el martirio como paso de fe

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HISTORIA DE LA IGLESIA DE CATALUÑA CURSO INTRODUCTORIO 12-13 El martirio como paso de fe CARLOS PÉREZ LAPORTA Las historias de Miguel y del beato Francisco Castelló son muy diferentes pese a presentarse ambas durante la Guerra Civil Española. De entrada sólo el segundo de ellos muere martirizado al poco de empezar la guerra, el otro sobrevive a la guerra; aunque ninguno de los dos era religioso, Miguel tenía la intención de serlo, pero por edad no había podido acceder todavía. Estos dos puntos parecen evitar cualquier término de comparación entre ambos personajes. Sin embargo, si se toma un concepto de martirio más amplio, que incluya la persecución; o incluso si se toma uno que incluya la misma entrega de la vida a Cristo en un mundo hostil, ambas historias se entrelazan de manera natural: «Lo que necesita el cristianismo, cuando es odiado por el mundo, no son palabras persuasivas, sino grandeza de alma» 1 , y ambas historias ejemplarizan dicha grandeza y cantal la gloria de un Dios que sigue amando a un mundo que le sigue repeliendo. La grandeza del alma de ambos personajes se haya en encontrar en los sucesos de aquellos años (persecución y ejecución) un paso decisivo en la fe que han recibido: «Tinc que donar un gran pas» decía el beato catalán a su prometida, para el que la felicidad que habría tenido con ella «es secundari». Esta forma martirial, esta entrega que, para la que todo lo otro queda en un segundo plano, es la forma de cualquier vocación vivida en un sentido profundamente cristiano; de tal modo que no sólo los sacerdotes y religiosos se entregan a Cristo, sino los laicos también, de tal modo que en la hora del martirio no temen dejar «los lazos y placeres que puede darme el mundo» (Francisoc a su Padre). Esta misma forma de entrega, que en el beato catalán sale a la luz de un modo evidente con su 1 San Ignacio de Antioquía, Carta a los romanos. 1

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Page 1: El Martirio Como Paso de Fe

HISTORIA DE LA IGLESIA DE CATALUÑA CURSO INTRODUCTORIO 12-13

El martirio como paso de feCARLOS PÉREZ LAPORTA

Las historias de Miguel y del beato Francisco Castelló son muy diferentes pese a

presentarse ambas durante la Guerra Civil Española. De entrada sólo el segundo de ellos

muere martirizado al poco de empezar la guerra, el otro sobrevive a la guerra; aunque

ninguno de los dos era religioso, Miguel tenía la intención de serlo, pero por edad no había

podido acceder todavía. Estos dos puntos parecen evitar cualquier término de

comparación entre ambos personajes. Sin embargo, si se toma un concepto de martirio

más amplio, que incluya la persecución; o incluso si se toma uno que incluya la misma

entrega de la vida a Cristo en un mundo hostil, ambas historias se entrelazan de manera

natural: «Lo que necesita el cristianismo, cuando es odiado por el mundo, no son palabras

persuasivas, sino grandeza de alma»1, y ambas historias ejemplarizan dicha grandeza y

cantal la gloria de un Dios que sigue amando a un mundo que le sigue repeliendo.

La grandeza del alma de ambos personajes se haya en encontrar en los sucesos de

aquellos años (persecución y ejecución) un paso decisivo en la fe que han recibido: «Tinc

que donar un gran pas» decía el beato catalán a su prometida, para el que la felicidad que

habría tenido con ella «es secundari». Esta forma martirial, esta entrega que, para la que

todo lo otro queda en un segundo plano, es la forma de cualquier vocación vivida en un

sentido profundamente cristiano; de tal modo que no sólo los sacerdotes y religiosos se

entregan a Cristo, sino los laicos también, de tal modo que en la hora del martirio no temen

dejar «los lazos y placeres que puede darme el mundo» (Francisoc a su Padre). Esta

misma forma de entrega, que en el beato catalán sale a la luz de un modo evidente con su

martirio, estaba necesariamente presente en la vida diaria con su familia y prometida para

que pudiera resistir la violencia del martirio.

Esta característica martirial, presente en toda vocación, es la misma que acompaña a

Miguel durante todo su recorrido mientras dura la guerra, de tal modo que toda experiencia

fuera del monasterio no sólo no le hace perder la vocación sino que en ocasiones la

refuerza: «yo he hecho una experiencia de vida, que si bien me ha podido introducir muy

mucho en el mundo, me da la ocasión de purificar más mi vocación y hacerla más real»

hasta el punto de llegar a estar agradecido de la experiencia durante la guerra2. Este es el

sino del cristiano, que rompe y trasciende los hilos de la historia de este mundo; porque su

vida consiste en «estar de camino, aún no en la patria»3, esto le da su altura frente a las

cosas del mundo, y le permite amar a un mundo que le odia.

1 San Ignacio de Antioquía, Carta a los romanos. 2 Un adolescente en la retaguardia, p. 203. Cf. también p. 136 y 188. 3 San Agustín, Sermón 313

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