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El libro negro de la justicia chilena Alejandra Matus ALEJANDRA MATUS El libro negro de la justicia chilena ÍNDICE GENERAL PALABRAS PRELIMINARES ................................................................... .........5 Capítulo I. El poder degradado ...................................................................... .. 10 SECRETOS DE PALACIO ........................................................................ ...... 11 LOS AMIGOS DE AYLWIN ......................................................................... ..... 19 EL VIAJE DE «TORITO» ....................................................................... ......... 23 LAS PRIMERAS BATALLAS DE AYLWIN ........................................................ 27 CUÁNTO TARDA EN ESCRIBIR UN JUEZ .................................................... 36

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El libro negrode la justicia

chilenaAlejandra MatusALEJANDRA MATUSEl libro negrode la justicia chilenaÍNDICE GENERALPALABRAS PRELIMINARES ............................................................................5Capítulo I. El poder degradado ........................................................................ 10SECRETOS DE PALACIO .............................................................................. 11LOS AMIGOS DE AYLWIN .............................................................................. 19EL VIAJE DE «TORITO» ................................................................................ 23LAS PRIMERAS BATALLAS DE AYLWIN ........................................................ 27CUÁNTO TARDA EN ESCRIBIR UN JUEZ .................................................... 36LA VARA CON QUE MIDES ........................................................................... 45EL PESO DEL INFORME RETTIG ................................................................. 63LAS RABIETAS DE CORREA ......................................................................... 72EL DELFÍN DE KRAUSS ................................................................................ 85EL ASTUTO LIONEL BERAUD ...................................................................... 97CERECEDA Y LA QUERELLA DE LOS MEMBRILLOS ................................ 112LOS MISTERIOS DE LA TERCERA SALA ................................................... 128EL DESCARRIADO JORDÁN ....................................................................... 134EL CORTO REINADO DEL SAGAZ ABURTO .............................................. 144Capítulo II. La era Rosende ........................................................................... 153EN LA FACULTAD DE DERECHO................................................................ 154TIEMPO DE PERPETUAR ........................................................................... 159VIENTOS DE CAMBIO ................................................................................. 166EL AÑO DE JAIME DEL VALLE .................................................................... 169EL DEBUT DEL DECANO ............................................................................ 173LA DISIDENCIA JUDICIAL ........................................................................... 180CUANDO EL MAGISTRADO DECIDE HACER JUSTICIA ............................ 187LA VISIÓN CRÍTICA DE LOS ACADÉMICOS ............................................... 195LAS CAUSAS ECONÓMICAS ...................................................................... 201EL APOGEO DEL FISCAL TORRES ............................................................ 209UNA CRÍTICA A LA JUSTICIA MILITAR ...................................................... 219LA «LEY CARAMELO» ................................................................................. 222Capítulo III. De la Real Audiencia al golpe de estado ..................................... 230EL QUESO Y LA BALANZA DE LA JUSTICIA .............................................. 231LA JUSTICIA EN LA COLONIA .................................................................... 234FIN DE LA REAL AUDIENCIA ...................................................................... 239

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JUSTICIA REPUBLICANA ............................................................................ 242UNA «ACUSACIÓN CONSTITUCIONAL».................................................... 244POLITIZACIÓN, DECADENCIA Y CORRUPCIÓN ....................................... 248MANU MILITARI ........................................................................................... 251DÉCADAS DE OLVIDO................................................................................. 255LA HUELGA «LARGA» ................................................................................. 260JUSTICIA «POPULAR» ................................................................................ 266LA CORTE SUPREMA EN LA ANTESALA DEL GOLPE .............................. 271Capítulo IV. Los ritos del poder ...................................................................... 278UN MICROBÚS DEL EJÉRCITO .................................................................. 279LA RUTINA CEREMONIAL .......................................................................... 285PRIMER ANIVERSARIO ............................................................................... 289LA HORA DE LA «RAZZIA» ......................................................................... 294LA INCREÍBLE HISTORIA DEL JUEZ ACUÑA ............................................. 301UN CURCO QUEDÓ EN LA HISTORIA ....................................................... 314Capítulo V. Docudrama en cinco actos: Justicia y Derechos humanos ............. 317CONSEJOS DE GUERRA: EL PRIMER RENUNCIO.................................... 318CINCO MIL RECURSOS DE AMPARO ........................................................ 329SECUESTRO EN LA CÁRCEL ..................................................................... 339LAS VISITAS DE EYZAGUIRRE ................................................................... 351HISTORIA ALUCINANTE EN VILLA MÉXICO .............................................. 367Capítulo VI. La hora de la reforma ................................................................. 386LA OBRA DE SOLEDAD ............................................................................... 387JORDÁN, PRESIDENTE .............................................................................. 394LA FUERZA DE LA COSTUMBRE ............................................................... 403NUEVA CORTE, VIEJAS PRÁCTICAS ......................................................... 409LOS POBRES Y LOS PODEROSOS ............................................................. 412IDEA DE LA JUSTICIA ................................................................................. 4195PALABRAS PRELIMINARESLlevaba varios días tratando de hallar el punto de partidade estas líneas explicativas, cuando recibí una llamadatelefónica desde Santiago. Rodolfo Arenas, periodistade La Tercera, se comunicaba conmigo: habiéndose enteradode la existencia de este libro quería la primicia de unanticipo para su diario o, al menos, la información necesariapara preparar una crónica. Me vi forzada a recurrir atodo tipo de evasivas. No quería revelar detalles de sucontenido, que, hechos públicos antes de la aparición de laobra, podían ponerla legalmente en peligro.Recordé algunos hechos ocurridos durante mis últimosmeses en Chile. Los periodistas Rafael Gumucio yPaula Coddou fueron a parar a la cárcel sólo porque enun artículo ella reprodujo las opiniones expresadas porél en una entrevista. Gumucio dijo simplemente que elministro Servando Jordán de la Corte Suprema era «feoy de pasado turbio». Por menos fueron más tarde encausadosy también encarcelados —por un breve período,lo que no le quita gravedad al hecho— el ex director deLa Tercera, Fernando Paulsen, y el periodista José Ale.6La llamada de Arenas sirvió para revivir en mi ánimolas aprensiones por los riesgos que corremos (lacasa editorial y la autora) por el sólo acto de difundirhechos que, aunque fundamentados y comprobados,van a resultar ciertamente incómodos para sus protagonistas.Y qué contrastante me resulta esta realidadcuando la comparo con la de otros países democráticos,en donde no hay cortapisas para criticar a sus autoridadesa través de los medios de comunicación,reírse de ellos incluso, sin que el periodista o escritor

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corra el peligro de tener que ir a parar a la cárcel. Nonecesitamos ir muy lejos, basta cruzar la frontera yasomarse a la Argentina. Otro ejemplo —muy recientey de resonancia planetaria— es el que hemos visto desarrollarseen el país más poderoso del mundo, cuyaseguridad no pareció sufrir ningún riesgo con las escabrosashistorias de la vida íntima del Presidente quese hicieron públicas.Recordé las dificultades que tuve muchas veces queenfrentar, ideando todo tipo de eufemismos y rodeos lingüísticospara esquivar los rigores de la Ley de Seguridaddel Estado. Ella protege, como se sabe, a nuestrasautoridades políticas y administrativas, a los generales,a los ministros de la Corte Suprema y hasta a los obispos.¡Cuántas veces fui censurada porque el artículo seocupaba de alguno de estos intocables!La llamada revivió en mí un cierto miedo. El mismoque tuvieron que superar las casi ochenta personas queentrevisté a lo largo de varios años para poder penetraren las intimidades de nuestro Poder Judicial. Similartambién al que, sacando fuerzas de flaquezas, alimentómis energías en la tediosa tarea de investigación, deverificación de antecedentes, de cotejo de fuentes. Artículosde diarios y revistas, expedientes legales, oficios7judiciales, monografías, los pocos libros que se han escritosobre el tema.Es absurdo y quizás si hasta ridículo, tener que admitirque sentí esos temores, y que en alguna medidatodavía los vivo, cuando en Chile ha transcurrido yacasi una década de haberse recuperado la democracia.Sin real libertad de expresión el periodismo se pervierte,pierde su altura ética y puede transformarse enun engendro monstruoso: inquisitivo, osado, mordaz,descalificador y hasta cruel contra quienes no tienenleyes que los protejan; tolerante, obsecuente y servil conlos poderosos, sin excluir, por supuesto, a la autoridad,a la que sin embargo está llamado a fiscalizar.Creemos en la libertad de expresión y creemos en lanecesidad del periodismo fiscalizador, que investiga einforma, que no persigue denigrar a personas o instituciones,pero que tampoco vacila en acometer sin vacilacionesla verdad, aunque ésta, como es a veces inevitable,moleste a algunos de los protagonistas de la sociedaden que vivimos.Esto último puede ser un obstáculo, porque un librocomo este, escrito pensando en los principios enunciados,aunque sea social y culturalmente necesario, esevidente que corre el riesgo de concitar la ira de quienesse han predefinido como encarnaciones de la VirtudPública, la Seguridad y la Patria.Las cosas han cambiado desde que en 1992 comencémis investigaciones con miras a la preparación de estelibro. Iniciado el gobierno de Eduardo Frei Ruiz-Tagle,la vieja Corte y ciertas prácticas se quedaron sin su paraguasprotector. La posibilidad cierta, por ejemplo, deuna acusación constitucional contra algún magistrado y,

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tal vez principalmente, los recientes cambios en la cú8pula del más alto tribunal, han debilitado algunos de losviejos vicios. La aprobación, además, de leyes tan radicalescomo la modificación del proceso penal, son signosde la recuperación que se avizora, que viene lenta peroque ya está en marcha.Es evidente que todavía queda bastante bajo la alfombra.Hay que recapitular muchos actos de la Magistraturaque entrañan traiciones a la confianza pública, y quecontinúan siendo convenientemente ignorados por lamayoría de la población. También hay otros aspectos importantesque merecen conocerse: los actos de grandeza,valentía y hasta heroísmo de muchos de sus hombres.No he pretendido escribir «todo» acerca de la Justiciachilena, sino narrar sólo lo necesario para explicar yentender lo que ha sido su itinerario, el ejercicio de susfunciones en tanto «Poder» del Estado. El lector, especialmenteel más informado, encontrará ciertamenteque hay en este trabajo omisiones y hasta simplificaciones.Son propios de las dificultades de un lego, cuya cercaníaal tema se ha dado, no desde el ángulo del profesionalde la jurisprudencia, sino del periodista preocupadodel «área judicial» durante largos años en diversosmedios de comunicación. No tengo ninguna duda de quehay jueces y abogados que disponen de informaciónmucho más amplia que la mía, o que habrían privilegiadola evocación de antecedentes que, aun yo conociéndolos,no consideré pertinente evocar.No están en estas páginas las historias de algunosgrandes casos judiciales —cada uno de los cuales daprobablemente para un libro aparte—, y aquellos que semencionan son, por lo general, únicamente aludidospara dar luces sobre el comportamiento de la Corte Suprema,hilo conductor y tema central de este libro. Otrotanto ocurre con aquello que podría relatarse a propósi9to de los abogados, la policía, la gendarmería, el ServicioMédico Legal.Muy lejos de mí la idea de querer emparentar la estructurade este volumen con modelos literarios ilustres.Puede, sin embargo, leerse conforme al consejocortazariano: en cualquier orden. El producto será siempreel mismo. En todos los capítulos el lector encontrarácomponentes de la viga maestra sobre la que descansanlas afirmaciones de mi libro: no ha existido en la Historiade Chile un Poder Judicial que se entienda y conduzcacomo tal; lo que hemos tenido —salvo, reitero, lasactuaciones aisladas de jueces tan brillantes y valientescomo escasos— ha sido un «servicio» judicial, no másmoderno, ético ni independiente que cualquier otro dela administración pública.LA AUTORACapítulo I. El poder degradado11SECRETOS DE PALACIOEl frío marmóreo del Palacio de los Tribunales sepega a la piel como el vaho de un frigorífico. La sensación

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de estarme congelando en eternas esperas es loprimero que recuerdo al repasar esos cinco años queestuve cubriendo el sector.El invierno parece más crudo y más largo en mediode esos pasillos.Cuando comencé —en 1990, para el diario La Epoca—no había sala de periodistas en el edificio que albergaa la Corte de Apelaciones de Santiago y a la CorteSuprema. Tampoco baño para mujeres. El café de laEstelita —que todavía pasa una vez al día con sandwiches,queques y café con leche— era lo único cálido enesos tediosos plantones que podían durar hasta doce horas.O dieciséis o dieciocho, si había algún caso especial.Y, por esos años, los había a montones.Recién llegada, un día vi al ministro Jordán, trastabillandoy apoyado en los hombros de un empleado quelo llevaba hasta su vehículo.12En otra ocasión, presencié como este ministro seretiraba temprano sin cumplir con su obligación de firmarlas resoluciones del día, cuando presidía la CuartaSala.Yo me había quedado esperando el «listado» de fallos(es el nombre que dábamos a una página que preparabanlos funcionarios de secretaría, con el resumendel trabajo de todas las salas, al finalizar el día). Excepcionalmente,el listado no salía. Los funcionariosme dijeron que estaban esperando las resoluciones dela Cuarta Sala. Jordán, se había ido poco antes de lascinco de la tarde diciendo: «Voy y vuelvo», pero no regresaba.Cerca de las ocho de la noche, los funcionariosse dieron por vencidos. El listado quedó pendientepara el día siguiente, cuando Jordán reasumiera suslabores.Era usual entonces que este magistrado llegara atrasadoy se fuera temprano, aunque su obligación, como lade todo juez, era la de permanecer en su despacho porlo menos cuatro horas al día (o cinco, si la sala teníaatraso). Es decir, por lo menos de dos a seis de la tarde.Las continuas faltas a este compromiso le granjearonreprimendas de algunos de sus propios colegas, quienesse irritaban por su feble disciplina y el retraso que provocabaen el trabajo de los demás.Tengo viva la imagen del mismo juez paseándose undía, lentamente, con los pantalones mojados, de ida yvuelta por el pasillo del segundo piso (donde funciona laCorte Suprema), mientras conversaba con uno de miscolegas. Ambos pasaron junto a mí dos veces. La ampliamancha de líquido en los pantalones grises del ministroera fácilmente distinguible de frente y de espaldas.—El dice que se le dio vuelta un jarro con agua —me explicó suspicaz mi colega, más tarde.13Un misterio para mí era la tolerancia colectiva de lamagistratura a la figura del fiscal de la Corte de Apelacionesde Santiago, Marcial García Pica.Una vez tuve que visitarlo, pues había emitido un

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informe favorable a una resolución del ministro Juica,en el caso degollados y me interesaba escribir un artículoal respecto.Fui a sus oficinas, ubicadas en el delgado tercer pisoque emerge justo sobre la Corte Suprema. Hice antesalacon una menor en uniforme escolar. Era una de las «sobrinas» del fiscal. Yo entré primero. García Pica, unhombre viejo y macizo, vestía unos suspensores burdeossobre su camisa blanca. Sentado detrás de un escritoriode carpeta verde —me recordó al Servicio de ImpuestosInternos— me preguntó cuál era el motivo de mi visita.Empecé a explicar, pero el magistrado parecía no entenderlo que yo le decía. No recordaba haber escrito elmentado informe. Súbitamente, comenzó a lanzarmebesos y a hacer grotescas muecas con la boca. El ancianocontinuó sus avances con piropos. Desconcertada, melevanté y salí. El fiscal instruyó a su secretaria para queme entregara el informe que yo andaba buscando.Más tarde, reporteando para este libro, me enteréde otros detalles acerca de este funcionario —quien, almenos en la letra de la ley, representaba los interesesde la sociedad ante el tribunal de alzada— que narrarémás adelante.También recuerdo de aquellos primeros años la congojade un amigo nuestro, un profesional a quien un abogadole pidió el favor de llevar un maletín a determinadomagistrado de la Corte Suprema. Cuando llegó conel encargo, las actitudes del destinatario le hicieroncomprender que el maletín contenía una recompensa.Había sido usado como correo para pagar una coima y no14sabía cómo quitarse esa mancha de encima. Aunque notuvo interés pecuniario alguno en la operación, pormantener la confianza del abogado y del magistrado,nuestro amigo optó por callar.Recién asumido el Gobierno Patricio Aylwin los tribunaleseran, periodísticamente, tierra descubierta yconquistada por los profesionales de El Mercurio y LaSegunda, Miguel Yunisic y Daniel Martínez, quienes,legítimamente, no estaban dispuestos a compartir susfuentes, ganadas durante años de oficio, aunque sí —especialmente Daniel—, aceptaban ejercer cierta laborpedagógica con la nueva hornada de periodistas de Tribunales:Mario Aguilera, Marcelo Mendoza, Teresa Barría,Yasna Lewin, Sebastián Campaña y yo.Antes incluso de pensar en reportear, había queaprender algunas nociones básicas de la forma en queoperaba este sector, en que el lenguaje era ininteligible,los jueces inasequibles y los relacionadores públicos,inexistentes.En mis primeros días, llegaba al edificio tempranísimoy me paseaba por sus cuatro pisos de escaleras y recovecostratando de entender. Las caras de jueces y abogadosme eran, como para casi todos los ciudadanos,absolutamente desconocidas. Me daba pavor pensar enaquella frase: «La ley se entiende conocida por todos».Yo, a diario, me daba cuenta que con mis entonces tres

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años de ejercicio profesional y mis estudios universitarios,no la conocía. Tampoco esas personas de ropas yzapatos gastados, que preguntaban conmigo: «¿Dóndeestá la primera sala?».Si la ley era un misterio para mí, los procedimientosjudiciales, un acertijo.Durante los primeros meses mis colegas me dieroncomo bombo en fiesta. Cuando yo iba a la Corte, ellos15estaban en algún tribunal. Cuando me iba al juzgado, laactividad estaba en las fiscalías militares.Pero poco a poco aprendí a leer los movimientos deactuarios y jueces. A descifrar los incomprensibles letrerosque cuelgan de las paredes para «informar» a loslitigantes qué causas se verán cada día. El significado dela letra y el número negro de metal que los oficiales desala cuelgan en menudas pizarras de madera cada vezque se inicia la vista de una nueva causa. A rastrojearen los libros. A indagar en los listados de fallos.Fue un duro proceso de auto-educación que eliminóde mi memoria la imagen idealizada del Poder Judicial,construida a temprana edad sobre la base de retazos depelículas norteamericanas y series televisivas.Yo llegaba antes de que las salas de las Cortes deApelaciones y de la Corte Suprema empezaran a funcionar(a las dos de la tarde, casi todo el año, excepto en elcorto verano, en que la media jornada de labores se trasladaa la mañana) y me iba mucho después de que losmagistrados partían a sus casas.Al medio año, ya podía «ver». Por ejemplo, distinguircuando se estaba realizando un «alegato de pasillo».Identificar la estampa de ciertos mediadores que aparecíansolicitando audiencias con ministros de la CorteSuprema después de las 18 horas, aprovechando la leveoscuridad que sucedía a la extinción paulatina de la iluminacióninterna.En el sistema chileno, que no tiene imitadores enninguna parte del mundo moderno, el papel escrito hasido históricamente la medida de toda acción judicial.Allí donde se perdió un expediente, el proceso y la posibilidadde reparar un daño o dar a cada quien lo que lecorresponde desaparece, las más de las veces, parasiempre. La táctica de pagar a algún funcionario una16pequeña suma de dinero para que «extravíe» un legajoes antigua. Un día vi a una persona, a quien tenía enalta consideración por su reconocida probidad, acudir aesta argucia para hacer desaparecer una causa de nulidadmatrimonial que se había complicado mucho paraun cliente suyo.También oí. Oí tantas cosas que me parecía inconcebibleque el resto de los medios las ignoraran. Cuandodiscutíamos el tema, algunos de mis colegas suscribíanla tesis de que sólo debía escribirse aquéllo escrito enpapel oficial. Que no se debía informar de un fallo mientrasno estuviera firmado —la publicidad anticipada,argumentaban sobre la base de su propia experiencia,

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podía instigar a los jueces o ministros a cambiar de parecer—.Cierto sentido reverencial los cohibía de reportearlos entretelones de las decisiones judiciales. Era laherencia de otros tiempos que los advenedizos al sectorno estábamos dispuestos a venerar.Un día de junio de 1991, bastante tarde, me encontrécon el funcionario del Consejo de Defensa del Estado(CDE) encargado de permanecer al tanto del avance delas causas. Parecía acongojado. Me contó sobre un extrañofallo de la Tercera Sala de la Corte Suprema que habíaotorgado la libertad a un narcotraficante procesadopor la internación de cocaína más grande descubiertahasta entonces y que el CDE ni siquiera se había enterado.El funcionario temía perder su puesto, porque erasu responsabilidad perseguir esa causa. El caso aparecióen las páginas de La Epoca y, un mes más tarde, enla revista APSI, pero los demás medios ni siquiera mencionaronel hecho. Tales antecedentes tampoco fueronmotivo de interés político.Era el tiempo del enfrentamiento entre el Ejecutivoy la Corte Suprema, por la actuación de los tribunales17en los casos de violaciones a los Derechos Humanos ypor los proyectos de reforma. Momentos en que la oposicióndefendía a brazo partido la «independencia» delPoder Judicial y se oponía a cualquier intento de «politizarlo». El Mercurio, que ha sido por años el medio porexcelencia entre jueces y abogados, editorializaba en elmismo sentido. Los ministros, tras el escudo del irascible—pero probo— presidente de la Corte Suprema, EnriqueCorrea Labra, se sentían seguros.Afuera, el país parecía enfrentar problemas másimportantes. La tensión entre el Ejército y el recién instaladogobierno de Aylwin era la preocupación central.Los actos de violencia de grupos de extrema izquierdaañadían inesperados ingredientes a la ya difícil gobernabilidad.Por eso, aunque en el seno del Poder Judicial se hablabade corrupción —de corrupción en la propia CorteSuprema— el tema permaneció por un tiempo desconocidomasivamente y sus autores, impunes. No fue sinohasta la acusación constitucional contra Hernán Cerecedaque las lenguas se soltaron. Un poco.Se soltaron todavía más con la posterior acusacióncontra Servando Jordán, quien fue el chivo expiatorioescogido para pagar pecados propios y ajenos. Pero laacusación llegó tarde, cuando la mayor parte de las faltasestaban consumadas y Jordán —lo mismo que otrosmagistrados— se había bajado el perfil a ciertas actitudes,tal vez para ocultarlas del escrutinio público.Fue en los primeros años de los ’90 que cristalizó enla Corte Suprema el punto más bajo de un largo procesode degradación. Si no fuera por la actitud individual dealgunos notables magistrados la condena sería total.La renuncia a los objetivos de su ministerio por partede algunos integrantes del más alto tribunal fue par18ticularmente dañina, considerando que la estructuradel sistema es extremadamente jerarquizada. Se crearon

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mecanismos tácitos de protección. «Yo no te acuso,tú no me acusas».En algunos tribunales se llevaban cuadernos de losministros que llamaban pidiendo favores. No para denunciarlos(hasta ahora no ha ocurrido), sino para «cobrar» el favor cuando llegara el momento en que se necesitaraalguna ayudita «de arriba».Se crearon núcleos de poder. Quien quedaba fuerade alguna «familia», sin un padrino, podía considerarsehuérfano y estancando en su carrera, tal vez parasiempre.Para oponerse a la voluntad superior había que sermás que honesto. Había que ser heroico. Las facultadesdiscrecionales de la superioridad, definiendo los destinosde cada funcionario, eran tan grandes que cualquiergesto de oposición podía interpretarse como desobediencia.Rebeldía que sería castigada con una sancióndirecta o con algo peor, intangible: la postergación.19LOS AMIGOS DE AYLWINCuando Patricio Aylwin asumió el gobierno, contabacon una Corte Suprema absolutamente hostil, que habíasido remodelada en los últimos años de Gobierno militarcon personas que el ministro de Justicia, Hugo Rosende,consideró incondicionales. Según se recapitulamás adelante, no importaron mucho los méritos de lospostulantes, sino la lealtad e incondicionalidad al ideariodel general Augusto Pinochet.Apenas instalado en La Moneda, Patricio Aylwincomenzó a recibir toda suerte de comentarios acerca denegligencia, actitudes indecorosas y hasta corrupciónentre ministros de la Corte Suprema. Sus amigos —casitodos abogados— canalizaban parte de estos comentariosque se hacían privada, pero animadamente, en lostribunales.Aylwin dijo a tres de sus más cercanos colaboradoresque si le traían algo concreto, «se podría hacer algo».El Ejecutivo no tiene facultades fiscalizadoras sobrela Corte Suprema y el Parlamento cuenta como únicaherramienta la medida extrema de la acusación consti20tucional. Aylwin no estaba en posición de patrocinaruna, pero sí de sugerir la renuncia a algún magistrado«complicado» con ciertos antecedentes. Eso es lo que susamigos entendieron por «hacer algo».Los escogidos se propusieron reunir pruebas que dieranrespaldo a las acusaciones que se estaban haciendo ypidieron a los denunciantes que las sustentaran con sustestimonios o con alguna prueba documental.Uno de ellos, Alejandro Hales, cuenta que «tuvimosla intención de aportar.Queríamos armar dossiers, pero no tuvimos la capacidad.Primero, porque no éramos policías, ni podíamosusar métodos habituales en otras épocas. Y segundo,porque se decían muchas cosas, pero a la hora de pedirpruebas, las acusaciones se diluían».Hales afirma que la petición nunca la formuló el Presidente,sino que fue iniciativa propia.

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Otro de los profesionales, que admite haber recibidoel encargo de boca del Presidente, afirma que de todo loque oyó, sólo encontró testigos dispuestos a ratificarafirmaciones sórdidas sobre la vida privada de LuisCorrea Bulo, uno de los ministros de la Corte de Apelacionesque Aylwin nombraría en la Corte Suprema. Estecolaborador sabía que Correa Bulo había tenido una actitudconstante y valiente en las causas por violacionesa los derechos humanos y no estaba dispuesto a que detodos los magistrados acusados de actitudes irregulares,Correa Bulo fuera el único en pagar. «Nunca le dije aAylwin», afirma hoy.Era discutible la presunta incompatibilidad del comportamientodescrito por esos testigos con el ejerciciodel ministerio. Tal vez, hasta discriminatorio. Pero nolo es el reproche a otras conductas del ministro CorreaBulo. Conductas que llevarían posteriormente al propio21Aylwin a manifestar a cercanos suyos su arrepentimientopor haberlo nombrado en la Corte Suprema.El tercero de los encomendados por Aylwin logróreunir alguna información que le entregó al Presidentey éste, después de procesarla, la habría derivado, sinrevelar su fuente, al ministro de Justicia, FranciscoCumplido, quien nunca estuvo enterado de las intencionesde las amistades de Aylwin, pero asegura que, paralelamente,también recibió información. Una vez un abogadole dijo: «Al ministro tal le pagamos tanto dineropor este fallo».Cumplido le pidió al profesional una prueba: el recibodel depósito. El abogado se esfumó, pero no pasómucho tiempo para que ambos volvieran a encontrarse.El ministro preguntó:—¿Y..? ¿Qué pasó con el recibo..?—Es que eso es muy complicado para mí. Yo te contépara que intervinieras tú.—Pero sin pruebas no puedo hacer nada. Tú dicesque quieres ayudarme a limpiar esto, pero no lo estáshaciendo...Cumplido oyó a otros que, aunque pocos, estuvierondispuestos a ratificar sus quejas. Muchas de ellas eranformuladas por personas de escasos recursos que teníanque lidiar con la corrupción en el último peldaño del sistemajudicial. Allí donde los actuarios —que cumplenapenas con el mínimo requisito de haber egresado decuarto medio— y los oficiales de sala aparecen mandandomás que el distante e inaccesible juez.Cuando Cumplido representó acusaciones fundadascontra los tribunales de primera instancia, los presidentesde la Corte Suprema Luis Maldonado y Enrique Correaordenaron inmediatas investigaciones y adoptaronsanciones. Es lo que ocurrió con el comportamiento in22debido de ministros y jueces ariqueños en causas denarcotráfico y con los casos de corrupción flagrante enlos Juzgados de San Bernardo.Durante el período de Patricio Aylwin la Corte deApelaciones de Santiago investigó las irregularidades

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cometidas por los jueces Geraly Sterio (quien nunca fuehabida para su procesamiento), Pedro Cornejo, LienturEscobar y Eduardo Castillo, quienes luego fueron removidosdel servicio por la Corte Suprema.Pero, en dos ocasiones Cumplido informó a la CorteSuprema sobre una actuación irregular entre sus pares.Luis Maldonado y Marcos Aburto fueron los receptoresde sendas quejas contra los ministros Arnaldo Toro yServando Jordán. Ninguno de los dos fue sancionado, niinvestigado en sumarios internos, pues el procedimientoni siquiera está contemplado en esas alturas del PoderJudicial.23EL VIAJE DE «TORITO»El ministro Arnaldo Toro fue uno de los últimos designadosdurante el gobierno militar. Llegó a la CorteSuprema el 12 de julio de 1989 sin que pueda contarseen su currículum ninguna actividad académica de importancia,ni fallo relevante. Según un magistrado enfunciones en la Corte Suprema, a Rosende se le acabó lalista de ministros que pudiera considerar incondicionalesy tuvo que «raspar la olla». Otros dicen que fue recomendadopor Manuel Contreras. El caso es que Toro,«Torito», como le decían sus colegas, asumió.Los ministros de la Corte Suprema tienen derecho apedir tres días libres al mes y seis días administrativosal año, más 30 días de vacaciones. Sin embargo, no estánobligados a firmar un libro de asistencias. De su presenciaen el tribunal sólo queda constancia en una páginaque se cuelga en las pizarras ubicadas afuera de cadasala, para que los abogados sepan qué ministros estánpresentes, cuáles están ausentes y quiénes los reemplazanen un día equis. Indagar cuántos días libres se tomacada uno al año es una tarea casi imposible.24No obstante, es un hecho que Arnaldo Toro ha sido,desde que asumió su cargo, el ministro más ausente.Pocos podrían incluso describirlo físicamente. Personalmente,durante los cuatro años que pasé más horas enese edificio que en ningún otro lugar y en los que memoricélos rostros de la mayoría de los magistrados, delos funcionarios y hasta de los gendarmes, no recuerdohaberlo visto.Toro se ha tomado todos los días libres a que ha tenidoderecho legalmente. Aunque eso ya es bastante, fuemás allá cada vez que pudo. Y si bien los presidentes queha tenido el máximo tribunal han iniciado sus períodostratando de poner coto al exceso de inasistencias, «es difícilpara ellos decir que no a un colega, especialmentecuando argumenta graves dificultades personales».Toro, además, sufre de sinusitis crónica. Largos episodiosde este malestar lo aquejan varias veces al año,de acuerdo con el registro de licencias médicas que hapresentado durante su ejercicio ante la Corte Suprema.Sus prolongadas ausencias no fueron obstáculos,empero, para que realizara la gestión judicial, en 1990,que motivó los reparos del Ministerio de Justicia ante

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el presidente, Luis Maldonado.El 2 de octubre de 1990, Toro, Marianela Valencia ySergio Ramos Echaiz abordaron el avión Ladeco quecubría el trayecto entre Santiago y Antofagasta, con escalaen Copiapó. Las tres reservas se hicieron bajo unmismo código: «C.2.»Ramos era el socio principal y administrador de laSociedad Legal Minera Afuerina, que se hallaba en unadisputa legal con la Compañía Minera Ojos del Salado,en dos causas acumuladas en el Tercer Juzgado de Letrasde Copiapó, bajo los roles 26.932 (originada en elPrimer Juzgado) y 5.017 (iniciada en el Tercero).25La razón de ambas causas era una disputa entre LaAfuerina y Ojos del Salado por una inversión que haríaPhilips Dodge Corporation, bajo el nombre de proyectocuprífero La Candelaria. La Afuerina aparecía como labeneficiaria de los 300 millones de dólares que PhilipsDodge Corporation planeaba invertir. Pero Ojos delSalado reclamaba que los bienes que se usarían paraconcretar el proyecto (identificados como «Lar 1-10») lepertenecían.Al llegar a Copiapó, Toro y sus acompañantes se alojaronen la casa del cuñado de Ramos, el empresarioSergio Herrero. Ese mismo día, el titular del Primerjuzgado, Alvaro Carrasco, le llevó al ministro de la CorteSuprema una fotocopia de los expedientes.Dos días después, aprovechando una ausencia provisoriadel titular del Tercer Juzgado, Toro llamó a Carrasco—que, recordemos, era juez del Primer Juzgado—y le ordenó reponer una resolución que había sidodesechada el 15 de ese mes, en la causa que se habíainiciado en el Tercero. La instrucción era acoger las peticionesde La Afuerina.Al día siguiente, Samuel Lira, ex ministro de Mineríabajo el gobierno militar y apoderado de Ojos del Salado,se quejó ante el presidente de la Corte Suprema,Luis Maldonado.—Usted tiene que llamar al magistrado para asegurarla imparcialidad en este caso —le dijo al magistrado.Maldonado ordenó a su secretaria que le comunicaracon el tribunal copiapino. Cuando logró contactarse conel juez Carrasco, Maldonado comprobó que efectivamenteArnaldo Toro estaba presionándolo.—No se deje influenciar... Usted falle ajustado a Derechoy no se preocupe de nada más. Nosotros lo vamosa proteger —le dijo Maldonado al atemorizado juez.26El caso llegó también a oídos del ministro FranciscoCumplido, quien se entrevistó con Maldonado paraplantear oficialmente la queja.Es probable que Maldonado haya amonestado privadamentea Toro, pero no se inició ninguna investigaciónoficial sobre su proceder y estos antecedentes nunca sehicieron públicos.27LAS PRIMERAS BATALLAS DE AYLWIN

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A fines de los «70 el llamado grupo de los 24, encabezadopor Patricio Aylwin, comenzó la elaboración deproyectos que incorporaría a su plataforma gubernamental.Una subcomisión de ese grupo, dirigida porManuel Guzmán Vial, desarrolló los lineamientos parael sector justicia. La preocupación principal era entoncescómo enfrentar el tema de los derechos humanos.Una vez que Aylwin asumió el poder, Guzmán seconvirtió en el presidente de una comisión oficialmenteencargada de estudiar proyectos de reforma al PoderJudicial. Mientras el grupo trabajaba, el Presidente asumióuna estrategia de choque.El viernes 30 de marzo de 1990, apenas después deprobarse la banda presidencial, Aylwin inauguró laXVII Convención de Magistrados en Pucón.En la testera estaban sentados el presidente de laCorte Suprema, Luis Maldonado, el presidente de laAsociación Nacional de Magistrados, Germán Hermosilla,el ministro de Justicia, Francisco Cumplido, y elpresidente de la Cámara de Diputados, José Antonio28Viera-Gallo. Centenares de magistrados desde Arica aPunta Arenas asistían a ésta, la primera convencióntras el fin del régimen militar, una de las más concurridasen la historia de la Asociación.Apenas empezando su discurso, Aylwin dijo «nadiepuede objetivamente negar que la administración dejusticia experimenta una grave crisis». Varios de los queescuchaban se removieron, incómodos, en sus asientos.El Presidente recordó la figura de su padre, MiguelAylwin, quien fue presidente de la Corte Suprema al finalizarlos «50, e hizo un listado de las deficiencias delsistema. Partió mencionando la falta de tribunales —nada nuevo, esa era una demanda compartida por todoslos que habían presidido la Corte Suprema durante, porlo menos, dos décadas—, pero continuó afirmando que,según la opinión ciudadana, la judicatura no actuabacomo un Poder del Estado realmente independiente.«Se la ve más bien como un mero servicio público que‘administra justicia’ en forma más o menos rutinaria,demasiado apegada a la letra de la ley y a menudo dócila las influencias del poder», dijo y la incomodidad seinstaló definitivamente en los rostros de algunos asistentes.Aylwin comentó que compartía la opinión de la mayoríade los ciudadanos en cuanto a que los tribunales«no hicieron suficiente uso de las atribuciones que laConstitución y las leyes» les conferían para proteger losderechos fundamentales de las personas.«Mi gobierno tiene la firme decisión (...) de afrontarderechamente y a fondo este problema, en el ánimode elevar la judicatura a su más alto nivel, procurandoque su institucionalidad le confiera el carácterde efectivo Poder Público, realmente independiente,y abordar para ello una reforma integral, tantoorgánica como procesal, que la convierta en un ins29trumento eficaz para realizar la justicia en la convivenciasocial».

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¿Convertir al Poder Judicial en un verdadero Poderdel Estado? ¿Qué insolencia era ésa? La mayoría de losministros de la Corte Suprema (aunque no asistieron aese encuentro, sino que se enteraron luego) se sintieronofendidos. Luego le reprocharían a Maldonado habersequedado hasta el último minuto oyendo tales agravios.Desde su perspectiva, el Poder Judicial era el único quehabía emergido incólume de la traumática experienciade la Unidad Popular y se había mantenido independientey apegado a la ley bajo el Gobierno militar.«Puro», como decía el ministro Enrique Correa Labra.Según ellos, crear más tribunales y aumentar lossueldos eran las únicas mejorías posibles. Las nuevasautoridades debían aplaudir el heroísmo de la magistraturaantes que criticarla.Aylwin siguió explicando que se proponía duplicar elpresupuesto asignado al sector justicia en un plazo decinco años. Luego anunció su programa de reformas,que partiría por modificar la carrera judicial, para quese «respete plenamente la dignidad de los magistrados».Esa fue una crítica directa al corazón de la Corte Suprema,que había ejercido en los últimos años un poder sincontrapeso para promover las carreras de unos jueces—no siempre los mejores— y frenar las de otros, especialmentede aquéllos que acogieron e investigaron causaspor violaciones a los derechos humanos.«Propondremos cambios legislativos para que lossistemas de nombramientos, ascensos y calificacionessean lo suficientemente objetivos, transparentes y competitivos», decía Aylwin, y sus palabras se iban traduciendocomo el peor de los insultos para ciertos magistrados.30En el mismo capítulo el Presidente atacó la prácticadel «besamanos» a que históricamente se vieron sometidoslos magistrados, primero ante sus superiores, parasolicitar ser incluidos en ternas o quinas de ascenso, yluego ante el Ministerio de Justicia de turno, para quelos seleccionara:«Aspiro a que no sea jamás necesario pedir audienciaal ministro, al subsecretario o a otros funcionariospara exponer los méritos. Ellos se encuentranen las calificaciones, en la hoja de servicios y en la independenciay prestancia con que se ha desempeñadoel cargo. Les ruego tener confianza en que así procederemos».Aylwin recordó a su padre, quien, por su carácter«tieso de espinazo», se negaba a hacer antesala ante sussuperiores para ser incluido en ternas o quinas. Eso levalió postergaciones, pero también reconocimiento yrespeto entre sus pares y entre los abogados. Cuandoasumió como presidente de la Corte Suprema, Aylwinpadre elaboró un sistema de anotaciones que llamaba«pragmáticas»: en una libreta llevaba la cuenta de losméritos de cada magistrado, de la certeza y agudeza desus sentencias, de su antigüedad y otros merecimientos,con los que confeccionaba una lista. Los más capacesarriba, los menos, en orden, hacia abajo.

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En su cargo de Presidente del país, Patricio Aylwincopió el método y diseñó «pragmáticas» para determinara quién nombrar, especialmente cuando había algunavacante en la Corte Suprema. En Pucón, pidió a las autoridadesjudiciales que usaran similar criterio para elaborarlas ternas o quinas de postulantes, pues, dijo «elsistema de cooptación puede llevar a la formación decastas judiciales y hasta el nepotismo, lo que daña gravementela autoridad y prestigio de la judicatura».31El Presidente estaba tocando otra de las prácticas devieja data en el sistema. La de preferir a los amigos, alos incondicionales o aun a los parientes para llenar loscargos, especialmente en los nombramientos más cotizadosy que dependen del Poder Judicial, como notarías,secretarios en juzgados civiles, conservadores de bienesraíces, procuradores del número.Aylwin expuso la necesidad de que los jueces dictaranfallos razonados y fundados y de que se pusiera cotoal abuso de ciertos recursos extraordinarios, como lasquejas, que convirtieron a la Corte Suprema en una«tercera instancia». Lo razonable es que existan sólodos: en primera instancia, la resolución de un juez, y ensegunda, el dictamen de una corte de apelaciones. Perola Corte Suprema debiera reservar para sí el rol deinterpretadora de la ley y fijación de la jurisprudencia,sin intervenir en el contenido de los fallos.Recordó que en 1989, la Corte resolvió unos 500 recursosde casación (que son los propios del máximo tribunal,destinados a fijar la interpretación de ley, y que requierenun alto nivel de razonamiento y fundamentación)en contra de 2.000 recursos de queja que, mayoritariamente,modificaron los fallos de los tribunales inferioresantes que sancionar alguna «falta o abuso» cometidopor un juez, cual era el espíritu de la queja en su origen.Aylwin anunció desde esa tribuna el proyecto queprovocaría más rechazo entre la superioridad judicial:la creación del Consejo Nacional de la Justicia, destinadoa transformar «al servicio público judicial en un auténticopoder del Estado, ¡en el Poder Judicial!».Sus palabras sonaron para algunos como amenaza derevancha, augurio de descabezamiento.Aylwin quería que esa entidad, conformada por representantesde los tres poderes del Estado, Facultades32de Derecho y abogados dictara la «política judicial», administrarael presupuesto y designara a los ministros,fiscales y abogados integrantes de la Corte Suprema, ydirigiera y supervigilara a los órganos auxiliares, comola policía, el Servicio Médico Legal, Gendarmería, laescuela judicial y el servicio de asistencia judicial, ademásde realizar las calificaciones y el control disciplinarioen la judicatura.Todas esas eran facultades que estaban en manoshasta entonces de la Corte Suprema.Para terminar por enemistarse con la Corte superior,Aylwin agradeció a la Asociación Nacional de Magistrados

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y al Instituto de Estudios Judiciales la invitación,entidades, especialmente esta última, que se habíanconvertido en el refugio de los magistrados queestaban en favor de las reformas.«Es cierto que hay una crisis de la justicia enChile y una pérdida de confianza colectiva a su respecto.Pero también es cierto que existen en el PoderJudicial personas preparadas, eficientes, probas, quea pesar de las limitaciones que sufren, se sienten responsablesde superar los actuales signos de la crisis ytratan de cumplir, lo mejor posible, con la alta misiónde impartir justicia que el pueblo ha depositado ensus manos. Son la base fundamental para la renovacióny las reformas que efectuaremos. Confío en ellos,confío en ustedes y me siento optimista».Era obvio que Aylwin, no estaba hablando de los ministrosde la Corte Suprema.Desde ese minuto, la guerra se dio por declarada.Ese fin de semana los jueces y ministros de cortesreunidos en Pucón respaldaron la tesis de que la justiciaestaba en crisis y apoyaron la idea de crear un ConsejoNacional de la Magistratura. No querían que tuviera lafacultad de calificar a los magistrados, pero una comi33sión presidida por Luis Correa Bulo propuso modificacionesal sistema vigente.En la Corte Suprema ninguno de esos conceptos fuebienvenido. Al iniciar la semana, más de un centenar defamiliares de presos políticos protestaron en los tribunalesy se encadenaron en los pasillos de la Corte Suprema,precisamente cuando los magistrados estabandiscutiendo en pleno el alcance de las palabras de Aylwin.Los ministros suspendieron su reunión. Luis Maldonadollamó a Carabineros y los autorizó a ingresar y ausar «medios disuasivos».Recuerdo que yo estaba en el segundo piso cuandosúbitamente el gas lacrimógeno inundó el edificio. Conlos ojos entrecerrados y llenos de lágrimas huí hacia losascensores. En la escapada vi al ministro Rafael Retamalque con ademán pausado se enjugaba los ojos con unpañuelo. Caminando lenta y cansinamente, también tratabade encontrar la salida. Parecía una imagen en cámaralenta dentro del frenético cuadro.Ese día hubo más de 30 detenidos y un confuso incidenteprotagonizado por el presidente de la Corte deApelaciones, Guillermo Navas. Navas afirmó a los mediosde comunicación que había sido «empujado» por losmanifestantes, pero una indiscreta cámara de televisióncaptó que, en medio de la confusión, el magistrado lehabía dado una bofetada a Elena Carrillo, la hermanadel ex preso político Vasily Carrillo.—Manipularon ese video. Lo cierto es que yo no golpeéa la dama. Yo la tomé de la muñeca cuando ella intentabagolpear en la nuca a un carabinero —fue otrade las respuestas que ensayó Navas con posterioridad.El incidente le penaría un poco, pero no fue obstáculopara su ascenso a la Corte Suprema, años más tarde.34

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Ese mismo loco día, la Suprema emitió una declaraciónjustificando el uso de la fuerza policial y quejándosede la escasa dotación de gendarmes para el Palaciode los Tribunales. El dardo iba dirigido al ministro deJusticia, pues Gendarmería estaba bajo su tutela.El martes, 14 de 17 magistrados que componían laCorte Suprema emitieron una segunda declaración, ahorapara rechazar los juicios de Aylwin:«El Poder Judicial no está en crisis, y no lo estáporque cumple y seguirá cumpliendo su elevada misiónde ser justo, con la más absoluta y total independenciaque tiene, ha tenido y que siempre ha sido respetadapor los otros Poderes del Estado (É) Nuestrosproblemas económicos (...) desaparecen cuando secumple la incomprendida hermosa tarea de hacerjusticia».En una advertencia directa a Aylwin, dijeron: «Elrespeto mutuo es útil y necesario conservarlo».En un voto aparte, el presidente de la Corte, LuisMaldonado, junto a Hernán Cereceda, Servando Jordán,Roberto Dávila, Arnaldo Toro y Marco AurelioPerales manifestaron que había sido su parecer abstenersede cualquier declaración pública, pues, en suopinión, no era siquiera necesario explicar que la CorteSuprema «ha desempeñado sus funciones duranteaños con sujeción a la Constitución y las leyes». Noobstante, esta minoría más «conciliadora» firmaba elvoto de mayoría.El máximo tribunal hizo además un gesto de desaire yrechazó una invitación del Presidente a «tomar el té» enLa Moneda. Lo único que querían discutir con el jefe deEstado era la débil protección que tenían en el edificio.Buena parte de los ministros sentía que las palabrasde Aylwin en Pucón habían azuzado a los manifestantesy los más alarmistas difundían la tesis de que el Ejecuti35vo había disminuido las medidas de seguridad al interiordel Palacio, premeditadamente.Los ministros se sentían amenazados.Cumplido visitó a Maldonado con el fin de deplorarlas manifestaciones y su respaldo al uso de la fuerzapolicial. Pero, diplomáticamente, también rechazó lasacusaciones de haber desprotegido a los magistrados:«El Gobierno tiene y mantiene las mismas medidas deseguridad en el Palacio de Tribunales que existían conanterioridad», recalcó, no obstante lo cual anunció elaumento en la dotación de gendarmes.El vocero del Gobierno, el ministro Enrique Correaafirmó que la relación entre ambos poderes era normal,pero ratificó el diagnóstico oficial de que el Poder Judicialatravesaba por una grave crisis. Como para sembrarcizaña y subrayar que los únicos que no compartíanese juicio estaban sentados en el segundo piso del Palaciode los Tribunales, Correa recordó que los magistradosreunidos en Pucón habían ovacionado a Aylwin.36CUÁNTO TARDA EN ESCRIBIR UN JUEZLa Corte Suprema realiza anualmente la calificación

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de sus funcionarios subalternos, pero nadie califica a laCorte Suprema. Es parte, se entiende, del resguardo asu independencia.La única vía, hasta ahora, para controlar que losmagistrados del más alto tribunal cumplan con sus tareas(fuera de la retórica fiscalización que puede ejercerel ministro que los preside) es la traumática acusaciónconstitucional. Palabras mayores. En la práctica, parasoportar las consecuencias de la injerencia de un poderdel Estado sobre otro, una acusación requiere un fundamentopolítico, una razón poderosa que mueva a acusar(o a defender) a un ministro de la Corte Suprema.Hernán Cereceda, pese a sus innumerables actuacionesvenales, no hubiera caído de no mediar su entusiasmopor enviar a la justicia militar el proceso por la desapariciónde Alfonso Chanfreau. Y la acusación contraJordán (que además fue rechazada) tal vez no se hubierapresentado si el magistrado hubiese votado en contrade las condenas a Manuel Contreras y Pedro Espinoza,37por el homicidio del ex canciller Orlando Letelier, concretadala acusación, quizás no se habría salvado decaer si no hubiera contado con el apoyo de ciertas abstencionesy silencios.Según el Código Orgánico de Tribunales, para ingresaral escalafón judicial como juez basta ser chileno, tener25 años de edad, haber ejercido al menos dos añoscomo abogado y no haber sido condenado a una penasuperior a tres años y un día. Más años de ejercicio ymayor edad se piden como requisitos para los ministrosde Cortes de Apelaciones y de la Corte Suprema (y, segúnlas últimas modificaciones, la aprobación de ciertoscursos en la Academia Judicial). No es mucho.Pero el mismo Código, en otros capítulos, expresaotras opiniones acerca de lo deseable en un magistrado.Por ejemplo, en las normas que estuvieron vigentesbajo el gobierno de Aylwin, se disponía que en el momentode las calificaciones quedarían incluidos en ListaUno, sobresaliente, los jueces que «además de tener unamoralidad intachable, reúnan cualidades sobresalientesde criterio y preparación jurídica, vocación profesional,laboriosidad, eficiencia y celo en el cumplimiento de susdeberes y obligaciones». El sistema de listas cambió en1996 por uno de notas, pero el concepto de lo deseableen los magistrados se mantuvo más o menos igual.Mientras duró el sistema de listas, la gran mayoríade los magistrados era calificado en Lista Uno y, porsupuesto, se consideraban implícitamente en esta categoríaquienes habían llegado a las alturas de la CorteSuprema.Para aclarar lo que los jueces no deben hacer, dice elCódigo que serán castigados, cuando corresponda, «elcohecho, la falta de observancia en materia sustancialde las leyes que reglan el procedimiento, la denegación38y la torcida administración de justicia y, en general,toda prevaricación o grave infracción de cualquiera de

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los deberes que las leyes imponen a los jueces».El Código Penal explica que la prevaricación se cometecuando los jueces, a sabiendas, fallan expresamentecontra la letra de la ley y cuando, por sí mismos o porintermedio de un tercero, «admitan o convengan en admitirdádiva o regalo por hacer o dejar de hacer algúnacto de su cargo» y aun cuando, ejerciendo sus funciones,«o valiéndose del poder que éste les da, seduzcan osoliciten a mujer procesada o que litigue ante ellos».En Pucón, Aylwin hizo una definición de sentido comúnacerca de la especial obligación de los magistradosde ser independientes. Ella exige, dijo, «la firme voluntaddel magistrado de descubrir a toda costa la verdad yde ser justo, protegiéndose con recia coraza de toda clasede influencias y presiones, aun las de sus propiosprejuicios y visiones globales sobre la sociedad y el diarioacontecer». Para no hacer «justicia de escritorio» elmagistrado debe compenetrarse «de la realidad delmundo contemporáneo y, muy especialmente, del queviven las personas que a él recurren» al mismo tiempoque «saber colocarse por encima de las pasiones y tendenciaspropias de la condición humana».Es la Corte Suprema la que supuestamente resumeen sus integrantes todos estos altos valores y tiene lasherramientas legales para prevenir que sus subalternoscometan las faltas descritas. La confianza en que losministros que han llegado al máximo tribunal actuaránsiempre de acuerdo con esos nobles principios es ciega,pues no existen procedimientos regulares para fiscalizarsu comportamiento.Sólo el Parlamento puede intervenir, como ya hemosdicho, excepcionalmente, con la dramática acusación39constitucional. En la realidad, lo que se supone ser resguardode la independencia del tercer poder del Estado,es también una manga amplia en la que se guarecenquienes se inclinan más por satisfacer intereses personalesy menos por los de la sociedad.El Código Orgánico de Tribunales recomienda, porejemplo, a las Cortes Suprema y de Apelaciones sancionarcon vigor las siguientes faltas en la magistratura:a) Las agresiones «de palabra por escrito o de obra»a los superiores.b) Las infracciones graves al respeto debido a funcionarios,empleados o personas que acuden a los estrados.c) Las ausencias «sin licencia, del lugar de sus funciones» o de su sitio de trabajo durante las horas quecorresponde, o cualquier negligencia en el cumplimientode los deberes.d) Las irregularidades de conducta o vicios de quienes,por esa razón, hicieren desmerecer en el conceptopúblico o comprometieren el decoro de su ministerio».e) Los endeudamientos por montos «superiores a sufortuna», que pongan al funcionario en riesgo de ser demandado.f) El escoger siempre a las mismas personas comosíndicos, depositarios, peritos u otros cargos similares.g) Las infracciones a la ley.

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Otras conductas, como involucrarse en actos políticosque comprometan su independencia, asistir a actossociales organizados por litigantes y oír alegatos de algunaparte fuera de las instancias normales de un juicio,también tienen su mención en el área de lo prohibido.Se presupone que los ministros de la Suprema observarán,con más celo que ningún magistrado, estasobligaciones. Pero, como se verá en las páginas siguientes,más de un magistrado de ese tribunal ha incurrido40en alguna o varias de esas faltas sin que recibiera sanciónpor ello.Los ministros supremos, por ejemplo, comparten consus subalternos obligaciones concretas, como la de «despacharlos asuntos sometidos a su conocimiento en losplazos que fija la ley o con toda la brevedad que las actuacionesde su ministerio les permitan».Si el Parlamento, recién instaurado (o antes, la JuntaMilitar), hubiera fiscalizado el cumplimiento de estanorma, tendría que haber acusado constitucionalmentea varios ex ministros de la Corte Suprema —algunos delos cuales fueron posteriormente nombrados senadoresdesignados— que se retiraron sin que hasta ahora hayanredactado fallos que se les fueron encomendados.El sistema opera más o menos así: una sala de laCorte Suprema, en algún caso, se reúne para discutirun tema. Digamos, un recurso de queja. El relator lesexpone los antecedentes y los magistrados expresan suparecer. Y se obtiene un resultado, a veces unánime,otras veces dividido. Antes de dar a conocer esa decisión,se encarga a un magistrado (a veces dos, cuandola minoría, por ejemplo, quiere fundamentar su voto)la redacción del fallo, que los demás revisarán, aprobarány finalmente, firmarán. En esta etapa de redacción,el tribunal informa que el fallo «está en acuerdo».Pendiente.Normalmente, ésta debiera ser la última espera, lamás corta. Es sólo el tramo final de una causa, que ya harecorrido la primera y segunda instancias y que, por algunarazón, en teoría excepcional, ha llegado a la CorteSuprema.La mayor parte de las veces en que a un magistradose le encarga la tarea de redactar un fallo no tiene queestudiar mucho, ni discutir asuntos pendientes. Eso se41ha resuelto en las etapas previas. Su misión es primordialmenteponer en papel la decisión que ya se ha tomado.Pero si no lo hace, el fallo no existe. Permanece pendiente.Para constatar la tardanza en la redacción de los fallosen la Corte Suprema, a comienzos de los ’90, bastabamirar un informe pegado a la entrada de la secretaríade la Corte Suprema. Dos o tres páginas que se exhibíanallí, en cumplimiento de la ley (el artículo 587 delCódigo Orgánico de Tribunales), detallaban ante los ojosdel público el estado de los casos que estaba conociendola Corte Suprema y, cuando correspondía, qué ministroestaba escribiendo el acuerdo.

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Tras el cambio de gobierno, alguien llegó con la copiadel estado de fallos al Ejecutivo. Los reclamos menudearon.En la Corte Suprema algunos ministros cayeron en lacuenta de que en muchos casos no era siquiera posible revertirel desaguisado. Los nombres de ministros «redactores» que habían dejado ya el Poder Judicial estaban enexposición permanente en la secretaría. Otros que estabantodavía en funciones se quejaron ante su presidenteporque los litigantes iban a molestarlos a sus despachos.Obviamente los particulares querían saber cuándose emitirían los fallos, que para bien o para mal, pondríanfin a su prolongada incertidumbre.Un día, sin mediar anuncio público ni justificaciónlegal, la publicación, conforme manda el artículo 587,cesó. Hoy se publica otra forma de estado de fallos que,convenientemente, omite el nombre de los ministrosque se han comprometido a redactar.Sin embargo, una copia del antiguo 587 que guindabade la puerta de la secretaría a comienzos de los «90está en mi poder.42En ese listado es fácil apreciar que el ministro OctavioRamírez dejó pendientes ocho fallos solamente en laTercera Sala (otros tantos quedaron repartidos en lasdemás) al retirarse del Poder Judicial en 1989.Algunos dirán que la ley no señala con precisión unplazo para que se dicten los fallos después de que se haadoptado un acuerdo y que ciertas redacciones fundamentadastoman su tiempo, pero un mínimo sentido comúnindica que los litigantes no pueden esperar diezaños para que alguien se digne a darles forma escrita.Así ocurrió con el acuerdo en la causa «Enrique FonAguilar», que el ministro Ramírez se comprometió a redactarel 20 de marzo de 1980 y que en 1990 todavía estabapendiente.Según el mismo informe, Ramírez tenía otros cincoacuerdos pendientes desde remotas fechas registradasentre 1980 y 1982, repartidos en diferentes salas. En laPrimera, tenía fallos esperando desde 1983 y 1984 («AspejHermanos con el Servicio de Impuestos Internos» e«Hipermercado Jumbo», respectivamente).Abraham Meersohn, se comprometió en junio de1986 a escribir el fallo relacionado con las Fábricas deCecinas La Portada y, en 1987, otro de la Compañía Nacionalde Teléfonos. Se retiró en 1988 sin que esos fallos,ni otros dos que recibió justo ese mismo año, vieran laluz.El ex ministro y abogado integrante Ricardo Martinse convirtió en senador designado antes de escribir laresolución en la causa «Juan Kizmanic Stancic», que lefue confiada el 17 de diciembre de 1988.Según el mismo listado, el abogado integrante JuanColombo tenía dos causas esperando desde 1987; dos,desde 1988 y una tercera, desde 1989.43Servando Jordán anotaba fallos a la espera desde1987 y 1988, junto a Marcos Aburto, el abogado integrante

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Riesco y el infaltable Ramírez Miranda.En 1989, el ex presidente de la Corte Suprema IsraelBórquez se retiró dejando pendiente la redaccióndel fallo en la causa «Jorge Bellalta Soto y otros», que lefue encargada el 4 de abril de ese mismo año.Ante la avalancha de quejas al comenzar los ’90, ciertamentela Corte Suprema intentó dar una solución aeste problema y encargó a ciertos relatores que «sacaran»los fallos. Pero estos extraviaron los expedientes y nopudieron cumplir —no, al menos a cabalidad— la tareaque, en cualquier caso, no estaba entre sus obligaciones.El Código Orgánico de Tribunales, que describe laforma en que deben adoptarse los acuerdos y de quémodo deben dirimirse las diferencias, ni siquiera sepone en el caso de que un ministro no presente el borradorde la sentencia. Sí dispone que «todos los juecesque hubieren asistido a la vista de una causa, quedanobligados a concurrir al fallo de la misma, aunque hayancesado en sus funciones, salvo que, a juicio del tribunal,se encuentren imposibilitados física o moralmente paraintervenir en ella» y determina que, incluso, «no se efectuaráel pago de ninguna jubilación de ministros de Corte,mientras no acrediten haber concurrido al fallo delas causas».De perogrullo es suponer que si los ministros estánobligados a concurrir al momento de las decisiones,también lo estarán a entregar los fallos redactados. Especialmentesi una tan extendida demora tiene consecuenciastrágicas, como en el caso del constructor MarioCastillo Villalón.Castillo inició una demanda contra el Serviu paraque le reconociera su calidad de contratista. Por la vía44de un recurso extraordinario la causa llegó a la CorteSuprema el 18 de julio de 1985. Una sala discutió elcaso y quedó en acuerdo el 19 de agosto de 1987. Esedía, el ministro Carlos Letelier fue designado para redactarla decisión. Antes de que el pronunciamientodefinitivo fuera emitido, el 24 de noviembre de 1988,Letelier llamó a las partes para tratar de obtener unaconciliación. El trámite no dio resultado. Letelier, entonces,estaba obligado a presentar un borrador de la sentenciaacordada inicialmente, para que sus pares le dieranel visto bueno y la firmaran. No lo hizo. Abandonó elPoder Judicial para convertirse en senador designado.El constructor se desvivió en gestiones para obtenerel fallo que esperaba. La Corte Suprema no atendió suspresentaciones. Murió en 1997 y la sentencia en su casotodavía está pendiente.45LA VARA CON QUE MIDESEl ministro Carlos Cerda Fernández en la Corte deApelaciones de Santiago, viste sobrios trajes y usa lentesde grueso marco negro sobre sus ojos achinados.Parece profesor de castellano de algún liceo fiscal. Nose adivinan en su aspecto ni su inteligencia ni su rigorintelectual. Pero basta leer el más trivial de sus fallos

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para advertirlos. No sólo por la profundidad de sus reflexiones,sino por su envoltura, propia de un escritorde talento y agudo sentido de la ironía.Cerda no acepta alegatos de pasillos, coimas, ni invitacionesque comprometan su juicio. Pero tampoco seaísla del mundo en que vive. En su opinión, el magistradodebe ser abierto, políticamente responsable de susactos, creativo, audaz, auténtico y humano: «El juez hosco,el encerrado, el enquistado, el huraño, el solitario, elapartado, el oscuro, estará impedido de legitimar sudiscurso en el consenso, pues éste le será ajeno y cuandono, entonces, peligroso».Cerda es valiente. Y ha demostrado que su independenciaresiste la más dura de las pruebas, incluso la co46midilla de sus propios colegas que resurge cada vez quese pregunta por qué el ministro no ha sido incluido enuna quina para integrar la Corte Suprema. «Cerda no vaa llegar nunca arriba... Está complicado en su situaciónpersonal... además es conflictivo», responden entre ambiguosy misteriosos algunos de sus pares.Cerda Fernández, sometió a proceso a 40 integrantesdel Comando Conjunto por la desaparición de 13 dirigentescomunistas en 1986. Esa fue la primera vez quela Corte Suprema no lo puso en Lista Uno, en la quehabía estado desde que llegó al Poder Judicial. En 1991,sus superiores casi lo expulsan del servicio. Su falta fuehaberse negado a aplicar la ley de Amnistía y dar porcerrada definitivamente la causa antes de terminar lainvestigación.La Corte Suprema le permitió quedarse sólo despuésde oírlo suplicar. Cerda Fernández, todavía estáahí, en la Corte de Apelaciones de Santiago, en el primerpiso del Edificio de los Tribunales, adonde llegó, en1974, como relator.Este magistrado, que se doctoró en Lovaina y París,que ha sido profesor invitado en la Universidad deHarvard en Estados Unidos, compartió durante años unmismo espacio de trabajo con el fiscal Marcial GarcíaPica, protagonista de uno de los casos más notables yparadigmáticos de nuestra historia judicial reciente.García Pica nunca estudió nada. Siempre fue calificadoen Lista Uno, hasta el día en que voluntariamentedecidió jubilarse. Era un ser extraño que se paseaba porlos tribunales con una malla de compras —de esas mediocoloradas que venden en la Vega Central— llena de objetosindescriptibles. A veces se sentaba en un banco enlos pasillos de la Corte y, por largo rato, decía frases47sueltas, inconexas, para sí mismo o para algún interlocutorinvisible. Era el retrato de un anciano desvalidoque no revelaba en su aspecto el salario que recibía,equivalente al de un ministro de Corte de Apelaciones.García Pica podía avergonzar hasta al menos rígidode los magistrados supremos si alguno de ellos, porazar, se encontraba caminando junto a él en la calle. «Legritaba piropos y cosas a cualquier niña que le gustara»,cuenta uno de ellos.

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—¡Déjenme con mis cochinadas!, —respondía él antelos reproches, que sus interlocutores disfrazaban de broma.A lo compadre.A García Pica le gustaba ir a las carreras de caballos.Religiosamente estaba en el Club Hípico o el Hipódromomiércoles y sábados. Allí conoció a Mario Silva Leiva—«el Cabro Carrera», famoso por su larga carrera delictual—,pero también era ese el punto donde contactabaa niñas de escasos recursos, entre los 13 y los 15 años, aquienes invitaba a su despacho.Temprano o bien tarde, cuando el trabajo de las Cortesno había empezado o estaba por terminar, era habitualver a escolares dirigiéndose al despacho del magistrado,en el tercer piso, usando las escaleras del ladoOeste o incluso tomando el mismo ascensor que usanlos ministros de la Corte Suprema para llegar a sus despachos.Las niñas lo esperaban revoloteando en el tercerpiso hasta que él las hacía pasar a su oficina.Oficiales de sala que trabajaban con los fiscales yotros que se desempeñaban en la Corte Marcial (quetambién está en el tercer piso) conocían los hábitos deGarcía. Cuando yo reporteaba para este libro entre 1993y 1994, algunos de ellos me contaron que «todos los díasllegan diferentes niñas preguntando por el ‘tío Marcial’.48Todas son sus sobrinas. El les hace de todo. Las toquetea,las desviste, les toma fotografías que luego destruyey echa en el papelero. Muchas veces vimos esos pedacitosde foto al sacar la basura».A veces García se asomaba por la ventana de su oficina,que daba a calle Bandera, y hacía señales a menoresque lo esperaban afuera, para que subieran. «Despuésde estar con él un rato, García les daba algo de platay las niñas se iban. Los ministros saben de esto. Losabía Sergio Mery (ex secretario de la Corte Suprema,quien murió en 1990, justo después de haber sido designadoministro de la Corte Suprema)».Bajo el gobierno de Patricio Aylwin, el superior jerárquicode García Pica era su primo, el fiscal de la CorteSuprema, René Pica Urrutia. Pica Urrutia siemprefue de la opinión de calificar a su pariente en Lista Uno.Pero García Pica llegó como fiscal de la corte capitalinaen 1958 y los predecesores de Pica Urrutia, UrbanoMarín padre y Gustavo Chamorro, también lo consideraronun funcionario sobresaliente, año tras año, a pesarde tener muchas maneras de enterarse de su comportamiento.Ministros de la Corte de Apelaciones o de la CorteSuprema que entrevisté con posterioridad, buscandoinformación para este libro, admitieron que la predilecciónde García por las menores era conocida y de antiguadata. Se declararon conocedores de las visitas quele hacían escolares al propio edificio de los Tribunales,pero, por distintas razones, se sentían inhibidos de denunciarlo.En un sector, la respuesta más común para explicarla tolerancia a las actitudes del fiscal es que era «inofensivo». En otro, que alguna vez emitió informes en favorde las causas por violaciones a los derechos humanos.

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49«Es uno de los nuestros y no podemos estar denostandoa los pocos que tenemos», me dijo un magistrado.Todos, al unísono, admiten que Marcial García Pica«era un pedigüeño..., pero nadie le hacía caso». Pedía alos jueces de primera instancia que fulanito de tal nofuera condenado en un juicio criminal, a los ministros deCorte que acogieran una apelación o que le dieran la libertadbajo fianza a otro.Características propias en un «cristiano» o en unapersona que trata de ayudar a los pobres, según los conceptosque emitieron públicamente los ministros ServandoJordán y Marcos Aburto para defenderlo.En su pretendida ingenuidad, García Pica no sóloayudó a Mario Silva Leiva. Trató asimismo de favorecera personas procesadas o condenadas por violación o abusosdeshonestos contra menores. Sus informes, en calidadde fiscal, eran coherentes con esa postura. Uno quetengo en mi poder fue emitido el 22 de junio de 1993 ypide que se absuelva a Enrique del Carmen RomeroFuentes, condenado como autor de abusos deshonestosen contra de la menor O. M. Ch., de 12 años.El caso es el siguiente: Carabineros sorprendió infraganti a Romero tratando de abusar de la niña, quehabía ido a venderle unos pedazos de cobre por encargode su madre. Cuando el acusado vio a la policía, soltó ala niña y esta logró huir. Posteriormente, la madre, laniña, y la policía presentaron una denuncia en contra deRomero, la ratificaron en el tribunal y la niña sostuvosus dichos incluso en un careo a que fue sometida con elautor. La menor reveló que el hombre, en una ocasiónanterior, había ya abusado de ella sin que nadie hubierapodido defenderla. Pero esta segunda vez los vecinosoyeron sus gritos y llamaron a la policía, que sorprendióal autor cuando tenía a la menor a su merced sobre un50camión en desuso. El 19° Juzgado del Crimen condenó aRomero, porque si bien no hubo violación —que requierepenetración— la menor fue víctima de abusos deshonestos,de acuerdo con la forma en que están descritosen la ley.Cuando la apelación llegó a la Corte capitalina, Picaemitió un informe defendiendo al acusado. En un escritoplagado de faltas de ortografía y escrito en un rigurosolenguaje coloquial, Pica expone que en ninguno delos dos ataques denunciados por la menor «constan indicioscoherentes, serios que permitan presumir quequien le habría comprado ‘el cobre’ y ‘las ollas viejas’habría cometido con la vendedora siquiera abusos deshonestos».«POR DE PRONTO (...) se demuestra una mentirapor parte de la Policía y en ella no deben estar ageptos(sic) los aprehensores, ambos carabineros». SegúnGarcía Pica, no estaba claro si Carabineros presentó ladenuncia a instancias de la madre o si la madre fue inducidapor la policía a denunciar.«Mientras más se estudia este expediente, más cuerpo

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toma el convencimiento en el sentido que TODO ESEL RESULTADO DE UNA INVOLUNTARIA (sic) YVERDADERA CONFABULACIÓN PARA preocuparsede la vida íntima del inculpado, y no obstante tales afanes,NO SE COMPROBÓ HECHO PUNIBLE ALGUNO», decía el fiscal y aseguraba que la menor fue «usadapor quienes con buen o mal espíritu quisieron preocuparsedel vecino».Es probable que ninguno de sus pares tomara en serioestos informes o aun sus peticiones verbales, pero elpunto es que García Pica estaba en la Corte de Apelacionespara representar los intereses de la sociedad enlas distintas causas y su opinión era consultada, como la51del resto de los fiscales, en la mayoría de los asuntoscriminales. Y que García Pica, en su condición de juez,tenía vedado intervenir en favor de partes litigantes yaun atender él mismo ningún requerimiento. Por cristianoque fuera.Fueron las grabaciones que hizo la policía investigandoa Mario Silva Leiva (SL), por lavado de dinero,las que desbarataron al fin las argumentaciones sobre lapretendida ingenuidad y espíritu cristiano de GarcíaPica (GP), quien en 1996, al final de su carrera, fue inculpadoúnicamente como autor de prevaricación. Estosson algunos de los textos:SL: ¿Cómo le va, padrino?GP: Oiga, ahijado querido, no ha venido na’.SL: ¿Ah?GP: Tampoco vino usted.SL: Si yo, yo me desocupo y me voy para allá, porqueestoy re’ ocupado.GP: Ah, ya.SL: Oiga, ¿sabe qué, padrino?GP: Sí.SL: Que en la octava sala, donde está el Araya...GP: ...Sí...SL: El ministro Araya, se le dé la libertad a mi compadreManuel.GP: ¿Manuel cuánto?SL: Manuel Fuentes Cancino.GP: Aaaah.SL: Usted sabe.GP: A ese gallo le hicimos empeño, pero hace tiempo.SL: Claro, escuche, necesito que se le dé la libertadahí en la Octava Sala, hoy día (...)GP: No, si yo lo voy a hacer, que ahora no tenga resultadoo tenga, es otra cosa.52SL: Claro, ecolecuá, échele una habladita al Araya.GP: La petición la voy a hacer.SL: Claro, Araya es un buen hombre.GP: Sí, sí (...)SL: Échele una habladita padrino y después me dicea mi po’.GP: Sí, sí, sí.SL: Ah, ya está. Porque hoy día se ve la causa en la...

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ahí, en la Octava.GP: Ya está.SL: Ah.GP: Aquí me acaban de...SL: ¿Ah?GP: Aquí me acaban de estafar setenta mil pesos.SL: Ya, después hablamos, padrino.GP: Conforme, conforme.Poco después, García Pica se presentó en la sala quedebía resolver la libertad de Fuentes Cancino. Ibaacompañado de la esposa del procesado, Mónica Gómez.El abogado del Consejo de Defensa del estado, JulioDisi, quien debía alegar en contra de la libertad, lo vio.En un segundo diálogo grabado por la policía, GarcíaPica le contó a Silva Leiva, que «me fue bastante bien,no sé el resultado», pero que le preocupa que Disi lohaya observado.GP: ...Lo que me preocupó es que me puso en vitrina.SL: Ya.GP: Llegué allá y estaba el abogado fiscal, pues iñor.SL: Ya.GP: Para comer a la gente.SL: Chuchesumadre.GP: Y me miraba muchísimo.SL: Ya.GP: Y le grité: «Qué miras, sapo», pero no dijo nada.53García Pica comenzó su carrera judicial en 1937,como secretario del Juzgado del Loa y terminó el 1¼ deenero de 1997, cuando se aceptó su renuncia voluntaria.Durante esos 60 años, sólo una vez, en 1958, recibió elreproche de sus superiores por su conducta como ministroen la Corte de Valdivia. Tras las indagatorias de unministro «visitador» para constatar las acusaciones deministros acusados de mal comportamiento, dos magistradosde esa Corte fueron trasladados y uno destituido.La prensa local decidió no informar al respecto, para noafectar la imagen del Poder Judicial.García Pica, que ya era un reconocido jugador de póker,tras cinco años ejerciendo como ministro, fue trasladadoa Santiago, como fiscal de la Corte de Apelaciones.Aunque fue rebajado de ministro a fiscal, el cambioa Santiago constituyó en realidad más un premio que uncastigo.En el reciente caso de Silva Leiva, que todavía sesustancia, después de retirarse García Pica del PoderJudicial, la jueza porteña Beatriz Pedrals lo procesópor el delito de prevaricación, pero más tarde, una salade la corte de Valparaíso, con los votos de Dinorah Ramosy Carmen Salinas, lo liberó de toda culpa.Otra muy distinta ha sido la trayectoria del ministroCarlos Cerda. Entró al Poder Judicial como oficial desecretaría en el Cuarto Juzgado Civil de Santiago —cuando el titular era Guillermo Navas— gracias a unagestión del ministro de la Corte Suprema, José MaríaEyzaguirre, y de su profesor en cuarto año de Derecho,Ricardo Gálvez. Apenas ingresó oficialmente al Poder

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Judicial, la Corte Suprema aprobó que se fuera en comisiónde servicios a la Universidad de Lovaina, Bélgica,54donde obtuvo el grado de doctor especial. Su tesis se tituló:«El juez y los valores jurídicos».Diez años más tarde, en París, Cerda se doctoró enFilosofía del Derecho. Al volver, en 1979, fue nombradorelator en la Corte Suprema. En 1983, se incorporó a laCorte de Apelaciones de Santiago y ese mismo año asumióla investigación por la desaparición de 13 dirigentescomunistas desde 1976. El ministro Rubén Galeciono había podido hacerse cargo del caso, por razones desalud, y tampoco avanzó el juez que lo tomó en primerainstancia, Aldo Guastavino, porque dio crédito a informesgubernamentales que afirmaban que los desaparecidoshabían salido a Argentina.Día y noche, sábados y domingos, Cerda investigó.Desatendió las amenazas que se le hacían (especialmentede quedar en las listas negras al interior del PoderJudicial) y se constituyó en centros de detención y tortura.El juez descubrió que eran falsos todos los informessobre la salida del país de las víctimas. Que, en realidad,habían sido secuestrados por un grupo especial quedirigía la Fuerza Aérea, conocido luego como el ComandoConjunto, en competencia con la DINA por el controlde la «inteligencia antisubversiva».Tres años más tarde, el 14 de agosto de 1986, cuandoel expediente sumaba ocho mil fojas, el magistrado dictóel auto de procesamiento de 40 personas, entre ellas 38miembros de las Fuerzas Amadas y de Orden, incluyendoal ex comandante en jefe de la Fuerza Aérea, GustavoLeigh.Las resoluciones provocaron un terremoto al interiordel Gobierno. Hubo reuniones en La Moneda, enel Ministerio de Defensa y en cada una de las ramasimplicadas, para buscar la manera de enfrentar la situación.55El ministro de Justicia, Hugo Rosende, estuvo almenos dos veces conversando sobre el tema con ministrosde la Corte Suprema.Desde el Gobierno los procesados recibieron la sugerenciade presentar recursos de queja para que la causa«subiera». El 6 de octubre de 1986, la Segunda Sala,con los votos de Enrique Correa Labra, Marcos Aburto,Estanislao Zúñiga y Hernán Cereceda, dejó sin efectolas encargatorias de reo y ordenó a Cerda sobreseerdefinitivamente el caso por aplicación de la Ley de Amnistía.Cerda Fernández, en una decisión inédita, envió unoficio a sus superiores comunicándoles que no cumpliríasus deseos, pues, de acuerdo con el artículo 226 del CódigoPenal, los magistrados no están obligados a acataruna orden evidentemente contraria a la ley. «En mimodesto concepto, sobreseer en este momento en razónde la Ley de Amnistía es a todas luces contrario a derecho(...) por eso suspendo la orden que me han dado missuperiores».Según el ministro, sólo en el momento de la sentencia

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definitiva cabía discutir la procedencia de la amnistía.No mientras la investigación estuviera en curso.Pero la Corte Suprema no estaba en ánimo de aceptarel principio de «obediencia reflexiva» (que implica elderecho de los subalternos a representar ante sus superioresuna orden que consideren manifiestamente injustay que hasta las Fuerzas Armadas reconocen a su personal).El 9 de octubre castigó a Cerda con dos meses desuspensión, bajo el cargo de «alzarse y discutir resolucionesjudiciales» y de «desconocer absolutamente susobligaciones y faltar gravemente a la disciplina judicial». En ausencia de Cerda, Manuel Silva Ibáñez debiódictar el sobreseimiento del caso.56De Silva Ibáñez no cabía esperar una actitud similara la de Cerda. En 1977, como suplente en el Sexto Juzgadodel Crimen de Santiago, conoció el proceso por lamuerte de Carlos Guillermo Osorio Mardones, ex directorde Protocolo de la Cancillería, quien aparentementese había suicidado.A Guillermo Osorio le había correspondido firmarlos pasaportes falsos que Michael Townley y ArmandoFernández usaron en su viaje para asesinar a OrlandoLetelier el 21 de septiembre de 1976, en Washington.Sin realizar mayores diligencias, Silva Ibañez, declaróque se trataba de un suicidio y ordenó no practicarautopsia. En el expediente consta que el entoncesvicecomandante en Jefe del Ejército, general CarlosForestier, lo presionó «para que no se efectuara la autopsiay para que los funerales se celebraran a la brevedadposible».No fue sino hasta que el ministro Adolfo Bañadosreabrió el caso Letelier y el ex agente de la DINA, MichaelTownley declaró desde Estados Unidos, que sedescubrió que Osorio fue asesinado por la DINA.Silva Ibañez, fue también quien, en 1985, como titularen el mismo Sexto Juzgado en Santiago, recibió alatribulado abogado Héctor Salazar, quien presentabauna querella por los secuestros de José Manuel Parada,Manuel Guerrero y Santiago Nattino, ocurridos a plenaluz del día y ante numerosos testigos. Silva la rechazóporque no identificaba a los culpables. Horas más tarde,el abogado volvió con un dato que les hubiera salvado lavida: los secuestrados se encontraban en un cuartel dela policía en el centro. Salazar le dio la dirección y lepidió que se constituyera ahí inmediatamente. El juezdesoyó las súplicas. Horas después, Parada, Nattino yGuerrero aparecieron degollados.57Finalmente y sólo en fecha reciente, en su calidadde ministro de la Corte de Valparaíso, Silva se hizo cargodel caso por la muerte del soldado Pedro Soto Tapia,que en sus manos no ha avanzado precisamente hacia elesclarecimiento total de lo ocurrido con el conscripto.Pero así Silva Ibañez, recorrió su carrera sin tachasen su hoja de vida.En cambio, al finalizar 1986, después de la suspensión,

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el ministro Cerda Fernández, fue calificado en ListaTres y quedó al borde de la expulsión por habersenegado a dictar el sobreseimiento en el proceso contrael Comando Conjunto, que su colega aplicó tan diligentementedurante su ausencia.La batalla en el caso de los 13 desaparecidos no terminó.Los familiares de las víctimas presentaron recursosde queja para tratar de enmendar el rumbo del proceso.La Corte Suprema no aceptó sus argumentos y enagosto de 1989 reiteró su opinión acerca de que correspondíaarchivar para siempre el caso. Como resultado,y puesto que no quedaban recursos pendientes, la Cortede Apelaciones ordenó dictar el «cúmplase» del cierredefinitivo de la causa.Cerda Fernández, Carlos contaba ahora con la incorporacióna la Constitución de los pactos internacionalesde protección a los derechos civiles y políticos y nuevascondiciones políticas en el país que, tras el plebiscitodel 5 de octubre de 1988, se preparaba para cambiar deGobierno. En vez de dictar el cúmplase, Cerda archivóel expediente temporalmente, lo que dejaba el caso durmiendosólo hasta que un nuevo antecedente obligara areactivarlo.El 30 de agosto Cerda comunicó a sus superiores sudecisión y sus razones:58«¿Qué hace entonces, el juez que al tiempo de enfrentarsea un ‘cúmplase’ de rutina perciba que con élvulnera abiertamente lo que la sociedad mayoritariamenteen un primer atisbo de soberanía popular, despuésde lustros de excepcionalidad jurídica, le encargapreservar? (...) ¿Y por qué, me pregunté, siendomis superiores y yo miembros de un mismo cuerpo —el querido Poder Judicial— podemos concebir unamisma cosa de manera tan distinta y opuesta? ¿Y porqué los presiento a ellos tan lejanos de la fuente de lojusto, mientras yo tan cercano? ¿Cómo comprobarque no se trata únicamente de mi arrogancia y pedantería?».Cerda dijo que no halló justificación legal ni valóricapara la resolución que se le estaba imponiendo y sí paraoponerse a ella, aferrándose al juramento de guardar laConstitución y las leyes, que hizo —en el nombre deDios— cuando se invistió de juez. Para mayor enfado delos ministros de la Suprema, mayoritariamente declaradoscatólicos, el magistrado invocó la Biblia:«¿Galopan los caballos por las rocas? ¿Se ara elmar con los bueyes? Pues vosotros hacéis del juicioveneno y del fruto de la justicia, ajenjo (É) Tus príncipesson prevaricadores. No hacen justicia al huérfanoy a ellos no tiene acceso la causa de la viuda. Poreso dice el Señor, Yavé Sebaot, el Fuerte de Israel:reconstituiré a tus jueces como jueces como eran antesy a tus consejeros como al principio. Y te llamaránentonces ciudad de justicia, ciudad fiel. Y Siónserá redimida por la rectitud, y los conversos de ella,por la justicia».La osadía de Cerda pasó sin reparos hasta el año siguiente.A mediados de 1990, sin embargo, los ministros

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del máximo tribunal fueron advertidos de que el cúmplaseen el caso del Comando Conjunto seguía pendiente yordenaron a Cerda acatar la resolución. El magistrado,59sin encontrar acogida a sus planteamientos, obedecióesta vez, y el 20 de julio cerró para siempre la causa.En enero de 1991, como se acercaba el período delas calificaciones, la mayoría de los magistrados seapresuró en dictar una sanción contra Cerda, que sirvierade precedente para su posterior evaluación. El 16 deenero, un pleno convocado extraordinariamente lo castigócon dos meses de suspensión, durante los cualesrecibiría sólo la mitad del sueldo.Para diez de los 14 magistrados que asistieron, larenuencia de Cerda había constituido «un desconocimientoabsoluto de sus obligaciones y una gravísima faltaa la disciplina judicial» , que se veía agravada por elhecho de haber sido sancionado en 1986 por similar razón.En la minoría, Marcos Aburto y Marco Aurelio Peralesvotaron por sancionarlo solamente con una amonestaciónescrita. Rafael Retamal y el recién llegadoRoberto Dávila estimaron que cabía apenas «observar»al ministro su omisión.Sólo unos días más tarde la Corte Suprema se reuniónuevamente para hacer las calificaciones anuales.Con la suspensión como precedente, nueve ministrosvotaron por poner a Cerda en Lista Cuatro. Aunque lavotación fue dividida —cuatro magistrados querían dejarloen Lista Tres y un par más probablemente Retamaly Dávila, en Lista Dos— con ese dictamen Cerdaquedaba fuera de la judicatura.El magistrado regresaba de un viaje a Estados Unidoscuando fue notificado de la sanción. Ante el asombrode quienes lo conocían, en vez de tomar sus cosas y marcharse,pidió a la Corte Suprema que reconsiderara lamedida. Aunque no se retractó de sus actuaciones, redactóuna emotiva súplica a sus superiores, para que lomantuvieran en el servicio. Luego, pidió audiencias a60cada uno de ellos. Cerda buscó dejarles en claro quenunca pretendió alzarse por sobre sus investiduras,pues sabía que era la arrogancia que sus superioresveían en sus actos lo que más les molestaba.En opinión de muchos, Cerda Fernández, se estabahumillando, pero el ministro no se detuvo ante las críticasde sus admiradores. Pidió perdón —«un perdón muysincero. Intimo. Profundo»— y suplicó:«Tal vez soy distinto. A lo mejor, difícil. A vuestrosojos, probablemente altanero y algo más. Pero sihay en el Poder Judicial espacio para un juez así, esdecir, que no puede dejar de ser como es y que quierecon todo su ser continuar en la institución, os suplicohagáis todo lo que esté de vuestra parte porreconsiderar vuestra decisión» .Con su presentación, el ministro logró dos votos enel nuevo pleno extraordinario que declaró, por 9 contra7, que Cerda podía permanecer en el Poder Judicial,

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aunque con la mancha de haber quedado en Lista Trespor segunda vez en su vida. De paso, el mensaje de quela Corte Suprema no aceptaría actos de insubordinaciónaun bajo el nuevo escenario político fue claramente oídoen el resto de la magistratura. También, el concepto deque debía aplicarse Amnistía a los casos por violacionesa los derechos humanos, justo cuando comenzaban areactivarse.Al volver de su castigo, Cerda Fernández, asumiócomo presidente de la Corte Marcial, por un año. En1992, reemplazó por un mes a Luis Correa Bulo en la investigacióndel secuestro de Cristián Edwards y, paradójicamente,mientras tuvo el proceso en su poder, dio garantíasde acusiosidad e independencia a todos losinvolucrados, especialmente a Agustín Edwards, quienestaba descontento con la forma en que los tribunales estabanenfrentando la situación. Cerda fue designado61también ministro en visita por el caso de malversación defondos en la Oficina Nacional de Emergencias, Onemi, yprocesó a los funcionarios de Gobierno que la dirigían.Recientemente, para malestar de los parlamentariosde la Concertación y de algunos de Renovación Nacional,presidió la sala que liberó de responsabilidad aFrancisco Javier Cuadra, en el requerimiento que presentóel Senado en su contra, por sus declaracionesacerca de parlamentarios que consumían cocaína. Cerdaredactó el fallo que revocó el auto de procesamientoque había sido dictado por el ministro sumariante RafaelHuerta. Luego tuvo que defender su voto, el deJuan Guzmán y Gloria Olivares, ante los recursos dequeja que interpusieron los prestigiosos abogados LuisOrtiz Quiroga, Nelson Contador y Alfredo Etcheberry(en representación de la Cámara de Diputados, RenovaciónNacional y el Senado, respectivamente). Lo menosque dijeron los profesionales es que los tres ministrosestaban violando la ley y hasta alejándose de la racionalidadcon el fin de absolver al ex ministro del generalPinochet.Las respuestas de Cerda, en nombre propio y de suscolegas, no fueron menos contundentes:«(...) Entendemos que también es cierto que unade las mejores maneras de involucionar en la culturanacional es la de acallar. Atención sea hecha astándares y status quos que, a modo de burbujas —valga la expresión tan sólo como didáctico símil—,hacen de distanciadores entre el que detenta el podery quien se lo otorga. En este orden de ideas quizás siel gran desafío cultural sea el de que asumamoscomo pueblo que debemos dejar definitivamente atrásel tiempo en que ‘la autoridad era verdad’, para advenira aquél otro en que ‘la verdad sea autoridad’».62Esta vez la Corte Suprema dio la razón a Cerda Fernández.63EL PESO DEL INFORME RETTIGEl lunes 4 de marzo de 1991 el Presidente PatricioAylwin dio a conocer oficialmente el contenido del Informe

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de la Comisión de Verdad y Reconciliación.El secretario ejecutivo de la entidad, Jorge CorreaSutil, le había pasado la única versión impresa del gruesodocumento dos meses antes y guardó el respaldo endisquetes. Ninguna autoridad o institución pública tuvoacceso a él, sino hasta apenas horas antes de que se difundierapúblicamente.El «elemento sorpresa» añadió al contenido del informeun peso insoportable para la desprevenida y malvinculada Corte Suprema. Sus integrantes aún no encontrabanuna respuesta única y coherente frente alanuncio de reformas al Poder Judicial cuando se vieronenfrentados a este nuevo desafío, que puso a prueba sucapacidad de respuesta política.El Informe marcó un hito en la ya tensa relación entreel Ejecutivo y el Poder Judicial. Fue el momento escogidopor la mayoría de sus integrantes para amotinarsesoterradamente en contra de los objetivos presiden64ciales, lo que significó, al final del período del primergobierno de la Concertación, el naufragio total de todaslas reformas propuestas por Aylwin.Los integrantes de la Comisión Rettig ratificaronunánimemente el severo juicio a la actitud del PoderJudicial entre el 11 de septiembre de 1973 al 11 de marzode 1990.«Durante el período que nos ocupa, el Poder Judicialno reaccionó con la suficiente energía frente a las violacionesa los derechos humanos», decía el informe apenasinaugurado el capítulo IV, dedicado a analizar laactitud del Poder Judicial.El texto usaba un lenguaje diplomático, hacía concesiones—como reconocer en favor de los magistrados algunaslimitaciones de la legislación o aún las «condicionesdel momento»—, pero dejaba delicadamente en claroque a la magistratura le faltó valor para ejercer sus propiasatribuciones en la defensa de los derechos de las víctimasy en la represión de los quienes los atropellaron.Según la Comisión Rettig, el Poder Judicial ejerció«con normalidad» sus funciones en casi todas las áreasdel quehacer nacional, excepto frente a las violacioneslos derechos humanos, en que su acción «fue notoriamenteinsuficiente»: Grave, porque era «la» instituciónllamada a cautelarlos.El informe osaba comparar la contradictoria timidezdel Poder Judicial frente al gobierno militar, con la tenazdefensa del Estado de Derecho que había hecho haciafinales del régimen de la Unidad Popular. Era undardo directo para los pocos ministros que estuvieronen ambos períodos, especialmente Enrique Correa Labra,designado por Allende.Una acusación más:65«La actitud adoptada durante el régimen militarpor el Poder Judicial produjo, en alguna e importantee involuntaria medida, un agravamiento del procesode violaciones sistemáticas a los derechos humanos,tanto en lo inmediato, al no brindar la protección de

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las personas detenidas en los casos denunciados,como porque otorgó a los agentes represivos una crecientecerteza de impunidad por sus actuaciones delictuales».La palabra «involuntaria» no fue suficiente para suavizarla gravedad de la conclusión, que era refrendadamás adelante con la afirmación de que muchas vidas sehubieran salvado si la magistratura hubiera actuado confirmeza en vez de debilidad.En las diez páginas dedicadas al Poder Judicial, elinforme describió en detalle cómo esta institución actuótorciendo el sentido de las leyes, en algunos casos, hastaconvertir el recurso de amparo en un instrumento ineficaz,o cómo en otros, bajo un pretendido y excesivo respetoa la formalidad, aceptó sin discusión las versiones oficiales,las confesiones bajo torturas y las defensas de lospresuntos autores de las violaciones, amén de aplicar enel sentido más extenso posible la Ley de Amnistía.Tras conocer el informe, en la Corte Suprema seimpuso la opinión mayoritaria de que nadie hablaríahasta acordar una respuesta unánime. La idea era daruna versión contundente. De «pleno». Oficial.Dos días después, el 6 de marzo, Aylwin, se reuniócon algunos ministros del máximo tribunal. Les pidióque dieran la mayor atención a las causas por violacionesa los derechos humanos que serían reactivadas porel envío de antecedentes de la Comisión Rettig a losdistintos tribunales. Ya se perfilaba la llamada «doctrinaAylwin»: que los jueces investigaran hasta aclarar losdelitos, ubicaran a la víctima (en los casos de detenidos66desaparecidos) e identificaran a los culpables y sólo despuésaplicaran la Amnistía. Es decir, toda la verdad yjusticia sólo en «la medida de lo posible».El mismo día que Aylwin se entrevistaba con ministrosde la Suprema, un centenar de militantes de lasjuventudes socialista, comunista y mirista llegaron alPalacio Judicial para acusar a los magistrados de «cómplicesde la injusticia» y pedir la renuncia a ocho ministros:Lionel Beraud, Efrén Araya, Hernán Cereceda,Osvaldo Faúndez, Servando Jordán, Emilio Ulloa, GermánValenzuela y Enrique Zurita.Obviamente los ministros no renunciaron, pero lamanifestación aumentó su ira. No obstante, respetaronel acuerdo de callar. Las declaraciones vinieron del sectormás blando. Marco Aurelio Perales reconoció quedurante los primeros años después del golpe militar lamagistratura no reaccionó con la suficiente energía,pero explicó que eso se debía a que «no había mediospara hacer cumplir las órdenes que se daban».El presidente, el componedor Luis Maldonado, estabaenfermo. El presidente subrogante, Rafael Retamal,respaldó a Aylwin. Pidió perdón.—He debido equivocarme a menudo y pido perdónpor haberme equivocado.—¿También en materia de derechos humanos? —lepreguntó un periodista.

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—Es posible. Traté de no cometer ningún error,pero es posible.Retamal estaba solo.El 7 de marzo El Mercurio editorializó contra ladoctrina Aylwin, manifestando que «la amnistía equivaleal olvido jurídico». Según el influyente matutino,los tribunales investigan para, al final de cuentas, aplicarsanciones. Y si ya no procedía sancionar, tampoco67procedía investigar. Los ministros duros se sintieronrespaldados.Pero el domingo 9, en las mismas páginas de ese periódico,Raquel Correa entrevistó a Aylwin: «Hubo faltade coraje moral de parte de los miembros del sistemajudicial (...) hubo excepciones que salvaron un poco elprestigio y el buen nombre, pero no lograron imponerse», dijo el Presidente a la periodista y terminó por encenderla hoguera.El lunes y martes inmediatamente siguientes losmagistrados se reunieron en plenos extraordinariospara analizar la situación. Por añadidura, ese mismomartes una bomba estalló en el jardín de la casa del ministroEfrén Araya. Y Carabineros afirmó haber halladoun retrato del recién designado ministro de la CorteSuprema, Adolfo Bañados, en poder de extremistas.El jueves de esa semana la Corte Suprema emitióuna temeraria declaración asegurando que el atentadopodía ser parte de un plan para atacar a los más altosmagistrados, según los descubrimientos de Carabineros,y que eso «ponía en riesgo la estabilidad institucional».En el Ejecutivo, algunos entendieron que la CorteSuprema estaba golpeando las puertas de los cuarteles.El ministro del Interior, Enrique Krauss, describiócomo «ligera» la apreciación de la Corte Suprema y rechazóla idea de que existiera un «plan» extremista paraatacar a sus ministros.Retamal López, le restó importancia a los comentariosde Krauss, pero no logró siquiera calmar la furiaque no ocultaba la mayoría de sus colegas.Enrique Correa Labra, que a los 83 años se perfilabacomo el sucesor natural de Maldonado, hizo de portavozde los duros. Consultado por la prensa dijo que Kraussestaba profundamente equivocado, que la Corte Supre68ma no hablaba «así no más, a tontas y a locas». Que elplan existía. Y, de paso, para que no quedaran dudas, sedeclaró «enemigo absoluto de las reformas al Poder Judicial».El ministro Adolfo Bañados, inaugurando su nuevocargo en el máximo tribunal, comentó que el acuerdo depleno había sido estudiado por los magistrados, por loque su contenido no podía calificarse de ligero.Detrás, el ministro Araya fue más lejos e hizo públicaal fin la verdadera opinión de la mayoría en la Corte Suprema:existía una ligazón entre las expresiones de Aylwiny los atentados extremistas, de los que se declarabapersonalmente víctima: «Ha habido ciertas expresionesde parte del Ejecutivo que han dado motivación a ciertos

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grupos que quieren atentar contra los tribunales».Auguró que si se atacaba al Poder Judicial, si se lequería «avasallar» —el calificativo estaba aludiendo alas propuestas de reformas— podría haber «consecuenciaspolíticas (É) Prácticamente puede llegar a eliminarsela labor y la función de los tribunales de justicia conlo cual se eliminaría uno de los poderes del Estado».Ergo, si estaba en peligro el Estado de Derecho, alguientendría que poner orden.Este grupo en la Corte Suprema consideraba todoparte de un mismo cuadro: las manifestaciones, el atentadoa Araya, el Informe Rettig y los «ataques» del Gobierno(entre los que contaban primordialmente los proyectosde reforma).La oposición, especialmente la UDI, sacó la voz tambiénpara dejar en claro que el objetivo gubernamentalde «desmantelar» el Poder Judicial no sería aceptado.Las Cortes de Apelaciones de Valparaíso y Concepción,en actos inesperados, emitieron declaraciones desolidaridad con sus superiores.69Obviamente los días del componedor Luis Maldonadoa la cabeza de la Suprema estaban terminando. Losduros necesitaban un líder y lo encontraron en el máscombativo, irascible y conservador de todos: EnriqueCorrea Labra.El lunes 13 de mayo los ministros de la Corte Supremaemitieron su respuesta al Informe Rettig. El viernes17, eligieron a Correa Labra como su nuevo presidente.El rechazo de la Corte Suprema al informe fue tanagrio y público como el del Ejército. El objetivo fue desacreditarsu calidad de contenedor de la verdad oficialen materia de violaciones a los derechos humanos, almenos en lo concerniente al Poder Judicial.El texto fue redactado por Adolfo Bañados, RobertoDávila y Lionel Beraud, bajo la supervisión de ServandoJordán. No participaron en el acuerdo ni Luis Maldonado,ni Rafael Retamal. Presididos interinamente porCorrea Labra, el resto de los magistrados (Emilio Ulloa,Marcos Aburto, Hernán Cereceda, Enrique Zurita, OsvaldoFaúndez, Arnoldo Toro, Efrén Araya, Marcos Perales,Germán Valenzuela y Hernán Alvarez) respaldóla respuesta de 24 carillas.El informe Rettig fue calificado de «apasionado, temerarioy tendencioso».Lo primero fue desconocer cualquier atribución a laComisión Rettig para realizar ningún enjuiciamientoválido del Poder Judicial. Lo segundo, desmenuzar ydesmentir las críticas.La actitud de la Corte Suprema bajo el gobierno militar,según esa respuesta, tuvo fundamento principalen lo que el informe consideraba apenas como una atenuante:«Las condiciones del momento». Para la másalta magistratura, las condiciones del momento lo fuerontodo:70«Un conjunto de factores de toda índole que conforman

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una verdadera universalidad que gravitó entodos los planos y esferas de la vida nacional en ungrado superlativo, de modo que no es posible desconocerhistóricamente la magnitud de su influencia» .Significaron restricciones tales como una copiosalegislación especial, falta de medios y de cooperaciónpolicial. Las condiciones del momento impidieron «queeste Poder ejerciera una labor efectiva de protección delos derechos esenciales de las personas cuando estosfueron amenazados, perturbados o conculcados por autoridadeso particulares, con la complicidad o toleranciade aquellas».Pese a todo, dijo la Corte Suprema, la actitud de lamagistratura no fue pasiva. Para dar fundamento a esteaserto, los magistrados citaron algunos ejemplos, mayoritariamentefechados después de 1978, cuando la prácticade la desaparición masiva de personas había cesado.En la versión de la Corte Suprema, el Poder Judicialrepresentó a las autoridades las anomalías, cuando sedetectaron; ordenó la constitución de jueces en los cuartelessecretos de detención, cuando se pudo; designóministros en visita para investigar los casos de los desaparecidos;protestó en contra de funcionarios de la CNIque se negaron a mostrar a los detenidos. Y jamás castigóa los jueces que sí investigaron.«Si a la larga las pesquisas quedaron frustradas,en muchos casos no hay otra explicación que la quelos jueces no lograron contar con los antecedentes querequerían para individualizar y encarcelar a los culpables».La Corte insistió en que durante el gobierno militarno hizo otra cosa que cumplir «literalmente la ley»,como era su obligación.71«Lo más grave, a juicio de esta Corte, radica enque las invectivas que se han descargado en contra delPoder Judicial se orientan inequívocamente a torcerde modo artificial y por caminos extraviados y fueradel ordenamiento jurídico, aquellas interpretacionesque los tribunales han dado a las mencionadas leyes(É) En último término se busca que las sentencias seadapten o readapten a nuevas interpretaciones, frutode una hermenéutica original más del sabor de lascorrientes políticas de los autores del informe».Era un rechazo directo y anticipado a la doctrinaAylwin.La conclusión de la Corte fue que la Comisión Rettig«extralimitándose en sus facultades, formula un juicioen contra de los Tribunales de Justicia, apasionado, temerarioy tendencioso, producto de una investigaciónirregular y de probables prejuicios políticos, que terminapor colocar a los jueces en un plano de responsabilidadcasi a la par con los propios autores de los abusos delos derechos humanos».72LAS RABIETAS DE CORREAMe acuerdo de este ministro y no puedo dejar desonreír. La frondosa cabellera gris siempre despeinada,

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con una especie de remolino en el cenit, la nariz redonday grande, resaltando como único rasgo en su cuerpomenudo.Era la imagen de un ser extemporáneo, cada vez quese lanzaba, con la cara roja de ira, en apasionada defensade la judicatura. Pero era también un niño jugando aser grande, cuando aparecía escoltado por los cuatrofornidos carabineros del Gope, con sus trajes verdes llenosde bolsillos, cuya asistencia requirió tras la revelacióndel supuesto plan extremista para atacar a los ministrosde la Corte Suprema.Aunque el plan nunca se comprobó como verdadero,Correa se sentía una víctima potencial.El ministro terminaba habitualmente gritando cuandole pedíamos su parecer por acciones o declaracionesdel Gobierno. Recuerdo que un día mi colega YasnaLewin le preguntó algo y él, muy serio, le contestó:—Mire señorita, si es que es señorita...73Correa —considerado un masón y radical de la viejaguardia— era el máximo representante de la defensacorporativa del Poder Judicial. Aunque él mismo era dereconocida probidad y austero vivir, bajo las faldas desus cruzadas se ocultaron otros que no lo eran tanto.Correa lo sabía. Un día, justo después de emitir un fallose quedó mirando a su colega Hernán Cereceda y le dijo:—Ya... Vaya, apúrese, vaya a cobrarle a sus clientes.Cereceda no le respondió el insulto, pero las relacionesentre ambos nunca fueron buenas.El viernes 17 de mayo de 1991, los ministros de laCorte Suprema se reunieron para decidir, en votaciónsecreta, quién sería el sucesor de Luis Maldonado. Latradición imponía que Correa Labra, el más antiguo detodos, fuera electo sin discusión, pero cuatro magistradosoptaron por respaldar la candidatura alternativa deEmilio Ulloa. Cuando la votación terminó, las opinionesde sus pares competían en elogios y destacaban la trayectoriae integridad de su nuevo líder. Salvo Cerecedaque se abstuvo con un escueto: «No acostumbro a opinarsobre otros colegas».Pero Correa se hubiera cortado una mano antes quedenunciar a sus pares. En sus batallas políticas con elGobierno, los defendió a todos como si fueran él mismo.En sus primeras declaraciones el nuevo presidente dijoque no sentía ni el menor remordimiento por haber rechazadolos recursos de amparo en favor de personas cuyasosamentas habían aparecido en Pisagua, entre otroslugares. Afirmó que «rechazamos (los recursos) porque laley lo ordenaba». También se declaró enemigo «irreconciliable» del Consejo Nacional de la Justicia, que pretendíatransformar a la Corte Suprema «en un partido político».El Poder Judicial no atravesaba por ninguna crisis.Es «puro e independiente», sin defecto «ninguno», dijo.74Lo único que hacía falta, sostenía, era aumentar el númerode jueces.—Pero la opinión pública no cree lo mismo —le replicaron

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los periodistas.—No me interesa la opinión pública (porque) es lasociedad en su conjunto: las matronas, los alfareros, todoel mundo. Doctos e indoctos en Derecho. A los doctos enDerecho les aceptamos su opinión. De los indoctos, nonos interesa.El trato de Correa hacia los periodistas no fue el mejor,pero tampoco era peor que el de otros magistrados.El actual presidente, Roberto Dávila, es conocido por sumal humor y respuestas airadas. La tesis imperante esque los jueces, por no formar parte de un poder de elecciónpopular, no tienen obligación de atender las opinionesciudadanas. Desdén y arrogancia se interpretancomo expresiones de virtuosa independencia.Un día los periodistas del sector Judicial elegimosnueva directiva. Daniel Martínez y Yasna Lewin fuerona presentarse ante Rafael Retamal, cuando subrogaba aLuis Maldonado. Yasna extendió su mano para saludaral magistrado, pero él la dejó con el brazo estirado. Despuésde que Daniel y el magistrado intercambiaron lossaludos protocolares de rigor, Retamal se volvió haciaYasna y le dijo:—Usted no puede estirar la mano para saludar a unministro de la Corte Suprema como si saludara a cualquierpersona. Tiene que esperar. Si el ministro quieresaludarla, le va a ofrecer la mano primero.Fue el tiempo en que se entornaron las puertas de lostribunales —al modo que antes sólo se hacía para notificardel fallecimiento de algún magistrado—. No cualquierapodía entrar al edificio. Todos los visitantes —salvo abogadosy funcionarios— tenían que entregar su carné al ingre75sar. En los días en que parecía que había ánimo de manifestaciones,los gendarmes además hacían preguntas ydejaban entrar sólo a un par de visitantes por causa.La relación entre el Poder Ejecutivo y el Judicial eracasi tan difícil como la relación gobierno-Ejército. No obstante,Aylwin estaba empeñado en conseguir los dos objetivosque se había planteado para el sector justicia: mejorarel sistema judicial, para restaurar la confianza quehabían perdido en él grandes sectores de la población, ypromover y proteger los derechos humanos.Estos dos valores —justicia y derechos humanos—formaban parte importante del programa de la Concertación.Pero tales metas no tenían un objetivo puramentevalórico. Había tras ellas también un importantecontenido económico y político. Digamos que, al menos,eran propósitos compartidos por los gobiernos que colaboraronpara que la transición fuera posible. EstadosUnidos, el primero de la lista.Las autoridades norteamericanas no sólo queríanver resuelto el crimen de Orlando Letelier, que, porcierto, estaba en la agenda. Aspiraban, además, a darciertas garantías de certeza jurídica a los inversionistasde su país, que tenían bandera verde para iniciar susnegocios aquí. Era parte de la normalización de relacionesy el estado de la economía chilena era una invitación

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para esos capitales.Pero había un gran problema (y serio), y es que losinversionistas estadounidenses necesitaban alguna certidumbresobre cuáles serían las decisiones de los tribunalesen determinados juicios económicos y en Chile, nohabía quién se las diera. A preguntas como cuánto setarda un litigio civil o cuál es la jurisprudencia paradeterminada materia, la respuesta era simple y única:«No se sabe».76Fueron problemas como éste los que ahuyentaron aun número considerable de inversionistas. Algunos deellos llegaron al Ministerio de Justicia y pidieron «certificaciones» de la legislación vigente y de la interpretaciónque los tribunales hacían de esas leyes. El ministeriorespondía que no podía hacer esa certificación ni siquieraa un mes plazo. Las decisiones podían variar desala a sala de la Corte Suprema. Incluso un mismo magistradopodía cambiar su opinión de un día para otro,sin necesidad de expresar fundamento.Millones de dólares en inversiones mineras dejaronde llegar a Chile sólo por esta razón.Así, desde mucho antes del cambio de Gobierno, entidadesestadounidenses como la gubernamental Agenciapara el Desarrollo Internacional (USAID) aportabanrecursos para que el Centro de Promoción Universitaria(CPU) analizara las reformas que era necesario haceren la Justicia. El CPU exprimió la intelligentzia nacional,aglutinando entre sus colaboradores a los más destacadosjuristas y magistrados chilenos (ninguno de laCorte Suprema, por entonces). Otro tanto se hacía desdela Universidad Diego Portales.Esos centros de estudios nutrirían luego de expertosa la Concertación, para la elaboración de los proyectos y,más tarde, de asesores al Ministerio de Justicia.En la oposición también se reconocía la necesidad decambios. El Centro de Estudios Públicos (CEP) esbozó lasposturas de este sector: reformas para aumentar la «eficiencia» del Poder Judicial. Entre las preocupacionesprincipales estaban la necesidad de dar certeza jurídicaa los inversionistas y la represión de la delincuencia, enel marco del concepto sobre «seguridad ciudadana», entendidacomo el principal rol del Estado, que sería recogidoluego por la Fundación Paz Ciudadana.77Las políticas del Gobierno quedaron expresadas enlos bocetos que Manuel Guzmán le entregó a Aylwin ennoviembre de 1990. El presidente los corrigió y enviólos textos a diversas instituciones, que incluyeron lasasociaciones gremiales de magistrados, institutos académicosy parlamentarios.En marzo, poco antes de que Correa Labra, asumierala presidencia, los proyectos fueron enviados al Congreso.El Presidente Aylwin había discutido con sus asesoresel mejor camino para reformar el Poder Judicial: oel impulso de una gran y radical reforma de una vez ypara siempre o la presentación de distintos proyectos,

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que atacaran los puntos esenciales, pero que en conjuntono representaran sino una reforma moderada, lasbases para los cambios posteriores. En las condicionesimperantes, se optó por el segundo camino.Quedaría a la espera la reforma del procedimientopenal (para hacerlo oral en vez de escrito), pero se impulsaríanotros, que tendrían un efecto político inmediato.El análisis que se hizo en el Gobierno es que el máximotribunal, así como había sido heredado del Gobiernoanterior, «no estaba en condiciones de dirigir el PoderJudicial». No sólo porque su conformación era consideradaideológicamente comprometida con el régimen militar(que ya era un dolor de cabeza para el primer gobiernode la Concertación), sino porque el sistema había idoacumulando una serie de deficiencias de funcionamientoimposibles de modificar desde la cúpula judicial.Los asesores del Gobierno consideraban que la mayoríade los ministros de la Suprema, más allá de susposturas políticas, eran reaccionarios (en el sentido literalde la palabra: reaccionaban oponiéndose a cualquier78cambio, sin una justificación racional). Tampoco contabanentre ellos a un jurista descollante con quien poderdebatir en el plano académico.Entre los primeros proyectos del gobierno, que sepresentaron sin considerar las opiniones de los supremos,se incluyeron la creación del Consejo Nacional dela Justicia, la reforma a la Corte Suprema (aumento delnúmero de ministros de 17 a 21, especialización de lassalas por materia), la creación de la figura del defensordel pueblo (una especie de ombudsman) y modificacionesa la carrera judicial (calificaciones y ascensos, EscuelaJudicial).Otras propuestas incluían precisar el rol de la CorteSuprema (de la que se esperaba que dictara jurisprudenciaa través del recurso de casación y que limitara supronunciamiento en los recursos de queja); creación delministerio público (para evitar que un mismo juez cumplieracon la doble y contradictoria tarea de investigarlas causas y pronunciar la sentencia, el Ministerio Públicotomaría la investigación y el juez se quedaría conla sentencia); y modificaciones al sistema de arbitraje(para ampliar su cobertura, pues permite resolver conflictosque, por su naturaleza, no necesariamente deberíanllegar a los tribunales y que en Chile es usado principalmentepor las empresas).Pero lo que era moderado desde el punto de vistadel gobierno, parecía el propósito revolucionario de ungobierno marxista, a los ojos de la oposición y la propiaCorte SupremaDesde el comienzo, el punto de quiebre fueron elConsejo Nacional de la Justicia y las reformas a la CorteSuprema. Eran las modificaciones que le quitabanpoder a ese cuerpo colegiado y nadie lo pasó por alto. ElMercurio editorializó reconociendo que el Poder Judi79cial atravesaba por una crisis de «legitimidad» —por nohaber sido sus miembros elegidos democráticamente—

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y una crisis de «eficiencia». Pero en vez de recomendarcambios para salvar ambas, el matutino aconsejaba a lasautoridades políticas mantenerse al margen de la «corrientecrítica», pues en las debilidades de ese Poderdel Estado se encerraba «un peligro potencial para elEstado de Derecho, pues convierte al Poder Judicial engeneral, y a la Corte Suprema en particular, en un blancofácil de grupos extremistas que buscan la desestabilizacióninstitucional».Otro tanto escribió ese mismo diario para desacreditaral Consejo Nacional de la Justicia. El organismo fueatacado también por la oposición, que no le «compró» eldiscurso a la Concertación de que la pluralidad de susintegrantes daba garantías de independencia. La oposiciónsabía que el Poder Judicial era el «enclave autoritario» (como lo llamaba la Concertación) más fácil de desmantelary que el Gobierno aprovecharía sus debilidadespara hincarle el diente.La batalla fue, obviamente, política.Uno de los aspectos en disputa tenía que ver conlas causas por violaciones a los derechos humanos.Recién comenzado el gobierno la Corte Suprema habíafijado el criterio de que los pactos internacionales,aprobados por Chile, no se considerarían incorporadosa la legislación chilena como para dar por abolida laley de Amnistía. También, en general, había expresadoque la Amnistía impedía investigar. Para la oposición,un recambio de sus miembros ponía en peligro esa «jurisprudencia».La Concertación esperaba que una nueva conformaciónen el máximo tribunal abrazaría un criterio másamplio sobre la Ley de Amnistía y permitiría, al menos,80la investigación de las desapariciones y ejecuciones entre1973 y 1978.El Consejo Nacional de la Justicia murió prematuramenteen la Cámara de Diputados, donde se perdiópor «culpa» del diputado socialista Mario Palestro,quien se ausentó inconvenientemente de la sala el díaen que el polémico proyecto sería debatido y restó elvoto que la Concertación necesitaba. Para tranquilidaden la conciencia de Palestro, hay que decir que esa iniciativajamás hubiera pasado las prueba siguientes.El resto de las propuestas logró sortear la fase deaprobación en la Cámara, aunque los propios representantesde la Concertación no estaban cien por cientoconvencidos de apoyarlas todas. Sin embargo, los proyectosse empantanaron en el Senado.En el intertanto, Correa Labra cada vez que podíaatacaba las reformas. La Corte Suprema en pleno emitióun informe negativo al conjunto de las propuestas, el 8 deagosto de 1991. Sólo abría la puerta a la creación de másjuzgados. Correa Labra se convirtió, con sus posturas, enel blanco de los ataques políticos y no le gustó. El 9 deenero de 1992, convocó a un pleno para pedir respaldo.Obtuvo apenas una declaración dividida en que los magistradosexpresaron «su parecer solidario» con la «defensa

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pública» que estaba haciendo su presidente.Los dos nuevos integrantes nombrados por Aylwin,Adolfo Bañados y Oscar Carrasco firmaron el voto demayoría diciendo que los proyectos contenían disposicionesque «de alguna manera limitan y vulneran lasatribuciones de esta Corte Suprema». Junto a ellos,Marcos Aburto, Servando Jordán, Osvaldo Faúndez, LionelBeraud, Arnaldo Toro, Efrén Araya, Marco AurelioPerales y Germán Valenzuela, hacían presente que«casi» todos los ministros opinaban igual.81Una minoría separó aguas de su presidente y declaróque «es de la mayor urgencia mejorar la actual administraciónde justicia por medio de reformas, que deberánabordarse razonablemente con altura de miras y concarácter técnico, a fin de obtener su efectiva modernización,que coloque al Poder Judicial en concordancia conlas reales exigencias de una sociedad permanentementedinámica y cada vez más compleja».Este voto estaba firmado por Hernán Alvarez, autorde la moción, Emilio Ulloa, Hernán Cereceda, RobertoDávila y Rafael Retamal. Estos, excepto Retamal, dieronal mismo tiempo un voto de respaldo a su presidente.El lunes 2 de marzo, en su primer discurso de inauguracióndel año judicial, Correa Labra hizo un llamado a«estar alerta» frente a las reformas. Sin atimorarse porquetuviera sentado en el mismo estrado al ministro deJusticia, el presidente de la Corte acusó al Gobierno depromover la «intervención política» en los nombramientosdel máximo tribunal, «que un día ha de pesar al país».Aunque el Consejo ya había muerto, el magistradono aceptaba la intervención del Senado en los nombramientos,ni el advenimiento de un tercio de integrantes«externos» escogidos entre abogados de prestigio, nimayores facultades para la Corporación Administrativadel Poder Judicial.En una de las tantas salidas de libreto, espetó: «Puedogritar desde esta tribuna que somos jueces honrados.Por esto yo pienso que el Poder Judicial tiene queestar alerta a todas estas reformas».En las fotografías de los medios de ese día aparecela imagen de Cumplido escuchando a Correa con la caralarga.Fuera de cámara, ambos tenían buenas relacionespersonales. El ex presidente de la Corte Suprema fue82receptivo a las denuncias que le llevó el ministro deJusticia sobre corrupción en los juzgados de San Bernardoy en la Corte ariqueña y tomó medidas.Cumplido y su asesor Jorge Correa Sutil se pasaronese año en Valparaíso, tratando de revitalizar los proyectos,que navegaban a la deriva, sin apoyo político,atrapados en interminables indicaciones en las que elsenador Miguel Otero se hizo un experto. Los informesque emitía la Corte Suprema para cada uno de los cuerposlegales, con el mayor retraso posible y siempre negativos,no ayudaban.

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Entre septiembre y octubre de 1992, Aylwin se reuniócon el presidente del Senado, Sergio Diez. Queríasalvar lo que pudiera de su paquete de reformas. Losdirigentes políticos negociaron y separaron lo que teníaviabilidad política de lo que no.Correa Labra había caído gravemente enfermo y enla presidencia lo subrogaba Marcos Aburto.En el encuentro Aylwin-Diez murieron para siemprelas iniciativas relacionadas con el Consejo Superior de laJusticia, el Ombudsman, el Ministerio público y la reformaprocesal penal. Se acordó que se daría curso a la reformaal rol de la Corte Suprema, el aumento del número de ministros,la especialización de las salas, el recurso de quejay casación, la Academia Judicial y la carrera y calificaciónde los jueces. En lista de espera y con menores posibilidadesde resurrección, quedaron la modernización al sistemade asistencia judicial, la regionalización y reforzamientode los tribunales de paz y el sistema de arbitraje.Pese a este pacto, en el camino el Senado rechazó elproyecto de aumento del número de ministros de laCorte Suprema.Aylwin también organizó una comida con miembrosde la Corte, a la que invitó a Sergio Diez. Cuando Mar83cos Aburto asumió como nuevo presidente de la Corte,a comienzos de 1993, Aylwin lo invitó también a comercon Diez. Luego se reunió con ambos oficialmente en LaMoneda.Con Aburto en la presidencia, el gobierno interpretóque la especialización de las salas, la modificación de losrecursos de queja y casación, la Academia Judicial y loscambios en la carrera judicial y las calificaciones seríanviables.No obstante, aunque las relaciones entre el Ejecutivoy la Corte Suprema se distendieron, nada cambió en elfondo. El máximo tribunal siguió informando negativamentelos proyectos, incluso el de la Academia Judicial.En el plano administrativo, el diagnóstico oficial eraque el Poder Judicial había sido el pariente pobre delEjecutivo y Legislativo. Históricamente fue siempre así,pero la precariedad de recursos se hizo más notoria yvergonzosa bajo el gobierno militar.En los ’80, con Mónica Madariaga en el ministeriode Justicia, fue la última vez que el Poder Judicial recibióun aumento significativo de recursos, pero el aumentose quedó en las capas superiores. No hubo nada paralos jueces de primera instancia, ni para los funcionariosy menos para mejoras en la infraestructura.El gobierno de Aylwin estableció un plan quinquenalde mejoramiento de recursos del Poder Judicial, conel fin de modernizar la infraestructura, aumentar elnúmero de tribunales y reajustar remuneraciones. Elplan consistió en duplicar los recursos que recibía elPoder Judicial en 1991 en un plazo de cinco años.De la inyección de nuevos recursos, el 40 por cientose utilizó en aumento de sueldos. Cumplido, determinóque la distribución se hiciera a la inversa de lo que fue

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la experiencia Madariaga: más para los que ganaban84menos, menos para los que ganaban más. Los funcionariosadoptaron esta política «solidaria» motu propio. Alos magistrados, en cambio, hubo que imponérsela.Pero en lo sustancial, pese a su compromiso personalcon el sector justicia, Aylwin, el Presidente-abogado,no alcanzó a ver promulgado ninguno de sus proyectosde reforma. Incluso las iniciativas que logró salvaren su pacto con Diez se convirtieron en ley sólo bajo elgobierno del ingeniero Eduardo Frei Ruiz-Tagle.Hoy hay quienes culpan al ministro Cumplido delfracaso. Algunos de los funcionarios del Gobierno deAylwin, cercanos a estas negociaciones, afirman quetuvo poca «muñeca», que si hubiera negociado con laoposición proponiendo «nombres», en el caso del aumentode ministros de la Corte Suprema, este proyecto habríasido aprobado. Si hubiera involucrado a los magistradosen «los ritos del poder», haciéndolos participaren cócteles y otros eventos mundanos, por ejemplo, permaneciendoél mismo en ellos más tiempo que el simplementeprotocolar, los resultados habría sido otros.El ex ministro se defiende: «A mí me tocó el roundde ablandamiento. Nuestra estrategia fue remecer alPoder Judicial».Ya a punto de terminar su período, el ex secretariode Estado le dijo un día a uno de los magistrados delmáximo tribunal:—Con nuestras acciones, nosotros los pusimos depie.—¡Los ministros de la Corte Suprema nunca hemosestado de rodillas! —fue la respuesta airada.—No —replicó Cumplido— pero estaban sentados.85EL DELFÍN DE KRAUSSEn medio de muchas derrotas, el Gobierno obtuvoun triunfo: La designación por parte de la Corte Supremade un ministro especial para que investigara el homicidiodel ex canciller Orlando Letelier. Bajo el apremiode la diplomacia norteamericana —que hizo su propiotrabajo de persuasión hacia la magistratura—, elcanciller Enrique Silva Cimma presentó la petición enmarzo. A mediados de año, el primer ministro que Aylwinnombró en la Suprema, Adolfo Bañados fue designado—no sin dificultades— para instruir la causa.Bañados llegó a la Corte Suprema en diciembre de1990. Aunque no era el más antiguo en la quina depostulantes, Aylwin lo prefirió sobre Víctor HernándezRioseco y Oscar Carrasco. Menos antiguos que él, tambiénpostulaban Guillermo Navas y Ricardo Gálvez.Bañados había aparecido en varias quinas bajo elGobierno militar, pero nunca fue seleccionado. Al nombrarlopara reemplazar al fallecido Sergio Mery Bravo,Aylwin sólo estaba reparando la injusticia de su postergación.No por eso el nuevo ministro se comportó como86un enviado de la Concertación en la Suprema. Paradójicamente,

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él mismo votó en contra de que un ministro dela Corte Suprema se hiciera cargo del caso Letelier. Suopinión era que un magistrado del tribunal inferior, laCorte de Apelaciones, debía hacerse cargo de la causa.A los ministros de la Suprema no les correspondía inmiscuirseen la investigación de causas criminales, porimportante que fuera el caso. En doctrina Bañados teníarazón, pero en su nombramiento influyó el deseo delgobierno chileno y del estadounidense de asegurarseuna investigación imparcial.Bañados, fiel a sus opiniones conservadoras en materiajudicial, sumó su voto al rechazo a las reformas.Por eso es quizás mayor el mérito de su investigaciónen el caso Letelier. Bañados no aclaró el caso porquefuera de izquierda como muchos creen. Ciertamenteno lo es. Lo hizo porque es un buen juez.Hasta el último día en el Poder Judicial, Bañadosfue la efigie de la independencia. No otorgaba audienciasa los litigantes, ni recibía recados del gobierno.Fuera de sus oficinas, ni siquiera hacía mucha vida socialcon sus pares. Seducido por las montañas, su pasatiempopreferido era irse a escalar algún cerro los finesde semana, acompañado por amigos de los más diversosámbitos, con quienes se permitía hablar de todo, menosdel Poder Judicial.Así las cosas, el Gobierno contaba sólo con RafaelRetamal, que por convicción apoyaba los predicamentosde la Democracia Cristiana, pero que a esas alturas estabademasiado enfermo como para tener un rol activoo influencia entre sus pares.Mientras Cumplido trataba de empujar las reformascon escasa interlocución en la Corte Suprema, otro87miembro del gabinete, menos principista y más astuto,lograba la influencia que el titular de justicia no tenía.El ministro del Interior, Enrique Krauss, era el otrohombre del gobierno en el Palacio de Justicia.Los abogados Jorge Burgos y, especialmente, LuisToro, eran sus representantes. Ambos llegaron para representaral Gobierno en las causas contra el FPMRAutónomoy el Mapu-Lautaro. Después del asesinato deJaime Guzmán y del secuestro de Cristián Edwardsaparecían por el edificio de calle Bandera casi a diario.Burgos y Toro presentaban escritos, pedían audiencias,buscaban la cooperación de los magistrados.Gracias a la aureola del poder visible inevitablementetras sus cabezas, ministros de la Corte Suprema y dela Corte de Apelaciones y hasta jueces de primera instancialos recibían no sólo con ceremonia, sino hastacon cierta reverencia.Tanto como reformar el Poder Judicial (o tal vezmás, según el momento), el gobierno quería controlar alos grupos de extrema izquierda y acallar lo antes posiblelas críticas de la oposición. Toro y Burgos no llegabana los tribunales con la amenaza de decapitamiento,sino con el gesto comprensivo de quien busca ayudapara una misión común. Y detener el terrorismo era

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para un sector de la magistratura un slogan más seductorque la creación del Consejo Nacional de la Justicia.De los primeros encuentros formales y distantes, losabogados de Interior, especialmente Toro, pasaron a untrato más familiar y amistoso con algunos magistrados.Las preocupaciones del joven ex abogado de la Vicaríade la Solidaridad se ampliaron. Su presencia se transformópara nosotros, los periodistas, no sólo en anunciode que se vería alguna causa contra grupos extremistas,sino que otras materias relevantes, como algún proceso88por violaciones a los derechos humanos u otro de aquéllosque comprometían a militares y complicaban al Gobierno.El ejercicio del realismo político se imponía tambiénen el Ejército, que contaba con un nutrido equipode mensajeros y oidores. El auditor general FernandoTorres, quien tenía el privilegio de actuar como ministrode la Suprema cada vez que se discutía un asunto enque aparecía mencionado personal militar, ejercía unaindiscutible influencia directamente sobre la mayoríade los magistrados de la Suprema.A Torres lo secundaba el coronel Enrique Ibarra,cuya figura, como la de Toro, era presagio de que algoimportante se estaba discutiendo en la cúpula judicial.Otros funcionarios militares de menor rango teníanla cotidiana misión de alertar sobre cualquier movimientoque tuvieran las causas que interesaban a la institución.Yo conocía bien las caras de los aspirantes aabogado que cumplían con estas tareas. Aunque nuestrosobjetivos eran distintos, a diario nos encontrábamosrastrojeando en los mismos libros en la secretaríadel máximo tribunal o nos quedábamos esperando hastaentrada la noche «el listado de fallos». Uno de ellos medijo un día, como para romper el hielo: «Yo conozcobien tu trabajo. A mí me tocaba leer los artículos de LaEpoca en la Auditoría».La Policía de Investigaciones hacía lo propio y enviabaal estacionamiento del palacio judicial a un par depolicías de Inteligencia. Condenados a la periferia deledificio, a veces recurrían a los periodistas para saberqué estaba pasando.La presencia de toda suerte de agentes ajenos alejercicio de la labor judicial era apenas el signo evidente89de que cualquiera con poder no confiaría en la publicitadaindependencia del Poder Judicial. Los votos de losministros se contaban —y «conseguían»— antes de quelas causas empezaran a discutirse. Fuera de escena, familiaresy amigos de algunos magistrados se ofrecíanpara enviar recados. Una invitación a comer al Club dela Unión podía ser la ocasión propicia.No sólo en política se usaron las influencias. En elámbito económico era popular por entonces hablar delos estudios de abogados «con llegada» a la Suprema.Estudios con profesionales de todos los signos que, porun motivo u otro, profitaban de un vínculo privilegiadocon alguno o varios miembros del máximo tribunal.

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En ese escenario, para el Gobierno era políticamenteinconducente mantener las ásperas relaciones queCumplido tenía con la cúpula judicial. Los procuradoresmilitares tenían bastante más conocimiento y manejo delas fuentes judiciales que el par de detectives de Inteligenciaparados en el estacionamiento. Los abogados deInterior estaban también en desventaja cualitativa conel general Torres, y el ministro Krauss, que también esabogado, estaba consciente del problema.Llegó la hora de hacer nuevos nombramientos en laCorte Suprema.El 12 de agosto de 1991, Oscar Carrasco, un ministrode Temuco, vinculado a la masonería, fue el nuevo elegidopor Aylwin entre otros cuatro postulantes: VíctorHernández, Mario Garrido Montt, Guillermo Navas yRicardo Gálvez. Carrasco reemplazaba al recién renunciadoex presidente del tribunal, Luis Maldonado, lo queCumplido lamentaba, porque había establecido con éluna relación cordial.90Pero Carrasco, aunque avalado por un brillante desempeñoprofesional, no tenía la personalidad suficientecomo para influir de modo importante en la Corte. Además,venía de provincia. En sus primeros meses en eltribunal, era un ser solitario, se lo veía desconcertadode haber alcanzado esas alturas.Poco después, otra renuncia —Emilio Ulloa produjouna nueva vacante. La Corte Suprema conformó unaquina. Esta vez fue eliminado el nombre de Mario GarridoMontt, que había aparecido en la quina anterior ya quien el ministro de Justicia, Francisco Cumplido y elpropio Aylwin esperaban ver como el sucesor. En sureemplazo, en el cuarto lugar de antigüedad, apareció elnombre de Enrique Correa Bulo.El ministro Servando Jordán, su amigo desde lostiempos en que ambos estaban en la Corte de Apelaciones,había sido su promotor en la Suprema. Y CorreaBulo en persona había participado en el lobby para quesus superiores pusieran su nombre en la quina.Junto a él, postulaban nuevamente Víctor Hernández,Guillermo Navas y Ricardo Gálvez. Al último lugarhabía subido Arnoldo Dreysse, el candidato de los ministrosderechistas más duros. Ya allí Correa Bulo continuósu campaña para obtener la nominación, abordandoa los abogados concertacionistas y a los funcionariosde Gobierno que conocía.Al Ministerio de Justicia no pudo acudir, porqueCumplido mantuvo, como lo había hecho hasta entonces,la política de puertas cerradas para todos lospostulantes a cargos en el poder judicial. En eso eraconsecuente hasta el final con el rechazo al «besamanos»que el Gobierno había adoptado como cuestión de principiosdesde el comienzo del período.91La verdad es que a pesar de esta política tan expresa,todavía había jueces de provincias que viajaban aSantiago para repetir el arraigado rito del Poder Judicial:

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«regar las plantitas», lo llamaban y consistía en unlargo y humillante peregrinaje que se iniciaba en losdespachos de los ministros de las Cortes y terminaba enel Ministerio de Justicia.Cumplido había sido intransigente en esto: simplementeno los recibía. La única excepción la hizo una vezque su secretaria le rogó que atendiera a una magistradade Punta Arenas. La mujer estaba de pie, llorando,mientras esperaba en las puertas de su oficina. El ministroaceptó hablar con ella unos minutos. Entre lágrimas,la magistrada explicó que había gastado la mitadde su sueldo para viajar a Santiago y pedirle que considerarasu promoción. El ministro averiguó sobre susantecedentes y descubrió que el decreto de ascenso yahabía sido aprobado por él y por Contraloría.—¿Ve? —le dijo—. Perdió el viaje y su platita.Aunque todavía restaba la decisión del PresidenteAylwin, quien se guiaba por las opiniones de sus ministrospero sobre todo por sus «pragmáticas», Correa Bulono se conformó con la simple espera, conforme a la políticade principios de Cumplido, y buscó (y encontró) unaliado en alguien tanto o más poderoso que el ministrode Justicia: su ex compañero de curso en la Universidad,el ministro del Interior, Enrique Krauss.A Correa Bulo no le correspondía todavía el nombramiento,según las «pragmáticas» de Aylwin, pero Kraussargumentó que, al no figurar en la quina Garrido Montt, suex condiscípulo era el mejor candidato. Cumplido optó porotro nombre, pero en definitiva Aylwin oyó a Krauss.Algunos abogados llegaron con historias sobre laspresiones que ejercía Correa Bulo en los tribunales infe92riores, mientras fue miembro de la corte capitalina,pero ninguno pudo mostrar prueba. Más influencia teníanaquéllos que lo defendían por su actitud durantelos años de la dictadura, o porque contaban, quizás, conque su voto era seguro para apoyar las políticas de laConcertación en la Suprema.El mejor antecedente en el currículum de Correa,según estos partidarios, era su actitud en el caso delrecurso de amparo presentado en 1984 por Ignacio Vidaurrázaga,hijo de una distinguida jueza. Vidaurrázagahabía sido detenido por la CNI y trasladado a Concepción.Cuando la Corte de Apelaciones de esa ciudad, enun gesto inusitado, ordenó con gran rapidez que unajueza se constituyera en el cuartel para constatar su estado,el organismo de seguridad lo trajo nuevamente aSantiago. En la capital, Correa Bulo se presentó en elcuartel de la CNI, logró ver al detenido y constató lasnumerosas heridas que tenía por causa de las torturas.El magistrado tomó nota e informó a sus superiores endetalle. La CNI tuvo que liberarlo.Una vez instalado en la Suprema el magistrado retribuyóel apoyo que le brindó el ministro del Interior.Se convirtió en su contacto privilegiado. Buscó contrarrestarla influencia castrense en el máximo tribunalinformando oportunamente de las movidas e intenciones

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del auditor Torres.Profesor en la Escuela de Investigaciones, fue tambiénun puntal clave de la Concertación cuando más tardellegaron a la Corte Suprema las controvertidas resolucionescuestionando la acción de la llamada «Oficina»—dependencia creada por el gobierno de Aylwin paracubrir los temas de Inteligencia— y del director de lapolicía civil en los casos del crimen de Jaime Guzmán ydel secuestro de Cristián Edwards.93¿Podría alguien reprochar a Correa Bulo por haceren favor del Gobierno o la Concertación lo mismo quehabían hecho otros varios altos magistrados de la CorteSuprema por el Gobierno Militar o incluso, más tarde,por el Ejército?Recuérdese que fueron esos contactos entre Interior yla Suprema los que permitieron al Ejecutivo, años más tarde,enterarse de una resolución que hubiera cambiado elrumbo de la sentencia por el caso Letelier. El general (r)Manuel Contreras se había internado en el Hospital FélixD’Amesti para evitar su traslado al penal de Punta Peuco,presentando en seguida un recurso de protección paraque se le permitiera continuar cumpliendo la pena en unrecinto asistencial. El recurso estuvo a punto de ser acogidopor la Corte Suprema por 3 a 2. Pero funcionarios deInterior se enteraron e hicieron gestiones para que uno delos abogados integrantes fuera cambiado. Eugenio Velascoingresó a la sala y la protección fue rechazada. Contrerastuvo que resignarse a ingresar a la cárcel.La defensa política ha sido sin duda la mejor coberturadel ministro Correa Bulo en estos años, pero hasido insuficiente para avalar otras actuaciones suyas.Desde que llegó a la Suprema, comenzó a alejarsedel grupo de magistrados con quienes otrora se reuníapara estudiar formas de mejorar el sistema judicial. Seacercó, en cambio, a los dos últimos ministros nombradospor Rosende, Lionel Beraud y a Arnaldo Toro, cuyoscontactos, por otra parte, con Manuel Contreras no sondesconocidos. En compañía de ambos visitó en más deuna ocasión a un misterioso intermediario, el joyeroCristián Chavesich, conocido por actuar promoviendoen ciertas causas fallos en favor de «clientes» suyos.De acuerdo con antecedentes que recibieron funcionariosdel Gobierno de Aylwin, Chavesich recibía comi94sión por esas gestiones. En su fundo en Talagante,Beraud y Toro —y luego Correa Bulo— eran visitantessiempre bien recibidos.También se hicieron más habituales las salidas nocturnascon Jordán, acompañados en ocasiones por abogadosespecializados en tramitar libertades en favor depersonas acusadas de narcotráfico. Entre ellos, los llamados«ex carceleros», como Luis Edmundo Rutherfordy Mario Adolfo Fernández.Funcionarios que trabajaron con Correa cuando elministro estaba en la Corte de Apelaciones, son testigosde que el magistrado llamaba en algunas ocasiones a losjuzgados para expresar su opinión en causas que se estaban

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tramitando. Pero fue su actuación en favor de suhermana, Gilda Correa, acusada por la policía de ventairregular de sustancias sicotrópicas, en 1995, la que terminópor alejar de su lado a algunos abogados y juecesque antes se contaban entre sus amigos.Gilda Correa Bulo era la propietaria de la farmaciaPocuro. El departamento de control de drogas del OS 7de Carabineros denunció ante el Sexto Juzgado delCrimen, en julio de 1995, que en esa farmacia se vendíaMetamfetamina, conocida como Cidrín, con recetas-cheques robadas y adulteradas. La evidencia aportadapor la policía al tribunal fue que en quince días sehabía vendido 62 de esas recetas, con un total de 7.440tabletas.Las recetas fueron presentadas por una misma pareja.Gilda Correa consignó datos falsos para aparentarque los compradores eran muchos y distintos. La policíaestableció que los nombres de los presuntos compradoresy sus cédulas de identidad habían sido extraídos, enbuena parte, de un listado de subsidios habitacionales,publicado en la prensa.95El caso lo recibió la jueza María Inés Contreras,quien, en marzo de 1996, estimó que no había antecedentessuficientes para procesar a la hermana del ministroy cerró el sumario. El Consejo de Defensa del Estado,que actuaba como querellante, pidió la reapertura delcaso, pero la jueza lo rechazó. El CDE apeló a la Cortede Apelaciones. Allí, los ministros Gloria Olivares yJuan Guzmán (con la opinión en contra del abogado integranteCrisólogo Bustos respaldaron a la jueza.Las visitas de Luis Correa Bulo a la Corte de Apelacionesy sus esfuerzos para que la sala quedara conformadade modo de beneficiar a su hermana fueron másque evidentes y públicos.Tras la decisión de la Corte de Apelaciones, en juliode 1996, la titular del Sexto Juzgado decretó oficialmenteel sobreseimiento temporal del caso. Nuevamente elConsejo apeló, pero obtuvo idéntico resultado en la Cortede Apelaciones. Entonces el CDE presentó un recursode queja en la Corte Suprema en contra de los ministrosOlivares y Guzmán. La Suprema respondió «inadmisible».El CDE insistió por último con una queja disciplinariaen contra de la magistrada de primera instancia,acusándola de irregularidades y negligencias. A fines de1996, cuando el presidente de la Corte era ya ServandoJordán el pleno de la Corte Suprema emitió su últimaopinión: «Se declara sin lugar la queja deducida por elpresidente del CDE. Devuélvase el expediente tenido ala vista. Regístrese y archívese».La hermana del magistrado logró escapar de las severasacusaciones, pero la imagen de Correa Bulo quedómanchada. Demasiadas personas se dieron cuenta delos esfuerzos que hizo para que la causa fuera enterrada.Así y todo, los antecedentes no se hicieron públicos96

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sino hasta un año después, cuando la UDI quiso incorporarlosa la acusación constitucional en contra de ServandoJordán. El caso fue retirado en una decisión deúltima hora, pero la información fue distribuida entrelos medios de comunicación.Recién terminado el gobierno de Aylwin, un abogadocercano al ex Presidente, que había apoyado a CorreaBulo y no daba crédito a las historias que oía sobre elmagistrado, decidió hablar francamente con él.—Lucho —le dijo—, déjame hacerte un comentariode amigos. Varias personas me han hablado sobre tucomportamiento. Dicen que eres obsequioso en las causasde narcotráfico. Creo que tienes que cuidarte de eso.El gesto y silencio de Correa Bulo notificaron a suamigo que el comentario no había sido bien recibido. Lafría y cortés distancia que mantuvo a continuación se loconfirmó.Hoy Correa Bulo no apoya los intentos de los nuevosintegrantes de la Corte Suprema, —con quienes en elpasado compartía un mismo afán reformista— por estableceralgún tipo de control sobre la ética de los más altosmagistrados.El propio Patricio Aylwin se habría arrepentido dehaberlo nombrado.97EL ASTUTO LIONEL BERAUDEl Código Orgánico de Tribunales es claro. Los juecesdeben mantenerse independientes y para ello es menesterque rechacen invitaciones de personas que tenganjuicios pendientes en los tribunales. Un poco de sentidocomún indica que también deben evitar involucrarse enactos sociales con personas que asiduamente discutansus asuntos en los tribunales de Justicia, como los agentespolíticos y los grandes empresarios.En las palabras del Código: «Prohíbese a los juecesletrados y a los ministros de los tribunales superioresde Justicia aceptar compromisos, excepto cuando elnombrado tuviere con alguna de las partes originariamenteinteresadas en el litigio, algún vínculo de parentescoque autorice su implicancia o recusación»Pero ahí estaban Lionel Beraud y Hernán Cerecedadejándose ver, sin mayor pudor, en el matrimonio deMaría Ignacia Errázuriz, hija del empresario FranciscoJavier Errázuriz (antes de que se convirtiera en parlamentario),con quien no tienen ningún grado de parentescoque se sepa, y a pesar de que el empresario y ac98tual senador ha sido seguramente uno de los personajespúblicos chilenos que más frecuentemente se ha vistoenvuelto en litigios judiciales. Errázuriz invitó a todoslos ministros de Corte a ese casamiento, pero la mayoríarehusó asistir.En favor del dúo Béraud-Cereceda sí hay que agregar,en todo caso, que, como se verá, no están entre losjueces que hayan aparecido votando con mayor frecuenciaen forma favorable por Errázuriz.Siempre me llamó la atención la habilidad deBeraud para desprenderse de las acusaciones constitucionales.

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Si Cereceda Bravo y Jordán cometieron actosreñidos con el servicio, Beraud no hizo menos, pero adiferencia de ambos, terminó su carrera judicial impecablemente,sin mancha en su hoja de vida. Lo que sellama, un artista.Lionel Leandro Beraud Poblete inició su carrera judicialen 1946, como secretario del Juzgado de Coronel.Luego fue juez en Nacimiento, Coronel, Maipo (Buin),Chillán y Concepción. En 1959 fue nombrado fiscal en laCorte de Apelaciones de Temuco y en 1964 llegó al cargode ministro de la Corte de Apelaciones de Chillán.Quince años estuvo en la corte chillaneja, hasta queen 1979 fue trasladado dos veces, en lo que puede considerarseun doble ascenso, primero como ministro a laCorte de San Miguel y, casi inmediatamente después, ala Corte de Santiago.El propio Beraud recordaría más tarde, en declaracionespúblicas, que el general Augusto Pinochet le habíaprometido sacarlo de la Corte de Chillán y traerlo aSantiago.El 29 de mayo de 1989, el ministro de Justicia HugoRosende lo designó en reemplazo del fallecido Israel99Bórquez como ministro de la Corte Suprema, en los reemplazosque siguieron a la llamada «ley Caramelo».Rosende lo escogió porque lo consideraba incondicionalal general Pinochet, aparte de que, al parecer,fue ayudado a conseguir el cargo por el general ManuelContreras.Beraud había dado pruebas de lealtad. En 1979 investigóel atentado explosivo contra la casa del presidentede la Corte Suprema, Israel Bórquez, cuando el ministroanalizaba la petición de extradición a Estados Unidosde los ex jefes de la DINA. Aunque posteriores procesosjudiciales demostrarían que el ataque a Bórquez fue ejecutadopor personal del propio organismo de seguridad,Beraud dio validez a la versión que le entregó la reciéncreada Central Nacional de Informaciones (CNI), acusandoa un grupo de presuntos militantes de partidos de izquierda.Desechó investigar las torturas que los inculpadosdecían haber recibido, porque —dijo— «ello no pasade ser una maniobra utilizada por estos delincuentes».Me ha llevado algunos años reunir documentaciónpara este libro, y en todo este tiempo me ha tocadotoparme constantemente con las más severas acusacionescontra este magistrado. Importantes abogados, ministrosde la Corte de Apelaciones y hasta de la CorteSuprema las dan por comprobadas, aunque, como sueleocurrir, pocos de ellos pueden señalar evidencias.El problema de la «prueba» es lo que seguramentedetuvo a varias de las personas que entrevisté, y quejunto con pedir que sus nombres se mantuvieran reserva,se abstuvieron de ir más lejos con sus aseveraciones.Sin embargo, huellas de su particular conducta yconcepto del ejercicio de su ministerio están a la vistade quien haya conocido un poco el mundo del Poder Judiciala comienzos de los ’90.

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100Parte de esos antecedentes eran conocidos por elMinisterio del Interior bajo el gobierno de Aylwin.Cuando se iba a discutir en la Tercera Sala de la CorteSuprema la contienda de competencia por el secuestrode Alfonso Chanfreau (caso que costó la acusación constitucionaly posterior destitución de su colega HernánCereceda), Lionel Beraud recibió la visita de un amigomuy cercano. El intermediario llevaba un mensaje: «Hayquienes en el Gobierno conocen aspectos de tu vida quepueden complicarte en el futuro».Si aprobaba el traspaso, Beraud sería acusado constitucionalmentey esos antecedentes podrían quedarexpuestos. Podrían hacerlo caer. Beraud tomó una decisión.Le dijo a su amigo que votaría para que el procesose quedara en la justicia ordinaria. Eso significaba quela votación sería tres votos contra tres (el general Torresintegraría la sala en nombre del Ejército), abriendolas posibilidades para que el caso quedara en manos dela ministra visitadora, Gloria Olivares.Pero horas antes de la decisión, Beraud cambió nuevamentede parecer. Junto a Hernán Cereceda, GermánValenzuela y el auditor Torres, votó por el traspasode la causa a la justicia militar.Funcionarios del Ministerio del Interior recibieroncomo explicación que el general Torres había hecho untrabajo de persuasión aún más efectivo, recordándole aBeraud las numerosas ocasiones en que el Hospital Militarlo había atendido con generosa y especial dedicación,derecho del que podría seguir disfrutando en elfuturo.El hecho es que en 1981, el Ministerio de Defensahabía dictado un decreto que creó una nueva categoríade pacientes en el Hospital Militar. La categoría «C»,que permitió a los ministros de la Corte Suprema esqui101var las deficiencias de los hospitales públicos yatenderse en condiciones preferenciales en ese recintoasistencial, junto al personal del Ejército, los ministrosde Estado y los pilotos de Lan Chile. Lejos estaba todavíael día en que el otorgamiento de ese privilegio aBeraud le costaría caro a la institución castrense.Algunos que lo conocen más de cerca aseguran quefue su esposa y no Torres quien lo hizo retractarse, encarándoleel agradecimiento que le debían no sólo alHospital Militar, sino al Ejército y al general Pinochet.Lo cierto es que Beraud se arriesgó y puso su cabeza,junto a la de Cereceda Bravo, Valenzuela Erazo y Torresen una acusación constitucional que no lo dejó viviren paz sino hasta el día en que, respecto de su nombre,la acusación fue rechazada.Posteriormente, sólo fue cuestión de tiempo paraque retomara, aunque con mayor cautela, una de lasprácticas características de su paso por la Corte Suprema:las llamadas a sus subalternos para hacerles conocersu opinión en ciertas causas, su interés en que unproceso tal se fallara «conforme a derecho». En estosmenesteres, solía jugar un papel protagónico en los pasillos

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de la Corte Suprema su esposa Gloria, quien noevitaba los acercamientos a las partes interesadas enlos juicios que se discutían en la sala de su esposo. Uncomentario personal sobre las dificultades económicasde la familia y la necesidad de vender algún determinadoy preciado bien familiar para solventar gastos extraordinarios,podía inclinar a un abogado en litigio aun gesto caritativo. En el transcurso de tal conversaciónno se mencionaba jamás el juicio, por supuesto, perodesde ese minuto el profesional quedaba a la espera,con cierto grado de confianza, de un resultado favorablea su postura en la resolución pendiente.102Beraud tiene un hijo, Lionel, también abogado,quien trabaja en el Banco del Estado. Si el profesionaltenía una causa pendiente en un tribunal de alzada, losmagistrados en cuestión probablemente recibían un llamadode Beraud padre haciendo notar que en el procesodeterminado litigaría su hijo.El novel jurisconsulto ganó cierta fama por lograr resolucionesfavorables en casos «imposibles». Ofrecía susservicios pidiendo una parte de sus honorarios por adelantadoy la otra, al final, de acuerdo con el resultado.También un cuñado del magistrado, Nelson GuzmánTroncoso (que está casado con la hermana de Gloria deBeraud) intermediaba en juicios, invocando sus especialescontactos en la Corte Suprema, aunque luego ambosse enemistaron. Guzmán Troncoso estuvo preso porestafar a una compañía aseguradora y las relaciones familiaresquedaron severamente dañadas.Otro intermediario que alardeaba de sus contactosante la Corte Suprema, aún sin ser abogado, es el joyeroCristián Chavesich estrecho amigo de Beraud, que yahemos mencionado anteriormente. El magistrado es unasiduo visitante del fundo que el joyero tiene en Talagante,y la amistad de Beraud con él formó parte de losantecedentes que recibieron los parlamentarios durantela acusación constitucional contra la Tercera Sala.Especialmente porque Chavesich tenía «prontuario» porinfracción a la ley de oro, aunque este dato no llegó aesgrimirse específicamente en el plenario.Las actuaciones del magistrado Beraud llamaron laatención del Consejo de Defensa del Estado en 1993, enla demanda por el cobro de los quinquenios Dipreca.El caso es el siguiente: en el 17° Juzgado Civil deSantiago se inició la causa caratulada como «Jara Cartagena,Berta y otras, con Dirección de Previsión de Cara103bineros de Chile (Dipreca)». Consistía en la demanda de873 ex funcionarios de Gendarmería que pedían el reconocimiento,a partir del 1° de enero de 1974, de los«quinquenios penitenciarios», lo que significaba recuperaruna cifra global cercana a los 10 millones de dólares.En este tipo de demandas colectivas, la cifra que seobtenga, repartida entre todos los trabajadores, no representaa veces gran cosa, pero el abogado a cargo dela defensa y los intermediarios, si los hay, cobran unacomisión individual que se calcula sobre el total del

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monto. Y esa sí es una suma considerable.Los demandantes obtuvieron una sentencia favorableen primera instancia, pero el CDE apeló a la Cortede Apelaciones, argumentando que los quinquenios habíandejado de pagarse en 1974 y vinieron a reclamarse18 años después, cuando las eventuales acciones legalesestaban prescritas. La contraparte argumentó que setrataba de un derecho de carácter alimentario y por lotanto, imprescriptible.La sala integrada por los ministros Milton Juica,Juan Araya y María Antonia Morales dio la razón al fiscoy revocó la sentencia, el 17 de abril de 1993. En elmismo acto, rechazaron la demanda de 49 de los litigantes,pues adolecía de vicios procesales.Los demandantes presentaron un recurso de quejaque fue resuelto apenas 19 días más tarde, adquiriendouna prioridad inexplicable sobre otras 2.000 quejas queestaban pendientes en el máximo tribunal.La sala de la Corte Suprema estuvo integrada porlos ministros Lionel Beraud los recién designados porAylwin, Mario Garrido y Víctor Hernández y por losabogados Alejandro Silva y Luis Cousiño.El CDE no pudo hacerse parte en el recurso porqueel ingreso de la causa no quedó registrado como debía.104La institución tampoco fue notificada de que se veríaesta queja, pese a que un reglamento de la Corte lafacultaba para informar a las partes en una queja, cuandolas «consecuencias o efectos jurídicos» de su decisiónfueran de importancia.Alarmados por el irregular fallo, los abogados delCDE se entrevistaron con los magistrados. Ni Garridoni Hernández ni Silva ni Cousiño recordaban haberoído la relación de esa causa, así como tampoco que seles hubiera advertido del monto comprometido y de significaciónde la misma, como ocurre normalmente eneste tipo de causas. En el libro de registros aparecíaque el relator original, Gómez, fue reemplazado porEduardo González, a decisión del presidente de la sala,Lionel Beraud.El Consejo protestó por las irregularidades ante elpresidente de la Corte Suprema y pidió una reconsideraciónde oficio de la resolución.En tanto, tres importantes abogados del CDE interrogaronal relator González: el representante del CDEen la causa, Rodrigo Herrera; el consejero Pedro Pierryy la abogada procuradora de Santiago, María EugeniaManaud. Se sospechaba que González no había relatadola causa y le había sacado las firmas a los ministros por«secretaría». (Normalmente, después de que hay unacuerdo en un caso en la Suprema, los relatores recorrenlas oficinas de los ministros para que los firmen).González admitió que al exponer no leyó el montoinvolucrado, pero afirmó que hizo la relación completade los fallos de primera y segunda instancia.Pierry y Herrera sostuvieron que le creían. Conocíana González desde cuando era funcionario en la Corte de

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Valparaíso y conocían sus antecedentes académicos yfuncionarios, todos inmejorables.105No obstante, un fallo «obtenido» por Cereceda Bravotres años antes, sobre la misma materia y en condicionessimilares, apuntaban a la posibilidad de que Beraudhubiera «trabajado» al funcionario para que no relatarao para que lo hiciera de manera que los demás integrantesde la sala no se percataran de lo que estaba en juego.En esta forma, después sólo era cuestión sólo de sacarlesla firma para la resolución que él mismo se habríaencargado de sugerir.Otros antecedentes sobre la gestión de González enSantiago vinieron a empañar su buena reputación: suestrecha relación con el relator Jorge Correa y el «gestor», Luis Badilla.Badilla, quien trabajaba en el Banco del Estado, era,a comienzos de los «90, una cara familiar en el segundopiso de los tribunales, a la hora en que ya no había luz,ni muchos testigos. Intimo amigo del relator Correa,quien más tarde se vería involucrado en un procedimientosimilar que permitió la libertad al narcotraficanteLuis Correa Ramírez, siempre estaba al tanto de losjuicios contra el fisco y ofrecía sus servicios para ganarquejas «imposibles».El CDE protestó, pero no pudo revertir la sentencia.Beraud era un hombre que no permitía que se pasarapor alto la importancia de su investidura como ministrode la Corte Suprema. Hasta en los asuntos cotidianosmás nimios, hacía notar la significación de surango y de su nombre. Si mandaba a comprar una recetaa la farmacia, el funcionario tenía que mencionar quelos remedios eran para «el ministro Beraud».Tal vez por esa especie de ingenua arrogancia, elministro aceptaba sin titubeos las invitaciones a unacena de gala que cada tanto en tanto hacía la Sudamericanade Vapores. O a alguna función especial en el Tea106tro Municipal, con un regio cóctel final para los distinguidosasistentes, ofrecido por cuenta del BancoO’Higgins. Antes que admitir lo compromitente que podíaser para su independencia el aceptar la generosidadde Ricardo Claro o de la familia Luksic, el magistradose mostraba honrado por estas invitaciones.Beraud no estaba solo en esto. La mayoría de losmagistrados de la Corte Suprema acudía a los convites,halagada seguramente por la sensación de reconocimientode una clase social que tradicionalmente los habíaignorado. Adolfo Bañados y Mario Garrido formabanparte de la excepcional minoría que estaba por el rechazoa este tipo de concesiones.Quizás donde mejor quedó reflejada la personalidadde Beraud, fue en el caso de su operación en el HospitalMilitar.Beraud sufre de artrosis. El 5 de julio de 1993 se internóen ese recinto asistencial para insertarse una prótesisen la cadera derecha. Al día siguiente, el jefe delServicio de Traumatología, Alfredo Elgueta Parodi, ingresa

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al quirófano, donde el paciente ha sido ya preparadopor sus asistentes. Coge su instrumental y se ponea la tarea. Practicada ya la incisión en la zona marcadapor los ayudantes, advierte, demasiado tarde, que estabaoperando la cadera equivocada. En lugar de intervenirla cadera derecha la cirugía la estaba aplicando enla izquierda.El médico medita rápidamente y toma una decisión:insertará sendas prótesis en ambas caderas. Más tardeo más temprano, reflexiona, la zona izquierda tendráque ser también intervenida.En cuanto Beraud recuperó la conciencia, Elgueta leinformó de inmediato del error cometido. Literalmente,le pidió perdón. El hospital decidió no cobrar un solo107centavo por sus servicios, pero ni las excusas ni estegesto de supuesta generosidad lograron aplacar la furiadel magistrado.Algunos se apresuraron a sostener que Beraud noiba a atreverse a actuar «contra el Ejército» entablandouna demanda legal. Se equivocaron: representado porHugo Rivera, el ducho abogado que, un año antes, habíalogrado revertir un auto de procesamiento en contra delempresario Francisco Javier Errázuriz, presentó unaquerella por daños contra el equipo médico que lo habíaintervenido y una demanda de indemnización contra lainstitución hospitalaria.La Corte de Apelaciones nombró al ministro CornelioVillarroel para instruir el proceso, mientras el Consejode Defensa del Estado designaba al abogado DavorHarasic para que defendiera el patrimonio del fisco,comprometido en última instancia en la indemnización.En medio de la causa, el profesional pidió que Beraudfuera llamado a «absolver posiciones», procedimientoque permite al abogado de la contraparte interrogar eneste caso al querellante, para aclarar contradicciones enque éste haya incurrido.Uno de los puntos claves era precisar el eventualdaño. Beraud aseguraba que era físico y moral. Afirmabahaber quedado con una cojera permanente. El fiscodudaba de esos asertos. Daño físico no había, era la opinióndel CDE; si acaso, moral.Villarroel aprobó el trámite, convocando a las partesa la espaciosa segunda sala de la Corte de Apelacionesde Santiago, En este escenario, el querellante, en ungesto que puede calificarse de excepcional, se sentó enel estrado. Delante suyo, pero en un asiento inferior,quedó el magistrado Villarroel, a quien, como es de suponer,le correspondía presidir la diligencia. En prime108ra fila, en el sector reservado al público, se ubicó su esposa,quien, en un sillón especial, estuvo todo el tiemporezando el rosario. A su lado, sus dos hijos. Beraud argumentó,como ejemplo del daño moral sufrido, a quehabía quedado inhabilitado para impartir «la santa comunión», lo que le provocada un inmenso dolor.Todos los periodistas del sector recuerdan que, poresos días, el ministro se paseaba sin ayuda de muletas.

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Pero en privado, porque apenas divisaba a gente de laprensa, regresaba presuroso a su privado y reaparecíacon ellas. Según se sostenía en la demanda, Beraud habíaquedado atado a las muletas de por vida.Como era previsible, Villarroel condenó a los médicosy al hospital a pagar una indemnización de 80 millonesde pesos. El CDE apeló. La suma resultaba absolutamenteexcepcional. En la jurisprudencia chilena, loscasos por negligencia médica rara vez se fallan en favorde los pacientes y, si llega a ocurrir las indemnizacionespor daños y perjuicios, aun en casos de muerte, nologran alcanzar ni el diez por ciento de lo que se acordabaal ministro Beraud.En septiembre de 1995, la Primera sala de la Cortede Apelaciones de Santiago, integrada por los ministrosRaquel Camposano, Sergio Valenzuela Patiño y RafaelHuerta, acogió los argumentos del fisco y rebajó el beneficioa la mitad. El magistrado recurrió de casación y dequeja, pero la Corte Suprema, ya bajo el Gobierno deEduardo Frei, mantuvo el criterio de la Corte de Apelaciones.El Hospital Militar (es decir, en última instancia,el fisco) fue condenado en definitiva a pagar 40 millonesde pesos.Beraud, rencoroso, no olvidó. A comienzos de 1996,la Corte Suprema estrenaba el nuevo sistema de calificaciones,y en vez de las famosas «cuatro listas» que se109utilizaban en el pasado, los ministros de la Supremadebían ahora poner notas de 1 a 7 a sus subalternos.Como en el colegio. Los aspectos a evaluar se dividenen distintos rubros, cuyo promedio da finalmente la calificaciónanual. Para estar en categoría «sobresaliente»no bastaría, como antes, quedar simplemente en ListaUno. Hay que sacar un promedio superior a 6,5.Beraud no dejó pasar la oportunidad. Les asignónotas tan bajas a los ministros que le habían rebajado laindemnización, que pese a la buena evaluación de losotros ministros, los tres salieron de la categoría de «sobresalientes» y quedaron en desmedrada condición paraaspirar a un ascenso.Ese mismo año, Beraud calificó también con notasbajas a los ministros Juan Araya y Milton Juica, quienesnunca habían sido de su agrado. Juica una vez, siendorelator de la Corte Suprema, se negó a una peticiónextraña a los procedimientos normales que le hizo elmagistrado.Reportera, en aquel tiempo del diario La Tercera,escribí una crónica informando sobre las calificacionesde Beraud. El ministro me citó a la Corte. Me manifestóel riesgo que yo corría por haber publicado ese artículo;derechamente, una querella por infracción a la ley deSeguridad del Estado si la información resultaba serfalsa. Lo que él necesitaba, me dijo, era conocer la identidadde mi fuente. Le dije que estaba en su derecho deactuar en mi contra, pero me constaba que la informaciónera efectiva (la había visto algunas de las planillasde las calificaciones) y que, por cierto, no revelaría mi

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fuente. Beraud primero se hizo el duro, después cambióde táctica, jugando al blando y comprensivo. Cuandocomprendió que no iba a lograr nada conmigo, dio porterminada la conversación y me dejó ir.110Días después, el magistrado aceptó la apelación delos ministros afectados y condescendió, subiéndoles lanota.En la historia de sus animosidades contra ciertosjueces, Beraud sufrió algunas derrotas. Como la que letocó vivir con el ascenso del ex titular del Quinto Juzgadodel Crimen, Alejandro Solís al rango de ministrode la Corte de Apelaciones de Santiago. Lo persiguió enforma implacable, más allá de los años de la dictadura,tiempo en que se lo consideraba un juez «opositor», frustrandolas esperanzas de Solís con la llegada del nuevogobierno. Quince veces estuvo el magistrado en humillantesesperas en las antesalas de los ministros, sometidoa la arbitrariedad de los oficiales de sala, para pedirlesque lo incluyeran en las quinas de ascenso a laCorte capitalina o como relator de la Corte Suprema. Elmayor obstáculo era ésta, porque, allí, cada vez que semencionaba su nombre, Beraud lo vetaba.Finalmente, en 1992, ausente Beraud, en un pleno alque asistían sólo 9 ministros de la Suprema, Solís fueaprobado. Beraud hizo gestiones para anular la decisiónde sus colegas, pero ya era tarde. Poco después, el PresidenteAylwin escogía a Solís y el magistrado pudo finalmentellegar a la corte de Apelaciones de Santiago.Avanzada la década del ’90, con la renovación de laCorte Suprema, el ministro Beraud perdió influencia. Notoda, sin embargo. Un día de 1996, el abogado del Consejode Defensa del Estado Claudio Arellano Párker, esperabasu turno para alegar una causa por violación a la ley de alcoholes.Un funcionario de la Corte se le acercó y le dijo:—No se moleste en alegar. El ministro Beraud yahabló con los ministros adentro.López, inquieto por el anuncio, presentó de todosmodos su alegato. Perdió.111No se dejó amilanar ante la Corte Suprema y otravez lo siguió la sonrisa irónica del funcionario. «No semoleste». El CDE perdió nuevamente.En uno de los episodios finales de su gestión, en laacusación contra Jordán, Beraud cumplió un influyente,pero no aclarado papel. Junto a Luis Correa Bulo, asistióa una cena con el ex ministro Enrique Krauss paratratar el tema. Lo que discutieron los tres forma partede los enigmas no resueltos en la operación de salvatajede Jordán.Finalmente, llegó para Beraud el término de su carreracomo ministro de la Corte Suprema. Cuando laministra Soledad Alvear logró la aprobación del límitede 75 años como edad tope para la permanencia en elmáximo tribunal, el magistrado fue uno de los que mostrómayor ansiedad y angustia por el retiro forzoso. Intentómantenerse. Estableció todo tipo de contactos

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para conseguir alguna exención: que se dejara, por ejemplo,al margen de la disposición a los ministros que estabanen funciones todavía. Esta vez, fracasó.Tenía 80 años de edad cuando cursó su retiro. Suhoja de vida funcionaria era un modelo de pulcritud:inmaculada, en ella no figuraba ni la más mínima sombrade reserva o reproche.112CERECEDA Y LA QUERELLA DE LOS MEMBRILLOSHernán Cereceda Bravo llegó al Poder Judicial en1957. Era un entusiasta, brillante y ambicioso secretariodel Primer Juzgado de Menores. La meta que seproponía en su vida funcionaria era clara e inequívoca:ascender.En 1964, se convierte en juez titular del Quinto Juzgadode Menores, y apenas cinco años más tarde, su nombrefigura en una quina de proposiciones para integrarcomo ministro la Corte de Apelaciones de Santiago.El hecho es extraordinario, porque rara vez un juezde menores asciende a ministro, y es más raro todavía sise trata de un juez joven. Finalmente, es inusual tambiénque un juez de Santiago acceda directamente laCorte de Apelaciones de la capital.Pero Cereceda, a pesar de esta triple dificultad, estabaa punto de alcanzar el ansiado nombramiento. Faltabasólo la decisión del ministro de Justicia de EduardoFrei Montalva, Jaime Castillo Velasco, y como Cerecedano era hombre que dejara las cosas libradas al azar,mientras esperaba la resolución del Ejecutivo, en un113encuentro con Alejandro Hales —ministro, también, delgabinete de Frei Montalva— dijo, como sin ningún propósitoen particular, según recuerda el interpelado:—¿Usted sabe, Alejandro, dónde tengo que ir a pagarlas cuotas del partido?Su cálculo era erróneo, porque Hales no era militantede la democracia cristiana.De todos modos, el ascenso fue aprobado por CastilloVelasco y el presidente lo nombró ministro de la cortede Apelaciones capitalina, en la que rápidamente elliderazgo de Cereceda se hizo notar.Su liderazgo se convertiría años después, durantela dictadura militar, en un franco predominio hegemónico.En 1980 se encontró con que el destino del ministrode Justicia que había aprobado su ascenso estaba en susmanos. Cereceda formaba parte de la sala de la corte deApelaciones de Santiago que debía decidir sobre el amparopresentado por Jaime Castillo Velasco, entoncespresidente de la Comisión Chilena de Derechos Humanos,que afrontaba —por segunda vez— una condena deexpulsión del país.El amparo fue rechazado con los votos de RicardoGálvez y Arnoldo Dreysse. Cereceda fue el encargadode redactar el fallo, y fundamentó su decisión acusandoal ex ministro de Frei de promover, con sus prácticas,actos de «terrorismo», como el atentado a la casa del expresidente de la Corte Suprema, Israel Bórquez, en

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1979.El ministerio del Interior, representado por AmbrosioRodríguez, acusaba a Castillo: de haber suscrito enArgelia «un pacto con el partido comunista», desprestigiarel plebiscito de 1980, haber viajado a Caracas paraapoyar la acción de la DC venezolana y participar en114una huelga de hambre en la iglesia de San Francisco enagosto de 1978 y otra en la Parroquia Universitaria enmayo de 1979.Como ministro de la corte de alzada, Cereceda jamásacogió un recurso de amparo y siempre dio crédito a lasversiones oficiales en los juicios por violaciones a losderechos humanos. Apelativos como «narcotraficantes»y «terroristas» figuraban en sus sentencias para definira los opositores al gobierno militar.Cuando Hugo Rosende llegó al Ministerio de Justicia,en 1984, Cereceda se convirtió en el favorito. Lo ascendióa la Suprema en junio del 85, en el que fuera justamenteel primer nombramiento resuelto por Rosendeen relación con la Corte. En la propuesta, previa al falloministerial, figuraba en segundo lugar otro postulante,con muchos más años de antigüedad que Cereceda y conel antecedente adicional de haber hecho la etapa de rigoren los tribunales de provincia. Su nombre era ServandoJordán. Fue el punto de partida de una rivalidadentre ambos que se convirtió en legendaria en la pequeñahistoria de nuestro poder judicial.A poco de asumir su cargo en el máximo tribunal,Cereceda formuló lo que podría estimarse su código deprincipios: «Tenemos que aplicar las leyes vigentes (É)Las leyes las hace otro Poder del Estado. A nosotros sólonos corresponde aplicarlas». Paralelamente, se apoyódogmáticamente en la tesis de que la amnistía impedíainvestigar, defendió la competencia de la justicia militarsobre la civil en casos de violaciones a los derechos humanosy rechazó invariablemente las presentaciones dela Vicaría de la Solidaridad.Cultivó su liderazgo, promoviendo la carrera de algunosjueces y entorpeciendo la del resto. Aprovechandosu cercanía con Rosende, mantenía informado al Eje115cutivo de las conductas de sus colegas y los juicios que aél le merecían. No sólo profesionales, también políticos.El Código Orgánico de Tribunales es terminante:«Los jueces deben abstenerse de expresar y aún de insinuarprivadamente su juicio respecto de los negocios quepor ley son llamados a fallar». Cereceda no sólo hizo casoomiso de estas disposiciones, sino que usó el cargo parabeneficio personal y de los suyos. Llamaba a los juecessubalternos para pedir, por ejemplo, el nombramientocomo peritos, en causas judiciales, de su hermano PabloCereceda Bravo y su sobrino, Raúl Cereceda Zúñiga.El primero es síndico de quiebras y el segundo, peritocontable. Ambos forman parte de una lista de entrelas cuales los magistrados pueden escoger un nombrecuando necesitan designar a un síndico en una empresaen bancarrota o hacer un peritaje que es pagado por el

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Estado o por las partes litigantes.A veces la petición ni quisiera era necesaria. Losjueces, conociendo la relación de parentesco con el ministro,los preferían sobre los demás, lo que, más allá deque Cereceda pudiera o no intervenir, también cae dentrodel margen de la ilegalidad flagrante.Era moneda corriente que el magistrado llamara alos jueces para manifestar su opinión sobre la maneraen que debían resolver ciertos juicios. La forma en que«obtenía» fallos aun en la Corte Suprema en causas quele interesaban, era historia conocida por todos en lostribunales aún antes del cambio de gobierno.Un hecho que ilustra en forma cruda y casi novelescalas actuaciones abusivas de Cereceda es el procesocontra los campesinos Berta Contreras Soto y su hijoLuis Díaz.En 1987, el ministro le compró al sobrino de BertaContreras, Erasmo Arredondo, terrenos que daban al116lago Rapel y que le pertenecían legalmente a la anciana,dueña de casa y habitante de la comuna de Las Cabras.Ignorantes de la operación, el 18 de abril de ese año,Berta y sus hijos fueron sorprendidos cortando membrillosen el predio que habían recibido por herencia unaño antes. Juan Segundo Caroca, el cuidador contratadopor el nuevo dueño, los increpó al verlos con la fruta enlos faldones de sus chalecos.—Estos terrenos son nuestros —replicó Luis Díaz.Se presentó Erasmo Arredondo, sobrino de Berta yvendedor del predio, quien avaluó lo hurtado en diezmil pesos, correspondientes a 30 kilos de manzanas, higosy membrillos.Berta Contreras y su hijo Luis fueron a parar al juzgado.Una hija de la mujer, que trabajaba en la EmpresaNacional del Petróleo (Enap), tuvo que asumir la tareade buscar abogado. Ni ella contaba con mayores recursos,ni la familia tampoco, que provenía de la clase mediaempobrecida. Tuvieron que recurrir a un abogado deSantiago, Eduardo Soto, tras recibir la negativa de unalarga lista de abogados rancagüinos. Nadie quería pelearcon un supremo. Menos con Cereceda. Su poderío einfluencia en los juzgados, policía y hasta municipio deRapel y, en general, en la Sexta Región eran sobradamenteconocidos. Y temidos.Soto, que nunca recibió remuneración por este caso,argumentó lo obvio: la familia no podía ser acusada delhurto de frutas en terrenos que creían propios. Que ademástodo lo que había sacado eran unos pocos membrillos,apena lo que podían cargar en los faldones de suschalecos.Hernán Cereceda se querelló contra Berta Contrerasy su hijo. Pese a la insignificancia del monto comprometidoy de la acumulación de centenares de procesos117de mayor envergadura en los tribunales rancagüinos, laCorte de Apelaciones de esa ciudad designó —cosa absolutamenteinsólita— ¡un ministro especial para que se

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hiciera cargo del caso!Al asumir, el magistrado Juan Rivas estableció queBerta Contreras tenía realmente la posesión efectiva delos terrenos (según una resolución del 19° Juzgado civilde Santiago) y que el título de propiedad a nombre delministro Cereceda le había sido concedido gracias alcontrato de compraventa con Erasmo Arredondo, quienformaba parte de la misma herencia, pero cuyos derechosaún no habían sido reconocidos legalmente.El juez determinó que antes de resolver sobre elhurto, debía aclararse el asunto civil sobre la propiedady sobreseyó temporalmente la causa, en julio de 1987.Cereceda no quedó, por supuesto, conforme.Al cabo de un tiempo reanudó la querella, acusandoesta vez a Berta Contreras de «violación de domicilio»,iniciando así una nueva causa. Ella rechazó la acusación,declarando que sólo había ido a la propiedad del ministropara mostrarle los papeles que la acreditaban comodueña legal. Ocurrió entonces algo que escapa a la racionalidad:la jueza de Peumo-Cachagua, Irene Morales,encargada del proceso, no le dio crédito y ordenó sudetención, disponiendo su traslado, ¡con los tobillosengrillados!, a la ciudad de Rancagua. Allí, sin embargo,fue puesta en libertad, previo pago de una fianza.Cereceda presentó ante la Corte Suprema un escrito,quejándose de la falta de acuciosidad con que se tramitabanambos procesos. El 12 de agosto de 1988, elmáximo tribunal reabrió la causa por hurto, la acumulócon el proceso por violación de domicilio y le recomendóal ministro Rivas prestar «especial atención» a ambosprocesos.118El magistrado solicitó dos informes periciales paraque se estableciera fidedignamente el monto de lo hurtado.Los peritos respondieron que los árboles del lugarproducían fruta de mala calidad, sin valor comercial.Uno de ellos avaluó toda la producción en un máximo de820 pesos. El segundo, en mil 50 pesos. Desgraciadamente,Rivas enfermó, y el 28 de agosto, el mismo díaque asumió como suplente, el magistrado Alfonso Alvarezsometió a proceso a Berta Contreras y a su hijo LuisDíaz como coautores del delito de hurto. La causa quedóestancada hasta febrero de 1989, cuando Rivas, el titular,sobrepasado por la evaluación del caso que hacían sussuperiores, confirmó los autos de reo por hurto. Sin embargo,desechó la acusación de supuesta violación de domicilioy sobreseyó temporalmente ese segundo proceso.El abogado que defendió a la familia Contreras siguióinsistiendo en que fueran declarados inocentes,pues no podían ser autores de hurto de un terreno queles pertenecía legalmente. El ministro Rivas replicó diciendosimplemente que «tal fundamentación cae por subase» pues ya había sido rechazada por la Corte Suprema.Sostuvo que si bien la mujer tenía derechos sobre lapropiedad, eso no significaba que los tuviera sobre losbienes que había en ella. El magistrado fijó arbitrariamentelo sustraído en una suma levemente superior a

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los siete mil pesos y les impuso la pena de presidio menoren su grado mínimo: es decir, 61 días de cárcel.En 1990, las apelaciones llegaron a la Corte de Rancagua.El fiscal Hernán Matus, cuyo parecer fue consultadoantes de fallar, recomendó la absolución de los condenados.El delito, dijo, no estaba configurado. BertaContreras era la heredera legal de ese predio y, por lotanto, también dueña, al menos como comunera, de «todos» los bienes que había en él. Rechazó también el cál119culo de lo sustraído. Dijo que si los peritos estimaron elvalor de toda la producción en un máximo de mil pesos,la fruta que los condenados se llevaron en los faldonesde sus chalecos no podía costar más de ¡trescientos pesos!A pesar de todo, la Corte de Rancagua rechazó losrazonamientos del fiscal y confirmó los autos de reo.Otro tanto ocurrió con las presentaciones de la defensade Berta Contreras y su hijo ante la Corte Suprema.Resultado final: Cereceda se quedó con los terrenos.Berta Contreras y su hijo, condenados y llenos de impotencia,se vieron en la obligación de firmar periódicamenteen el patronato de reos. Luis Díaz se aburrió undía y no fue más. Hasta hace muy poco tenía todavía ensus antecedentes el traspié legal y le era muy difícilencontrar trabajo.Estas y otras actuaciones del ministro Cereceda,quedaron tras el cambio de gobierno, ocultas bajo el vendavalque produjo la disputa política entre el Poder Ejecutivoy el Poder Judicial.Cereceda intentó actuar con astucia en el nuevo escenario.Como queda registrado en estas mismas páginas,el magistrado mantuvo una postura ambigua, conuna apariencia de cercanía a las propuestas de reformaque hacía el gobierno. Era evidente que si se alineabaclaramente con los «duros» sus posibilidades de sobrevivenciafuncionaria iban a ser menores. Motivado quizástambién por su rivalidad con Enrique Correa Labra,Cereceda se ubicó en la vereda del frente, junto a RobertoDávila y Hernán Alvarez.Pero su astucia no lo llevó muy lejos.En junio de 1990, la Corte de Apelaciones de Santiagonombró a Gloria Olivares para que investigara el secuestroy desaparición del dirigente del MIR, Alfonso120Chanfreau. Los testimonios de la ex informante LuzArce y de exiliados retornados que habían estado recluidoscon él, habrían agregado los «nuevos antecedentes»que la causa necesitaba para su reapertura.La magistrada tomó el caso con pasión y, sin medirlas consecuencias políticas, citó a los agentes de laDINA que estuvieron al mando del centro clandestinode detención conocido como Villa Grimaldi. Entre ellos,al coronel en servicio activo Miguel Krasnoff Martchenko,comandante de la IV división de Ejército, conasiento en Valdivia.Fue el límite que colmó la paciencia del Ejército. Lajusticia militar reclamó para sí la causa y se trabó lacontienda de competencia que sólo la Corte Suprema

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podía dirimir. Fue así como el caso llegó a la TerceraSala, presidida por Cereceda, e integrada por LionelBeraud, Germán Valenzuela Erazo, dos abogados integrantesy, excepcionalmente, por el auditor general delEjército, Fernando Torres Silva.El 30 de octubre de 1992, los magistrados, con losvotos en contra de los abogados integrantes, traspasaronel caso a la justicia militar.Gloria Olivares no pudo evitar el llanto cuando supola noticia.Las reacciones no se hicieron esperar: la bancada dediputados socialistas de la Cámara presentó de inmediatouna acusación constitucional por «notable abandonode deberes» en contra de Cereceda, Beraud, Valenzuelay el auditor Torres. Se apoyaba en el argumentode que el fallo había significado una manifiesta denegaciónde justicia, pues era un hecho que en la justiciamilitar los casos por violaciones a los derechos humanosterminaban sobreseídos definitivamente.121En la fundamentación se agregaba un caso anterior,el del secuestro del coronel Carreño. Los mismos ministroshabían permitido que Torres integrara la sala, apesar de que había sido él mismo quien había ordenadolas detenciones e interrogatorios (realizados bajo tortura)y había dictado en primera instancia una sentencia decondena. No sólo no habían sugerido la inhabilidad deTorres para pronunciarse sobre los recursos presentadospor la defensa, sino que, los ministros de la Corte Supremalo habían nombrado ministro redactor del fallo.Un tercer argumento estaba ligado al segundo: lademora de la sala, más allá de los plazos legales y pesea haber «reo preso», en dictar el fallo sobre la sentenciadefinitiva.Aunque los fundamentos eran débiles, principalmenteporque era evidente que se trataba de irregularidadesque la mayoría de los magistrados habían cometido y seguíancometiendo en numerosos casos, los partidos de laConcertación en pleno apoyaron la acusación, mientrasque la oposición la rechazó. Con los votos de los primeros,fue aprobada en la Cámara de Diputados, tras unadiscusión en que empezaron a surgir indicios de la vulnerabilidadde Cereceda por otros hechos. Actos que nadiemencionó en público, con excepción del diputado JaimeCampos quien tuvo el coraje de decir en el hemiciclo queCereceda era «un juez venal». Aunque no dio detalles, laspersonas mejor informadas, en verdad casi todo el mundo«en el foro», sabían lo que había detrás del comentario.En el Senado los pronósticos apuntaban a que la acusacióniba a ser rechazada. La oposición, con los senadoresdesignados, era superior en un voto sobre la Concertación.Horas antes de la votación, el presidente del Senado,Gabriel Valdés, anunció que se votaría separada122mente el caso de cada uno de los ministros, dividiendoademás la votación en cada una de las tres acusaciones.La mayoría de la oposición le permitió fáciles victorias,produciéndose incluso un margen favorable adicional

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inesperado en el punto de la acusación que condenabala integración del general Torres en el proceso porel secuestro del coronel Carreño. En este caso se sumarona los votos de la oposición los de dos representantesde la Concertación, rompiendo la cohesionada conductadel conglomerado: los de los senadores Eduardo y ArturoFrei.Lo que no estaba previsto, sin embargo, fue que tresparlamentarios de Renovación Nacional, Ignacio PérezWalker, Sebastián Piñera y Hugo Ortiz de Fillipi, apoyaranla acusación en uno de los puntos —la demora enla sentencia del caso Carreño— en contra de uno de losmagistrados, Hernán Cereceda, produciendo un verdaderoterremoto político.Sus «razones de conciencia» nada tenían que ver conel caso Chanfreau, ni con los tópicos formales de la acusación.Más bien tenían su origen en las experienciasdel senador Ortiz, como abogado, en su trato con el ministroCereceda. «Yo sé que es corrupto», sostuvo enconversaciones privadas que mantuvo con parlamentariosde la Concertación, a los que les anunció su decisiónde apoyar la acusación. «Yo mismo le pagué unavez», había agregado, lapidario.En los tribunales se hablaba del «cobro a la italiana»que Ortiz le había hecho a Cereceda. Y del respaldootorgado por Servando Jordán con su silencio.Lo cierto es que al menos una parte de esas otrasrazones estaban en conocimiento de los dirigentes de laConcertación cuando la acusación fue presentada. Ningunode ellos, sin embargo, las hizo públicas ni enton123ces, ni después. Nunca se mencionó, por ejemplo, que elServicio de Impuestos Internos (SII) había verificado lafalta de correspondencia entre el nivel de ingresos y degastos que revelaban algunos de los ministros de la CorteSuprema.Yo estaba, por esas fechas, comenzando a reunir informaciónpara este libro y tuve la oportunidad de conversarcon el abogado del SII a cargo de esas investigaciones.Le pedí que me revelara los resultados. «Ahorano puede ser», me dijo, «la cosa está muy caliente». Repetidasveces, incluso mucho tiempo más tarde, le insistísobre el punto. La última respuesta suya es inolvidable:«¿Para qué quieres nada ahora? Eso ya pasó».Era obvio que los bienes que exhibía Cereceda llamabana sospecha. Su automóvil último modelo contrastabacon los vehículos fiscales asignados a sus colegas; suslujosos departamentos —comprados rigurosamente alcontado— en El Bosque y Las Condes, uno de los cualestenía un avalúo fiscal, en ese entonces, de 180 millonesde pesos. Imposible compararlos con la vivienda fiscal,por ejemplo, que habitaba en Providencia Enrique CorreaLabra.Cereceda cultivaba, además, el hobby de coleccionistade obras de arte caras.Si desde que asumió Aylwin los presidentes del Colegiode Abogados reclamaban repetidamente por los

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«alegatos nocturnos» —quejas que Cumplido representóante los presidentes de la Corte Suprema de turno—, sedebía principalmente a la conducta de Cereceda, cuyodespacho «se llenaba de gente para pedir audiencias».Sus especiales vínculos con el relator Jorge Correa ycon el abogado Luis Badilla hacía tiempo que llamabanla atención. Cereceda procuraba que Correa fuera elrelator en las causas de su interés, y el funcionario llegó124a cobrar tal presencia, que llegaba al extremo de desplazarpor propia iniciativa a sus colegas, quitándoles losexpedientes con el argumento de que era su funciónnarrar «todas» las quejas. Como se sabe, el papel del relatores fundamental, porque depende en una buenamedida de su «narración» el que lo que se resuelva seincline en uno u otro sentido.El relator Correa llegó a la Corte Suprema en 1990,por decisión del presidente Luis Maldonado, quien enestos casos se dejaba asesorar por Cereceda, favoritosuyo. El relator «suplente» no tenía rango de titular,pero se le adjudicó la tarea de ayudar a despachar lasquejas, que aumentaban día a día en la Corte Suprema.Como él mismo reconocería en una entrevista, tiempomás tarde, al año de iniciada su labor en la Suprema, elnúmero de fallos en recursos de queja aumentó en másde mil respecto de 1989.Correa tuvo el talento de instalarse en el alero deCereceda, sin desdeñar, sin embargo, la cercanía con surival, Servando Jordán.El abogado Badilla —hijo de una empleada de Cereceda—,era conocido en el foro porque ofrecía sus servicioscomo «gestor», según ya se ha señalado, y como habituéen el despacho de Cereceda cuando se realizabanlos alegatos nocturnos.También era ampliamente conocida la protecciónque Cereceda les brindaba a sus parientes en funcionesasignadas por la Justicia.Tras el quiebre de la empresa Lozapenco, por ejemplo,que implicó el procesamiento de Feliciano Palma yel despido de miles de trabajadores penquistas, un tribunalcivil nombró como síndico suplente a Pablo Cereceda.El profesional se haría cargo de la empresa hastaque la Junta de Acreedores —en que el actor principal125era el fisco— se reuniera para ratificar o rechazar sudesignación. Reunida ésta, se acordó reemplazar a Cereceda,por el síndico Germán Sandoval.El primero había cumplido sus funciones entre el 22de noviembre de 1990 y el 20 de enero de 1991, y a lahora de tener que finiquitar sus servicios presentó sucuenta de honorarios: ¡140 millones de pesos! Una sumacomo para no creerlo. La Junta contaba con que no seríanmás de tres o cuatro millones.Le tocó a Selim Carrasco, entonces fiscal de la TesoreríaGeneral de la República y asesor jurídico de laJunta Militar, discutir con Pablo Cereceda el tema desus honorarios. El encuentro estaba apenas comenzando

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cuando sonó el teléfono y tras las palabras rituales debuena crianza, se produjo el siguiente diálogo:—Tengo entendido que hay un problema con los honorariosde mi hermano. —La amable voz en el otro ladode la línea era la del ministro de la Corte Suprema HernánCereceda—. A ver, cómo explicarle: esta es la primeravez que hago algo así... Ocurre que él es un excelenteprofesional, otro nivel, usted sabe. Lo que pide, en realidad,no es exagerado; y yo me atrevo a sugerirle queapruebe el pago.—Ministro, yo no le podría asegurar nada. La verdades que en estos casos lo normal es que el fisco pagueel mínimo... No cuestionamos las capacidades de Pablo,hizo un buen trabajo, pero sus honorarios son demasiadoelevados.La conversación duró más de quince minutos. Cuandocolgó, Carrasco estuvo todavía un rato en pleno regateocon el perito y al cabo logró llegar con él a un acuerdo:convinieron en rebajar sus honorarios a 20 millonesde pesos.126A pesar de lo acordado, Cereceda volvió posteriormentea la carga en la reunión de la Junta de Acreedores,exigiendo subir la postura a 25 millones con la amenaza,en caso de contrario, de llevar el caso a los tribunales.Aunque notoriamente la suma era excesiva, considerandoque no había siquiera recursos suficientespara pagar a los trabajadores, los accionistas cedieron ala petición, por temor a que Cereceda obtuviera una indemnizacióntodavía mayor si llevaba el problema a losestrados judiciales.Pablo Cereceda actuaba en sus funciones de síndico,normalmente, en unas treinta quiebras simultáneas,todas importantes. Sus honorarios, lo mismo que los deRaúl Cereceda Zúñiga, sobrino del ministro, eran cuestionadospor el Consejo de Defensa del Estado en el 80por ciento de los casos, pero lo habitual era que el fiscoperdiera los juicios al llegar a la Corte Suprema.Tras la destitución de su pariente, ambos perdieroninfluencia, aunque continuaron recurriendo a los tribunalesen búsqueda de amparo. Menudearon sus conflictoscon el Servicio de Impuestos Internos por los másdiversos problemas tributarios.El 21 de enero de 1993 el Senado aprobó la destitucióndel ministro Hernán Cereceda, y desde ese mismodía el magistrado dejó de ser integrante del máximo tribunal.Bajo la presidencia de Marcos Aburto, el pleno de laCorte Suprema decidió acatar la decisión del Senado.En un acuerdo del que no se dejó registro escrito, losmagistrados resolvieron además no recibirlo en audiencias.Aunque públicamente continuaron defendiéndolo.En la Corte de Apelaciones de Valparaíso se presentarondos recursos de protección a favor suyo, en loscuales naturalmente Cereceda se hizo parte. Ambos127fueron rechazados, tras lo cual el destituido ministropidió ser recibido por la Suprema.

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Quería decir su último adiós.«Mi carrera judicial ha concluido dramáticamente(É) La acusación constitucional de que fui objetotrascendió de su contenido específico y avanzó temerariay con solapada publicidad hacia el pantanosocampo de las suposiciones e intrigas perversas. Lasrazones formales del texto escrito fueron el escudopara condenarme por las motivaciones encubiertas oaudazmente proferidas gracias a privilegios políticosque lesionan el orden jurídico».Aludía, obviamente, a las acusaciones que se le hacíanen privado —él lo sabía— de actos de corrupción. Ya las que le había formulado el diputado Jaime Camposen el hemiciclo, protegido por el fuero de la Cámara.Cereceda agregaba que no estaba pidiendo que serevisara el recurso de protección rechazado por la corteporteña, pero reiteraba que el Senado, al separar sucaso del de los otros ministros, había hecho «una diferenciaarbitraria» conduciendo «a un resultado injusto».«En este lugar de honor y de justicia ha quedadoescrito que el término de mi carrera judicial, cuyadiáfana trayectoria fue siempre el mandato de miconciencia, ha sido producto de la más injusta maniobrapolítica, adoptada por una mayoría ocasional (É)Esta exposición tan personal constituye el punto finala este proceso que llevó a decir a su sabio Presidente(Marcos Aburto), que él constituía una especie de ‘nochetriste del Poder Judicial’. Confío, al igual que él,que esta noche haya quedado definitivamente atrás».128LOS MISTERIOS DE LA TERCERA SALAEn los primeros años del gobierno de Patricio Aylwinla Tercera Sala aparece con una aureola que la distinguecon tintas precisas de las restantes salas de laCorte Suprema.En 1991 la integraban Marcos Aburto, Servando Jordán,Osvaldo Faúndez y Enrique Zurita. En los sólotres meses comprendidos entre marzo y junio de ese añolos magistrados dictaron tal cantidad de resolucionespolémicas, que lograron crear para la sala una fama cercanaa lo mítico.A modo de ejemplo, evoquemos un fallo memorable,el que ordenó la reincorporación de diecisiete detectivesde Temuco que habían sido dados de baja por su participaciónen operaciones de narcotráfico, extorsión,complicidad en fraudes tributarios y hasta comercializaciónde cheques robados. Era parte de la depuracióndel servicio resuelta por el director de Investigaciones,general (r) Horacio Toro. La Sala acogió una queja delos ex policías, estimando que sus defensas no habíansido oídas adecuadamente.129El veredicto provocó un conflicto entre el Ejecutivoy el Poder Judicial, pues las resoluciones habían sidofirmadas por el Presidente, quien tiene la facultad privativade pedir la renuncia a los empleados fiscalescuando pierden su confianza.Otro caso. El mismo tribunal, con el voto en contra

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del ministro Enrique Zurita, revocó el auto de procesamientodel ex agente de la CNI Jorge Vargas Bories,inculpado por el asesinato del periodista José Carrascoy dejó esa causa en punto cero.Suma y sigue. El asesinato del empresario SergioAurelio Sichel (cuya muerte dio origen a la investigaciónpor la financiera ilegal «La Cutufa») también quedóimpune, después que la Tercera Sala anuló los autos deprocesamiento dictados por la Corte de San Miguel, porviolación de domicilio, en contra del abogado JaimeLaso del ex agente de la CNI capitán (r) Patricio Castro,del ex agente bancario Ramón Escobar y del mayor deEjército, Luis Rodríguez Nova. Por los mismos hechos laCorte también determinó revocar un auto de procesamientoque ni siquiera se había dictado aún en contradel ex director de la CNI, general (r) Gustavo Abarzúa.Los mismos ministros acogieron el recurso de amparoque le permitió al empresario Francisco JavierErrázuriz liberarse del auto de procesamiento que habíadictado en su contra el titular del Quinto Juzgado delCrimen, Alejandro Solís.Ciertamente no podía pedírseles a los ministros dela Corte Suprema que resolvieran según las demandasde la opinión pública. Esa ha sido una de sus defensasfundamentales: La Corte Suprema debe aplicar la ley leparezca mal a quien le parezca. Pero ciertos hechos,ciertas sombras llena de dudas al menos legalista de losanalistas.130Esa misma sala fue la que el 13 de mayo de 1991, acogióuna «reposición» en un recurso de queja que otorgóla libertad provisional al colombiano Luis CorreaRamírez, procesado, junto a otros cuatro cómplices, porla internación a Chile del cargamento de cocaína másgrande jamás descubierto (500 kilos que ingresaron porel puerto de Arica y que serían reenviados a EstadosUnidos). La queja en cuestión había sido rechazada, enun voto unánime, menos de 30 días antes —el 17 deabril de 1991— por el mismo tribunal.Inmediatamente después del fallo que le otorgó lalibertad, Correa huyó de Chile. Aunque más tarde fuecondenado en ausencia, hasta el día de hoy está prófugo.Recuerdo muy bien este caso porque, tal como se dacuenta en otro capítulo, me encontré con el funcionariodel Consejo de Defensa del Estado, Oscar López, el díaque se dio cuenta del desatino. El recurso de reposiciónhabía ingresado sin que el CDE hubiera podido percatarse.López estaba francamente aterrado.Reuní los antecedentes del caso y escribí un artículode una página en La Epoca. El presidente del CDE,Guillermo Piedrabuena, inició una investigación internasobre los hechos y protestó ante el presidente de laCorte Suprema, Enrique Correa Labra, por las irregularidadesconstatadas. La periodista Patricia Verdugoescribió también más tarde sobre el caso en la revistaApsi, pero nadie en el mundo político pareció entoncesdarle importancia.

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Tras el sumario del CDE resultó despedido López,por no haber advertido que se vería la reposición, pesea que quedó establecido que la irregularidad se cometióen la Corte Suprema, que no registró el ingreso en loslibros destinados para ello.131El proceso tenía antecedentes sospechosos. Se habíainiciado en Arica el 12 de agosto de 1989 tras el descubrimientodel cargamento de cocaína por parte del OS-7.En octubre de 1990, una sala de la Corte de Apelacionesde Arica, compuesta por dos abogados integrantes yun ministro titular, le concedió la libertad provisional aCorrea Ramírez. Los abogados dijeron sí y el ministrotitular, Hernán Olave votó no. El CDE alcanzó a reaccionara tiempo y presentó una queja disciplinaria contralos abogados integrantes Luis Cabanni y Hugo Silva.Dos días después, el pleno del tribunal ariqueño revocóla libertad. Un año más tarde la Corte Suprema se negóa sancionar a los abogados integrantes, conformándosecon hacerles un llamado de atención.El 13 de marzo de 1991, Correa Ramírez pidió nuevamentela libertad, que fue rechazada por el juez investigadory por la corte de Arica. El procesado entonces,bien aconsejado por su abogado, presentó una queja a laSuprema, que fue rechazada inicialmente por los ministrosde la Tercera Sala: Marcos Aburto, Servando Jordán,Enrique Zurita y dos abogados integrantes.Tal vez motivado por una confianza ciega en los tribunaleschilenos, el colombiano insistió con la reposición,de la que no quedó registro en ninguna de sus etapas detramitación, como tampoco de su envío al relator suplenteJorge Correa, quien se hizo cargo del expediente originalmenteasignado al relator Waldo Otárola.Al relatar los argumentos de la reposición, el lunes13 de mayo de 1991, Correa utilizó un subterfugio: mencionóal procesado alterando, al parecer, el orden denombres y apellidos (barajando los varios disponibles:Luis Eduardo Correa Ramírez), y omitió enseguida algunosantecedentes, aminorando otros y poniendo encambio otros más en primer plano. Consiguió en esta132forma hacer aparecer el caso como si fuera otro distinto.Esta vez la sala, integrada por los mismos Aburto, Jordány Zurita. Zurita, más Osvaldo Faúndez y el abogadointegrante Fernando Fueyo acogió la reposición. Al cierrede la jornada esa tarde, López, al revisar el listadode fallos, constató la enormidad de la situación y se dirigióde inmediato al Consejo a dar cuenta a sus superiores.El CDE presentó entonces dos días después, un escritopidiendo que se dejara nula la resolución, pues nohabía fundamentos para que los ministros hubierancambiado de opinión en menos de treinta días, y ademáshacía notar la existencia de irregularidades en la tramitacióndel recurso. Pero Correa Ramírez ya había sidopuesto en libertad.El 26 de junio el tribunal determinó un simple «noha lugar» a los reclamos del CDE.

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Más tarde, los procesados en esa misma causa intentaronescapar de las condenas usando un procedimientoentonces habitual por los abogados, quienes buscabanuna «sala» o un relator que beneficiara sus posturas. Porun lado presentaron recursos de queja y, por otro, decasación, en contra de las sentencias de primera instancia.Viendo que las casaciones eran destinadas a salasque no les parecían adecuadas, se desistieron de éstasy se quedaron con las quejas. Estas, que fueron asignadasoriginalmente cada una a un relator distinto, terminarontodas en manos del relator Correa. Y en vez deseguir el destino de las quejas anteriores (la TerceraSala) fueron a parar a la Segunda, que presidía interinamenteHernán Cereceda.Este ministro alcanzó a oír la relación de las quejas,el 9 de septiembre de 1992, pero fue suspendido (por laacusación constitucional) antes de que hubiera un fallo133al respecto. El 22 de junio de 1993 las quejas de los procesadosfueron rechazadas unánimemente y las condenasconfirmadas. La vía judicial no fue necesaria para ladefensa del resto de los procesados (los colombianosSayl Sánchez y Fernando Cuesta, el boliviano HansKollros y el chileno Angel Vargas Parga). Los tres primeroshuyeron de la cárcel y el segundo recibió el indultopresidencial de parte del Presidente Eduardo Frei,cuando hubo cumplido la mitad de la condena.Y hay más en relación con la Tercera Sala.En 1992, estaba integrada por Cereceda (presidente),Beraud y Valenzuela. Poco antes de la acusación porel fallo en el caso Chanfreau, ese tribunal rechazó laextradición de Chile a Estados Unidos del ex prefectode Investigaciones, Sergio Oviedo. «El chueco» Oviedo,como lo llamaban los policías al interior de Investigaciones,había dirigido la Brigada de Asaltos hasta elcambio de gobierno. Según el expediente de extradiciónenviado por las autoridades norteamericanas, Oviedohabía «facilitado» la salida de Chile de la «correo» JaelJoely Marchant, evitando que fuera controlada en elaeropuerto en Santiago. La mujer llegó con medio kilode cocaína al aeropuerto de Miami. Funcionarios delDEA atestiguaron que la mujer ingresó con un pasaportefalso y portando un papelito en que tenía anotados elnombre y número personal del ex jefe policial.La Tercera Sala confirmó el pronunciamiento inicialdel presidente de la Corte Suprema, Enrique CorreaLabra. Los antecedentes, según todos ellos, eran insuficientespara deportar a Oviedo.134EL DESCARRIADO JORDÁNCinco años después del fallo de la Suprema que acordóla libertad de Luis Correa Ramírez, este hecho constituyóuna de las piezas clave en la acusación constitucionallevantada por el diputado de la UDI Carlos Bombalcontra el ministro Servando Jordán. La otra fue suinvolucramiento indebido en el proceso contra Mario SilvaLeiva y el ex fiscal de la Corte de Apelaciones, Marcial

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García Pica.En algún sentido, la acusación contra Jordán fueextemporánea, porque mientras fue presidente de laCorte Suprema demostró el mejor comportamiento posible.Llegaba a las 7 de la mañana a la Corte y se retirabatarde, ya de noche, mucho después que sus demáscolegas. Había moderado el consumo de alcohol, por lomenos en las horas de trabajo.Se lo veía feliz, plenamente cómodo en el ejerciciode sus funciones.En 1991 había enfrentado al abogado Pablo Rodríguezy al contundente equipo de profesionales contrata135dos por el BHIF para disputar al empresario FranciscoJavier Errázuriz la propiedad del Banco Nacional.Como se recordará, la superintendencia de Bancoshabía intervenido el Banco Nacional, después de constatarque no contaba con la liquidez necesaria para seguiroperando y luego, como propietaria de la institución,lo vendió al BHIF.El equipo de abogados del BHIF preparó un informesobre la conducta de los ministros de la Corte Supremaen los innumerables juicios —como querellante o querellado—sostenidos a lo largo de los años por el actualsenador, quien tenía fama de hombre poderoso en elmáximo tribunal.El estudio revelaba que entre 1988 y 1991, Jordánhabía fallado dieciséis veces a favor y once en contra deErrázuriz. En el caso de sus votos favorables, los másnumerosos son aquéllos en que éstos se suman al parecermayoritario; en los menos, en cambio, aparece comoun solitario voto favorable contra los otros cuatro.En las ocasiones, en fin, en que aparecía votandocontra Errázuriz, en dos de ellas lo hizo como parte delvoto de minoría, es decir, no dañaba al empresario y enotras siete, el fallo se había definido por cinco votos acero, lo que obviamente significa que el suyo no definíala suerte de la resolución.Sólo dos veces aparece votando en contra en un fallodividido (tres contra dos), contrariando frontalmentelos intereses de Errázuriz.En alguna de esas querellas, el abogado Pablo Rodríguez,conocido como «infalible» en la Corte Supremay de notoria amistad con el destituido Cereceda, estandoen el equipo contrario a Errázuriz, presentó una recusaciónamistosa contra Jordán. Rodríguez le pidió quese abstuviera de resolver el asunto, pues eran públicos136sus lazos de amistad con el empresario, a quien habíarecibido en audiencia en dos ocasiones.Jordán no sólo rechazó la recusación. Respondió conuna ácida carta en la que, en su afán por desacreditar aRodríguez, hizo revelaciones muy claras sobre el tráficode influencias existentes en el máximo tribunal. Contóhaber recibido en su despacho al abogado Rodríguez, enel mes de septiembre de 1991, para agradecerle sus buenosoficios en el nombramiento de su hijo Rafael comoabogado del BHIF.

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Agregaba: «Hablamos también que, por esas cosasde la vida, al señor Rodríguez ‘le había ido mal’ en todaslas causas en que había intervenido el ministro Jordán(se refería a sí mismo en tercera persona) y por últimome hizo presente —objeto fundamental de su visita—que tenía interés puesto en un recurso de queja interpuestopor la inmobiliaria Kennedy, agregándome supreocupación porque en ella en el trasfondo se hallabael señor Errázuriz, de quien se decía que era íntimoamigo del suscrito».Jordán negaba su amistad con Errázuriz, aunqueadmitía haberle concedido dos audiencias «con atinenciaa sus juicios», pese a que les está vedado a los magistradosrecibir a las partes comprometidas en litigios.Lanzando un dardo a sus colegas Cereceda y Beraud,Jordán recordaba que aunque Errázuriz había invitadoa todos los magistrados de la Corte al casamiento de suhija, él personalmente no concurrió.El recurso de queja de Errázuriz fue acogido porunanimidad, decía Jordán, haciendo presente que sipersonalmente se hubiera dejado conducir por sentimientosde agradecimiento, que los tenía hacia Rodríguez,hubiera votado en contra y no fue así. Añadió quesi se consideraban «actos de estrecha familiaridad» los137de su conducta al recibir en audiencia a Errázuriz, «elseñor Pablo Rodríguez dejaría en compromiso análogo amúltiples jueces, pues ello (pedir audiencias) constituyesu costumbre».Rodríguez rechazó los comentarios de Jordán en unaréplica en que expuso que le había pedido una audienciasólo para manifestarle «personalmente» el motivo dela recusación y admitió haber recomendado a RafaelJordán para que trabajara en el BHIF, antes de asumirla representación de ese banco, «por sus méritos personalesy no por la relación de parentesco que lo liga conel ministro recusado»Cuando asumió el gobierno de Aylwin, sus funcionariosrecibieron abundante información sobre diversosaspectos de la vida y conducta de Jordán.Algunos detectives dieron cuenta extraoficialmenteal director de Investigaciones, Horacio Toro, que el ministro—también otros de sus colegas— consumía algomás que alcohol en sus salidas a locales nocturnos enSantiago. Cuando el jefe policial traspasó al gobiernoestos antecedentes, sus interlocutores le comentaronque «ya sabían».Lo cierto es que nunca se dispuso en concreto algunamedida destinada a investigar estas acusaciones.Principalmente porque el Ejecutivo no tenía atribucionespara hacerlo y podría haberse creado, además, unproblema mayor que el eventual beneficio de tal operaciónde inteligencia. Por lo demás, lo que hiciera o no elministro para divertirse fuera de las horas de trabajo,era estrictamente un asunto de su vida personal.La conducta de Jordán no siempre fue tan cuestionada.Inició su carrera como oficial de la Corte de Apelaciones

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de Santiago y en 1953 fue nombrado juez de Santa138Cruz. Fue luego juez de San Fernando, relator de la Cortede Apelaciones de Santiago y juez del Crimen en Santiago.Hasta ese entonces sus superiores y los ministros deJusticia de turno opinaban que Jordán era un excelentemagistrado. Un sabueso. Aunque su carácter difícil hacíaimprobable su ascenso a la Corte de Santiago. Noestaba listo para pasar la prueba del besamanos.Jordán aprovechó la posibilidad que le brindó el subsecretariode Justicia de Alessandri, Jaime del Valle, yse trasladó como ministro de la nueva Corte de PuntaArenas, plaza que era rechazada por buena parte de losjueces santiaguinos, aunque ofrecía duplicar extraordinariamentelos años de antigüedad.En esa lejana ciudad, Jordán sufrió un inesperadorevés personal y se separó de su primera esposa. Comenzarona circular, a partir de entonces, los comentariosdentro de la magistratura sobre su «vida licenciosa».Como parte del ejercicio de su ministerio, se esperaque los jueces no beban en exceso, ni acudan a casas deprostitutas, ni se endeuden, ni tengan más de una mujer.No por espíritu puritano —que a veces tambiéncuenta en la carrera judicial— sino porque esas accionescomprometen su independencia. Expresan debilidadesque pueden ser explotadas más tarde en los juicios.Los jueces, al abrazar la vocación, están condenados auna vida en cierta medida solitaria y moderada.Jordán, no parecía ser excesivamente fiel a esos códigos.Su buena disposición para lo que suele llamarse«la buena vida» hallaba, al parecer, un caldo de cultivoapropiado en la fría y distante ciudad austral.Después de permanecer una década en aquellas lejaníasy habiendo acumulado más años de antigüedadde los requeridos, logró, en 1970, su traslado a la cortede Santiago.139En la capital, especialmente tras el golpe de Estado,el ministro constató que los ascensos en la carrera judicialestaban reservados para los incondicionales. Aprendiólas «mañas» —aunque no el talento— de Cereceda ycomenzó a promover la carrera de sus amigos. Era muchomás informal que aquél; seguidor de la filosofíaoriental y aficionado a la poesía y a la escultura. Se casóen segundas nupcias, esta vez con una secretaria deAndrónico Luksic padre. Uno de sus hijos se transformóen oficial de la Armada, otro en abogado y un tercero,en dentista.En la lucha por el liderazgo interno, Cereceda, muchomás hábil en el juego de los halagos, le llevaba ladelantera. La rivalidad entre ambos se convirtió enmitológica.Ya en la Corte de Apelaciones, las salas que integrabaJordán eran conocidas por ser las preferidas de losacusados por narcotráfico. El magistrado no ocultaba suopinión «liberal» en cuanto a que los adultos son libresen su vida privada de ingerir lo que les plazca. Que los

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adictos deben ser considerados enfermos, no delincuentes,aunque la ley chilena diga otra cosa. Cuando llegó ala Corte Suprema, mantuvo el mismo criterio y se loplanteó, entre otros, al ex ministro del régimen militar,Francisco Javier Cuadra, en una audiencia que le concedióal ahora analista político en medio de las querellasque presentaron en su contra la Cámara y el Senado.Así, desde que Jordán fue promovido a la Corte deApelaciones, los procesados sabían que si invocaban sucondición de consumidores, tendrían más posibilidadesde recuperar la libertad en la sala de Jordán que enotras.En junio de 1979 la Corte de Apelaciones lo designóministro de turno para investigar los casos de detenidos140desaparecidos en Santiago. Después de reiteradas negativas,la Corte Suprema acogió la petición del arzobispadode Santiago y Jordán fue el escogido para tramitarlos.El ministro se constituyó en cuarteles secretos de laDINA, que a esas alturas ya habían sido desarmados ydecretó un importante número de diligencias. Entreellas, consiguió determinar la estructura de la disueltaDINA. Los abogados de la Vicaría de la Solidaridad consideraronvalioso el resultado de sus pesquisas, peropocos meses más tarde, en noviembre, Jordán se declaróincompetente en favor de la justicia militar.Orgulloso de su investigación, no obstante, el magistradoencuadernó el expediente y se ha preocupado desdeentonces de que no se pierda. Mientras el expedienteestaba vivo, su preocupación por el legajo era tal quelo llevaba donde fuera. Incluso a los locales que visitabaen sus salidas nocturnas.La verdad es que habría podido más lejos en sus pesquisassobre los desaparecidos, pero no quiso arriesgarsu ascenso a la Corte Suprema, que finalmente llegó el15 de enero de 1985, cinco días después que Cereceda.Ambos, junto a Enrique Zurita, conformaron el tríoescogido por Rosende para aumentar el número de magistradosen la Suprema de trece a dieciséis.El nombramiento de Cereceda antes que Jordán significabaotorgarle la prioridad para ser electo como presidentede la Suprema cuando les llegara el turno porantigüedad, lo que añadió un nuevo motivo de enemistadentre ambos.No por haber llegado a la Corte Suprema la conductade Jordán varió. «Es un poeta. Un bohemio. Un incomprendido», dicen sus amigos, asumiendo su defensa.El ministro siguió visitando un local nocturno en la calleCompañía, cerca del Parque Forestal, «Las catacumbas141del 2000». Allí, en los privados, protegidos por la penumbra,los grupos de visitantes sienten garantizado su derechoa mantenerse a buen recaudo de la curiosidad delos intrusos.Al comenzar los «90, era habitual que llegara atrasadoo se fuera temprano sin completar su horario normal detrabajo. No pocas veces los funcionarios a cargo de su sala

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lo sorprendieron bebiendo whisky de la botella que manteníareligiosamente disponible en su oficina.Cambió en ese tiempo, varias veces, cambió de chofer,testigos involuntarios de las diferentes mujeres quelo acompañaban en su vehículo. Uno de estos choferesinició con una de ellas, Julia, una relación amorosa queperdura hasta hoy. Enterado de ello, el magistrado lodespidió de inmediato. Antes, este mismo funcionariohabía sufrido las furias de su superior, quien lo acusabapor el extravío de importantes documentos. Hizo inclusoallanar su domicilio, y tal vez habría llegado a mayoressi desde un club nocturno de la capital no hubieranhecho llegar los legajos a la Corte Suprema. Se le habíanquedado al magistrado en una de sus salidas rituales.También los carabineros que custodiaban su casaconocían sus hábitos. Su pasión, por ejemplo, por conducirmotos a alta velocidad, aun en estado de ebriedad.Cuando llegó el ministro Adolfo Bañados a la CorteSuprema, Jordán recibió por primera vez el reproche directode uno de sus colegas. La inquietud por los rasgostan especiales de su personalidad aumentó durante elgobierno de Aylwin por diversos motivos. En una ocasión,se encendió la alarma cuando una adolescente acudió a lapolicía civil de la zona de El Melocotón, donde Jordántiene una parcela, con una acusación de «abusos deshonestos», en una fiesta, contra quien ella llamaba «el tío142Jordán» Llevado el caso a los tribunales de San Miguel, lajoven no quiso reconocer al ministro de la Corte Supremacomo el autor de los abusos. La causa fue sobreseída.Jordán no ocultó nunca su estrecha amistad con losabogados especialistas en la defensa y excarcelación depersonas acusadas de narcotráfico, Edmundo Rutherfordy Mario Fernández, lo que también mereció el reprochede funcionarios de gobierno y de sus propios colegas.Sus amigos eran sus amigos y nadie podía cuestionarleaquéllo.Como Cereceda, Jordán también parecía cercano alrelator Correa, pero no se vinculaba, en cambio, con elabogado Luis Badilla. En su despacho era habitual ver aotro mediador, Manuel Mandiola, personaje que, enmedio de la acusación constitucional contra el magistrado,llamó al abogado Luis Ortiz Quiroga y le dijo sinmayores preámbulos:—Quiero ofrecerle mi testimonio. He sido víctimade mi ex amigo Servando Jordán.Mandiola dijo que Jordán cobraba por los fallos, quetenía una «cajita» en su oficina donde guardaba los dinerosobtenidos por esos servicios, y que él personalmenteanalizaba junto al ministro las causas en que Ortiz erarepresentante y buscaban el modo de hacerlo perder.—¿Usted repetiría estos mismos dichos ante el Colegiode Abogados?—Sí, claro, no tengo inconveniente.Mandiola estaba en esos minutos seriamente enfadadocon Jordán y aceptó la petición de Ortiz, pero el díaque acordaron para la comparecencia, Mandiola se excusó.

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«No voy a ir», le dijo simplemente al abogado OrtizQuiroga. Había hecho las paces con el magistrado.Los comentarios y quejas contra Jordán eran tantosdurante el Gobierno de Aylwin, que motivaron la se143gunda visita del ministro de Justicia, Francisco Cumplido,para entregar antecedentes sobre un ministro delmáximo tribunal al presidente de la Corte Suprema.Ya había asumido ese cargo Marcos Aburto. Sin alardes,pero con firmeza, Cumplido expresó las quejas quele habían llegado del Consejo de Defensa del Estadopor su actuación en el caso de la excarcelación del colombianoLuis Correa Ramírez que, tras las indagatoriasde la institución fiscal, se atribuyó a una maniobra concertadaentre el magistrado y el relator Correa. Tambiénse quejó por los frecuentes espectáculos que Jordándaba paseándose en estado de ebriedad y hasta con«los pantalones manchados» por los pasillos de la Corte.Después de esta conversación, Jordán varió segúntestigos, su comportamiento, al menos en el último aspecto.144EL CORTO REINADO DEL SAGAZ ABURTOTras sus modos campechanos y aspecto tranquilizadory hasta inofensivo, Marcos Aburto esconde dotespropias de un hábil político o de algún obispo sagaz. Demovimientos finos y con gestos que pueden ser imperceptibles,el cazurro Aburto sabe cómo y cuándo.Llegó a la Corte Suprema en 1974. Formó parte delprimer grupo designado en el máximo tribunal por elgobierno militar, junto a Emilio Ulloa y Osvaldo Erbetta.El ministro había iniciado su carrera como juez deSan José de la Mariquina, en 1945. Durante quince añosdesarrolló su carrera en juzgados y cortes sureñas (Magallanes,Mulchén y Valdivia), hasta que en 1960 fuenombrado ministro de la Corte de Valdivia. En 1964 ascendióa la Corte de Apelaciones de Santiago, razón porla cual algunos de sus colegas lo tenían por democratacristiano.Cuando llegó a la Suprema, el ministro JoséMaría Eyzaguirre y los abogados Julio Durán y AlejandroSilva Bascuñán volvían de su misión política porEuropa explicando «los fundamentos» del «pronuncia145miento militar», hablando de lo bien que los había recibidola España de Francisco Franco. El presidente de laCorte, Enrique Urrutia Manzano investía por esas fechasal general Augusto Pinochet con la banda tricolorque lo declaraba Presidente de Chile. Todo esto quieredecir que Aburto, como los demás, tuvo que demostrarcierto nivel de compromiso con el ideario del nuevo régimenantes de obtener un despacho en el segundo pisodel Palacio de los Tribunales.El «huaso» Aburto, como le dicen sus amigos, apoyódesde su cargo en la Corte Suprema todas las tesis delgobierno militar. Al comenzar el gobierno de Aylwinsumó su voto en oposición a las reformas y participó delas defensas corporativas del Poder Judicial rechazando,por ejemplo, la acusación constitucional contra Cereceda.Estaba tan comprometido políticamente con el antiguorégimen como Germán Valenzuela, Osvaldo Faúndez

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o Enrique Zurita, pero no fue ubicado definidamenteen el grupo de «los duros».Junto a Jordán, Aburto participó del voto en la TerceraSala que otorgó la libertad al narcotraficante LuisCorrea Ramírez y, como su colega, también defenderíaaños más tarde, públicamente, la «calidad humana» delex fiscal Marcial García Pica, comprometido en el procesopor lavado de dinero contra Mario Silva Leiva. Sinembargo, tal vez por la magia de su estilo de bajo perfil,por la ausencia de pasión en sus palabras, nunca fueblanco de las amenazas de acusaciones constitucionales,ni menos aún se sembraron sobre él sospechas de actuacionesirregulares.En el informe del banco BHIF sobre los fallos de losministros en las causas que comprometían a FranciscoJavier Errázuriz, Aburto aparecía más que ningún otro146en las resoluciones favorables al empresario. Entre1988 y 1991 figuraba con diecisiete fallos a favor y sólocuatro en contra. Pero nunca fue cuestionado por estarazón en la fuerza que lo fuera Jordán.Aburto asumió la presidencia de la Corte Suprema acomienzos de 1993, tras el deceso de Enrique CorreaLabra, cuando las acusaciones de nepotismo dentro delpoder judicial, entre otras irregularidades, se habíandesatado tras la destitución de Cereceda.Hasta hubo una propuesta de Aylwin —que obviamenteno prosperó— para establecer que un juez o ministrono pudiera tener parientes en el sistema judicialque prestaran servicios remunerados por particulares,tales como: notarios, receptores, procuradores del número,conservador de bienes raíces. El proyecto pretendíadar un plazo para que, en el caso de presentarse laincompatibilidad renunciaran tantos parientes comofuera necesario para que quedara sólo uno en el servicio.Es decir, en un caso hipotético, se quedaba el juez ose quedaba el notario.Al asumir, Aburto tenía tres hijos notarios, pero nadiese lo reprochó: Manuel, en Rancagua; Mario, en Concepcióny Miguel, en Lontué. El notario y conservador deCalbuco, Alberto Ebensperguer Aburto también llevabael apellido del magistrado, porque es pariente suyo.Por muy destacados que hayan sido los méritos yvocación de sus hijos, es poco probable que los tres hayanconseguido la designación si el sistema de selecciónhubiera sido abierto y transparente, considerando queuna vacante en notaría debe ser la que más postulantesrecibe dentro del sistema judicial, por el atractivo querepresenta el nivel de remuneraciones.Pero Aburto gobernó con ese pecado tranquilamente,quizás porque no era exclusivamente atribuible a su147persona. El ex presidente de la Corte Suprema RafaelRetamal instaló a unos cincuenta parientes en cargosde distinta categoría dentro del Poder Judicial. Estemagistrado no lo ocultaba. «Mejor que estén los parientesmíos (que son democráticos) a que estén los de los

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otros», se defendía.El Poder Judicial está plagado de jueces, secretariosy oficiales de sala que son amigos, primos, hermanos ohijos de ministros de la Corte Suprema o las cortes deApelaciones (precisamente quienes determinan los candidatosa incluir en las ternas). Todo esto, a pesar de ladiscusión sobre la validez de negar al hijo de un ministro,por ejemplo, el derecho a seguir la vocación de supadre. Un caso famoso fue el del ex ministro de la Cortede Apelaciones de Santiago, Enrique Paillás, cuyo ascensoa la Corte Suprema le fue prohibido por años debidoa que un pariente suyo, en segundo grado —el ministroDomingo Yurac Soto— ejercía en la Corte deApelaciones de Valparaíso. Según la ley, ninguno de losdos, pese a sus reconocidos méritos, podría ascendermientras el otro estuviera en servicio. ¿Una situacióninjusta? Probablemente.Donde la incompatibilidad aparece mucho más claraes en aquellos servicios remunerados por los particulares.Es difícil aceptar que el hijo de un ministro tengarealmente la «vocación» de ser notario, procurador denúmero (unos pocos escogidos que están instalados enlas cortes y que se preocupan de seguir el estado de lascausas y de hacer algunas presentaciones en nombre delos abogados), conservador de bienes raíces (uno por«asiento de Corte» y que son considerados los funcionariospúblicos mejor pagados de Chile) y receptor (son losque realizan, entre otras gestiones, las notificacionesjudiciales).148Cuando Aburto llegó a la presidencia, el conservadorde bienes raíces y comercio de Rancagua era LuisMaldonado Croquevielle, hijo del ex presidente de laCorte Suprema, Luis Maldonado. El conservador y Archiverode Valvidia, Teodoro Croquevielle Brand, llevabael apellido de la esposa de este magistrado. El notarioy conservador de San Fernando era Efrén ArayaAdam, hijo del ministro del mismo nombre. Manuel JordánLópez, hermano del ministro de la Corte Suprema,era notario en Valparaíso. La esposa del ministro RobertoDávila, Josefina Bernales, era una de los diez procuradoresde número de la Corte de Santiago. En esacategoría, estaban también Noemí Valenzuela Erazo,hija del ministro de la Corte Suprema de los mismosapellidos y Jorge Calvo Letelier, sobrino del ex ministroy senador designado, Carlos Letelier.También había parientes como secretarios de losministros. Marco Aurelio Perales contaba con los serviciosde su nuera; Oscar Carrasco, de su hijo; EnriqueZurita, de su nieta; Arnaldo Toro, de un hijo; ValenzuelaErazo, de un sobrino y Correa Bulo, de un hijo.Marcos Aburto fue electo presidente de la CorteSuprema, sin mayores sobresaltos. Era el más antiguo yhabía estado ejerciendo la función, de hecho, durantelos ocho que duró la larga enfermedad de Enrique CorreaLabra.Patricio Aylwin había anunciado, a fines de 1992,

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que con el fin de obtener la aprobación de las reformasal Poder Judicial, ya no insistiría en el Consejo Nacionalde la Justicia, en la aprobación mixta Ejecutivo-Senadode nombramiento de los ministros del máximo tribunal,ni en la posibilidad de permitir el ingreso de abogadosajenos a la carrera judicial.149Esas concesiones abrían las puertas a un nuevo trato.Con Aburto, se iniciaría, justamente, casi al finalizar elgobierno de Aylwin, la transición en el Poder Judicial.En marzo de 1993 el nuevo presidente de la Supremapronunció su primer discurso de inauguración delaño judicial. Tuvo que dedicar parte de su tiempo a recordara los ministros que habían partido el año anterior.Algunos por fallecimiento, como Enrique CorreaLabra, Rafael Retamal y el ex presidente de la Corte deApelaciones de Santiago y fundador del Instituto deEstudios Judiciales, Hernán Correa de la Cerda, porquehabían jubilado, como Emilio Ulloa. Estaba finalmenteel caso de Hernán Cereceda, que había sido destituido.El relevo lo tomaban otros y la Corte Suprematenía ya, a comienzos del nuevo año tres nuevos integrantes:Luis Correa Bulo, Mario Garrido Montt y VíctorHernández Rioseco. El máximo tribunal estaba cambiandoy continuaría en esa senda.En aquel discurso, Aburto trató de conciliar. Reconocióla necesidad de reformas. Pero, evocando en elcaso Cereceda, dejó dramáticamente en claro que ningúnintento prosperaría si no se libraban del fantasmade las acusaciones constitucionales. Los «desbordes» y«amenazas» contra el Poder Judicial, dijo, «han llegadoa tal grado que ponen en actual y gravísimo peligro atodo el régimen jurídico vigente».Homenajeó la «laboriosidad y rigurosa disposiciónjurídica, constante, permanente, erudita y calificada» delos tres ministros incluidos en la acusación de Cereceda.Dijo que los delicados y serios procedimientos de fiscalizaciónentre los poderes del Estado, se estaban usando«por afanes simplemente políticos». Defendió a Cerecedadiciendo que resultaba «asombroso e incomprensible»que sólo respecto de él se hubiera acogido la acusación.150Sobre el pasado, reiteró las posturas de Correa Labraen cuanto a que la Corte Suprema «siempre ha sido(É) independiente de todo gobierno». Que los amparosno se acogieron por impedimentos de la copiosa legislaciónad-hoc. Agregó que «el fiel y abnegado esfuerzocumplido por las Cortes y Magistrados para esclarecerdetenciones arbitrarias, desaparecimientos y hasta posiblesdecesos» permanecía desconocido por el ejerciciode ciertas «prácticas de la desinformación».Ya hacia el final de su discurso, Aburto rechazó lasreformas que Aylwin seguía empeñado en impulsar. Suspalabras eran similares a las de Correa Labra, pero nosonaban igual. La verdad es que no importaba demasiadoque apareciera en el estrado rechazando las reformas—que de todos modos no tenían mucha viabilidad

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política— porque, privadamente, había aceptado reunirsecon el Presidente y con el senador Sergio Diezpara discutir el tema.La Corte siguió recibiendo nuevos integrantes: GuillermoNavas reemplazó a Cereceda en abril de 1993.En septiembre, la vacante dejada por la renuncia deMarco Aurelio Perales fue ocupada por Marcos Libedinsky.Con este último, Aylwin lograba completar sietedesignaciones en el máximo tribunal durante su período.El Presidente trataba de guiarse por sus pragmáticasde méritos al escoger a los nuevos ministros. Peroel sistema no lo libró de caer en algunas discutibles postergaciones,como la de Ricardo Gálvez. El ministro yex presidente de la Corte de Apelaciones de Santiago esconocido por sus posturas políticas de derecha, perotambién por su indiscutible independencia, fuera de sucondición de académico de gran prestigio. Ese nivel deindependencia fue el que le impidió llegar a la Corte151Suprema bajo el gobierno militar. Y sus fallos en causasde derechos humanos, por otro lado —especialmente suvoto en contra del recurso de amparo por Jaime CastilloVelasco— fueron los que obstaculizaron su ascenso bajoAylwin. Sólo avanzado el gobierno de Eduardo Frei alcanzóel cargo que notoriamente merecía más que otros.Con esta nueva Corte, integrada por mitades entrelos seguidores del régimen militar y los partidarios deun sistema democrático, entre duros y reformistas, llegabael tiempo de Aburto. Los duros ya no eran ni tanduros ni tan combativos como lo fueron en los comienzosde la transición. Y los reformistas sabían que todavíadebían esperar para impulsar cambios desde la cúpulajudicial. El haberse logrado un aumento en las remuneracioneshabía hecho perder su sentido a una banderade lucha entre los poderes ejecutivo y judicial.La tensión entre los militares y los tribunales habíadisminuido, porque los tribunales habían decidido acogerla jurisprudencia que admitía la idea de amnistiartodos los casos por violaciones a los derechos humanosentre 1973 y 1978. Después de la turbulencia inicial y lareapertura de casos por el informe Rettig, los tribunales,mayormente, dejaron dormir las causas, en el entendidode que cualquier procesamiento contra militaresimplicaría inevitablemente un rápido sobreseimiento dela Corte Suprema o su traspaso a la justicia militar, queen la práctica significaba lo mismo. O, más simple todavía,se adelantaron a cerrar muchos casos, a sabiendasde que el tribunal superior iba a aprobar la medida. Así,no fue necesario dictar nuevas leyes de amnistía oreinterpretaciones de la misma. Ni siquiera la acusacióncontra Cereceda modificó este criterio.Al finalizar el gobierno de Aylwin, se tenía la sensaciónen los tribunales de que, en cuanto a derechos hu152manos, el caso Letelier sería el único ocurrido antes de1978 que llegaría hasta el final.A esas alturas ya no era tan mal visto en la CorteSuprema aparecer apoyando ciertos cambios, que ahora

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contaban con el respaldo de El Mercurio. Tras el bochornosufrido por descubrir que Sergio Olea Gaona noera el autor del secuestro de Cristián Edwards, en lapágina editorial de ese diario y en amplios reportajes ensus ediciones dominicales se inició una ofensiva paramodificar el sistema judicial.La creación de la Fundación Paz Ciudadana atrajo alos especialistas que, aunque desde otras perspectivas,buscaban similar objetivo desde el Centro de PromociónUniversitaria y la Universidad Diego Portales.Cierto consenso estaba cristalizando y Aburto estabadispuesto a jugar el papel gran componedor, depuente de comunicación y entendimiento entre «duros»y «reformistas».Capítulo II. La era Rosende154EN LA FACULTAD DE DERECHOUn grueso candado colgaba de la puerta de accesoal Departamento de Ciencias Sociales de la Facultadde Derecho de la Universidad de Chile, en marzo de1976. Ignacio Balbontín, profesor de la cátedra de Introduccióna las Ciencias Sociales, junto a una veintenade académicos, se presentó a trabajar a la vuelta devacaciones y no pudo siquiera entrar al edificio en laAvenida Salvador.Balbontín había estudiado leyes en la Facultad deDerecho de la Universidad de Chile y, paralelamente,Sociología en la Universidad Católica. Hizo un master ensociología en la universidad de Lovaina, Bélgica, y alregresar a Chile logró combinar sus dos carreras: sehizo cargo de la cátedra de introducción a las CienciasSociales en la Facultad de Derecho en la Chile. Luegoasumiría la dirección del departamento, cuando MáximoPacheco era el decano.A sus 36 años, Balbontín se enteraba ahora, parado enla calle, que el departamento había sido allanado y clausurado,como si se tratara de un bar de mala muerte.155Hugo Rosende, el nuevo decano, había decidido desterrarpara siempre la enseñanza de las ciencias socialesen la facultad. El programa se retrotraería a lasasignaturas que se impartían en los años ’30. Los académicos,que representaban un amplio espectro de ideaspolíticas, fueron despedidos ahí mismo, en las puertasdel departamento. Se les permitió retirar sus lápices,pero no sus documentos. Balbontín perdió una larga investigaciónsobre movimientos sociales en la que participaban700 alumnos.Hugo Rosende Subiabre nació en Chillán en 1916.Tuvo 22 hermanos. En 1941 se recibió como abogado enla Universidad Católica. Fue funcionario del Consejo deDefensa Fiscal desde 1936 y, a un mismo tiempo, jefedel Archivo Catedrático de Derecho Civil de las universidadesde Chile y Católica.Fue diputado conservador por Santiago entre 1954 y1957 y entre 1961 y 1965.

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En 1958 dirigió la campaña de Jorge Alessandri y durantetres años se desempeñó como su asesor. Salió por lapuerta trasera, en medio de un escándalo económico conocidocomo los bono-dólares: fue acusado de haber compradodivisas para enriquecerse ilícitamente, gracias al conocimientoanticipado que tuvo de un alza en la moneda estadounidense.Alessandri le quitó la confianza y la Cámarade Diputados realizó una investigación.Tras el golpe de Estado, Rosende asumió como decanoen la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile.El asunto de los bono-dólares estaba suficientementeolvidado.Rosende se hizo una fama contradictoria de hombresiniestro y brillante, desequilibrado y poderoso. Másemotivo que racional, con conocimientos y memoria fuerade serie, imposible de vencer en un debate verbal.156Al asumir su puesto, Rosende eliminó de su caminoa respetados profesores como Máximo Pacheco y FranciscoCumplido. Era, desde entonces, uno de los promotoresde combatir a la Democracia Cristiana tanto comoa los partidos de la ex Unidad Popular. Pronto se convertiríaen uno de los pocos civiles asesores del gobiernomilitar. Junto a Juan de Dios Carmona y MiguelSchweitzer fue incluido en la exclusiva Asep (AsesoríaPolítica), dependiente del Ministerio del Interior, querealizaba análisis y recomendaciones al más alto nivel ycuya existencia era desconocida incluso para otrosmiembros del gabinete. La ASEP influía directamenteen el general Pinochet y con el tiempo se convertiría en«el corazón, el cerebro y la piel del gobierno».Con el ascenso de Rosende, también subió su ayudanteen Derecho Civil, el abogado Ambrosio Rodríguez, quienllegaría a ocupar el puesto de Procurador General de laRepública, creado a su medida. También serían honradoscon la amistad del decano otros dos profesores de esa facultad:el brillante abogado y ex integrante de Patria yLibertad, Pablo Rodríguez, y el entonces ministro de laCorte de Apelaciones de Santiago, Hernán Cereceda.Ninguno de ellos, hay que decirlo, podría ser calificadode ignorante. Rosende solía mofarse de los abogadosque no tenían los conocimientos suficientes paraestar a su altura. A sus espaldas, los estudiantes y algunosacadémicos tildaban al nuevo jefe de la facultadcomo «El Monje Negro».El decano asumiría la defensa del Gobierno en unode los casos de recursos de amparo más bullados delprimer lustro.En 1976, el gobierno decidió expulsar del país a dosabogados: el democratacristiano Jaime Castillo Velascoy el radical Eugenio Velasco Letelier, quienes habían157venido representando a familiares de víctimas de violacionesa los derechos humanos.El 6 de agosto de 1976 ambos fueron arrestados poragentes armados y puestos en un avión rumbo a BuenosAires. Un contingente de abogados DC presentó un recurso

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de amparo en su favor. Una petición de «no innovar» fue acogida para suspender la expulsión, mientrasse resolvía el fondo del recurso, pero era tarde, porquelos abogados ya estaban fuera de Chile.Vinieron los alegatos. Patricio Aylwin contra HugoRosende. El defensor del gobierno atacó a su oponentecon cruel ironía: «Se dice que son ex embajadores, exministros, ex profesores universitarios. Bueno, ahorason expulsados».Diez días más tarde la Séptima Sala de la Corte deApelaciones rechazó el amparo con los votos de los ministrosEduardo Araya y Sergio Dunlop. En la minoría,Rubén Galecio estuvo por acogerlo. Los abogados apelarona la Corte Suprema.La publicidad generada en torno a este caso y la decididaprotesta de la Iglesia, la DC y organismos internacionales,ponía a prueba la fortaleza de las posturasoficiales en el Poder Judicial. Hasta entonces, tres milrecursos de amparo habían sido rechazados por los tribunales.Pero este parecía un caso especial. Las víctimaseran personas ampliamente conocidas y respetadas enel mundo académico, entre los políticos que estaban enla oposición bajo el gobierno de Allende, y también enlos círculos sociales más elevados.No podían ser tratados bajo la simple etiqueta de«extremistas».Cientos de personas desafiaron las restricciones vigentesy acudieron a presenciar los alegatos en la Suprema.José María Eyzaguirre ordenó instalar parlan158tes, para que quienes estaban afuera pudieran escuchar,y se reforzó la guardia de gendarmes. En su nuevo alegato,Rosende dijo que los antecedentes para expulsar alos abogados eran secretos, de «seguridad nacional». Yemplazó a los cinco magistrados que debían resolverdiciendo que su resolución podría generar alteracionesdel orden público en cualquier momento:—¿Y Vuestras Excelencias tienen los instrumentospara los efectos de poder resguardar al país en tales circunstancias?Y si se equivocan, ¿vuestras Excelenciasvan a responder?Los magistrados Eyzaguirre, Enrique Correa, RafaelRetamal, Juan Pomés y Osvaldo Erbetta, confirmaron elrechazo del recurso el 25 de agosto de 1976.Al día siguiente, Pinochet envió a Rosende una cartade felicitación.159TIEMPO DE PERPETUARMientras Rosende estuvo en la Universidad de Chile,hubo pocos cambios en la Corte Suprema. Sólo losnecesarios para llenar vacantes que se fueron produciendopor jubilaciones.En 1974 ingresaron Osvaldo Erbetta, Emilio Ulloa yMarcos Aburto. Estanislao Zúñiga, llegó en 1975, AbrahamMeersohn, en 1976, y Carlos Letelier, en 1979.Los nuevos ocupantes cumplían el requisito de considerarsepolíticamente adeptos al régimen.En la primera década, el gobierno militar se mostró

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satisfecho con las actuaciones del máximo tribunal ydecidió mantener a sus integrantes, a tal punto que enla nueva constitución de 1980 se dejó expresamente establecidoque el límite de edad máxima (75 años) fijadopara ejercer esa magistratura, no tendría efecto sobrelos ministros efectivamente en ejercicio. Los ministrosenvejecieron y se fueron perpetuando en sus puestos.La imagen de los ancianos con un chalón sobre laspiernas, dormidos durante los alegatos, se convirtió ensímbolo del Poder Judicial chileno de esos años.160Entre 1973 y 1975 el Ministerio de Justicia fue uncargo de bajo perfil, ocupado sucesivamente por dosuniformados: Gonzalo Prieto y Hugo Musante. En abrilde 1975, cuando las quejas por violaciones a los derechoshumanos atochaban los tribunales, asumió MiguelSchweitzer, quien renunció en marzo de 1977. Ese mismoaño asumió Mónica Madariaga, una de las preferidasdel general Pinochet.Según el profesor Carlos Peña, pese a que los cuadrosneoliberales, que se habían apropiado de la conducciónde la economía, modificaron sustancialmente elfuncionamiento del Estado chileno, ni siquiera cuestionaronel sistema judicial.La Universidad de Chile hizo un estudio acerca delas características y duración del proceso judicial entre1979 y 1984, que detectó un progresivo atraso en el despachode causas. En todas las materias, el volumen deexpedientes en tramitación se demostraba cada vez máselevado que el número de causas terminadas. El estudioestableció un alto grado de «informalidad en la formade organizar el trabajo del despacho judicial, un deficientesistema de manejo de la información, y por lomismo, de control de eficiencia; y un muy bajo porcentajede personas dedicadas por modo exclusivo a las tareasadministrativas-financieras».Las conclusiones de este y otros estudios de aqueltiempo, que compartían una visión común y concordantecon las políticas oficiales —reducir costos, maximizareficiencia— sin incorporar otro tipo de cuestionamientos,no fueron, sin embargo, consideradas prioritariaspor el gobierno.Durante la gestión de Mónica Madariaga se analizaronalgunas medidas para mejorar la eficiencia del PoderJudicial, pero hasta la más superficial de ellas, se161encontró con el fuerte rechazo de la Corte Suprema. Unpar de propuestas hechas por el Ejecutivo en ese período,como el uso de la computación en el procesamientode datos y la creación de la Corporación Administrativa,vinieron a ver la luz sólo bajo el gobierno de Aylwin.Sólo el aumento de tribunales y de jueces contaban conel apoyo unánime de la cúpula judicial.Mónica Madariaga satisfizo parte de ambas aspiraciones.El gasto presupuestario en el Poder Judicialaumentó en un 76 por ciento a partir de 1977, pero el 80por ciento de los nuevos recursos fue usado en mejoras

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salariales. Los tribunales de primera y segunda instanciaaumentaron de modo considerable, sin que crecierapor ello la eficiencia en el despacho de materias.No obstante, eran necesario aún más tribunales ycortes de apelaciones, no sólo para dar salida al atochamientode causas, sino como una forma de responder alas expectativas de ascenso, detenidas por la perpetuaciónde los ministros en la Corte Suprema.La Madariaga, a quien se le criticaba un escaso conocimientodel mundo judicial, tuvo un excelente aliadoen el presidente de la Corte, Israel Bórquez, quien en1978 reemplazó a Jaime Eyzaguirre. La dupla Madariaga-Bórquez condujo el Poder Judicial con relativa facilidad,salvo por algunas escaramuzas mínimas, como laspolémicas con el presidente de la Asociación de Magistrados,Sergio Dunlop.El ministro de la corte capitalina, que había sido acomienzos del régimen un decidido partidario suyo, veníareclamando mejoras salariales para sus asociados yprotestaba contra medidas que atentaban contra la carrerajudicial. A Dunlop no le gustaba la idea de mantenersin límite de edad a los ministros en la Corte Suprema.Hizo públicos los acuerdos de la Asociación de res162paldar un límite de edad de 70 años. Esto en plena discusiónde la nueva Constitución que, como se sabía, permitiríala extensión indefinida de los magistrados entoncesen ejercicio.El propio presidente de la Suprema ya había pasadoel límite sugerido por la Asociación.Bórquez se trenzó luego en otra polémica públicacon Dunlop, por un decreto que abrió la carrera judiciala los abogados con quince años de ejercicio que quisieranpostular a los cargos de ministros y fiscales de las cortesde Apelaciones.Dunlop se opuso. Lo suyo, dijo, era en «defensa de lacarrera judicial».La réplica de Bórquez fue clara: «Sería demasiadopeligroso para un juez que, ante todo debe ser juez de símismo, estimar que en Chile no hay abogados capacesde desempeñarse en el papel de juez de alzada seríauna fatuidad de su parte».Dunlop no oyó y volvió a la carga.Otro motivo de desaveniencia entre ambos fue elproceso por el atentado explosivo contra Bórquez.Cuando el presidente de la Corte Suprema estudiabalas extradiciones en el caso Letelier, desconocidos pusieronuna bomba en su casa.Dunlop fue nombrado para indagar. Bórquez queríaver tras las rejas a los «extremistas» que cometieron elatentado y sentía que el magistrado no avanzaba con lafuerza necesaria en esa dirección (años más tarde, sedescubriría que la bomba fue instalada por agentes de laDINA).El ministro había caído también en desgracia antelos ojos de Mónica Madariaga, pues estimaba que el dirigentele había dado «datos falsos» sobre un magistrado

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que fue trasladado de Iquique a Concepción.163Ese año la Corte Suprema sancionó a Dunlop dos veces.La primera, por sus afirmaciones proponiendo untope de edad para sus ministros. Y la segunda, por la formaen que llevó el caso Bórquez. Luego, con el beneplácitode Mónica Madariaga, fue calificado en Lista Dos.Con ese antecedente, Dunlop podía olvidarse de susaspiraciones de ascenso a la Corte Suprema. Ex presidentede la Asociación de Magistrados durante catorceaños, decidió jubilar y aceptar una notaría en la capital.Desde su nueva función declaró que «si uno tiene carácterpara andar de rodillas, se queda y si no lo tiene,mejor se va».La iniciativa que abrió la carrera judicial a los abogadosfue amarrada a un reajuste de salarios que MónicaMadariaga negoció con Bórquez. La Corte Supremadistribuyó los recursos, aumentando principalmentesus propias rentas y las de ministros de cortes de apelaciones.Los más altos magistrados, que fueron beneficiadoscon asignaciones especiales por «dedicación exclusiva» y«responsabilidad», recibieron hasta un 86,3 por ciento dereajuste, en tanto que los subalternos lograron un 48,9.El beneficio no llegó a los jueces de primera instancia.El gobierno militar también premió a los más altosmagistrados con un auto con chofer. En 1981, los incorporócomo pacientes del moderno Hospital Militar.Bórquez fue el escogido para repetir el gesto de EnriqueUrrutia Manzano en los primeros años del régimen.El 11 de marzo de 1981 debería tomar juramentoal general Pinochet como Presidente de la República,de acuerdo con la nueva Constitución. Bórquez, junto atodos los miembros del gabinete y de la Junta de Gobiernose ubicó en el podio detrás del general, a la espe164ra de la señal para cumplir su papel. Sin embargo, llegadoel momento, Pinochet se levantó dando la espaldaa Bórquez y al resto de su gabinete y prestó juramentoante sí mismo, mirando hacia el público. Bórquez se tragóel bochorno.En esta primera década, Rosende mantuvo una influenciatras bambalinas en el Poder Judicial, en su rolde asesor jurídico y político del gobierno. Fue él quienconcibió y redactó las actas constitucionales de 1976, quegarantizaron el recurso de protección y de amparo y quesirvieron de fundamento a muchos magistrados en susvotos de minoría en favor de acoger tales presentaciones.Esa herramienta jurídica fue usada para defender lareapertura de la Radio Balmaceda, clausurada en 1977.El propio Rosende tuvo que rectificar los alcances de sucreación, para impedir que los recursos fueran acogidos,declarando que no tenían vigencia durante los estadosde excepción.Este caso generó la primera crisis en la justicia militar.La Corte Marcial del Ejército estaba compuesta hastaentonces por dos ministros de la Corte de Apelacionesy por los auditores del Ejército, Carabineros y Aviaciónque, con el rango de generales en retiro, gozaban

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del beneficio de inamovilidad. Las transgresiones cometidaspor el Juez Militar de Santiago al cerrar la radioBalmaceda eran de tal magnitud, que la Corte Marcial,por unanimidad, acogió el recurso de protección.El fallo provocó un terremoto que casi cuesta la caídaa los auditores de la aviación y de Carabineros que,sin embargo, fueron defendidos por los integrantes de laJunta, César Mendoza y Gustavo Leigh. El auditor generaldel Ejército, Camilo Vial, no tuvo el mismo respaldoy fue destituido tras el dictado de un decreto que165estableció que los integrantes de la Corte Marcial debíanser, en adelante, coroneles en servicio activo. Esdecir, tendrían un rango menor y quedarían privadosdel beneficio de la inamovilidad, que garantizaba su independencia.Como remache, la jefatura de Plaza emitióun decreto ley desconociendo el derecho de la CorteMarcial a interpretar la Ley de Seguridad del Estado.166VIENTOS DE CAMBIOHasta 1979 muchos ministros de la Corte Suprema yde las cortes de apelaciones realmente creían que losdesaparecidos y las torturas eran invenciones de los«marxistas». Pensaban que el Comité Pro-Paz era unantro de comunistas orquestados para atacar al gobiernode las Fuerzas Armadas.La intervención de la Iglesia Católica en defensa delas víctimas convenció a algunos jueces creyentes deque algo realmente grave y cruel estaba pasando. Elcaso Lonquén y el resultado de las investigaciones delministro Adolfo Bañados hizo lo propio con otros. Habíapersonas desaparecidas y podían haber sido asesinadasy ocultadas, como los cuerpos de esos campesinos encontradosen los hornos de Lonquén.La cercanía de una nueva década traía la perspectivade un cambio en la actitud del Poder Judicial. Pero por sisurgiera en algunos el deseo de comenzar investigacionesa partir de entonces, el gobierno dictó la ley de Amnistía.Sergio Fernández, otro de los delfines de Rosende,debutó en el Ministerio del Interior con el dictado de167este decreto. En tanto, el decano, en plena crisis por elcaso Letelier, acudió al matrimonio de la hija del generalManuel Contreras.En 1980 el gobierno creó nuevas notarías para darsalida a ministros que se consideraban, sin mayor antecedenteque sus fallos, de «izquierda». Así salió de laCorte de Santiago el apreciado y respetado RubénGalecio. Y más todavía: Para dar tiraje a la chimenea ybajar la presión sobre la Corte Suprema, se crearon nuevasCortes (la de San Miguel, en Santiago) y nuevos juzgados,aunque ni los sueldos, ni las condiciones políticasdel país eran propicias para atraer a los más capaces ycon vocación.Rafael Retamal, en la Corte Suprema, esperaba suturno por antigüedad, para reemplazar a Bórquez. Eraevidente que el ministro tenía una nueva postura proclive

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a acoger los recursos por violaciones a los derechoshumanos. Bórquez debía dejar el cargo en mayo de 1981y ciertamente sería reemplazado por Retamal. Los ministrosdel máximo tribunal ya tenían el acuerdo de elegirlo,respetando la tradición, aunque le dejarían a Eyzaguirrela representación protocolar de la Corte, especialmenteante el Ejecutivo.Pero el gobierno no quería a Retamal. Por ningúnmotivo. Sorpresivamente, dictó un decreto que extendióirregularmente el mandato de Bórquez por otros dosaños.Varios ministros de la Corte protestaron por el atropelloa una de sus facultades más caras, la de la elecciónde su presidente. Bórquez convocó a un pleno en el quela ministra de Justicia prometió que nunca más se dictaríauna resolución similar sin consultar a la Corte.Bórquez siguió en el cargo, pero nada pudo evitarque llegara 1983. Los ministros de la Corte Suprema no168habían olvidado el atropello y no estaban todavía dispuestosa terminar con la tradición de escoger al másantiguo. Mal que mal era una garantía de que, en algúnmomento, todos pasarían por el puesto.Para disgusto de Pinochet, Rafael Retamal fue electopresidente de la Corte Suprema justo después de la primeraprotesta masiva en contra del general. Apenasasumió su cargo, Retamal manifestó que las manifestacionesopositoras eran legítimas.La normativa dictada para evitar su llegada al altotribunal se volvió en contra del propio gobierno, puesahora tendría que aguantar a Retamal por cinco años.Tras la crisis de 1982 se había detenido cualquiernueva inversión en el sector y las quejas por la precariedadeconómica ahogaban a la superioridad de la magistratura.El conflicto estaba tocando las puertas del PoderJudicial.169EL AÑO DE JAIME DEL VALLETras el sorpresivo conflicto entre Pinochet y MónicaMadariaga, el nuevo presidente del Colegio de Abogados,Jaime del Valle, fue invitado a sucederla en el Ministeriode Justicia, en febrero de 1983.Del Valle llegaba con la aureola de haber trabajadopara el gobierno de Jorge Alessandri, como subsecretariode Justicia. Además, exhibía entre sus méritos unbuen conocimiento del mundo judicial, pues en su juventudfue funcionario de la Corte Suprema.Ambas características le permitieron un trato llanocon el máximo tribunal.Días después de su nombramiento, Del Valle estabasentado en la testera, en la sala de plenarios de la CorteSuprema, oyendo a Bórquez. En su último discurso, elministro atacó al diario La Segunda, con el que venía enfrentandouna polémica pública desde el año anterior. Elvespertino había criticado la falta de eficacia de los tribunalesde justicia para aclarar los actos delictuales y condenara los culpables. Bórquez había respondido denos170

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tando la forma sensacionalista en que el periódico publicabalas noticias.En aquel discurso, Bórquez reconoció que sólo en un25 por ciento de los procesos criminales en Santiago lainvestigación daba algún resultado, pero insistió en quelas quejas por la falta de eficacia debían dirigirse haciala «desidia» y «lenidad» de los servicios auxiliares. Específicamente,de Investigaciones. En la ceremonia —a laque también asistió Mónica Madariaga, aunque ahoraestaba en Educación— Bórquez se quejó por la falta deinterés de los abogados por entrar a la carrera judicial.En sus once meses de gestión, Jaime del Valle sepropuso hacer cambios, como la creación de una Escuelade Jueces que nunca prosperó.Mientras fue subsecretario de Alessandri, Del Vallese sentía orgulloso de haber promovido la carrera dejueces que estimaba «independientes» como Adolfo Bañados,a quien consideraba ducho, recto y probo. Lo defendióante Alessandri, quien no quería ascenderlo porquedictó una condena de 60 días de presidio por injurias,en contra del abogado de la Presidencia, quien habíacalificado de «plumario» a un periodista.Acostumbrado a leer sentencias, desde sus tiemposde relator, Del Valle se oponía entonces a ascender amagistrados que demostraran poco conocimiento en susfallos. Admite que, ya en el gobierno militar, siguióatendiendo a la calidad de las sentencias para decidirsobre ascensos y traslados, pero que ahora ponía especialatención al contenido «político» de éstas.Los propios abogados le llevaban cuentos sobre algunosjueces para que les detuviera el ascenso. El estereotipode frase era: «Este ministro es buena persona, es untipo que sabe, yo tengo un buen juicio de él, pero estáinfluido políticamente. Mira el fallo».171A Del Valle no le gustaba que los magistrados expresaransu descontento con la situación política en las sentencias.No había ejercido nunca un cargo bajo un gobiernode facto, pero pensaba que algunos jueces seaprovechaban.El fallecido ministro Hernán Correa de la Cerda, fundadordel Instituto de Estudios Judiciales, estuvo unavez en el despacho de Del Valle pidiéndole que considerarasu nombre para un traslado a la Corte de Santiago.—Mire magistrado, yo he leído algunas sentenciassuyas y usted emite juicios políticos. Yo no voy a calificarsus conocimientos jurídicos, ni aprobarlos, nidesaprobarlos. Pero si veo juicios políticos en sus fallos,para bien o para mal, en favor o en contra, no me gusta—le dijo el secretario de Estado.Correa de la Cerda palideció.—Cómo, a qué se refiere.—Sí pues. A mí no me importa que falles negro oblanco, pero aquí hay juicios que no tienes por qué emitir.Yo no te voy a nombrar.Bajo la gestión de Del Valle, el gobierno militar contóentre sus éxitos haber «neutralizado» a Rafael Retamal.

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El secretario de Estado le advirtió a Retamal queno se vieran la suerte entre gitanos. Si el presidente dela Corte Suprema hablaba contra el Gobierno, tendríaque aguantar que el ministro de Justicia dijera algo ensu contra.Según ex funcionarios del gobierno militar, nunca sele formuló una amenaza directa a Retamal, pero ya enese tiempo el ministro tenía unos 50 parientes en elPoder Judicial, tres de los cuales fueron designados porDel Valle.Del tiempo de la gestión de este ministro de Justiciadata un documento secreto enviado por una alta autori172dad militar a cada una de las secretarías de gobierno,con instrucciones generales y específicas. La misión deJusticia, según el texto emitido el 12 de julio de 1983,era sin duda política:«1. Deberá contactarse con los ministros de la CorteSuprema partidarios del Gobierno con el objeto de neutralizarla acción veladamente opositora del Presidentede dicha Corte.«Se deberán realizar todos los esfuerzos posiblespara esta finalidad.«2. Deberá programar contactos que relacionen alPresidente de la Corte Suprema con el Gobierno, detipo oficial o extraoficial».Al terminar 1983, Del Valle pasó al Ministerio deRelaciones Exteriores.Llegaba la hora de Rosende.173EL DEBUT DEL DECANOHugo Rosende juró como nuevo ministro de Justiciael 20 de enero de 1984. Su arribo al gabinete sólo oficializóun rol que el decano de la facultad de Derecho de laUniversidad de Chile venía cumpliendo hacía años.Rosende no sólo fue un ministro de Justicia. Fue unasesor político y uno de los hombres de mayor confianzade Pinochet. En marzo, en su primer discurso al mandode la Corte Suprema, con Rosende sentado a sus espaldas,Retamal sugirió a las autoridades administrativasque impartieran instrucciones a los servicios policialespara que respetaran las disposiciones legales sobre eltrato a los detenidos y de esa manera hicieran «inverosímiles» las denuncias sobre secuestros, torturas y desaparecidos.Con su particular modo de redactar, abusando de unaingeniosa y pretendida ingenuidad, Retamal tocó todoslos aspectos que podían alterar la hasta entonces armoniosarelación entre el Poder Ejecutivo y el Judicial.Dio cuenta de los numerosos recursos de amparoque se estaban tramitando en contra de las detenciones174decretadas por el Ejecutivo. Dijo que se había demostradocierto «progreso» en la resolución de tales presentaciones,por la decisión uniforme de las cortes derechazarlos. No obstante, acogiendo las críticas que seformulaban por la falta de acusiosidad y estudio en losfallos, recomendó a los tribunales que emplearan «mássu talento y su tiempo para que sus trabajos sean convincentes

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».Reconoció que los procesos por detenidos desaparecidoshabían terminado casi todos en cierres temporaleso definitivos o en manos de la justicia militar. Losjueces, dijo, estaban haciendo todo lo posible para mejorarla administración de la justicia. Mencionó comoejemplo, el acto «heroico» de un ministro (era ServandoJordán) que se había dedicado exclusivamente a analizarlos 116 expedientes del llamado «proceso del siglo»que estaba a punto de cumplir cien años depositado enlos anaqueles del 16° Juzgado de la capital. Pero pidió alas autoridades que tomaran sus propias medidas paraayudar a descongestionar la labor judicial. Pronunciandopalabras que no se habían usado desde esa tribunaen los años que duró el régimen militar, demandó el términodel exilio, modificaciones a la ley antiterrorista yrebajas de penas para los procesados por haber ingresadoclandestinamente al país.Las palabras del nuevo líder no les cayeron en graciaa sus colegas. En abril de ese año, Retamal volvió ala carga en una ceremonia de juramento de 39 abogados.El ministro invitó a los nuevos profesionales a perfeccionarel estudio del Derecho Político, preparándosepara las exigencias de la Nación, envuelta en tensionessociales que amenazaban con estallar como los gasesacumulados en el fondo de la tierra. Instó a los jóvenes ya los jueces a «declararse en beligerancia jurídica en175contra de quienes, aunque dicen respetarlas, resistenlas decisiones judiciales».Sus colegas no tardaron en reaccionar. En un actoinsólito, pues ha sido la única vez que los miembros dela Corte Suprema sancionan a su propio presidente, lamayoría de los magistrados firmó un acta de censuracontra Retamal, manifestando no aceptar, ni compartirsus palabras, que podían «prestarse a interpretacionesde orden político que la ley prohibe a los ministros delos Tribunales de Justicia».En medio de la crisis política que amenazaba coninfiltrarse también en el Poder Judicial, Rosende era, ano dudarlo, la mano que necesitaba el gobierno paraimponer control. Con sus cuarenta años de ejercicio profesional,que le daban un conocimiento sin competidoressobre los secretos del palacio de calle Bandera, parecíael candidato ideal.Su especial carácter causó resistencia en algunosintegrantes del gabinete, pero el haber sido asesor deJorge Alessandri lo investía de una aureola de santón,que ni la leyenda sobre los bono-dólares lograba empañar.Además, fue bendecido con la virtud de la oportunidad.Rosende se incorporó en un momento muy difícilpara Pinochet. Las protestas y la crisis económica sacudíanal gobierno. Pinochet estaba ávido de palabras einformes halagüeños, en medio de un gabinete que loagobiaba con cuentas alarmistas que recomendaban enmendarlos cursos de acción.Rosende era su hombre: un duro con excelentes dotes

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de adulador.El nuevo ministro de Justicia no tenía que fingir. Elgeneral lo obnubilaba. El servilismo, la zalamería le nacíanespontáneamente.176Rosende usaba sus propias definiciones para referirseal resto de los funcionarios que rodeaban al general. Aunos los llamaba «ñatitos». Esos eran sus amigos. Otroseran los «mononos»: sus enemigos o los ignorantes.Inmediatamente entró en conflicto con Sergio OnofreJarpa, que ocupaba el gabinete de Interior. Las diferenciaspolíticas (Jarpa estaba por la apertura y Rosendese oponía) y el estilo sibilino del titular de Justiciahacían rabiar al jefe del gabinete. El secretario de Justiciase movía en las sombras. Lo acechaba. Sabía manejarla información que le sacaba a un integrante del equipoy usarla para indisponer a uno con el otro. El ejerciciode la intriga era su especialidad.«Mira ñatito, me he enterado de tal situación. Te locomento para que te luzcas con eso. Pero no me menciones,que aparezca como cosa tuya», era una frase típicaen él.Rosende mantuvo su oficina como abogado. Miembrosdel gabinete estaban convencidos de que sus accionesen el Poder Judicial estaban beneficiando sus asuntosparticulares. También lo acusaban de cobrar comisionespor nombrar interventores en las liquidacionesde empresas.Nada de eso tocó al secretario, que siguió empeñadoen sabotear a Jarpa. En un discurso insólito, pues lascontradicciones públicas entre los ministros no eranhabituales bajo el gobierno militar, el ministro de Justicialo atacó de frente.«Dentro de este período de transición se ha ido produciendoun proceso de apertura política y la opiniónpública que desea vivir en paz y democráticamente vecon asombro cómo se producen ciertas incoherencias enesta apertura. Ahí está la actitud de ciertos personerospolíticos anhelantes de poder, de movimientos ideológi177cos extranjeros y nacionales que se mueven de un extremoa otro, de los grupos terroristas», dijo al inaugurar elaño académico, en marzo de 1984, recién ingresado algabinete.Jarpa se quedó callado. Sabía que Rosende era uncaso especial en el gabinete, pues gozaba de una particularpredilección de Pinochet.El ministro de Justicia usaba guardaespaldas. Jarpano. Cuando el ministro del Interior le propuso al jefe degobierno terminar con ese tipo de guardias para los secretariosdel gabinete, Pinochet le respondió: «No estoypara que me secuestren un ministro, porque con los terroristasyo no voy a negociar».Los enfrentamientos entre ambos continuaron con eltema de la Nunciatura, que complicaba al gobierno desdeenero. Los autores del crimen del general Carol Urzúahabían pedido asilo en la Nunciatura y el Papa JuanPablo II había dado a conocer su deseo personal de que

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se les permitiera salir de Chile.Rosende se oponía diciendo que «los terroristas vana empezar a matar generales y después se meten a unaembajada y listo».Después de varios meses de debate, las razones políticasse impusieron sobre la voluntad de Rosende deentregar a los miristas a la CNI y a la justicia.A Rosende no le gustaba el regreso de los exiliados.En el segundo semestre de 1984, siete miembros delgabinete se reunieron para discutir, sin la presencia dePinochet, si se autorizaba el ingreso de Aníbal Palma,antiguo ministro de Allende. En la sesión, el jefe de gabineteargumentó que se debía permitir el regreso deldirigente radical, pues tenía un juicio pendiente en lostribunales. Era una contradicción que la justicia lo reclamaray al mismo tiempo no se le permitiera entrar al178país. Rosende, que veía la política de la apertura alimentandosus palabras, aportilló su exposición con otras ycomplejas lucubraciones jurídicas.Jarpa se salió de sus casillas. Quería golpear al ancianoministro.—¡Hasta cuándo me molestas, Hugo! —le dijo y se leabalanzó—. ¡Pelea de frente si eres hombre!Rosende, que a esas alturas tenía problemas paracaminar, se quedó mudo, paralizado en su silla. Le tiritabala barbilla. Los demás ministros atajaron a Jarpa,que con sus antecedentes de antiguo boxeador, podíalastimarlo de verdad en forma severa.El ministro del Interior quiso renunciar ese mismodía, pero Pinochet lo respaldó y Palma fue autorizado aingresar al país.No por eso Rosende cedió en lo suyo.Jarpa abandonó finalmente el gabinete, en febrerode 1985, en medio de las protestas populares masivas.Pinochet le ofreció a Rosende el puesto vacante, pero elex decano prefirió continuar en Justicia. En Interior fuenombrado Ricardo García, aunque Rosende mantuvo susitial de favorito. Fue el único civil elegido como oradorpara celebrar un aniversario de la Constitución del «80.Ocurrió en 1985, cuando la oposición cuestionaba el contenidoy los plazos fijados por ésta. En un acto cargadode simbolismo, el presidente de la Corte Suprema, RafaelRetamal, fue invitado a situarse en el estrado juntoa los miembros de la Junta y al general Pinochet.Rosende cubrió la ceremonia con mensajes sobre elrespeto a la juricidad: la Constitución se aplicaría entodas sus letras, les gustara o no a quienes fueren.Ya a mediados de los ’80 las crisis económica y políticahacían temblar al gobierno y las relaciones con elPoder Judicial, especialmente por la precariedad econó179mica que angustiaba a sus miembros, amenazaba conencrisparse.En la intimidad de las Cortes, los magistrados sesentían vigilados. La lógica del soplón y la paranoia losafectó a ellos como a cualquier otro funcionario públicoen el país. Bajo el reinado de la CNI, en la Corte de Apelaciones

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de Santiago se afirmaba que un procurador delnúmero tenía grado y sueldo de coronel y que prestabaservicios para esa entidad. Otros funcionarios menores,como oficiales de sala y actuarios, eran mirados con desconfianza.Aun en ese escenario, el ministro de Justicia fue absolutamenteeficiente:Según palabras de Jaime del Valle, «Hugo mantuvoun entendimiento entre los poderes Ejecutivo y Judicial,que significó que no hubiera fricciones, peticionesdesmedidas ni protestas por los sueldos, a pesar delestancamiento que se produjo desde el final del períodode Mónica Madariaga. Tuvo la virtud de crear un lazomuy estrecho y cordial, que evitó algunas dificultadesque podría haber enfrentado el gobierno».180LA DISIDENCIA JUDICIALEn 1980 se creó en Santiago la Corte de San Miguel.Los presidentes de la Corte Suprema venían reclamandodesde hacía tiempo la creación de un nuevotribunal de alzada en la capital y finalmente el Ejecutivo,seducido por los consejos de Mónica Madariaga,accedió.En esa Corte se instaló un microclima. Ascendieron aella jueces relativamente jóvenes, inspirados, motivados.Uno de ellos, Hernán Correa de La Cerda, con su carismáticocarácter entre ingenuo, afable y optimista, se convirtióen el catalizador de un grupo que comenzó a reunirsepara reflexionar sobre los problemas de la justiciaen Chile. También, para leer sentencias y analizar lasmotivaciones tras ellas.La nueva «tendencia», que sumó a algunos de losministros de la Corte de Santiago, evitaba identificarsecon movimientos o partido político alguno. Sus aspiracioneseran, se decían a sí mismos, «gremiales». No obstante,era evidente que los cambios a que aspiraban nose producirían bajo dictadura.181Pululaban en torno a este grupo Marcos Libedinsky,Luis Correa Bulo, Mario Garrido Montt, Carlos Cerda,Rodrigo Viel, Héctor Toro, José Benquis y HaroldoBrito, entre otros. Las únicas diferencias explícitas entreellos se daban entre masones y católicos.Las mujeres también participaron activamente: Nancyde la Fuente, Mónica Maldonado (hija del ex presidentede la Corte Suprema, Luis Maldonado), CeciliaVenegas, Irma Meuner Montalva (de Concepción), MaríaTeresa Letelier y Adriana Sottovia.De estos encuentros salió una «carta de reflexión»que describió un listado de críticas que la ciudadaníahacía al Poder Judicial. Solamente una narración de loque los magistrados oían en sus cargos, sin conclusionespolíticas, ni puntudas. Nada de propuestas, por el momento.Todavía se trataba de las iniciativas de un grupomuy reducido.En los primeros años de los ’80 los ministros de cortesde apelaciones y los jueces vivían en la paranoia deser mal calificados o expulsados si deslizaban algún comentario

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o hacían algo que no gustara en las alturas dela Corte Suprema o en el gobierno. La comunicaciónentre ellos, las invitaciones a una actividad, por abstractaque fuera, era difícil. Además, los ministros de laCorte de Santiago no aceptaban de buena gana a suscolegas de la Corte sanmiguelina.Los actos de valentía de unos quedaron en el desconocimientode los demás. El respaldo, la solidaridad,serían penados. Fue así como uno de los hechos que másconmovió a la Corte de San Miguel apenas fue conocidopor sus colegas en Santiago y menos en el resto de lasregiones. El acto, del que fue protagonista el actual ministrode la Corte Suprema José Benquis, no fue publicadoen los diarios.182Era octubre de 1984. El matrimonio constituido porFrancisco Jara y Teresa Rosas y su empleada, MaríaVásquez, presentaron un recurso de amparo ante laCorte de San Miguel, afirmando que un grupo de agentesde la CNI los tenía prisioneros en su propia casa, sinorden de detención, ni de allanamiento alguna.Benquis, junto a la secretaria de la corte y al relatorRoberto Miranda Villalobos, partió a la casa de los Jara,por decisión de la Corte. Tras golpear por largo rato unportón que antecedía el domicilio, un agente se asomó.En el informe que el juez presentaría más tarde al tribunal,lo describió como: «Un sujeto con lentes de coloramarillo que pidió la identidad de los presentes».Cuando el magistrado se identificó, el agente desapareciósin pronunciar palabra.Veinte minutos más tarde salió otro individuo, de barba,que se negó a proporcionar su nombre. El sujeto dijoser un funcionario de seguridad que estaba «a cargo» deldomicilio y conminó a la delegación a explicar el motivode su presencia. Les exigió pruebas de su identidad. Benquisle informó sobre el recurso de amparo y le entregóuna credencial. Sobraban las explicaciones acerca de susatribuciones para inspeccionar el domicilio, pero el desconocidode barba le dijo que pediría instrucciones a sussuperiores y le cerró el portón en la cara.El tiempo pasaba. Nada parecía moverse. Benquis,que tenía las llaves de la casa, decidió entrar. Se lasarregló para comunicarse con Investigaciones y dos detectivesllegaron a asistirlo. Pasadas las cinco de la tarde,el ministro trató de abrir el portón. Otra vez aparecióel agente barbudo, acompañado por un segundo sujeto.Ambos portaban sus metralletas.183—Exijo que se me deje entrar —reclamó con energíael magistrado, pero los agentes, levantando sus armas,le negaron el paso.—Mire, soy un ministro de la Corte de Apelacionesy de acuerdo con la ley vigente, estoy autorizado a inspeccionareste inmueble y constatar el estado de laspersonas que se encuentran en su interior.Los agentes usaron pocas palabras para negarse nuevamente.Blandieron sus ruidosas armas en frente de la

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cara del magistrado. La amenaza era directa. El ambientese puso tenso. Uno de los detectives exhibió su placa,conminando a los agentes a franquear la entrada de lapropiedad. El sujeto de barba pidió la credencial oficiala secretaria del tribunal, la miró, y dijo que no les autorizabael ingreso, que apuraría los contactos con sus superiores.Los hombres de la CNI lograron por la fuerza cerrarel portón.Unos 25 minutos después, llegó a la casa otro grupode agentes, exhibiendo sus metralletas. Eran los «superiores» de los funcionarios que permanecían dentro.Entre ellos, uno que se identificó como el abogado VicenteGarrido, empleado del Estado Mayor de la DefensaNacional, ordenó abrir el portón y permitir el ingresodel magistrado, quien finalmente pudo interrogar ala familia Jara.Teresa Rojas narró al magistrado que la noche anterior,escalando la pandereta, repentinamente ingresarona su casa algunos sujetos que portaban metralletas yque la dejaron detenida en su casa a ella, a su esposo, asu pequeño hijo, a la empleada del hogar y hasta al pololode ésta, José Arriagada, quien se encontraba accidentalmenteahí. Posteriormente se habían llevado a su esposo,no sabía a dónde. Los detenidos no podían salir,184abrir las cortinas, escuchar radio, ni ver televisión. Antela mirada entre furiosa y confundida de los agentes, quese mantuvieron todo el tiempo con sus metralletas enalto, Benquis, junto a la dueña de casa, recorrió la propiedadanotando los destrozos del allanamiento.El abogado Garrido le dijo al ministro que la ocupaciónhabía sido ordenada por un fiscal militar y que elMinisterio del Interior había dispuesto la detención deldueño de casa, pero no exhibió documento alguno queacreditara sus dichos.A su regreso al tribunal, el ministro ordenó que sellevara ante su presencia al detenido Francisco Jara,con el objeto de constatar su estado de salud.Fue una de las contadas veces bajo los 17 años degobierno militar en que un magistrado hizo uso de lafacultad del «habeas corpus» implícito en el recurso deamparo.En respuesta, el Director de la CNI, HumbertoGordon, dijo que Jara ya estaba en libertad. Dos díasdespués, el 24 de octubre, el tribunal pleno de la Cortede San Miguel protestó por el incidente expresando quelos agentes tuvieron «una actitud prepotente, haciendoinnecesaria exhibición de armas de fuego ante el señorministro encargado de la diligencia». Se enviaron copiasdel acta a la Corte Suprema y al director de la CNI. Eltribunal de alzada pedía a sus superiores que tomaranlas «medidas» pertinentes para evitar una «repetición deactos como los ocurridos. La Corte de San Miguel rechazóel recurso de amparo, pues a la fecha de la resoluciónlas detenciones habían cesado, pero se dejó expresaconstancia de que el acto había sido ilegal y arbitrario.Sólo quince días después la Corte Suprema tomó un

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acuerdo que pareció respaldar, al menos en parte, laactuación de este tribunal. Ofició a las cortes de apela185ciones para que en aquellos procesos «en que les seandenunciado delitos contra la libertad y seguridad de laspersonas (...) procedan a constituirse de inmediato en elrecinto no militar que se les señale responsablementepor los denunciantes». A los cuarteles de la CNI envióinstrucciones para que «siempre» tuvieran un funcionarioresponsable de atender los requerimientos de lostribunales.La Corte Suprema, además, se comunicó por oficiocon el general Pinochet, quien respondió que accionescomo ésa no se volverían a repetir. No obstante, en elfuturo, varios otros magistrados serían impedidos deingresar a los cuarteles de esa policía secreta y la CorteSuprema aceptaría el argumento de que los cuarteles dela policía secreta eran también recintos militares.El caso de Benquis removió la conciencia de algunosde sus colegas que sentían la impotencia de tratar deavanzar en las investigaciones y encontrarse con el escasorespaldo de sus superiores. Tampoco colaborabamucho la Asociación de Magistrados. Tras la salida deSergio Dunlop del Poder Judicial, en 1979, estaba en lapresidencia, Alfredo Pfeiffer, a quien sus pares reconocíancomo un decidido partidario del gobierno militar.Bajo su gestión, los temas de «bienestar» y salarialeseran el exclusivo tópico de la organización.En 1985, el grupo disidente se atrevió y presentóuna lista de candidatos a la Asociación, con la voluntadde reivindicar la imagen del poder judicial. Unos cuarentamagistrados se reunieron un fin de semana largoen El Tabito y prepararon un programa y las declaracionesde principios. En sus escritos, plantearon su preocupaciónpor el desprecio que sentía la opinión públicahacia la magistratura y por los nombramientos políticosen la carrera judicial. Sugirieron ideas para ampliar la186independencia de los magistrados, recuperar la dignidadperdida y crear una transparente y efectiva carrerajudicial.No hablaban de cambios en el sistema político, peroen el contenido de sus propuestas subyacía la necesidadde un retorno a la democracia.El candidato a la presidencia fue Germán Hermosilla.El primer año que se postularon, los disidentes perdieron.Pero al siguiente, arrasaron.187CUANDO EL MAGISTRADO DECIDE HACER JUSTICIACon la expansión de las protestas masivas en contradel régimen militar en 1983, y el surgimiento del FrentePatriótico Manuel Rodríguez, recrudeció la represióncontra los opositores. La policía política, bajo el mandodel general Humberto Gordon, usó la tortura, las detencionessin decreto y los cuarteles secretos como sus herramientas.Esta vez, sin embargo, no todo el Poder Judicial seprestó para tolerar tales prácticas en la presunta investigaciónde delitos políticos. Las ocasiones en que los tribunales

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ordenaron a sus ministros constituirse en recintosde la policía secreta o en que pidieron que los detenidosfueran puestos a su disposición no llegan a veinte enun total de más de 10 mil recursos de amparo presentadosdurante todo el régimen militar, pero es evidenteque hacia mediados de los ’80 algunas cortes de apelacionesestaban decididas a hacer respetar la ley.En la Corte de San Miguel, las resoluciones en protecciónde los derechos de los detenidos se hicieron habituales.En 1985, ese tribunal de alzada logró que dos188amparados por torturas fueran llevados a su presencia.El primero fue el caso de Pablo Yuri Guerrero, estudiantede educación física y presunto integrante delFPMR. Según la información aparecida en la prensa,agentes de la CNI habían atrapado al estudiante, junto aAlberto Victoriano Veloso, conduciendo una Renoletaen que trasladaban 60 granadas de mano, seis patentesfalsas y explosivos iniciadores para granadas. En el enfrentamiento,según los diarios, murió Victoriano y Guerreroquedó en estado grave.Apenas recibió el recurso de amparo, la Corte sanmiguelinallamó a las distintas reparticiones oficialeshasta confirmar que el detenido se encontraba en elcuartel ubicado en la Avenida Santa María. El generalGordon informó que un decreto del Ministerio del Interiorautorizaba la detención por cinco días.La Corte insistió en que la Constitución, que garantizael amparo, está por sobre los decretos y que, por lotanto, Guerrero debía ser puesto a su disposición. El 4de julio, tres días después de la detención, Guerrero fuellevado a la Corte de San Miguel, donde un perito delInstituto Médico Legal constató que presentaba contusiones,cicatrices y esquimosis por todo el cuerpo. Losministros José Benquis, Jorge Medina y el abogado integrante,Sergio Urrejola, presenciaron el examen. El especialistaconcluyó que las heridas se debían a la acciónde «un cuerpo punzante y contundente».Guerrero tenía miedo. Pensaba que todavía estabaen poder de la CNI. Los magistrados tuvieron que convencerlode que estaba en un tribunal para que se atreviera,finalmente, a declarar. Benquis tomaba notas:«Me amarraron ambos tobillos y las muñecas y comenzarona aplicarme corriente primero en los tobillos,luego en los genitales, en las nalgas, en una herida que189tengo al costado derecho del tórax producida por unaoperación que me practicaron en octubre del año pasado(...) Para la aplicación de la tortura que llamaban‘submarino’ me llevaron desnudo a una pieza que al parecerera un baño y me sumergieron en el interior deuna tina, de espaldas y los tobillos también amarrados.En esta posición me fueron sumergiendo de a poco en elinterior del agua de la tina, llegando el nivel del aguahasta los orificios nasales. El individuo que me interrogabadijo que mi vida dependía de él, ya que habíananunciado a la prensa que yo me encontraba herido de

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gravedad, así es que perfectamente podían matarme y aellos no les iba a pasar nada».Los magistrados acogieron de inmediato el recursode amparo y ordenaron la internación de Yuri Guerreroen el Hospital Barros Luco. Luego enviaron los antecedentesal Quinto Juzgado del Crimen para que iniciarala investigación de los presuntos delitos cometidos porlos agentes.Pocos meses después, la Corte recibió otro recursosimilar. La víctima esta vez era una mujer. La profesorade 28 años Delfina Carmen Briones, detenida por laCNI en octubre de 1985. El abogado que la representóinformó al tribunal que la mujer sufría un problema dedesnutrición y pidió que, donde fuera que estuviera, sele permitiera la visita de un médico.Cinco días después aún se desconocía su paradero.El 24 de octubre los ministros Aquiles Rojas, José Benquisy el abogado integrante Sergio Urrejola ordenaronal director de la CNI poner a su disposición a la amparada.La mujer compareció ante los ministros ese mismodía, después de que se resolvieran una serie de disputasentre Gendarmería, la fiscalía, la CNI y la secretariadel tribunal.190Delfina Briones declaró que fue detenida en compañíadel ciudadano argentino Juan Carlos Espinozacuando se retiraban de una barricada en el callejón LoOvalle con Avenida La Feria, en medio de una protesta.Los agentes que los aprehendieron los llevaron a la casadel argentino para buscar su pasaporte y allí encontraron«literatura marxista, unos panfletos que se pensabanrepartir ese día de protesta y además una hojasmimeografiadas, de carácter informativo que tenían las‘R’, símbolo de resistencia». Los detenidos fueron llevadosal cuartel de Santa María. La mujer fue interrogadacon aplicaciones de corriente en una camilla conocidacomo «la parrilla». El médico cirujano Ramiro Olivares,de la Vicaría de la Solidaridad, aceptó el llamado de losministros y constató en el tribunal una docena de lesionesque presentaba la mujer por causa de las torturas.El informe del profesional sería refrendado más tardepor el Instituto Médico Legal. El caso fue enviado a untribunal del crimen.En Valparaíso, en una actitud similar, el entoncesjuez Haroldo Brito enfurecía a los jefes de la CNI con suimplacable voluntad de constituirse en los cuartelessecretos.El veranito no duró mucho. La Corte Suprema aceptóla interpretación del Gobierno en cuanto a que los cuartelesde la CNI debían considerarse recintos militares yque las detenciones en virtud de los Estados de Emergenciano eran susceptibles de recursos de amparo.No obstante, la Corte de San Miguel siguió dejandoconstancia del incumplimiento por parte de la CNI deimportantísimas normas legales. El 29 de septiembrede 1986, el pleno, con el ministro Hernán Correa de laCerda como presidente subrogante, protestó ante la

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Corte Suprema porque ese organismo, en los recursos191en favor de tres detenidos «además de haber proporcionadoinformación confusa y dilatoria, se ha negado acumplir las instrucciones impartidas, sin justificaciónalguna». Tres días después, la corte volvió a reclamarporque en los recursos por otro grupo de seis detenidosel general Gordon «ha dejado de cumplir lo ordenadopor las tres salas de esta Corte en orden a poner a disposiciónde este tribunal a los amparados (...) a objetode constatar las condiciones físicas en que se hallaban.Esta negativa reiterada, además de constituir una omisiónevidente del auxilio que dicha institución se encuentraobligada a prestar a este órgano superior de justicia,importa una infracción delictual».Los ministros se quejaban, además, porque agentesde la policía secreta llamaban al tribunal para entregarantecedentes falsos y confundir a los magistrados.Las cortes de Concepción y Valdivia también se quejaronpor actos similares.La Corte Suprema informó al gobierno y el generalPinochet, en un oficio fechado el 20 de octubre de 1986,respondió manifestando «el profundo malestar que mecausara la ocurrencia de los hechos relatados, habiendoimpartido de inmediato las instrucciones correspondientesa los señores Ministros del Interior y de DefensaNacional, para que reiteren a ese servicio las órdenesen cuanto a que se ha de proceder en todo momentocon estricta sujeción a la Constitución y a las Leyes».A pesar de todo esto, el servicio secreto continuódesconociendo las resoluciones de los tribunales. En elmismo período, la Corte de Santiago instruyó al ministroJuan González para que se constituyera en el recintode calle Borgoño 1470, pero el oficial a cargo le impidióel ingreso, diciendo que necesitaba la orden del directorde la Central. La Corte de Apelaciones dio cuen192ta a la Corte Suprema del hecho y ésta transmitió elreclamo al Ejecutivo, aunque posteriormente aceptó laexplicación de que se había tratado de un error.En 1987, la Corte Suprema, con Retamal en la presidencia,declaró que la CNI «no ha debido impedir elcumplimiento de las resoluciones judiciales dictadaspor la Corte de Apelaciones de Santiago en un recursode amparo, ni aun por orden del Fiscal Militar de Santiago,Fernando Torres Silva.El caso de Yuri Guerrero llegó a manos del juezRené García Villegas. El magistrado debió enfrentarse auna CNI que insistía en presentarle agentes con identidadfalsa. Cuando, no obstante, logró establecer que sehabía cometido el delito de torturas, la justicia militarle pidió el caso. El juez se negó a declararse incompetentey la Corte Suprema, en mayo de 1988, lo amonestópor haber usado en su resolución expresiones que seconsideraron «desmedidas en contra de la justicia castrense». García Villegas había dicho simplemente quelos procesos terminan normalmente con sobreseimientodefinitivo en el ámbito de la justicia militar.

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A finales del mismo año, el tribunal superior volvióa castigarlo, con quince días de suspensión y una multade medio sueldo, por haberse involucrado en política. Elmagistrado había hecho declaraciones a la Radio Exteriorde España a comienzos de año, diciendo que enChile se practicaba la tortura. La entrevista fue usadaen la Propaganda del No y aunque el magistrado afirmóque el material había sido usado en ese espacio sin suautorización, la Corte no le creyó y el 25 de enero de1990, en votación dividida, lo destituyó del cargo.En el mismo proceso de calificaciones, los magistradosJosé Benquis, Hernán Correa y Germán Hermosillafueron puestos en Lista Dos por haberlo visi193tado para expresar su solidaridad, cuando el juez estabasuspendido.A mediados de los ’80, en la Corte de Santiago, elministro Carlos Cerda investigaba al Comando Conjunto,al mismo tiempo que José Cánovas se hacía cargo delcaso por los tres profesionales degollados y establecíala participación de policías y agentes civiles dependientesde la Dirección de Comunicaciones de Carabineros(Dicomcar). Su investigación contaba con el respaldo delpresidente de la Corte Suprema, Rafael Retamal.Mientras Cánovas avanzaba en su tarea, los jefes delos servicios de seguridad se reunían diariamente conlos estados mayores de las diferentes ramas de lasFuerzas Armadas para comentar el estado del proceso.Cánovas había marginado de la investigación a Carabinerosy se apoyaba paradojalmente en la CNI, queemitió el primer informe incriminatorio en contra de lapolicía uniformada. El director de Carabineros, CésarMendoza, se quejó ante Rosende por la exclusión de sushombres en las pesquisas y el ministro de Justiciatransmitió la inquietud a la Corte Suprema.Cánovas fue citado para explicar el proceso en elpleno. Tras una extenuante sesión, sólo uno de ellos selevantó de su asiento para felicitarlo. Cánovas quiso renunciar,pero Rafael Retamal lo persuadió para que siguieraadelante.Agobiado por las presiones y las amenazas de muerteque soportaba en silencio, Cánovas decidió someter a procesoa dos de los eventuales autores y decretar arraigos encontra de otros dieciséis, al mismo tiempo que se declarabaincompetente en favor de la justicia militar.Con un día de anticipación comunicó su voluntad aRetamal. Retamal informó a Rosende y Rosende, a laMoneda.194Pinochet convocó a una reunión urgente en la queparticiparon los ministros más importantes —RicardoGarcía, Francisco Javier Cuadra, Jaime del Valle y SantiagoSinclair— con los generales Mendoza y RodolfoStange.Caso excepcional en este tipo de procesos, la justiciamilitar rechazó quedarse con él. Sin embargo, la CorteSuprema anuló los encausamientos de Cánovas y el ministrose quedó sin otra salida que decretar el cierre

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temporal de la causa.Pese a que los antecedentes se quedaron durmiendohasta el cambio de gobierno, el caso degollados provocóuna de las mayores crisis en el gobierno militar e implicóla salida del director general de Carabineros, CésarMendoza.Ante la nueva actitud que estaban demostrando lascortes de Apelaciones y algunos jueces, el gobierno militaroptó, a partir de 1986, por reforzar la acción de la justiciamilitar. Las fiscalías se transformaron en tribunalespara los delitos políticos, con la CNI como su policía auxiliary premunida de especiales facultades, como la dedecretar reiteradas y prolongadas incomunicaciones.Llegaba el momento estelar para el fiscal ad hocFernando Torres Silva.195LA VISIÓN CRÍTICA DE LOS ACADÉMICOSDesde que Hugo Rosende llegó al Ministerio de Justicia,los magistrados se acostumbraron a los movimientosen las sombras. A la macuquería. Al ascenso de personassin la menor calificación profesional. A la postergaciónde los capaces e independientes.El líder de los preferidos por el ministro de Justiciaen el Poder Judicial fue, indiscutiblemente, HernánCereceda, quien constantemente nutría al gobierno deinformes políticos sobre sus colegas.«Hicieron lo que quisieron. No se les escapaba ningúnnombramiento, ni de oficial de sala. Se produjo uncaciquismo. Había que tener una lealtad absoluta haciaalguna de las ‘familias’ o te quedabas afuera».En ese escenario, los ministros disidentes se cuidabanbastante de emitir opiniones políticas. Trataban demantenerse al margen de cualquier expresión opositora.En general, no daban entrevistas. Sin embargo, se expresabanen el campo académico.Parte de estos magistrados fueron atraídos por institucionescomo la Universidad Diego Portales y el Cen196tro de Promoción Universitaria (CPU), que ya desdemediados de los ’80 estudiaban las reformas que seríanecesario practicar al Poder Judicial. A su pesar, de susdichos o artículos, aunque no circulaban en un área másextensa que las universidades y centros de estudio,siempre llegaba algún comentario a la Corte Suprema.Las expresiones académicas de los disidentes, porabstractas que fueran, no escapaban a la crítica y la censura.Destacados profesores como el juez Héctor Toro fuerontachados de «izquierdistas» en el alto tribunal y enel Ministerio de Justicia. Toro figuró en numerosasquinas para ascender a ministro, pero nunca fue nombrado.Tuvo que esperar hasta el gobierno de PatricioAylwin.Otros recibían mensajes sutiles, como los que sorprendierona Hernán Correa de la Cerda, Nancy de LaFuente, Germán Hermosilla y Marcos Libedinsky, porhaber colaborado en la obra del CPU, «Proposicionespara la reforma judicial», con Eugenio Valenzuela Somarrivacomo editor coordinador. Después de la publicación,

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los cuatro magistrados recibieron votos para serincorporados en Lista Dos.El sistema de calificaciones operaba hasta entoncesde la siguiente manera: al finalizar cada año, los jueceselevaban a su respectiva Corte de Apelaciones un informesobre los funcionarios bajo su tutela, proponiendo lainclusión de ellos en alguna de las cuatro listas que establecíala ley (al comienzo del gobierno militar eransólo tres, pero luego se agregó la Lista Cuatro). El tribunalde alzada analizaba esos informes y calificaba alos jueces y a los funcionarios hacia abajo. El resultadose ponía en conocimiento de los afectados para que formularansus descargos, de ser necesarios.197Sin embargo, cuando el máximo tribunal, que teníala última palabra, recibía tales informes, resolvía en elmás absoluto secreto. La ubicación en las diferentes listasse decidía por simple mayoría. Al interesado se ledaba a conocer, en forma confidencial, únicamente lanómina en que había sido calificado y el número de votosobtenidos, sin los fundamentos ni la identidad dequienes los pronunciaban.En rigor, un magistrado puesto en Lista Uno en votacióndividida pertenecía a esa categoría tanto comootro calificado unánimemente. Sin embargo, en la práctica,un puñado de votos para la Lista Dos manchaba sutrayectoria. Era una advertencia. Una señal de que probablementesu nombre no sería considerado en lasquinas de ascenso.En la mentada publicación sobre «Proposiciones parauna reforma al Poder Judicial», los participantes mencionaronuna serie de deficiencias del sistema chileno, quelos ministros de la Corte Suprema estimaron injuriosas.Uno de los artículos, titulado «Análisis crítico deusos y prácticas judiciales y eficiencia del Poder Judicial», examinaba al Poder Judicial desde el punto de vistade la teoría organizacional: sus objetivos, cumplimientode metas, eficiencia. Aunque ni siquiera mencionabala palabra corrupción, hablaba de cotidianas prácticas«anómalas», como los pagos de coimas que hacíanlos abogados para conocer los expedientes.El autor describía entre las deficiencias del sistema,la institucionalización de «violaciones pautadas, disimuladase informales del proceso legal», como el abuso delrecurso de queja, y la configuración de múltiples centrosde decisión e influencia, ajenos a lo jurídico:«Los tribunales aparecen como una institución que haexagerado aquello que Carl Schmitt llamaba los ‘pasillos198del poder’. Esto es, como una institución que ha exacerbadoesa inevitable antesala de influencias e informacionesindirectas con las que el poderoso adopta sus decisiones...la decisión jurisdiccional depende, más que del juez,de aquellos que manejan la antesala y el pasillo.En el mismo libro, el abogado Eugenio Somarrivaanalizaba las cinco primordiales funciones de la CorteSuprema y las deficiencias en su cumplimiento. «La jurisprudencia

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emanada de la Corte Suprema», acusaba,«ha logrado, en muy escasa medida, uniformar el genuinosentido de ley y enriquecer y vivificar el derecho ypoco o nada ha contribuido al progreso jurídico».Eso era lo mismo que imputar flojera y falta de vuelointelectual a los altos magistrados.Valenzuela les reprochaba además un errado conceptosobre la separación de Poderes, que los había inhibidode ejercer el necesario control sobre el Poder Ejecutivo.El sistema de designaciones también se ponía entela de juicio, pues la conformación de quinas y ternasse hacía sin ningún llamado a concurso, ni procedimientoobjetivo de selección, basado casi exclusivamente enla arbitraria propuesta de los ministros de la Suprema,estimulando «un espíritu de cuerpo que con tanta facilidaddegenera en uno de casta».«Son muchos los testimonios que demuestran laexistencia de un elemento que, a pesar de no figurarexplícitamente en los textos legales, es tanto o más relevantellegado el momento de efectuar los nombramientosy promociones. Me refiero al gravitante rol quejuega la influencia política».Estas palabras sonaban a calumnia dentro de la CorteSuprema que se jactaba, precisamente, de habersemantenido al margen de la «política».199Al final del libro, el magistrado Hernán Correa de laCerda, exponía la necesidad de crear una escuela judicial,argumentando que la mejor garantía de un poderjudicial eficiente e independiente era la personalidad deljuez. Citando a Eduardo Couture, el magistrado decía:«El instante supremo del Derecho no es el del día delas promesas más o menos solemnes consignadas en lostextos constitucionales o legales. El instante realmentedramático es aquel en que el juez, modesto o encumbrado,ignorante o excelso profiere su solemne afirmaciónimplícita en la sentencia. La Constitución vive en tantose aplica por los jueces: cuando ellos desfallecen, ya noexiste más».Respaldando sus reflexiones, el entonces presidentede la Asociación Nacional de Magistrados, Germán Hermosilla,describía un listado de valores deseables en eljuez: independencia, imparcialidad, equilibrio y ponderación,espíritu analítico, crítico y creativo, compromisocon la verdad. «El juez no es un mero aplicador de ley»,decía.La mayoría de los ministros de la Corte Suprema,con la cuota de suspicacia que la situación ameritaba,tomaron tales análisis como insultos a sus personas.Fue así que se originaron los votos en lista Dos, manchandola calificación anual de quienes participaron enla obra.Algo no previsto y hasta insólito fue el interés delDepartamento de Estado del gobierno estadounidensepor las inquietudes de los académicos disidentes. Elhecho es que trató de conquistarlos.«Harry Barnes (el ex embajador en Chile) nos infiltró.

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Ellos tenían mucho interés en sensibilizarnos sobre loscasos de violaciones a los derechos humanos. Sobre elcaso Letelier. Fueron muy hábiles», cuenta uno de ellos.200A finales de la década, Correa de la Cerda fundó elInstituto de Estudios Judiciales y la Corte Suprema,inesperadamente, le cedió un espacio en el edificio dondefuncionan los tribunales civiles, en Huérfanos conAmunátegui.Correa quería que el instituto se transformara enuna escuela para los jueces.Estos disidentes-académicos tendrían una importanciagravitante en los acuerdos que se tomaron en laprimera convención de magistrados bajo el gobierno dePatricio Aylwin, como el respaldo a la creación de unConsejo Nacional de la Justicia, e incluso en la elaboraciónde los proyectos para reformar el Poder Judicialque se presentarían en el futuro.201LAS CAUSAS ECONÓMICASLa responsabilidad de asumir la defensa de los derechosde los ciudadanos no fue lo único en que falló elPoder Judicial chileno bajo el gobierno militar. Otra,menos debatida y publicitada, dejó en evidencia las deficienciasque hasta el día de hoy afectan a ese poder delEstado.Me refiero a la responsabilidad de afrontar con idoneidady eficacia las causas económicas.La crisis de 1982 congestionó los tribunales civiles ylos del crimen con demandas por cobro de deudas y querellaspor fraudes, estafas, problemas con empresas depapel. La sola crisis de los bancos rebotó con los juzgadosen la forma de más de cincuenta causas.Recordemos las páginas de los diarios mostrando laimagen del biministro Rolf Lüders, mientras es conducidoa Capuchinos, después de haber sido sometido aproceso.¿Cuál fue el destino de esos expedientes? Aunque esdifícil pesquisarlos, pues se encuentran distribuidos enuna maraña inextricable de causas repartidas en nume202rosos tribunales, puede afirmarse sin temor al yerroque, casi dos décadas más tarde, la mayoría de ellos todavíaestá en tramitación.Muy pocas de las causas criminales han culminadoen sentencia definitiva y, si lo han hecho, ha sido sólorecientemente. Tal vez demasiado tarde. Un ejecutivoque incurrió en delitos económicos a los 36 años y que havenido a ser condenado a prisión cuando ya tiene másde 50, conmueve los sentimientos de compasión de cualquiera.La justicia cuando tarda mucho, no es justicia.La actitud de los tribunales frente a estos procesoshabla de las incapacidades de los jueces para enfrentartemas nuevos, difíciles y complejos, y de las deficienciasde la legislación, que han permitido alargarlos hasta elinfinito. Es también una prueba de lo que el ciudadanocomún critica en cada encuesta que se hace sobre el PoderJudicial: los tribunales, en general, no actúan con

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igual celo y severidad cuando el demandado o querelladotiene poder político o económico.En 1986 el presidente de la Corte Suprema, RafaelRetamal, reconoció los problemas que estaba enfrentandoel Poder Judicial por la proliferación de este tipo dejuicios.«Es natural que cualquiera crisis económica produzcacomo resultado la proliferación de pleitos. Los bancosy las instituciones financieras han cobrado sus créditosy los deudores no han podido pagarlos y han resueltohacer uso de todos los recursos posibles para dilatarlos juicios, provocando incidentes, algunos de larga tramitación.Así cada expediente civil ha originado varioscuadernos. En el orden penal ha acontecido algo semejante.Las dificultades en el cobro en el orden civil hanpromovido en los letrados la tendencia a convertir en203asunto penal algunas medidas del deudor para evitar elcobro».La crisis del ’82 descubrió que gran parte de la pujanzaeconómica de los años anteriores se había sustentadoen empresas especulativas. Empresas de papel.Algunos bancos las usaban para prestarse dinero a símismos o como pantalla para simular un capital que noposeían.Después de la debacle, el costo lo pagó el fisco. Paratratar de recuperar lo perdido, el Consejo de Defensadel Estado se hizo parte en procesos para perseguir losdelitos cometidos por las entidades financieras, comoinfracciones a la ley de bancos, estafas y falsificación dedocumentos.En un registro que se lleva a mano en esa institución,es fácil advertir que la mayoría de las 12 causas enque el CDE todavía es parte siguen abiertas.Los jueces de primera instancia han gastado años decretandopericias contables, auditorías, informes. Tratandode entender cómo y por qué se produjeron los delitos.Los acusados, en la contraparte, han contado con la representaciónde abogados expertos en prolongar los procesos,inspirados en la idea de que, si alguna vez llega elmomento de la sentencia definitiva, obtendrán mejorescondiciones para sus clientes pasado el escándalo y olvidadala materia en la memoria colectiva.Los jueces, por su impericia, no han tenido la capacidadde darse cuenta de los errores en los informespericiales, pues tendrían que entender los pasos quesiguen sus autores para llegar a un resultado. Todo estoes muy difícil para ellos. En general, se han guiado sólopor lo que dice la conclusión. El CDE, en su rol de acusador,ha debido subsidiar esta incapacidad, aguzandola vista para detectar los yerros y pedir correcciones.204Cuando han llegado, las condenas han sido mayormentesimbólicas. En ninguno de los casos los tribunalesaprobaron las demandas civiles, que es lo más importanteen este tipo de juicios, pues permite al fisco recuperarlos dineros.

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En sólo dos de los causas en que el CDE es parte, laCorte Suprema ha confirmado una condena y el falloestá a firme en los casos del Banco de Linares y de laFinanciera de Capitales. En ambos, la resolución definitivallegó en los 90 y los inculpados recibieron penasmínimas, de presidio remitido.Es evidente que el Estado no ha ganado esta cruzada.He aquí algunos ejemplos:La causa en contra de la Compañía General Financiera(CGF) —que era, en rigor, un banco— estuvo diezaños en estado de sumario. Los trámites que realizó eltribunal correspondieron principalmente a peritajescontables de gran magnitud, que mantuvieron el expedientepasando de las manos de un perito a las de otro.De tanto en tanto, la defensa de los inculpados solicitóque se declarara la prescripción, argumentando que lacausa había estado demasiado tiempo paralizada. Y aunqueno lo estaba, la sola presentación de la incidenciaalargó todavía más el sumario.El Estado perseguía allí dos tipos de actos delictivos:el primero, las empresas de papel. El grupo económicoSahli-Tassara, dueño de la CGF, creó una seriede sociedades ficticias, donde ponían como presidentesy gerentes a personas que pertenecían al grupo.Estas empresas tenían un giro inexistente, no poseíanningún tipo de activo y su capital era mínimo,unos 500 mil pesos de hoy. Aun así, pedían créditos ala CGF por 20 o 30 veces el valor de ese capital. Comoel grupo controlaba el banco y las empresas, autoriza205ba los créditos. En el fondo se estaban prestando dineroa sí mismos.Si un particular cualquiera posee una empresa quecuesta 100 mil pesos y pide 3 millones de pesos a unbanco, sin ofrecer ningún otro tipo de garantía que losmismos 100 mil pesos, es obvio que la respuesta seránegativa. La obviedad no era, sin embargo, la regla en laCGF que, al momento de su intervención, había comprometidoentre el 50 y el 55 por ciento de su cartera eneste tipo de créditos.Los préstamos que los dueños de la CGF sacaron através de estas empresas de papel fueron a dar a unaempresa Holding, Santa Berta, que realizó algunas actividadesproductivas, como la construcción del edificioPanorámico. Santa Berta llegó a acumular 2.500 millonesde pesos de la época solamente gracias a estos préstamosindirectos.El segundo tipo de delito, se refería al arrendamientode inmuebles: dos empresas de papel del grupoSahli-Tassara se adjudicaron la licitación de un edificioque una Asociación de Ahorro y Préstamos poseía enMoneda con Ahumada.Como no tenían con qué pagar, en una operación relámpagole arrendaron esa misma propiedad a la CGF,por diez años. Con el dinero del arriendo pagaron eledificio y se quedaron con 20 millones de remanente.El proceso en contra de la CGF se inició hacia fines

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de 1981, por la administración provisional del banco, despuésde que fuera intervenido. Se presentaron querellaspor estafa e infracción a la ley general de bancos, pero eltribunal de primera instancia dijo que sólo había pruebassuficientes para dar por configurada la estafa.Los dueños de la CGF, Alejandro Mauricio Tassara yBernardo Sahli, fueron procesados por ese delito junto206al presidente del banco, Rodolfo Antonio Yunis, y untestaferro confeso, Gino Osvaldo Pellegrini. El procesosiguió con los inculpados en libertad hasta que el casopasó a un ministro en visita. En 1990, Eduardo del Campo(hoy jubilado), cerró el sumario y absolvió a los procesados,planteando que la ley general de bancos disponesólo una sanción de multa por las infracciones cometidas.Nada dijo de la estafa, que era el delito por el queen verdad se los acusaba.En las apelaciones, que llegaron a verse sólo entre1994 y 1995, los magistrados Alejandro Solís, José LuisRamaciotti y Juan Araya, revocaron la resolución y condenarona los inculpados por estafa y añadieron el delitode infracción a la Ley General de Bancos. Ademásdeterminaron que debían responder civilmente por dosmil 500 millones de pesos.Las defensas recurrieron a la Corte Suprema. Finalmente,el 2 de diciembre de 1997 —dieciséis años despuésde iniciada la causa— la Corte Suprema revocó nuevamentela sentencia, exponiendo, en defensa de los derechosde los inculpados, que no podían ser condenadospor un delito por el cual no fueron procesados en primerainstancia: la infracción a la Ley General de bancos.Por la absolución votaron Adolfo Bañados y los abogadosintegrantes José Luis Pérez y Vivian Bullemore.Por mantener la condena, los ministros Roberto Dávilay Guillermo Navas.La abogada María Inés Horvitz, representante delCDE, se sintió profundamente frustrada: «El fallo espésimo», dice. «La Corte Suprema no se pronunció sobrela estafa, delito por el cual estos ejecutivos sí habíansido procesados en primera instancia».En un segundo proceso iniciado en 1981 contra elmismo Tassara todavía no se dicta la sentencia de pri207mera instancia. La causa está ahora en manos del ministroen visita Haroldo Brito.En otra causa, contra Javier Vial y todos los directoresdel Banco de Chile, BHC, Banco Andino y Panamá,lo que interesaba al fisco era atrapar al comité ejecutivo,que era la cabeza de todo el grupo económico yque controlaba todos los directorios y los bancos: elpropio Vial, César Sepúlveda Tapia, Joaquín EmilianoFigueroa (ya fallecido), Rolf Lüders y Pablo MolinaBenítez.Recién en 1997, el fisco logró una sentencia definitivade primera instancia en contra de doce directores,incluyendo a los mencionados.Este es el único caso en que, al menos en primerainstancia, se ha acogido la demanda civil. El abogado

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que representa al CDE, Víctor Hugo Rojas, está satisfecho.«En lo que respecta a los querellantes —el fisco, elBanco de Chile y el patronato nacional de la infancia—fue un pleno éxito, pues se acogió todo: la sanción penal,la indemnización civil y el pago de las costas».Sin embargo, aún resta saber lo que pasará con losrecursos que están pendientes contra la sentencia.En 1985 se inició un juicio en contra del abogadoque actuaba como Fiscal Nacional de Quiebras, junto aotras personas acusadas de haberse quedado con los dinerosde varias empresas tras la declaración de bancarrota.La causa duró unos catorce años. Los inculpadosfueron condenados en un principio a tres años con penaremitida, pero el CDE peleó hasta el final.En la Corte Suprema uno de los acusados fue absueltoy al ex fiscal se le aumentó la condena a cinco años.Eso significaba que a sus 50 años de edad, cuando yacreía el asunto olvidado, tendría que ir a la cárcel poractos que cometió a los 35.208El propio abogado que representaba al fisco en lasúltimas instancias, Claudio Arellano Parker, se sintiógolpeado. ¿Y si el ex funcionario se hubiese redimido?209EL APOGEO DEL FISCAL TORRESLa gestión de Hugo Rosende en el Ministerio de Justiciacoincidió con el ascenso de un personaje a los másaltos niveles de popularidad —o impopularidad, segúncomo se lo mire— que haya alcanzado ningún otro funcionariodel régimen militar.Desde las pantallas de televisión, el rostro entre temibley compadrero del fiscal militar Fernando TorresSilva ha estado durante años presente en los hogares detodos los chilenos.Los periodistas han seguido sus acciones en los másdiversos casos político-policiales: las armas de Carrizalbajo, el atentado al general Pinochet, el secuestro delcoronel Carreño, el asalto a la Panadería Lautaro, lafuga de Sergio Buschmann, el asesinato del dirigente dela UDI Simón Yévenes.Torres, que inicialmente era sólo un oficial de rangomedio, se convirtió en el célebre «fiscal ad hoc». Ellatinazgo le dio una prestancia que llegó a competir enla imaginería oficial con la del propio Pinochet.210El abogado, incorporado al aparato judicial del Ejército,tuvo un paso modesto por la Facultad de Derechode la Universidad de Chile. Le costó titularse. RobertoGarretón, contemporáneo suyo, recuerda que cuandoingresó a la carrera, Torres ya estaba en la Facultad. Yque cuando egresó, Torres seguía allí.El fiscal estuvo estudiando desde fines de los 50hasta 1965, pero vino a titularse recién en 1974, con unamemoria sobre «la jerarquía militar».Torres fue uno de los oficiales de Justicia del Ejércitodesignado para participar en los Consejos de Guerrainstaurados inmediatamente después del Golpe de Estado.

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Terminada esa función, fue contratado como asesorpresidencial y jefe de la Secretaría de Legislacióndel Diego Portales.Sus quince minutos de gloria llegaron años despuéscon el atentado a Pinochet.Torres se convirtió en fiscal ad hoc para indagar todoslos procesos en que estuviera involucrado el FPMR.El Ejército lo dotó de grandes recursos y Torrescreó una megaoficina, con abogados que hizo trasladardesde diversas dependencias militares. El mayor FranciscoBaguetti lo ayudaba en el caso del atentado; el capitánRicardo Latorre, en el de la Panadería Lautaro yel de los arsenales; Carlos Troncoso, en el secuestro delcoronel Carreño.Respondiendo a oficios de la Corte de San Miguel —que trataba de ponerle cortapisas al abuso de sus atribuciones—,Torres reclamó el trato de «Señoría».El militar se sentía cómodo en su papel. Era una especiede súper procurador, beneficiado por las enormesfacultades de que fue dotada la justicia militar, en perjuiciode la justicia ordinaria. Obtuvo también granjeríasespeciales —«pitutos» en nuestra jerga popular—211que incrementaron sus ingresos. En 1986, Rosende firmóun decreto autorizando su contratación como «asesorjurídico» de Gendarmería.El fiscal era generoso con las demandas de los periodistas.Alimentaba constantemente los noticiarioscon el resultado de sus averiguaciones. Se movilizabarodeado de guardaespaldas y procuraba no quitarsenunca sus lentes Rayban. Ganó fama de frío, calculador,experto en inteligencia, y cultivó la reputación de «amigode Pinochet» y de su esposa, Lucía Hiriart.Torres se jactaba de haber procesado a 120 integrantesdel Frente Patriótico Manuel Rodríguez, y afirmabaque en cualquier momento iba a atrapar a la cúpula.Los detenidos bajo sus órdenes, denunciaron habersufrido las más aberrantes torturas en cuarteles de laCNI. Muchos de ellos no lograban diferenciar entre losrecintos de la policía secreta y la fiscalía. Torres, sordoa las quejas, aumentaba sus penurias con largas y reiteradasincomunicaciones.El caso más dramático fue el de Karin Eitel, procesadapor el secuestro del coronel Carreño, quien aparecióen las pantallas de televisión nacional confesando suparticipación y dando, además, muestras evidentes dehaber sido sometida a crueles torturas.El propio coronel Carreño sufrió el rigor del suspicazfuncionario. Después de ser liberado por suscaptores, fue recluido en el Hospital Militar para enfrentarnumerosas y prolongadas sesiones de interrogatorio.Las protestas contra las actitudes del fiscal ad hocllegaron hasta las Naciones Unidas. El relator especialFernando Volio afirmó que los «procesos hipertrofiadosque atiende el fiscal Torres son contrarios al debido procesolegal y, por tanto, se apartan o desvían de lo nor212mal en perjuicio de los derechos de los procesados y

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quienes los defienden».Pero los tribunales de justicia no obstaculizaron sugestión.Hasta que se metió con la Iglesia.El fiscal, como Rosende y otras altas autoridades delgobierno militar, pensaba que la Iglesia era la protectorade la oposición al gobierno, y la posibilidad de probarlose le presentó con el caso de la Panadería Lautaro.Asaltada el 28 de abril de 1986 por un grupo de militantesdel FPMR, en su huida éstos se enfrentaron con Carabineroshiriendo de muerte al policía Miguel VásquezTobar. También murió uno de los asaltantes.El hecho le sirvió a Torres para intentar de manerafrontal el encausamiento de la Vicaría de la Solidaridad.Tomó como pretexto la ayuda médica que ésta lehabía prestado a Hugo Torres Peña, quien resultó seruno de los acusados del asalto. El fiscal hizo procesar amédicos y abogados, desafiando incluso las decisionesde la Corte Suprema.Durante la existencia de la Vicaría de la Solidaridadésta sostuvo, es efectivo, relaciones con los partidos yorganizaciones de ultra izquierda. Se estableció un diálogoen que las reglas de juego estuvieron perfectamentedelimitadas. La vicaría defendía a las víctimas deatropellos a los derechos humanos (detenciones arbitrarias,torturas, crímenes, desapariciones), sin importarsu creencia política; pero no aceptaba actuar como «pantalla» en la defensa de delitos de sangre o de otro ordenque pudieran cometer los militantes de esas colectividades,aun cuando argumentaran legitimidad política.Para eso existían otros organismos, como el Codepu.Tanto el MIR como el FPMR estaban perfectamente altanto de estos códigos de conducta.213Torres sostenía, empero, que los «terroristas» teníanen la Vicaría su retaguardia de protección. El argumentono era sólido desde el punto de vista legal, pero suinstinto le decía que en ese organismo, colaborador o node los grupos izquierdistas, las caras que él quería atrapareran conocidas. Con astucias de sabueso, buscabahacer caer en trampas a la institución.En los interrogatorios a funcionarios menores deese organismo, Torres usaba todo su poder de persuasiónpara intentar delaciones. Ponía el arma sobre lamesa y les decía: «Usted sabe que yo tengo el poder demeterlo preso o dejarlo libre».El fiscal estaba obsesionado con el organismo eclesiástico.Quería saber todo sobre él: su estructura, organización,financiamiento, personal, procedimientos,vínculos, situación tributaria y el rol del Vicario. Tambiénquería conocer la identidad de las personas atendidaspor la Vicaría, especialmente los heridos a bala.Pretendió apoderarse de todas las fichas médicas con laesperanza de reconstruir la estructura del FPMR.La paciencia del obispo Valech se colmó cuando Torresallanó la sede de la AFP Magister para incautarantecedentes sobre las imposiciones de los empleados

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de la Vicaría de la Solidaridad desde 1981 a 1988.Valech presentó dos recursos de queja ante la CorteMarcial, argumentando que el fiscal se había extralimitadoen el ámbito de la investigación del asalto a la panaderíaLautaro y estaba entrometiéndose en las organizacióny funcionamiento de la Vicaría de la Solidaridad.De hecho, los medios llamaban ahora a la investigación«el caso Vicaría».El obispo defendió el secreto profesional. No estabaprotegiendo a nadie en particular, sino que la sacrosantainstitución eclesiástica del secreto de confesión, base de214la confianza que millones de personas han depositado enla Iglesia por siglos. No se trataba tanto de una defensaen un momento puntual en la historia de Chile, como dela protección de los fundamentos de la creencia católica.Ningún poder político podía pretender avasallarlos.La Corte Marcial había rechazado todas las anterioresquejas en contra del fiscal, aunque en más de una ocasiónle había advertido, en forma privada, que morigerarasu comportamiento. El presidente del tribunal, EnriquePaillás, le había dejado caer «consejos» y «observaciones» en las hojas de los expedientes. Hasta que se produjoesa resolución del 7 de diciembre de 1988, en que laCorte Marcial, por cuatro votos a uno, acogió inesperadamenteel recurso de la Vicaría de la Solidaridad.Votaron a favor los ministros civiles, Paillás y LuisCorrea Bulo. Eso era predecible. Lo inesperado fue elvoto favorable del representante del Ejército, brigadiergeneral Joaquín Erlbaum y el de la Fuerza Aérea, AdolfoCeledón. Sólo la representante de Carabineros, XimenaMárquez, respaldó al fiscal ad hoc.El fallo ordenó a Torres devolver las fichas incautadasen Magister, sin usar sus datos, y circunscribir suinvestigación a los hechos estrictamente vinculados conel asalto, abandonando su pretensión de entrometersecon la Vicaría.El hecho produjo un terremoto en el Ejército. El fiscalgeneral de la institución (superior a Torres, peroinferior a Erlbaum) el comandante Enrique Ibarra, comentóque el fallo había sido «político», influenciado porel resultado del plebiscito. Sus palabras, que acusaban asu superior de haberse puesto en el bando opositor, desataronuna crisis aún mayor.El martes 13, en Las Ultimas Noticias apareció elprimer indicio de la catástrofe. El Ejército había pedido215la renuncia a toda la plana mayor de la justicia militar:al general Eduardo Avello, que ocupaba el cargo de AuditorGeneral del Ejército; al brigadier general Erlbaum,y a los auditores, coroneles Rolando Melo y AlbertoMárquez, por sus discrepancias con Torres. Elpropio fiscal ad hoc se apresuró en anunciar que él ocuparíael más alto cargo en la justicia militar, reemplazandoal general Avello, pese a la distancia en grado yantigüedad entre ambos. Es «una decisión del Mandoque, en este caso en particular, me enorgullece», dijo al

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diario La Segunda.Sus palabras desataron una ola de críticas de envergadurano sólo en la oposición. Uno de los principalesdirigentes de la derecha, Miguel Otero, en ese entoncesvicepresidente de Renovación Nacional, dijo: «En mistreinta y tres años de ejercicio profesional, nunca anteshe tenido conocimiento de que luego de un fallo adversoa un fiscal militar, se llamara de inmediato a retiroal Auditor General y al miembro de la Corte Marcial. Lemolestaba la oportunidad de la medida, pues era el argumentoperfecto para quienes criticaban la falta de independenciade la justicia militar. «La mujer del César, nosólo tiene que ser honrada, sino que también debeparecerlo», dijo, recurriendo a la conocida sentencia.El Mercurio y La Segunda editorializaron en contrade las destituciones. El vespertino dijo que «resulta difícilde comprender por lo inoportuna la sola eventualidadde que quien ha sido cuestionado por éstas (las instanciasjudiciales competentes) pudiera venir a sustituira sus superiores jerárquicos».En medio de la avalancha de ataques, el Ejércitoaparentó retractarse nombrando interinamente al generalRolando Melo Silva, quien, al asumir como auditorgeneral, admitió que la justicia militar estaba en «cri216sis». Torres quedó como Fiscal General Militar, en reemplazodel comandante Enrique Ibarra, quien descendióabruptamente tras sus imprudentes comentarios.Las especulaciones corrieron en los medios de comunicación.Se dijo que la propia Corte Suprema y la oposiciónen el generalato habían influido en el fracaso delnombramiento de Torres. Sin embargo, el 28 de diciembre,día «de los inocentes», la junta de generales, despuésde una jornada completa de deliberaciones en elEdificio Diego Portales, demostró que el fiscal ad hocera mucho más poderoso de lo que se pensaba. Con laanuencia del comandante en jefe, representando en estecaso por el vicecomandante de la institución, Torres fueascendido al puesto de auditor general.Sin complejos, ese mismo día la nueva autoridaddeclaró: «Yo creo que la crisis, a la cual se habría referidoel coronel Melo, no existe». El subsecretario de Justiciay fiel asesor de Rosende, Luis Manríquez Reyes, entrególa opinión de esa cartera: «El fiscal Torres es unhéroe de la democracia en Chile».No opinó igual El Mercurio, que en un ácido editorial,apuntó derechamente a la decisión política detrásdel nombramiento.«El daño ya está hecho. En momentos en que el combatecontra el terrorismo exigía alejar toda posibilidad dedesprestigio de los instrumentos con que esa lucha debellevarse a cabo, se dio prioridad a otras consideraciones, locual no hará sino dificultar su defensa cuando sea necesario.El dolido desconcierto de los partidarios del régimenes explicable. Y no puede sorprender el regocijo con queciertos sectores opositores han seguido el episodio, quees, a no dudarlo, un obsequio para su propaganda».

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La Corte Suprema le dio un último y final espaldarazoal revocar, el mismo día de su nombramiento, las sen217tencias de la Corte Marcial que lo habían castigado porsu actuación en el caso Vicaría. Torres sería, como auditorgeneral del Ejército, integrante del máximo tribunalcuando hubiera causas que interesaran a los militares yno lucía bien que un magistrado de esa categoría llegaracon una queja disciplinaria a sus espaldas. Mejor eralimpiarle los antecedentes.Aunque el ascenso podría haber significado un aliviopara la Vicaría, porque Torres, en su nueva funcióntendría que dejar los casos, la verdad es que por untiempo continuó prestándoles atención. El mismo seencargó de avisar que perseveraría: «Los procesos soncomo los hijos. No se les puede dejar solos».Ese verano, el fiscal militar Sergio Cea se presentófinalmente en la Vicaría a cumplir las órdenes deTorres. Llegó acompañado con los integrantes de suescolta vestidos de civil. Ese día sólo estaban en eledificio de la entidad el Vicario y un par de asistentes.No se atendió público y todo el personal fue autorizadoa ausentarse. No querían ser vistos ni identificadospor personal militar. Por lo demás, las fichasque buscaba Cea tampoco estaban allí. Precaución elemental.Los asesores de Valech le habían sugerido que vistierapara la ocasión sus prendas de obispo, con báculo ytodo. Pero el Vicario no quiso. Se limitó al simple trajenegro con el clásico cuello clergyman.Hizo pasar a Cea y le dijo en tono amable:—Como sacerdote estoy obligado a respetar el secretoprofesional y, además, soy custodio de la confianzaque la gente ha puesto en la Vicaría; no acepto, por lotanto, que se registre nuestra sede. Yo no puedo rompermis compromisos. Si usted quiere ver las fichas, tieneque pasar por sobre este obispo.218La sola presencia física de Valech, grueso y de elevadaestatura, era lo bastante imponente como para intimidaral menudo y delgado Cea. Aunque estaba claroque no se trataba de un enfrentamiento cuerpo a cuerpocon el prelado.Fue una medición de fuerzas que no duró más dequince minutos. Amabilidad y tensión se reflejaban almismo tiempo en las caras del vicario, el fiscal y los escasostestigos de la escena. Cea optó finalmente por retirarse,ordenando el repliegue del contingente de carabinerosque había estado esperando afuera para procederal allanamiento.Se acercaba el cambio de gobierno y Torres tuvo finalmenteque desistir. Las causas contra militares quecomenzarían a llegar a la Corte Suprema una vez queasumió el gobierno Patricio Aylwin, iban a ocupar en elfuturo sus buenos oficios.219UNA CRÍTICA A LA JUSTICIA MILITAREl nuevo presidente de la Corte Suprema, al términodel período de Retamal, fue Luis Maldonado, un

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antiizquierdista con fama de democratacristiano, deespíritu conciliador y experto en los asuntos del PoderJudicial.Conocía a todos los ministros y jueces. Sus debilidadesy fortalezas. Comenzó su mandato otorgándole unespecial estatus a Hernán Cereceda, de quien valorabasu juventud y conocimientos. (Muchos años después,tras la acusación constitucional que lo destituyera, Maldonadoconfesaría a amigos suyos que sentía traicionadala confianza que había depositado en el ex ministro.Estaba arrepentido de haberlo ayudado).Con sus ademanes suaves y amables, el nuevo presidenteinauguró sin embargo el año judicial, con uno delos discursos más incendiarios que se haya oído a presidentealguno de esa Corte. Compitiendo con Retamal,planteó una severa crítica a la justicia militar.Era sin duda un signo de que la transición políticaestaba comenzando.220Entre los invitados, que repletaban la sala de plenarios,a las 11 de la mañana de ese 1° de marzo de 1989,estaban desde el nuevo auditor general del Ejército, todavíacoronel Fernando Torres, el procurador generalde la República, Ambrosio Rodríguez, el ministro Rosende,hasta el vicepresidente de la Comisión Chilenade Derechos Humanos, Máximo Pacheco.Maldonado alabó la decisión de poner fin a los estadosde excepción, vigentes por tantos años. «Se ha concretadoun anhelo del pueblo chileno», dijo. Pero pidió alas autoridades militares que indultaran, antes de marcharse,a los chilenos que terminado el exilio seguíancondenados por haber ingresado ilegalmente a la Patria.También celebró que se hubiera reducido el períodode presidencia de la Corte Suprema a tres años. Lascosas volvían a su sitio. Protestó por el escaso porcentajedel presupuesto asignado al Poder Judicial (apenas un0.74 en ese momento) y demandó una vez más la autonomíaeconómica para ese poder del Estado. Era un mensajedirigido más a los dirigentes de la Concertación quea los del gobierno saliente.Maldonado dijo que la Corte Suprema estaba oyendoen silencio las críticas, para aceptar lo válido y desecharlo impropio. Era una postura distinta a la expresadasólo dos años antes por el pleno del máximo tribunal,que había rechazado las quejas a su incapacidadpara hacer justicia, diciendo simplemente que «los tribunalesde justicia son fieles cumplidores de la ley, quepara ellos sigue siendo la razón escrita».El Presidente se mostraba más abierto. Y no podíaevadir el tema de la cuestionada justicia militar.Remeció a su audiencia reconociendo que los tribunalesmilitares juzgaban a más civiles que uniformados, en unporcentaje que superaba el 80 por ciento. El reemplazo221de un tribunal ordinario por uno militar, dijo el ministro,«ocasiona un grave desmedro para las garantíasprocesales del civil imputado». La independencia judicial

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y la confianza de la ciudadanía en tales tribunalesespeciales estaba en cuestionamiento, agregó, y demandónormas que retrotrayeran las cosas como al principio.Los juzgados militares, para militares. Los ordinarios,para los civiles.El auditor Torres respondió que las críticas a la justiciamilitar se debían al desconocimiento sobre la materia,y las provocaba la «publicidad intencionada de ciertossectores».La reforma solicitada sería una de los primeroscuerpos legales aprobados por el gobierno de Aylwin enel paquete conocido como «leyes Cumplido».222LA «LEY CARAMELO»Apenas asumió como ministro de Justicia, en enerode 1984, Rosende tomó una medida que había sido rechazadapor la Corte Suprema el año anterior. Aumentóel número de ministros en el máximo tribunal, que detrece pasaron a ser dieciséis.Los nombres de los tres nuevos integrantes habíansido seleccionados por el secretario antes incluso decrear las plazas.El orden en el nombramiento también fue analizadocuidadosamente.Primero, Hernán Cereceda, el 10 de enero de 1985.El ex ministro y ex presidente de la Corte de Apelacionescontaba con los méritos formales mínimos para ascender.Por cierto, también y principalmente, con losmerecimientos políticos: una completa afinidad con elgobierno militar. El general Pinochet lo había premiadoen una ocasión y Cereceda se demostraba agradecido.Rosende ponía las manos al fuego por él.Luego Jordán, el 15 de enero. Por antigüedad nopodía postergarse su nombramiento. Algunos en el gabi223nete, como Jaime del Valle, tenían una excelente opiniónde él. Sin embargo, otros hicieron reparos. Estabanbien enterados de sus antecedentes personales. De suafición por el alcohol y los prostíbulos desde sus tiemposde ministro en Punta Arenas. Pero Rosende lo considerabaun incondicional y eso era lo que le importaba.Lo nombró, sin embargo, en segundo lugar, para estropearsu oportunidad de llegar a ser presidente del tribunalantes que Cereceda. No contaba en los planes delsecretario de Justicia que en el futuro su preferido seríadestituido por una acusación constitucional y quesería Jordán y no él quien se invistiera como presidenteen 1996.El tercero en la lista fue Enrique Zurita, designadoel 21 de enero de 1985. Un hombre modesto, probo, amable,que tuvo muchas dificultades en su juventud paraestudiar, pues proviene de una familia pobre, y que hamantenido históricamente una postura invariable enfavor del régimen militar.Con los nombramientos de Cereceda y Jordán, especialmentehacia el fin del gobierno militar, comenzó ahablarse de una institución antes poco difundida: los estudiosde abogados «con llegada a la Suprema». Los grandes

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consorcios y los empresarios comenzaron a preferirlos servicios de aquellos profesionales para aumentar susposibilidades de éxito ante el máximo tribunal.Pese a las quejas, entre otros, del Colegio de Abogadosque pedía terminar con la práctica de los «alegatosde pasillo», se creó un circuito más o menos organizadopara ejercer el tráfico de influencias. Algunos abogadosincluso pedían a sus clientes montos adicionales a sushonorarios para «sensibilizar» a los magistrados.Los ministros honestos e independientes, aún en sucalidad de testigos de estos actos, no estaban en condi224ciones de reaccionar ni oponerse. El gobierno militartampoco puso coto a tales prácticas. El control políticoera su objetivo.Retamal estaba en la presidencia de la Corte y, aunquealgo se había moderado después de la sanción que leimpusieron sus colegas en 1984, en cada marzo, al inaugurarel año judicial, dejaba caer un pasaje aquí y otroallá para criticar al gobierno.En 1986, por ejemplo, el magistrado alabó indirectamentea la Vicaría de la Solidaridad, comparándola conlas corporaciones de asistencia judicial. Al año siguiente,en el preludio de la visita del Papa, el ministro declaróque marzo debía considerarse «el mes de la benevolencia,en contraposición al tiempo de la severidad». Enel último de sus discursos, en 1988, aprovechó que dejabael cargo para traspasar los límites permitidos. Comentóque las disposiciones del artículo 24 transitoriode la Constitución y el resultado de los recursos de amparoque contra él se dictaban estaban cuestionando laindependencia del Poder Judicial. Recordó que los tribunalesrechazaban los amparos porque aparentementeel artículo 24 no era susceptible de recurso alguno, aunqueotro artículo del mismo cuerpo legal garantizaba lavigencia del habeas corpus siempre.«Se ha dicho que tal interpretación literal del preceptoprohibitivo demostraría una falta de independenciade criterio con respecto al Poder Central», dijo Retamal.Opinión que, como había dejado en claro anteriormente,personalmente compartía.El presidente de la Corte Suprema no era, sin embargo,un problema realmente grave para Rosende,quien sabía que contaba con una mayoría a su favor en elmáximo tribunal. Y se había preocupado de que en elresto de la judicatura, sus preferidos estuvieran bien225ubicados. Creía que la mejor manera de garantizar laestabilidad del régimen militar y la preservación futurade las instituciones creadas por éste, era nombrar juecesque jamás lo tocaran políticamente.—Este juez es probo. Todos los asuntos que rozancon la parte política, los va a fallar siempre bien, porquees un hombre recto, —era la explicación tipo que Rosendedaba a otros miembros del gabinete sobre suspromociones.—¿Sabe?—Mira, más o menos, pero me da una garantía: jamás

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se va a meter en política.Un ministro del gobierno militar cuenta que dos vecesel magistrado Ricardo Gálvez estuvo en una quinapara subir a la Corte Suprema y que él personalmenteabogó ante Rosende para que lo nombrara. Le contó alministro de Justicia sobre su larga trayectoria como académico,del prestigio que tenía en el ámbito universitario,de su erudición como jurista. Rosende respondíaque estudiaría su caso, pero no lo nombraba.Ambos secretarios de Estado tuvieron un diálogocuando en la quina que presentó la Corte Suprema algobierno iban los nombres de Gálvez y Germán ValenzuelaErazo.—Gálvez sabe más. Es mejor juez.—Pero Valenzuela es más confiable, —replicó Rosende.Gálvez tampoco fue nombrado por Aylwin. Sus votosen causas por derechos humanos y especialmente el querespaldó la expulsión de Jaime Castillo Velasco de Chilele pesarían por siempre.Que «no se metan en política» era la obsesión delministro de Justicia. Política definida, por supuesto,como política disidente. La extrema independencia no226le gustaba. Por ese tiempo el abogado Francisco Merinorecibió un llamado en su casa del ministro de Justicia.—Pancho, te llamo para decirte que acabo de tenerel honor de firmar el decreto que te designa abogado integrante,—le dijo Rosende.Merino, sorprendido, le respondió en forma cortéspero tajante:—Don Hugo, le agradezco mucho, pero entonces, acontinuación, borre de su agenda el número telefónicode mi casa.El nombramiento de Merino nunca salió de las oficinasde Rosende.El secretario de Justicia, no obstante, se daba cuentade que los ministros de la Corte Suprema, por lealesque le fueran, habían envejecido tanto que no podríacontar con ellos por mucho tiempo más.Como político sagaz, estaba consciente de que necesitaríarenovar la Corte para asegurarse el respaldo alEjército durante la siguiente década.Esperó el resultado del plebiscito. Después deltriunfo del No, el 5 de octubre de 1988, supo que inevitablementehabría que entregar el Poder y que la «obra»del régimen militar se vería amenazada por una avalanchade procesos por violaciones a los derechos humanos.A lo mejor hasta se derogaba la ley de Amnistía.Tenía que hacer algo.Dos semanas después del plebiscito, nombró al ministroJuan Osvaldo Faúndez como nuevo integrante dela Suprema. De antecedentes personales intachables,Faúndez era ciertamente un incondicional.Necesitaba más.Pujó, entonces, por la aprobación de la llamada «leycaramelo». El cuerpo legal, que había sido obra suya,estaba estancado en la Junta de Gobierno desde junio

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227de 1988, junto a otras de las llamadas leyes de «amarre»,pues los proyectos eran cuestionados en su constitucionalidad.Tras el plebiscito, Rosende presionó por su aprobacióny consiguió lo que quería: el gobierno ofreció sumasmillonarias a los ministros de la Suprema que decidieranjubilar antes del 15 de septiembre de 1989. Graciasal «caramelo», se retiró buena parte de los ministrosmás antiguos. Y Rosende llenó rápidamente los cargoscon quienes creyó proclives al régimen.El 12 de mayo de 1989, Roberto Dávila ascendió desdesu cargo de relator de la Corte Suprema. El gobiernolo consideraba erróneamente un incondicional, por susfallos en favor de la Ley de Amnistía.En la misma camada subieron Lionel Beraud, el 29 demayo de 1989, y Arnaldo Toro, el 12 de julio de 1989, aunqueotros integrantes del gabinete tenían la peor de lasopiniones sobre ellos. De Beraud, por su bajo nivel intelectual.De Toro, por leyendas de actuaciones irregularesque lo perseguían desde los tiempos en que estaba en laCorte de Temuco. Uno de los miembros del gabinete recibióexpedientes sobre procesos por incendios en que losvotos del magistrado daban siempre la razón a los autores.Incluso cuando los incendiarios estaban confesos.En septiembre, ascendieron Marco Aurelio Perales,Hernán Alvarez y Germán Valenzuela Erazo. Todos consideradospinochetistas, aunque Alvarez resultaría ser unode los líderes de las posturas reformistas en el futuro.Finalmente y, ya en el umbral de la entrega el poder,Rosende designó a Sergio Mery Bravo, que hastaentonces se desempeñaba como secretario del tribunal.El ministro, que con sus cuarenta años de ejercicioconocía el Poder Judicial mejor que nadie, ignoró lasadvertencias de los demás miembros del gabinete. Todos228sus escogidos iban a las celebraciones de 19 de septiembreen el Club Militar y varios continuaron haciéndolodespués del cambio de gobierno. Serían leales, creyó.El reforzamiento del Poder Judicial en favor de losintereses del régimen, no pasó inadvertido para la oposición,que se lanzó en picada en contra de la «ley caramelo».El Mercurio defendió a Rosende. El 28 de septiembrede 1989 ese matutino afirmó en su editorial: «Cabepreguntase si en caso de detentar el poder, se habríanabstenido los personeros de aquélla (la Concertación) dehacer otro tanto, o al menos de intentarlo».Ya sabía el gobierno militar y los líderes oficialistasque la Concertación planeaba crear el Consejo Nacionalde la Justicia. El Mercurio atacaba la iniciativa de antemanoargumentando que el Colegio de Abogados o lasfacultades de Derecho, que tendrían participación minoritariaen esa entidad, podrían ser usados «por la izquierda» para tomar parte en los nombramientos delPoder Judicial. Sostenía el matutino:«Si la autoridad consideró o no tales elementos es unpunto opinable. Pero si lo hizo, no sólo obró legítimamente

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y conforme a derecho, sino que logró anticiparsea un eventual atentado contra el ordenamiento judicialde la república», esgrimía el matutino.«Estas columnas han mantenido una posición invariablede crítica a ciertos aspectos negativos de la judicatura,y de apoyo a reformas que, a su juicio, perfeccionaríanel sistema judicial chileno. Pero tales mejoramientosno podrían, en caso alguno, atropellar los principiosfundamentales del derecho en que el sistema sefunda. La actual Corte Suprema no es nueva. Es la misma,en su espíritu y hasta en alguno de sus integrantes,que en su acuerdo del pleno del 25 de junio de 1973 ad229virtió al Presidente marxista de la época: ‘Mientras elPoder Judicial no sea borrado como tal de la Carta Política,jamás será abrogada su independencia’».Los partidos oficialistas también respaldaron lasmedidas de Rosende.En total, el ministro de Justicia de Pinochet nombróa doce de los diecisiete ministros que conformaban laCorte Suprema en 1990, cuando Patricio Aylwin tomó elmando, los que sumados a Marcos Aburto y EmilioUlloa, ascendidos en 1974, totalizaban catorce nombramientosbajo el gobierno militar.Sólo Rafael Retamal y Luis Maldonado, en la Cortedesde 1966, y Enrique Correa Labra, nombrado porAllende en 1971, habían llegado antes, pero de estostres, el gobierno militar confiaba en que Maldonado yCorrea se negarían a dar nuevas interpretaciones a laley de Amnistía.Esta nueva Corte Suprema estaba dotada de facultadesque jamás tuvo en las constituciones anteriores a1980. Su presidente integraría el Consejo de SeguridadNacional, junto a los comandantes en jefe de las FuerzasArmadas, y tendrían la facultad de nombrar a tres senadoresdesignados: dos entre ex ministros y uno, entreun ex contralor.El ministro de Justicia podía decir con toda propiedad:«Misión cumplida».Capítulo III. De la Real Audienciaal golpe de estado231EL QUESO Y LA BALANZA DE LA JUSTICIA«La Justicia de Chile haría reír, si no hiciera llorar.Una Justicia que lleva en un platillo de la balanzala verdad y en el otro platillo, un queso. La balanzainclinada del lado hacia el queso. Nuestra justicia esun absceso putrefacto que empesta el aire y hace la atmósferairrespirable. Dura e inflexible para los de abajo,blanda y sonriente con los de arriba. Nuestra justiciaestá podrida y hay que barrerla en masa. Judassentando en el tribunal después de la Crucifixión, acariciandoen su bolsillo las treinta monedas de su infamia,mientras interroga a un ladrón de gallinas. Unajusticia tuerta. El ojo que mira a los grandes de la tierra,sellado, lacrado por un peso fuerte y sólo abierto elotro que se dirige a los pequeños, a los débiles».El poeta Vicente Huidobro se unía con estas ácidas

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palabras a las críticas que en 1925 se hacían al sistemajudicial chileno. La oleada de descontento contra juecesy ministros de corte formó parte de los muchos factoresque, dos años después generaron el golpe militar encabezadopor el coronel Carlos Ibañez del Campo que derrocaríaal presidente Arturo Alessandri Palma.232En 1924 el propio León de Tarapacá se quejaba contralas deficiencias del Poder Judicial:«Me llega diariamente el clamor uniforme y constantede (...) como la Corte Suprema desempeña susfunciones (...) No obstante estar obligados (sus ministros)a trabajar cuatro horas diarias, es público ynotorio que las audiencias las empiezan sólo a lastres, para terminar a las cinco de la tarde (...) Losestados anotan que en estos últimos meses se handictado muy pocos fallos».La evolución del sistema judicial casi no figura enlos libros sobre Chile. Fue olvidada por los historiadoreslo mismo que por los políticos que instalaron la República,aunque desde antiguo ha sido un lugar comúnafirmar que Chile es «un país legalista».Las críticas de Huidobro no han sido ciertamente lasúnicas. Mucho antes que él, don Andrés Bello, redactorde nuestro Código Civil, vigente desde 1855, opinaba:«Para que esta reforma sea verdaderamente útil,debe ser radical. En ninguna parte del orden social (...)es tan preciso emplear el hacha. En materia de reformaspolíticas no somos inclinados al método de la demolición;pero nuestro sistema de juicios es tal, quenos parecería difícil no se ganase mucho derribándolohasta los cimientos y sustituyéndole otro cualquiera».Pero el hacha no se usó.En 1903, un artículo de prensa contiene comentariosque bien podrían publicarse hoy por la plena vigencia delas opiniones:«Aquí como allá se siente malestar; aquí comopor allá no se hace justicia recta (...) aquí como porallá prevalecen y dominan otros intereses, otras influenciasque el interés de la justicia inmaculada y lainfluencia de las sanas aspiraciones (...) La primeracondición de los negocios es la seguridad y cuando enun país el Poder Judicial se ha rodeado de atmósfera233de desprestigio, todo el mundo teme colocar en esepaís capitales».El llamado sistema «inquisitivo» —que presume alinculpado culpable en vez de inocente— subsistente enChile, podría ser sólo una curiosidad o una extravaganciaen un mundo globalizado que hace tiempo se convencióde su obsolescencia, entre otras razones, por su contradiccióncon la organización democrática del Estado.Pero es nuestra realidad, hasta que no entren en vigorlas reformas aprobadas en 1997.Aunque la Constitución Política de 1980 declara,como sus predecesoras, que los poderes del Estado chilenoson tres, es evidente que el Judicial no ha sidomateria de mayor interés para los historiadores.Está claro que no es propio de los periodistas suplantar

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a los profesionales de la Historia. Pero sacudirlea ésta un poco de polvo y dar luces sobre algunos antecedentesque nos ayuden a entender el presente, es unaobligación ética. Hay que tratar de desentrañar el porquéde las críticas de otro tiempo de Huidobro, Bello yAlessandri, y de las quejas de hoy de nuestra opiniónpública, virtualmente unánime en su condena de la Justiciachilena.234LA JUSTICIA EN LA COLONIAEspaña tenía, antes de conquistar América, unaarraigada tradición jurídica proveniente de raíces romanasy germanas. Pero el Rey (quien reunía en su personatodos los poderes y era en sí administrador, legisladory juez) traspasó a los territorios conquistados sólo labase romana 2, aquella parte que —como conviene a unRey— excluía la participación del pueblo.Un poder fáctico de la época, la Iglesia, compartía elcontrol sobre la función judicial establecida por el Rey,pues estaba preocupada por los tratos que los aventurerosnavegantes daban a los indígenas.Así se llegó a una fórmula simple: para imponer laley en las nuevas tierras, la Corona enviaba a sus propiosespecialistas, la mayor de las veces letrados, paraque aplicaran justicia. Su voz era la ley.En Chile, la autoridades coloniales estaban complicadaspor la eficaz resistencia indígena, y optaron porcrear un sistema judicial muy simple.En 1609 nació la Real Audiencia, una especie deCorte de Apelaciones más poderosa que las que conoce235mos hoy, presidida por el Gobernador y compuesta portres oidores y un Fiscal, que era el acusador y cuya figura,desaparecida del sistema chileno, reaparecerá cuandoempiece en el futuro inmediato a aplicarse la reformaque crea el Ministerio Público.Los alcaldes, en las ciudades que se mantenían enpie, y los corregidores, en los campos, hacían las vecesde jueces de primera instancia. Como todavía no se hablabade división de poderes, la Real Audiencia no sóloadministraba justicia actuando como el tribunal de segundainstancia, sino que cumplía tareas ejecutivas eincluso legislativas.A fines del Siglo XVIII, se instaló un regente comopresidente de la Real Audiencia, para que el gobernadorse quedara sólo con las funciones ejecutivas.En ese momento también se hizo otra reforma: elTribunal Superior se dividió en dos salas especializadas.Una se dedicaría sólo a «lo criminal» y otra a «lo civil», distinción que —digámoslo para ilustración de legosen la materia— se funda en lo siguiente: criminal esel área de la justicia que regula las obligaciones de losindividuos con la sociedad, o el Estado, es decir, la quesanciona delitos e impone penas; civil, por el contrario,es la que regula la relación entre los particulares y tieneque ver casi siempre con reclamos pecuniarios.En 1757 se creó en Chile la primera universidad, laUniversidad de San Felipe, que impartió inicialmente la

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carrera de Derecho. Salieron de sus aulas notables ciudadanos«criollos» capacitados para integrarse a ese incipientesistema judicial. Pero los Reyes de España seoponían a designar a los nacidos en una colonia comojueces.Pese al resentimiento que se alimentaba en el corazónde los criollos en contra de la Real Audiencia, la236calidad de los magistrados españoles era en muchos casosnotable y sus procedimientos penales tenían entoncesvirtudes que hoy escasean.Un estudio de 1941 que analiza las sentencias de laReal Audiencia, concluye que «la substanciación de losjuicios criminales se lleva durante la Colonia, por logeneral, en corto tiempo y con escaso volumen de autos».Entre los fallos de la Real Audiencia, se cita unasentencia «modelo», que grafica el comportamientoejemplar de ese tribunal de la Colonia. El fallo, dictadoen una causa por «amancebamiento», data de 1788. Elexpediente tiene apenas nueve páginas, incluyendo lasentencia definitiva. La investigación de los hechos —conocida como la etapa del sumario— duró apenas unmes y dos días. Hoy eso sería un proceso «bala».Era la «causa criminal contra Dn. Jose Flores porconcubinato con Manuela Espinosa, alias la Badanera,ambos casados; y por otros excesos». Flores enfrentabael cargo de hallarse «viviendo amancebado con unamuger casada, con total abandono de la que lo es legítimasuia, y sin que haia hecho juicio a los requierimientosjudiciales que por la R. Juzticia se le han hecho; poresto y por la vida ociosa que tiene, sin el menor destino».El acusado, por la escasez de sus recursos, contó con ladefensa de un procurador de «pobres». Defensor y fiscalacusador se enfrentaron en las mismas condiciones anteel juez. Esa paridad se perdió en el proceso chileno y serecuperará sólo llegado el año 2000, cuando se instaureel Ministerio Público y el juicio oral.Dice el estudio que estamos citando que, además,los procuradores de los pobres en la colonia cumplieronsu labor con «diligencia y meticulosidad ejemplares»,características que no siempre pueden atribuirse ac237tualmente a los postulantes a abogados que defienden alas personas de escasos recursos en los Servicios deAsistencia Judicial.(*)Los fiscales cumplían en la Colonia un papel fundamentalal «velar por la correcta y rápida sustanciaciónde los procesos y sus dictámenes son, por lo corriente,las piezas más eruditas, con mayor acopio de citas legalesy más profundos raciocinios jurídicos y éticos en losjuicios criminales».Los jueces de la Real Audiencia también eran ejemplares.Aunque no tenían facultades en la letra de laley, acortaban los procesos y buscaban acuerdos entrelas partes. Las sentencias no aludían tanto a fundamentoslegales, como a raciocinios éticos y sociales. Las penasaplicadas estaban, con la mayor frecuencia, por debajo

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de la penalidad legal, y hasta usaban los métodosalternativos al cumplimiento de las penas, como sancionarcon tres meses de trabajos públicos a un reincidenteen el delito de abigeato que, según la letra de la ley,debía ser condenado a muerte.En el Chile de hoy, el 70 por ciento de las penas significanprivación de libertad, aunque la tendencia modernaes a crear sistema alternativos que busquen larehabilitación del delincuente y desahoguen las cárceles.En Alemania, por citar un ejemplo, sólo el 22 porciento de las penas implican cárcel.La tendencia a moderar las penas fue tal en las coloniasamericanas que el Rey reiteradamente llamó laatención a sus jueces, haciéndoles ver que no les corres-(*) Una notable recreación de la estructura y actuación de la Justiciachilena en sus albores -justamente en el siglo XVII- puede hallarseen la reciente novela de Rodrigo Atria, Coplas de sangre (Planeta,Santiago, 1998), basada en hechos rigurosamente históricos (Nota delEditor).238pondía «el arbitrio» o la interpretación de la ley, sinoque la mera «ejecución» de aquéllas, pues «ésta es nuestravoluntad» .239FIN DE LA REAL AUDIENCIASobrevino la guerra de la Independencia. Los líderescriollos acusaron a la Real Audiencia de amparar alos batallones realistas.En 1811, en medio de las batallas, el tribunal realistafue clausurado. Los vencedores crearon una nuevaCámara de Apelaciones en el mismo edificio en que hastaentonces funcionaba la Real Audiencia.Ese fue el gesto revolucionario, pero en el resto delpaís la situación continuó igual que en la época colonial,con pequeños tribunales dirigidos por personas de buenavoluntad, no letradas y excepcionalmente asesoradaspor algún abogado.Con todo, O’Higgins consagró en la Constitución de1818 la división de los tres poderes del Estado. Se creóel Supremo Tribunal Judiciario (que sería la Corte Suprema)por sobre el de Apelaciones.Pero ya dos años más tarde la demora en los procesoscomenzaba a ser un problema y O’Higgins tuvo quedictar decretos que buscaran acelerarlos.240La Constitución de 1822 dedicó casi la tercera parteal Poder Judicial, pero hablar de administración de justiciaen aquellos años era una entelequia, considerandola situación que se vivía en los entonces reducidos territoriosde Chile. En la provincias, especialmente enel sur, reinaba el pillaje, que no encontraba resistenciade organismos policiales, ni la represión de tribunales.La inseguridad era la misma en las ciudades y en elcampo. Policía no había ninguna y el Ejército, embarcadoen grandes proyectos nacionales, partía a la misiónlibertadora del Perú.Diego Portales, quien en el cargo de ministro delPresidente Joaquín Prieto ejerció realmente el poder

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con mano dictatorial, intentó organizar una especie dejusticia ambulatoria, para llevar tribunales a aquelloslugares más peligrosos. El objetivo era combatir los ataquesde los indígenas a las nuevas autoridades criollasy también a los bandidos que dominaban en la región deLa Frontera.Las cabezas y manos de los jefes de los grupos perseguidoseran esparcidas en los caminos y vados de losríos, para infundir miedo a sus integrantes.Tal vez impresionado por la efectividad del método,Portales decidió usarlo contra sus enemigos, los sospechososde conspirar para derrocarlo. En connivencia conel ministro Mariano Egaña intentó además establecerConsejos de Guerra permanentes para delitos políticos.Egaña, quien ocupó varios cargos ministeriales durantela década portaliana, fue al mismo tiempo el propulsorde numerosas leyes e instituciones que fueron estructurandoun sistema judicial chileno. Incluyó la creación deuna Corte Suprema, con asiento en Santiago, en la Constituciónde 1833. Además, él mismo participó como fiscal enel máximo tribunal durante casi toda esa década.241Egaña redactó varios proyectos conocidos como lasleyes Marianas, que dieron origen, en 1875, a la Ley deOrganización y Atribuciones de los Tribunales, que semantuvo durante más de un siglo prácticamente intocada,aunque luego mudó de nombre y pasó a llamarseCódigo Orgánico de Tribunales (COT).242JUSTICIA REPUBLICANAEl país se dividió, terminada la guerra de Independencia,en provincias. En cada una de ellas, se establecióun Juzgado de Letras, a cargo de letrados. Ese fue eldebut de los primeros jueces «chilenos».Los ministros de la Corte Suprema preguntaron enaquella época a Mariano Egaña qué debían hacer cuando,frente a determinado delito, contaban con leyes endesuso o penas absurdas. Este estimó legítimo que losjueces usaran su propio criterio para interpretar lasnormas obsoletas y, para formalizar su decisión, dictóuna ley que les dio la libertad de aplicar otra normaexistente o de hacer un esbozo de «jurisprudencia» cuandono hubiera en los textos legales una respuesta adecuadaa los conflictos que se les planteaban.La inquietud de esos jueces del siglo pasado no eraantojadiza, pues algunas de las normas, por mucho queaparecieran en los textos legales, les resultaban ridículas,como cuenta el historiador Armando de Ramón. Porejemplo, la pena fijada para los parricidas. Según la ley,el autor debía ser azotado 50 veces, encerrado en un243saco debidamente sellado, junto a una serpiente, unmono, un perro rabioso y otros animales feroces. Después,debía ser lanzado en altamar, dentro del saco, aseguradocon un fierro que le impidiera flotar si por algunacircunstancia quedaba vivo e intentaba huir.La pena no parecía adecuada a los nuevos tiempos

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que vivía el país. Lo que después no siempre se ha entendido.Esa facultad de interpretación de la voluntadde una época, por ejemplo, nunca fue reclamada bajo elgobierno del general Augusto Pinochet. La Corte Supremade finales del Siglo Veinte consideró que su únicamisión era aplicar el tenor literal de la ley.En un comienzo, los tribunales debían aplicar lasleyes españolas, tal como estaban redactadas, pues nohubo legislación chilena hasta 1855 cuando apareció elCódigo Civil, gracias casi por completo al esfuerzo solitariodel venezolano Andrés Bello. Diez años más tardesurgió el Código del Comercio, que se debe a otro extranjero:el argentino José Gabriel Ocampo.En 1874 se dictó el Código Penal y poco después elCódigo de Procedimiento Penal. La legislación españolagozaba de buen prestigio en el medio nacional, aunquepor los odios de la guerra de independencia, no semencionaba explícitamente cuándo había que recurrira ella. Las rencillas con los conquistadores no impidieron,sin embargo, que los criollos, al redactar el CódigoPenal chileno hicieran una mera adaptación del textoespañol.El Código de Procedimiento Civil data de 1893 y elCódigo Orgánico de Tribunales se dictó en 1943.Más tarde, la explotación de yacimientos de plata enChañarcillo y de salitre en el norte, permitirían la expansióndel Poder Judicial. Se crearon juzgados portodo el país y nuevas Cortes de Apelaciones.244UNA «ACUSACIÓN CONSTITUCIONAL»A mediados de 1800, el Poder Judicial se había convertidoen el último reducto del Partido Nacional, fundadopor Manuel Montt y Antonio Varas, que se ubicabaa medio camino entre conservadores y liberales.El propio ex Presidente Manuel Montt (1851-1861)se convirtió en presidente de la Corte Suprema, despuésde dejar el Ejecutivo.Montt hacía equipo con Varas —como bien lo retratael monumento dedicado a ellos que está en el acceso alPalacio de los Tribunales— y éste lo respaldaba desdeel Congreso.Para minar la fuerza de la dupla nacional Montt-Varas en los tribunales, el Partido Conservador —eclesiástico—acusó constitucionalmente a la Corte Supremade «notable abandono de deberes» en 1868.La acusación contenía un grave cargo contra Montt.Decía que, abusando de su cargo de presidente de laCorte Suprema, había tratado de influir sobre el juez deMelipilla para que absolviera a un sobrino suyo acusadode homicidio. Fermín Silva Montt, el mentado sobrino,245era administrador de una hacienda y como tal, oficiabade «inspector» del distrito. En esa calidad, impuso en lastierras a su cuidado la «ley seca», disponiendo que durantelos días de fiesta no se podía vender vino a los inquilinos.Por supuesto, en los campos la prohibición secumplía a medias.

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Silva, que se tomó en serio el edicto, estaba controlandosu cumplimiento, cuando fue agredido por unebrio. Para defenderse, tomó una varilla de rueda decarreta y, con ella, dio dos certeros golpes en la cabezadel borracho. Le rompió el hueso parietal y lo mató.El juez de Melipilla procesó a Silva Montt por homicidio,aunque el acusado alegaba defensa propia.Manuel Montt viajó a Melipilla y, a su vuelta fue acusadoconstitucionalmente por haberse entrometido en eljuicio. Él argumentó que se había visto obligado al viaje,porque el fundo de su sobrino había quedado sin administrador.Los conservadores decían que Montt había coaccionadoal juez, obligándolo a citar nuevamente a los testigospara que se desdijeran de sus dichos, y que lo habíapresionado para que dejara en libertad al sobrino. Elacusado admitió haber hablado con el juez; pero dijoque no lo presionó, sino que apenas le pidió, por favor,que llamara a los testigos para que ratificaran sus declaracionesy se evitara con ello más dilaciones, puesuna resolución rápida aminoraba el sufrimiento de lafamilia.Había un segundo cargo en la acusación, que se amplióa otros tres ministros: José Alejo Valenzuela, JoséGabriel Palma y José Miguel Barriga. Este era que enuna querella de capítulos en contra del juez de Talca, laCorte de Apelaciones había decidido aplicar la resoluciónque más favorecía al juez —al producirse un empa246te de votos— y se imputaba a la Corte Suprema haberratificado indebidamente ese fallo.El juez en cuestión estaba acusado de torturar y flagelara los reos para sacarles las confesiones.Los ministros de la Suprema se defendían alegandoque los cargos por tortura ni siquiera estaban incluidosen la querella que buscaba desaforar al juez y que si bienla Suprema aceptó el fallo de la Corte de Apelaciones,había dispuesto al mismo tiempo que se ampliara la querellaen su contra para investigar tales denuncias.Más allá del sustento que pudieran tener o no loscargos, la acusación constitucional se convirtió, a losojos de los historiadores, en una contienda política entreconservadores, por un lado, y liberales y nacionales,por el otro.En ese contexto, a Montt lo defendieron algunos desus ex enemigos, como los liberales José VictorinoLastarria —quien estuvo exiliado durante casi todo elgobierno de Montt— y Domingo Santa María (Presidentede Chile entre 1881 y 1886).Santa María hizo un emotivo alegato ante los diputados,destacando el carácter de revancha política quetenía la acusación constitucional:«Confío en que la Cámara, al pronunciarse sobrela proposición de acusación, cerrará sus ojos a todoestímulo que no sea noble y bien intencionado: quedesgracia para el país, antes que para los magistrados,si sucediera que los intereses políticos pudieranarrastrar a una Cámara a tomar resoluciones contrariasa la justicia y al bien público. Un partido

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triunfante haría desaparecer de los Tribunales a losMagistrados para dar asiento a sus adeptos, pero caídoese partido y reemplazado por otro, éste emprenderíaigual tarea, igual cruzada para dar entrada a susamigos. La magistratura se convertiría de este modo,247en un vil juguete de los cálculos y de las expresionespolíticas y sin prestigio ni responsabilidad sería abandonadapor todos los hombres honrados que no podríancontar con los veleidosos favores de los partidosy que minarían al sillón del magistrado como un bancode vergüenza y de la afrenta, entonces buscaríamosaquí en vano la justicia y tendríamos que alzar acada momento los ojos al cielo» .En la Cámara la acusación constitucional contraMontt y los demás ministros fue aprobada, pero el Senadola rechazó.248POLITIZACIÓN, DECADENCIA Y CORRUPCIÓNDurante el período parlamentarista (1891-1924), elPoder Legislativo, por definición el más político de lospoderes del Estado, reemplazó al Ejecutivo en su rol depreeminencia.El Poder Judicial se había convertido en las décadasanteriores en baluarte del Partido Liberal, especialmenteporque las inversiones hechas por José Manuel Balmaceda,durante su mandato (1886-1891) impulsaron suexpansión, y los nuevos cupos se fueron llenando, obviamente,con jueces que adherían a sus ideas. El Poder sehabía cambiado del bando nacional al liberal.Cuando se instauró el período parlamentario, losconflictos puramente políticos se trasladaron al PoderJudicial. Los magistrados, obedeciendo a una tendenciade la época, expresaban sin tapujos sus preferenciaspolíticas. Las pasiones se exacerbaron sobrepasandotodos los límites de la mesura, hasta desembocar en elestallido de la Guerra Civil de 1891.El 7 de enero de ese año, Balmaceda rechazó las presionesdel Congreso y declaró vigente el presupuesto249del año anterior. La mayoría del Congreso se reunió y lodeclaró destituido. La Armada se alineó con los congresistasy ocupó el país desde Valparaíso al norte. ElEjército, en Santiago, se mantuvo leal al Presidente,quien siguió ejerciendo el poder, instituyendo una verdaderadictadura. Tomó, entre otras medidas, la decisiónde disolver la Corte Suprema y las Cortes de Apelaciones.Declaró vacantes todos los cargos de los ministrosy fiscales de la Corte Suprema y jueces de la República.Expulsó a todos quienes consideró opositores a su gobiernoe inmediatamente llamó a concurso y llenó las vacantescon partidarios suyos. Algunos de los despedidos, quecumplían con ese requisito, fueron recontratados.Aunque continuaron trabajando los tribunales deprimera instancia, desaparecidas las cortes superiores,los juzgados se convirtieron de dependencias administrativasdel Ejecutivo.Esta ha sido la única vez en nuestra historia que se

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ha clausurado el Poder Judicial.El conflicto político siguió ahondándose y Balmacedase suicidó.Los congresistas, triunfantes en la guerra civil, anularonmuchas de sus disposiciones, incluidas aquellasque desmantelaron el Poder Judicial.Todos los magistrados que despidió Balmaceda, fueronrepuestos en sus cargos. Y expulsados aquéllos queel Presidente contrató.Los decretos de Balmaceda y aquellos de los congresistasque posteriormente los revocaron, implicaron renovaralrededor del 80 por ciento del Poder Judicial encinco años.La nueva judicatura era así completamente distintade aquella anterior a 1891. Y aunque las leyes se mantuvieron,naturalmente los recién llegados imprimieron250un nuevo estilo de administrar justicia, más comprometidocon sus propios idearios políticos. El partido conservadorse quedó con la cuota más alta.Pronto comenzarían las acusaciones de intervenciónelectoral. En provincias surgió el caudillismo y se extendióel cohecho. Los grupos que se disputaban el poderparticipaban en feroces y cruentas batallas. Y los juecesno estaban ausentes, como lo prueban innumerables historias.Sobrevino un tiempo en que los partidos o grupospolíticos competían provocando caídas de gabinete yrepartiéndose el poder.Gobernar era tan difícil, como que los jueces dierangarantías de investigación imparcial de cualquier denunciade intervención política.El Poder Judicial comenzó a corromperse y a desacreditarse.Los delitos más atroces quedaban sin castigoy la Corte Suprema dejó de cumplir el mandato develar por el mejor y correcto funcionamiento de los tribunales.251MANU MILITARIEl desprestigio del sistema parlamentario se extendiótambién al Poder Judicial, área en la cual tambiénintentaron intervenir los militares, en el período que seinicia el 9 de septiembre de 1924, cuando derriban de lapresidencia a Arturo Alessandri.Como se recordará, cuatro meses después de aquelgolpe de Estado, uno nuevo restituye a Alessandri en lapresidencia. Tiempo después, en 1925, lo sucede en elcargo Emiliano Figueroa, hermano del presidente de laCorte Suprema, Javier Angel Figueroa.Javier Angel no era un hombre de la carrera judicial.Había sido político, diputado y senador, y candidatoa la presidencia en 1915. Como varios otros casos anteriores,cuando vio cerradas sus posibilidades en elcampo político, decidió ingresar al Poder Judicial. Entrópor arriba, directo a la Corte Suprema. Y no pasómucho tiempo para que fuera nombrado presidente delmáximo tribunal.Mientras tanto, Emiliano, su hermano, ejercía dePresidente gracias al apoyo militar. Pero renuncia al

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252comenzar 1927 y el coronel Carlos Ibañez ocupa su lugare interviene el Poder Judicial, y su ministro de Justicia,Aquiles Vergara, presiona a la Corte Suprema para quesaque a aquellos jueces que todo el mundo conoce comovenales y corruptos.Este es justamente el tiempo en que el poeta Huidobroescribe su violenta diatriba.No era fácil lo que se proponía el ministro. El presidentede la Corte, Javier Angel Figueroa se oponía. Delas diferencias entre ambos quedó para el registro de lahistoria un duro intercambio de notas: Vergara escribe:«No ha escapado seguramente al conocimiento deV.E. el verdadero clamor público que reclama la lentituden la substanciación de los procesos civiles y criminales,que han ido en constante aumento hasta llegaren ciertos casos al extremo de traducirse en verdaderasdenegación de justicia. No se os ocultarátampoco a V.E. el hecho de que hayan llegado a aceptarplazas y actúen en el servicio judicial elementosde escasa competencia y de dudosa moralidad que loshacen inhábiles e indeseables para ejercer con autoridady prestigio sus nobles y elevadas funciones» .Figueroa responde que «los jueces permanecerán ensus cargos durante su buen comportamiento». Defendíalas facultades fiscalizadoras de la Corte Suprema sobrelos tribunales y esgrimía que nadie podría ser depuestosin una causa que los hubiera sentenciado legalmente.El notorio ejercicio, por años, de malos funcionariosjudiciales que no habían sido removidos, ni recibido lamás leve sanción disciplinaria, debilitaba la postura deFigueroa en su intento de proteger la autonomía delPoder Judicial.En la Suprema, los ministros se dividieron entreaquellos que apoyaban al gobierno y aquellos que lo rechazaban.Figueroa se negaba a llamar a retiro a los253treinta magistrados que, según el Ejecutivo, debían serremovidos. Como Figueroa no obedecía, Ibañez declaróvacantes, el 24 de marzo de 1927, los puestos que ocupabancinco ministros de cortes de apelaciones y trece juecesletrados.En respuesta, el presidente de la Corte Supremarenunció y pocos días más tarde el gobierno lo deportó.Junto a Figueroa dimitieron los ministros que lo habíanapoyado en la Corte: Alejandro Bezanilla Silva, AntonioMaría de la Fuente, Manuel Cortés y Luis David Cruz.Los ministros que se quedaron, pues respaldaban algobierno, fueron: Ricardo Anguita, quien reemplazó alpresidente, Dagoberto Lagos, Moisés Vargas, GermánAlcérreca y José Astorquiza. Ellos mismos habían ayudadoa Vergara a confeccionar la lista de los treinta indeseables.Ibañez comenzó así la prometida depuración del sistemajudicial, que terminó con la expulsión de dieciochofuncionarios, el exilio del presidente de la Suprema, delpresidente de la Corte de Apelaciones de Santiago y deotros altos funcionarios judiciales.Pese a la conmoción, la mayoría de los miembros del

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Poder Judicial observó la razzia en silencio, entre otrasrazones, porque gran parte de los jueces removidos eranrealmente venales, aunque también hubo jueces corruptosque no fueron castigados. Y además, por el obvio temorque generaron en ellos los allanamientos, prisiones,torturas, exilio y destituciones que el gobierno impusoa sus opositores.La depuración de Ibañez no implicó reformas en losprocedimientos judiciales, pese a que gran parte de losataques tenían su causa en ellos.Desde la Guerra Civil de 1891 los partidos políticospreferidos por los magistrados fueron aquellos que254«propendían a la mantención del status existente o,cuando menos, a una evolución moderada y pausada delas estructuras sociales, económicas y políticas de laRepública. Esto permitía dar un carácter muy conservadora las instituciones judiciales y a su modo de operar,por lo cual puede entenderse que si uno de sus miembrosadhería a ideas que parecían discrepar con este‘modus operandi’, no podía continuar perteneciendo aesta comunidad tan cerrada en sí misma».La cúpula judicial, inspirada en esta arraigada culturaconservadora, en adelante puso obstáculos a cualquiermodificación profunda del aparato y sistema judiciales,pese al clamor que se venía oyendo desde principiosde siglo.El propio ministro de Justicia de Ibañez, AquilesVergara, decía después de asumir su cargo en 1927:«Pocos servicios del Estado necesitaban más de laatención del gobierno, que nuestra administración dejusticia. Varios eran los factores que, agravados porel correr de los años, sin fuerza de reacción propia, ycontando con la paciencia nacional, habían creadouna pesada atmósfera de lenidad y hasta de impurezaalrededor de la magistratura, doblegada a los interesesde la política, pero soberbia y encastillada en susrelaciones con los demás poderes del Estado».Pero la reforma que se proponía Vergara no pasó dela aplicación bruta de la manu militari y postergó, hastanuestros días, las reformas sustanciales.255DÉCADAS DE OLVIDOEntre 1891 y 1933, se produjo en Chile el llamadosurgimiento de la «cuestión social» que sumió en la crisisla hasta entonces llamada república oligárquica, segúnhan registrado los hitoriadores.Con la expansión del aparato estatal, se fortalecieronlos «sectores medios» y emergió el proletariado urbano eindustrial. Siguió una etapa política en que las distintasclases sociales dominantes compartieron el poder político,sin imponerse unas sobre otras, equilibrándose en unsistema de alianzas que duró hasta 1960. Según CarlosPeña, durante esta etapa se habría producido una «profesionalización» de la judicatura. Y durante las tres décadasque van desde 1930 a 1960 el Poder Judicial se mantuvoprácticamente libre de críticas y presiones sociales.

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No es que las deficiencias del sistema hubieran desaparecido.Es que nadie se interesaba en ellas. Tampocoel Estado prestaba mucha atención a la administraciónde justicia.El ministro José Cánovas (fallecido en 1992) recuerdaen sus memorias que el 28 de septiembre de 1942,256recién ingresado a la judicatura, fundó el Juzgado deLetras de Santa Juana (localidad dependiente del Departamentode Coronel, en la entonces provincia deConcepción). Relata así la experiencia:«De inmediato, del sueño pasé a la realidad y asíaprendí a enfrentarla desde el primer día de mi magistratura.En efecto, la llegada a Santa Juana fuedesalentadora. Para instalarnos tuve que conseguirun bodegón abandonado, lleno de ratones, sin cieloraso y sin piso. Me prestaron una mesita vieja que sebalanceaba al compás de un lápiz y había una sillaque sólo tenía dos patas buenas, de modo que parasentarse uno tenía que apuntalarse con las piernas.El secretario se ubicó en una banca de madera rústica.Conseguí una máquina de escribir que tal vez lahabía llevado el primer civilizado del pueblo» .Cuando quiso dictar el «acta de instalación» al secretario,éste se excusó diciendo que no sabía escribir amáquina. Cánovas le pidió que escribiera a mano, peroel secretario volvió a excusarse diciendo que se le habíanquedado los anteojos en Concepción. Cuenta entonces:«Opté por escribir yo el acta, que él me autorizó congran dificultad caligráfica».El secretario de Cánovas no sabía escribir, pese aque tenía, como todos los secretarios de los juzgados,rango de juez y debía reemplazar al titular cuando éstese ausentaba.En Curanilahue, Cánovas fue expulsado de la residencialen que se alojaba por haber encarcelado a un parientedel dueño. En Lota, que vivía convulsionada por los conflictosentre los mineros y los explotadores de los yacimientosde carbón, el magistrado descubrió que la Compañía mineracontrolaba el juzgado local. Le había asignado una casaal juez de turno (cuando llegó Cánovas la ocupaba el secretario)y una cuota de sacos de carbón al mes.257Cánovas se negó a habitar en el inmueble y obligó asu secretario a abandonarlo.«Al administrador de Schwager lo llamé a mi despachoy le representé su mal proceder, ya que se permitióenviarme los trece sacos de carbón sin siquieratomarme la venia o consultarme. Le advertí que noera su empleado, y que sin darse cuenta estaba cometiendoun delito».La corrupción en el juzgado de Lota era histórica.Uno de sus jueces fue conocido por dejar impunes inclusodelitos de homicidio, simplemente archivando losprocesos. Murió rico.«Había un oficial primero (los oficiales, que vande oficial cuarto a oficial primero, son los responsablesde los servicios menores en los tribunales, equivalentesa los que realizan los juniors en las empresas)

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que era el explotador de los pobres familiares delos presos. Al cumplir éstos los cinco días de detenciónme iba a consultar mi resolución. Como era mi costumbre,escribía al margen de cada causa si alguienquedaba en libertad o sometido a proceso. Si les dabala libertad, de inmediato el oficial primero salía de midespacho hacia el mesón de atención al público y llamabaa los familiares del detenido, a los que cobrabadiversas sumas por la libertad del preso, la que, segúnél, ‘tenía que arreglar con el juez’».Situaciones como éstas han continuado ocurriendoen el Poder Judicial chileno. Fue por actos similaresque el actual ministro de la Corte de Apelaciones, AlejandroSolís, pidió la destitución de algunos oficiales asu cargo cuando dirigía el Quinto Juzgado del Crimen.Atrapar a los funcionarios en estos actos requierededicación. Un juez descuidado, que se encierra en sudespacho, no lo advertirá.258José Cánovas descubrió las maniobras de su oficialy pidió la destitución.En sus primeros años en el cargo pudo establecerque muchos juicios se arreglaban «a lo compadre», influyendoen los parientes de los jueces, en sus amigos. Seacostumbraba fabricar pruebas, pagando a testigos paraque declararan en tal o cual sentido. El extravío de expedientesera tan habitual como lo es hoy.Pero es justo decir que al mismo tiempo que demonios,la judicatura prohijó distinguidos e ilustres jueces.Las cortes de Apelaciones de Santiago y Concepción,por ejemplo, se hicieron muy prestigiosas entre los abogados.Vicios y virtudes fueron virtualmente ignorados porlos medios de comunicación de aquellos tiempos El silencio,más que reflejo de satisfacción con el sistema,evidenciaba la indiferencia social hacia el rol que debíajugar este, el tercer poder del Estado. El interés ciudadano,reflejado en los archivos de prensa de la época,estaba focalizado en las conductas del Ejecutivo y elLegislativo.Después de la desastrosa experiencia parlamentarista,el Ejecutivo había recuperado su primacía entrelos tres poderes y así se quedaría.El sistema judicial siguió funcionando con la mismaestructura afianzada a comienzos del siglo XIX, en unestado de evidente abandono. Entre 1962 y 1963, el presupuestopúblico general de la Nación aumentó en un17,5 por ciento; pero los montos asignados al sistemajudicial crecieron, en el mismo período en apenas unsiete por ciento, un porcentaje inferior al alza del costode la vida 16. Entre 1947 y 1962, el porcentaje del presupuestoasignado al Poder Judicial disminuyó del 1,07por ciento al 0,52 por ciento.259Sólo hacia fines de los «50, la preocupación por lostemas judiciales comenzó a formar parte del debate público.Un estudio sobre la presencia del Poder Judicialen las informaciones de prensa entre 1954 y 1967, revela

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que el 86 por ciento de las noticias se concentran en elúltimo año.260LA HUELGA «LARGA»El intento por establecer un modelo que sacara aChile del subdesarrollo obvió de la lista de prioridadesla realización de las reformas que se venían proponiendoal sistema judicial.Nada se hacía por mejorarlo, aunque arreciaban lascríticas al sistema. Los magistrados se agazaparon enuna actitud de desconfianza hacia «la» política y en unarraigado corporativismo.Si bien no hubo una voluntad real de hacer cambios,el tema estuvo presente en los programas de gobierno.El de Eduardo Frei Montalva planteaba la necesidad demodernizar el sistema judicial, de hacer cambios estructuralespara que las nuevas leyes no tropezaran con«una justicia lenta, cara y anticuada» y propugnaba lanecesaria «democratización» del sistema, entendidacomo medidas para asegurar su gratuidad y ampliar elacceso de los ciudadanos.Frei padre creía necesarios «una renovación másacelerada de sus cuadros y el acceso de las nuevas gene261raciones a cargos de responsabilidad en el Poder Judicial», pero no llegó a concretarlos.Bajo su mandato, el ministro de la Corte de Apelacionesde Santiago, Rubén Galecio propuso crear unMinisterio Público. Considerando que no habría muchodinero para ejecutar su idea de un modo radical, Galeciosugirió una adecuación a «la chilena». Habría que dividirla judicatura en dos: una parte de los jueces, los instructores,se dedicarían sólo a la investigación de losprocesos y realizarían las labores del Ministerio Público.El resto, los falladores, dictarían las sentencias. Lapropuesta de Galecio incluía que algunas de las etapasdel proceso fueran orales.El revolucionario y solitario esfuerzo de Galeciomurió en las carpetas de Frei Montalva, junto a las propiasideas del gobernante, pues Justicia no era unaprioridad. La idea de Galecio fue sólo acogida en el proyectode Ministerio Público aprobado bajo el gobiernode Eduardo Frei Ruiz-Tagle casi al llegar el siglo XXI.El mayor conflicto del gobierno de Frei Montalvacon el Poder Judicial no fue el debate en torno a las propuestasde reforma, sino que la demanda gremial pormejoras salariales.En 1967, magistrados y funcionarios hicieron un movimientode «brazos caídos», un paro que duró 24 horas ypasó casi inadvertido. Pero cuando concluía el gobierno,los jueces y empleados volvieron a unirse para realizar laúnica huelga total de que se tenga conocimiento en elPoder Judicial. Lo lideraba la Asociación Nacional deMagistrados, que tenía entonces entre sus principalesdirigentes al influyente Sergio Dunlop, presidente en laCorte de Apelaciones de Talca en 1965, 1969 y 1973.El ministro de Hacienda de Frei, Andrés Zaldívar,se negaba a otorgar mejoramientos extraordinarios a los

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262magistrados —el Escalafón Primario— y a los funcionarios—el Escalafón Secundario—. Seiscientos jueces y mil600 empleado pedían satisfacción urgente de sus demandaseconómicas y respaldaban las peticiones que en elmismo sentido había estado haciendo la Corte Suprema.Los ministros del máximo tribunal, empero, tomaroncierta distancia del movimiento y sólo aceptaron elrol de mediadores.La personalidad de Dunlop generaba fricciones alinterior del Poder Judicial. Había quienes desconfiabande su modo personalista. Se resistían al estilo «sindicalero» para tratar los problemas económicos del PoderJudicial. Los jueces, afirmaban, no pueden presentarsecomo «empleados» ante el Ejecutivo, pues, en el ejerciciode su ministerio, se les requerirá la obediencia desubalternos, en desmedro de su independencia.Entre los detractores de Dunlop estaba el ministroJosé Cánovas, quien fue designado junto a Gustavo Chamorropara representar al ministro de Justicia, GustavoLagos, la inconfortable situación económica en que seencontraban los magistrados. El presidente de la CorteSuprema, Ramiro Méndez, se excusó de acompañarlos,pero les dio su bendición.Cánovas y Chamorro le advirtieron anticipadamenteal ministro que se preparaba una huelga y que ellos,como otros magistrados de cortes de apelaciones, estabancontra el movimiento. Subir la oferta evitaría unacatástrofe, pero el ministro no escuchó.El paro comenzó a medianoche del sábado 28 de noviembrede 1969. El domingo, ministros de la Corte Supremase reunieron con los líderes de la huelga parainformarles que existía un acuerdo con el gobierno paraotorgar un 20 por ciento de aumento en las remuneraciones.Los huelguistas lo rechazaron. Querían un 60263por ciento de aumento: un 40 por ciento en sueldos, un20 por ciento en la asignación de vivienda. Magistradosy funcionarios decidieron continuar el movimiento hastalas 14.30 horas del lunes.Los ciudadanos que por cualquier motivo ingresaronese fin de semana a las cárceles en Chile, no pudieronser atendidos y se pasaron cinco días presos, sin quenadie oyera sus descargos. Muchos policías tuvieronque realizar trámites de jueces. Sobrevino el caos.Los jueces demandaban además una modificación alsistema de calificaciones que seguía vigente y que considerabanun arma de presión de la Corte Suprema haciasus subalternos.Dunlop dio una conferencia de prensa ese domingopara informar de sus planteamientos y del avance de lasconversaciones. Sus declaraciones casi le costaron elpuesto. El lunes 30, La Nación publicó la noticia bajo eltítulo «La Suprema lamenta y no acepta un paro que infringelas normas legales». La nota describía la posturadel máximo tribunal, que afirmaba que los huelguistasno tenían el derecho legal de parar, junto a las declaraciones

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de Dunlop, culpando a la corte de indiferencia.Según el matutino, Dunlop había dicho que: «De no haberoperancia por parte de la Corte Suprema, este movimientohuelguístico buscará la remoción de todos losintegrantes de aquel organismo de Justicia».Ante tamaña declaración de guerra, la Corte Supremase reunió en pleno. Algunos, como Rafael RetamalLópez, pedían la destitución inmediata del rebelde.Dunlop tuvo que dar explicaciones ante el presidente,Ramiro Méndez. Con la grabación de la conferencia,facilitada por la periodista de Radio Cooperativa, CarmenPuelma, Dunlop demostró que nunca había hechotales aseveraciones. Se salvó.264Las negociaciones continuaron. En la tarde del lunes,el gobierno llegó a un acuerdo con la Corte Suprema. Eltribunal aprobó el proyecto de mejoramiento económicodel Poder Judicial propuesto por el Ejecutivo, pese a laoposición de la magistratura y los funcionarios.Junto con anunciar el acuerdo, el ministro de Justicia,tal vez para seducir a los huelguistas, informó quese modificaría también el sistema de calificaciones,para permitir «una real valorización del mérito funcionario». Sin embargo, tal idea no llegó a concretarse.El acuerdo cupular no fue suficiente. Magistrados yfuncionarios decidieron prorrogar el paro por otras 48horas. El martes 2 de diciembre, el conflicto llegó a sunivel más alto de enfrentamiento. El ministro de la CorteSuprema, Rafael Retamal López, asumió la labor demediador y estuvo negociando todo el día, pero fracasó.El Presidente Eduardo Frei manifestó que lamentaba«profundamente» el movimiento y que «esto no essólo un problema del Ejecutivo, sino un problema queafecta al país entero. No tengo forma de imponer autoridadsobre el Poder Judicial. Sin embargo, espero quelos funcionarios recapaciten, pues su movimiento huelguístico,siendo ellos los administradores de la Justiciaen Chile, les resta autoridad moral frente al país».El Ministerio del Interior amenazaba con aplicar laley de Seguridad Interior del Estado. Parte de las advertenciasiban dirigidas indirectamente contra Dunlop.La asamblea de los huelguistas recibió el mensaje yrespondió amenazando con abandonar «nuestras funcionesen forma total e indefinida» en respaldo de cualquierdirigente que fuera sancionado individualmente.El gobierno cedió un poco y ofreció un 30 por cientode aumento. El presidente del Colegio de Abogados,Alejandro Silva Bascuñán asumió el papel de mediador265en reemplazo de Retamal, que rechazó continuar despuésque los huelguistas rechazaran también ese 30 porciento.El Colegio elaboró una nueva propuesta, que otorgabaun reajuste del 35 por ciento sobre el reajuste generalque recibiría la administración pública en 1970. ElEjecutivo aceptó la idea. El miércoles hubo acuerdo. Eljueves, a las 8 de la mañana, los magistrados y funcionarios

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volvieron a sus puestos de trabajo. El acuerdo con elGobierno incluyó que no habría sanciones a los dirigentesy que los días de paralización no serían descontados.Ese mismo día La Nación publicó una explicaciónpública del entonces secretario de la Corte Suprema,René Pica Urrutia, en respuesta a las informaciones deprensa que aseguraban que los ministros de la CorteSuprema recibían «remuneraciones excesivas».266JUSTICIA «POPULAR»Poco antes de que Salvador Allende llegara al Gobierno,la crítica en boga era que el Poder Judicial habíaestablecido una «justicia de clase». Quien más insistíaen esta definición era el jurista y académico EduardoNovoa Monreal.Novoa llegó a ser presidente del Consejo de Defensadel Estado bajo el gobierno de Salvador Allende y defendióla nacionalización del cobre ante tribunales europeosen 1972.En un trabajo, «¿Justicia de clase?», publicado en larevista de los jesuitas Mensaje , Novoa cita veinte casospara demostrar que «la justicia está al servicio de la clasedominante, y que interpreta y aplica la ley con miras afavorecer a los grupos sociales que disfrutan del régimeneconómico-social vigente, en desmedro de los trabajadores,que constituyen en el país una amplia mayoría».Entre los casos recopilados por el autor estaba eldel periodista de La Serena Raúl Pizarro, quien escribióa comienzos de 1969 una serie de artículos que revelabanlos abusos cometidos en contra de familias campe267sinas, entre otros, por el ministro de la Corte de esa ciudad,Ruiz Aburto.Según las crónicas de Raúl Pizarro, el magistradorealizaba una persecución inhumana en contra de loscampesinos y detenía a quienes denunciaban los abusos.Hasta hubo una protesta en contra del magistradoy la Central Única de Trabajadores pedía su destitución.Pero, como suele ocurrir en estos casos, el periodistafue procesado por desacato al ministro cuestionado. Elprofesional presentó un recurso de amparo, argumentandoque había obrado lícitamente, en el ejercicio de suderecho a informar y criticar, pero la Corte Supremarechazó el recurso, el 22 de abril de 1969, declarandoque sus artículos constituían «demasías verbales que,extralimitando el derecho de crítica e información, seconvierten en maledicencia desprovista de objetivosserios y lícitos».Posteriormente, la Cámara de Diputados aprobó unaacusación constitucional en contra del ministro RuizAburto, que fue desechada en el Senado, pese a que lamayoría de los presentes la aprobaba, pero no reuníanel quórum necesario. La Corte Suprema lo mantuvo enel servicio y sólo tomó la medida de trasladarlo. En enerode 1970, el desprestigiado juez renunció voluntariamentea su cargo.Un segundo caso narrado por Novoa describía la manipulaciónde los tribunales por parte de la empresa

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Braden Copper, propietaria de los minerales de cobrede Sewell.En junio de 1945 se produjo en aquel enclave minerouno de los más grandes accidentes del trabajo que sehayan producido en Chile. Murieron más de 150 trabajadores,a raíz de lo cual el Congreso dictó una ley que268concedió una indemnización especial a las viudas yhuérfanos de los fallecidos.Para liberarse del pago, la empresa Braden Copperobjetó la constitucionalidad de la ley, utilizando un suciosubterfugio legal. Antes de que ninguno de los 510 huérfanosy 165 viudas hubiera alcanzado a cobrar, en un juzgadode Santiago apareció demandando a la empresauna tal Clarisa Díaz, que decía ser una de las viudas; noindicaba domicilio, ni acompañaba documentos que demostraransu calidad. El juicio sirvió de excusa a laempresa para iniciar un recurso de inaplicabilidad de laley de indemnización ante la Corte Suprema. El fallodeclaró inconstitucional la norma el 12 de mayo de1947, dejando en el desamparo a las viudas y los hijos delos trabajadores.Posteriormente, una organización de mujeres ofreciópruebas al máximo tribunal de que el juicio lo habíaarreglado la empresa, para obtener un fallo que sentarajurisprudencia y le permitiera detener los cobros quelas auténticas favorecidas por la ley quisieran entablar.La corte suprema ordenó de un plumazo archivar estadenuncia, desestimando su relevancia.Tras la publicación del largo artículo de Novoa, seencendió una ácida polémica en torno al Poder Judicial.El Presidente de la Corte Suprema, Ramiro Méndezaceptó el desafío del debate y se presentó en un programade televisión, junto a Rafael Retamal López, pararesponder de sus actuaciones en cada uno de los casoscitados por Novoa.Méndez aprovechó también la ceremonia de inauguracióndel año judicial para replicar a Novoa. Acuñó unacélebre sentencia: «Es absurdo decir que nuestras cortesson clasistas. Ellas sólo aplican las leyes que rigenen el país». La frase se convertiría en una muletilla en269las respuestas de los presidentes de la Corte ante futurasy más severas críticas.Un estudio del Centro de Desarrollo Urbano y Regional(publicado por la Universidad Católica de Valparaíso)sobre la percepción de la justicia entre los pobresdetectó que un 71 por ciento de los pobladores encuestadosestuvo de acuerdo con la frase «uno no consiguejusticia si no tiene dinero»; un 74 por ciento, estuvo deacuerdo con que «uno no consigue justicia si no tieneinfluencia». Los encuestados opinaron, en un 52 porciento, que los abogados son «negociantes que actúanpor lucro», sin considerar lo que es «justo». Frente alcaso de una persona de estrato social alto que atropellaraa un obrero, el 75 por ciento afirmó su convicciónde que el obrero, aún teniendo testigos favorables, perdería

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el juicio.En veinte años la percepción de los sectores marginadosno había cambiado mucho. En 1993, la Corporaciónde Promoción Universitaria, CPU, publicó un estudiorealizado por la Dirección de Estudios Sociológicosde la Universidad Católica, Desuc, sobre la opinión delos pobres acerca de la justicia. Ante la pregunta ¿Quéopina usted sobre cómo anda la justicia en Chile?, un82,8 por ciento opinó negativamente. Los encuestadosusaron espontáneamente calificativos como «ineficiente», «discriminatoria», «lenta», «arbitraria» y «corrupta»para referirse a ella.Los académicos partidarios del gobierno de la UnidadPopular propugnaban en esos años la creación detribunales vecinales, para solucionar los problemas deacceso a la justicia de los sectores más desposeídos, perola idea no llegó a prosperar.Los juzgados vecinales o de paz también formaronparte de los proyectos impulsados por Patricio Aylwin y270Eduardo Frei Ruiz-Tagle. Es curioso que este último,que ha logrado la mayor reforma al Poder Judicial en elsiglo, no ha podido obtener este simple cambio. El eternoy pregonado deseo de acercar la justicia a los más pobresha quedado, como entonces, postergado.271LA CORTE SUPREMA EN LA ANTESALA DEL GOLPEEl programa de gobierno de Allende sostenía que lamisión del Poder Judicial era adecuarse al concepto de«Estado Popular».En su declaración de intenciones, el nuevo gobiernoreconocía el principio de autonomía entre los tres poderesdel Estado y reiteraba otra de las eternas e incumplidaspromesas al Poder Judicial de otorgarle una «realindependencia económica». Hasta ahí, todo iba bien.Pero Allende afirmaba además que su gobierno concebía«la existencia de un tribunal supremo, cuyos componentessean designados por la Asamblea del Pueblosin otra limitación que la que emane de la natural idoneidadde sus miembros. Este tribunal generará librementelos poderes internos, unipersonales o colegiados,del sistema judicial. Entendemos que la nueva organizacióny administración de justicia devendrá en auxilio delas clases mayoritarias. Además será expedita y menosonerosa. Para el gobierno popular una concepción de lamagistratura reemplazará a la actual, individualista yburguesa».272El gobierno de Allende nunca tuvo intenciones seriasde llevar a cabo este planteamiento, pero los conceptosvertidos en su programa fueron suficientes paraque la judicatura se sintiera amenazada y se refugiaraen un mayor corporativismo y autodefensa. Además, laUnidad Popular trasladó al sector Justicia el debatepartidista, y los más altos magistrados, olvidados ya deantiguas manifestaciones políticas de sus miembros,reaccionaron despreciando a quienes se dejaron llevar

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por la corriente.Apenas instalado el gobierno, se formó al interiordel Ministerio de Justicia un Comité de la Unidad Popular(CUP), que pronto se reprodujeron al interior dela judicatura. En el Ministerio, seis o siete integrantesdel CUP asesoraban al titular de la cartera en los nuevosnombramientos. Aunque el gobierno de Allende nohizo remociones masivas, llenó las vacantes que se producíancon partidarios suyos.En 1971, se produjo una de las elecciones más durasen la Asociación Nacional de Magistrados. Una lista delos CUP —cuyos candidatos postulaban reformar el sistemajudicial para convertirlo en tribunales populares—perdió frente a la antigua directiva, representada porSergio Dunlop, con el slogan de la defensa de la independenciadel Poder Judicial. Los resultados, sin embargo,fueron abiertamente cuestionados y no sólo losallendistas acusaron a la lista de Dunlop de fraude.En 1972, los miembros de los CUP se retiraron de laAsociación y formaron una agrupación separada, minoritaria.Simultáneamente, la Corte Suprema iniciaba unduro y largo debate con el Ejecutivo, por la resistenciade éste a cumplir las decisiones judiciales. En medio dela batalla, un grupo de partidarios del gobierno se tomó273la Corte de Apelaciones de Talca, en protesta por lapetición de desafuero del intendente de la zona, que sehabía formulado ante el Senado.Los ministros no pudieron ingresar al edificio, dondetambién se ubicaban el correo y el Servicio de ImpuestosInternos. Un coronel de Carabineros ofreciódesalojar a los manifestantes, pero el segundo en elmando le recordó que, independientemente de las instruccionesdel tribunal, primero debían consultar alMinisterio del Interior. El conflicto terminó cuando elpropio intendente, un joven militante socialista, pidió alos manifestantes que dejaran el edificio.Hacia 1973, el Poder Judicial era uno de los baluartesen las acusaciones sobre las ilegalidades en que incurría elgobierno de la Unidad Popular. Allende había dispuesto elincumplimiento o postergación de órdenes judiciales, porejemplo, de lanzamiento de quienes se hubieran tomadofundos, fábricas y casas. Además, dispuso que los fallos quepedían el auxilio de la fuerza pública fueran consultadoscon el Ministerio del Interior antes de ser ejecutados.En medio de ese clima polarizado, el gobierno elaboróun proyecto de reforma para crear «una justiciaparticipativa con criterios de actuación distintos de lospreceptuados por el pensamiento jurídico tradicional».Allende entendía que el Poder Judicial como cuerpoestaba en la oposición a su gobierno y que contaba conel respaldo de los partidos políticos de centro y derecha,que asumieron, en este tema, la defensa del Estadode Derecho.A mediados de 1973, Allende envió una carta a laCorte Suprema, criticando la actuación de los tribunales.Acusaba a los jueces de extralimitarse en sus atribuciones

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y de estorbar el cumplimiento de las labores administrativas.274Mencionaba como ejemplo del «trastrueque de valoresde la justicia» el caso Chesque. Chesque era un fundoque fue tomado por un grupo de campesinosmapuches. Los propietarios, que decidieron «retomarlo», mataron en la refriega a uno de los ocupantes. LosTribunales, decía Allende, resolvieron que los dueñosdel fundo no cometieron homicidio porque actuaron endefensa de su propiedad. En cambio, los mapuches estuvieronsiete u ocho meses en prisión preventiva.Según el Presidente, los tribunales superiores demostrabanuna «manifiesta incomprensión (É) «del procesode transformación que vive el país y que expresa los anhelosde justicia social de grandes masas postergadas».Allende también acusaba a los magistrados de laCorte Suprema de acudir a él siempre por motivos «personales» antes que jurídicos.El 25 de junio, un pleno, presidido ahora por EnriqueUrrutia Manzano, envió un oficio al Presidente. Esla respuesta más severa que ese tribunal haya dirigidoa Presidente alguno en la historia de Chile:«(...) Quiere también esta corte expresar con enterezaa V.E. que el poder que ella preside merece delos otros Poderes del Estado, por deber constitucional,el respeto de que disfruta y lo merece, además, por suhonradez, ponderación, sentido humano y eficienciay que ninguna apreciación insidiosa de algún parlamentarioinnombrable o de sucios periodistas lograráperturbar sobre este particular asunto el criterio delos chilenos.«El Presidente de la República, sin advertirlo oinducido a ello, cometió un error al tomar partido enla sistemática tarea —nunca lograda— que algunossectores del país han desatado en contra de esta Corte.Lo lamenta este Tribunal hondamente, y lo diceporque si S.E. ha invadido en su comunicación un275campo jurídico que constitucionalmente le es vedado,este tribunal puede, a su vez, para restablecer elequilibrio así perturbado, insinuarse en las costumbresadministrativas, aunque no sea más que parasignificarle a V.E. la importancia y las consecuenciasde su error. La equivocación consistió en cambiar elpedestal del Poder Supremo en que la ciudadanía, ypor consiguiente esta Corte, lo tenían colocado, por laprecaria posición militante contra el órgano jurisdiccionalsuperior del país que, por imperativo del deber,tiene que contrariar a veces en sus fallos los deseosmás fervientes del Poder Ejecutivo.«Error es el expresado de trascendental gravedadporque el Jefe Supremo de la Nación estaba siendoconsiderado por el ciudadano común y por esta Cortecomo guardián de la legalidad administrativa del paíscontra los excesos de algunos subordinados, y es poreso lamentable que se constituya ahora en censor delPoder Judicial tomando partido al lado de aquellos aquienes antes daba sus órdenes de cumplir la ley. Losministros suscritos experimentamos sorpresa por elcambio y la actitud de V.E. porque entendemos que

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deprime su función constitucional.«(...) El Presidente ha asumido la tarea —difícil ypenosa para quien conoce el Derecho sólo porterceristas— de fijar a esta Corte Suprema las pautasde interpretación de la ley, misión que en losasuntos que le son encomendados compete exclusivamenteal Poder Judicial y no al Poder Ejecutivo, segúnlo mandan los artículos 80 y 4¼ de la ConstituciónPolítica del Estado, no derogados todavía por lasprácticas administrativas.«(...) Ninguna discusión sociológica, o sutileza jurídica,o estratagema demagógica, o maliciosa cita deregímenes políticos pretéritos son capaces de derogarlos preceptos legales copiados (en el oficio), que se copiaronpara que V.E. lea con sus propios ojos y apre276cie por sí mismo su calidad y precisión tales que noadmiten interpretaciones elusivas.«(...) Aun si el Juez o el Tribunal Superior cometieranun delito de prevaricación, aun si fallaran pordádiva o promesa no podría el funcionario administrativoresistir la orden, sino que tendría otros derechosfuncionarios y ciudadanos, cuyo ejercicio, sinembargo, debería iniciarse ante el Tribunal de Justiciacorrespondiente».El oficio también respondía por el caso Chesque:«¿Pretende el oficio de V.E. que los Tribunales deJusticia olviden la ley, prescindan de todos los principiosy en nombre de una justicia social sin ley, arbitraria,acomodaticia y hasta delictuosa en su casoamparen incondicionalmente a los tomadores y repudiende la misma manera a los que pretenden la recuperaciónde los predios tomados?».Los trece ministros que integraban el máximo tribunalfirmaron el acuerdo —autorizado por el secretarioRené Pica Urrutia—: Enrique Urrutia Manzano, EduardoVaras Videla, José María Eyzaguirre Echeverría,Manuel Eduardo Ortíz, Israel Bórquez Montero, RafaelRetamal López, Luis Maldonado Boggiano, Juan PomésGarcía, Octavio Ramírez Miranda, Armando Silva Henríquez,Víctor Manuel Rivas del Canto, Enrique CorreaLabra y José Arancibia.Allende recibió el oficio del máximo tribunal y lodevolvió sin comentarios. El pleno volvió a reunirse(esta vez con la ausencia de Arancibia, Correa y Ortiz) yemitió un nuevo acuerdo:«Que por tratarse de Poderes del Estado de igualrango constitucional entre los cuales no existe subordinación,es inaceptable la actitud del Presidente dela República de devolver el oficio de este tribunal».277El acuerdo está firmado el 4 de julio de 1973. Pocomás de dos meses después, el 11 de septiembre, seprodujo el golpe de Estado.Capítulo IV. Los ritos del poder279UN MICROBÚS DEL EJÉRCITOEl presidente de la Corte Suprema, Enrique Urrutia,se levantó de madrugada el 11 de septiembre de1973. Muy lejos de su departamento en calle Lota, su

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chofer, un hombre enjuto y de modales medidos, salíadel sueño antes de las seis de la mañana. Como de costumbre,a las siete el funcionario salió de su casa parallegar a las ocho en punto al departamento del magistrado.El empleado, como la gran mayoría de los chilenos,desconocía a esa hora que sería un día especial. Pero nolo ignoraba Urrutia quien, al ver llegar a su chofer, leadvirtió que esta vez no usarían el auto.Mientras esperaba, el funcionario oyó que el ministrohablaba por teléfono. El magistrado había conseguidoque el comandante en jefe del Ejército, general AugustoPinochet, le enviara a su casa un bus militar.Minutos después, un chofer y dos soldados designadoscomo escoltas aparecieron en una micro de la institución.El ministro y su empleado abordaron el inusualvehículo e iniciaron un recorrido por las casas de algu280nos de los trece magistrados que componían el máximotribunal, con quienes Urrutia ya se había puesto deacuerdo telefónicamente. Luego, se dirigieron hacia elPalacio de los Tribunales.«Al llegar al centro, frente a la Iglesia Santo Domingo,nos comenzaron a disparar desde algún techo. Nostuvimos que tirar al suelo», recuerda el funcionario.El militar que conducía aceleró. Los jueces, sus dosescoltas y el empleado de Urrutia se tendieron en elsuelo para protegerse de las balas. Con algunos vidriosrotos, pero sin heridos, la micro logró llegar al Palaciode los Tribunales, en Compañía con Bandera. Los ministrosse bajaron y se encerraron durante casi dos horasen el auditorium en el segundo piso del Palacio.El día estaba nublado. A las 11 de la mañana, caíauna suave llovizna sobre la capital.Aunque según los registros de prensa, los ministrosde la Corte Suprema no asistieron al tribunal sinohasta el 13 de septiembre, el chofer de Urrutia, casi elúnico testigo vivo de los hechos, afirma que siete magistradosse reunieron en secreto con Urrutia esa mañanadel 11: Eduardo Ortiz, Israel Bórquez, Luis Maldonado,Juan Pomés, Armando Silva, Manuel Rivas yEnrique Correa.El mismo día la Junta Militar dictó el Decreto LeyN° 1, contenido en el Acta de Constitución de la Juntade Gobierno. El decreto, redactado por el capitán denavío Sergio Rillón, tiene tres artículos. El primero declaraque los comandantes se constituían como Juntapara asumir el mando supremo de la nación, con el compromisode restaurar la «Chilenidad», la «Justicia» y la«Institucionalidad» quebrantadas. El segundo, designaal general Pinochet como Presidente de la Junta. El tercero,garantiza «la plena eficacia de las atribuciones del281Poder Judicial (...) en la medida en que la actual situacióndel país lo permita (...)».Pocos meses después, el ministro Urrutia Manzano,se adelantaría a investir al general con la banda presidencialy pediría a sus colegas la ratificación del acto.El 11, sólo algunos ministros de la Corte de Apelaciones

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de Santiago lograron llegar al centro. No les fuefácil. Apenas se podía caminar. «Las fuerzas militares sehabían tomado la ciudad», recuerda uno de los magistradosque se desempeñaba en el tribunal capitalino en eseentonces. «Algunos tratamos de llegar porque pensábamosque habría personas con recursos de amparo, perodespués nos dimos cuenta de que, en esas condiciones,era imposible».Quienes consiguieron acercarse al tribunal tuvieronque regresar a sus casas y permanecieron allí, pegados ala radio, siguiendo los acontecimientos. Otros, comoEnrique Paillás, vivían en el centro y pudieron ver desdesus casas el bombardeo a La Moneda.En provincias, la mayoría de los jueces y ministrosno tuvieron problemas para presentarse en sus despachos,salvo el cambio de condiciones políticas.En la Corte de Apelaciones de Talca los magistradostrabajaron hasta las 12.30. Esa mañana el juez de Menoresse presentó ante el presidente de la Corte, el controvertidoSergio Dunlop, y le dijo que había recibidouna orden de presentarse al regimiento de Talca, juntoa otros dos jueces.El presidente decidió que no debían concurrir y llamópor teléfono al Jefe de Zona en Estado de Emergencia,teniente coronel Efraín Jañas.—Entiéndase conmigo, —le dijo y partió rumbo a laoficina del militar, junto a su secretaria. Allí Dunlopadvirtió al oficial: «Según mis informaciones, las nuevas282autoridades no han ordenado paralizar el Poder Judicial.Así que si tiene peticiones que hacer, hágamelasdirectamente a mí, que soy el presidente de esta Corte».El oficial debió asentir. Los jueces fueron citados,pero no detenidos. En contradicción con este predicamento,Dunlop, quien presidía la Asociación de Magistrados,se acoplaría enseguida al grupo de jueces que semanifestaron abiertamente partidarios del régimenmilitar. Tal vez por eso se le permitió continuar en sucargo de presidente de la Asociación y sería uno de loscolaboradores de Urrutia en la confección de listas demagistrados considerados proclives a la Unidad Popular,que fueron destituidos del servicio.Ese día, los ministros de la Corte Suprema regresarona sus domicilios en el mismo vehículo militar que lostrasladó al centro, y aunque la Junta de Gobierno habíaprohibido a todos los civiles abandonar sus casas, desdelas 15 horas del martes 11 y durante todo el día siguiente,el toque de queda absoluto no fue obstáculo para queEnrique Urrutia Manzano emitiera una declaración públicael miércoles 12:«El presidente de la Corte Suprema, en conocimientodel propósito del nuevo gobierno de respetar yhacer cumplir las decisiones del Poder Judicial sinexamen administrativo previo (É) manifiesta públicamentepor ello su más íntima complacencia en nombrede la Administración de Justicia de Chile y esperaque el Poder Judicial cumpla con su deber como lo

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ha hecho hasta ahora» .El jueves 13 se permitió a los ciudadanos salir desus casas sólo entre las 12 y las 15 horas. Esa noche, elgeneral Pinochet tomaba juramento a quienes serían susprimeros ministros, en La Escuela Militar.El titular de Justicia, Gonzalo Prieto Gándara, fueuno de dos civiles nombrados en el gabinete compuesto283casi enteramente por uniformados. El abogado de 49años no era, sin embargo, completamente ajeno al mundocastrense: había sido auditor en la Subsecretaría deMarina en diferentes períodos entre 1943 y 1969 y, luego,abogado coordinador de Asmar, los Astilleros de laArmada.A poco de asumir, Prieto declararía que el Presidentede la Corte Suprema «se ha portado extraordinariamentebien con la Junta y conmigo y comprendió las justificacionesmorales y éticas que tuvieron las FuerzasArmadas para intervenir en los destinos de Chile». Losobjetivos de las nuevas autoridades, decía el ex auditorde la Armada, era respetar la autonomía del máximotribunal y la «democratización de la Justicia».Según informó El Mercurio, once ministros de laCorte Suprema se trasladaron el jueves al Palacio de losTribunales «en un microbús del Ejército debidamentecustodiado por personal militar» y, «extraoficialmente»,realizaron un pleno en el que acordaron «ratificar la declaracióndel presidente del Tribunal dado a conocerpor los medios informativos del gobierno» y «disponerque los distintos tribunales de Justicia de la Nación continúencumpliendo sus labores ante la certeza de que laAutoridad Administrativa respectiva les prestará la garantíanecesaria en el desempeño normal de sus funciones».La declaración fue firmada por Enrique UrrutiaManzano, Eduardo Ortiz, Israel Bórquez, Luis Maldonado,Juan Pomés, Armando Silva, Manuel Rivas, EnriqueCorrea, Rafael Retamal, Eduardo Varas Videla, y JoséMaría Eyzaguirre. Las rúbricas del ex presidente OctavioRamírez Miranda, y de José Arancibia no ratificaronel pronunciamiento. El mismo día, la Junta de Gobiernodifundió el Bando N° 29, cuyo contenido decía escueta284mente: «Clausúrase el Congreso Nacional y decláransevacantes los cargos de los parlamentarios».El viernes de esa semana, la mayoría de jueces yministros volvió a sus labores en normalidad. O a unanormalidad aproximada.El sábado 15 en el diario La Tercera apareció un insertode breve extensión pero extensas consecuencias,por la polémica que generaría más tarde. Decía:«Nombramiento de los Consejos de Guerra: Sepone en conocimiento de la ciudadanía de que con elfin de acelerar al máximo sustanciación de causas quecorresponda incoar a los Tribunales Militares en tiempode Guerra, la Junta de Gobierno ha delegado en loscomandantes de las diversas Zonas Jurisdiccionales laatribución de nombrar los Consejos de Guerra».

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A pesar de que eso significaba sacar del ámbito deatribuciones de la máxima autoridad judicial los primerosprocesos contra los opositores, las relaciones entrelas nuevas autoridades administrativas y el máximo tribunalde la República fueron desde un comienzo cordiales.La mayoría de los ministros opinaba que ahora síllegaba un gobierno que los entendía, que los respetaríay les daría el lugar que merecían en la sociedad. Se sentíanalegres y agradecidos, y en vez de reclamar por lausurpación de funciones, la Corte Suprema inició inmediatamenteel despacho de oficios pidiendo aumentosde sueldos.285LA RUTINA CEREMONIALLa Tercera apareció en la mañana del 25 de septiembrecon la primera entrevista al ministro, Gonzalo PrietoGándara.«Todos los sectores ciudadanos deben estar tranquilosporque se actuará con un criterio técnico-jurídicosabio para que la justicia sea realmente justicia», reflexionabael titular de Justicia.Al mediodía, los integrantes de la Junta Militar llegaronal Palacio de los Tribunales, vistiendo sus uniformesde gala. Luis Maldonado Boggiano los recibió en laentrada. Enrique Urrutia Manzano los esperaba dentrodel edificio. Los saludó con solemnidad y los acompañómientras subían la escalera de mármol que conduce a laCorte Suprema.Arriba, las autoridades militares se reunieron conlos trece magistrados en pleno. Urrutia expresó satisfaccióny recordó que sólo semanas antes habían temidoser «avasallados» por el «antiguo régimen».Pinochet, Augusto Pinochet respondió: «Sin ley nohay justicia». Y agradeció en seguida el que los minis286tros hubieran reconocido la legitimidad de las nuevasautoridades.Más tarde, Urrutia encabezaría una delegación deministros supremos que sostendría una nueva reunióncon los integrantes de la Junta de Gobierno. El tema entabla eran las reivindicaciones salariales. El gobiernoenvió al ministro de Hacienda, contraalmirante LorenzoGotuzzo para que se entrevistara con los magistradosy tomara nota detallada de sus demandas.Por esos días, un vecino del ministro Rafael Retamal,cercano a sus hijos, visitó su casa en la calle LosTalaveras, en Ñuñoa. El magistrado lucía su eterna boinay se mostró afable con el visitante, que estaba ya enla oposición al régimen militar y que no pudo resistirla tentación de preguntar al magistrado cuál era su posición.—A los militares hay que darles un plazo para quecumplan lo que han prometido —respondió, enérgico, Retamal—.Ese plazo no puede ser superior a cinco años.Retamal, declaradamente católico en lo religioso yantimarxista en política, se manifestaba próximo a lospostulados de la Democracia Cristiana. Su casa, en laque vivía con una nutrida parentela, era alumbrada denoche por los helicópteros que recorrían la ciudad. Era

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una medida de protección.Mientras tanto, los ministros de la Corte de Apelacionesde Santiago, recién reinstalados, comenzaban arecibir decenas de recursos de amparo por personasque estaban desaparecidas, detenidas o habían sido ejecutadaspor violar el toque de queda.Durante los primeros meses posteriores al Golpe deEstado, en conocimiento de tales recursos, la Corte capitalinaordenó a algunos ministros que se constituyeran enrecintos destinados a la detención masiva de personas.287Uno de ellos fue Rubén Galecio, quien se constituyó,por orden de la Corte de Apelaciones, al menos cuatroveces en centros de detención. Fue a Investigaciones, adependencias de la Fuerza Aérea y dos veces al EstadioChile. Se presentaba exigiendo constatar el estado deprisioneros en favor de quienes sus familiares habíanrecurrido de amparo. Siempre se le impidió el ingreso yel Ejecutivo respaldó la respuesta de los funcionariosmilitares, que se escudaban en las disposiciones especialesque regían el Estado de Sitio.Las protestas en contra de las actuaciones de losmilitares fueron elevadas, por los propios magistradosafectados, a la Corte Suprema que, sin embargo, los archivósin más trámites. Contrariamente a como lo hizocon el gobierno de Allende, la Corte no mostró el menorsigno de rebelión en contra de la dictadura militar.Los primeros recursos de amparo fueron rechazadoscon el pretexto de que no era posible constatar la presenciade los detenidos en los recintos militares.En enero de 1974 la presidencia de la Corte de Apelacionesde Santiago fue asumida por José Cánovas. Elministro estaba agobiado por los recursos que le llevabanlos abogados de una incipiente Agrupación de DerechosHumanos (Eugenio Velasco Letelier, Jaime CastilloVelasco, del Comité Pro Paz (predecesor de la Vicaría,al alero del cardenal Raúl Silva Henríquez) y delServicio de Paz y Justicia (Serpaj).José Cánovas, un ministro de larga trayectoria, estimabaque algunos de los recurrentes abusaban del amparopero también constató la desidia con que el gobiernorespondía a los requerimientos de los tribunales.Cuando el asunto se tornó grave, Cánovas obtuvo elconsentimiento del pleno y pidió una audiencia al ministrodel Interior, el general César Bonilla. Le recordó288las especiales disposiciones que rigen el recurso de amparo.Las obligaciones del Ejecutivo y los vicios y atropellosen que estaban incurriendo las nuevas autoridadesmilitares.Bonilla se mostró honestamente sorprendido. Enpresencia del magistrado, ordenó a sus asesores jurídicospara que despacharan cuanto antes los informespendientes. El Ministerio despachó unos 300 informesatrasados. Pero la actitud asumida por Bonilla no seríaseguida por sus sucesores. La Corte Suprema tampocorespaldó las preocupaciones de sus subalternos.

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Aunque en la Corte de Apelaciones de Santiago seinstauró una oficina especial para tramitar los recursosde amparo, estos continuaron siendo rechazados masivamente.Paulatinamente, las cortes de apelaciones dejaronde designar magistrados para que se constituyeran enlos cuarteles militares y se limitaron, casi siempre, aenviar oficios a los organismos oficiales. Pasó a ser unasuerte de rutina. Del mismo modo se convirtió tambiénen rutina el traslado diario de los ministros de la CorteSuprema al Palacio de los Tribunales en un bus delEjército.289PRIMER ANIVERSARIOEl 29 de diciembre de 1973, la Corte Suprema celebrósu aniversario número 150. Se hizo una ceremonia yun cóctel en el Palacio de los Tribunales en la cual festejaronel acontecimiento los 13 ministros del máximotribunal y las nuevas autoridades, encabezadas por elgeneral Pinochet.El 1° de marzo de 1974, prácticamente la misma audienciase congregó de nuevo para oír el discurso inauguraldel año judicial. Era viernes. El país seguía bajoEstado de Sitio. Las detenciones de opositores eran masivasy las denuncias por desapariciones se hacían progresivamentemás frecuentes.En el Segundo Piso del Palacio de los Tribunales, elprimer ministro de Justicia del régimen militar, GonzaloPrieto Gándara; el subsecretario de la cartera, MaxSilva; el presidente del Colegio de Abogados, AlejandroSilva Bascuñán; el presidente de la Corte de Apelacionesde Santiago, José Cánovas y todos los magistradosen ejercicio en la capital lucían formales. Un solo extranjeroestaba junto a ellos: el presidente de la Corte290Suprema de Hannover (Alemania), Helmut Kovoldquien, según la información de prensa, fue «especialmenteinvitado».En la sala de plenarios Enrique Urrutia Manzanodio lectura a su discurso. El Mercurio lo publicó al díasiguiente bajo el título: «Enérgica y severa exposicióndel presidente de la Suprema». El ministro advirtió quealgunos de sus comentarios los hacía en «términos personales». Como éste:«Producidos los hechos que ocurrieron el día 11de septiembre último y de los cuales me ocuparé másadelante, puedo asegurar de una manera enfáticaque los Tribunales de nuestra dependencia han funcionadoen la forma regular que establece la ley, quela autoridad administrativa que rige el país cumplenuestras resoluciones y a nuestros jueces se los respetacon el decoro que merecen. Para el que habla, esmuy satisfactorio declarar lo expresado».Para Urrutia todavía estaba vivo el recuerdo del gobierno«marxista» que «con sus desaciertos y su constanteviolación de la ley de manera tan manifiesta, tanto ensu letra como en su espíritu, había perdido ya la legitimidadobtenida con su elección por el Congreso Nacional».

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El ministro defendió al nuevo régimen de las acusacionespor violaciones a los derechos humanos, recordandoque el 6 de agosto de 1970, poco antes de queAllende asumiera el gobierno, un grupo de abogadospidió a la Corte Suprema que tomara medidas para evitarabusos, flagelos y maltratos a los procesados en losrecintos policiales o en las cárceles. La Corte había investigadolas acusaciones y, en menos de veinte días,acogido gran parte de las peticiones. Sin embargo, segúnUrrutia, los principales firmantes fueron nombradosen altos cargos de gobierno y se olvidaron de lasquejas.291Lo que estaba ocurriendo en ese momento en Chile,por lo demás, no era de la gravedad que se reclamaba:«El Presidente que habla se ha podido imponer deque gran parte de los detenidos, que lo fueron en virtudde disposiciones legales que rigen el Estado deSitio, han sido puestos en libertad. Otros se encuentranprocesados en los Juzgados ordinarios o militares,y con respecto a aquellos que se encuentran detenidosen virtud de las facultades legales del Estado deSitio en vigencia, se hace un esfuerzo para aliviar susituación de detenidos y clarificar cuanto antes suparticipación en actividades reñidas con la ley. Es dedesear que este esfuerzo pueda terminar cuanto antescon la situación eventual en que se encuentranlas familias afectadas».El Presidente de la Corte Suprema comentó tambiénque había recibido la visita de dos delegados deAmnistía Internacional. Los visitantes le expresaron supreocupación por la indiferencia del Poder Judicialante las denuncias de violaciones a los derechos humanosy, particularmente, por la decisión de la Corte Supremade renunciara su potestad fiscalizadora sobre losConsejos de Guerra, que ya habían ordenado la ejecuciónde numerosos detenidos.Urrutia dijo que les hizo presente a los delegados«lo infundado» de sus preocupaciones. Si se habían registradoejecuciones, encontraban su pleno fundamentoen las leyes vigentes en Chile y éstas armonizaban plenamentecon «los compromisos internacionales sobrederechos humanos». Lamentó el ministro que, más tarde,el informe de Amnistía no incluyera sus opiniones:«Se prefiere dar crédito a rumores anónimos o a consignasinteresadas». Los derechos humanos, alegó, son«respetados en nuestra patria».292Un segundo capítulo demandaba mejoras económicas.Para graficar los apremios en que vivían los jueces,citó el caso de seis o siete supremos jubilados que recibieroncomo pensión un cheque de cero escudos:«El presidente de la Honorable Junta de Gobierno,en conocimiento de este desorden, dio un plazoperentorio de tres días para que se normalizara elpago de pensiones a los ministros jubilados. Y cosacuriosa, dentro de los tres días dicho pago quedabaformalizado. Por supuesto, que gracias a la intervención

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personal del general señor Augusto Pinochet».Urrutia reclamó una nueva cárcel pública, un departamentode bienestar, nuevos juzgados, más casas paramagistrados. Casi ninguna fue satisfecha por el gobiernomilitar. Citemos únicamente el caso de la cárcel pública,cuya sede, hasta no hace mucho, funcionaba enGeneral Mackenna con Teatinos. En el viejo edificio nose practicaron siquiera reparaciones menores, y comosigno de su decrepitud recuérdese la espectacular fugaprotagonizada por varias decenas de presos políticos, acomienzos de 1990, gracias a lo fácil que les resultó excavarun túnel subterráneo que los llevara a la libertad.La Junta Militar dio algunas compensaciones materialesa los magistrados, pero éstas fueron principalmentesimbólicas.Según el profesor Carlos Peña, la Corte Supremaencontró en los militares un aliado en sus temores frentea la sociedad civil. «Ambos se autoperciben como sectoresexcluidos, postergados, incomprendidos y sometidosal deseo de instrumentalización».El gobierno militar se encargó de hacer participar alPoder Judicial «en los ritos del poder —aunque no en elpoder mismo— y, de esa manera, ambos se satisfacenmutua y simbólicamente: el Poder Judicial percibe quepor primera vez se le hace salir de su exclusión pública293y las Fuerzas Armadas revalidan sus débiles lazos delegitimidad con la antigua República» .Gracias a tales gestos, la Corte Suprema sentía que,por primera vez, se le daba rango de «poder» del Estado.Por estas razones el ministro José María Eyzaguirre,aceptó gustoso acompañar a los abogados JulioDurán y Alejandro Silva Bascuñán, en una gira políticapor Europa organizada para explicar las razones y fundamentosdel «pronunciamiento militar».294LA HORA DE LA «RAZZIA»Mientras los ministros de la Corte Suprema no ocultabansu embeleso con el sabor del triunfo de las FuerzasArmadas sobre el gobierno izquierdista, buena partede sus subalternos se sumían en el miedo y la paranoia.Los magistrados en las cortes y en los juzgados sabíanque sus opiniones y sus fallos serían analizados políticamente.Los ascensos, bastante difíciles, serían reservadospara los incondicionales.La figura de Sergio Dunlop en la Asociación deMagistradoscobraba la faz temible del vencedor paraquienes lo habían enfrentadoen las luchas gremiales. Sepreparaban las listas negras. Los jueces tuvieronquesometerse sin chistar a que sus sueldos fueran incorporadosa EscalaUnica vigente para los empleados públicos.Cualquier demanda queno fuera patrocinada por elmás alto tribunal podía ser objetode reprensiones.En 1974, la Corte de Apelaciones de Santiago, bajola presidencia de José Cánovas, envió a Pinochet un oficiosolicitando una escala especial para el Poder Judicial.Augusto Pinochet llamó a Urrutia y le pidió expli295

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caciones. El presidente de la Corte Suprema le dijo quele devolviera el oficio sin contestar, pues él se encargaríade dar cuenta en el pleno. Habría que sancionar tamañoatrevimiento.Urrutia Manzano, Enrique Urrutia se encontró conCánovas en las cercanías de la Corte y lo regañó. Ledijo que el tribunal de alzada había atropellado el principiode jerarquía al dirigirse directamente a Pinochet,sin consultar previamente a la Corte Suprema.Cánovas tuvo suerte. Cuando Urrutia expuso la situaciónal pleno, los supremos acogieron el reclamo dela Corte de Apelaciones y decidieron reenviar el oficio,ahora con sus firmas, a la Junta. Pero el gobierno, quepara estos asuntos se entendía directamente conUrrutia, consideró que el respaldo de éste era suficientepara rechazar el petitorio.Los que no tuvieron suerte ninguna fueron los juecescatalogados de izquierdistas. En uno de los párrafosde su primer discurso, Urrutia admitía entre líneas larazzia que se estaba registrando al interior de la judicatura.Dijo que las calificaciones correspondientes a 1973se estaban realizando de acuerdo con nuevos procedimientosestablecidos en decretos leyes. «Algunos», dijoUrrutia usando un eufemismo, fueron «separados» delPoder Judicial.Fue una escueta admisión pública de actos que fueronplanificados en reuniones privadas.Recién asumido, el gobierno militar expresó a laCorte Suprema su molestia con los empleados del PoderJudicial que consideraba marxistas. Entre 1973 y 1975,más de 250 magistrados y funcionarios fueron trasladados,removidos u obligados a renunciar, según un estudiorealizado por el Colegio de Abogados en 1986. Entreellos, unos veinte fiscales y ministros de las cortes de296Apelaciones; más de cincuenta jueces, secretarios dejuzgados, relatores y secretarios de Corte; y unos 180miembros del Escalafón Secundario (funcionarios, receptores,defensores públicos y notarios).La mayoría de esos funcionarios nunca había tenidoun reparo en su hoja de vida.Otra gran cantidad de jueces y empleados, aunqueno salieron del Poder Judicial, fueron sancionados conmedidas disciplinarias o se los puso en Lista Dos, queequivalía a describir su desempeño como «regular». Eslo que ocurrió al caso del magistrado Alejandro Solís,quien ejercía en Illapel. El actual ministro de la Cortede Apelaciones de Santiago, elegido mejor juez por losabogados en 1991, fue puesto en Lista Dos por la presunciónde que no apoyaba a las nuevas autoridades.El trabajo presentado al Colegio de Abogados porMario Rossel, concluye que desde el mismo 11 de septiembrefue violado el principio de inamovilidad», auncuando estuvo consagrado en la ley por lo menos hastadiciembre de ese mismo año, conforme a la disposicionesde la Constitución de 1925. Ésta, así como las leyesderivadas de ella establecen causales muy precisas

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para dar curso a la remoción de magistrados.Pero el 6 de diciembre de 1973 se dictaron los decretosleyes 169 y 170, que modificaron las normasconstitucionales y permitieron que la Corte Supremacalificara a los magistrados y funcionarios en tres listas.En la Lista Uno pondría a los meritorios; en la Dos, alos satisfactorios, y en la Lista Tres, a los Deficientes,quienes serían automáticamente removidos del PoderJudicial.Los decretos establecieron que nuevas calificacionesse harían el 2 de enero de cada año, en audiencia y votaciones«secretas»; que contra la calificación no sería297posible interponer «recurso alguno», y que los magistradospodrían ser incluidos en Lista Tres por «simple mayoría» (se rebajó el quórum) de los ministros de la CorteSuprema.Los cambios otorgaron a la Corte Suprema facultadespara remover a los magistrados y funcionarios «sinforma de juicio» alguno, sin «darles la posibilidad de conocerlos cargos que se les formulaban» y, por lo tanto,sin brindarles la elemental garantía de contestar lasacusaciones.«Así, se consagra un procedimiento inquisitorial,digno de la etapa más oscura de la justicia Medieval,que vulnera las garantías más esenciales de toda administraciónde justicia (...) Al amparar a losjuzgadores con el anonimato, no sólo se vulnera unelemental principio ético, sino también la fundamentalbase de la administración de justicia que se denominael principio de responsabilidad, base que entrañapor esencia que todo juzgador debe responder deque lo que resuelva se ajuste a derecho, lo que salvaguardade cualquier arbitrariedad».Es lo que denunciaba el estudio presentado al Colegiode Abogados, pero las votaciones sobre las calificacionesde los magistrados continuaron siendo secretashasta el gobierno de Eduardo Frei Ruiz-Tagle.Al iniciarse 1974, en una actitud sin precedentes, laCorte Suprema incluyó en Lista Tres, por su desempeñodurante 1973, a numerosos magistrados,ministros decortes de apelaciones, relatores, fiscales y jueces, quienesquedaron inmediatamente y sin derecho a reclamo,despedidos.La redacción de los decretos 169 y 179 habría sido sugeridadesde la misma Corte Suprema que ya, desde antesde que entraran en vigencia, había enviado a ministros«visitadores» a las cortes del país para «fiscalizar» a sus298funcionarios. Además había aprobado, inmediatamentedespués del Golpe, la decisión del Ejecutivo de trasladar,sin dilaciones, a innumerables magistrados, varios de loscuales después terminaron siendo expulsados.Los traslados, efectuados profusamente a fines de1973, importaron una degradación moral y cotidianapara los afectados, que debieron dejar casa, familia y círculosocial para cumplir las funciones, aunque fueran lasmismas, en otras jurisdicciones.

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Entre los traslados más dramáticos estuvo el de JulioAparicio Pons, la primera antigüedad entre los ministrosde la Corte de Apelaciones de Santiago. El ministro,a pesar de sus méritos, cayó en desgracia antesus superiores por haber aceptado la titularidad delTribunal del Cobre, creado por Allende para regular losjuicios por indemnizaciones en contra de las expropiacionesminerasAl 11 de septiembre, por antigüedad y mérito, Apariciodebió haber ascendido a la Corte Suprema. Sinembargo, para evitar su nombramiento, el máximo tribunalpuso a otro en la quina, que se estimó más antiguoque él, sólo por provenir de la Corte de Magallanes.Como este último no tenía condiciones para el cargo, alpoco tiempo fue obligado a jubilar.Aparicio fue rebajado a fiscal de la Corte de Rancaguael 14 de marzo de 1974. Los ministros de la CorteSuprema pensaron que el nombramiento, por su avanzadaedad, lo obligaría a jubilar. Pero el magistrado nohizo tal. Todos los días viajaba de Santiago a Rancagua,hasta que su estado de salud se agotó. Al retirarse, envióuna sentida carta a sus colegas de la corte capitalina.Murió poco después de un infarto.La ministra Violeta Guzmán Farren fue enviadadesde la Corte de Santiago a la de Concepción, pero se299salvó de la remoción. Hoy está de vuelta en la corte capitalina.El estudio del Colegio registra otros dieciséis casosde ministros y relatores de Corte que fueron degradadoscon el traslado, la mayoría de los cuales fue finalmenteexpulsado o renunció.En la categoría de jueces, entre 1973 y 1975, salierondel Poder Judicial ventiocho jueces, ventiocho secretariosde juzgados, tres relatores y dos secretariosde cortes de apelaciones. Entre los de funcionarios,abandonaron el servicio 180 empleados de secretaría,juzgados y cortes; doce receptores; cuatro defensorespúblicos, y un notario.El resto de la magistratura no reaccionó contra ladepuración por temor o bien porque opinaban que sussuperiores actuaron con prudencia, castigando estrictamentea quienes efectivamente se excedieron en sus manifestacionespolíticas en favor de la Unidad Popular.El 1° de marzo de 1975, el presidente de la CorteSuprema, Enrique Urrutia Manzano inauguró un nuevoaño judicial anunciando su retiro. En su discurso valoróla homologación de la carrera judicial con la Escala Unicaque regía entonces sólo para los funcionarios públicos.Y criticó el escaso tiraje dentro de la carrera judicial,por la inexistencia de límite de edad para jubilar ypor la inamovilidad de que gozaban los jueces.En su despedida, ante su público compuesto por autoridadesmilitares y magistrados, dijo:«Como primera expresión declaro, con la veracidadque me exige la solemnidad de este acto, que lostribunales han continuado actuando con la independenciaque les confiere la ley, según su real saber y

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entender, ajenos a toda intromisión del gobierno queahora rige al país».300Urrutia quiso rubricar con broche de oro su carrera,y decidió aceptar el ofrecimiento del gobierno para asumirla embajada en Francia, pero las autoridades galasle negaron el beneplácito.301LA INCREÍBLE HISTORIA DEL JUEZ ACUÑATodos los días, a las siete de la tarde, El Lito tomabasu desvencijada bicicleta y se iba a pasear por el caminoalto, que da a Pisagua Viejo, hasta llegar al centro delcementerio.Angel de la Cruz Venegas, El Lito, era bien conocidoen ese desértico pueblo a orillas del mar, entreArica e Iquique. Aseaba el retén de Carabineros enque trabajaba su hermano, el sargento Juan de Diosde la Cruz. Pese a que arrastraba una condena de presidiode cinco años y un día por «hurtos reiterados»,El Lito podía recorrer el pueblo sin problemas. Enpleno Estado de Sitio, a él nadie le impedía llegar alcementerio.Un día vio «a varias personas que corrían y les disparabanpor la espalda. Estas eran como tres personas yluego que les dispararon, los ensacaron (...) Las personasque dispararon eran militares. También vi, en unaocasión, que en la Gobernación a varios detenidos lessacaban las uñas. Recuerdo que Mario Acuña, a quienubico, era quien daba las órdenes» .302Se refería al juez Mario Acuña Riquelme. Este personajeinició su carrera en Santiago, y de su paso porlos tribunales de San Miguel quedó la memoria de grandesdefensores y severos detractores suyos. Había quieneslo calificaban de «brillante», perola Corte Supremaacogió reclamos por su mala gestión y lo trasladó aIquique al comenzar los ’70.Abogados que lo conocieron como titular del PrimerJuzgado de la capital nortina afirman haberlo visto variasveces borracho en su oficina. Muchas otras muchascosas vieron. El Consejo de Defensa del Estado incluyósu nombre, junto al del presidente de la CorteIquiqueña, Ignacio Alarcón y otros importantes magistrados,como parte de una lista de jueces vinculados conel narcotráfico.En 1972, tras recibir la queja del CDE, la Corte encomendóal ministro Enrique Correa Labra que se trasladaráal norte a investigar. El magistrado contó con laayuda en Iquique del abogado Procurador Fiscal (el representantedel CDE), Julio Cabezas Gazitúa. En Santiago,con la del abogado Manuel Guzmán Vial. Agentesdel Departamento de Investigaciones Aduaneras (DIA),entre otras entidades, también habían reunido informaciónsobre los magistrados mientras buscaban desbarataruna red de tráfico de drogas y contrabando entreChile y Bolivia.Correa Labra estuvo ocho meses en el norte. Al volver,

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emitió un grueso informe y la Corte Suprema intervinodestituyendo al presidente de la Corte iquiqueña yal fiscal de ese tribunal, Raúl Arancibia. Otro grupo,probablemente para no generar un escándalo, sólo fuetrasladado o amonestado.Acuña se salvó. Sin embargo, el magistrado sabíaperfectamente que el abogado Cabezas había sido el303promotor de las acusaciones en su contra y que todavíale quedaba carga por usar.Cabezas —45 años, casado, cuatro hijos— era consideradoun abogado brillante, un funcionario «de dedicaciónejemplar» , que actuaba además como jefe del Serviciode Asistencia Judicial en Iquique.En 1973, Cabezas y el director de Odeplán, FreddyTaberna, tenían pruebas suficientes de los vínculos deMario Acuña con los dos poderosos narcotraficantes quedirigían las operaciones de tráfico y contrabando entreChile y Bolivia y que, por su peso económico, inclusohabían llegado a ser miembros de la Cámara de Comerciode Iquique: Nicolás Chánez y Doroteo Gutiérrez.Ambos transportaban diariamente desde Santiago alnorte toneladas de azúcar, café, harina, conservas, mantequilla,medias, ropa y medicinas, entre otros productosobtenidos ilícitamente. Era el tiempo de las colas yla escasez bajo el gobierno de la Unidad Popular.Los camiones con la carga prohibida se dirigían ados pueblos limítrofes: Cancosa y Colchane. Las inmensasbodegas en que la mercadería era almacenada dominabanel paisaje de ambos caseríos, cuyas poblacionessumadas no llegaban a los 150 habitantes. En la frontera,los chilenos entregaban los insumos a traficantesbolivianos, quienes les pagaban con grandes cantidadesde cocaína semielaborada. Los alimentos y medicinas seiban a Oruroy luego eran distribuidos en Santa Cruz yLa Paz. El sulfato de cocaína era internado en Iquiquepara su elaboración.Antes del 11 de septiembre, Chánez y Gutiérrez fuerondetenidos repetidamente por contrabando y narcotráfico,pero obtuvieron la libertad con facilidad graciasa sus vínculos con el ministro Ignacio Alarcón, el juezAcuña y su actuario Raúl Barraza. Este último Barraza304había sido descubierto in fraganti por la policía trabajandode noche en el procesamiento de la cocaína en unlaboratorio que tenía en su propia casa, en Wilson 151.Su superior, el juez Acuña, fue vinculado por la investigaciónpolicial con la gestión del tal laboratorio.Pesaban en la carpeta que el CDE tenía sobre el magistradootro tipo de corruptelas. Se comprobó que desdemayo de 1970 el magistrado cobraba asignación familiarpor su cónyuge, aunque ésta no tenía derecho a ella,pues era funcionaria de la Corfo. Además, había informadoal Servicio de Impuestos Internos que su esposano trabajaba, con el solo fin de rebajar el pago de impuestos.Acuña adquirió en forma fraudulenta varios automóviles,haciendo uso de una franquicia que por entonces

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era derecho exclusivo de los residentes en Arica. Y pagóparte de uno de esos vehículos con un cheque del comercianteRaúl Nazar, que estaba encausado por estafaen su propio tribunal y que quedó libre «por falta deméritos» justo después de extender ese documento.El magistrado recibió regalos de navidad, ante testigos,de otro conocido narcotraficante iquiqueño, FranciscoManríquez Valenzuela, «El Gallina».El abogado Julio Cabezas sabía también, y lo informóa la Corte Suprema, que el 7 de abril de 1972, el juezMario Acuña viajó junto al narcotraficante Pascual Gallardoa Santiago y que ambos abordaron un vehículoque los esperaba en el aeropuerto Pudahuel, con destinodesconocido.Gallardo había sido inculpado como parte de unabanda de narcotraficantes descubierta en 1969 en unacausa que tuvo en su poder el juez Acuña. Poco después,sospechosamente, se presentó en Santiago una querellapor estafa en contra de uno de los encausados. Eso sig305nificaba que el proceso por narcotráfico debía salir deltribunal iquiqueño y ser enviado la capital. En el viaje,el actuario designado para trasladar el expediente loperdió sin explicación plausible. Ya no importaba mucho.Los documentos que inculpaban a Gallardo se habíanextraviado antes, desde las propias oficinas del juzgadoiquiqueño.Gallardo nunca fue procesado.Pese a sus antecedentes, la Corte Suprema autorizóal juez Mario Acuña para que, inmediatamente despuésdel 11, se constituyera como fiscal en los Consejos deGuerra en el norte grande. Al personaje, le gustó, porsupuesto, la nueva investidura. El mismo día del Golpellegó vestido con uniforme de comando al tribunal, quesiguió atendiendo paralelamente por un breve lapso. Enese período, sus subalternos también debían lucir trajesmilitares cuando lo acompañaban a la «fiscalía».El juez Acuña fue uno de los pocos magistrados elegidospara tan inusual misión y él iba a aprovecharlo.Mediante llamados radiales, el abogado Julio Cabezasfue convocado por bando para presentarse ante lasnuevas autoridades militares junto a los más importantesdirigentes políticos de la zona. Cabezas, que no teníamilitancia política ni «tendencia revolucionaria alguna»,se autodefinía entonces como simpatizante DC y, comotal, había sido un opositor al gobierno de Allende. Perosu nombre, para extrañeza de abogados y jueces, se repetíapor las radios junto al de los máximos jerarcas dela Unidad Popular.El 14 de septiembre, terminado el toque de quedaabsoluto, el profesional decidió entregarse. Ese día sereunió con un grupo de ocho profesionales que hacíansu práctica profesional en el Servicio de Asistencia Judicial.En el segundo piso de los tribunales iquiqueños,306Cabezas dio tareas a sus alumnos. Entre ellos estaban elactual ministro de la corte ariqueña Javier Moya y losabogados Valdemar de Lucky, Juan Rebollo, Ernesto

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Montoya, Enrique Castillo e Ismael Canales.—Yo vengo luego. Sigan con los casos, que voy a revisarlo que han hecho a la vuelta —les dijo .Cabezas no dejó reemplazante. Con una frazada enun brazo y un chaquetón de castilla en el otro salió caminandohacia la Sexta División de Ejército. Algunos desus alumnos —con quienes le gustaba tener irónicas discusionesintelectuales, pues los jóvenes eran mayoritariamentepartidarios de la UP— lo acompañaron hastala puerta del regimiento. El abogado creía que su nombrehabía sido incluido por error y que quedaría libre deinmediato.El error era suyo.Fue hecho prisionero y trasladado al campamentoen Pisagua. Sus celadores lo golpearon mientras permanecíacolgado, le quemaron la piel con cigarrillos, lo lanzarondesde un cerro encogido dentro en un barril sintapas, le quebraron un tobillo, le hicieron fusilamientosfalsos. Cabezas presintió su muerte. Logró enviar unmensaje a Santiago pidiendo la intervención de sus colegasdel Consejo de Defensa del Estado. La mayoría delos consejeros del CDE estaba en la oposición al gobiernode Allende y apoyaban la intervención militar, peroacogieron su súplica, pues sabían que Cabezas no eraizquierdista.Manuel Guzmán Vial fue el encargado de redactarun oficio al Jefe de Zona en Estado de Emergencia en lazona de Tarapacá, general de brigada Carlos Forestier.El documento daba cuenta de la excelente calidad profesionaldel representante del CDE en Iquique y de suscualidades como un hombre «de Paz».307Forestier no respondió.El 10 de octubre el nombre de Julio Cabezas aparecióen un nuevo comunicado. Esta vez, en una convocatoriaa Consejo de Guerra.El Colegio de Abogados había establecido un sistemade defensa gratuito para los prisioneros y le nombró unrepresentante: su propio alumno en el consultorio jurídico,Ernesto Montoya. El joven viajó en una avionetamilitar a Pisagua. La nave partió a las 19 horas. El Consejoestaba fijado al día siguiente, el 11 de Octubre, a lascinco de la madrugada.El joven abogado esperaba poder entrevistarse consu profesor, pero se le dijo que estaba «incomunicado».Quiso ver el expediente, pero los militares estaban cenando.Sólo pasadas las 23 horas y por diez minutos, sele permitió examinar unas hojas que parecían ser unaconfesión de Cabezas ante el fiscal Acuña. Los papelesdecían que Cabezas admitía su vinculación con el PlanZeta (que luego se demostraría inexistente) y con el acopiode armas.Montoya intentó una defensa. Alegó con vehemencia,pero los militares estaban borrachos y permanecieronindiferentes a sus argumentos. El Consejo de Guerracondenó a Cabezas a la pena de muerte.El capellán de Pisagua se acercó a Montoya y le confesó

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que Cabezas ya estaba muerto. El abogado no queríacreerlo, pero hacia fines de los ’70, ante insistentesgestiones de la familia, las autoridades militares extendierondocumentos oficiales en que reconocían la fechareal de la muerte y decían que Cabezas fue «ajusticiado»por «alta traición a la Patria» el 10 de Octubre, junto aotros cuatro detenidosEl expediente del supuesto Consejo de Guerra nuncaapareció.308En 1990 el cuerpo de Julio Cabezas fue hallado enlas fosas clandestinas descubiertas en Pisagua. Otra vezel abogado Montoya estuvo junto a su ex profesor. Comoabogado del arzobispado, acompañó a los profesionalesde la Vicaría de la Solidaridad que lograron la ubicaciónde las osamentas.También murió en Pisagua el ex director de Odeplán,el socialista Freddy Taberna, quien había investigadoal juez Acuña junto a Cabezas.No fueron los únicos. Dos funcionarios del Departamentode Investigaciones Aduaneras (DIA) fueron ejecutadosen el mismo campamento. Justo antes del Golpede Estado, el DIA estaba precisamente tras los pasosdel contrabando de cocaína por el corredor Oruro-Iquique. Ya entonces los profesionales, motejados porLa Tercera como los «intocables chilenos», creían queChile se estaba convirtiendo en un «pasillo» para el contrabandodel clorhidrato.El grupo aduanero actuaba en coordinación con laagencia estadounidense antinarcóticos (DEA) y variosde sus miembros fueron entrenados en Estados Unidos,como parte de una de las pocas áreas de cooperaciónentre ambas naciones, cuando en Chile gobernaba Allendey en el país norteamericano, Richard Nixon. El Golpesorprendió en el norte a unos ocho agentes de este servicio.Entre ellos, Juan Efraín Calderón militante socialista,quien fue ejecutado en un supuesto intento defuga, junto a su colega y amigo, Juan Jiménez, pese alasintervenciones en su favor del delegado de la DEA enChile, George Frangullie.El cuerpo de Calderón apareció en las fosas en Pisaguaamarrado de pies y manos y con una venda sobre losojos. Testimonios de otros ex prisioneros permitierondeterminar que los agentes no intentaron huir, sino que309fueron escogidos de entre los presos para ser fusilados,sin expresión de causa.Un grupo de narcotraficantes, que había formadoparte de las investigaciones de la DIA, la policía y elCDE en los ’70, también fue capturado en la asonadamilitar. Los detenidos, acusados de delitos comunes,fueron trasladados a Pisagua junto al resto de los prisionerospolíticos. En el campamento, controlado en buenaparte por el fiscal Acuña, recibieron un trato especial.Pero sólo por un tiempo.En este grupo figuraba Francisco Manríquez, «ElGallina», quien había hecho regalos de Navidad a Mario

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Acuña y el poderoso Nicolás Chánez, la cabeza visiblede opulenta red de narcotráfico Oruro-Iquique, variasveces liberado gracias a la benevolencia de los tribunales.Junto a ellos, cayeron prisioneros Hugo Martínez,Juan Mamani, Juany Orlando Cabello.José Ramón Steinberg, José Ramón, médico cirujano,reveló lo siguiente:«En el mes de enero de 1974, llegaron a Pisaguadiez personas de quienes se nos dijo eran traficantesde drogas. De estos diez, nueve fueron fusilados por elfiscal Acuña y su equipo integrado por los militaresAguirre, Fuentes y el carabinero Barraza y el tenienteMuñoz. Estos fueron fusilados en el cementerio dePisagua, siendo conducidos hasta ese lugar en unjeep militar, lo que yo vi y me consta por la informaciónque me dio uno de los practicantes, quien medijo que los mataban de a dos y esto lo presenciabanotros dos traficantes que serían fusilados después».En 1990, los cuerpos de los «coqueros» fueron encontradosjunto a los de los prisioneros políticos en las fosasen Pisagua.El proceso iniciado por ese hallazgo permitió conocerotras acusaciones en contra de Acuña. El 26 de sep310tiembre, un grupo de conscriptos allanó la casa del doctorSteinberg. Los militares lo arrestaron diciéndole que«el fiscal» quería hablar «unas palabritas» con él. Fue llevadoal Regimiento Telecomunicaciones y luego al campamentode Pisagua.«El día 12 de octubre de 1973 me tocó a mí elturno para ser interrogado y fui, igualmente, golpeado,sometido al ‘fusilamiento simulado’ y otras torturas,estando con la vista vendada e interrogado por elfiscal Acuña».Cerca de las cuatro de la tarde del 16 de enero de1974, llegó a Pisagua Isaías Higueras Zúñiga. Los uniformadosa cargo del campamento le dieron «instrucciónmilitar», obligándolo a realizar ejercicios físicos. Por lanoche, lo interrogaron bajo torturas.El doctor José Ramón Steinberg recuerda que cercade la una de la mañana del 17, fue llamado de urgenciaa la enfermería para que hiciera un chequeo médico aHigueras. Cuando preguntó qué le había pasado al prisionero,un suboficial le respondió: «Militarmente, secayó».El médico constató que el preso estaba sufriendo uninfarto. Indicó a los enfermeros que le inyectaran un«vaso dilatador y un tranquilizante», pero el fiscal Acuña,después de preguntar a los militares qué efecto tendríanesos medicamentos, negó autorización para eltranquilizante.—Es que tengo que seguir interrogándolo, —explicó.—Pero no puede seguir interrogándolo en estas condiciones.El paciente debe permanecer en reposo absoluto,—replicó el médico.Acuña se volvió hacia los enfermeros y les ordenó:—Déjenlo aquí quince minutos. Después me lo llevana la Fiscalía.311

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El médico volvió a su habitación. Cuatro horas mástarde los soldados lo despertaron otra vez y lo llevarona la enfermería. Higueras había muerto.Los enfermeros militares dijeron a Steinberg quecerca de las cinco de la mañana el prisionero había pedidopermiso para ir a orinar y que cuando volvió a acostarse,murió. Le aseguraron que nunca lo llevaron deregreso a la fiscalía.El doctor tomaba constancia del fallecimiento, cuandoel ex juez Mario Acuña apareció nuevamente en laenfermería.—¿Qué pasa?—Esta persona ha muerto —respondió el doctor.—¿Usted sabe cuáles son las causas?—Tal como le dije antes, esta persona sufrió un infarto.—¿Usted puede certificarlo?—Claro..., pero además habría que hacer una necropsia.—No. Aquí no hay condiciones para eso.Steinberg, José Ramón Steinberg extendió el certificadode defunción diciendo que la causa inmediata de lamuerte había sido un «infarto del miocardio», provocadopor «stress físico-emocional». Esa fue su manera científicade describir las torturas.Hay no pocas historias más que podrían agregarse alprontuario de este tenebroso personaje.Terminada su labor como fiscal, el juez Acuña se retiródel servicio y se dedicó al ejercicio libre de la profesión.Por esos años, se jactaba en el foro de su amistadcon el general Carlos Forestier —Forestier «admiraba»a Acuña— y con el propio general Augusto Pinochet,asiduo visitante de Iquique.312Entre 1975 y 1976 no había quien discutiera su podere influencia en la capital nortina. Pero el exceso dealcohol lo enfermó de cirrosis y diabetes. Su familia loabandonó. Los mismos abogados que lo vieron antes enla cima del poder, se encontraban ahora con su cuerpoalcohólico tirado en alguna calle iquiqueña.En 1988 el juez Raúl Mena lo encargó reo por el homicidiocalificado del gendarme Villegas. El abogadoMontoya representó ala familia del ex prisionero de Pisagua.A Acuña lo defendió su amigo, el ex presidentede la Corte iquiqueña, el destituido Ignacio Alarcón.Cuando el caso llegó a la Corte de Apelaciones deIquique, el tribunal nortino declaró que estaba cubiertopor la Ley de Amnistía. La Vicaría de la Solidaridadpresentó un recurso de queja ante la Corte Suprema,pero el proceso fue enviado a la justicia militar. Desdeentonces no se ha vuelto a saber de Acuña en Iquique.Alarcón murió en 1997.Fue la Corte Suprema quien autorizó a los juecesordinarios a integrar los Consejos de Guerra. El ex abogadode la Vicaría de la Solidaridad Roberto Garretónrecuerda con tristeza no sólo las intervenciones del temidoMario Acuña. También la del Juez de Temuco,Hugo Olate. «Hubo algunas excepciones —afirma—,como las del Juez de Antofagasta Juan Sinn y la jueza

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de Quillota Olga Vidal, quienes, obligados a integrar losConsejos, hicieron esfuerzos por mitigarla crueldad ylas irregularidades de los integrantes militares». Otros,como Rubén Ballesteros, Berta Rodríguez, Patricia Roncagliolo,Elba Sanhueza y Mario Torres, si bien muchasveces trataron de influir para rebajar las enormes penasque proponían los integrantes castrenses de losConsejos, en los aspectos de fondo suscribieron las tesisdel régimen. Particularmente la aplicación retroactiva313de la ley penal, con los aumentos de pena establecidospara el Estado de Guerra, para hechos ocurridos entreel 11 y el 21 de septiembre, a pesar de que ese estadocomenzó a regir sólo desde el 22 de septiembre.Este último aspecto no es menor si se considera quecientos de personas fueron detenidas y condenadas enConsejos de Guerra por presuntos hechos ocurridos enese breve período de diez días.314UN CURCO QUEDÓ EN LA HISTORIAEl ministro Eyzaguirre, quien reemplazó a UrrutiaManzano en la presidencia de la Corte Suprema, mantuvouna postura ambigua hacia el gobierno militar. Públicamenteaparecía como un partidario del nuevo régimen.Participaba religiosamente en todas as fiestas aque era invitado por las autoridades. Defendió la tesisde que los detenidos desaparecidos habían salido delpaís o se mantenían bajo identidades falsas, pero al mismotiempo, fue el autor de votos de minoría que coincidíancon los argumentos de los abogados de la Vicaríade la Solidaridad.Bajo su presidencia el titular del 11 Juzgado delCrimen dio cuenta a sus superiores de la Corte de Apelacionesde las dificultades que estaba teniendo paracontinuar sus averiguaciones sobre la DINA, pues el gobiernole había informado que no procedía citara losmiembros de la policía secreta. La Corte de Apelacionesdiscutió el asunto y concordó que no había ninguna disposiciónvigente que diera fuero a esos agentes y que no315sólo procedía citarlos, sino que, llegado el caso, procesarlos.La conclusión era tan sólida que fue respaldada enun acuerdo similar por la Corte Suprema.Sin embargo, a los pocos días el mismo tribunal sedesdijo y envió nuevas instrucciones a las corte pidiéndolesque se abstuvieran de indagar a los integrantesde la DINA. Los ministros de la Corte de Santiago seenteraron más tarde que el gobierno había alegado anteel tribunal superior que una policía secreta requeríarespaldo y no persecución. No era adecuado que losagentes, gracias a los cuales «estaban vivos y sin novedad» los miembros de la Junta de Gobierno, quedaranexpuestos.En su último discurso de inauguración del año judicial,en marzo de 1978, Eyzaguirre dijo que auguraba un«oscuro porvenir» a la judicatura si no se adoptabanmedidas rápidas para mejorar su situación.

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El magistrado tocó temas que más tarde formaríanparte de los proyectos de reforma del Gobierno de Aylwin.Pidió la autonomía económica para el Poder Judicial,destacando que el porcentaje del presupuesto nacionalasignado al sector había vuelto a decrecer y llegabaal límite de un 0,59 por ciento. Señaló el abuso delrecurso de queja que estaba convirtiendo a la Corte Supremaen una tercera instancia. Propuso la creación deun Ministerio Público. Indicó que desde que la Cortefuncionaba en tres salas (bajo el gobierno militar) seproducían sentencias contradictorias y abogó por la unidaden la jurisprudencia, como una de las funcionesesenciales del máximo tribunal.Al despedirse, dijo que la nueva constitución que seestaba preparando y en cuyas subcomisiones participó«debe contar con la aceptación mayoritaria de aquellosa quienes va a regir». Se atrevió a demandar un mayor316grado de independencia a los tribunalespara que pudieranser «los efectivos guardianes de los derechos y garantíasde todos los ciudadanos».En la presidencia, lo reemplazó Israel Bórquez, públicopartidario del gobierno militar, quien dejó inscritaen la Historia una frase memorable pronunciada en1978: «¡Los desaparecidos ya me tienen curco! ¡Pregúntenlea la Vicaría!».Bórquez fue el encargado de analizar las extradicionessolicitadas por Estados Unidos en el caso Letelier yrechazó entregar a la justicia estadounidense a los jefesde la DINA, pero en el mismo fallo dejó establecidascontradicciones y aseveraciones inverosímiles en quecayeron los imputados. El ministro envió los antecedentesa la justicia militar y éstos sirvieron de base para elproceso que una década más tarde dirigiría Adolfo Bañados.En su primer discurso, en 1979, Bórquez, pese a suconocida postura política, se quejó en contra de las modificacionesal Código de Procedimiento Penal que establecieronque las inspecciones a recintos militares deberíanrealizarla los jueces a través de la justicia militar,limitando las facultades de los magistrados. Dijo:«En las circunstancias actuales, en que el paíssufre tantos y mal intencionados ataques de ordenpolítico en el exterior, es mi opinión personal que debierarestablecerse en este asunto la situación queexistía (previamente). La Justicia Ordinaria de nuestrapatria merece la confianza de la ciudadanía».Pero sus palabras cayeron en el vacío. Con MónicaMadariaga en el Ministerio de Justicia y una ley de Amnistíapara cubrir los delitos cometidos entre 1973 y1978, se iniciaba una nueva década.Capítulo V. Docudrama en cinco actos:Justicia y Derechos humanos318CONSEJOS DE GUERRA: EL PRIMER RENUNCIO11 de septiembre de 1973. Roberto Garretón, jovenabogado, trabajaba en la Empresa de Obras Sanitarias,EMOS. Simpatizante demócrata cristiano, no era un

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partidario de la Unidad Popular, pero el golpe de Estadolo violentó. Algunos de sus colegas desaparecieron.Familiares suyos fueron arrestados.Quería hacer algo, pero no sabía exactamente qué nipor dónde empezar.Comenzó por leer la prensa de un modo distinto, intentandoseguir la huella de lo que pasaba con los prisioneros.Puso especial atención a los Consejos de Guerra.Se compró un Código de Justicia Militar. En cuantopudo, fue a los tribunales, en Bandera. Allí se encontróun día con Andrés Aylwin.—Tenemos que hacer algo, Andrés. En el Códigodice que si los acusados en los Consejos de Guerra notienen abogados, cualquier militar asumirá su defensa...Yo creo que nosotros podríamos hacerlo mejor .Aylwin ya estaba en contacto con personeros de laIglesia que crearían el Comité Pro-Paz, pero no se lo319confió a Garretón. Sólo se despidió diciéndole que lo llamaríasi sabía de algo.Por esos mismos días Garretón vio en la oficina destinadaa los abogados en el Palacio de los Tribunales unletrero que decía: «Se necesitan abogados para asumirdefensas en Consejos de Guerra». Lo había instalado unabogado de apellido Guarello, conocido por sus posturaspolíticas de derecha, quien ofrecía sus servicios pesea la oposición de sus colegas de oficina.Antes de que Garretón tomara alguno de los casosde Guarello, Aylwin lo llamó por teléfono:—Se formó un organismo para el asunto que te preocupaba.He dado tu nombre... Tienes que hablar conAndrés Rabeau.El abogado se fue al despacho del ex magistrado yuna hora más tarde estaba asumiendo su primera defensa.Los siempre entrecerrados ojos azules de Garretóny su sonrisa irónica se enfrentarían a militares investidosde jueces en más de cien Consejos de Guerra, sintiendola amenaza permanente de convertirse en víctimade los mismos procesos en que él intentaba actuarcomo defensor.Lo primero era buscar a los aprehendidos en algunode los varios centros de detención masiva que operabanen el país. En esos días cortos, la mayoría había caídopor violación del «toque de queda».En Santiago, los abogados iniciaban la procesión enlas cárceles y seguían con el Estadio Nacional y el EstadoChile, tratando de obtener algún documento que reconocierala detención. Luego, se involucraban en unaexasperante lucha para que a los prisioneros se les iniciaraalguna forma de juicio y terminar así con las torturas,que formaban parte de la etapa de «investigación».320En las condiciones de desamparo total en que se hallabanlos presos, lograr la convocatoria a un Consejo deGuerra era considerada un éxito para los abogados quese unieron al Comité Pro-Paz. Al menos podrían defenderlos.«Teníamos que averiguar qué fiscal tenía al prisionero

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de una lista que había en los estadios. Te decían:‘Lo tiene Barría’, o Sánchez, o Pomar. Ibas dondeBarría y te informaban que el fiscal atendería alos abogados sólo una vez al mes. Y el día que te citaban,el fiscal no iba. Quedabas pendiente para el messiguiente».Cuando por fin el fiscal emitía el pronunciamientode primera instancia, se formaba el Consejo de Guerra,en que los defensores podían ensayar sus defensas. Trasla sentencia, el Juez Militar (que coincidía normalmentecon el jefe de la Zona en Estado de Emergencia respectiva),dada su aprobación final.Había dos tipos de Consejo: los comunes y los «Vip»(very important persons). En los primeros, el Consejo lointegraban normalmente siete Oficiales de Reserva Asimiladosal Servicio Activo (los «Orasa»), provenientesen general de la Fuerza Aérea o Carabineros, con escasoconocimiento jurídico y muchas veces con precario niveleducacional.«Los Orasa siempre condenaban. Ellos tratabande dar una imagen de dureza y de justicia al mismotiempo. Si se daban cuenta de que el acusado no teníanada que ver con nada —que así era siempre— lerebajaban la pena. Nosotros debíamos alegrarnos enmedio de la brutalidad que significaba que gente inocentefuera condenada a varios años de presidio «¡porhacer nada!».En los Consejos «Vip», oficiales en servicio activo reemplazabana los «Orasas». Tal fue el caso del Consejo con321vocado para juzgar al comandante Fernando Reveco Valenzuela,el más importante que realizó el Ejército. Enaquél tiempo se estableció tácitamente que cada rama juzgaríaa sus «infiltrados»: el Ejército a los militares, la FuerzaAérea a los aviadores. En cuanto a los opositores, habíaotro tipo de distribución: la Fuerza Aérea tomaba los casosde los grupos considerados armados (MIR, VOP y las brigadasElmo Catalán y Ramona Parra). La Armada se quedabacon los altos jerarcas de la Unidad Popular.El 11 de septiembre, el mayor Reveco Valenzuelaestaba en Calama. Era el delegado del jefe de zona enEstado de Emergencia en Chuquicamata. Por órdenesde sus superiores, tomó el control del estratégico minerale incautó armas entre la población. Más tarde, presidiríael Consejo de Guerra en contra del ex gerente generalde Chuquicamata, David Silberman.El 2 de octubre Reveco Valenzuela fue detenido sorpresivamente.Sin que nadie lo supiera en Calama, fuetrasladado a Santiago. En la pequeña y desértica ciudadse afirmaba que el mayor estaba muerto. Que lo habíantirado desde un helicóptero.Los cargos en su contra habían surgido de un procesoque tramitaba en Santiago el fiscal de Aviación generalOrlando Gutiérrez en contra del capitán de bandadaJaime Donoso. En parte de su testimonio, Donoso dijoque otro oficial —Raúl Vergara— le había comentado suparticipación en una comida, en 1969, en que un mayorde Ejército de apellido Reveco se habría pronunciadocomo «marxista».

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La Aviación envió un oficio con el dato al comandanteen jefe del Ejército, general Augusto Pinochet, y esemismo día el oficial fue arrestado en Calama. El mayorfue detenido, inusualmente, por la Fuerza Aérea y torturadoen la Academia de Guerra, en Santiago.322Un fiscal de Ejército se trasladó a Calama y comenzóa interrogar a civiles y subalternos del oficial quetrataban de demostrar su filiación «marxista». Como locreían muerto, no ahorraron detalles.En Santiago, Reveco era trasladado al RegimientoBlindado N° 2, donde se le permitió tener una radio, unaparato de televisión y recibir visitas de su esposa.Un año después, el fiscal dio por agotada la investigación.En el expediente, los testigos entregaron antecedentessobre el comportamiento social del acusado e interpretaronsus supuestas motivaciones ocultas para darbuen trato a los prisioneros o demorar allanamientos.En el legajo quedó impreso el interés del fiscal poraclarar su actuación en una comida realizada en honordel «pronunciamiento militar», en el Rotary Club deCalama, la noche del 26 de septiembre de 1973. Segúnlos testigos, un subteniente de apellido Lapostol defendióal Gobierno de la Unidad Popular y Reveco, en señalde respaldo, le habría ofrecido un vaso de vino.Otro aspecto de la investigación fue la conducta delcomandante en el caso Silberman. Los testigos lo acusabande no haberlo perseguido, pues éste se entregó enforma voluntaria el 15 de septiembre, y por haberledado una pena muy baja en el Consejo de Guerra.En su defensa, Reveco decía que en la reunión enque participó en 1969 —y que dio origen al proceso ensu contra— se analizaron las preocupaciones de lasFuerzas Armadas que culminaron con el Tacnazo esemismo año y que nunca se declaró marxista.Sobre la comida en el Rotary Club, cuatro años mástarde, dijo que sus únicas palabras en esa ceremoniafueron para agradecer la manifestación y que sólo despuésde que el presidente del Rotary insultara a su subalterno,el subteniente Lapostol, por haber comentado323que no se debería «hacer leña del árbol caído», optó porretirarse, como un gesto de respeto al militar. Vino nole ofreció, replicó irónico, «porque se había terminado».Acerca de Silberman, afirmó que la condena a 16años de presidio en su contra por «traición a la patria»,fue justa y resuelta por «unanimidad» en el Consejo deGuerra.Admitió haber sido «allendista» en los primeros añosdel gobierno de la Unidad Popular, pero negó tenerideología marxista. El fiscal, de vuelta en Santiago, dictaminóque Reveco había cometido el delito de «incumplimientode deberes militares».Garretón, su abogado, fue citado entonces al Salónde Actos del Ministerio de Defensa, en Zenteno con Alameda,donde está hoy el Edificio de las Fuerzas Armadas.Un guardia lo revisó al ingresar al edificio. Pacientemente,

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desmontó su pluma fuente y escrutó el estucheen que guardaba sus lentes de contacto. Dentro, numerosopersonal armado custodiaba en la sala en que seoirían los alegatos en favor de 22 personas que estabansiendo acusadas en un mismo Consejo de Guerra.Un soldado se acercó a Garretón y le dijo:—Tiene que pasarme el texto de su defensa... para lacensura.Momentos más tarde se lo devolvió tarjado. No obstante,quedó material suficiente para que Garretónarremetiera contra la forma en que se acusó a su defendido.Hizo notar que el fiscal daba valor probatorio atestimonios de «civiles fanatizados, resentidos con lasautoridades militares por no haber empleado más rigoren contra de los personeros del antiguo régimen», quienesnada sabían sobre las órdenes militares impartidasa Reveco, ni tenían autoridad para opinar sobre la formaen que las había cumplido.324Garretón defendió el profesionalismo con que el oficialdesarrolló las tareas que se le encomendaron el 11de septiembre, según el reconocimiento que habían hechosus propios superiores, aunque nunca se les permitiódeclarar en la causa. Por lo demás, alegó, «jamás unproceso criminal puede, dentro de un estado de Derecho,estar dirigido a sancionar ideologías de ciudadanos.Todo el avance de la ciencia penal y una de lasgrandes conquistas de los derechos humanos es haberobtenido como consagración jurídica internacional laimpunidad de los pensamientos».Pero no estaba el Consejo para aceptar tales preceptosy confirmó la condena propuesta por el fiscal.Desde el punto de vista del Derecho, estos tribunalesespeciales cometieron un sinnúmero de abusos: configurarondelitos que no existían en las leyes y tomaroncomo una licencia sin límites la norma que permite alos jueces apreciar la prueba «en conciencia».Los fiscales no realizaron investigaciones acuciosasy dieron pleno valor a las confesiones obtenidas bajoamenazas y torturas. Tampoco pesquisaron aquellosantecedentes que podrían favorecer a los inculpados.Aplicaron severas penas por hechos no demostrados,sobre la base de una particular concepción del «bien quedebemos hacer y el mal que queremos evitar». «La magiamilitar produjo, entonces, no sólo muchos delitos, sinotambién muchos culpables».El lenguaje de las sentencias no parecía el propio deuna judicatura, sino más bien la «resultante de la repulsay el odio hacia gobiernos, partidos y personas, bajoun alero de patriotismo y deber. En general, entonces,no se juzgaba, sino que se castigaba al enemigo».El Ejército informó a la Comisión Rettig que los expedientesde los Consejos de Guerra se hallaban «total325mente quemados, por acción del fuego (sic), producto deun atentado terrorista». Sin embargo, esa entidad pudoreconstituir parte de la historia de más de 250 personascondenadas en este tipo de juicios, 26 de las cuales fueron

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ejecutadas.La mayor cantidad de ejecuciones y muertes de esosprimeros años se produjeron, no obstante, sin forma dejuicio alguno.Para que los Consejos pudieran constituirse, la JuntaMilitar dictó varios decretos entre el 11 y el 22 deseptiembre de 1973. El Número 3 declaró el Estado deSitio en todo el país y el 5, que el país estaba en Tiempode Guerra. Los fallos de los Consejos discreparon acercade la naturaleza y duración de esta guerra. Algunosla fijaron a partir del 11 de septiembre, otros después, yno pocos incluso antes de que terminara el gobierno deSalvador Allende.Aceptando la existencia de legal de la guerra —puesno aceptaban su existencia real— las defensas de losacusados intentaron hacer valer el respeto a los tratadosinternacionales, suscritos por Chile, sobre tratamientoespecial y humano a los prisioneros, pero sus argumentosno fueron jamás aceptados.Los abusos cometidos por estos tribunales militaresno pudieron ser discutidos ante la Corte Suprema porqueel máximo tribunal renunció a su facultad fiscalizadorasobre ellos. Un ejemplo ilustrativo se dio el 13 denoviembre de 1973. Al rechazar los recursos presentadosen favor de Juan Fernando Silva, condenado en Valparaíso,el máximo tribunal se lavó las manos. Resolvióque en Tiempo de Guerra el jefe de zona en Estado deEmergencia era la autoridad superior de tales tribunales.Para llegar a esa conclusión, la Corte citó truncamenteel mensaje presidencial que acompañaba a la de326rogada ley de Organización y Atribuciones de los Tribunalesde 1875 y dio una nueva interpretación el artículo74 del Código de Justicia Militar.Los abogados del Comité Pro-Paz no compartían laidea que la Corte Suprema renegara de sus atribucionesy al mismo tiempo aparentara que el Estado de Derechooperaba con normalidad, pero fracasaron en susintentos por modificar ese criterio. Varias veces argumentaronen sus escritos que la Corte estaba dando unainterpretación mañosa al Código de Justicia Militar,que jamás pretendió tener el alcance sugerido por elmáximo tribunal. Y que, aun si ese hubiera sido el caso,la Corte debía declarar la inconstitucionalidad del mentadoartículo, pues la Carta Magna —a cuya letra lasdemás leyes obedecen— daba a la Corte Suprema la facultadde supervigilar a todos los tribunales de la nación.«Todos», recalcaban.La Corte no los oyó.Al comenzar 1974, la Corte de Apelaciones de Santiagoacogió parcialmente un recurso de amparo en favordel menor Luis Alberto Muñoz Mena y dispuso queantes de ser juzgado por un Consejo de Guerra, un tribunalde menores debería determinar si actuó con discernimiento(el procedimiento se aplica en Chile paramenores entre 16 y 18 años). Posteriormente, sin embargo,la Corte Suprema anuló el fallo opinando que ni aún

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las medidas de protección de los menores «pueden prevalecersobre las disposiciones que adopta la autoridadcon ocasión de un Estado de Sitio».Poco después, se pidió a la Suprema que determinaraqué tribunal era el encargado de pronunciarse sobreel discernimiento de otros dos adolescentes, antes deque fueran condenados por un Consejo de Guerra: si laFiscalía de Aviación o el Primer Juzgado del Crimen.327La Corte insistió en que el país se encontraba en«Estado de Guerra» y que, por lo tanto, sólo la Fiscalíade Aviación o el Consejo de Guerra o la Comandanciaen Jefe de la Fuerza Aérea podían resolver sobre el discernimientode los niños. La resolución fue respaldadapor los ministros Rafael Retamal López, Luis MaldonadoBoggiano, Armando Silva Henríquez y el auditor generaldel Ejército, Osvaldo Salas Torres.Víctor Manuel Rivas y Osvaldo Erbetta argumentaronque no existía en las leyes chilenas una sola disposiciónque conculcara a los tribunales de menores su facultadpara pronunciarse sobre los discernimientos. Nihabía norma expresa alguna que se la entregara a lostribunales militares. Pero estaban en minoría.Más tarde, en un recurso de queja en contra de lasentencia del Consejo de Guerra de Arica que condenó aSergio Rubilar González, el ministro José María Eyzaguirrefue el único en defender las facultades constitucionalesde la Corte Suprema.Recogiendo los argumentos de los abogados del ComitéPro-Paz, Eyzaguirre recordó que el artículo 86 dela Constitución Política reconocía a la Corte Suprema la«superintendencia directa, correccional y económica detodos los tribunales de la Nación» y que el artículo 74del Código de Justicia Militar no podía «prevalecer sobreel texto de la Carta Fundamental y, en caso de contradicciónentre uno y otro, esta Corte debe aplicar laConstitución».Eyzaguirre era ladino. Aparecía como el magistradosupremo más ecuánime, pero sólo respaldaba estas posturascuando tenía la certeza que aparecería en un pronunciamientode minoría.La renuncia de la Corte Suprema a las facultadesque le reconocía la Constitución de 1925 es tan clara que328en la Constitución de 1980 «la junta militar debió disponerque la Corte Suprema carecería —a futuro— decompetencia sobre los tribunales militares en tiempode Guerra».Reveco, al igual que cientos de prisioneros políticoscondenados en Consejos de Guerra quedó al poco tiempoen libertad, porque era física y jurídicamente insosteniblepara las Fuerzas Armadas mantener el rol detribunal y Gendarmería sobre una proporción tan grandede la población.Sin embargo, creció proporcionalmente el poder dela DINA, aumentó el número de presos cuya detenciónno era reconocida oficialmente y debutaron las cárceles

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clandestinas.Hacia 1975, muchos Consejos de Guerra que dictabansentencias absolutorias, añadían un párrafo quedejaba a los procesados a disposición del Ministerio delInterior. La autoridad administrativa podía requerirlosen virtud del «Estado de Sitio» y enviarlos a los camposde concentración.329CINCO MIL RECURSOS DE AMPARO«¡Ayúdenme!», fue el grito angustioso que escucharonlos transeúntes que circulaban por calle Nataniel,entre Coquimbo y Atacama, el 3 de noviembre de1976. Eran aproximadamente las 11.30 de la mañana.Cuando se vio a un hombre de aparentemente unostreinta años —aunque en realidad tenía menos— lanzarsea las ruedas de un microbús. Antes había alcanzadoa agregar en sus gritos que los de la DINA lo veníanpersiguiendo. El conductor de la «Vivaceta-Matadero» intentó frenar, pero no pudo evitar la embestida.En la calzada quedó tendido el cuerpo del ex regidorcomunista por Concepción, Carlos Contreras Maluje.Le sangraba la cabeza, pero estaba consciente. Enpocos segundos, los curiosos rodearon al herido.El capitán de la 12a Comisaría de Carabineros deSan Miguel (identificado en el expediente judicial sólopor sus iniciales: C.N.B.V.) pasaba casualmente por esaesquina en un jeep institucional. Vio la muchedumbre yel cuerpo del peatón atropellado. Se acercó.330—Soy Carlos Contreras Maluje, por favor ¡ayúdenme!Los de la DINA me estaban torturando, me escapé,traté de suicidarme... —era la súplica del hombre tendidoen el suelo.Mientras el capitán volvía al jeep para pedir unaambulancia y comunicarse con sus superiores, de unFiat 125 celeste bajaron cuatro civiles. Mostraron tarjetasde la DINA y señalando al caído dijeron que lo veníansiguiendo. Al verlos éste, se removió desesperadoy reanudó sus gritos:—¡No dejen que me lleven de nuevo!... ¡Son de laDINA! ¡Por favor!, —imploró, dirigiéndose al público—,avisen a mis familiares, la Farmacia Maluje de Concepción...¡Carabineros!... ¡Ayúdenme, por favor! ¡La FarmaciaMaluje!.El público congregado miraba al herido y escuchabasus ruegos entre atónito y temeroso; nada hicieron nipodrían haber hecho cuando los agentes lo subieron alFiat. «¡Soy Carlos Contreras» y la insistencia en que seavisara a la Farmacia Maluje de Concepción fue lo últimoque se escuchó.«Los civiles del Fiat 125 recogieron al herido y losubieron a la fuerza al auto. Digo a la fuerza porque ellesionado gritaba que no se lo llevaran y que lo dejaranmorir tranquilo», declaró luego ante los tribunales elconductor del microbús, Luis Rojas Reyes.«Llegó el automóvil patente EG-388, Fiat 125 colorceleste, bajándose las personas que dijeron ser de

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DINA, tomaron al individuo y lo subieron violentamenteal vehículo, llevándoselo del lugar», escribió el capitánde carabineros en el Libro de Novedades de su Comisaría.«Un vehículo Fiat 125 (...) se detuvo a prestar cooperación,desde el cual bajaron cuatro personas que subie331ron al lesionado a dicho vehículo, retirándose del lugar,ignorándose todo antecedente de su paradero, debido aque no concurrrió a ningún Centro Asistencial... Se hacepresente que en este procedimiento intervino personalde DINA», menciona el parte Número 41, que la SextaComisaría de Carabineros envió al Segundo JuzgadoMilitar de Santiago, dando cuenta de los hechos.El mayor R.A.M.G., ayudante del Segundo Jefe de laPrefectura General, contó que él había recibido la llamadadel capitán. «Como en el lugar se encontraba bastantegente, testigos oculares, un lesionado y habría actuadopersonal de la DINA, se le dio instrucciones deque trasladara al inculpado a la Comisaría del sector, yse diera cuenta a los Juzgados Militares».El «inculpado» era el chofer de la micro, quien fuedetenido y luego puesto en libertad provisional bajo elcargo de lesiones «al parecer, menos graves en atropello».Carabineros entendía que si personal de la DINA sehacía cargo de un «procedimiento» le correspondía retirarse.Así lo hizo el capitán que presenció los hechos, yque le dijo al chofer que no se «preocupara».El capitán recibió después instrucciones de no mencionara la DINA cuando redactara el parte dirigido alos tribunales.Anónimos transeúntes cumplieron el deseo de ContrerasMaluje. Unos llevaron el nombre a la Vicaría de la Solidaridad,ubicada a un costado de la Catedral, en la Plazade Armas. Otros llamaron a su familia en Concepción.Inmediatamente, la Vicaría presentó ante la Cortede Apelaciones de Santiago un recurso de amparo en sufavor y agregó más tarde declaraciones de los testigos yde los propios carabineros. Su familia estaba esperanzadaen que, con tanta información disponible, los tribunalespodrían encontrarlo y rescatarlo con vida.332La Corte de Apelaciones envió oficios a los centrosasistenciales y éstos informaron que no había ingresadoninguna persona identificada con ese nombre. Tampocoel Servicio Médico Legal había recibido su cadáver.Casi tres meses más tarde, el 30 de enero de 1977, laQuinta Sala de la Corte de Apelaciones, integrada porlos ministros Marcos Libedinsky, Adolfo Bañados y JoséCánovas, pidió a la sección «patentes» de la Municipalidadde Las Condes, que identificara al propietario delFiat celeste. La respuesta fue que le pertenecía a: «Fiscode Chile, Fach, Estado mayor General, Dirección de Inteligencia».El 31 de enero la Sala, en votación dividida, acogióel amparo. «En consecuencia, se declara que el señorMinistro del Interior, a fin de restablecer el imperio delDerecho y asegurar la debida protección del amparado,deberá disponer su inmediata libertad».

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El voto de mayoría, emitido por Bañados y Libedinsky,se sustentó en el Acta Constitucional N 3 deseptiembre de 1976, dictada por la propia Junta de Gobierno,asegurando a todas las personas el derecho a lalibertad personal y la garantía de que nadie podría «serarrestado o detenido sino por orden de funcionario públicoexpresamente facultado por la ley y después deque dicha orden le sea intimada en forma legal».El fallo expresó que aunque la DINA negaba la detención,«debe aceptarse, asimismo, que ella se llevó aefecto sin orden competente de autoridad alguna».Cánovas votó por rechazar el recurso y enviar losantecedentes a la justicia militar.El Ministerio del Interior rehusó dar cumplimientoa la orden de la Corte.El ministro subrogante, Enrique Montero Marx, envióuna arrogante comunicación manifestando que «opor333tunamente (...) esta Secretaría de Estado informó a UsíaIlustrísima que no tenía antecedentes de la persona investigada,ni tenía conocimiento fidedigno de que hubierasido arrestado por algún determinado organismo deseguridad y que no habría pronunciado ni mantenidopendiente resolución alguna que lo afectara».Como la DINA le decía que no lo tenía en su poder ysu deber era dar fe de sus asertos «especialmente si sudependencia es en forma directa, del Presidente de laRepública», el ministro concluía que el fallo es «imposiblede cumplir», salvo que el tribunal le indique «el lugarpreciso» en que Contreras Maluje se halla.El flagrante desacato del Ejecutivo motivó una reunióndel pleno de ministros del tribunal de alzada capitalino,que resolvió informar a la Corte Suprema«para los fines que procedan».Pero antes de que la Corte manifestara su parecer,el general Pinochet usó un método indirecto para difundirsu opinión. Dirigió un oficio al juez Militar de Santiago,que había recibido el parte policial, sugiriendoque la detención pudo ser practicada por «elementossubversivos». El general afirmaba haber «comprobadofehacientemente», en su calidad de Presidente de laRepública, que ningún órgano bajo su dependencia habíapracticado la detención, de lo cual se derivaba la «absolutaimposibilidad jurídica y de hecho» de cumplir elmandato judicial.«El Jefe de Estado que suscribe reitera a Usía sudecidido propósito de llegar —ya sea por la vía de losTribunales de su jurisdicción o a través de la justiciaordinaria— a un amplio esclarecimiento de los hechosinvestigados que, sin que en su comisión hayamediado decisión, intención, ni intervención Suprema,pueden comprometer el prestigio del Gobierno,de sus instituciones fundamentales y que, en definiti334va, afectan gravemente la seguridad interior, ya quepreocupa al infrascrito que pudiera esta detenciónarbitraria haber sido premeditadamente efectuadapor elementos subversivos».La Corte Suprema no respaldó a sus subordinados,

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ni dio completa razón al Ejecutivo. En abril de 1977,declaró que los magistrados no habían agotado todaslas diligencias destinadas a identificar el organismo que«eventualmente detuvo al amparado, que pudo ser cualquierade las Fuerzas Armadas, de Carabineros o deInvestigaciones» y les ordenó continuar las pesquisas.Los familiares de Contreras se desesperaban, entanto, viendo que el tiempo pasaba y nada sabían de él.En sus nuevas diligencias, los magistrados averiguaronque el Fiat usado en la operación estuvo el día y a lahora de los hechos a disposición, para uso personal, deldirector de Inteligencia de la Fuerza Aérea, general EnriqueRuiz. El oficial, que a la fecha se desempeñaba comointendente en la Décima Región, intentó eludir los cuestionamientosde los magistrados, pero finalmente, a mediadosde año, envió sus respuestas por escrito, diciendoque el auto lo había dejado a las 8.30 de la mañana en elestacionamiento del Ministerio de Defensa y que sólo loretiró de allí a las 14.30 horas. El aviador especuló que la«errada individualización» de su vehículo como aquél quese usó para secuestrar a Contreras pudo deberse a una«equivocación de los testigos» —«las letras y dígitos de laspatentes de automóviles suelen formar combinacionesque pueden fácilmente confundirse»— o al uso de placasadulteradas por «algún grupo interesado en imputar unhecho a los Servicios de Inteligencia» .Después de interrogar al general Ruiz, la QuintaSala dio cuenta a la Corte Suprema de que la «diligenciaordenada» se hallaba «cumplida». Pero el tribunal des335estimó tomar medidas que obligaran al Ejecutivo a cumplirel fallo judicial. Como argumento, citaron «lo expuestopor su Excelencia el Presidente de la República,en un oficio de 22 de marzo último (aquél dirigido alJuez Militar), que en esta fecha se agrega al proceso».La conclusión era tajante: «Devuélvanse los antecedentesacompañados. Archívese».Tal fue el destino del único recurso de amparo acogidopor los tribunales de Justicia entre el 11 de septiembre1973 y comienzos de 1979, período en el que se presentaronmás de cinco mil.Pese a los esfuerzos de Bañados y Libedinsky, el fallono cumplió su objetivo de terminar con una detención«ilegal o arbitraria», ni de hallar a la víctima paratraerla a presencia del tribunal.La verdad no sería descubierta sino varios años mástarde, por el ministro Carlos Cerda, quien determinóque Contreras Maluje fue secuestrado por el grupo decombate antisubversivo de la Fuera Aérea conocidocomo Comando Conjunto.Pero el paradero de Carlos Contreras Maluje aún sedesconoce. Su desaparición formó parte de las investigacionesdel ministro Cerda, pero el proceso se encuentrasobreseído, por aplicación de la Ley de Amnistía.Pasaron más de ocho meses entre el día que ContrerasMaluje se lanzó a las ruedas de un microbús en calleNataniel y aquél en que la Corte Suprema emitió la última

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resolución en el caso, aunque la ley establece, desdeel siglo pasado, que los amparos deben resolverse en unplazo de 24 horas o un máximo de seis días, cuando esnecesario practicar diligencias.El 19 de septiembre de 1932 la Corte Suprema dictóun Auto Acordado (que equivale a un reglamento) parainstruir a los tribunales sobre la forma correcta de tra336mitar los amparos. Recordaba la Corte que está en lanaturaleza de ese recurso «principalmente, que sea resueltoa la mayor brevedad y no cuando el mal causadopor una prisión injusta haya tomado grandes proporcioneso haya sido soportado en su totalidad». El tribunalsuperior ordenaba ya entonces a los jueces que tomaranlas medidas necesarias para inducir a los funcionarios a«cumplir oportunamente con su deber» de entregar losinformes que se les requirieran y hasta prescindir deellos, si la demora excediese el límite de lo razonable.«No sería posible dejar la libertad de una persona sometidaal arbitrio de un funcionario remiso o maliciosamenteculpable en el cumplimiento de una obligación»,reflexionaba la Corte Suprema de 1932.Todas las constituciones chilenas han reconocido alos ciudadanos la garantía del recurso de amparo e inclusola Junta Militar de Gobierno, en el Acta ConstitucionalNº 3, aseguró su vigencia bajo el Estado de Sitio.Sin embargo, rara vez los jueces ordenaron traer alamparado a su presencia y, cuando lo hicieron, no protestaronpor el incumplimiento de los servicios de seguridad.No más de una decena de veces, en más dediez mil recursos de amparo, ordenaron que un juez seconstituyese en el lugar de arresto. Habitualmente senegaron a fijar plazo a las autoridades para las respuestas.Nunca apremiaron a un funcionario renuente a informary jamás prescindieron de los informes requeridos,como en cientos de ocasiones la Vicaría les solicitó.Más aun las Cortes dieron toda clase de facilidades a lasautoridades para dilatar las respuestas que debían entregardentro de plazo. Las cortes de Apelaciones rechazaron,en general, constituirse en centros de detención,incluso cuando éstos eran identificados por los re337currentes, y en los domicilios de personas detenidas,liberadas y obligadas a permanecer en su propia casa.«Objetivamente, los magistrados se han inhibido decomprobar con sus propios ojos una situación que losobligaría a adoptar medidas favorables para los amparados» decía la Vicaría en un escrito al máximo tribunalen 1977 .Cuando el Ministerio del Interior informaba que nohabía orden en contra de un ciudadano y que los serviciosa su mando señalaban no haberlo aprehendido, lasCortes rechazaban el recurso de amparo diciendo queno había antecedentes que demostraran la efectividadde la detención. Cuando el Ministerio reconocía la detención,aunque lo hiciera después de haberlo negadoinicialmente y sin señalar la fecha del arresto, las Cortesigualmente rechazaban el amparo diciendo que la detención

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había sido ordenada por autoridad competente.La Vicaría alegaba: «¿En qué casos, entonces, podemostener la esperanza de que se acoja un recurso deamparo?».Un problema más era a quién dirigir las peticionesde informes. La Corte Suprema respaldó, en general, latesis de que debían enviarse al Ministerio del Interior yno a los órganos aprehensores.En abril de 1975 la Suprema reprochó la osadía dela Corte de Apelaciones de Santiago, por atreverse apreguntar directamente a la DINA sobre un detenido.El máximo tribunal acogió así un perentorio oficio delentonces poderoso director de la DINA, coronel ManuelContreras Sepúlveda, manifestando que «toda informaciónde detenidos debe ser proporcionada a los tribunalesde Justicia, cualquiera que ellos fueren, por el señorMinistro del Interior o por el Sendet (Servicio Nacionalde Detenidos)» .338En respuesta, el máximo tribunal comentó que«dada la situación en que se encuentra el país, resultaconveniente usar la vía propuesta por el Supremo Gobierno,para obtener aquellos informes».En otra ocasión —en el recurso de amparo deEduardo Francisco Miranda, a quien testigos habían vistopreso en Cuatro Alamos—, una sala de la Cortesantiaguina, con el voto de minoría de Hernán Cerecedano aceptó el desacato del organismo de seguridad yreiteró el oficio a la DINA en términos enérgicos. ElMinisterio del Interior redactó una atrevida respuestaque recordaba al tribunal capitalino su deber de respetarlas «instrucciones» del Gobierno. El tribunal no volvióa insistir y el 16 de junio de 1977 rechazó el recurso.Uno de los magistrados que estuvo en el tribunalcapitalino durante la primera década del gobierno militarafirma que «los ministros vivíamos con mucha intranquilidad.No es que la Corte Suprema nos diera instruccionessobre cómo resolver los asuntos, que nos dijera:‘Rechacen los recursos de amparo’, pero había órdenesimplícitas. Sabíamos que si los acogíamos, nuestrasdecisiones serían revocadas arriba y que corríamosserio peligro de ser mal calificados al finalizar el año».Pese a los magros resultados en las Cortes, el ComitéPro Paz y la Vicaría mantuvieron siempre la decisiónde recurrir a los tribunales y de defender porfiadamenteel respeto al Estado de Derecho y a las leyes. Habíaen ello, aparte de las decisiones humanitarias, dos razonespolíticas: una, desalentar las alternativas violentasde oposición al régimen militar, y otra, que quedara elregistro escrito y documentado de las violaciones a losderechos humanos.339SECUESTRO EN LA CÁRCELEl gendarme abrió la mirilla del grueso portón y vioa cuatro oficiales de Ejército. Reconoció a uno, porque enotras ocasiones había estado en el penal. Sabía que erade la DINA.

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De todos modos el gendarme pidió el «santo y seña».Era la rutina. El oficial que parecía estar a cargo delgrupo respondió correctamente y el gendarme abrió.—Soy el teniente Quinteros... Traigo una orden dela Asesoría Militar de los Tribunales en Tiempos deGuerra, para retirar al prisionero David Silberman —dijo el oficial al gendarme.Media tarde. 4 de octubre de 1974.Silberman, ingeniero civil industrial era gerentegeneral del mineral de Chuquicamata hasta el 11 deseptiembre de 1973. El 15 se entregó voluntariamenteal Comandante Militar de Calama, respondiendo a unbando que reclamaba su comparecencia. En esa ciudad,fue condenado por un Consejo de Guerra a trece años deprisión por infracción a la ley de Seguridad del Estadoy a la ley de Control de Armas. (El mayor Reveco, quien340presidió el Consejo, enfrentaría más tarde el juicio desus compañeros de armas).En la misma causa fueron condenados varios ejecutivosy empleados de la empresa estatal, junto a militantesde los partidos Comunista y Socialista de la zona.Silberman fue trasladado a Santiago y recluido en laPenitenciaría el 30 de septiembre. Los demás quedaronen el norte.El 4 de octubre de 1973, Silberman fue sacado porprimera vez desde la Penitenciaría. Lo llevaron a laAcademia de Guerra, donde permaneció recluido hastael 20. Un día antes, en Calama, una unidad militar habíasecuestrado a veinticinco de sus ex compañeros de trabajodesde la cárcel, fusilándolos en el desierto.Exactamente un año después, aquel viernes 4 de octubrede 1974, el teniente Quinteros llegaba a la Penitenciaríareclamando nuevamente a Silberman.El gendarme lo condujo hasta las oficinas del Alcaide.Alejandro Quinteros Romero mostró su documentode identidad, TIFA 245-03 y pidió permiso para retiraral ex ejecutivo.—El prisionero está cumpliendo condena. ¿Con quéfin lo solicita? —inquirió el alcaide.—Debe someterse a un interrogatorio. Volverá enseguida,—respondió el oficial y exhibió una orden suscritapor un tal «coronel Ibañez». Explicó que Silberman estabasiendo investigado por infiltración a las Fuerzas Armadas,sedición y el asalto a una sucursal del Banco de Chile.Siguiendo los procedimientos regulares, el alcaidepidió corroborar la orden telefónicamente. Discó el númeroque le dio Quinteros: 516403 y preguntó por el «auditorLeyton» o el «comandante Marcelo Rodríguez»,quien en el documento figuraba como «asesor militar» delos Consejos de Guerra.341El alcaide recibió la confirmación que esperaba yaccedió a lo solicitado. En el acta de entrega quedó estampadasu firma, junto a la rúbrica del teniente AlejandroQuinteros Romero. Hora: 18.40.Uno de los gendarmes condujo a los oficiales a la salida

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y vio que el grupo, armado con fusiles, partía en unvehículo Ika-Renault, sin patente. «El típico auto de laDINA», pensó.A no muchos metros de distancia, el ingeniero AlejandroOlivos abandonaba la planta Chiloé de la Compañíade Teléfonos, ubicada en Avenida Pedro Montt. Olivoshabía pedido permiso momentos antes para entraral «pararrayos» (nombre que los técnicos dan al lugar enque se ubican todas las conexiones) con el pretexto dehacer una conexión de prueba a Isla de Maipo.Los empleados de turno le ofrecieron ayuda, peroOlivos la rechazó. Con un «enrulador» había estado realizandotrabajos en el panel donde se hallaba la serietelefónica desde el 51-6401 al 51-6449.El sábado 5, Mariana Abarzúa, esposa del Silberman,se presentó en la Penitenciaría para la visita derutina. Aunque no era fácil atender a sus tres hijos yenfrentar el presidio de su esposo, ella creía que lo peorhabía pasado. Tenía esperanzas en que pronto las gestionesque realizaba para lograr la libertad de su esposotendrían un resultado positivo. Confiaba, por ejemplo,en una respuesta favorable de la Comisión de Indultoscreada en el Ministerio de Justicia, pues en ciertos casosésta había conmutado penas de reclusión por extrañamiento.Esa posibilidad no era tan mala para Silberman,que ya tenía ofrecimientos de trabajo en Israel.Mariana se sorprendió cuando esa mañana de sábadolos gendarmes le informaron que Silberman no estabaen la Penitenciaría. Lo había visto por última vez una342semana antes y él no le dijo nada sobre un eventualtraslado.Confundida, sólo atinó a recurrir al Ministerio deJusticia. El 9 de octubre, un funcionario en esa secretaríale dijo que Silberman estaba en manos de un serviciode inteligencia y que el siguiente fin de semana seríadevuelto al penal. Pero en el Ministerio del Interior, unayudante le dio otra versión:—Tal vez su marido se fugó...—¡¿Qué?! ¿Fugarse? ¿Cómo puede decirme eso? Mimarido no es un extremista ni ha tenido nunca contactocon ellos. ¡El es un intelectual y no un guerrillero! —protestó, vivamente ofuscada. Prefirió creer al funcionariode Justicia y ese fin de semana volvió a la Penitenciaría.Silberman no había regresado.El lunes 14 interpuso un recurso de amparo ante laCorte de Apelaciones de Santiago, exponiendo que «encontrándosecondenado y llevando un año de la pena yacumplida, es extraño e inusitado que se le saque delpenal por un oficial de Ejército, sin mayores explicaciones,lo que contraviene todas las normas sobre cumplimientode condena».Ese mismo día, Mariana se entrevistó con otro empleadoen el Ministerio del Interior, quien la tranquilizó:—Su esposo no se ha fugado, no se preocupe. Existeun documento en que las personas que dictaron la ordende sacar a su esposo de la cárcel están identificadas.

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Lamentablemente, no le puedo informar dónde seencuentra su esposo.Cinco días más tarde, la mujer concurrió a una citaque obtuvo con el vicario general castrense, FranciscoGilmore, quien le dijo que las autoridades estaban «muypreocupadas del problema» y que habían iniciado unsumario para determinar las responsabilidades al res343pecto, puesto que el documento con que se retiró al prisionero«sería falso».—Seguramente se trata de funcionarios del gobiernomarxista que usaron esta treta para liberarlo —dijoGilmore.En cuanto al sumario, el obispo no mentía. Gendarmeríahabía informado a Justicia que funcionarios militareshabían sacado a Silberman de la Penitenciaría,pero que, consultados los servicios de inteligencia, éstosnegaban la detención. El ministro Miguel Schweitzerenvió los antecedentes a la Segunda Fiscalía Militardonde, a petición suya, se abrió un proceso fechado el 18de octubre.El Ministerio del Interior respondió a los oficios dela Corte de Apelaciones recién a mediados de noviembre,señalándole que lo único que sabía era que Silbermanestaba cumpliendo condena en un recinto penal.Simultáneamente, sin embargo, el Ministerio de Justiciaadmitió conocer el inicio de un proceso en la justiciacastrense.Con ese dato, la Corte capitalina rechazó el recursoy ordenó remitir los antecedentes al Segundo JuzgadoMilitar.La familia apeló ante la Corte Suprema, que fue enteradaasí de que en sus propias barbas un grupo no identificadohabía secuestrado desde el interior de una cárcelordinaria —bajo su dependencia— a un prisionero:—¡Esto es intolerable!, —vociferaba el ministro JoséMaría Eyzaguirre.Eyzaguirre creía firmemente que pertenecía a unPoder independiente del Estado. Profundamente conservadory católico, no había titubeado en representar aAllende las ilegalidades en que había incurrido; nuncale gustó el gobierno marxista, que amenazaba, según él,344las raíces del Estado de Derecho. Y ciertamente compartíalos fundamentos del «pronunciamiento militar».Pero el secuestro de Silberman lo perturbaba francamente,porque le hacía sentir que algunos funcionariosde la administración estaban invadiendo las atribucionesdel Poder Judicial.—¡Hay que hacer algo!, —les planteó a sus colegasde la Corte Suprema, cuando se enteró del caso. Propuso—:Hablemos con el Presidente.Ninguno de ellos mostró interés en su idea. Cadauno tuvo una excusa diferente. «Recuerda que este gobiernonos salvó de la muerte...» «No podemos olvidarque los extremistas tenían un plan para asesinarnos...»«Lo vivimos en carne propia el 11; de no ser porque SuExcelencia nos puso esa micro del Ejército, quizás qué

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nos hubiera pasado...».Pero la indignación de Eyzaguirre era verdadera.«Es hora de que nos pongamos los pantalones», y talcomo lo había anunciado, pidió una entrevista conPinochet.Ya en presencia del general, respetando los códigosde la formalidad, el magistrado, le expuso la gravedadde la situación: el Poder Judicial no podía aceptar que unprisionero, que estaba cumpliendo una pena ya aprobadapor la Corte Suprema, desapareciera de una instituciónbajo su jurisdicción. En su presencia, el general Pinochetllamó al coronel Manuel Contreras, entonces director dela DINA, le dijo que estaba con un ministro de la CorteSuprema, y que si tenía al detenido, debía liberarlo. Es unmisterio lo que Contreras respondió al general Pinochet.Lo único cierto es jefe de Estado hizo simplemente saber alministro que no podría cumplir sus deseos.Eyzaguirre volvió al edificio de calle Bandera conlas manos vacías. Y la Corte no tuvo otra alternativa:345seguir los procedimientos regulares, enviando insistentesconsultas a la Segunda Fiscalía Militar y reiterandooficios a los comandantes de Tres y Cuatro Alamos.Todo sin resultados.El 23 de enero de 1975, puesto que el jefe militar delprimero de estos campos de prisioneros se negaba a responderal máximo tribunal, el pleno decidió oficiar alPresidente de la República. En su lugar, respondió elministro del Interior, quien expuso que, según el ServicioNacional de Detenidos (Sendet), Silberman no sehallaba en Tres Alamos.El 31 de enero, «con el mérito de lo expuesto», laCorte Suprema resolvió denegar definitivamente elamparo, pero instruyó al fiscal militar para que aceleraralas diligencias de su proceso e informara a la Cortede sus pasos.La Segunda Fiscalía explicó a la Corte Supremapoco después que no se había constituido en Cuatro Alamospor cuanto el comandante de ese recinto le informóque el preso no estaba allí.En octubre de 1976, el Segundo Juzgado Militar sobreseyótemporalmente en la causa.Mucho tiempo después, Mariana Abarzúa y sus abogadostendrían acceso a ese expediente. Sorprendidos,se enteraron que el fiscal militar había logrado establecerno pocos hechos.En primer lugar, que los oficiales Leyton, Rodríguezy Quinteros no existían, como tampoco el departamentode Asesoría Militar a Tribunales en Tiempos de Guerra,ni la TIFA 245-03, con que se identificó el supuestoteniente Quinteros.En cuanto al ingeniero Alejandro Olivos, se comprobóque eran suyas las huellas encontradas en la PlantaChiloé de la CTC, frente al número 516403, y que éste346no tenía ningún dueño. Tras ser detenido, confesó queel día de los hechos había concurrido a esa planta para

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cumplir una «misión confidencial», encargada por susuperior en el departamento de Asuntos Especiales dela CTC, el mayor Marcos Derpich Miranda. Interrogadoéste (años más tarde llegaría a ser un alto jefe de laCNI), declaró que «fui designado en la Compañía paratrabajos especiales confidenciales; mantengo contactodiario con todos los servicios de inteligencia de todaslas ramas de las Fuerzas Armadas. Cuando me designaronpara el cargo, pedí, para la realización material deellos, a una persona de la más absoluta confianza,recomendándoseme al señor Olivos, quien hasta la fechame ha demostrado gran lealtad. Pero después de susdeclaraciones, le he perdido la confianza. Niego terminantementehaberle dado la instrucción a que alude.Jamás se la he dado».El fiscal realizó un careo entre ambos y como semantuvieran en sus dichos, los dejó en libertad incondicional.La DINA emitió un informe firmado por el coronelContreras en que se afirmaba que «se ha comprobadodefinitivamente» que Silberman fue secuestrado por el«archienemigo del PC, el MIR». Como pruebas de suaserto exponía que «en un enfrentamiento» en que murióel «mirista» Claudio Rodríguez se le había encontradodocumentos que permitieron el allanamiento en lacasa de otro «mirista», Alejandro de la Barra, y que en eldomicilio de éste se hallaba una TIFA a nombre del «tenienteQuinteros», pero con la foto de Rodríguez.El informe acompañaba la supuesta TIFA comoprueba de que Rodríguez, con identificación militar falsa,había sacado a Silberman de la Penitenciaría. Tambiénentregó un «microteléfono standar», que permitiría347conectarse a cualquier teléfono, según manifestaba elinforme del «ingeniero» Vianel Valdivieso Cervantes,entregado también por la DINA al tribunal (el procesoLetelier demostró que Valdivieso era uno de los hombresde confianza de Contreras en la dirección de eseorganismo).El fiscal citó al alcaide de la Penitenciaría, quiendijo que esa no era la TIFA que le había exhibido el supuestoQuinteros el día del secuestro, pues en la foto enblanco y negro aparecía otra persona y el formato confondo azul del documento correspondía a las TIFAS antiguas.Al tal Quinteros, «yo lo puedo reconocer en cualquiermomento», dijo el funcionario y además declaróque la TIFA que él había visto era del tipo vigente: confondo verde y foto a color. Los demás gendarmes de turnoel día de los hechos coincidieron en sus declaracionescon el alcaide.En respuesta, la DINA recomendó investigar exhaustivamenteal alcaide, a quien acusó de «encubridorde extremistas».Citado Vianel Valdivieso se negó a concurrir, señalandoque lo haría sólo si se lo ordenaba el comandanteen jefe del Ejército, bajo las órdenes del cual trabajaba.El fiscal anuló la citación.Dos ex prisioneras declararon en el extranjero haber

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visto a Silberman primero en el cuartel de José DomingoCañas y luego en Cuatro Alamos (sector de incomunicadosde Tres Alamos), entre el 5 y el 15 de octubre de1974, cuando fue sacado junto a un grupo de prisionerosCON DESTINO a un lugar desconocido.El fiscal pidió al Juez Militar de Santiago que sobreseyerala causa en forma temporal, señalándole que, ensu opinión, se había acreditado el secuestro, pero no losautores. El Juez Militar declaró que el caso quedaba348cerrado, pero que no se había demostrado delito algunoy que «perfectamente» Silberman «pudo haber salido porsu propia voluntad». Todo lo demás, sostuvo en su resolución,corresponde a suposiciones de testigos «de lamisma ideología del detenido» que, por lo tanto, no valíancomo prueba.David Silberman figura hasta hoy, en la lista de detenidosdesaparecidos.Hacia fines de 1974, en el momento en que se creabala Dirección de Inteligencia Nacional (DINA), bajo elmando del coronel Manuel Contreras, el Comité ProPaz contabilizaba la existencia de 131 detenidos desaparecidos,por los cuales el Poder Judicial había rechazadoya recursos de amparo. Por los mismos casos se formalizarondenuncias por presunta desgracia ante losrespectivos tribunales del crimen. Pero las investigacionesno avanzaban. Ni las víctimas aparecían.En febrero de 1975, el Comité pidió a la Corte Supremaque tomara cartas en el asunto y designara unministro en visita . El máximo tribunal rechazó por mayoríala solicitud.Al inaugurar el año, el 1° de marzo de 1975, EnriqueUrrutia Manzano anunció su retiro del Poder Judicial.En su discurso ante las autoridades militares y judicialeshabló de los problemas relacionados con el atraso enel trabajo de la Corte capitalina:«Es explicable que la Corte de Apelaciones deSantiago no haya absorbido su ingreso, en atención alos innumerables recursos de amparo que se interpusieronante ella y que distrajeron bastante de sutiempo en las visitas respectivas (...) Esta presidenciaha debido atender, en numerosas ocasiones duranteel transcurso del año que acaba de terminar, diversascomunicaciones extranjeras llegadas al país, apropósito de denuncias formuladas en el exterior en349orden al supuesto quebrantamiento de los derechoshumanos que habría ocurrido en Chile. Lamentablemente,como ya se expresó en nuestra exposición delaño anterior, otra vez aquéllas han incurrido en lasmismas omisiones en los informes ante sus consejos:han ignorado —o no han querido recordar— lo queles hemos manifestado, y aún acreditado con documentosy expedientes».Urrutia dijo que no podía entender que esas institucioneshumanitarias «a pesar de lo que aquí han observado,de lo que aquí han oído, y de lo que aquí se les hademostrado» no hayan «expuesto la verdad». Y agregaba:

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«¿Han llegado estas comisiones a esta presidenciacon un juicio preconcebido del que no se han podido desprender?».Y añadía a continuación:«No hay duda, ni nosotros hemos negado, quedesde el 11 de septiembre de 1973 a esta parte, se viveen este país en momentos legales de excepción, yaque las Cámaras de Senadores y de Diputados se encuentranen receso, y reemplazadas por la HonorableJunta de Gobierno. Pero es del caso advertir que todoslos demás organismos del Estado, como laContraloría, Banco Central, Tesorería, ImpuestosInternos y otros, funcionan normalmente. Aún más,es conveniente subrayar que en lo referente a la Administraciónde Justicia y en especial los Tribunales,se encuentran, como dije al comenzar, actuando conla independencia que les reconoce la ConstituciónPolítica del Estado (...)»Finalmente, señalaba con toda solemnidad:«Este país adhirió en su oportunidad a la DeclaraciónUniversal de los Derechos Humanos y Chile,que no es tierra de bárbaros, como se ha dado a entenderen el exterior, ya por malos patriotas o porindividuos extranjeros que obedecen a una política350interesada, se ha esmerado en dar estricto cumplimientoa tales derechos, y sólo se le podrá atribuir lasdetenciones expedidas ya en procesos legalmente tramitadoso en virtud de facultades dadas por el estadode sitio referido. En cuanto a torturas y a atrocidadesde igual naturaleza, puedo afirmar que aquí no existenparedones ni cortinas de hierro; y cualquiera afirmaciónen contrario se debe a una prensa proselitistade ideas que no pudieron ni podrán prosperar ennuestra patria».351LAS VISITAS DE EYZAGUIRRETras el retiro de Urrutia, José María Eyzaguirre fueelegido presidente del máximo tribunal.A mediados de 1975, cuando la lista de detenidosdesaparecidos denunciados ante los tribunales sumabanya más de 350 y la situación alarmaba a los organismosinternacionales, dos supuestas revistas que en verdadsólo aparecieron en una única oportunidad —O’Dia enBrasil y Lea en Argentina—, difundieron 119 nombresde personas que habrían muerto en presuntos enfrentamientos.El general Augusto Pinochet afirmó al respecto,que «la lista de 119 extremistas muertos o desaparecidos,que (el gobierno) ha ordenado investigar, debe seruna nueva maniobra del marxismo internacional».Repuestos del impacto, los abogados de los familiaresconcluyeron que tales publicaciones eran obra de unmontaje, pues los desaparecidos habían sido vistos enrecintos de detención a cargo de la DINA o bien existíanantecedentes sobre su secuestro en Chile. Pidieron entoncesla designación de un ministro en visita, pero laCorte Suprema rechazó la demanda352En enero de 1976, Eyzaguirre y el ministro de Justicia,

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Miguel Schweitzer, fueron autorizados a constituirseen Tres y Cuatro Alamos, en Puchuncaví y en VillaGrimaldi. Los abogados de la Vicaría alegaron que setrataba de una maniobra publicitaria, pues, para recibira los visitantes, a los prisioneros en «libre plática» se lespermitió afeitarse y salir a los patios. Fueron fotografiadosleyendo el diario.Las visitas, no obstante, sirvieron al menos paraconstatar la existencia real de centros de detencióncuya existencia había sido hasta ese momento negadapor las autoridades.En Tres Alamos, Eyzaguirre pudo recorrer sólo elpabellón Uno, donde estaban los prisioneros reconocidosoficialmente y que ya tenían contactos con sus familiares.El ministro recorrió las instalaciones acompañadopor oficiales de Carabineros, responsables de esaparte del recinto. Otro sector, el de «incomunicados», acargo de la DINA, quedó fuera de su vista.Eyzaguirre se detuvo a hablar con los presos. Entreellos, conversó con Fernando Ostornol y con LautaroVidela, hermano de la asesinada Lumi Videla. Ostornolera un anciano. Videla, un muchacho.Ostornol se explayó con crudeza sobre las torturasque había sufrido, las duras condiciones de la prisión,el vejatorio trato a su familia. Ministro y detenido debatieronsobre el régimen militar y su legalidad. Ostornolargumentó que la detención arbitraria a que estabansometidos, era un atentado a la juridicidad, puesno estaban bajo la tuición de ningún tribunal competente.—No puedo entender, señor ministro —le dijo a Eyzaguirre—,el rol que ha jugado el Poder Judicial en estosaños.353—Trate de comprender. Nuestras atribuciones sonlimitadas. Yo mismo estoy siendo vigilado por los serviciosde seguridad. Lo que nosotros sufrimos no es tanduro, claro, pero cada día que salgo, cada mañana quemi esposa me despide se queda pensando que cualquierdía me va a pasar algo. No sólo porque los extremistaspuedan atacarme... también temo a la gente de la DINA.Eyzaguirre les contó que algunas veces había tenidoque eludir cercos de vigilancia, usar técnicas para escabullirse.Lautaro Videla le informó a continuación sobre lamuerte de su hermana, cuyo cadáver fue lanzado al interiorde la embajada de Italia. Y su propio caso, puespersonalmente había sido detenido por agentes de laDINA y torturado en Villa Grimaldi. Contó además quehabía encontrado en esos cuarteles prendas de vestirde su hermana y de su cuñado, Sergio Pérez, hoy tambiénun detenido desaparecido.—Estoy convencido que la DINA mató a mi hermana.Los propios agentes me lo decían en Villa Grimaldi,—insistió Videla.Eyzaguirre lo miraba atento. Parecía conmovido.Videla fue generoso en detalles. Sabía que tenía enfrentea un hombre que representaba «al régimen», peroquería convencerlo. El y Ostornol dijeron a Eyzaguirre

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que si quería hacer algo por ellos, influyera para que seterminaran los campamentos de prisioneros.—No es posible. No están bajo mi jurisdicción. Inclusoustedes dependen exclusivamente del Ministerio delInterior, no del Poder Judicial. Si estuvieran bajo latuición de los tribunales, podría asegurarles, al menos,el respeto a las normas procesales. Aquí, lo más quepuedo hacer, es oír su versión y hacer algunos reclamosdentro del marco legal —contestó el juez.354Los prisioneros no compartían la visión extremadamenteformalista del ministro, pero agradecieron suinterés.El 1° de marzo de 1976, el año judicial fue inauguradopor Eyzaguirre, en una ceremonia a la que asistieronel ministro de Justicia, Miguel Schweitzer, el presidentedel Colegio de Abogados, Julio Durán, y el decano dela Facultad de Derecho de la Universidad de Chile,Hugo Rosende.Eyzaguirre reconoció un retraso en los juicios en lostribunales del crimen, que atribuyó a la escasez de juzgados.Agradeció la preocupación del gobierno por elperfeccionamiento del Poder Judicial y resaltó el aumentodel presupuesto fiscal asignado al sector: de un0,37 por ciento en 1975 a 0,48 por ciento, en 1976. Valoróluego las modificaciones legales tendientes a protegerlos derechos de los detenidos «por delitos contra la seguridadnacional», como la obligación de los organismos«encargados de velar por el normal desenvolvimientode las actividades nacionales y por la mantención de lainstitucionalidad» de informar, al menos 48 horas despuésde la detención, a los familiares del inculpado.También destacó las atribuciones entregadas al presidentede la Corte Suprema para inspeccionar los centrosde detención.Es necesario combatir «el terrorismo», admitió Eyzaguirre,pero al mismo tiempo respetar las «necesariasgarantías del imputado».En la misma cuenta anual, el presidente de la CorteSuprema opinó que los jueces no debían ser tan indulgentescon los infractores del tránsito y, como si hablarade lo mismo, se refirió a la petición del Comité ProPaz:355«Los ministros visitadores han expedido sus informesy de ellos se desprende que en numerosos casoslas personas cuyo desaparecimiento se investigabase encuentran en libertad; otras han salido al extranjero,otras están detenidas en virtud del Estadode Sitio; otras son procesadas en los Tribunales Militaresy finalmente, respecto de algunas, se trata dedelincuentes de derecho común cuyos procesos se tramitan.Muchos procesos (por desaparecimiento) seencuentran en actual tramitación y numerosos hansido sobreseídos sin resultados».Esa era su cara pública. En privado, tenía otra menosingenua.En un informe confidencial enviado al ministro de

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Justicia, Eyzaguirre narraba a Schweitzer sus visitas aTres y Cuatro Alamos y las entrevistas que sostuvo conlos connotados dirigentes políticos Luis Corvalán, DanielVergara, José Cademártori, Tito Palestro, FernandoFlores, Jorge Montes y Alfredo Joignant.Le contaba que éstos denunciaron haber sufrido torturas,que llevaban 30 meses privados de libertad a laespera de juicios que nunca comenzaban, que había presoscon graves secuelas por los maltratos recibidos, queotros estaban detenidos sin orden alguna o utilizandouna «orden en blanco, que la DINA se había apropiadode un taxi de un prisionero y que el Ministerio del Interiorhabía informado a los tribunales que el propietariodel vehículo no se encontraba detenido.No obstante lo anterior, 120 días después de haberenviado ese informe, Eyzaguirre y la Corte declararíanque los abogados que denunciaron ante la CorteInteramericana de Derechos Humanos lo mismo que élhabía visto, «faltaban a la verdad».Sólo en una oportunidad la visita del Presidente dela Corte Suprema a los recintos de detención sirvió356para ubicar a un detenido cuya privación de libertadhabía sido negada. Fue el caso de Manuel GuerreroCeballos, en 1976. Guerrero sería secuestrado y degollado,casi diez años más tarde, junto a José Manuel Paraday Santiago Nattino.Eyzaguirre ordenó que los detenidos por delitos comunesfueran trasladados a cárceles comunes, bajo latuición de los tribunales, pues no había razón para quepermanecieran en los campos de concentración. Sinembargo, la medida fue en muchos casos transitoria,porque numerosos detenidos fueron sacados de las cárcelesy llevados nuevamente a recintos bajo dependenciade la DINA. En uno de esos casos —el de David Silberman—el detenido desapareció.A mediados de 1976, Lautaro Videla fue llevadofrente a un Consejo de Guerra en Valparaíso, que locondenó a la pena de extrañamiento. Funcionarios militareslo entregaron a los gendarmes en el anexo-cárcelde Capuchinos, desde donde iba a ser expulsado inmediatamentedel país. Sin embargo, por instrucciones delMinisterio del Interior, agentes de civil lo sacaron delrecinto penal y lo trasladaron nuevamente a Tres Alamos,junto a Sergio Vesely Fernández. El fantasma delcaso Silberman se instaló en las mentes de ambos.Videla envió un mensaje angustioso a su madre:«Pide una audiencia con Eyzaguirre». La mujer, bienasesorada en los asuntos legales, se presentó en el despachodel ministro y le dijo que su hijo había sido secuestradodesde un recinto penal bajo la jurisdicción delos tribunales de Justicia, donde esperaba el cumplimientode una condena emitida por un tribunal legalmenteconstituido.Eyzaguirre le dio su palabra de que no permitiríaobstrucciones administrativas al cumplimiento de las357

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penas, pues el pronunciamiento de un tribunal —aunquefuera uno militar— estaba por sobre una orden dedetención preventiva emanada del Ejecutivo.Cuatro días más tarde, Videla y su compañero deproceso fueron devueltos a Capuchinos y expulsados finalmentedel país. Para ellos, fue un mal considerablementemenor que el muy incierto destino de quedar enChile, a merced de la DINA. Para Eyzaguirre, fue unaposibilidad mínima pero concreta de imponer el respetoa su autoridad.En agosto de 1976, la Vicaría de la Solidaridad volvióa la carga con una solicitud de ministro en visitapara que investigara la situación de los desaparecidos,que ya sumaban 383. La presentación fue rechazada unavez más por la Corte Suprema:«Puede advertirse que, contrariamente a lo quese afirma en la aludida solicitud —y como se reiteraen las tres presentaciones de los familiares de aquellospresuntos desaparecidos— las investigaciones realizadas(...) demuestran celo y acuciosidad y cuentan conla vigilancia directa de los ministros visitadores de laCorte de Apelaciones de esta ciudad. Resulta que de laspersonas que se decían desaparecidas han sido encontradas38, que se hayan libres y residiendo en sus respectivosdomicilios; que se han ubicado a cinco quehan salido al extranjero; se ha verificado que, de ellas,11 están arrestadas en virtud del Estado de Sitio, 3por los tribunales militares y 3 por los tribunales ordinariospor tratarse de delincuentes comunes».Según el voto de mayoría, las presentaciones de laVicaría repetían los nombres de las víctimas «con el evidentepropósito de aumentar ficticiamente el númerode éstos, y aunque en dichas repeticiones, por lo general,figura como familiar denunciante el mismo nombre,se advierte a simple vista la disconformidad de firmas».358El fallo fue pronunciado con el voto de los ministrosIsrael Bórquez, Luis Maldonado, Octavio Ramírez, VíctorRivas, Emilio Ulloa, Estanislao Zúñiga y AbrahamMeersohn. El propio presidente Eyzaguirre, junto aRafael Retamal, Osvaldo Erbetta y Marcos Aburto, enminoría, estuvieron por nombrar al ministro en visita.Cristián Pretch, el Vicario de la Solidaridad, decidióentonces pedir que la Corte indicara cuáles de los desaparecidosestaban viviendo en sus casas y cuáles, detenidosen un lugar conocido.Sólo a fines de 1976 la Corte certificó los once casosde personas que figuraban en sus registros como arrestadasen virtud del Estado de Sitio, pero debió reconocerque tales nombres no estaban incluidos en las listasde desaparecidos de la Vicaría. En el mismo acto rechazócertificar el resto de los antecedentes que había mencionadoal rechazar la petición.Al inaugurar el año judicial en 1977, Eyzaguirre lamentó,aunque en forma indirecta, la ampliación de lasfacultades al jefe de Estado para que en estados deemergencia conculcara las libertades de opinión, informacióny reunión, censurara la correspondencia y las

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comunicaciones y limitara el derecho de propiedad.«No puede ponerse en duda que ha existido el laudablepropósito de asegurar la paz interna y el ordenpúblico, que tan gravemente se ven amenazados ennuestros días, por intervenciones foráneas, pero la experienciaindica que legislaciones dictadas de la mejorbuena fe o intención son usadas después buscándolesinterpretaciones torcidas o usando de los lamentablesresquicios legales de tan funesta memoria».El ministro estaba haciendo una comparación directacon el uso de los «resquicios» durante el gobierno deSalvador Allende.359Eyzaguirre expresó también su preocupación por loslímites impuestos al recurso de protección bajo los estadosde emergencia.Ese marzo fue un mes duro para las relaciones Iglesia-Gobierno. La Conferencia Episcopal emitió un documentodenominado «Nuestra Convivencia Nacional»que hizo rechinar los dientes en los círculos oficiales.Bajo el capítulo «El Poder Judicial y los Desaparecidos»los obispos pidieron que «se esclarezca de una vez ypara siempre el destino de cada uno de los presuntosdesaparecidos desde el 11 de septiembre hasta la fecha».Mientras ello no ocurra, decían, «no habrá tranquilidadpara sus familiares, ni verdadera paz en el país, ni quedarálimpia la imagen de Chile en el exterior».El ministro de Justicia, Miguel Schweitzer, renuncióa su cargo el 11 del mismo mes. Fue reemplazado por elhoy olvidado Renato Damilano Bonfante quien, reciéninstalado, criticó a la Iglesia Católica y la acusó dealianza con los «marxistas». Cayó precipitadamente y loreemplazó Mónica Madariaga.A mediados de año el vicario de la Solidaridad,Cristián Pretch, volvió a la carga con un téngase presente,para insistir sobre el tema de los desaparecidos, quehabían aumentado a más de 400, y sobre la necesidad deque la Corte certificara los casos que dio por aclarados.Sus palabras, en un ambiente cargado de tensión, teníanun peso demoledor:«El problema de las personas desaparecidas (...)es un problema que mantiene su dramática actualidad,y en que está en juego la integridad misma de lavida, y la vida es lo más sagrado que hay en estemundo. Nadie puede atentar contra la vida, nadiepuede arrogarse derechos sobre la vida ajena. Es lavida de 411 chilenos que está en juego; detrás de elloshay una multitud de familiares y amigos, sorprendi360dos y atónitos (...) El problema de las personas desaparecidasy la situación de sus familiares no se superacon desoírlos; por el contrario, si asumiéramossemejante actitud estaríamos incubando un peligrosogermen de proyecciones incalculables.«Las más elevadas voces han expresado su inquietudpor el problema, tanto a nivel nacional comointernacional (...) ¿Qué fundamento jurídico y moralpuede ser tan poderoso que no permita la realizaciónde una investigación a fondo para esclarecer cada unode los casos?».

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El domingo 29 de septiembre el programa «Lo queUsted quiere saber» de Canal 5 de Valparaíso, tenía uninvitado especial: José María Eyzaguirre. El moderadordel programa era Patricio Bañados y entre lospanelistas estaban Cristián Zegers, Joaquín Villarino,Jaime Martínez Williams, Hermógenes Pérez de Arce yEnrique Lafourcade. Era uno de los pocos espacios dedebate político en esos momentos.—Me preguntan siempre —fueron las primeras palabrasdel magistrado— sobre la independencia del PoderJudicial, exactamente. Yo puedo decir que lo que contestosiempre es que el Poder Judicial en Chile está intacto...».Los funcionarios de la Vicaría no sólo escucharonatentamente la emisión, sino que uno de ellos grabó laentrevista y la transcribió para los registros de la institución.Bañados comenzó el interrogatorio:—Señor Eyzaguire, ¿cuántos recursos de amparo sehan presentado en Chile? (...) ¿Serán 500?—Pueden ser 500 o más.—¿Cuántos han sido aprobados?—(...) Los recursos de amparo no han sido acogidosporque, como usted sabe muy bien, los tribunales chile361nos, desde 1833, han mantenido la jurisprudencia de quecuando el Presidente de la República efectúa una detenciónen virtud del Estado de Sitio, es una facultad privativadel Poder Ejecutivo y no le es lícito al Poder Judicialmezclarse en la facultad del Poder Ejecutivo.—O sea, ¿no ha sido aprobado ninguno? ¿O hay algunoaprobado?—Hay uno acogido.—¿Y ha sido plenamente cumplido?—No ha podido ser cumplido.Eyzaguirre se defendía diciendo que las facultadesque tenía del Ejecutivo en virtud del Estado de Sitioinhibían al Poder Judicial. Los detenidos administrativamente,no podían ser llevados a cárceles bajo jurisdicciónde los tribunales.—Don José María, Usted dice que se habrían presentadoalrededor de 500 o más recursos de amparo, ¿esosignifica que esas 500 personas están desaparecidas?—No significa necesariamente que estén desaparecidas,sino que sencillamente algunas de esas personas,cuando el ministro del Interior dice que no han sidodetenidas por organismos del Estado, se instruye el procesopor desaparecimiento.—¿Y en los recursos de amparo en que aparecen testigos?—Normalmente el trámite del recurso de amparo(...) no admite prueba de testigos. El recurso de amparo(...) debe fallarse con el informe de la autoridad quepresumiblemente ha efectuado la detención...—¿Por qué los familiares de algunas de estas personasdicen que hay pruebas y que ellos tienen testigos deque estas personas estuvieron realmente detenidas enalgunos puntos y que fueron vistas por otras personas?Por lo tanto, habrían estado en lugares de detención,362

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aunque el Ministerio del Interior haya dicho que no fuerondetenidos, ¿no es así?—Hay algunos casos (...) en que el gobierno ha negadola existencia de la detención y ha podido establecerse queesas personas han sido efectivamente detenidas. El casomás claro, es el caso de las personas que fueron detenidasen Valparaíso, en que el gobierno dijo que no habían estadodetenidas, por las informaciones que tenía; en cambioel comandante del Regimiento Maipo manifestó que esaspersonas habían pasado por el Regimiento en calidad dedetenidas. Eran unas pocas personas...—¿Fueron encontradas esas personas?—No le podría decir con seguridad, porque no lo tengoen la memoria.Eyzaguirre aseguró en el panel que algunos «supuestos» desaparecidos estaban durmiendo en sus casas ocruzaron la frontera. (Era el caso de los secuestradospor el Comando Conjunto, en que un ministro de la Cortede Santiago había aceptado un informe de Investigacionesdiciendo que cruzaron por el paso Caracoles haciaArgentina). «Ahora, que el gobierno argentino, segúndicen los afectados, diga que estas personas no han entradoa la Argentina, ese es un problema interno de lapolicía argentina», agregó.Enrique Lafourcade, el único de los panelistas identificadoen la transcripción, no aceptó el argumento.—... El problema de los desaparecidos, para mí —dijo— no es estadístico... que sean dos mil, 800 o 500.Basta que haya un desaparecido para que la justicia chilenallegue hasta el fondo para descubrir cuál es la verdad(...) La justicia tiene que ir de la mano de la ética,tienen que ir juntas, porque si no, la justicia no es tal. Nohay justicias formales, hay una justicia de fondo... Entoncestenemos que intentar emplear las medidas —y363estoy seguro de que el gobierno está en el mismo predicamento—para que se disipen todas las dudas sobreesos desaparecidos, algunos de los cuales han aparecidoo están especulando políticamente y otros de los cualesno se sabe nada. Yo creo que en ese punto no podemosestar en desacuerdo, me parece...La atmósfera se espesó. No era común en esos añosque alguien se aventurara públicamente con un comentariode tal franqueza.—Yo no estoy de acuerdo. Todo lo contrario, señorLafourcade, pero no se olvide usted de una cosa que estámuy clara para los tribunales; es un poco técnica, pero esclarísima..., —contestó Eyzaguirre y repitió el argumentode la incompetencia de los tribunales ordinarios sobrelos militares, y la lógica que animaba, por lo tanto, lasresoluciones de las Cortes—: La mayoría de las desaparicionesse imputan a la Dirección de Inteligencia Nacional(...) La Dirección de Inteligencia Nacional es un organismomilitar y por lo tanto, sus componentes son militaresy están sometidos al fuero militar y, en consecuencia,los tribunales ordinarios no son competentes.Mientras el presidente de la Corte trataba de dar

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las respuestas correctas para mantener su jerarquía,otro ministro se arriesgaba a demostrar sensibilidadfrente a las quejas por los atropellos a los derechos humanos.Rafael Retamal, quien al comienzo del régimen parecíamás duro que Eyzaguirre, había empezado a cambiary, en adelante, sería claramente el más proclive aacoger los recursos de amparo en el alto tribunal. Especialmentedesde 1977, cuando se dio por terminado elEstado de Guerra.Por esa fecha, el joven vecino opositor lo visitó nuevamentey le recordó su promesa de dar a los militares364un plazo máximo de cinco años, a contar del 11 de septiembrede 1973.—¿Se acuerda, magistrado?—¿Yo le dije eso?Retamal pretendió haber olvidado la conversaciónque ambos habían tenido en los primeros días del Golpe,pero en su acción pública, era claro que recordaba. Lopuso en evidencia al terminar el primer lustro del régimen,en una entrevista que concedió a la revista QuéPasa. El ministro respondió entonces algunas preguntassobre la situación del Poder Judicial.—El Estado de Sitio es una emergencia. Nos ha producidomuchos dolores de cabeza, sería mejor que fuera,poco a poco, eliminándose... Tendríamos menos doloresde cabeza y del corazón. Porque ha de saber usted quelos jueces para administrar justicia necesitan cabeza ycorazón... Si falta cualquiera de estos simbólicos elementos,lo que sale es una torpeza y una crueldad... Y no esjusticia la torpeza, no es justicia la crueldad» 58.La aceptación «dogmática» en los tribunales de Justiciade los informes oficiales tuvo su expresión máximacuando la Corte Suprema rechazó la apelación al recursode amparo en favor de José Orlando Flores Araya,un detenido desaparecido quien fue visto en VillaGrimaldi. El amparo fue acompañado de las declaracionesde un teniente de Ejército quien dijo haber presenciadosu detención. Interior informó a la Corte Supremaque efectivamente Flores Araya había sido arrestado,pero luego puesto en libertad en fecha indeterminada, yagregaba esta frase asombrosa: «No existe el lugar dedetención denominado Villa Grimaldi».La Corte confirmó el rechazo al amparo aunque supropio presidente, José María Eyzaguirre, se habíaconstituido en ese cuartel y certificado su existencia.365El 20 de diciembre de 1977, la Corte emitió el certificadotantas veces solicitado por la Vicaría de la Solidaridad.El certificado mencionaba los nombres de 38 personaspresuntamente desaparecidas que, conforme conlos informes oficiales, se hallaban «en libertad» al momentode iniciarse los recursos de amparo en su favor yagregaba otras tres que no estaban desaparecidas, sinorecluidas por delitos comunes. Otros cinco procesoshabían sido sobreseídos, porque las personas buscadasaparecieron.

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Pero, nuevamente la Corte tuvo que admitir queninguna de esas desapariciones «aclaradas» figurabanen el listado de denuncias de la Vicaría.El 21 de septiembre de 1976, el ex canciller OrlandoLetelier fue asesinado en el centro diplomático de Washington.Cinco semanas después, el 2 de noviembre, eldemócrata Jimmy Carter fue electo como nuevo Presidentede Estados Unidos.Sin ningún anuncio previo, el gobierno chileno diopor terminado el Estado de Sitio y liberó a todos losdetenidos que aún permanecían en campos de concentración.Muchas condenas fueron conmutadas por extrañamientoy miles de chilenos salieron al exilio. Tras estasdisposiciones, las autoridades se apresuraron a declararque tales medidas nada tenían que ver con laelección en el país norteamericano.Carter ejerció una dura presión contra el gobiernomilitar, especialmente destinada a esclarecer el casoLetelier. Acorralado por el resultados de las investigacionesdel FBI, la dictadura accedió a expulsar al exagente Michael Townley. Mientras tanto, un civil, SergioFernández, asumía la cartera de Interior.Ante las concesiones que estaba haciendo el gobierno,un grupo importante de oficiales jóvenes planteó sus366inquietudes a la superioridad del Ejército: temían que sise abría la puerta a juicios por violaciones a los derechoshumanos se viera afectada su seguridad. Reclamaban,por tanto, protección. Fue así como, entre gallos ymedia noche, en abril de 1978, se dictó el decreto ley deAmnistía.En 1979, la Corte Suprema decidió por fin acoger laspresentaciones del arzobispado y nombró al ministroServando Jordán para que investigara los casos de unos300 detenidos desaparecidos en el departamento de Santiago.El ministro se constituyó en recintos de la DINAya vacíos y en desuso. Poco después se declaró incompetente,traspasando los juicios a la justicia militar.367HISTORIA ALUCINANTE EN VILLA MÉXICOMayo de 1977: Carlos Veloso Figueroa, un antiguodirigente sindical y militante demócrata cristiano, habíacomenzado a trabajar media jornada en la FundaciónCardjin, dependiente de la Iglesia Católica, poniendo fina dos meses de penosa cesantía.La fundación eclesial preparaba a dirigentes sindicales,especialmente los ligados a la DC. Trabajaba allí LuisMardones Geza, ex dirigente nacional de la Federacióndel Cuero y Calzado y «compadre» de Carlos Veloso.Veloso vivía en la Villa México, en Maipú, con suesposa y su hijo Carlos, de dieciséis años.Osvaldo Figueroa —ex militante del PC—, WilliamsZuleta —simpatizante DC, activo miembro de la parroquiaNuestra Señora de la Reconciliación— y HumbertoDrouillas —militante DC— eran los vecinos de la familiaVeloso. Jorge Troncoso —simpatizante de izquierda—y Eduardo de la Fuente, ex PC. Lo había sido hasta

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hacía poco.El 1° de mayo de ese año las organizaciones sindicalescelebraron el Día del Trabajo «hacia adentro», en368misas o actos cerrados. Las condiciones aún no permitíanactos públicos ni se reconocía la legitimidad de esasorganizaciones. No obstante eso, una centena de ellashabía presentado 44 demandas a la Junta Militar.Veloso, que fue uno de los que ayudó a mecanografiarel petitorio, supo que —dos sujetos de aspecto sospechosoandaban preguntado por él. Habían estado encasa de una tía y también en la Fundación. 59. Enviadoal día siguiente su hijo a indagar detalles, fue interceptadopor desconocidos cuando volvía a su casa y obligadoa subir a un Chevy negro. Le cubrieron la vista y lotiraron al suelo. Tras largas vueltas que desorientaroncompletamente al adolescente, fue obligado a descendery empujado a una habitación en un edificio desconocido.Cuando le quitaron la venda, sintió los ojos heridospor una fuerte luz que se balanceaba sobre su cabeza. Loobligaron a desvestirse y comenzaron a interrogarlo sobrelas actividades de su padre. Mientras preguntaban,los agentes lo golpearon en diferentes partes del cuerpohasta hacerlo vomitar.Desfalleciente, el menor oyó la voz de un supuestodetenido que fue instalado a su lado. Éste le daba ánimos.«No digas nada sobre tu padre». Sobrevino luego unlargo silencio interrumpido al cabo por un disparo. Unaaguja se clavó en uno de sus brazos. Comenzó a sentirque flotaba, como si fuera volando por los aires. Sus captoresle mostraron un cuerpo tendido en el suelo, sobreun charco de sangre.—Lo mismo te va a pasar a ti, si no colaboras...Vino en seguida una sucesión de golpes, luego aplicacionesde corriente. Para finalizar con cigarrillos queapagaban en sus brazos.Como a la medianoche, el muchacho fue abandonadocerca de la casa de su abuela, en Las Rejas.369Cuando por fin estuvo de vuelta en su hogar, su padreacudió inmediatamente a la Vicaría de la Solidaridady el 4 de mayo presentó un recurso de amparo preventivoen su favor y en el de su hijo. En el escrito, señalócomo presuntos responsables a los organismos deseguridad. También interpuso ante los tribunales delcrimen una denuncia por las lesiones sufridas por suhijo.Esa misma noche, dos agentes de la DINA llegaron asu casa. Dijeron que estaban investigando los hechos,advirtiendo que ellos no tenían «nada que ver» en loshechos. Confiando en que esos hombres decían la verdad,el joven les narró su odisea. Volvieron varias vecespara inquirir más detalles, y en una de esas ocasionesse llevaron a Veloso padre, que «por seguridad» le vendaronla vista y lo condujeron a un recinto desconocido,donde fue interrogado sobre sus actividades gremiales ypolíticas. Luego lo dejaron marcharse.

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El sábado 7 de mayo, cerca de las 20 horas, los agentesfueron nuevamente a buscar a Veloso para volver ainterrogarlo. Dos horas más tarde, le pidieron que llamaraa su hijo porque necesitaban aclarar con él algunosdetalles. Conversaron con el muchacho y le dijeron algoque él se negó a creer: que sus secuestradores eran «losmarxistas» y que éstos lo habían hecho para vengarsede su padre; porque «están enojados con él ya que sabenque es un soplón de los milicos». No consiguieron, a pesarde las presiones y amenazas, que firmara un documentoque contenía una versión falsa sobre su secuestro,pero lograron que sí lo hiciera al pie de un papelque decía: «Quiero conversar con ustedes sin la presenciade mi padre».A las 2.30 de la madrugada del domingo, los agentesle permitieron a Veloso padre que volviera a su casa,370pero le advirtieron que ellos iban a estar presentes porquedebían «proteger» a su hijo de quienes habían intentadosecuestrarlo: activistas de grupos de extrema izquierda,según dijeron. Se instalaron, sin más, llegandocon Veloso a la casa, donde se presentaron además conun televisor, «para hacer más llevadera la permanenciaen casa», fue la explicación. Por supuesto, cuando Carlosvio llegar a su padre con los agentes y con el aparato,creyó que era verdad lo que le habían dicho aquéllos.En la mañana del domingo 8, sin que padre e hijohubieran tenido la oportunidad de conversar, los agenteslos trasladaron, con la vista vendada, al mismo recintoen que Veloso había estado antes. Llevaron a Carlosal segundo piso, cumpliendo su supuesto «deseo» deconversar a solas con ellos. Allí, a pesar de las amenazas,siguió negándose a firmar un documento con unadeclaración falsa sobre su secuestro.En medio de la discusión, los agentes hicieron subira Veloso. Le dijeron que su hijo formulaba declaracionescontradictorias, aunque había reconocido en unmomento que los autores eran de izquierda. El padre,desconcertado, increpó duramente a su hijo. Este sedesmoralizó.—Su hijo se contradice porque los autores son conocidosde ustedes... —le dijo a Veloso uno de los agentes.Carlos fue llevado a una pieza vecina, en verdad eraun baño, desde donde podía ver a su padre, sin que éstelo viera a él, en virtud de que el muro divisorio era unode esos vidrios que permite la visión sólo desde uno desus lados. Vio así, aterrado, cómo uno de los sujetos encañonabaa su padre, recriminándolo por la poca colaboracióndel joven. En ese momento otros agentes llegaronal baño con un set de fotografías:—¿Conoces a alguno de estos?371—Sí... —contestó el muchacho— a éste, éste y éste...Son vecinos nuestros.Había reconocido a Figueroa, De La Fuente y Zuleta.No entendía para qué le mostraban esas fotos, pero elasunto comenzó a parecerle extraño cuando uno de los

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sujetos dijo:—Ahora sólo falta el chofer.No pudo entonces contenerse y dijo; «¡Yo sé quiénes!», y apuntó a través del vidrio al hombre que encañonabaa su padre: «Es ése, ese que está ahí.»Apenas alcanzó a terminar la frase cuando sintió elescozor caliente de la bofetada con que acababan de cruzarlela cara.—¡No! —le gritó al oído uno de los sujetos—. ...Yo tevoy a decir lo que pasó y tú no vas a olvidar nada ¿correcto?...Bien: estas tres personas que tú reconociste,son quiénes te secuestraron en un Volkswagen verde.Lo que más te preguntaron fue si es cierto que tu padrees un soplón de los milicos. Figueroa, éste de aquí, tegolpeaba constantemente y te quemaba con cigarrillos.Además, te violaron y te dijeron que fueras a la Vicaríaa denunciar el secuestro. A ver, ¡repite...!Obligaron a Carlos a repetir una y otra vez la versióny a memorizarla y luego fue llevado al cuarto dondesu padre estaba aún bajo la amenaza de un arma.—Cuéntanos de nuevo qué fue lo que pasó —dijo unode los agentes y el muchacho, aturdido y aterrorizado,repitió la historia recién aprendida.—¿Lo juras?Vaciló apenas y dijo, balbuceante: «Lo juro».Veloso creyó entonces que su hijo estaba diciendo efectivamentela verdad. Firmó por eso sin poner mayor resistenciauna declaración que le pasaron los agentes en lacual recriminaba a «los marxistas» por haberlo atacado.372Padre e hijo fueron enseguida trasladados a otro recinto,con apariencia de clínica, en el que Carlos fue sometidoa una sesión de hipnosis que sólo le produjoefectos parciales. El objetivo era que repitiera y memorizarala versión construida del secuestro.A las 4.30 de la madrugada del lunes 9, pudieron porfin volver a casa. Habían estado ausentes durante dieciochohoras.Poco después comenzaban varios operativos paradetener a los vecinos incriminados.Entre el lunes 9 y el jueves 12, fueron secuestradosOsvaldo Figueroa, Eduardo de la Fuente, Williams Zuleta,Humberto Drouillaso y Jorge Troncoso. En los allanamientosde sus casas lo único que los agentes pudieronincautar fue la copia de un recurso de amparo interpuestopor una de las víctimas y el título de propiedadde la casa de otro. Más tarde afirmarían, sin embargo,que habían hallado explosivos.Mucho tiempo después, en testimonios notariales,los detenidos revelaron las torturas a que habían sidosometidos y las «confesiones» que la DINA obtuvo deesta manera.De la Fuente narró que fue llevado a «la parrilla»,mientras los agentes lo golpeaban en los testículos. Desnudo,lo amarraron a una camilla. En el pie derecho lepusieron un alambre en cuyo extremo tenía una especiede moneda. A cada pregunta para la que no daba la respuesta

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esperada, seguía un golpe de corriente y, a veces,un golpe en el tórax con la suela de un zapato.Como seguía ignorante de un supuesto rapto y violacióndel adolescente, le pusieron unos ganchos en el pene y através de estos le daban golpes de corriente.El dolor y las convulsiones le desprendieron la prótesisdental y, como estaba amordazado, comenzó a tra373garla. Hizo unos gestos desesperados. Los torturadoresse detuvieron un momento creyendo que eso significabaque estaba dispuesto a «confesar», pero De La Fuentesólo vomitó.Tras este primer interrogatorio fue introducido enuna pieza con Figueroa, quien ya «había confesado» y lepidió que hiciera lo mismo. De la Fuente volvió a losinterrogatorios, ahora sobre las actividades de Troncosoy Figueroa. Esa tarde, lo colgaron de las manos demanera que sus pies no tocaran el suelo. En esa posiciónlos agentes lo golpeaban en el estómago. Era para ellos,según las palabras que oyó, un punching ball. Así estuvocasi una hora. Uno de los agentes le tomó fuertemente lacabeza y se la cargó hacia abajo— Logró así, cuando elprisionero estaba ya a punto de desfallecer, que éstereconociera su culpabilidad y que había violado al muchacho.Se le permitió descansar mientras Figueroa volvíaa la «parrilla».Durante la noche del 10 al 11 De la Fuente no pudodormir, pues los agentes lo obligaban a saltar y lo golpeabancada veinte o treinta minutos. El miércoles 11,fue puesto ante Drouillas, a quien se le obligó a reconocercomo el que «dirigía las reuniones». Drouillas ya exhibíamoretones y tenía la vista vendada, a pesar de locual negó siempre las acusaciones que se le hicieron.De la Fuente fue llevado a la pieza de la parrilla yoyó cuando los agentes le ordenaban a Troncoso desvestirse.Vendado, supo del momento en que comenzaríana aplicarle electricidad, porque le advirtieron que levantaraun dedo cuando quisiera confesar. Troncoso insistíaen su inocencia.«Sentí que comenzaban nuevamente a aplicarle corrientea Troncoso y que éste gritaba muy fuerte. El jefeordenó: ‘Tápenle la boca’. Los agentes siguieron aplican374do corriente y uno de ellos dijo: ‘Paren, háganle masajes,parece que se nos murió’. Después alguien ordenó:‘Sáquenlo pa’ fuera’. Sentí que me tomaban y rápidamenteme sacaron de la pieza».Los interrogatorios continuaron todo el día y esanoche. De la Fuente, fue llevado a una pieza en que estabanotros detenidos. Oyó la voz de un adolescenteindividualizando a uno de ellos. En esa ocasión le pasarona De la Fuente una pistola para que se matara. Eldetenido rechazó la sugerencia, pero los agentes dijeronque no importaba, pues ya tenían sus huellas dactilaresen el arma. El muchacho «reconocería» a De la Fuentecomo quien lo había amenazado con arma de fuego el 2de mayo.Persuadido por un golpe que le dieron en la cabeza

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con un fierro o un arma, finalmente De la Fuente firmóuna declaración que jamás leyó.Ese mismo día, los agentes le advirtieron que nomencionara más a Troncoso en sus declaraciones, porqueéste «ya no estaba detenido».El viernes 13 fue llevado a Cuatro Alamos, donde sereuniría con los demás detenidos, excepto Troncoso.El 14, dado que, según la versión, De la Fuente erael chofer y Zuleta su acompañante, ambos fueron sacadosa «recorrer» el trayecto que «habían hecho» con elmenor y en el camino los agentes les decían lo que supuestamentehabían hecho en cada lugar.A esas alturas, ya estaban presentados los recursosde amparo por todos los detenidos ante la Corte de Apelacionesde Santiago, reclamando el incumplimiento delas mínimas formalidades jurídicas, como la exhibiciónde órdenes de autoridad competente, la individualizaciónde los aprehensores, el aviso escrito a los familiares.Se pedía que el ministro del Interior, Carabineros,375Investigaciones, Juzgado Militar y la DINA dijeran sihabían ordenado las detenciones.La Corte sólo accedió a pedir informes al ministrodel Interior.En cuanto al primer amparo presentado en nombrede Carlos Veloso y de su hijo, la Corte solamente preguntósi había una orden de arresto en contra del recurrente.El Ministerio no contestó.Mientras los Veloso seguían recluidos en su casa, enla Iglesia la situación era difícil. El asunto parecía confusoy complejo. En lo interno, el análisis del tema fueencargado al Vicario General de Santiago, obispo SergioValech. Se consideró que el prelado, reconocido por susposturas conservadoras, tendría la independencia suficientepara encararlo.Para los abogados de la Vicaría de la Solidaridad nocabía duda alguna de que estaban frente a un montajepreparado por la DINA y así lo presentaban al vicarioen sus informes diarios. Pero Valech se mostraba incrédulo.Pensaba que verdaderamente el secuestro delmenor había sido cometido por un grupo de izquierda.Admitir otra posibilidad le parecía demasiado brutal,excesivamente sórdido.Fue la denuncia que había hecho Luis Mardones a laVicaría sobre el secuestro de su amigo y su propia detención,la que llevó a Valech a encomendar al obispoauxiliar de Santiago, Enrique Alvear, que realizara unaseria indagación. Mardones, compadre de Veloso, novivía en la Villa México, pero se enteró de lo acontecido.Había ido por lo tanto el jueves 12 a la Vicaría para contarlo que estaba pasando con su compadre. Dijo que temíapor él porque sabía que estaba virtualmente secuestradopor la DINA en su propia casa. Prosiguió superegrinaje yendo a la Fundación Cardjin y cuando pre376tendía llegar también a la Vicaría Episcopal Oeste fuedetenido en plena calle.Alvear, en suma, fue a la Villa México y comprobó

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que los Veloso no podían salir de su casa ni comunicarsecon nadie. Decidió entonces interponer un nuevo recursode amparo en favor de la familia y pidió a la Corteque se le permitiera narrar lo que él mismo había visto,pero ésta rechazó.En tanto, los tribunales esperaban los informes delMinisterio del Interior sobre las detenciones de Figueroa,Zuleta, Drouillas, De la Fuente y Mardones, quienesya se encontraban en Cuatro Alamos.El 15 de mayo, el menor Veloso fue sacado de sucasa y conducido al Hospital Militar. El médico JorgeBassa Salazar lo miró sólo desde lejos —mientras se lavabalas manos, según contó después un testigo—. Enuna palabra, sin examinarlo extendió un certificado enque aseguraba haber constatado que Carlos fue violado.(Exámenes posteriores en el Instituto Médico Legaldemostrarían que el menor nunca sufrió ese vejamen).Pendientes aún los recursos de amparo en primerainstancia, el 24 de mayo apareció la primera informaciónde prensa. Un texto emanado de la Secretaría Generalde Gobierno fue divulgado por la agencia Orbe yreproducido en La Segunda. La misma información fuedespachada desde la Dirección de Informaciones deGobierno al canal 13, en un papel sin membrete, perocon una recomendación en una tarjeta anexa en que eldirector de Informaciones, Max Reindler, solicitaba quese leyera a la mayor brevedad. Decía la nota:«Los servicios de seguridad detuvieron a cuatroindividuos que aparecen implicados en el secuestro,apremio y maltrato físico del menor de dieciséis años,Carlos Arnaldo Veloso Reindenbach (...) Los sujetos377en cuestión son los siguientes: Robinson WilliamsZuleta Mora, Osvaldo Figueroa, Luis Rubén MardonesGeza y Humberto Drouillas Ortega. Estas personasestán sindicadas como colaboradoras del institutoapostólico Fundación Cardjin».La DINA montó una «conferencia de prensa» en lacasa de los Veloso. Los agentes que estaban instaladosen el inmueble escribieron en un papel instruccionessobre la forma en que el menor debía comportarse:«Es necesario que al relatar los hechos del secuestroy torturas a (sic) que ha sido sometido se atenga alos términos y detalles de la declaración que hizo enpresencia de su padre, el día 8 de mayo», «si se le preguntasi su casa está bajo custodia y están limitadoslos movimientos suyos y de su grupo familiar, debecontestar porque tiene miedo, porque lo amenazaronde muerte y prometieron que asesinarían a su padre,de modo que la custodia es una medida que toda lafamilia considera necesaria hasta que no se aclarenlos hechos»; debe mostrarse «nervioso y todavía atemorizado»; «la justificación básica de su experienciaes que los secuestradores le repetían constantementeque su padre era un soplón de los milicos».Ese mismo 25 de mayo el Ministerio del Interior reconocióque Zuleta, Mardones, Drouillas y Figueroa permanecíandetenidos en Cuatro Alamos, sin entregardetalles sobre sus aprehensiones. Sobre Troncoso, simplemente

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afirmó que su detención nunca fue ordenada.Hasta el 27 de mayo, la casa de los Veloso estuvobajo la «protección» de la DINA. Durante ese período,nadie pudo visitarlos. Carlos no se sinceró con su padre,pues sospechaba que era un colaborador de laDINA, y éste continuaba convencido de que los autoresdel secuestro de su hijo eran militantes de izquierda.378La Corte de Apelaciones entró entonces a conocer delos amparos en favor de los inculpados. A los antecedentesentregados inicialmente, los familiares añadieronque las fechas de detención dadas por el gobierno eranfalsas y el abuso que significaba que la autoridad administrativaarrestara a personas para, supuestamente,indagar delitos comunes, pues esa era atribución exclusivade los tribunales ordinarios, aún bajo el Estado deSitio. También se quejaron por las prolongadas e ilegalesincomunicaciones y defendieron la completa y totalinocencia de los acusados.La Corte de Apelaciones, con los votos de los ministrosHernán Cereceda y Efrén Araya, rechazó los amparos,argumentando que los detenidos fueron aprehendidospor orden de autoridad competente —el Ejecutivo—en virtud del Estado de Sitio. Adujeron, que por«no constar» que el arresto tuviera relación exclusivamentecon delitos comunes, no consideraban usurpadassus facultades. En la minoría, el presidente de la Sala,Enrique Paillás, estimó que lo procedente era poner inmediatamentea los detenidos a disposición del tribunalordinario que investigaba el secuestro. Y recordó que laincomunicación no estaba entre las facultades que elEstado de Sitio otorgaba al Ejecutivo, como tampoco lade indagar delitos comunes.El amparo en favor de Jorge Troncoso fue rechazadoel 7 de junio. Otro tanto ocurrió antes, el día 3, el que sehabía pedido en favor de la familia Veloso, porque elministerio del Interior informó, para fundamentar surechazo, que no existía ninguna resolución que afectaraal padre o al hijo.La Corte Suprema estudiaba paralelamente las apelacionesde las familias de los detenidos. El presidente,José María Eyzaguirre, los visitó en Cuatro Alamos el 2379de junio. Ante la autoridad judicial, los recurrentes sedeclararon inocentes y narraron sus propios secuestrosy las torturas que habían sufrido en poder de los agentesde la DINA.Ese mismo día la Corte despachó un oficio pidiendoal Ministerio del Interior que explicara la incomunicaciónirregular a que el Ejecutivo los tenía sometidos.El tribunal debió esperar pacientemente las respuestas.Respecto de Drouillas, ésta llegó cuando el reoya estaba en libre plática en la cárcel pública y a disposiciónde la fiscalía que lo procesaba por «actividadessubversivas» y «lesiones a un menor». Respecto de losdemás, el Ministerio dijo que se hallaban en Cuatro Alamosno «incomunicados», sino que, por medidas exclusivamente

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de seguridad, sólo «se ha determinado la suspensiónde visitas al citado campamento de detenidos».Ante esa respuesta, la Corte emitió una inmediataorden de suspensión de ese tipo de precaución, pues loque precisamente caracteriza a la incomunicación es laprohibición de visitas.La Corte preguntó también al ministro del Interiorla autenticidad del télex que el 24 de mayo había emitidola Dirección de Informaciones del gobierno difundiendola aprehensión de los acusados. A la Suprema leinteresaba aclarar el punto, pues revelaba desdén hacialos tribunales de Justicia por parte de las autoridades,que habían informado primero y más extensamentea los medios de comunicación que a quienes sustanciabanlos amparos. Era también una prueba de que seestaba usando la vía administrativa para indagar delitoscomunes.El gobierno negó la autenticidad del comunicado,con lo cual la Suprema rechazó definitivamente los recursos.380Una vez que Carlos Veloso y su hijo fueron liberados—y pudieron por primera vez comunicarse librementesus experiencias—, la Corte recibió una declaración notarialen que ambos narraban su odisea y explicaban quehabían sido obligados a inculpar a sus vecinos. La Corterechazó el recurso, pero dictó dos medidas: que se interrogarael obispo Enrique Alvear (diligencia que jamásllegó a realizarse) y que el ministro Marcos Aburto tomaradeclaración al niño.A esas alturas, el obispo Valech había entrevistadoya a los familiares de las víctimas y se había convencidode que estaba frente a una monstruosa operación de falseamientode los hechos montada por la DINA. En laprivacidad de sus oficinas comentaba a sus cercanos queno podía entender la pasividad de los tribunales antetal acumulación de atropellos e irregularidades.El fiscal militar Juan Carlos Lama, quien procesabaa los presuntos autores del secuestro, en cuanto se enteróde que el ministro Aburto interrogaría a los Veloso,ordenó que padre e hijo fueran detenidos. Aburto debiócumplir su cometido en un Cuartel de Investigaciones,pero eso no impidió que los Veloso ratificaran ante elmagistrado la verdadera versión de los hechos y exculparana sus vecinos.El proceso en la fiscalía militar se había iniciado porun requerimiento del Ministerio del Interior, que intentaba,sin rodeos, vincular a la Iglesia Católica con lospresuntos delitos. El escrito ministerial, firmado por elgeneral César Benavides, es muy claro a este respecto:«Los hechos delictivos que habrían cometido laspersonas mencionadas y que al parecer serían susresponsables directos, se inician con su relación conla Fundación Cardjin, organismo dependiente de laVicaría de la Solidaridad, y en consecuencia, en forma381indirecta del Arzobispado de Santiago; las señaladaspersonas formaban parte de un grupo subversivo de

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aquellos que se han formado en esta Fundación, ycuyo objetivo fundamental consiste en cumplir laboressubversivas al amparo de una actividad eclesiásticay religiosa, tendientes a socavar el actual gobiernodel país».El texto sostenía que los procesados considerabana Carlos Veloso un infiltrado y por esa razón raptarona su hijo. Los acusaba de asociación ilícita, tenencia ilegalde armas de fuego, organización para derrocar algobierno constituido, incitación a la formación de gruposarmados, atentados o privación de libertad a laspersonas, usurpación de funciones, abusos deshonestosy lesiones.El requerimiento fue acompañado por las declaraciones«extrajudiciales» de los acusados, la declaración delniño el 8 de mayo, la que suscribiera su padre reprochandola conducta de los «marxistas», el informe del doctorBassa y un oficio secreto, fechado el 19 de mayo, con larúbrica del director de la DINA, Manuel Contreras:«Desde hace un tiempo a esta parte, la Direcciónde Inteligencia Nacional ha detectado la puesta enmarcha de un plan subversivo tendiente a socavar elactual gobierno (...) Los autores e instigadores de dichoplan son, entre otros, la Vicaría de la Solidaridad,la Fundación Cardjin, por citar los más relevantes».Los familiares cuestionaron que los detenidos estuvieransiendo juzgados según las normas de Tiempo deGuerra, en circunstancias que ese estado había cesadojurídicamente, y pidieron al fiscal Lama su inmediataliberación. El fiscal no respondió.Los familiares presentaron un recurso de queja encontra del fiscal en la Corte Suprema, alegando quepuesto que el país vivía ya en estado jurídico de paz, el382tribunal supremo estaba facultado para corregir los abusosde la justicia militar.La Corte tardó varios meses en dar a conocer su respuestay en ella repetía el argumento de que el Códigode Justicia Militar no menciona a la Corte Supremacomo tribunal superior en Tiempo de Guerra, ignorandosimplemente que ese estado jurídico había cesado.Tras interrogar a los Veloso en el cuartel central dela policía civil, Marcos Aburto los dejó a disposición delfiscal. Lama citó al menor y éste le contó todo nuevamente.Pero el fiscal estaba interesado en otras materias.Le preguntó por la asesoría que le brindaba la Vicaría,el nombre de los abogados, la forma en que se realizóla declaración jurada que depositó ante notario.Luego determinó que el joven debía quedar detenido eincomunicado, pues sus declaraciones eran contradictoriascon las que había prestado ante la DINA el 8 demayo.En el marco de esta situación absolutamente insólita—porque el menor era la víctima del delito, no el acusado—se practicaron nuevos careos entre él y los detenidos.No hubo contradicciones. Víctima y acusados concordaronen que ninguno de ellos participó en el secuestro.

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El 21 de junio, el fiscal alzó las incomunicaciones delos procesados, que se habían extendido por más de 40días. Al día siguiente, puso término también a la incomunicacióny detención de Carlos y dejó en libertad incondicionala Figueroa, De la Fuente y Mardones.Lamas no pudo acreditar que los detenidos hubieranparticipado en el secuestro del joven, pero mantuvo enprisión a Drouillas y Zuleta, por los supuestos explosivosencontrados en sus casas.Las familias Veloso, De la Fuente, Mardones y Figueroahuyeron al exilio.383En Chile, los intentos por obtener la libertad de Zuletay Drouillas se hacían difíciles en el ámbito de lajusticia castrense. El fiscal Lama había propuesto unapena de cinco años y un día para cada uno y citado a unConsejo de Guerra para el 26 de octubre. Sólo entonceslos abogados de la defensa pudieron conocer el expediente,tras lo cual le pidieron al ministro de turno, RicardoGálvez, que reclamara el caso, pues en las nuevascondiciones jurídicas del país, el proceso no le correspondíaa la justicia militar. Ante el rechazo de Gálvez,apelaron a una sala de la Corte.El caso llegó a manos de los ministros Germán Valenzuela,Servando Jordán y el abogado integrante JoséBernarles.El expediente, que ya quemaba las manos de todoslos que debían ocuparse de él, se perdió antes de quehubiera fallo. Nunca apareció.La defensa intentó una última movida para impedirel Consejo de Guerra: un recurso de protección, sobre labase de la normativa dictada por la propia Junta Militar:el Acta Constitucional N° 3. Pero nada pudo impedirlo.El Consejo aplicó las penas propuestas por el fiscal,pero considerando la irreprochable conducta anteriorde los acusados y el tiempo que llevaban privadosde libertad —seis meses— les remitió la pena y dispusosu libertad condicional, bajo control del Patronato deReos por tres años.Zuleta y Drouillas también partieron al exilio.Comenzaba 1978. En el proceso iniciado en contra delos autores de los secuestros de los procesados no sepudo identificar a los culpables. En parte, porque elministro Eyzaguirre se negó a informar al Séptimo Juzgadolo que había visto en Cuatro Alamos, cuando losvisitó, argumentando que formaba parte de un informe384«confidencial». La justicia militar, que debía tambiéninvestigar los apremios ilegítimos en contra de los encausados,a denuncia del propio Eyzaguirre, nunca practicólas diligencias que se le solicitaron. El Primer juzgadodel Crimen calificó las lesiones al menor Velosocomo «clínicamente leves» y constitutivas de una merafalta y tampoco identificó a los verdaderos autores desu secuestro y torturas.El Decreto Ley de Amnistía, dictado en abril de1978, puso fin a los procesos incoados en la Justicia Militar

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y dejó durmiendo, con sobreseimiento temporal, elcaso del detenido Troncoso.Lo vivido por las familiares de los Veloso, los pobladoresinjustamente acusados y el infortunado JorgeTroncoso, que se convirtió en desaparecido, es una delas pruebas más flagrantes de la debilidad —por decirlo menos— del Poder Judicial ante las violaciones a losderechos humanos.Esta actitud de la judicatura en los primeros años dedictadura tiene, para algunos, explicación en las actitudeshumanas que es dable esperar bajo un régimen de fuerza.«Los ministros les tenían miedo a los milicos. Delas mismas bajezas de las que es capaz cualquier serhumano bajo dictadura, un preso bajo torturas, erancapaces los jueces. Estaban divididos. Desconfiabanunos de otros. También entre ellos se daba la lógicadel soplón».Para otros, la respuesta está en un compromisoideológico de la magistratura, especialmente del tribunalsuperior, que se aferró a un excesivo y dogmáticoformalismo:«El Poder Judicial ejerció un positivismo legalistaque se autoatribuyó como la única fuente legítima yadecuada a un Estado de Derecho, con lo que fue funcionala la dimensión represiva del régimen militar».385Según Roberto Garretón, ni siquiera es cierto que sehayan aplicado las leyes.«Si lo hubieran hecho, habrían acogido los recursosde amparo y salvado muchas vidas. Lo que hicieronfue buscar resquicios legales o incluso torcer laletra de la ley para hacer lo que las autoridades militaresesperaban de ellos».Entre 1978 y 1980, con el general Odlanier Mena ala cabeza de la CNI y el general Contreras retirado desus funciones como jefe de la policía secreta, los casos desecuestros, torturas y muertes decrecieron considerablementeen el país.Pero al comenzar los ’80 el republicano Ronald Reaganganó las elecciones en Estados Unidos. Su políticahacia los gobiernos militares en latinoamérica dejó delado la línea de severidad —bastante moderada, por lodemás— de la administración Carter. A la semana dehaberse instalado en la Casa Blanca el nuevo presidente,en Santiago se registró el caso del secuestro realizadopor el grupo de Investigaciones conocido como Covema.El general Mena fue reemplazado en la CNI y comenzóuna nueva ofensiva de la policía secreta en contrade las manifestaciones opositoras. Los tribunales seinundaron otra vez con recursos de amparo.Se acercaba la era Rosende.Capítulo VI. La hora de la reforma387LA OBRA DE SOLEDADEstá llegando la hora de la reforma. Tras un siglo dedebates, fue finalmente el gobierno de Eduardo Frei —quien paradójicamente es un ingeniero y no un abogado—,el que logró obtener el consenso necesario para

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practicar reformas profundas al Poder Judicial.Probablemente los efectos de las modificaciones sesentirán realmente sólo en un par de generaciones más.Aún está por verse si el uso y la tradición no le doblaránla mano a los cambios que prevé la ley. Ciertamente, enel futuro habrá que pulir imperfecciones. Pero nadiepuede negar que la reforma es lo más cerca que se hallegado de una verdadera modernización de este poderdel Estado, que, ahora sí, dispondrá de herramientassuficientes para desempeñarse como tal.Importante parte del proceso es el recambio en laCorte Suprema. Como dijo el ministro Osvaldo Faúndezcon voz quejumbrosa, el día que el máximo tribunaldecidió traspasar a la justicia ordinaria el llamadocaso de la «Operación Albania»: «Esta es otra CorteSuprema».388Los factores que contribuyeron a que esto fuera posibleson muchos, pero pueden mencionarse al menos tres:Primero, la personalidad de la ministra de JusticiaSoledad Alvear. La abogada, militante llegó a la carterasin que nadie apostara mucho por ella. Los ministros dela Corte Suprema y muchos dirigentes de la Concertaciónla recibieron con reservas porque era mujer, unaabogada civilista con escasa presencia como litigadoraen los pasillos de la corte, reconocible sobre todo por serla esposa de un político importante.Su nombramiento fue interpretado por algunoscomo reflejo de la poca importancia que Frei le otorgabaal Ministerio de Justicia, pues el nuevo mandatario noestaba empeñado en hacer de los derechos humanos untema central de su gobierno, ni tenía la intención deenfrentarse con ese poder del Estado.Sin embargo, a poco andar se demostró que SoledadAlvear no había llegado a las oficinas de calle Morandésólo para dedicarse a firmar oficios y dedicar el resto desu tiempo al bordado.Bien asesorada por académicos que venían estudiandoel tema de la reforma judicial desde hacía tiempo,tomó la decisión de convertirse en impulsora del cambio.A los antiguos temas de discusión, agregó otrosemergentes y de amplia aceptación, como la violenciaintrafamilar y la protección de los menores.Ella logró lo que no se pensaba que un gobierno de laConcertación podría hacer. Sus herramientas no fueronel duro enfrentamiento, ni el debate estéril. Su laborcon los ministros de la Corte Suprema fue más bien unacampaña de seducción, incorporándolos, entre otrasmovidas, a los ritos del poder.Las simples invitaciones, por ejemplo, al presidentede la Corte —en sus comienzos, Marcos Aburto— a par389ticipar junto al resto de las autoridades de la Nación enuna ceremonia oficial cualquiera o a viajar en la comitivapresidencial en algunas de la tantas giras de Frei,hicieron por ella lo que la fuerza de la razón no hizo porCumplido.Al asumir su puesto, ella dijo que haría la reforma

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«con» la Corte Suprema y no «contra» ella. El nuevo contingentede siete integrantes designados por Aylwin yla cooptación de otros nombrados por Pinochet —comoRoberto Dávila y Hernán Alvarez— aportaron lo suyo.El segundo elemento, sin el cual el primero no habríasido posible, fue el respaldo del diario El Mercurio.Como se ha señalado ya en estas páginas, lo que el influyentematutino ha dicho sobre el Poder Judicial hainfluido en todas las épocas en el destino de ese poderdel Estado. Soy de los periodistas que recuerda que enlos tribunales había magistrados para quienes diarioscomo La Epoca, simplemente no existían; sólo contabaEl Mercurio, y lo que éste dijera o dejara de decir, erapara ellos esencial.El matutino, hay que reconocerlo, impulsaba algunoscambios ya desde el régimen militar, pero se tratabade reformas mínimas, que no tocaban la cabeza de estepoder del Estado: la Corte Suprema. Ésta, en efecto,fue siempre defendida por el diario, en consonancia conlas antiguas autoridades del régimen militar, con el argumento,frente a los ataques opositores, del necesariorespeto a su independencia y autonomía, postura quemantuvo incluso durante la acusación constitucionalcontra Hernán Cereceda Bravo.El cambio se produjo tras el secuestro de CristiánEdwards, que puso a su padre, el influyente dueño delperiódico, en las manos del Poder Judicial real. Buen conocedorde otros sistemas, como el estadounidense, Agustín390Edwards se sumó sin reservas a las voces que se alzabanclamando por la reforma. Y como consecuencia del plagio,creó la Fundación Paz Ciudadana, conducida por una mujer,Pía Figueroa. El énfasis principal fue producir las reformasnecesarias para asegurar el castigo de los delitos,detener la criminalidad y, en resumen, favorecer un climade tranquilidad ciudadana que permita el libre desarrolloeconómico. El aumento de las penas y las limitaciones alotorgamiento de la libertad provisional, por ejemplo, hansido temas centrales para esta organización.En otro extremo aparece operando un elemento quepermitió aunar voluntades: grupos de académicos concentradosen el Centro de Promoción Universitaria y enla Universidad Diego Portales, que promovían cambiospara asegurar el respeto a los derechos de los procesados,impotentes frente al poder inquisitivo del sistemajudicial chileno; y dotar a la Corte Suprema de los hombresy facultades necesarias para que se comportaracomo un verdadero poder del Estado, capaz de controlarlos excesos del Ejecutivo y de garantizar la defensade los derechos de los ciudadanos.Uno y otro objetivo confluían en la necesidad de hacerunos mismos cambios. La Fundación atrajo a los especialistasde la Diego Portales. Soledad Alvear integróa la Fundación y al CPU como parte de sus organismosasesores.Fue así como se produjo el consenso.En 1997, el año en que la ministra logró la aprobación

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de la mayoría de las reformas planteadas por elEjecutivo, El Mercurio escribió un editorial que puedecalificarse de revolucionario, porque llamaba a derribarla vieja institucionalidad judicial:«La profunda desadaptación del sistema judiciala las características actuales de la sociedad chilena391parece estar haciéndose evidente a un grado quizásincómodo, pero que no se puede soslayar. La sorprendenteestabilidad institucional que esta potestad normativaexhibe a lo largo de la historia dejó hace muchotiempo de ser un rasgo positivo que, en general,aquélla representa para las organizaciones. Por elcontrario, y no obstante las causas y responsabilidadeshistóricas que explican este fenómeno, la inerciay retraimiento en que se ha sumido la judicaturaarriesgan el peligro de acentuar las disfunciones delEstado. Hace más de un siglo que Andrés Bello, Andrésadvertía sobre este riesgo, e indicaba que respectode los tribunales urgía, ‘usar el hacha’ a fin deadecuarlos funcional e institucionalmente a la marchade la sociedad.«(É) El retraimiento corporativo, la obsesión porquesus deficiencias sólo se deben a un problema derecursos y el pretexto de que la solución de su crisises una responsabilidad ajena sólo contribuyen a quela metáfora de Bello cobre urgente actualidad».Un tercer factor muy importante —en el que confluyeronlas voluntades del Ejecutivo, Paz Ciudadana y losfondos estadounidenses que patrocinaban los proyectosdel CPU— fueron los requerimientos de los inversionistasextranjeros. La Corte Suprema era incapaz de otorgarcertidumbre jurídica a nadie, pues sus fallos variabande sala a sala, de ministro a ministro. Incluso unmismo magistrado podía opinar un día «A» y al siguiente«B», sin expresión de fundamento. Además, el PoderJudicial como tal era incapaz, salvo excepciones, de analizary resolver con alguna solvencia los conflictos económicosque se ponían en su conocimiento.Los grandes conglomerados favorecieron la vía delarbitraje (jueces pagados por las partes), pero, por másque renunciaran de antemano, como ocurrió en muchos392casos, a recurrir a la Corte Suprema en última instancia,necesitaban de la opinión del tribunal superior deChile.Los empresarios hicieron en verdad por los cambioslo que no lograron hacer años de crítica por la actitud delPoder Judicial frente al tema de los derechos humanos.Al fondo del escenario aparecían los ciudadanos,quejándose de la falta de atención y de la incomprensiónde la Justicia por sus problemas; por algo en cadaencuesta de opinión ubicaban al Poder Judicial como lamenos respetada de las instituciones públicas.La sospecha de la corrupción en el máximo tribunalterminó por convencer a los más recalcitrantes opositoresde la reforma. Entre ellos, antiguos partidarios delrégimen militar que veían como los jueces suyos se acomodabana las nuevas circunstancias, traicionando lealtades

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que se creían eternas.Por lo demás, los tribunales habían ya decretadoamnistías o traspasado a la justicia militar la mayorparte de los juicios por los derechos humanos y Frei noparecía interesado en modificar esa realidad.En resumen: Soledad Alvear logró así, desde el iniciode la nueva administración, que se terminara la tramitaciónde proyectos iniciados bajo el gobierno de PatricioAylwin; patrocinó y consiguió la aprobación deotros que ella había resucitado, y produjo el milagro queparecía un sueño imposible a comienzos de los ’90: lareforma del proceso penal, que dejará de ser escritopara transformarse, como en todos los países modernos,en oral, y la creación del Ministerio Público, que separarála función del investigador de la de quien juzga.Hacia 1998, la secretaria de Estado había conseguidola aprobación para limitar el recurso de queja y favorecerel de casación; crear un departamento de recursos393humanos en la Corporación Administrativa del PoderJudicial, una Comisión de Control Etico en la CorteSuprema para recibir denuncias e iniciar procesos administrativos;transformar las corporaciones de asistenciajudicial en Defensoría Pública; crear los tribunalesde familia, y modernizar el sistema penitenciario.La ministra consiguió también una profunda reformade la Corte Suprema (acicateada en especial por elcaso Jordán): se aumentó el número de sus integrantes,se permitió el ingreso de abogados externos al cargo deministro, se especializaron las salas, y lo que tal vez esmás importante, un recambio casi total de sus miembros.Se abandonó una disposición transitoria de laConstitución y se puso como límite para ejercer la función,la edad de 75 años.El proceso no ha sido fácil.El gobierno de Frei ha enfrentado, en el ámbito dela Justicia, por lo menos cuatro desafíos importantes,que siembran dudas sobre la real efectividad de las reformasconquistadas: La acusación contra Servando Jordán;la actuación del aparato judicial en el caso de ColoniaDignidad; la pervivencia de algunas viejas prácticasviciadas, y notorias deficiencias en el sistema de nombramientos.394JORDÁN, PRESIDENTERecuerdo el día en que se hizo el sorteo de la salaque atendería las apelaciones a la sentencia en el casoLetelier. Servando Jordán estaba de presidente subrogantey quiso hacer un gesto de transparencia, aceptandola petición de los querellantes para que el sorteo fuerapúblico. Los abogados de las partes y los periodistasnos congregamos en el amplio despacho del presidente.El secretario de la Corte, Carlos Meneses puso unospapelitos con los números de las salas (de la primera ala cuarta) en una bolsita de terciopelo rojo, como las quese usan para las colectas.Se había decidido que la sala escogida estaría compuestasólo por ministros titulares.

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El azar definiría. Los dos primeros números se fueron«al agua». Fabiola Letelier, la escogida para sacar eltercero, metió la mano a la bolsita y tomó un papelito.Carlos Meneses leyó en voz alta: la cuarta sala. Desconozcolos pensamientos que pasaron por la cabeza deJordán, pero recuerdo con nitidez la cara que puso. Estabapálido, descompuesto. La Cuarta Sala era la suya y,395por añadidura, la presidía. No tenía escapatoria. Tardeo temprano tendría que participar en esa decisión y talvez presentía que eso, para bien o para mal, iba a cambiarsu futuro.En 1995 llegó su hora. En la intimidad de su concienciaestán registradas las presiones que debe haberrecibido. En el juicio por el asesinato de Letelier optópor condenar. Cuando se conoció el fallo, un alto oficialdel Ejército habló de traición, apuntando a Jordán.Pero, aunque se ganó enemigos en el bando que anteslo apoyaba, el gesto le permitió acercarse a los políticosde la Concertación, y cuando finalmente Contrerasy su subalterno, el brigadier Pedro Espinoza, fueronrecluidos en el penal de Punta Peuco, se sintió seguro.Se acercaba 1996, Marcos Aburto dejaría la presidenciay Jordán planeaba reemplazarlo. Sabía de las reservasque algunos de sus camaradas tenían en su contra. Tendríaque hacer campaña. Pero si sus colegas respetabanla tradición, lo nombrarían a él.Necesitaba vencer vetos que todavía pesaban sobre supersona, por sus antecedentes personales y porque, despuésde todo, había llegado a la Corte gracias al nombramientode Augusto Pinochet. Gracias al fallo, sin embargo,encontró un aliado en el ex ministro del Interior EnriqueKrauss. Por otra parte, su amigo, el ministro Luis CorreaBulo, lo promovió entre los políticos de la Concertación yen el interior de la Corte. El mensaje era que Jordán, unincomprendido de su tiempo, era la mejor opción. Losotros candidatos eran malos oponentes: Enrique Zurita,Enrique y Osvaldo Faúndez, quienes, aparte de ser menosantiguos, eran pinochetistas y antirreformistas.Jordán había condenado a Contreras y sería un partidariode las reformas, eran parte de los argumentos asu favor.396También lo respaldaba la tradición. Si los ministros,independientemente de sus creencias políticas, seguíanapoyando al más antiguo para la presidencia, asegurabanla rotación y su lugar en la lista para ocupar algúndía ese puesto.Entre los abogados, algunas firmas influyentes lo patrocinaron.Entre ellos, Darío Calderón, el dueño de lacadena de multitiendas Hites, que organizó comidas paradifundir el mismo slogan: Jordán es el mejor posible.La contienda se presagiaba difícil. Los ministros de laCorte sabían que Jordán no era la persona indicada paraasumir el cargo. Para algunos que lo conocían bien, reformistaso no, escogerlo significaba pasar por alto demasiadascircunstancias. Su figura arriesgaría el decoro que

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debe exigírsele al presidente del máximo tribunal. Losponía en cuestionamiento a todos. Marcos Libedinsky,Hernán Alvarez y Mario Garrido se oponían con firmeza.Para otros, no quedaba más que cerrar los ojos y votarpor él. Un Zurita o un Faúndez entorpecería el procesode cambios en el sistema judicial, ya por demasiadotiempo postergado. Con un poco de presión, Jordánsabría comportarse.Sólo unos pocos, como Correa Bulo, lo apoyaron consincero entusiasmo y devoción.Llegó el día de la votación. Por primera vez, en vez deexpresar su voluntad a mano alzada, los magistrados concordaronen realizar la votación con un sistema de cédulapara garantizar el secreto de su pronunciamiento.El primer resultado fue: Zurita, ocho votos; Jordán,siete; Faúndez, uno. Ganaba Zurita, pero sin la mayoríamás uno que necesitaba. En segunda vuelta, el voto deFaúndez se sumó a Jordán y alguien de los que respaldabaa Zurita cambió de opinión. El nuevo resultado fue:Jordán, nueve; Zurita, siete.397La división y la amplia resistencia a Jordán en estaelección fue la prueba de que los propios ministros de laSuprema, aunque callaran, conocían mejor su comportamientoque lo que el más informado de los abogadospudiera presumir.Para algunos de fuera de la Corte, la elección deJordán, en enero de 1996, fue la constatación más dramáticade la degradación del Poder Judicial. Jordánconduciría la institución designada para hacer justicia,pese a la certeza que tenían algunos de sus pares y funcionariosde los dos gobiernos de la Concertación deque el magistrado llevaba una vida personal y comomagistrado «absolutamente impropia». En un gesto absolutamenteinsólito, el presidente del Colegio de Abogados,Sergio Urrejola, comentó que era «lamentable» elresultado de la elección.A Jordán nada parecía importarle. Asumió su nuevocargo y se convirtió en un hombre nuevo; llegaba temprano;se iba tarde; moderó su comportamiento, especialmenteen el consumo del alcohol. Y comenzó unacampaña agresiva en defensa de su ministerio.Al parecer no se daba cuenta de lo débil que era suposición.Después de inaugurar el año judicial, en marzo de1997, El Mercurio publicó un artículo criticando su mensaje.El matutino recordaba que un año antes por nuevevotos contra ocho, la Corte Suprema había respaldadoun paquete de reformas enviados por Soledad Alvear alCongreso, y que Jordán no se había referido a ello en sudiscurso. Tampoco había recordado las presiones ejercidasen contra de algunos jueces, como Alfredo Pfeiffer,por la investigación del asesinato del senador JaimeGuzmán; o Roberto Contreras, en el caso del presuntotráfico de drogas; o los ministros que amnistiaron el398caso Soria, con la consecuente presentación de una acusación

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constitucional en su contra.El Mercurio citaba la opinión de un militar, el auditorgeneral del Ejército, Fernando Torres, lamentadolas omisiones y afirmando que «las presiones, especialmentede sectores políticos, fueron constantes en 1996».El 8 de marzo apareció en las páginas del matutinouna carta aclaratoria de Servando Jordán, protestandopor la forma en que se había tratado su mensaje. Erauna larga comunicación, excesiva por su insistencia enaclarar una cita suya, irrelevante dentro del contexto.Veía mala fe en la forma en que se había tomado la fraseen que sostenía que «los magistrados no son seresimpregnados de santidad que administran justicia, en lasoledad de las alturas».Un mes después, el 9 de abril, Jordán volvió a escribiral diario. Se quejaba por detalles, imprecisiones que,a su modo de ver, contenía un artículo. Tratándose deEl Mercurio, se fijaba hasta en los signos de puntuación.Dentro del tribunal, Jordán se sentía más cómodo.En marzo de 1997, por 16 votos contra uno, sus pares loeligieron para integrar el Tribunal Constitucional. Lointerpretó como una señal de respaldo. Y lo apreció,además, porque le permitía aumentar significativamentesus ingresos.Algunas crónicas periodísticas aparecidas a mediadosdel año, en que se abundaba sobre sus ingresos ysus propiedades, no lo inquietaron mayormente.Sus verdaderos problemas comenzaron con el procesopor lavado de dinero iniciado por el CDE en contrade Mario Silva Leiva. El juicio se extendió más tarde,como se sabe, a dos actuarios que habían otorgado la libertada la procesada por falsificación de pasaporte enla misma causa, Rita Romero y al fiscal de la Corte de399Apelaciones de Santiago, Marcial García Pica. Este habíaintentado intervenir en favor de la libertad de unode los encausados, por encargo del «Cabro Carrera».Olvidándose de que el mundo lo observaba y en unacto temerario dictado por un exceso de confianza en símismo, Jordán absolvió públicamente al fiscal y a losfuncionarios, interrogó a éstos irregularmente, pasandopor sobre la jueza que tramitaba el proceso, y demostróconocer los antecedentes de un sumario que se suponíasecreto.No se había dado cuenta el ministro que 1997 era unaño de críticas al Poder Judicial y a la Corte Suprema, yque éstas provenían de un sector antes ajeno a ellas: laDerecha.En medio de la crisis se fue de vacaciones. Los ministrosLuis Correa y Eleodoro Ortiz, fueron a su casaen el Melocotón para convencerlo de que reasumiera,pues la UDI estaba planteando que siguiera vacacionandohasta que el caso del «Cabro Carrera» se aclararacompletamente.En una discreta mesa del bar del Hotel Carrera, sueterno enemigo, el ex ministro Hernán Cereceda Bravo,se reunía con el auditor Torres para conversar sobre el

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tema.El gobierno tomó una posición pública distante delproblema, pero encargó al ministro del Interior, CarlosFigueroa, que gestionara su renuncia antes de que lasangre llegara al río. No tuvo éxito.La ministra Soledad Alvear fue recibida por un plenodel más alto tribunal, convocado especialmente a peticióndel Presidente Frei para tratar la «crisis» por la queestaba atravesando ese poder del Estado. Los magistradosoyeron a la ministra con el recogimiento de alumnosbien portados, atentos a las palabras de la profesora jefe.400Al terminar la sesión, dieciséis de los diecisieteministros firmaron una declaración acogiendo buenaparte de sus propuestas, pero exponiendo que muchasde las quejas «resultan injustas, porque existen deficienciasevidentes, recargos excesivos de causas, insuficientenúmero de tribunales, falta de personal y bajosrecursos presupuestarios». Parecía la postura simplede años anteriores: necesitamos más recursos, más tribunales.La Corte acogió la idea de crear una Comisión deControl Etico, aunque en el futuro debería decidir siextender sus facultades hacia la supervisión de los propiosministros de la Corte Suprema, y emitió instruccionespara que se terminara con los alegatos de pasilloen todos los niveles. Por supuesto, también debería colaborarel Colegio de Abogados con instrucciones a susasociados para que se abstuvieran de pedir audienciasdestinadas a argumentar en favor de sus clientes.La ministra se quejó más tarde por la respuesta«claramente insuficiente» del máximo tribunal y dijoque insistiría en propuestas desechadas por éste.Finalmente, las quejas del CDE en contra de Jordán,por sus intervenciones en el caso del «cabro Carrera»,desembocaron en una acusación constitucional patrocinadapor el diputado de la UDI, Carlos Bombal.Jordán reaccionó de mala manera: replicó con unaamenaza encubierta de hacer públicos antecedentes quedecía tener en contra del diputado. En la discusión posterior,resurgieron las dudas sobre su actuación en elcaso de la liberación del narcotraficante Luis CorreaRamírez y el libelo llegó finalmente al Congreso, asumiendoJordán personalmente su defensa.Sus argumentos ante la Cámara fueron, entre otros,que al pedir datos sobre los procesos de Mario Silva401Leiva actuó de acuerdo con sus facultades y que no podíajuzgárselo por su fallo en la causa del colombianoLuis Correra Ramírez, pues el Parlamento no tiene atribucionespara revisar las resoluciones judiciales. Comoen el caso de Hernán Cereceda Bravo, uno de los ex abogadosde Colonia Dignidad, Fidel Reyes en este caso, loayudó con la defensa.En su comparecencia como testigo, la presidenta delConsejo de Defensa del Estado, Clara Szczaranski, revelóque la agencia para el control de estupefacientes deEstados Unidos (la DEA) le había manifestado su preocupación

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por la conducta de Jordán en relación con elnarcotráfico, pero que el CDE no había podido verificarla información aportada por esa agencia.El ministro Osvaldo Faúndez, que había sido su competidoren las elecciones a la presidencia, defendió aJordán con un golpe bajo. Dijo que si se le iba a juzgarpor su conducta en el caso del narcotraficante colombiano,debía enjuiciarse también al Presidente de la República,quien otorgó el indulto a otro procesado en elmismo caso, el contador Luis Vargas Parga.No se han olvidado las largas semanas que llevó eldebate, ni el empate que finalmente se produjo, con loque la acusación se consideró rechazada. Tampoco se haolvidado la abstención del entonces diputado y presidentedel Partido Socialista, Camilo Escalona, que definióel resultado. Fundamentó su voto diciendo que laacusación era simplemente una revancha que se tomabala Derecha contra Jordán por haber éste contribuido acondenar al general Manuel Contreras.Jordán se salvó, pero quedó agotado. En vez de acogerla sugerencia de renunciar, que le habían dado funcionariosdel gobierno y más de algún amigo, se desgastóen su autodefensa.402Quedó seriamente resentido. La demostración másevidente fue la querella que interpuso contra los periodistasRafael Gumucio y Paula Coddou, por algunos textoshumorísticos aparecidos en un artículo de corte másbien frívolo en la revista Cosas. Pidió la aplicación de laLey de Seguridad del Estado. Otro tanto hizo, más recientemente,contra los periodistas José Ale y FernandoPaulsen, director de La Tercera hasta fines de 1998.Jordán ha reaccionado como un león herido, descargandosobre la prensa todas sus furias acumuladas.En la intimidad de la Corte, las emprendió contralos ministros que no lo apoyaron o que simplemente tomarondistancia durante la acusación constitucional.Al parecer, ya no le importa lo que pueda decirse uocurrir. Ha vuelto a reincidir en algunas de sus antiguasmalas prácticas: llegar tarde, desaparecer de cuando encuando... No apoya la idea de que la Comisión de ControlEtico supervise también a la Corte Suprema. Enesto lo acompaña su amigo, Luis Correa, quien se ubicó,hasta antes de su enfermedad, en una posición lejana alas propuestas de reforma que impulsaba al comenzarlos ’90.Es un hecho notorio, que el peso de ambos en laCorte Suprema es cada vez menor.403LA FUERZA DE LA COSTUMBRELa Corte Suprema chilena es hoy mucho más diversade lo que fue en el pasado. La renovación del másalto tribunal ha traído magistrados de distintas opinionespolíticas y profesión de credos.Históricamente los nombramientos de ministros de laCorte Suprema se hicieron con criterio político. Durantelos gobiernos democráticos, las principales tendencias se

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alternaban para cubrir las vacancias. Si se escogía a unode izquierda, en el caso siguiente le tocaba a uno de derecha.Si el nombrado era católico, venía luego uno masón.Bajo el gobierno militar, como corresponde a un sistemaunipartidario, el criterio se restringió rigurosamentea la elección sólo de personas que se estimabanincondicionales.Durante Aylwin, el Presidente trató de promover alos jueces meritorios que habían estado postergados yque se caracterizaron por fallos favorables a los derechoshumanos.Mérito y apoyo a las reformas, fue el criterio de Frei.Pero surgió un hecho nuevo: la intervención del Senado404en las designaciones. Fue el producto de la cruzada deSoledad Alvear por obtener las reformas a la Corte Suprema,empeño en el cual tuvo que aceptar una propuestade Renovación Nacional que incorporaba al Senado enla ratificación de las propuestas del Ejecutivo.El quórum que se negoció —dos tercios— le dio a laCámara Alta virtualmente el poder de veto sobre lasdecisiones del Presidente.El nuevo sistema de designaciones funcionó bien enlos primeros casos, cuando las propuestas del Presidentecomprendían dos nombres, lo que permitía acudir alcómodo cuoteo: uno para la Derecha, otro para la Concertación.Pero tropezó con dificultades cuando se tratóde cubrir una sola vacante. Hasta ahí no más llegó elconsenso. El Senado no dio el pase para ratificar elnombramiento de Milton Juica, a quien la Derecha no leperdona haber tratado de implicar al ex director deCarabineros y hoy senador Rodolfo Stange en la investigaciónsobre el caso degollados.Ahora habrá que «reformar la reforma», opina el exministro de Justicia, Francisco Cumplido. «Cuando seestablece que hay que llegar a acuerdo en la designaciónde ministros (con los dos tercios del Senado), es inevitableque se haga una valoración política de los magistrados».En la base del Poder Judicial, una respetada jueza,Dobra Luksic, afirma que los jueces no estaban de acuerdocon la participación del Senado. El caso Juica «hizomás patente algo que nosotros habíamos advertido: secorre el riesgo de que los jueces pierdan su independencia;que no se atrevan a tomar decisiones que puedancomprometer instituciones o personajes de cierta connotación,porque están mutilándose. Fue una triste experienciala del ministro Juica y a nosotros nos pareció405que el sistema había fracasado, aunque se reivindicó conlos nombramientos de los ministros DomingoYuracSoto y Rafael Huerta».La pregunta que muchos se hacen ahora es qué pasaráen el futuro. Los ministros que se atrevan a procesara alguna autoridad del Estado tendrán que pagarcon la postergación.Los funcionarios medios, los que no quiebran huevos,

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tendrán más posibilidades de ascender que los díscolose irreverentes como Carlos Cerda Fernández.Cuando el nombramiento recae en la mano de la discreciónde las autoridades del Estado es inevitable eljuego de las negociaciones políticas. También participan,a espaldas de los ciudadanos, otros sectores de influencia.Un grupo de abogados católicos, por ejemplo,se quejó ante la ministra Alvear porque había muchomasón entre los nuevos escogidos. Según ellos, la «aspiraciónmasónica» es apoderarse de la judicatura. Consideranparte de este grupo a los ministros José Benquis,Alvarez, Ortiz y Carrasco. A Roberto Dávila, electo consu apoyo, lo tienen en la mira.En países como Estados Unidos, son simplementelos ciudadanos los que deciden votando por sus juecesen elecciones directas. Otros tienen organismos como elfenecido Consejo Superior de la Magistratura que estáconformado por representantes de las principales institucionesdel Estado y reparte en mayor número de cabezasesta decisión.Más allá de las comparaciones posibles, es evidenteque el sistema chileno no ha llegado a su perfección eneste campo.Como quiera que sea, los nuevos ministros y las reformasaprobadas bajo el gobierno de Eduardo Frei danesperanzas de un Poder Judicial mejor, más asequible,406humano, valiente y decidido que en el pasado. Un verdaderoPoder del Estado.La sola calidad humana, ética y académica de susnuevos integrantes marca una gran diferencia con elpasado.Los ministros que dieron el respaldo a RobertoDávila, electo como nuevo presidente el 5 de enero de1998, rompieron por primera vez la costumbre de nombraral más viejo.Dávila se comprometió ante sus electores (ocho, encontra de cinco que votaron por el más antiguo, OsvaldoFaúndez) a apoyar las reformas al Poder Judicial. Su«base» se siente ajena a la vieja corte y no está dispuestaa ponerse el sayo por actos que no cometieron. Especialmente,en los casos de los derechos humanos.La nueva Corte está preocupada de mejorar la imagenpública y se han establecido normas de control éticobastante severas hacia el interior. Están pasando la escoba.Pero, al mismo tiempo, están decididos a defendersede las críticas infundadas. El que dispare a la bandadase arriesga a sufrir acciones penales.Están discutiendo cuál va a ser el papel y atribucionesdel Consejo de Control Etico. ¿Tendrá facultadesdisciplinarias? Si sus integrantes son ministros de laCorte Suprema, ¿podrán fiscalizar a sus pares? Algunosprocuran que sean llamados a integrarlo ex ministrosde gran prestigio, pero todavía (al momento de finalizareste capítulo) no hay acuerdo.Las reformas traen esperanza, pero la cultura nocambia de un día para otro. Aún el peso de prácticas

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históricas amenaza con torcer el espíritu de las leyes.Ocurrió, por ejemplo, con el caso de una simple normaaprobada durante el gobierno de Patricio Aylwinque disponía que la «relación» de los recursos y apelacio407nes interpuestos ante las cortes de Apelaciones y laCorte Suprema serían públicas. Es decir, que en el momentoen que el relator narrara los hechos a los magistrados,los abogados de las partes podrían estar presentesy hacer sus comentarios. El público también podríaentrar.Ha sucedido en la práctica, sin embargo, que por lafuerza de la costumbre, cada vez que un abogado pide larelación pública, los magistrados solicitan al relator queprimero haga una exposición privada y luego la pública.Eso sin contar el hecho de que las peticiones de los profesionalesexigiendo este derecho no son siempre bienrecibidas y algunos se abstienen de formularla para noarriesgar un resultado desfavorable a su cliente.Algo similar ha sucedido con la modificación al recursode queja. A la Corte Suprema le ha costado entenderque éste quedó como un recurso extraordinario, destinadoa corregir los abusos que puedan cometer sussubalternos y que, en caso de aprobarse, deriva lógicamenteen una sanción contra el recurrido. Es cierto quehan aumentado los números de casaciones acogidas —elrecurso propio de la Corte Suprema—, pero no han disminuidolos de queja, ni el uso que se les da para modificarresoluciones judiciales antes que para sancionarun abuso.Un tercer caso es el horario de funcionamiento. LaCorte Suprema aceptó extender el horario de los tribunalesinferiores, pero sigue oponiéndose a aumentar lashoras de trabajo en el segundo piso del Palacio de Tribunales.Teóricamente, el tiempo libre lo ocupan los magistradosen «estudiar» los asuntos que tienen bajo su conocimiento,pero el hecho es que muchos lo destinan a darclases en las universidades y es discutible si un magis408trado del más alto tribunal de la nación deba estar corriendoa las aulas dos o tres veces por semana y corrigiendopruebas en sus horas libres.En su favor hay que decir que, al menos, determinaronque una sala debe trabajar de turno en febrero,como ya ocurría en el resto del Poder Judicial.El sistema de calificaciones (con notas de 1 a 7) tampocoha resultado de la manera que esperaban los propiosmagistrados que impulsaron el sistema. No pocosse han sentido agraviados por calificaciones que, aunquesiguen un patrón teóricamente objetivo, todavíapermiten la arbitrariedad. Un superior poco ético aúnpuede usar la herramienta para estropear evaluacionesde magistrados que no sean de su agrado. O, más comúnmente,uno que desconozca la trayectoria de sussubalternos.409NUEVA CORTE, VIEJAS PRÁCTICASUna demostración de que las reformas por sí solasno resuelven los problemas y que mucho depende de la

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calidad de los magistrados, es lo ocurrido con el ministroGermán Valenzuela Erazo mientras se tramitaba laacusación contra Jordán.Este es el caso.Valenzuela se casó con Darioleta Gutiérrez Mora en1964, bajo el régimen de separación de bienes, cuandoella tenía 25 años y él ya andaba por los 50. Tiempo después,el matrimonio se separó y, aunque nunca se anuló,vivían aparte.Poco antes de morir, «Tita» Gutiérrez, que ya nadaquería saber de su ex marido, donó todos sus bienes a laAsociación de Padres de Espásticos (Aspec). Conocía losefectos del mal por un matrimonio amigo que tenía unahija que lo sufría. Ella misma, por años, participó en lasactividades de la organización, a la que prometió construiruna sede, con la única condición de que la entidadle pusiera el nombre de su madre.410Cuando Darioleta, aquejada por una enfermedad alcorazón, supo que su momento de morir estaba cerca,redactó el testamento. Si no lo hacía, sus bienes irían adar a manos de su esposo. En el documento, donó a laAspec sus dos casas en Temuco, un departamento en lacalle San Martín en Santiago, el departamento en quevivía sola, acompañada por su empleada, y sus ahorrosen dos bancos.La mujer no tenía obligación de consultar a su esposopues los bienes le pertenecían por ley y no había hijosa quienes dejar la herencia.En el testamento ella pidió ser sepultada en el Parquedel Recuerdo junto a dos espásticos que no tuvieranrecursos para pagar una sepultura. Además, dejó establecidoque a su esposo sólo se le devolvieran los únicostres bienes que él le regaló cuando vivían juntos: un ventilador,un collar y un florero.Valenzuela, al enterarse del testamento, interpusouna demanda en el 30° Juzgado Civil reclamando la posesiónefectiva, antes de que la Aspec pudiera hacerloválido. El tribunal le dio la razón en tiempo récord.Cuando estos hechos aparecieron publicados en LaEpoca y en El Mercurio, Germán Valenzuela Erazo, respondióamenazando con presentar querellas por injurias.Se defendió diciendo que tras el fallecimiento desu esposa, dos hermanas de ella y el magistrado solicitaronla posesión efectiva en su calidad de «herederos legítimos», y que posteriormente fueron demandados porla Aspec en virtud de un testamento al que no le reconocevalidez legal.En sus cartas a los medios, Valenzuela acusó a lainstitución de haber «conseguido un testamento de unapersona absolutamente inhabilitada para testar, muygravemente enferma, cada día acercándose a la muerte:411cada día recibía menos oxígeno; y además, por este motivo,sus facultades intelectuales no estaban sanas. Motivosde salud y de ética, repugnan cualquier testamentoen esa situación angustiosa».

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Las conclusiones médicas del magistrado son, noobstante, bastante dudosas pues su esposa sufría delcorazón, no de la cabeza y, al morir, estaba todavía bastantejoven.Que vivían separados, dice Valenzuela, era sólo obrade las circunstancias, pues «mi señora» poseía un «departamentonuevo, confortable, con un dormitorio ensuite y walking-closet, con una hermosa vista panorámicaa la cordillera» que no había sido posible arrendarcuando vivían juntos.«Mi señora estaba muy grave y desahuciada,apenas recibía oxígeno, se encontraba muy alterada ypresentía su muerte. Me manifestó su deseo de quenos fuéramos a vivir a dicho departamento. Yo leacepté, pero no se hizo un traslado total, tanto porqueyo sabía que su muerte se aproximaba, como porqueyo tenía y tengo en nuestra casa mi biblioteca contodas las obras jurídicas que uso para apoyar el estudiode proceso» .Flor de marido es alguien que admite que su mujerse vaya a vivir sola porque «sabía que su muerte seaproximaba». La explicación no puede ser peor comoexcusa.Cuando terminamos este libro, la Aspec todavía estabaluchando por lograr que se cumpliera la voluntadde Darioleta Gutiérrez Mora.Germán Valenzuela Erazo tuvo que abandonar laCorte Suprema al cumplir 75 años de edad. Su comentariosobre las reformas que originaron su salida delmáximo tribunal, aspiraba a quedar como sentencialapidaria: «El gobierno se tomó el Poder Judicial».412LOS POBRES Y LOS PODEROSOSUn hecho que no parece concordar con la idea deque las cosas han cambiado en el Poder Judicial es elaciago caso de Colonia Dignidad.En descargo de la responsabilidad de la judicatura,hay que decir que la Colonia ha demostrado ser históricamentemás poderosa no sólo que los tribunales, sinoque el propio Ejecutivo.El Gobierno de Patricio Aylwin consiguió, despuésde mucho batallar, anular la personalidad jurídica de lallamada Corporación Benefactora Dignidad. Pero lascosas se dieron de tal modo, que la entidad cambió surazón social —hoy se llama Villa Baviera—, y traspasótodos sus bienes a diversas sociedades anónimas. Y lascosas siguieron exactamente iguales, como si nada hubierapasado.Las investigaciones realizadas por diversos órganosadministrativos del gobierno dieron lugar a decenas deprocesos que poco avanzaron, hasta que bajo el gobiernode Eduardo Frei, por el delito de abusos deshonestoscontra menores, se logró romper, en parte, la barrera de413defensa política que había generado a su alrededor laColonia y dictar, por primera vez, una orden de aprehensióncontra Paul Schaffer, el jefe indiscutido de la

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Colonia.La orden, sin embargo, no se cumplió en la formacomo suelen ejecutarse cuando se trata, por ejemplo, depoblaciones populares, con allanamiento inmediato,destrozo de bienes y arrestos masivos.Aunque los tribunales y aun los organismos encargadosdel caso disponían de las herramientas para hacerlodel modo más enérgico, enfrentarse al poder de laColonia y su líder hacían temer una catástrofe mayor,con toda suerte de acusaciones contra el Estado por violacionesde derechos del inculpado y sus seguidores. Seoptó por el camino más largo, actuar con guante blando.Allanamientos avisados con anticipación, restriccióndel uso de la fuerza pública al mínimo necesario.Como resultado, el ex conscripto nazi sigue prófugo.El ministro en visita Hernán González García, mantienela investigación de trece procesos vinculados entresí, por delitos como sustracción, secuestro y abusosdeshonestos de menores, ejercicio ilegal de profesión,negativa a la entrega de menores y atentado contra laautoridad, destrucción de parte de vehículo fiscal, usurpaciónde nombre y obstrucción a la justicia y negligenciamédica. Además de Schffer, se encuentran procesadosvarios de sus colaboradores.No es todo. En los tribunales que dependen de laCorte de Apelaciones de Talca existen 27 juicios sobreanomalías tributarias, y una querella por la desapariciónde 38 personas que, en los primeros años del régimenmilitar, habrían sido conducidas hasta los terrenosde la Colonia. En Santiago, diversos procesos porfraude tributario y falsificación y otorgamiento irregu414lar de contratos se tramitan en diferentes juzgados delcrimen.Los hechos son abrumadores: a más de dos años dehaberse dictado, todavía está sin cumplirse la orden dedetención emitida contra el líder de la entidad germana.Los ejemplos de arbitrariedades judiciales relacionadoscon el caso Dignidad son innumerables. En 1997,por ejemplo, la Tercera Sala de la Corte Suprema acogióun recurso de amparo presentado por el brazo derechode Schffer, el doctor Hartmut Hopp (que en realidadnunca ha probado tener los títulos para ejercer la profesión)y su esposa Dorotea Wittham, en contra del juezde Parral Jorge Norambuena.La Sala, presidida por el hoy jubilado Lionel Beraud,anuló la orden de detención contra el matrimonio, dictadadespués de que ambos viajaron a Mendoza con unode los niños de la Colonia, Michael, adoptado por ellos.La madre biológica del menor había solicitado al juezNorambuena que dictara una medida de protección dela integridad física y síquica del niño.Lionel Beraud, acosado por la prensa, dijo queHopp adoptó «legítimamente» al menor y que «la mamábiológica no tiene ningún derecho sobre él. Lo perdió».La sala no consideró el contexto de abusos deshonestosy estilo de vida de campo de concentración en

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que han sido educados los menores en la Colonia, incluyendoal propio Hopp, que se crió al lado de su líder.Cuando la Corte acogió el amparo, Hopp estaba procesadocomo encubridor de los abusos deshonestos deSchfer, pero «eso es otra cosa», dijo Beraud.Hay que recordar que durante la acusación constitucionalque le afectó en 1992, Beraud, Lionel Beraud fuerepresentado por uno de los abogados más estables dela Colonia, Fernando Saenger.415Al acoger el amparo, el máximo tribunal acordó llamarseveramente la atención al juez Norambuena, JorgeNorambuena por haber dictado la orden de aprehensióncontra Hopp. Ya antes lo habían castigado por hablarmucho con la prensa.Las madres de los menores abusados son pobres ypoco han conseguido para reparar el daño causado a sushijos, pese a los empeños fuera de lo común del ministroGonzález García y del juez Norambuena.Esas madres sufren una suerte parecida a la que vivenlos pobres en los tribunales de la periferia capitalina.Allende los límites del centro de la capital, enPudahuel, por ejemplo, donde los actuarios son los juecesy los aspirantes a abogados de las Corporaciones deAsistencia Judicial, los defensores. Donde los edificioshan sido remodelados, pero no las actitudes de sus funcionarios.En esa zona de la periferia capitalina la vida y losbienes tienen un precio inferior al valor que les dan lostribunales del centro, acostumbrados a tratar con litigantesde ingresos importantes.Hasta ahora, quien no tiene recursos para pagar aun abogado debe recurrir a las Corporaciones de AsistenciaJudicial. Si ni querellante ni querellado tienendinero —como suele ocurrir— el que llega primero ganadefensa. El otro tiene que esperar que se le designe unode los abogados de turno.Los abogados de las Corporaciones son los estudiantesde Derecho que tienen la obligación de «hacer práctica» y otorgar servicios gratis por seis meses. Los abogadosdel «turno», son los recién egresados que están enuna lista para prestar el servicio por un mes.En los tribunales de población, sólo los abogados contítulo reciben un trato deferente. Los practicantes tie416nen que esperar a veces los seis meses que tienen en supoder una causa para obtener apenas una resolución(que, por cierto, no será la definitiva). Sus clientes pobreso sus familiares se presentan a veces para vercómo marchan sus causas. Esperan, esperan. Si tienensuerte, un oficial les extiende los libros para que leanlas resoluciones, cuyo lenguaje ellos de todas manerasno entienden.Los aspirantes a abogados tienen que defender hasta90 causas simultáneamente en su paso por las corporaciones.La mayor parte del tiempo la gastan pidiendolas libertades provisionales de los encausados por delitoscomunes, que viven años en las cárceles antes deque los tribunales resuelvan sus casos. Los visitan en la

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Penitenciaría en cuartos pequeños, húmedos y fríos,color de nada, semejantes a cualquier celda.¿De qué influencia pueden echar mano en defensade los pobres? Para ellos y sus clientes no hay alegatode pasillo. A veces una cajetilla de cigarros sirve paramovilizar la voluntad de un actuario que, si no estámotivado, puede botar sus escritos a la basura o simplementeresponder que se le olvidó proveerlo.Mi madre, María Angélica Acuña, quien abandonóuna vida de profesora básica para estudiar Derecho, asumióen 1997, durante su práctica en la Corporación deAsistencia Judicial, la defensa en los tribunales dePudahuel, del caso de Guillermo Hernández había sido elcuidador de un predio por 15 años. Vivía en una casita demadera, que fue ampliando en la medida de sus posibilidades.De un día para otro, el terreno se vendió y el nuevodueño lo notificó del término del contrato. Como Hernándezse demoraba en marcharse, el propietario presentóuna demanda; el tribunal aprobó una orden de desalojoy el dueño concurrió a notificarla en persona, acom417pañado por un receptor judicial. Auxiliados por unaretroexcavadora, simplemente destruyeron los tres dormitorios,el living, el baño y la cocina, y todas las pertenenciasde Hernández para obligarlo a marcharse.La abogada presentó una querella por daños, pues eldesalojo no autoriza a destruir bienes muebles. El casoha pasado de un aspirante a otro y ha cumplido dosaños en los tribunales, sin que todavía se dicte un autode procesamiento en contra de los infractores.En el mismo tribunal, Juana Mardones busca la reparaciónpor las lesiones que le provocó un carabinero.La mujer estaba parada en una esquina de su población,junto a otros vecinos, cuando alguien del grupo le gritó«tiro loco» al policía que pasaba frente a ellos. El carabinero,que también era un vecino del sector, sacó su pistolay disparó. Juana sufrió lesiones graves en unamano. El proceso se demoró tres años antes de que sedictara un auto de procesamiento contra el autor. Elpolicía está prófugo.Rosa Espinoza, ha recurrido a los mismos tribunalesporque su hijo de siete años fue atropellado y muertopor un chofer de micro en 1992. La sentencia definitivatuvo que esperarla hasta 1997.El chofer fue condenado y se estableció que debíapagar un millón de pesos a la mujer, por la pérdida desu hijo. El ministro de la Corte Suprema Lionel Beraudobtuvo 40 millones del fisco por la operación errónea desu cadera. Rosa, sin embargo, no ha recibido la insignificanteindemnización, pues el chofer no tiene bienescon qué pagarle.Patricia Inostroza, en otra causa, se querelló contrael autor de la violación de su hija. El tribunal condenó alautor y ordenó el pago de un millón 800 mil pesos, delos cuales el ofensor no ha podido responder.418El juez, en ese mundo, es una figura inaccesible.Como un notario, invisible en su despacho, firma papeles

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todo el día. Atiborrado de expedientes, le es físicamenteimposible resolver por sí mismo todos los juiciosque llegan a su tribunal. La justicia de los pobres está,de verdad, en manos de esos funcionarios no letrados —los actuarios, los oficiales— no menos ignorantes quequienes llegan a sus mesones pidiendo auxilio.419IDEA DE LA JUSTICIAEn las aulas de las escuelas de Leyes, los alumnosestudian a Hans Kensel. El teórico dice que el Derechoes el ordenamiento de la conducta humana. El comportamientorecíproco de los hombres en la sociedad, afirma,es lo que hace surgir la norma que los obliga a pagarsus deudas y a abstenerse de matar.«La autoridad jurídica exige una determinada conductahumana sólo porque —con razón o sin ella— laconsidera valiosa para la comunidad jurídica de loshombres», explica.Los estudiantes, entonces, aprenden lo mismo queparece sentido común en las calles: Que «lo justo» es lodeseado por la mayoría, e «injusto» lo que se opone a esavoluntad.Los Estados democráticos modernos han llegado alconvencimiento de que, además, existen derechos fundamentalesdel hombre que no pueden ser cuestionados.Las naciones que adscriben a tales principios —Chile,entre ellos— se han declarado obligadas a respetarlos.Así, los tribunales de justicia tienen tanto la obligación420de sancionar los delitos, como la responsabilidad dedefender la vida, la integridad física, la libre expresiónde ideas y todos los demás derechos reconocidos a susciudadanos.Qué lejanos han estado nuestros tribunales, en especialdurante las últimas dos décadas, de tales conceptos.En otros tiempos, en las monarquías, la legitimidaddel sistema judicial estaba dada por la adecuación delpronunciamiento del juez a la voluntad del Rey, quienreunía a un mismo tiempo las funciones ejecutiva, legislativay judicial.Como contrapartida, durante la Ilustración francesasurgió la doctrina que separó los tres poderes del Estado,pero, para el juez, en un primer momento, sólo secambió la figura del Rey por la letra de la ley. Montesquieulo definía así: «Los jueces de la nación no son,como hemos dicho, más que el instrumento que pronuncialas palabras de la ley, seres inanimados que no puedenmoderar ni la fuerza ni el rigor de las leyes (É) Delos tres poderes de que hemos hablado, el de juzgar es,en cierto modo, nulo».Esa es, al parecer, la concepción que dominó en elsistema chileno hasta hoy. En un país situado en el extremosur del mundo, arrinconado entre la cordillera yel mar, ha habido un Poder Judicial nulo, cuando lamayoría de las sociedades civilizadas le han dado yauna nueva significación a la judicatura.La explicación que han dado los tribunales sobre su

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proceder durante el gobierno militar tuvo su fundamentoen esta doctrina. «Sólo aplicamos la ley».Según el abogado y profesor Jorge Correa Sutil, exsecretario ejecutivo de la Comisión Verdad y Reconciliación,en las actitudes de nuestro poder judicial haimperado una cultura «explítica» y otra «implícita». Una421cosa es lo que se ha dicho y otra, lo que se ha hecho. Seha dicho que se respetaba la ley, cuando lo que se hacíaen realidad era resolver según lo que se considerababueno, conveniente. Bajo el gobierno militar, lo buenono era responder al clamor de las víctimas, sino adecuarsea la voluntad del Poder político, aunque fueraejercido por el poder de las armas.El nuevo presidente del tribunal, Roberto Dávila,hizo un reconocimiento explícito de este modelo decomportamiento en una conferencia con corresponsalesextranjeros en 1998. Cuando le preguntaron por la sumisióndel máximo tribunal a la voluntad de las autoridadesmilitares, Dávila dijo con meridiana claridad:«A la Corte Suprema no le quedaba, en ese momento,otro camino que esa posición. Si la Corte Suprema,conociendo a los ministros de ese entonces, hubieranadoptado otra forma de actuar, me atrevería a pensarque la Corte Suprema habría sido clausurada». Ergo, seimpuso la obediencia».El propio caso de Dávila es una prueba viviente deque, en nuevas condiciones, las opiniones de los juecescambian. Antes de 1990, él estuvo por aplicar la ley deAmnistía; al asumir como presidente en 1998, declaróque ahora pensaba distinto.Entonces, ¿hicieron justicia los magistrados bajo elgobierno militar o se adecuaron a las condiciones delpoder imperante? Del mismo modo cabe preguntarsepor los motivos que tiene un magistrado determinadopara doblegarse a la presión de un empresario o políticopoderoso, o a sus propios sentimientos de amistad enfavor de una parte en un juicio.En el futuro, nada asegura que los cambios en lasestructuras impidan que algunos magistrados siganmoviéndose guiados por los intereses de los poderes422involucrados en la definición de sus destinos. Ni que elPoder político se sienta tentado de imponer sus opiniones.Un caso ilustrativo es —y no podía no serlo— el deAugusto Pinochet. Al comienzo de los gobiernos de Aylwiny Frei el predicamento fue no empujar los juiciosque lo pudieran involucrar. Frei fue incluso explícito ypidió al Consejo de Defensa del Estado que diera porcerrado el expediente relacionado con el sonado casode los cheques del hijo mayor del general. «Razones deEstado», declaró sin ambigüedad. Cuando, en cambio,estalló el conflicto por el arresto en Londres y la peticiónespañola de extradición, la postura es exactamentela contraria. Ahora se trata de dar seguridades al mundode que el General puede ser juzgado en Chile.Podemos aceptar que en una democracia la opinión

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del Presidente y del Parlamento representan la voluntadsoberana, pues han sido elegidos democráticamente,y que al seguir sus deseos los jueces no hacen otra cosaque atender el clamor de las mayorías. Pero a mayorconcentración y secreto en las decisiones que tienen quever con la judicatura, mayor posibilidad de arbitrariedad,de que los escogidos para llenar vacantes o ascenderse sientan obligados a retribuir los favores de losdemás poderes, sin una justificación racional.El éxito de las reformas al Poder Judicial dependeráentonces, en gran medida, de la personalidad del juez.Desde el más encumbrado al más humilde.El derecho moderno reconoce que el legislador esincapaz de predefinir todos los posibles conflictos jurídicos.La función del juez es hoy en día inevitablementevolutiva. Su poder radica precisamente en la facultad deinterpretar la Constitución y las leyes, con el fin de «hacer» justicia. Es ese poder el que, férreamente asido por423los magistrados en países como España, Italia, Inglaterra,Estados Unidos —y varios latinoamericanos quehan dejado atrás la herencia colonial—, ha permitido amuchos pueblos enfrentar, sin disgregarse, el cáncer dela corrupción, aunque éste haya amenazado con hacercaer, a un mismo tiempo, a los poderes Legislativo yEjecutivo.En un sistema democrático (aquél en que las decisionespúblicas son tomadas por el pueblo, en que la determinaciónde lo que resulta deseable para el pueblo sólopuede ser lícitamente tomado por este mismo y en quelos gobernantes son libremente elegidos por los ciudadanosen forma periódica) el juez es aquél que conoce yresuelve los conflictos sociales.El fallecido ministro José Cánovas decía en sus memoriasque «al administrar justicia, los jueces son losllamados a velar por la vigencia del derecho, poniendoel límite exacto al ejercicio del poder por parte de lasautoridades (É) Vale decir, imponerles el llamado ‘principiode Legalidad’, que no puede ser otro que el determinadopor la voluntad soberana».Hay magistrados que entienden que para cumplir sufunción deben aislarse del mundo. Desprecian la opiniónde los legos que los rodean y se sienten seguros ensu escrupuloso conocimiento de la formalidad judicial.Se consideran puros e independientes. Sin embargo,según el ministro de la Corte de Apelaciones de Santiago,Carlos Cerda Fernández, en su obra Iuris Dictio, nohay nada peor que el juez que cree estar por encima delos ciudadanos. «No se mezcla, ni se ensucia: ‘allá ellos...el lumpen...’». Para hacer justicia no se necesita recluiral magistrado en una torre de marfil. Precisamente —afirma— entre los males que aquejan al juez actual estála tendencia al aislamiento social.424Concuerdo plenamente con esta afirmación suya:«No es juez el que da las espaldas al clamor socialconcerniente a la justicia. Tampoco lo es el que

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se jacta de estar por sobre lo que la población le demanda.Menos aún quien, consciente de la falta deasentimiento ciudadano de su labor, se oculta o amparaen el poder del solo imperio».El juez moderno, democrático, —dice Cerda— debeestar inserto en la comunidad histórica. Y agrega:«El juez es un calibrador del sentido jurídico desu época. (...) La justicia chilena debe ofrendarse sinrestricciones a la crítica de la opinión pública. Y susjueces, disponerse a la refrendación de su desempeñopor parte de la comunidad».Esa idea ha sido una de las motivaciones profundasde este libro.Ya en 1966, el magistrado Rubén Galecio escribíasobre el «juez en la crisis» diciendo que el magistradodebe estar compenetrado del devenir social de su época,pero alerta para mantener su independencia. Ni en latorre de marfil, incontaminado, ni arribista en la competenciapor el prestigio social.Una cierta apostura, cultura y carácter se hacen necesariosen el magistrado moderno, pues debe enfrentarel juicio de la sociedad y el propio.«Si el concepto de juez es una idea-símbolo, tambiénes una idea-fuerza, es un motor de la paz socialen la lucha contra la arbitrariedad, la delincuencia yel abuso. Si la sociedad actual aprovecha esta fuerza,encausándola con inteligencia y buen sentido, ellapuede contribuir caudalosamente a lo que es másimprescindible para una Democracia: la fe del puebloen el Derecho».