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1. N o ha muchos años, en una tarde de octubre, me paseaba sobre el malecoii del Mapocho, gozando la vista del sinnúmero de paisa- jes bellos que e13 aque llos s itios se presentan. La naturaleza en riiiesd tra primavera ostenta Con profusion iodos sus primores, y parece que desarrolla ante nuestros ojos s,u magnífico panorama, con la complacencia de una madre tierna que presenta sonriéndose un dijecillo al hijo de su amor. E l Mapocho ofrece en sus rnáijenes mil delicias que le hacen recordar a uno con pena aquellas bellas ilusio- nes que se forma en sus primeros amores : aquí aparece el aspecto duro y melancólico de una ciudad envejecida, cuyos edificios ruino- sos están al desplomarse j a lo lejos, una confusa aglomeracioi? de edificios lucidos, de torres esbeltas y elegantes, y el puente grande del rio que se ostenta majestuosa y soberbiamentc sentado sobre SUS formidables columnas; allí, multitud de grupos de árboles floridos, que a veces se confunden cou los lijeros y blancos vapores que se elevan de las aguas; allá interminables corridas de álamos de color de esmeralda cortadas a trecho por el lánguido sauce y por otros ar- bolillos que contrastan sus matices verdinegros con el triste amarillo del techo de las chozas. D e eiitre las densas arboledas s e ven salir en direcciones curvas y varias las columnas del humo del hogar.; 10s niños triscaii en inocente algazara sobre las arenas del cauce, el yas- tor desciende con su blanco rebaíío por las laderas del San Crist6bsl y se pierde de repente tras de las peñas o arbustos que se eiicuen- tran al paso ; y en medio de estas rústicas escenas, se oye l armonia universal de la naturaleza que se despide de la luz del &a, y se con- l

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    1.No ha muchos aos, en una tarde de octubre, me paseaba sobreel malecoii del Mapocho, gozando la vista del sinnm ero d e paisa-jes bellos que e13 aquellos sitios se presentan. La naturaleza en riiiesdtr a prim avera ostenta Con profusion iodos sus primores, y parecequ e desarrolla ante nuestros ojos s,u magnfico panorama, con l acomplacencia de una madre tierna que presenta sonrindose undijecillo alhijo de su amor. El Mapocho ofrece en sus rnijenes mildelicias q ue le hacen recordar a uno con pena aquellas bellas ilusio-nes que se forma en sus primeros amores : aq u aparece el aspectoduro y melanclico de una ciudad envejecida, cuyos edificios ruino-sos estn al desplomarse j a lo lejos, una confusa aglomeracioi? deedificios lucidos, de torres esbeltas y elegantes, y el puente grandedel rio que se ostenta m ajestuosa y soberbiamentc sentado sobre SUSformidables columnas; all, multitud de grupos de rboles floridos,que a veces se confunden cou los lijeros y blancos vapores que seelevan de las aguas; all interminables corridas de lamos de colorde esmeralda cortadas a trecho por el lngu ido sauce y por otros ar-bolillos q ue contrastan sus matices verdinegros con el triste amarillodel techo de las chozas. De eiitre las densas arboledas se ven saliren direcciones curvas y varias las columnas de l humo de l hogar.; 10sn ios triscaii en inocente a lgazara sobre las arenas del cauce, el yas-to r desciende con su blanco rebao por las laderas del San Crist6bsly se pierde de repente tras de las peas o arbustos que se eiicuen-tran al paso ; y en medio de estas rsticas escenas, se oye l armoniauniversal de la naturaleza qu e se despide de la luz de l &a, y se con-funde a la distancia con el sordo bullicio de la ciudad . j 011 ncantosdel Mapocho j Cuntas vews habeis henchido ini pecho del rego-cijo mas puro iCuntas veces habeis ahuyentado de mi corazonpenas acerbas Yo derramaria lgrimas de ternura si estando sep;**

    flSV. TOMO I. ~ 5

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    ,8 REVISTA EL PACIFICO.rado de mi patria, me asaltara el recuerdo de esas escenas de simplerusticidad en el centro d e la cul tura d e u n puebloEl solcomenzaba a ocultarse en las colinas de occidente, dibujan-do en el azulado fondo del cielo diversos copos de luciente nacar,tienclo de un suave color d e TOS^ l s nubecillas q ue flotaban sobre

    13s faldas de los Andes, y dorando el manto d e nieve con que secub ren estos jigantes del mundo, de modo que los hacia aparecercomo montaas de oro macizo puestas' all para sustentar el firma-mento con sus encinmbrndas cimas. El aura de la tarde era fresca yarornhtica ;yo dejaba flotar a su impulso mis cabellos y pernianeciareclinado sobre la muralla, mirando las corrientes de l rio: ellas sellevab an consigo mis pensam ientos y mi vista y se precipitabanbulliciosas has ta estrellarse en esas ruinas adustas q ue ha dejado cnsi1paso el a ntiguo tajamar, y que hoi inmGviles y silenciosas desa-fian su embate y las desprecian. Pero aquel momeiito de deliciasen q ue todo lo sentia, sin pensar en nada, u4 mui corto para m;un hombre se puso a mi lado sin pronunciar una sola palabra yme sac de mi ensuefio: era d e gran de estatura, aspecto grave s e mblante apacible v melaiiclico, su barba er a larga y blanquizca, susojos liumildcs y hermosos. Vestia iina m an ta larga y gruesa , calzonazul y media d e lana blanca, y en su mano derecha tenia un sombrero de paja burda, en actitud de respeto. 121instante reconoc almisterioso mendigo que recorria todas las tardes aquellos sitios im-plorando la c a ri d ad d e los transeiintes, sin desplegar los Ibios; nohabr en Santiago quien no le recuerde: apenas hark cinco aosqu e h a desaparecido. Ese hom bre atraia poderosamente mi atencion:siempre habia procurado con algunos amigos saber quin era, peronunca habiamos logrado oirle m as que monoslabos. Entonces tratde trabar con l un a conversacion; le d i una moneda j 7 nos cruza-mos estas palabras :- Me conoce Vd. a m, buen hombre ?-S , seor, Vd. siempre me ha hecho bien, me respondi6 con- Sabe Vd. cmo me llamo ?- P u nombre de Va., dgamelo, mire que siento ardientes de-seos de saber quien es Vd., de saber algo fiohre su vida. Vamos, ha-Despues de un silencio, durante el cu al v i en su rostro cierto aire'- Soi un antiguo soldado de la patria, rnc llamo Almro de hqi

    VOZ apagada.- O

    ble Vd.d e ternura, me dijo:

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    EL MENDIGO. 711r r e ; y baj al suelo sus ojos guarnecidos de una blanca y largapestaa.Yo continu ha +h do le varias preguntas mas y 41 contestndo-inelas a medias. Luego que supo por mi nombre quin era mi pa-dre, esclam : iBuen sellar, siempre me d limosna: mtuvimos ju n -tos en el sitio de Rancagua, en u na misma trinchera, 61 era paisanoy peleaba como nosotros Es tas frases pronunciadas con cierto airede nobleza, me hicieron palpitar el corazon y trat d e hacerle cono-oer el interes que me inspiraba su desgracia; le promet amistad yconsegu al fin de muchas splicas qu e me dijera algo sobre su vida.Marchamos juntos hasta la penltinia pirmide; en su base tom,asiento el mendigo y yo permanec en pi. La luna principiaba araya r sobre los Andes, y su luz rielaba sobre l as lijcras y bulliciosasaguas del rio, figurando en ellas u n a prolongatla cinta de plata es-tendida en desrden sobre la arena ; todo estaba en calma. El aspectodel mendigo me inspir vcneracion y me caus mil ilusiones miste-riosas, que pasaron por mi mente con la lijueza de la brisa quelamia el encum brado follaje de los lamos. S u voz me &acGde miescitacion, pero no era ya 1%voz apagnda del que sufre, sino firmey sonora, corno la de l hombre que revela hondos arcanos. Principiciconmigo una conversacion, la mas interesante que he tenido en mivida : a rapidez de su narracion y de su lengua je, m e reve16 desdeluego que no tenia en mi presencia a un hombre comun. A ciiantaspreguntas le dirijia, mc respondia entonces con desembarazo y confirmeza ; de modo que llegu a creer qu e nqiiel era ni1 mend igo su-puesto, un personaje mui diierente del personaje que representaba,y me persuad que por alguna d e aquellas anonalias, tan frecuente.,en el mundo, habria llegado este liornbre a habituarse a perinaneceren una situaciou ta n despreciable como er a la en que se encontraba.Pe ro esta persuasion me du r poco tiempo, porque luego vi queeran mui naturales y au n com unes los accidentes q ue le habian pre -Cipitndo en la desgracia. Voi a tratar de trazar aqu la historia d eRU ida con el mismo,aire y aniinacion con que 61 me la rcEri6>omitiendo detalles y en frases cortadas como l lo hacia.

    -

    /

    u Yo nact en la Serena, dijo, y mi nacimiento e ~ ~ s n muerte dt-.la que me di6 la vida ; ini padre, que era uno d c l os comerciantes demas crdito en aquel pueblo, cuid esmeradamente de mis primerosa ~ o s , me educ sin perdonar sacrificios. Ya hahia mlidri ( le m

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    71 REVISTA DEL PACIFICO.infancia, ya principiaba a sombrearnie la barba, cuando me en trega u n amigo suyo, rico mercader de Lim a para que me llevase'cvon.sigo y me comunicase sus luces y su esperiencia. P o pa rt l leno deangustias : el corazon me presajiaba entonces un porvenir de Igri-, mas y de sangre. A h jams olvidar el aspecto de m i padre enaquel instante El anciano desgraciado lloraba, como un nio, meestrechaba sobre su pecho y me acariciaba con ternura, dindomeconsejos y prot,estiidorne que me separaba de su lado solo porquedeseaba mi felicidad gPadre querido mil yeces te b e llorado comoahora, y jamas he podido hallar consuelo . . . El mend igo ocultsollozando su rostro entre SUS manos, y despues de un suspiro pro-fundo, continub.: (( Ocho aos hacia que y o estaba en Lima, cuandosu pe qu e mi padre habia muerto, apoviado de pesares a causa delmal estado de sus negocios ; sus acreedores se habian repwtido delos efectos de su comercio para pagarse ; el entierro de su cadverse hizo de caridad; no iuvo un d eudo, u n amigo qu e derramase unalgrima tan solo sobre su sepulcro i Ah yo debiera h ab er partidoentonces a mi pueblo pero mil esperanzas vanas m e encadenaronen Lima, y me decid a permanecer all para siempre. El mercader aquien mi padre me habia encomendado hab ia muerto tambien, ;y yocontinuaba con su hijo malbaratando el caudad que aqnel hombrehon rado l e form con tantos sacrificios : ambos ramos de una edad,y sin guia, solos en aquella Cpaa de la A mrica, nos habiamoslan-zado a la disipacion. N uestros negocios se en co nt raba n en el peorestado, no teniamos c&dito, iii avanzbamos en el comercio. Un diad e aquellos en qu e el demonio se apodera de l alm a pa ra arrancarle11 razon y precipitar .al hom bre en el vicio, m i amigo, A lonso, tomel dinero que habia en caja y nos encaminamos a casa de su que-rida, en donde s juntaban de ordinario varios hombres perdidos.Serian las seis de la tarde, en invierno, entramos e n silencio Iiastauna pieza oscura sin sentir el menor mo vimiento en tod a la habita-cion, y no bien habiamos puesto en ella el pi, cuando sentirnos pal-pitante el estallido de un beso, lleno de ,amor, y luego un prolongttdosuspiro : pedimos luces y al m omento sent que se acerc a mi amigosu que rida llenndo le de caricias. Al ilum inarse la sala, vimos re-clinado sobre un canapC a un militar e s p o 1 que en la noche ante-rior nos habia ganado allmismo veinte mil duros. Se levant estre.giidose las manos y dicindonos: vienen Vdes. a continuar lapartida ? y nosotros no le respondimos palabra." Alonso, qu e estabacon sus facciones contraidas, se diriji6 a l en silencio, como a exi-jir le un a esplicacion, pero a la sazon entraro n varios con las rnujerm

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    EL MENDIGO. 7 3que formaban el em beleso de aquella tertulia. El juego, el ponche yla corrnpcion dieron principio ; las horas conienzaron a pasar lijeraspara todos, pero lentas para m ; m ui tarde era ya, las luces ard ianen candiles y a su opaco resplandor continuaban los jugadores sutarea con mas ardor : yo estaba fastidiado y dispuesto a retirarme ;Alonso habia pcrdido todo su dinero, el almacen de su comercio, yhasta su reloj, pero permanecia mirando ju g a r con su cabeza recli-nada sobre el hombro de su querida. Las rnujereg no me habianimpresionado aquella noche ; yo sentia en mi alma una amarguraque me desesperaba. En un momento en que la algazara del des.rden habia cedido su lugar a l cansancio, se acerc a m un frailede la buena m uerte, qu e andaba con una g uitarra en la mano, y to-mando un aire srio, me dijo al oido: ((yono quiero guardar mas u nsecreto qiie pesa sobre mi conciencia: sepa Vd., D. Alvaro, que a SUamigo le han ganado mal. Su misma adorada ha facilitado al mili-tar los dados falsos. - o me qued pasmado con esta fatal reve-lacion, y luego que me seren, con mucha calma me puse ju n to a la,mesa de juego: m i amigo permanecia como he dicho antes, y aque-lla mujer perversa lo acariciaba todavia, resbalando una mano BUvemente por sus barbas. Es taba yo observndola y tratando de des-cubrir en su semblante la verdad de la revelacion que acababa dehacerme el fraile, y al fijarme en sus ojos apacibles y bellos, llegu6a considerarla incapaz de u n crmen ; pero luego la vi hacer u n jestode intelijencia al militar y pasarle unos dados, dicindole : G tomaestos que son mejores No pude contenerme y esclam: i esosdados son falsos, seEora ..: . S tiempo 1i que yo lo sospechaba,grita A lonso, hund iendo a l mismo tiempo su pua l con uerza en elcorazon de su traidora amante. El eapaol se 4evanta furioso y di-rije una pistola a l pecho de mi amigo, yo se la arrebato, y ste ledejd muerto en e l instante mismo con el pual que le habia servidopara principiar su venganza En aquel momento terrible, todosaltercaban en confuso desrden y gritera, y de tal modo se trabla riila que la policia se introdujo, aprehendi a varios all mismo yentre ellos a mi amigo Alonso. Yo me precipit entre la turba ylogr ocultarme en una casa vecina que era de un com erciante conquien habia tenido relaciones.Quince dias, los mas espantosos de toda mi vida, pas encerradoen un stano, qu e tenia su entrada en el cuarto mismo q ue habitabami salvador y corria hcia una callejuela de la ciudad, por dondebslbia mucho trfico. L a oscuridad de aque l sitio inm undo no medejaba ver siquiera mi propio cuerpo, la humedad trababa m is miem -

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    714 REVIS L A DEL PACIFICO.bros y penetraba, hasta mis huesos, la fetidez riie hacia desesperar ,ycorrer fren6tico los ngulos de aquella prision en busca d e aire puroque respirar Desde a h percibitl yo el bullicio de la calle y hastalas conversaciones de los traseuiites : n dia sent gran tropel, vocesy gritos C O I ~ ~ L I S O Soia tocar la agona en una iglesia prxim a, y decnando en cuando un a lgubre campanilla precedia el grito de al-gu ien que pedia limosna para un ajusticiado. iEs te era A lonso, s,m i amigo Alonso, que ese dia fu arrastrado a un banco, por la pie-dad de l virei, que le liabia conmutado la pena de horca a que fucondenado por los jueces. L a misma sentenciarecay sobre m. . ..

    El que me habia salvado la vida complet su favor, hacindomesalir con preoaucion para el A lto Pe r. Dos G o s vagu por pueblosestraos, procurndome la subsistencia, unas veces de limosna yotras soportando los trabajos mas duros para comer u n pa n de afre-cho humedecido con mis lgrimas Atraves a l fin las cordilleras,y despues de u n sinnmero de sacrificios y de privaciones llegu ala Serena, a mi patria Bntonces despertd como de u n letargo, mesent cstenuado, me v lleno de andrajos, rodeado de miseria; perohubiera gritado como un loco, al reconocer l as ca lIes de m i puebloH ub ie ra acariciado con delirio a todos los que encontraba al pasosin embargo de que ellos ni siquiera me echaban una mirada deconipasion Nadie me conocia; la casa qu e habit en m s primerosaos estaba ocupada por jentes estraas L a primera noche qu e pasen aquella ciudad deliciosa no tuve adonde acojerme : estend mimanta sobre l as losas d e una de las puertas del templo de SantoDomingo y me dorp arrul lado por el. estruendo de las olas delmar: tuve suefios de ventura, y me despert6, al rayar e l sol, rin-dome, como si hubiese sido el hombre mas afortunado del mundo.Pero tenia hambre, estaba cubierto de harapos y era preciso pensaren mi situacion: 3a me habia puesto en pi para ir a buscar a donde trabajar, cuando se abrieron la s puertas de la iglesia. E n tr llenode veneraeiou y me arrodill a oir una misa que principiaba. Micorazon e n aquellos momentos f u todo de Dios, me sentia feliz conacercarme a l a ped irle m isericordia y amparo A l acabar su misael sacerdote, se volvi6 al pueblo, y con voz trmula y aire apaciblele pidi uiia oracion implorando el favor de la Vrjen Santsimasobre los desgraciados que acababan de morir en la plaza &e San-tiago, eii defeilsa del nuevo gobierno qu e se habia instalado a nom-br e del rei. Esta noticia, que oia por primera vez, llam sriamentemi atencion. Sal del tempio, llevando en mi corazon el placer quese gusta despues de haberse acercado a Dios, pero lleno de curiosi-

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    EL MENDIGO. 715dad por lo que habia oido decir al sacerdote. Me acerque a unapobre anciana, q ue tambien salia, para hacerle algunas preguntas;quise reconocer sus facciones, llamela por s u nombre y elIa me res-pondi con sorpresa: no pude contenerme, la abrac y me le d aconocer. L a pobre vieja habia estado al servicio de mi madre, mehabia asistido hasta mi partida a Lima . Lloramos juntos en silen-cio y cuando pas nuestra primera ajitacion, me llev a su casa yme prodig mil cuidados.De ella supe cuan to deseaba saber de mi desgraciado padre, cuyamemoria no existia ya sino en uno que otro de los habitantes deaquel pueblo. Supe ademas, que como ocho meses antes de mi lle-gada, se habia cambiado el gobierno del rei e n Santiago, por m ediode una revolucion que presajiaba muchos desastres. AIgunos diasdespues p ud e presentarme a varias personas, pero todas me descono-cieron ; y reflexionando entonces que el hombre cuando est sumidoen la miseria, solo puede confiarse en sus propias fuerzas, principia trabajar en lo qu e se me proporcionaba accidentalmente para ga -nar mi subsistencia y no hacerme ta n oneroso a la pobre vieja queme habia facilitado su hogar y su mesa.Yo sentia q u e m i juv en tud Se iba apagando y encontraba en micorazon un vaco que me hacia la vida insoportable; los recuerdosque asaltaban mi mente eran todos funestos: solo un pensamientoqu e me habia acom paado en todas mis peregrinaciones me conmo-via agradablemente. P e ro era una ilusion vaga, como aquellas qu cle quedan a uno despues de un sueo delicioso : era el recuerdo deun amor inocente y pu ro q ue habia dominado mis primeros afos.M i padre acostumbraba, cuando yo estaba todavia a su lado, visi-tar todas las noches a un a anciana viuda, con quien le ligaba unaamistad de muchos aos; la anciana tenia una hija, menor q ue yo, l acual por su pureza y hermosura parecia u n njel. Todas las nochesnos reunamos: nuestras conversaciones eran inocentes, nuestros jue-gos tambien lo eran: a veces advertamos que los dos ancianos nosfijaban sus ojos con placer y se sonreian, nosotros nos ruborizba-nios y quedbam os en silencio. Yo no tenia dur ante el dia otro pen -samiento que el de llevar por la noche algun dije a mi amiguitaLuca, o el de aprender alg un cuento pa ra referrselo, po rque sentiaun profundo placer de verla con sus ojos clavados en m durante m inarracion, sentia necesidad de que me mirase y de mirarla yo tam-b ien . , . . El amor habia estrechado nuestros corazones y nosotroslo ignorbamos, no haciarnos mas qu e sentir sus efectos. E ste amorfu el que hizo amarga mi separacion de la Serena; eate amor fue el

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    716 REVISTA DEL PACIFICO.que siempre tuve presente durante mi ausencia; 81habia llegado aser para m una especie de relijion, que no me atrevia a abjurar,porque tcmia cometer un crimen, o mas bien porque no podia ha-cerlo; ese a m o r era mi vida. Asi es que mientras dur mi mansionen Lima, jxnas me at rev a mirar una mujer sin qu e me asaltase eltemor de ser infiel a m i Lucia..A los dos aos d e mi residencia en aquella ciudad stye qu e habiamuerto la madre de Lucia, y nuuca mas volv a tener de sta la me.nor noticia. Sin embargo, todas mis ilusiones le pertenecian; algunavez me:afeccion de tal cual mujer, porque mi imajinacion me lafiguraba parecida en algo a mi Lucia': siernpre qu e me entregaba alas ilusiones que son tan frecuentes en l a juv ent ud , ella era, el nicotrmino de m i aspiracion ; l a ausencia me la hacia mas bella, masanjelical: y como no habia yo tenido otr a amor, y mi corazon neee-sitaba ainar, ella ocupaba sola toda mi alma, y por ella sola viuria.Despues de mi llegada a la Serena, trat de tomar noticias acercade esta linda nia, pero sin descubrir mi corason, y la vieja Mariame hizo saber que la antigua amiga d e mi padre, al tiempo de mo-rir, habia encomendado su hija y todos sus bienes a un espaol queera mui conocido en aquel pueblo por la orijinalidad de sus costum-bres. Este hombre singular, que se llamaba D. Gumesindo Saliashabitaba en una casa ai sla da a1 estremo del poniente de la poblacisn,n l a orilla de la vega que se dilataba hasta la playa : o ten ia familia,no se le veia jam as e n pdblico, y de los esclavos que le rodeaban,solo uno practicaba las dilijencias que necesitaba en la chlle. Enesa casa habitab, mi Luoia, y era opinion coaiun en tr e todos los dela ciudad que babia enloquecido al poco tiempo despucs de muertasu madre, por CUYO motivo jamas se la habia visto por nadie desdeaquella poca. U n a o emple practicando las mas prolijas dilijiciasa fin de ver a mi querida o de sabUr algunos pornienores mas sobres u suerte, pero nunca pude avanzar mas e n m i objeto. Me propusean da r siempre mal traido para, no llamar la atencion sobre m, y to-m la coslumbre d e dirijirme a la vega, con m i caa d e pescar, todaslas tardes, ap enas terminaba los pocos quehaceres que tenia : me co-locaba al pi, d e las murallas d e la casa de D.Gurnesindo, y desdeah estaba en contnuo acecho, y siempre sacando con mi anzuelolos camarones de la vega. Desde aquel sitio, qiie estaba para mlleno de encantos, presenciaba la csida del sol en los abismos delmar, sus reflejos iluminaban las aguas de ta l modo que parecia queiba a hundirse en una inmensa hoguera, cuyas llamasherian la vista;mien trm q u e el cielo estaba cubierto y matizado de nubes negras y

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    BL NENDIGO. 717tajas que veces me arrobaban el alma y me hacian olvidar a lapobre Lucia. De este modo pasaba la tarde y venia la nocha aencontrarme en la misma situacion, porque as pernianecia horasenteras calculando y buscando modo de conseguir salir de aqudapenosa situacion a qne me habia reducido mi suerte fatal. Lo nicoque me sacaba a veces de mis delirios era una voz vaga y suavequ e entonaba algunos versos al otro lado de l'a muralla, y que yo nlcanzaba a percibir porque esta tenia en lo mas alto unas aberturaslargas y angostas cruzadas de dos barras de fierro mui fornidas. P ar am no habia d ud a de que aquella er la voz de Lucia, y esta persua-sion me daba un consuelo, el mas grande que en aquellas circuiis-tancins podin esperar. M ui ho tiempo 'hacia que no recibia m i almaeste descanso, cuando una tarde o patentemente qu e cantaban estosVt&PSOS: Aunqiie me olvidas, te adoro,y aunqiie no me das consiielo,yo lo tengo, porque lloro.

    I ,

    despies de algunos mas, que no alcance a percibir sino mui VB.gamente, o con mucha claridad estos otros :No creas que porqiie sufro,No hai bien que por mal no vengsoi cobarde :nunquo tarde.

    Yo lloraba amargamente al oir estas quejas y me imajinaba ver aLucia con sus grandes ojos negros cubiertos de lgrimas, sentia queestrechaba mi mano entre las suyas, y mi ilusion llegaba hasta el es-tremo de persuadirme que hablaba con ella y que la poseia parasrnpre .....El fruto principa l d e rnia tareas en u n ano habin sido la arnque me procu r con el negro Linciaiio, que era%l nico esclavo d equien D. Gumesindo se confiaba. Prin cip ie a agasajarlo y a captar-me sd cdrib, pero er a tanto el poder q ue sobre su corazon tenia elamo, qu e aun se recelaba para responderme a las preguntas mas in-significantes que yo le hacia, acerca del rjiriien de la familia. Al finde muchos trabajos log'r de l tener algunas nu eva s Lle'Lucia, lasque no hicieron mas que avivar m pasion, pero como y o temia tQ-davis del negro, no me atrevia a tentar su fidelidad. Un dia le en-contr en la calle y m e dijo que buscaba un carpintero para que

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    718 REVISTA DEEL PACIFICO.acomodase una gran pa rte que sc habia caido del alta r del oratorio d es u seor, porque el maestro q ue trabajaba en su casa estaba aquellavez niui enfermo : provechando yo la oportunidad , me le ofrec, .ycon pocas instancias logr q u e me diese aque lla ganancia. E n efecto,busqu algunas herramieiitas, y aunqu e n o entendia el arte, m eatrev a improvisarme carpintero, confiado solo en e l amor ; y unaho ra despues estaba e n. la puerta de D. Gumesindo a cuya presenciafu conducido po r Luciano. Estaba e l espaol recien levantado desiesta, con el gorro calado hasta la ceja, y sentado en un canap, encu yo brazo tenia apoyado el codo de manera qu e afirmaba su barbasobre la palma de la mano, abraandose ia garganta entre el ndicey el pulgar : u aspecto e ra el de u n gato qu e acecha, pero tenia unceo terrible. Djole entre dientes a Luciano qu e me condujera aloratorio y volviese para tratar. Asi lo hicimos, y nos ajustamos porun precio m ui bajo, quedan do de principiar la obra al otro dia. Meretir con el sentimiento de no liaber visto a nadie mas que a D. Gu-mesindo en la casa, y l legu a temer que no me seria posible ver aLucia, y ese era el nico objeto de mis esfuerzos. Desde aquel mo-mento no pens mas que en e modo de drmele a conocer, y al efec-to escrib u na carta pa ra entregrsela al dia siguiente. Un amigo mio,q u e era un espaol llamado Laurencio Solis, me sorprendi aque-lla noche al tiempo d e es ta r trazando en el papel la revelacion de mia m ~ r , como yo lloraba y escribia a un mismo tiempo, no pudeocultarle m i propsito : a mas de que necesitaba desahogar mi cora-zon, deseaba tener un amigo qu e aprobape m is sentimientos, que meauxiliase con su consejo. Desde entonces consider a Laurencio comoun hermano qu e el cielo me concedia para templar ms amarguras.Lleg el dia deseado, y al ra ya r el sol me puse e n casa de D. Gu-mesindo armado con los tiles necesarios para ejecutar la obra ycomunicarme con mi querida. Entrb temblando a la presencia deeste hombre, qu e entonces me pareci mas terrible qu e nunca :medijo sin mirarme y con voz m ui entera:

    2 Vienes para el trabajo-Si seor.-Pues bien, si no acabas a las diez, puedes pensar en no hacernada. --Acabar antes, sebr.i E h q u dcil pareces, bribon 2 lc dnde eres t6 ?-De Lim a, seor.-4 Mucho tiempo h que estis en estos lugares-No seior.

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    KL MICNUlGO. 119-1ucs bieii, no tieiies mala pinta, ancla a1 trabajo, me replic6hirindome con una mirada que acab de iritimidarme.Al pasar por el cuarto contiguo al oratorio, qu e comunicab*aconel de D. Gumesiudo, vi a Lucia sentada en el estrado y tejiendorandas en un cojiiiillo pequeo que apoyaba sobre sus rodillas : alverla se me cayeron de l a mano los instrumentos, ella levant sus ,hcrmosos ojos, los fij en m, el cojiriillo rod por la alfombra y lapobre nia qued con sus labios &reabiertos y yerta como si hu-biese caido un rayo a sus pies. Un gr ito terrible de D. Gumesindo,que m e decia : i O&, ya princ ipias con torpezas - e sac de mi

    atolondramiento ; tom6 las herramientas y segu mi canino. Diprincipio al trabajo, sin saber lo que hacia, porque a un p o d k divisardesde alli mi anjel qu e no sv atrevia a levantar los qjos, sin em-bargo de que D. Gumesindo estaba en una posicion de sd e donde n ola veia. Despues de un largo rato me puse n aserrar una tabla en-frente de ella y enton un ya rab peruano con los versosAiinqiie ine olvidas, te adoro,Y aunque no me das consuelo,.Yo lo tengo, porque lloro.

    L a bulla de la sierra no dejaba percibir a D. Gurnesindo la letrade mi canto, pero Lucia la entendi al momento, porque la v i mi-rarme con sus ojos llenos de lgrimas y suspirar con ternura. Enaquel momento delicioso fu m as feliz qu e l o . h e sido en toda m ivida; olvid ms pesares, y en lagxr d e l lorar me reia como u n nio.Luego trajeron a D. Gurnesindo una gran taza de chocolate, l sedesvi un poco de la pu erta del oratorio para tomrsela al sol, y

    aprovechando yo aquel momento, saco m i carta y se la tiro a Lucia;ella la recoji y sonrindose la bes. Vuelvo a aserrar otra tabla yLucia acercndose a la puerta medice en u n a voz suave y dulce:-(( Alvaro, yo no s leer 1

    Perd todas mis esperanzas al oir aquella fatal noticia y llegu adesesperar de mi suerte, pero por Sortuna lleg entonces Luciano aavisar a su anio que le buscaba el guardian d e S an Francisco, y donGumesindo se diriji a recibirle diciendo a su esclavo : u atiende a, ese hom bre. N - l espaol era tan celaso que nunca dejaba entrara alma nacida a las piezas que comunicaban al segun do patio, dondeyo estaba trabajando, y por eso acostumbraba recibir a los que l evisitaban, que cican dos a tres personas, en un cuarto que estabacerca de la calle. A l se encamin D. Gumesindo para recibir alguardi , n.

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    72 REVISTA DEL PACXFTCO.Luoiano, abusando de su confianza conmigo, se introdujo al ora-torio a darme conversaciob; yo estaba desesperado y no hallabamedio' alguno para retirarle, hasta que se me ocurri decirle que ne-cesitaba fuego para seguir el trabajo, y mientras se apart para cum-plir mi deseo, Lucia se aproxim a la pue rta tem blando, plida comosi acabara d e cometer un gr an crmeii, y nos cruzamos estas palabrasen voz baja :-Lucia, me amas todavia?-Jamas te olvidar-Con que no sabes leer? JCmo odremos comunicarnos?tengo muchas cosas que decirte.-No hallo cmo.-Dime, estas ventanillas que hai en lo alto de la pared del cos--A la despensa y al cuarto de una esclava negra, qu e es la Bnica-Pero no podrias subir por la despensa?-S, porque hai algunos trastos grandes que pueden servir paraello, pero t no podrs alcanzar por l calle. ,-Pierde cuidado, nos veremos esta noche.-No puedo, maaha s, L media noche.- Me prometes no faltar, Lucia ? Dame tu mano.. .. IMe di un si espresivo, y entonces no v iww, no sent mas que

    su linda mano : maquinalmente la estrech a mis lbios, perd elsentido, la fiebre me abrasaba el corxzon y todos mis miembros per-dieron su vigor. E n &se nstante entr Lnciano ; Lucia estaba ya ensu asiento, y yo permanecia aun lnguido y sin accion para mover-me ni hablar una sola palabra. Desde luego no trat mas que deconcluir la obra para retirarme de aquel sitio en donde un momentoantes habria deseado permanecer para, siempre : no s por qu6 seapoder de m una zozobra, una inquietud inesplicable : me pareciaque habia sido sorprendido, que me iban a matar y a privarme deasistir a la cita que acababa de darme mi LLhia. En poco tiempomas estuve desocupado. D. Gurnesindo lleg al oratorio, mir elal tar y pasndome el precio de mi trabajo, me dijo : anda con Dios,te has portado. . . Al sa lir nos correspondimos con Lucia una mi-rada qu e significaba mas que cuanto habiamos hablado.

    De ah me f u i lijero a buscar a Laurencio, le describ cuanto ha-bia ocurrido, y obtuve su promesa d e ayudarm e a trepar basta laven tanilla por donde habiamos de vernos con m i Lucia.Rara omitir detalles, no quiero dem orarme en la descripcion de

    tado d e la casa, La dSnde caen 'i'mujer que hai aqu, y la cual m e espa y me maltrata mucho.

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    EL MENDIGO, 73%las infinitas citas que tuv e con aquel njel en lo SucesiVo: y pef-manecia horas enteras apegado a la ventanilla por donde nos veia.mos, pendiente con una mano de la reja y afianzado los pies en unacuerda que me servia para izarme ; pero m ientras estaba con aquellamujer divina n o sentia incomodidad alguna, no veiq otra cosa que aella, n o oia mas que sus palabras n i respiraba mas qu e su aliedto.Recprocamente nos contbamos nuestras desgracias, nos comunic.bamos los proyectos qu e formbamos para salir d e tan penoso estado,hablbamos de nuestro amor y nos lisonjebamos con un porvenirde placer y de ventura : estos coloquios avivaban nuestro fuego, noshonsolaban y nos hacian dulces nuestras angustias, L a situacion enqu e ella se encontraba era desesperante : desde la muerte d e su ma-dre, jam as habia pisado el dintel de la puerta de calle de la casa deSU tutor : este jam as le diri-jia una palabra, la forzaba a estar todo eldia sola en un cuarto qu'e le servia de prisiori, sin ve r mas que aunos cuantos esclavos que nunca desplegaban los labios en su preasenc ia; por la noche se ocupaba en rezar con una vieja, qu e era stiespa y la cual ejecutaba fielmente todas las rdenes de tirana q uele daba D. Gumesindo; se veia en fin precisada hasta de reservarsede s u confesor, qu e era el capellan de la cmal porque sospechabaque procedia de acuerdo con su tutor.Yo era el hombre mas feliz, porque en medio de la miseria aqu e me veia reducido, m e sentia adorado por lanica mujer qu e ha-bia ocupado siempre mi corazon ; pero la pobreza &e condenabano ver realizadas jam as mis ijusiones. Ella era rica y tampoco podimdisponer de sus riquezas : olo podin llorar conmigo nuestra desven-tura. A veces me asaltaba& desconfianza por su am or, porque nohallaba motivo para qde una mujer tan bella y de tantas prenda#estimables se fijara en un miserable como yo, que para vivir se veia,precisado a, trabajar d e artesano; en un hombre sin porvenir y conde-nado por el destino a una perptua desgracia ; pero ella me conso-laba con sus caricias y me juraba, amarme siempre a pesar de todo.A os ocho meses de manten er esta comunicacion resolvimos fugarde aquel lugar aborrecido y establecernos en otra parte en dondepudiramos gozar libremente de nuestra union, y reclamar con eltiempo sus propiedades. Combinamos el plan d e nuestra fuga, y am me pareci bien consultrselo a Laurencio, el cual se interestan vivam ecte en el buen x ito de la empresa q ue me prometiacompaarme a donde-fuera con mi querida.Este honibre, que me inspiraba tanta confianza y con quien tantosimpatizbamos,corrin entouces la m i m a suerteque yo :era pobre y

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    722 R E V I S T A D E L P A C I F I C O .desvalido. B ab ia liegado a la Serena casi a un tiempo conmigo, perose ignoraba de dnde y con q~76 n : l decia qu e habia sido comer-ciante en su pais y qu e viniendo al P e n con sus negocios, un nau-frajio le redujo a la indi,jencia. Despucs verernos la verdad de esterelato.El dia de la C r w de Mayo de 1813 debia efectuarse nuestra par-t ida a las dos cle la malnna, y Lucia habia de salir vestida de Iiom-bre por una alta miiralla que cerraba por un costado la casa de donGumesindo : odo estaba dispuesto, y contbamos eiitre los preparati-vos cu at ro hermosos caballos, que nos habian costado nzuchos mesesde trabajos a m y a Laurencio. Am aneci el dia deseado nosotrosestbamos alegres porque no habia obstculo que no estuviese yavencido 1 teniamos la seguridad de no haber sido descubiertos.Yo ansiaba qne llegase el inomeiito y me reputaba miii dichoso,pero pasando por la plaza con el objeto cie hacer todavia algima di-lijencia, tres soldados me detuvieron v rno llevaron a la presenciadel juez, qu e despiies de haber s3ioiclo mi nombre y mirdome mU-chn, me remiti a la crcel con la rrlen de qu e me colocaran inco-municaclo y con una barra de grillos. A l ins tan te tembl6 y obedecsin replicar, porque no hubo duda para m de qu e liabia sido descu-bierto nuestro plan. La desesperacion se apoder de mi alma de talmodo que si el carcelero no me hubiera quiiado un pual que lle-vaba conmigo, me habria dado la muerte en aquel instante mismo.Pe ro luego qued en calma y en una especie de enibrntecimientoqu e no me dejaba pensar, ni siqu iera sentir. Asi permanec dos dias,durante los cuales 110 vmas que a1carcelero que se acerc a m dosveces para darme de comer: al tercer dia fu llevado ante el juez ysufr Lin largo interrogatorio sobre si coiiocia a D. Guniesindo, sitenia mui estrecha amistad con el esclavo Luciano y sobre i in planqu e se decia qu e yo habia formado con & te para asesinar a su amo.Todo esto contribuia a aumentar mi confusion, y llegii6 a sospecharqu e e l juez se valin cle tales rodeos para desentraar mejor el raptode Lncia ; pero al salir v que entraba tambien a la sala del juez elpobre negro Lticiano con grillos y lleno de sangre : despues supeque su seilor lo habia castigado fesozmente antes de entregarlo a lajusticia. Tres veces mas me llevaron ante el jnez en ocho dias queestuve incomunicado, y por los interrogatorios y cargos que meliacian, vine en cuenta de que yo estaba acusado de asesino y decomplicidad con Luciano, y supe con gra n sorpresa que por ln nochedel dia en que me apresaron liabia fugado Lncia de la casa de sututor. L a ajitacion q ~ i cm e caiis6 este accidente oidn de hoca ilcl

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    EL MENDIGO. 23mismo juez , fu tomado por ste como'un efecto de mi inocencia enel rapto, y al nstante decret que se me pusiera sin prisiones en elcalabozo de los demas presos. Lllli encontr a Luciano y una m ul-titu d de facinerosos, cuyo aspecto m e di pavor y me hizo pensarde nuevo en todo el peso de mis desgracias : uno de los presos seacerc a consolarme, otros se reian en mi p resencia d e mis angustias,y trataban de ridiculizarme con espresiones groseras, segun decianellos, para darme valor.P o no lo tenia, es verdad ni siquiera para darm e a res pe tir d eaquellos malvados. El mas viejo de todos conversab a con Luciano,refirindole la vida de D.Gumesindo, el cual, segun 61 deeia, habitr.venido de marinero en un buque espaol para cumplir la pena aqu e en su pais fLi condenado por varios delitos qu e cometi :Lu-ciano le oia con mucha complacencia, y le replicaba qu e l no teniamas crmen que el haberle serv ido con fidelidad desde su niez. Alfin se acercG a m el negro, y conversamos acerca de nuestra pri-sio n: me ditjo que en la tard e clel dia ante iio r al en que me pren-dieron, su amo habiz recibido una carta de un am igo , y luego qu elnley le habin llamado a su presencia para hacerle algunas preguntassobre m, despncs de las cnales le maltrat cru elm en te hasta dejarlomedio muerto y cubierta de heridas la cabeza, po r cuyo motivo pas6esa noche y el siguiente dia qu e c ra martes, postrado en su cama. Elmircoles, siendo ya mui tarde, se advirti qu e Lncia faltaba de lacasa, se la busc prolijainente, y siendo intil todas las pesquisas,su amo enfurecido le habia hecho rem itir a la crcel, en donde seencontraba todavia sin saiOer a piinto fijo po r qu delito se le aeusa-ba. Compasion, y mucha, me inspir la sencillez del pobre negro, yal hacerle saber la imputacion que se le hacia, lc v llorar, pero sinque su semblante sufriese la menor alteracion : no s si lloraba dedespecho o de pena, lo cierto es que el esclavo tambien era sensible.Mi amor, la desesperacion que tuve al verme preso, la melancolisen q ue ca despues, todo se me hab is convertido en una aversion,un odio reconcentrado co nt ra todos los hombres ; ya no sentia masque un deseo frenbtico de vengarme, aun a costa de lo que podisserme ma s caro e n este rnnnrlo y en e l otro ; sentia a veces nn placerinesplicable cuando oia referir escenas de horror, salteos y asesina-tos a los q ue me acompaiabnii en la prision, y me entretenia enhacerlos hablar sobre sus crmenes, 'porque este era el nico con-suelo que tenia. Despues de viv ir un mes en aque lla situacion igno.miniosa, un dia nos hicieron marchar a varios de los presos paraShntiago, permitindonos 21giinas horas ant,es de auestrx partidn,

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    24 REVISTA DEL PACIFICO.hablar con nuestros amigos o parientes. Yo no tuve otra personaque me viese en aquellas circunstancias que la vieja Mnria, la cualme refiri qu e Laurencio habia andado mui inq uieto el dia de miprision, y qu e desde entonces no habia vue lto a verle mas, porquese habia huido, llevndose mis caballos y varios otros objetos queme pertenecian, Esta revelacion y la circunstancia de no haberseacercado Laurencio una Sola vez a la crcel desde q u e entr en ella,me hicieron venir en cuenta de qu e este infame me h&bia raicio-nado huyndose con mi Lucia. P e ro no hallaba cmo conciliar unaalevosa semejante con el amor y la amistad que me ligaban conellos: aborrecia sin embargo a los hombres, y mi odio rne lo pintabatodo como posible. P a rt para Santiago sin saber mi destino, perojurando a cada momento no descansar hasta verter la ltima gotade sangre de Lucia y de Laurencio y recrearme en SLI agonia: esteera el nico deseo, la Gnica esperanza que me daba fuerzas para SO-portar las fatigas del viaje y los sinsabores de mi triste condicion.

    111.Despues de un viaje penossimq entramos a esta ciudad una no-che a fines de ju nio : era una noche de invierno, hermosa y serena;

    l lun a alumbraba e n todo su esplendor, las calles estaban solas yen silencio. Al pasar por el puente, v por primera vez este rio eu-bierto en toda su estension de una neblina delgada que me lo hizoaparecer como el mas caudaloso que en mi vida habia visto. Desdeaquel paraje divisaba gran parte de los edificios de este pueblo yveia que sobre ellos se alzaban como fantasmas blancas, las torres delos templos: al instante me asalt el recuerdo de Lima y por consi-guiente el de mi vida pasada. Maldije de nuevo a los hombres y meresign a sufrir hasta alcanzar la venganza q ue tanto ansiaba. Talesfueron los pensamientos que me ocuparon mientras llegamos a uncuartel en donde nos dieron posada en l a cuadra de los reclutas.Al siguiente dia nos filiaron y nos vistie ron como soldaclos, y estome caus a m mas gusto qu e a todos mis compaeros de infortunio.Con aquella ceremonia principiaba para m una nueva vida, un por-venir mas halnpetio que el que habia tenido presente m ientras futratado como criminal. Durante los pocos dias que permanecimosen Santiago practiqu las mas esquisitas dilijencias para descubrirel paradero de Lucia o de Laurencio, pero n o pu de obtener la me-nor noticia. Pe ns entonces en aban donar furtivamen te l as filas conel fin d e buscarlos con tad a libertad, y solo desist de este propsito

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    EL MENDICiO. 725cuando coiisider6 qu e mas m e importaba lidiar co ntra los enemigosde mi pa tria y saciar en ellos mi sed de sangre, qu e perseguir a u n amujer que me habia traicionado tan crixelmente. No poclia sin em-bargo apartar s u imjeii de mi corazon ; la adoraba con mas velie-mencia a cada instante, porque ya me habia acostumbrado a sus cn-ricias, porque ya habia sentido tiernamente correspondido un amorde toda m i vid a. . .E n una de aquellas nialanas hermosas qiie suele haber e n invier-110 sali para el Sur la division militar a qixe yo peiteiiecia. La ca-He de nues tro tritnsito estaba llena de jentes ; por todos latios nosvictoreaban, nos dirijiaii tiernos adioses y de algunos balcones nossrrojaban flores, como p r presajiarnos iiucstros trini;fos : In misi-c a ~e la divisioii mezclaban sus sonidos al bullicio popnlnr y entu-si asmaban el corazon : yo marchaba con la mocliila :I In espnliia .y elfusil al hombro, pensando ver a cada paso a m i adorada. Lucia entrelas mujeres qu e lloraban o reian, viendo marchar a lacamaradas; pero todo era solo una ilusion. Yo no tenllorara ni quien m e dirijiese siquiera una m irada: era tal vez detodos mis compaileros el nico hom brc desvalido, el nico desgra-ciado que en aquellos momentos no podia eiitregarine al entnsiasmoqu e ardia e n el pecho d e todos.

    Al pasar por cada uno de los pueblos del trnsito, se repe tia lamisma escena, y aprovechndome de los pocos momentos que enellos permanecamos, me ocupaba sienipre en descubrir a Lucia, perosin ob tener jam s el menor dato.Liegamos por fin a Talca, y entramos por las calles en medio deiin pueblo numeroso que nos recibia con aclamaciones de entusias-mo, y all nos incorporam os al ejrcito del jcnera l Carrera. En yocosdias mas estiibamos ya acampados en l as cercanias de Cliillnii y si.tianclo esta ciudad.Quiero pasar ritpidainente sobre mi vida militar, porque ella pastarnbien sobre m con la rapidez de un relmpago : de ba,talls en

    batalla, marchbamos entonces en una perpktua ajitacioii y rodeadosde todo jdnero de privaciones. Mil veces he oido qu e el soIdado esinn vil instrumento que no piensa ni tiene voluntad, pero en aque-llos tiempos no e ra as: todos conociamos y atnabamos ia causa porque pelebamos, todos aborreciamos de muerte a la Esparla y a susreyes, porque se nos habia hecho entender que nos bacian la guerrapor esclavizarnos. De otro m odo no habriainos arrostrado l a muerte,sin mas interes ni esperanza q ue tener patria y libertad ; Eitzbriamospedido pan y dinero, en vez dc sufrir elhambre y el fr io y de mirar- REV. TOM O 46

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    726 REVIYTA DEL PACIFICO.con avidez y con env idia nl qu e tenia d g o para l l enar sus neeesida-des. i A1 pzmroii para iii aqi i cl l os di as de miseria gloriosa, y lioin o me q i w l a i i mas qiic la; aniarguras de u n mendigo. Todos mcdesprecian y 110 hzdirit i i i i Iionibre siqu iera que sospeglic que yoclerrani nii sangre por l a indepentleiieia : yo tarnbien los clesprecioa todos, porqnc lo nico que me h a clejado la espericncia cii el cora-zon es un odio verdadero al rrinndo. La? interminables desgracias aq u e me lie visto condenado durante treinta aEos me liaii dado sufi-cieiiec f uerza pa m arrostrarlo todo : estoi resigndo n n i suerte y nilos peligros 111 la injiisticin de l os Iiomhres inc liarn bajar l a frente.Pcro volvamos n mi vida.Cuando se linbin vuelto a romper 17" guerra en tre nosotros y lastropds del rei, deL es de los t ra tados coi1 Gainza, y se liabia ccle-brado ln paz entre l os jeneralcs O'TIiggins y Carrera lleg 1%divi-si on a que yo pcrlenwia al p u ~ b l o e R a i i c n ~ n a , n donde procur6hacerse fLierte para resihir :t1 ene ii~igo , iie niarcliaba confiadamentecoi1 nuevo jeiie ral y t r o p dc refresco a tornar poseqioii cle la capi-tal. Aqui vuelven a ligarse mis relaciones con la mujer que portanto tiempo I-ialrtiLsido ol jc to i inico cIe m i amor >- nii venganza.Amaneci el dia primero de octuhre y iiosotros estabarnos :degresy coi1 la coiifianza en el corazoii, csperailclo que las tropas del reise accrcnran a las firt ificwiones que se habiaii formado dentro del as cal l es de aquclla ciudad. Apenas forinbainou poco riins de mlliombrcs y no dudSbamos qi-ic vencerainos a los cinco mil que nosmandaba el t irano, porquc r amos valientes y pelebnmos por laindcpeii

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    EL MENDIGO. 727dian las casas de la poblacion, y sus llamas produeian un calor nbra-snclor ; una nube clcnsa del liunio clel incendio y del combate pesabasobre nosotros y nos desespcialsa cle sot'ocacioii : no teiiiamos en todoel paraje que ocupabani os u n a gota de agua para apag ar la sed. Alestruendo de las armas se uiiiaii los repiques d e los eonipaiiariosqn e a nun ciab an victoria, los ayes clc los 1iior;bundos y el clamoreode los soldados y oficialcs que se ai i im~bai i l a pclea. Dc repenteel cielo nos manda una r,?Giga, de viento quc despuja la atincisfera,nos hace vw 13 l uz del sol y 110s deja resyirar en l i ber t ad. IJn gritoronco dc v i m e l j enerai se Tiace oiin en la primera ei idra quc corredesde la pl aza por la calle cle Saii BrauciFco hasta l as trinclizras enque yo me liallaba; el grilbo se redobla coii ciitnsi:isnio y el jeneralO'iIiggins se nccrea a 1ioPotros moiitado en un bri oso c,ibnllo y consu espada cn niano : su semlnlaiite cstaba tranquilo , pcro severo ; susojos arroj aban fuc.go. (( EGroes de Iiaiicagua, nos dijo, reconocedpor jefe de esas trinclieras al capitan Millan, porque es uno de lospocos oficialcs valieiites que os quedan : los denias h a n muer t o porla patria: imitad su cjcrnple..... un momeiito nias d e coiistniicia y devalor nos clar la victoria sobre los esclavos de Ferizando ..... Nos-otros le oimos, y daiido vivas a la patria y al jeiieial, volvimos a l apelea coi1 inas iiimos : el jeiieral permaneci con nosotros alzunosmomentos mas exhorthdonos y dirijibiiclonos ; luego march a 12plaza eiitre mil aclnmacioiies: los solSndos eainn a su 1:do y 41 clcs-prvcinba las bal as que cruzaban en todas direcciones.Al dia siguiente pclebnmos totlavia coii fnror, pero l os e s p a k l e shabian ganado rnuclin tcrrciio y a veces llegnbnri h n s h l as iiiimastrincheras a buscar iina mnertc segura a trucqiie di : t~)inrse as.Enuna de las salidas qne hi ci mos por la calle de San Frnricisco a des-alojar al gunas p:utidas enemigas que l x ~ h i a u poclcrndo de ascasas vecinu para atacarilos eun nias segnric?ad,turinios 3 encueii-

    tro liorrible que u4 uno de los mas Iiei*6lcoi'd e aqnc l c7iin. Eraixospoco riins o menos veinte y cinco hombres los que salimos de lat r i n c h a a batir u n a particla de enemigos que derribando murallas,sc linbia zpoderado de una casa prxima: a I a pr i mera descarganuestra se replegaron al patio y nos cargaron a la bayoneta ; yo des-cargub mi fiisil sobre el oficial que los mandaba, y al verle caer ains pies, conoc qiae era Lanrencio, el traiclor. Me f d sobrc 61 gri-tiiclole : a clGnde est Luca, d mel o antes de niorir )), pero su rcs-puesta fu uiia Mira& atcrraJorn y i i n suspiro ro t i e~ prollinclo queexhalci con la vida ..... Todos los deinas perecieron tanibieii a nues-tras maiios y volviimos a iiuestro puesto para defender la trinchera.

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    728 REVISTA UEL PACIFICO.La venganza que Dios m e liabia preparado para aquel momentoterrible acababa de desahogar mi corazon : sent entonces la iiecesi-dad de vivir, y cada vez que me acercaba al parapeto para descargarsobre el enemigo, deseaba qu e no nie tocara algun a de sus balashasta despues de ver a Lncia, a esa mujer que hasta e n medio de laszozobras de una hatalIa oceipaba mi corazon y m e atraia con unpoder rnhjico.E n la tarde de aquel dia funesto el jene ra l O'I-Iiggins abandonla plaza y los espaoles entraron en ella haciendo la mas espantosacarniceria: yo me refuji en un templo que estaba prximo a mipuesto, pero a pocos rnomcntos nie sacaron de alli con varios otrosprisioneros y nos condujeron a la presencia del jen era l Osorio, ydespues a una quin'ta inmediata a donde estaban los equipajes delejercito espaiol. En el patio d e esta casa habia varias mujeres ques ocupabnn en vendar u n 3 ke rid a que tenia en el brazo derechoun oficial rcalistn. Cuando o qu e l lamaban a este hombre el coro-nel Lizones, me fije eri l porque ese era el mismo apellido deaquel a quien di6 muerte nii amigo Alonso en Lima, y i cul seriam i sorpresa al ver qu e su fisoiiomia era idntica a la de la vctimade nuestros estravos Luego pe rd de vista a1 coronel, porque nosencerraron en una bodega, a donde nos dejaron entregados a lasangustias que necesariamente hab ia de produ cir en nuestros cora-zones nuestra triste condicion : y o me Yeclin sobre el suelo hme-do de aquel calabozo, porque ya O tenia fuerzas para resistir lafatiga del cansancio y la desesperacioui que se liabia apo derado de m.Durante cl dia siguiente degollaron en el mismo umbral de lapuerta d e nuestra prision a varios prisioneros de los qu e estabanconmigo : yo wperaba y aun deseaba l a misma suerte. Lleg la se-gunda noche y el sueo que en todo ese tiempo me liabia abando-nado vino entonces a restablecer mis fuerzas. Hacia iriuclio tiempoque dormia tranquilamente, cuando o proiiuiciar mi nombre a unapersoiia qtacme ha bi a tomado la m ano. DespertB, pero cre que erauna ilusion : la, lun a entraba, por l puerta que estaba abierta y a suluz v que todo parciit cii calma y que el centinela dormia profun-damente. E1 qu e me habia despertado me cstrechabn la niano y ensilencio iyie coiicliicia afiiera de la prision, pero yo me le resistialijerainente porque sospwhnba que aquello fuera un lazo que se meteiidin. Sslimos 3.1 patio y toclavin, me condujo a la arboleda sin de-cirme una pa,la,bra, y y o advwtia, que su mano tenlblaha y que SUrespiracion era a:jitnda. A1 llegar u una de l as tapias, me dijo en VOZbaja:- Huyainos por aqn no temas, rl centinela qne t6 has visto

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    EL MEKDIGO. 729durmiendo nos ha, Fmorecido, porque 10 he comprado, y 61 mismome design el lugar cii que estabas.-Pero quin eres t qu e tanto inucatras interesarte p ~ r ?-Alvaro no me conoces Ali te h e ofendido lan to pero no.....11 te ofend jam as siempre te h e amado .....Estas palabras pronunciadas con ardor me hicieron coriocer aL w i a ; m resentimiento y la estrech6 silenciosamente entremis brazos ; pero me duraba au n 1s ernocion de las caricias y per-maneciarnos trmulos cuaiido m e asaltc el recuerdo d e m i agravio.2 Por qu me traicionaste, mujer ingrata, esclam, por q u me

    has engafiado yo no huir6 contigo jams, nnnca Deseaba hallarte,solo para vengarm e de t-No seas cruel, A lvaro, soi inoccnte. PJuytzmo$ cuaiido ests li-bre, sabrs mis desgracias, y me hars justicia.-N quin m e asegura qu e eqta n o sea tamb ien un a traicion ? T eaborrezco .....Habla, vindcate, si quieres qu e te siga.-Ya que te obstinas, yem e y perdname. En aquella nochefatal qu e fugu con Laurencio d e casa de m i tutor, cre que mar-xchaba contigo hasta que la luz de l din vino a revelarme mi error;quise volver sobre mis pasos, pero Laurencio ine asegur qu e t vendrias luego a reunirte con nosotros, y que si volvia a m i casaencontraria una muerte segura. De engao en engao me condujohasta Chillan, a donde se encontraba el ejrcito espaEol en aqueltiempo, y se present al jeneral a da r cuenta de una comision qu ehabia tenido d uran te su ausencia. Despues Iie sabidb qu e este liom-bre er a el espia que leiiian los realistas pa ra comunicarse con suspartidarios residentes en otros pueblos. Perdida ya la esperanza devolverte a hallar, porque Laurencio me noti& qu e habias muerto,quise separarme de l, pero a dnde podria y o ir a eiicoiifar el mi-paro q ue necesitaba ; sola y desconocida en el mundo, no me quedabaotro refujio qu e periaanecer a l lado de l nico hom bre qu e tenia de-ber de protejerme, porque l me habia sacado de ini hogar y mehabia hecho rendirme a sus deseos..... Si bi en no le amaba yo, a1 menos l era mi cmplice y manifestaba amarme. Despues delsitio de Chillan le mandaron de guarnicion a la plaza de Colcura;yo le segui, porque en aquel destierro iba a estar lejos de 18 guerra,lejos de un ejrcito que era testigo de mi deshonra y de misl$,grimas. All permanecimos hasta hace un mes que recibiLaurencio l a rden de jun tars e a su batalloii, y bien a rni pe-sar he vuelto a seguir SLIS pasos. Pero cl cielo principia ya acompadecerse de m Laurencio muri ayer en la batalla, y hoi te

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    73 REVISTA DEL PACIFICO.alcance a ver a t, mi pobre Alvaro, entre los prisioneros. Desdeesemomento no vacile iii he descansado hasta prepararlo todo paranuestra fuga; ahora ssr2mos felices, ya, no te separars inas de m,tu eres m i nico apoyo, porque te alno como si empre.-Lncia, es verdad que has sido iiiocentc hasta cl riionicrito derendirte a ese hon ibre perverso, que muri ayer a mis iixinos, por-qu e Dios me le entreg para vengarme ; pero ahora eres impuraFaltaste a los urainentos que nie hiciste Yo no puedo partir con-tigo.-Alvaro, 110 me aba iiclones

    -T me has buscado porque muri Laurencio, no porque me arnesi Dios mo, por quB soi tan desgraciada Alvaro, perdname, yote am o .....L a esplosioii dc un fusil y el silbido d e una bala que pas por mioido intcrrurnpi sus pdak)ras. Nos quedamos pasmados, la alarmaprincipi en l a quinta, c inmediataincnte fuimos conducidos a lapresencia del coronel Lizoncs, que era cl feje d o nias graduacion que

    habitaba aquella, casa.El coronel se h b i a Icvaiitacfo de su cama envuelto en una capa,dc grana, y a1 oir que le clccjaii que yo pretendia fugarine auxiliadopor Lucia, esclarrid fiirioso y scEali.ndoine m:-(( Sarjento, hagaVd . que le tiren D ese insurjeiitc cua ,ro balazos eii el rnoniento ....Lucia se arroj6 a U pies picli6ndolc ini perdon, y l la escuchaba yla replicaba, coii aiia soiirisa de f mor :- (( Ese hombre merece cii tucorazoii mas que yo, Luoia, y no puede quedar vivo. )) Esta le ase-guraba lo coiitrariu y l c protestaba amarle, porque a l pretender sal-variiic habia sido guiada solamente por la gratitud : (( Ese pobresoldado, le clccia, cs inocente, yo l a conoc en m i pueblo cuandoer a nila y le deb servicios, por eso queria ahora restituirle su li-bertad.))Ya cstaba yo arrodillado esperando que 10s soldados prepararanlas armas que mc habian de dar la muerte, cuando o estas terriblespalabras : LLI&, si consientes cn ser rnafiana mismo iiii esposa, scsalvai el iiisurjeiite.)) , coronel, a ese precio consiento ser suesposa de Vd. Ya no rcsistir mas.--3olclaclos, grit Li zones, 110-vad a ese hoinbre a su prision.)) -- No, repliqu, deseo morir por-que no debo consentir en e l sacrificio de esa iniijer qu e me pertene-ce.....)) Pcro ya el coronel no me oia y los soldados me llcvaii al ca-labozo por la fiierza. Yo gritaba frcn6tico y procuraba desprcndcr-me de suB iiia~ios; ero ellos ine ina1tratnb:iii y al fin mc enccrraronviolcntaniente sin tenerme piedad.

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    EL NENDIGO.

    IV.731

    Desde gquella cscena teriibl: estuvo privado de mi juicio hastamuchos meses despaes. o que habia tsnido ~7aIorp x a (lespreciarla muerte txitas Veces en presencia de l enemigo, no lo tuve parasoportar la desgracia de verme clespojado de mi Lucia en el mo-mento mismo de haberla rccobrxlo a fLicrxa de fatigas y paclecimien-tos. Mi locnra me vali6 la l ibertad: yo vagaba por 1:is cal l es cu-bierto (le mc iajoe, ri Bndoi nc a V C C ~ Sy otras llorando, pero siempresin hablar tina palabra. Gaando teiiia a l p i ntrvalo lcido consi-deraba todo e l peso de mi desventura y riic lastimaba el verme des-preciado y aunvejado por todosL~icinhabi a partido al Per con SLI esposo y yo habia perdidopara siempre la esTperanzn de vol ver a verla siquiera. Pero la fuerzade mi infortuiiio calmaba poco a poco ms furores y me restituialentamente a la razoii.Al abo de dos aos l ogr enrolarme cle marinero e n u n buqueespaol que p r t i a para el Callao, y dcspiics de ana iiavegacion pe-nosa Iiegu6 a Lima, en doiidc d e b a voivei a ver a la muj er qu e tantohabia influido cii mis desventuras.Todavin i i v i a aquel aniigo mio a quien debi el salvarme d e lapena que sufri Aloiiso oclio ailos antes : mc acbj de nuevo yvolv a deberlc mil kvores. La historia de mis clesgracias le iiiteresben gran maiiera, y si yo hubi ese segaido los saluchbles coiisejos con

    qde pretendi volverme a mi estado primitivo y consolarme, 1-10me liallaria ahora soportaiiclo la vejez entre l s miserias cle Iit indi-jencia.El coroiiel Lizwms, el c ~ i a l~ u p c iitoiices que no era e l msmorival de Aioiiso, sino s n junielo, sc liallalsa CII aquella ciiidad conLucia y gozaba clc todas l as considerncioiies n qne sc habia hechoacreedor por sus victorias cri Chile y por &u apacidacl. Me arredralia

    la i den de aimrgar los dins dc este 1ioi:ibi.c dqnies de haber coiitri-buido al asesinato d.e SLI ~ i e r ~ m ~ i o ,a pcssr de i ni s crueles padcci-iniciitos, sin fijarme en qizc me 1 ~ i a i sto i*cciacidoa servir a loshombres como eselavo y a sufrir totina l as fif~igas e tin marinero,tan solo por volvcr a estrechar e11 m:c ~ ~ Z O S uiia iiiujer, tratd derefreiiar mi pasion por ella y n(: resolv x perinmecer coi1 otro nom -bre por algnii tiempo lmns cii I h i a c o n 5010 el objuto de verla 1 1 1 1 ~sola vez para coiisoltirnie. iQii6 ilias 11oJi i~ 3c3~VO, cluc durantetoda riii vicia Iiabia siclo des g rn ci d o 3 7 0 qtie sieinpie Iialuia sido

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    732 R E V I S T A DEL PACIFICO.contrariado por una fatalidad ciega en mis deseos mas santos y pu-ros, en niis csperanxas mas fundadas .....Pero mi destino quiso hacerme tocar otra vez la fcliciclad paraarrebatrmcln luego. Va rias seces habia ya recibido el consueloque deseaba, lisbia divisado a Lucia en sus balcones, y n o mc 1iahi:bcontenlado can esto, como lo esperaba : sentia tambien iicccsidadde que ella me viese m a ex sola y supiese que yo padecia todaviapor amarla.Uii marter ; wi to por la maana pasaba una procesion suiituosapor la calle en que habitaba Lu cia. La je nt e lenaba toda la carreray la proceson inarcliaba con trabajo abrindose paso por entre lamucEieciuinbre qu e sc agolpaba silenciosa a ver las imjenes que seIlevabnn en las andas. Yo me habia colocado al frente del balconen qu e se hallaba Lincia, y en un mom ento en q ue se despej el pa-raje que oclipaba, la v fijar sus hermosos ojos en m: se enrojecisu seniblauiLe y pernianeci6 largo tiempo mirndome, como si duda-ra de lo qu e veia. Cuanda la procesion pas permaneciamos todaviacn la inimia actitud, y cntoilces ella, como reanimndose, me hizouna seila para que pasara a su habitacion. M arch trm ulo a obede.cerla, sin pensar en nada y como arrastrado por una fuerza superiorc invisible. Llegu a su presencia, quise abrazarla, y al verla mudav &a me contuve ; ella me tendi la mano la estrech a mis labios;y peri-nanecimos algunos momentos en silencio y llorando.....Nues-tras lgrimas esplicaron en aquel momento el estado de nuestroscorazones. Al fin nos hablamos, pero no ya con la efusion de ternuraque ei; otros t icml)os; el matrimonio habia clevado en tre ambos unmuro de hierro. Ella me manifest6 que la unia a su esposo un sen-timiento no menos puro que el amoi; la gratitud , y que estaba re-suelta a respetarle, a serle Bel, como l le era amante. Pero yo meatrev a recon$enirla, a recordarle su amor, sus juram entos, le liabl6dc mis deszracias, de m i fidelidad ; y ella sin conmoverse, sin SLWpirxr siquiera ine respondi :- Alvaro, por amarte abandon misbienes viol el asilo domstico ; por am arte sufr todos los horroresde la guerra, sufr la prdida de mi honor y fu desgraciada; poramarte, en 5n) rrostr la muerte, y por salvar tu vida d mi iiianoa un hombre que aborrecia ; pero era un hom bre honrado y virtuo-so, djame serle fiel, djame cumplir mis deberes&Yo te he llamado,no para avivar esa pasioii funesta qu e nos ha perdido, sino para eer-vir te , pnin probqjvrte en este pueblo estrao en donde tal vez 110tiene3 quien te ainparc. ))-Delirante y ciego de enojo entonces laiiltraj sin piedad, llor y aun me arroj a sus plantas pidindole

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    El MENDIGO 733una vez sola su mano para estamparle un beso y separwkile de allpara siempre ; pero ella me rechaz con indignaciori ; a ingrata sehaba olvidado del pobre soldado, porque su amor babia sido solouna de aquellas ilusiones caprichosas d e l juven tud d e una mujer.Ahora se hallaba rica y elevada a un al to u n s o y i quin era yopara considerarme con dcrcclio w amo;, p w ~edirle otra cosaqu e compasion Pero su coinpnsioii m e Irrit y conccb en el nio-mento l a idea d e terminar all m i m o una existencia aborrecida : irun pual qu e llevaba sobre mi COIXZOI:, y ella di voces, creyend oque yo atentaba contra su vida ; acudieron cn su auxilio, y uno desus esclavos me hiri y me hizo roda r cxliime a los pies de aquellamaldita mujer .....Esta mano m utilada es el recuerdo qu e me qu ed ad e aquel momento de ignominia y de desesperacion .....Cuando el coronel volvi a su casa, Iiabia sido y o conducido a l acrcel, pero sin sentidos; a pocas horas volv a la vida, mas no a larazon .....Dejadme, seor, correr un velo sobre lo demas, porque nopodria contar& m i vida de entonces, sin volver h la locura Ahpero mi locura er a el delirio del amor axaliado por la rabia q ue de-ja n en el corazon l os contrastes de la suerte. Todos me desprecia-ban , todos me oprimian : doce arios me mantuvieron e n San And fes,encerrado en una jau la de hierro, porque no me consideraban sinocomo.un lo co ; nii locura no inspiraba eayidad a nadie, todo el mun-do reia d e verm e delirando por la traicion de una mujer. Y en ver-dad qu e tenian razon, porque es mui dbil el hom bre q ue delira porlo qu e sucede a cada paso en esta sociedad de miseria No es ve r-dad, seor, que es mui loco el hom bre qu e delira por el desprecio deuna mujer? El tiempo alijn cur m i mal, .y cuando recobr mi ju i-cio y mi libertad, haM mis cabello,.: cmmecidos, me v solo en elmundo, sin patria, sin amigos, sin familia i Es cierto, tenian razonlos hombres para reir de u n loco qLie lo perrdib todo por una m ujerYo tambien me hubiera reido i B o es verdad que vos 110 me teneislstima , seiior ?.....Hace tres aos que llegu aqu, dcspes de haber hecho por tierrael m ismo camino que en otro tiempo para llegar a mi pueblo, y auiicuando siempre me acompaa la miseria y la desgracia, al finestoien mi pa tria : esto me consuela. La viuda de u n antiguo camaradame ha acojido: con ella l l oro a veces y parto el pan que me dan d elimosna : y a veis, seor, qu e mendigo porque 110 puedo trabajar, soiviejo y mis locuras me hicieron perder el mejor tiempo y tambicnuna mano Qu har ahora sino mcndignr y llorar . . . . .s

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    734 KEVISTA DEL PACIFICO.Los sollozos ahogaron la voz dcl pobre viejo : yo tambien ie acom-pa n su llanto. Cuando le v ya desahogado de la opresion de sucorazon le pregunt por Lucia, ;y 61 con una carcajada satnica yunos ojos de relmpago me respondi : ((SeLid a Espaa, seor, consu inarido: all ser feliz, mientras yo soi un mcndigo .....n Y to-mando su palo, marcli a, paso acelerado. Ea luna estaba en la mitadde l cielo y toda la naturaleza dorma en caima.....Algunas mces despues le volv a ~7er pero ya hace tiempo queno s del pobre anciano : habr m uerto qui z, y Lucia,habr llegadosin duda a ser por su marido ~ n ae las damas de la nobleza deEspaa.

    J.V. LASTARRIA.