el mesianismo da que pensar - alpha decay...el tiempo que resta giorgio agamben traducciÓn de...

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L. ENSAYO EL MESIANISMO DA QUE PENSAR RAMÓN RODRÍGUEZ Se acusa con frecuencia al pensamien- to filosófico de vivir pendiente de sí mismo, de mirar ante todo a su propia tradición y poco al mundo que le ro- dea. Pero cuando se eleva este, a ve- ces justificado, reproche, se sobreen- tiende siempre que el defecto procede del escaso diálogo de la filosofía con las ciencias, pero nunca o casi nunca, con otras tradiciones, por ejemplo, las que representan las grandes religiones. Incluso en el interior del pensamiento cristiano, el afrontamiento directo de los escritos bíblicos como textos que dan que pensar es escasísimo, si se compara con la abundancia de refe- rencias a sus propios clásicos, Santo Tomás o San Agustín. Para la educación filosófica habi- tual el discurso religioso es siempre EL TIEMPO QUE RESTA GIORGIO AGAMBEN TRADUCCIÓN DE ANTONIO PIÑERO TROTTA. MADRID, 2006 183 PÁGINAS, 12 EUROS «LA CARTA A LOS ROMANOS» DE SAN PABLO (EN LA IMAGEN VISTO POR EL GRECO) ES OBJETO DE ANÁLISIS POR PARTE DEL ENSAYISTA ITALIANO E l duque de Saint-Simon, en sus Memorias, habla de un tal Mongi- bault que, tras varios años de guerrear en Flandes, se construyó un castillo en Courcelles. Allí acabó sintiéndose una especie de Ciudadano Kane avant la lettre, ridículo por haber sustituido «las armas por las puertas, chimeneas y artesonados». Lo cuenta Paul Mo- rand en sus Diarios al recordar que el château de Courcelles fue demolido a finales de la Gran Guerra y que su cuñado Jean adquirió la escalera de piedra y un artesonado. No sé si Dominique de Courcelles desciende de ese caballero Mongi- bault del que habla Saint-Simon, pero en Viaje de hierba y de lluvia –título que parece el verso de una canción irlandesa– cita con tal aplomo a Cal- derón que sólo se entiende si se pro- cede de la aristocracia militar y hace cerca de un siglo que se ha perdido la casa familiar. O de alguien que de la visión mística ha tallado sus lentes de Spinoza. No he conocido a nadie que se llevara de viaje una obra de Calderón de la Barca: Dominique de Courcelles lo hace sin despeinarse. Pero ahí detrás también están Montaigne, Rilke, Chopin, el maestro Eckhart, Robert Walser o la poesía china; por citar sólo a algunos. De Courcelles emprende el viaje hacia un lugar que sólo el viajero puede crear a través de su particular mira- da sobre lo que nos hace y lo que hemos hecho con nosotros mismos. O de otra forma: la cultura como una maleta inseparable y el paisaje como un reflejo de la armonía del mundo que hay que saber buscar. «Una de las condiciones fundamentales para conocerte a ti mismo es viajar por la mente de otros», aseguraba en una entrevista reciente. Y decía también que el agua, para los místicos, «representaba la fluidez sin fin». La hierba y la lluvia: su viaje en busca de una armonía secreta y callada, que bebe en las voces de los otros y en la generosidad de la natu- raleza. Se trata de convertir en tras- cendente lo cotidiano para hacer que lo cotidiano sea trascendente. Los símbolos están ahí. Basta con enten- derlos. Y mientras la naturaleza apor- ta su hermenéutica, la cultura viste la soledad al margen del nihilismo contemporáneo y su reduccionismo suicida. La belleza y la verdad surgen entonces como un destilado. Un libro delicioso publicado por Alpha Decay, esa pequeña editorial barcelonesa dirigida por Diana Zafor- teza y Enric Cucurella, cuyos ensayos combinan a partes iguales rigor inte- lectual, una mirada singular y cierta heterodoxia respecto a los hábitos al uso. PAQUEBOTE JOSÉ CARLOS LLOP La cultura como maleta ABCD 24 UNA ESPECIE DE LECTURA JUDÍA DE LAS EPÍSTOLAS PAULINAS ATRAVIESA TODO EL TEXTO. SE ECHA DE MENOS UNA CON- FRONTACIÓN MAYOR CON LA INTERPRETACIÓN CRISTIANA «otra cosa». Resulta por ello esti- mulante y, ¿por qué no decirlo?, gratificante, acercarse a un libro de filosofía que se presenta, sin tapujos, como un comentario a la Carta a los romanos y que es además fruto de un seminario académico. DOS INTERESES. No le faltan a Agamben ilustres antecedentes, como el Heidegger del curso sobre Fenomenología de la religión, pero no cabe duda de que es su cercanía al pensamiento judío lo que le permite esta desusada empresa. ¿Por qué San Pablo y la Epístola a los romanos? La lectura del libro deja la impresión de que hay en Agamben dos intereses que se entrecruzan: el filosófico –la pretensión de comprender en con- ceptos la experiencia del tiempo «mesiánico», el tiempo presente, el que vivimos tras la resurrección del mesías y antes de su parusía– y el filológico, que pretende restaurar el «originario» contexto de mesianis- mo judío de la Carta a los romanos, difuminado por la tradición cristiana posterior. Este segundo interés, una espe- cie de lectura judía de las cartas paulinas, atraviesa todo el texto; se ofrece así una imagen de San Pablo en la que resulta difícil entender có- mo pudo llegar a ser ese genuino fundador del cristianismo, que veía Nietzsche, o simplemente el autor de los textos iniciales de la tradición cristiana. Agamben opera como si la larga exégesis cristiana casi no exis- tiera –es llamativo el escaso eco que en el texto tiene el más famoso co- mentario del siglo XX a la Carta a los romanos, el de Karl Barth–, una abs- tención metódica que se explica, sin duda, por el intento de escuchar las

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  • L.ENSAYO

    EL MESIANISMO DA QUE PENSAR

    RAMÓN RODRÍGUEZSe acusa con frecuencia al pensamien-to filosófico de vivir pendiente de símismo, de mirar ante todo a su propiatradición y poco al mundo que le ro-dea. Pero cuando se eleva este, a ve-ces justificado, reproche, se sobreen-tiende siempre que el defecto procededel escaso diálogo de la filosofía conlas ciencias, pero nunca o casi nunca,con otras tradiciones, por ejemplo, lasque representan las grandes religiones.Incluso en el interior del pensamientocristiano, el afrontamiento directo delos escritos bíblicos como textos quedan que pensar es escasísimo, si secompara con la abundancia de refe-rencias a sus propios clásicos, SantoTomás o San Agustín.

    Para la educación filosófica habi-tual el discurso religioso es siempre

    EL TIEMPO QUE RESTAGIORGIO AGAMBENTRADUCCIÓN DE ANTONIO PIÑERO

    TROTTA. MADRID, 2006

    183 PÁGINAS, 12 EUROS

    «LA CARTA A LOS ROMANOS»DE SAN PABLO

    (EN LA IMAGEN

    VISTO POR EL

    GRECO) ES OBJETO

    DE ANÁLISIS

    POR PARTE

    DEL ENSAYISTA

    ITALIANO

    El duque de Saint-Simon, en susMemorias, habla de un tal Mongi-bault que, tras varios años de guerrearen Flandes, se construyó un castilloen Courcelles. Allí acabó sintiéndoseuna especie de Ciudadano Kane avantla lettre, ridículo por haber sustituido«las armas por las puertas, chimeneasy artesonados». Lo cuenta Paul Mo-rand en sus Diarios al recordar que elchâteau de Courcelles fue demolidoa finales de la Gran Guerra y que sucuñado Jean adquirió la escalera depiedra y un artesonado.

    No sé si Dominique de Courcellesdesciende de ese caballero Mongi-bault del que habla Saint-Simon, peroen Viaje de hierba y de lluvia –títuloque parece el verso de una canciónirlandesa– cita con tal aplomo a Cal-derón que sólo se entiende si se pro-cede de la aristocracia militar y hacecerca de un siglo que se ha perdidola casa familiar. O de alguien que dela visión mística ha tallado sus lentesde Spinoza. No he conocido a nadieque se llevara de viaje una obra deCalderón de la Barca: Dominique deCourcelles lo hace sin despeinarse.

    Pero ahí detrás también estánMontaigne, Rilke, Chopin, el maestroEckhart, Robert Walser o la poesíachina; por citar sólo a algunos. DeCourcelles emprende el viaje haciaun lugar que sólo el viajero puedecrear a través de su particular mira-da sobre lo que nos hace y lo quehemos hecho con nosotros mismos.O de otra forma: la cultura como unamaleta inseparable y el paisaje comoun reflejo de la armonía del mundoque hay que saber buscar. «Una delas condiciones fundamentales paraconocerte a ti mismo es viajar por lamente de otros», aseguraba en unaentrevista reciente.

    Y decía también que el agua, paralos místicos, «representaba la fluidezsin fin». La hierba y la lluvia: su viajeen busca de una armonía secreta ycallada, que bebe en las voces de losotros y en la generosidad de la natu-raleza. Se trata de convertir en tras-cendente lo cotidiano para hacer quelo cotidiano sea trascendente. Lossímbolos están ahí. Basta con enten-derlos. Y mientras la naturaleza apor-ta su hermenéutica, la cultura vistela soledad al margen del nihilismocontemporáneo y su reduccionismosuicida. La belleza y la verdad surgenentonces como un destilado.

    Un libro delicioso publicado porAlpha Decay, esa pequeña editorialbarcelonesa dirigida por Diana Zafor-teza y Enric Cucurella, cuyos ensayoscombinan a partes iguales rigor inte-lectual, una mirada singular y ciertaheterodoxia respecto a los hábitosal uso. ■

    PAQUEBOTE

    JOSÉ CARLOS LLOP

    La culturacomo maletaA

    BC

    D24

    UNA ESPECIE DE LECTURA JUDÍA

    DE LAS EPÍSTOLAS PAULINAS

    ATRAVIESA TODO EL TEXTO.

    SE ECHA DE MENOS UNA CON-

    FRONTACIÓN MAYOR CON LA

    INTERPRETACIÓN CRISTIANA

    «otra cosa». Resulta por ello esti-mulante y, ¿por qué no decirlo?,gratificante, acercarse a un libro defilosofía que se presenta, sin tapujos,como un comentario a la Carta a losromanos y que es además fruto deun seminario académico.

    DOS INTERESES. No le faltan aAgamben ilustres antecedentes,como el Heidegger del curso sobreFenomenología de la religión, pero nocabe duda de que es su cercanía alpensamiento judío lo que le permiteesta desusada empresa. ¿Por qué SanPablo y la Epístola a los romanos? Lalectura del libro deja la impresión de

    que hay en Agamben dos interesesque se entrecruzan: el filosófico –lapretensión de comprender en con-ceptos la experiencia del tiempo«mesiánico», el tiempo presente, elque vivimos tras la resurrección delmesías y antes de su parusía– y elfilológico, que pretende restaurar el«originario» contexto de mesianis-mo judío de la Carta a los romanos,difuminado por la tradición cristianaposterior.

    Este segundo interés, una espe-cie de lectura judía de las cartaspaulinas, atraviesa todo el texto; seofrece así una imagen de San Pabloen la que resulta difícil entender có-mo pudo llegar a ser ese genuinofundador del cristianismo, que veíaNietzsche, o simplemente el autorde los textos iniciales de la tradicióncristiana. Agamben opera como si lalarga exégesis cristiana casi no exis-tiera –es llamativo el escaso eco queen el texto tiene el más famoso co-mentario del siglo XX a la Carta a losromanos, el de Karl Barth–, una abs-tención metódica que se explica, sinduda, por el intento de escuchar las