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El lado oscuro del cuento Víctor Morata Cortado

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El lado oscuro del cuento

Víctor Morata Cortado

¿A QUÉ PRECIO?

- ¿Cuánto vale un hombre?

- ¿Cuánto estarías dispuesto a pagar por él?

- ¿Y una mujer?

- ¿Cuánto crees que cuesta?

- ¿Y un alma? ¿Cuánto vale un alma?

- ¿Piensas que tiene precio?

- Bueno, ¿y una mentira?

- ¿Quieres que te mienta?

- ¡Basta ya! He empezado a preguntar yo. Tengo derecho a alguna respuesta,

¿no crees?

- No.

- Bueno, entonces contéstame sólo una... ¿a qué precio está el amor?

- ¿Qué es eso?

- ¿No sabes lo que es el amor?

- No. ¿Se come?

- No.

- Entonces... ¿se bebe?

- No.

- Pues entonces, ¿para qué sirve?

- Bueno, realmente no sirve para nada. Pero la gente que lo tiene disfruta

mucho más la vida. Dicen que es algo maravilloso. ¿De verdad que no lo has

visto nunca?

- No. ¿Cómo es?

- Yo una vez vi un poco de amor... todos giraban en torno a él. Estaban como

locos... poseídos... no creo que aquella gente fuera realmente así. ¿Sabes? El

amor te cambia, te transforma...

- Ahá.

- Pero a veces el cambio no es muy positivo. La locura no siempre es buena

compañera... sobre todo cuando se convierte en desesperación. Yo he visto

morir gente por esa cosa, hacer cosas insospechables e inimaginables, y al

final... nada. Sólo huesos.

- ¿Y cuánto vale? ¿Crees que tendría bastante con estas monedas?

- No lo sé. Esa pregunta te la hice yo antes y demostraste ser más ignorante

que yo. Aunque... últimamente el amor ya no es lo que era. Ha cambiado,

siempre va cambiando y te lo puedes encontrar de mil formas y colores... y te

engaña, y te rompe... te destroza el corazón.

- ¿Ah sí?

- Bueno, eso es lo que dice la gente...

- ¿Y qué formas tiene?

- La que tú le quieras dar... un huracán, un torbellino, un monstruo, un hada,

un sátiro, una rata, un brujo, un bufón, un volcán, una mujer...

- ¿Y cómo sabes que está ahí?

- Simplemente lo sabes. Cuando está ahí... él te lo dice y te desafía: aquí estoy,

dispuesto a hacerte sufrir, a hacerte llorar y reír... cógeme si puedes.

Juguemos un rato... toda la vida es un juego para el amor...

- Pues ya no sé si quiero pagar por él. No merece la pena. ¿No crees?

- No sé, yo nunca he tenido un poco de amor entre mis manos...

- Bueno, ¿y cuánto vale el dinero?

- ¿De cuánto tiempo dispones para gastarlo y disfrutarlo?

- ¿Y La Luna? ¿Cuánto vale La Luna?

- ¿Acaso crees que la noche la dejaría escapar?

- ¿Y el Sol?

- ¿Cuánto crees que durarías entre sus brazos?

- ¿Y las estrellas?

- Menos que el amor... mucho menos...

ÁNGEL

Desde aquí arriba todo se ve estupendamente. Pero no sé exactamente hacia

donde voy. El camino es largo y dudo que mis alas sean capaces de batirse eternamente.

Ahora no puedo parar, cruzando el Pacífico es imposible detenerse, caer al agua es

como suicidarse. Se baten lentamente, de vez en cuando aprovecho la condición del aire

y planeo cuando me encuentro a suficiente altura, con cuidado de no estrellarme contra

la superficie acuosa. Remonto y vuelvo a planear, un gran ahorro de energía

significativo en el proceso de este viaje. Cuando salí del Edén hace tres días, no podía

imaginar el descomunal esfuerzo que me iba a costar llegar a mi destino. Desde que salí

de allí no he dejado de volar, parando únicamente para reponerme y descansar escasos

minutos mis alas. Llevo un mensaje de importante valor y no sé quien es el destinatario.

Sé que es de relevante importancia y no sé qué es realmente relevante. Sé que el

mensaje ha de ser entregado de manos de un ángel a un mortal humano que me espera y

no sé cómo será el encuentro si ambos jamás hemos cruzado nuestras vidas ni nuestros

sueños. Se supone que un ángel ha de saber muchas cosas que el resto de seres que

moran en vecindad y carecen de inmortalidad desconocen, pero quien domina esas

reglas a veces desconoce su propia historia, su propio origen es una incógnita para él.

En numerosas ocasiones él mismo habla y cuenta de cómo cree que no existe más que

en el corazón o la mente de algunos seres mortales y en aquel sitio que llaman Paraíso.

Él sabe que no es así. Sabe que está presente en cada lugar y momento, incluso aquel

que niega su existencia la confirma con el sólo hecho de negarla. Aquel que no cree y

sin embargo adora al Diablo también hace implícita su existencia, ya que sin el Mal no

existiría el Bien. No obstante, esta es una visión muy humana y como tal errónea. Del

Paraíso al Infierno solamente hay una delgada puerta que los separa, yo he visto a Dios

y a Satanás tomarse las copas juntos en el bar del Purgatorio. Y charlan y deciden quien

irá a cada lugar en la próxima recogida. Hablan con la Muerte y divagan, a veces se

juegan a las cartas el destino de cada humano. Realmente les importa poco allá cuanto

duremos acá. Yo antes de ser Ángel fui humano, tuve suerte de poder elegir, pero no por

ello dejé de formar parte de ese juego. Mi ocupación ahora es la de mensajero de Dios,

pero quién necesita comunicarse con él lo ignoro, cada día que pasa pierde un punto de

credibilidad en este mundo y nacen diez mil nuevos oponentes aspirantes a dioses o

demonios, ninguna fuerza es capaz de imbuirles a creer lo contrario, ellos son los que

libremente pueden decidir su propia vida en la medida en que sus limitaciones se lo

permiten, pero al fin y al cabo son ellos los dirigentes de sus propios actos y son ellos

mismos los que acatan dolidos o agraciados sus consecuencias. Y allí están los dos, en

el Purgatorio, fumando y bebiendo, riendo y charlando, bromeando... No tiene gracia,

de verdad que no la tiene.

Pero en fin, aquí estoy, rumbo a un destino desconocido. No sé que puede ser tan

importante como para que Dios huya de ser presentado ante un humano. Ya diviso el

lugar de mi aterrizaje final, pronto quitaré de mi espalda el peso de este pergamino y

volveré a batir mis alas al abrigo de las estrellas. Creo que ya veo al tipo que debe leer

la palabra de Dios, es un hombre de unos treinta años, la edad que tenía yo cuando

abandoné el mundo de los mortales, era esbelto, guapo, con una vida estupenda y

adorado por las mujeres. Ahora todo eso se acabó, pero vive en mi memoria y eso es lo

que me consume, Dios estaba tan ocupado con sus cosas que ni siquiera se dignó a

eliminar la memoria que me atormenta del mundo que habitaba antaño. Me siento

culpable por haber muerto tan joven, sin haber vivido lo suficiente, sin haber encontrado

el amor, sin haber hecho nada de provecho, sólo pudrirme de dinero, un dinero que

tampoco era mío por mi esfuerzo y mi sudor sino por mi herencia de hijo único de

familia rica. No he podido darme cuenta de nada, ni de lo que merece la pena, ni de lo

que no, he estado nadando treinta años ahí abajo en la mierda y ahora, desde aquí arriba

nada es como lo veía, mis ojos de ángel han abierto mi mente y todo es tan claro que

soy prisionero de mis remordimientos.

Desciendo poco a poco, el personaje está distraído y no se ha percatado aún de

mi presencia. Está de espaldas, una gabardina negra le cubre hasta las rodillas y un

sombrero oculta su cara a medias, antes de volverse al escuchar los pies del ángel

enfrentándose al suelo tras de sí, tira la colilla de un cigarro y la apaga con la bota. Hay

algo que le resulta familiar, no consigue adivinar qué es. Ahora los dos, hombre y ángel,

se encuentran con las miradas enfrentadas y, en silencio, el hombre alarga la mano y

recibe el mensaje. Desliza la cinta y estira el papel. Lee. Ángel espera el fin de la lectura

y la confirmación del mensaje. El hombre termina y mira sonriente al ser alado. Le

tiende el papel viejo y ángel lee:

Feliz cumpleaños Ángel de mi vida, disfruta de una nueva estancia en el mundo

que antaño abandonaste sin voluntad en este cuerpo que yo, tu Dios, te ofrezco. Haz un

buen uso de él, pues no habrá otra oportunidad. Has sido un buen mensajero, cuando

vuelvas ya hablaremos.

Dios

BAJO EL PUENTE

Se había acabado, mi matrimonio quedó concluido esa misma tarde. Él salió

airoso del asunto del divorcio y se llevó una buena parte de mi fortuna, jamás lo hubiera

pensado. Cuando nos conocimos todo era maravilloso y duró así mucho tiempo. Creía

que había llegado a conocerle y que nos entendíamos, pero él quería un hijo y yo no

podía dárselo. Era tan orgulloso que ni siquiera aceptaba uno adoptado. Aún tengo

fresco en mi memoria el recuerdo de aquella tarde y de lo que hice después, no quería

llorar, al menos no delante de él. Salí de la sala, mientras Dani aún celebraba su victoria

con el abogado. Había dejado el coche en la puerta, pero pasé de él. Empecé a caminar

sin saber hacia donde, con la cabeza llena de frustración y desasosiego, la tarde dio paso

a la noche, ésta caía fría. Me arropé con mis brazos y seguí caminando, ahora por

inercia, con la mirada perdida en el vacío. Pasé por el puente de piedra que unía las dos

partes de la ciudad, yo acababa de dejar la más nueva y al fondo, frente a mí, se veía la

antigua. No acabé de cruzarlo, me asomé lentamente y la quietud se apoderó de mí

mientras miraba aquellas escasas aguas turbias. Me acerqué más... pronto me descubrí

subida en la vieja piedra mirando hacía abajo e inclinándome cada vez más, el puente

estaba perdiendo su atracción y casi me dejaba volar hacia abajo. De pronto, un sonido

me sacó de mi abstracción y el puente me atrajo firmemente contra él. El llanto de un

niño... fui corriendo, desde luego, esperando encontrar a su madre con él. Busqué por

todos lados y al final di con la criatura, estaba bajo el puente, envuelto por completo en

una sábana blanca, parecía no tener más que unos días por el peso y el tamaño. Lo

desenvolví con cuidado y casi se me escurre de entre los brazos al gritar. Era... horrible,

apenas parecía humano. No obstante, aquel fue desde entonces el hijo que nunca pude

tener. Desde aquel día el niño fue creciendo en mi regazo, oculto a la luz pública. Mi

vida había dado un gran giro en tan sólo un día.

Los primeros meses fueron los más duros, no podía dejarlo sólo y tampoco podía

dejarlo a cargo de nadie, así que estuve todo el tiempo encerrada en casa. Sin trabajar,

sin salir a la calle, sin dar apenas señales de vida. Pero no importaba, el dinero me

sobraba y no vi mejor manera que esa de gastarlo. El niño fue creciendo y a la edad de

dos años aún no sabía articular palabra. Parecía un animal. Cuando quería comer

enseñaba los afilados dientes que le habían brotado y se llevaba la mano a la boca.

Cuando tenía sed juntaba los labios y pasaba su puntiaguda lengua produciendo ruidito

continuo. Cuando tenía sueño se arrastraba sin que me diera cuenta hasta mi cama. De

vez en cuando sacaba la lengua para indicar que estaba contento o agachaba la cabeza

para expresar descontento o tristeza. Entonces decidí enseñarle a hablar poco a poco,

tampoco podría enviarle al colegio y tarde o temprano acabaría enseñándole a escribir

también. Empezó con el abecedario...

El niño aprendía rápido. En dos semanas ya sabía el abecedario y su correcta

pronunciación, ahora empezaría con la unión de letras y luego la formación de palabras.

Al niño parecía que le gustaba aquello, de vez en cuando reía y se pasaba la lengua por

los colmillos y ella ya empezaba a experimentar lo que siente una madre hacía su hijo.

Ella notaba los ojitos con los que le miraba su pequeño, tan tiernos y expresivos...

parecía que tuviera una inteligencia escondida delatada únicamente por aquellos ojos de

un color burdeos intenso y penetrante. A la vez, Ana cada vez lo veía más inquieto. Ella

suponía que era la edad, el niño aprendía cosas nuevas cada día y ya empezaba a

relacionar palabras, pero aún no sabía coordinarlas en una frase coherentemente. Tenía

fijación por una palabra: eso disito. Ana le preguntaba en versión infantil que qué

significaba esa palabra y él sonreía y la volvía a repetir una y otra vez. Ana no le dio

importancia, los niños suelen inventarse palabras o hacer construcciones verbales

indescifrables, únicamente válidas para ellos. Pasaron los días, las semanas, los meses...

el niño había crecido en tres años el equivalente a uno de ocho o diez y había adquirido

mucha fuerza. Ana ahora podía salir con más frecuencia y dejar al niño solo, pero ya no

le gustaba la calle y apenas se le veía fuera de su casa. Un día sorprendió a su hijo en la

cocina hurgando en cajones y armarios, había cogido un cuchillo de partir carne brillo

bonito dijo y se abalanzó sobre Ana, la agarró del cuello y atravesó su cabeza hasta

llegar a la nuez. Ana se desplomó contra el suelo con el niño aún encima. Éste empezó a

reír y a mirarla con aquellos ojos que tanto maternalismo transmitieran a Ana meses

atrás. Entonces el ser sacó el cuchillo y metió las manos en la brecha. Tiró hacia u lado

y otro hasta abrir un agujero algo mayor y extrajo la masa encefálica. Luego se la comió

lentamente y al acabar dijo: sesos, exquisitos.

CUCARACHAS ENOJADAS

La habitación estaba en penumbra. Había un extraño efecto de claroscuro. El

cuadro lo formaban dos hombres de casi dos metros de altura y otro pequeño hombre,

algo desaliñado, bajo regordete y con bigote, el pelo alborotado y sin rumbo fijo. Los

dos hombres, de complexión muy robusta, eran bastante fornidos, se encontraban

desnudos frente al tercero, éste último estaba inmóvil, con la boca y los ojos muy

abiertos, parecía haber visto un fantasma... no tendría más de cuarenta, pero la vida lo

había hecho más viejo de lo que realmente era. Los dos hombres altos tenían una

cicatriz enorme que abarcaba desde la cabeza hasta la pelvis, no tenían aparato

reproductor y su piel parecía algún extraño tipo de látex. Entonces, envueltos en

sombras, uno de los hombres, el que estaba situado a la derecha, introdujo las manos en

su cicatriz a la altura del pecho y empezó a estirar a ambos lados dejando al descubierto

su verdadera identidad. La falsa piel cayó silenciosamente a sus pies. Era... era como

una cucaracha gigante, realmente era asqueroso, tenía, no obstante, rasgos humanos. Su

verdadera piel tenía el aspecto de un caparazón de absoluta e impenetrable rigidez. Era

de color oscuro parduzco y parecía estar recubierto de una especie de baba. Tenía un par

de alas replegadas a la espalda y la “cara” se componía de unas mandíbulas, unos

enormes ojos que parecían pedunculados y dos pares de antenas, unas más largas que

otras. Estas no dejaban de moverse. El pequeño hombre seguía quieto, parecía

hipnotizado, quizá lo estuviese, o quizás estuviese paralizado, si las arañas podían

hacerlo con sus presas por qué no iban a poder aquellos seres mostrar una habilidad tan

innata y natural de caza. Era evidente que aquel hombre, elegido seguramente al azar,

iba a ser presa, de hecho ya lo era, de aquellos bichos.

El individuo que se había separado de su piel, esta vez se volvió a abrir en dos,

parecía una carcasa... el otro ser cogió entonces al hombre y lo tumbó boca abajo en una

mesa. Entonces, aquel que se había vuelto a abrir se elevó en el aire con un pequeño,

casi imperceptible, movimiento de sus alas y se situó en la misma posición que el

hombre, suspendido a unos dos palmos por encima de él. Luego empezó a descender

sobre él lentamente hasta haberlo engullido corporalmente por completo. Ahora se

levantó y la brecha se cerró rápidamente con el hombre en su interior. A través de los

orificios que presentaba aquel ser se podían ver algunos de los rasgos humanos del

capturado. Sus ojos, su boca y la punta de la nariz... El bicho tomó total posesión del

humano y se podía apreciar como cualquier gesto ejecutado por éste, era imitado en su

interior por el humano. Quizá aquel fuese su alimento y lo consumía poco a poco, pero

de lo que no cabría duda era de que aquel sería su nuevo disfraz ante el resto del mundo,

pues ahora empezaba a metamorfosearse sigilosamente. Ambos se vistieron y salieron

del lugar, la casa de la víctima.

Manu estaba a punto de llegar a su casa en el barquito que se había construido.

Manu era un niño de unos cuatro o cinco años, pero tenía una gran capacidad. Ahora

tenía ganas de ver a su padre, el cual estaría esperándole en casa. Manu navegaba entre

los prominentes obstáculos que emergían estáticos de aquel mar, extraño a los ojos de

cualquier otro que no fuera de aquel tiempo, tenía una transparencia absoluta a pesar de

su profundidad. Y poseía un color azul eléctrico muy brillante, era precioso. De hecho,

era el único mundo que se conocía en mucho tiempo. Tenía algo mágico... Ya estaba

llegando a su casa, la veía cada vez más cerca y eso le reconfortaba, ya estaba

empezando a anochecer y sus padres ya le habían advertido que antes de que eso

sucediese debía estar de vuelta. Por fin llegó. Allí estaba, su hogar, erigido

asombrosamente sobre el agua, sin ningún sustento sólido bajo esta. Era increíble, pero

no ya para aquella gente que ya estaba acostumbrada. Dejó el barco frente a la puerta y

dio un pequeño salto hacia el porche, no era necesario atar el pequeño navío y lo dejó

despreocupado allí mismo. Ahora lo que más le urgía era ver a su padre que había

vuelto a casa tras un largo viaje, además, su madre ya estaba preparando la cena y tenía

hambre. Cuando vio al padre, se lanzó en un saltó sobre él, rodeándole fuertemente con

sus pequeños brazos, a lo que el padre correspondió gratamente. Enseguida, Manu subió

a su habitación y aprovechó también para lavarse las manos. Mientras lo hacía, llamaron

a la puerta. Manu oyó como los pasos de su padre se acercaban a ésta y como giraba el

pomo. También oyó la escasa conversación entre el padre y uno de los visitantes,

dedujo que eran varios por la conversación:

- Hola, ¿puedo ayudarles en algo? – Dijo el padre al abrir la puerta. Había dos

individuos plantados en el porche de su casa. Vestían ropa oscura, ambos con

gabardina, negra...

- Claro que sí... – uno de ellos lanzó una sonrisa y ambos se adentraron en la

casa.

El padre de Manu no tuvo tiempo de alertar a su familia, uno de aquellos

hombres le había cogido por el pescuezo y tapado la boca. Llevaban guantes de cuero.

Parecían asesinos a sueldo. Siguieron avanzando. Manu no se había percatado del

peligro hasta que oyó a su madre gritar desde la cocina. Debía huir, si no también le

cogerían a él. Siguió subiendo hasta el desván. Éste tenía una pequeña ventana lateral,

era estrecha, pero Manu cabría perfectamente por ella. Luego se lanzaría al agua y la

magia de ésta le pondría a salvo, confiaba en que fuera así.

Cuando ya estaba deslizándose por el hueco de la ventana, la voz de su padre le

llamó la atención...

- Manu, ¿qué haces hijo mío? – Dijo con un tono lánguido y descansado.

- Papá, esos hombres... – el niño estaba asustado, estaba hablando con su

padre, pero no creía conocerle. Tenía su cuerpo, su voz, pero aquel no era su

papá... Mamá acababa de aparecer y se había colocado junto a su padre, se

comportaba también muy raro...

- Hazle caso a tu padre Manu, ¿no querrás hacerle enfadar, verdad? – Y sonrió

extrañamente mientras miraba a su marido.

- Pero... yo te oí gritar... – Manu estaba muy confuso y sólo tenía que soltar

sus brazos para caer al agua.

- No pasa nada, hijo – increpó el padre – esos hombres ya se han ido y tu

madre está bien, mírala. Anda ahora ven... – alargó los brazos esperando que

Manu pasase de nuevo al desván, pero éste no se inmutó.

- ¡NO! ¡Vosotros no sois mis padres! – Gritó y aquellas personas intentaron

contener su furia. No podían dejar que el pequeño se saliese con la suya.

Manu miró al agua cada vez más convencido de lo que iba y tenía que hacer.

- Maldito niño... – dijo uno de ellos entre dientes esperando no ser oído por

éste.

Manu estaba decidido, justo en el momento en que sus falsos padres se

abalanzaron sobre él, éste saltó al vacío y no pudo evitar oír los gritos de desesperación

de aquellos al ver fallido su propósito. Se asomaron por el pequeño ventanuco y vieron

como Manu era engullido por el mar, desapareció. Pero antes de desvanecerse y

hundirse en el agua, cuando Manu miró hacia arriba, quedó horrorizado al ver las

cabezas de dos enormes cucarachas echando espuma por la boca. Que se hubiese

escapado les cabreó, pero no podía dejar que la muerte de sus padres quedase así, algún

día volvería a dar con ellas y daría la cara, pero ahora debía prepararse, el futuro

depararía su venganza, su cruenta venganza. Y el mar fue su abrigo y las olas sus

hermanas, y los peces sus amigos y la flora marina su jardín... no tardarían en saber de

él.

DESHUMANIZACIÓN

(LA PIEL DEL INSECTO)

Estábamos todos aterrados. Había gente con aspecto humano entre nosotros,

pero no eran humanos. Se movían, hablaban, vestían... como nosotros, pero eran muy

diferentes en su interior. No creo que ni siquiera pensaran como nosotros. Se habían

adueñado de la casa y de nuestras vidas. No podíamos salir de allí, dos de ellos

guardaban cada una de las salidas. Habría unos siete u ocho. Éramos más que ellos, pero

ellos eran mucho más fuertes. Tenían una fuerza extraordinaria, suprema... y una

inteligencia precisa, pero extraña. Nos tenían presos y nos obligaban a hacer todo el

trabajo sucio, entre otras cosas limpiar los deshechos humanos que habían sido nuestros

compañeros y cavar. Nos utilizaban como reserva alimenticia y poco a poco íbamos

cayendo en sus fauces. Yo, una vez limpié uno de aquellos cadáveres, apenas quedaba

otra cosa que huesos. Algún trozo de piel o carne, e incluso algún trocito de víscera...

Observé que también estaba cubierto por una especie de baba semitransparente de color

verde suave... asqueroso. Y todos sabíamos que nos iba a llegar la hora. Solían comer

cada tres o cuatro días y eso nos daba algún tiempo más para idear una estrategia de

huida, para escapar y gritar al mundo lo que estaba pasando. Aquello me recordaba a la

famosa película de “La invasión de los ultracuerpos” o su posterior versión “Los

ladrones de cuerpos”. Ya habíamos visto a alguno de ellos con la piel de varios de

nuestros compañeros muertos. Un bonito traje. Teníamos sabido que a algunos no los

mataban sino que introducían sus huevos en el interior y, cuando eclosionaban, estos

empezaban a comer desde dentro hacia fuera. Aquello era peor aún que cualquiera de

las más crueles torturas. Algunos insectos como la avispa icneumón lo hacen. Buscan

un huésped y depositan sus huevos en él. Una sensación horrible. Saber que vas a morir

y de una forma tan espantosa...

Recuerdo la noche en la que invadieron la casa... todos estábamos totalmente

desprevenidos, una fiesta, varios amigos... Entraron, sellaron puertas y ventanas, todas

las salidas, y nos amenazaron. En aquel momento no sabíamos que de todas formas

íbamos a morir. Pensamos que era un secuestro como cualquier otro y ya era algo que

nos atemorizaba. Pero luego... luego fuimos descubriendo la verdadera identidad de

cada uno de ellos. Una pesadilla. No nos dieron explicaciones. Los nuestros pronto

empezaron a morir, a desaparecer, cada tres días, cuatro si no tenían demasiada hambre

nuestros raptores. Habían muerto seis personas ya y habían pasado unas tres semanas

desde que llegaron. No obstante, nos mantenían alimentados, enriquecidos... para

constituir un buen alimento. Tenían que cuidar su comida. Nos engordaban. De vez en

cuando salía alguno al exterior, nadie se percataba de su falsa humanidad bajo aquella

piel, y nos proveía. Otras veces venía de vacío, quizás hubiese más allá fuera... más

como ellos y más como nosotros, en nuestra misma situación.

Entre ellos había uno, supusimos que el líder, que organizaba todo y daba

órdenes, debidamente cumplidas por sus “súbditos”. Había un vínculo especial entre

ellos. Uno de los nuestros, en un intento desesperado, se lanzó sobre uno de ellos en un

ataque frontal. No le hizo nada. En cambio, un fino hilo de líquido verde surgió del

“oído” del líder. Sospechoso. Aquel héroe fue su próxima comida.

Entre todo lo que les obligaban a hacer, el líder les había otorgado pico y pala a

algunos de los secuestrados para excavar en el sótano. Túneles. Pero ¿hacia dónde?

Aquello era muy extraño. Quizá eran túneles de conexión... no lo sabían. No sabían

nada. Estaban sumidos en una gran incógnita. Algunos jamás encontrarían la respuesta.

Aquellos seres parecían inmunes, se recuperaban a una velocidad vertiginosa. El

jefe nos hizo una advertencia muy objetiva. No podíamos hacer nada contra él. Aquel

día llamó a uno de los suyos y le puso una pistola en las manos, éste disparó hasta

vaciar el cargador, sólo heridas en la piel. Luego tomó un lanzallamas y apuntó al líder,

un chorro de fuego lo baño de pies a cabeza. Tendría que cambiar de piel, dijo

irónicamente. Lanzaron luego cuchillos sobre su cuerpo y se los quitó pasivamente... No

había forma de acabar con aquel ser, con todos aquellos seres... Sin embargo, había algo

raro, algo que no cuadraba. Les habían hecho poner el sistema de calefacción al

máximo. El calor les daba energía. Cuanto más calor hacía, más rápidos y fuertes eran.

Con ayuda de dos de mis compañeros conseguí encontrar una salida. Una

abertura en la parte superior del servicio. Nunca me había percatado de ella, claro que,

nunca había necesitado saber que estaba allí. No escapó. Sólo quería saber por donde

podrían huir todos en el momento preciso. Tenía la sensación de que todo el poder de

aquellos seres radicaba en el calor y que se centraba en la figura de su líder. Así que

decidió ir a por él le costase lo que le costase. Aquella salida la reservaría para que

escapasen sus compañeros si no conseguía acabar con aquel ser. Si conseguía eliminarlo

podrían salir por la puerta grande (la principal) como los toreros.

Calor... pensé. En la cocina había una gran cámara frigorífica, tenía la carnicería

en casa, salía mucho más rentable. Me dirigí hacia allí. El líder estaba mirando a través

de la cortinilla que había sobre el fregadero. Me acerqué a la puerta de la cámara y

agarré el tirador. Él se volvió y me lanzó una amenazante mirada. Me armé de valor y

hablé:

-¡Vas a morir! ¡Todos vais a morir!

En ese momento se lanzó hacia mí a una velocidad sorprendente. Por suerte, yo

fui más rápido. Abrí la puerta y se estrelló contra el metal. Aturdido por el golpe y el

frío aproveché para golpearle. Abandonó la piel y se introdujo dentro de la cámara. Una

masa globosa, gelatinosa de color verde, rebotando por cada rincón de la cámara, me

recordó a esa nueva película, Flubber... creo que se llama. Aparté la piel y cerré la

puerta antes de que pudiese volver a salir. No tardé en dejar de oír los golpes contra las

paredes. ¿Habría muerto? No quise comprobarlo, ahora debíamos huir. Reuní a mis

compañeros. El resto de los seres, según me habían dicho, cayeron retorciéndose de un

lado a otro. Mis sospechas habían resultado ciertas, bastaba con eliminar al líder, él era

el centro... Dos de los nuestros estaban apoyados en la pared, vomitando algo verde.

Eran huéspedes de aquellos malditos huevos. Estos ya no nacerían, también habían

muerto. Ahora esperaban que al otro lado de la puerta todo fuese distinto. Respiraron

profundamente y abrieron la puerta principal. Miles de seres rodeaban la casa y

avanzaban hacia nosotros, rabiosos, hambrientos... Gritaban: ¡¡COMIDA, COMIDA...!!.

Ahora pagaríamos la muerte de sus colegas sirviendo de suculento plato para aquellos

horribles y espeluznantes seres...

Se acercan. Rompen puertas y ventanas, antes fuertemente selladas. Se despojan

de sus pieles y atacan a diestro y siniestro, por todos lados, la huida es inútil. Un grito se

pierde... cientos de vidas humanas...

Aún sigo consciente después de todo y por eso puedo contar esto, quizá quede

constancia de nuestra existencia, de nuestra humanidad, en un futuro, aunque sea muy

lejano. No tardarán en encontrarme en el fondo de este túnel, enterraré el manuscrito, ya

siento como se deslizan hacia aquí, están muy cerca...

DOS PALABRAS

Érase una vez una tierra muy lejana, inexistente en el plano físico y empapada de

realidad. Una tierra en la que habitaban todos los sentimientos y todas las emociones.

No sólo estaba lejos en lo relativo a la distancia, sino también en lo referente al tiempo.

Había una gran distancia de espacio – tiempo. Quién sabe si antes o después de la

ocupación de los humanos en La Tierra o más o menos cerca de ésta, pero tenía cierto

parecido con su belleza potencial.

En este mundo emocional todo era armonía. Y paz. Quizá sea esto lo que

marque realmente el tiempo de evolución de La Tierra de los humanos. Pero este

equilibrio pronto se vería corrompido.

Había dos hermanos, gemelos de sentimiento, que habitaban en este mundo.

Ambos, hermanos no en el significado consanguíneo que nosotros conocemos sino

espiritual, vivían el uno del otro y eran inseparables. Un día, La Tierra de los humanos,

el planeta azul por naturaleza, empezó a “evolucionar” y, con ella, el raciocinio y los

sentimientos se iniciaron en un cambio y el Señor de aquel etéreo mundo se vio

obligado a mirar hacia su perfecto mundo. Los sentimientos se transformaban por

momentos y observó que los dos hermanos comenzaban a retar su grandeza el uno al

otro. Todo estaba sumido en una gran metamorfosis, así que, dicho Señor, convirtió los

sentimientos y emociones en palabras y dotó de un plano físico a su mundo y lo llamó

Verba, y así, vivieron en una forma gráfica. Y los dos hermanos también sufrieron la

transformación y padecieron el destino de ser dos palabras dependientes pero

enfrentadas. Amor y Odio se definieron en la posterior escritura y, puesto que,

hermanos gemelos eran, cuando uno no está presente, el otro ocupa su lugar. Y, al fin y

al cabo, dos palabras fueron para siempre, por los tiempos de los tiempos.

EL CÍRCULO

Solían quedar allí, en el Valle de los Enebros. Eran cinco, un número, para ellos,

mágico. Se reunían de forma especial cada ciclo lunar, cada veintiocho días

aproximadamente. Entonces comenzaban su ritual. Eran algo parecido a brujos, pero

con la particularidad de que sus dotes eran naturales, los cinco eran herederos de un

gran poder, el mismo que les había unido. Uno de ellos, Jose, era el “líder” de aquel

grupo, decisión que se tomó sobre la base de sus poderes. Éste también había sido

proclamado así por ser el séptimo hijo de un séptimo hijo. La mayoría de los

participantes habían descubierto y perfeccionado su magia gracias al poder que

emanaba aquella unión. Además de Jose, también estaban Ramón, Luís, Sergio y

Adrián. Era un grupo totalmente masculino, no había cabida para las chicas, no por

desprecio, sino por escasez de aficionadas al tema. Ya llevaban un buen tiempo

haciendo aquellas reuniones, practicando aquella magia en secreto. Eran unos rituales

muy particulares que precisaban la presencia de los cinco para poder ejercer sobre la

materia de una forma notable. El ritual comenzaba con unas pequeñas oraciones al

Señor del Mal, en algunos casos rindiéndole pleitesía; proseguía con una extraña danza

que daba paso a la manipulación de los elementos, creando pequeñas tormentas,

terremotos, alteraciones del terreno... ; a continuación liberaban sus cuellos a la noche y

se poseían unos a otros, daban su sangre y recibían la de los demás, entrando en un

estado de inconsciencia parcial. Con esto terminaba el ritual, con esto se despedían

hasta el próximo ciclo lunar. La Luna era su único confidente y bajo ella expresaban sus

deseos, objetivos y pensamientos más profundos. Como aliada tenían a la noche, madre

de sus vidas y vida de sus días, ninguno de ellos era visto sin el arrope del gran manto

negro. Puede que pasaran desapercibidos, que no se les notase, pero no podían renunciar

a lo que eran: Vampiros. No es cierto que no puedan ver la luz del Sol, únicamente les

resulta molesta y prefieren la noche, les da más vitalidad. No temen al ajo, ni a los

crucifijos, ni al agua bendita... son partícipes de otra religión, simplemente. Cada uno

goza de su modesto trabajo, ya sea en la recepción de un hotel, de guardia de seguridad

en algún cementerio de coches o en cualquier pub de la zona. Lo que sí es cierto es que

se alimentan de sangre y prefieren la humana. Ese era el motivo que les había reunido

esa noche en el Valle de los Enebros. Un festín. Ya tenían seleccionadas las presas, y se

disponían a darles caza. No eran escrupulosos y, aunque preferían la sangre femenina,

según ellos más dulce, no le hacían ascos a los hombres, en algunos casos su sangre era

muy sabrosa y colmaba con más intensidad su apetito. Era cierto que, como ellos,

habían algunos más en el pueblo y en todo el mundo, pero aquel círculo sólo lo

ocupaban ellos y no dejaban entrar a nadie, ellos eran especiales.

Se prepararon para la caza, esta noche no tenían ganas de correr demasiado y

habían buscado un blanco fácil, era un grupo de jóvenes de entre dieciocho y

veintitantos años que solían quedar en el pub donde trabajaba Adrián, eran puntuales y

cada dos semanas Adrián los había visto y estudiado uno a uno. Como iban llegando

lentamente y se sentaban tras pedir su consumición, cuando lo hacían en una de las

mesas de arriba. Sergio había conseguido adentrarse en este grupillo y él sería quien

conduciría los corderitos a las fauces del lobo. Estaba todo preparado, Adrián ya estaba

en la barra y Sergio había quedado a las diez, llegaría media hora tarde como siempre...

los demás, incluido Jose esperaban en el parque del pueblo más próximo al lugar, no les

daría tiempo ni a respirar y no sospechaban nada. Sonó el reloj, era la hora. Diez y

media en punto, Sergio entra por la puerta, echa una leve mirada acompañada de una

aún más leve sonrisa a Adrián, saluda con la mano a sus víctimas y sube con un fajo de

papeles en la mano... el tiempo transcurre despacio, van a dar las doce, este es el

momento idóneo...

- Me voy, es tarde ¿alguien se viene... ? – Sergio sabe que no es necesario que

todos le digan que sí, sólo con tres se conforma, habrá para todos...

- Yo. Mañana tengo que trabajar... – Antonio, es el primero en apuntarse a su

último viaje.

- Venga, yo también me voy, ¿me puedes acercar a casa... ? – Miguel, es el

segundo plato.

- Sí, claro. Me pilla de paso... – la boca se le va haciendo agua a Sergio.

- Yo también me voy contigo ¿vale? – Marina, exquisito postre, nada como

una dulce mujer para acabar el festín.

- Bueno, pues nos vemos... hasta luego. – Se despide Sergio. Acertadas sus

palabras, pues es el único que volverá. Así se ha decidido.

Los cuatro desaparecen por la puerta, suben al coche de Sergio y este se dirige

hacia el parque insinuando que tiene un par de litronas y no quiere que se le echen a

perder. Una excusa innecesaria por su parte, pero así evitará que su menú se ponga

nervioso. Adrián da el relevo a la chica que le sustituye en el pub y se dirige al

encuentro... el coche se para, silencio, bajan, se abalanzan sobre ellos, la sangre salpica

por todos lados, la cena está servida... Nadie, ni siquiera ellos, lo hubiese imaginado.

Antonio fue el primero y luego Marina... Sergio, horrorizado, intentó huir en vano. Los

demás, a excepción de Jose, cayeron en sus hambrientas fauces. Miguel no tardó en

animarse y unirse a aquella apoteósica culminación de su plan. Hacía semanas que

habían conseguido captar la atención de Sergio y le habían estudiado muy

detalladamente. Siempre llegaba tarde a sus reuniones en aquel bar, media hora, el

tiempo suficiente para concretar movimientos sin ser advertida su condición

sobrehumana. Devoradores de carne, devastadores de cementerios, necrófilos

empedernidos y sedientos de putrefacción... su coraza humana les protegía en el día de

las miradas ajenas, en la noche se despojaban de su capullo y las “mariposas” salían de

caza... alguna oveja descarriada, algún perro atropellado en la carretera, algún

noctámbulo gatito... o algún murciélago chupasangre... el último en ver la clara Luna

fue Sergio que sonriendo se dirigió a Antonio:

- Nos habéis cazado... cof, cof... os subestimamos... – y murió escupiendo lo

que tanto había deseado. Un charco rojo nació a su lado.

- Aún nos queda uno... – dijo Marina mientras Antonio y Miguel comían

- ...él nos traerá más. Su comida es buena. – Antonio dejó de saborear durante

unos segundos aquella ansiada cena para evocar el sentido del verdadero

círculo... – Guardadle algo, él lo merece más que nadie...

A la mañana siguiente no quedarían más que huesos y finos restos de carne

pegada a la estructura ósea. El rojo de la sangre regaría de vida los jardines de aquel

parque. Mientras las tres figuras volvían a sus corazas humanas y se escondían en su

eterno cubil, se ocultarían... hasta que Jose les volviese a suministrar alimento.

EL CUERNO DE GÖRK

- Görk, ¡despierta! – Sonó una voz estruendosa y ronca sobre el oído de

Görk...

- ¡Aargh! – Görk despertó sobresaltado, los ojos desorbitados bailaban dentro

de sus cuencas. Las manos de su progenitora se acercaron intentando

acariciar su rostro, pero éste se apartó, aún ausente y perdido en la horrible

pesadilla que minutos antes le atormentaba...

- Tranquilo, era una pesadilla... – intentó calmarlo. Su respiración consiguió

estabilizarse y, de un ronroneo jadeante, pasó a un dulce susurro...

- Pero era tan real... no puede ser, no es posible... – Ahora su mirada,

incontrolada hasta hace un momento, se había truncado por otra de angustia

e incomprensión al tiempo...

- Vale ya, mi pequeño. Sólo son pesadillas. – Pero ella sabía que no era así,

calló.

Siguió acariciando el rostro de su hijo, a sus ojos de infinita belleza. Sus dedos

resbalaban una y otra vez por su pelo largo y rojo, un rojo intenso y vivo, en un intento

frustrado de peinarlo dulcemente..., las yemas de sus cuatro dedos se paseaban por la

frente y las mejillas de su pequeño, de un tono más verde que el resto del cuerpo, un

verde que se mezclaba con un morado suave en algunas zonas... muchas veces

jugueteaba con sus dos enormes colmillos, salientes de la mandíbula superior, amarillos

como el oro frente al Zaes (una estrella similar al Sol pero de dimensiones superiores a

las de éste) y otras mechas veces bromeaba acerca del cuerno que tenía postrado sobre

la frente y que solamente él poseía. Su madre sabía que esa era la principal razón y

fuente de sus pesadillas, Görk nunca se las había mostrado ni relatado pero ella ya las

conocía. Dokrea, la madre de Görk, lo miró a los ojos y consiguió que los volviera a

cerrar, volvió a mecerse en los brazos del sueño, madre eterna de todo ser. A Dokrea le

encantaban los ojos de su hijo, nunca había visto maravilla igual en su vida. Tenía la

pupila roja, rodeada por una corona espinada de color violeta y, todo ello, envuelto por

una segunda corona amarilla... no se parecía nada a ella y, aunque nunca comprendió el

por qué de su extrema diferencia, siempre lo intuyó... Ella poseía una larga cabellera de

color azul celeste, sus ojos eran completamente negros, no tenía colmillos ni cuernos,

tenía cuatro dedos en contraste con los cinco que poseía su hijo. Ella tenía cola, una cola

que era la envidia de cualquier dragón mágico, era preciosa. Sus orejas, llenas de

anillos, acababan en punta y su piel era roja... su hijo era totalmente diferente, no sólo a

ella, sino a todos los habitantes del planeta Zoloks. Sin embargo, la capacidad de

adaptación de estos habitantes era absolutamente extraordinaria y no hubo un solo

momento en el que Görk se sintiera marginado o despreciado... los zulekes (así se les

llama a los habitantes del planeta arco iris en otros mundos) eran un pueblo muy amable

y estaba predestinado a la paz eterna. Era un pueblo de naturaleza pacífica.

Görk llevaba 60 de sus 77 años de vida atormentado por la misma pesadilla. Aún

era joven para comprender... su madre rondaba los 800 años de edad y era relativamente

bella para su temprana edad, normalmente las hembras zulekes alcanzan la plenitud de

su belleza una vez sobrepasados los 1300 años, ella era, al igual que su hijo, una

excepción. Pero ella no quería que su hijo comprendiera, quería que olvidara...

Görk ahora volvía a soñar plácidamente, ahora veía Zoloks, el planeta multicolor

donde vivía, parecía como si volase a través de sus infinitos paisajes. Zoloks era uno de

los planetas más bellos de la galaxia, rezumaba color por todas partes y la vida brotaba

en cada uno de sus rincones, poseía una abundante flora y fauna en total armonía con el

resto de los seres del maravilloso mundo de Zoloks. En su sueño descendía y se posaba

sobre el “monte blanco”, se sentaba sobre una roca y miraba agradecido cada uno de los

tres satélites que giraban en órbita alrededor del planeta, eran hermosos, de belleza

inigualable, eran del mismo color que sus ojos, uno rojo, otro amarillo y el tercero

violeta... luego empezó de nuevo a flotar y mientras flotaba Zoloks desaparecía, y veía

un planeta azul, maravilloso, precioso y... despertaba.

- Madre, he tenido un sueño bello, tenía miedo de que acabase y desperté – sus

ojos proyectaban una serenidad infinita, cual Buda en sus tiempos finales,

una vez alcanzado el nirvana...

- Hijo, nunca tengas miedo de seguir soñando, afronta el futuro y aplica esta

regla a la realidad, porque tu papel en el futuro será de vital importancia. –

Dokrea hablaba con sabiduría, su hijo comprendía y cada vez estaba más

cerca de desvelar el sentido de su pesadilla, cuando lo hiciera se tornaría

sueño... – hijo, muéstrame la pesadilla que tanto te atormenta – él asintió con

la cabeza, entonces Dokrea posó sus manos sobre ésta, rodeando el cuerno

con dos dedos de cada mano, uniéndolos yema con yema... lo que vio la

asustó, pero continuó, afrontó... la imagen.

Vio seres con cinco dedos en cada una de sus extremidades, que caminaban

como ellos, sobre dos piernas, que poseían una piel rosada, tenían las orejas como su

hijo, redondeadas. Vio variedad, un planeta azul como su pelo, de abundante fauna y

flora... pero eso no fue lo que la asustó, lo que la atemorizó fue que estos seres, de

aparente inteligencia, malgastaban sus recursos luchando, matándose unos a otros,

levantando guerras de un grano de arena... no comprendía por qué peleaban, por qué se

atribuía el derecho de anular, no sólo una vida, sino miles, millones de vidas... no

comprendía el ego que llenaba sus corazones y no entendía por qué el amor solamente

comprendía una minoría... lo peor de todo es que no era una pesadilla, no era un sueño,

era una visión real de un mundo podrido de una galaxia vecina. Y vio la solución, la vio

en manos de Görk, su hijo...

Despertaron, se miraron y Görk se levantó y caminó hacia el exterior, salió de su

vivienda y comprendió lo que debía hacer. De sus ojos brotó la pena y la tristeza en un

pequeño torrente de lágrimas que resbalaban por sus mejillas y caían a sus pies... supo

que tenía todo un mundo y su futuro concentrados en el cuerno que reinaba su cabeza.

Lo cogió fuertemente con ambas manos y pensó que no merecía la pena que hubiese

seres sufriendo, muriendo de hambre y de dolor, que hubiese guerras sin sentido y

males y enfermedades más allá de lo físico... se arrancó con fuerza el cuerno y en ese

mismo momento una luz inundó por unos segundos el Universo, un planeta desapareció,

un planeta sin futuro, predestinado a la destrucción, con unos seres por naturaleza

destructivos, predestinados al auto exterminio de su propia raza y todas las

circundantes. Aún con el cuerno entre sus manos, apretadas firmemente, la sangre brotó

de su frente, cayendo poco a poco y mezclándose con sus lágrimas, la herida se cerraría

y él ya no tendría más pesadillas. Cayó postrado de rodillas sobre el suelo, soltó el

cuerno y, aún herido, solamente brotó una palabra de su garganta... - Adiós... – dijo

apenas en un susurro.

Su madre se acercó a él y le ayudó a ponerse en pie, le abrazó y le acompañó

hacia adentro. Ella sabía que había salvado un mundo, lo había salvado del sufrimiento

y la pena eterna, había cambiado el destino del hombre, sólo para dar una nueva

oportunidad a sus almas, la oportunidad de volver a vivir en paz.

EL DESPERTAR DEL PÁJARO

Un día, un pájaro se posó en mi ventana. En el rellano de esta misma, junto a las

macetas que contenían las marchitas plantas, asesinadas por el descuido y la pereza. Era

un pájaro, en apariencia normal, aunque dudo que realmente lo fuese. Se quedó allí

largo tiempo quieto, mirándome con sus pequeños ojos oscuros y fríos. Estuvo allí

durante al menos una hora, sin ni siquiera abrir el pico. Luego se fue.

Al día siguiente sucedió exactamente lo mismo, se posó en el mismo lugar y a la

misma hora. Era el mismo pájaro, sabía que era el mismo. Esos ojos inexpresivos... Fue

muy puntual, tanto a la hora de llegar como de marcharse. Si la otra vez no me había

fijado bien en los detalles del animal, ahora sí que podía apreciar con grande detalle y

detenimiento los tonos negros y grises mezclados en el plumaje, tenía el vientre de un

rojo intenso y los ojos negros, siempre negros e inexpresivos...

Llevaba viniendo a mi ventana más de dos semanas sin fallarme un solo día. Lo

encontraba algo gracioso, mis amigos y compañeros del trabajo también, disfrutaban

cada vez que les contaba la rutina del misterioso pájaro. Las visitas del pájaro me

llenaban de vitalidad, de vigor y energía, síntomas de una enfermedad que nunca antes

había pasado, mi vida siempre tan triste y tan llena de penosos acontecimientos... El

accidente y la muerte de mis padres y mis dos hermanos... mi única familia ya no estaba

junto a mí. Mis amigos, que además eran pocos y no muy buenos, no me llenaban del

afecto que tanto necesitaba. La compañía de aquel diminuto animalillo me sentaba bien,

era como un azote de aire fresco y puro. Un día, después de dos meses de continua

visita, no apareció. Entonces empecé a enfermar, perdí los pocos amigos que me

quedaban y me despidieron del trabajo por exceso de personal, reducción de plantilla.

No tenía a nadie que cuidase de mí y la enfermedad llegó a unos límites en los que ni

tan solo yo podía moverme para satisfacer mis necesidades más básicas. Cuando ya

notaba que la muerte se acercaba en mi busca, la ventana se abrió, agitada por un

inexplicable viento. Y, de dentro a fuera, la atravesó el pájaro que me había abandonado

y se posó a los pies de mi lecho de muerte. Como siempre, quieto, inmóvil, impasible,

inexpresivo... Y mientras me apagaba lentamente, oí una dulce música como nunca

antes había escuchado. Cerré los ojos durante unos instantes esperando mecerme en los

brazos de la mujer de la guadaña. Pero no venía, era mi guía, sin ella no conocía el

camino y yo quería irme ya, estaba impaciente. Volví a abrir los ojos y lo que vi...

aquello no me lo esperaba, mi cuerpo tendido frente a mí. Echado en la cama, estaba

horrendo, desde que había caído enfermo sólo había podido ver mi aspecto en el tiempo

en que aún podía moverme y aquella visión me horrorizó y pensé: ese no puedo ser yo,

pero sí que lo era. Entonces pensé que ya estaba muerto y que mi cuerpo astral había

sido separado del físico. Mi alma estaba suelta y antes de marcharse a su sitio le habían

dejado ver su cadáver. Pero el cuerpo se movió ligeramente, no podía ser que estuviese

muerto... y cuando emitió el dulce sonido que momentos antes había escuchado, el

mundo se le vino encima. Entonces se miró y se vio convertido en aquel que tantas

veces se había posado en su ventana y había sido testigo de sus desesperados diálogos

con él. Pero realmente no se había transformado, su alma, espíritu o como quiera

llamársele, había cambiado de dueño. Y era el alma del pájaro el que moría con su

cuerpo. Su confidente había dado su vida para dar un nuevo sentido a la suya, fue como

volver a nacer, como empezar de nuevo, libre y sin preocupaciones. Aún apenado abrió

sus alas y las batió en dirección a la ventana, se posó en ella y miró por última vez

aquella casa. Se dejó caer y desapareció en un vuelo rasante, planeando primero,

elevándose hacia el cielo después. Con una nueva vida, con un nuevo destino, con un

futuro en manos de una fuerza de poder desmesurado... se fundió con el azul del cielo.

Un día, un pájaro se poso en el rellano de una ventana. En una casa de algún

lugar... y se quedó allí, largo tiempo quieto...

EL DULCE LICOR DE TUS LABIOS

- ¡Maldita zorra!¿Dónde coño has puesto el mando de la televisión? – Adam

estaba furioso, no encontraba lo que buscaba, y Eva, su mujer, siempre era la

culpable de todo.

- No... no sé donde está, Adam... lo dejarías anoche por ahí en el sofá o yo que

sé... – Eva hablaba entrecortadamente temerosa de la respuesta de su marido,

si tenía suerte, no le daría más que una buena bofetada, pero hoy no era uno

de los mejores días de Adam, lo notaba.

- ¡Ven aquí zorra! – Adam cogió a su esposa por la nuca y la hizo arrodillarse

ante él - ¡Búscalo! – su gran mano apretaba sin compasión el cuello de Eva,

mañana volvería a tener moratones.

- No, no, no... por favor Adam, soy tu esposa... – dijo Eva entre sollozos y

lágrimas de dolor.

- Ya deberías estar acostumbrada zorra, ¡eres una puta, igual que tu madre! –

mientras apretaba, Adam dio un generoso trago de la petaca que guardaba en

el bolsillo de la camisa y se limpió en la manga. No soltaba a Eva, nunca la

dejaba en paz.

- Por favor... Adam, por favor... – Eva estaba a punto de desmayarse del dolor.

Y casi hubiera sido lo mejor, porque su marido no tardó en levantarla de un tirón

y estamparla contra la pared. Luego le quitó la bata y la violó bestialmente mientras le

pegaba y lloraba. Por lo visto eso le excitaba. No era la primera vez y seguro que no

sería la última que Eva era maltratada por su marido. Todo empezó en el momento en

que contrajo matrimonio con él, antes siempre había sido una magnifica persona, le

daba paso a todos los sitios como si fuera una dama, le abría la puerta del coche, le

hacía caros y esplendorosos regalos, se reían cada vez que salían y disfrutaban

muchísimo... pero después... La noche de bodas, Adam le dio tal paliza que pasó la

Luna de Miel en el hospital sin poder moverse en un mes, le dijo que había estado

deseándolo durante todo el noviazgo y que ahora que le pertenecía se podía permitir el

hacerlo cuando le viniese en gana. Fue en ese momento, justamente cuando Eva recibió

la primera bofetada de Adam, cuando se dio cuenta de que su pesadilla no había hecho

más que empezar. Los meses siguientes fueron durísimos, casi una paliza por semana,

luego dos o tres y ahora, todos los días, a cualquier hora era buen momento para

pegarle. No le dejaba salir de casa, siempre que Adam salía por cualquier motivo

cerraba todas las puertas y se llevaba la única copia que había colgada del cuello.

También le había quemado la ropa, toda, decía que si iba siempre en bata siempre

estaría dispuesta para follar cuando a él le apeteciese. Eva se pasaba el día limpiando,

cocinando, sangrando y siendo violada brutalmente por su esposo. Su cuerpo era todo

un cardenal que, como una obra de arte, a Adam le gustaba admirar. Y cuando estaba en

casa, Adam se sentaba en el sofá y pasaba las horas viendo la tele, con su petaca de

plata llena de whisky y con la botella al lado para recargarla cuando se le agotaba, decía

que no le gustaba beber de la botella, que beber de la petaca tenía su ritual y su gracia,

era muy maniático respecto a eso. Siempre la llevaba encima excepto algunas veces que

obligaba a Eva a que se la recargara, sin mencionar otras muchas cosas a las que la tenía

sometida. Aquello era peor que la muerte. Sin modo de comunicarse con el exterior, no

tenían teléfono, sin vecinos, su familia tampoco sabía donde vivían. No había manera de

escapar de aquella cárcel, incluso las ventanas estaban rejadas. Adam también había

tomado todas las medidas contra la posibilidad de un suicidio inesperado de su esposa y

esclava.

No habían tenido hijos, Adam no se lo permitía. Incluso una vez, Eva se quedó

embarazada y Adam le dio una paliza por haber dejado que eso sucediese. Al poco,

abortó de forma natural. Eva no recordaba a Adam como al hombre dulce y cariñoso

que siempre había sido antes del matrimonio, sino como a un ogro malvado que no

deseaba más que hacerla sufrir y lastimarla. Incluso llegó a pensar que aquel no podía

ser el hombre del que se enamoró un día mientras paseaba por el parque a dos manzanas

de su casa, no podía ser él. Ahora, tras 5 años de matrimonio, Eva pensaba que su

nombre seguramente habría caído en el olvido en la mente de su esposo. Se sentía como

un objeto en las manos de un niño, un niño muy malo que sólo piensa en desmontar y

destruir aquello que le regalan o compran, un juguete. Muchas veces se preguntaba si

acaso sería ella el motivo de aquel comportamiento, pero no podía pensar así, ella no era

una bruja, había tratado a Adam con la mayor dulzura con que podía hacerlo y, hasta

hacía poco, había seguido intentándolo sin resultado. Luego desistió y se limitó a asumir

todo lo que le acontecía. Aquello no era vida. Todos los días, fueran buenos o malos,

había paliza. Todos los días era una puta y una zorra. Todos los días era humillada por

aquel que decía ser su esposo. Todos los días, sin excepción. Y él se emborrachaba

hasta caer inconsciente y aún así ella no se atrevía a hacer nada, le temía, le odiaba y se

sentía encerrada, frustrada.

Los días pasaban y aquello solamente evolucionaba a peor, más broncas, más

palizas y más borracheras. Todo parecía volverse gris entre aquellas paredes que a Eva

se le echaban encima como unas grandes fauces. Prefería estar muerta y de hecho

parecía estarlo. Se miraba al espejo y no reconocía el rostro que veía reflejado,

demacrado, pálido y lleno de moratones y heridas. Ella, que siempre había gozado de

poder elegir hombres a su antojo, de ser la más guapa de su barrio y de tener un cuerpo

de locura deseado por todos los jovencitos que la conocían, ahora no era más que un

despojo de carne y huesos, piel y huesos más bien. Pero algo se estaba gestando en su

interior, una respuesta que andaba buscando y su mente ofuscada no le dejaba entrever

que siempre había estado ahí, en algún rincón oculta. Ahora, su mente tramaba, movida

por el odio y la desesperación un plan. Acabaría con aquello de una vez por todas.

Solamente tenía que esperar el momento, estaría atenta, aguantaría un poco más... pero

lo vería caer, sólo tenía que ser paciente...

Un partido en la televisión, Adam mira atento, anuncios preliminares del partido,

Barsa-Madrid, inolvidable final de liga. Prepara su chiringuito, tabaco, y whisky, su

querida y amada petaca repleta de whisky, pero está vacía, un trago que apura antes de

llamar a su adorada esposa. Eva en la cocina preparando su cena.

- ¡Ey, estúpida puta, mueve tu jodido culo y llena la petaca de JB!¡Y trae la

cena ya, que tengo hambre cojones!- hoy estaba de buen humor, con suerte

no le pegaría hasta el final de la primera parte del partido.

- Ya, ya voy... – Eva, con la cabeza gacha tomó la petaca y dio el plato con la

cena a Adam, que gruñó mientras lo tomaba.

- ¡Esto es lo único que sabes hacer, te vas a escapar porque tengo hambre y

empieza el partido, pero luego arreglaremos cuentas tu y yo! – Paliza segura,

Eva tembló.

Volvió a la cocina, cogió la botella de JB y llenó la mitad de la petaca. Tenía la

botella de lejía a mano. Vació un buen chorro en el interior de la petaca, también unas

cuantas aspirinas y un poco de veneno para ratas. Lo agitó frenéticamente y completó el

resto de la petaca con un poco más de whisky. Olfateó la mezcla y sonrió satisfecha, si

no caía con esta probaría con la segunda tanda.

- ¡Trame una cerveza y que esté bien fría, si no tu coño mustió va a saborear el

frío cristal mientras te cruzo la cara!- Adam se mostraba divertido. Eva llevó

la cerveza, él la aceptó sin rechistar, el partido ya había empezado.

Eva acercó la petaca y la dejó en la mesilla que había junto al sofá y se alejó, no

mucho, lo suficiente para ver la reacción de su marido. Adam terminó de cenar, apuró la

cerveza y encendió un cigarrillo. La petaca aguardaba. Eva también. Al fin, la tomó y

dio el primer trago.

- ¡Arggggggg!- Eva tembló, no le gustó nada el oír eso, se habría dado cuenta,

seguro, ahora la mataría. Empezó a ponerse muy nerviosa pero... - ¡Qué

mierda más rica nena! – Un suspiro de alivio recorrió el cuerpo de Eva, por

un momento pensó que la había pillado.

Pasó la primera parte del partido y Adam no se levantó a pegar a su mujer como

hacía de costumbre. Pero seguía allí. Comenzó la segunda parte, bebió un trago. Un gol

de su equipo, otro para celebrarlo. Un gol del equipo contrario, un trago para ahogar la

pena y llamar mierdas a los de su equipo. Una falta, otro trago... cualquier excusa era

buena para beber, igual que cualquier excusa era buena para pegar a su mujer. Apuró la

petaca, el último trago. Entonces miró a Eva, no había acabado aún el partido. Se

levantó y su cara se retorció. Miró la petaca. Intentó decir algo entre gruñidos. Se

tambaleaba. De la boca empezó a brotarle espuma. Eva no se inmutó de la entrada a la

cocina. Miró complacida, sonriendo mientras Adam se arrastraba hacía ella. La petaca

cayó a un lado. Y Adam se derrumbó. Se acabó la pesadilla.

Eva se adelantó y empezó a golpear a Adam hasta que sangró. Le golpeó el

vientre, la cara, las piernas, los brazos. Finalmente se arrodilló junto a él y lloró. Lloró

de felicidad, pero también de dolor. Había vivido demasiado tiempo bajo el duro abrigo

de aquel hombre, no se arrepentía, iría a la cárcel, pero ninguna cárcel sería peor que

aquello. Se secó las lágrimas, desabrochó los dos primeros botones de la camisa de

Adam y arrancó la llave. Viviría un poco antes de que la pillaran, viviría todo lo que

aquel hombre le había quitado, su vida, su propia vida.

EL ESPEJO

Día 1 6-10-98

Creo que hoy es el mejor día para empezar de nuevo. Una vida nueva, un diario

y esta casa. Creo que es mejor así. Sara y yo ya estamos legalmente divorciados. Tuve

que ceder. Yo no quería, pero lo nuestro apenas era más que una relación entre

desconocidos. Era un final esperado, predecible. Yo aún la quiero, pero cambiar de

ambiente me ayudará a superarlo. Esta casa está muy bien, es bastante amplia, quizá

demasiado para una sola persona... ¡mierda! Ya estoy pensando otra vez en ella. Es

difícil esta situación...

Bueno, aquí podré trabajar sin que nadie me moleste. Es una casa muy antigua,

creo que del siglo XVII, el dueño no pidió mucho por ella y a mí me gusta. Además, es

idónea, ayudará a mi inspiración, desde que lo nuestro empezó a fallar todo ha sido una

mierda en mi cabeza. Mi editor empieza a preocuparse. Es lógico.

Antes de concienciarme al escribir estas primeras palabras, páginas tal vez,

desembalé los paquetes con mis pertenencias y deshice las maletas. De todas las

habitaciones elegí una de las de arriba. En ella me siento muy a gusto. Tiene una

decoración muy clásica y una amplia cama, además de cómoda. Todo parece muy viejo,

quizá por el polvo, pero la madera de los muebles debe ser buena, se nota, y con una

mano de limpieza todo quedará perfecto. También tiene un escritorio que se asemeja

más bien a un pupitre, ahí será donde instale mi equipo, mi querido portátil, nunca me

separo de él. En la pared sobre el escritorio hay un espejo. Es inquietante, me incomoda

tener que mirarme mientras escribo, me hace pensar en mí mismo, en mi vida, y me

deprime. Pero no lo quitaré, ni me iré a otro lugar a escribir, afrontaré esto, es un trago

por el que tengo que pasar si quiero salir adelante. No obstante, me inquieta el espejo.

Parece muy antiguo, más que la casa tal vez. Tiene un cargado marco de madera tallada

rodeando su forma oval. Tiene pinta de haber visto muchas vidas y de poder contar

muchas historias. Bueno, estoy cansado, ha sido un día duro... la noche sin Sara lo será

más aún... Hasta mañana.

Día 2 7-10-98

Hoy me encuentro algo mejor, pero no puedo evitar la compañía de Jack

Daniels, siempre ha sido una compañía reconfortante. Me alivia. He empezado ha

escribir de nuevo, no me gusta lo que he hecho. Refleja mucho mi situación actual, muy

mal, aún me cuesta asumir que nunca volverá a ser nada como antes. Cada vez que veo

mi reflejo cuando levanto la vista de la pantalla del ordenador me culpo a mí mismo por

no haber sabido llevar mi matrimonio. Soy un inútil, no valgo para... nada. Estoy solo.

Mis verdaderos amigos están demasiado lejos y mi ex mujer demasiado cerca. Son

demasiados recuerdos. Bueno, ¡ya está bien! Lamentarme no me servirá de nada.

Hace frío en la casa, es muy grande y el olor a humedad me golpea los huesos.

Apenas salgo de mi habitación si no es para comer o ducharme y a veces ni eso. Me

estoy descuidando mucho. Eso no es bueno. Hoy, mientras escribía me fije con detalle

en el espejo. El marco parecía agrietado en cuatro puntos, supongo que del talle, el

tiempo o la carcoma. Pero es curiosa la simetría de estas grietas. Quizá incluso tengan

su historia, una gran historia. O quizá no, a lo mejor es un simple espejo de cualquier

tienda de imitaciones. La mía, mi historia, en cambio, no ha mejorado nada, hoy ha sido

peor que ayer. No he dormido apenas, no puedo cerrar los ojos sin verla.

Mañana tengo que salir a comprar al super del pueblo y a solucionar la avería del

coche. Aunque de todas formas apenas lo cojo ahora. Mañana será otro día... otro día.

Adiós.

Día 3 8-10-98

No tengo ganas de escribir. Estoy deprimido. Esto es una mierda. Todo es una

mierda. Me pregunto qué estará haciendo Sara en estos momentos. Supongo que sé lo

que no estará haciendo... pensar en mí. Me siento tan solo... las paredes se echan

encima, el ordenador me agobia y el espejo me deprime, el espejo... esto es una mierda.

Día 5 10-10-98

Hoy creo que estoy mejor. Y tengo brotes de inspiración. Ayer me pasé todo el

día en la cama y me di cuenta de que esto no puede seguir así. Me encuentro bien. He

tirado a la basura la bazofia que estaba escribiendo, tengo ideas, muchas ideas y poco

tiempo para reflejarlo en el ordenador. Ya me he puesto en marcha, es magnífico. Creo

que es la casa. Esta mañana he paseado por toda ella y apreciado detalles que había

pasado por alto, ahora me encuentro despierto y observador. No me había fijado en la

grandeza y las maravillas que contiene este lugar. Incluso tiene una enorme biblioteca.

Es genial. Hoy el espejo me ha sonreído, me he visto esbozando una sonrisa. Me duelen

los dedos y las muñecas, no he parado ni para comer, estoy orgulloso. Tengo la “vena”

creativa a punto de estallar. Todo fluye solo. La casa es mi historia...

Día 6 11-10-98

Es asombroso. Me encuentro de puta madre. Feliz conmigo mismo como no me

había sentido en mucho tiempo. Aún sigo pensando en Sara, pero ahora comprendo,

tenía que acabar así y lo entiendo, sólo espero que sea feliz. Hoy he estado hojeando los

libros de la biblioteca. Tiene muy buenos libros, muy antiguos algunos, escritos a mano.

No sé como he tenido la suerte de encontrar algo así. ¿El destino? Puede que sí. He

echado un vistazo a algunos recortes de periódico de principios de este siglo. Esta casa

fue famosa en su tiempo. Ya sabía que tenía algo. El dueño era conde duque o algo así,

de ahí se explica las grandes obras que contiene la casa. Todo marcha muy bien. Ya

seguiré contando. Ahora tengo que trabajar. Qué bien suena esto.

Día 10 15-10-98

Llevo unos días sin escribir en mi diario. Rebuscando entre los libros de la

biblioteca, en lo más alto, encontré un viejo cuaderno. Con notas del conde duque.

Tiene un lenguaje muy culto, pero me cuesta entender algunas cosas, la gramática y la

ortografía han cambiado mucho desde entonces y me cuesta descifrar el sentido de

algunas expresiones. Habla del espejo de mi escritorio con bastante frecuencia,

especifica que es una de las más grandes joyas de su colección. Es más antiguo de lo

que pensaba, data del siglo X y el conde afirma que sus propiedades son asombrosas.

Pero ¿de qué propiedades habla? Es difícil de decir. Esto me llena de intriga y me invita

a seguir investigando. Según afirma, el espejo procede del norte de Escocia y según el

conde duque, antes de llegar a sus manos perteneció a un gran rey del sur de Inglaterra,

fue robado por el conocido pirata Barba Azul y pasó por los arcones de una treintena de

altos nobles y clérigos. Desde el año 1928, estaba en su poder. Lo extraño es que nadie

lo reclamase o supiese de su existencia. Era una gran pieza de museo. Pero ¿qué

misterios encierra el espejo?

Día 16 21-10-98

Estoy muy cerca. He descubierto que las grietas del espejo no son más que

encajes. Piezas de un engranaje. Lo quité de la pared para verlo mejor y lo observé por

todos lados. Pegado a la parte de atrás tenía un mapa. Un mapa uy extraño. Nunca he

sido bueno ni en historia ni en geografía pero no reconozco el lugar que representa el

mapa. He mirado miles de mapas actuales y de otros tiempos y nada coincide con este.

Ni siquiera me son familiares los nombres... tampoco aparecen en la enciclopedia.

Día 17 22-10-98

He encontrado unos resortes ocultos en el marco del espejo. Al presionarlos éste

se ha desprendido del cristal dejando al descubierto algunas marcas y signos en el borde

del espejo que cubría la madera. Reconozco algunos signos en el mapa que encontré.

Creo que estoy muy cerca de la respuesta. Hoy también he echado un vistazo a los

recortes del periódico por si había pasado algo por alto. Por lo visto, el conde duque

desapareció allá por el año 1942, dejando a cargo de su casa a sus sobrinos. Se cree que

su desaparición fue causada por la tremenda guerra, pero nadie supo nada de él desde

entonces. Sus sobrinos se marcharon tres años más tarde a Francia.

Día 22 27-10-98

He observado el espejo desde todos los puntos de vista y ángulos posibles. No

veo nada. No hay nada que me pueda dar más pistas. El conde duque habla de una

especie de inscripción tallada, pero no logro dar con ella. Según éste, ese talle es el

acceso a las propiedades mágicas del espejo, o así he logrado suponerlo a través de sus

reflexiones y escrituras. Según he podido descifrar de algunas expresiones del conde, es

una especie de vehículo hacia... ¿otro mundo? No lo sé. No tengo nada que perder.

Bastará con que encuentre la manera para viajar y me lanzaré de lleno al vacío. Puede

ser una gran experiencia... El conde habla de cosas inimaginables para la mente

humana, seres extraordinarios, mundos paralelos, sensaciones increíbles, inconcebibles

en este mundo... ¿delirios? Pronto lo sabré.

Día 26 31-10-98

Es el día de todos los santos. La noche más poderosa en el reino de los muertos.

Mitos. Ayer di con el resorte que buscaba. Es una especie de serpiente que rodea una

letra mayúscula grabada en un lateral. La letra es la I. No me explico cómo no lo había

visto antes. Lo tengo todo preparado. Esta noche probaré suerte. Las inscripciones del

espejo se ven hoy muy claras, más que nunca. A veces parece que sangran. No sé lo que

voy a encontrar al otro lado y si no vuelvo esto será lo único que quede de mí. Sara

siempre te querré, siento mucho haberte hecho daño, en ningún momento fue mi

intención alejarte de mí, lo siento. El momento se acerca... Aquí acaban, espero tan sólo

de momento, las páginas de este pequeño diario. Lo que será un misterio para todo

aquel que lea esto, dejará de serlo para mí en unos instantes, en cualquier momento... El

espejo me llama, el resorte está dentro, la serpiente ruge y aprieta la I, el cristal brilla, el

latido de la máquina cesa, porque es la hora... Adiós.

EL FINAL

Era un pasillo larguísimo... ella caminaba unos pasos por delante de él. Su pelo

se movía levemente y acariciaba su cuello desnudo, antes oculto por una frondosa

melena oscura. Él la observaba e intentaba caminar a su lado. Habían aparecido en aquel

lugar, pero no recordaban de donde venían. El ambiente se mantenía sigiloso y sus

pasos marcaban el ritmo del silencio. Pronto empezaron a aparecer puertas a los lados

de aquel extraño lugar. También las paredes se empezaron a llenar de mensajes...

Prohibido prohibir... Sed realistas, pedid lo imposible... La imaginación al poder... a

Vicio (este era el mote que le habían puesto sus colegas, se llamaba Vicente) aquello le

sonó muchísimo a lo que había leído acerca de las revoluciones sexuales de París de

Mayo del 68, Sorbona, más concretamente... y se acordaba de un nombre, alguien que

estuvo estrechamente relacionado con este movimiento, Sartre, sí, Jean Paul Sartre. Pero

había más frases, todas les sonaban y todas les hacían recordar... Merche seguía su paso,

rápido y ágil, esperando llegar al final. No podían volver atrás. Merche detuvo su paso y

miró a través de Vicio, su mejor amigo. Tras él, un inmenso infinito...

Ambos estaban muy tranquilos y sosegados, no tenían miedo en aquel extraño

sitio, no sentían nada... incluso cuando las paredes se tiñeron de negro. Vicio se situó

junto a su amiga, esta vez sí iban a la par. Se dedicaron una afectuosa mirada y

prosiguieron. En aquel pasillo de paredes oscuras las puertas se hacían cada vez más

frecuentes y cada vez era mayor la necesidad de abrirlas que les embargaba. Merche fue

la primera en detenerse frente a una, alargó una mano hacia el pomo y giró.

La habitación estaba llena de maniquíes, parecían tener vida propia y la

observaban, algunos hacían gestos y movimientos lentos para intentar cogerla o

acariciarla. Entre ellos pudo reconocer a uno en concreto, uno al que siempre había

tenido miedo. Cerró la puerta. Ahora le tocaba el turno a Vicio, esta vez optó por abrir

una puerta del lado izquierdo, Merche lo había hecho del opuesto. Dentro se vio a sí

mismo, era obeso en exceso, feo y repelente, desaliñado..., estaba engullendo cantidad

de golosinas, bocadillos, pasta... sin parar siquiera para respirar, junto a él había una

foto enmarcada y un manuscrito viejo y manchado de salsa de tomate. Había restos de

comida por todas partes, estaba sentado en un enorme sillón, las moscas le rondaban...

Vicio cerró de un portazo y siguió adelante. Merche ya había abierto otra de las puertas.

En un momento se vio rodeada de espíritus, se había adentrado sin darse cuenta en el

interior de la habitación... vio puertas abrirse y cerrarse y temió que también lo hiciese

la del umbral que había atravesado, se dio la vuelta y corrió hasta volver a estar en el

pasillo. Esta vez, Vicio la estaba esperando...

- ¿Te encuentras bien? – Dijo posando una mano sobre su hombro.

- Sí. – Su tono era serio y tanto él como ella sabían que había mentido en esa

respuesta, no se encontraba nada bien. Las cosas que más temían, por

ridículas que pareciesen algunas, estaban tras esas puertas, pero debían

seguir abriéndolas...

Otra puerta. Vicio está ahora en un cementerio y lleva un ramo de flores en la

mano, margaritas. Se acerca a una lápida. Una lágrima cae sobre una inscripción en la

piedra: Tu mejor amigo que jamás te olvidará ni dejará de quererte allá donde estés.

Cerró sin pensarlo dos veces.

Las paredes parecían estar cada vez más negras. Otra puerta giró empujada por

Merche. Esta vez se veía a ella. Una imagen distorsionada, deformada en medio de un

corro de gente. La gente se ríe. Merche se acerca para verse a sí misma. Está desnuda y

avergonzada, llora en silencio. No puede escapar y todos la señalan y ríen, algunos

doblándose sobre sí. Rápidamente cierra la puerta. ¡Qué horror! Se miró y se llenó de

alivio. Y se sintió muy dichosa por ser como era. Luego miró a Vicio y con un leve

movimiento de cabeza le apremió para que abriera la siguiente. Bajó la vista y se dirigió

muy despacio hacia la puerta. La abrió. Allí también estaba Merche, rodeada de

hombres, casi todos guapos y apuestos, entre ellos pudo reconocer algunas caras.

Merche iba danzando alrededor de cada uno de ellos, obsequiándoles con besos y

caricias... Vicio cerró los ojos. Se encontraba de nuevo en el pasillo. Ahora le volvía a

tocar a Merche.

Dudó un poco y luego abrió la puerta lentamente, temiendo lo que pudiese haber

tras de ésta. La imagen que vio le horrorizó. Era Vicio. Estaba tirado en el suelo del

cuarto de baño. Parecía estar borracho. No recordaba haberle visto jamás así. Tenía los

ojos llorosos y le temblaba el pulso. Tenía barba de por lo menos una semana. Pronto

sacó las “herramientas”. Se remangó la manga de la camisa. Merche empezó a sentir el

frío recorriéndole la espalda. Vicio se lió una goma, no, no era una goma, era el

cinturón, alrededor del brazo y apretó con los dientes. Luego apareció una jeringuilla

entre sus dedos. Quitó la capucha. Succionó un líquido marrón que había en una cuchara

y luego se buscó una vena sana. Mezcló un poco con sangre y luego se inyectó mientras

la miraba, le estaba viendo. Sus ojos eran piadosos y tiernos, lloraba... al poco de

inyectarse vio como se convulsionaba y se desplomaba a lo largo de las sucias losas.

Merche se acercó velozmente y cuando iba a acariciar su cara apareció de nuevo en el

pasillo. Allí estaba Vicio sano y salvo, lo abrazó con fuerza y lo besó. Él se mostró

agradecido.

Sólo quedaba una puerta. Vicio y Meche se miraron fijamente a los ojos y se

cogieron de la mano, ésta la abrirían juntos. Tras aquella puerta había una imagen

aterradora, más aún que las anteriores. Eran ellos dos en un triste, frío y definitivo adiós.

Aquel era el final. No había más puertas, pero ambos vieron sus sueños pasar mientras

avanzaban y las paredes se teñían de un claro puro y brillante. Ya se veía el final del

pasillo. Una luz. Se encaminaron hacia ella, cogidos de la mano hacia el final... Sus

sueños les pasaban y, a veces, volvían la vista atrás para verlos alejarse. Un vestido

verde de novia... un majestuoso concierto... miles de libros propios... una tienda

maravillosa... autógrafos...

Atravesaron la flamante luz. ¿Qué les esperaba ahora? Empezaban a recordar por

qué estaban allí... ahora recordaban...

Sirenas. La noche se ilumina. Llegan las ambulancias y los coches de tráfico de

atestados. Suena una de las emisoras. (¿Cuántos heridos?. No hay heridos, dos muertos.

De acuerdo, corto y cierro). El trabajo más duro sería avisar a los familiares. Los

cadáveres estaban sobre el asfalto en un gran charco de sangre. Habían salido

disparados a través de la luna delantera, no quedaba nada del cristal y la furgoneta

estaba destrozada. El causante del accidente había salido ileso, había sido él el que

llamara a la ambulancia y la Guardia Civil. Cargaría con aquello toda su vida. Eran muy

jóvenes, no más de veinte años cada uno. Era una escena emocionante, triste... Los dos

habían conseguido encontrarse entre los escombros y yacían el uno junto al otro, ambos

cogidos de la mano, sonreían, pero estaban muertos. Fin de la vida terrenal de Merche y

Vicio... juntos.

EL INDIO

Lobo Gris había sido durante muchos años el mas fuerte y temido de su tribu.

Ahora, viejo y gris como el nombre que sostenía bajo su consciencia y al que tantas

veces había respondido, recordaba su niñez. De pie, sobre aquel desierto montículo de

arena y roca, con el cálido adiós del día, una lágrima corría por su mejilla. Añoraba el

día en que su nombre fue grande y con sentido, el día en que se hizo un hombre

matando con sus propias manos aquel búfalo blanco, el día en que conoció a su futura

esposa Media Luna... Las enseñanzas del chamán y de su padre no tenían sentido en

aquel tiempo, pero valoraba aquellos consejos que sabiamente le habían sido otorgados.

Hacía más de dos generaciones que su familia, aquella gran familia india, había

desaparecido. Desde entonces había vagado solo, con ayuda de los dioses y al amparo

de aquella basta naturaleza. No había tenido en todo ese tiempo más compañía que la de

los animales y sus labios no habían intercambiado palabra alguna con ningún otro ser

humano desde su soledad. No había palabras, sin embargo, en beneficio del “hombre

blanco”. Su pelo, lacio y largo, caía sobre sus hombros aún fuertes y, de vez en cuando,

flotaba con la suave brisa de aquella polvorienta inmensidad. Cuando ya cayó la noche

se sentó sin moverse del sitio desde donde había visto morir el día y nacer la noche. Allí

fumó y descansó. Su sueño fue plácido. Al despertar la mañana, caminó. Sin dirección.

No pasaron más de tres lunas desde que pisara aquel montículo en el cual descansaba el

espíritu de su padre, cuando un “rostro pálido” se cruzó agonizante en su camino. La

mano de aquel hombre herido se levantó pidiendo ayuda antes de perderse en la

inconsciencia. Lobo Gris no se inmutó y permaneció impasible, firme, ante el desvalido.

Una mirada de rabia y odio asomó a sus ojos. Acarició el pequeño tomahawk que

colgaba de su cinto de piel saboreando su frío tacto. Tentado de sacarlo, no lo hizo. A

pesar de que aquellos hombres acabaran con la vida de su gente, Lobo Gris no

consideraba justo matar a aquel hombre indefenso. Al menos dejaría que se recuperase,

lo suficiente como para poder batirse con él. Una oportunidad que su familia no obtuvo

jamás.

Durante doce soles cuidó de aquel hombre hasta que recuperó totalmente su

consciencia. Su mirada era tierna y agradecida. La de Lobo Gris aún emanaba un odio

encendido, latente durante largos años. Le daría un par de jornadas más y luego pondría

un arma en sus manos y le otorgaría la oportunidad de defenderse. Durante todo ese

tiempo Lobo Gris le dio la mejor comida y el mejor agua de cactus, aún a expensas de

alimentarse él, al “hombre blanco”. No tenía motivos para hacerlo, pero lo hizo. Paso el

tiempo y ambos incluso llegaron a conocerse y más tarde fueron amigos. Quizá los

mejores. Pasaron las lunas rápidamente y el fuego de la amistad creció con fuerza.

Lamentablemente, Lobo Gris debía vengarse. Había esperado durante mucho tiempo

aquel momento. No debía retrasarlo más. Una noche de luna llena, Lobo Gris se acercó

a su amigo y, bajando la cabeza, sacó un arma para su contrincante, lo miró fijamente a

los ojos y puso ésta en sus manos. Él saco su tomahawk, aquel que habían llevado su

padre y su abuelo en tiempos de guerra. El hombre, sorprendido y apenado, se arrodilló

ante el indio y agachó la cabeza. Tiró el arma a un lado. Lobo Gris la tomó de entre la

arena y la volvió a colocar, serio, en sus manos. No podía hacerlo. Aquel hombre no

quería luchar. Lobo Gris debía llevar a cabo su cometido, su sed de venganza pedía

sangre y su mente se debatía entre el honor de una familia muerta y la muerte de un

amigo vivo. No lo pensó por más tiempo. Lanzó su tomahawk. Éste alcanzó al hombre

en el pecho. Aquella mirada la llevaría entre sus peores y más tristes recuerdos hasta el

fin de sus días. Arrancó la negra cabellera de su amigo y alzándola a la Luna gritó. Su

lamento resonó en todo el desierto, un grito mezcla de victoria y tristeza, de alegría y

fracaso. El corazón de Lobo Gris nuevamente se rompió y otro montículo de arena y

rocas quedaría desde ese día como parte de su rutinario trayecto por el vasto desierto.

EL VERDE TE SIENTA BIEN

Iniciaré mi relato, tan real como la vida misma, diciendo que esto que me

sucedió a mí podría sucederle a cualquier otro, sin importar estrato ni posición social,

situación económica u otra circunstancia ajena a mis conocimientos.

El sudor recorre mi frente arrugada en un intento por tocar el frío suelo y desde

hace unas horas los temblores agitan mi cuerpo, siento que de un momento a otro la

muerte será el único testigo de mi final, para mí ya no es incierto el temido fin de los

días...

Todo empezó aquella noche, era tan tranquila... En ese mes el verano era más

temerario y acosador que nunca y las estrellas se dibujaban sin dificultad en el

firmamento. Yo, como muchas noches desde que empezó el verano, me sentaba en el

porche trasero de mi casa a relajarme y respirar un poco de aire puro mientras observaba

la maravillosa creación del Universo.

Ese día salí tarde del trabajo, llegué agotado a casa, pero después de una ducha

ya estaba como nuevo. Por mi mente pasaban infinidad de pensamientos frustrados y

victorias del recuerdo, pensaba y enlazaba cada momento por el que había pasado hasta

ascender en la vida a mi posición actual. Cierto que no me había casado, pero fue

porque no me gustaba someterme a unas ataduras tan fuertes como las del matrimonio,

mis padres se quedaron en el viejo pueblo donde vivía y creo que allí seguirán hasta el

último momento de sus vidas. Yo, sin apenas estudios, viajé hacia a la capital en busca

de la fama y la gloria, como todos supongo, y así fue como encontré un trabajo más o

menos bien pagado y fui subsistiendo imperantemente hacia un mayor bienestar.

Como decía, la noche era clara y las estrellas eran bien visibles, todo me pareció

normal, hasta que vi una estrella que se movía. Al principio pensé que sería un avión,

por la velocidad a la que viajaba descarté esa posibilidad y le atribuí la de ser un

meteorito, esta sí fue aceptable, pero sólo hasta el momento en que me fijé en los

movimientos controlados del objeto, fue en ese momento cuando empecé a sospechar.

Se acercaba vertiginosamente hacia allí, hacia donde yo estaba. Por mi cabeza pasó la

idea de encontrarme frente a frente con un avistamiento OVNI, ¿por qué no?. Esto suele

pasar a menudo y, además, mi casa estaba bastante aislada del centro de la ciudad, todo

encajaba perfectamente, así que esperé a que aterrizase junto a mí y apareciesen de su

interior como por arte de magia unos hombrecillos verdes con el fin de examinarme con

sus diminutos y oscuros ojos grises. Ya había leído casos de este tipo en revistas y

artículos de periódicos. Pero no fue como yo esperaba, todo surgió tan rápido... esa cosa

se estrelló a cien metros de donde yo vivía, y para colmo fui el único testigo en diez

kilómetros a la redonda, tan aislado... En ese mismo instante no supe qué hacer, pero

pensé ¡Qué demonios! Y me aventuré, maldito el día en que no abandoné el lugar y

maldito yo por ser tan curioso. Cuando conseguí aproximarme al lugar de los hechos,

jadeaba y sudaba como un cerdo, eran cien metros a carrera y yo un hombre pasivo,

hacía tiempo que no sudaba, no tenía tiempo para practicar ningún deporte y tampoco

me mataba por conseguir dicho tiempo.

Ya no podía pensar, la cabeza me dolía, tenía la mente en blanco, parecía como

si fuese a estallar. ¿Cómo podía pasarme esto a mí? Un hombre tan sencillo como yo...

yo no creía en estas cosas, por lo menos hasta ese momento...

Intenté acercarme lo posible al suceso y entonces fue cuando sucedió, lo primero

que pensé fue que había sido un accidente; luego que un error, yo no debía haber ido

allí, fui demasiado lejos, la verdad es que nunca debí salir de aquel pueblo en el que

vivía, era tan bonito...; más tarde pensé que era cosa del destino, a alguien le tenía que

pasar, y ese alguien era yo. Desde ese primer contacto tuve mucho tiempo de pensar lo

que me había sucedido y llegué a la conclusión de que me tocó a mí por una única y

simple razón, salvar el mundo, o al menos eso quería creer.

No vi restos de ningún tipo de nave como suelen contar, ni hombrecillos verdes

moviendo sus antenas, ni nada que se le pareciese. Lo único que vi fue un injerto en la

tierra, algo como una planta pero a la vez como un corazón, realmente era asqueroso,

tenía un aspecto verde gelatinoso con tintes de rojo sanguinolento. Pude observar unas

profundas y robustas raíces clavadas en el terreno, me pareció que crecían

continuamente a la vez que la planta latía en su centro y poco a poco se iba agrandando,

en ese momento tuve la impresión de que me vigilaba, me observaba, pero no tenía

ojos, o no los veía... era absurdo que una planta tuviese ojos ¿no? Crecían y crecían, ya

no era sólo una apariencia, era real.

Fue justo en ese momento, mientras examinaba perplejo esa cosa... fue en ese

momento cuando una capa gelatinosa me envolvió de pies a cabeza, nunca supe de

donde provenía, pero sé que estaba relacionada con ese ser inmundo. Desde ese

momento pasó a formar parte de mí, era como mi segunda piel, sentía que era YO.

Al principio me sentía raro, como extraño... En la primera semana me odiaba a

mí mismo por haber sido testigo de aquello, pero con el paso del tiempo fui aceptando

mi nueva identidad. Mi piel pasó de un tono rosado firme a un verde gelatinoso y

putrefacto, mis extremidades iban transformándose gradualmente en raíces y mi cara se

deformaba hacia lo que sería más tarde parte de la planta, sentía la savia recorriendo

espesamente mis venas. Pensé que sería un momento ideal para tomarme unas

vacaciones, llamé al trabajo y así lo hice. Intenté no levantar sospechas acerca de mi

dudosa situación. Me fui convirtiendo en una persona sedentaria, frente al televisor y

sentado en mi viejo sillón, bueno... persona... o lo que fuera. Sé que me quedaba poco

para unirme a la madre, a ella, a la que me dio esta maravillosa vida. Pero claro, no

debes fiarte de mis palabras (es lo único sensato que puedo decirte) ya que es ella quien

me controla, mi cerebro ya sólo obedece unas pocas órdenes de mi voluntad, estoy casi

completamente dominado.

Aún soy yo, todavía tengo algo de uso de razón, como ya dije mi conclusión es

que esto me tenía que suceder a mí, si no ¿quién iba a salvar el mundo? ¿Quién lo iba a

curar de esta especie que lo habita, de esta especie a la cual pertenecía yo antes de ver la

luz? El canibalismo se ha convertido en mi ritual de supervivencia y en el de la madre,

ella es quien me ayuda, ella es quien tiene razón, para qué conservar esta porquería de

mundo en el que todos luchan, destruyen, violan, asesinan, corrompen... y muchas cosas

más sólo por dinero o por un trozo de tierra, claro que, por eso último también mataré

yo, por un buen trozo de tierra húmeda y fértil. Pronto la madre me dará asiento y fijaré

mi vida, el mundo será nuestro, lo salvaremos juntos, ya hay más como nosotros, el jefe

de policía tiene un bonito tono verde y el cartero está muy contento con su nuevo

aspecto, y lo más bonito es que yo soy su ¿jefe?, mejor llamémosle Complejidad

Vegetativa Superior, mi período de gestación ya está concluyendo, unos días más y

renaceré completamente. Ya queda menos para el final, este planeta pasará a ser el

planeta verde, el azul sólo será recuerdo de lo que podía haber sido nuestro mundo. La

madre me explicó que este era un sitio ideal para amanecer una nueva vida, hay agua,

mucha agua, también hay luz en abundancia, y la tierra es muy apta y fértil, no habrá

desiertos que nos detengan. Puedo decir que la especie humana ha desaparecido, no os

enfadéis conmigo, peor era el final que se le tenía preparado, eso de que estalle como si

fuera un melón maduro al que le han puesto un petardo de los gordos no me resulta muy

agradable, ahora reinará una vida de paz y metamorfosis, de fotosíntesis eterna.

Muy pronto descubrirás que no te miento, que todo lo que digo es cierto... mira

por la ventana, ya estamos aquí, venga vamos, déjate llevar. De todas formas lo

haremos, quizá mientras duermes, ¿no crees que es muy posible? Te gustará el color

verde, cuando te levantes y te mires en el espejo te darás cuenta de que no es tan malo,

de que no miento y de que el mundo renace en el seno de la madre, la madre naturaleza.

Como ya dije me acerco hacia la muerte, la muerte como humano, empie... ¡aaagh!...

mm... empiezo mi vida como ve... ¡aaagh!... ge... ¡agh!... tal.

EL VIOLÍN

Ya llevaba un tiempo sin tocar... sin sentir aquella música que empezaba a sonar

al abrir el estuche. ¡Ah! (Suspiró) ¡Cómo echaba de menos aquellos tiempos! Todo era

más fácil que ahora. Sam había tocado su precioso instrumento en numerosos locales,

bares, pubs, discotecas, clubes, fruterías, carnicerías, supermercados... y un sinfín de

lugares más. Eso sí, era fiel a sus maestros y siempre tocaba la misma música. La gente

no entendía la forma de expresar su talento y huía horrorizada, aunque algunos, al oír

aquellas melodiosas notas, no podían moverse de la fascinación que les causaba,

desmayados de emoción algunos, delirantes de pasión otros... Sam recordaba con anhelo

la ovación de las minorías, el halago de sus maestros tras una función en cualquier

barrio, el orgullo que le invadía y le hacía sentir superior... eran muchas las cosas que

evocaba su música. Vagaba en sus pensamientos por la gira que realizó hace unos años,

aquella en que todo aquel que le escuchaba se quedaba muerto de asombro, fue

fascinante, nunca disfrutó tanto como entonces. Él, danzando de aquí para allá con el

instrumento, despidiendo notas en todas direcciones, la gente bailando al tiempo que

sonaba la música y alcanzaban un estado superior de relajación abandonaban sus

cuerpos, se liberaban con aquel poder que les trasmitía Sam. Aún tenía el estuche en

aquella modesta habitación sin vistas, pero ahora estaba vacío, no había más que una

capa de terciopelo azul que antaño había acariciado aquella sinuosa figura. Echaba de

menos... todo. Tocó el estuche negro y saboreando los recuerdos lo abrió poco a poco,

muy lentamente, oyendo el pequeño chirrido de las bisagras doradas, deslizando la parte

superior hacia uno de los laterales. Aún guardaba la forma de su herramienta... aquella

que ya no volvería a utilizar, que ya no tocaría jamás... no volvería a oír el dulce son de

sus notas, ni a la gente bailando ante él... Sam estaba encerrado por todos los crímenes

que había cometido, condenado a cadena perpetua. El arma homicida que acabó con la

vida de cientos de personas fue la principal prueba que se presentó contra Sam. Una

ametralladora dentro de un estuche de violín. Algunos testigos que sobrevivieron a los

brutales asesinatos en masa, aún vivían con temor, odiaban la música e iban dos veces

por semana a un psicólogo,. Mientras, Sam disfrutaba de un abstracto recuerdo que

evocaba en él agradables sentimientos. Su música se había convertido en una melodía

de muerte y destrucción, de sangre, de odio... y con ella se creó una danza, la danza de

la muerte... Sam seguía feliz en su celda, cientos de familias no lo volverían a ser jamás.

¡ESTO ES UN ATRACO!

- ¡Arriba las manos! ¡Esto es un atraco! – Así empezaba el día de hoy para mí.

Otro día sin tener qué echarme a la boca...

La gente de aquel banco pequeño se apresuró a obedecer. Una extensión de mi

brazo apremiaba a ello. La seguridad de aquel establecimiento rural era pésima. No

obstante, tuve la suerte de encontrar allí mismo, frente al cañón de mi pistola, a una

preciosa joven que ejercía o hacía la función, dentro de esta historia, de cliente. El frío

metal se acercaba cada vez más a la tersa piel de su frente. Una gota de sudor se deslizó

por el lateral de mi rostro. Mi mirada se perdía loca entre la mujer y los banqueros.

- ¡Venga el dinero! ¡Coño, qué tengo prisa! – Sonreí a la fémina, los

funcionarios corrían a toda prisa a sus espaldas. Y aquello empezó a

excitarme. Ahora era yo el que dominaba un pequeño, diminuto, fragmento

de este mundo. Era la primera vez que realizaba un acto de aquellas

características, pero la situación lo requería y llevaba mucho tiempo

planeándolo.

La chica empezó a temblar y aquello me excitó mucho más... la mano derecha

sudaba y se deslizaba por el gatillo ansioso de descargar tensión. El dinero estaba sobre

el mostrador. Lo ignoré. También lo que me dijeron aquellos hombres. Me pasé la

lengua por los labios, secos. Todos estaban expectantes, ¿qué iba a pasar ahora? Ni

siquiera yo lo sabía. Me dejaba llevar. Deslicé el arma hacia uno de sus ojos, rodeé

aquella perfecta nariz, la mejilla izquierda, luego la derecha, habían adquirido un tono

rosado fuerte y podían verse las gotitas de sudor... la boca, los labios...

- ¡Abre la boca, coño! – E introduje el metal, frío y duro.

- ¿Qué se siente? ¿A qué sabe? – Me miraba asustada. No contestaba.

Temblaba. No esperaba respuesta. Nunca la esperé. Ella sí esperaba poder

responder...

Sentí en aquel momento de clímax una gran necesidad, rebosaba de satisfacción.

Nunca me había imaginado en aquella situación y ahora que la tenía delante de mí, la

disfrutaba. Silencio. No podía contenerme. Se rompió, el silencio se rompió. Y me

salpicó de gloria, de vida, de inteligencia... y cayó. Eyaculé mentalmente tras aquella

sobreexcitación. Alimenté un suspiro y mi cuerpo me pedía un cigarro. “Mejor que el

polvo más sabroso que haya echado” pensé. Cogí la bolsa con el dinero, llevaba tiempo

esperando impaciente. Ni siquiera me había preocupado de ocultar mi rostro y avancé

lentamente hacia la salida. Orgulloso. Tranquilo. Con la pistola fuertemente apretada en

mi diestra. Oí sirenas acercarse, posiblemente el banco contaba con alarma, daba igual.

Aún tuve tiempo de formar un montón con aquellos billetes, saqué el paquete de

cigarrillos, cogí uno y tiré el resto. Del otro bolsillo extraje el Zippo y provoqué la llama

con un ágil movimiento. Encendí el pitillo y arrojé el mechero al montón del dinero.

Ardió rápidamente. Disfruté con aquello también. Tres coches patrulla y una

ambulancia llegaron al lugar. Tiré la colilla y la aplasté con la bota. Exhalé el humo.

Levanté el arma. No tuvieron tiempo de salir del coche. Apunté y disparé. Un estallido

ensordecedor me atravesó. Culminé mi obra. Ya no tenía nada que hacer en este mundo

y decidí salir por mi propio pie, eso sí, dejando marcadas huellas de mis últimos pasos

por él. En su momento no me arrepentí, ahora, en el “Purgatorio”, a la espera de ver

encauzada mi alma hacia un lado u otro, sí me arrepiento... mis huellas ya se han

borrado y mi alma se cruza con otras... hay millones... y sus huellas sí que perduran

aún... años, décadas, siglos, milenios... pero qué podía hacer un pobre hombre como yo,

aspirante a ser algo, sin nada, sin posesiones de ningún tipo, sin identidad y con una

flamante pistola encontrada en uno de los basureros donde solía comer... ¿qué podía

hacer?...

FORTUNA

Presto se nos echan encima las navidades y Pedro sigue incógnito. No hay nada

de maravilloso en esta celebración para él estúpida y sin sentido, sin color, sin sabor...

Cuando era niño aún disfrutaba en su ignorancia de la fecha, pero conforme había ido

creciendo y madurando las cosas habían ido tomando otro cariz, sus recuerdos parecían

serlo de otra gente que la que le rodeaba cada año. Su familia, su querida y falsa familia.

Era todo muy confuso, pero Pedro había aprendido en estos últimos años a diferenciar la

realidad de la ficción, y aunque bien pudiera ser realidad en muchos hogares no lo era

en el suyo. Todo se presentaba decepcionante, la sola idea de unas navidades más en

familia creaba en él un malestar notable y una necesidad inevitable de vomitar. No

podía hacer más que dos cosas: quedarse mudo y quieto durante la velada o no aparecer.

Prefería esto último, se sentía engañado, no por las navidades y esos cuentos que te

cuentan de crío que sí quieres te los crees y si no, no hay regalos, sino por la hipocresía

que le había envuelto sin tan siquiera darse cuenta, por los mimos y besos de sus tías y

el ánimo de sus tíos, no siendo más que dulces preludios de una cruda puñalada a sangre

fría. Ese año no les dejaría que siguieran actuando, desde luego echaría de menos a los

pocos en los que podía confiar (aún), pero bien valía la pena desaparecer durante una

temporada. Lo más lejos posible...

Las calles estaban desiertas, de vez en cuando se veía a alguien que llegaba

apurado a casa con algunos paquetes bajo el brazo y sonrisa cómplice, sonrojado por el

frío. Algún borracho entonando las típicas canciones navideñas con ciertas variaciones

obscenas y los escaparates llenos de luces parpadeantes y juguetonas. Y allí estaba él, ni

siquiera estaba abierto el bar, ningún bar donde pudiese tomar una copa. Le apetecía ver

gente conocida, gente con la cual se llevaba bien y congeniaba, gente que no tenía prisa

por volver a casa y con ganas de charlar. Lamentablemente todos tenían algo que hacer

o celebrar, por imposición o por costumbre. Y Pedro se seguía preguntando el por qué

de esa celebración, él no era católico, creía en algo, lejos de lo que era aquello. Cierto

que une a la familia, pero, a veces, más valdría que no fuese así. Y luego todo ese

dineral derrochado en pos de los centros comerciales que desde hace años tienen el

negocio montado con eso de los reyes y Papá Noel, la era consumista, el efecto dos mil,

el fin del mundo... vende, ¡todo eso vende! La noche se presentaba más fría de lo

normal, pronto empezarían a abrir los locales y se podría embriagar hasta perder el

conocimiento de su propio nombre, mientras, en las dos horas que le quedaban, sólo

podía andar de un lado a otro para no enfriarse demasiado. Un cigarrillo en los labios y

parecía hacer menos frío, el vaho se mezclaba con el humo denso del tabaco y Pedro

parecía una chimenea. A veces, mientras caminaba veía a la gente sonreír o carcajear

por los ventanales de sus salones, toda la familia cantando y riendo sin parar mientras

brindaban una vez más por los años venideros y en concreto ese. Todo parecía pura

felicidad, y Pedro se preguntaba cuánto de incierto habría en cada una de esas risotadas,

cuánta gente reiría falsamente por la broma pensando en cómo joder al prójimo... todo

era una gran mentira, él lo sabía y la gente que disfrutaba de esas encantadoras veladas

también, y reían con la sana intención de, como en un sueño, disfrutarlo al máximo

antes de que se acabase y despertaran sumidos en la más auténtica de sus pesadillas,

pero sus ojos eran tristes, pensaban todos lo mismo: “ojalá que esto sea así siempre, no

quiero despertar...”. Pero luego despertaban y se encontraban envidiados por sus

hermanos, amenazados por sus cuñados y repudiados por sus padres y suegros, todos a

una. Pero eran felices, aguantando, sufriendo y esperando... Pedro se había cansado de

esperar. Siguió caminando, es lo único que podía hacer.

Al volver una de las frías esquinas de la calle casi cae sobre un amasijo de ropa

que contenía a un hombre envuelto en su interior, un mendigo. Apenas pareció

inmutarse, solamente levantó una botella y dijo:

- ¡Eh, chaval!, ¿Quieres un trago? – aquel hombre dejó ver su desaliñada barba

y una sonrisa sin apenas dientes a la que no pudo resistirse Pedro - ¡Venga

coño, que pareces helado y esto calienta un huevo!

Pedro agarró el cuello de la botella y tras un corto periodo de titubeo se la acercó

a los labios y empinó el codo. El ron entró con fuerza, provocando un infierno en su

estómago que le resucitó del frío. Tosió y dio un segundo trago más generoso. Esta vez

entró más suave y se deleitó con el sabor de aquel licor barato.

- ¡Ey, te he dicho un trago, no toda la botella, muchacho!- alargó la mano

mientras seguía sonriendo. Siempre sonreía. Luego de dar las gracias, Pedro

y aquel hombre se quedaron mudos y quietos, el hombre siempre sonriendo

entre trago y trago. - ¿Te has perdido muchacho?

- Me llamo Pedro – dijo muy puesto en su sitio, con seriedad y firmeza.

- No te he preguntado tu nombre, muchacho, digo que si te has perdido o algo

así. – Nunca dejaba de sonreír y Pedro se preguntaba dónde estaba la gracia.

- No, no me he perdido.- Pedro no estaba dispuesto a contar sus intimidades o

a hablar más de la cuenta con un extraño, aunque no parecía mala gente a su

parecer prefería guardar un poco las distancias.

- Esta noche en la calle solamente hay mendigos y muertos, ¿tú qué eres? – la

sonrisa de aquel hombre se hacía incisiva y estaba empezando a agobiar a

Pedro.

- No soy un mendigo – no estaba para bromas.

- No tienes pinta de ser un muerto.

- No me digas. – Era lo único que le faltaba a Pedro esa noche, un mendigo

harapiento y apestoso que le hinchara los cojones.

- Bueno, yo he visto muchos y la verdad, no tienes pinta de ser uno. –

Sonriendo, siempre sonriendo...

- A la mierda viejo – no sabría decir la edad que tendría aquel hombre, pero

con relación a la de Pedro, sin duda era un anciano. Escupió a la carretera y

se dio media vuelta. Se sentía incómodo con aquel tipo y no tenía por qué

aguantarlo. Hizo amago de irse, pero el hombre le interrumpió.

- ¡Espera muchacho! ¿Llevas un pitillo o dos? Son para esta noche tan

especial... – fue la única vez que no sonrió, su cara se tornó triste y afectada.

Por dentro seguro que se estaría riendo a más no poder. El mismo numerito

de todos los días para ganarse la vida.

- Toma – sacó tres cigarros y se los puso en la mano, a lo cual el hombre

respondió con una amplia sonrisa.

- No tendrás unas monedillas para un café ¿verdad? – la sonrisa creció.

- No pienso darte nada más viejo, toma cuarenta duros y date por satisfecho –

era una noche fría, negra y solitaria. Aquel hombre no dejaba de sonreír.

A Pedro le pareció ver un extraño destello en los profundos ojos del anciano y

un escalofrío le recorrió la espalda. No debería estar allí, no esa noche, hacía un frío

glacial y apenas iba lo suficientemente abrigado, aquel hombre no paraba de sonreír y se

estaba mosqueando al borde del enfado. No era una noche para salir de casa, solamente

hubiera tenido que aguantar. Entonces el hombre volvió a hablar, sacando a Pedro de su

abstracción.

- No tendrás un alma vieja y gastada en desuso ¿verdad?¿Sabes?, eres un

muchacho afortunado – y se abalanzó sobre Pedro, envolviéndolo con sus

harapos y dejando de él nada más que huesos. –Ya no tendrás que volver a

pasar por esto. Solamente hubieras tenido que aguantar, Pedro. La calle es

muy peligrosa muchacho, nunca se sabe lo que te puedes encontrar. Se

avecina un año lleno de sorpresas. Ja, ja, ja...

Las campanadas sonaron y enseguida el alboroto inundó las calles, todos

gritaban y saltaban de alegría celebrando la entrada del nuevo año. Todos excepto uno,

que ya no estaba. El anciano sonreía, siempre sonreía y se levantó de un salto gritando:

-¡¡Feliz Año Nuevo!! ¡¡Feliz Año Nuevo!! Ja, ja, ja...

LA CAJA DE MÚSICA

Ambos empezaron a volar por el inmenso salón, bailando en el aire, realizando

piruetas y lindas cabriolas. A su paso dejaban una preciosa estela luminosa, polvos

mágicos. Eran dos bellas figuras las que se deslizaban ágilmente por la inmensidad del

vacío. Una preciosa dama de pelo anaranjado como el fuego, largo y frondoso, que

cubría dos maravillosas perlas azules incrustadas en un bello y afirmado rostro de

blanca tez. La otra figura, un apuesto galán, moreno de ojos grandes y oscuros. Y allí

estaban los dos, batiendo sus maravillosas alas, como mariposas al inicio de la

temporada estival. Se deslizaban sorteando los obstáculos de la sala, majestuosa, con

gran facilidad.

Sus vestimentas eran muy escogidas. Ella llevaba un estupendo vestido blanco

anacarado, largo, con encajes en la parte superior y unos delicados bordados en su

costura. Él, un espléndido traje negro, parecido a un smoking, pero de mayor elegancia

aún, liberándole de tanta formalidad. Como fondo de su acrobático baile, una

cautivadora música, casi hipnótica... danzaban de aquí para allá, posesos por la delicada

sucesión de compases llenos de matices sugerentes y melódicos.

El salón, adornado de maravillosas lámparas de araña de bohemia, magnífico

cristal este, brillaba con cegadores destellos luminosos y bañaba de luz todo el entorno.

Las cortinas, de un acabado impresionante, se deslizaban a lo largo de toda la pared.

Toda la estancia era una mezcla de colores de tonos suaves y acogedores, tonos blancos,

rosados, amarillos, grises azulados, claros y agradables a la vista. Y allí estaban. Solos.

Batir por aquí, pirueta por allá, un giro... la magia brotaba por cada uno de los rincones.

Pero sólo bastó un instante para que toda aquella alegría se viera frustrada de un intenso

y estruendoso golpe...

- ¡Alto criaturas inmundas! - Era la voz de su amo, el Gran Mago de Hador,

pueblo variopinto en el que conviven multitud de razas y especies vivas.

- Señor... nosotros no... – contestó la figura femenina de diminutas

dimensiones intentando aplacar la furia de su señor.

- ¡Basta! Os dejo unas lunas solos y ya os creéis en el derecho de invadir mis

habitaciones. Yo no os he tratado mal, pero os habéis aprovechado de ese

privilegio para abusar de mi buena hospitalidad.

- Pero... – increpó el duendecillo masculino en defensa de los dos - ...no

teníamos intención de hacerle sentir ofendido, fue un juego, sólo eso, yo... –

atajó el mago cortando sus palabras al viento.

- Habéis abusado de mi confianza y pagaréis por ello. De todas formas, no

seré malvado con vosotros, ya que me habéis sido de gran utilidad durante el

tiempo que habéis estado a mi lado y habéis aliviado el sentimiento de

soledad que siempre me ha invadido.

El mago lanzó un conjuro al aire y una nube de polvo dorado envolvió a los dos

duendecillos, arrastrándolos hacia una caja de escasas dimensiones. Sus cuerpos se

tensaron y adquirieron rigidez, adoptando una postura graciosa. Los había convertido en

figuras. Luego los posó en el centro de una plataforma, enfrentados el uno al otro y

cogidos en postura de baile, dotó a la plataforma, de aspecto circular, de capacidad para

girar y, en su centro, girarían las figuras. Y, como guinda final de aquel pastel, puso

música a su alrededor, la misma que había sonado cuando los descubrió en el salón. Su

magia impregnó la caja y, siempre que estuviese abierta sonaría aquella música mientras

los duendes bailaban al son de las dulces notas musicales. Mientras estuviera cerrada

estarían condenados a la oscuridad y al más absoluto silencio. Así, sin saberlo, cada vez

que abrimos una caja de música, privamos a sus habitantes de la esclavitud que antaño

les fue impuesta y les damos la oportunidad de volver a disfrutar de aquel último baile.

Mientras esté abierta y dure la música, la magia permanecerá entre nosotros.

LA CARTERA

- ¡Que bonita es la vida! ¡Ah...! Es tan maravillosa... con todas sus cosas buenas y

sus cosas malas, todo tiene su lado positivo ¿verdad? Y las flores, los pájaros, la

luz del Sol, de la Luna, esos rayos de Luna... las noches claras, las tormentosas

veladas nocturnas junto a la chimenea o en el exterior, en medio del campo,

disfrutando de las fuertes gotas martilleando tu cuerpo y pegando a la piel tu

pesada o liviana ropa... los días de invierno o de verano, primavera u otoño, es

espléndida ¿no lo ves? Da igual el tiempo que haga, los problemas que tengas o

la relación que tengas con este mundo, todo eso es insignificante y no justifica la

negación de una evidencia tan grandiosa como es la vida, esa sensación de vivir

al límite o plácidamente sin sobresaltos, el saborear una copa de ron o whisky

para ahogar una mala pena o una taza de café humeante para disfrutar de un

buen momento de charla o relax, no importa, ¿sabes? No importa en absoluto,

porque...

- ¿Quieres dejar de decir chorradas y venir a ayudarme a cavar estúpido? –

proclamó una voz enfurecida desde una semi-profundidad embarrada en medio

de un campo de hortalizas.

- No me llames estúpido, te recuerdo que yo soy el listo de los dos y que sin mi no

irías a ninguna parte. – dijo Marcos con deje de superioridad y orgullo herido –

Yo soy el genio y tú la fuerza, ¿recuerdas? Así que no me llames estúpido.

- No digo que seas tonto, solamente digo – sacándose una pistola del cinto y

apoyándola sobre su sien – que vengas a ayudarme o no terminaremos nunca,

¿entiendes eso?

- Vale, vale, no es para ponerse así. – accedió Marcos resignado.

Juan y Marcos eran dos asesinos a sueldo que trabajaban al más puro estilo

mercenario, “tu cumples con el dinero y nosotros cumplimos con el trabajo”, sin

importarles cualquiera de las circunstancias que pudiese envolver a la víctima. Eran

muy serios en su trabajo y con cada crimen lo demostraban sobradamente. Últimamente

el negocio no iba muy bien, demasiado control en las calles y demasiado

guardaespaldas, aparte de que los negocios más sucios llegaban a solucionarse desde

dentro y a base de soltar mucha tela. Eso les había llevado a pequeños delitos con el fin

de sobrevivir a través de lo que siempre habían sabido hacer: matar. Las cosas se habían

vuelto difíciles y no podían dejar un cadáver por la calle como antaño. Ahora, el campo

de Cartagena era cementerio de sus víctimas y testigo de sus actos. Y allí se

encontraban, con un pico y una pala, con una tormenta acojonante y con un hombre a

punto de expirar. La noche se avecinaba mala y debían cavar aprisa antes de que

empeorase la cosa.

- Mi cartera, mi cartera... – la víctima intentó levantar el brazo reclamando sus

pertenencias...

- Venga tío, que este ya empieza a moverse otra vez – un palazo de Marcos volvió

a noquear al individuo que se sumió nuevamente en el maravilloso mundo de la

inconsciencia – ha sido sin querer, ja – dirigiéndose al tipo que sangraba sobre el

oscuro barro.

- Si me hubieses ayudado antes ya estaría enterrado... – mojado y mosqueado,

Juan seguía cavando apremiado por el mal tiempo.

- Ya, ya... – Marcos hurgó en uno de los bolsillos de la cazadora y sacó una

cartera de piel con pinta de haber tenido poco uso, pero con un toque de

antigüedad atractivo y poco usual. – Total, nos estamos mojando por nada, el tío

capullo solamente llevaba esta cartera con diez mil pelas, una ruina tío, una

ruina, así nunca vamos a levantar el negocio.

- Calla y dale si se mueve, no me gustaría tener que salir detrás de él o malgastar

una bala por tus gilipolleces – normalmente Juan era el que ponía los cojones,

para lo demás ya tenía a Marcos, si no fuese por su ingenio para sacarle partido a

cualquier chanchullo ya se habría desecho de él.

- Vale, vale, desde luego, todo el mundo tiene días mejores y días peores, asúmelo

tío. Además, no caves más coño, ahí cabe de sobra.- Juan asintió, de un salto

salió de la fosa y sustituyó la pala por el pico.

- Mi cartera, dadme mi cartera... – se oyó en un susurro proveniente del futuro

cadáver.

- Está preguntando por su cartera el pringao. Si ya no te va a hacer falta... – se

dirigió al pobre hombre- Dale el golpe de gracia y quítale la chupa si te gusta.

- No, que se la quede... tampoco hay que pasarse... – y el pico atravesó el cráneo

con un golpe seco. Se acabó para aquel hombre su maravillosa vida...

Una vez introducido el muerto en el agujero, lo enterraron bien enterradito

disimulando en lo posible cualquier indicio de aquel acto, aunque era posible que con la

que estaba cayendo quedara el cuerpo al descubierto. Subieron al coche y, aún mojados,

se largaron a toda prisa. La lluvia eliminaría todas las huellas. Ambos se marcharon, sin

percatarse de que se amigo se había esfumado. Parecía como si la tierra se lo hubiese

tragado, el barro se hundió repentinamente, dejando a la vista un surco con la silueta del

hombre y una ligera estela de humo atravesó la capa de tierra y ascendió para perderse

después entre los destellos de la tormenta a media noche.

Con dos mil duros poco iban a poder hacer Juan y Marcos, así que no tuvieron que

discutir mucho para llegar a la conclusión de que el mejor uso que podían darle al

dinero era pillarse una buena cogorza esa noche. Se metieron a uno de esos bares que

solían frecuentar, donde todo el mundo les conocía y temía. Marcos abrió la cartera,

cogió el billete de diez y lo puso sobre la barra de un golpe.

- Ponnos un par de cubatas y que no falte alcohol mientras quede pasta, ¿vale?-

Marcos a veces también imponía. Su carácter tan cambiante le había hecho

temerario entre quienes le conocían. Era difícil saber cuando estaba de broma y

cuando hablaba en serio, ni siquiera Juan, con el tiempo que llevaban en el

negocio juntos, había logrado comprenderlo y pillar sus estados de ánimo al cien

por cien. La mayoría de la gente prefería no tentar a la suerte. Pasaban.

- Vaya mierda – espetó Juan al tercer cubata. – sólo diez talegos, con eso no

tenemos ni para ponernos ciegos, ¡¡¡me cago en la puta!!!

- Venga Juan – intentó calmarlo – con lo bien que vestía, quien iba a pensar que

no llevaba una suma considerable en el bolsillo.- Hubo una pausa.- Se merece

estar donde está, ¡por cabronazo¡

- Eso, ¡por cabronazo! - brindaron y apuraron la copa.

Cuando fundieron el dinero se largaron a casa, borrachos, hechos un asco,

tambaleándose, agarrados el uno al otro, riendo y maldiciendo a aquel hombre,

mojándose, resbalando, tropezando, cayendo...

- Esto es lo que tenemos, una puta cartera – Marcos la mostró a Juan – una puta

cartera, sin un puto duro, además no es ni elegante, es una mierda...

- Sí, una mierda...

- Y sin viruta ¿cómo coño la vamos a llenar? !!!ese tío es un cabronazo¡¡¡ -

levantando la cartera en alto y gritando enfurecido...

- Sí, un cabronazo... – Juan se limitaba a repetir vagamente, con embriaguez, las

palabras finales de Marcos. El dinero les dio para unas cuantas copas, más de las

que pensaban...

- Esto no vale una mier... – la voz de Marcos se entrecortó al ver que de la cartera

caía un billete. Se agachó como pudo y lo cogió. Diez mil pesetas. – Pero qué...

- ¡Eh, Marquitos!¿De dónde coño has sacado la pasta? – Juan mosqueado se

acercó a Marcos y sacando la pistola amenazó - ¿no me estarás engañando para

quedarte con más pasta, verdad cabrón?

- Yo... – no tenía palabras, aparte de no encontrarse en condiciones para darle al

coco y buscar algunas, para aquello – no sé tío, han salido de la cartera... – un

atisbo de perplejidad asomó a la cara de Marcos.

- Venga, ¿te estás quedando conmigo o qué? – tiró del gatillo para atrás y quitó el

seguro, siempre que bebían lo solía poner. – Déjame ver... – arrebatándole la

cartera de las manos.

- Yo... te juro... – Marcos ahora estaba confuso y acojonado, si Juan se cabreaba

era por dinero y cuando se cabreaba no perdonaba ni a su madre.

- ¿Esto que mierda es...?- Al abrir la billetera encontró otro billete de diez.

- No había más dinero del que te dije tío, no sé de donde ha salido esa pasta, te lo

juro, yo... – Marcos se achicaba mientras Juan se crecía enfurecido y aún ebrio.

- ¡¡Jódete cabrón!! – un disparó sonó en la noche, un trueno más entre la

tormenta, un charco rojo al desplomarse Marcos y un humeante cañón. – A mi

nadie me engaña... ni mi padre...

Justo mientras miraba el cadáver de su ex compañero por última vez, este se deshizo

fundiéndose con el agua y la sangre, de igual manera que lo hizo la bruja malvada de la

película “El Mago de Oz”. Aquello le dejó atónito. Demasiado borracho para juzgar la

calidad de lo que veía. De lo que sí estaba seguro es de que se había dejado llevar por la

ira y había acabado con la vida de su amigo, pero nadie engaña a Juan, nadie. Se echó

las manos a la cabeza y se acurrucó junto a una farola. Se quedó dormido, con el motivo

de su disputa, la cartera de aquel cabronazo, en sus manos.

Fue demasiado tarde cuando despertó y vio como un sucio ratero se llevaba aquel

objeto de piel que había costado la vida de dos personas. Se levantó tambaleándose y

sólo supo decir antes de “derretirse” poco a poco:

- mi cartera, mi cartera...

Los deshechos de aquella fundición corporal se arrastraron entre el agua que corría

por el asfalto, deslizándose los restos de Juan hasta el alcantarillado. De todos modos,

su destino.

- Joooder, no está mal para empezar el día, diez mil pelas... – el ratero sacó el dinero

y se guardó la cartera en el bolsillo trasero del pantalón, ya tenía el jornal de hoy,

mañana sería otra historia...

LA CRUZ INVERTIDA

Intenté desviar la mirada de aquellos intensos ojos oscuros, para dirigir los míos

hacia sus senos desnudos, pero... no pude. Me tenían atrapado y sólo tenía ojos para

aquellas dos perlas negras. Era difícil de creer que yo estuviera allí, desnudo junto a una

mujer que casi no conocía, pero el riesgo, el vivir al límite, me excitaba y me llenaba de

un morbo jugoso y exquisito. Ella, de piel acaramelada y pelo largo de un castaño rubio

parecido a la miel, debía ser muy dulce. Yo mismo me engañaba, sabía que no era así.

Quien nos viese a los dos, en aquella playa casi desierta, desnudos el uno frente al otro

sin inmutarnos ante nada, pensaría que estamos locos... quizá lo estemos, yo

simplemente soy prisionero de las fauces de sus profundos ojos y de aquella cruz, de

plata (supongo), con unas curiosas incrustaciones en toda ella de preciosas joyas, que le

colgaba del cuello y le caía a la altura del canalillo entre los pechos. Había oscuridad

también fuera de sus ojos, era de noche, la nocturnidad ya nos había atrapado y, a la luz

de una fogata de pequeñas dimensiones, aún seguíamos el uno frente al otro, de pie,

impasibles.

Cuando pude desviar, por fin, mis ojos de los suyos, observé y aprecié todo

cuanto había pasado por alto hasta entonces. La cruz invertida, su estremecedor

cuerpo... mientras el análisis era realizado por mi más calenturienta mente, su cuerpo, el

que era tan bello, empezó a agrietarse. Empezaron a abrírsele heridas, llagas,

supuraciones... Mas cual fue mi horror cuando empecé a sentir que acontecían los

mismos efectos sobre mi cuerpo. Ella estaba desapareciendo, su cuerpo se estaba

convirtiendo en ceniza...

“...polvo eres y en polvo te convertirás...”

...y yo, yo... poco a poco iba desintegrándome, apagándome, muriendo.

Una suave brisa arreció sobre el lugar y arrastró consigo las cenizas,

esparciéndolas en toda la extensión del mundo y allí, sobre la arena sólo quedó un triste

recuerdo en forma de cruz, de cruz invertida.

LA LENTE

El mundo es un lugar realmente pequeño. Y a la vez enorme. Pero pasa que en la

mayoría de los casos no somos capaces de ver más que por una lente de diminutas

dimensiones, sin darnos cuenta de esa otra cara de este “maravilloso” mundo.

Asqueroso en cierto modo. No nos damos cuenta de esa gente que vive porque no tiene

otra cosa que hacer en esta vida más que esperar a que le llegue el turno a morir en

cualquier barrio marginal, en el banco de un descuidado parque o al cobijo de un chute

bajo el puente de las afueras. Y sin darnos cuenta, esos ínfimos seres son la noticia que

mueve este planeta, la verdadera historia del país. Pobreza, abuso de menores, tenencia

ilícita de armas o drogas, prostitución, robo, pillería, violencia, dentro o fuera de casa...

y eso todos los días, sin descanso... rondando la muerte. Así empieza esta historia, la

historia de un joven que tuvo la oportunidad de ver a través de otra lente, ni más ni

menos que la que la vida real le ofrecía.

Jorge estudiaba 2º de Bachillerato en el instituto Cervantes e Hidalgo de Madrid.

Su vida no había tenido muchos altercados a lo largo de sus cortos diecisiete años. Su

especialidad era el arte y apenas dedicaba tiempo a otra cosa. Vivía en un barrio “bien”

de la capital y no tenía más preocupación que la de saber qué tendría ese día para comer,

¿bistec o pescado? A eso se limitaban sus problemas. Y la cartera nunca bajaba, siempre

llena de billetes esperando ser gastados para dejar sitio a más fotografías de la familia

real. Ese día se adentró en uno de los barrios de los que todo el mundo habla y poca

gente pisa. Uno de esos que tienen escrito peligro en las calles... Buscaba un objeto de

inspiración, llevaba la cámara preparada, el tema de este trimestre era la fotografía. Un

carrete en blanco y negro le daría más dramatismo y un toque especial a la foto. El

metro circular abandona su parada hasta dentro de otros veinte minutos, aquella zona

era muy oscura, tenue era la luz que emanaban los escasos y destrozados focos de la

estación. Jorge no tenía miedo, la seguridad era un aspecto que había predominado

siempre en él. Se aleja el metro por fin y se pierde engullido por aquella larga garganta.

Desaparece. Hay un vagabundo tirado en la salida al exterior, una buena foto. ¡Flash!

Sube y lo primero que ve mientras lo hace son las pintadas cutres de las paredes, otra

foto. ¡Flash! Ya lleva dos, él mismo revelará el carrete más tarde. La calle está llena de

gente, gente sin vivienda... en una esquina hay dos tipos que se tocan las manos

nerviosamente, con disimulo, uno se larga mientras el otro permanece alerta. ¡Flash!

¡Flash! Ha traído un carrete de veinticuatro fotos, pero el disparador no deja de ser

pulsado. Todo es interesante a los ojos de Jorge, pero sin embargo no es más que un

simple cuadro que al volver a su bonita casa no tendrá que observar. Niños llorando,

hambre. Ancianos rebuscando en la basura, quizá no sean tan mayores como aparentan,

quizá tuviesen familia y un trabajo, quizá eligieron vivir así, ser libres de las ataduras

del mundo. Jorge sigue andando, se le han acabado las fotos, fin del carrete. Ya no le

importa, mira la gente, estupefacto, sin dejar de caminar. Observa y su mente divaga, se

hace preguntas. Algunas con duras respuestas. No puede hacer nada. Las calles están

casi destrozadas, llenas de dolor, lloran sangre las paredes, en cualquier parte de ese

barrio un policía detiene a un menor por pasar coca mientras su madre se prostituye con

el chulo que controla el barrio a través de los “camellos” que suministran su “caballo” a

los “yonquis” que están con el mono y tan ciegos como para robar una “pipa” y pegarle

un tiro al cabrón que les golpeó por ser simplemente lo que eran y violó a decenas de

mujeres mientras las maltrataba por creerse en su derecho de “hombre”... no es capaz de

asimilar. Unos gitanillos le rondan alegres, juegan. Jorge no se cree capaz de seguir

andando, pero lo hace sin dilaciones, sin mirar atrás. Una pareja se besa frenéticamente

junto a la parada del bus y una vieja abotonada hasta el cuello les mira mal y se ajusta la

pechera murmurando de reojo. Unos cartones cubren a otro vagabundo, sonríe a Jorge y

le da un sorbo al cartón de vino barato, sus ojos denotan una notable embriaguez, no

serán pocas las historias que podría contar en otro estado, pero quizá sean esas mismas

las que le han llevado a esa situación. Ya ha visto suficiente, ya tiene su trabajo bonito y

solidario, ya puede quedar bien delante del profesor y sus amigos dándoselas de

comprometido social y mostrando implicación. Nunca había mirado a través de aquella

lente con tanta claridad, el mundo en el que vivía era una mentira... todo es una gran

mentira que envuelve tu mente y te hace creer que todo es realmente maravilloso, pero

no es así. En absoluto.

- Jorge ¿has traído tus fotos? Tu tema parecía muy interesante, enséñalas que

las veamos todos... – el profesor sabía que Jorge tenía dotes para el arte y su

confianza en él era amplia.

- Lo siento, se veló mi carrete... un descuido. – También sabía mentir muy

bien, tal y como le había enseñado esta sociedad.

- Venga... no importa, aún hay tiempo... a ver... Cristina, ¿qué tal tus fotos?

¿Cuál era el tema que escogiste? – Y se encaminó hacia ella, olvidando a

Jorge.

Jorge estaba ausente, con la mirada fija al frente. Nadie se percató, todo el

mundo iba a lo suyo... ahora lo comprendía. Nadie se ocupaba más que de lo que le

concernía a cada uno, sin importar lo ajeno. Esa era la clave. Él ya la había roto, a partir

de ese día.

Unos niños juegan en uno de los barrios más marginales y pobres de Madrid.

Han visto a un chico mayor que ellos marcharse. Se ha dejado algo. Lo cogen. Una

máquina. Empiezan a imaginar y a volar, mientras disparan divertidos el flash de la

cámara de Jorge. Aquella que le mostró a través de su pequeña lente lo grande que es el

mundo y lo poco que nos fijamos en él y su gente. La importancia de tener un nombre al

que responder porque te llaman o la de poder vivir sin preocupaciones. Jorge ya no sería

el mismo, ya no volvería a apartar la vista... no le necesitaban, pero él sí les necesitaba a

ellos, las personas reales. Aquella gente tan normal, apoyada en las necesidades más

básicas y respondiendo a su instinto de supervivencia. Era él quien los necesitaba para...

aprender. La noche llega y el flash sigue parpadeando en las manos de un chiquillo...

LA MARIPOSA ARCORIRIS

Después de estar trabajando durante tres largos años en La Mariposa Arcoiris,

absolutamente todas las noches, ahora se encontraba ansioso y angustiado. Todo el

tiempo que siempre había deseado gastar lo tenía ahora a su disposición, pero ya no

sabía que hacer con él. Vagaba por las calles de la ciudad pensando en el posible motivo

de su despido y lo que tendría que hacer ahora para poder salir adelante. Aquella noche

solitaria y vagabunda era lo único que le arropaba. Iba de un lado a otro pensando,

divagando... él siempre había vivido el momento al máximo, agotando para ello todos

los recursos disponibles, eso le había llevado a disponer de lo justo para poder comer,

dormir y colocarse. Las noches de neón que siempre le habían envuelto dejaban, a partir

de aquel instante, de existir y no sabía si al pasar aquel bache volverían a resurgir, era

difícil. Todavía recordaba aquellas noches que se hacían diurnas e incluso daban paso a

una nueva noche. Últimamente eran muchas las noches que, al cerrar La Mariposa,

Sebas se iba de fiesta con alguno de los ligues de la noche o bien con algún nuevo

amiguete, se fumaban sus porros, se metían sus pastillas y, si se terciaba, una rayita y un

buen polvo. Todo era vicio y perversión, una vida intensa solamente llevadera a base de

más de esas drogas, las cuales las pagaba con el sueldo del mes. Así, aunque el trabajo

le proporcionaba un muy buen salario, llegaba escaso a fin de mes. Los excesos habían

ido aumentando, entonces se acordó de un dicho: no es malo el uso sino el abuso... Pero

él había abusado mucho. Ahora no tenía donde caerse muerto, su cobijo le duraría unos

meses más, pero ya no podría mantener el ritmo de vida que hasta entonces le consumía

y se había acostumbrado demasiado a esos intensos placeres que la vida le otorgó en su

momento. Mirando al cielo se quedó pensativo y metió la mano en el bolsillo del

pantalón, allí sólo había una moneda, ¿qué podía hacer con una moneda? Tan sólo eran

cien duros, con eso no tenía para nada, medio talego si acaso, pero después... después

¿qué? Entonces fue cuando le vino a la memoria el recuerdo de un viejo profesor, era

muy difuso, hacía tanto tiempo... sus días de estudiante parecía que hacía un siglo

habían pasado, los veía lejanos y apenas recordaba con integridad a todos los personajes

de aquella breve obra dramática. Pero aquel profesor... creía recordar que daba clases de

historia, a Sebas siempre le había fascinado el tema, pero no lo suficiente como para

seguir adelante, ni siquiera para aprobar la asignatura. Lo pasaba mejor en el césped del

instituto con los colegas o en el bar de enfrente tomándose sus cervezas. Pero el

recuerdo de aquella persona, en aquel tiempo muy adulta a sus ojos, le trajo un viento

que sembraba esperanza en su corazón. Tanteó de nuevo la moneda y la sacó, alzándola

en el aire con una sensible gracilidad, ágilmente la lanzaba una y otra vez, hasta que al

final la retuvo envuelta en su fuerte puño, miró una vez más aquel cielo estrellado y se

dijo con las mismas palabras que un día le transmitiera aquel hombre: el mundo no se

hizo en un día, todo empezó desde abajo, con lo mínimo. Las civilizaciones fueron

creciendo a partir de una sola piedra y aquel que se lo propuso incluso construyó

grandes imperios creados de la nada más absoluta... Hasta nunca las había analizado,

pero ahora, desesperado en aquella noche solitaria, aún larga, de aquella moneda

procuraría crear una nueva vida, un hombre nuevo, una historia diferente...

PALABRAS MALDITAS

Llaman a la puerta. ¿Quién puede ser a estas horas? Apuro mi vaso de ron y me

levanto sigiloso, sin ni siquiera encender la luz. La pantalla del portátil es la única

iluminación que tengo. Echo un vistazo por la mirilla de la puerta, no veo a nadie.

Pregunto en voz alta, no demasiado para no molestar a mis posibles vecinos de

habitación, que quién hay al otro lado. Nadie responde. Entonces abro la puerta y están

allí, mirándome fijamente sin pestañear, pidiéndome una respuesta con la mirada. Las

letras se abalanzan sobre mi y retrocedo buscando en vano ayuda dentro de los posibles

objetos de la habitación. Entonces recuerdo que aún voy vestido y saco la pluma del

bolsillo de la camisa. Desenfundo y amenazo con escribir su muerte, o a lo sumo a crear

unas dignas oponentes. Pero miro la pantalla de cristal líquido y sólo veo una hoja en

blanco, con la guía parpadeante a la espera de que mis dedos comiencen a pulsar las

teclas. Las letras sonríen oscuras y se acercan lentamente sabiendo que mis defensas son

escasas. La tinta de mi pluma gotea sobre la alfombra, dejando una grotesca mancha sin

forma. -¿Qué queréis de mí? – esbozo con temor y confusión. – Nada... – me responden

impasibles e implacables. - ... sólo te queremos a ti, no nos eres útil, te hemos dado ya

muchas oportunidades pero has preferido malgastarlas, este es tu fin, eres un

fracasado... – se me echan encima y esquivo con torpeza pero acierto. Bebí demasiado

esta noche, ellas lo saben, si existen lo saben. Esa maraña de letras, instantes después se

tejen entre sí formando leves palabras de desconcierto, ira, miedo, dolor... sus lamentos

me agotan y recuerdan textos ambiguos de mi mente, pasados y olvidados entre el polvo

de mi escasa biblioteca. Son grotescas. Rápidamente intento pensar en una solución que

salve mi vida, pero la única idea que pasa por mi cabeza es la más descabellada. Intentar

en unos minutos hacer algo que llevo sin hacer durante años siempre será un imposible,

pero ante la expectativa de que es mi única opción procedo. Sorteo los obstáculos,

juegos de palabras y demás trampas que me colocan las dichosas letras y consigo coger

el ordenador. Lo agarro y tiro con fuerza, desconectando brutalmente el cable del

enchufe. Me lo coloco bajo el brazo y huyo, mientras aquel “scrable” loco me

atormenta con sus combinaciones imposibles e inconexas. Salgo de la habitación

tambaleándome y consigo volver a cerrar la puerta de aquel infierno tras de mí, oigo su

susurro y siento como se deslizan bajo la rendija y por entre las grietas de aquella

cancela. Conecto mi aparato, tiene una autonomía de unas dos horas aún, y me siento en

el pasillo, espalda en la pared. Están cerca. Intento esbozar una frase, estoy en blanco,

no he tenido una buena idea en años y ahora debo encontrarla para salvar la vida. Buena

terapia de choque. De todos modos, ¿de qué me sirve la vida sin ningún aporte

emocional y creativo? Es de lo que vivo y no hay más que mirarme para saber que hace

tiempo que dejé de recibir ingresos y me mantengo con lo poco que me queda de

entonces. - ¡Vamos allá! – me digo. Ya empiezan a surgir las primeras palabras dentro

de la pantalla, frente a mí aparece lo que podría ser la inspiración perdida mucho tiempo

atrás. Ya siento muy cerca el latido de la tinta seca y marchita delas letras que se

acercan, mis manos y dedos, entumecidos por el desuso, van adaptándose rápidamente

al suave golpeteo de las teclas. Ya las veo al fondo del pasillo, apresurándose hacia mí,

de repente me sorprendo la frente empapada de sudor y mis manos resbaladizas. - Este

es el fin – me digo, pero sorprendentemente mis manos se llenan de magia y, justo

cuando las dichosas y condenadas letras empiezan a trepar por mi pernera, las veo

desaparecer una a una al compás de mi golpeteo. Respiro profundamente mientras

desaparece la última, sonrío y cierro los ojos admirando mi fortuna, al tiempo que me

doy cuenta de que realmente aquello no era el fin, sino el principio.

PELIGRO DE INCENDIO

Sus pies se elevaron del suelo en un potente salto, su objetivo: alcanzar la rama

que descansaba reposadamente sobre su cabeza. Al tercer intento consiguió arrancarla y

la dejó caer al suelo rebosante de hojas, producto del otoño. Era una niña muy agresiva

y con mucho carácter, de ojos castaños y pelo moreno, largo y liso. Tan sólo tenía diez

años y su diversión no la constituían los ridículos juegos de muñecas que embobaban a

las niñas de su edad. Ella se divertía mucho más en el bosque, espantando a los

animalillos que allí moraban, arrancando ramas para crear imaginarias lanzas guerreras

o dejando marcas en los árboles, aquello sí que la llenaba de júbilo. Reía y reía sin parar

mientras ensuciaba sus vaqueros revolcándose entre las hojas. Hace poco había

descubierto un juego nuevo y estaba a punto de ponerlo en práctica. Mientras su padre

dormía la siesta, se había apoderado del encendedor que había dejado junto al paquete

de tabaco sobre la mesa de la sala de estar. Amontonó un puñado de hojas secas y ramas

y, simulando que era un boy-scout, encendió el mechero, acercó la llama a la pequeña

montaña de hojas y, en el momento en que iba a prenderlas, una voz le contuvo:

- ¡¡Quieta!! ¿Qué haces? – Era un joven de más o menos su misma edad, era

algo extraño, ella nunca había visto a nadie de su edad con el pelo plateado,

y sus ojos eran de color ambarino hechizante, parecía un poco más alto que

ella, pero hizo acopio de valor y se levantó enfrentándose a él.

- ¿Por qué? ¿Quién me lo va a impedir? ¿Tú? – Se agachó nuevamente

decidida a seguir su juego, giró la piedra del encendedor y de la chispa brotó

la llama, pero una intensa ráfaga de viento la apagó y arrastró las hojas que

cuidadosamente había apilado, esto la enfureció.

- ¡¡Tú tienes la culpa... !! – Las palabras surgieron de su boca en un resplandor

de furia mientras se levantaba y se daba la vuelta dispuesta a hacer pagar a

aquel niño su intromisión, pero su voz se apagó secamente al descubrir con

asombro que había desaparecido y, con más asombro aún, oyó como una voz

procedente de la inmensidad del bosque se dirigía a ella...

- ¡¡NO JUEGUES CONMIGO NIÑA!! ¡¡EL BOSQUE DEBE VIVIR; NO LO

MATARÁS!!

¿Era el bosque quien le estaba hablando? Desde luego no iba a quedarse a

averiguarlo. Empezó a correr hacia su casa, cruzando el bosque veloz como una flecha,

apartando ramas con una mano y cubriéndose la cara con la otra. En su carrera no se dio

cuenta de una roca que interrumpía su camino, tropezó y se golpeó la cabeza, perdiendo

el conocimiento durante unos minutos. Cuando despertó se notó algo extraña, pero no

acertó a ver lo que era hasta que intentó ponerse en pie y se dio cuenta de que ya lo

estaba. Miró hacia atrás y vio la roca contra la que había tropezado, si antes apenas era

más grande que una cabeza, ahora tenía que mirar hacia arriba para ver donde acababa.

Se miró las manos y un escalofrío recorrió todo su cuerpo, tenía las manos muy cortas y

llenas de pelo, parecía... no, era... una ardilla. Empezó a correr nuevamente intentando

huir de aquella pesadilla, pero era muy real.

¿Qué había pasado? Mientras corría, su mente intentaba darle alguna respuesta a

aquel extraño suceso. Seguro que había sido obra de aquel niño tan raro... justo cuando

en su mente se dibujaban estas palabras tropezó con las piernas de una enorme figura,

levantó sobresaltada la vista y lo vio, era él, se quedó paralizada.

- Sí, he sido yo, no me gusta que maltrates a mi padre, el bosque. Ya te advertí

y no me hiciste caso, ahora padeces las consecuencias de tus crueles actos –

El niño empezó a cambiar, su pelo se tornó verde, su cuerpo empezó a

endurecerse y su piel se volvió oscura y arrugada, su cara empezó a

desfigurarse fundiéndose con el resto del cuerpo en un todo uniforme... no

acabó de ver la transformación, se giró sobre sus propios pasos y huyó en

busca de ayuda, intentaba gritar pero de su garganta sólo brotaba un débil

aullido, como el chillido que emiten las ratas...

Seguía corriendo, pero paró en seco cuando por sus fosas nasales penetró un olor

que le resultaba familiar, sus ojos se abrieron excitados en señal de alarma, ese olor

era... ¡HUMO! Se estaba quemando el bosque. Corrió hacia el Sur, había un sendero

que llevaba a su casa, pero no podía ir así, estaba confusa... el fuego le cortó el pasó en

esa dirección, se dirigió en dirección opuesta, pero el fuego no tardó en cerrarle el

camino. Ya no sabía hacia donde ir, estaba acorralada, estaba perdida. El fuego se

acercaba más y más, por todos lados... ya no podía respirar, se estaba mareando. Cayó al

suelo con la mente en blanco...

Despertó agobiada y se puso en pie, la emoción brotaba de sus ojos en forma de

abundantes lágrimas, había sido un sueño, momentos después salió corriendo del

bosque, mientras corría, su garganta desgarraba a gritos dos palabras incesantemente: lo

siento, lo siento...

TEN CUIDADO CON LO QUE DESEAS...

...porque puede hacerse realidad. Un deseo, sólo eso basta para acaparar las

fauces del oscuro infierno. El mal tiene muchas armas y muchas formas de camuflar sus

perversas intenciones...

María era una chica ambiciosa y soñaba de día, de noche... no paraba de soñar.

Quería ser famosa, aparecer en todos los periódicos del país, del mundo... ella siempre

iba mucho más allá y no se rendía ante nada ni nadie, era una persona muy perseverante.

Era actriz y modelo, un caramelo en potencia para la prensa del corazón. Pero a pesar de

su bonita cara y su espléndida figura nadie, ni un solo diseñador, ni un solo productor,

se había fijado en ella. Seguía insistiendo, algún día se darían cuenta. Y ese día llegó.

Un hombre, que más tarde dijo llamarse Alec Toulouse, la vio por la calle y se le

acercó, y con un acento de francés aburguesado le habló:

- Hola, mon cheri –dijo el extraño, apuesto y galán, con una sonrisa.

- Hola... – María miró antes de contestar y no lo hizo de muy buena gana.

Ambos se quedaron mirando largo rato, el tiempo necesario para hacer un

completo reconocimiento visual. María pudo apreciar que aquel hombre era de apuesta

figura, vestía además, un esplendoroso traje rojo, quizá de lo último de Armani o

Emidio Tucci, tenía toda la pinta de ser de alguna de esas dos colecciones, María estaba

muy puesta en el tema. Bajo el traje rojo, una corbata del mismo color y una camisa

oscura. También los zapatos eran rojos, y brillaban atrapados por el sol del casi

finalizado invierno. Debía tener unos cuarenta años. A María le pareció que estaba muy

bien para esa edad que ella sólo suponía. Al pensar esto un rubor le subió a la cara. Él se

dio cuenta del ligero color que adoptó el rostro de María y, mientras dejaba caer un

poco sus gafas de sol sobre la nariz, esbozó una amplia sonrisa. Sus ojos quedaron al

descubierto, eran grises, nunca había visto nada igual, eran preciosos. El pelo, que aún

no era cano, le caía sobre la frente, no era demasiado largo y llevaba un corte moderno,

acorde con la ropa.

- Hola – volvió a decir el hombre y continuó – estoy buscando nuevas

modelos para mi colección de primavera – ahora se notaba mas que nunca

aquel acento francés, María no podía articular palabra, estaba sorprendida, él

se dio cuenta y prosiguió – y no he podido evitar fijarme en usted, perdone

mi atrevimiento y el no haberme presentado antes. Alec Toulouse para

servirle señorita – y alargó la mano. María la tomó y la miró mientras le

miraba a los ojos. Esto hizo que María se sorprendiese más aún, no podía

reaccionar.

- María... – no conseguía recordar su apellido, su sueño estaba a punto de

cumplirse, aquel era, sin duda, el primer paso hacia la fama, ahora les

demostraría lo que vale -... María... Montero. – Sonrió aliviada.

- Me gusta – sonrió acompañándola – estoy aquí por poco tiempo y si no te

importa me gustaría empezar cuanto antes.

- Pero... – dijo excusándose. Tenía que ir a casa, arreglarse un poco... no podía

ir así.

- Tranquila, allí tendrás todo lo que necesites. – conocía las reacciones de las

mujeres ente cualquier situación, había trabajado con muchas...

- Bueno, vale. – Suspiró y lanzó una sonrisa agradecida. Ambos marcharon en

un lujoso coche descapotable que Alec tenía aparcado unas dos calles más

atrás.

María no quiso decir nada, pero el coche tenía matrícula de Madrid y eso le

extrañó un poco, pero no le dio importancia alguna a ese hecho tan insignificante, debía

ser de alquiler, si viajaba tanto como decía, un coche propio sólo le resultaría una carga

más. Alec condujo su flamante coche hasta un edificio viejo y dijo a María que le

siguiese. A María, cada vez le parecía todo más extraño y sin sentido.

- Pero... aquí. – María no creía que aquello fuese un estudio, ni una pasarela,

ni nada de eso, estaba todo lleno de herrumbre.

- Tranquila bonita... tranquila... – Alec perdió el acento y ahora no parecía más

que un Antonio o un Pepe cualquiera, era evidente que no era francés y

seguramente tampoco sería diseñador y el coche... el coche sería robado o

prestado. Todo era una mentira, pero era demasiado tarde para volver atrás,

Alec o como quiera que se llamase había bloqueado todas las salidas.

Tomó a María y ella empezó a gritar. No le valió de nada. Nadie la oiría... jamás.

Antes de que sus gritos se propagaran, Alec sacó una enorme navaja y le atravesó la

garganta, la sangre emanaba a borbotones, salpicando el suelo sucio y el traje de aquel

hombre. Éste fue rápido y, antes de que María muriera, extrajo de entre las sombras una

enorme sierra eléctrica y empezó a cortarle brazos y piernas, luego le abrió el pecho en

canal. La descuartizó totalmente, pero la cara la dejó intacta, incluso la limpió

suavemente con un paño húmedo eliminando los restos de sangre, era muy bonita. Todo

estaba bañado en sangre y era un cuadro bastante siniestro: el hombre de rojo de pie

admirando su obra con la sierra caída en su mano derecha aún despidiendo calor y

María... María distribuida por todo aquel suelo. El hombre rió a carcajadas y esto fue lo

último que oyó María antes de morir. Lo último que vieron sus ojos: la gran sierra

cayendo sobre sus brazos...

El cadáver fue encontrado un par de días más tarde y, al tercer día, los periódicos

del país y de todo el mundo y los medios de comunicación en general tenían en primera

plana la fotografía e imágenes de la víctima. La noticia fue bastante codiciada y se

llegó, más tarde, incluso a hacer una película. Al final, María se hizo famosa, después

de muerta, muy famosa... todo el mundo apreció ahora su bonita cara, con los ojos

desorbitados y la boca entreabierta emanando sangre... muy famosa...

UN DÍA CUALQUIERA, UNA HISTORIA DIFERENTE

Hace frío aquí fuera. Es dura la vida en la calle. Aunque nunca he permanecido

bajo un techo durante mucho tiempo... ¡cómo me gustaría estar como los demás...! Al

calor de la estufa o la chimenea, y sentirme querido... y comer todos los días, aunque

sólo fuera una vez. Envidio a aquellos que conozco y que disfrutan de todas esas

comodidades. Quizá le caiga en gracia a alguien y me invite a vivir en su casa... ¡sigue

soñando! Eso es tan difícil como... ¡mierda! (Empieza a llover).

Ahora, corriendo de un lado a otro, buscando un techo o cualquier cosa que me

proteja del agua, ¿qué más podría pasarme hoy? ¡Vaya día! ¡Un día de perros! Después

de tener que huir de un par de capullos que casi me enganchan, ahora hace frío y llueve,

y ni un mendrugo al que hincarle el diente. Esta vida es una mierda. Y encima, por si

fuera poco, esos animales raros y grandes dando vueltas por ahí como si nada. Se creen

dueños de todo. A veces me miran con malos ojos, otras veces me lanzan una sonrisa y

se agachan para verme mejor. Ya nada es como antes. ¡Cómo añoro la vida en el

campo! No sé como me dejé engañar para venir a esta ciudad. Echo de menos a mi

madre, ella sí me cuidaba bien. También extraño a mis hermanos. Aquellos eran

tiempos felices. Aún era muy joven para comprender. Allí, los “animales grandes” eran

buenos, aquí, a veces son muy crueles. Y así desde que llegué, un día tras otro...

(empieza a amainar) Uno de esos asquerosos animales intenta echarme el guante, pero

consigo escabullirme y empiezo a correr como loco sin dirección alguna. No llevaba

mucho tiempo allí, pero conocía muy bien cada uno de los rincones de aquella ciudad.

Sabía por donde podía pasear con tranquilidad y donde podía conseguir algo de comida,

pero también conocía los lugares por donde no tenía que pasar para no encontrarme con

aquellos hijos de perra.

Como iba diciendo... es una vida muy dura. Con sus cosas buenas y sus cosas

malas, pero dura. Había dejado de correr, ya no corría peligro y estaba cansado.

Últimamente me canso enseguida cuando llevo un rato, y más con el estómago vacío.

Poco a poco me iba recuperando y ya estaba algo más calmado. Aproveché el agua de

un charco y bebí un poco, estaba sediento después de la carrera y, según me iba la vida,

no podía hacerle “ascos” a nada. Más “bichos grandes”. Estos ni siquiera me miraban,

mejor – pensé. Voy a ver si pillo algo de comer, el estómago me aprieta y me siento

frágil y vulnerable, débil, casi sin fuerzas...

Ya estoy llegando al punto clave, a ver si hay suerte... De pronto, en un

descuido, uno de esos enormes animales me ve, sonríe y se me acerca, estoy acorralado,

atrapado, no puedo escapar, demasiado agotado... ¡adiós mundo cruel! Se agacha y

alarga sus manos hacia mí, me coge y me acerca a su cara levantándome en alto... ¡este

es el fin!...

- Hola, lindo gatito. ¿Te has perdido?

Y yo no puedo hacer más que asentir y susurrar con las pocas fuerzas que me

quedan:

- Miauuu... – digo mirando con ojos tristes y el rabo entre las piernas.

- Pobrecito... no te preocupes, te llevaré a casa. – Sonrió y me abrazó.

Ahora ya no paso frío. Como tres veces al día y tengo alguien que me quiere. Yo

estoy empezando a cogerle cariño, más me vale si no quiero volver a parar en la calle.

Me ha puesto un precioso collar, un poco incómodo, pero vivo bien así, mejor que antes

al menos. No diré nada, es un humano, él no lo entendería...

UN POEMA

Aún recuerdo cuando era niño y mi abuela me contaba aquellos cuentos,

historias maravillosas de mundos llenos de fantasía. También recuerdo con ferviente

temor aquellas otras historias que atormentaban mis sueños convirtiéndolos en

pesadillas interminables de varias noches en vela. Supongo que no lo hacía adrede y

cada historia llevaba su lección incorporada, pero hoy, pienso que son relatos muy duros

para un niño de aquella edad. Especialmente recuerdo un cuento, uno que me llegó a

helar la sangre y me mantuvo en vilo durante más de dos años y que aún hoy me asusta

al apagar las luces de la habitación y sentir el azote de la oscuridad...

- ¿Quieres que te cuente una historia corazón? – decía Marta escondida bajo

aquella sonriente vejez de graciosa y juguetona arruga.

- ¿Pero una de esas de miedo...? – preguntó David con una mezcla de

entusiasmo y temor recordando que la última vez que su abuela contó una

historia de ese tipo tardó casi toda la noche en conciliar el sueño.

- No... de esas no. La de hoy es más que una historia, es un hecho real. – la

cara de Marta empezó a tomar el carácter de lo que se disponía a relatar y

toda ella se mostró cómplice de su historia...

>> Una vez, cuando yo aún era joven, en el pueblo había una muchacha que

había perdido a su padre a una edad muy temprana, Adelaida se llamaba, y tuvo, junto

con sus hermanos, que sacar la familia adelante, pues era la mayor de los siete. Su

madre cayó en una tremenda depresión y al poco enfermó y murió. Así que, como

ninguno de los hermanos tenía una edad legal, se los llevaron todos a un orfanato. No

tenían más familia que la que siempre había sido en aquella casa y no había persona

alguna que los pudiese reclamar. Adelaida tenía doce años por aquel entonces y aún le

quedaban unos cuantos años más para alcanzar la mayoría de edad y poder salir así de

aquella cárcel para críos. La adaptación a aquel lugar fue muy dura y tuvo la suerte, al

menos, de ver como sus hermanos iban siendo acogidos por las mejores familias de las

ciudades próximas al pequeño pueblo. Ella los vio marchar con la esperanza de

volverlos a ver algún día en condiciones más favorables que las de entonces. Nunca

ninguno de los seis hermanos supo nada de Adelaida. Aparece en las listas del

orfanato, aparece el día de su entrada, pero no el de su salida. Sus hermanos tuvieron

que guardar como último recuerdo a su hermana despidiéndose con la mano desde la

ventana del salón, con los ojos llenos de lágrimas. Tras quedarse sin la poca familia

que le quedaba, Adelaida no tenía más amigos en el orfanato que su propia sombra y

las noches pasaban frías y largas... silenciosas... hasta que una de esas noches calladas

una melodía vagamente entonada le sacó de ese leve aturdimiento causado por el efecto

del sueño a altas horas:

Canta mi niña conmigo,

Pues la noche,

A solas,

Es solo silencio y oscuridad,

Canta conmigo mi niña,

Que en compañía

La noche no es soledad.

Acércate a mis brazos,

Que yo te quiero acunar,

Mecerte en dulces sueños,

Algunos que no olvidarás.

Deja que sienta tu seno,

Tu corazón arda en mi pecho,

Que siendo dos una unidad

Nada nos podrá separar,

Que siendo tu sangre la mía,

No se precisa más compañía

Que la habida por necesidad,

Y necesidad hay poca en la vida,

No más que respirar,

Así que muerta te llevo

Para evitar ese apuro,

Bebe de mi alma

Y mi alma te beberá,

Sáciate con mi muerte

Y vida no temerás,

Ven conmigo ahora,

Nada mortal te une al mundo,

Yo te daré alas

Y con ellas podrás volar,

Porque,

Aunque negras sean,

Mil almas podrás cobijar...

>>El miedo en un principio hizo que Adelaida retrocediera asustada y se

acurrucara en un rincón de la habitación, pero después pensó, con su conciencia

infantil, que todo sería mejor con tal de salir de aquel agujero. No tenía nada que

perder y a cambio podía ganar esa libertad que llevaba ansiando tanto tiempo. Así que

se puso en pie y dio la mano a aquella voz, sombra de confusión. Y ciertamente vio

mucho mundo, y sus alas cobijaron muchas almas, pero todas decadentes, putrefactas y

nauseabundas. Encargada de recoger y sembrar muerte por doquier Adelaida había

perdido su identidad como ser humano, pasando a ser la portadora de las peores

noticias del planeta en vida y su nombre desapareció, ocupando su puesto el único que

merecía ocupar su figura: Muerte. Así la conocían ya antes. No estaba sola, en eso no

mintió la voz, había muchas más como ella, atrapadas en aquel intenso e infinito

sufrimiento ajeno. Incluso llegó a reconocer a través de sí misma al ser que se llevó a

sus padres de aquel mundo del que ya no formaba parte. Encadenada a aquel destino

intentó huir. Dejó la guadaña y se lanzó al mundo vivo. Demacrada por su duro trabajo

deambuló por las calles del planeta en busca de una nueva vida, pero allá donde

entraba la gente se echaba a temblar, salía corriendo, lloraba o perecía allí mismo

frente a ella. Estaba claro que no podía escapar, ella misma había elegido aquello,

nadie la obligó y ahora sólo sembraba muerte donde quiera que fuese. Entonces tomó

una decisión, cada vez que bajara a este mundo para llevarse a alguien, le daría la

oportunidad de vivir un poco más siempre y cuando dejaran a La Muerte vivir junto a

esa persona el tiempo restante de su vida, para poder sentir así lo que antaño le fue

arrebatado por engaño. Desde entonces es frecuente que alguna vez se presente antes

de tu muerte para avisarte y se ofrece con este peculiar trato al que accede con unas

hermosas palabras:

Vengo a llevarte de este mundo

Tu tiempo llegó a su fin

Pero yo te ofrezco

A cambio de sentir tu propia vida

Prolongarla un poco más.

En tu mano está el decidir.

Yo te pido de buena voluntad,

Aunque mi nombre no evoque tal,

Que me dejes disfrutar Vida

Que en esta Muerte no poco me queda

Y joven vine a obrar,

Sí así lo quisieres,

Suavemente procuraré acabarte

Dulce en la memoria de los demás.

- Entonces, abuela, ¿eso es verdad? – dijo David con cierto compungimiento.

- Como la vida misma hijo mío... – Ahora Marta se mostraba entristecida, las

palabras que quería destinar a su nieto habían sido las causantes de aquella

historia. - ... anoche vino a avisarme a mí.

Entonces los dos lloraron. Marta padecía un gravísimo cáncer que ahora llegaba

a su fase terminal y no quería que David la recordará acabada de esa manera, por otra

parte, no quería marcharse de este mundo sin despedirse. Había tratado de ser lo más

suave posible con su nieto, el único que tenía. Esa fue realmente la última noche que

David escuchó las palabras de su dulce abuela y la última historia, la que marcó sus

noches, siempre fue aquella.

UNA DOSIS FORZOSA

Salgo de la ducha. El agua aún recorre todo mi cuerpo, escurriéndose hasta mis

pies desnudos. El espejo me llama y me pongo frente a él. Me estudio y, lentamente,

recorro mi reflejo con la mirada. Mi pelo, negro azabache, cae mojado sobre mis

hombros. Mis manos lo desplazan hacia atrás, dejando al descubierto las orejas llenas de

anillos. Apenas tengo fuerzas para sonreírme, hago un intento, no lo consigo y desisto.

Mis ojos castaños están llorosos y no me atrevo a mirar. Mientras, admiro mi ombligo y

el perfecto vientre plano que lo adorna y envuelve. Mis labios están secos y los

humedezco con la lengua al tiempo que subo los ojos hacia mi cara, la del espejo, la que

declara tristeza y hastío, pena sumisa. A veces la vida no es justa. Nunca. Había

quedado con él y cuando lo vi, lo que esperaba fuese un cálido saludo se tornó en una

angustiosa noticia... Cuando me lo dijo me volví apretando puños y dientes y me

marché corriendo. Me llamó, le ignoré. Ahora me da igual, sé que tendré que cargar con

ello el resto de mis días. Después de tanto sacrificio, de tanto sufrimiento, tanta espera...

ahora todo será diferente, todo ha cambiado y nada volverá a su cauce normal. Tengo un

físico perfecto aún, pero... el destino se sonríe burlescamente.

¿Qué es lo que he hecho yo para merecer esto? Ya no importa. Estoy destrozada.

Todo se obscurece, escalofríos, me tiemblan las piernas, me aferro al lavabo y escalo,

antes de desvanecerme, hasta el armario del baño. El suelo resbala, hay un charco de

agua. Abro la puertecilla del espejo y allí está. La jeringuilla con el “dulce” elixir

preparado en su interior. Mi condena. Es la hora de acabar con todo este sufrimiento.

Una dosis y mis piernas ya no temblarán, mi corazón volverá al lugar que le

corresponde y descansaré, dejaré de verlo todo oscuro, negro... me desvanezco poco a

poco. Cojo la jeringuilla, caigo al suelo encharcado con ella en la mano. Preparo mi

brazo para el “chute”, es el mejor sitio. Quita la funda de la aguja y apunto

temblorosamente, la imagen se distorsiona... consigo introducir el líquido en la sangre y

pronto, - pienso – todo habrá acabado. Respiro profundamente. Mi piel se eriza por la

excitación de sentir el líquido por mis venas, mis pechos emergen... Ya está.

Vuelvo a incorporarme. Me seco y me visto. Friego el baño y me preparo para

salir a la calle. Estoy preciosa. Esto no puede seguir así. Tengo que controlar mi

diabetes o estos bajones me van a matar. Es una dosis forzosa, algo nuevo en mi vida.

Pero yo soy una mujer fuerte, una luchadora, y no me dejaré abatir. Ni siquiera por mi

enfermedad.

¡UNA GANGA!

¡Coche nuevo! No hacía ni un mes que le habían dado el permiso de conducir.

Había visto un coche y se enamoró de él y cuando vio el precio su asombro creció

enormemente. No pudo resistir la tentación. Era de segunda mano, pero no tenía más de

un año. ¡Y sólo pedían 250.000 pesetas por él! Una ganga, no podía desaprovechar una

oportunidad así. Le pareció sospechoso, pero lo estuvo revisando y no tenía el más

mínimo fallo. El vendedor le dijo que el coche había pertenecido a su hermano y que,

tras morir de una inusual y extraña enfermedad que acabó con su vida en menos tiempo

en que se gesta un embarazo creando una nueva, quería deshacerse de él. Le traía

demasiados buenos recuerdos...

Alex no se lo pensó y en poco más de una semana ya era suyo y tenía los papeles

en regla. Estaba muy contento con aquella compra y todo el mundo había elogiado su

buena suerte. No era muy grande, la marca era algo desconocida (era la primera vez que

la veía), pero estaba en perfectas condiciones y el “dueño” le había dicho que no tendría

ningún problema con las piezas si se le averiaba. Tenía un color azul marino metalizado,

casi azul eléctrico. El interior poseía todos los adelantos del último año, así como todos

los extras. Iba muy bien equipado. Se adaptó muy bien al vehículo, iba como una seda.

Ahora paseaba por el pueblo luciéndolo. Iba despacio, no quería apretar mucho

el acelerador, llevaba muy pocos kilómetros, unos dos mil anunciaba el marcador. No

obstante, sabía que era potente. Lo que no acababa de comprender era cómo, en el

tiempo que lo tenía, no había tenido que llenar el depósito ni una sola vez. Y lo que

tampoco sabía era que le motivo de este misterio radicaba en el corazón del coche: el

motor. El marcador de gasolina no había bajado ni un milímetro y en un principio pensó

que podía estar roto. Lo llevó al taller para asegurarse, pero no encontraron fallo alguno.

Algo estaba naciendo. Giraba. Un minúsculo ser. Giraba. Extraño y diminuto, de

momento... y el coche seguía sin gastar gasolina. Un mes. Dos meses. Tres... y nada. El

misterio iba en aumento. El ser crecía y giraba. Pero no estaba solo, había cuatro seres

más gestándose en cada uno de los neumáticos de aquel coche. Seres extraños que iban

tomando la forma de éstos. Eran ellos los que hacían girar las ruedas y evitaban el

consumo de combustible. Pero... ¿con qué fin estaban aquellos seres allí? Alex ni

siquiera sabía que existían y seguía maravillado con el suceso.

Los seres tienen cierta conexión telepática con el motor. No es un motor

corriente. Una parte de él es mecánica, metal, y otra parte biológica, células vivas. Tiene

vida propia y ruge... sí, ruge como ningún otro. Se alimenta de la energía que desprende

la chispa del contacto al girar la llave. Y éste alimenta a sus pequeños seres. Y van

creciendo...

Alex ya tenía el coche unos cinco meses y se proponía probarlo una vez más. Un

viaje largo... Cogió algo de ropa y algo de comer, muy poco, con lo que ahorraría en

gasolina podría comer en los bares de carretera que le pillaban de paso hasta hartarse.

Nunca llegó a parar en ninguno. A medio camino el misterio se desveló para Alex y el

coche se adueñó de él. Sus manos se fundieron con el volante, sus pies con los pedales

y, el resto del cuerpo, con todo el coche. Lo había amado tanto que ahora formaba parte

de él. Un precioso coche... que ahora tendría combustible para algún tiempo más...

Christian acababa de recibir el permiso de conducir y sus padres le habían

propuesto la compra de un coche semi-nuevo. Él lo había elegido. Un precioso coche

de color azul marino metalizado, casi azul eléctrico... ¡Sólo 250.000... ! Una ganga...

¿QUÉ FUE DEL FRÍO?

Intento recordar, pero soy incapaz. Hace ya mucho tiempo. Ella está junto a mí,

desnuda en la cama y no sé si tendrá la más remota idea de lo que ahora, desvelado a

altas horas de la noche, pasa por mi cabeza. Mírala, parece que tiene una pequeña

sonrisilla, eso es que no estuve mal del todo. No puedo dormir y esa incesante

pregunta me atormenta una y otra vez. Todo proviene de aquel estúpido hechizo. No era

capaz de imaginar la efectividad de éstos, ni siquiera me lo había planteado seriamente

hasta que me paso a mí. Curioso ¿verdad? Sólo nos percatamos de aquello que nos

sucede a nosotros, cuando les pasa a los demás nos damos la vuelta y decimos ¡Qué se

joda! Bueno, esto me paso a mí.

Yo, como cualquier otro día de esta miserable vida, caminaba tranquilamente

por uno de los parques naturales de este país. Todo era muy bonito y relajante. Verdes

campos y cuadros de color en dulces pétalos de flor. Los pajarillos cantando sus

canciones sin partitura ni director, las hormigas trabajando afanosamente y en silencio...

todo era paz y armonía. Incluso yo estaba en paz conmigo mismo. Entonces la vi. Allí

estaba, un pequeño lago bañaba aquel espacio vivo. Y de él, una hermosa mujer me

invitó a adentrarme en sus aguas. Yo, con la boca abierta y dejando un rastro de baba,

no me lo pensé y me acerqué. El agua estaba fría, ella también. No sé como, pero no

necesitábamos hablar, sobraban las palabras. Descubrí que estaba desnudo, pero no

recordaba el momento en que me despoje de mis ropas ni si lo había hecho realmente.

Todo era muy confuso, casi como un sueño. Entonces justo en el momento de menor

preocupación por mi parte, el sueño se vino abajo. Alguien nos sorprendió. Parecía

enojado y tuve la tentación de salir corriendo en bolas por todo el parque, no lo hice.

Era una especie de bestia humana. De casi dos metros de alto por dos de espalda y

medio de cada brazo. Me agarró por el cuello y me levantó hasta casi tocar el cielo que

antes había rozado con la chica. Apretó hasta que me empezó a faltar el oxígeno,

entonces me soltó y mientras me estrellaba contra el suelo me señaló con el índice y me

dijo:

- ¡¿Tanto la deseas que has sucumbido a ella sin la menor duda?!- Gritaba con una

voz poderosa. Ella se agarró a mi rodilla y tembló, yo también. No me dejó

contestar. - ¡Pues quédatela! Pero a partir de este momento desaparecerá de ti toda

capacidad de sentir, amar, gozar... ¡sufrirás!

Y desapareció, así sin más. El muy...

Ahora, la chica que duerme junto a mí es la de entonces y yo me pregunto siempre

qué hay peor que tener todo lo que siempre se ha deseado y no poder disfrutarlo. Echo

de menos ese frío que me solía recorrer la espalda cada vez que alguien me colmaba de

caricias. O ese intenso frío que inundaba mi cuerpo en el apogeo del orgasmo. ¿Dónde

está todo eso? ¿Qué fue del frío?