el libro rojo moctezuma

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EL LIBRO ROJO 15SO iseT* VICENTE RIYÁ PALACIO, MANUEL PAYNO, JUAN A. MATEOS Y RAFAEL MARTÍNEZ DE LA TORRE TOivro I MÉXICO A. Pola, editor, calle de Tacuba, núm. 25 1905

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El Libro Rojo Moctezuma

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  • EL LIBRO ROJO15SOiseT*

    VICENTE RIY PALACIO, MANUEL PAYNO,

    JUAN A. MATEOS

    Y RAFAEL MARTNEZ DE LA TORRE

    TOivro I

    MXICOA. Pola, editor, calle de Tacuba, nm. 25

    1905

  • Asegurada la propiedad de esta obra conforme la ley

  • MOCTEZUMA. *

    Era la media noche. Un profundo silencioreinaba en la gran capital del Imperio Azte-ca, y las estrellas de un cielo limpio y despe-jado se retrataban en las tranquilas aguas delos lagos y en los canales de la ciudad.Un gallardo mancebo que haca veces de

    una divinidad, y que por esto le llamaban Izo-coztli, velaba silencioso y reverente en lo alto

    del templo del dios de la guerra.Repentinamente sus ojos se cierran, su ca-

    beza se inclina, y recostndose en una piedralabrada misteriosa y simblicamente, tiene unsueo siniestro. Abre los ojos, procura recor-dar alguna cosa, y no puede ni an explicar-se confusamente lo que le ha pasado. Sale la plataforma del templo, levanta la vista los cielos, y observa asombrado en el Oriente

    * La narracin de los ltimos das de este infortu-nado monarca, se refiere en este artculo enteramen-te ajustada las historias y crnicas antiguas.

  • una grande estrella roja con una inmensa cau-da blanca que cubra al parecer toda la exten-sin del Imperio. Apenas ha mirado este fe-nmeno terrible en el firmamento, cuando caecon la faz contra la tierra, y as, casi sin vi-da, permaneci hasta que los primeros rayosdel sol doraron las torres del templo. Alz en-tonces el Izocoztli la vista los cielos, y laestrella haba desaparecido (1).

    II

    Izocoztli al medio da se dirigi al palaciodel Emperador. ''Seor temible y poderoso,le dijo, anoche he visto una grande estrella defuego en los cielos."

    Moctezuma dud, pero qued pensativo to-do el da. En la noche l mismo permanecien observacin en la azotea de su palacio, y cosa de las once vio aparecer repentinamentela fatal estrella roja.

    Al da siguiente mand llamar a todos losadivinos y hechiceros de la ciudad. Ningunohaba visto nada. Nadie se atreva interpre-tar la aparicin misteriosa de los cielos.

    Moctezuma mand llamar los justicias."Encerrad, les dijo, todos estos adivinos yastrlogos en unas jaulas, y no les daris de

    (1) La aparicin de este cometa que tanto miedocaus los mexicanos, parece que es la que sealaArago en su Catlogo en el ao de 1514.

  • 920mer ni de beber. Es mi voluntad que mue-ran de hambre y de sed.

    ' 'Marchad despus por todos los lugares demi reino y haced que las casas de los hechice-ros y adivinos sean saqueadas y quemadas, ytraedme arrastrando del cuello por las calles todos los que teniendo la obligacin de ob-servar los cielos y de interpretar las sealesde los dioses, nada han visto, ni nada handicho su Rey. '

    '

    La orden se ejecut. Los hechiceros de M-xico murieron rabiosos de hambre y de seden las jaulas, y los pocos das los mucha-chos de las escuelas arrastraban de unas so-gas amarradas al cuello a los adivinos de lasprovincias, que dejaban contra las esquinasde la ciudad los pedazos sangrientos de susmiembros. As se cumpli la voluntad delmuy grande y poderoso Seor Moctezuma11(1).

    III

    Una tarde, quiz con la intencin de ir l corte de Texcoco, el Emperador se dirigial lago; pero en el mismo momento espesasnubes cubrieron el ciclo, los rayos atravesa-ron el horizonte, iluminndolo de una luz si-niestra, y las aguas del lago comenzaron

    (1) Historia de las Indias de N. Espaa por Fr. Die-go Durxk, publicada por D. Jos Fernando Eomirez.

  • 10

    agitarse y hervir, como si tuviesen una gran

    caldera de fuego en el fondo.

    Moctezuma se retir su palacio ms tris-te y abatido. Imagin aplacar la clera de losdioses y mand traer una gran piedra de sa-crificios que haba ordenado antes se labrasecon mucho esmero. Al pasar la piedra por elpuente de Xoloco, construido de intento confuertes maderos, cruji repentinamente, y laenorme piedra se hundi en las aguas, lle-vndose consigo al sumo sacerdote y la ma-yor parte de los que la conducan.

    En ese da un temblor hizo estremecer co-mo si fuese la hoja de un rbol el templo ma-yor, y un gran pjaro de forma extraa atra-ves por encima de la ciudad, dando sinies-tros graznidos. Otra vez una negra tempestaddescarg sobre la ciudad. Un rayo incendiel templo.

    Moctezuma no pudo ya dominar su inquie-tud y su miedo, y mand llamar al sabio Reyde Texcoco.

    Los poderosos y magnficos reyes de Mxi-co y de Texcoco tuvieron una entrevista so-

    lemne.

    Netzahualpilli era un Rey anciano, llenode justicia, de bondad y de sabidura, in-terpretaba los sueos y los fenmenos de lanaturaleza, y tena el don de la profeca. Lle-g ante Moctezuma, tom asiento frente de

  • 11

    l, y largo rato permanecieron los dos taci-turnos y silenciosos.

    Seor, dijo Moctezuma interrumpiendoel silencio, has visto la grande estrella rojacon una inmensa rfaga de luz blanca?La he visto, contest el Rey de Texcoco.Anuncia hambre, peste, nuevas gue-

    rras?

    Otra cosa todava ms terrible, dijo gra-vemente el Rey texcocano.Moctezuma, plido, casi sin aliento, tem-

    blaba sin poder articular ya una palabra.Esa seal de los cielos ya es vieja, con-

    tinu con voz solemne el Rey de Texcoco, yes extrao que los astrlogos nada te hayandicho. Antes de que apareciera la estrella, unaliebre corri largas horas por los campos has-ta que se entr en el saln de mi palacio. Es-ta seal era precursora de la otra ms funesta.Qu anuncia, pues, la estrella?

    pre-

    gunt Moctezuma con una voz que apenas lesala de la garganta.

    ''Habr en nuestras tierras y seoros,continu el de Texcoco, grandes calamidadesy desventuras; no quedar piedra sobre pie-dra; habr muertos innumerables y se perde-rn nuestros seoros, y todo ser por permi-sin del Seor de las alturas, del Seor delda y de la noche, del Seor del aire y delfuego. '

    '

    Moctezuma no pudo ya contener su emo-

  • 12

    Clon, y se ech llorar diciendo: ''Oh, Seoi*(le lo criado! oh, dioses poderosos, que dais

    y quitis la vida! cmo habis permitido quehabiendo pasado tantos Reyes y Seores po-derosos, me quepa en suerte la desdichadadestruccin de Mxico, y vea yo la muerte demis mujeres y de mis hijos? Adonde huir?adonde esconderme?"En vano el hombre quiere escapar, con-

    test tristemente el Rey de Texcoco, de la vo-luntad de los dioses. Todo esto ha de sucederen tu tiempo, y lo has de ver. En cuanto m, ser la postrera vez que nos hablaremosen esta vida, porque en cuanto vaya mi reinomorir.

    Los dos Reyes estuvieron encerrados todoel da conversando sobre cosas graves, y lanoche se separaron con gran tristeza (1). Net-zahualpilli muri en efecto el ao siguien-te (2).

    IV

    El 8 de noviembre de 1519 fu un da desorpresa, de admiracin y de extraos suce-sos en la gran ciudad de Mxico.A eso de las dos de la tarde, una tropa de

    europeos, caballo los unos, pie los otros,

    y todos revestidos de brillantes armaduras y

    (1) Fr. Diego Duran.(2) Torquemada.

    Monarqua Indiana.

  • 13

    cascos de acero, y armados de una maneraformidable, hacan resonar las piedras y bal-

    dosas de la calzada principal con las herra-

    duras de sus corceles, y el son de sus come-

    tas y atabales se prolongaba de calle en ca-

    lle. En el viento ondeaban los pendones conlas armas de Castilla, y la cabeza de esta

    tropa, seguida de un ejrcito tlaxcalteca, ve-

    na el muy poderoso y terrible capitn D.Hernando Corts.Las azoteas de todas las casas estaban cu-

    biertas de gente, las canoas y barquillas cho-

    caban en los canales, y en las calles se agol-paba la multitud, estrujndose y an expo-niendo su vida por mirar de cerca los hijosdel sol y tocar sus armaduras y caballos.

    Moctezuma, vestido con sus ropas reales

    adornadas de esmeraldas y de oro, acompa-ado de sus nobles, sali recibir al capitnHernando Corts y le aloj en un edificio deun solo piso, con un patio espacioso, varios

    torreones y un baluarte piso alto en el cen-tro. Era el palacio de su padre Axayacatl.Moctezuma, despus de haber cumplimenta-do su husped, se retir su palacio. Alda siguiente, mand que se hiciese en la mon-taa un sacrificio los dioses Tlaloques. Sesacrificaron algunos prisioneros, que estabansiempre reservados para estas ocasiones

    ;pero

    los dioses se mostraron ms irritados. Se estre-meci la Mujer Blaica, y desde la azotea de

  • 14

    SU palacio pudo contemplar asustado el Em-perador azteca los penachos de nubes negrasy fantsticas que cubran la alta cima de losgigantes del Anhuac.

    V

    A los ocho das de estar Hernando Cortsen Mxico, los aztecas, irritados con la pre-sencia y orgullo de sus enemigos los tlaxcal-tecas y con las demasas que cometan lossoldados espaoles, dieron muestras visiblesde hostilidad y de disgusto. Corts no sabasi permanecer, si abandonar la capital si-tuarse en las calzadas. Dos das estuvo som-bro y pensativo, y al tercer da llam suscapitanes. ' 'He resuelto prender al Empera-dor Moctezuma, les dijo, y traerle este pa-lacio. Su vida responde de la nuestra; lo de-ms que siga, est encomendado la guardade Dios y de Santiago."A la maana siguiente, despus de oir to-

    da la tropa espaola una misa, de rodillas ycon ejemplar devocin. Corts tom la pala-bra y dijo: "Vamos acometer hoy una denuestras mayores hazaas, y es prender almonarca en medio de todo su pueblo y de susguerreros. Los espaoles somos un puadoque con el soplo de los indios podemos des-aparecer; pero estn Dios y la Virgen con nos-otros. He escogido vuesas mercedes para

  • 15

    que me ayudis dar cima esta arriesga-da aventura. ' ' Esto diciendo, seal Pedro

    de Alvarado, Gonzalo de Sandoval, Francisco

    de Lujo, Velzquez de Len y Alonso de Avi-la, y estos caballeros, seguidos de algunos

    soldados, cubiertos todos de armaduras com-pletas, se dirigieron al palacio del Empera-

    dor de Mxico.

    VI

    Moctezuma procuraba aparecer tranquilo yafable ante sus subditos, pero no pensaba si-no en los medios de que quedasen contentoslos espaoles, y de que saliesen prontamente

    de la ciudad.El saln en que estaba era espacioso, tapi-

    zado con mantas finas de algodn, bordadasde colores variados y con dibujos exquisitos.El suelo estaba cubierto de finas esteras depalma. En el fondo el monarca estaba recli-nado entre cojines, y su derredor haba al-gunos nobles y una muchacha como de 16aos, de ojos y cabellos negros, de tez more-na, y sonrea alegremente dejando ver entresus labios rojos dos blancas y parejas hilerasde dientes.

    Los espaoles se presentaron en ese mo-

    mento.

    Las pisadas recias de los capitanes que ha-can resonar sus espuelas en el pavimento, el

  • 16

    aire feroz imponente que tenan, y el verlosseguidos de algunos soldados, inspir temor Moctezuma; se puso algo plido, pero do-min su emocin y salud Corts y suscapitanes con la sonrisa en los labios. ' 'Voy

    ensayar el ltimo arbitrio," pens entre s;y dirigindose Corts, le dijo:

    ^^Malinche, tena gran deseo de que t ytus capitanes me visitaran, y pensaba en ello,porque tena preparadas algunas Joyas y pre-ciosidades de mi reino para ofrecrtelas."

    Los ministros y magnates que estaban cer-

    ca, presentaron Corts en unas bandejas pin-tadas de colores, muchas figuras de oro, co-mo sapos, serpientes y conejos, primorosa-mente labradas, y adems, esmeraldas, con-chas, "mosaicos de pluma de colibr y otrasmaravillas del arte indgena.

    Corts, preocupado, apenas mir los obje-tos inclin la cabeza maquinalmente.

    Moctezuma, que observaba la fisonoma del

    capitn espaol, cada vez estaba ms alar-mado.

    Olid, Sandoval y Alonso de Avila exami-naron con ms atencin los presentes; los de-ms guardaban silencio, y al disimulo reque-ran el puo de sus espadas.

    El monarca domin su orgullo. ^^Malinche, dijo, tengo para t reservada

    una joya de ms valor que el oro de todo mireino. Lit joya que te voy dar es mi cora-

  • 17

    zn,'* y al decir esto se levant, tom porla mano la linda muchacha y la present Corts. "Es mi hija, Malinche, una hija quelos dioses han hecho hermosa, y que te doypara que sea tu mujer y tengas en ella unaprenda de mi fe y de mi cario."

    Los ojos de Corts se clavaron en la mucha-cha. Su mirada expresaba la ternura que leinspiraron las palabras del Rey, pero reflexio-

    n un momento y cambi de resolucin.--"Seor y Rey, dijo el capitn inclinn-

    dose respetuosamente, mi religin me permi-te tener una sola mujer y no muchas, y yasoy casado en Cuba. Os doy gracias y os de-vuelvo vuestra hermosa hija. '

    '

    Moctezuma qued triste y corrido; la niase cubri de rubor al verse rechazada, y Cor-ts, despus de un momento, hizo un esfuer-zo y cambi bruscamente de tono.

    "He venido, seor, le dijo con semblan-te torvo, deciros que mis soldados han sidoasesinados en la costa, y mi capitn P^scalan-te herido de muerte, y todo por la traicinde Cuauhpopoca, que es vuestro subdito, y ashe resuelto que entretanto viene este traidor

    y se le impone el castigo que merece, os lle-var mis cuarteles, donde permaneceris ba-jo mi guarda."Moctezuma se puso plido; pero poco,

    acordndose que era Rey, encendido de cle-ra se levant y exclam con energa:

    2

  • 18

    ---"Desde cundo se ha odo qu Un prn-cipe como yo, abandone su palacio para ren-dirse prisionero en manos de extranjeros?"

    Corts se domin y trat con suavidad depersuadir al monarca de que no iba en cali-dad de prisionero, y que sera tratado respe-tuosamente; pero Velzquez de Len, impa-ciente de tanta tardanza, dijo:

    "Para qu perdemos tiempo en discusio-nes con este brbaro? Hemos avanzado mu-cho para retroceder ya. Dejadnos prenderle,y si se resiste le traspasaremos el pecho connuestros aceros." Todos entonces pusieronmano la espada al pomo del pual (1).

    Corts los contuvo.Moctezuma baj los ojos, y dos gruesas l-

    grimas rodaron por sus mejillas."Vamos," dijo Marina que le haba ex-

    plicado, aunque suavemente, las amenazasde los espaoles.

    Al da siguiente el monarca mexicano eraprisionero de Corts.

    VII

    Un da con un sol resplandeciente y her-moso, en medio de las calles llenas de trficoy de bullicio, apareci una inmensa comiti-va. Era un cacique ricamente vestido, que

    (1) Prescott.

    Histona de la Conquista,

  • 19

    traan en unas andas unos esclavos. Seguan-le su hijo y quince nobles de la provincia.Este cacique era Cuauhpopoca, el mismo quehaba matado los soldados espaoles y de-rrotado Juan de E^-alante.La comitiva se dirigi al palacio de Mocte-

    zuma, y poco sali y entr con la mismapompa al palacio de Axayacatl, donde Cor-ts tena todava sus cuarteles.

    Corts y sus cai^ifanes recibieron al caci-que, que ya iba triste, cabizbajo y vestido deuna grosera tnica de henequn.Cacique, le dijo Corts con voz terrible,

    eres t subdito de Moctezuma?A qu otro seor poda servir?contes-

    t el cacique.

    Basta con eso, contest secamente Cor-ts; y dirigindose ti los soldados, les dijo:Atad esos paganos y preparad las hogueras.Las flechas, jabalinas y macanas depositadasen el templo mayor servirn de lea.

    Los soldados ejecutaron prontamente lasrdenes, y poco diez y siete hogueras esta-ban preparadas en el patio del palacio. Sobrecada hoguera haba uno de los nobles, ama-rrado de pies y manos. El cacique estaba en-frente de su hijo.

    Los indgenas, mudos de espanto, ni pro-curaron defenderse ni profirieron una sola pa-labra. Con una resolucin estoica se dejaroncolocar en el horrendo suplicio.

  • 20

    Corts se dirigi entonces la piezadonde

    estaba Moctezuma.

    Monarca, le dijo con acento feroz, mere-

    ces la muerte; pero quiero castigarsiempre

    tu crimen, pues eres el autor principalde la

    infamia cometida con los espaoles.Solda-

    do ejecuta la orden que te he dado. Un sol-

    dado que haba seguido Corts, se acerc

    Moctezuma y le puso bruscamente un parde

    grillos en los pies.

    Ahogados sollozos se escaparon del pecho

    del monarca. Sus sirvientes derramaban l-

    grimas. Corts volvi las espaldas al Rey y

    sali del aposento.

    Cuando lleg al patio, gruesas columnas

    de humo se levantaban de las hogueras. Se

    oa el crugido de las carnes y de loshuesos

    que se tostaban. Algn lgubre quejido sa-

    la del pecho de aquellos infelices.

    Los espaoles con la arma al brazo, y los

    artilleros con mecha en mano, presenciaban

    el suplicio. Cuando el viento disip las ne-

    gras y hediondas columnas de humo, sepu-

    dieron ver diez y siete esqueletos retorcidos,

    deformes, negros, calcinados.

    VIII

    A este fnebre, acontecimiento siguieron

    otros; pero el ms grave de todos fu la lle-

    gada de Panfilo de Narvaez Veracruz.

  • 21

    Corts, como en todas ocasiones, tom unaresolucin extrema; dej la guarda de ^loc-tezuma y de la ciudad Pedro de Alvarado,Tcmatvut (el sol), como le llamaban los indios,

    y march violentamente al encuentro de surival.

    En el mes de mayo los aztecas acostum-braban hacer una solemne fiesta, que llama-ban Texcalt, en memoria de la traslacin deldios de la guerra al templo mayor. Se diri-gieron Tnnafivt, quien les dio licencia, conla condicin de que no llevasen armas ni hi-ciesen sacrificios humanos.

    Cosa de 600 nobles concurrieron la cere-monia, ataviados con sus ms ricas vestidu-ras cubiertas de oro y esmeraldas. Bailabansus danzas y arcito-9^ como les llamaban losespaoles, y se entregaban descuidados laalegra, cuando entr Alvarado al templo, se-guido de cincuenta soldados armados.

    //rom^w cae sobre nosotros; Tomiut nosmata!! exclamaron varias voces. Todos echa-ban huir y queran salir; pero eran recibidospor las picas de los soldados que guardabanlas puertas. Alvarado y los suyos mataban diestra y siniestra, hasta que no qued nin-guno. La sangre corra, y bajaba como unacascada roja por las escaleras del templo. Losespaoles arrancaban las joyas de los miem-bros destrozados y sangrientos de la nol>lezaazteca. Alvarado se retir con trabajo sus

  • 22

    cuarteles. Toda a poblacin se levant en ma-sa, furiosa y desesperada, resuelta acabarcon sus asesinos.

    IX

    Hernando Corts, despus de haber venci-do Narv'aez, hcholo prisionero incorpo-rado sus tropas, regres Mxico y salv Alvarado, que estaba ya punto de su-cumbir.

    Los combates siguieron sin interrupcin.Los espaoles hacian salidas, barran con laartillera las masas compactas de indgenas,que volvan cerrarse y cargar con hondas,maderos y piedras, cada vez con ms furor.Los cadveres amontonados interrumpan elpaso de las calles, los heridos daban lastimo-sos gemidos, y las mismas mujeres corranfrenticas ayudando al ataque. Al cabo de al-gunos das los espaoles volvieron encon-

    trarse en la ltima extremidad. No podansalir de la ciudad, ni capitular, ni rendirse,

    porque hubieran sido sacrificados los do-los, y sus esfuerzos para pelear se agotaban.Todos comenzaban desconfiar, murmurarcontra su capitn.

    Corts requiri Moctezuma para que seinterpusiera con sus subditos y cesara la gue-rra.

    '

    Qu tengo que hacer ya con el Malin-

  • 23

    che?respondi despechado, dejndose caersobre sus almohadones.

    Marina, Pea y Orteguilla, que eran susfavoritos, el padre Olmedo y Olid interpusie-ron su influjo y le persuadieron que se mos-trase y hablase a su pueblo. Moctezuma ac-cedi, revistise de su ms rico traje real, ysubi al baluarte piso principal del palacio,

    y se dej ver en la parte ms saliente. Ape-nas la multitud not la presencia de su mo-narca, cuando ces el ruido y la gritera; losguerreros suspendieron el ataque, y muchosse prosternaron y cayeron con el rostro en tie-rra. Hubo un silencio profundo. Moctezumahabl, pero tuvo que disculparse, que mani-festarse el amigo de los espaoles, que inter-ceder por ellos. Esto cambi sbitamente alpueblo; su furor redobl, y le gritaron conrabia;

    "Vil mujer, monarca indigno, azteca de-gradado, vergenza de tus antepasados, noqueremos ya que nos mandes, ni siquiera ver-te un solo momento. '

    '

    Un noble azteca, vestido fantsticamentecomo una ave de rapia, se acerc al baluar-to, blandi airadamente su arco, y disparuna flecha al Rey. Esa fu la seal del nue-vo combate. Un alarido aterrador sali comopor una sola boca de todo el pueblo; una nu-be de flechas, de piedras y de dardos nubla-ron por un momento el aire, y Moctezuma^

  • 24

    herido en la nuca por una piedra, cay des-mayado en la azotea.

    XMoctezuma fu recogido por dos soldados

    del terrado del cuartel y conducido su ha-bitacin, donde permaneci sin conocimientoalgunas horas. Cuando volvi en s, su deses-peracin y despecho no conocieron lmites.Las afrentas que haba recibido de los espa-oles eran poca cosa cuando pensaba en laque le haba ;hecho su pueblo, desconocin-dole como su Seor y volviendo contra l susarmas. Arrancse de la cabeza una venda quele haban puesto, y busc una arma con queacabar con sus das; pero los nobles que leacompaaban trataron de calmar los doloresfsicos y morales que le atormentaban, y poco caj^ en un abatimiento sombro; susojos erraban sobre las paredes del aposento ysobre las tristes fisonomas de los que le acom-paaban; cerr despus sus labios, que se ha-blan abierto para pedir nicamente la muer^te los dioses, y no volvi proferir una pa-

    labra, rechazando resueltamente los alimen-

    tos que le presentaban y las insinuaciones

    que le haca el padre Olmedo para que reci-biese el bautismo.En cuanto pas el primer impulso del fu-

    ror del pueblo azteca y vio llevar en brazos,

    muerto al parecer, al Rey, su rabia cambi

  • en pavor. Los oficiales que haban tirado so-bre l arrojaron las armas, otros se prosterna-ron contra la tierra, y la multitud, silenciosa

    y sobrecogida, se fu dispersando lentamentepor las calles.

    Corts se dirigi Olid. "La muerte deMoctezuma, le dijo, ha llenado de miedo estos brbaros. Es necesario aprovechamosde los instantes y salir de la ciudad. Reunidinmediatamente un consejo de guerra."

    Olid convoc todos los oficiales, y mien-tras quedaban unos la guarda de la forta-leza, otros entraron en el saln que hal:)itaba

    Corts.

    El consejo fu tumultuoso, como el que tie-ne una tripulacin en una nave que va nau-fragar. Se discuti con calor si la retirada se-

    ra de da de noche; todos voceaban y dis-putaban hasta el grado de poner la mano enel puo de las espadas. Corts tuvo que im-poner silencio y que dirigir una mirada fiera los ms insolentes oficiales.En un momento de silencio el soldado Bo-

    tello, llamado el astrlogo, levant la voz:

    Seor capitn, dijo, os anuncio que os verisreducido al ltimo extremo de miseria; perodespus tendris grandes lionores y fortuna.En cuanto al ejrcito espaol, digo que es ne-cesario que salga cuanto antes de esta ciudadmaldita, pero precisamente deber se/* (Je no-che.

  • 26

    La disputa ces desde el momento que seoy la opinin del astrlogo, y aquella gentefiera, pero supersticiosa, obedeci la voluntaddel simple soldado.Saldremos esta noche precisamente, dijo

    Corts. Haced, pues, vuestros preparativos,

    y armaos de la resolucin que siempre habistenido para acabar los ms apurados lances.Tomad todo el oro y joyas que queris; perocuidado, que podris ser vctimas del mismopeso del oro que carguis.

    Apenas los oficiales y soldados oyeron es-ta orden, cuando corrieron al tesoro; y encon-trando el oro amontonado en el suelo, comen-zaron llenar sus alforjas y maletas con cuan-to pudo caber en ellas.

    XI

    En la tarde, el horizonte se fu nublandogradualmente, y una masa de nubes negras yamenazadoras vino al parecer expresamentede la cumbre de los volcanes. El silencio pro-fundo que reinaba en la ciudad aumentabams el pavor, y todo anunciaba una tormen-ta en el cielo y una matanza en la tierra. Aslleg la noche imponente y sombra. Los pe-chos de los espaoles, fuertes y templadoscomo sus aceros, se estremecieron sin embar-go. Todos pensaron que quiz no veran el soldel nuevo da.

  • 27

    Moctezuma, mudo, silencioso, mora entreBUS cojines, ms del despecho, ms del dolorde haber visto el fin sangriento de su reina-do, que de la herida que tena en la cabeza.Los nobles que le acompaaban de pie suderredor, observaban los preparativos de losespaoles, y casi adivinaban la suerte que lesestaba reservada. Corts, que crea que Moc-tezuma haba causado realmente la situacintremenda en que se hallaba, haba cambiadola afeccin que concibi al principio, en unodio profundo.

    La tempestad que se cerna haca ya algu-nas horas sobre la ciudad, descarg por fin.Gruesas gotas de agua y granizos comenzaron caer en los terrados. Los relmpagos consu azufrosa y blanca luz, heran las armadu-ras de los caballeros, iluminaban sus fisono-mas terribles, y entraban instantneamentepor una ventana estrecha dar un lvido co-lor al triste cuadro que presentaban el Em-perador y sus caciques, esperando silenciososque se cumpliese su inexorable destino.

    El padre Olmedo dijo una misa, la queasistieron todos los capitanes y soldados; aca-bada, Corts organiz la marcha, y las do-ce de la noche del 19 de julio de 1520, enmedio de una horrible tempestad, se abrieronlas puertas de la fortaleza y abandonaron losespaoles aquellas murallas, testigos de sus

  • 28

    horribles padecimientos y de su indmito va-lor (1).

    XII

    Qu haremos con los prisioneros?

    pre-

    gunt uno de los oficiales Corts.Nunca ser bien, si aun Dios nos tiene

    reservado el acabar esta empresa, que quedecon vida el que ha sido el Rey de estos id-latras, ni ninguno de los que se llaman no-bles caciques (2).

    Tonativt con un semblante torvo se presen-t en el saln donde estaba Moctezuma y susnobles, alumbrado escasamente y interva-los por una hoguera de ocote media apagada.Acabad con estos brbaros que tratan to-

    dava de sacrificarnos, y echadlos por la azo-tea la calle, sobre la Tortuga de piedra, pa-ra que toda la ciudad se entretenga, y cercio-rados los indios de que estn muertos, no nosestorben el paso.

    Los indios se estremecieron j quisieronhuir, adonde? Se pusieron en pie y espera-ron la muerte resueltamente. El Emperadorapenas levant la cabeza.

    (1) Prescott.

    Historia de la Conquista.

    (2) Se lia adoptado para finalizar este escrito lati-adicin ms probable de la muerte de Moctezuma, ypuede verse en el tomo 10." del Boletn de Geograf^iay Estadstica la disquisicin histrica hecha por elSr. D. Fernando Ramrez,

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    Los soldados sacaron los estoques y comen-zaron herir todos los que all estaban. AMoctezuma le dieron cinco pualadas (1).Concluida la matanza sacaron los cadveres

    y los arrojaron por la azotea sobre la granTortuga, que estaba en la esquina de la forta-leza, y se incorporaron al resto de la tropa

    que avanzaba lentamente enti'e la lluvia y lastinieblas, resbalando en el lodo y en la san-

    gre de las calles.

    Manuel Payno

    (i) Fr. Diego Duran.