también Cabeza de ellos. Mas Cristo es también para ellos Cabeza porque no hay más que un solo Mediador para Dios y los hombres, el Hombre Cristo Jesús" 3.

Por consiguiente, en la Historia Universal no existen épocas desprovistas de la gracia de Cristo. Cristo domina toda la historia desde un principio; en El son vivificados aun todos aquellos justos y santos de la prehistoria.

Así es que, en el fondo, no hay más que una sola gracia : la misma gracia que llena al Hombre-Dios y nos llena también a todos nosotros, ya que de El se derrama sobre nosotros. "Dios

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1. La humanidad de Jesús es creación de su divinidad : ! El Creador, su propia criatura !2. In Ps. 118, sereno XVI, 6. 3. De gratia Christi et de peccato originali, II, 31.

quiera que en nuestra Cabeza se nos revele la fuente de la gracia, que de El se vierte sobre cada uno de sus miembros, según la medida de cada cual" 4 [1].

Cristo no es solamente Maestro, Educador, Redentor, Salvador --El es también nuestra Cabeza; no lo es solamente en cuanto Rey, sino como parte de nosotros, como nuestra parte mejor y más íntima, más cerca de nosotros que nosotros mismos. Cristo vive, ama, respira, combate, triunfa y se alegra en nosotros. Es la fuente de todas las gracias, el Mediador único de todas las gracias. Porque su naturaleza humana está unida personalmente con el Logos, su Humanidad posee una plenitud infinita de gracia, mejor dicho: la santidad esencial de la divinidad. A esto hay que añadir toda la plenitud de gracia creada 5 ; esta gracia El no la posee para Sí, sino para sus miembros. "De su plenitud hemos recibido todos nosotros" (Jo., 1, 16). Es por esto por lo que San Pablo llama a Cristo Cabeza de la Ekklesía, de donde dimana la vida; le llama Esposo de la Ekklesía, porque la hace partícipe de su propia vida. San Juan, por su parte, dice de Cristo que es como la vid que transmite la savia a sus sarmientos, le llama la fuente 'de la vida [2].

Del Señor brotan las aguas vivas. Nos acercamos y bebemos, participámos de su vida. El Kyrios, el Señor ensalzado en la gloria del Padre, es la fuente viva; de su costado mana el agua de la gracia [3].

4. De praedestinatione sanctorum, 31.5. Sobre gracia creada y gracia increada, cfr. Fr. Diekamp, Katholische Dogmatik, vol. II, Münster, 1930, pp. 231 s., 274-279; además: K. Rahner, Schrif ten zur Theologie, I, Einsiedeln, 2 1956, pp. 347-375: sobre el concepto escolástico de gracia increada (especialmente p. 349 s.).

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UN SOLO AMOR

AMADO ENTRE LOS AMADOS

La unidad de los fieles es el distintivo de la autenticidad del cristianismo. Allí donde se da esta unidad está la verdadera Iglesia, que en el Credo proclamamos como la Una Sancta Ecclesia. Esta unidad se hace visible en el Agape que une a los fieles entre sí y con Cristo ; este Agape no es otra cosa que el Agape inmanente de Dios. Porque Dios ama a su Hijo, tiene que incluir en su amor a todos aquellos que pertenecen a su Hijo; por eso, ama también a la Ekklesía, Cuerpo de su Hijo.

Si queremos considerar este Misterio de unidad de amor en el Nuevo Testamento en su claridad original y en su frescura primitiva, no necesitamos acudir más que al evangelio de San Juan. Nadie puede expresarlo mejor de lo que lo ha hecho el mismo Señor. Las últimas palabras que pronunció antes de su Pasión giran en torno a esta única realidad, que fue lo que movió al Padre a enviar a su Hijo a este mundo : "Yo les di a conocer tu nombre, y se lo haré conocer, para que el amor con que tú me has amado esté en ellos y yo en ellos" (Jo., 17, 16) [1].

El que está unido con Cristo lo está también con el Padre, porque Cristo y el Padre son una misma cosa. De esta manera la admirable unidad que existe entre el Padre y el Hijo se ex-tiende a los leales de Cristo; el círculo de la unidad y del amor nos engloba también a nosotros [2].

Así como el Padre engendra a su Hijo de lo más íntimo de su

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ser en una inefable felicidad de comunicarse en el amor, y así como el Hijo se entrega al Padre con un amor inefable de Hijo, y así como los dos se infunden mutuamente el hálito de vida que poseen conjuntamente, así también el hombre, en la medida que esto es posible a una criatura, tiene que recibir en sí el amor paterno de Dios y se lo tiene que devolver como Hijo en acción de gracias, alabanza y loor [3].

¡Qué Misterio más admirable! En Dios no hay sólo eternidad, poder, sabiduría, fuerza creativa y majestad, sino también procreación infinita del Agape: ¡el Hijo eterno! Todo el amor del Padre se derrama eternamente sobre el Hijo en la generación; el flujo de Dios vuelve eternamente a la fuente. El Padre es inengendrado; el Hijo es engendrado. Los dos son increados y eternos. ¡Qué abismos de ser divino se nos han revelado por Jesucristo! Así es como comprendemos bien io que se dice : "Dios es Agape" (1 Jo., 4, 16). Esta generación eterna de amor nos ha sido revelada; nosotros, pobres gusanos de la tierra, podemos contemplar ese abismo ; es más, podemos sumergirnos en El; podemos dejarnos arrastrar por esa corriente del Amor eterno, hasta podemos dejarnos penetrar por él; podemos estar presentes cuando el Padre engendra al Hijo y cuan-do el Hijo ama al Padre; hasta podemos entrar en ese movimiento de vida y dejarnos engendrar como hijos e hijas de Dios por la fuerza de Dios Padre en el Hijo [4].

CON AMOR ETERNO

"Nos predestinó en Agape a la adopción de hijos suyos por Jesucristo... para alabanza de la gloria de su gracia con que nos hizo gratos en su amado" (Eph., 1, 5-6).

A todos los que hemos sido adoptados como hijos en su amado Hijo Jesucristo, el Padre nos ha comunicado en El la

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gracia beante. El amor del Padre, aquel mismo amor que ardía desde toda la eternidad, antes de que existiera el mundo, sigue dimanando de su fuente y, a través del Hijo, se derrama en todos los arroyuelos —en todos los fieles—, aunque sean humana-mente débiles y estén cargados de faltas y pecados. A cada uno de ellos está dirigida esta frase del Eterno Padre : "Con amor eterno te amé ; por eso, te he atraído a Mí en mi misericordia" 1.

1. Jer., 31, 3, según laVulgata.

Dios no hace distinciones; en su Hijo ama a todos y a cada uno, aun al más pequeño. Ante El, todos están como el único Hijo y El los ama infinitamente, porque su amor al Hijo es infinito. Naturalmente, también dentro del Agape de Dios se dan grados y gradas, pero son accidentales en comparación de la gran unidad del amor que abarca a todos. Dios no puede excluir de su amor a ninguno que esté en Cristo, porque de otra manera excluiría a Cristo.

Dios no puede separar lo que El mismo ha unido, y como a Cristo ha de amarlo "hasta el fin", con Cristo y en Cristo tiene que amar también a todos los que están unidos con su amado Hijo. Esto lo expuso muy bellamente San Agustín en su Comentario al Evangelio de San Juan : "Dios no puede dejar de amar a los miembros de su Hijo, puesto que ama a su Hijo, y no tiene otro motivo para amar a sus miembros, sino el amarle a El. El ama a su Hijo por su divinidad, porque le engendró igual a Sí mismo. Pero le ama también en su humanidad, porque la PALABRA engendrada se hizo hombre, y por razón de esta PA-LABRA le resulta cara la carne de la PALABRA. En cuanto a nosotros, nos ama porque somos miembros de su Bienamado; nos amó antes de que fuéramos sus miembros, para que pudiéramos serlo.

El amor con que ama Dios es incomprensible e inmutable. No

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empezó a amarnos el día en que la Sangre de su Hijo nos reconcilió con El, sino que ya nos amaba antes de que existiera el mundo. Mucho antes de que existiéramos, nos amó ya, para hacer de nosotros sus hijos juntamente con su Unigénito... Y si Dios no odia nada de lo que El mismo creó, ¿quién podría expresar suficientemente lo mucho que El ama a los miembros de su único Hijo, y aún más a este su mismo Hijo único? 2.

Así pues, el amor con que el Padre ama a su propio Hijo

2. San Agustín, In Jo. tract., 110, 5 s.

está también en nosotros, y lo está, porque somos los miembros de .su Hijo, porque estamos en este Hijo. Somos amados en el Hijo, porque el Hijo es amado todo El —Cabeza y Cuerpo [5].

PLENITUD DE AMOR

Nosotros mismos estamos fundados en el Agape, es decir, en el amor eterno de Dios, por Cristo, que derramó su Sangre por nosotros. Nos es dado contemplar la plenitud infinita de este Agape, el plan redentor de Dios, que todo lo abarca : lar-gura, anchura, altura y profundidad. Este Agape está por encima de todo conocimiento, porque no se le puede conocer plenamente; está también por encima de toda gnosis, porque lo definitivo no es conocimiento, sino amor; y solamente el amor puede proporciónarnos la verdadera gnosis 3. Gracias al Agape hemos sido liberados de nuestras estrecheces, mezquindades y frivolidades, y hemos sido introducidos en la plenitud de Dios y nosotros mismos hemos sido dilatados hasta la plenitud; es más, hemos sido colmados y perfeccionados en Dios [6].

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UNUS CHRISTUS AMANS SEIPSUM

No fuimos nosotros los que primero tuvimos el Agape ; fue del Padre la iniciativa. "En eso está la caridad, no en que nos-otros hayamos amado a Dios, sino en que El nos amó y envió a su Hijo, víctima expiatoria de nuestros pecados" (1 Jo., 4, 10). El Padre tuvo ,que enviar primeramente al Hijo, para que hiciera expedito el camino para el Agape. Ahora bien, cuando el

3. Al comparar aquí el Agape y la Gnosis, O. Casel se refiere a la gnosis falsa y a la imperfecta. Para él, la santa Gnosis, en el sentido de San Pablo y de losi Santos Padres, es "a la vez, unión de amor con el Señor", pues "conocer" equivale a "ser una misma cosa" (cuarta plática de Ejercicios del año 1933).

Agape sale del Padre, todos deben abrir sus corazones, para que cada cual reciba en la medida de su capacidad.

Nuestro Agape es correspondencia al Agape del Padre, que nos envió a su Hijo. Nuestra primera respuesta es la fe en Jesús como el Cristo, es decir, como el Hijo de Dios, Agape encarnado del Padre. Pero todo el que ama al Engendrador y al Engendrado, ama también, como enseña San Juan 4, a los hijos de Dios que están unidos a El.

Esta idea San Agustín la desarrolla así en su Comentario a la Primera Epístola de San Juan : "El (San Juan), que poco antes mencionó al Hijo de Dios, menciona ahora a los hijos de Dios, porque los hijos de Dios son el Cuerpo del Hijo Unico de Dios, ya que El es la Cabeza y nosotros los miembros. No existe, pues, más que un solo Hijo de Dios. Por consiguiente, aquel que ama a los hijos de Dios ama al Hijo de Dios y el que ama al Hijo de Dios ama al Padre. Y nadie puede amar al Padre si no ama al Hijo. Pero el que ama al Hijo, ama también a los hijos de Dios. ¿Quiénes son estos hijos de Dios? Los miembros del Hijo de Dios. Y cuando ama, él mismo se hace miembro. El amor le hace entrar en la unidad del Cuerpo, y no habrá en adelante más

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que un solo Cristo que se ama a Sí mismo 5. Si, efectivamente, los miembros se aman los unos a los otros, entonces es el Cuerpo '(es decir, Cristo) el que a Sí mismo se ama" 6.

¡Qué unidad más perfecta ve aquí San Agustín! ¡El único Cristo que se ama a Sí mismo! Todo amor fraterno es amor verdadero de Cristo. El único amor de Cristo —el Agape del Padre— pasa a través de todos y abarca a todos. Pero, por eso mismo, es tanto más temible el separarse de este amor. Debemos convencernos de que toda falta contra el Agape, toda dureza de corazón contra el hermano, es un pecado contra el mismo Hijo de Dios.

Toda la doctrina de San Agustín se condensa en esta frase :

4. Cfr. 1 Jo., 5, 1 ss.5. Et erit unus Christus amans seipsum. 6 In Epist. Jo., 10, 3.

"Unus Christus amans seipsum —el único Cristo que se ama a Sí mismo". Todos estamos unidos en el único Cristo, y cuan-do Cristo ama a la Iglesia y todo lo hace por ella, se está amando a Sí mismo, como Hijo que es del Padre, y está amando al Padre. Así pues, todo el ciclo y toda la corriente del Agape se encierra en el único Cristo. Para el cristiano no hay nada más que Cristo. El es el contenido y la cima de su vida. El amor de Dios, el amor de los cristianos entre sí, toda la plenitud del amor —todo ello está contenido en la plenitud de Cristo. Fuera de la palabra : Cristo, no queda nada. Toda la corriente de amor que de Dios desciende sobre el hombre, todo lo que acontece a lo largo de todos los siglos en cada alma, en el mundo entero, en toda la Ekklesía : todo está contenido en el Cristo pneumático —en Cristo y en su Ekklesía. Es la sola vida divina que ha sido comunicada al mundo en Cristo. Esta vida es, a la vez, inmanente y universal; es al mismo tiempo lo más íntimo que tenemos y, a

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la vez, es ilimitada, universal como Dios mismo. "Unus Christus amans seipsum —El único Cristo que se ama a Sí mismo" [7].

EL TRASUNTO DEL AGAPE DIVINO

La Santa Comunión de la Iglesia nos indica nuestro verdadero puesto en el plan de Dios; hace que nos olvidemos de nos-otros mismos, para que se realice el plan redentor de Dios. Nos enseña el Agape. Ahora bien, sólo el Agape permite al hombre encontrar su perfección; sin la comunidad no puede llegar a ser él mismo una personalidad verdadera. El Dios único se "despliega" en tres Personas en el momento en que la esencia divina se comunica. El Padre es Persona, engendrando al Hijo; El Hijo es Persona, recibiendo todo del Padre y devolviéndoselo; y el mutuo hálito de amor es Persona del Santo Pneuma 7. En el hom-

7. La expresión "desplegarse" tiene aquí el mismo sentido que tiene en teología dogmática la palabra más corriente "proceder". Este "será" no se debe comprender en el sentido de fieri; únicamente significa la relación.

bre, la personalidad plena surge asimismo por la entrega del Agape. El hombre no adquiere una personalidad perfecta y madura hasta que no se entrega a la esposa; la mujer, por su parte, llega a la sazón de la feminidad completa, cuando se entrega al principio superior del hombre. Del mismo modo, la Ekklesía y cada una de las almas llegan a su madurez plena, cuando renuncian a su yo y se entregan al principio perfecto de Cristo.

Por obra del Agape, de la comunidad nace una realidad nueva, de un orden superior. Ya en el orden natural la comunidad no es la suma de individuos sino algo superior, algo que subsiste por sí solo y que está por encima de los individuos. Es precisamente en la esfera de Dios donde la

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comunidad empieza a ser algo santo, algo divino. "Donde están dos o tres congregados en mi nombre allí estoy yo en medio de ellos" (Mat., 18, 20). De unos individuos fortuitamente reunidos, el Pneuma de Dios forma un todo nuevo. Por eso, la Sagrada Escritura tiene motivos para describir la Ekklesía como una realidad divina que desciende del cielo a la tierra. No se forma en la tierra por la agregación de los fieles, sino que la edifica Dios en lo alto y desciende desde arriba hasta nosotros, como una Esposa perfecta. "Vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén que descendía del cielo, del lado de Dios, ataviada como una esposa que se engalana para su esposo" (Apoc., 21, 2).

Esta imagen admirable, esta visión celeste, es ya una realidad en medio de nosotros. Somos nosotros mismos esa Ekklesía, esa esposa. Toda "alma eclesial" es verdaderamente la Esposa; toda comunidad eclesial es la encarnación de la Esposa que en su totalidad habita en todo el orbe : Ecclesia per orbem di f f usa! —¡La Ekklesía difundida por todo el orbe! 8. ¡Qué idea más

8 Esta expresión aparece con frecuencia en la literatura cristiana antigua; cfr. por ejemplo, Optato Milevitano, Lib I, 26; II, 1. 2. 9. 42. Cuando San Fructuoso va camino del martirio y los hermanos le ruegan que interponga su intercesión en favor de ellos, les contesta: "Yo tengo que llevar en mi corazón a toda la Ekklesía católica, que se extiende de Oriente a Occidente" (Ruinart, Acta Mart., 266). Cfr. también la primera de las Oraciones Solemnes del Viernes Santo.

sublime el que nosotros, ya desde ahora, seamos miembros de la Esposa que el Señor ama tan tiernamente y por quien derramó su Sangre y a la cual con su beso pneumático llena continuamente de su energía y ha convertido en centro del mundo! Aunque el mundo la desprecie y la persiga —ella es la única amada del único Rey verdadero, es su Cuerpo, su Esposa, su creacion, su única propiedad y toda su propiedad.

"Vosotros sois el Cuerpo de Cristo -y cada uno una parte" (1 Cor., 12, 27). El Cuerpo de Cristo no es una masa inerte, un

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agregado, un conglomerado fortuito, un montón de granos de arena; no, el Cuerpo de Cristo es una maravilla del arte divino, donde cada cual tiene su puesto, su hermosura, su :función, su valor particular. El Señor, desde toda la eternidad, llamó a cada una de las almas a su puesto en la edificación de la Ekklesía. A cada una le ha dicho : "Te amé con amor eterno" (Jer., 31, 3). Con cada una de ellas ha prodigado su sabiduría. Cuanto más perfecto y más hermoso sea el miembro, tanto más hermoso será el conjunto. También aquí se nos revela, una vez más, el Agape. Si todos los miembros fueran iguales, no podrían emularse mutuamente. En cambio, cada miembro tiene algo que le es propio en exclusividad, pero le faltan otras cosas. Por eso, los miembros pueden ayudarse mutuamente, darse, completarse. ¡Todo por amor! Cada uno de los miembros existe por sí solo y, sin embargo, está ligado con los demás por mil trabazones. Lo que él mismo hace, sirve también a los demás, y, viceversa, el recibe de los demás.

Dios ha ordenado así las cosas, para que la Iglesia sea un trasunto de su Agape. Por esta razón ella recibe también el título honorífico: ¡Agape —Alianza de amor! 9

9. Cfr. la frase de San Ambrosio : "Ella misma (la Ekklesía) se ha convertido en Agape; al amar a Dios, ha recibido el Nombre de Dios" (In Ps. 118, Sermo 19, 20 s.).

Para nosotros, la Ekklesía se hace visible en nuestra comunidad eclesial. Es allí donde nosotros vemos ante nuestros ojos el Cuerpo de Cristo en nuestros hermanos en Cristo. Los mil detalles de la vida cotidiana, con todos sus sacrificios, servicios, soportando los pequeños alfilerazos, pero también con todos los goces de un amor desinteresado —todo ello no es otra cosa que el Agape de la Ekklesía, su servicio al Esposo. Si nosotros realizamos también todos los días la Santa Ekklesía con fe y humilde paciencia, un día ella nos saldrá al encuentro como Esposa del Cordero, admirablemente engalanada 10 y nos introducirá en el Agape

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eterno junto a Cristo [8].

EN EL FOCO DEL AMOR DIVINO

Dios mira a nuestra pobreza con ojos de amor y "contempla" en cierto modo su propia bondad en nosotros ; pues su amor —lo mismo que su Palabra— es eficaz. ¿No va a prender el fuego en nosotros, cuando sobre nosotros se enfocan semejantes rayos? Porque cada uno de nosotros se encuentra, como toda la Iglesia, en el centro mismo del foco del amor divino [9].

LA NUEVA FUERZA DEL AMOR

Del vivir en Cristo resulta el padecer con Cristo, pero también el amar con Cristo : "Testigo me es Dios", dice el Apóstol, "de cuánto os amo a todos en las entrañas de Cristo Jesús" (Phil., 1, 8).

Con estas palabras no se dice que Pablo mismo no amara ya, sino que su amor está tan identificado con el amor de Cristo,

10. Las dos inscripciones paleocristianas que hemos copiado en las pp. 211 s., demuestran hasta qué punto estaban penetrados los antiguos cristianos de la idea de que en la otra vida, la Iglesia sale a recibir a sus hijos.

que —continuando el pensamiento de aquella otra frase : "Ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí" (Gál., 2, 20)— podría decir de sí mismo : Ya no amo yo en cuanto yo, es Cristo quien ama en mi 11.

El Agape, el amor eterno de Dios, desciende de arriba sobre el hombre. El hombre es aferrado por el Agape y por medio de él recibe una nueva energía de amor. Ahora puede .devolver a Dios su propio amor, el amor divino. Libre

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correspondencia al Agape : ése es el sacrificio a Dios propiamente dicho. Es éste el sacrificio que El espera : " Dame, hijo mío, tu corazón ! " (Prov., 23, 26); es decir : ¡Devuélveme mi Agape, que ahora ya es tu Agape, sírveme con mi amor! ¿No es algo grande y admirable que Dios, en su libre Agape, nos preste un don que nosotros podamos devolverle? [10].

11. Sobre esto, véase San Juan Crisóstomo, Comment. in Phil., 3, 1: (Nuestro parentesco en Cristo) "nos da un corazón encendido y enardecido por el amor; un corazón así da el Señor a sus siervos. `En este corazón', dice el Apóstol (Phil., 1, 8); como si dijera: No os amo con mi corazón natural, sino con un corazón que late con más calor, con el corazón de Cristo". Sobre todo este punto, cfr. también E. Walter, Wesen und Macht der Liebe. Beitriige zu einer Theologie der Liebe, Friburgo, 1955.

UN SOLO SACRIFICIO

El Sacrificio del Cuerpo, el Sacrificio de la Iglesia, pertenece al Sacrificio de Cristo. Cristo y la Iglesia se ofrecen al Padre como el único Cristo.

El perfecto amor de Dios se convierte, en la mujer, en amor de esposa; en el hombre, en ansia de martirio. Las dos llamas se compaginan, las dos reciben como premio el ciento por uno. El alma del hombre se convierte también en esposa pneumática y el alma de la mujer en mártir. Los dos forman el núcleo de la Ekklesía, de la Mártir virginal y de la Esposa que da testimonio con su vida, entera y plenamente vivificada por el Pneuma de Cristo. La Ekklesía es el eterno holocaustum, perpetuo holocausto que, juntamente con el Eterno y Sumo Sacerdote, se consume por Dios en eterno amor y es eternamente feliz en el amor de Dios, glorifica a Dios y es ensalzado por El.

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"Resulta claro, dice San Agustín 1. que toda la ciudad redimida, en otros términos, la congregación y sociedad de los santos, ofrece a Dios su sacrificio universal por ministerio del Gran Sacerdote. Este se ofreció a sí mismo en su pasión por nosotros, a fin de que nosotros fuéramos el Cuerpo de esta Cabeza... Este es el sacrificio de los cristianos : muchos un solo Cuerpo en Cristo 2. Este misterio, la Ekklesía también lo celebra asiduamente en el Misterio de altar, conocido de los fieles, donde se le muestra que en la oblación que hace se ofrece a sí misma" [2].

Por consiguiente, la Comunión de todos los Santos es el Sacrificio universal que se ofrece a Dios por medio de Cristo, Sumo Sacerdote. Primero se ofreció la Cabeza, para que luego pudiera unírsele el Cuerpo. Gracias a su Sacrificio, también nosotros po-

1. De civit. Dei, X, 6 (BAC, 171-172, Madrid, 1958, pp. 642-643). 2 Cfr. 1 Cor., 10, 17.

demos ofrecer sacrificio ; en la Eucaristía nosotros ofrecemos en unión con Cristo, quien presenta al Padre su naturaleza humana —y en ella a todos nosotros. Este Sacrificio de la Ekklesía, la Eucaristía, es la diaria representación sacramental del Sacrificio de Cristo, que incluye el sacrificio de todos sus miembros. En ella, la Ekklesía se ofrece a sí misma por Cristo y en Cristo. No se ofrece por sus propios medios ni a su modo, sino por medio del Señor; pero, precisamente por eso, se ofrece en todo su ser, porque vierte todo su ser en el ser del Señor, es decir, en el Cuerpo inmolado y glorificado. Ahora ella misma es también, junta-mente con El, víctima y sacerdote, a la vez ; pero, no lo es por sí misma, sino por El [3].

La fe nos muestra el camino del altar. Los Misterios nos brin-dan el símbolo eficaz, nos ofrecen la puerta de lo alto ; pero nos-otros mismos debemos desangrarnos sobre el altar por

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la fuerza de la fe y de los Misterios. La muerte mística, es decir, la muerte de Cristo 'en los Sacramentos de la Iglesia, tiene que convertirse en una muerte real, en un morir con el Señor en la vida diaria. El que no muera verdadera y realmente con el Señor, Ino puede resucitar con El. Ningún cristiano queda dispensado de esta clase de martirio. ¿Qué le aprovecha a uno llevar su ofrenda al altar, es decir, a sí mismo, si allí :no se deja transformar, antes se retira en el momento decisivo? No, el sacrificio tiene que desangrarse y quemarse en el altar, si ha de subir hasta Dios. Todos los cristianos tienen que recorrer el mismo camino sacrificial que recorrió el Señor. Al Cristo celeste no llega nadie que 'no haya pasado por el Cristo terreno. Tenemos que recorrer con el Señor su camino sacrificial. Veni, sequere me! —¡Ven, sígueme! 3.

La vida de todo cristiano es, pues, un ofertorio, pero un ofertorio con el Señor. La fuerza de Cristo glorificado está en nos-otros y con esta fuerza recorremos el camino del sacrificio que recorrió el Cristo terreno. Este camino lleva nuevamente a una unión cada vez mayor con el Señor en su glorificación, hasta que

3. Cfr. Jo., 21, 19.

la muerte haya sido absorbida por el triunfo, hasta que todos los miembros se hayan unido y congregado con su Cabeza glorificada [4].

Jesús es el Sumo y Eterno Sacerdote, desde que en la cruz se ofreció al Padre y fue ensalzado a la dignidad de Kyrios por Dios Padre. El Sacrificio fue la Pasión; la Resurrección fue la aceptación del Sacrificio y, por consiguiente, la ordenación sacerdotal de Cristo. El cristiano que en su Bautismo muere con Cristo y en la Confirmación recibe su Pneuma, participa del Sacerdocio de Cristo; debería ofrecer

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por medio de Cristo sacrificios que sean agradables a Dios: sacrificios pneumáticos.

El signo sacramental de esta realidad es el Misterio de la Misa. En ella la Ekklesía hace nuevamente presente la Muerte sacrificial de Cristo y aprende con El a ofrecerse a sí misma. Pero, el acto de amor más grande que hizo Cristo no debe encontrar eco e imitación sólo en el rito, sino también en toda la vida del cristiano. "Recordando su bienaventurada Pasión, su Resurrección de los infiernos y su gloriosa Ascensión", Te ofrecemos un Sacrificio puro 4, nos ofrecemos a nosotros mismos como miembros puros del Sumo Sacerdote inmolado y resucita-do, purificados por la participación en su Muerte, consagrados por la participación en su Resurrección, transformados en ofrenda eterna de amor por la participación en su exaltación a la diestra del Padre eterno y amoroso [5]. Participamos para siempre en la obra de amor de Dios, participamos en el único Sacrificio eterno, que es una continuada respuesta al Agape del Padre y es eterno como este Agape [6].

4. Cfr. la oración del Canon : Unde et memores.

UNA SOLA ORACIÓN

Según la Escritura y los Padres, propiamente el que ora en nosotros es Cristo, el Logos humanado, el Hombre Jesucristo ascendido a Pneuma. El, Señor de la Iglesia, que llena cielos y tierra y vivifica a toda la Iglesia, de quien se dice : "El mismo que bajó es el que subió... para llenarlo todo" (Eph., 4, 10) —El es el gran Orante ante el Padre ; nosotros oramos sólo por El y con El; por eso, nuestra oración es verdaderamente santa y divina. Tomamos parte en el "diálogo" que sostiene el Hijo con el Padre y cuyo tema es la gloria de Dios y nuestra salvación. Porque Cristo es el que glorifica al Padre ; El es nuestro Salvador y Sumo Sacerdote,

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El, el "Mediador entre Dios y los hombres, el Hombre Cristo Jesús" (1 Tim., 2, 5) [1].

De esta suerte, la oración de Cristo se convierte en oración nuestra, y nuestra oración es oración de Cristo, con tal de que no nos separemos de El y permanezcamos en la unidad del Pneuma que hemos recibido de la Cabeza.

Entre los Padres, es especialmente San Agustín el que nos puede introducir en el Misterio de la oración cristiana. A la frase del salmo : "Las palabras de mis pecados" (Ps. 21, 2), ad-vierte el santo Obispo : "¿Por qué habla así El —Cristo—, a no ser porque nosotros estamos en El, y porque la Ekklesía es el Cuerpo de Cristo?... ¿Por qué dice El: `Las palabras de mis pecados?' No por otra cosa, sino porque ora por nuestros peca-dos y nuestros pecados El los ha hecho suyos, para hacer nuestra su justicia" 1. "¿Por qué pides, Señor, el perdón de nuestros pecados? ¿Por qué oras de este modo? ¿Qué pecados tienes que expiar Tú? El contesta: `Cada vez que un miembro mío ora de esta manera, soy yo quien ora así'. ¿No está escrito: `Lo que hiciereis a uno de mis pequeñuelos a mí me lo hacéis'?" 2.

1. In Ps. 21, II, 3. 2. Cfr. Mt., 25, 40; San Agustín, In Ps. 140, 7.

Ante una condescendencia tan grande, ¿podemos obstinar-nos nosotros en nuestra soberbia? ¿Cómo podemos afirmar que estamos sin miseria ni pecado, cuando el mismo Cristo confiesa nuestras culpas en nuestro lugar? En otra ocasión, San Agustín comenta la frase del salmo : "Quiero cantar misericordia y justicia" (Ps. 100, 1) : "Lo canta Cristo. Si El es sólo la Cabeza, entonces este canto viene del Señor y no se refiere a nosotros. Pero si es el Cristo total, es decir, Cabeza y Cuerpo, ¡entonces sea en medio de sus miembros! Si te adhieres a El por la fe, la esperanza y la caridad, 'entonces tú cantas con El y exultas en El. El mismo se aflige en ti, padece

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sed en ti, está triste dentro de ti. El muere todavía dentro de ti y tú has resucitado ya en El... Por consiguiente, hermanos míos, es Cristo el que canta, y ya sabéis vosotros cómo canta... Cristo, el Señor, es el Logos de Dios, por quien fueron creadas todas las cosas. Este Logos se hizo carne por salvarnos y ha habitado entre nosotros... El es la Cabeza de la Ekklesía, y tiene un cuerpo y tiene miembros. ¡Busca sus miembros! Ahora gimen sobre la tierra, más tarde gozarán con la corona de la justicia... Cantemos, pues, ahora en la esperanza, congregados todos en la unidad. Revestidos de Cristo, todos somos Cristo con nuestra Cabeza... Está claro que nosotros pertenecemos a Cristo y que, siendo sus miembros y su Cuerpo, formamos con nuestra Cabeza un solo hombre. Pidamos, pues : `Quiero cantar misericordia y justicia, Señor' " 3.

La palabra de la Escritura sirve para expresar muestra oración más íntima, pero expresa también la vida y la oración católica de toda la Ekklesía. No debemos hacer diferencias entre oración privada y oración litúrgica. En el fondo, las dos son una misma oración, cuando se hacen en Cristo. Es el mismo Cristo el que ora en cada uno de nosotros y en todos nosotros 4.

3. In Ps. 100, 3.4. La oración litúrgica propiamente dicha es la oración oficial de la Iglesia, la oración que ella ora en unión con su Cabeza y como Cuerpo de Cristo, y cuyo contenido es el entero plan divino de Redención. Pero el que ora en particular no puede desligarse de la comunión con el gran Cuerpo de Cristo, si es que quiere orar de verdad. Sobre esto, cfr. la encíclica Mediator Dei : "La oración litúrgica, como oración pública de la excelsa Esposa de Jesucristo, goza de una dignidad mayor que la oración privada. Pero esta dignidad mayor no arguye discrepancia o contradicción entre estas dos clases de oración. Como las dos están animadas por un mismo Espíritu, se funden en una unidad armónica..." Sobre este tema véase, entre otros, Abtei von .Hl. Kreuz, Herbstbrief 1952 y 1957.

"Desde el cabo de la tierra clamo a Ti" (Ps. 60, 3). "¿Quién es el que clama desde el cabo de la tierra?", se pregunta San Agustín. "¿Quién es este único hombre que se dilata hasta

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los confines del orbe?" 5.

La respuesta la da él en su explicación del Salmo 54: "Es el único, el que es la unidad; El es el Unico y no en un sólo lugar, sino que llega hasta los confines de la tierra. Clama éste que es Unico. ¿Y cómo podría clamar desde los confines de la tierra, si no fuera el Unico que está en muchos?" 6.

San Agustín contempla siempre a la Santa Iglesia con su Cabeza, como un solo hombre que se extiende por todo el mundo y ora al Padre y "va creciendo en el decurso de los siglos" 7.

La oración del Cuerpo de Cristo, del Cristo total, sube a Dios ininterrumpidamente. En este sentido, San Agustín aplica también a Cristo pneumático el Salmo 101, 3: "Cuando Te invoco, en cualquier aflicción en que esté, inclina tus oídos a mí". Cristo se expresa de este modo "en cuanto que es la unidad del Cuerpo. Si sufre un miembro, todos los miembros padecen"8'. Tú estás 'hoy en aflicción —nos dice—, "soy yo el que la padezco. Mañana estará otro en aflicción : Soy yo el que la padezco. Después de esta generación vendrán otras y más tarde otras, y también ellas estarán en aflicción : Soy yo el que estoy en

5. San Agustín, In Ps. 122, 2.6. ln Ps. 54, 17.7. In Ps. 118, Sermo 16, 6.8. Cfr. 1 Cor., 12, 26.

aflicción. El que está en mi Cuerpo estará en aflicción hasta el fin de los tiempos : Seré yo el que estará en aflicción" 9.

Estas palabras son consoladoras para nosotros. Nos encontramos en una gran comunidad que ora en Cristo y clama a Dios por ayuda. La cristiandad entera, a través de los

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tiempos y a través del espacio, es un solo orante, que no cesa jamás de orar. Esta es verdaderamente la visión católica de la Historia Universal, tal como nos la brinda la Iglesia en su Liturgia. En ella la Ekklesía aparece como la gran multitud de todos los San-tos que han sido desde el principio y que oran como un solo Cuerpo. Allí donde ora un cristiano —ya puede ser el más solitario—, ora como miembro de Cristo y en la gran comunión del Cuerpo de Cristo.

A esta oración de la comunidad San Agustín la llama "can-tica graduum —cánticos de subida" 10, cantos graduales con que la comunidad va subiendo poco a poco hasta Dios. Toda la comunidad es un gran cantator, un único cantor —Cristo—, que en estas oraciones se eleva hasta Dios, hasta la eternidad: " ¡Suba este cantor, suba este único hombre ! ¡Que se sacrifique cantan-do, pero de suerte que todos los corazones tomen parte en ese canto y cada uno de nosotros sea ese hombre ! Aun cuando lo cantéis vosotros —todos y cada uno de vosotros— ...a pesar de todo, seguirá siendo un solo hombre el que canta. No decimos : A Ti, Señor, hemos alzado ¡nuestros ojos, sino : A Ti, Señor, he alzado mis ojos. Debéis pensar, efectivamente, que habla cada uno de vosotros, pero que, sobre todo, habla ese hombre único que se extiende sobre todo el orbe" 11, y, añadimos nos-otros, a todos los tiempos.

Aunque hablemos en singular, hablamos en la gran comunión del único Cristo que está orando ante el Padre. Aquí tenemos, además, el argumento más fuerte en favor del canto unísono de la Iglesia, tal como se practica en el canto gregoriano

9. In Ps. 101, 3. 10. In Ps. 119, 1. 11. In Ps. 122, 2.

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litúrgico. Allí donde ora y canta el único Cristo, no puede haber muchas voces, no puede haber más que una sola voz. "Hay que extrañarse de que sea una única voz, siendo como son una sola carne?... ¡Escuchemos a la Cabeza como Cabeza y al Cuerpo como Cuerpo ! No es que separemos las personas ; pero debemos distinguir sus dignidades. La Cabeza salva, el Cuerpo es salvado... ¡Pero no hay más que una sola voz ! 12

12. San Agustín, In Ps. 37, 6.

UNA SOLA PASIÓN

La plenitud de la Pasión de Cristo

Del mismo modo que (el Señor continúa y prolonga su oración en la Ekklesía, continúa también su Pasión en ella. La Pasión no cesará hasta el fin de los tiempos; allí donde padece un cristiano, corre la Sangre de Cristo. Esto se verifica de un modo eminente en el caso de los Mártires; pero también es verdad a propósito de todo cristiano verdadero. Los sufrimientos que toman sobre sí los miembros se convierten en sufrimientos de Cristo y siguen siéndolo; constituyen la extensión y el desarrollo universal de la Pasión de Cristo. En este sentido, San Agustín aplica al Cristo pneumático aquel pasaje del Salmo : Todos vosotros me matáis 1 : "La Cabeza del Cuerpo y los miembros del Cuerpo son dos en una sola carne, en una sola voz, en una sola Pasión —y cuando cese la malicia—, en un solo reposo. Los sufrimientos de Cristo no están solamente en Cristo, o mejor : están solamente en Cristo. Cuando en Cristo ves la Cabeza y el Cuerpo, entonces la Pasión de Cristo es solamente en Cristo. Cuando en Cristo ves solamente la Cabeza, entonces la Pasión de Cristo no está solamente en Cristo, en el Logos

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humanado... Cuando tú sufres algo por parte de aquellos que no son miembros de 'Cristo, eso faltaba a la Pasión de Cristo. Eso le será agregado, porque faltaba todavía, y tú colmas la medida. No la rebasarás; sufrirás justamente lo que hay que verter sobre la Pasión total de Cristo, que padeció como Cabeza y aún sigue padeciendo en sus miembros, es decir, en nosotros. A este tesoro común nosotros aportamos —cada cual según sus fuerzas—nuestra parte... La medida de la Pasión 2 será colmada cuando se cumpla el tiempo3

1 Cfr. Ps. 61, 4.2 En latín Pariatoria plenaria; pariataria = pariatio = compensación, satisfacción completa.3. San Agustín, In Ps. 61, 4.

Según esto, el sufrimiento no es para el cristiano algo fortuito, algo que podría faltar, sino que es tarea propia de su vocación. Cada uno debe aportar su parte, para que el gran cáliz de la Pasión de Cristo total se vea 'colmada.

San Pablo, en la Epístola a los Colosenses, expone cómo los sufrimientos que toca a cada cristiano soportar son sufrimientcs de la comunidad: "Me alegro de mis padecimientos por vos-otros y suplo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo por su Cuerpo, que es la Ekklesía" (Col., 1, 24). Así es que a cada uno de los miembros del Cuerpo de Cristo se le ha señalado una medida determinada de sufrimientos que debe alcanzar, para contribuir de ese modo a que los padecimientos de todo el Cuerpo de Cristo queden repartidos. Sólo así será cada cual un miembro perfecto en el Cuerpo de Cristo. Respecto de estos padecimientos de Cristo dice así San Juan Crisóstomo : "De la misma manera que los Apóstoles realizaron milagros mayores que Cristo —pues dice El: `El que cree en Mí, ése !hará cosas mayores que éstas' 4—, pero todo se atribuye a Cristo que obraba en ellos, así también padecieron más que El. Pero todo ello se debe atribuir también a Aquel que los

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consolaba y los preparó para que pudieran sobrellevar con corazón fuerte el mal que irrumpió sobre ellos" 5.

Los padecimientos de los discípulos son padecimientos de Cristo, porque es Cristo quien da la fuerza para el sufrimiento. En los padecimientos de los miembros se manifiesta la Pasión de la Cabeza. Es una idea misteriosa el que la plenitud de la Pasión de Cristo se revele en los padecimientos de los fieles. Por ellos se (hace visible lo que padeció Cristo ; hasta tanto, que a veces, a juzgar por la apariencia externa, es como si los padecimientos de los miembros fueran superiores a los de la Cabeza. La verdad es que en la única Pasión del Señor estaban contenidos todos los sufrimientos de la Ekklesía. Así es que, aun en la

4. Cfr. Jo., 14, 12.5. San Juan Crisóstomo, In Epist. 2 ad Cor. hom., 1, 3.

Pasión, la Ekklesía es la "plenitud" del Señor, pues despliega ella lo que está oculto en Cristo. Este hecho místico es el que determina el verdadero sentido de la Historia de la Iglesia. Esta no consiste tanto en las luchas 'históricas de este mundo, cuanto en los padecimientos de Cristo, por medio de los cuales la Es-posa sale al encuentro de la Parusía de su Señor.

El pensar que Cristo padece en nosotros es lo que da al sufrimiento su sentido y su fuerza de santificación, y es para el cristiano una fuente de inagotables consuelos. Sepa, pues, que los padecimientos de Cristo no son más que camino para la vida de Cristo : "Llevamos siempre en el cuerpo la mortificación de Jesús, para que la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo" (2 Cor., 4, 10) [1].

Signo de predestinación

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Así como Cristo entró en la gloria a través de tribulaciones, mortales angustias y acerbísima muerte, así también todo el Cuerpo tiene que pasar por las mismas penas. Ya que la tribulación pertenece a la misma esencia de la vida de Cristo y del cristianismo. Que el Señor pasó a la gloria a través de la Cruz, Io sabemos de su misma boca: "¿No era preciso que el Mesías padeciese esto y entrase en su gloria?" (Lc., 24, 26). San Pablo escribe a los Tesalonicenses : "Nadie se inquiete por estas tribulaciones. Bien sabéis que para eso estamos" (1 Thes., 3, 3).

Para la Ekklesía y sus miembros, estas tribulaciones son tribulaciones de Cristo, es decir, participación en la Pasión de su Cabeza. En la Epístola a los Romanos, San Pablo describe la magnífica cadena de bienes que se derivan de las tribulaciones : "Nos gloriamos hasta en las tribulaciones, sabedores de que la tribulación produce la paciencia; la paciencia, una virtud pro-bada, y la virtud probada, la esperanza. Y la esperanza no que-dará confundida, pues el Agape de Dios se ha derramado en nuestros corazones por virtud del Santo Pneuma" (Rom., 5,3-5). Donde están el Agape y el Pneuma, allí está la Doxa, la gloria luminosa y eterna de Dios. Así pues, la tribulación es la señal indefectible de nuestra predestinación y de nuestra futura glorificación, si es que la llevamos con fortaleza de ánimo, pa-ciencia y esperanza [2].

UNA SOLA MUERTE

Commori cum Christo

Tenemos un gran consuelo : No morimos solos. Solo no muere más que el ateo, el pecador. De él se dice en el salmo : "Mors peccatorum pessima — la muerte de los pecadores es horrible" (Ps. 33, 22). No hay nada más terrible que la

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muerte de los impíos ; la misma vida de los impíos es ya muerte, un estar muerto. Están en verdad solos, solos con su miserable yo —con su desesperación. Uno solo está con ellos : Satanás, que los arrastra a su desesperación y los precipita en soledad y abandono eternos. El cristiano, en cambio, no está solo. El amor de Cristo está siempre junto a él, le asiste en todo cuanto le ocurre, aun en su commori cum Christo, en su morir con Cristo. Por lo demás, su muerte es sólo un morir con Cristo, un entrar en su muerte, y el amor hace que esta muerte resulte dulce. Se llama commori cum Christo, porque es Cristo quien lleva todo el peso de la muerte; a nosotros no nos toca más que apoyar un poco. Porque Cristo murió por nosotros. "Pro omnibus mortuus est Christus —Cristo murió por todos" (2 Cor., 5, 15). Mas nosotros somos como niños que queremos aligerar un poco la carga del padre. Pero, en realidad, es el padre el que lleva aun la carga de los hijos [1].

Ultimo holocausto

Dios no está ausente, ni siquiera del lado sombrío de la penitencia, del sufrimiento, de la muerte. Al contrario, el Agape de Dios brilla también victoriosamente por entre estas nubes sombrías, ilumina aun la muerte del justo. Esta muerte no tiene nada que ver con la "heroica desesperación" de los paganos. Es un sacrificio de amor, el último 'holocausto de la materiaterrena antes de subir como aromática y luminosa exhalación de sacrificio. Entonces, en la resurrección, será transfigurada gratuitamente, con el Pneuma y por el Pneuma, en una transparencia del Hijo de Dios. La muerte queda vencida; pues Cristo, que muere con ,nosotros, vive [2].

Morir para resucitar

La transformación que obra en nosotros nuestra unidad de ser con Cristo es tan amplia, que no afecta solamente a la

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vida, a los pensamientos y sentimientos del cristiano, sino aun a su misma muerte. En su Primera Carta a los Tesalonicenses nos dice San Pablo cómo la muerte del cristiano tiene lugar en unión con Cristo : "Si creemos que Jesucristo murió y resucitó, así también Dios por Jesús tomará consigo a los que se durmieron en El" (1 Thes., 4, 14). Cuando muere. pues, un cristiano, ocurre algo totalmente distinto de cuando muere un impío. La muerte cristiana no es una muerte en el sentido corriente, natural y terreno de la palabra. Es más bien una muerte en Cristo y con Cristo, y esto quiere decir : es un morir para resucitar, para vivir con Cristo.

Los cristianos son hombres que ya han muerto; antes de que hayan experimentado la muerte corporal, ya sufrieron otra muerte más decisiva, la muerte mística, que es una inmersión en la Muerte de Cristo. Esto tuvo lugar, fundamentalmente, en el Misterio del Bautismo y vuelve a ocurrir nuevamente siempre que toma parte en los Misterios, sobre todo en el Sacrificio y en el Convite de la Eucaristía, y sigue realizándose en una vida constante de mortificación. Ahora bien, es por la inserción en la Muerte de Cristo como llega el fiel cristiano a la vida de Cristo [3].

UNA SOLA CONSUMACION

La alegría perfecta

En su comentario al Levítico, Orígenes explica la perfecta unidad pneumática de vida que existe entre Cristo y la Ekklesía. El Señor no es sólo el creador de esta unidad, sino también su consumador, el principio vital más íntimo de su Cuerpo. De esta unidad perfecta, dice Orígenes, se sigue que el Señor, en el seno del Padre, no goza de perfecta alegría,

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mientras su Cuerpo no haya llegado a su perfección. Aunque Cristo entró ya, como Sumo y Eterno Sacerdote, en el Santo de los Santos del cielo y está ya con el Padre, sin embargo, sigue esperando beber el "vino de la alegría" 1, porque quiere beberlo nuevamente con nosotros en el reino de su Padre. El, que es perfecto en Sí mismo, no lo es en nosotros : "Mientras nos-otros no subamos al Reino, Cristo no puede beber solo el vino que prometió beber con nosotros... Está esperando a que nos-otros nos convirtamos, imitemos su ejemplo y sigamos ¡sus huellas, para poder alegrarse con nosotros y beber el vino con nosotros en el Reino de su Padre. Como es compasivo y Dios de la misericordia, llora, con mayor afecto aún que su Apóstol, con los que lloran y anhela gozar con los que gozan... El no quiere beber el vino solo en el Reino de Dios; nos está aguar-dando... Somos, pues, nosotros, los que retardamos su alegría... Cuando me haya hecho enteramente perfecto a mí, que soy el último y el más perverso de todos los pecadores, su obra que-dará entonces cumplida. En cambio, ahora, mientras yo siga imperfecto, su obra está también imperfecta todavía. Mientras yo no esté sometido todavía al Padre, tampoco se puede decir que El está sometido al Padre. ¡No se ha de entender esto como si El mismo, en el seno del Padre, tuviera todavía ne-

1. Cfr. Mt., 26, 29.

cesidad de someterse al Padre! Pero hay que decir que El no está sometido todavía por causa mía, pues no ha cumplido todavía su obra en mí. Porque ya hemos leído que nosotros somos el cuerpo de Cristo y cada uno en parte...2

Tampoco los Apóstoles han recibido aún la alegría colmada; también ellos siguen esperando que yo me haga partícipe de su alegría. Pues los Santos, cuando parten de aquí, no reciben inmediatamente la recompensa completa de sus méritos, antes que-dan aguardándonos a nosotros, que nos

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demoramos y quedamos rezagados. Su alegría no es perfecta mientras se duelan por nuestros errores y se entristezcan por nuestros pecados...

Abrahán también aguarda a alcanzar lo que es perfecto. Esperan también Isaac y Jacob, y todos los Profetas nos están aguardando, para poder lograr con nosotros la alegría perfecta... Porque es un solo Cuerpo el que espera ser justificado, un solo Cuerpo el que ha de resucitar en el último juicio. `Los miembros son muchos, pero uno solo el Cuerpo' (1 Cor., 12, 20)...

Tú, pues, tendrás alegría cuando salgas de esta vida, si eres santo. Pero entonces tu alegría no será perfecta, hasta que no te falte ningún miembro del cuerpo. Pues también tú aguardarás a los demás, como otros te han aguardado a tí mismo. Si, siendo como eres un miembro, te parece que tu alegría no es perfecta mientras te falte un miembro, ¡con cuánta más razón dirá entonces nuestro Kyrios y Salvador, que es Cabeza y Creador de todo el Cuerpo, que su alegría no es perfecta mientras vea que a su Cuerpo aún falta un miembro ! Quizá por esta razón dirigió el Padre la siguiente oración : `Padre, glorifícame cerca de Ti mismo con la gloria que tuve cerca de Ti antes que el mundo existiera' (Jo., 17, 5). No quiere, pues, recibir sin ti la gloria perfecta, es decir, sin su pueblo, que es su Cuerpo y son sus miembros" 3.

2 Cfr. 1 Cor., 12, 27.3. Orígenes, 1n Lev. hom., VII, 2.

La medida de la plenitud de Cristo

Mientras la Ekklesía se encuentra en construcción, sus miembros semejan niños vacilantes que no tienen todavía firmeza y se dejan llevar por cualquier viento. Sólo cuando el último santo haya sido recibido en la unidad del Cuerpo de

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Cristo, habrá alcanza-do el Cuerpo la medida de la plenitud de Cristo. Ahora bien, toda la vida, todas las fuerzas para el crecimiento y para el des-arrollo, al Cuerpo le vienen de la Cabeza. Pero esta vida es tan sobreabundantemente rica, que los miembros pueden, a su vez, comunicársela mutuamente. El Cuerpo se edifica desde dentro, como ocurre con los cuerpos naturales. El término de este crecimiento y de esta edificación es el nuevo hombre perfecto del Paraíso. Así como en otros tiempos Adán con su mujer formaba el único hombre "Adán", así ahora Cristo y la Ekklesía juntos forman el único hombre nuevo divino, cuyo nombre es: ¡CRISTO!

La meta última de la unidad es el "hombre perfecto" (Eph., 4, 13), que ha alcanzado la medida de la plenitud. Del mismo modo que de las manos creadoras de Dios el primer Adán salió hombre perfecto, así también el Cristo pneumático en su perfección es el hombre perfecto para siempre4, que ha llegado a la "plenitud de Cristo". Este "hombre perfecto" ha asumido nuevamente la mujer que saliera de sí en la primera creación5, de suerte que el Padre le ama como un solo hombre con aquélla que lleva en Sí.

4. Cfr. Hebr., 7, 28.5. Aquí hay que considerar al primer Adán, del cual fue formada la mujer, como tipo de Cristo.

EL MODELO DE NUESTRA UNIDAD

La unidad del Cuerpo de Cristo ha sido realizada conforme al modelo de la unidad que existe en Dios Trino. Allí subsisten tres Personas distintas, que son, a pesar de todo, una sola sustancia —un modelo incomprensible de suprema unidad en la máxima diversidad—. Algo parecido ocurre en el Cuerpo pneumático de Cristo, en la Ekklesía : cada uno de los hombres sigue siendo enteramente lo que es, permanece

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completamente distinto a todos los demás, y, sin embargo, forma con todos los demás un solo Cuerpo. Nadie más que el Pneuma puede crear esta unidad, que es tan grande y tan vasta, que toda la Ekklesía aparece como una sola persona que, a su vez, está unida a Cristo.

La unidad del Cuerpo pneumático de Cristo refleja la unidad intertrínitaria de Dios. Por esta razón, siempre que San Pablo habla de la unidad de este Cuerpo, menciona al mismo tiempo la Trinidad, Alude, por ejemplo, al principio último y primero en que se funda aquella unidad. Unos pocos ejemplos bastarán para ilustrar esto :

"Un solo Cuerpo y un solo Espíritu..., sólo un Señor, una fe, un bautismo, un Dios y Padre de todo" (Eph., 4, 4-6).

"Se alza toda la edificación para templo santo en el Señor, en quien también vosotros sois edificados para morada de Dios en el Espíritu" (Eph., 4, 21).

"La gracia del Señor Jesucristo y la caridad de Dios y la comunicación del Espíritu Santo sean con todos vosotros" (2 Cor., 13, 13).

En Dios Uno y Trino, la unidad se realiza en el sentido más pleno, sin que sea posible un grado mayor de unidad. Según la voluntad amorosa de Dios, esta unidad interior de la Trinidad está exigiendo una representación visible en la humanidad, que no es otra que la unidad del género humano en el Cuerpo pneumático de Cristo. Así es que el Cuerpo de Cristo es el cumplimiento de los anhelos por una suprema unidad, que la humanidad de hoy siente tan poderosamente. Estos anhelos no los puede satisfacer el hombre por sus propias fuerzas, porque la verdadera unidad sólo se puede alcanzar con Cristo, por ser el Hijo de Dios. Y tal es la obra maravillosa de la Economía redentora de Dios, del plan divino

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de amor : que la humanidad dividida sea congregada en la unidad por la Sangre de Cristo y que juntamente con Cristo descanse en el corazón del Padre como un solo hombre.

LAS NUMEROSAS COMUNIDADES PARTICULARESY LA UNICA EKKLESIA

No es que la única Ekklesía esté dividida en pluralidad de comunidades particulares, como si la única Ekklesía no existiera más que por la congregación de muchas comunidades particulares. Por el contrario, la Ekklesía es única y, dondequiera que se manifiesta, es siempre entera e indivisa, aun allí donde se congregan sólo dos o tres en el nombre de Cristo1.

La denominación "Ekklesía" no se aplica sólo a la iglesia universal, sino también a cada una de las comunidades, aun a comunidades de muy pocos cristianos ; y es más, se aplica hasta a cada uno de los fieles que son "en Cristo". Porque la Ekklesía está dondequiera que se revele su Pneuma, su vida íntima como Esposa de Cristo. Por eso, cada uno de los fieles puede representar también plenamente a la Ekklesía con tal de que esté en comunión con Cristo [1].

Los miembros no son parte del Cuerpo, sino que en cada miembro se revela el Cuerpo entero. Allí donde se difunde el Pneuma de Cristo, allí está el único Cuerpo de Cristo [2].

1. Cfr. MI., 18, 20.

MIEMBROS ENTRE SÍ

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DIVERSIDAD DE DONES

San Pablo enseña que, en el cristianismo, el reparto de los dones pneumáticos, de carismas, no se hace a todos por igual, pero que es el mismo Pneuma el que penetra todos los miembros del Cuerpo. La manifestación del Pneuma —los dones particulares de gracia— en la forma y medida en que se da a cada uno, se da para provecho de la Ekklesía. Cada uno tendrá que rendir cuentas de las gracias que ha recibido de Dios para ser precisamente un miembro útil de la Ekklesía. Esto no depende de un carisma especial, sino de que uno esté en el Pneuma de Cristo y esté incorporado a la Comunión pneumática —al Cuerpo de Cristo—. En realidad, cada cual tiene sus dones peculiares que ningún otro los tiene; cada miembro es una revelación de Dios. No todos tienen los mismos carismas, para que pueda crecer el Agape. Si todos lo tuvieran todo, cada cual estaría satisfecho de sí mismo y ya no habría comunidad.

Precisamente la diversidad de dones pertenece a la esencia de la comunidad pneumática, cristiana. Todo proviene de Dios. Por eso, es grande todo. Que yo tenga un don superior o un don inferior, no es esencial. Lo esencial es que yo, mediante el Pneuma de Dios, tengo participación en el mismo Dios. Cómo y a quién da Dios sus dones, es un Misterio del Agape de Dios. Este Misterio hay que aceptarlo sencillamente [1].

La Iglesia está ricamente estructurada según grados de jerarquía y dones pneumáticos. La presidencia la ocupan hombres que han sido elegidos para ello por nombramiento y consagración especial. Ellos representan a la Iglesia docente ; por ello, todos han de atenerse a sus indicaciones en primer lugar. La vida de gracia y de caridad palpita en todos los miembros, pero en cuanto a la doctrina y a la disciplina, son

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los sacerdotes los que marcan la pauta. Además, su organización representa, como símbolo visible, la jerarquía invisible de los espíritus 1.

Aun prescindiendo de la multiplicidad externa de funciones, la Iglesia se presenta adornada de una rica variedad de dones y gracias multiformes. Toda alma, toda comunidad, es por sí misma una Ekklesía, cada cual con su resplandor propio, y la Ekklesía entera refleja de un modo perfecto la hermosura de su Esposo. A ella le habla, pues, el Salvador de este modo : "Eres del todo hermosa, amada mía, no hay tacha en ti. Ven del Líbano, esposa, ven, hermana a mí" (Cant. 4, 7-8). Y ella contesta : " ¡Mi amado es para mí y yo soy para El! Pastorea entre azucenas" (Cant. 2, 16) [2].

En el interior de la Ekklesía se da, pues, una rica variedad ; la Esposa está "circumdata varietate —rodeada de variedad" (Ps. 44, 10). El modelo divino es tan grande y tan inmenso, que no puede reflejarse completamente en un solo hombre. Por eso están repartidos los carismas de la santidad [3].

Así como en un cuerpo hay muchos miembros y todos des-empeñan' funciones distintas, así también en el Cuerpo pneumático de Cristo están repartidos entre muchos los dones de gracia y las funciones, para provecho del bienestar de todo el cuerpo. No conviene, pues, que envidies a otro por sus dones ni te engrías ante otro peor dotado, porque cada cual en su puesto es insustituible. ¿Acaso no ha formado a todos y a cada uno de los hombres la mano de Dios, como dice el Salmo 32 2 para comunicarnos a todos nosotros la vida en el único Cristo?

"La mano de su gracia, la mano de su misericordia, ha modelado nuestros corazones..., y Aquel que modeló nuestros corazones en serie, nos dio —a cada uno de nosotros— nuestro corazón, pero son corazones que deben

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mantenerse en la unidad. Así pues, cada uno de los miembros (de nuestro cuerpo) ha sido

1. Cfr., por ejemplo, JLw 13 (1933), 116 s.2 Según la Vulgata, Ps. 32, 15, suena: Qui finxit singillatim (individualmente) corda eorum ; según el texto original, con más justeza : sigillatim = conforme al modelo, conforme al sello.

formado individualmente; cada cual tiene su función propia, pero todos viven en la unidad del cuerpo. Lo que hace la mano, no lo puede hacer el ojo; lo que hace el oído, no son capaces de hacerlo ni el ojo ni la mano. Pero todos actúan en la unidad, y aunque desempeñen funciones distintas, no por ello se combaten la mano, el ojo y el oído. Otro tanto ocurre en el Cuerpo de Cristo. Todos los hombres —como otros tantos miembros— se alegran en sus propios dones. Ya que nuestros corazones los ha modelado individualmente el mismo que se escogió su pueblo para la herencia... De la misma manera que en nuestro cuerpo los miembros tienen distintas funciones, pero a pesar de ello conservan la unidad de la salud, en los miembros de Cristo hay también diversidad de dones, pero unidad de amor" 3. Cuanto más contribuya al Agape, tanto más valioso será un miembro [4].

Clemente de Roma escribe así en su Primera Carta a los Corintios : "Consérvese íntegro nuestro cuerpo en Cristo Jesús, y sométase cada uno a su prójimo, conforme al puesto en que fue colocado por su gracia. El fuerte cuide del débil y el débil respete al fuerte ; el rico suministre al pobre y el pobre dé gracias a Dios, que le deparó quien remedie su necesidad. El sabio muestre su sabiduría, no en palabras, sino en buenas obras; el humilde no se dé testimonio a sí mismo, sino deje que otros atestigüen por él; el casto en su carne no se jacte de serlo, sabiendo como sabe que es otro quien le otorga el don de la continencia. Recapacitemos, pues, hermanos, de qué manera fuimos formados, qué tales éramos al entrar en este mundo, de qué sepulcro y tinieblas

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nos sacó Dios, que nos plasmó y crió para introducirnos en su mundo, en el que de antemano, antes de que naciéramos, nos tenía preparados sus beneficios. Como quiera, pues, que todas estas cosas las tenemos de su mano, en todo también debemos darle gracias. A El la gloria por los siglos de los siglos. Amén" 4.

Abundando en los mismos sentimientos de San Pablo, Cle-

3. San Agustín, In Ps. 32, Sermo 2, 21.4. Epist. 1 ad Cor., 38 (BAC 65, Madrid, 1950, p. 213).

mente enseña que todos nosotros formamos un cuerpo, pero que cada miembro de este cuerpo tiene un carisma distinto. Cada miembro está obligado a reconocer los dones de gracia de los demás miembros. Puede tener su carisma aun el miembro pequeño y flaco, por de pronto el carisma de la humildad, si es que se inclina con respeto ante los mejor dotados y da gracias a Dios porque existe alguien que le ayuda. Cada cual en su puesto debe dar gracias a Dios, para que todos los miembros estén en paz [5].

LA MEDIDA DE LA GRACIA

La medida de la gracia de la fe es distinta en cada cristiano. Cada miembro debe regirse por la medida de la fe que le ha sido dada a él y vivir de ella. Entonces cada uno será perfecto y con los miembros lo será también el cuerpo entero. De este modo se crea un admirable intercambio de vida entre el miembro y el cuerpo [6].

SIN ENVIDIA

"Si amas la unidad, entonces todo el que posee algo en ella, lo posee también para ti. Elimina la envidia, y lo que yo poseo

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es tuyo ; elimina la envidia, y lo que tú posees es mío" 5.

"Uno de los grandes bienes de la dichosa Ciudad —de la Jerusalén celeste— será el ver que nadie envidiará a otro, ni el inferior al superior, como ahora los ángeles no envidian a los arcángeles. Y nadie deseará ser lo que no ha recibido, aunque esté perfecta y concordemente unido a Aquel que lo ha recibido, como en el cuerpo el dedo no quiere ser el ojo, aunque el ojo y el dedo integran la estructura del mismo cuerpo" 6 [7].

5. San Agustín, In lo. tract., 32, 8.6 San Agustín, De civitate Dei, XXII, 30, 2 (BAC, 171-172, Madrid, 1958, p 1718).

HERMANOS Y HERMANAS EN CRISTO

Los cristianos son "hermanos" entre sí. La denominación "hermano" se funda en la regeneración que tuvo lugar en el Bautismo, donde todos los cristianos recibieron de Dios la misma sustancia de vida pneumática; así es que son verdaderamente hermanos entre sí [8].

No debemos odiar a nuestros hermanos y hermanas, sino amarlos, como los amó nuestro hermano primogénito —Cristo—. "Si alguno dijere : Amo a Dios, pero aborrece a su hermano, miente" (1 Jo., 4, 20). El amor fraterno garantiza la legitimidad del amor de Dios. El que ha renunciado a su yo ante Dios, puede hacerlo también ante su hermano. La esposa ama todo cuanto ama el esposo. De esta suerte, de muchos miembros de Cristo surge un Cuerpo, una Esposa, en quien el Agape es tanto más grande, cuanto más crezcan los miembros. Veamos, pues, en cada hermano, en cada hermana, a nuestro hermano Jesucristo, alabado por toda la eternidad. Amén [9].

La comunidad pertenece esencialmente a la creación de

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Dios. Porque Dios es Agape, sus imágenes deben resplandecer también por el Agape. Por eso, el precepto del amor fraterno no es propiamente un precepto distinto del precepto del amor de Dios, sino a modo de brote de este precepto. El hombre que ama a Dios, ama también a aquel que es de Dios, porque es su hermano, porque el Agape de Dios está también en él, porque en el ojo de su hermano ve un espejo de la bondad de Dios. "Vidisti fratrem tuum, vidisti Dominum tuum! ¡Cuando viste a tu hermano, viste a tu Kyrios!" Este adagio de la antigüedad cristiana es literalmente verdad. En todos amamos al Señor mismo, y al hacerlo no quitamos a nuestros compañeros nada de su personalidad, pues ésta no es completa sino en Dios. Así como el sol se refleja en toda gota de rocío dándole belleza; así como el hálito de la primavera se verifica en cada hojita y en cada flor y las hermosea y las vivifica, así también desde cada uno de los hombres sale a nuestro encuentro y nos mira el ojo de Dios y le comunica un valor ilimitado y una dignidad insustituible y una amabilidad inagotable [10].

El amor verdadero une verdaderamente al hombre y a la mujer en Dios. Se llaman hermano y hermana, se contemplan con ojos puros y con santo Agape. La mujer no renuncia a su obediencia, a su sumisión, pero todo acontece bajo el signo del amor y del respeto, en la igualdad del Pneuma ante Dios [11].

AMOR SERVICIAL

La caridad cristiana tiene que brotar del conocimiento de que el otro es también un miembro del Cuerpo de Cristo, a quien se debe entregar, por tanto, su alma [12].

Es más fácil servir a la idea abstracta de Iglesia que a la Iglesia particular concreta con sus exigencias de todos los

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días. Es aquí donde hay que ofrecer continuamente sacrificios, acomodarse, servir. Pero precisamente el Reino de Cristo consiste en eso: en el servicio mutuo [13].

Debemos aprender del Señor la bondad que mostró hacia los necesitados. Si fuéramos miembros verdaderos y vivos de su Cuerpo, llevaríamos con nosotros esa bondad, porque en cada uno de los miembros del Cuerpo de Cristo veríamos al Señor mismo. "Cuando el pie ha pisado una espina, ¿dejarán de interesarse los ojos? Al contrario, vemos que es todo el cuerpo el que se interesa. El hombre se sienta, dobla el espinazo y busca la espina que se ha clavado en el pie" 7.

Es el propio Cristo quien recibe misericordia en la persona de los pobres y menesterosos :

"Da desde el cielo, en la tierra recibe. El mismo que recibe, da" 8.

"He aquí que ya ha llegado el invierno. ¡Que Dios nos ayu-

7. San Agustín, In Ps. 130, 6. 8 San Agustín, Sermo 42, 2.

de! ¡Pensad en los pobres! ¿Cómo vamos a encontrar vestidos para Cristo, que está desnudo?" 9.

Las relaciones entre cristianos están condicionadas por el hecho de habernos revestido todos interiormente del mismo Cristo y de haber recibido la misma prenda del Pneuma :

"El pobre se te ha sido confiado a ti como a un dios, por muy soberbio que pases junto a él. Quizá te ablande este pensamiento" 10, es decir, debes ser para el pobre como el Dios que en ti mora, y amarle con la misma misericordia amorosa de Dios [14].

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EL AMOR QUE PERDONA

En la Iglesia se pueden hacer muchas cosas sin sacerdote; por ejemplo, orar y perdonar. El que perdona a su hermano, el que perdona a su hermana, hace lo que hace Dios. Realiza una obra de mucho valor.

El perdonarse mutuamente quiere decir : volver como miembro de Cristo a la unidad del Cuerpo de Cristo y esto es siempre una acción celeste, esto es, participación en el amor de Dios, que es perdón. El que no quiere realizar esta acción, el que no quiere perdonar, tampoco puede tomar parte eficaz en la celebración del Misterio. Lo dijo el mismo Cristo : "Si vas a presentar una ofrenda ante el altar, y allí te acuerdas de que un hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar, ve primero a reconciliarte con tu hermano y luego vuelve a presentar tu ofrenda" (Mat., 5, 23-24). Primeramente tenemos que volver a la paz, siquiera interiormente ; de lo contrario, no podemos actuar con Cristo en el Misterio ; estamos obligados a cumplir más tarde la promesa del perdón [15].

El que quiera permanecer en comunión con Cristo, tiene que saber antes perdonar, tiene que practicar el amor. Como

9. San Agustín, Sermo 239, 7.10. San Gregorio Nacianceno, Oratio 14, 27.

sello de todo esto, después del Pater, nos damos la Pax, el ósculo de paz 11, signo y sello del amor fraterno. La Iglesia es un Agape, una Alianza de amor. El amor del Señor debe vibrar en la caridad cristiana, en la Ekklesía, en la Comunión fraterna de los Santos [16].

11 En la Iglesia antigua, los fieles se daban también la Pax, el ósculo de paz, por separado según el sexo.

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UN AMOR RESPETUOSO

El amor pneumático de unos hermanos por otros tiene que tener algo de cordialidad natural. Pero, además, hay que salvar cierta distancia, que nace del respeto mutuo. Mas este respeto no debe arrancar de prerrogativas especiales que puede tener el otro o del puesto que ocupa; se le respeta al otro, porque se le estima más que a uno mismo, por ser miembro del Cuerpo de Cristo y porque en él se ven los méritos y en sí mismo, en cambio, los defectos [17].

¡Qué pensamiento este de pensar que todo cristiano es un hermano, una hermana, y que, como yo, es también miembro del único cuerpo de la Ekklesía! ¡Cómo debemos mirarnos los unos a los otros ! No son los mismos ideales ni las mismas aspiraciones los que nos unen, no; nuestra unidad consiste en que somos miembros del Cuerpo de Cristo, cada cual una parte, cada cual un miembro por sí mismo, cada uno necesario en su puesto, todos compenetrándonos mutuamente, para que la hermosura de la Ekklesía sea completa [18].

AMOR QUE SE CONFIESA PECADOR

Quizá sea comprensible en el mundo la vergüenza por la humillación : "¿Pero entre hermanos y consiervos, donde la esperanza, el miedo, la alegría, el dolor y los sufrimientos son co-

munes, porque común es también el Pneuma que proviene del Señor y Padre común? ¿Los consideras como algo distinto de ti? ¿Por qué huyes de quienes caen en las mismas caídas que tú, como si ellos fueran a divertirse con tus faltas? Un cuerpo que sufre en uno de sus miembros no

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puede alegrarse ; todo el cuerpo tiene que compadecer y colaborar por curar el miembro enfermo. En el uno como en el otro está la Ekklesía. Ahora bien, la Ekklesía es Cristo. Cuando tú te echas, pues, a los pies de los hermanos, tocas a Cristo, ruegas a Cristo. Así como ellos derraman lágrimas por ti, también Cristo sufre, también Cristo ruega al Padre. Fácilmente se logrará lo que pide el Hijo" 12.

VIVIR Y MORIR LOS UNOS POR LOS OTROS

El cristiano no está nunca solo, es un miembro de la Ekklesía. Por consiguiente, no debe vivir para sí, sino para Aquel que murió por todos : "Nemo sibi vivir et nemo sibi moritur —ninguno de nosotros para sí mismo vive, y ninguno para sí mismo muere" (Rom., 14, 7). Ahora bien, el que vive y muere para Cristo, vive y muere también para los miembros de Cristo. Precisamente por eso, toda acción al servicio de los hermanos se convierte en amor de Dios. Agape de Dios y Agape del prójimo son, en el fondo, una misma cosa. Todo Agape verdadero viene de Dios y se dirige nuevamente a Dios. Todo acto verdadero de virtud en nosotros es un acto que proviene de Dios, equivale a ser engendrado por Dios 13. "Dios es el que obra en vosotros el querer y el obrar según su beneplácito" (Phil., 2, 13). Aun en sus obras externas, el cristiano verdadero se siente rodea-do y fortalecido por Dios; sus obras se transforman así en oración. Está en una fiesta continuada, aun en el trabajo más in-significante, porque Dios está siempre con él, obra en él, eleva

12 Tertuliano, De paenitentia, 10; texto manuscrito 13 Cfr. el texto de Orígenes en la p. 165.

aun sus trabajos más mínimos a un opus Dei, una obra de Dios, para salvación de todos [19].

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"Ninguno de nosotros para sí mismo vive, y ninguno para sí mismo muere, pues si vivimos, para el Señor vivimos ; y si morimos, morimos para el Señor. En fin, sea que vivamos, sea que muramos, del Señor somos. Que por eso murió Cristo y resucitó, para dominar sobre muertos y vivos. Y tú ¿cómo juzgas a tu hermano? o ¿por qué desprecias a tu hermano? Pues todos hemos de comparecer ante el tribunal de Dios" (Rom., 14, 7-10).

¡También ésta es una comunidad prodigiosa y tremenda! Todos sin excepción, todas las generaciones que se han ido sucediendo unas a otras, comparecerán juntas ante el tribunal y serán juzgadas a la vez. No sólo cada cual conforme a sus acciones, sino también según su puesto en la comunidad. Nadie podrá escabullirse y buscar su propio rincón; tendrá que dar cuenta delante de todos, tanto de sus pecados propios como de los pecados de la comunidad. Los cristianos de la antigüedad de-cían : "Cuando peca uno, ha pecado su prójimo" 14. Se esconde aquí una profunda verdad. Todo el que no esté limpio, mancha a la comunidad. Existen pecados de la colectividad, pecados de una época, pecados de un número determinado de hombres. Por eso, cada uno de los miembros es responsable de la salud de todo el cuerpo. Un solo miembro enfermo puede contagiar a todo el cuerpo. Ahora bien, un cuerpo sano supera la enfermedad y la podredumbre de un miembro. Este, o sana, o es eliminado como foco de enfermedad.

No pensamos lo suficiente en que nos están mirando las generaciones venideras, las que aún no han nacido, y esperan tanto de nosotros. Existe también una "medida de herencia" espiritual, y debemos atesorarla, mejorarla, ennoblecerla, para que podamos transmitirla con buena conciencia. Toda comu-

14 Cfr. Clemente Alejandrino, Strom. VII, 82, 1. O. Casel lo citó de memoria, por tanto,

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no al pie de la letra. El pasaje es como sigue : "Si pecó el prójimo de un elegido, pecó el elegido." Cfr. además : A. Resch, Agraphon (1906), 282. Apokryphon, 76.

nidad verdadera se engendra a sí misma, se propaga a sí misma, bien sea de una manera animal, bien sea de una manera pneumática. También aquí se cumple aquella afirmación : "Nadie vive para sí mismo." En la Iglesia existe también un árbol genealógico, una propagación, y las deficiencias no pueden ser paliadas. El último día, la humanidad comparecerá ante el tribunal como una unidad ; entonces saldrá a la luz pública lo que de bueno y de malo se haya hecho ahora en oculto. "Todos hemos de comparecer ante el tribunal de Dios" (Rom., 14, 10) 15 [20].

Las luchas del cristiano sirven también al amor del prójimo. Cuando vence al Maligno por la paciencia y el martirio, lo hace también por el hermano; es una víctima por la Iglesia. Del mismo modo que el Salvador se ofreció por todos en sacrificio, así también el cristiano verdadero, con la fuerza que le viene de Cristo, se hace víctima por la Iglesia v, en particular, por determinadas almas que le están allegadas [21].

El amor puro y eterno no tiene otra fuente que la Cruz. Allí las aspiraciones humanas, sensibles y egoístas mueren y, como el ave Fénix, de las cenizas de lo humano se levanta el amor divino 16, puro, resplandeciente, brillante con el resplandor del Hijo de Dios.

Esforcémonos, pues, como buenos soldados de Cristo. ¡Lancémonos a la lucha contra el pecado, entremos en los combates de Dios contra el Maligno! ¡Primeramente en nuestros propios pechos! El que triunfa ahí, es miembro de Cristo y sirve a la Iglesia entera [22].

15 Hay dos variantes : "Tribunal de Dios" y "Tribunal de Cristo". 16 Alude a la leyenda del ave Fénix; según ella, el ave Fénix se quema en su nido y de las llamas sale rejuvenecida.

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SOLOS JAMÁS

Somos miembros de Cristo; su vida nos inunda; Cristo está en nosotros. No estamos solos; vivimos en santa comunión con Cristo. Su Pneuma es el que dirige nuestros pensamientos, habla por nuestra boca, ama en nuestros corazones. Todo cuanto hacemos, se convierte en una acción de Cristo. Por Cristo somos santificados y consagrados [23].

"Nosotros ya no vivimos nuestra vida, vivimos la vida de Cristo" 17. Esta frase de San Ambrosio no se refiere sólo a la vida futura del cristiano en el Aión venidero; vale también para la vida que vivimos ahora en pobreza y bajeza [24].

Dios nos ve en Cristo. ¿No deberíamos también nosotros contemplarnos en Cristo? ¡Qué nos sirve contemplarnos sólo en nosotros mismos! Entonces somos, en verdad, disiecta memora, miembros separados, miserables, inútiles y vagos, sin fuerza, abocados a la desolación. En cambio, si nos contempláramos en Cristo, nos encontraríamos dentro del campo visual de Dios, orientados a su plan redentor eterno, miembros del Rey y de la creación entera, hijos e hijas amadísimos, más aún, Esposa amada, unida por Cristo con Dios. ¿No merece la pena de negarse a sí mismo según la carne y encontrarse pneumáticamente en Cristo? [25].

"Cuando San Pablo iba hacia Roma encadenado, para conquistar el mundo, era Dios el que iba con él, escondido en el pecho de San Pablo como en una tienda" 18.

"En San Pablo iban Pablo y Cristo hacia Roma" 19

Cristo vive en Pablo tan verdadera y concretamente, que el Apóstol siempre obra y habla como miembro del Cuerpo de Cristo, es más, como el mismo Cuerpo de Cristo. Porque la

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Iglesia entera, como Cuerpo de Cristo, encuentra en cada uno de los fieles una imagen y una representación válida. Tan lleno

17 San Ambrosio, Epist. 44, 14.18 San Gregorio Magno, Moralia, 27, 11.19 Cornelio a Lápide, Comm. in S. Script. (1714-1734), XI, 7.

está Pablo de Cristo, que lo que el Señor no pudo hacer en el mundo, lo hace Pablo por El y para El. En realidad es el mismo Señor el que prolonga su vida y su obra en el Apóstol. Lo que significa el ser cristiano aparece en el discípulo lleno de Cristo. Todos tenemos parte en la gracia de San Pablo. Así como a él, en medio de sus flaquezas humanas, le sostenían la fuerza y el fuego de ese mismo Cristo, así también a nosotros nos sacará de nuestra mezquindad la gracia de "Cristo en nosotros", si es que nos entregamos a El y le hacemos sitio en nosotros [26].

LA EKKLESIA EN NUESTRA CONVERSACIÓN

Allí donde el Pneuma de Cristo domina en las almas de los hombres espirituales, este dominio tiene que transpirar en forma de palabra de Cristo y de la Iglesia 20, porque esos .hombres ya no hablan como hombres, sino como miembros del Cuerpo de Cristo. La Santa Ekklesía, la Esposa de Cristo, habla por boca de ellos, medita sobre los Misterios de Cristo y prorrumpe en alabanzas de Dios. Ahora bien, la vida de Cristo, la spiritalis vita, es la prenda, el comienzo de la vida eterna. Por eso, la Es-posa no conoce otro objeto más querido que la alegría de la vida eterna en Dios y con Dios [27].

90 De San Martín cuenta su hagiógrafo Sulpicio Severo: "En su boca no había otra cosa que Cristo", es decir, cada una de

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sus palabras brotaba de su unión con Cristo (Vita S. Martini, 27).

COMUNIÓN CON LOS SANTOS

En los Santos veneramos a Jesucristo, Dios y Hombre, Hijo de Dios, Kyrios. Como Mediador que es entre Dios y los hombres, es la fuente de toda santidad, por ser Dios y dador de toda santidad, porque el Padre no comunica su salvación más que a través de su amado Hijo. Toda santidad en los hombres es don de Dios, Pneuma de Dios, semilla de Dios en el hombre.

Dios se ha creado los Santos en Cristo, como un brote de su unidad y como una unidad en el Pneuma. De las muchedumbres que forman su pueblo, El escoge un grupo de elegidos, su Ekklesía. A causa de esta unidad y de la santidad que ha recibido como un don gratuito, se llama la Santa Esposa, la Una Sancta Ecclesia.

En los Santos veneramos también a la Ekklesía y en ella, de nuevo, a su Señor y Esposo, Cristo. Porque Cristo y la Iglesia forman juntos el único Cristo. Cristo, a su vez, es para el Padre ; y cuando todos los Santos estén congregados, formando el Cuerpo de Cristo, el Hijo entregará el Reino a su Padre, de suerte que Dios sea todo en todos. De este modo toda santidad desemboca en la fuente : en Dios Padre Eterno. Se cumple también aquí la palabra del Señor: "Salí del Padre y vine al mundo; de nuevo dejo el mundo y me voy al Padre" (Jo., 16, 28).

No es verdad, pues, como se ha dicho alguna vez, que los Santos nos separen de Dios y de Cristo. No, si los veneramos como se debe, nos guían a la Ekklesía, a Cristo,

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al Padre. Son imágenes de Cristo, que brillan con el resplandor de Cristo. Clemente de Alejandría dice así, hablando de los cristianos, es decir, de los Santos : "Somos nosotros los que llevamos la imagen de Dios en esta estatua viva y con movimiento que es el hombre, una imagen que mora en nosotros, delibera con nosotros, alterna con nosotros, vive con nosotros, sufre con nosotros y está por encima de las pasiones. Somos una imagen dedicada a Dios por Cristo, nosotros que somos `linaje escogido, sacerdocio real,nación santa, pueblo adquirido, en un tiempo no pueblo, ahora pueblo de Dios' (1 Petr., 2, 9-10), nosotros que, según San Juan, `no somos de aquellos que están abajo' (Jo., 8, 23), sino que todo lo hemos aprendido de Aquel que vino de arriba (es decir, de Cristo), que hemos conocido el plan redentor de Dios y sabemos `vivir una vida nueva' " (Rom., 6, 4) 1.

Cultivar la Comunión de los Santos quiere decir, por ende, cultivar la Comunión con Cristo. El es la diadema real de los Santos, su corona y su guirnalda; sin El, ellos no son nada. Por El son Santos, pues no hay más que un solo Santo, un solo Se-ñor, un solo Altísimo —Jesucristo 2.

1 Clemente Alejandrino, Protr., 59, 21. 2 Cfr. el Gloria de la Misa.

EN LA PAZ DE LA IGLESIA MADREDos inscripciones paleocristianas

I

ECCLESIA MATERVALENTIA IN PACAE

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Iglesia Madre Valencia en paz

Así reza una inscripción sepulcral de Africa. Quiere decir que la difunta Valencia ha muerto en la paz, es decir, en la unidad perfecta de la Madre Ekklesía. Por eso, sobre la lápida sepulcral se ha representado una iglesia.

II

MACUS, PUER INNOCENS,ESSE IAM INTER INNOCENTIS COEPISTI.

QUAM STAVILES TIVI HAEC VITA EST!QUAM TE LETUM EXCIPET MATER ECCLESIA DE OC

MUNDO REVERTENTEM! COMPREMATUR PECTORUMGEMITUS, STRUATUR FLETUS OCULORUM !

¡Maco, niño inocente,está ya entre los inocentes!

¡Cuán estable es para ti la vida ahora!¡Con qué alegría te recibe la Ekklesía Madre,

ahora que vuelves de este mundo !¡Dejen de sollozar los pechos!

¡No derramen más lágrimas los ojos !

La Ekklesía, Madre celestial, recibe en el otro mundo al niño Maco que ha muerto en la inocencia bautismal; en adelante estará unido a ella, será él mismo Ekklesía 1.

1 Las dos inscripciones están citadas en J. C. Plumpe, Mater Ecclesia (1943), pp. 54 y 87. La primera data del siglo iv-v, la segunda del siglo v-iv; ambas están en latín vulgar; pacae = pace; staviles = stabilis; quam te letum excipet mater Ecclesia hoc = quam te laetum excipit mater Ecclesia de hoc.

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PARA QUE TODOS SEAN UNA MISMA COSA

La tercera parte de la oración sacerdotal de Cristo comprende la oración del Señor por la totalidad de los fieles, la oración por su Ekklesía 1. Una vez terminada la oración por sus discípulos, se dilatan los espacios ante la mirada interior del Señor, quien contempla ante sí la multitud innumerable de los llamados, como otras tantas piedras preciosas de Dios, que los Apóstoles recogerán de los cuatro vientos : "No ruego sólo por éstos, sino por cuantos crean en mí por su palabra" (Jo., 17, 20) 2.

El Señor contempla las cosas con la mirada de un moribundo que ya no pertenece a este tiempo ni a este mundo, que tiene ya en sí algo de la eternidad y todo lo abarca de una sola mira-da. Ahora bien, lo que esta mirada escudriñadora ve ante sí y lo que el Señor pide a su Padre es la unidad, la unidad grande y universal de la Ekklesía : "...para que todos sean uno, como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, para que también ellos sean en nosotros" (Jo., 17, 21).

La unidad de los fieles tiene su prototipo en la unidad esencial del Padre y del Hijo. Del abismo de la unidad interior de Dios arranca la unidad de los fieles, porque éstos han sido introducidos por el Hijo en esta unidad : "¡Para que también ellos sean en nosotros!" Para eso vino el Hijo: para que nosotros alcanzáramos por El estar en el Padre 3.

En la unión de los fieles conocerá el mundo que Dios ha enviado a su Hijo a la tierra : "...para que el mundo crea que Tú me has enviado" (Jo., 17, 21). Una unidad tan grande sólo puede venir de Dios y esto es lo que debe conocer el mundo. La unidad de los fieles atestigua ante el mundo la verdad del

1. Cfr. lo., 17, 20 ss.2 En el texto original griego está aquí la forma presente, no el futuro.3. En el texto latino, en el versículo 21, se ha interpolado unum : et ipsi in nobis unum

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sint.

cristianismo. Esta unidad es un signum fidei, una señal de la fe que no debemos violar. El que altera esta unidad, niega y entierra la fe; niega que Dios haya enviado al mundo a su Hijo y quita a los demás esta fe.

"Yo les he dado la gloria que Tú me diste, a fin de que sean uno como nosotros somos uno. Yo en ellos y Tú en mí, para que sean consumados en la unidad y conozca el mundo que Tú me enviaste y amaste a éstos, como me amaste a mí" (Jo., 17, 22-23). A través de estas, palabras resplandece la sublime majestad del Christus aeternus, del Cristo eterno. Las pronunció el Hombre-Dios que en este último instante no pertenece ya al mundo. Contempla su obra ya terminada y habla desde la Doxa eternamente poseída, desde la gloria luminosa que tiene con el Padre, gloria que tiene que conseguir para su carne mortal por medio de la Pasión, pero que aun como hombre poseyó desde toda la eternidad, pues ya antes de la constitución del mundo estaba en el Agape y en la gloria del Padre por una predestinación eterna. Esta gloria la da El ahora a los suyos, con lo cual queda patente que el Padre los ama con el mismo Agape que a El, el Hijo, porque a través del Hijo infunde sobre ellos la gloria de su vida y los invita, como plenamente iniciados, a los Misterios más íntimos de la unidad de la vida divina.

El Señor concluye la oración con una nueva y solemne alocución al Padre : "Padre, lo que Tú me has dado 4, quiero que donde esté yo, estén ellos también conmigo, para que vean mi gloria, que Tú me has dado, porque me amaste antes de la creación del mundo" (Jo., 17, 24).

Con estas palabras el Señor declara su última voluntad, su testamento. Por eso, ya no ruega como antes, sino que pronuncia el solemne " ¡Yo quiero!" Pero el contenido de esta

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última voluntad no es otra cosa que lo que antes fue objeto de su oración :

4. El texto latino dice quos = los que, en vez de quod = lo que, según debería decir conforme al texto original griego.

que los fieles sean admitidos a la gloria del Hijo propio, que habiten con El en el Agape del Padre. Tienen que contemplar la gloria en que entra el Hijo del Hombre a través de su Pasión. Pero esta contemplación es algo más que una simple visión —es tocar, poseer, participar; es un nuevo nombre místico de la misma realidad de una suprema unión en el Agape. Es hermoso observar cómo se refleja en sus palabras la visión íntima del Señor: es verdad que ruega por cada uno de los fieles; sin embargo, ante sí ve a la multitud como la gran unidad, según se desprende claramente del pronombre que emplea el texto original griego.

La comunicación de la gloria del Hijo a los fieles es revelación del Agape paterno. Aquí se ve lo que es el Agape. No es "afecto" o "amor" en el sentido moral que la palabra tiene hoy día ; por el contrario, es algo óntico, una participación en la vida divina 5. Todos nosotros participamos en el Agape que el Padre tiene para con su Hijo Unigénito, el Agapetós, el Bienamado, a quien pertenecía el amor antes de que existiera el mundo. Ante la mirada benévola del Padre estuvo siempre el Hombre-Dios como el eterno Cristo, aunque sólo se manifestó en el tiempo. Ahora bien, desde toda la eternidad, la mi-rada del Agape paterno abrazaba también a la Ekklesía, al Cuerpo del Hijo. No puede comunicar su Agape a ningún otro más que a ella, a los fieles, pues éstos se han abierto a su amor. Al mundo que —endurecido en la soberbia— rechaza el Agape, Dios no puede mostrar más que la otra cara del Agape, la Justicia. Por eso, refiriéndose al mundo, Jesús llama a su Padre : "Padre justo" (Jo., 17, 25).

Las últimas palabras de la oración sacerdotal son un nuevo

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ruego por la unidad de los fieles en el Agape del Padre, que habita en ellos y es el mismo Hijo: "Yo les di a conocer tu

5. Cfr. E. Walter, Wesen und Macht der Liebe, Friburgo, 1955, especialmente pp. 13, 37, 79; además: V. Warnach, Agape, Düsseldorf, 1951, pp. 200 ss.

nombre, y se lo haré conocer, para que el amor con que Tú me has amado esté en ellos y yo en ellos" (Jo., 17, 26).

Estas admirables palabras cierran el Testamento del Señor. Es verdad que aún pronunció alguna palabra más, pero fue-ron sólo exclamaciones durante la Pasión 6. Aquí, en cambio, percibimos las solemnes palabras de despedida de Jesús, que habla ante los suyos, su última oración solemne, cuyo meollo es la oración por la unidad de todos —a imitación del prototipo de la unidad del Padre y del Hijo.

Lo que el Señor dice en su última gran oración, en su oración de la muerte 7, es tan sublime, que los hombres no nos hubiéramos atrevido a pensar o expresar nada semejante. Mas como fue el mismo Señor quien la pronunció y nos la inculcó con tanto empeño, podemos y debemos asirnos a esta unidad que hemos recibido del mismo Cristo corno preciada herencia.

"No ruego sólo por éstos, sino por cuantos crean en mí por su palabra, para que todos sean uno, como Tú, Padre, estás en Mí y yo en Ti, para que también ellos sean en nosotros y el mundo crea que Tú me has enviado. Yo les he dado la gloria que Tú me diste, a fin de que sean uno, como nosotros somos uno. Yo en ellos y Tú en Mí, para que sean consumados en la unidad, y conozca el mundo que Tú me enviaste y amaste a éstos como me amaste a Mí. Padre, lo que Tú me has dado, quiero que donde esté, estén ellos también conmigo, para que vean mi gloria que Tú me has dado, porque me amaste antes

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6. Cfr. Mt., 26, 39; 27, 45.7. Aun hoy, en el Rituale Romanum, esta oración del Señor constituye el momento culminante en las preces por los moribundos, aun cuando, en la práctica, apenas se reza junto al lecho de muerte de un cristiano. Sobre esto observa O. Casel: "En verdad, junto al lecho de muerte no se puede rezar una oración más hermosa que la misma que el Señor recitó como oración de su propia muerte; en ella la muerte se considera como un pasar al Padre, como la puerta que da acceso a la definitiva unión con El."

de la creación del mundo. Padre justo, si el mundo no te ha conocido, yo te conocí, y éstos conocieron que Tú me has enviado, y yo les di a conocer tu nombre, y se lo haré conocer, para que el amor con que Tú me has amado esté en ellos y yo en ellos" (Jo., 17, 20-26).

LA LLAMADA A LA UNIDAD

LA LLAMADA DEL ESPOSO

Cristo es el gran Logos que Dios prometió enviar al mundo. Es la Palabra que salió de la boca de Dios, el gran Mensaje que empieza en el Génesis y culmina en las últimas palabras del Evangelio de San Juan y finalmente en el Apocalipsis : llamada de Dios al mundo para que vuelva a la unidad. De El salió todo, y a El debe volver todo. El es la unidad misma en persona. Todo lo que El crea, lo crea como una impronta de su unidad. A nosotros nos creó también en su Agape, para que, correspondiendo conscientemente con Agape a su Agape, vol-vamos a la unidad con El.

LA LLAMADA DE LA ESPOSA

El meollo del Evangelio consiste en la participación de todos los fieles en Dios por medio de Cristo, en la unidad del

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Cuerpo de Cristo. Cristo vino a este mundo a traerle esta unidad con Dios. Esta unidad en Cristo participa ya desde aquí abajo de la unidad eterna, duradera y divina, que no se interrumpid jamás. Por eso, la Sagrada Escritura se cierra con la oración de la Esposa: "¡Ven, Kyrios Jesús!" (Apoc., 22, 20). ¡Ven a regalar a tu Esposa esta unidad para siempre e inquebrantablemente !

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