el largo día de g. steiner · heidegger —“ser los buenos invitados de la vida”—, la...

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RESEÑAS Y NOTAS | 105 Sabiduría y genialidad se empalman, en ocasiones, en una sola metáfora, genuina e ilimitada, que bien puede ser una idea o algo menos atemporal. No se trata en ese caso de un simple pase de formalidad —o responsabilidad— en el ejercicio de pen- sar, como si fuese un hecho fortuito, o un accidente que adolece de premeditación, es decir, la ausencia de errores. Sobre nues- tra época —ocurre en todas— esa con- densación de imaginarios e interpretacio- nes tiene voceros fulminantes e indómitos que elevan de forma contundente sus vi- siones y lamentos acerca de cómo y dónde nos encontramos, y de qué manera trans- currimos en este tiempo. Pero tal vez todo se reduce a un día, a la evocación de uno solo. Ya en Presencias reales George Steiner (París, 1929) precisó que ese día en parti- cular existe, al menos en Occidente, “del que ni la relación histórica, el mito o las Escrituras dan cuenta. Se trata de un sába- do. Y se ha convertido en el día más largo”. Para la Cristiandad son tres los días en los que eclosiona un nuevo sentido de la exis- tencia, comprenden la Crucifixión —vier- nes— y la Resurrección —domingo—. Sin embargo, es una ausencia la que nos determina en función de razón y devo- ción —muerte e ilusión—, es decir, ¿qué ocurre en ese sábado? “El nuestro es el largo día del sábado”, y la espera se antoja risible, dramática. En sus conversaciones con Laure Adler, que dan forma al libro Un largo sábado, Steiner reitera que en ese esquema de vier- nes, sábado y domingo, tomado del Nue- vo Testamento, yace la “incertidumbre del sábado en el que no sucede nada, en el que nada se mueve”. La sugestión de ello es poderosa e inabarcable, pues sin importar el ámbito del conocimiento o creencia se aduce un principio y un final, quedando un tanto al garete lo que hay en medio de esos extremos, un trayecto inmisericorde, sujeto a las convenciones del deseo y la necesidad —sobrevivencia, angustia—, o a los extremos de la razón —locura, impiedad—. “El mesías no ven- drá y el sábado continuará”. Al no haber un plazo determinado ni una extensión o forma precisas dentro de ese dilatado día fatídico, puede entender- se que el “mientras tanto” —el ocio— da lugar a alternativas, a paliativos que nos conminan a evadir la espera de la utopía o el recuerdo forzado del comienzo: “to- da profecía es simplemente memoria acti- va, no se puede prever nada, solo mirar en el retrovisor de la historia y contarnos his- torias sobre el futuro”, después de todo cada quien vive su sábado como mejor le plazca. “Sábado de lo desconocido, de la esperanza sin garantías” que dota a la ansiedad y la paciencia de rostros diver- tidos o grotescos; día de ambición, cóle- ra y sumisión. La ciencia y las humanidades, por ejem- plo, no suelen mirarse de frente, quizá sea más tolerable el roce de sus espaldas, tó- mese en cuenta que la primera observa ha- cia delante (es el futuro), y en la segunda la gavia, de origen, está volteada, ofrecien- do la posición contraria —cómodo pal- co— para mirar hacia el pasado. Todo sucede entre el viernes y el domingo, el sábado es el día de la libertad y la fantasía, de la desobediencia y la ignominia, es la oportunidad de crear —no hay tiempos ni compromisos—, de plantar cara al si- lencio, de aprender la honesta lección de Heidegger —“ser los buenos invitados de la vida”—, la ocasión de atisbar por un instante nuestra condición humana: suma de desesperación y esperanza, pero tam- bién de inevitables resignaciones —“no creo que volvamos a tener un Shakespeare, un Dante, un Goethe, un Mozart, un Mi- guel Ángel, un Beethoven”. No terminamos de imaginar cómo será el domingo y ya resulta más difícil tratar de acordar cómo y quiénes hemos de arri- bar a él —“¿habrá un domingo para el hombre?, no lo veo nada claro”, se la- menta el autor de Lenguaje y silencio. Bajo ese precepto la apuesta se reduce a dos cuestiones incomprensibles y misterio- sas: por un lado, la gran experiencia artís- tica, que está “más allá del bien y del mal” (“¿por qué la música —como las mate- máticas— no puede mentir?”, ¿por qué el lenguaje “lo permite todo”?); y por otro, la inevitable nostalgia de los titanes del pa- sado. Ante sendas disyuntivas mejor será evocar, para deleite de propios y extraños, las cuerdas palabras de un célebre escritor irlandés: hay que fracasar mejor. El largo día de G. Steiner Edgar Esquivel

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Page 1: El largo día de G. Steiner · Heidegger —“ser los buenos invitados de la vida”—, la ocasión de atisbar por un instante nuestra condición humana: suma de desesperación

RESEÑASY NOTAS | 105

Sabiduría y genialidad se empalman, enocasiones, en una sola metáfora, genuinae ilimitada, que bien puede ser una idea oalgo menos atemporal. No se trata en esecaso de un simple pase de formalidad —oresponsabilidad— en el ejercicio de pen-sar, como si fuese un hecho fortuito, o unaccidente que adolece de premeditación,es decir, la ausencia de errores. Sobre nues -tra época —ocurre en todas— esa con-densación de imaginarios e interpretacio -nes tiene voceros fulminantes e indómitosque elevan de forma contundente sus vi -siones y lamentos acerca de cómo y dón denos encontramos, y de qué manera trans -currimos en este tiempo. Pero tal vez todose reduce a un día, a la evocación de unosolo. Ya en Presencias reales George Steiner(París, 1929) precisó que ese día en parti-cular existe, al menos en Occidente, “delque ni la relación histórica, el mito o lasEscrituras dan cuenta. Se trata de un sába -do. Y se ha convertido en el día más largo”.Para la Cristiandad son tres los días en losque eclosiona un nuevo sentido de la exis -tencia, comprenden la Crucifixión —vier -nes— y la Resurrección —domingo—.Sin embargo, es una ausencia la que nosdetermina en función de razón y devo-ción —muerte e ilusión—, es decir, ¿quéocurre en ese sábado? “El nuestro es ellargo día del sábado”, y la espera se antojarisible, dramática.

En sus conversaciones con Laure Adler,que dan forma al libro Un largo sábado,Steiner reitera que en ese esquema de vier -nes, sábado y domingo, tomado del Nue -vo Testamento, yace la “incertidumbredel sábado en el que no sucede nada, en elque nada se mueve”. La sugestión de elloes poderosa e inabarcable, pues sinimportar el ámbito del conocimiento o

creencia se aduce un principio y un final,quedando un tanto al garete lo que hayen medio de esos extremos, un trayectoinmisericorde, sujeto a las convencionesdel deseo y la necesidad —sobrevivencia,angustia—, o a los extremos de la razón—locura, impiedad—. “El mesías no ven -drá y el sábado continuará”.

Al no haber un plazo determinado niuna extensión o forma precisas dentro deese dilatado día fatídico, puede entender - se que el “mientras tanto” —el ocio— dalugar a alternativas, a paliativos que nosconminan a evadir la espera de la utopíao el recuerdo forzado del comienzo: “to -da profecía es simplemente memoria acti -va, no se puede prever nada, solo mirar enel retrovisor de la historia y contarnos his -to rias sobre el futuro”, después de todocada quien vive su sábado como mejorle plazca. “Sábado de lo desconocido, dela esperan za sin garantías” que dota a laansiedad y la paciencia de rostros diver-tidos o grotescos; día de ambición, cóle-ra y sumisión.

La ciencia y las humanidades, por ejem -plo, no suelen mirarse de frente, quizá seamás tolerable el roce de sus espaldas, tó -mese en cuenta que la primera observa ha -cia delante (es el futuro), y en la segundala gavia, de origen, está volteada, ofrecien -do la posición contraria —cómodo pal -co— para mirar hacia el pasado. Todosucede entre el viernes y el domingo, elsábado es el día de la libertad y la fantasía,de la desobediencia y la ignominia, es laoportunidad de crear —no hay tiemposni compromisos—, de plantar cara al si -lencio, de aprender la honesta lección deHeidegger —“ser los buenos invitadosde la vida”—, la ocasión de atisbar por uninstante nuestra condición humana: suma

de desesperación y esperanza, pero tam-bién de inevitables resignaciones —“nocreo que volvamos a tener un Shakespeare,un Dante, un Goethe, un Mozart, un Mi -guel Ángel, un Beethoven”.

No terminamos de imaginar cómo seráel domingo y ya resulta más difícil tratarde acordar cómo y quiénes hemos de arri -bar a él —“¿habrá un domingo para elhombre?, no lo veo nada claro”, se la -menta el autor de Lenguaje y silencio. Bajoese precepto la apuesta se reduce a doscuestiones incomprensibles y misterio-sas: por un lado, la gran experiencia artís-tica, que está “más allá del bien y del mal”(“¿por qué la música —como las mate-máticas— no puede mentir?”, ¿por qué ellenguaje “lo permite todo”?); y por otro,la inevitable nostalgia de los titanes del pa -sado. Ante sendas disyuntivas mejor seráevocar, para deleite de propios y extraños,las cuerdas palabras de un célebre escritorirlandés: hay que fracasar mejor.

El largo día de G. SteinerEdgar Esquivel