el juego de los ninos - juan jose plans

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  • Annotation

    El juego de los nios es una novela sobrecogedoraque nos sumerge en una inquietante y sorprendentepesadilla, en la ms apocalptica realidad que mente humanapueda concebir.

    Novela de culto e hito del gnero de terror, nosreencontramos con El juego de los nios 35 aos despusde su primera y nica edicin y contina igual de viva.

  • EL JUEGO DE LOS NIOS

    Juan Jos Plans

    SNOROS

  • Juan Jos Plans, 1976; 2011ISBN: 978-84-938521-4-6Versin digital: vampy815

  • ...Si as fuera, as podra ser...TWEEDLEDEE

  • PRIMERA PARTE

  • Uno

    El hombre, animal superior, conglomerado de muchostrillones de clulas que representan cada una de ellas unmontaje de diversas molculas, se plantea en la actualidadsu futuro; es su gran problema.

    La periodista, que no cesaba de apartar con una manolos cabellos que le invadan el rostro, esperpacientemente a que el profesor se dignara a responder asus preguntas.

    Era la primera vez que tena la oportunidad deentrevistar a un Premio Nobel, por encargo de una de lasrevistas ms ledas en todo el mundo, BSM Medicine, y noacababa de lograr serenarse. Pensaba en que escribira paramillones de lectores, que la juzgaran en diez idiomas.

    El profesor, el ltimo de los galardonados con unPremio Nobel de Medicina por sus trabajos de etologa,sac una pipa del bolsillo de su camisa de cuadros dellamativos colores, en la que la periodista ya se haba fijadopara intercalar en alguna parte de la entrevista uncomentario acerca de lo que consideraba una excentricidaddel ilustre personaje, llen la cazuela de un aromtico

  • tabaco y dijo:Grave responsabilidad, pienso, y atiendo

    principalmente al acontecer histrico. Quiz no estemoscapacitados para resolverlo, tal vez para entender el dilema.Como en los problemas matemticos, los datos necesariosno son conocidos del todo, y as es imposible obtener elresultado adecuado. Quin sabe, hasta cabe considerar quenos entretenemos en oscurecer el enunciado del problema,en trastocar los datos, en prolongar indefinidamente ellaberinto que nos conduce a la solucin, un pasatiempomuy arriesgado, de fatales consecuencias. Es decir, quecon gran obstinacin nos engaamos a nosotros mismos yponemos en peligro a la especie. El hombre, en el reinoanimal, no deja de ser una especie ms. Y, como tal, sihablamos de nosotros como de un producto cualquiera dela naturaleza, podemos llegar a extinguirnos por muydiversas y dispares causas. Una de ellas: laautoaniquilacin.

    La periodista anot taquigrficamente cuanto dijera elprofesor, sin cambiar ni una sola palabra.

    El profesor aplast el tabaco con el dedo pulgar yaadi:

    Deseo ser optimista.Y no lo es?Ante lo que sucede, cmo lograr tener confianza

    en que el hombre resolver con acierto el problema de su

  • futuro si estamos en un mundo catico que disfraza suspesares con remedios comparables a las fugacesserpentinas o farolillos de una verbena?

    La periodista se convenci de que nada de lo quepudiera decir estara a la altura de lo que le dictara elprofesor y prefiri guardar silencio.

    Caf? le pregunt el Premio Nobel.No, gracias.Yo s.La periodista, con una dbil sonrisa, mientras repasaba

    las preguntas que todava no formulara, sigui con lamirada al profesor, que se lleg hasta una vieja cocina.

    El profesor le indic el estante donde tena lacafetera.

    Y bien?Bien, qu? pregunt desconcertada la periodista.Es que no sabe hacer caf?Oh, por supuesto!Pues adelante.La periodista, para sus adentros, maldijo al fotgrafo.

    Se retrasaba ms de una hora. Seguramente, pens ella,seguira en la ciudad, tomando unas copas con unos viejosamigos, aunque le prometiera que sera cuestin de unosminutos. Se perda lo ms importante de la visita, el que laentrevistadora tuviera el honor de preparar caf para unPremio Nobel de Medicina.

  • La periodista estuvo a punto de llorar.

    Una azafata hablaba por un micrfono que deformabadesventajosamente su correcta pronunciacin. Despus dehaberles rogado que dejaran de fumar y que se abrocharanlos cinturones, anunci a los pasajeros del avin queaterrizaran en unos diez minutos.

    El cinturn apenas me sirve dijo Nona, que hacaesfuerzos para lograr la unin de las correas.

    Como que ests embarazada de siete meses y sumarido la ayud hasta or cmo la cinta quedabaaprisionada dentro de la hebilla.

    Acrcame la bolsa.Te mareas? pregunt alarmado.Por si acaso. Ya sabes que en el momento de

    aterrizar siempre tengo la mala fortuna de que me dvueltas la cabeza.

    Malco le abri la bolsa de papel. Ella, sujetndola conlas dos manos, la puso a la altura de su boca.

    Esperemos que no ocurra dijo Nona, algonerviosa.

    Piensa en otra cosa le recomend Malco y cerrel libro que haba estado leyendo.

    Nona le apret una mano.

  • El fotgrafo, que haba llegado pocos minutosdespus de que la periodista le sirviera el caf al profesor,mascaba chicle y sin dar descanso al disparador de sumquina, revoloteaba alrededor del entrevistado como unamosca.

    Por favor, tome asiento le rog el profesor, quecomenzaba a preguntarse si aquel individuo no tendra alas.

    Gracias, gracias, pero an no he acabado con mitrabajo dijo, mientras se apresuraba a dejar plasmado consu cmara para la posteridad la figura del Premio Nobel.

    La periodista manifestaba un enojo que no podadisimular con el fotgrafo, que en el viaje de regresoestaba segura que la invitara con desfachatez a hacerle unasfotos ntimas antes de sealarle la cama donde leprometera divertirla durante unas horas, con su mirada mssevera le grit que ya estaba bien.

    Por qu, nena? le pregunt el fotgrafoguindole un ojo.

    El llamarla nena la hizo sonrojarse de ira. Pero secontuvo porque an le quedaba por formular una pregunta alprofesor.

    Qu opina del hombre? y se prepar paraescribir.

    El Premio Nobel ech hacia atrs sus abundantes ydescuidados cabellos blancos con las dos manos,

  • aprovech el cambio de carrete del fotgrafo para rascarseuna oreja y respondi con una amarga sonrisa:

    La especie ms cruel que jams haya pisado esteestpido mundo.

    El fotgrafo ri.La periodista, a punto de saltar sobre aquel cretino que

    le haban destinado como acompaante en el reportaje,rompi su bolgrafo.

    El profesor mir al fotgrafo y aadi con unaaparente ingenuidad:

    Somos tontos.Por qu? pregunt el fotgrafo e hizo un globo

    con su chicle.Hazte un autorretrato y lo sabrs! le grit la

    muchacha, enfurecida.El profesor solt una carcajada. El globo explot.

    El hombre dio un portazo y sali de su casa.Esperaba el ascensor mientras encenda nervioso un

    cigarrillo y an tuvo tiempo de or llorar a su esposa, queante l haba hecho un gran esfuerzo para contenerse.

    Si cree que... dijo apretando los dientes.El ascensor se detuvo en su piso.Soy capaz de irme a un hotel gru.Y entr en el ascensor, donde una vieja, con un perro

  • empalagoso en brazos, lo mir descaradamente con unamaliciosa sonrisa. Era su vecina del piso de arriba. Habraestado escuchndolos, como siempre haca cuandodiscutan.

    Problemillas? le pregunt.Ojal este trasto nos hunda en el infierno! grit

    con ojos ensangrentados.La vieja gimi asustada.Pero el ascensor se detuvo en el portal.Y el hombre, como tantas veces desde haca meses,

    acabara por decidir a ir al club que estaba alejado de laciudad, en una colina al lado del mar que antes fuera nidode cuervos.

    Se acord de la vieja del ascensor.Y de su mujer.

    Malco, que esperaba la salida de su mujer del servicio,compr los peridicos de la tarde. A su lado, un nio, depocos aos, quera una bolsa de caramelos.

    No basta con ese dinero le dijo al pequeo lavendedora.

    Si es mucho! exclam el nio y le ense lasmonedas que tena en su mano, empapadas en sudor dehaberlas llevado apretadas.

    La mujer las cont.

  • Faltan cuatro, como sta grande.Mi padre no me dar ms dijo el nio, suplicante.Malco le sonri.Que se quede con la bolsa de caramelos dijo a la

    vendedora.Es que en este negocio, si me dedico a regalar las

    cosas... coment huraa.Pago la diferencia.Muy bien respondi satisfecha.El pequeo abri la bolsa y ofreci a Malco un

    caramelo de varios colores.Oh, gracias.A usted, seor.Y el nio se fue corriendo, mientras le gritaba:Mis hermanos se pondrn muy contentos!Malco, descuidadamente, oje los peridicos.Amenaza otra guerra se dijo al reparar en una

    noticia y acaba de terminar una que dur cinco aos.Estamos locos...

    Mir con tristeza a un grupo de nios, al que se habasumado el de la bolsa de caramelos. Pens en el posiblefuturo que se les avecinaba. Y record a sus hijos, que aaquellas horas estaran pegados a la pantalla del televisorviendo las aventuras de unos astronautas que viajaban porlos ms sorprendentes planetas.

    Y el que nacer...

  • Nona lo tom del brazo y lo sac de suspensamientos.

    Ya estoy aqu le dijo.Bien? y not que la palidez se le iba del rostro.Mejor.En la cafetera...Oh, no! le interrumpi Nona. Vayamos por las

    maletas y acerqumonos a la ciudad.El tiempo es nuestro; hemos iniciado las

    vacaciones.Quisiera comprar algunas cosas.Cenaremos en la ciudad.Y al pueblo?No hay prisa.Ahora, antes de irnos del aeropuerto, llamaremos a

    los nios.Si acabamos de aterrizar!Malco, es para tranquilizarlos y lo empuj hacia

    unas cabinas telefnicas.Conforme suspir l con la completa seguridad

    de que, si en aquellos momentos haba alguien nervioso,era nicamente su esposa.

    Sus hijos devoraran palomitas y disfrutaran viendocmo los astronautas se las ingeniaban para no perecer enlos tentculos de alguna monstruosa criatura.

  • El profesor, tras tomarse otra taza de caf, una vez quese hubieran ido la periodista y el fotgrafo, ellacomprometindose a enviarle unos cuantos ejemplares dela revista en la que aparecera publicada la entrevista y lprometindole el envo de algunas copias de las fotos quele hiciera, dej la cabaa.

    La periodista le haba agradado.Buenas preguntas se dijo, mientras acariciaba

    unas flores. Debera haberle ofrecido un ramo encompensacin a su excelente caf.

    Pero, como de costumbre, esas cosas no se leocurran a su debido tiempo. No cabe duda de que cada vezest ms despistado, mxime desde que se aisl en estelugar, bien alejado de los soporferos discursos de suscolegas.

    Ya eres un viejo lleno de chifladuras y secompadeci de s mismo.

    Se acerc hasta un rbol, cerca del cual haba unhormiguero.

    Pronto anochecer dijo contrariado.Y se sent a estudiar la vida de las hormigas.

    El hombre, para acomodarse en un taburete, apoy loscodos en la barra del club.

  • Qu desea?Un gisqui, doble.El camarero apenas tard en servrselo y l menos en

    tomrselo.Una rubia se le acerc, al pensar que ante ella estaba

    un desesperado a quien haba que consolar y procurar quedejara unos buenos billetes en recompensa por el serviciode devolverle el nimo.

    Fuego? le solicit con la que supona su mstentadora sonrisa.

    El hombre mir su generoso escote y sac elencendedor.

    No invitas?No.Por qu? y la rubia, que era especialista en

    quitar las penas a los hombres en cuanto comenzaba a bebercon ellos algunas copas, le tir de una oreja con fingidogesto de despecho.

    Porque te pareces a mi maldita mujer! rugi elhombre.

    El camarero ri.

    El agente, tras lanzar un prolongado silbido, dijo:Si llega a ser aqu... y quit los pies de encima de

    su mesa.

  • Su compaero del coche de patrulla se sirvi un vasode agua de la mquina y le pregunt:

    El qu?Toma, lee en la pgina de sucesos y le tendi el

    peridico.Una joven violada y quemada...Pero eso no es todo.Le han tenido que amputar los brazos, las piernas...Y le han extrado un ojo.Dios mo, si tiene catorce aos! dijo el agente

    mientras lanzaba el vaso de plstico a una papelera. Esincreble, ni en las pelculas de terror.

    No hay nada que supere a la realidad dijo conexpresin morbosa.

    Fueron dos individuos. Hijos de...! Rociaron sucuerpo con gasolina. No te das cuenta? A los catorceaos! y el agente dio un puetazo en la mesa.

    Por aqu no tenemos a esa clase de locos.Dios te oiga! y apart el peridico, que cay de

    su mesa.Tu hija...Es de la misma edad que esa pobre muchacha dijo

    entre dientes.Peor fue lo de...Calla!Se quedaron en silencio.

  • En otra parte de la oficina, una mujer a voz en cuelloacusaba a su marido de sdicas costumbres durante el actosexual.

    Helado? pregunt Malco a su esposa.Pues claro! exclam ella con una divertida

    sonrisa.De postre, helado para la seora.Y usted? le pregunt el camarero.Caf, solo.Tendrn que esperar unos diez minutos...No importa.Gracias y el camarero se fue.Malco, mientras su mujer observaba con una curiosa

    mirada el restaurante, se fij en ella.Pese a estar embarazada, segua siendo hermosa.La dulzura de su rostro, que fue lo que ms le llam la

    atencin cuando la conoci en un baile de fin de carrera,nunca la haba perdido.

    Malco puso sus manos sobre las de ella.Nona...S?Eres feliz?Ella le respondi con su ms tierna mirada.Los dos desearon estar solos.

  • Son el telfono.Deja, me pondr yo dijo uno de los agentes y

    dej el crucigrama que se empecinaba en resolver paraparticipar en un concurso.

    Cuando finaliz de hablar, su compaero le pregunt:El profesor?Cmo lo sabes? inquiri sorprendido.Me bast orte.Por ms que lo he intentado...As que, a la cabaa del profesor! exclam

    contrariado.Seguro que es uno de sus trucos.Qu es esta vez?Dice que alguien anda merodeando alrededor de su

    cabaa.Oh, por todos los diablos, si esa historia ya nos la

    ha contado mil veces!De acuerdo, pero, ya sabes lo que opina el jefe. Es

    un Premio Nobel...Y yo que tengo una cena especial en casa de mi

    amiga debo aguantar a ese chiflado que siempre recurre anosotros cuando no tiene con quien hablar.

    Anda al coche. Oye, antes de irnos, por casualidad nosabrs qu es lo que hizo ese tipo para que le otorgaran el

  • Nobel de Medicina?Por qu me lo preguntas?Lo trae el crucigrama.Pregntaselo a l!

  • Dos

    Perros! grit y sus negruzcos dientes, baados enalcohol, se hundieron con avidez, casi con deseoantropofgico, en una carnosa oreja.

    Sinti un agudo dolor en los testculos, como si unamano presa de implacable ira se los prensara con unosgigantescos dedos.

    Lanz un nauseabundo escupitajo que, cual si lohubiera calculado, con certera precisin se adentr en laboca de labio colgante, abierta a causa del jadeo, delsofoco que le oprima el pecho.

    Puerco! oy.El hombre, que braceaba, cual si se hallara en la cresta

    de una ola gigante, intentaba liberarse de los encolerizadoscamareros que lo haban apresado brutalmente en cuantorecibieron la orden del airado propietario del club desacarlo de all a puntapis a consecuencia de sudescomunal borrachera. Le dijeron que se estaba ahogandoen gisqui y l tuvo la osada de subir al escenario yarrancarle de un manotazo a la cantante la vaporosa prendaque cubra sus abultados senos hecho que de tratarse de

  • otra muchacha quiz no hubiera tenido apenasconsecuencia, incluso habra divertido a los habitualesclientes, pero siendo la amante del dueo del local eracomo jugarse la vida en ello. Acab recibiendo untremendo puetazo en la boca que le hizo rodar como unmueco de trapo por la escalera de servicio hasta besar latierra. La sangre que manaba de su labio partido se mezclcon los ftidos desperdicios esparcidos alrededor de loscubos de la basura.

    A este tipo lo mato! bram el que recibiera elescupitajo.

    l no cesaba de sentir arcadas.Calma le dijo otro, que lo sujet por un brazo.Le voy a dar una patada en los cojones! y fall,

    porque lo empujaron.Cuando el hombre, tras arrastrarse como un reptil

    atortugado, logr incorporarse hasta quedar de rodillas,levant amenazadora una mano a los que an permanecan asu lado con los puos dispuestos.

    Me cago en...! grit.Como respuesta, las puntas de los zapatos hicieron un

    atormentador trabajo en todo su cuerpo, hasta dejarloinconsciente.

    Y que no se te ocurra volver por aqu, entendido?dijo uno de los camareros, que se limpiaba su zapatoensangrentado con un pauelo de papel.

  • Pero el hombre, hecho un nudo, ya no lo oa.

    Un perro merodeaba por los cubos de basura y,despus de olisquearlo, orin en el deformado rostro delhombre que acab por notar que algo caliente le resbalabapor la cara.

    Me estn meando! exclam, asombrado de que,aquellos que otras veces lo despidieron con una amablesonrisa mientras manoseaban la generosa propina que leshaba dado, se atrevieran a llegar a tales extremos.

    Pero en aquel lugar no haba ningn hombre sino unautntico nido de pulgas despachndose con gruidos deplacer.

    Vete al infierno! grit el hombre.Apart con torpeza de sobre su cabeza al sorprendido

    perro, que dej de tener la pata levantada para emprenderuna rpida huida.

    Su rostro, tumefacto, se alej del suelo conexasperada lentitud. Le colgaba un hilo de sangre del labioabultado, tanto que empujaba su tuberosa nariz.

    Nido de cabrones balbuci.Le temblaba la cabeza, tanto por los golpes sufridos

    como por el alcohol que alcanzara a regar su cerebromasacrado.

    Sus manos buscaron apoyo en los cubos de la basura.

  • Algunos rodaron hacia el acantilado a causa del temblorosoimpulso que les diera. Se confunda el ruido de losmetlicos recipientes con la trepidante vibracin de lospellejos de los tambores, en aquellos momentos sometidosa una luz fluorescente. Y le pareci un excitante ritmoinspirado en algn primitivo ceremonial africano enllamada de los espritus malignos. Llegaron a lograr quetodo el cuerpo dolorido, hasta en sus ms olvidadosrincones, se mantuviera erguido, aunque con una siemprepeligrosa oscilacin.

    Me oirn, claro que me oirn esos hijos de puta!Me oirn grit y eruct con hedor de sangre.

    Cercano, all en la profundidad, el mar.Tena sed.Pero pens que, de entrar de nuevo en el club, era

    como condenarse a muerte. As que, sin ningunaindecisin, puesto que en aquella noche no estabadispuesto a tentar de nuevo a la suerte y dado que an podacontarse entre los vivos, opt por intentar llegar hasta sucoche.

    Y esto? se pregunt al reparar en algo que habadentro de un cubo de basura, cuando iniciara su torpeandadura.

    Sac una botella, del mejor gisqui, apenas estrenada.Gracias, cerdos dijo con sarcasmo y se guard la

    botella en un bolsillo de su destrozada chaqueta. La

  • existencia del alcohol en el recipiente le ahuyent loslacerantes dolores.

    Tras casi caerse, dando traspis, despus de repetirvarias vueltas por el aparcamiento y de insultar al vigilantepor, segn l, haberle cambiado su coche de sitio, seencontr sentado ante el volante.

    Seor, le aconsejo que no lo haga le dijo elvigilante, que asom la cabeza por la ventanilla, con ciertonerviosismo, sin haberse ofendido por las molestaspalabras que el hombre le dedicara.

    Qu es lo que no debo hacer? le preguntmientras, tras varios intentos, introdujo la llave en elcontacto.

    Conducir, amigo le respondi con una dbilsonrisa.

    Al cuerno! grit y pis el acelerador.El coche derrib un poste de sealizacin y sali a la

    carretera.Loco... murmur el vigilante, que levant su

    gorra cual si diera su ltimo adis a quien acababa de entraren una curva a la mxima velocidad que le permitieran losdesbocados caballos del motor de su vehculo.

    Las ruedas chirriaron y desconcertaron a los pjarosde la noche.

  • Las sudorosas manos del hombre, cuando la carreteraestaba cercana a una inmensa playa, tanto que en las pocasinvernales el mar invada el asfalto, dejaron libre el volante.

    Que la sude el piloto automtico! dijo elhombre, que comenzaba a delirar.

    Hablaba a un compaero inexistente.Se crea al mando de un bombardero, cosa que hiciera

    durante la ltima guerra, precisamente en aqul desde elque lanz una mortfera bomba cuando sobrevolaba unainocente aldea que ni tan siquiera se hallaba dentro delterritorio enemigo.

    Arden como ratas! y solt una estrepitosacarcajada.

    Seal, all donde los faros del coche empezaban ailuminar directamente la cuneta que separaba la carreterade la playa, a un fantasmal grupo de despavoridos niosconvertidos en antorchas humanas.

    El mar le record que tena sed.Un trago? y dio un codazo al aire, como si a su

    lado estuviera el copiloto, dispuesto a celebrar tambin lamatanza.

    Salud! exclam, llevndose con las dos manos labotella a la boca, abierta todo lo que le dejaran susamoratados labios.

    Y bebi.Sin enterarse de nada.

  • Mientras, el coche, como si en efecto se tratara delfantaseado avin, a toda velocidad, emprendi un frenticovuelo en cuanto cruz la cuneta y qued en el aire por unosinstantes al ser catapultado por unas rocas que le arrojarona la arena por la que se desliz hasta llegar a la orilla delmar. Se incendi el motor.

    Es muy probable que se trate de un grave error. Noobstante, tambin es factible que ese grave error representeimportantes servicios, en atencin a la utilidad de losmismos, en beneficio de un mayor aprovechamiento de losrecursos con que cuenta el hombre para proseguir en sutarea de equilibrar las leyes ecolgicas. S, as puedeacontecer. Pero con el tiempo, y en esto no cabe la medidadel tiempo, quiz la misma idea que en el presente se nosantoja buena se vuelva en el futuro muy amenazadoramenteen contra nuestra.

    El profesor, que haba dejado su mecedora en cuantocomenzara a exponer lo que se le ocurriera horas antes alestudiar un hormiguero bajo el rbol preferido de su jardn,abri la nevera.

    Otra cerveza? pregunt.Es que... dijo uno de los agentes mientras

    consultaba su reloj de pulsera.Al diablo con la hora le respondi el profesor y

  • sac unos botes de cerveza. Adems, estoy dispuesto ano dejarlos marchar hasta que no hayan escuchado todo loque tengo que decirles.

    En ese caso, venga la cerveza y el agente tendisu mano.

    Su compaero se mordi los labios y disimul unbostezo.

    El profesor, tras sentarse, encendi una pipa, sinimportarle demasiado el cansancio que se adivinaba en elrostro de los agentes, a quienes en muchas ocasionesllamaba con cualquier pretexto para no tener que hablarsolo a las paredes de su cabaa, y prosigui:

    En la actualidad, sin que se pueda dar una cifraexacta, cifra que considero nunca se podr ofrecer, s sesabe que existen casi un milln de especies animales ennuestro planeta. Una de esas especies animales es lanuestra, es decir, la especie humana. Y toda la humanidadrepresenta, en trminos generales, unos cien millones detoneladas de protoplasma. Realmente, poca cosa. Aunquehoy somos ms que ayer pero menos que maana.

    Uno de los agentes se preguntaba cundo acabara deocuparse de esa parte del oficio, cundo se le comunicarael prometido ascenso. El otro pensaba en que su amiga leestara preparando una sabrosa cena.

    El profesor, en su mecedora, dijo:Esos cien millones de toneladas de protoplasma

  • humano han de convivir, y no en pocas ocasionesestrechamente, con los dems millones de protoplasmaanimal, que pertenecen a las restantes especies. Unas nosresultan agradables, otras indiferentes, la mayoraincmodas. De forma que, para eliminar o debilitar a lasespecies que consideramos perjudiciales, nos servimos deotras con el nimo de que ellas se encarguen de tal faena.Planteamos batallas biolgicas. Araas voraces contra lamosca blanca, estorninos contra gusanos, bhos contraratones, cerncalos contra langostas... Esa batalla biolgicaya la organiz, y tambin en busca de fines precisos, hacemuchos siglos, desde tiempos remotos, la propianaturaleza. Precisamente para conservar y hacer factible elequilibrio biolgico. Nosotros, en el fondo, lo nico quehacemos es imitar a la naturaleza. Es decir, si en algunaparte existe una gran plaga de langostas, se envan unospoderosos destacamentos de sagaces cerncalos. Estos, porlo que est demostrado, son ms eficaces que losproductos qumicos, que a su vez pueden ser perjudicialespara otras especies que no sean las langostas.

    El profesor seal con la pipa y pregunt a uno de losagentes:

    Comprende?Hubo un corto silencio.Oh, s... respondi con un susurro el agente, cuya

    mente haca tiempo se haba ido de la cabaa del profesor

  • para estar en compaa de su encantadora amiga, una de lasmuchachas ms atractivas del pueblo.

    El profesor tir de la argolla de su bote de cerveza.Pero no bebera hasta decir, al detener la mecedora:

    Se trata de orquestar y dirigir las batallas biolgicassegn nuestros intereses o segn lo que estimamos demayor inters. Pero quiz, y aqu est el posible error,nuestras batallas biolgicas organizadas no se correspondacon las organizadas batallas biolgicas de la naturaleza.

    Alz el bote de cerveza.Entonces aadi, en vez de compensar,

    descompensamos, o sea, en vez de equilibrar,desequilibramos lo que hemos aceptado con el nombre deecologa. Y tambin, quiz, de tal suerte, seamos intrusosen unas leyes dadas por la naturaleza y que nosotrosigualmente deberamos respetar.

    Y apur, de un trago, el contenido del bote, acto en elque le acompaaron con evidente entusiasmo los dosagentes, que creyeron finalizado el discurso del profesor.

    El hombre sinti repentinamente un agobiante calor yapart la botella de su avariciosa boca para mirarasombrado las llamas que salan de la parte delantera delcoche.

    Nos han alcanzado esos inmundos hijos de perra?

  • pregunt a su fantasmal compaero, materializado en sucerebro a causa de los efectos del alcohol.

    Una explosin hizo brincar al coche.Saltemos! grit.Las puertas se haban desprendido de las bisagras.El hombre, tras abrocharse un invisible paracadas y de

    apretar la botella contra su pecho, se lanz.Solt una retahla de palabrotas al hundirse su cara en

    la arena.Qu diablos pasa? se pregunt.Luego desprendi la arena de los ojos y escupi la de

    la boca con arcadas.Fue cuando volvi a la realidad.Ofuscado, mientras sus manos acariciaban la botella,

    observ el mar.

    El profesor hizo un gesto para que los agentes no selevantaran y, con expresin de revelarles algo importante,les dijo:

    A la naturaleza puede comenzar a resultarle molestolos cien millones de protoplasma de los humanos. No slopor considerar que se entromete en lo que no le concierne,sino tambin por desorganizar lo organizado, lo muyorganizado antes que el propio hombre existiera. Estapuede ser la gota de agua que colme el vaso de paciencia de

  • la naturaleza, que ya desde hace mucho tiempo hemosllenado. No slo contaminamos, sino que, aunque no sehaga realmente con mala fe, desbaratamos los planes de lapropia naturaleza. Tal vez por ello acabemos siendoterriblemente enojosos para la naturaleza. Y tal vez por ellola naturaleza acabe presentando una batalla biolgica encontra nuestra, con la finalidad de hacer desaparecer esoscien millones de toneladas de protoplasma humano que leacarrean tantos disgustos. Para ello nada mejor que aunar atodas las especies contra la nuestra o, simplemente, crearuna nueva especie con la misin de dar fin a la humana. Lanaturaleza est capacitada para tal cosa y no le preocupa eltiempo que tendr que pasar y emplear para ello. Nosotros,en cambio, poco podramos hacer contra esa decisin. Esposible que la propia naturaleza, un da, absorba esos cienmillones de toneladas de protoplasma para, en una palabra,no tener que seguir soportndonos.

    El profesor se acerc a la ventana.Los dos agentes aprovecharon su silencio y tras

    cruzarse una significativa mirada se levantaron de susasientos.

    Comprenden? les pregunt el profesor, quepareca observar algo a travs de la ventana, desde la quedisfrutaba del salvaje paisaje que ofreca la playa.

    Desde luego, profesor respondi uno de losagentes.

  • Sera el fin dijo el otro.Pero no del universo, ni del mundo, ni de las dems

    especies, sino nicamente el fin de la humanidad aadiel profesor.

    El agente que pensara en el pastel de frambuesa que yaestara esperndole en casa de su amiga, mientras seajustaba el cinturn del que colgaba la pistola, dijodecidido:

    Y ahora, nos vamos.No hay nadie merodeando por aqu, con toda

    seguridad. Puede estar tranquilo, como seguramente lo haestado desde que hizo la llamada dijo el otro agente, concierto tono de crtica, fatigado su cerebro a causa de lateora del Premio Nobel, del que opin para sus adentrosque comenzaba a perder la cabeza.

    El profesor encendi de nuevo su pipa y lossorprendi al decirles:

    Les aconsejo que se marchen lo ms rpido quepuedan y volvi a mirar por la ventana.

    Y eso?Por qu esa repentina prisa?Si no me equivoco, y como saben sigo sin

    necesidad de usar gafas, un coche est ardiendo en la playa,justo a la orilla del mar.

  • El taxista, que acababa de ofrecerles un cigarrillo,desconect la radio y les explic que no soportaba lasintervenciones del comentarista de poltica internacionaldel programa de medianoche. Entonces les pregunt:

    A la fonda?Iremos donde nos aconseje le respondi Malco,

    a quien el conductor vio por el espejo retrovisor besar en lamejilla a su esposa.

    Que yo sepa, para hospedarse, no hay ms que unafonda aqu, precisamente la de uno de mis hermanos. Hacetiempo que no vengo por el pueblo, creo que desde cosa deun ao. Hablaban de levantar un pequeo hostal, pero no s.En la fonda de mi hermano se encontrarn cmodos, se loaseguro. Al menos las habitaciones son limpias. Y si lesgusta la cocina italiana, se olvidarn por completo de losinconvenientes que se les puedan presentar. Mi cuada esitaliana. Sus canelones son deliciosos, quiz demasiado. Laltima vez que los com estuve a punto de reventar. De noser porque me beb todo un tarro de bicarbonato, a estashoras no estara conduciendo este cacharro.

    Los tres rieron.Por cuanto tiempo?Slo esta noche respondi Malco.La verdad, como traen unas cuantas maletas, pens

    que haban elegido el pueblo para pasar las vacaciones.Realmente venimos a estar unos das de descanso...

  • explic Malco, que acariciaba las manos de su mujer.Entonces?Pero no en el pueblo, sino en la isla.En la isla? pregunt sorprendido el taxista.As es.Como no se dediquen a pescar... En esa isla, no hay

    lugar donde divertirse, ni tan siquiera un maldito cine.Tendrn que conformarse con los programas de televisin,que ya es el colmo. Dudo que los habitantes de la isla sepanbailar, que por otra parte no son ms que un puado defamilias dedicadas principalmente a la pesca. No es pordesanimarlos, pero all tendrn que ingenirselas para pasarel tiempo.

    Perfecto dijo Malco.El taxista, que no comprenda que alguien escogiera

    un lugar casi deshabitado para disfrutar de unas vacaciones,suspir.

    Por una noche, en la fonda de mi hermano, esperoque no haya problemas dijo. Pero no les prometonada. Algn turista siempre hay, de esos que prefierenestarse durante el da en un pueblo y por la noche llegarse ala ciudad. No obstante, si no tuviera alojamiento, no sepreocupen. l est en contacto con unas cuantas casas queadmiten huspedes.

    Le agradeceremos cuanto haga por nosotros.No ser ninguna molestia.

  • Cunto falta para llegar? pregunt Nona, a quienle agradaba el olor a mar que entraba por la ventanilla.

    Cosa de cinco kilmetros, como mucho lerespondi el conductor, que disminua la velocidad porqueentraba en una zona de curvas que acabara cuando lacarretera se hermanara con la playa.

    Y eso qu es? le pregunt Malco sealando unedificio iluminado.

    Un club. Se llama el...No nos interesa le interrumpi Nona.A la isla... murmur el taxista, como

    perdonndoles que desperdiciaran sus vacaciones en unlugar que no era del agrado ni tan siquiera de los que en ellavivan.

    Pero sus clientes, con expresin de felicidad, no looyeron.

    Poco despus de que tomara asiento en lo primerocon que tropezara, tras contemplar con gesto estpidocomo el coche era devorado por las llamas, el hombreapur hasta la ltima gota el gisqui que quedaba en labotella.

    No oy la sirena del coche patrulla, ni el correr de losagentes por la playa hasta llegar a su lado.

    Est herido? le pregunt uno de ellos.

  • El hombre, absorto en la contemplacin de la botellavaca que haba dejado caer entre los pies, no respondi.

    El otro agente descolg la linterna de su cinturn yenfoc directamente al rostro.

    Dios mo... murmur.Es como si le hubieran dado una terrible paliza

    dijo su compaero, que olvid por completo el pastel deframbuesa al ver aquella deformada cara, casi monstruosa.

    Un momento... y el otro agente se arrodill anteel hombre, que ni siquiera pestae cuando la linternaqued frente a sus ojos.

    Qu es?Est borracho!El hombre rompi su silencio.Y qu? dijo y apart de un manotazo la linterna

    que apuntaba a sus ojos y que se le cay al agente a la arena.El agente, al recoger la linterna, repar en lo que

    serva de asiento al hombre. Tras unos instantes se puso depie, desenfund la pistola, apunt a la frente del hombre yle pregunt, mientras una sombra de dureza cubra surostro:

    Quin es?El hombre lo mir interrogante.Quin es quin?El agente enfoc con su linterna a la mujer muerta

    sobre la que se haba sentado el desconocido. Este, al ver

  • un rostro desorbitado bajo sus piernas, dio un grotescosalto acompaado de un pavoroso grito.

    El hombre, a quien le temblaban las piernas, acab porarrojar todo el lquido que tena en su estmago.

    Est acribillada a cuchillazos dijo el agente, sindejar de apuntarle.

  • Tres

    No la mat! grit el hombre, de espaldas alcadver, que le produca un insoportable espanto.

    Encorvado, acab por llorar.El agente, con el dedo en el gatillo, receloso de

    cualquier movimiento del hombre, le dijo:Ya nos lo contars.Su compaero se arrodill para examinar el cadver.Quiz la quiso ahogar dijo y enfoc

    minuciosamente con su linterna todo el cuerpo de la mujer,baado en agua. Estos tipos son capaces de cuanto unono logra ni siquiera imaginar, hasta de lo ms aberrante.Varias pualadas son mortales, como las que tiene en elpecho. Pero, otras y seal las que se vean en losmuslos, que estaban al desnudo slo se conciben por darplacer a una refinada crueldad. Seor, qu repugnantemente la del que ha sido capaz de llevar a cabo este crimen!

    Ha dicho que ni saba que se hubiera sentadoencima de un cadver.

    Bonito cuento.El hombre levant sus desmayados brazos y volvi a

  • gritar:No la mat!Y, tras proferir un gemido, se desplom.El agente que le apuntaba con la pistola se inclin para

    apoyar su cabeza en el pecho del hombre.Muerto? le pregunt su compaero.Por ahora, no... y se levant y enfund el arma.Todo esto es muy extrao.Cierto.Hay que llamar al jefe.

    El profesor, que se balanceaba lentamente en lamecedora, aor tener sentados en el suelo a un grupo denios con la boca abierta a los que contarles algunahistoria, como todas las noches haca con sus nietos uncolega, segn le dijera radiante de satisfaccin, mayor quela que pudiera tener si lograra dar por finalizados suscomplicados trabajos acerca de la comunicacin entre losdelfines.

    Tiene que ser algo mgico murmur mientrasmorda la gastada boquilla de su pipa.

    l, dedicado siempre a la investigacin, ni tan siquierahaba tenido tiempo de enamorarse alguna vez.

    Pero, no estoy arrepentido dijo a las paredes dela cabaa.

  • No obstante, pese a no querer reconocer que aquellamelanclica soledad de sus ltimos aos era fruto de unaislamiento constante cuando no estaba ocupado con sutrabajo, acab por quedarse dormido mientras pensaba en laposible historia que le contara a unos pequeos que lollamaran abuelo.

    El agente, contrariado porque aquel suceso significabaque no podra ir a casa de su amiga, grit a su compaeroque permaneca en la playa:

    No arranca!El otro, tras comprobar que el hombre continuaba

    inconsciente, solt una serie de maldiciones, se acerc alcoche.

    Qu diablos le pasa? pregunt nervioso.No lo s.Si ese hombre se nos muere... y pens que an no

    haba llegado la orden de su ascenso, que quiz todava noestaba firmada.

    Ha empeorado?No soy mdico! gru.Seguro que es cosa del motor dijo su compaero,

    que se levant para sacar las herramientas que estabandebajo del asiento.

    Pues ya ests reparando la avera!

  • No soy mecnico.Antes no lo fuiste? le pregunt extraado.Te equivocas. S, trabaj en un taller, de acuerdo,

    pero de contable.Podas haber aprendido algo!Soy alrgico a la grasa.Lo que nos faltaba! y se arremang hasta los

    codos.Quiz tengamos suerte le dijo su compaero y

    seal hacia la carretera.Un coche se acercaba.

    El taxista, al ver una luz intermitente en medio delasfalto, pis el freno. Se detuvo a pocos metros del agenteque le hiciera seales con la linterna. El otro de lospatrulleros ya se encaminaba al coche, con una mano puestaen la funda de la pistola, que no lleg a sacar.

    Qu ocurre? pregunt Malco al taxista.Ser un accidente. Miren ah, en la playa. Un coche

    est carbonizado. Estas malditas carreteras...Nona vio como el coche era una masa negra envuelta

    en humo y sinti un escalofro.Perdonen dijo el agente y se inclin para hablar

    por la ventanilla del conductor mientras miraba el rostro delos tres ocupantes, pero tendrn que ayudarnos.

  • Lo que usted diga respondi el taxista, no de muybuena gana.

    El coche es amplio coment el agente, queobservaba la capacidad del vehculo. Podemosarreglarnos hasta el pueblo, del que estamos tan slo a unosminutos.

    El taxista lo mir interrogante.Qu hay que hacer?Llevar a una persona.Muerta? y el conductor se neg mentalmente a

    cargar con un cadver.No, no lo est, aunque s bastante mal. La verdad es

    que no sabemos si le dieron una paliza, si las heridas lo sona causa del accidente o a consecuencia de su granborrachera. Es todo muy raro. Pero, ante todo, lo quenecesita es asistencia mdica.

    Pero, bueno, ustedes... casi rog el taxista.Tenemos averia.Es que, estos seores...Lo siento, pero se trata de un deber dijo con una

    amable y a la vez autoritaria sonrisa. Ahora lo traemos.Puede llevarlo en el asiento delantero, sujeto con elcinturn de seguridad. Ustedes tendrn que dejar un huecopara mi compaero. Yo me quedar aqu a la espera de laambulancia.

    Es que hay ms heridos? pregunt Malco.

  • Una mujer. Pero est muerta y el agente, sinhacer ms comentarios, se fue en busca de su compaero.

    Los dos, tras hablar entre s unos instantes, seencaminaron hacia la playa.

    Esto no me hace ninguna gracia dijo el taxista.El matrimonio guard silencio. Malco vio cmo los

    agentes levantaban al hombre de la arena. Deba resultarlesmuy pesado a tenor de los esfuerzos que hacan. Pens queaquel no era precisamente un buen comienzo devacaciones.

    Nona tena un sudor fro en la mano, aquella queacariciaba su esposo, que intentaba tranquilizarla.

    Ella se remova inquieta.Con tal de que no se nos muera en el camino... y

    el taxista dio un puetazo al volante.

    Bruto!David alz su almohada y le descarg un certero golpe

    en la cabeza a su hermana. Eso desencaden una autnticabatalla. Esther, que no se amilanaba ante tales ataques,levant tambin la suya y pas igualmente a la ofensiva.

    Saltaban sobre las camas, rean estrepitosamente,atentos tan slo a darse atinados golpes que les hicierancaer rebotando en los colchones y no oyeron que la puertade la habitacin se abri de repente y apareci en ella un

  • asustado rostro.Nios! grit la abuela, que se defenda de un

    posible e incontrolado golpe de almohada cubrindose elrostro con las manos.

    Tardaron en or a la desesperada mujer, que no sabahacer otra cosa que andar de un lado para otro de lahabitacin intentando con intiles gestos que los niosdieran por finalizada aquella contienda con la que nocontara cuando se qued a la custodia de sus nietos.

    Basta, por favor!, acab rogndoles.Abuela! exclam Esther con la cara

    congestionada y comenz a redoblar en un imaginariotambor. Mira lo que hace David!

    Atencin! grit el nio imitando a lospresentadores de circo.

    Tom impulso como si estuviera en una colchoneta ydespus de haber alcanzado el techo dio un salto sobre smismo para acabar sentado en la cama.

    La mujer haba cerrado los ojos.Qu te ha parecido? le pregunt David.Oh, muy bien, muy bien... dijo casi desfallecida la

    abuela.Lo repito?No! exclam agitando los brazos.Por qu?Porque... es hora de dormir! Si vuestro padre lo

  • supiera, seguro que os ganarais una buena reprimenda!Si fue l quien ense a David a saltar de esa

    manera! intervino Esther.La mujer, confundida, tartamude:Esto se acab, al menos mientras yo sea

    responsable de vosotros.Los dos nios sonrieron, como divertidos potrillos

    salvajes.Pero maana nos hars un pastel de manzana dijo

    David.De acuerdo el rostro de la mujer se llen de

    ternura. Dadme un beso, pequeos. Si es que sois tantraviesos...

    Los tres, abrazados, rieron.Cuando la abuela se fue, tras dejar que la habitacin

    estuviera slo dbilmente iluminada por la luz de la luna,ellos hablaron en voz baja.

    Ya estn en la isla? pregunt David.An no.Cundo?Maana.Esta noche, dnde duermen?En un pueblo de la costa.David mir el techo, como si all se proyectara una

    pelcula, y dijo tras permanecer un rato en silencio:Qu suerte!

  • Eh?La de ir a una isla.Ya... y los dos desearon encontrarse con sus

    padres.Esther se levant y se asom a la ventana.Mir el parpadeo del firmamento.Qu buscas en el cielo? le pregunt David,

    observndola curioso.La estrella ms brillante.Por qu?Se lo promet a mam, cuando habl con ella por

    telfono.Y para qu?Me dijo que, si la mirbamos todos al tiempo, nos

    sentiramos unidos.Cosas de mujeres! y ri.Anda, ven.Y David tambin mir la estrella que le indicara su

    hermana.As permanecieron largo rato, lo que les pareci una

    eternidad.

    Nona, sentada detrs del hombre, que en suinconsciencia respiraba como si quisiera aspirar todo elaire del mundo, intentaba apartar sus ojos de aquella cabeza

  • grotescamente inclinada hacia un lado.Pero no poda.Ah est el pueblo les dijo el taxista.Tiene un faro aadi el agente, que seal el

    chorro de luz que no tardara en alcanzarlos.Y nada ms ironiz el conductor.Nona, al carsele al hombre la cabeza hacia atrs,

    lanz un sobresaltado gemido.Ya llegamos le dijo Malco pasndole un brazo

    por los hombros.Nona se acord de la estrella.

    Del coche, calcinado, manaba un humo negro.El agente, a la orilla del mar, de espaldas al cadver de

    la mujer, a la que alguna vez diriga su mirada como con laesperanza de que resucitara para que le dijera lo que habasucedido, aguardaba intranquilo la llegada de la ambulancia.

    Lo acompaaba el murmullo de las olas, que sedeshacan en espuma a sus pies. Y vio una lejana luz,perdida en la oscuridad, all donde el horizonte era una vagalnea bajo los rayos de la luna. Seguramente era de algnbote de pescadores, pens.

    Un inspector se har cargo del caso se dijo.Pero querr saberlo todo, har muchas preguntas, a las queno se puede contestar con titubeos. No hay que olvidar ni

  • un detalle...Y se percat de que en su agenda no haba hecho

    ninguna anotacin.Se volvi hacia la muerta, la enfoc con su linterna y

    sinti un estremecimiento.Obra de un loco y comenz a contar las

    cuchilladas que presentaba aquel cuerpo de una mujer deunos cuarenta aos de edad, en cuyo rostro se reflejaba elhorror del que fue presa antes de morir.

    Signore, en mio fonda, cose buone da mangiare!exclam la italiana, rebosante de flccidas carnes, con sums agradable sonrisa.

    Renata intervino el taxista antes de que Malcopudiera hablar, estos seores estn cansados. Nomaccheroni, ni pesce, ni carne ... En una palabra, nomangiare!

    Bene, bene... No cenar, capito. Caff? pregunt al matrimonio.

    No, gracias respondi Malco.Dormire, Renata, dormire! exclam el taxista.Ah, dormire! Una stanza... Prsto, signores!Renata dijo su marido, yo les atender.

    Mientras, lleva a la cocina a mi hermano, que no se ir a laciudad hasta haber tomado algo con nosotros.

  • Y, si hay buen vino, os contar lo que nos ha pasadocuando venamos al pueblo.

    Qu ha sido?Luego.El taxista se despidi del matrimonio. Su hermano se

    hizo cargo de las maletas y les indic la escalera por la quetenan que subir.

    Bella dijo la italiana a Nona, que le sonriagradecida.

    Mientras Malco abra una maleta. Nona se acerc a laventana.

    El pueblo, unas cuantas casas dijo.Pero, ya sabes, tienen un faro sonri Malco.Aqu son todos pescadores, supongo.As es.Malco, que buscaba el cepillo de dientes, pens que,

    si las cosas les iban como hasta entonces, dentro de unosaos le propondra a Nona irse a vivir a un pueblo comoaquel. Comenzaba a estar cansado de la ciudad, donde elmero hecho de irse a un estreno cinematogrfico requeraorganizarlo con unos cuantos das de antelacin.

    Le sorprendi la pregunta de su esposa:Y la isla?Malco dej de hurgar en la maleta y pregunt a su vez:La isla?Dnde est? inquiri Nona mirando hacia el

  • mar.No la ves?No.Malco se lleg hasta la ventana.La luna se encontraba oculta tras unas nubes. Ms all

    de la drsena del pequeo puerto, todo quedaba sumido enla oscuridad. La luz del faro, fugaz, no alcanzaba elhorizonte. Efectivamente, la isla no pareca estar enninguna parte. Pero Malco saba que se encontraba a unoscuantos kilmetros de la costa, casi frente al pueblo.

    Cuando se haga de da, la vers.Nona se retir de la ventana, algo desilusionada por no

    haber podido divisar la isla en la que pasaran susvacaciones y se tumb en la cama.

    Malco, durante un rato, oteaba el mar desde aquellaimprovisada atalaya.

    Es all dijo y seal a la oscuridad.Pero Nona ya se haba dormido.

    El mar, manso, se retiraba.Quedaban hoyuelos en la playa, varadas algunas

    lanchas en el puerto, peces prisioneros en las oquedades delas rocas.

    Unos cangrejos dejaban sus huellas en la arena.Y en una gruta, abandonado all por el mar, lleno de

  • algas, el cadver de un hombre, con un profundo corte en elcuello, sin brazos, con los ojos fuera de las rbitas, antena marcado en su rostro todo el horror que mentehumana pueda concebir.

    Los cangrejos escalaron aquel cuerpo.

  • Cuatro

    La italiana, que les haba ofrecido un suculento desayuno,tras desear a Nona que tuviera un hermoso nio, entr en lacocina, donde, segn dijera, se senta la mujer ms dichosadel mundo.

    Se pasa ah dentro todo el da coment sumarido.

    Malco le ofreci un cigarrillo y le pregunt:Dnde podremos alquilar una lancha?Pregunte en el puerto respondi el hombre

    despus de pensar durante un momento, como si intentararecordar a alguien que se ocupara de tal negocio.Pregunte por el torrero, que as se llama... Bueno, que ases como lo conocemos todos, el torrero. La verdad es queno me acuerdo de cul es su nombre y como torrero no hayms que uno, no tendr prdida. Pero, seor, tenga cuidadoa la hora de cerrar el trato. Puede engaarlo, que es lo queacostumbra hacer. Es una especie de mana suya eso deengaar a quien se le pone a tiro.

    Tiene telfono? le pregunt Nona.En la fonda?

  • S.Desde luego y le seal una de las puertas del

    comedor.Antes de irnos a Tha pedir una conferencia.Est a su disposicin.Supongo que en la isla no habr telfono...No, seora, no creo. Aunque, como nunca he estado

    all, tampoco se lo puedo asegurar. Desde luego, con elcontinente no tienen comunicacin los pocos isleos queall quedan. En tal caso, habr una centralita para la propiaisla. Pero, la verdad, son slo conjeturas.

    Puedo pedirle un favor...? dijo Nona, a quien sumarido mir interrogante.

    La escucho.Dar la direccin de su fonda para que mi madre, que

    se ha quedado al cuidado de los nios, pueda enviarnos untelegrama o...

    No se preocupe. Una vez a la semana explic eldueo de la fonda, hay un hombre que se encarga de ir ala isla. Lleva y trae el correo, les suministra lo que hanencargado... Por l yo les enviara el recado. De todasformas, a su madre y habl directamente a Nona, serpreferible que le d el nmero de telfono de esta casa. Anosotros no nos representa ninguna molestia y seguro que aella se las quitara. Al hombre le toca ir dentro de tres das.Si hay algo para ustedes, yo se lo dar con tal fin.

  • Conforme y Nona le sonri agradecida.Son ustedes muy amables aadi Malco.Es nuestra forma de ser.Los tres rieron.Cuando el hombre se fue para atender a otro husped

    que acababa de entrar en el comedor, Nona se dirigi a lacabina telefnica. No tard en regresar.

    Hay una media hora de demora. Mientras tanto,podemos hacer algo...

    Buscaremos al torrero. El puerto est ah mismo yese hombre no andar lejos.

    Y si no nos alquila una lancha?Todo es cuestin de dinero.Recuerda lo que te advirti el dueo de la fonda...Descuida.Cuando salieron, divisaron la isla, prxima, bajo un

    cielo limpio de nubes, de un hiriente azul, como flotandosobre el mar.

    All est dijo Malco y seal.Un buque abandonado... murmur Nona.

    El profesor, dispuesto a respetar su habitual paseo dela maana, baj por un sendero hasta la playa y lleg hastalos restos del coche que haba sido pasto de las llamas.

    La civilizacin... ironiz al contemplar el montn

  • de hierros negruzcos y retorcidos que parecan habersufrido una lenta agona.

    Algunas gaviotas merodeaban curiosas.Una de ellas, precavida, se acerc al profesor.Ah tienes, pequea le dijo, lo que fuera un

    codiciado ejemplar mecnico, producto de la inteligenciahumana, que no cesa en ingenirselas para morir como sea,con tal de que esa muerte le alcance de una forma violenta.

    La gaviota dio un picotazo al coche antes deemprender el vuelo, como si le enojara la presencia en laplaya de aquel monstruoso vehculo.

    El profesor sigui el vuelo de la gaviota que seadentraba en el mar y repar en que algo flotaba sobre lasaguas, no muy lejos de la orilla.

    El mar acabar por dejarlo en la playa se dijo elprofesor.

    Y, dueo del tiempo, esper a ver de qu se trataba.En el fondo, desde nio, siempre haba tenido el deseo

    de encontrarse con el tesoro de algn buque naufragado.

    Tal como les dijera un pescador, el torrero estabajugando al domin en una de las tabernas del puerto.

    Qu se les ofrece? pregunt el hombre que loshizo esperar a que terminara la partida y les ense, en unacasi irreconocible sonrisa, un puado de sucios dientes.

  • Alquilarle una lancha dijo Malco, que no deseabaprolongar la conversacin ms de lo estrictamentenecesario.

    Con motor?Desde luego.Para qu? y mir con disimulo las piernas de

    Nona.Para ir a la isla.Y por cuntos das la necesitan?Quince.El hombre se frot la cara.Le costar quinientos al da y el combustible por su

    cuenta dijo tras realizar una serie de clculos a los queno fueron ajenos sus dedos.

    Muy caro respondi Malco.Si otro se la alquila ms barato, no pierda el tiempo

    conmigo y el hombre sonri con malicia, pues en elpueblo era el nico que alquilaba lanchas.

    Cuatrocientos.En mano?S.Trato hecho y el hombre dio la mano a Malco.Se la apret de una forma exagerada. No todos los

    das, se dijo, se le presentaban unos clientes comoaquellos.

    Antes, quisiera ver la lancha.

  • Est en el puerto. Cuando quieran y el torrero selevant y les cedi el paso, con el principal propsito deadmirar las piernas de Nona.

    Cuando regresaron a la fonda, acompaados por eltorrero, que se ofreci para ayudarlos a transportar lasmaletas, se encontraron con que los estaba esperando elagente que por la noche fuera con ellos en el taxi.

    Cundo se van para la isla? les pregunt.En cuanto hagamos una llamada telefnica dijo

    Malco, algo extraado por la visita del agente.Cmo se encuentra el hombre? inquiri Nona.Est grave.Ya saben lo que ocurri?No, seora y el tono empleado por el agente les

    dio a entender que no hara ms comentarios sobre el caso.Y bien...? pregunt Malco.Slo saber si, a causa del papeleo, la rutina de

    siempre como ustedes comprendern, podemos contar consus declaraciones acerca de cuanto han visto desde que lesparamos en la carretera.

    Por supuesto dijo Malco. Durante quince dasestaremos en la isla.

    Muchas gracias.Y el agente, tras un saludo, se fue de la fonda.

  • Estas vacaciones coment Malco no van a sertan tranquilas como esperbamos. Tena razn el taxista.Surgen complicaciones.

    Seguro que no nos molestarn dijo Nona.Vamos a pedir la conferencia, a ver si esta vez tenemos mssuerte.

    El torrero, sentado sobre una de las maletas, aguard aque hablaran con sus hijos mientras l haca planes en losque gastarse el dinero que no tardara en tener en subolsillo.

    El profesor, rodeado de gaviotas, not que un ciertonerviosismo comenzaba a invadirle, se quit los zapatos yse arremang los pantalones cuando lo que flotaba en elmar ya estaba cerca de la orilla.

    Sobrecogido, cogi lo que traan las aguas.Dios mi! murmur, con infinito asco.Saltaban las olas. Arroj a la arena aquello que durante

    unos instantes tuviera en sus manos, grit despavorido ycorri hasta llegar a la cabaa mientras las gaviotas secongregaban en la playa.

    El dinero dijo el torrero, una vez que coloc las

  • maletas en la embarcacin.Ha hecho la cuenta? le pregunt Malco.Desde luego respondi con gesto avaricioso.

    En total, seis mil al contado. Conste que no es caro, quecasi es un favor.

    Malco le sonri irnico.El torrero respir hondo cuando guard los seis

    billetes de a mil presurosamente en un bolsillo.Malco, que deseaba hacer desaparecer de su vista a

    aquel hombre, ayud a Nona a montar en la lancha, cosa quehizo con exagerada lentitud.

    Dentro de quince das, aqu les estar esperando aadi el torrero mientras ya se iba. Cuiden de laembarcacin, que es de las mejores. Adems, cualquierdesperfecto corre por cuenta de ustedes. Ahora, otroasunto me reclama.

    Y desapareci.Malco, ya en la lancha, puso el motor en marcha.Dentro de un par de horas, como mucho,

    llegaremos a la isla.Nona se sujet fuerte.

    Algo para m? pregunt el agente, con laesperanza de que le hubiese llegado el oficiocomunicndole su ascenso.

  • Nada, que yo sepa le respondi su compaero,que acababa de colgar el telfono.

    Maldita sea! y se desplom en su asiento.Ya puedes espabilar le recomend el otro, que se

    mostraba nervioso.Si acabo de llegar! protest.Es que nos vamos.Adonde? pregunt enojado.El profesor...A estas horas? le interrumpi. Ni hablar!Esta vez creo que va en serio dijo el otro,

    sombro.Qu ha dicho? y su rostro se llen de irnico

    escepticismo.Pues...Quiero saber qu diablos se ha inventado ahora ese

    bribn!Ha dicho que, en la orilla del mar, ha encontrado la

    cabeza de una mujer. Supone que... cortada de un hachazo.El agente jur que, como se tratara de un nuevo

    engao, sera capaz de meter en una celda a aquelestrafalario Premio Nobel de las narices.

  • SEGUNDA PARTE

  • Uno

    Malco pens contrariado que el torrero de uno de lospueblos ms inmundos de la costa era un astuto hombre denegocios y l un incauto cliente que se dejara engaar poruna taimada capa de pintura blanca. El hombre se dedicabaen sus horas libres al alquiler de lanchas, despus dedisimular las centenarias y podridas maderas de unaembarcacin. El resultado era que... ni siquiera poda sercomparada la barca con un cascarn de nuez.

    Haba alquilado a un precio notablemente elevado lapeor de las embarcaciones que se hallaban en el suciopuerto.

    La embarcacin, con un motor fuera borda que rugacon espasmos como un animal antediluviano herido demuerte, haca agua por todas partes.

    El mar, de no ser porque en aquella poca del ao sededicaba a recuperar energas para sus invernales yapasionadas campaas guerreras contra la costa, hubieraconvertido la barca en aicos con tan slo embestirla conla ms perezosa de sus olas.

    Malco comprendi entonces la razn por la que el

  • torrero, una vez que tena los billetes en la mano, le dijera,esbozando una socarrona sonrisa, que otro asunto loreclamaba y desapareci de forma tan repentina cual si sehubiera volatilizado.

    Pero ya no era cuestin de retroceder y buscar altorrero para romperle los pocos dientes verdinegros acausa del tabaco y del salitre que le quedaban. Adems,estaba seguro de no encontrarlo. Se hallara en el lugar msoculto de su faro, al final de esas intrincadas escaleras decaracol donde todo torrero parece ser el dueo del mundo.

    La lancha, que algunas veces brincaba como un potrosalvaje, los acercaba a la isla.

    Pese a que la embarcacin se hallaba en tanlamentable estado apenas era capaz de hacer unoscuantos nudos sin sobresaltos, cumpla con el deseo dequien la manejaba, que no era otro que llegar a aquellapequea isla prxima a la costa en la que an sobrevivaalgn reptil prehistrico.

    Nona no apartaba las manos de su abultado vientre,donde ya haca siete meses haba comenzado a latir unanueva vida.

    Pasaba suavemente las yemas de los dedos por aquelinflado globo de piel humana en el que otro ser jugueteabaantes de ver los rostros de quienes haca tiempo deseaban

  • conocer el suyo.Tampoco cesaba de mirar a Malco, que forcejeaba con

    el timn e intentaba que la lancha se convulsionara lomenos posible. Saba que Malco estaba malhumoradoconsigo mismo por la torpeza cometida al alquilar aquellabarca y le tenda una sonrisa maliciosa, entre acusadora yde cmplice estafada.

    Malco nicamente tenia ojos para el fondo de lalancha. No porque rehuyera la mirada de Nona, sino porqueeran muchas las fisuras por las que entraba el agua. Por eso,la pregunta de Nona, lo sorprendi:

    Amarilla.Qu...? inquiri confundido.La isla.La isla?Dijiste que era roja.Rojiza, dije rojiza, slo rojiza, de un color rojo

    oscuro puntualiz Malco.Pues es amarilla dijo ella y seal a aquella tierra

    que emerga del mar.Malco, por primera vez desde que haban embarcado,

    se fij realmente en la isla. Hasta entonces slo sepreocupaba de cmo devolverle la estafa al torrero y delagua que ya comenzaba a mojarle los bajos del pantaln.

    Amarillenta... susurr, dndole la razn a Nona.Bueno, no es roja.

  • Rojiza volvi a puntualizar.Amarilla dijo Nona, con cierta terquedad.Malco suspir y se contuvo para no proferir una

    imprecacin que con certeza hara llorar a Nona, mssensible que nunca desde el embarazo.

    Por qu me dijiste que era rojiza? le preguntella tras un titubeo condescendiente.

    Porque as lo fue siempre.Te has equivocado y debes reconocerlo.Malco no comprenda cmo los recuerdos lo haban

    traicionado de aquella manera.Desde que hablara a Nona de la isla, nunca dej de

    describirla de color rojizo.No entiendo dijo encogindose de hombros.Acaso sea otra isla?Imposible! exclam Malco. No hay ms islas

    por esta parte de la costa! y movi de un lado para otro lacabeza.

    Entonces...l respondi con una dbil sonrisa:Ha cambiado de color.Nona ri.Hablas de la isla como si se tratara de un camalen

    dijo divertida.Es que hay otra forma de explicar tan curioso

    fenmeno? dijo, y luego, para disculparse, aadi: El

  • color rojizo le era muy llamativo.Ella, tras mirar curiosa a sus ojos, le pregunt:Cmo la ves?Ahora?S.Amarillenta respondi tras observar de nuevo a la

    isla.Y despus, extraado, pregunt:Por qu te interesas por eso?Por si fueras daltnico.Malco ri.La isla y la seal al tiempo que abandonaba el

    timn es inconfundible por su contorno. La reconoceraaunque padeciese de daltonismo. Y eso que, desde queestuve en ella por primera vez, han pasado bastantes aos.Pero nunca me he olvidado de su configuracin, que resultamuy hermosa y volvi a hacerse cargo del timn.Dicen que algunos navegantes llegaron a enamorarse deella...

    Por qu?Te lo he contado infinidad de veces exclam.Ya, recuerdo. La leyenda!Es como una doncella tendida en el mar, una

    doncella que duerme un sueo eterno. Si te fijas bien...Y Nona busc a aquella mujer de tierra.A la isla se la conoca por Tha desde que, muchos

  • siglos antes, su joven reina fuera asesinada por su esposo,angustiado a causa de unos infundados celos. La habamatado al borde de un acantilado y despus, ante laestupefaccin y dolor de sus sbditos, la arroj al mar.

    Al desaparecer Tha bajo las aguas, entraron enerupcin varios volcanes. Los nativos siempre loconsideraron como un castigo de los dioses por haber dadomuerte el rey a una de sus hijas predilectas. Parte de la islafue devorada por el mar y el viento se encarg de esculpirel cuerpo de Tha en lo que qued de ella.

    Los cabellos... dijo Malco.Un bosque interrumpi Nona. Parecen sauces.Si, lo son. Y aquellas dos colinas...Los dulces senos de Tha le volvi a interrumpir

    . Me equivoco?Pues no, ests en lo cierto. Segn los nativos, nunca

    hubo senos tan perfectos como los de su reina asesinada.No son ms que dos colinas coment ella

    secamente.Se trata de un smbolo dijo Malco y suspir.

    Por qu te empeas en quitar poesa a la leyenda?Estoy celosa dijo con un mohn de enfado.Malco sonri al tiempo que lograba zafarse de un

    alegre empujn de Nona, a la que pareca divertirle la ideade arrojarlo al mar.

    Quieres que sirva mi cuerpo de comida para los

  • tiburones? pregunt l.No. Lo que quiero es que no te fijes en otra mujer,

    aunque sea de tierra o de piedra o de lo que sea! Puedesucederte lo mismo que a aquellos navegantes que, dichosea de paso, por falta de imaginacin se quedaban...

    Nona, repentinamente asustada, reparando en lo que lerevelara Malco, llev sus manos al rostro.

    Has dicho tiburones?Muchos.Dios mo!Pero, no te preocupes. En la lancha...Y si suben a ella? pregunt con fingida

    ingenuidad.Quines, los tiburones? Qu cosas! ri.Malco, no consiento que te burles de m.Es que se te ocurre cada cosa... Adems, era una

    broma. Por aqu no hay tiburones, al menos que yo sepa.Lo haces por asustarme!Ves aquellos dos promontorios? Son los pies de

    Tha, tan dulces como sus senos dijo l, que aparentabano haberla odo.

    Fantstico! exclam ella divertida. Claro que,despus de lo de los tiburones, se puede esperar de ticualquier cosa.

    Para m, Tha siempre ha sido la isla de los sueos.As la llamaba. En ella pas parte de mi infancia... Fueron

  • esos aos en los que uno comienza a valorar cuanto lorodea, a intrigarse por cuanto ve, a preguntarse por cuantono comprende, que viene a ser todo. Esos aos en los que,principalmente, se empieza a soar. Y, con los sueos,tanto reales como fantsticos, se viven muchas aventuras.Fabulosas pesadillas infantiles, increbles distorsiones yasombrosas maquinaciones. Sueos imposibles...

    Y Tha?Todo el que vive en esta isla acaba pensando alguna

    vez en Tha. Segn la leyenda, ya sabes, era una doncellamuy hermosa.

    Te enamoraste de ella?De nio? Es posible.Y yo tan confiada! dijo Nona con un gracioso

    mohn acusador.Figrate, cuando estabas en la cuna, yo ya te

    tricionaba le respondi Malco para seguirle la broma.Los dos rieron divertidos.Eres serio, pero algunas veces tienes cosas de nio

    le dijo mientras le salpicaba tomando agua del vientre dela lancha.

    Lstima que no lo sea, que haya pasado el tiempoque nunca vuelve, que haya perdido la inocencia suspirnostlgico, sin saber exactamente la razn de aquellarepentina melancola. En el bosque, cuntas veces entren l pensando que iba a correr grandes peligros al ser

  • atacado por espantosos y desconocidos animales! Pero ahsolamente hay lagartijas...

    Ya me lo has contado.Seguro? pregunt con el ceo fruncido Malco,

    simulando preocupacin.S; y varias veces dijo ella y cont con los dedos.Me repito, y eso es terrible! exclam con

    exageracin Malco.Te ests haciendo viejo.Ser eso.Tonto!Malco se fij en el vientre de Nona.Notas algn dolor?No, ninguno respondi ella y se llev las manos a

    la altura de los rones. Las molestias de costumbre,nada ms.

    Tal vez no te siente bien ir en lancha. Encima eneste trasto de los demonios! exclam malhumorado altiempo que se acordaba del torrero. Falta poco.

    Dos meses, ms o menos.Poco.Una eternidad.Antes de que nos demos cuenta, ya seremos padres

    por tercera vez. Quin nos lo iba a decir! A este paso...De verdad que te encuentras bien?

    Por qu no? En caso contrario, te lo dira.

  • La isla cada vez se encontraba ms cercana.

    Malco tom la direccin del pequeo puerto de Tha.En la drsena, unas cuantas lanchas de pescadores y

    contados barcos de cabotaje.Es extrao... murmur Malco.El qu?Las gaviotas.Qu les pasa a las gaviotas? pregunt intrigada.No estn.Es que las habas contratado para que nos dieran la

    bienvenida?Las gaviotas nunca abandonan el puerto.No s dijo ella, indiferente.Malco le indic el malecn, la lonja del pescado y los

    mstiles de los barcos. Estaba acostumbrado a ver lasgaviotas flotar en las tranquilas aguas de la drsena,encaramadas en los tejados ms cercanos al puerto osubidas a los mstiles. Pero nicamente brillaban al sol susexcrementos, diseminados por todas partes.

    Por qu te preocupan las gaviotas? pregunt ellavindolo otear.

    No me preocupan, slo que resulta raro que no selas vea por aqu. Adems...

    Quiero un helado le interrumpi ella.

  • Cmo?Que quiero un helado. Tiene que ser de vainilla.

    Qu ibas a decirme?Ves a alguna persona?No...Ni gaviotas ni...Una isla abandonada! Malco, no habr helados!

    exclam fingiendo estar desesperada.Basta de tonteras! grit Malco, impulsado por

    una incomprensible inquietud.Nona, que iba a rer, se qued seria.Nada nos advirtieron en la costa. En caso de estar

    abandonada la isla, nos lo habran indicado. O es que allno saben nada de lo que aqu ocurre? Tiene que haber algnque otro turista... Es absurdo! exclam l.

    Ya no me quieres murmur ella sin mirarlo.A qu viene eso?Si me amases como es debido, te preocuparas de

    buscarme un helado. En cambio, me hablas de gaviotas!Malco, ya ests cansado de m. Lo s!

    Paciencia, se dijo Malco.Tendrs el helado!De veras? y Nona le sonri.Te lo aseguro contest l dominndose, sin

    nunca dejar de tener presente lo que le advirtiera elmdico, que su esposa era una mujer muy impresionable y

  • que durante el embarazo debera mostrarse harto amablecon ella. Bien, ya estamos en la isla.

    Tengo los zapatos empapados!Y yo. Pero eso no es una tragedia...Los nuevos, Malco!Si los ponemos al sol, no tardarn en secarse. Hace

    mucho calor.Se estropearn a causa del salitre.Pues que se estropeen! Venimos a descansar no a

    preocuparnos por los zapatos.Malco, en la lejana, crey ver un grupo de gaviotas,

    como si se alejaran de la isla.

  • Dos

    Malco detuvo el motor cerca de un malecn del puerto.Despus de arribar, ayud a Nona a bajar de laembarcacin, quien lo hizo con mucha torpeza.

    Y ahora? pregunt ella.Amarrar la lancha. Es cosa de un momento dijo

    mientras sacaba las maletas.Nona, al tiempo que Malco desenrollaba una maroma,

    mir distradamente a su alrededor.Estaban solos en el puerto.Su vista recorra el malecn, las redes de los

    pescadores tendidas al sol, los vientres de las lanchas, lascasas blancas y bajas.

    Junto a la lonja de pescado, descubri un puesto dehelados.

    Voy a comprar un helado bien grande! dijo aMalco y le indic el lugar al que se acercara.

    Y el heladero?No parece estar, pero es lo mismo. Consulto la lista

    de precios y le dejo el importe. No creo que eso lemoleste.

  • Desde luego que no dijo Malco, que ya preparabaun nudo. Est bien, ahora te alcanzo. Vaya antojos! exclam antes de que Nona se fuera. Primero eran lastartas de manzana; despus, meln con jamn... Abusas demi bondad, como siempre. El tiempo de los antojos ya tuvoque haber pasado.

    Seguro? pregunt ella con una sonrisa depicarda.

    No, claro que no suspir, a juzgar por lo queocurre.

    Nona se encaminaba hacia el puesto de helados yMalco amarr la lancha lo mejor que supo.

    Es posible que se hunda, dado su estado se dijo. Pero, bien atada, al menos sabremos donde est, si deese modo ocurriera. No obstante, estos nudos no sonprecisamente marineros y se ri de s mismo.

    Al dar la ltima vuelta a la maroma, se fij en algo queasomaba detrs de una pila de cajones de arrastre delpescado.

    Parece un ala...Dej la maroma y se acerc a los cajones,

    amontonados en desorden. Entre ellos estaba una gaviota,con las alas extendidas y el pico muy abierto.

    Muerta murmur, despus de tomarla en susmanos. Es como si le hubiesen retorcido el pescuezo...Y las dems? se pregunt intrigado mirando al cielo.

  • Nona interrumpi sus pensamientos.No hay helados dijo contrariada.Entonces, qu hay en ese puesto?Abr los cubos y... tan slo haba un lquido viscoso

    y caliente! Los helados se han derretido, tal vez desde hacealgunas horas. Malco, y sta gaviota?

    Pues... como los helados.Muerta? pregunt aterrada.S.No la toques! grit con asco.Por qu?Me da miedo!Pero...Temo a la muerte.Como todos.Malco, esta gaviota me pone nerviosa. Por favor,

    aprtala de mi vista! Slo quiero estar rodeada de vida, devida, cario! y la desesperacin se reflej en su rostro. No hay helados, una gaviota muerta, nadie en el puerto...Qu isla es sta? No me agrada!

    No comprendo lo que ocurre... dijo Malco, untanto desazonado a causa de una llegada a la isla comoaquella, jams prevista. Bueno, vmonos de aqu. Seguroque los isleos estn en sus casas. Hace demasiado calor...La gaviota tiene tambin un anzuelo clavado en...

    Calla, te lo ruego!

  • Malco dej caer al mar el cuerpo agarrotado y fro dela gaviota.

    Nona le tom del brazo y, en tanto profera hablar deotra cosa, le dijo:

    Aquella colina? y repentinamente se mostranimada.

    Uno de los senos de Tha.Estando en ella, la isla parece ms hermosa.Te gustar dijo Malco y se esforz en mostrarse

    despreocupado aunque sin saber la razn, continuabaalarmado. Siento que... Bueno, no hay que darse porvencidos! No tardar en comprarte un helado.

    Te muestras inquieto.Oh, no! exclam sonriente. Ya sabes que me

    agrada satisfacer todos tus caprichos. Quiz en aquel barvendan helados. Slo es eso.

    Y si no hay nadie?Pagaremos lo que consumamos, al igual que ibas a

    hacer t con el heladero. Despus, a la sombra,esperaremos a que lleguen los del pueblo y... Todo estosigue casi igual a cuando me fui... dijo y mir hacia lasventanas de las casas con la esperanza de descubrir aalguien a travs de ellas.

    Dnde estarn?Realmente, no tengo ni la menor idea pero algo

    le vino a la cabeza. Ahora que recuerdo, por estas fechas

  • se trasladaban al otro extremo de la isla. Debenencontrarse cerca de los pies de Tha! Qu estpido hesido! y se dio un manotazo en la frente. Preocuparmepor...

    A los pies de Tha? inquiri ella curiosa. Quehacen all?

    Es la zona ms frtil de la isla. Esta es poca desiembra. No obstante, es raro porque alguien deberahaberse quedado aqu. Ser que han necesitado lacolaboracin de todos dijo no muy convencido.

    Malco... y ella se detuvo.Qu?Ah est un nio.S, lo veo, pescando.Pregntale.Malco se acerc al nio.Hola, muchacho! y le dio una palmada en la

    espalda.El nio sigui con la vista en el hilo de su tosca caa

    de pescar que se perda en el mar a unos cuantos metros dedistancia, all donde flotaba el corcho.

    Qu pescas? le pregunt amable.El nio, tras guardar silencio, le respondi nicamente

    con una inexpresiva sonrisa.Malco pens que, su presencia, no deba agradar al

    muchacho.

  • Oye, dnde estn los dems?El nio, sin mirarlo, se encogi de hombros.Qu cebo pones? pregunt Malco al reparar en

    la cesta que el pequeo tena a su lado. Djame ver... Yotambin soy muy aficionado a la pesca. A eso he venido a laisla, porque descanso mientras pesco. Podrasrecomendarme algn cebo en especial, as ganara tiempo.

    Malco iba a abrir la cesta del nio, pero en cuanto hizoel ademn de levantar la tapa, el pequeo, con una framirada, se la arrebat.

    Djalo intervino Nona. Estar malhumoradoporque an no ha pescado nada. O, sencillamente, porqueno le caes bien. Estoy segura de que no conoce al ositoPilgrim...

    Los dos sonrieron.Aquel nombre les era muy familiar.Quedamos en no mencionarlo dijo l.De acuerdo, de acuerdo. Nos olvidaremos del osito

    Pilgrim respondi ella y dej de mirar al pequeo, quesegua con su pesca sin prestarles ninguna atencin, perocon la cesta en su regazo.

    Vamos.Nona le seal unas rocas.Hay ms nios all le dijo. Parece que se

    divierten.Estn lejos. No me apetece ir hasta all con este

  • calor. Tomaremos algo en el bar. De seguir aqu,acabaremos con una buena insolacin.

    Malco, como pudo, carg con las maletas.De las rocas les lleg una cancin infantil.

    Malco empuj la puerta del bar. Al entrar observ quetambin ofreca un aspecto desolado. Tan slo se oa elpesado vuelo de algn moscardn.

    Nadie... murmur.Da la impresin coment Nona de que los

    clientes se fueron de aqu con mucha prisa.En las mesas haba bebidas a medio consumir.S, tienes razn dijo l. Esto no es normal.Habr pasado algo?Qu va a pasar? y disimul su intranquilidad.No lo s. El horno est encendido, y hay comida en

    l.Abandonaron lo que estaban cocinando. Esos pollos

    quemados, esas cazuelas ennegrecidas...Lstima de carne y pescado! exclam Nona, que

    en su casa era muy rigurosa en cuanto a desperdiciar losalimentos. Lo ms prudente ser apagar el fuego.

    Ahora lo har.Qu significa todo esto? pregunt ella al tiempo

    que miraba a su alrededor.

  • Malco se encogi de hombros. Desconect el hornoelctrico.

    Lo nico que s dijo, es que nadie se marcha asembrar dejando as las cosas. Mejor ser no hacersuposiciones. Ya nos enteraremos de lo que ha sucedido.Tarde o temprano alguien vendr y abri una nevera.Helado?

    Ya no me apetece.No te sientes bien? Hace un momento...No es eso. Se me ha pasado el antojo. Pero tengo

    sed y se sent en una desvencijada silla.Antes, dame tus zapatos. Los sacar ah fuera, para

    que se sequen al sol. En las escaleras del bar, en unosminutos, no les quedar ni un poco de humedad.

    Al menos aqu nos guareceremos del sol. Losventiladores estn apagados. Por qu no los pones enmarcha?

    Ya dijo y busc el interruptor.Aydame a quitarme los zapatos.Abusas de m dijo y los ventiladores comenzaron

    a enviarles un aire fresco, reconfortante.Con cuidado, no me vayas a hacer dao.Malco, tras quitarle los zapatos, se acerc a la nevera.De momento, tendrs que conformarte con cerveza.

    Eso s, bien fra. No hay otra bebida.Si no hay otro remedio... suspir Nona, a quien

  • no le gustaba la cerveza. Preferira una limonada. Ytengo hambre!

    Salvo azcar...Dios mo, qu cmulo de contrariedades! Malco,

    qu piensas hacer?Esperar.Hasta cundo?Pues hasta que vengan los isleos.Nona, tras morderse los labios, pregunt:Crees que podremos descansar en estas

    vacaciones?Te abro la cerveza?No cambies de conversacin. Contstame. Crees

    que podremos descansar en estas vacaciones? rog.Nona, en caso de no resultarnos agradable la isla,

    nos volvemos a la costa.Es como si estuviramos en el fin del mundo...Procura relajarte le dijo y le sirvi la cerveza.Es tan fcil! suspir.Mientras Malco dejaba los zapatos en las escaleras de

    la entrada del bar, Nona se acomod en la vieja silla situadaal lado de su ventana. Desde all vea casi todo el puerto yvarias calles. Intent descubrir el rostro de alguna personaen alguna parte, pero fue intil.

    Ni un perro... susurr.Decas? le pregunt Malco, que entraba en el

  • bar.Nada de particular.Yo s. Traigo novedades. No estaba equivocado.En qu? pregunt ella con curiosidad.En el color de la isla.Decas que era roja.Rojiza.Pero es amarilla.Amarillenta, Nona. Y sabes por qu?No...Acabo de descubrirlo. No nos habamos fijado.

    Pero, al agacharme para dejar los zapatos, he encontradoesto.

    Malco extendi su mano. En la palma tena unasdiminutas bolas amarillas, al igual que el polen, sin peso.Las hay por todas partes aadi.

    Y qu son?No lo s.Nona cogi unas cuantas.Porosas...Esta especie de bolas son las que dan el tono

    amarillento a la isla dijo satisfecho al comprobar que nolo haban traicionado los recuerdos.

    Cada vez entiendo menos, cario. Pero, sigoteniendo hambre! le suplic.

    Por aquella calle haba una tienda. Supongo que an

  • existir. Vamos?Hace mucho calor. Adems, estoy cansada. Te

    espero aqu.Como quieras.Malco, fuera del bar, se calz los zapatos. Ya estaban

    secos. Tan secos como su boca.

    Malco, a quien nicamente se le cruzara un perroarrastrando la lengua por una acera, caminaba solitario poruna de las calles del pueblo. Miraba distradamente a sualrededor, quiz con la esperanza de poder saludar aalguien.

    El sol le haca sudar, cada vez era ms fuerte el calor.Resulta raro, en pleno da, escuchar en una calle

    como esta solo tus propios pasos se dijo.Se detuvo repentinamente al ver cerrarse la ventana de

    una de las casas. Tras unos instantes de indecisin, lleghasta la puerta de aquella vivienda en la que, por loobservado en la ventana, hubo de pensar que, sin lugar adudas, tena que haber alguien dentro.

    Dio a la aldaba y llam varias veces.Nadie respondi.Acabar gritando... murmur contrariado.Pero, la puerta, a una dbil presin de su mano, se

    abri.

  • Malco, prudente, por temor a que lo consideraran unentrometido, entr dando unas palmadas.

    Buenos das!Aguard a que le contestaran.Nadie... suspir.Malco se atrevi y abri una puerta que daba a un

    humilde dormitorio. La habitacin, presidida por una camade matrimonio deshecha, estaba en el ms completodesorden.

    Una figura de porcelana cay de un anticuado tocadory lo sobresalt.

    No hay fantasmas se dijo con una dbil sonrisa;procur tranquilizarse.

    Iba a recoger la figura hecha pedazos, pero la ventanale llam la atencin. Era la que haba visto cerrarse, cosaque comprob al mirar hacia la calle.

    El pasador est echado. Esto tuvo que hacerloalguien y se mes la barbilla. La ventana no pudocerrarse por s sola...

    Sali de la habitacin, ya sin preocuparse de la figuracada. Sospech que estaban jugando con l al escondite.Pero tampoco haba nadie en las dems estancias de la casa.En la ltima que entr era con seguridad el cuarto de losnios, aunque apenas hubiese juguetes en ella.

    Malco repar en un libro colocado en una estantera.Lo cogi con una sonrisa.

  • Pilgrim en el Polo Norte, era su ttulo.El libro estaba sucio, desencuadernado, muy sobado.Habr pasado por las manos de todos los nios de la

    isla. Nunca haba visto una coleccin tan impresionante demanchones de todas las clases. No cabe duda de que almenos una de las aventuras de Pilgrim es conocida por lospequeos de Tha.

    El osito Pilgrim era un personaje muy popular creadopor Malco, cuya vocacin de escritor se haba dado aconocer de una forma tan peculiar que hasta sorprendi alpropio implicado.

    Una noche, tras invitar a cenar a un escritor de novelaspolicacas con el que trabara amistad durante el serviciomilitar, este lo oy contar un cuento a los nios, antes deque fueran a dormir, como era su costumbre. El cuentoentusiasm al escritor. Lo anim a que escribiera aquelloque inventara para entretener a sus hijos. l se encargarade encontrar editor. El xito fue fulminante. As abandonsu despacho de abogado.

    Lo que no s, osito y dio con el ndice en la carade Pilgrim, que estaba en la portada vestido de esquimal,es si les gustas o no a los nios de esta isla. Pero, comosupongo que no son diferentes a los dems, puedes estarorgulloso de divertir tambin a los pequeos de Tha. Laverdad es que, no esperaba encontrarte aqu y sonri.

    Malco dej el libro en la estantera y sali a la calle.

  • El sol lo ceg por unos instantes.No oy el murmullo de unas cuantas voces que

    provena de algn rincn de la casa.

    Este calor... y mir las aspas de los ventiladores,que comenzaban a perder fuerza, como si se cansarandespus del arranque, que haba sido tan engaoso comoprometedor.

    Nona se agach para coger un peridico y abanicarsecon l.

    De hace quince das dijo tras leer la fecha deldiario, que tena rotas todas las pginas, cual si alguien sehubiera entretenido en arrancar en pedacitos el papel.

    Nona se dio aire y pens en sus hijos. Haban estado apunto de llevrselos consigo de vacaciones, como siemprehaban hecho. Pero, despus de diez aos de estar casados,estimaron oportuno viajar solos, aunque fuera por una vez.No obstante, Nona los echaba de menos. Seguro que, aaquellas horas, ya habran recorrido sin descanso todo elpueblo. Pero, por otra parte, concluy que estaban mejoren la ciudad, con la abuela. La isla, pese a lo que de ella lecontara Malco, no pareca ofrecer ninguna ventaja, ni tansiquiera la de descansar. Por el momento, hasta ignorabansi efectivamente estaba habitada.

    Se desabroch la blusa.

  • Sus senos, aunque hubiera dado el pecho a sus doshijos, se mantenan erguidos, ahora ms turgentes al estaren los ltimos meses del embarazo.

    Pocos das... y se angusti al pensar si en la islano habra un mdico, alguien que la pudiera atender si elacontecimiento se precipitara.

    La cabeza de un nio asom por la ventana que estabaa su lado y ahuyent su repentina preocupacin.

    El nio, sin moverse, la miraba con intensidad.Nona le sonri.Entra, pequeo le dijo e hizo un gesto con la

    mano.Pero, el nio, sin pestaear, sigui mirndola, con

    ojos grandes, muy abiertos, sin ninguna expresin en elrostro.

    Nona, algo desconcertada, observ atentamente alnio e intuy que no era precisamente a su rostro a dondemiraba el pequeo.

    Era a sus senos, que asomaban casi completamentepor la blusa desabrochada.

    Es absurdo, es absurdo se dijo turbada, trasobservar el escote.

    Y, llevada por un pudor que consider increble dadoquien estaba ante s, un nio, un simple nio, se abroch laprenda.

    Cuando dirigi de nuevo la vista hacia la ventana, el

  • nio ya se haba ido.

    Malco, tras observar a travs del escaparate, entr enla tienda.

    Hay alguien? pregunt, por pura rutina.Silencio, un pesado silencio lo rodeaba, roto tan solo

    por el vuelo de los moscardones.La tienda, en la que haba de todo, como si se tratara

    de un rudimentario supermercado, estaba invadida pormontaas de latas, botellas y cajas.

    Tomar una lata de sardinas se dijo. A Nona legustan y esta es una buena marca. Tambin una deberberechos y otra de cangrejos. Pero, no... No puedetomar marisco.

    Decidi hablar en voz alta, por hacerse de esta manerala ilusin de estar acompaado.

    Los esprragos, pueden servir. Y las croquetas.Habr que calentarlas. Si Nona estuviera dispuesta acocinar podra llevar... Mejor las salchichas.

    Malco guard lo requerido en una bolsa que cogieraen la entrada de la tienda, junto a la caja registradora.

    Es suficiente se dijo y se encamin hacia elmostrador donde estaba la caja registradora.

    Se detuvo al ver una graciosa mueca, de muchaspecas, tantas como las que tena su hija por toda la cara, que

  • casi formaban una mancha entre los ojos.La tom para examinarla.Con el traje tpico de los isleos y le movi los

    bracitos de plstico. A Esther le agradara una compaeraas, no me cabe duda. Le entusiasman las muecas. Claroque, eso lo hereda de su madre. Pero, hay tiempo. Se lodir a Nona, que venga a verla.

    Dej la mueca y sustrajo un sombrero de paja para sumujer.

    En el mostrador, con una caja registradora de modeloantiqusimo, tanto que l haca muchos aos creadesparecido, fue sacando de la bolsa cuanto retirara de losestantes para mentalmente sumar los precios.

    Espant a varias moscas de su alrededor, molesto.Malco se volvi para mirar de nuevo a la mueca.Seguro que a Esther le gustar y, decidido, fue en

    su busca.Puso a la pecosa con las dems cosas.Una lata, al guardar de nuevo lo comprado en la bolsa,

    y tras dejar para el final a la mueca, se le cay al suelo.Malco, despus de contar el dinero y dejarlo sobre el

    mostrador, se agach a por la lata, no sin antes murmurar:Es como si en esta tienda se hubiesen reunido

    todas las moscas del pueblo!Si la lata hubiera quedado unos centmetros ms lejos,

    detrs del mostrador y no a uno de sus lados, Malco habra

  • visto el cuerpo de una mujer en medio de un charco desangre seca y negruzca.

    La mujer, mutilada, estaba cubierta de moscas.Como dos cuerpos ms que yacan en la trastienda.Malco, antes de irse, dej una moneda ms por una

    bola de chicle.

  • Tres

    Si Nona hubiera sabido que Tha contaba con unacentralita telefnica, al or el timbre de un telfono no sehabra sorprendido, tanto que se puso en pie de un salto.As era, porque se instal haca unos aos con la finalidadde que los ingenieros llegados a ella pudieran mantenerseen contacto entre un extremo a otro de la isla. All estabanellos debido a un plan sin resultado de prospeccionespetrolferas.

    Cuando acert a dar con el aparato telefnico del bar,colgado en una pared junto a un mugriento servicio, que eratanto para hombres como para mujeres, dud en contestar.

    La llamada, claro, pens, no era para ella.Ser un recado...? se dijo y le result agradable

    la idea de poder ponerse en contacto con alguien en aquellugar.

    Al decidirse, ya no haba nadie al otro lado de la lnea.Tard demasiado murmur mientras dejaba el

    auricular manchado de grasa.Volvi a sentarse al lado de la ventana.Se acord de sus hijos.

  • Y del osito Pilgrim.Sonri.Su amigo, el ratoncito Keaton, le pregunt:Dnde ests?.Pilgrim mir a su alrededor y respondi con una frase

    absurda e incongruente:Donde se cree estar, pero donde no se est.Y el osito se rasc una oreja.Nona observaba las calles desiertas. Se dijo que

    aquella conversacin de los dos personajes ms popularesde su marido, que le vino a la memoria, resuma lainterrogante que naciera en su cabeza.

    Malco, de regreso al bar, se detuvo.Eran risas cercanas.De nios... se dijo al escuchar, al pretender

    adivinar de dnde procedan, al escudriar las ventanas delas casas que daban hacia la calle que ya casi recorriera ensu totalidad.

    Pero estaba solo.Juegan al escondite, juegan... y sonri; se

    convenci de que los pequeos isleos se estabanentreteniendo a su costa. Quieren que los descubra, quelos busque por todas partes. Les divierte el mantenermeintrigado. Pero, si aparento no hacerles ni el ms mnimo

  • caso, entonces sern ellos los que se presentarn ante m,curiosos por mi indiferencia.

    Las risas, despus de unos instantes, cesaron.Malco crey or, en alguna de las casas, rpidas

    pisadas.Se van a otra parte se dijo, y resisti la tentacin

    de mirar al lugar del que juzgaba le llegaba aquel ruido, cualsi se tratara de un grupo de nios que pisoteaba unaescalera.

    Al seguir su camino, repar en un viejo edificio sobrecuya puerta colgaba un letrero, descolorido, sin apenasletras.

    Era la escuela.Por la puerta entreabierta se escapaba una cancin

    infantil que por un momento hizo retroceder a Malco a sustiempos de colegial, cuando todas las vacaciones resultabanmaravillosas y eternas.

    Entr.Era una nia la que cantaba. De espaldas a l, sentada

    en el primer pupitre, inclinada sobre la tabla, parecaabsorta en su trabajo con cera plstica.

    Malco se acerc a ella.Hola le dijo.La pequea ni lo mir.Malco dej estiradas sus piernas en el pasillo y se

    acomod como buenamente pudo en el pupitre de al lado.

  • La nia, sin interesarle tan siquiera su presencia, frotabaentre sus manos la masa de cera plstica con la intencinde darle forma tubular.

    Te ha comido la lengua el gato? le pregunt,confiado en que obtendra respuesta, si quiera fuera con unmovimiento condicionado de hombro o de cabeza.

    Pero no hubo contestacin.Malco suspir.La nia, de perfil, tena una nariz respingona, muy

    graciosa.Eres como Esther.La pequea no sinti ninguna curiosidad por aquella

    Esther que el hombre le mencionara, aunque se pareciera aella. Levant la vista hasta el encerado. Malco tambinmir. All, en la pizarra, escrita con letras maysculas, confaltas de ortografa, ley la ms grande obscenidad que amente humana se le pudiera ocurrir. Estaba dedicada a lamaestra. Y debajo, pintado groseramente, un pene deexageradas proporciones. La nia observaba al sorprendidohombre por el rabillo del ojo y ri, aunque intentabacontenerse. Malco, confundido, no saba qu hacer ni qudecir. Aquello se le antojaba absurdo, irreal, comoproducto de una estpida pesadilla. Invadido por una extraaangustia, tras intuir lo que la pequea quera hacer con lacera plsti