el lugar de la palabra de dios

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LUGAR DE LA PALABRA DE DIOS P. Alfonso Maldonado Una de las más desgarradoras confesiones de la Iglesia se encuentra en el siguiente texto del Concilio plenario de Venezuela: La capacidad de convocatoria de la Iglesia no ha logrado sobrepasar muchas veces los límites de la piedad popular, mostrándose insuficiente en otros campos, como el compromiso social y laboral, la defensa de la vida y la lucha contra la corrupción, en los cuales ha habido mucha pasividad (CIGNS 64) Evidentemente que esta preocupación sabe que el diagnóstico tiene raíces muy profundas. Por otro lado, la centralidad y recuperación de la Palabra de Dios para la vida y misión de la Iglesia han saltado al escenario desde el concilio Vaticano II (1965). Y, sin embargo, dista mucho de haber alcanzado el puesto que debería tener: como muestra me remito a la misma exhortación postsinodal de Benedicto XVI, Verbum Domini, que toca exactamente este tema (2010). Así pues, resulta curioso y sospechoso a la vez que le dediquemos un mes a la Biblia, puesto que “la Iglesia se funda sobre la Palabra de Dios, nace y vive de ella” (VD 3) y cuando esta debería ser el “alma de la teología” (DV 24).

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Breve reflexión sobre la importancia de la Palabra de Dios en la vida de la Iglesia, especialmente la Iglesia venezolana.

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Page 1: El Lugar de La Palabra de Dios

LUGAR DE LA PALABRA DE DIOS

P. Alfonso Maldonado

Una de las más desgarradoras confesiones de la Iglesia se encuentra en el siguiente texto del Concilio plenario de Venezuela:

La capacidad de convocatoria de la Iglesia no ha logrado sobrepasar muchas veces los límites de la piedad popular, mostrándose insuficiente en otros campos, como el compromiso social y laboral, la defensa de la vida y

la lucha contra la corrupción, en los cuales ha habido mucha pasividad (CIGNS 64)

Evidentemente que esta preocupación sabe que el diagnóstico tiene raíces muy profundas.

Por otro lado, la centralidad y recuperación de la Palabra de Dios para la vida y misión de la Iglesia han saltado al escenario desde el concilio Vaticano II (1965). Y, sin embargo, dista mucho de haber alcanzado el puesto que debería tener: como muestra me remito a la misma exhortación postsinodal de Benedicto XVI, Verbum Domini, que toca exactamente este tema (2010).

Así pues, resulta curioso y sospechoso a la vez que le dediquemos un mes a la Biblia, puesto que “la Iglesia se funda sobre la Palabra de Dios, nace y vive de ella” (VD 3) y cuando esta debería ser el “alma de la teología” (DV 24).

De manera consciente, celebrar el mes de la Biblia solo tendría sentido si nos hacemos conscientes de la carencia habitual de ella que se tiene entre nosotros. De lo contrario, se transformaría en un objetivo más de los planes pastorales u otra forma de devoción popular. Bien aparece como el deseo del mismo Papa: “deseo indicar algunas líneas fundamentales para revalorizar la Palabra divina en la vida de la Iglesia, fuente de constante renovación, deseando que ella sea cada vez más el corazón de toda la

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actividad eclesial” (VD 1); “con la celebración de este sínodo, la Iglesia… se ha sentido llamada a profundizar sobre el tema de la Palabra divina, ya sea para verificar la puesta en práctica de las indicaciones conciliares, como para hacer frente a los nuevos desafíos que la actualidad plantea a los creyentes en Cristo” (VD 4).

Resulta curioso que la Palabra de Dios se haya sustraído en los últimos 450 años de la comprensión por parte del pueblo de Dios. Las traducciones al griego (los LXX) y la manera como se parafraseada en el Targum arameo entre los judíos tenían esa intención, como la tuvo la traducción llamada la Vulgata, de san Jerónimo. El mismo arte medieval puso en figura lo que estaba en letra, para que el pueblo iletrado viese lo había oído sobre la Palabra.

Fue la irrupción del protestantismo, cuando se comenzó a traducir la Biblia al español y alemán entre otros idiomas, el que creó un fenómeno que no se supo manejar, puesto que la ruptura con Roma se hizo usando como bandera una supuesta fidelidad a la Palabra. Por tal razón se prefirió incentivar la piedad popular, originando un desplazamiento de lo bíblico a lo devocional. Este desplazamiento, sin embargo, ha alimentado la fe de la gente hasta nuestros días. Anécdotas, milagros, revelaciones y apariciones a santos antiguos o modernos, han acaparado la atención de la piedad y la estética. La sensibilidad ha estado pendiente de lo extraordinario, como garantía de lo divino, como argumento contra las falsas creencias y contra el ateísmo.

Así que no se puede pedir, de la noche a la mañana, que se haga un giro copernicano ni una especie de vuelta a la iconoclastia. Psicológicamente haría mucho daño el enviar un mensaje subliminal que dijese “tu fe y la de tus padres se apoyaba en fundamentos falsos y sospechosos, pero ahora les vamos a enseñar las cosas como realmente son”. Por lo tanto, el camino exige prudencia y decisión, donde hay que releer en categorías bíblicas las devociones tradicionales de mayor valía: santísimo Sacramento, sagrado Corazón de Jesús, el Rosario… Como también las marianas y la de los santos: su santidad como escucha y cumplimiento de la Palabra en las circunstancias propias de cada momento.

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En el fondo se trata de recuperar la Palabra como Palabra de Dios: referencia para encontrarnos con la voluntad de Dios para nuestras vidas y la vida de la Iglesia. No son tanto las revelaciones privadas. Por lo cual, hace falta dotar de un mínimo de herramientas para escuchar, desde el “nosotros de la Iglesia” (y, por esto, desde la Tradición y el Magisterio), lo que Dios nos está diciendo, sin caer en fundamentalismos. Me refiero que hay que dotar a la gente de un mínimo de referencias que permitan la navegación a través de la Palabra de Dios, sin tormentosos naufragios ni peligrosos acantilados ni escondidos arrecifes.

Unido a ello, sin negar la validez de las diversas formas que hay de oración, se debe volver a la lectura orante de la Biblia (la lectio divina).

Afirmar que la Iglesia se funda en la Palabra de Dios (transmitida de manera oral y escrita) es que toda la Iglesia vive de la escucha de esa Palabra: tanto la jerarquía como el laicado. Está implícito en los gestos que acompañan la Eucaristía, como también en la entronización de la Biblia que se hizo en el Sínodo sobre la Palabra de Dios y la Asamblea de Aparecida. La Iglesia toda está a la escucha del Dios que habla hoy. Los obispos no suplantan la escucha de la Palabra sino que la supone y la facilitan con sus intervenciones magisteriales. Ellos mismos deben escucharla. Los mismos Papas desarrollan sus intervenciones concediendo un puesto privilegiado a lo que la Palabra de Dios dice sobre el tema que piensan desarrollar.

Pero esto debe alcanzar hasta la dinámica espiritual de cada persona (con el acompañamiento del debido director espiritual) y la forma como se organiza la misma Pastoral parroquial. Hay una serie de áreas que son rutinarias dentro de la Parroquia (catequesis, pastoral litúrgica, enfermos…); además, es fácil justificar una actividad desde una propuesta presentada por el Papa o los obispos. Pero se debe también vivir la interpelación de la Palabra, tanto en estos proyectos globales como en los proyectos particulares: ¿qué pide la Palabra de Dios a una comunidad parroquial en un barrio marginal, en una urbanización, en el llano, en los Andes, en la universidad…? Quizás sea distinto, por las circunstancias, sin que se esté rompiendo con la Iglesia-comunión. Pues siempre es

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presupuesto a la escucha de la Palabra la comunión eclesial bajo el signo sacramental de los Pastores (párroco-obispos).

Quizás esta espiritualidad y pastoral que le concede una mayor presencia y centralidad a la Palabra de Dios, dinamice, junto con la Eucaristía, al Pueblo de Dios hacia un nuevo compromiso. Quizás esto permita alcanzar los niveles de compromiso que actualmente fallan, como plateaba el texto del Concilio plenario de Venezuela.

Vivimos tiempos de incertidumbre. Muchos quizás buscan refugio en lugares equivocados pretendiendo tener acceso a la Palabra de Dios. Van donde otros grupos cristianos para alimentarse de esa Palabra que les recuerda que, en medio de la perplejidad, Dios está con nosotros. Que ese consuelo vuelva, con fuerza, a estar presente en la Iglesia de Cristo, embellecida con los Sacramentos, lanzada en Misión continental, donde por dos mil años ha resonado con fuerza, en la oración, en la predicación, en la celebración, en la misión y en el testimonio de los santos.