el loco amor, viene - jorge ibargüengoitia

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“El loco amor, viene” de Jorge Ibargüengoitia PERSONAJES JUAN, héroe PEDRO, gigante MARÍA, mujer Lugar: una casa en una sierra. Época: indefinida. Cuadro I Interior de la casa del gigante: es una casa común, blanqueada, techo de madera, hay dos ventanas y una puerta, un fogón, una mesa, una cama, dos sillas, un cofre. El gigante es cazador, así que hay pieles, alguna cabeza de animal monstruoso, dos escopetas, cuernos para la pólvora. Una toalla (la toalla). Instrumentos de cocinar. Por la ventana, a lo lejos, se ve la sierra abrupta, cubierta de pinos. María está en el fogón, guisando. MARÍA – Mi vida es… respetable. Entre cebollas. Por una ventana se asoma Juan. Llama con los nudillos en el quicio. María se vuelve sobresaltada. MARÍA – Me asustó. JUAN – Perdone. No supe que estaba allí escondida, entre el humo. Perdóneme, por favor. MARÍA - ¿Quién es? Yendo hacia él. JUAN - ¿Yo? MARÍA – Sí. JUAN – Soy Juan. 1

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Obra corta del dramaturgo mexicano Jorge Ibargüengoitia.

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Page 1: El Loco Amor, Viene - Jorge Ibargüengoitia

“El loco amor, viene” de Jorge Ibargüengoitia

PERSONAJES

JUAN, héroe

PEDRO, gigante

MARÍA, mujer

Lugar: una casa en una sierra. Época: indefinida.

Cuadro I

Interior de la casa del gigante: es una casa común, blanqueada, techo de madera, hay dos ventanas y una puerta, un fogón, una mesa, una cama, dos sillas, un cofre.

El gigante es cazador, así que hay pieles, alguna cabeza de animal monstruoso, dos escopetas, cuernos para la pólvora. Una toalla (la toalla). Instrumentos de cocinar. Por la ventana, a lo lejos, se ve la sierra abrupta, cubierta de pinos. María está en el fogón, guisando.

MARÍA – Mi vida es… respetable. Entre cebollas.Por una ventana se asoma Juan. Llama con los nudillos en el quicio. María se vuelve sobresaltada.

MARÍA – Me asustó.JUAN – Perdone. No supe que estaba allí escondida, entre el humo. Perdóneme, por favor.MARÍA - ¿Quién es? Yendo hacia él.

JUAN - ¿Yo?MARÍA – Sí.JUAN – Soy Juan.MARÍA – Eso no explica nada.

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JUAN – Voy al Santuario. A cumplir una manda; prometí algo hace mucho tiempo, no recuerdo por qué causa, pero algo prometí; y ahora voy a cumplir.MARÍA – El camino es por allí, junto a aquél árbol. No tenía por qué venir a asustarme.JUAN – No vine a asustarla, vine a pedirle algo de comer. Tengo hambreMARÍA – Pero yo soy una mujer respetable. No puedo dejarlo entrar.JUAN – No tenga miedo. Yo soy un hombre piadosísimo. No me atrevería a ofenderla, si usted no quiere. ¿Ya me vio de cuerpo entero?MARÍA – No.JUAN - ¿Quiere verme?MARÍA - ¿Para qué?JUAN – Para que se asegure de que soy inofensivo.MARÍA - ¿Está usted vestido?JUAN – No sea tonta. Voy al Santuario y hace frío. ¿Quiere verme?MARÍA – Si usted insiste.Juan entra por la puerta y adopta una postura modesta, que lo favorece. María lo mira arrobada.

JUAN - ¿Puede darme algo? Le pagaré.MARÍA – Pero yo soy decente.JUAN – Algo de comer.MARÍA – Esa comida es para mi marido.JUAN – No importa. No esperaba nada especial. Tengo hambre nada más y podría comerme cualquier cosa. Nunca fui exigente.MARÍA - ¿Podría usted comerse un lomo de jabalí alcaparrado? Con berenjenas y pimientos morrones. ¿Cree usted que le gustaría comérselo?JUAN – Por supuesto. Me encanta el lomo, y las berenjenas, y… usted.MARÍA – Hablábamos del jabalí.JUAN – También me gusta.

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MARÍA – Mejor váyase. A mi marido no va a parecerle nada de esto.JUAN - ¿Será capaz de dejarme ir hambriento? Me desmayaré al tratar de saltar aquella cerca.MARÍA – Es que no acostumbro hablar con desconocidos.JUAN – Ya le dije que me llamo Juan, y que voy al Santuario. Si después de esto le parezco desconocido, puede hacerme cualquier pregunta. Le contestaré lo mejor posible y así me conocerá mejor.MARÍA – Eso no haría más que complicar las cosas. Váyase.JUAN – Pregunte.MARÍA – Váyase. ¿Cualquier pregunta?JUAN – La que usted considere más reveladora.MARÍA – Dígame: ¿Duerme usted en pijamas?JUAN – Muy rara vez.MARÍA – Fue una tontería haber preguntado eso. No me reveló nada. Váyase.JUAN - ¿Está burlándose de mí? Me habla del alcaparrado, hace que le revele mis más íntimos secretos y luego me corre. ¿Le parece justo?MARÍA – No.JUAN – ¿Entonces?MARÍA – Me parece conveniente. Comprenda mi situación. Una mujer debe cuidarse.JUAN – No tiene vecinos.MARÍA – No importa. Lo hago por una honestidad muy especial que yo tengo. Sea bueno y no insista.JUAN – Si le parece tan importante, me iré. Sólo por usted.MARÍA – Sí, hágalo por mí.JUAN – Perdón por haberla molestado. AdiósMARÍA – Adiós. Me llamo María.JUAN – Ah. Empieza a irse.

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MARÍA – Yendo a la puerta. Después de una pequeña pausa. Oiga… JUAN – Regresando, sin entrar. ¿Qué dice?MARÍA – Por el camino de arriba, donde está aquel árbol caído hay… ¿sabe qué? Un nido de calandrias.JUAN - ¿Quiere usted que yo las vea?MARÍA – Si usted quiere.JUAN – Yo no quiero, pero si a usted le gustan las calandrias, yo podría… verlas.MARÍA – Véalas entonces. Adiós. JUAN – Adiós, María. Se aleja.

MARÍA – Juan. Juan regresa corriendo. Si usted quiere, si tiene mucha hambre, puedo regalarle una cebolla.JUAN – Entrando. Lo que usted quiera.MARÍA - ¿Le gusta la cebolla?JUAN – Prefiero el jabalí.MARÍA – No insista.JUAN – No insisto, la entiendo perfectamente. La admiro: como mujer, como esposa cristiana… como cocinera.MARÍA – Tenga: es una cebolla.JUAN – En alguna parte las había yo visto… La guarda. Huele usted… MARÍA - ¿A cebolla?JUAN – Sí, pero aparte, huele usted, a usted.MARÍA - ¿Le gusta?JUAN – Me asombra- ¿Todavía quiere que me vaya?MARÍA – Más que nunca.JUAN – Entonces, adiós. Sale.

María queda viéndolo irse, luego de una manera casi imperceptible, empieza a oler de sus brazos, tratando de descubrir lo asombroso.

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La escena se oscurece un instante para indicar el paso del tiempo. Es al día siguiente a la misma hora. María guisa. Juan se asoma igual que el día anterior y vuelve a llamar con los nudillos.

MARÍA – Yendo hacia él. Juan. ¿Llegó usted al Santuario?JUAN – No pude. En el camino descubrí que no importaba ir al Santuario, descubrí que sólo importaba usted.MARÍA - ¿Yo?JUAN – Usted. Disponiéndose a entrar. Por eso volví.MARÍA – No se atreva a entrar. Ayer era usted peligroso, pero hoy es un demonio.JUAN – María, no diga eso. No pienso ofenderla, si usted no quiere. No vine a lastimarla, sólo quiero decirle una cosa.MARÍA – Dígamela desde donde está parado, y luego váyase.JUAN – Si usted quiere. Empieza a irse.

MARÍA – Pero dígamela antes.JUAN – No podría. Me ha hecho usted descubrir que no soy bueno.MARÍA – Dígamela para ver si es cierto.JUAN – Creo que vuelvo al Santuario.MARÍA - ¿Quiere llevar otra cebolla? Venga por una.JUAN – Entrando y guardándola. María, ¿no me dará usted más que cebollas?MARÍA - ¿Quiere otra? Le da otra cebolla. Ahora, dígame lo que quería decirme.JUAN – Que su olor es como una herida, como un abismo, como un… como un momento.MARÍA - ¿Y eso es malo?JUAN – No.MARÍA - ¿Es bueno?JUAN – Sí.

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MARÍA – Juan, si se convirtió usted de nuevo, si vuelve al Santuario, si está cansado, puede sentarse un rato, en cualquiera de mis sillas.JUAN - ¿Le parecería muy mal que me sentara en su mesa?MARÍA - ¿Qué tienen de malo mis sillas?JUAN – Se ven incómodas.MARÍA – Procure no romper un platoJuan se sienta cuidadosamente mientras María lo contempla.

MARÍA - ¿Qué más?JUAN - ¿Qué más, qué?MARÍA – Dígame cosas.JUAN - ¿Las prefiere usted filosóficas o personales?MARÍA – Sentándose al lado, en una silla. Como usted quiera.JUAN – Déjeme pensar. Ah. No debemos temer nunca a las circunstancias: nunca son más fuertes que nosotros; si nos dominan es por nuestro consentimiento. Somos los únicos responsables de nuestras catástrofes. Esta teoría tiene una conclusión muy consoladora: Que si el mal es malo, es cuando menos, agradable.MARÍA – Bravo. Ahora cuénteme de usted.JUAN – La gente cree que soy héroe.MARÍA - ¿Y no lo es?JUAN – Mostrándole un brazo. Mire usted este brazo. ¿Cree usted que los héroes tienen así los brazos? ¿O que una persona que tiene los brazos así pueda ser héroe? ¿Cree usted?MARÍA – Así francamente, no.JUAN – Y debo advertirle que los brazos son de las partes más heroicas de mi cuerpo. ¿Le decepciona que no sea héroe?MARÍA – Lo supe desde que lo vi de cuerpo entero. A decir verdad, cuando vi su cara no hubiera pensado nunca que fuera usted héroe. O que alguien creyera…JUAN – Me ofende un poco. ¿Qué pensó que fuera yo?MARÍA – Un muchacho muy bueno que va al Santuario.

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JUAN – María, yo quisiera… ser un hombre terrible; un cazador infernal. Y llevarla a usted sobre mi hombro, como a un venado sangriento.MARÍA - ¿A dónde me llevaría?JUAN – No sé. A mi casa, probablemente.MARÍA - ¿Vive usted sólo?JUAN – Con una tía.MARÍA – No nos dejaría entrar.JUAN – Viviríamos en una cueva.MARÍA – Yo no puedo vivir n una cueva, soy una mujer de alcoba.JUAN – Buscaríamos una. Por usted, yo sería capaz… sería capaz de trabajar.MARÍA – Juan: muchas gracias.JUAN – María, ¿qué será de nosotros?MARÍA – Usted irá al Santuario y yo terminaré de cocinar.JUAN - ¿Por qué?MARÍA – Porque el mal es malo aunque sea agradable, porque usted no es héroe, porque yo soy una mujer respetable.JUAN – Entonces… ¿no sucederá nada? ¿No la llevaré sobre mis hombros? ¿No trabajaré por usted?MARÍA – No.JUAN – María, dígame cuando menos, dígame quién es, dígame de dónde salió.MARÍA – Salí de junto al río. Era yo muy niña y estaba lavando, cuando pasó Pedro, el gigante. Usted habrá oído hablar de Pedro, el gigante. JUAN – Supe que una vez mató a un oso. Que varias veces ha matado a un hombre. A un hombre cada vez.MARÍA – Yo nunca había visto un gigante.JUAN - ¿Cómo era?MARÍA – Era… gigantesco.JUAN - ¿Era deslumbrador?

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MARÍA – Era siniestro.JUAN - ¿Y qué pasó, con el gigante?MARÍA – Que dijo, que quería, que yo, lo acompañara.JUAN – ¿Y usted qué hizo?MARÍA – Lo acompañé.JUAN - ¿Hasta dónde?MARÍA – Hasta aquí, es mi marido.JUAN - ¿Su marido? ¿Ése que se come el lomo alcaparrado es un gigante? ¿Pedro el gigante?MARÍA – Es muy bueno, conmigo. Le estoy muy agradecida.JUAN – Creo que iré al Santuario. Se levanta.

MARÍA – Aún no he acabado de contarle.JUAN – No importa. Ya no me interesa lo demás.MARÍA – Ya sabía que no era usted un héroe.JUAN – No es el heroísmo, María. Es que una mujer que duerme con un gigante, no es… aceptable.MARÍA – No trato de que me acepte. Le contaba algo, porque usted me lo pidió. Y no tenía por qué decir tan feo, que yo duermo con un gigante.JUAN - ¿No es verdad?MARÍA – Sí, pero no tenía por qué decirlo tan feo. Váyase al Santuario y devuélvame mi cebolla.JUAN – María, no me corra. Bastante malo es dejarla aquí, en manos de es… de ese asesino de jabalíes. No se enfade conmigo, cuando menos.MARÍA – Abusó de mi confianza; no sé por qué lo dejé entrar.JUAN – Quedémonos amigos, cuando menos. Yo llevaré su amor: en mi pechoMARÍA – Es usted un cobarde.JUAN - ¿Cobarde, por qué, se puede saber? ¿Qué espera? ¿Que la cargue como su maridote? Me moriría a los cien pasos. Debe tratar de comprender.

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MARÍA – Es usted microscópico.JUAN - ¿Cómo quiere que compita con un elefante por sus favores?MARÍA – Me ha decepcionado usted.JUAN – Y usted a mí.MARÍA – Deme mi cebolla.JUAN – Tómela.MARÍA – La otra.JUAN – Tómela.MARÍA – Adiós.JUAN – Adiós.Juan sale. María queda un momento de espaldas; cuando está segura de que se ha ido, mueve la cabeza muy, muy lentamente hacia la puerta.

La luz se apaga un momento para indicar el paso del tiempo. Es al día siguiente, a la misma hora: María guisa en el fogón. Juan aparece esta vez en la puerta, se apoya en el quicio contemplándola sin ser visto.

JUAN – Aquí estoy.MARÍA - ¿A qué ha vuelto?JUAN - ¿A qué cree que he vuelto? A morir. A morir joven en manos de ese destripador.MARÍA – No era necesario. JUAN - ¿Me corre usted?MARÍA – Lo corrí ayer.JUAN - ¿Me corre otra vez?MARÍA – No.JUAN - Yendo hacia ella. Ayer descubrí, en su espalda, dos cabellos, negros, muy gruesos; dos cabellos… que no hubiera podido olvidar. Aquí están. La besa.

MARÍA – Juan, usted quiere destrozarme.

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JUAN – Sí. La besa.

MARÍA – Juan, mi marido no es un destripador.JUAN – Es un gigante. La besa.

MARÍA – Juan, tenga usted… cuidado. Recuerde…. Que yo soy… una mujer… respetable. La besa.

Un telón baja rápidamente, y sube otra vez.

Cuadro II

Mismo escenario. Anochecer. De sobremesa, están Juan y Pedro, fumando tranquilamente. Pedro es tan gigante como Juan es héroe, sin embargo, tiene una espesa barba negra y es realmente siniestro.

JUAN – Hombre de mundo. Debo confesar, Pedro, que nunca creí encontrar un gigante tan… tan humano, digamos.PEDRO – He viajado. Fuma una pipa gigantesca.

JUAN – Siempre pensé que sería metros y metros de piernas y luego, una inmensa cabezota. Con un solo ojo.PEDRO – Ésos se llaman Cíclopes. Una rama prácticamente extinta. Se sabe de alguno que habitó en Sicilia.JUAN – Debí imaginármelo. Todo era de una proporción humana: la mesa, las sillas…PEDRO – La cama. JUAN – El guiso. Tuve un momento de pánico.PEDRO – Soy gigante por mi constitución, no por mis dimensiones. Un día, yendo por un sendero, encontré un oso; nos abrazamos como viejos amigos y apretamos. Cuando lo solté se derrumbó como un costal.JUAN – ¿Muerto?PEDRO – Por supuesto.Juan reflexiona.

PEDRO – Desde que llegué no ha hecho usted más que alabar mi humanidad, mi proporción, mi inteligencia. Gracias. No me ha dicho por qué ha venido.

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JUAN – He venido… En un principio iba yo al Santuario. Me acerqué y vi a su mujer por primera vez, eso fue antier. Ayer regresé y la vi otra vez. Y hoy, hoy vine a llevármela.PEDRO - ¿A llevársela?JUAN – Sí.PEDRO - ¿A dónde?JUAN – No sé. A casa de mi tía, supongo.PEDRO - ¿Y por qué quiere llevarse a mi mujer a casa de su tía?JUAN – Porque la quiero, porque no puedo vivir sin ella.PEDRO - ¿Y qué le hace suponer, jovencito, que yo sí puedo vivir sin ella?JUAN – Usted es un gigante.PEDRO - ¿Y eso qué tiene que ver?JUAN – Que usted es fuerte y puede soportar las adversidades de la vida.PEDRO – Bueno, y suponga que no me da la gana soportarlas.JUAN – Me parece una cobardía y un egoísmo de su parte.PEDRO – ¿Así que soy cobarde y egoísta?JUAN – Sí.PEDRO – Ya sabía yo que me iba a enredar.JUAN – El asunto es tan claro como el agua.PEDRO – Bueno, suponga que soy un cobarde y un egoísta. ¿Qué piensa hacer ahora?JUAN – Déjeme reflexionar un momento. Ah. Lo engañaré.PEDRO – Usted no conoce a mi mujer.JUAN – Usted tampoco.Pausa corta. Se miran, Juan desafiante, Pedro, perplejo.

PEDRO – Levantándose. Si todo es tan definitivo, no me quedará más remedio que matarlo.JUAN – Siéntese, reflexione, que todavía podemos encontrar otra solución menos drástica.

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PEDRO - ¿Y por qué hemos de encontrar otra solución menos drástica? A mí me parece completamente satisfactoria.JUAN – Pero procure ser objetivo. A mí no me parece satisfactoria.PEDRO - ¿Y por qué he de ser objetivo con una persona que no respeta mis derechos?JUAN - ¿Cuáles derechos?PEDRO – Mis derechos de marido.JUAN - ¿En qué consisten?PEDRO – No se haga tonto.JUAN – Tiene usted razón, me he extralimitado.PEDRO – Completamente. Está usted en mis manos. Le quedan dos soluciones. Una: puede irse ahora mismo y no volver.JUAN - ¿Sin María?PEDRO – Sin María.JUAN – Usted sabe que eso no será posible.PEDRO - ¿Por qué no?JUAN – Porque a María yo… yo la quiero. La quiero para mí. La quiero limpia y la quiero feliz y no aquí, en manos de… de usted.PEDRO – Procure ser objetivo.JUAN – No puedo ser objetivo. ¿Cómo quiere que lo sea?PEDRO - ¿Por qué me exige entonces que yo…?JUAN - ¡Porque usted es un gigante!PEDRO – Levantándose. Queda entonces la otra solución, que consiste en que usted muera en mis manos.JUAN – Me parece completamente inaceptable.PEDRO – Poniéndole las manos en el cuello. A mí no, y como soy gigante… Aprieta.JUAN – En la angustia del estrangulamiento. Espere un momento… Trate de reflexionar… Suélteme… Piense en lo que dirá su mujer… Suélteme. Si no me suelta… me veré… obligado… a hacer… algo desesperado. Saca un cuchillo de monte sin que el otro se inmute.

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Dios es… testigo… de que usted se lo buscó… Trata de hundir el cuchillo en la barriga del gigante sin resultado, el cuchillo choca como contra metal. Juan se desmaya, de angustia, de asfixia y de sorpresa.

Pedro lo deposita en el suelo de una manera comedida. Entra María con agua que fue a traer. Al ver a Juan en el suelo, queda paralizada.

PEDRO – Mostrando al yaciente. Este señor, después d confesar lo inconfesable, trató de asesinarme.MARÍA - ¿Está muerto?PEDRO – Así lo espero.MARÍA - ¿Por qué has hecho eso, Pedro?PEDRO – Dijo que quería llevarte con él, que no podía vivir sin ti, que, atragantado de rabia, te quería para… para sí.MARÍA – Qué amable. PEDRO - ¿Por qué pasó esto? ¿Qué tenía ese hombre?MARÍA – Tenía… un modo, tenía unas frases, y un olfato… que no pude resistir.PEDRO – Con las manos en la cabeza. Qué asco.Juan se incorpora tocándose el cuello

MARÍA – Ayudándolo. Juan, Juan, Juan. JUAN – Estuve en un abismo. Un abismo de flores exóticas del que no era necesario salir.

Telón

Cuadro III

El bosque contiguo a la casa del gigante. Al centro está un ángulo de la casa, con una ventana de cada lado. Atrás está la sierra, los pinos y un aire muy transparente en la mañana.

Juan y Pedro, sentados en unas piedras, no muy lejos uno de otro, limpian unas enormes pistolas. Pedro es experto y lo hace

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con gran maestría. Juan es ignorante y lo imita torpemente. De vez en cuando, Pedro mira a Juan y éste queda absorto en el arma, para ocultar su ignorancia. La mímica en silencio dura varios minutos.

PEDRO – Cuando alguna persona muere, llevo la caja sobre mi cabeza hasta el cementerio. Cuando es algún animal, basta con arrojarlo al precipicio.JUAN – Supongo que no esperará que yo lo lleve hasta el cementerio. PEDRO – De ninguna manera, seré yo el que lo arroje al precipicio.JUAN – Amaneció usted de un humor macabro.PEDRO – Propio para la ocasión. ¿Qué clase de perdigones prefiere? Mostrándoselos. Los hay esféricos, ovalados y en forma de estrella.JUAN – Extendiendo la mano. Creo que… Retirándola después de estudiar los perdigones. Con aire de conocedor, que me es indiferente.PEDRO –Empezaremos entonces con los ovalados, si resiste usted más de tres descargas habrá que echar mano de los estrellados.JUAN - Debo advertirle que estas bravatas me parecen de mal gusto, sobre todo viniendo de un gigantón como usted.PEDRO – No son precisamente bravatas, es una visión realista de las circunstancias.JUAN – Está usted deleitándose con ellas. Es usted, repugnante hasta en eso.PEDRO – ¿Le parezco repugnante?JUAN – Completamente.PEDRO – Procure ser objetivo. A mí usted me parece repugnantísimo y sumamente antipático: me parece afeminado; pero puedo comprender que la tía ésa que usted dice que tiene, piense que es un muchacho bueno y piadoso y hasta agradable. Mi inteligencia superior me permite comprender que la que yo tengo no es más que una visión parcial. ¿Entiende? JUAN - ¿Llama usted inteligencia superior a ese zoológico que tiene metido en la cabezota?PEDRO – No podría llamarlo de otra manera.

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JUAN – Pues le diré: a mí me parece usted completamente nauseabundo.PEDRO – Es una visión parcial.JUAN – Es una visión total.PEDRO – ¿Cree usted que insultar a una persona es el mejor modo de prepararse a bien morir?JUAN – Yo no espero morir bien. Saldré ileso o moriré en el más satisfactorio de los pecados: el adulterio.PEDRO – Es una lástima. Si me prometiera no volver estaría dispuesto a dejarlo ir.JUAN – No, gracias.PEDRO – Usted se lo buscó.JUAN – Por supuesto.PEDRO – ¿Sabe usted cómo se dispara una pistola?JUAN – Nunca tuve la más remota idea.PEDRO – Esta parte de aquí, que como usted podrá ver sin dificultad, tiene como fundamento el principio de la palanca, se llama gatillo; basta con que usted tire de él, suavemente para no perjudicar la puntería, para que salga del cañón, como una mariposa, una bala.JUAN – Gracias.PEDRO – ¿No tiene usted hambre?JUAN – No.PEDRO – Podría invitarle un último desayuno.JUAN - Se lo agradezco.PEDRO - ¿No le importará quedarse solo?JUAN – Me parecerá delicioso.PEDRO – Con permiso, entonces.JUAN – Usted lo tiene.Pedro va a la casa.

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JUAN – Declamatorio. Oh, juventud, adiós. Oh, inocencia; oh, vida. Mis tripas perforadas. Mi cuerpo en una barranca. Por los huecos de mis ojos… una raíz. Qué futuro.Entra María.

MARÍA – Juan.JUAN – María.MARÍA – Huye, Juan.JUAN – Pasé la noche tratando de resignarme. Ya casi lo he logrado. No vengas a turbar mis buenos propósitos.MARÍA – Si estás decidido, Juan, te llevaré flores.JUAN – ¿Flores? ¿No hay esperanza, entonces?MARÍA – Ninguna. Ese hombre tiene la barriga cubierta de escamas, como un cocodrilo.JUAN – Qué asco.MARÍA – Y la espalda, de una piel gruesa, como un elefante. JUAN – Qué horror.MARÍA – De muy niño, su madre, que era bruja, le dio una pócima que lo hace inmune a las armas blancas.Juan mira con tristeza su cuchillo de monte, y lo arroja lejos de sí.

MARÍA – Y de grande, su tía, que era hechicera, le dio una toalla, una toalla color salmón, con la que frotándose puede hacer salir cualquier bala o perdigón que le haya entrado, dejando su piel cicatrizada y limpia como la de un niño, bueno, como la de un elefante joven.JUAN – ¿Por qué no me dijiste eso antes concertar este maldito duelo?MARÍA – Estaba yo tan agradecida, tan emocionada, tan feliz, de que alguien fuera a morir por mí, que no me atreví. No pude.JUAN – María, has sido para mí… la muerte.MARÍA – Y tú, has sido… tan amable.JUAN – Yo fui una vez sensato.MARÍA – Te llevaré flores.

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JUAN – ¿Al fondo de una barranca?MARÍA – La llenaré de flores.JUAN – Gracias.MARÍA – Serás todo mío.JUAN – ¿Y tú? Del… del cocodrilo.Entra Pedro escarbándose los dientes

PEDRO – El duelo será a cinco pasos, vuelta y fuego. En caso de que no muera usted a la primera, prepara, cuenta tres y fuego. ¿Entendido?JUAN - Entendido.PEDRO – ¿No se le olvidará cómo se ha de apretar el gatillo?JUAN – No soy tonto.PEDRO - ¿Está usted preparado?JUAN – A vencer.PEDRO – Vamos, pues.JUAN – A María. María, aquí quedaré. Como ejemplo de valor, de dignidad y de devoción. El valor lo traje en mis venas, la dignidad la recibí de Dios, y la devoción nació del amor abrasador que por ti sentí. Muero contento, porque no este acto, te haré mía hasta la putrefacción, hasta el final de los tiempos. Adiós, María.MARÍA – Adiós, Juan. Va conmovida a la casa, ante las miradas de los dos hombres.

PEDRO – Vamos, pues.JUAN – Vamos.Se ponen espalda contra espalda, al centro del escenario, con las pistolas a la altura del hombro. María asoma `por la ventana del lado donde está Juan.

PEDRO y JUAN – Caminando. Uno, dos, tres, cuatro, cinco. Girando. Vuelta. Fuego. Disparando.

Se nota el impacto en ambos contrincantes, pero ninguno cae.

PEDRO - ¿Quiere usted otra?JUAN – Las que usted quiera.

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PEDRO – Entonces, prepárese.JUAN y PEDRO – Uno, dos, tres. Fuego. Disparan. Mismo juego.

PEDRO - ¿No se ha muerto?JUAN – Como usted podrá ver, no. JUAN y PEDRO – Uno, dos, tres. Fuego. Mismo juego.

Música. Danza, que termina en estruendo.

PEDRO – Espere un momento. Tengo sed. Será conveniente que tomemos un trago.JUAN – Como usted quiera.Pedro va a la casa tambaleante, Juan se derrumba, agotado.

MARÍA – Desde la ventana Juan, Juan, nunca te olvidaré; llenaré la barranca de flores. De flores, de flores.Por la otra ventana, se observa cómo Pedro, desnuda hasta la cintura, se d una fricción con una toalla color salmón. JUAN – No se equivocó la gente cuando me creyeron héroe, no obstante mis brazos. Mi falta de elocuencia ha sido compensada por mi valor. Qué dolor.Entra Pedro muy reconfortado con una jarra de vino.

PEDRO – Si lo hubiera conocido más joven, o si hubiera sido menos insensato, hubiera podido ser un buen tirador.Juan bebe y se le sale el vino por entre los dientes.

PEDRO – A la hora que usted quiera, mientras terminemos antes, mejor.JUAN – A sus órdenes.Se colocan como al principio.

JUAN Y PEDRO – Uno, dos, tres, cuatro, cinco. Vuelta. Fuego.Música. Danza, que termina bruscamente.

PEDRO – Espere. Habrá necesidad de traer más perdigones.Pedro va tambaleante a la casa. Juan se derrumba.

MARÍA – Desde la ventana. Juan, Juan, serás mío toda la vida, mi vida, tu vida.

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Por la ventana, se ve a Pedro tomar otra fricción con una toalla color salmón.

JUAN – Lo que me falta de elocuencia, me sobra de…. Qué dolor.Pedro entra con dos cuernos de parque. Le entrega uno a Juan.

PEDRO – A la hora que usted quiera. Lo ayuda a levantarse.

JUAN – Agonizante. A sus órdenes.Se colocan como al principio.

JUAN Y PEDRO – Uno, dos, tres, cuatro y cinco. Vuelta. Fuego.Música. Danza, que termina con la caída climática de Juan.

PEDRO – Agotado, pero discursivo. Aquí yace un… uno que trató… uno que creyó que… Aquí yace uno.María llora en la ventana. Pedro arrastra el cadáver tirando de una pierna.

Telón.

Cuadro IV

Interior de la casa del gigante. Es de noche. Juan está tendido sobre la mesa. María de luto en una silla. Pedro toma una última fricción con una toalla color salmón.

PEDRO – Yendo junto a ella. Así terminó tu aventura, como era menester.MARÍA – No fue aventura. Fue algo…que quise.PEDRO – ¿Estás satisfecha?MARÍA – Estoy orgullosa.PEDRO – De repente, me das horror.MARÍA – Soy tu mujer,PEDRO – Eres mi botín.MARÍA - Siempre lo fui.PEDRO – Trataré de dormir.

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Pedro se acuesta y queda profundamente dormido. María se levanta, recoge la toalla, la cuelga en su lugar, besa ligeramente la mejilla del cadáver y va junto a su marido.

Se oscurece un momento para indicar el paso del tiempo. Son varias horas más tarde. María está sentada en la cama, con los ojos muy abiertos.

MARÍA - ¿Por qué ha de bajar su cuerpo exquisito por entre las peñas? Su cuerpo reseco. ¿Por qué ha de ser él el que baje? ¿Por qué he de ser yo la que lo contemple? La que provoque. Se levanta y va junto al cadáver, a mirarlo. Pobre Juan. Fuiste tan amable. Hiciste lo que nadie hizo por mí, lo que nadie hará por mí, morir. Pobre Juan, al principio no me importabas, pero y muerto, te has apoderado de mi corazón. No seré una mujer respetable, sino mortífera. Tan bueno fuiste, que no quiero perderte, que no quiero conformarme con tu cuerpo en un abismo. Quiero salvarte. Toma la toalla y le da una fricción, sin resultado visible. Pobre Juan, tendrás que conformarte con el abismo. Vuelve a friccionar. Tan fácil que hubiera sido no conocerte. Vuelve a friccionar. Amor, no quiero perderte.Juan abre los ojos. María se sobresalta, deja la toalla y va a la cama, se acuesta junto a su marido, como antes.

PEDRO – Entre sueños. Hay un hombre… un hombre… un hombre.MARÍA – A Pedro. Calmándolo. Cuando los hombres tienen graves batallas, se agotan, y luego, al dormir, suelen tener pesadillas,PEDRO – Soñé, María, que había un muerto, y que abría los ojos.MARÍA – Fue un sueño, solamente.PEDRO – Fue horrible.MARÍA – DuermePedro duerme. Juan se incorpora, como despertando.

PEDRO – Entre sueños, Hay un hombre que viene. Algo viene.MARÍA – En la casa sólo estamos tú, el cadáver, y yo. El cadáver no puede moverse, y yo,,, yo estoy junto a ti.PEDRO – María, fue un sueño muy desagradable.MARÍA – Pero fue un sueño solamente. Los muertos no pueden caminar. Duerme.Juan camina hasta la pared.

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Page 21: El Loco Amor, Viene - Jorge Ibargüengoitia

PEDRO – Entre sueños. La muerteMARÍA - Es un sueño, Pedro.PEDRO –Vi que alguien me enterraba una daga.MARÍA – Puedes estar tranquilo. Sólo hay una daga en el mundo que puede penetrar tu cuerpo, y esa daga, Pedro, esa daga está guardada en el cofre. Todo está seguro, Pedro, puedes estar tranquilo. Duerme. Yo también dormiré.Ambos duermen. Juan abre el cofre, toma la daga, va a la cama y la entierra en el cuerpo de Pedro, que no ofrece resistencia. Tira de un pie y arrastra el cadáver hasta media habitación. Entra en la cama, junto a María, que no ha despertado.

Se oscurece para marcar el paso de varias horas. Amanece. María despierta satisfecha. Afuera, los pájaros cantan.

MARÍA – Sentándose, pasa sobre el cadáver de su marido, sin verlo. Hay una barranca, que llenaré de flores, de flores.

TELÓN FINAL.

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