el mensaje social de los profetas
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COLEGIO DE LOS SAGRADOS CORAZONES DE CONCEPCIÓN
Desde el corazón promovemos la excelencia
EL MENSAJE SOCIAL DE LOS PROFETAS
TERCERO MEDIO
Prof. José Johnson M.
www.religionsscc.blogspot.com
Introducción
El ideal propuesto por el Decálogo no siempre se cumplió. Muchas veces el pueblo
de Israel cayó en la opresión o la injusticia, repitiendo los errores de Egipto. La alianza es
un contrato, donde Dios y el pueblo se comprometen mutuamente. Dios se compromete a
dar al pueblo una tierra, descendencia y libertad; y el pueblo se compromete a dar a Dios
devoción, justicia y fidelidad. En la visión de los Israelitas, cuando perdían la tierra, su
sobrevivencia estaba puesta en peligro o perdían su libertad, entendían que era porque no
habían cumplido la alianza, ya que la única explicación para que Dios no cumpliera su parte
es que ellos no hayan cumplido la suya, porque Dios es siempre fiel.
De ahí que fuera necesaria la presencia de hombres y mujeres que recordaran al
pueblo la fidelidad a la alianza prometida y advirtieran los peligros que podía acarrear el
abandonar sus exigencias. Teniendo la Alianza un fuerte contenido social, y siendo los
profetas los guardadores de la alianza, se sigue que su mensaje y misión también tenga un
fuerte contenido social. Por eso es importante descubrir el mensaje social que estos
hombres y mujeres transmitieron en su época y cómo ese mensaje puede iluminar nuestra
vida cristiana hoy. Nuestro mundo sigue necesitando profetas capaces de descubrir los
signos de Dios en nuestro mundo y nuestra historia, cristianos concientes de la misión a la
que han sido llamados, enamorados de Cristo y signos de esperanza para su pueblo.
1. ¿Qué es un profeta?
La Biblia ocupa varios términos para referirse a los profetas. Uno de los más
antiguos es roeh, el vidente, que aparece en 1Sam 9,16, señalando que se trata de un título
antiguo: “Antes en Israel, cuando alguien iba a consultar a Dios, decía: vamos al vidente,
porque en vez de profeta como hoy, antes se decía vidente”. Junto con éste encontramos el
término hozeh, el visionario y el holem, el soñador. Todos estos términos ponen a los
profetas en iguales funciones que los oráculos de las culturas antiguas de Medio Oriente,
sin distinguir su acento específico en la historia de Israel.
Quizá por eso se fue imponiendo el término nabí, que significa “el que habla”,
señalando con más claridad el papel de anunciador que el profeta tendrá en el pueblo de
Israel. Otros lo interpretan como “el que es hecho hablante”, es decir, el que habla en
nombre de Dios o, relacionándolo con el acádico, el llamado por Dios para hablar a su
pueblo. El griego ocupa el término prophetés. La preposición “pro” no indica, como se ha
pensado muchas veces, hablar antes de (pre-decir), sino hablar a favor de, a nombre de
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alguien. También significa el que habla delante de alguien, por lo que indicaría la función
de hablar delante del pueblo a nombre de Dios.
Todo este recorrido por los términos nos permite aclarar un poco más lo que la
Biblia entiende por profetas, sobre todo si pensamos en el abuso que hoy en día se hace de
palabras como profeta o profecía, relacionándolos con predicciones o anuncios
catastróficos. Los profetas no predicen, sino que anuncian la voluntad de Dios para su
pueblo en un momento concreto de su historia, para guiar su caminar en fidelidad a la
Alianza.
El profeta es alguien que escucha. Antes que ser alguien que habla en nombre de Dios, el
profeta es alguien que escucha a Dios. Su vocación y misión nacen de una profunda
experiencia de Dios, de la soledad y el silencio, y de una actitud de apertura para dejarse
provocar e invitar por Dios a una relación de amor y de confianza mutuas.
El profeta es un enamorado de Dios. De esa experiencia nace en el profeta un amor
apasionado por Dios y un deseo de comunicar esa experiencia a otros, de buscar en el
mundo y en la historia las huellas de ese Dios a quien se ama, de llamar a todos los
creyentes una mayor fidelidad y compromiso. Toda la misión del profeta surge de este
amor primero y hacia él tiende, en una relación que se profundiza cada vez más, con sus
altos y sus bajos, como toda relación.
El profeta es un enamorado de su pueblo. El amor a Dios, cuando es verdadero, se
vuelve inevitablemente en amor hacia el pueblo, particularmente hacia los más pobres y
marginados, hacia los que sufren, con la misma intensidad y compromiso. Toda la crítica
profética y toda su misión surgen de este anhelo de una vida buena, justa y feliz para su
pueblo, y de la convicción que esa vida sólo puede encontrarla en la fidelidad a Dios
expresada en justicia para con los demás, sobre todo con los que sufren.
2. La misión del profeta.
El profeta es llamado por Dios para una misión a favor de su pueblo, la que
podemos resumir en tres acciones: Anunciar, denunciar y consolar.
Anunciar la voluntad de Dios. La primera labor de un profeta es anunciar la voluntad de
Dios en un momento concreto de la historia del pueblo y para iluminar esa misma historia.
El profeta se convierte así en el portavoz de Dios, a través de su palabra, su testimonio de
vida y sus prácticas.
Denunciar lo que se opone a ella. Junto al anuncio, está la denuncia de todo lo que se
opone a la voluntad de Dios, del pecado y la injusticia, de la infidelidad y la opresión. Por
eso el profeta desafía a todos a sincerarse, a descubrir el propio pecado, personal y
colectivo, y cambiar de vida según la voluntad de Dios.
Consolar a los que sufren. Por último, el anuncio y la denuncia se transforman para el
profeta en práctica a favor de los pobres y oprimidos, de todos los que sufren las
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consecuencias de una vida y un sistema opuestos a la voluntad de Dios, un sistema injusto y
pecador. El consuelo es acción concreta y, a la vez, testimonio de esperanza en que las
cosas pueden ser distintas, que Dios quiere que sean distintas, y que van a ser distintas,
porque Dios está a favor del pobre y del que sufre para liberarlo, tal como en Egipto, tal
como a lo largo de toda la historia.
.
3. El cristiano, llamado a ser profeta.
Por el bautismo, participamos de la misión de Cristo Sacerdote, Profeta y Rey.
Jesús profeta. El Nuevo Testamento nos muestra que Jesús era considerado un profeta por
la gente 1 y que el mismo se consideraba un profeta
2. De hecho, su mensaje denuncia las
injusticias, la hipocresía de un culto sin sus frutos en la vida. También anuncia la Buena
Noticia para los pobres y la liberación total y definitiva. Por último, consuela a los que
sufren enfermedad o marginación, liberándolos de sus esclavitudes.
Un pueblo de profetas. Llamados a continuar la misión de Cristo, somos consagrados
como profetas en el Bautismo y en la Confirmación recibimos la gracia del Espíritu Santo
que nos capacita para dar testimonio de Cristo en el mundo, de ser profetas. Este profetismo
toma diversas formas, según la vocación de cada uno, y es una de los aspectos esenciales de
nuestra vocación. El profetismo cristiano no se da en solitario, sino en comunidad. Es junto
a otros hermanos como es posible dar un testimonio verdadero y descubrir la voluntad de
Dios para nuestras vidas. Es en la Comunidad de la Iglesia donde el Espíritu sigue hablando
a todos los pueblos y a cada ser humano, y nosotros estamos llamados a prestar nuestra voz
para que puedan escucharlo.
Profetas de la Iglesia y para la Iglesia. El anuncio profético es para el mundo, pero
también para la misma Iglesia. También nosotros necesitamos cristianos que nos llamen a
una mayor fidelidad y nos renueven la esperanza. Los profetas siempre son incómodos, y
por eso debemos estar dispuestos a sufrir persecución e incomprensión por anunciar la
verdad, denunciar las infidelidades y solidarizarnos con los que sufren, tanto dentro como
fuera de la Iglesia.
4. Algunos textos de los profetas
La viña de Nabot (1Re. 21,1-29)
La historia de Nabot y su viña es una muestra de la relación entre la infidelidad
religiosa y la injusticia. Por influencia de Jezabel, la que ha introducido la idolatría en el
pueblo, Ajab se apropia de la viña de Nabot, que se ha negado a venderla, usando para ello
la mentira y el asesinato. El profeta denuncia esta injusticia que clama a Dios, mostrándole
1 Mt. 16,14; Lc. 7,16; Jn. 4,19; 9,17.-
2 Mt. 13,57 y paralelos.
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al rey las consecuencias de su pecado. El rey se arrepiente y las consecuencias de su mal
actuar se suavizan un poco. En esta historia podemos ver reflejadas todos los robos
“legales” que vemos hoy y cuál es la voluntad de Dios con respecto a eso.
La riqueza es un escándalo (Am. 4,1-5)
El profeta compara a las mujeres de los poderosos, que ostentan lujos y riquezas
delante de los pobres, a las vacas de Basán, territorio famoso por su ganado vacuno. Así
han engordado los ricos y, al igual que el ganado, serán sacrificadas por su injusticia. Su
devoción en los principales santuarios, su actitud piadosa en el culto no vale nada si no va
acompañada de la justicia y la solidaridad.
La injusticia de los poderosos (Am.5, 7-15)
El profeta señala la injusticia de los poderosos, que corrompen los tribunales y no
hacen justicia al pobre e indefenso. El camino para que Dios los perdone es restablecer la
justicia y el derecho y construir una sociedad según la voluntad de Dios expresada en la
alianza. La justicia de un sistema y una sociedad se juzga por la protección del pobre y
oprimido. En la justicia y la solidaridad se demuestra la verdadera devoción y fidelidad a
Dios.
El pecado y el falso culto (Is.1,10-20)
Isaías comienza llamando al Reino de Judá como Sodoma y Gomorra, debido a su
pecado. El culto vistoso del Templo, aunque mandado por la Ley de Dios, se ha
transformado en una máscara que oculta el pecado y la injusticia, el robo y la opresión. La
llamada de Dios es a volver, a “ajustar cuentas” con Dios, a dejarse blanquear por El y
cumplir el fondo de la Alianza. Sólo así el pueblo gozará de la seguridad y prosperidad que
un culto vacío no le puede entregar.
El juicio a los poderosos (Miq. 2,1-11)
El Reino de Judá va derecho al destierro, pero no por una mala política
internacional, sino por la injusticia de los poderosos, que oprimen y roban a los pobres,
confiando que al ser el pueblo elegido Dios no va a destruirlos. El profeta señala que Dios
hará con ellos lo que ellos hacen con el pobre y que su acción en su contra es en realidad
justicia con su pueblo, pues ellos son “enemigos de mi pueblo”. Las acciones de los
terratenientes hacen que Dios apure su juicio, pues El es un Dios justo y misericordioso.
El juicio a los dirigentes (Miq. 3,1-12)
No sólo los ricos han pecado contra Dios, sino también los dirigentes, que avalan la
injusticia y la opresión. El pecado alcanza a los reyes que oprimen al pueblo, a los falsos
profetas que cobran por su profecía y dicen lo que los poderosos quieren escuchar, a los
jueces que tuercen las leyes injustamente y a los sacerdotes que no velan por la Alianza.
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Siempre los poderosos se escudan en razones y, en este caso, la justificación es religiosa:
ellos son “amigos de Yahveh” y descendientes de Jacob y por eso se sienten seguros. Pero
la única razón que vale delante de Dios es la justicia y la misericordia, sin ellas todo lo
demás es mentira y falsedad.
La esperanza de un pueblo humilde (Miq. 5,1-4a).
La esperanza para el pueblo no está en los reyes ni en los poderosos, sino en los
humildes, en la más pequeña de las ciudades de Judá. Será de entre los pobres donde Dios
hará surgir un gobernante según su voluntad, un verdadero pastor para su pueblo. El Nuevo
Testamento verá en este personaje a Jesús, nacido de una pequeña ciudad, solidario con los
pobres y oprimidos, como el nuevo dirigente que Dios quiere y como modelo y guía para
todos los que buscan a Dios con un corazón sincero.
El clamor del pueblo (Hab. 1,1-4)
Habacuq anuncia de parte de Dios la queja del pueblo: ¡Hasta cuándo!. Las
injusticias continúan en Judá y babilonia comienza a transformarse en una nueva amenaza.
El reclamo del profeta exige de Dios una respuesta, si El es justo hará justicia a su pueblo
que sufre cada día las consecuencias de la infidelidad y la opresión. La queja y la
indignación frente a la injusticia no es algo que Dios rechace, sino que todo lo contrario. Un
creyente verdaderamente atento a la acción de Dios en la historia no puede dejar de oír el
clamor de los que sufren, clamor que sube hasta Dios y que no baja de su presencia hasta
obtener una respuesta.
La falsa seguridad del Templo (Jer. 7,1-15)
Jeremías señala el error de confiar en el Templo como un refugio, sin cambiar de
conducta y cumplir con la Alianza. Es cierto que el Templo lleva el nombre de Yahveh,
pero eso no es seguridad si la conducta no va de la mano del culto. Un culto para disfrazar
la injusticia acelera el juicio de Dios más que demorarlo. El Templo se ha convertido en
cueva de ladrones, es decir, en el refugio donde los que actúan mal se sienten seguros, en
un objeto mágico que pretende ser un pararrayos de la cólera de Dios y de las amenazas de
invasión. Dios quiere que el Templo sea signo de que El habita en medio del pueblo y de
que el pueblo tiene a Dios como el centro de su vida, si esto no se realiza, el Templo es
inútil.
Una alianza nueva y eterna (Jer. 32, 36-44)
Dios anuncia una nueva alianza eterna, escrita en los corazones del pueblo, en su
propia conciencia y en su manera de actuar. Solamente teniendo un solo corazón puede el
pueblo alcanzar su plenitud, solamente viviendo la Alianza en cada día y momento podrá
permanecer en la tierra que Dios les ha dado para su felicidad. Dios los ama
apasionadamente, por eso promete transformarlos para que puedan de verdad responder a
su amor.
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Consuelen a mi pueblo (Is. 40,1-11)
El primer mensaje de los profetas es un llamado a la esperanza y el consuelo, porque
la liberación del pueblo está cerca. No se trata sólo de la llegada de Ciro, sino de Dios
mismo, que a través de los hechos históricos, va guiando la vida de su pueblo para
conducirlo a la plenitud. Como en un nuevo éxodo, Dios prepara para ellos un camino en
medio del desierto, allana los montes y aplana los senderos para conducir a su pueblo a su
tierra, para invitarlos a recomenzar. Esta esperanza próxima es el consuelo del creyente,
que sabe que Dios actúa en la historia para liberarlo de todo mal y de toda injusticia.