el matadero .,análisis echeverría
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Análisis, Esteban Echeverría,UNAM,2015,Literatura en América Latina 1TRANSCRIPT
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Byron Hernández Sánchez. Literatura en América Latina 1.
Echeverría, El matadero, pp. 16 y 8:
“La sala de la casilla tenía en su centro una grande y fornida mesa de la cual
no salían los vasos de la bebida y los naipes sino para dar lugar a las
ejecuciones y torturas de los sayones federales del matadero. Notábase,
además, en un rincón, otra mesa chica con recado de escribir y un cuaderno
de apuntes y porción de sillas entre las que resaltaba un sillón de brazos
destinado para el juez. Un hombre, soldado en apariencia, sentado en una de
ellas, cantaba al son de la guitarra la resbalosa, tonada de inmensa
popularidad entre los federales, cuando la chusma, llegando en tropel al
corredor de la casilla, lanzó a empellones al joven unitario hacia el centro de
la sala.”
Lo que llama la atención en primer lugar son las características del espacio. Este
lo vemos, lo imaginamos como un sitio donde el vicio, los excesos son lo que le da
vida a este lugar. Sin duda es una característica que atribuye Echeverría a los
federales: el ser un montón de vagos, bárbaros corrompidos sin cultura alguna,
atribuciones lógicamente contrarias a lo que es un unitario, o sea, una persona
culta, ocupada. En segundo lugar es el nominativo de sayones que menciona
Echeverría. Este sigue el hilo irónico que tiene el cuento sobre usar elementos
religiosos, ya que un sayón era un verdugo de la Edad media, podemos percibir de
nuevo esta caracterización que hace Echeverría de sus enemigos al tratarlos de
salvajes pero usando este elemento religioso. La tercera cosa es lo que canta el
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hombre, “el soldado en apariencia”. La resbalosa debía su nombre a las torturas
aplicadas a los unitarios u opositores de Rosas donde el cuerpo ya cercenado
resbalaba con su propia sangre. Sin duda esta práctica para Echeverría
homogenizaba a los unitarios, ahora encasillados como sádicos, gentes barbáricas
que disfrutaban y hasta componían canciones sobre esta práctica. Por último, la
perpetua identificación de chusma, siempre llegando a montones, alebrestados
con esa fijación en el morbo y en el regocijo con el espectáculo de sangre.
“La figura más prominente de cada grupo era el carnicero con el cuchillo en
mano, brazo y pecho desnudos, cabello largo y revuelto, camisa y chiripá y
rostro embadurnado de sangre. A sus espaldas se rebullían , caracoleando y
siguiendo los movimientos, una comparsa de muchachos, de negras y
mulatas achuradoras, cuya fealdad trasuntaba las harpías de la fábula, y,
entremezclados con ellas, algunos enormes mastines olfateaban, gruñían o
se daban de tarascones por la presa”.
A la mitad del cuento tenemos en primer plano el arquetipo de salvajismo, un
gaucho que representa el ansia por ver sangre, donde juega un papel de guía en
esta algarabía donde la muchedumbre se arremolina por ver el espectáculo de
vísceras. En segundo plano aparece el gentío, ahora tenemos en escena esta
sociedad opuesta a los ilustrados, donde la narración nos lleva a un lugar parecido
a un basurero, donde habitan criaturas horripilantes similares a los animales que
luchan por la comida y donde se conglomeran todo tipo de personas, mulatos,
negros haciendo de este lugar un sitio de aborrecimiento e ignorancia.