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Arquidiócesis de Medellín / Agosto 2012 / 196 / 1.000 Ejemplares / ISSN 1909-9584 ARZOBISPO DE MEDELLÍN. FRANQUICIA POSTAL. DECRETO No. 27-58 1955

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El Informador Arquidiocesano 196

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9584

ARZOBISPO DE MEDELLÍN. FRANQUICIA POSTAL. DECRETO No. 27-58 1955

REVISTA EL INFORMADOR CARATULA EDICIÓN 196. CIAN MAGENTA AMARILLO NEGRO. CUATRO COLORES. 22-08-2012.

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CONTENIDO

EL CONSEJO PASTORAL PARROQUIALPor: + Ricardo Tobón Restrepo Arzobispo de Medellín

LA PARTÍCULADE DIOSPor: Humberto Jiménez Gómez, Pbro.

2 37

¿LA PARTÍCULA DE DIOS EN LA BIBLIA?Por: Hernán Cardona Ramírez, sdb.

33

LA NUEVA COSMOLOGÍA “VISIÓN CIENTÍFICA DEL UNIVERSO”Por: Rafael Betancur Machado, Pbro.

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6

Por: + Elkin Fernando Álvarez Botero Obispo Auxiliar de Medellín

PALABRAS EN SU ORDENACIÓN EPISCOPAL

12 LA NOTICIA DEL DOMINGOPor: Pablo Andrés Palacio Montoya, Pbro.

39

1962. PRIMERA ETAPA DEL CONCILIOPor: Fernando José Bernal Parra, Pbro.

49

DECRETOS Y NOMBRAMIENTOS53

HOMILÍAEN LA ORDENACIÓN EPISCOPAL DE MONS. ELKIN FERNANDO ALVAREZ BOTEROPor: + Ricardo Tobón Restrepo Arzobispo de Medellín

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Por: + Ricardo Tobón RestrepoArzobispo de Medellín

EL CONSEJO PASTORAL PARROQUIAL

El Consejo Pastoral Parro-quial, sin ser el único instru-mento que tengan los fieles para realizar su correspon-sabilidad, es ya una forma institucionalizada para que los laicos vivan la comu-nión, expresen su repre-sentatividad y cumplan sis-temáticamente su tarea en la Iglesia.

Un instrumento de comunión

Todos los cristianos, por el Bautismo que nos ha configurado con Cristo, nos hemos hecho

miembros vivos de la Iglesia y tenemos en ella un puesto y una misión. El Concilio Vaticano II nos presenta la Iglesia como un misterio de comu-nión, como una asamblea profética y sacerdotal, como un pueblo en camino y como un sacramen-to universal de salvación. Cada uno de nosotros es parte de esta comunidad, convocada por el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, para anunciar el Evangelio a todos los hombres de la tierra. La Iglesia es una comunidad dinámica y misionera, que se está construyendo cada día, que está dis-cerniendo permanentemente la voluntad de Dios y que se está expandiendo hasta los confines del mundo, mediante la organización y el ministerio jerárquico establecidos por Cristo y mediante los dones con los que la enriquece el Espíritu Santo (cf 1 Cor 12,1-11; LG 6-8; cc 204), para irradiar la vida que ha recibido.

La comunión entre los miembros de la Iglesia no es una especie de afecto vago, sino la verdadera participación en una misma vida de todos los que el Espíritu de Dios une en el amor de Cristo. Es una participación en la profunda unidad que vive la Trinidad a la que se entra por el Bautismo y que tiene su máxima expresión en la Eucaristía y demás sacramentos. La espiritualidad de comu-nión es el primer fundamento para que haya or-

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den y para armonizar la unidad y la diversidad en la Iglesia. Entre otros objetivos, los organismos eclesiales se proponen ayudar a los miembros de la Iglesia a vivir eficazmente su unidad e inte-gración. Uno de ellos es el Consejo Pastoral que se debe tener, tanto a nivel diocesano como a nivel parroquial. Es un instrumento pastoral que no se sitúa, por tanto, ni fuera ni sobre la comuni-dad, sino en su interior.

El Consejo Pastoral Parroquial está integrado por ministros ordenados y principalmente por fieles laicos, como lo señalan todos los textos constitu-tivos del mismo (cf CD 27; AA 26; AG 30; ES 1.16; cc 512). Así se manifiesta también la comunión puesto que la vocación misionera de la Iglesia no queda circunscrita a los obispos, presbíteros y diáconos, sino que es todo el Pueblo de Dios quien, aunque de forma orgánica y jerárquica, ha recibido la misión (cf LG 32-33). Es muy diciente que el Concilio prescriba de un modo concreto: “Los sagrados Pastores reconozcan y promue-van la dignidad y responsabilidad de los laicos en la Iglesia. Recurran gustosamente a su prudente consejo, encomiéndenles con confianza cargos en servicio de la Iglesia y denles libertad y opor-tunidad para actuar; más aún, anímenles incluso a emprender obras por propia iniciativa” (LG 37).

Un instrumento de corresponsabilidad

La colaboración entre pastores y laicos no es sólo para manifestar la comunión en la Iglesia, sino que viene exigida también por la eficacia de la misión como explícitamente lo dice, más adelante, la misma Constitución Lumen Gen-tium: “Son de esperar muchísimos bienes para la Iglesia de este trato familiar entre los laicos y los Pastores; así se robustece en los seglares el sentido de la propia responsabilidad, se fomenta su entusiasmo y se asocian más fácilmente las fuerzas de los laicos al trabajo de los Pastores. Estos, a su vez, ayudados por la experiencia de

los seglares, están en condiciones de juzgar con más precisión y objetividad tanto los asuntos es-pirituales como los temporales, de forma que la Iglesia entera, robustecida por todos sus miem-bros, cumpla con mayor eficacia su misión en fa-vor de la vida del mundo” (LG 37).

El Consejo Pastoral Parroquial, sin ser el único instrumento que tengan los fieles para realizar su corresponsabilidad, es ya una forma institucio-nalizada para que los laicos vivan la comunión, expresen su representatividad y cumplan siste-máticamente su tarea en la Iglesia. Por eso, vie-ne vivamente recomendado y casi exigido por el Magisterio posterior al Concilio Vaticano II. En la Exhortación Apostólica postsinodal Christifideles Laici se hace una llamada de atención a que sea valorado y puesto en marcha: “La indicación con-ciliar respecto al examen y solución de los pro-blemas pastorales con la colaboración de todos, debe encontrar un desarrollo adecuado y estruc-turado en la valorización más convencida, amplia y decidida de los Consejos Pastorales Parroquia-les, en los que han insistido, con justa razón, los padres sinodales” (CL 27).

También el Episcopado Latinoamericano ha su-brayado su importancia y necesidad. En las con-clusiones de la Conferencia reunida en Medellín se recomienda a los sacerdotes: “Tiene extraor-dinaria importancia dar vida a los Consejos de Pastoral, que son innegablemente una de las ins-tituciones más originales sugeridas por el Conci-lio y uno de los más eficientes instrumentos de la renovación de la Iglesia en su acción de pastoral de conjunto” (Sac 23). La III Conferencia reunida en Puebla, al hablar de la participación de los lai-cos en la misión salvífica de la Iglesia, constata que en las parroquias se van logrando diversas formas de renovación y se va creando una nueva mentalidad entre los pastores como se ve con-cretamente al llamar a los laicos a integrar los Consejos de Pastoral (cf Puebla 631).

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Más adelante, la misma Conferencia recomien-da a los párrocos: “Es necesario continuar en las parroquias el esfuerzo de renovación, superando aspectos meramente administrativos, buscando la participación mayor de los laicos, especialmente en el Consejo Pastoral” (Puebla 649). La V Con-ferencia, reunida en Aparecida, tiene como una de sus principales propuestas la renovación de las parroquias y con ella la reorganización de sus estructuras, a fin de que la parroquia tenga la vida de la primera comunidad cristiana (cf A 170-172; 175-177). Por eso pide que los Consejos Pastora-les Parroquiales sean un organismo que supere cualquier clase de burocracia, estén formados por verdaderos discípulos misioneros y animados por una espiritualidad de comunión (cf A 203). Final-mente, reconoce “el valor y la eficacia de los Con-sejos Pastorales Parroquiales… porque incenti-van la comunión y la participación en la Iglesia y su presencia activa en el mundo” (A 215).

Un instrumento de participación

No queda duda de que el Consejo Pastoral Pa-rroquial está pedido con insistencia a partir del Concilio Vaticano II y que cumple una función esencial para vivir la comunión y la corresponsa-bilidad en la Iglesia. Por tanto, el Código de De-recho Canónico, sintetizando el deseo común en este campo y legislando sobre esta materia esta-blece: “Si es oportuno, a juicio del Obispo dioce-sano, oído el Consejo Presbiteral, se constituirá, en cada parroquia un Consejo Pastoral, que pre-side el párroco y en el cual los fieles, junto con aquellos que participan por su oficio en la cura pastoral de la parroquia, presten su colaboración para el fomento de la actividad pastoral. El Con-sejo Pastoral tiene voto meramente consultivo, y se rige por las normas que establezca el Obispo diocesano” (cc 536).

Se podría decir que el Consejo Pastoral Parro-quial, pedido por el Concilio Vaticano II, tiene un

precedente en las Juntas Parroquiales que pro-movió a partir de 1935 la Acción Católica, pero, en realidad sólo comienza a darse alrededor de 1970. En síntesis, el Consejo Pastoral Parroquial es un organismo de comunión y participación entre presbíteros, religiosos y laicos en orden a cumplir la misión de la Iglesia en una comunidad parroquial. El punto de partida es creer que todos los miembros del Pueblo de Dios, al formar una comunidad, tienen diversos carismas y deben ejercer distintas funciones. Por tanto, cuando el Consejo Pastoral Parroquial funciona convenien-temente, de alguna manera manifiesta el grado de madurez al que ha llegado una comunidad en su capacidad de comunión, en su formación para la participación de todos y en su corresponsabili-dad apostólica.

El Consejo Pastoral Parroquial es un organismo de comunión y participación al servicio de la pa-rroquia. Es un cuerpo consultivo y asesor que debe volverse un motor para el desarrollo pas-toral de la parroquia. Es un grupo de inmediatos colaboradores del párroco, para ayudarle a en-contrar caminos y soluciones a los desafíos pas-torales con que se encuentra en su ministerio. Es un grupo de activo de católicos convencidos y practicantes, que se comprometen a ser servi-dores de la comunidad, al lado y bajo la dirección del párroco. Es un grupo de estudio para analizar documentos y situaciones a fin de encontrar la mejor manera de cumplir la misión de la Iglesia de acuerdo con las orientaciones y disposiciones del Obispo. Es una corporación que expresa la parroquia y trabaja para que ella sea una comu-nidad profética, sacerdotal y pastoral.

De otra parte, un Consejo Pastoral Parroquial no puede ser un ente burocrático o una barrera entre el párroco y la comunidad. Aunque puede liderar diversas iniciativas, el Consejo no es, en principio, una junta para recolectar fondos ni es tampoco un movimiento apostólico. Si bien debe estudiar y formarse, no es un grupo para estu-

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dios intelectuales o teológicos. No tiene carác-ter decisorio ni competencia administrativa y por consiguiente no sustituye al párroco en su acción específica. No es el organismo de representa-ción legal de la parroquia, la cual corresponde exclusivamente al párroco. No debe ser un gru-po de presión que asfixie creando discusiones o tensiones innecesarias ni puede ser tampoco un mero elemento decorativo en el organigrama pa-rroquial. No tiene un carácter puramente electivo pues al Consejo los miembros llegan por nom-bramiento según lo que establezcan los estatu-tos.

Un instrumento de representatividadparroquial

Un Consejo Pastoral Parroquial, dadas su natu-raleza y estructura, tiene las siguientes notas: 1) Es eclesial, porque es un organismo propio de la parroquia y por ella profundamente vinculado a la diócesis. 2) Es permanente, en cuanto tiene estabilidad, no obstante que sus miembros de-ban renovarse periódicamente. 3) Es represen-tativo, porque, en la medida de las posibilidades, es como el espejo de la parroquia personificando diversos sectores y grupos. 4) Es consultivo, ya que es un instrumento de diálogo sincero y pro-fundo, de análisis lúcido y valiente para discernir lo que Dios quiere en la realidad concreta que se vive. 5) Es directivo, de programación y coor-dinación pastoral dirigidas al cumplimiento de la misión de la parroquia. 6) Es ministerial porque su fin esencial es pastoral y está para servir con generosidad a la Iglesia.

Las principales funciones del Consejo Pastoral Parroquial pueden ser las siguientes: 1) La pla-nificación, coordinación y animación de la acción pastoral en la parroquia para que responda a las necesidades del momento y a las priorida-des señaladas a nivel diocesano. 2) Analizar la realidad social, cultural, económica y religiosa de

la parroquia para responder a ella con diversas iniciativas y procesos pastorales. 3) Recoger ini-ciativas y discernir sobre la conveniencia de rea-lizarlas. 4) Elaborar, con la colaboración de todos los agentes y grupos parroquiales, el plan pasto-ral y el calendario de actividades. 5) Fomentar la unidad y la corresponsabilidad entre todos los miembros de la parroquia. 6) Establecer contac-tos con otros consejos o con instancias vicariales o diocesanas para realizar programas comunes. 7) Representar la parroquia a nivel de los arci-prestazgos, de las vicarías y de la misma dióce-sis.

Para que el Consejo Pastoral Parroquial, que actúa presidido siempre por el párroco, pueda cumplir su misión debe ser representativo de los diferentes estamentos y grupos presentes en la parroquia. Además de los presbíteros que trabajan en la parroquia conviene que incluya personas representativas, no voceros, de las co-munidades religiosas que se integran a la vida parroquial, de las pequeñas comunidades ecle-siales, de los grupos apostólicos, de equipos y comisiones pastorales, de diversos movimientos y asociaciones, de quienes pueden representar el mundo juvenil, familiar, escolar, empresarial, etc. Pero lo esencial para ser miembro del Con-sejo es el testimonio de vida cristiana, la profun-da adhesión a la Iglesia y la decidida voluntad de colaborar con el párroco en la programación y animación de la vida pastoral de la parroquia.

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Por: + Ricardo Tobón RestrepoArzobispo de Medellín

Homilíaen la Ordenación Episcopal de Mons. Elkin Fernando Alvarez Botero

Que puedas caminar a lo largo del ministe-rio episcopal que te deseo largo, feliz y fe-cundo, según el lema bíblico que has esco-gido, con “los ojos fijos en Jesús, el que inicia y consuma nuestra fe” (Heb 12,2).

Jer 1,4-9; 2 Cor 4,1-2.5-7; Lc 22,14-20.24-30.

Expreso mi saludo cordial a Su Excelencia Mons. Aldo Cavalli, Nuncio en Colombia; en él agrade-

cemos a Su Santidad Benedicto XVI, el ministerio lleno de sabiduría y fortaleza apostólica con el que guía hoy a la Iglesia y le expresamos nuestra grati-tud por la gracia de este nuevo obispo auxiliar para la Arquidiócesis de Medellín. Dirijo una palabra de bienvenida y de afecto a Su Eminencia el Señor Car-denal Pedro Rubiano Sáenz, a Su Excelencia Mons. Rubén Salazar Gómez, Arzobispo de Bogotá y Pre-sidente de la Conferencia Episcopal de Colombia y a los demás Excelentísimos Arzobispos y Obispos que bondadosamente nos acompañan. Un respetuoso saludo a las autoridades civiles y militares, que nos honran con su presencia.

Mi sentido afecto para Mons. Elkin Fernando Alvarez Botero en este día estupendo en el que vivimos un común descubrimiento de que “el poderoso ha he-cho obras grandes” (Lc 1,49). Me congratulo con sus padres, don Guillermo y doña Teresa, y con sus de-más parientes que se alegran con un acontecimiento único y formidable que revela la bondad divina, tanto en la vida personal y familiar como en la vida comu-nitaria de la Iglesia.

Me dirijo a todos los presbíteros, diáconos, religio-sos, religiosas y seminaristas, que viven la realidad sacramental que hace grande esta hora. Mi saludo a quienes vienen de la querida Diócesis de Sonsón-Rionegro, a la que agradecemos este candidato para la sucesión apostólica. Mi agradecimiento a todas las personas que han venido de Bogotá y de otras dió-

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cesis a acompañarnos. Saludo de corazón a los aquí presentes y a quienes nos siguen a través de los me-dios de comunicación. Miremos todos con qué amor nos ha amado el Padre (cf 1 Jn 3,1).

Espero que podamos vivir intensamente esta trasmi-sión de gracia y de poder que se va a realizar, una transmisión que añade un nuevo anillo viviente a la cadena apostólica de la Iglesia, que parte de Cristo y llega hasta nosotros como una extensión de su virtud pastoral y santificante, que demuestra la secular y permanente vitalidad del Cuerpo místico para actua-lizar en el tiempo el misterio de Cristo. Este hecho de la sucesión apostólica, que vamos a vivir, une al nuevo Obispo de tal manera con Cristo, que puede, de una parte, recibir de él la dignidad de su ser, la au-toridad para enseñar, la misión para pastorear; y, de otra, lo obliga a la fidelidad del custodio celoso de la verdad recibida (cf 1 Tim 6,20), del administrador de los misterios de Dios (cf 1 Cor 4,1; Tit 1,7), del testigo que no puede callar lo que ha visto y oído (He 4,20), del amigo que ahora conoce todos los secretos del Padre (cf Jn 15,15).

Para comprender un poco lo que Dios realiza hoy nos conviene entrar en la intimidad de la cena que nos ha narrado el Evangelio, donde el amor liberado de in-tereses egoístas y de pasiones sórdidas como se da con frecuencia en el mundo, aparece puro, total, gra-tuito y salvífico. Un amor que anuncia la inmolación hasta la cruz. La mesa se vuelve un altar: “Esto es mi cuerpo que se entrega por Ustedes”. Y el prodigio se dilata: “Hagan esto en memoria mía”. El sacerdocio nace de este amor y por este amor. Cada discípulo está invitado a esta mesa inefable, a esta incompara-ble comunión. “Nosotros, dice el Apóstol, somos un solo cuerpo, aun siendo muchos, porque participa-mos del único pan” (1 Cor 10,17).

El acercamiento al misterio eucarístico nos descubre el perfil del “Cristo total”. Jesús es la cabeza y noso-tros los miembros de su cuerpo viviente, que con-sagrados por el Espíritu Santo participamos de su sacerdocio. Sacerdocio común que nos hace a todos los bautizados “la estirpe que el Señor ha bendecido” (Is 61,9) y sacerdocio ministerial que con una potes-tad prodigiosa identifica a algunos a ciertos aspectos de Cristo para que puedan actualizar sacramental-

mente su presencia. Así se ha dado nuestra identi-dad, nuestra comunión y nuestra misión a partir del único y sumo Sacerdote de la nueva alianza, que como subraya San Lucas, ha sido sellada en la san-gre derramada por nosotros (cf Lc 22,14-20).

El Papa Benedicto XVI enseña: “Al agradecer y ben-decir, Jesús transforma el pan, y ya no es pan terre-nal lo que da, sino la comunión consigo mismo. Esta transformación, sin embargo, quiere ser el comienzo de la transformación del mundo. Para que llegue a ser un mundo de resurrección, un mundo de Dios. Sí, se trata de transformación. Del hombre nuevo y del mundo nuevo que comienzan en el pan consa-grado, transformado, transustanciado” (9.4.2009). De otra parte, Jesús sintetiza los múltiples aspectos de su sacerdocio en la frase: “Yo estoy en medio de Ustedes como el que sirve” (Lc 22,27). Y, de nuevo, Benedicto XVI nos explica: “Servir y en ello donarse uno mismo; ser no para uno mismo, sino para los demás, de parte de Dios y con vista a Dios: este es el núcleo más profundo de la misión de Jesucristo y, a la vez, la verdadera esencia de su sacerdocio. Así, él hizo del término “siervo” su más elevado título de honor. Con ello llevó a cabo un vuelco de los valores; nos donó una nueva imagen de Dios y del hombre. Jesús no viene como uno de los señores de este mundo, sino que él, que es el verdadero Señor, vie-ne como siervo. Su sacerdocio no es dominio, sino servicio: este es el nuevo sacerdocio de Jesucristo” (12.9.2009).

En esta perspectiva podemos comprender el Epis-copado que se nos presenta y nos deslumbra des-de diversos aspectos. En primer lugar, la dignidad que refulge en la persona y en la misión del Obispo. Como escucharemos dentro de poco en la oración consecratoria el obispo es un auténtico sucesor de los Apóstoles, que recibe el sacerdocio de Cristo en la medida más alta que es posible comunicar a los hombres, que viene inundado del Espíritu Santo con una especial gracia santificante, que queda marca-do por un carácter indeleble que lo distingue de los demás fieles y ministros del altar, que es habilitado para obrar en nombre y en persona de Cristo a fin de santificar el Pueblo de Dios.

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Igualmente, suscita admiración y agradecimiento no sólo el ser personal del Obispo, sino la potestad y las funciones que le son concedidas: él es el testigo y el maestro de la fe, él es el apóstol y el heraldo del Evangelio, él es el profeta y el guía en la Iglesia, él es la cabeza del pueblo cristiano, él es el sumo sacer-dote que pone en contacto la humanidad con Dios; en una palabra que lo sintetiza todo, es el Pastor. El Obispo es Pastor; este aspecto, a la vez familiar y es-tupendo, que nos ponía presente el Salmo responso-rial, refleja las bien conocidas imágenes evangélicas que definen a Cristo como el Pastor bueno (cf Jn 10) y que, como dice San Pedro, son indispensables en los ancianos que deben apacentar la grey de Dios (cf 1 Pe 5,2).

Pero hay en el Episcopado un tercer aspecto, que es su razón final, el objetivo de su ser y de su misión, el servicio. El Obispo es el servidor por excelencia de la Iglesia. Cuando los Apóstoles comenzaron a discutir quién era el mayor, como acabamos de escuchar en el Evangelio, Jesús les aclara que entre nosotros el que gobierna es como el que sirve. Esta es su propia experiencia. Esta es también la convicción de San Pablo, quien confiesa: “Siendo libre de todos, me hecho esclavo de todos para ganar a los que más pueda” (1 Cor 9,19). Esta es la enseñanza de San Agustín cuando afirma que quien preside al pueblo, primero debe saber si es siervo de todos, porque de lo contrario no es obispo (cf Sermo de ord.ep. 1,563).

Por tanto, como lo asegura toda la tradición cristiana, la dignidad apostólica es dada como un encargo y un deber. Es un deber no un derecho. Aunque la gracia, conferida al Obispo mediante la consagración es un don que lo enriquece personalmente, es, ante todo, un don para el servicio de sus hermanos. Desde su ordenación el Obispo siente sobre sus hombros el peso del libro de los Santos Evangelios y del man-dato de anunciar la salvación. El Episcopado es una responsabilidad, mejor aún, una corresponsabilidad que tiene las proporciones del mundo, es una obla-ción de sí mismo, es un darse que tiende a agotar todas las propias posibilidades de servicio y de sa-crificio.

Esto que digo, querido Mons. Elkin, no oscurece el sereno gozo de este día, ni aumenta el natural temor

que esta hora puede insinuar en tu alma, porque la grandeza misma de los nuevos deberes es el índice de la predilección que el Señor ha tenido por ti al es-cogerte aun antes de formarte en el vientre materno (cf Jer 1,4). No hay lugar a la turbación o al temor porque el llamamiento al servicio de la Iglesia está acompañado de la gracia, que la fidelidad y el poder de Dios nunca nos niegan, para administrar el tesoro que ha puesto en nuestras vasijas de barro (cf 2 Cor 4,5-7; 9,8; 1 Cor 10,13).

En esta hora no pienses en las dificultades y dolores que entraña el seguimiento de Cristo, no dejes que te angustien las responsabilidades y las penas que son inherentes al ministerio episcopal; mira, en cambio, las personas que a partir de este momento el Señor te entrega para amarlas, mira la Iglesia urgida por la tarea apasionante de la nueva evangelización, mira el mundo entero abierto ante ti para ser salvado. Que te sostenga siempre la caridad del Señor: la caridad que es paciente y benigna, que todo lo sufre y lo so-porta, que no pasa jamás (cf 1 Cor 13,4-8).

Tú demostrarás con tu ministerio, compartido con-migo y con Mons. Hugo y Mons. Edgar, el esfuerzo pastoral que queremos realizar para que esta que-rida Iglesia de Medellín, llena de gente buena y de posibilidades, no carezca de las iniciativas adecua-das y aun audaces para crecer en su vida cristiana, para superar sus graves problemas sociales y para responder cada vez mejor al ímpetu misionero con que nos urge el Espíritu de Dios.

Que puedas caminar a lo largo del ministerio episco-pal que te deseo largo, feliz y fecundo, según el lema bíblico que has escogido, con “los ojos fijos en Jesús, el que inicia y consuma nuestra fe” (Heb 12,2). Que hagan posibles estas esperanzas y plegarias que a todos nos brotan del alma, la intercesión de la Santí-sima Virgen María que, bajo la advocación de Nues-tra Señora de la Candelaria, es madre y estrella de esta Iglesia de Medellín; y la oración de San Juan María Vianney a quien hoy honramos y quien vivió bajo la experiencia ardiente de que el sacerdocio es el mismo amor del corazón de Cristo.

Medellín, 4 de agosto de 2012

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Palabras En su Ordenación Episcopal

Por: + Elkin Fernando Álvarez BoteroObispo Auxiliar de Medellín

Me confío con docilidad y disposición a sus in-dicaciones, queriendo con voluntad decidida, mantener en todo con Usted la más estrecha unidad de mente y de corazón.

• S.Em.R. el Señor Cardenal Pedro Rubiano Sáenz, Arzobispo Emérito de Bogotá;

• S.E.R. Mons. Aldo Cavalli, Nuncio Apostólico;• S.E.R. Mons. Rubén Salazar Gómez, Arzobis-

po de Bogotá y Presidente de la Conferencia Episcopal;

• S.E.R. Mons. Ricardo Tobón Restrepo, Arzo-bispo de Medellín; S.E.R. Mons. Hugo Torres y Edgar Aristizábal, Obispos auxiliares;

• S.E.R. Mons. Fidel León Cadavid Marín, Obis-po de Sonsón - Rionegro;

• Señores Arzobispos y Obispos;• muy queridos sacerdotes, religiosos, religiosas

y consagrados;• Autoridades civiles, militares y de policía;• Representantes de instituciones públicas y pri-

vadas

Muy queridos hermanos y hermanas en el Señor:

Deseo comenzar estas palabras citando al Bea-to Juan Pablo II. Escribió en su libro Don y Misterio:“¿Cuál es la historia de mi vocación sa-cerdotal? La conoce sobre todo Dios. En su di-mensión más profunda, toda vocación sacerdotal es un gran misterio, es un don que supera infini-tamente al hombre. Ante la grandeza de este don sentimos cuán indignos somos de ello…”

Sí, la vocación es el misterio de la elección di-vina, y cuando hablamos de este llamado de-

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bemos hacerlo con gran humildad, conscientes de que Dios “nos ha llamado con una vocación santa, no por nuestras obras, sino por su propia determinación y por su gracia” (2 Tm 1,9). Al mismo tiempo, nos damos cuenta de que las pa-labras humanas no son capaces de abarcar la magnitud del misterio que la elección divina tiene en sí misma.

Hoy percibo que puedo leer, con más claridad que nunca, mi vida y mi vocación al sacerdocio bajo la luz del amor infinito y misericordioso del Señor. Todo lo que ahora siento y vivo, los re-cuerdos y las experiencias que vienen espontá-neamente a la memoria, el llamado al episcopa-do y la misión que ahora me confía la Iglesia me impulsan a elevar un canto de acción de gracias al Señor.

Pero este sentimiento de profunda gratitud para con Dios tiene rostros, figuras y momentos bien concretos y definidos; se refieren a las muchas personas e instituciones que han sido instrumen-to del amor de Dios a lo largo de mi vida y re-presentan los escenarios donde ha sido posible cultivar una respuesta a su llamada. Permítanme mencionar algunos:

• El Santo Padre Benedicto XVI, que me ha agregado al colegio de los sucesores de los apóstoles.

• Mis padres, Guillermo y Teresa, el hogar que ha sido bendición sin par de Dios; mis herma-nos Juan Andrés, Cristian Mauricio y Paula Marcela; mi cuñada Mercedes y mis sobrinos Juanita y Daniel. Junto a ellos el “extenso” grupo familiar tanto del lado de mi papá como del de mi mamá.

• Los señores obispos que me han acompaña-do de manera más directa en mi formación y ministerio: Monseñor Beniamino Stella, Mon-señor Aldo Cavalli, Monseñor Rubén Salazar

Gómez, Monseñor Flavio Calle Zapata y Mon-señor Héctor Salah Zuleta.

• Ha estado muy presente la memoria de tres pastores que están ahora en las moradas eter-nas: S.E. Mons. Alfonso Uribe Jaramillo, el Rev. Mons. Francisco Hernández Giraldo y el P. Víctor José Gómez Gómez.

• El municipio de El Retiro, todos mis “paisa-nos”, mis profesores y compañeros de la es-cuela Francisco Antonio Uribe y del Colegio José Ignacio Botero Vallejo.

• Las instituciones donde recibí la formación sacerdotal: los seminarios Diocesano Nuestra Señora de Marinilla, Nacional Cristo Sacerdote de La Ceja, así como el Colegio Internacional Maria Mater Ecclesiae de Roma y la Pontificia Universidad Gregoriana.

• La Iglesia particular de Sonsón-Rionegro, sus obispos, el presbiterio, sus seminarios, la Uni-versidad Católica de Oriente, los religiosos y consagrados, las parroquias y los fieles laicos.

• Una vez más, el Seminario Nacional Cristo Sa-cerdote y la comunidad de presbíteros forma-dores, colaboradores y seminaristas que me acompañaron en los nueve años de servicio en ese “hogar sacerdotal”.

• La Nunciatura Apostólica y el Secretariado Permanente del Episcopado; los hermanos sacerdotes y tantas personas que Dios puso a mi lado mientras estuve en estos servicios.

• Las Comunidades Eclesiales por el Reino de Dios, particularmente las de Bogotá.

• Los señores obispos que hoy me reciben como hermano.

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Para Ud., Mons. Ricardo, no sólo mi gratitud por haber sido para mí padre y pastor desde que fue llamado a dirigir los destinos pastorales de la Diócesis de Sonsón-Rionegro, sino también por acogerme y asociarme como colaborador en su tarea de enseñar, santificar y conducir al rebaño de Dios en Medellín. Por imposición de sus ma-nos, junto con la de los demás obispos, he sido consagrado sucesor de los apóstoles. Me confío con docilidad y disposición a sus indicaciones, queriendo con voluntad decidida, mantener en todo con Usted la más estrecha unidad de mente y de corazón.

También mi acción de gracias se dirige a Dios por esta Iglesia particular de Medellín, sus sa-cerdotes, religiosos, consagrados y laicos; las autoridades y servidores públicos. El Señor ha permitido que me sume, en esta hora de la Nue-va Evangelización, al itinerario cristiano de una comunidad viva y misionera, con una historia eclesial sellada con el testimonio de santidad y celo pastoral de sacerdotes y fieles. Gracias por acogerme hoy, con exquisita fraternidad y espíri-tu de fe, en esta familia arquidiocesana.

Después de salir de la Nunciatura Apostólica, tras haber recibido del Señor Nuncio la comuni-cación del llamado al episcopado y de haber ha-blado telefónicamente con Mons. Ricardo, pues-to delante del sagrario, vino la pregunta obvia: ¿Y ahora que hago? La respuesta fue confiar en la gracia de Dios, porque cuando él llama para una tarea en la Iglesia nos otorga asimismo la gracia para desempeñarla con fidelidad. Renue-vo, pues, delante de todos ustedes, los que me han acompañado y animado durante toda mi vida y ministerio, esta confianza y total abandono en el Señor.

En mis días de retiro tuve ocasión de meditar en los deberes y en la misión del obispo. Me detuve largamente en un aparte de un discurso del Papa Benedicto XVI: para nosotros, “no es la lógica

del dominio, del poder según los criterios huma-nos…, es la lógica de arrodillarse para lavar los pies, la lógica del servicio, la lógica de la Cruz. Si Dios llama para un servicio eclesial aún más cargado de responsabilidad, requiere una volun-tad siempre mayor de asumir el estilo del Hijo de Dios, que ha venido en medio de nosotros como el que sirve”.

Ayúdenme, les ruego, a vivir en esta lógica, a mantener “fijos los ojos en Jesús, él que inicia y consuma nuestra fe, para que, juntos, podamos recorrer con fortaleza la carrera que se nos pro-pone”. Regálenme el apoyo constante y eficaz de sus plegarias para que sepa ser como el Buen Pastor, servir con alegría, enseñar con amor y caminar hacia la santidad desde el ejercicio de mi ministerio, con todos los que él ponga a mi lado.

Virgen María, te invocamos como Madre de la Candelaria o Nuestra Señora del Rosario de Arma. Con todos mis hermanos y hermanas, nos confiamos a tus cuidados, te pedimos que nos enseñes todos los días cómo hacer lo que él, Jesús, nos pide. San Juan María Vianney, inter-cede por todos nosotros, presbíteros y obispos, para que sepamos amar y vivir a plenitud el don y el misterio de nuestro sacerdocio.

Medellín, 4 de agosto de 2012

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LA NOTICIA DEL DOMINGO

Por: Pablo Andrés Palacio Montoya, Pbro.

Muchos de los discípulos de-cidieron abandonar a Jesús. No fue fácil para el Maestro asimilar semejante desban-dada, hasta el punto que es posible pensar en un momen-to de desánimo y crisis por el rechazo sufrido; sin embar-go, los Doce, con Pedro a la cabeza, mostraban una acti-tud diversa, tal como narran los sinópticos ocurrió un poco más al norte, en Cesarea de Filipo (Mt 16; Mc 8; Lc 9).

DOMINGO XVIII T.O.

Éxodo 16, 2 – 4. 12 – 15

La travesía de Israel por el desierto estuvo acompañada de serios momentos de infideli-

dad por parte de los recién liberados, tal como nos lo muestra el relato que hoy proclamamos; sin em-bargo, aquí se presenta un aspecto diverso de las otras murmuraciones –las cuales tienen su razón de ser en la carencia de algún alimento (15,22 y 17,1)– y es que la narración comienza, no pro-piamente con una necesidad, sino con un Israel que, aún no experimentando hambre, se atreve a enfrentar al Señor, anhelando manjares. Pero las cosas se agravan aún más: “dado que comer carne era una exquisitez para la gente normal del Medio Oriente Antiguo, Ex 16 implica un juicio ne-gativo sobre la petición de Israel”1. En pocas pa-labras: reconocer que se estaba mejor en Egipto, implica rechazar la liberación obrada por Dios y de esta forma, a Él mismo!.

La segunda parte de la narración centra su aten-ción en la respuesta de Dios: Él brinda alimento, pero con una finalidad concreta, descrita en el v. 4: Israel es puesto a prueba, elemento no clara-mente identificable: ¿de qué se trata dicha prue-ba? Todo apunta a que se quiere enseñar que es Él Quien pone las condiciones y, tal como afirma el autor del Deuteronomio, la finalidad era aprender

1 CHILDS, B. El libro del Éxodo: Comentario Crítico y Teológico. Estella, Verbo Divi-no 2003, p. 292.

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que “no sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (8,3). Que Dios sea el verdadero protagonista de la historia se deja ver en el hecho de que aquello que cae del cielo representa algo completamente desconoci-do, hasta el punto que los israelitas se preguntan: “¿qué es esto?” (mān hûۥ en hebreo), de donde viene el nombre “maná” (v. 15).

Tratando de resumir: ante la injustificada protesta del Israel peregrino en el desierto, Dios responde con su gracia: todo parece indicar que el pueblo no carecía de nada en aquel momento; sus palabras, más que reclamar lo innecesario, revelaban el deseo de emanciparse del Liberador. ¿Qué hace Dios? ¿Cómo obra ante semejante actitud? El don del maná, aquel alimento desconocido venido del cielo es, ciertamente, signo del alimento que el Padre brinda a sus hijos; además, el contexto apenas mencionado evidencia que el maná es también fruto de Quien no se deja manipular, de Quien pone las condiciones y reglas de juego. Sin embargo, este pueblo rebelde, lejos de reconocer dicho mensaje, se rebeló nuevamente contra su Salvador, tal como narra el capítulo 17 y el salmo de hoy. Israel no supo, en términos del Evangelio de hoy, adherirse a Dios; pero Él, en su infinita mi-sericordia dará, no ya maná, sino a su propio Hijo como alimento que sacia plenamente.

Salmo 78 (77)

Para la fe bíblica el lugar privilegiado de encuentro con Dios es la historia: Yhwh se presenta, así, no como un soberano impasible y lejano, sino como presencia fiel y salvadora; no en vano, el tetraga-ma hebreo (Yhwh), el nombre divino, conjuga el verbo ser o estar en imperfecto (presente o futuro en nuestras lenguas): Él es Quien ha prometido no abandonar nunca a su pueblo. Pues bien, Is-rael comprobó la veracidad de esta promesa, tanto así que fue necesario transmitirla de generación en generación, tal como nos lo cuenta la primera parte del salmo (vv. 3 – 12).

Ahora bien: el así llamado “Credo Histórico de Is-rael” comprende dos partes: una que hace memo-ria del viaje por el desierto (vv. 12 – 43), de donde tomamos las estrofas para el día de hoy, y otra que centra su atención en el éxodo y la entrada en la tierra prometida (vv. 44 – 72). La primera de ellas insiste en el pecado y rebelión, incredulidad y tentación, que provocan la reacción divina, ele-mentos ya mencionados en la primera lectura; la segunda sección, por su parte, enseña progresiva-mente el rostro de Dios Pastor que guía el rebaño de su pueblo hasta Sión, concluyendo con el tema esperanzador de la elección de David.

La enseñanza de este salmo es clara: Dios, pre-sencia fiel y salvadora, ha decidido hacer historia con sus hijos, no obstante haya experimentado el rechazo y la traición: no sólo dio el maná a Israel en el desierto, sino que lo condujo a la tierra pro-metida. En palabras de Ravasi: “Él se indigna ante la injusticia, se enfurece por la rebelión de su pue-blo, lo entristecen por sus sufrimientos, se desen-cadena con su juicio, se aplaca en su amor”2.

Tanto ha querido acercarse Dios a la historia de sus hijos, que, como dirá el mismo Jesús en el Evangelio, no sólo se ha hecho carne, sino que se ha hecho Pan, no ya desconocido como el maná, sino Pan vivo que alimenta a todo aquel que hace la opción por adherirse a Él.

Efesios 4, 17. 20 – 24

Luego de afrontar el problema de la división al in-terno de la comunidad, el Apóstol invita a dar una mirada ad extra; en otras palabras: comenzamos aquí una gran exhortación en donde se dan las pautas fundamentales a los creyentes para que sean testigos de Cristo en el mundo donde viven.

El eje transversal de la lectura de hoy es la con-traposición entre los paganos y los cristianos en lo que se refiere a la razón y a la libertad. Veamos:

2 En su obra “Una Comunidad lee los Salmos”, Bogotá, San Pablo 2011, p. 311.

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Si los primeros, contentándose con vanos razona-mientos (vv. 17 – 18), dan rienda suelta a una vida licenciosa (v. 19), aquellos que han sumergido su vida en Cristo por el Bautismo están invitados a encontrar la Verdad en Él3 (v. 21) y a despojarse de la vieja humanidad, aquella que se deja llevar por deseos engañosos (v. 22).

Pero, yendo más allá, los creyentes han de re-cordar que en ellos Dios ha obrado ya una nueva creación a imagen suya (v. 24), elemento que es necesario transparentar por medio de las dos acti-tudes con las que concluye esta lectura: justicia, en cuanto opción radical por estar unidos a Dios en todo momento y hacer su voluntad (adhesión), y santidad, que desde la concepción hebrea del “qadōš” implica un separarse de todo aquello mundano para estar en capacidad de acercarse al Santo por excelencia.

Juan 6, 24 – 35

Vamos a tratar de delinear el itinerario que esta-mos invitados a hacer durante estos cuatro Do-mingos en los que proclamaremos el capítulo 6 del Cuarto Evangelio: todo está centrado en la adhesión a Jesús, cuya plenitud es la Eucaristía. El texto de hoy insiste en la opción por Él; luego, dos murmuraciones de los judíos (vv. 42 y 52) se presentan como una gran oportunidad para que el Maestro ratifique su divinidad y misión salva-dora, que son respectivamente los temas de los Domingos XIX y XX. Llegamos así a los versícu-los finales, que insisten de nuevo en la opción por Jesús, a la cual muchos de sus discípulos han renunciado.

Comencemos, pues, con la invitación a hacer del Salvador todo para nosotros: luego de la multipli-cación de los panes, la gente piensa que Jesús es un profeta (6,14), un nuevo Eliseo, un media-

3 El elemento intelectual viene aquí acentuado por el uso del verbo “manthánō”, de donde viene la palabra “mathētēs”, que significa “discípulo”; sin embargo, para los creyentes, Cristo, más que objeto de conocimiento, es ante todo experiencia de vida.

dor entre Dios y los hombres; lo que no logran dimensionar es que en la entrega del pan Él mis-mo anuncia su propia donación. Es por eso que el objetivo de la búsqueda afanada es más que evidente, tanto así que el Maestro logra compren-derlo: lo único que quieren es saciar su hambre, dejando de lado el compromiso que se asume con Quien lo da. En medio de todo esto encontra-mos una preocupante realidad, sobre todo para quienes nos dedicamos a la evangelización, sea como sacerdotes, consagrados o laicos: existe el grave peligro de convertir a Jesús en el medio por el cual nos saciamos materialmente y desfigura-mos así el sentido de su entrega; de ahí que el texto de hoy, en los vv. 29, 33 y 35 nos ilumina, gracias a una serie de afirmaciones del Salvador para que comprendamos cómo ha de ser nuestra relación con Él: todo se resume en la gratuidad de su acción con el consiguiente compromiso que de allí brota. Veamos:

Cristo, enviado por Dios (v. 29), ha bajado del cie-lo para dar vida al mundo (v. 33); de ahí que su obra sea absolutamente superior a la de Moisés, quien, no sólo daba un alimento desconocido (mān hûۥ), sino que no se daba a sí mismo! Los prodigios del éxodo han sido superados: Jesús no es simplemente un mediador, un profeta; es mucho más que eso: Él es el Mesías, el enviado de Dios.

Vamos dando forma a todo este discurso: si pu-rificamos nuestra imagen de Jesús y dejamos de verlo sólo como el que puede saciar nuestra ham-bre material, si damos el paso trascendental de descubrirlo como Dios mismo bajado del cielo, ¿a dónde nos conduce todo este proceso? Los vv. 29 y 35 nos dan la respuesta: la meta no es otra sino LA FE, que, vista desde la etimología del verbo “creer” (cor – dare), no significa otra cosa sino en-tregarle el corazón. Se trata, en otras palabras, de una experiencia plena de adhesión: creer en Jesús, más que un acto intelectual, es una opción definitiva por su persona, es querer permanecer en Él, permitiendo que sacie, no nuestra hambre terrena, sino ante todo nuestra sed de trascen-

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dencia, nuestra sed de Dios y el culmen de dicha experiencia es la Eucaristía. He ahí una buena insinuación para prepararnos a vivir mejor el Año de la Fe.

DOMINGO XIX

1 Reyes 19, 4 – 8

Una de las particularidades de Palestina en la antigüedad era la presencia de lluvias en deter-minadas épocas del año, por lo que no siempre se daba este fenómeno, necesario en una región –sobre todo en el norte– eminentemente agrícola y ganadera; si a esto sumamos algunos tiempos de sequías, la situación se agrava aún más. Fue por eso que en el siglo VIII a.C. los israelitas des-cubrieron que en las regiones del norte, especial-mente en Fenicia, se invocaba la ayuda del dios Baal, fuente de la tempestad y de la lluvia; resulta que la mejor manera de honrarlo era por medio de la prostitución sagrada. Así, el pueblo elegido se alejó completamente de Yhwh para dar culto a esta divinidad y obtener así el beneficio anhelado; sin embargo, no faltó quien, como Elías, se opu-siera a semejante idolatría, hecho que le acarreó la persecución por parte de la casa real (Ajab y Jezabel), promotora del rechazo al Señor. He ahí, pues, el contexto de esta lectura.

Observemos un detalle particular: el profeta huye rumbo al Sinaí, que en la tradición deuteronomista, de la que hace parte 1 Reyes, es llamado “Horeb”: es interesante, entonces, que este hombre, fiel al Señor, deba dirigirse justo al lugar donde se pac-to la alianza. En su desesperación encontramos una de las más grandes depresiones conocidas en la Sagrada Escritura, pero Dios se hace presen-te alimentándolo para que descubra que no está solo, que Él camina a su lado y que podrá sentirlo cuando llegue al lugar indicado. Y la marcha dura cuarenta días y cuarenta noches, tiempo necesa-rio para un cambio: no sólo en la vida del profeta, sino en la historia del pueblo que, animado por

semejante ejemplo de fidelidad a Dios, siente el llamado a renunciar a los ídolos para entregar su vida a Quien nunca defrauda.

También nosotros hemos experimentado situacio-nes límite en las que hemos perdido toda espe-ranza y en ellas seguramente hemos descubierto a Dios que, con la Eucaristía, nos reanima y nos invita a seguir caminando para vivir un cambio (40 días) y para renovar la alianza.

Salmo 34 (33)

Tal como ocurre con el Salmo 9 – 10, el autor de este salmo alfabético se revela autobiográ-ficamente como perteneciente al grupo de los ‘anawîm (vv. 3. 7), quienes, según el himno de bendición que hoy proclamamos, son aquellos que temen a Dios creyendo en Él (vv. 8. 10), que lo buscan (v. 11), que se refugian en Él (v. 9), que son sus santos (v. 10), sus justos (vv. 16. 20. 22), sus siervos (v. 23), hombres que huyen del mal optando por el bien y la paz (vv. 14 – 15), aque-llos que son perseguidos por causa de la justi-cia y gritan a Dios en medio de su sufrimiento (v. 18): en pocas palabras, se trata de aquellos que han depositado toda su confianza en Él, tal como Elías en la primera lectura.

Las estrofas que nos propone la liturgia para este Domingo se enmarcan en el prólogo (vv. 2 – 3) y la primera parte del salmo, que narra la experien-cia personal del orante (vv. 4 – 11): la breve intro-ducción prepara, con la acumulación de términos propios de los himnos, la cualidad fundamental del canto que el orante se prepara a entonar en la asamblea de los ‘anawîm: se trata de una bendi-ción y alabanza a Dios, y los pobres de Yhwh son invitados a participar de ella. Puede pensarse que éstos sean un grupo de personas cercanas al sal-mista, que celebran con él un sacrificio de acción de gracias con el consiguiente banquete sagrado de comunión (tal como lo sugiere el “gustar” del v. 9 y el “buscar a Yhwh” del v. 5).

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La experiencia personal del orante es narrada en la primera estrofa (vv. 5 – 8) en tres momentos que deben ante todo ser contemplados (v. 6):

1) En medio de sus dificultades, el orante se acer-ca a la presencia de Dios en el templo (v. 5); “buscar a Yhwh” es una fórmula típica del sal-terio para indicar el acceso al lugar santo implo-rando la respuesta divina a la súplica. La voz de Dios no se ha hecho esperar: el salmista se ha visto libre de todo temor.

2) Ratificando lo dicho, el v. 7 caracteriza la ora-ción de este fiel como “un grito” que no cae en el vacío, porque Dios lo escucha salvándolo de sus angustias.

3) Finalmente, el v. 8 hace referencia a una es-cena de asedio: en torno a la ciudad en peligro acampa el ejército de Dios simbolizado en su ángel: la victoria se da por descontada; así lo experimentó también Elías en el camino hacia el Horeb

Efesios 4,30 – 5,2

La exhortación a ser luz en medio de un mundo pagano, que veíamos una semana atrás, es mo-tivo para que el Apóstol insista ahora en cuál es la identidad de los cristianos. La lectura de hoy presenta un marco especial: tanto al inicio, como al final, se hace énfasis en la condición de los cre-yentes: ellos son propiedad de Dios, pues han sido sellados por medio del Espíritu Santo (4,30); pero el autor va más allá: ellos son hijos amados (5,1). Ahora bien: ¿cómo podrán manifestar que perte-necen a Dios, que son sus hijos? He ahí lo que encontramos dentro del marco: en primer lugar, es necesario evitar una serie de actitudes que destru-yen la vida comunitaria (v. 31), ya bien resquebra-jada según veíamos en las palabras introductorias a este escrito. Una vez logrado este propósito, o mejor aún, como expresión plena de su adhesión a Dios, los cristianos están llamados a vivir cuatro

actitudes por medio de las cuales se logra la uni-dad: la primera de ellas es la bondad (“jrestós”), que asemeja a Aquel que obra así con ingratos y malos (Lc 6,35); sigue la compasión (“eúsplagx-nos”), que recuerda las entrañas divinas, llenas de misericordia; llegamos así al perdón (“jarísomai”), tal como el Padre ha obrado en Cristo4. Todo des-emboca en el camino por excelencia, ya enseñado por Pablo en 1 Cor 13: el “agápē”, el amor obla-tivo, imitando al Salvador, que se entregó como ofrenda.

Qué exigencias plantea esta lectura a todos los que creemos! Si somos posesión de Dios, si nos sentimos amados por Él, hemos de construir co-munidad y la mejor manera de hacerlo es compar-tir con los hermanos los gratuitos beneficios que recibimos de lo alto.

Juan 6, 41 – 51

El tema central del texto que hoy proclamamos es la identidad de Jesús. Tal como veíamos hace cinco semanas en el relato de Marcos, los judíos ahora no logran aceptar cómo aquel personaje, cuyos padres eran bien conocidos por ellos (v. 42), pueda afirmar que viene del cielo; lo que se pone en tela de juicio, entonces, es su origen divino. ¿Qué dice el Maestro? ¿Qué argumentos tiene para hacer frente a semejantes dudas? Tres elementos son esenciales en las palabras que pro-nunciará en los vv. 43 – 51:

1) Su relación con el Padre es tan especial, no sólo porque está a su lado y lo ha visto (v. 46), sino también porque todo aquel que vive unido a Él llega, por ende, al encuentro con Jesús (vv. 44 – 45). Observemos, llegados a este punto, cómo el Cuarto Evangelio modifica aquí el movimiento “por Jesús al Padre”, expresando así que tam-bién es posible “por el Padre a Jesús”; todo esto no tiene otra finalidad sino mostrar a sus interlo-cutores el error en el que se encuentran, ya que

4 Nótese la bella acepción del término, que revela ante todo la “járis”, la gracia divina.

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si su relación con el Padre fuese sincera, serían capaces de reconocer en el hijo de José y María alguien más que un simple ser humano.

2) Si los judíos se escandalizaban por el origen di-vino de Jesús, Él ahora manifiesta en qué con-siste su divinidad y es por eso que en el v. 51 sintetiza admirablemente su identidad. Dos as-pectos merecen nuestra atención:

- Él es Pan bajado del cielo: sus interlocutores habían centrado su interés sólo en el origen divino, que es importante; pero Jesús hace énfasis en su anonadamiento, en el misterio de la Encarnación: Él es “Emmanuel”, Dios con nosotros.

- Pero no sólo es “Pan anonadado”, sino, aún más, “Pan entregado, donado”, y he ahí las palabras de la institución de la Eucaristía desde la perspectiva joánea: «El pan que yo daré para la vida del mundo es mi carne», que recuerdan «Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros» (1 Cor 11,24). Si ya desde el Prólogo se nos enseñaba que el Verbo se hizo “sarx”, ahora Él mismo nos dice que no ha dejado nada para sí, que la “sarx” se ha convertido en pan para ser consumida y alimentarnos.

3) Todo lo dicho hasta aquí no tiene otra finalidad sino la comunión plena con el Padre, expresada en términos de “vida eterna” (vv. 44. 47. 50 – 51). En otras palabras: si Cristo viene del Padre, si ha bajado del cielo como pan que se dona, dicha acción persigue un fin concreto: que todo aquel que se alimenta de Él pueda entrar en la comunión con Dios.

Fidelidad a Dios: he ahí la invitación que se nos hace en este Domingo: tal como Elías, tal como aquel miembro de los ‘anawîm que ora en el salmo, tal como los cristianos en medio de un mundo pagano, tal como Jesús, Quien muestra su divinidad en la medida en que se da como Pan para ser consumido por entero. ¿No debe-

ría cada Eucaristía, en la que “gustamos la bon-dad de Dios” llevarnos a un mayor compromiso de fidelidad a Él?.

DOMINGO XX T.O.

Proverbios 9, 1 – 65

La Sabiduría de Dios expresa todo aquello que el hombre busca con miras a su plena realización histórica, psicológica, social y religiosa. En el li-bro de los Proverbios esta Sabiduría es una op-ción fundamental en la vida, que garantiza el que hacer del hombre en sociedad y la búsqueda, por encima de todo, del bien común, no sin dejar de lado la tragedia que contiene el devenir histórico en las contrariedades mismas de la vida como son la violencia, el dolor, la infidelidad, la pérdida de los valores y la alienación del hombre, signos de la muerte. Frente a esto, la búsqueda de la Sabiduría es una solución. No solo es el quehacer humano, sino también la acción de Dios presente como don y posibilidad para realzar el destino humano, dado el empeño que el mismo hombre coloca a esta búsqueda. La búsqueda de la Sabiduría es una característica de todos los tiempos. Esta búsque-da tiene dos movimientos esenciales: el primero es la proclamación sistemática de su contenido y, el segundo, es la recepción de esta verdad que invita al hombre a mantener un orden cósmico, so-cial, humano e individual.

Ante esta verdad, el texto de Prov 9,1-6 («el ban-quete de Doña Sabiduría») se presenta no solo como modelo sino también como respuesta al hombre que se afirma en la búsqueda, escucha y discierne la oferta de la Sabiduría. El estudio de este texto enseña la realidad histórica como espa-cio de reflexión donde el hombre puede mantener vivo y presente el mensaje de la Sabiduría. El ele-mento fundante de este texto, en la figura de la Sa-

5 Damos gracias al Padre John Fredy Vásquez Zapata, sacerdote de la Arquidió-cesis de Medellín, por compartirnos aquí su reflexión, síntesis de su disertación por la que obtuvo la Licenciatura en Teología Bíblica en la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma.

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biduría personificada que habla e invita para man-tener viva en la memoria la enseñanza sapiencial de Israel, es la Palabra de Dios. A través de la metáfora del banquete, donde el pan y el vino son signos de la Palabra, encontramos una respuesta a la necesidad del hombre por satisfacer sus ne-cesidades vitales y espirituales. El banquete, tema recurrente en el Antiguo y Nuevo testamento cons-tituye en sí una forma para actualizar el mensaje de Dios en todos los tiempos.

Este banquete es el espacio propicio para el Anuncio de la Palabra y la celebración comuni-taria, para escuchar a Dios y dar continuidad al compromiso de quienes participan en él. El ban-quete se presenta en relación directa con la Re-velación. La relación de la invitación de Dios al pueblo y la invitación de la Sabiduría al joven son un paralelo de síntesis a lo largo de la obra Sa-piencial con la obra deuteronómica. El Dios de la alianza-historia-salvación se descubre ahora como Dios de la sabiduría-creador-salvador don-de la experiencia cotidiana constituye el lugar privilegiado para escuchar. El paralelo entre el escuchar del pueblo de Israel y de la invitación de la Sabiduría, nos ayuda a concluir que este modelo se desarrolla como clave de lectura de todo el Pentateuco Sapiencial. Del “escucha Is-rael”, al Escucha hijo”, donde el pueblo se vuelve discípulo y las palabras vacías se convierten en la enseñanza del maestro.

La Sabiduría que el mundo de hoy necesita, no es otra, que la misma Sabiduría de Dios que habla a través de la historia y los acontecimientos para mostrarnos su voluntad. Esta es la invitación de la Sabiduría, un proyecto que debe ser recibido como aprendizaje seguro del misterio salvífico. La res-puesta a esta invitación se desarrolla en el Temor del Señor, objetivo esencial de toda la teología sa-piencial.

En el banquete Eucarístico, se viven acertada-mente estos dos movimientos de la Escucha y la elección de Jesús, «Sabiduría encarnada»; un banquete que bien puede ser entendido con el

trasfondo del banquete de Doña Sabiduría en Prov 9,1-6. Los gestos de Jesús y las disposiciones en su comida no rechazan, sino que continúan este proyecto de Escuchar y celebrar a Dios en me-dio de la historia, único camino de realización del hombre creyente. No sin duda, ante el desconcier-to postmoderno de tantas teorías que relativizan la verdad del hombre, del mundo y de Dios, en este banquete siguen siendo proclamadas todas las verdades del hombre, en su relación consigo mismo, con los demás, con la familia, la naturaleza y su Dios.

Salmo 34 (33)

Si la semana pasada deteníamos nuestra atención en la primera parte del salmo (vv. 4 – 11), demos una breve ojeada a la segunda parte (vv. 12 – 23), que proclamaremos tanto hoy como el próximo Domingo. Luego de hacer énfasis en que Dios es superior a todo poder negativo y que destruye los proyectos perversos (vv. 10 – 11), el salmo asume un colorido netamente sapiencial, cercano al de la primera lectura: un padre o maestro se dirige a su hijo-discípulo para proponerle una lección de vida de valor universal cuyo fundamento es la búsque-da del bien simbolizado en la paz (v. 15). Tanto ama Dios al justo, que ni siquiera sus huesos se-rán quebrados (v. 21), tal como ocurría con el Cor-dero Pascual. La imagen es clara: la firmeza de aquel que tiene su vida anclada en Dios no sufrirá menoscabo alguno. Así, el salmo termina con un gran mensaje de esperanza: los pobres de Yhwh, los ‘anawîm nunca serán defraudados.

Efesios 5, 15 – 20

Teniendo en cuenta que, no obstante gracias a Cristo el “kairós”, el tiempo de la salvación ha en-trado en el “jrónos”, el mal no cesa de aparecer en el mundo; de ahí que en estos “malos tiempos” (v. 15) los creyentes sean invitados, en términos de la primera lectura, a aceptar el banquete de

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“doña sabiduría”, renunciando a cualquier nece-dad. Pero se trata de un banquete trascendente, no como aquellos encuentros paganos propios de la sociedad helenista en los que el vino llevaba a verdaderos excesos, tal como el Apóstol había comprobado en Corinto, atentando incluso contra la Cena del Señor (1 Cor 11, 20 – 22). “Los bro-tes de entusiasmos en las asambleas litúrgicas deben nacer de una fuente más pura, de la pleni-tud del Espíritu Santo”6, Quien, en el banquete de la sabiduría permite que los fieles lleguen a una perfecta unión con sus hermanos y con Dios: si el vino lleva a relaciones puramente terrenas, el Espíritu actúa de tal manera que todo se convierte en oración: salmos, himnos y cánticos espirituales (v. 19). Si sentarse a la mesa en el oriente antiguo –y aún actualmente allí– era signo de la comunión de vida, Cristo en el Evangelio nos ofrece todo su ser: cuerpo y sangre juntamente son dados para aprender a vivir como sabios.

Juan 6, 51 – 58

En medio del discurso pronunciado por Jesús he-mos encontrado una primera objeción por parte del auditorio, que cuestiona su origen divino (v. 42), tema sobre el cual hablábamos la semana pasada. Una nueva objeción aparece en el Evan-gelio de hoy (v. 52) y tiene que ver con la salva-ción ofrecida por aquel que no consideraban más que un ser humano; en palabras de Léon-Dufour: “más que sospechar que Jesús había proferido un anuncio relacionado con la antropofagia, lo que rechazan es que la salvación universal, y ante todo la suya, pudiera provenir de la entrega de sí mismo de un hombre. Se niegan a depender radicalmente, para la vida eterna, de ése Jesús que les habla, dependencia intolerable y hasta sacrílega para los que no conocen más salvador que a Dios”7. Tal como el Domingo pasado, nos preguntamos: ¿Qué dice el Maestro? ¿Qué ar-

6 STAAB, K. – BROX, N. Cartas a los Tesalonicenses, Cartas de la Cautividad, Car-tas Pastorales. Barcelona, Herder 1974, p. 230.

7 Cf. su obra “Lectura del Evangelio de Juan (5 – 12) vol. II”. Salamanca, Sígueme 1992, p. 130.

gumentos tiene para hacer frente a semejantes dudas? Hay dos elementos novedosos en su res-puesta (v. 53): a la carne añade ahora “la san-gre”, dando a entender la unidad plena de su ser; por otra parte, pasa a hablar de sí mismo con la expresión “Hijo del hombre”, que refuerza su con-dición limitada pero salvadora. En otras palabras: el Maestro está reclamando aquí una adhesión radical, plena y sin reservas, tanto así que la san-gre, signo de la vida humana, ya no ha de ser asperjada sobre el altar (Lv 17,11), sino bebida, dando así a entender que quiere comunicarnos todo su ser.

Los judíos, exhortados por estas palabras, esta-ban invitados a comprender que la vida verdadera, la comunión con Dios, no tenía como mediación la Ley, simbolizada en el maná, sino la persona mis-ma de Jesús. El Padre no había limitado su acción salvífica a los prodigios realizados en el desierto (v. 58), sino que seguía salvando, y la manifesta-ción más plena de este obrar había alcanzado su plenitud en el Hijo Amado. Desafortunadamente, tal como veremos la próxima semana, muchos de los que seguían a Jesús y que tal vez veían en Él un profeta, un ser humano especial, no lograron descubrir en Él a Dios mismo y por eso se negaron a prestarle una adhesión definitiva. En cada Euca-ristía el mismo Dios se da como alimento para co-municarnos su vida; este es el banquete en el que, comiendo su carne y bebiendo su sangre, hemos de aprender a dejar toda necedad y ajustar nues-tra vida a la verdadera sabiduría, es decir, estar dispuestos en todo momento a cumplir la voluntad divina.

DOMINGO XXI T.O.

Josué 24, 1 – 2a. 15 – 17. 18b

Luego de la conquista y el reparto de la tierra, Israel ha sido testigo del gran amor de Dios; es por eso que, justo antes de su muerte, Josué re-úne al pueblo en Siquén –población que hasta el

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momento no ha revestido importancia alguna en los acontecimientos mencionados– para que ellos se comprometan a responder con fidelidad a se-mejante gratuidad divina. Observemos un detalle particular: lo que va a decir este personaje es tan importante, que su discurso comienza con la mis-ma frase utilizada por los profetas para dirigir sus mensajes: “Así dice el Señor” (1 Re 17,4; Jr 11,3). Por ende, entre los vv.

2b – 13 Dios se muestra como el verdadero prota-gonista de la historia, recordando sus intervencio-nes en siete etapas concretas, luego de una breve “prehistoria”: Abrahán, Isaac, Esaú-Jacob, libera-ción de Egipto, marcha por el desierto, conquista de Transjordania conquista de Cisjordania. ¿Cómo agradecer a Dios sus continuos e ininterrumpidos beneficios? La exhortación de Josué continúa en los vv. 14 – 15: se trata de hacer una opción ra-dical por servir a Yhwh, apartándose de los falsos dioses, a lo que el pueblo responde ratificando la confesión de una fe que brota de la historia, tanto así que llegan al punto de considerarse ellos mis-mos testigos presenciales de acontecimientos del pasado (vv. 16 – 18).

Corría el año 622 a.C. y el buen rey Josías quiso renovar la fe del pueblo en el Señor y recuperar todo el territorio que los asirios habían arrebatado un siglo atrás. Fue en esta época cuando se escri-bió el libro de Josué, con el fin de mostrar cómo, aquel tiempo glorioso se renovaría en la medida en que se hiciese una seria opción por servir a Dios. También hoy nosotros hemos de volver la mirada al pasado y, descubriendo los grandes signos de la fidelidad divina, entregarnos de lleno a Aquel que nos amó primero; también hoy nuestras fami-lias –tema de la segunda lectura– han de afirmar como Josué: «Yo y mi casa serviremos al Señor» (v. 15); también hoy, como Pedro en el Evangelio, deberíamos decir a Jesús sin temor alguno: «Se-ñor: ¿a quién iremos? Tu tienes palabras de vida eterna» (Jn 6,68).

Salmo 34 (33): remitimos a los comentarios de los Domingos precedentes.

Efesios 5, 21 – 32

En el contexto de división, al que hace frente esta carta, Pablo se detiene ahora en la importancia de trabajar la unidad desde una institución funda-mental: la familia. Es importante prestar atención al significado del sometimiento mutuo (v. 21): en el griego del Nuevo Testamento, el verbo “ypotássō”, como es aquí empleado, en la voz media, no in-dica nunca un “estar por encima del otro”, sino totalmente lo contrario: se trata de una sumisión voluntaria y alegre8, es decir, dar precedencia a las necesidades del hermano, buscando su bien-estar; así se dice de Niño Jesús en Lc 2, 51: «Y fue con sus padres a Nazaret, y continuó sujeto [ypotássō] a ellos». Así pues, Pablo, al inicio de su exhortación familiar, dice que lo más importante es olvidarse de sí mismo y optar por las necesidades del otro, tal como lo hemos aprendido de Jesús, tal como a Él le agrada: «Someteos unos a otros en el temor de Cristo». Pero es igualmente importante cuestionar esta sociedad machista: ciertamente el texto dice que las mujeres deben estar sometidas a sus maridos, como lo está la Iglesia a Cristo (v. 24). Ahora bien: analizando esta unidad literaria, descubrimos que a las mujeres sólo se les pide estar sometidas a sus maridos y respetarlos (vv. 22. 33), mientras que a los maridos se les pide amar9 a sus mujeres hasta dar la vida por ellas! Así, el marido es cabeza, pero cabeza que salva, que renuncia del todo a sí mismo para dar la vida por su esposa.

Muchos esposos hoy en día, incluso nosotros mismos, podemos afirmar como los discípulos del Evangelio: «Este modo de hablar es inacep-table. ¿Quién puede hacerle caso?» (Jn 6, 60). Es ahí donde hemos de actuar para que las fami-lias lleguen a ser hostias vivas. Motivémoslas de

8 Cf. el análisis que de esta voz hace G. DELLING en el “Theological Dictionary of the New Testament”, vol. VIII (Grand Rapids MI) 1972, p. 42.

9 El verbo aquí empleado es “agapáō”, el mismo que indica el amor de Dios.

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modo que, expresando la necesidad y centralidad de Cristo (tal como hace Pedro en el Evangelio), participen del Pan de Vida y se transformen en lo que han recibido, viviendo una continua actitud de sometimiento cristiano, según hemos explicado. Concluyamos con una pregunta: ¿Por qué hay tantas familias destruidas hoy en día? ¿Por qué algunos esposos ya no resisten ninguna adversi-dad? ¿No será porque, como los discípulos del Evangelio de hoy, han decidido “echarse atrás y no siguen a Jesús”? (Jn 6, 66). Nuestras familias están en el deber de repetir con Pedro: «Señor: ¿a quién vamos a acudir? Tu tienes palabras de vida eterna!» De eso se trata precisamente el temor de Dios al que Pablo invita (v. 21).

Juan 6, 60 – 69

Este es el quinto Domingo que dedicamos al ca-pítulo 6 del Cuarto Evangelio: luego de la multipli-cación de los panes, Jesús ha pedido adherirse a Él, pan de vida, por medio de la fe. Después de esto, dos objeciones de los judíos han llevado al Maestro ha ratificar que Él es Dios abajado y entregado como Pan de vida, que Él es el Salva-dor esperado. Vemos, pues, el proceso tan inte-resante trazado a lo largo de estos versículos; ha llegado el momento de la decisión, tal como para Israel en Siquén. Pero ya no es el auditorio judío: ahora se trata, nada más y nada menos, de los discípulos, quienes no logran aceptar estas pala-bras: no solamente que Jesús se presente como Dios, sino que, al afirmar que quien se alimenta de su cuerpo y sangre se hace uno con Él, invite por consiguiente a dar la vida por los demás. Su visión se reducía meramente a lo carnal (v. 63), a lo terreno, de modo que compartían la el parecer del común de la gente, viendo en Él simplemente un profeta y, por qué no, un personaje que garan-tizaría beneficios terrenos en abundancia; pero … ¿comprometerse con Él hasta descubrir en su persona a Dios mismo y hacer suya la propuesta de donación? Imposible! Una percepción de Je-sús tan sesgada no tenía al Padre como fuente,

como origen (v. 65), sino los intereses humanos como fundamento; en palabras de Mateos y Ba-rreto: “La ‘carne’ sin Espíritu indica también, por tanto, una pertenencia a la comunidad y una par-ticipación a la Eucaristía puramente exteriores, que no incluyen el compromiso del amor por el otro”10.

Muchos de los discípulos decidieron abandonar a Jesús. No fue fácil para el Maestro asimilar se-mejante desbandada, hasta el punto que es posi-ble pensar en un momento de desánimo y crisis por el rechazo sufrido; sin embargo, los Doce, con Pedro a la cabeza, mostraban una actitud di-versa, tal como narran los sinópticos ocurrió un poco más al norte, en Cesarea de Filipo (Mt 16; Mc 8; Lc 9). Las palabras de Jesús, dice Simón, aquellas palabras por las que otros se habían es-candalizado, no son palabras vanas, sino de vida eterna (v. 68), tanto así que los Doce han llegado a creer gracias a ellas, es decir, han logrado ha-cer su opción definitiva y radical por Jesús, ad-hiriéndose a Él no como un simple ser humano, sino como el Santo de Dios (v. 69). Y si el Padre es Quien actúa aquí, esta confesión de fe renun-cia, por tanto, a acoger como propia cualquier visión terrena o carnal (v. 63) del Salvador: no se trata de un rey hecho por ellos, como hubiera querido la multitud (v. 15), sino ungido por Dios con el Espíritu Santo.

Buena era la intención de los Doce; sin embargo, las páginas siguientes del Cuarto Evangelio nos harán ver que la percepción terrena se fue impo-niendo en ellos11, hasta el punto de abandonar a Jesús en la Cruz. Fue sólo en Pascua cuando lo-graron comprender todo, hasta llegar a dar la vida por Él.

Aceptar la propuesta del Maestro no es nada fá-cil para quien quiera ser su discípulo: a veces podemos dejarnos llevar por momentos efusivos

10 Cf. su obra “El Evangelio de Juan: Análisis Lingüístico y Comentario Exegético”. Madrid, Cristiandad 1979, p. 350.

11 Piénsese, por poner un solo ejemplo, la negativa de Pedro a dejarse lavar los pies por Jesús (Jn 13,8), clara evidencia de que todavía no aceptaba la idea de un Mesías entregado.

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o emociones pasajeras, sin asumir compromiso alguno. Es interesante que, entre los Domingos XXIV y XXX del presente ciclo, Marcos nos ha-blará de esta misma incomprensión en el camino hacia Jerusalén. Queda entonces, para nosotros, preguntarnos hoy: estamos dispuestos verdadera-mente a aceptar las palabras de Jesús y vivir un auténtico discipulado?

DOMINGO XXII T.O.

Deuteronomio 4, 1 – 2. 6 – 8

Recordemos, para comenzar, lo que escribíamos como introducción al quinto libro de la Biblia en la Solemnidad de la Santísima Trinidad: “Hacia el año 622 a.C. fue encontrado en el Templo de Jerusalén un libro que contenía una serie de leyes dadas por Dios a Moisés y que habían sido olvidadas durante el largo reinado de Manasés. Ahora que su nieto Josías se preparaba para la gran reforma religiosa, este libro, llamado “deuteronomio” (“segunda ley”, en cuanto complementa las ya existentes), caía como anillo al dedo. Sus ideas principales las po-demos resumir de la siguiente manera: Israel ha sido elegido gratuitamente por Dios, Quien se ha enamorado de él (“hašaq”: 7,7; 10,15), llegando in-cluso a pactar una alianza. Ahora bien: ante este amor, el pueblo está llamado a responder de igual forma, y la mejor manera de hacerlo es observando la Ley, que, desde esta perspectiva no es algo frío y seco, no es una carga, sino la manera de demos-trar el amor a Dios y serle fiel”.

Es interesante que el texto que hoy proclamamos invite en primer lugar, antes de cumplir mecánica-mente cada uno de los preceptos, a “escucharlos” (šəma‛), es decir, asimilarlos desde la perspecti-va de una entrega generosa al Señor. Ahora bien: según los vv. 6 – 8, la ley da sabiduría y discerni-miento (v. 6), equivalentes de la riqueza sapiencial de las otras naciones. Dicho de otro modo: el pue-blo elegido no tiene por qué envidiar los pueblos circundantes; por el contrario, son ellos quienes

están llamados a ver en Israel un referente, no sólo a nivel ético, sino de fe.

La relación tierra prometida-ley se acentuó espe-cialmente después del exilio, cuando fue posible reflexionar por qué se había perdido el territorio recibido siglos atrás: no se encontró como causa más que el olvido de los mandatos del Señor; de ahí que, para evitar una nueva catástrofe, la re-lectura postexílica invitara a unirse plenamente a Dios por medio de los preceptos que Él mismo ha-bía establecido para tal fin.

Salmo 15 (14)

Este salmo se presenta como una maravillosa síntesis de la moral bíblica, que invita a un culto existencial reflejado en el empeño cotidiano por reflejar en la vida la amistad con Dios. Podríamos decir que se trata de una “liturgia de admisión al templo”, en la que se presenta una lista de requisi-tos postulados por los sacerdotes del lugar santo, dirigidos a los peregrinos que estaban por ingresar para iniciar la celebración.

Todo comienza con una pregunta (v. 1) en la que se subraya la idoneidad necesaria, que luego será explicada. Vale la pena resaltar la visión de templo que encontramos en este versículo: el orante ha-bla de alguien que puede “hospedarse en la tienda del Señor”. Prestemos atención al hecho de “hos-pedarse” y a “la tienda”: aquel que llega al lugar santo es presentado como “gwr”, es decir como un huésped a quien Dios acoge con solicitud y lo hace en la “šekinah”, lugar que evoca el santuario nómada de Israel antes de la edificación salomó-nica. Así pues, el templo viene a convertirse para el orante en su lugar de refugio, en el lugar donde, como peregrino, puede reponer fuerzas, y lo hace gracias a la atención del mejor anfitrión de todos: Dios mismo. Un espacio así descrito, hace pensar que el deseo de permanecer allí llega a ser con-tinuo, tanto que el salmista desearía habitar por siempre en “el monte santo”.

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La pregunta apenas formulada recibe una res-puesta con once enunciados (vv. 2-5), los cuales, más que normas, son un estilo de vida:

En los tres primeros de ellos (v. 2) el peregrino es llamado a hacer un serio examen de conciencia con base en las grandes virtudes de la ética bíbli-ca: integridad, justicia y verdad.

Los vv. 3-4 insistirán nuevamente en los empeños “horizontales”, es decir, con respecto al prójimo, centrados en evitar la calumnia o cualquier tipo de mal hacia los demás, hecho que debe llevar al ale-jamiento de los malvados.

El v. 5a hace un llamado a la “moral económica”, vista no como un medio para aprovecharse de los demás, sino como la oportunidad para entregarse al servicio.

Así pues, al peregrino, que se siente acogido por Dios en el templo, se le hace una seria advertencia antes de su ingreso: su vida previa al encuentro con el Señor y sus acciones después de la cele-bración, han de ser igualmente una viva acogida a quienes se acerquen a él. Todos los preceptos aquí enunciados no buscan sino una perfecta co-herencia entre fe y vida, insistiendo especialmente en la atención que se brinda al necesitado que se cruza en nuestro camino.

Santiago 1, 17 – 18. 21b – 22. 27

Hacia el año 80 d.C. las comunidades cristianas que vivían “en la diáspora” (1,1), es decir, en un mundo gentil sintieron el peso de las pruebas y tentaciones de sentirse atraídas por dicho am-biente. A esto había que sumar dos hechos que causaron gran preocupación: la brecha que se fue abriendo entre ricos y pobres, y una mala inter-pretación de la doctrina paulina sobre la justifica-ción, que llevó a algunos a despreciar todo tipo de obras centrando su atención sólo en la fe, cuando lo que realmente pretendió Pablo fue presentar la

fe en Cristo como Salvador por encima de la ley mosaica.

Así pues, en la introducción a la carta el autor insi-núa cada uno de los temas apenas mencionados y, una vez ha alertado a los creyentes con res-pecto al pecado (vv. 13 – 15), pasa a exhortarlos sobre cuál ha de ser su actitud, tema esencial en la lectura de hoy. La primera afirmación es que Dios, fuente de todo bien, no cambia, es decir, obra siempre con bondad (v. 18), hecho que de-bía confrontar a quienes se dejaban arrastrar por las tentaciones del mundo griego. Ahora bien: esta abundante misericordia divina encuentra su máxi-ma expresión en la palabra, de la que se habla en los vv. 18. 21 y 22. Se trata de la revelación salvífica de Dios, prefigurada en la palabra dada a los profetas, pero plenamente expresada en Cris-to y el Evangelio. Dicho de otro modo: Dios, que es bondad absoluta, ha querido hacer alianza con sus hijos por medio de su palabra, que obra un nuevo nacimiento (v. 18b) y da la salvación. Pero quien la ha recibido no puede contentarse con una simple actitud pasiva, sino que ha de trascender, llegando así a hacerla tangible en hechos concre-tos que recuerdan la caridad hacia los más nece-sitados. Vemos, pues, cómo las lecturas de este Domingo nos invitan a vivir en coherencia con lo que profesamos y celebramos.

Marcos 7, 1 – 8. 14 – 15. 21 – 27

Los fariseos, cuyo nombre significa “separados” (del verbo hebreo “prš”), surgieron durante el pro-ceso de helenización del siglo II a.C. para hacer frente, no sólo a los abusos y profanaciones de los griegos, sino de los mismos gobernantes ma-cabeos que acababan de vencer a los enemigos, pero que habían abusado del poder. Según su parecer, la Torá escrita debía ser preservada de cualquier tipo de transgresión, y aparecen enton-ces una serie de comentarios a la misma que el grupo en mención atribuía al mismo Moisés; esto es lo que Marcos denomina “tradición de los ma-

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yores”. De esta forma, poco a poco las prácticas de pureza sacerdotal comenzaron a ser adopta-das por todos aquellos que deseaban permanecer incontaminados, de modo que siempre se pudie-se estar en dignidad para el encuentro diario con Dios. Entendidas así las cosas, el texto de hoy no habla de un simple aseo que obedecía a un in-terés higiénico, sino que centra su atención en lo externo: no sólo las personas, sino los objetos con los que estas se alimentan han de conservarse sin mancha alguna.

Ahora bien: ante el escándalo generado por la forma en que comen los discípulos, es decir, con “manos impuras”, Jesús responde con base en Is 29,13: no basta simplemente lo externo, los la-bios; es necesario revisar cómo está el corazón que, dentro de la mentalidad hebrea, no es sólo la sede de los sentimientos, sino ante todo de las más grandes decisiones y opciones del ser huma-no. Y que el de los fariseos padecía una especie de “infarto”, se deduce de la contradicción en la que han caído a propósito del cuatro mandamiento (vv. 9 – 13).

En este orden de ideas, no son los alimentos lo que contamina al hombre, sino sus decisiones, es decir, aquello que sale de su corazón. En otras palabras: en su libertad, cada persona, siendo ca-paz de decir a Dios “si” o “no”, es donde se hace pura o impura, justa o malvada, y para que que-de claro el alcance de las decisiones perversas, trece vicios serán presentados a continuación (v. 21 – 22).

Los fariseos estaban convencidos de tener un corazón puro por el simple hecho de observar ri-gurosamente una serie de normas externas; sin embargo, las opciones y decisiones de su corazón no eran del todo puras, ya que los llevaban a con-denar a otros (v. 5) y acomodar los preceptos a sus intereses (vv. 10 – 13). Hoy Jesús nos llama a purificar nuestro corazón, a saber orientar nuestra libertad, de modo que las grandes determinacio-nes de nuestra vida estén orientadas, a la gloria de Dios y al bien de los demás. Hoy en día, cuando

algunas personas se han alejado de Dios por las incoherencias de quienes decimos ser creyentes, es necesario preguntarnos qué podemos hacer para que nuestras obras (Santiago), hagan más creíble la fe que profesamos. Llegados a este punto es necesario someternos a una revisión car-diológica, de modo que Jesús haga nuestro cora-zón semejante al suyo.

DOMINGO XXIII T.O.

Isaías 35, 4 – 7a

Los capítulos 34 y 35 de Isaías pueden datarse en y después del exilio, momento en el que se re-crudeció la hostilidad contra Edom (Cf. la profecía de Abdías) y en el que la esperanza del regreso fue motivada por los discípulos del profeta. Así pues, es posible pensar que el texto que hoy pro-clamamos sea obra del Segundo Isaías, teniendo en cuenta la similitud de imágenes, entre las que sobresale el aspecto de la renovación que incide sobre la naturaleza (v. 1) y sobre los cuerpos limi-tados por enfermedades (vv. 5 – 6). Todo parecía indicar que Israel había muerto en Babilonia; pero Dios, fiel a sus promesas, le asegura el regreso a la tierra que le había dado. Aquel que parecía ciego, sordo, cojo y mudo, ahora puede ver, oír, saltar de gozo y alabar al Señor, que le concedió la anhelada liberación.

Salmo 146 (145)

Nos encontramos ante un himno “aleluyático” en honor a Dios salvador, única esperanza y ayuda. Habiendo resaltado la inutilidad de poner la espe-ranza en los seres humanos (vv. 2-4), se nos dice por qué ésta ha de residir sólo en Dios, y para tal fin hace un elenco de doce atributos divinos (vv. 6-10), en forma de jaculatoria: a) Él es creador b) Su fidelidad es eterna c) Dignifica a los últimos de la sociedad, a los ignorados d) Da pan a los hambrientos e) Liberta a los cautivos: clara refe-

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rencia al éxodo, elemento fundamental del credo israelita. f) Abre los ojos al ciego, signo de la era mesiánica (Is 29,18; 35,5; 42,7) g) Endereza a los que se doblan: no se trata de un emperador impasible, sentado en su trono, sino de un padre que se inclina para levantar al hijo caído h) Ama a los justos: los que permanecen fieles a la alian-za i) Guarda a los peregrinos, quienes debían ser beneficiados por la hospitalidad, tal como ordena Ex 22,20 j) Sustenta al huérfano y a la viuda, re-presentantes de los más necesitados y desvalidos entre el pueblo de Israel. k) Trastorna el camino de los malvados: única expresión negativa en las jaculatorias. l) Él es rey, pero ante todo un sobe-rano cercano y amigo.

Santiago 2, 1 – 5

Decíamos el Domingo anterior que una incorrecta interpretación de la doctrina paulina con respec-to a la fe-obras (de la Ley) llevó a un grupo de cristianos de la diáspora a separar la fe de la vida diaria, hecho que se evidenciaba especialmente en la relación entre ricos y pobres, aspecto éste impregnado quizás por la mentalidad del imperio romano12. Así, el texto que hoy proclamamos re-salta una idea fundamental, expresada en el v.1: la fe tiene que mostrarse, y en este caso concreto ha de traducirse en “no hacer acepción de per-sonas”, hecho con el que se imita al mismo Dios13. No se concibe, pues, un cristiano que sea capaz de despreciar al hermano más necesitado, ya que Jesús hizo una opción por los desposeídos, a tal punto que los proclamó felices, pues a ellos perte-nece el Reino de Dios (Lc 6,20), tal como recuer-da el v. 5. La opción de Dios por los más últimos es precisamente lo que se anuncia en la primera lectura y el salmo, y es lo que enseña el Señor

12 “Hoy sabemos que el desnivel entre pobres y ricos se acentuó en la sociedad ro-mana a lo largo de todo el siglo I, hasta llegar a imponerse, incluso en el derecho, como un estado de hecho (…). Así, pues, los destinatarios de la carta de Santiago están quizás tan profundamente marcados por la vida de las grandes ciudades del imperio como los de las cartas de Pablo”. Cf. G. BECQUET ET AL, La Carta de Santiago: Lectura Sociolingüística (Cuadernos Bíblicos 61). Estella, Verbo Divino 1988, p. 30.

13 Léanse textos representativos como Gal 2,6; Rm 2,11; Ef 6,9; Col 3,25 y otros tantos en el Antiguo Testamento, donde se pide a los legisladores obrar con impar-cialidad: Dt 1, 16-17; Lv 19,15, trasfondo evidente de esta lectura en el v. 4.

en el Evangelio al visitar una región pagana para dignificar la vida de una persona excluida de la so-ciedad.

Marcos 7, 31 – 37

Luego del diálogo con los fariseos a propósito de pureza e impureza, Jesús hace dos viajes a terri-torios paganos, es decir, impuros, ratificando así que lo exterior no es lo determinante en la relación con Dios, sino ante todo el interior del ser humano. Del corazón decíamos la semana pasada que es la sede de las opciones y decisiones del ser hu-mano; y es precisamente entre los gentiles donde el Maestro descubre paradójicamente la opción de fe: de la mujer siro fenicia en primer lugar (vv. 24 – 30) y del tartamudo y sus acompañantes, tal como veremos hoy.

Nos encontramos en medio de las diez ciudades griegas al oriente del lago de Galilea, región llama-da “Decápolis”, donde el endemoniado de Gerasa había ya experimentado la salvación de Dios (5, 1 – 20). Es interesante observar cómo, tanto este personaje como el que hoy aparece en el Evan-gelio tienen serias dificultades para relacionarse con los demás: el primero, porque se considera-ba a sí mismo muerto en vida, hasta el punto de tener como morada el cementerio; el segundo, por su parte, debido a una gravísima incapacidad para comunicarse. Sorprende que Jesús, en tie-rra pagana, no hable del Reino; sin embargo, en palabras de Cardona y Oñoro, “hace Reino”14. No vamos a detener nuestra atención en el proceso curativo, sino en sus consecuencias, que son bá-sicamente tres:

1) El “Effata” es una orden, más que para los ór-ganos enfermos, para el tartamudo: él estaba cerrado en sí mismo, incapaz de relacionarse, desplazado y quizás juzgado. Ahora el Salvador le ofrece la posibilidad de reintegrarse a la so-ciedad, de acabar con su aislamiento.

14 Cf. su obra “Jesús de Nazareth en el Evangelio de San Marcos”. Medellín, Univer-sidad Pontificia Bolivariana 2008, p. 274.

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2) Dice Marcos que los paganos desobedecen la orden de Jesús y predicaban (“kēryssō”) esta buena noticia. En otras palabras: ellos se con-vierten en evangelizadores de sus coterráneos, anunciadores de las maravillas de Dios. Rela-cionando este aspecto con el Evangelio prece-dente, es posible afirmar que de su corazón sur-gía ahora la pureza verdadera que brota de una sincera opción de fe. Algo parecido había hecho el endemoniado de Gerasa, una vez Jesús le ordenó ir a los suyos para compartir la miseri-cordia obrada en él.

3) Los comentarios de los gentiles recogen, en una misma frase, dos textos bíblicos centrales: por un lado, “todo lo ha hecho bien” remite a Gen 1; además, la referencia a la curación de los sordos y mudos no hace pensar sino en le texto de Isaías 35,5, primera lectura de hoy. Así, con Jesús no sólo está aconteciendo una nueva creación, sino que Él se presenta como el Me-sías esperado que restablece la vida de quienes han perdido toda esperanza.

Parafraseando la conclusión de los biblistas que han guiado esta reflexión, el sordo mudo aún podía ver, pero no era capaz ni de escuchar la bondad de Dios ni de anunciarla; aislado, en-cuentra algunos dolientes que le permiten un encuentro vivo con Cristo en el que es recrea-do, adquiriendo así la posibilidad de ser testi-go y apóstol, aún en tierra impura, en tierra de paganos!15

DOMINGO XXIV T.O.

Isaías 50, 5-9a

El tercer cántico del siervo sufriente16 puede ser dividido en tres secciones:

15 Idem.16 Seguimos la propuesta del exégeta argentino HORACIO SIMIAN-YOFRE en su

obra “Sofferenza del Uomo e Silenzio di Dio”. Nell’Antico Testamento e nella Lette-ratura del Vicino Oriente Antico (Studia Biblica 2; Roma 2005), pp. 199 – 219.

1) Los vv. 4 – 5a lo presentan como alguien que ha aprendido a leer desde la fe la dolorosa ex-periencia del exilio (Cf. la expresión “lengua del que aprende” con Is 29, 9 – 24) y quiere levantar a los “fatigados”, expresión que en Isaías hace referencia a los idólatras (40,1). 2) Desde los vv. 5b – 7 se deduce que, en medio del rechazo y el castigo físico, nunca abandonó a Dios; de he-cho, expresiones como “rebelarse” y “echarse atrás” manifiestan el hecho de alejarse de Dios (Cf. Dt 1,26. 43; 9,7. 23. 24 y Is 42,17; Sof 1,6). 3) Los vv.

8 – 9, por su parte, hablan de un contexto jurídico, dados los términos: “defensor – acusador – com-parecer – acusar – condenar”. El orante está se-guro de la acción de su defensor que no es otro, sino Dios, quien puede declararlo inocente y ab-solverlo. En síntesis, el siervo, viviendo en el exilio y siendo acusado y castigado por su fe en Dios, no se ha dejado tentar por los ídolos extranjeros y ha permanecido fiel.

Salmo 116 (114)

Proclamamos hoy el cuarto himno del llama-do “Hallel Pascual”, conformado por los Salmos 113 – 118, que eran usados en la liturgia judía especialmente en la fiesta de Pascua. El salmo entrelaza sentimientos de: agradecimiento «Amo al Señor porque escucha mi voz suplicante» (v. 1); petición: «invoqué el nombre del Señor: ‘Se-ñor: salva mi vida’» (v. 4) y confianza: «el Señor es clemente y justo» (v. 5). Luego de una sentida introducción en la que se profesa el amor y la con-fianza en Dios (vv. 1 – 2), en el primer movimien-to de este himno, es decir, la parte que hoy pro-clamamos (vv. 3 – 9), el orante pasa a describir la historia de sus sufrimientos, aquella pesadilla mortal que ha quedado, por gracia de Dios, a sus espaldas: tan desesperante era la situación en la que estaba, que su vida parecía haber llegado al fin (v. 3); puede ser que una grave enfermedad o un peligro extremo lo tenían al borde de la muer-

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te. Sin embargo, el Señor no ha ignorado el gri-to desesperado de su fiel; llegados a este punto, reproducimos las conclusiones de Ravasi, quien, haciendo referencia al salmista, afirma: “Éste, de una manera sugestiva de soliloquio (vv. 7 – 13), evoca tiernamente esta liberación, agradeciendo a Dios por haber rescatado su vida de las tena-zas de la muerte, por haber enjugado las lágrimas de sus ojos, por haber mantenido firme el pie que estaba resbalando inexorablemente en el abismo fangoso del Sheol, es decir, de los infiernos”17. Dicho soliloquio se abre con una frase que ex-presa la absoluta confianza en Dios, Quien tiene poder sobre la muerte física y sobre el mal histó-rico: «alma mía, recobra tu calma, que el Señor fue bueno contigo» (v. 7). El orante, reconociendo la providencia y salvación que vienen de Dios, se dispone ahora a manifestar su “tōdah” o acción de gracias, y lo hará en medio de un banquete de comunión, tal como vendrá expresado en la segunda parte del salmo, sección ya analizada a propósito del Jueves Santo.

Santiago 2, 14 – 18

Hemos dicho en comentarios precedentes que una de las mayores dificultades que debió afron-tar el Apóstol fue la incorrecta interpretación de la doctrina paulina con respecto a la justificación. Vamos a centrar nuestra atención en aclarar algo18: ¿se contradicen realmente Pablo y San-tiago cuando uno afirma: «Si Abrahán fue justi-ficado por las obras podría estar orgulloso, pero no frente a Dios» (Rm 4,2) y el otro: «la fe que no está acompañada de obras está muera del todo» (St 2,17)? Hay que partir de un presupues-to: Pablo no está absolutamente en contra de las buenas acciones del creyente, ya que, si la jus-tificación transforma plenamente su ser, éste no puede sino manifestarla en y con el actuar; no en vano el Apóstol en todas sus cartas exhorta sus comunidades a obrar de tal manera que reflejen a

17 Salmos. o.c. 441.18 Quizás la síntesis mejor lograda del tema la hace el exégeta francés J.-N. ALETTI

en su estudio sobre la Carta a los Romanos del Comentario Bíblico Internacional.

Cristo, aspecto no ajeno a Romanos, tal como se puede leer a partir del c. 12. Ahora bien: ¿cómo interpretar las “obras” contra las que muestra su desacuerdo? El contexto de la carta exige ver en ellas las acciones propuestas por la ley mo-saica como único e irrenunciable camino para alcanzar la salvación. Resulta que Pablo, en el camino de Damasco, comprobó su ineficacia, ya que descubrió que el Salvador, que no había ob-servado meticulosamente estos preceptos, había resucitado.

Tratemos de resumir: el Apóstol de los gentiles afirma que la ley no puede asegurar el perdón de las culpas, el don del Espíritu y la adopción filial; pero Santiago en nada lo contradice, ya que re-salta el obrar mediante el cual el bautizado (aquel que ha sido “justificado” en términos paulinos) manifiesta la eficacia de su fe y, por tanto, de su propia justicia.

Jesús mismo en el Evangelio, demuestra que es Él con su entrega Quien salva, y no las normas ve-terotestamentarias; sin embargo, a todo aquel que quiera seguirlo, exige obras concretas: negarse a sí mismo y cargar la propia Cruz.

Marcos 8, 27 – 35

Después de curar al sordomudo en la Decápolis, Jesús realiza la segunda multiplicación de los pa-nes (8, 1 – 10), a la que sigue una discusión con los fariseos (8, 11 – 13), luego de la cual se pre-sentan dos acontecimientos fundamentales para comprender la perícopa de este domingo: la in-comprensión de los discípulos ante el signo de los panes (8, 14 – 21) y la curación del ciego de Bets-aida (8, 22 – 26). Ambas narraciones revelan una dificultad que tienen los discípulos y la gente: les cuesta ver con claridad quién es realmente Jesús, aspecto que será evidente en la actitud de Pedro.

Según los discípulos, la gente “del común” con-sideraba a Jesús no como el Mesías, sino como

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su precursor (Juan Bautista – Elías) o como un hombre que hablaba en nombre de Dios (un pro-feta). Todo parece indicar que Pedro, quien ha-bía compartido más tiempo con Jesús, tendría una concepción distinta, pero… ¿en qué clase de Mesías pensaban él y sus amigos? Digamos, en pocas palabras, que todos ellos eran herederos del pensamiento judío, según el cual el Enviado de Dios vendría con fuerza y poder para derrotar todos los enemigos de la nación santa; se trataba de un Mesías poderoso, un fuerte guerrero lleno de autoridad; sin embargo, Jesús revela su verda-dero mesianismo anunciando por vez primera lo que será su Pasión en Jerusalén: Él es Ungido, sí, pero para dar la vida, no para tener dominio sobre los demás.

La reprensión que hace Pedro a Jesús resume ciertamente una de las tentaciones que Nuestro Señor tuvo durante su vida y que lo asemejan al siervo de la primera lectura: el mensaje del Reino era acogido por la gente, algunos lo seguían y es-taban de acuerdo con Él; ¿por qué no pretender un trono y gobernar cómodamente, sin necesidad de la itinerancia, sin necesidad de preocuparse por los desvalidos, simplemente llevando una vida cómoda?.

Jesús, fiel a su proyecto de vida, supo vencer la tentación del mesianismo político y terreno, para optar por el inusual deseo de mostrar cómo Dios lo había ungido con una finalidad: vivir, no para sí mismo, sino para los demás, en especial para los marginados de la sociedad. Sorprende pues, que los discípulos, después de compartir tanto tiempo con Él, no hubiesen comprendido este mensaje en cada curación, en cada banquete, en cada pará-bola. Es por eso que el Maestro establece como condición de discipulado el negarse a sí mismo y tomar la Cruz: ¿cómo puede el discípulo pretender ser más que su Maestro?.

Qué paciencia debió tener Jesús con sus ami-gos, ya que, como veremos la próxima semana, poco después que los instruyó sobre su mesia-nismo por segunda vez, ellos ya discutían sobre

quién era el mayor (9, 30 – 37); aun más: luego del tercer anuncio de la Pasión, fueron los Zebe-deos quienes pidieron los puestos de honor en su reino, con el consiguiente desaire de los otros apóstoles (10, 32 – 40). Parece que no lograban entender; estaban tan ciegos como el hombre de Betsaida!.

Ya lo afirmábamos tres semanas atrás a propósito de las buenas intenciones que, según Juan, tenían los seguidores de Jesús; hoy nos convencemos que la opción por el discipulado, elemento funda-mental para todo creyente, es una ardua tarea que exige renunciar a nuestra perspectiva de la vida para aprender a pensar como el Maestro, viviendo así una auténtica “metánoia”, es decir, “ir más allá del “noús”, de nuestra manera de pensar.

DOMINGO XXV T.O.

Sabiduría 2, 12.17 – 20

Muy al inicio de esta obra los malvados exponen su filosofía de la vida: “estamos ante una concep-ción puramente materialista de la existencia hu-mana, que niega toda clase de supervivencia más allá de la muerte y cualquier intervención divina en la vida del hombre. La muerte adquiere el ho-rizonte absoluto y único en la vida. La escala de los valores corresponde a esta concepción de la vida, único bien del que se pueda gozar, sin que exista una norma extrínseca que haya que respe-tar o que ponga coto a las ansias de placer. Las víctimas de esta concepción de la vida serán los débiles y todo aquel que sea respetuoso con los demás, es decir, el justo”19. Es por eso que, luego de afirmar que la vida es breve y hay que gozarla (vv. 1b – 9), los malvados se proponen eliminar al hombre bueno (vv. 10 – 12); pero todo esto no tiene otra finalidad sino la descrita en los vv. 18 – 20: habiendo torturado al justo en una especie de interrogatorio que tiene ya predeterminada la sentencia capital, esperan cerciorarse de su man-

19 J. VÍLCHEZ. “Sabiduría”, Estella, Verbo Divino 1990, p. 152 – 153.

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sedumbre y firmeza; pero, como sólo aceptan lo que ven y palpan, esperan comprobar que Dios se manifieste con una intervención especial hacia su hijo querido20. Observemos que la soberbia de los impíos llega ahora al colmo por el hecho de que desafían al mismo Dios!.

En Jesús, que anuncia su Pasión en el Evange-lio, descubrimos al justo que sufre y entrega su vida, no sólo por los justos, sino también por los malvados. También Él tuvo que sufrir el desprecio de sus perseguidores, que con sarcasmo le de-cían: «Confió en Dios. Que lo libre ahora, si tan-to lo ama, pues ha dicho: ‘Soy Hijo de Dios’» (Mt 27,43).

Salmo 54 (53)

Como es típico en las súplicas del salterio, tres son los protagonistas en esta escena: el orante, los enemigos y Dios. Hay también tres escenas que componen la oración:

1) Luego de la súplica inicial que da apertura a la invocación (vv. 3 – 4), se pasa a la descripción de los enemigos, calificándolos como “zarîm”, que significa “extranjeros”, no en sentido étnico, sino en sentido espiritual: se trata de aquellos que son extraños en la comunidad de los jus-tos y el motivo no es otro sino su prepotencia: son personas que han excluido a Dios de sus vidas, ateos para quienes el orante fiel merece ser despreciado, como en la primera lectura.

2) Sin embargo, Dios, olvidado y despreciado por los injustos, aparece en escena21 (v. 6): Él se muestra como defensor de las víctimas, como el verdadero protagonista de la historia. Su mi-sión, además del salvar, consiste en un juicio que asume la tonalidad de la ley del talión: el mal proyectado para el justo debe recaer sobre

20 Muy probablemente nos encontramos ante las dificultades que los judíos de Ale-jandría enfrentaron de parte de la cultura griega que dominaba en la región.

21 El hebreo emplea aquí la partícula “hinnē”: “He ahí!”, que llena de sorpresa y dra-matismo la escena.

quien lo ideó. La razón de ser de salvación del salmista y juicio para el malvado es la verdad (“ۥemet”): Dios no puede permitir que quien está unido profundamente a Él perezca en medio de la persecución.

3) La súplica termina anticipando el sacrificio que el orante ofrecerá en acción de gracias por la salvación (vv. 8 – 9), tanto así que sus ojos han visto la derrota de los enemigos.

Santiago 3,16 – 4,3

Una fe desligada del obrar cotidiano sólo podía lograr como consecuencia desfigurar el mensaje cristiano. En el caso de las comunidades estable-cidas en medio de los gentiles, la crisis se ahon-daba cada vez más, ya que las divisiones eran evidentes en diversos niveles: hemos hablado ya de la desunión entre ricos y pobres; hoy encon-tramos una realidad que no dejaba de preocupar: el mundo griego había permeado tanto a algu-nos creyentes, que éstos se preocupaban sólo por adquirir una sabiduría terrena (v. 15), lo que conllevaba, no sólo vanagloria y disputas, sino también alejarse de Dios. Tal era la gravedad de este modo de pensar, que el autor le concede un adjetivo muy diciente: es una “sofía daimoniōdēs” (“demoníaca”) y brota de una actitud también ac-tual: el afán de placer, en griego “ēdonē” (4,1). Si! El hedonismo, la búsqueda de placer en todas sus manifestaciones, el vivir sólo para complacer los deseos de comodidad (algo parecido a lo que pretendían los discípulos en el Evangelio de hoy), es lo que lleva al ser humano a olvidar a Dios, a atentar contra la vida de los hermanos o pisotear su dignidad y, en última instancia, así pase desa-percibido para cada uno, a destruirse a sí mismo. Es esto lo que pretendían los malvados de la pri-mera lectura.

Qué diversa es la “sofía” que viene del cielo (3, 17 – 18); de ahí que sea posible constatar cómo, aquellos que trabajan por la paz son beneficiados

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(dativo) cosechando la justicia, que ha de eviden-ciarse en la acogida de los postergados y humil-des, tal como propone Jesús en el Evangelio.

Marcos 9, 30 – 37

Luego del primer anuncio de la Pasión, que he-mos proclamado la semana pasada, Pedro re-presenta la mentalidad y los intereses de quienes seguían a Jesús: lo consideraban simplemente un Mesías político ajeno al sufrimiento, y anhelaban los beneficios temporales de estar unidos a Él. Semejante incomprensión necesitaba una pala-bra tajante y radical que demostrase la veracidad de la opción hecha por el Salvador, y es entonces cuando el Padre habla desde el cielo invitando a escuchar al Hijo (9,7). Todo parecía indicar, en-tonces, que al menos Pedro, Santiago y Juan, después de haber sido testigos de ello en el mon-te, habían comprendido que Jesús es Dios que entrega su vida, con las respectivas consecuen-cias y compromisos para ellos como sus seguido-res; y puede ser que hasta el mismo Maestro se hubiese esperanzado al respecto. Sin embargo, luego del segundo anuncio de la Pasión, que hoy proclamamos, Marcos no ahorra descripción algu-na y deja ver la ignorancia de los seguidores por medio de dos actitudes:

+ En primer lugar, la incomprensión: ellos no logra-ban entender que el Mesías pudiese sufrir. ¿Acaso no había venido para liberar de una vez por todas a Israel y pisotear a sus enemigos? Ahora bien: si no aceptaban esta idea, era simplemente porque no querían comprometerse en modo alguno con un destino de vida similar; el sufrimiento y la en-trega de la propia vida no figuraba dentro de sus planes, tal como revelará la segunda actitud. En palabras de Kapkin: “no podían aceptar ese des-tino para Jesús porque eso significaría aceptarlo para sí mismos”22.Estaban dominados, en el fon-do, por la “ēdonē”.

22 Cf. su obra “Marcos: Historia humana del Hijo de Dios”, p. 380.

+ Llegamos así a los verdaderos intereses: los discípulos sólo buscaban asegurar sus vidas por medio del poder, aunque esto trajese serias divi-siones entre ellos (Cf. el mensaje de la segunda lectura).

Pero el Maestro, que va camino hacia su Pascua en Jerusalén, no se cansa de enseñar a sus indó-ciles alumnos y es por eso que, invitando a vivir una verdadera “diakonía” (v. 35), acoge y abra-za un niño, haciendo de tal signo el paradigma y ejemplo de lo que todo seguidor suyo ha de obrar. Prestemos atención a un detalle: si en otro mo-mento Jesús pide “hacerse como niños” (Mt 18, 2 – 4), en este pasaje exhorta a la acogida y esto es particularmente interesante, ya que en aquel tiem-po “se solía insistir en el hecho de que la infancia es exactamente la edad de la inmadurez, cuando se necesita la disciplina y se requiere el castigo. A menudo los niños eran equiparados con los criados y los esclavos. Por ello no resulta extra-ño que en este texto puedan llevar en sí la ima-gen de los últimos, de los marginados, de los más pequeños ante los ojos del mundo”23. El mensaje de Jesús es claro: todo aquel que quiera seguirlo ha de aprender a olvidarse de sí mismo y hacer una opción por los más necesitados, ya que Él mismo se ha identificado con ellos, compartiendo su dolor y sufrimiento. La “sofía” terrena, invadida por la “ēdonē” no puede sino causar estragos en la comunidad cristiana, desdiciendo terriblemente de lo que el Maestro ha enseñado como proyecto de vida.

DOMINGO XXVI T.O.

Números 11, 25 – 29

El título hebreo de este libro: “bə midbar” (“en el desierto”) presenta mejor la realidad que describe la obra24: desde cuando Israel se preparaba a de-jar el Sinaí hasta la entrada en la tierra prometida.

23 Ibid, p. 382.24 LXX le dio el título de “arithmoí”, quizás pensando en los censos de los capítulos

1 y 26 y algunos datos numéricos dispersos en el libro.

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A partir del c. 10 encontramos propiamente la mar-cha por el desierto. Ante el inconformismo del pue-blo y sus murmuraciones a causa del maná, Moi-sés se siente desanimado y quiere renunciar a su misión (vv. 10 – 15), ante lo cual el Señor reparte las cargas entre él y setenta ancianos cuya misión es profetizar (v. 25), es decir, hablar en nombre de Dios para guiar al pueblo rebelde hasta la tie-rra prometida, hasta la verdadera libertad. La ne-gativa de Josué ante la acción de Eldad y Medad (como Juan en el Evangelio) refleja el deseo de dar un carácter institucional a la profecía; sin em-bargo, como veíamos hace unas semanas a pro-pósito de Amós, Dios es capaz de elegir un hom-bre del campo y derrama su Espíritu para confiarle ser heraldo de sus palabras. Se alcanza a percibir en este mensaje un anticipo de lo que años más tarde afirmará el Señor por boca de Joel: «Derra-maré mi Espíritu sobre todos: vuestros hijos e hijas profetizarán» (3,1) y, aún más, de la donación del Paráclito a todos los creyentes, incluso a los gen-tiles! (Hch 10,45).

“La donación del espíritu de Moisés a los setenta ancianos es un espíritu querido por Dios para todo el pueblo de Israel, es decir, para la humanidad de siempre. Este hecho se lee con mayor senti-do desde Pentecostés en el NT, y desde aquellas ‘semillas del verbo’, con su nido en el corazón y en la conciencia de los seres humanos según la afirmación del Concilio Vaticano II”25.

Salmo 19 (18)

La primera parte de este salmo (vv. 1 – 7) es un “himno al sol”, en el que éste, junto con la crea-ción entera da gloria a Dios. Hoy proclamamos la segunda parte (vv. 8 – 15), el “himno a la Torá” que resalta su inmenso valor en la vida de todo israelita piadoso.

El himno comienza (v. 8) calificando la Ley: es “per-fecta”, adjetivo que en hebreo reclama la circulari-

25 H. CARDONA – F. OÑORO. “Jesús de Nazareth en el Evangelio de San Marcos”, o.c. p. 286.

dad del ser en su integridad; se dice además que beneficia el alma en cuanto literalmente “la hace re-gresar” a Dios. La Ley renueva, restaura, y en ese sentido es “descanso del alma”, tal como propone la traducción litúrgica. El mismo v. 8 comienza la lista de sinónimos de la Torá: allí encontramos “el testimonio del Señor”, que refiere el empeño divino en su fidelidad a la alianza: la Ley recuerda que el pueblo está llamado a responder a la fidelidad divina.

El v. 9 especifica la Ley en cuanto a sus normas, calificándolas como “rectas” y “puras”, sinónimos de la perfección ya mencionada en el v. 8.

El v. 10 nos habla de la “voluntad de Dios”, que es ante todo límpida: aquello que Él quiere no tolera la falsedad: Él ha sido fiel, y espera la misma res-puesta de sus hijos.

Concluye el himno a la Torá con una estrofa (v. 15) en la que se pone de relieve la actitud del siervo que sólo desea hacer la voluntad de Dios; tal per-sona, no busca en su vida sino agradarle con sus pensamientos y palabras.

Todos los atributos de la Ley presentados en este salmo no pretenden sino convencer sobre su im-portancia y trascendencia: cumplirla a plenitud constituye el medio más efectivo para responder con fidelidad a quien ha amado primero liberando de la esclavitud.

Santiago 5, 1 – 6

El último texto de esta carta que proclamamos en la liturgia dominical nos advierte a dónde lleva la “ēdonē”, la búsqueda egoísta del propio beneficio. Aquí se denuncia un grupo de personas llamadas “ploúsioi” (ricas), cuya característica esencial es la autosuficiencia; viven para sí y no les interesa qué consecuencias traiga su ambición en los más necesitados, quienes no sólo sufren la injusticia de no recibir la justa retribución (v. 4), sino tam-

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bién porque sus mismas vidas corren peligro (v. 6). ¿Es posible que un cristiano, un seguidor de Jesús pueda obrar así? ¿Qué diría de ello Cristo, que siendo rico, se hizo pobre para enriquecer-nos con su pobreza (2 Cor 8,9)? He ahí, pues, un buen ejemplo de lo que es escandalizar a los más pequeños, según el Evangelio de hoy; he ahí la mano y el pie que hay que cortar y el ojo que hay que sacar! Como creyentes, hemos de esforzar-nos cada día por vivir los valores del Evangelio, luchando por alcanzar la igualdad entre quienes, llamando a Dios “Padre”, nos consideramos her-manos. No permitamos que la indiferencia carco-ma nuestro ser, evitemos todo exclusivismo, tal como propone Jesús en el Evangelio, y dejemos que el Verbo encarnado y anonadado habite en nosotros. Bien nos lo ha enseñado el Papa Bene-dicto XVI: “Mientras los pobres del mundo siguen llamando a la puerta de la opulencia, el mundo rico corre el riesgo de no escuchar ya estos gol-pes a su puerta, debido a una conciencia incapaz de reconocer lo humano. Dios revela el hombre al hombre; la razón y la fe colaboran a la hora de mostrarle el bien, con tal que lo quiera ver; la ley natural, en la que brilla la Razón creadora, indica la grandeza del hombre, pero también su mise-ria, cuando desconoce el reclamo de la verdad moral”26.

Marcos 9, 38 – 43. 45. 47 - 48

Durante los últimos domingos hemos visto cómo Jesús instruye a sus discípulos durante el cami-no hacia Jerusalén, donde vivirá su Pascua. Una constante de estos episodios ha sido la incom-prensión de ellos ante la propuesta del Maestro: Pedro le insiste en que el Mesías no puede sufrir (8, 32); todos discutían sobre quién sería el prime-ro entre ellos (9, 34). Hoy encontramos una actitud similar: la queja de Juan hacia Jesús por la acción de un exorcista extraño, pone de manifiesto que el Apóstol concebía el seguimiento de Jesús como un privilegio para unos pocos, privilegio que lle-

26 Caritas in Veritate, n. 75

vaba precisamente a estar un peldaño más arriba que los demás. Esto queda ratificado en la frase «Vimos a uno expulsando demonios en tu nom-bre, y tratamos de impedírselo, porque no NOS seguía». ¿No hubiese sido mejor decir “porque no TE seguía”? Pocos versículos antes los discípulos habían fallado en su deseo de expulsar el demo-nio de un niño (9, 18. 28); ahora piensan que si ellos no lo han logrado, mucho menos lo haría un extraño.

Las dos secciones en las que se divide el Evan-gelio de esta domínica (la intolerancia hacia el exorcista: vv. 38 – 41; y la advertencia contra el escándalo: vv. 42 ss) manifiestan cuál debe ser la actitud de los que siguen a Jesús ad extra y ad intra de su comunidad:

+ Ad extra: se trata de valorar las “semillas del Ver-bo” presentes en tantísimos hombres y mujeres de buena voluntad que, sin ser católicos, o sin creer en Cristo, nos estimulan con su ejemplo liberador. Es posible que Juan –así como los otros discípu-los– pensaba aún en un mesianismo terreno en el que los “tronos” de gobierno debían estar asegu-rados; por tanto, todo aquel que llegaba después constituía una amenaza, un riesgo de perder el privilegio adquirido.

+ Ad Intra: se trata de hacer una opción por los hermanos más débiles en la fe, por aquellos ale-jados, por los que caen fácilmente; ante ellos, los seguidores de Jesús no pueden hacer otra cosa sino animarlos con su ejemplo para que no sigan hundidos en el abismo. De ahí que sea necesario, para un discípulo, renunciar a todo aquello con lo cual puede debilitar la fe de los que no tienen bue-nos fundamentos.

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¿LA PARTÍCULA DE DIOS EN LA BIBLIA?

Por: Hernán Cardona Ramírez, sdb.

La teología (en ella la Biblia) y la física son buenas amigas, más bien hermanas. Am-bas llevan a la única Verdad. Mientras las ciencias y las disciplinas del conocimiento intentan explicar “cómo” na-cen, funcionan, se desenvuel-ven, se transforman o desa-parecen los fenómenos de la naturaleza, la fe, la Biblia, la teología, la religión… inten-tan acercarse al “por qué” de estos fenómenos, cuál es su sentido y su significado.

Introducción

Hace pocos días el mundo científico dio a co-nocer la existencia de la denominada “partí-

cula de Dios”1. Los físicos en los últimos treinta y cinco años, con la ayuda de millones de dólares y de varios premios Nobel, creen tener un mo-delo Estándar, para describir el comportamiento del universo subatómico. El Modelo Estándar es a los físicos lo que la teoría de la evolución a la biología2. Es la mejor explicación (hasta ahora, pero no la única) hallada por la física sobre cómo y cuántos elementos estructuran el universo. Sin embargo, el Modelo Estándar sólo explica una pequeña parte del universo, pues él es un enor-me lugar.

Las piezas de este rompecabezas subatómico (doce en total) se han creado en el laboratorio, excepto una: el bosón de Higgs. Según el Mode-lo Estándar, las partículas elementales nacieron sin peso a partir de la Gran Explosión. En 1964, el físico Peter Higgs, de la Universidad de Edim-burgo, propuso la existencia de un mecanismo, el cual le confiere masa a todo lo demás. Esta partí-cula, según Higgs, crea una ‘miel’ cósmica capaz

1 Tras dos años de intensos trabajos, el portavoz del experimento CMS del Gran Colisionador de Hadrones (LHC), Joe Incandela, dio a conocer el hallazgo «una nueva partícula» que «debe ser un bosón». El anuncio provocó un largo aplau-so del público, durante la Conferencia Internacional de Física de Altas Energías (ICHEP 2012), celebrada en la localidad australiana de Melbourne, en donde los dos experimentos del Gran Colisionador de Hadrones (LHC), el ATLAS y el CMS, han expuesto los datos obtenidos durante las colisiones ejecutadas en 2012. La noticia fue divulgada el 04 de julio de 2012.

2 Sobre la expresión “teoría de la evolución” o simplemente “evolución”, conviene una precisión: Charles Darwin, en sentido estricto no usó esa frase para hablar de sus descubrimientos, él prefirió hablar de “la selección natural de las especies”.

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de permear todo, esa miel se les pega a las otras partículas y les aumenta su peso.

El nombre la ‘partícula de Dios’ fue una ocurrencia de los periodistas y no de los físicos. Demostrar su existencia era tan difícil como probar la existencia de Dios, por eso la bautizaron con ese nombre. Esta partícula, hasta ahora ausente, era la última pieza, en el Modelo Estándar. Las otras once partí-culas ya se ha habían encontrado, y hallar el bosón de Higgs validaba el modelo. Según los científicos, en la primera billonésima de segundo tras el Big Bang, el universo fue una gran sopa de partículas dispersas en diferentes direcciones, a la velocidad de la luz, sin ninguna masa apreciable. Fue a tra-vés de su interacción con el campo de Higgs como adquirieron masa y, con el tiempo, formaron el uni-verso. El bosón de Higgs es un campo de energía e invade todo el cosmos.

Con estos progresos alcanzados por los científi-cos, y en este caso por el descubrimiento del bo-són de Higgs, para algunos creyentes se reviven las contradicciones de estos avances con la fe o la existencia de un Dios creador. Para muchos se vuelve a plantear la relación entre la fe y la razón, la ciencia y la religión, la física y la Biblia. Un primer dato, antes de adentrarnos un poco en el asunto, es interesante: crecemos poco a poco en el cono-cimiento de nuestro Universo, con mucho esfuerzo de cada generación y esa constatación nos remite al origen de la obra creadora. La creación es muy interesante y tiene a los genios entretenidos, desci-frando sus leyes. Pero nada de este camino es una contradicción, más aún, el descubrimiento aumenta la necesidad de un Creador.

Una amistad necesaria: la ciencia y la religión

En su obra Humano, demasiado humano (1878), Nietzsche escribió: «Entre religión y ciencia no exis-ten parentelas ni amistad, pero tampoco enemis-tad: viven en esferas distintas». Si se respeta esta afirmación evitaremos malos entendidos, «confu-

siones, e interferencias». En tiempos más recien-tes, el científico americano Stephen J. Gould re-planteó esa aseveración con la famosa fórmula de los Non-Overlapping-Magisteria (Noma), es decir, los recorridos del conocimiento filosófico- teológico y del conocimiento empírico-científico, no se deben entrecruzar ni causar dificultades, porque al encar-nar dos niveles metodológicos distintos, epistemo-lógicos y lingüísticos, no pueden interferirse, son inconmensurables entre sí, en su reciprocidad se diferencian y por ello se revelan incapaces de en-trar en conflictos insolubles3.

Esta distinción o autonomía se debe custodiar, de-fender y propiciar, porque la ciencia se dedica a los datos, a los hechos, al «cómo», mientras la meta-física y la religión se consagran a los valores, a los significados últimos, al «por qué». Dicho esto, se puede proponer un paso ulterior, sin por ello ceder a la tentación de los fáciles concordismos «sincre-tistas». En efecto, la ciencia y la teología, a me-nudo, han intercambiado componentes lingüísticos y esquemas interpretativos, y la ciencia a su vez recurre a otros lenguajes y modelos simbólicos.

Las dos disciplinas, además, tienen en común el objeto de su investigación (el ser humano, su en-torno, la creación, la capacidad relacional…). Por ello, tiene razón el estudioso polaco Michal Heller, Premio Templeton en 2008, cuando, en su ensayo Nueva física y nueva teología, afirma: «existen al-gunos tipos de asertos que se dejan transferir del campo de las ciencias experimentales al campo fi-losófico y viceversa, sin confundir los niveles».

Hoy podemos recoger resultados fecundos de esta relación: la filosofía ha aportado con creces a la ciencia, con sus reflexiones alargadas en el “cro-nos”, sobre las categorías «tiempo» y «espacio», en particular en el ámbito de la teoría de la relati-vidad. Además, prosigue Heller, «la distinción de los niveles no debería legitimar la exclusión aprio-rística de la posibilidad de cualquier síntesis». Desde esta perspectiva, adquiere fuerza, junto a la siempre válida (a nivel de método) «teoría de

3 Cfr. RAVASI, Gianfranco. Cuestiones de fe. Estella: Verbo Divino, 2011. Pp. 80-82.

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los dos niveles», una nueva teoría suplementaria y significativa, la «teoría del diálogo». Esbozada por Josef Tischner, la teoría sirve a la unidad de la persona en el vínculo último de su autoconcien-cia, por la cual, la multiplicidad de los canales de conocimiento tiende a una síntesis final dotada de coherencia. El conocimiento humano, en efecto, no es monódico, no solo es racional, experimental o lógico-formal, sino también simbólico, intuitivo, afectivo, estético, emocional...

Biblia y evolución

En la historia del pensamiento occidental se con-frontan dos extremos, en apariencia opuestos, entre el Dios trabajador, quien, una vez creado el mundo, interviene a diario para añadir modificaciones (po-sición que se opone a la idea de una creación fija e inmutable), y el Dios ocioso quien, para decirlo con palabras de Gottfried Wilhelm Leibniz, creó el mejor mundo posible, y no necesita intervención alguna tras la creación.

¿Como relacionar la Biblia, en particular el Génesis (sobre todo Gen 1 y 2), con la teoría de la evolución? Ante todo, dos premisas. La primera: es muy difícil avanzar en el diálogo cuando el punto de partida son textos polémicos, apologéticos o racionalistas. Por ejemplo, por los años del Concilio Vaticano I (que, no obstante, no llegó a tomar en considera-ción la cuestión), un teórico de la evolución como Erns Heinrich Haeckel llamaba a Dios, sin problema alguno, «el Vertebrado aeriforme».

En segundo lugar: los textos del Génesis, no son páginas «históricas» ni mucho menos propuestas científicas, sino modelos culturales contingentes de su tiempo, los cuales se asoman en la Biblia como etiologías, es decir, con estas narraciones se pretende explicar el origen de una situación, de la cual hasta ese momento, se tienen pocos datos, y para ello se procede de una manera sapiencial y meta-histórica. En términos más simples, son aná-lisis de antropología filosófico-teológica, por lo cual toda lectura fundamentalista aplicada a las ciencias

saca del camino esta reflexión del corazón. Ade-más, también hay otros aspectos complejos, inter-pretativos, metodológicos y sistemáticos, presentes allí y los cuales no se pueden pasar por alto4.

Por citar un solo caso, veamos cómo se hace com-patible la Biblia y la evolución, a partir sólo de una perspectiva antropológica. La Encíclica Humani Ge-neris, de Pío XII, vista de ordinario como un «alto» a toda confrontación, afirmaba en realidad la legitimi-dad de la «discusión por parte de los estudiosos de ambos campos (ciencia y teología), sobre la teoría de la evolución, «en cuanto que ella investiga el ori-gen del cuerpo humano, que procedería de la mate-ria orgánica pre-existente; por lo cual respecta a las almas, en cambio, la fe católica nos obliga a creer que han sido creadas inmediatamente por Dios».

Con más claridad, Juan Pablo II, en su discurso de 1996 a la Pontificia Academia de las Ciencias, decía: «Las ciencias de la observación describen y evalúan con una precisión cada vez mayor las múltiples manifestaciones de la vida y las inscriben en la línea del tiempo. El momento del paso al ám-bito espiritual no es objeto de una observación de este tipo, que, no obstante, puede revelar, a nivel espiritual, una de signos muy apreciados de la es-pecificidad del ser humano. La experiencia del sa-ber metafísico, de la conciencia de sí y de la propia reflexividad, de la conciencia moral, de la libertad, y también la experiencia estética y religiosa son competencia del análisis y la reflexión filosóficas, mientras la teología capta el sentido último según el diseño del Creador».

Esta larga cita nos permite entender –siempre dentro del ámbito metodológico- (al menos, como principio) que no existe por sí misma una oposi-ción entre la evolución y la dependencia de un Dios creador, una antitesis entre las estructuras biológi-cas dinámicas del ser humano y su trascendencia espiritual, y, por ello, no debería existir una oposi-ción en este campo entre fe y razón, entre Biblia y ciencia.

4 Cfr. RAVASI, Gianfranco. Cuestiones de fe. Op. Cit. Pp. 82-85.

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Esta armonía resulta delicada, pues depende de una severa y rigurosa distinción de los respectivos campos de investigación, de una reconocida dife-rencia de métodos y perspectivas en el análisis del científico, del teólogo y del biblista. Todos estamos invitados a ser respetuosos o a retomar la frase del filósofo alemán del siglo XIX, Friedrich W. J. Sche-lling, «custodiar castamente la propia frontera», sin tentaciones de transgredir e irrespetar o violentar al otro.

Con frecuencia ciertas posiciones, en ambos lados, dejan la sensación de una violación de la frontera contraria. Por un lado, existen lecturas «científicas» de los textos sagrados, basadas en interpretacio-nes literales y de concordancias, para demostrar «científicamente» el evento directo de la creación y desmentir los argumentos evolucionistas. Por otro lado, existen propuestas «amparadas bajo el rótulo de científicas», las cuales, con base en las ideas de la evolución o mejor, de la selección natural de las especies, rechazan y se burlan de cualquier in-terpretación metafísica, espiritual y teológica de la realidad humana. Para estos estudiosos la visión teológica o bíblica no tiene fundamento, es una ex-plicación muy primitiva de la historia y de la crea-ción, y por estos motivos es una lectura inútil e irra-cional.

El científico debe permanecer en su ámbito y, como máximo, puede confesar cuanto reconocía un famoso astrofísico de Cambridge del siglo pa-sado, Arthur Eddington: «La armonía de las le-yes naturales tiene su origen en los números. El objeto de nuestra tarea es descubrirla; nosotros podemos captar la melodía, pero no al autor de la música».

Evitar las intromisiones de un campo a otro, no es un proceso pacífico: el científico, mientras indaga en las leyes naturales y en su coherencia intrínse-ca e inmanente, y el teólogo, mientras indaga en el autor de la realidad y en su significado trascen-dente, se erigen como dos actores independientes, pero sus vías, sin embargo, a menudo se cruzan, suscitando tensiones o violaciones de fronteras. Un

criterio esencial será siempre salvar la “verdad” y su beneficio para el ser humano.

Conclusión.

Por un lado, debemos reconocer la complejidad de la creación y en ella de la realidad: el «fenómeno», al cual se dedica la ciencia, es decir, la «escena» (como se suele decir), no es independiente del «fundamento» profundo en el cual se sustenta, y, por lo tanto, física y metafísica son distintas, pero no enemigas e incomunicables. Por otro lado, el co-nocimiento humano es complejo y, así, para decirlo con Pascal, es necesario evitar «dos excesos: ex-cluir la razón y no admitir más que la razón5».

La teología (en ella la Biblia) y la física son buenas amigas, más bien hermanas. Ambas llevan a la úni-ca Verdad. Mientras las ciencias y las disciplinas del conocimiento intentan explicar “cómo” nacen, funcionan, se desenvuelven, se transforman o des-aparecen los fenómenos de la naturaleza, la fe, la Biblia, la teología, la religión… intentan acercarse al “por qué” de estos fenómenos, cuál es su sen-tido y su significado. Todo a partir de una claridad: el objeto de la fe no es susceptible de ser llevado al laboratorio, pero sí es constatable el efecto de esta opción en los comportamientos, conductas y opciones éticas de la personas. Y sin embargo, nos afecta una tremenda paradoja, mientras más avan-zamos en la ciencia, se abren nuevos interrogantes y nuestra ignorancia crece sin medida.

5 PASCAL, Blas. Pensamientos n. 3, según la edición de Chevalier.

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LA PARTÍCULADE DIOS

Por: Humberto Jiménez Gómez, Pbro.

“Dios no juega a los da-dos con el universo”.

El hombre siempre ha buscado comprender el universo. Quiere saber su origen, ¿cómo fue

hecho, cuál es su puesto en la creación? Los libros sagrados y los mitos de los pueblos han tratado de responder a estos y otros interrogantes que se plantea la humanidad.

El hombre primitivo y los paganos, pensaban que el universo tenía carácter divino y que por lo tanto ha-bía que rendirle culto. Estábamos pues sometidos a la naturaleza. La Biblia dio un giro de 180 grados a esta concepción. Con la narración de la creación comienza el proceso de desacralización de la na-turaleza. Los astros, el mundo, no son dioses a los que hay que adorar; sino criaturas puestas por Dios a nuestro servicio. Así se hace posible la ciencia. A un dios no se lo puede estudiar, ni analizar.

Por otra parte, la revelación se hace de acuerdo al paradigma o modelo del mundo entonces vigente. En el mundo antiguo predominaba el paradigma de Tolomeo, según el cual, la tierra era el centro del uni-verso y el sol y las demás estrellas giraban alrededor de ella. El escritor sagrado utiliza dicho modelo en su presentación del universo, pero no está ligado a tal modelo, ni lo canoniza como verdadero. El paradig-ma puede cambiar sin que la revelación se afecte, se modificará sólo la manera de presentar la revela-ción. Pero esto al principio no era claro para el ma-gisterio eclesial, que pensaba que no se podía cam-biar el paradigma, porque la fe estaba ligada a una representación geocéntrica. Al no tener en cuenta ese principio se estaban poniendo las bases de un conflicto entre ciencia y fe. Cuando Galileo, siguien-

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do a Copérnico, enseñó que la tierra era la que se movía alrededor del sol, sustituyendo el paradigma geocéntrico hasta entonces aceptado, por una con-cepción heliocéntrica; estalló la crisis que sólo vino a tener una solución acertada en tiempos de Juan Pablo II, cuando se enseñó que la ciencia y la fe son dos realidades independientes, que tienen visiones distintas, pero no contrapuestas de la realidad.

Newton, uno de los genios matemáticos más gran-de de todos los tiempos, descubrió la ley de la gra-vedad y mediante ella pudo dar explicación a los fenómenos naturales que observamos. Quedaban con todo algunos enigmas. Albert Einstein dio un gran paso adelante con su teoría de la relatividad que permitía explicar el universo macroscópico, es decir, lo referente a los grandes fenómenos de las estrellas, las galaxias, las constelaciones, etc.

¿Pero qué pasa cuando queremos explicar el uni-verso a nivel microscópico? Lo primero es que a ese nivel no podemos aplicar la teoría de la rela-tividad, pero entonces descubrimos que el univer-so tiene unas propiedades asombrosas cuando se examina a escalas de distancias atómicas o suba-tómicas. En este momento aparece Max Plank el primero que proyecto un rayo de luz sobre la mecá-nica cuántica. Este concepto es demasiado compli-cado para los que no somos expertos matemáticos, por lo que sólo diremos que es una teoría que se aplica a las unidades más pequeñas de la materia: átomos y partículas subatómicas.

Hay pues dos teorías que permiten explicar el uni-verso. Y cada una funciona en su campo. Pero cuando se intentó fusionarlas no se lo pudo lograr por los problemas que se plantearon. Funciona una u otra pero no las dos al mismo tiempo, ni a un ni-vel de profundidad. Einstein empleó los 30 últimos años de su vida tratando de encontrar una teoría que explicara de una forma sencilla el universo y que diera cuenta de todos los fenómenos, tanto a nivel macroscópico como microscópico. Desde un cúmulo de galaxias hasta la partícula más elemen-tal.

Desde 1964 Peter Higgs había propuesto que de-bía existir una partícula que explicara el origen de la masa en las partículas elementales. Esta teoría su-pone un campo que impregna el espacio y que las partículas que interactúan con él adquieren masa, mientras que las que no interactúan con él no tie-nen masa. La búsqueda de esa partícula fue muy intensa y se invirtió una considerable cantidad de dinero en esa investigación. Finalmente el 4 de julio de este año, el CERN (sigla de Conseil Europeen pour la Recherche Nucleaire) dio la esperada noti-cia. Después de más de cincuenta años de explo-ración se pudo confirmar la existencia del bosón de Higgs. En la cultura popular el bosón de Higgs es llamado “la partícula de Dios”.

Aunque el nombre no es el más apropiado, muchos lo aceptan porque es la respuesta a muchas pregun-tas, la ficha que faltaba para completar el rompeca-bezas. El CERN tuvo entre sus instrumentos un gran colisionador de Hadrones, un aparato instalado en un túnel de 27 kilómetros de circuito, el acelerador de partículas más grande hasta ahora construido. Los Hadrones son partículas subatómicas formadas por quarks, que permanecen unidas por la interacción de la energía nuclear fuerte. Un aspecto importan-te de este descubrimiento es que permite estudiar con más profundidad la teoría de las cuerdas, porque esta teoría según algunos físicos es un elemento que nos lleva a encontrar una explicación total de los fenómenos de la naturaleza. Hasta el momento te-nemos dos teorías que no se han podido unificar: la teoría de la relatividad y la física cuántica, que funcio-nan dos niveles: el macrocósmico y el microcósmico. La teoría de cuerdas ofrece, si finalmente se com-prueba, la promesa de una descripción única, global y unificada del universo físico: una teoría del todo.

De todo esto podemos sacar una conclusión: el uni-verso tiene un orden y ese orden supone un plan que se va cumpliendo, porque como dice Einstein: “Dios no juega a los dados con el universo”. No somos fruto del azar. Según el principio antrópico establecido por físicos y matemáticos, no por teólo-gos, el universo fue hecho de tal manera que algún día pudiera surgir el hombre.

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LA NUEVA COSMOLOGÍA “Visión científica del universo”

Por: Rafael Betancur Machado, Pbro.

De donde se concluye lógi-camente que no existe nin-guna contradicción sino más bien que este descubrimien-to corroboraría la necesidad de un Ser creador pues al descubrir que toda materia tiene la partícula de Dios, no es esta acaso la afirma-ción de la existencia de un Ser creador y autor de todo cuanto existe.

La Partícula elemental que buscaban los físicos hace más de cincuenta años para poder inter-

pretar el universo, El Boson Higgs, fue denominada con en el nombre de “partícula de Dios”. Serviría para completar el modelo estándar - el modelo per-fecto – que explicaría el por qué, de las demás partí-culas que tienen masa o materia y esta no la tiene.

El Boson Higgs es señal que existe como – cam-po magnético - de la explicación de las fuerzas de todo cuanto existe en el universo (la vida, los as-tros, los planetas, las galaxias y las estrellas).

Dada la extraordinaria importancia de esa partícula el físico Alemán, León Lederman - (Nobel de física) - la denominó con el nombre de “partícula de Dios”.

SUS GALAXIASSUS ESTRELLASSUS PLANETAS

LA VIDA

SU ORIGENSUS LEYESSUS DIMENSIONESSU EVOLUCIÓN

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Propuesta en el modelo estándar de física de par-tículas. Recibe su nombre en honor a Peter Higgs quien, junto con otros, propuso en 1964, el hoy lla-mado mecanismo de Higgs, para explicar el origen de la masa de las partículas elementales. El Higgs constituye encuanto el campo de Higgs, la más pe-queña excitación posible de este campo. Según el modelo propuesto, no posee espín, carga eléctrica o de color, es muy inestable y se desintegra rápi-damente, su vida media es del orden del zeptose-gundo. En algunas variantes del Modelo estándar pueden haber varios bosones de Higgs.

La existencia del Bosón de Higgs y del campo de Higgs asociado serían el más simple de varios mé-todos del modelo estándar de física de partículas que intentan explicar la razón de la existencia de masa en la partículas elementales. Esta teoría su-giere que un campo impregna todo el espacio, y que las partículas elementales que interactúan con él adquieren masa, mientras que las que no inte-

ractúan con él, no la tienen. En particular, dicho mecanismo justifica la enorme masa de los boso-nes vectoriales W y Z, como también la ausencia de masa de los fotones. Tanto las partículas W y Z, como el fotón son bosones sin masa propia, los pri-meros muestran una enorme masa porque interac-túan fuertemente con el campo de Higgs, y el fotón no muestra ninguna masa porque no interactúa en absoluto con el campo de Higgs.

El Bosón de Higgs ha sido objeto de una larga bús-queda en física de partículas. Si se demostrara su existencia, el modelo estaría completo. Si se de-mostrara que no existe, otros modelos propuestos en los que no se involucra el Higgs podrían ser con-siderados.

El 4 de julio de 2012, el CERN anunció la obser-vación de una nueva partícula «consistente con el bosón de Higgs», pero se necesita más tiempo y datos para confirmarlo.

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I. EL UNIVERSO

El universo: Se encuentra en movimien-to total y continuo en donde nada está en quietud. Todo es vida. El universo es la to-talidad del espacio y del tiempo, de todas las formas de la materia, la energía y el impulso, las leyes y constantes físicas que las gobier-nan. Sin embargo, el término universo puede ser utilizado en sentidos contextuales ligera-mente diferentes, para referirse a conceptos como el cosmos, el mundo o la naturaleza. Los experimentos sugieren que el universo se ha regido por las mismas leyes físicas, constantes a lo largo de su extensión e historia. La fuerza dominante en distancias cósmicas es la grave-dad, y la relatividad general es actualmente la teoría más exacta para describirla. Las otras tres fuerzas fundamentales, y las partículas en las que actúan, son descritas por el Mo-delo Estándar. El universo tiene por lo menos tres dimensiones de espacio y una de tiempo, aunque experimentalmente no se pueden des-cartar dimensiones adicionales muy pequeñas. El espacio-tiempo parece estar conectado de forma sencilla, y el espacio tiene una curvatura media muy pequeña o incluso nula, de manera que la geometría euclidiana es, como norma general, exacta en todo el universo.

II. BIG - BANG

Esta expansión constante después de la explosión Big - Bang que desintegró todo. Para llegar al mo-delo del Big Bang, muchos científicos, con diversos estudios, han ido construyendo el camino que lleva a la génesis de esta explicación. Los trabajos de Alexander Friedman, del año 1922, y de Georges Lemaître, de 1927, utilizaron la teoría de la relati-vidad para demostrar que el universo estaba en movimiento constante. Poco después, en 1929, el astrónomo estadounidense Edwin Hubble (1889-1953) descubrió galaxias más allá de la Vía Láctea que se alejaban de nosotros, como si el Universo se expandiera constantemente. En 1948, el físico ucraniano nacionalizado estadounidense, George Gamow (1904-1968), planteó que el universo se creó a partir de una gran explosión (Big Bang). Re-cientemente, ingenios espaciales puestos en órbita (COBE) han conseguido “oír” los vestigios de esta gigantesca explosión primigenia. Esta expansión constante después de la explosión Big – Bang que desintegró todo. El evento que se cree que dio ini-cio al universo se denomina Big Bang. En aquel instante toda la materia y la energía del universo observable estaba concentrada en un punto de densidad infinita. Después del Big Bang, el univer-so comenzó a expandirse para llegar a su condi-ción actual, y continúa haciéndolo.

La idea central del Big Bang es que la teoría de la relatividad general puede combinarse con las obser-vaciones de isotropía y homogeneidad a gran es-cala de la distribución de galaxias y los cambios de posición entre ellas, permitiendo extrapolar las con-diciones del Universo antes o después en el tiempo.

Una consecuencia de todos los modelos de Big Bang es que, en el pasado, el Universo tenía una tempe-ratura más alta y mayor densidad y, por tanto, las condiciones del Universo actual son muy diferentes de las condiciones del Universo pasado. A partir de este modelo, George Gamow en 1948 pudo predecir que debería de haber evidencias de un fenómeno que más tarde sería bautizado como radiación de fondo de microondas.

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III. LA EVOLUCIÓN

Que se encuentra en constante evolución. La evolu-ción biológica es el conjunto de transformaciones o cambios a través del tiempo que ha originado la diver-sidad de formas de vida que existen sobre la Tierra a partir de un antepasado común. La palabra evolución para describir tales cambios fue aplicada por vez pri-mera en el siglo XVIII por el biólogo suizo Charles Bonnet en su obra Consideration sur les corps orga-nisés. No obstante, el concepto de que la vida en la Tierra evolucionó a partir de un ancestro común ya había sido formulado por varios filósofos griegos, y la hipótesis de que las especies se transforman conti-nuamente fue postulada por numerosos científicos de los siglos XVIII y XIX, a los cuales Charles Darwin citó en el primer capítulo de su libro El origen de las es-pecies. Sin embargo, fue el propio Darwin, en 1859, quien sintetizó un cuerpo coherente de observacio-nes que consolidaron el concepto de la evolución bio-lógica en una verdadera teoría científica.

El origen de la vida, aunque atañe al estudio de los seres vivos, es un tema que no es abordado por la teoría de la evolución; pues esta última sólo se ocupa del cambio en los seres vivos, y no del origen, cam-bios e interacciones de las moléculas orgánicas de las que éstos proceden. No se sabe mucho sobre las etapas más tempranas y previas al desarrollo de la vida, y los intentos realizados para tratar de desvelar la historia más temprana del origen de la vida gene-ralmente se enfocan en el comportamiento de las ma-cromoléculas, debido a que el consenso científico ac-tual es que la compleja bioquímica que constituye la

vida provino de reacciones químicas simples, si bien persisten las controversias acerca de cómo ocurrie-ron las mismas. Tampoco está claro cuáles fueron los primeros desarrollos de la vida, la estructura de los primeros seres vivos, o la identidad y la naturaleza del último antepasado común universal. En consecuen-cia, no hay consenso científico sobre cómo comenzó la vida, si bien se ha propuesto que el inicio de la vida pueden haber sido moléculas auto-replicantes como el ARN, o ensamblajes de células simples denomina-das nanocélulas. Sin embargo, los científicos están de acuerdo en que todos los organismos existentes comparten ciertas características —incluyendo la pre-sencia de estructura celular y de código genético— las que estarían relacionadas con el origen de la vida.

La razón biológica por la que todos los organismos vivos en la Tierra deben compartir un único y últi-mo antepasado común universal, es porque sería prácticamente imposible que dos o más linajes se-parados pudieran haber desarrollado de manera independiente los muchos complejos mecanismos bioquímicos comunes a todos los organismos vivos. Se ha mencionado anteriormente que las bacterias son los primeros organismos en los que la eviden-cia fósil está disponible, las células son demasiado complejas para haber surgido directamente de los materiales no vivos. La falta de evidencia geoquí-mica o fósil de organismos anteriores ha dejado un amplio campo libre para las hipótesis, que se divi-den en dos ideas principales: 1) Que la vida sur-gió espontáneamente en la Tierra. 2) Que esta fue «sembrada» de otras partes del universo.

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Es importante acotar que la evolución como una pro-piedad inherente a los seres vivos ya no es materia de debate entre los científicos. Los mecanismos que explican la transformación y diversificación de las es-pecies, en cambio, se hallan todavía bajo intensa in-

IV. COSMOS Y CAOS.

Con aparición de propiedades nuevas y emergen-tes de auto – organización. Una inteligencia es la que organiza y lo contrario de desorganización es el caos. Cosmos y Caos son dos palabras griegas que significan respectivamente Orden y Desor-den. Del caos surge el cosmos como respuesta a la aparición de esa inteligencia que organiza todo lo creado. Muchos autores, escritores y estudio-sos se han atrevido a llamar a esta inteligencia Dios, único capaz de crear y dar orden a todo cuanto existe.

vestigación. Dos naturalistas, Charles Darwin y Alfred Russel Wallace, propusieron en forma independiente en 1858 que la selección natural es el mecanismo bá-sico responsable del origen de nuevas variantes ge-notípicas y, en última instancia, de nuevas especies.

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V. VIDA Y COMPLEJIDAD

Orientado hacia la vida y a la complejidad. La complejidad biológica hace referencia a la vida entendida como sistema complejo. Se establecen así distintos niveles de complejidad para cada or-ganismo o estructura biológica. A diferencia del creacionismo, que establece que la complejidad biológica comienza ya en todos los niveles, las teorías evolutivas nos dicen que en la historia de la vida en la Tierra ésta empezó en el nivel más simple y fue progresando de forma escalonada y no gradual: cada escalón enmarca un salto de complejidad y viene seguido de un largo periodo de estabilidad en el que el nuevo nivel se afianza y alcanza la supremacía. Existe siempre, eso sí, una superioridad a nivel cuantitativo de los nive-les inferiores. La superioridad cualitativa es más relativa, ya que depende de los factores externos que inducen a la selección natural. No hay razón, a priori, para pensar que un organismo de un ni-vel inferior esté peor adaptado a un entorno o a un cambio del medio que otro organismo en teo-ría superior. Lo que sí es seguro es que en caso de desaparecer la vida el proceso se produciría en orden inverso a su surgimiento, es decir, que los últimos niveles en desaparecer serían los más simples, que, a su vez, son los más resistentes en términos generales, también como las opere-tas, las cllisofomas, y las baannfiles.

La conclusión es que si bien organismo a orga-nismo no se puede establecer una prevalencia adaptativa, sí se puede afirmar que los niveles más frágiles son los superiores, que sucumben rá-pidamente tras hecatombes tales como impactos de meteoritos kilométricos. Los niveles inferiores son, por el contrario, los más robustos y son, a su vez, la base de la cadena trófica. Actúan, tam-bién, como refugio seguro para la supervivencia de la vida en tiempos difíciles, crisis biológicas tras grandes extinciones. Estudios más recientes acerca de las formas de vida más simples han revelado una resistencia superior a la esperada en entornos duros y extremos. Se especula que pudiesen quedar reductos biológicos en planetas

como Marte e incluso que dichas estructuras bio-lógicas o formas de vida fuesen capaces de des-plazarse por el espacio diseminando vida en to-dos aquellos mundos capaces de soportarla, bien exista el oxígeno, amonio, arsénico, se adaptaría a las condiciones, fabricándose aún nuevas bio-químicas.

VI. LEYES DE ISAAC NEWTON

Unido inexplicablemente todo entre sí las leyes fí-sicas dan una buena explicación: Leyes de atrac-ción y repulsión, (Newton). Lo que implica un cambio de imagen del ser humano. (Evolución).La Ley de Atracción Apoyada Por Isaac Newton!!Es muy lógico - razonando científicamente - con-siderar válida una Ley de Atracción universal que influencia cada uno de nuestros logros y fracasos de vida.

La Ley de Atracción (El Secreto) es una ley natu-ral, relacionada a la tercera Ley de Newton sobre acción y reacción.

Tercera Ley de Newton: “Con toda acción ocurre siempre una reacción igual y contraria; las accio-nes mutuas de dos cuerpos siempre son iguales

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y dirigidas en sentidos opuestos” - Isaac Newton, 1687.

“Newton fue el más grande genio que ha existi-do y también el más afortunado dado que sólo se puede encontrar una vez un sistema que rija el mundo.” dijo el físico matemático Lagrange (1736–1813).

Si usamos el significado de la tercera Ley de Newton (base de la mecánica clásica) para en-tender la Ley de Atracción, podemos entender que la Ley de Atracción no es una banalidad irra-cional, sino una versión MACRO de la ley que Newton descubrió sobre acción y reacción, y ha sido siempre la base del nuestro desarrollo tec-nológico de la humanidad.

VII. EVOLUCIÓN HUMANA

Somos el resultado final y actual, la flor de la evo-lución cósmica. El hombre rey de la naturaleza que evoluciona miles de años hasta llegar a lo que somos hoy.

La evolución humana (u hominización) explica el proceso de evolución biológica de la especie hu-mana desde sus ancestros hasta el estado actual. El estudio de dicho proceso requiere un análisis interdisciplinar en el que se aúnen conocimientos procedentes de ciencias como la genética, la an-tropología física, la paleontología, la estratigrafía, la geo cronología, la arqueología y la lingüística.

El término humano, en el contexto de su evo-lución, se refiere a los individuos del género Homo. Sin embargo, los estudios de la evolu-ción humana incluyen otros homininos, como Ardipithecus, Australopithecus, etc. Los cien-

tíficos han estimado que las líneas evolutivas de los seres humanos y de los chimpancés se separaron hace entre 5 y 7 millones de años. A partir de esta separación la estirpe humana siguió ramificándose originando nuevas espe-cies, todas extintas actualmente a excepción del Homo sapiens.

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VIII. VISIÓN DE SANTO TOMÁS

No es cierto que seamos seres superiores, dife-rentes de todos los demás, ajenos al resto de la naturaleza, los únicos con una mente y un espíritu creados directamente por Dios. Esto da a entender que hay otros mundos habitados. Santo Tomás en la Summa Teologica decía: “Que en la posibilidad de otros mundos habitados hasta allá llegaría la obra de la redención” (Suma teológica - Parte 1a - Cuestión 103).

IX. EL HOMBRE, SER RACIONAL

No somos dueños de la creación, ni esta fue creada directamente para nosotros; la creación es univer-sal. Somos una especie más, la única consciente y capaz de asumir responsabilidades, el hombre como ser racional.

El ser humano como “ser racional” es un concepto filosófico que se origina en la historia de la filosofía con Aristóteles, en su definición del ser después en el siglo XVII Descartes continua con las primigenias definiciones del racionalismo y su división entre el cuerpo y el alma, dividiendo al sujeto entre “res extensa” cuerpo y “res cogitans” alma o sustancia pensante. Nietzsche introdujo una ruptura con esta tradición de pensamiento y sostuvo que existe ma-yor conocimiento y eficacia en los instintos y en la voluntad de poder, para el, el predominio de lo ra-

cional en el ser humano responde a un estado de decadencia o descomposición de los valores funda-mentales de la vida. Después vino el psicoanálisis, escindiendo el predominio de la razón, argumen-tando que todo lo que hacemos y decimos tiene raíces en el inconsciente .Para todo desconocido aun hoy. Es decir pensamos y seguimos existiendo lo que nos conlleva a constantes y severas dudas y nuestra “racionalidad” nos asevera que difícilmente serán satisfechas. En ese punto estamos y pare-ce que permaneceremos, así que cualquier estadio dentro del estadio será puramente especulativo y como la especulación es libre especulemos: ¿que significa ser racional? Sabemos que no puede significar estar en lo cierto. Muchas veces las per-sonas son racionales pero llegan a conclusiones equivocadas. A menudo dos personas racionales llegan a conclusiones opuestas, siendo imposible que ambas sean correctas. Ser racional, por tan-to, no significa alcanzar la verdad por antonomasia. Sabemos además que ser racional va más allá de ser lógico. Las mujeres son por naturaleza intuitivas responden a las leyes de lo que se siente y que no puede ser explicado por deducciones o inferencias lógicas, motivo por el que no pocas veces han sido consideradas locas, hechiceras etc. Sin embargo todos nos hemos encontrado con personas de am-bos sexos que consideramos irracionales incluso cuando obedecen cuidadosamente las leyes de la lógica. Por sí sólo, podríamos especular que ser ló-gico o no, no es suficiente para hablar de compor-tamiento racional. Sabemos que ser racional difiere de ser dogmático. Incluye reconocer la posibilidad de estar equivocado y también el estar dispuesto a evaluar tal posibilidad comprobando las afirmacio-nes hechas una y otra vez independientemente de en que siglo hayan sido hechas tales aseveraciones y cuanto o no se crea en ellas. Bien entonces qué es ¿ser racional? El diccionario nos dice que com-portarse así es “realizar inferencias lógicamente a partir de hechos conocidos o asumidos”. Porque si tomamos esto como nuestra definición, “comportar-se racionalmente” nos lleva a conclusiones veraces y precisas sólo cuando los “hechos conocidos o asumidos” sean ciertos y constituyan una base su-ficientemente amplia, y cuando los comprendamos

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suficientemente de manera que no introduzcamos errores cuando los usemos para producir inferen-cias lógicamente. Como consecuencia, con esta definición de racionalidad se satisfacen las tres condiciones anteriores.

1. Podemos obtener inferencias incorrectas incluso siendo racionales. Por ejemplo: las cosas que pensamos que son ciertas pueden ser falsas conduciéndonos a inferencias incorrectas. O po-demos realizar inferencias correctas lógicamen-te, pero partiendo de unos hechos verídicos pero mal comprendidos.

2. Aumentar el grado de “racionalidad” correspon-de a una mayor preocupación en comprobar los hechos relevantes y en ser muy cuidadoso al extraer de ellos inferencias lógicas para poder, incrementar la probabilidad que nuestras inferen-cias sean ciertas.

3. Ser lógico no es suficiente para hacerle a uno racional porque una buena lógica aplicada a in-formación incorrecta o incompleta sólo propor-cionará inferencias falsas o veraces accidental-mente.

De acuerdo con esta definición, resulta que la gente se comporta racionalmente, por lo menos hasta cierto punto, casi todo el tiempo. Después de todo, en casi todo lo que hacemos “derivamos inferencias lógicamente a partir de hechos co-nocidos o asumidos”. A pesar del hecho que, al menos en un cierto grado, la gente normalmente usa su racionalidad, los errores son frecuentes. Es más, que los prejuicios, o que los miedos aho-guen nuestra capacidad para la lógica, y nuestro sano juicio también son comunes. Cuando nos comportamos racionalmente, contrariamente a lo que implica la definición del diccionario, no siem-pre procedemos de los hechos a las inferencias pasando por la lógica. Sucede que a menudo lle-gamos primero a las inferencias y sólo entonces tratamos de validarlas con los hechos y la lógica. Por ejemplo, podemos tener un presentimiento, una intuición, o partir de una conjetura. Podemos usar una analogía para establecer una hipótesis. Pero sucede que a menudo ya tenemos forma-

da una opinión sobre el mundo - una hipótesis - y sólo entonces nos preocupamos de si pode-mos encontrar hechos a partir de los cuales po-der usar la lógica para inferir la veracidad de la afirmación que ya creemos como cierta. Para el primer paso, el proceso no es tal cómo lo descri-be la definición del diccionario: presentimientos, analogías, conjeturas, poéticos vuelos de la fan-tasía, momentos de inspiración, incluso elección al azar de conceptos o nociones.

X. EL HOMBRE, SER NATURAL

No podemos vivir separados de la naturaleza, hacemos parte de ella para vivir como seres profundamente espirituales. Somos parte inte-gral de la naturaleza.

El hombre es un ser vivo y, como tal, forma parte de la naturaleza. El hombre es un ser natural, cuya na-turaleza específica consiste en la racionalidad, en poseer una inteligencia y una voluntad libre.

El hombre es un ser natural ya que es capaz de adaptarse al medio y así evolucionar biológicamen-te. La naturaleza es un aspecto inseparable que influyen en el ser humano y determinan su compor-tamiento.

Dicha naturaleza humana es universal y lo coloca en una situación privilegiada ya que, a diferencia del resto de los seres naturales, su comportamiento no está determinado por los instintos y necesidades naturales sino que, gracias a su voluntad libre.

El hombre ocupa de manera natural su lugar en to-dos los ecosistemas donde puede vivir, es decir, provocando reacciones a sus acciones asumibles por el ecosistema.

El lugar natural viene condicionado por las faculta-des y potencialidades del hombre, como ocurre en cualquier especie, estas características son las que determinan su lugar en el sistema, en el que “vive y deja vivir”.

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De igual manera, el lugar natural del hombre está condicionado por las características que le son pro-pias y le hacen diferente a cualquier otro ser vivo. Estas facultades, además de algunas peculiarida-des fisiológicas, son fundamentalmente de índole psicológica y social.

La Conciencia, discernimiento, amor, inteligencia, devoción, creatividad y todo el amplio abanico de funciones psicológicas, mentales y espirituales son el marco de nuestro lugar natural.

Un hombre con conciencia y uso de todas sus po-tencias y propiedades es un hombre natural, vin-culado a los procesos naturales. Una sociedad de hombres naturales es el estado natural de hombre.Somos seres naturales, muy naturales, esto es: Somos naturaleza.

Tierra que siente.Tierra que piensa.Tierra que ama.

Materia y energía organizada que en nosotros llega hacer:

• La conciencia.• La reflexión.• La profundidad existencial del ser.

CONCLUSIÓN

Dios Señor de la vida y de todo cuanto existe, Se-ñor dueño absoluto de todo lo creado que con su sabiduría infinita gobierna el universo…

Afirmaciones:

1. El hombre ha buscado siempre afanosamente una explicación satisfactoria acerca del origen y evolu-ción del universo sin haberla aún encontrado.

2. Acerca de las leyes que rigen el universo.3. Acerca de tantos fenómenos, como en él ocurren

sin encontrar la explicación.

Pero ahora la física moderna y contemporánea nos sorprende, después de cincuenta (50) años de investigación con el hallazgo de la “partícula de Dios”, que de acuerdo a las teorías elaboradas por Higgs de la que hoy se conoce con el nombre “de física estándar” la pieza faltaba para completar el modelo “estándar” y para dar explicación al misterio de la vida y el origen de la materia y que la ciencia denominó con el nombre “Bosson Higgs” y el cientí-fico sueco denominó “partícula de Dios”. De donde se puede concluir:

• Que dicha partícula es la que confiere masa a toda la materia hasta ahora conocida por lo que faltaba para completar el modelo “estándar” (Fí-sica estándar)

• Demostrar su existencia es un gran reto para la ciencia.

• Adquirir un conocimiento más exacto del mundo en que vivimos y del universo que habitamos.

• Formamos una idea cada vez más clara de la creación.

• Tratar de conocer mejor esas leyes maravillosas y perfectas que rigen el mundo.

• Aprender a interpretar y a entender lo que nos enseña la ciencia a la luz de la fe que ya se com-plementan mutuamente.

Para un creyente no es ningún secreto lo que la sagrada Escritura nos revela, acerca de la interven-ción de Dios en un principio acerca de la creación de las creaturas visibles e invisibles.

De donde se concluye lógicamente que no existe ninguna contradicción sino más bien que este des-cubrimiento corroboraría la necesidad de un Ser creador pues al descubrir que toda materia tiene la partícula de Dios, no es esta acaso la afirmación de la existencia de un Ser creador y autor de todo cuanto existe.

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1962. Primera Etapa del Concilio

Por: Fernando José Bernal Parra, Pbro.

Hace cincuenta años, el once de octubre de 1962, más de dos mil obispos congregados en

la Basílica Vaticana bajo la orientación de un buen pastor, el Papa Juan XXIII, y confiando en la asis-tencia del Espíritu Santo, iniciaron la gran aventura de la Iglesia en el siglo XX: el Concilio Ecuménico Vaticano II.

En ese momento ni siquiera el Papa pudo prever la duración de la magna asamblea. Normalmente se pensó que los trabajos culminarían ese mismo año, con la aprobación por parte del episcopado mundial de los esquemas que habían sido preparados en arduo trabajo, entre 1960 y 1962, por las comisio-nes nombradas por el papa para tal efecto.

Pero la realidad sería muy distinta. La primera eta-pa, la de 1962, trajo consigo una serie de sorpresas totalmente inesperadas. El episcopado no resultó tan dócil, como se esperaba, frente a las conclu-siones de las comisiones previas y a las directrices emanadas de la Curia Romana.

El Concilio no se reunió simplemente para aprobar. Los padres conciliares quisieron conocerse, inter-cambiar posiciones, discutir los grandes temas y buscar salidas nuevas que realmente correspon-dieran al deseo de “aggiornamento” propuesto por el papa.

Después de la solemne inauguración ese once de octubre y de haber escuchado las orientaciones, real y positivamente sorprendentes, del papa Juan XXIII, los padres conciliares iniciaron al día siguien-

Reconozcamos pues, más allá de cualquier división y mezquindad, la acción del Señor de la Iglesia, con la fuerza de su Espíri-tu, en ese acontecimiento que hoy sigue inspirando nuestro caminar eclesial a principios del siglo XXI, el Concilio Ecuménico Vati-cano II.

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te sus labores. Allí la sorpresa llegó en labios de cardenal Achille Liénart, obispo de Lille en el norte de Francia, quien pidió tiempo para la elección de las comisiones conciliares evitando así la simple re-elección de las que precedieron al Concilio.

Este hecho, que fue inmediatamente apoyado por el cardenal Josef Frings, arzobispo de Colonia, fue el principio de un desarrollo independiente que el papa Roncalli respetó plenamente a pesar de que no faltaron las voces de oposición de aquellos que temían, por diferentes razones, los cambios que empezaron a dibujarse en el porvenir.

El año 1962 no fue fácil para el Concilio. Lógica-mente nadie tenía una experiencia personal sobre el desarrollo de una asamblea de esa naturaleza. Su predecesor, el Concilio Vaticano I, había sido abruptamente suspendido por el Papa Pío IX el veinte de octubre de 1870, debido a los aconteci-mientos de tipo político y militar que supusieron la toma de Roma y su declaración como capital del Reino de Italia y, en consecuencia, el final de la soberanía temporal de los Papas en los llamados Estados Pontificios. Noventa y dos años habían transcurrido desde entonces, seis nuevos papas se habían sucedido en la cátedra de Pedro y, aunque se habló ocasionalmente de ello, un nuevo concilio no aparecía claramente probable en el panorama eclesial y, en particular, en los ambientes de la Cu-ria Romana.

Había pues que aprender a hacer Concilio. Tarea ardua y compleja. Las discusiones llegaron varias veces a puntos muertos, como sucedió, por ejem-plo, con el inicio del debate sobre el tema absoluta-mente central de la Revelación. El esquema perti-nente, como es sabido, tuvo que ser retirado por el papa Juan, quien, atento desde su oficina, a través de un circuito cerrado de televisión, seguía el de-sarrollo de las intervenciones y debates en el aula.

Algo faltaba a la dinámica sinodal. Un centro que unificara las temáticas y diera a la asamblea un ras-go característico preciso, un polo unificador de las reflexiones y de los esfuerzos. Sin esto se navega

como sin brújula y por eso el avanzar se hacía en-tonces prácticamente imposible. Los más de seten-ta esquemas presentados a los padres conciliares carecían de un común denominador, de un centro unificador.

El dieciocho de octubre, poco después del inicio de las labores de la primera etapa, el cardenal Juan Bautista Montini, arzobispo de Milán y futuro Papa Pablo VI, escribía al cardenal Amleto Cicogna-ni, secretario de estado: “El concilio carece de un programa orgánico (…) el material que ya ha sido preparado no es un elemento arquitectónico armo-nioso”.

Esta situación condujo a una especie de “callejón sin salida”. “Es evidente, escribía el P. Yves Con-gar, que el concilio carece de un método de traba-jo”. Monseñor James Henry Ambrose Griffiths, uno de los obispos auxiliares de Nueva York, lo expresó gráficamente y con sentido típicamente norteameri-cano, algunas semanas más tarde, haciendo refe-rencia a la observación de Pedro a Jesús a orillas del mar de Galilea: “Hemos trabajado toda la noche y no hemos conseguido nada”. Sus palabras eran la expresión de un cierto desconcierto que se fue extendiendo entre muchos de los padres del Con-cilio ante los tropiezos del camino sinodal. Un im-pulso que proyectara con fuerza hacia adelante se hacía entonces urgentemente necesario.

Y ese impulso, requerido para desbloquear el pro-ceso conciliar, llegó en boca del cardenal Leo Jozef Suenens, arzobispo de Malinas - Bruselas. Su inter-vención en el aula conciliar el cuatro de diciembre de 1962, sólo cuatro días antes de la finalización de las labores de esta, la primera etapa, fue fruto del trabajo dedicado y organizado del episcopado belga y de la profunda y metódica influencia de los teólogos que lo asesoraron en ese momento. Los obispos de Bélgica por su organización y seriedad colectiva fueron, entonces y en los años siguientes, un magnífico ejemplo para el episcopado universal.

Recordemos las palabras centrales de la interven-ción del arzobispo primado de Bélgica: “Quisiera

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proponer que el Concilio sea el Concilio De Eccle-sia y que tenga dos partes: De Ecclesia ad intra y De Ecclesia ad extra, y explico: Lo primero que tenemos que decir es qué es la Iglesia misma como misterio de Cristo, viviente en su Cuerpo Místico, es decir, cuál es en verdad la naturaleza de la Iglesia. Preguntemos, Iglesia ¿Qué dices de ti misma? Una vez declarada la noción de la Iglesia se haría enton-ces la aplicación del adagio “la operación sigue al ser” y se expondría cómo debe actuar la Iglesia en el mundo de hoy”.

Esta intervención fue realmente iluminadora. Po-dríamos decir, con espíritu de fe, un momento in-tenso de la acción del Espíritu del Señor. Al Conci-lio se le proponía el plan unificador, la brújula que tanto necesitaba y de la que hasta ese momento había carecido.

Siguiendo este plan el Vaticano II sería el Conci-lio de la Iglesia. Y el estudio se abordaría desde dos puntos de vista íntimamente interconectados: la Iglesia hacia adentro y la Iglesia hacia afuera, el ser y el hacer, su naturaleza y su misión, su misterio y su ministerio, su interioridad y su relación pastoral con el mundo.

Hoy sabemos que la preocupación del cardenal Suenens por la falta de plan de conjunto había sido ya expresada por el recién creado cardenal, en marzo de ese mismo año 1962, al Papa Juan XXIII y que éste le había pedido trabajar al respecto. El arzobispo belga había compartido su inquietud a varios colegas del colegio de cardenales y, entre ellos, al arzobispo de Milán. Ya hemos hecho alu-sión a la preocupación del futuro papa Pablo VI a este respecto.

Pues bien, un día después de la intervención a la que acabamos de aludir, el cinco de diciembre, ya en las postrimerías de la primera etapa, el conci-lio oyó la voz respetadísima del cardenal Montini en el aula conciliar. Recordemos algunas de sus palabras. “Quisiera rogar que se considere con es-pecial atención lo que en la sesión de ayer expresó tan agudamente el eminentísimo cardenal Suenens

sobre la finalidad de este sínodo universal y el or-den lógico congruente de los temas que se han de tratar. Estoy en pleno acuerdo con quienes en las congregaciones generales afirmaron que la cues-tión De Ecclesia es el tema primario de este Con-cilio (…) ¿Qué es la Iglesia? ¿Qué hace la Iglesia? Son esos como los dos goznes sobre los cuales deben girar todas las cuestiones de este Concilio. El misterio de la Iglesia y el ministerio de la Iglesia a ella encomendado y por ella realizado”.

Estas dos intervenciones marcaron la pauta para las tres etapas a seguir en los años subsiguien-tes. La Iglesia no sería entonces un tema, sino “el tema” del concilio. En su obra “Mi Vida. Recuerdos” el cardenal Joseph Ratzinger, quien fuera uno de los peritos más jóvenes durante los trabajos conci-liares, escribió: “Los cardenales Montini y Suenens trazaron planes para un implante teológico de vas-to alcance de las labores conciliares, en el que el tema Iglesia debía ser articulado en las cuestiones Iglesia hacia adentro e Iglesia hacia afuera”.

Montini, ya Papa Pablo VI, inauguró la segunda etapa del concilio el 29 de septiembre de 1963. En su alocución, en ese día memorable, quiso ante todo fijar el cristocentrismo del evento ecuménico y luego fijó la ruta de la asamblea conciliar con estos grandes puntos de reflexión: la noción de la Iglesia, su renovación, la búsqueda de su unidad y el diálo-go con el mundo de hoy.

Prácticamente todos los documentos del Vaticano II van a tener un común denominador: la reflexión eclesiológica. Y no es de extrañar que dos de sus cuatro constituciones respondan a las dos líneas propuestas por los cardenales Suenens y Montini. La constitución dogmática sobre le Iglesia “Lumen Gentium” es una respuesta magnífica a la pregun-ta, Iglesia ¿Qué dices de ti misma? Respuesta que, siendo un punto de llegada se convierte inmedia-tamente en un punto de partida que permita la subsiguiente acción del Espíritu Santo. La consti-tución pastoral sobre la Iglesia en el mundo de hoy “Gaudium et Spes” es una repuesta elocuente a la pregunta por el quehacer, por el ministerio eclesial,

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por la acción pastoral hacia un mundo en el que la Iglesia está llamada a hacer presente continuamen-te el acontecimiento Cristo.

Reconozcamos pues, más allá de cualquier división y mezquindad, la acción del Señor de la Iglesia, con la fuerza de su Espíritu, en ese acontecimiento que hoy sigue inspirando nuestro caminar eclesial a principios del siglo XXI, el Concilio Ecuménico Va-ticano II.

BibliografíaActa Synodalia S. Concilii Oecumenici Vaticani II, Vol I, Periodus Prima, Pars IV, Typis Polyglotis Va-tic. Romae 1971.

Alberigo, Giuseppe. Breve Historia del Concilio Va-ticano II, Ediciones Sígueme, Salamanca, 2005.

Alberigo, Giuseppe (ed.). Historia del Concilio Vati-cano II, Volumen I, Ediciones Sígueme, Salaman-ca, 1999.

Alberigo, Giuseppe (ed.). Historia del Concilio Vati-cano II, Volumen II, Ediciones Sígueme, Salaman-ca, 2002.

Congar, Yves. Mon Journal du Concile I, Les Édi-tions du Cerf, Paris, 2002.

De Lubac, Henri. Carnets du Concile I. Éditions du Cerf, Paris, 2007.

Fesquet, Henri. Diario del Concilio, Nova Terra, Barcelona, 1967.

Martín Descalzo, José Luis. Un Periodista en el Concilio, I etapa, Propaganda Popular Católica, Madrid, 1963.

Piquer i Quintana, Jordi. Enciclopedia Conciliar, Editorial Regina, Barcelona, 1967.

L’Osservatore Romano. 25 de enero de 2011. Artí-culo de Monseñor Loris Capovilla, secretario perso-nal de Juan XXIII.

Revista Vida Nueva, número 2348, Pliego sobre el Concilio.

Centro Televisivo Vaticano. La Historia del Concilio Vaticano II. Un DVD de 60 minutos, 2009.

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DECRETOS Y NOMBRAMIENTOS

1. Se nombra al Presbítero John Mario CARDONA PULGARÍN, administrador parroquial de la pa-rroquia “NUESTRA SEÑORA DE TODOS LOS PUEBLOS” (Decreto Nº 505N/12) 10-ago-12

2. Se nombra al Presbítero Fabián Andrés LOAI-ZA SÁNCHEZ, vicario parroquial de la parroquia “SAN JUAN APÓSTOL”. (Decreto Nº 504N/12) 10-ago-12

3. Se nombra al Presbítero Carlos Alberto CAR-DONA MONSALVE, vicario parroquial de la parroquia “SAN EDUARDO REY” (Decreto Nº 503N/12) 10-ago-12

4. Se nombra al Presbítero Edwin Humberto GON-ZÁLEZ JIMÉNEZ, vicario parroquial de la parro-quia “SAN IGNACIO DE LOYOLA” (Decreto Nº 502N/12) 10-ago-12

5. Se nombra al Presbítero Juan José MONTOYA FRANCO, vicario parroquial de la parroquia “EL CALVARIO” (Decreto Nº 501N/12) 10-ago-12

6. Se nombra al Presbítero Juan David ROLDÁN ARENAS, vicario parroquial de la parroquia “NUESTRA SEÑORA DE LA ASUNCIÓN” en el municipio de Copacabana (Decreto Nº 500N/12) 10-ago-12

7. Se nombra al Presbítero Fernando Arturo MAYA TORO, vicario parroquial de la parroquia “NUES-TRA SEÑORA DEL ROSARIO” (Itagüi) (Decreto Nº 499N/12) 10-ago-12

8. Se nombra al Presbítero Giovanny Humberto GI-RALDO GIRALDO, vicario parroquial de la pa-rroquia “LA MILAGROSA” (Decreto Nº 498N/12) 10-ago-12

9. Se nombra al Presbítero Edilberto PARADA, de la Sociedad Maria Stella Maris, administra-dor parroquial de la parroquia “SANTO TOMÁS APÓSTOL” (Decreto Nº 497N/12) 6-ago-12

10. Se nombra al Presbítero Carlos Augusto LON-DOÑO MONSALVE, vicario parroquial de la pa-rroquia “SAN CAYETANO” (Decreto Nº 496N/12) 6-ago-12

11. Se nombra al Presbítero Diego Fernando GAVI-RIA CARVAJAL, vicario parroquial de la parro-quia “SAN CRISTÓBAL” (Decreto Nº 495N/12) 6-ago-12

12. Se nombra al Presbítero Eduard Jhoni MUÑOZ SÁNCHEZ, párroco de la parroquia “SAN FRAN-CISCO DE ASÍS” (Decreto Nº 494N/12) 6-ago-12

13. Se nombra al Presbítero Osmar Ferney VILLA LONDOÑO, vicario parroquial de la parroquia “LA SAGRADA FAMILIA” (Decreto Nº 493N/12) 6-ago-12

14. Se nombra al Excelentísimo Señor Obispo, Mons. ÉLKIN FERNANDO ÁLVAREZ BOTERO, Vicario General miembro del Colegio de Consultores por el período que falta al actual Colegio, y miembro del Consejo Presbiteral por el período que falta al actual Consejo (Decreto Nº 492N/12) 4-ago-12

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15. Se nombra al Presbítero José Gustavo BLAN-DÓN BEDOYA, párroco de la parroquia “SAN JUAN DE LA TASAJERA” ubicada en el municipio de Copacabana. (Decreto Nº 491N/12) 23-jul-12

16. Se nombra al Presbítero Jorge Orlando SALA-ZAR PENAGOS, párroco de la parroquia “EL DIVINO NIÑO” ubicada en el municipio de Bello (Decreto Nº 490N/12) 23-jul-12

17. Se nombra al Presbítero Duván CARDONA OSORIO, párroco de la parroquia “SAN MIGUEL FEBRES CORDERO” (Decreto Nº 489N/12) 23-jul-12

18. Se nombra al Presbítero Yesid Augusto VÉLEZ MESA, vicario parroquial de la parroquia “SAN-TA TERESITA DEL NIÑO JESÚS” (Decreto Nº 488N/12) 23-jul-12

19. Se nombra al Presbítero José Gustavo GUTIÉ-RREZ LONDOÑO, párroco de la parroquia “SAN ANTONIO MARÍA CLARET” en la ciudad de Me-dellín. (Decreto Nº 487N/12) 23-jul-12

20. Se nombra al Presbítero José Aníbal ROJAS BEDOYA, párroco de la parroquia “SAN FER-NANDO REY” (Decreto Nº 486N/12) 23-jul-12

21. Se nombra al Presbítero Henry Mauricio MOLI-NA ESCOBAR, párroco de la parroquia “NUES-TRA SEÑORA DE LA INMACULADA CONCEP-CIÓN DE TORCOROMA” (Decreto Nº 485N/12) 23-jul-12

22. Se nombra al Presbítero Jesús MEZA PÉREZ, de la Arquidiócesis de Medellín, vicario parro-quial de la parroquia “SANTA ANA DE LA QUIE-BRA” (Decreto Nº 482N/12) 18-jul-12

23. Se nombra al Presbítero Edgard Zadis Paul GBAKA, de la Arquidiócesis de Medellín, vicario parroquial de la parroquia “MADRE DEL SALVA-DOR” (Decreto Nº 481N/12) 18-jul-12

24. Se nombra al Presbítero Michael George CAD-HIT GONZÁLES, de la Arquidiócesis de Mede-llín, vicario parroquial de la parroquia “JESÚS AMIGO”. (Decreto Nº 480N/12) 18-jul-12

25. Se nombra al Presbítero Fabio FAROM DE REZENDE Formador del Seminario Misionero Redemptoris Mater (Decreto Nº 479N/12) 18-jul-12

26. Se nombra al Presbítero Víctor Manuel HENAO LÓPEZ ocd, de la Orden de Carmelitas Descal-zos, vicario parroquial de la parroquia “EL SE-ÑOR DE LAS MISERICORDIAS” (Decreto Nº 478N/12) 16-jul-12

27. Se nombra al Presbítero Jairo Alonso MOLINA ARANGO asistente de administración de la Vi-caría Episcopal de Pastoral Educativa y de la Cultura de la Arquidiócesis de Medellín. (Decreto Nº 477N/12) 9-jul-12

28. Se nombra al Presbítero Antonio José GUTIÉ-RREZ MONTOYA C.C. 17.118.113, de la Arqui-diócesis de Medellín, Capellán de la Clínica de las Vegas. (Decreto Nº 476N/12) 9-jul-12

29. Se nombra al Diácono José Efraín CAICEDO NEIRA para ejercer su sagrado orden en la casa de convivencias del Seminario Redemptoris Ma-ter. (Decreto Nº 475N/12) 9-jul-12

30. Se nombra al Diácono Jean Baptiste BADOU KUOABENAN para ejercer su sagrado orden en la parroquia “El Señor de la Divina Misericordia”; al Diácono N’Guessan (Alexis) Kouadio para ejercer su sagrado orden en la parroquia “San Pío de Pietrelcina”; al Diácono Jorge Adalberto Guapucal Tulcán para ejercer su sagrado orden en la parroquia “San Luis María Grignon de Mon-fort”; al Diácono Edilber David Iguarán Pinto para ejercer su sagrado orden en la parroquia “San Lorenzo de los Caunces” (Decreto Nº 474N/12) 9-jul-12

31. Se nombra al Presbítero Juan Camilo PUERTA, de la Arquidiócesis de Medellín, párroco de la parroquia “SAN BERNABÉ APÓSTOL” (Decreto Nº 473N/12) 6-jul-12

32. Se nombra como Rector del “Colegio de María”, al Presbítero Jairo Alberto CARDONA ÁLVA-REZ (Decreto Nº 472N/12) 6-jul-12

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33. Se nombra al Presbítero Carlos Arturo CARVA-JAL CASTAÑO, párroco de la parroquia “JE-SÚS MISERICORDIOSO” en el municipio de Bello. (Decreto Nº 471N/12) 6-jul-12

34. Se nombra al Presbítero Jairo Alberto CARDO-NA ÁLVAREZ, párroco de la parroquia “SANTO DOMINGO SAVIO” (Decreto Nº 470N/12) 6-jul-12

35. Se nombra al Presbítero John Fredy VÁSQUEZ ZAPATA, párroco de la parroquia “SAN JOSÉ DE NAZARETH” (Decreto Nº 469N/12) 5-jul-12

36. Se nombra al Presbítero Juan Camilo CANO YE-PES, párroco de la parroquia “NUESTRA SEÑO-RA DE LA SABIDURÍA” (Decreto Nº 468N/12) 5-jul-12

37. Se nombra al Presbítero Leonardo PÉREZ ACE-VEDO, párroco de la parroquia “BEATA LAURA MONTOYA UPEGUI Y SANTA CATALINA DE SENA” (Decreto Nº 467N/12) 5-jul-12

38. Se nombra como Rector del Colegio Sagrado Corazón de María, al Presbítero Carlos Fernan-do VANEGAS BONETT (Decreto Nº 466N/12) 5-jul-12

39. Se nombra al Presbítero Carlos Fernando VA-NEGAS BONETT, párroco de la parroquia “LA PRECIOSA SANGRE” (Decreto Nº 465N/12) 5-jul-12

40. Se nombra como Rector del Convictorio Ecle-siástico de la Arquidiócesis de Medellín en Roma, al Presbítero Edwin Adolfo RUIZ SÁN-CHEZ (Decreto Nº 464N/12) 3-jul-12

41. Se nombra al Presbítero Jorge Enrique BENJU-MEA BETANCUR, párroco de la parroquia “SAN PABLO APÓSTOL” (Decreto Nº 463N/12) 3-jul-12

42. Se nombra al Presbítero Nicolás De Jesús QUINTERO PUERTA, párroco de la parroquia “SAN JUAN BOSCO” en el municipio de Bello. (Decreto Nº 462N/12) 3-jul-12

43. Se nombra al Presbítero Bernardo CORREA MONSALVE, Canónigo de la Iglesia Catedral Basílica Metropolitana de la Inmaculada Con-cepción (Decreto Nº 461N/12) 28-jun-12

44. Se nombra al Presbítero Carlos Antonio JARA-MILLO GUTIÉRREZ, párroco de la parroquia “SAN LUIS MARÍA GRIGNON DE MONFORT” (Decreto Nº 460N/12) 27-jun-12

45. Se nombra al Presbítero Pedro Justo BERRÍO BOLIVAR, párroco de la parroquia “EL SAGRA-DO CORAZÓN DE JESÚS” en el municipio de Envigado (Decreto Nº 459N/12) 27-jun-12

46. Se nombra al Diácono Diego León GONZÁLEZ GIRALDO para ejercer su sagrado orden en la parroquia “Nuestra Señora del Rosario”, de la vicaría episcopal del norte, zona pastoral Nº 8 (Norte), arciprestazgo San Andrés Apóstol (Bello – Centro) y en el Departamento de Comunicacio-nes de la Arquidiócesis de Medellín. Al Diácono Luis Carlos RUEDA ARANGO para ejercer su sagrado orden en la parroquia “Nuestra Señora de Chiquinquirá”, de la vicaría episcopal del oc-cidente, zona pastoral Nº 4 (Centro – Occiden-tal), arciprestazgo San Simón Apóstol (Comuna 12 – La América) y en el equipo de la Misión Continental de la Arquidiócesis de Medellín. Al Diácono James Orley GÓMEZ CARDONA para ejercer su sagrado orden en la parroquia “San Blas”, de la vicaría episcopal del oriente, zona pastoral Nº 1 (Nor – Oriental), arciprestazgo San Pedro Apóstol (Comuna 3 – Manrique). (Decreto Nº 458N/12) 22-jun-12

47. Se nombra a los Diáconos Juan Ricardo GON-ZÁLEZ LOPERA y Nelson Dario GIL MAZO, para prestar sus servicios ministeriales como monitores del año propedéutico del Seminario Conciliar. (Decreto Nº 457N/12) 22-jun-12

48. Se nombra como Rector y Representante Legal del colegio “Colegio San Lucas”, al Presbíte-ro Luis Gabriel BOTERO ISAZA, con todas las atribuciones inherentes a su cargo. (Decreto Nº 456N/12) 21-jun-12

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49. Se nombra a los Diáconos Diego Alejandro DIAZ URIBE y Diego Alejandro GUTIÉRREZ VÁS-QUEZ, para prestar sus servicios ministeriales en la Pastoral Vocacional de la Arquidiócesis de Medellín (Decreto Nº 442N/12) 05-jun-12

DECRETO Nº 68G/12

RICARDO TOBÓN RESTREPOPOR GRACIA DE DIOS Y VOLUNTAD DE LA

SEDE APOSTÓLICAARZOBISPO DE MEDELLÍN

CONSIDERANDO

Que en la Arquidiócesis de Medellín existe, como una estructura estable, la organización de Arciprestazgos, los cuales buscan facilitar la cura pastoral mediante una actividad común, y cumplen un importante servi-cio para la administración, la integración de la comuni-dad eclesial y el acompañamiento del clero (Cf. Can. 374 §2 CIC).

Que falta un medio adecuado para que el significati-vo número de clérigos que se dedican a la educación puedan integrarse y ayudarse entre ellos, compartir sus responsabilidades y logros, y vincularse más di-rectamente a la realidad pastoral de la Arquidiócesis.

Que compete al Arzobispo la erección de Arciprestaz-gos y el nombramiento de los respectivos Arciprestes, después de oír el parecer de los clérigos (Cf. Can. 553 §2 CIC).

Que esta necesidad ha aparecido en el Consejo Pres-biteral y en varios encuentros con los clérigos dedi-cados al ministerio de educación en la Arquidiócesis.

DECRETA

ARTÍCULO PRIMERO:Se crea un nuevo Arciprestazgo en la Arquidiócesis de Medellín, que llevará el nombre de “Arciprestazgo San Juan de Ávila”, conformado por los clérigos dedicados exclusivamente al área educativa.

ARTÍCULO SEGUNDO:Se invita a los miembros de este Arciprestazgo a se-guir las virtudes cristianas y el ardor apostólico para la evangelización del “Maestro de Ávila”.

ARTÍCULO TERCERO:Se nombra como Arcipreste de este nuevo Arcipres-tazgo, al Presbítero Carlos Mario GONZÁLEZ GON-ZÁLEZ, a partir de la fecha de expedición del presente Decreto y hasta finalizar el período para el cual fueron nombrados los actuales Arciprestes; con las funciones que las Normas Canónicas y el Ordinario le confieran.

COMUNÍQUESE Y CÚMPLASE

Dado en la Ciudad de Medellín, a los diez días del mes de mayo del año dos mil doce, memoria de San Juan de Ávila.

+ RICARDO TOBÓN RESTREPO Arzobispo de Medellín

Pbro. ÓSCAR AUGUSTO ÁLVAREZ ZEA Canciller Arquidiocesano

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ARZOBISPO DE MEDELLÍN. FRANQUICIA POSTAL. DECRETO No. 27-58 1955

REVISTA EL INFORMADOR CARATULA EDICIÓN 196. CIAN MAGENTA AMARILLO NEGRO. CUATRO COLORES. 22-08-2012.