el infierno musical

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EL INFIERNO MUSICAL - Escrito por Juan Esteban Ramírez Gil - Los habitantes del purgatorio también tienen escalas y notas. Invisibles conductos de comunicación, de armonías llenas de almas que recorren la ciudad olvidada detrás de nuestra cotidianidad, tolerando una congestión infinita de almas que llegan todos los días. Sus gemidos pueden oírse en lugares donde estos caminos se cruzan, a través de grietas ocasionadas por la maldad humana. Estos caminos rotos permiten observar los últimos segundos de maldad de cada alma, como aquellas escenas que deberían estar escondidas en el inconsciente pero llegan con total claridad. Afortunadamente la música controla este caos pues estos caminos son limitados a la percepción humana, cercados con puentes y vallas, con peajes e intersecciones a la razón. En estas intersecciones en las que las multitudes de muertos se mezclan y cruzan es donde esta autopista prohibida tiene más posibilidades de desbordarse y penetrar en nuestro mundo. El tráfico es denso en los cruces de caminos y las voces de los muertos están en su momento más estridente, pero somos sordos, así como con nuestras limitaciones al espectro visible de la luz nos vuelve ciegos a estos fenómenos, y nuestras limitaciones del idioma nos hacen mudos al carecer de símbolos que expresen lo aun no nombrado. Para alimentar su inventiva, escucho cuanto disco encontró en su camino a las grandes bibliotecas en busca de rarezas en préstamo, y pasajes comerciales subterráneos en busca de música que se adoptaran a las descripciones de onda del sonido que hacía, pero tanto los vendedores como los curiosos no entendían; las bodegas de los coleccionistas terminaban entonces siendo abiertas para solucionar sus dudas que parecieran ser de importancia trascendental al no poder ser entendidas, pero transmitidas con pasión, en busca de las soluciones a lo desconocido en martirio. Una vieja canción, despojada del culto al que algún día fue centro. Estaba rondando por su mente hacía una década o más, pero cada vez que sonaba era un nuevo descubrimiento. En su infancia, sus amigos se marcharon agradecidos con la vida a corta edad. Entre ellos se construían lo que sería su mayor herencia, unas partituras que hacía tiempo guardaba, la construcción de una música para comunicarse con las autopistas donde transitan las almas que se resignan al dolor de estar en la tierra recordando sus penas. 1 2

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Page 1: El infierno musical

EL INFIERNO MUSICAL - Escrito por Juan Esteban Ramírez Gil -

Los habitantes del purgatorio también tienen escalas y notas.

Invisibles conductos de comunicación, de armonías llenas de almas

que recorren la ciudad olvidada detrás de nuestra cotidianidad,

tolerando una congestión infinita de almas que llegan todos los días.

Sus gemidos pueden oírse en lugares donde estos caminos se

cruzan, a través de grietas ocasionadas por la maldad humana.

Estos caminos rotos permiten observar los últimos segundos de

maldad de cada alma, como aquellas escenas que deberían estar

escondidas en el inconsciente pero llegan con total claridad.

Afortunadamente la música controla este caos pues estos caminos

son limitados a la percepción humana, cercados con puentes y

vallas, con peajes e intersecciones a la razón.

En estas intersecciones en las que las multitudes de muertos se

mezclan y cruzan es donde esta autopista prohibida tiene más

posibilidades de desbordarse y penetrar en nuestro mundo. El

tráfico es denso en los cruces de caminos y las voces de los

muertos están en su momento más estridente, pero somos sordos,

así como con nuestras limitaciones al espectro visible de la luz nos

vuelve ciegos a estos fenómenos, y nuestras limitaciones del idioma

nos hacen mudos al carecer de símbolos que expresen lo aun no

nombrado.

Para alimentar su inventiva, escucho cuanto disco encontró en su

camino a las grandes bibliotecas en busca de rarezas en préstamo,

y pasajes comerciales subterráneos en busca de música que se

adoptaran a las descripciones de onda del sonido que hacía, pero

tanto los vendedores como los curiosos no entendían; las bodegas

de los coleccionistas terminaban entonces siendo abiertas para

solucionar sus dudas que parecieran ser de importancia

trascendental al no poder ser entendidas, pero transmitidas con

pasión, en busca de las soluciones a lo desconocido en martirio.

Una vieja canción, despojada del culto al que algún día fue centro.

Estaba rondando por su mente hacía una década o más, pero cada

vez que sonaba era un nuevo descubrimiento. En su infancia, sus

amigos se marcharon agradecidos con la vida a corta edad. Entre

ellos se construían lo que sería su mayor herencia, unas partituras

que hacía tiempo guardaba, la construcción de una música para

comunicarse con las autopistas donde transitan las almas que se

resignan al dolor de estar en la tierra recordando sus penas.

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Page 2: El infierno musical

La canción que lo desataba todo era “Epitaph” de King Crimson, la

número trece de la lista de reproducción en su radio mp3, una

simple canción con fachadas de subjetividad y falso estilo ecléctico,

no tenía mucha calidad pero efectivamente, emitía esa frecuencia

de onda particular que movía todo.

La número trece era una canción buena, pero ya no podía poseerla

en la memoria como aquella primera vez, sonando en un LP que

imposibilitaba escucharlo mucho tiempo sin volverse loco y

olvidarse de la realidad.

Mientras la música salía de sus audífonos emitiendo estas

intersecciones, las barreras que separan una realidad de la otra se

desgastan con el paso de innumerables acordes que convierten al

individuo en legión.

En algún momento de su historia, un acto horrible se había

cometido con aquella canción. Nadie sabía por qué. Pero el

ambiente depresivo de su habitación, especialmente en el piso

inferior, resultaba transformar la realidad y abrir una intersección en

la autopista misma, donde esta canción hacia ecos. Había una

nostalgia y un pacto de sangre en la melodía del número trece, un

tono que convivía en las orejas y retumbaba en los tímpanos.

Las hormigas, las lagartijas, hasta las moscas desaparecían cuando

esto sucedía. Ninguna tórtola se quedaba en los arboles cercanos y

cualquier intento de vida sobre los cables de luz era confundido con

zapatos que colgaban por el barrio.

Existían vínculos entre estas partituras y los eventos extraños que

desencadenaron la muerte de cada uno, pruebas que respaldaban

esa creencia en el poder sobre la psiquis de aquellas notas

tomadas de la canción número trece.

Un ejemplo era la muerte de su vecino; se había ahorcado —o,

como creían los “creyentes”, había sido ahorcado— con una correa

mientras se encontraba acostado con sus audífonos. Sus ojos

desorbitados, rojos, con las venas reventadas, toda esta explosión

de miedo amerito que fuera sepultado con la debida extravagancia,

oraciones y ritos propios del caso de un alma condenada.

Sin importar que fuera lo que se originaba los efectos en el

ambiente, a través de la música se había abierto un portal, así como

el cuchillo quirúrgico corta el cordón umbilical; y a través de aquel

corte, de aquella herida en el mundo, los muertos se asomaban y

pedían la palabra, se llevaban la vida.

Tener acceso a todos los fragmentos de las partituras fue más una

perdida que una ganancia, la cual tardo cuatro años, que se

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Page 3: El infierno musical

llevaron la mejor parte de su niñez entre velorios y muertes.

Los edificios cercanos estaban todos llenos de fantasmas

conocidos, y albergaban todas numerosas voces conformadas a

estar quietas y no tomar las autopistas. Quiso robarlas en un inicio,

pero al entrar a aquellos edificios donde vivían sus amigos, sentía el

fuego consumiéndolos, por lo que desplazarse por sus habitaciones

conformaba una agonía que no podía a tolerar.

Finalmente para iniciar su desafío, escogió la guitarra de su último

amigo para comenzar a practicar las partituras, originando a su vez

la construcción de la nueva partitura.

En la actualidad los audífonos no funcionarían pues generaban el

estruendo de ese tráfico que nunca cesaba de manera muy cerrada,

y necesitaba un espacio amplio para poder abrir la intersección de

las autopistas de los fantasmas.

Agrietaba la lucidez del lenguaje y deformaba los diálogos al escribir

las partituras, al tararear sus posibles, sacudía los marcos llenos de

fotos en el rincón más alejado de los recuerdos buscando imágenes

que evocaran lo que buscaba.

Pero no era la nostalgia lo que atraía, pero en mayor medida

alejaba sus dedos de la canción número trece. No era la escasez de

música ni el poco espacio para guardarla, ni el efecto autista de

escuchar con audífonos mientras se camina, que había provocado

varios vacios en la máscara socializadora que iba desde el saludo

hasta la despedida; era el miedo que se sentía.

Todo lo relacionado con esta meta afecto su vida normal. Sus

relaciones eran mucho más pobres, sus limitaciones más

complejas, la lógica más elaborada que la de ningún otro critico le

imposibilitaba valorar el mundo y disfrutar de sus errores.

En su habitación no había puertas, solo un pasillo claustrofóbico

que se suponía era un lazo familiar que unía las demás

habitaciones, también sin puertas.

Contemplaba su descomposición social con gran felicidad de poder

intentar terminar una etapa que desde sus primeros años de duelo

no había podido superar, terminar la partitura. Resulta innecesario

decir que en todas partes se lo tomó por loco. Otros conocidos que

había tenido durante años se negaron a relacionarse con él; perdió

varios de sus empleos cuando sus jefes se horrorizaron al leer los

informes de su demencia.

No le importó. Su plan no podía fallar.

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Page 4: El infierno musical

Las partituras acabadas tenían un cierto aire similar a la canción

número trece, pero también contenían elementos que ninguna

mente habría imaginado, o al menos, nadie se había atrevido a

consignarlos sobre el papel. El sonido iba más allá del espectro de

onda captado por los humanos, lo que le daba un toque aun más

complejo de entender para quien quisiera intentar tocarlas.

Los fantasmas serian invocados y las soluciones dadas, aunque

sólo fuera por la curiosidad de ver nuevamente los rostros de

quienes pertenecía aquella música misteriosa.

De modo que solo, con su partitura en mano, se dedicó a tocarla en

intervalos más largos o más cortos y esperar en cada variación a

que algo sucediera. No tuvo que esperar demasiado. No había

pasado más de un minuto de haber iniciado a tocar, cuando

escucho ruidos desde las profundidades.

Lleno de curiosidad, siguió atento para identificar la fuente, pero

solo identifico sonidos diferentes en el ruido del día. Regreso a su

partitura y espero de nuevo. Volvió a oír ruidos; volvió a

concentrarse para encontrar su fuente, y nuevamente perdió su

tiempo en ruidos de los carros y la gente.

Pero las anormalidades continuaron. No pasaban más de cinco

minutos sin que oyeran ruidos de voces agresoras. Sabía que los

fantasmas estaban otra vez allí, no le cabía duda, pero trataba en

todo caso de evitar las sombras para no cometer algún error de

tropezar con un desconocido con malas intenciones.

Se dedicó a seguir tocando en intervalos cortos. Al fin y al cabo, era

su descubrimiento un traje de vanidades que nunca había tenido

para disfrutar. Debía participar en su propia obra.

Este era un reto de desgaste, persiguiendo lo desconocido sin tener

certeza absoluta de que existe. Se decía que debía tener paciencia.

El fantasma había acudido, ¿o no? ¿Acaso en el papel no había

dibujado ya su nombre y pintado su rostro con sangre?

¿Y sus garabatos de animales? Tarde o temprano el fantasma que

no lo dejaba vivir desde que escucho la canción número trece

revelaría su rostro y le escupiría a la cara.

Los sonidos de las cuerdas se perdían por el desierto pasillo sin

obtener respuesta, hasta que los dedos se le ampollaron de tanto

tocar su guitarra. En ese momento, siguió con su experimento de

forma silenciosa, esperando sorprender al fantasma que buscaba,

pero su imagen siempre huía de la memoria antes de que lograra

acercarse lo bastante como para verle. En los días solitarios de

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Page 5: El infierno musical

encierro siguientes, se aburrió de jugar al escondite y comenzó a

exigirle a los fantasmas que se manifestaran.

Aquellos días mientras escuchaba aquel disco, parecía haber

convocado a los muertos y, a petición suya, ellos le habían

permitido producir abundantes muestras de su visita, escritos de

manos de diferentes épocas sobre cuadernos amarillos.

Escribían los espíritus usándolo como puente, según parecía,

dejando escrito lo primero que se les venía a la cabeza. Sus

nombres, por supuesto, y fechas de nacimiento y defunción. Frases

emotivas y deseos para sus familiares vivos, extrañas palabras

cripticas que insinuaban el dolor padecido y lamentos de lo perdido,

en un lenguaje extrañamente familiar, ya visto en sus sueños.

Era una diversidad de garabatos que crecía día tras día, como si

entre estos fantasmas perdidos se promocionara el salir de su

silencio para usar el puente en aquella habitación desolada cada

que la canción número trece sonaba y silenciaba los ecos.

Se derrumbó en la esquina de la habitación y observó en el techo

nuevamente como las llamas se propagaban a través de un agujero

diminuto. Se sentía encerrado, atrapado en aquel maldito cuadrado,

pero a pesar de ello sonrió para sí, aquella sonrisa triste de haber

descubierto lo que deseaba y no tener ahora metas.

El mundo de los muertos se estaba abriendo ante sus ojos que se

llenaban de éxtasis, pero una confusión de sentidos estimulaba el

miedo. De repente, era capaz de reconocer el mundo como un

sistema, no de políticas o religiones, sino como un sistema que se

extendía desde sus huesos hasta la madera del lápiz y el metal del

sacapuntas. Y más allá. Más allá de la madera, del metal.

Se abrió un agujero que llevaba a la autopista.

En su cabeza oía voces que no provenían de las bocas de los vivos.

Se encorvo para mirarse los pies y saber si era un sueño, trato de

mirar hacia arriba, movió su cabeza hacia atrás rápidamente y

revisó cuidadosamente el techo.

Estaba lleno de llamas, pero sentía un frío en los huesos.

Sin embargo, parecía estar sonriendo, lleno de vida, lucido.

Después de toda una vida a su lado, su madre estaba

acostumbrada a los escándalos y ruidos extraños de su habitación,

los cuales ya ignoraba de manera natural.

Casi resultaba incómodo defender su cordura cuando el mismo

decía tener la certeza de ver en un futuro que los fantasmas se

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Page 6: El infierno musical

manifestarían a su favor. Ahora, enfrentada a un exilio y olvido,

ignora la escena ya familiar para ella y sale a la calle a tomar tinto

con la vecina, enfadada y confusa a la vez.

Los ruidos cesaron. Veía intermitentemente los rostros etéreos de

los muertos en frente, quienes miraban al suelo por no tener carne

que sujetara firmemente sus huesos para mirar al frente.

Podía ver la profundidad de su sufrimiento y simpatizar con sus

ansias de ser escuchados, más la misma música era impedimento

para oír claramente los mensajes, y en caso de dejar de tocarla ya

no podría verlos. Solo se podría esperar que alguno de estos lo

usara como puente para expresar algo, y contar con la suerte de

volver luego del trance con vida para intentarlo de nuevo, cada vez

con menos energía para resistir.

Pensó mientras tocaba de nuevo, con un nudo en el estómago, en

cómo todo acabaría al desatar el infierno musical.

Supo con certeza que las autopistas que se cruzaban esta música

especial no eran unas carreteras cualesquiera.

No estaba observando el tráfico feliz y despreocupado de los

muertos normales. No, aquella melodía se convertía en la ruta por

la que solo transitaban las víctimas y los autores de la violencia en

sus muertes. Le eran familiares los rostros de los hombres, mujeres

y niños que habían muerto tras sufrir el dolor que no se puede

imaginar para uno mismo, con las cuencas de los ojos marcadas

por las circunstancias de sus muertes.

Expresivos más allá de las palabras, sus ojos hablaban de agonía,

sus cuerpos fantasmales todavía mostraban las heridas que los

habían asesinado. También podía ver, mezclados libremente entre

los inocentes, a sus asesinos y torturadores. Aquellos monstruos,

carniceros enloquecidos de mentes podridas, se asomaban al

mundo: criaturas incomparables, incalificables, milagros prohibidos

de nuestra especie que charlaban y aullaban sus barboteos sin

sentido.

En aquel momento, al darse cuenta de que las voces que

escuchaba no eran voces de la televisión, los lamentos no eran de

vecinos ni conocidos.

De repente, era consciente de que había vivido en un diminuto

rincón del mundo y de que el resto de aquel portal a otra dimensión

presionaba su espalda como un peso muerto.

En ese momento estaba accediendo al mundo de los muertos como

siempre había deseado, pero no era un beneficio que uniera sus

sentidos, era un pánico creciente que no lo dejaba pensar.

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Page 7: El infierno musical

Bajo las limitaciones, su miedo era total. La mirada de horror era

cegadora y su garganta se carraspeaba las mismas palabras como

una letanía simulando ser una oración.

Volvió a mirar las partituras, que parecían reescribirse después de

cada intento. Escrita en aquella inmóvil letra grotesca, las corcheas

como garabatos, y los ojos muy abiertos para diferenciarlas, pues

todas las notas contaban con aquel mismo tormento de parecerse.

Lo que antes era tinta negra comenzó a tornarse rojizo, y como si

fuera una pesadilla, el papel sangraba profusamente de las notas

escritas como si fueran cicatrices. Sería mucho más que una simple

página, sería un libro escrito con sangre.

Aquellos fantasmas habían desesperado en la autopista durante

años de aflicción, con las mismas heridas con las que murieran y

las mismas locuras con las que matarían si pudieran escapar.

Habían aguantado la frivolidad y la insolencia del chico, sus

idioteces, las invenciones que habían convertido en un juego todos

sus sufrimientos.

Se puso de pie y notó que sus cosas flotaban en el aire y se

arremolinaban encima de su cabeza, moviéndose con naturalidad

como si tuvieran vida. La realidad nadaba en un liquido invisible,

casi no quedaba nada que no se resistiera al a flotar por los aires.

Las tablas de la cama hacían ruidos tratando de salir debajo del

colchón, por debajo de ellas, una oscuridad latente respiraba y

acechaba. Miró por debajo sin dejar de sentirse observado, en todo

momento con un letargo muy difícil de combatir ante lo asombroso

de la escena.

Estaba claro que las presencias no querían volver al olvido, querían

permanecer allí en esa intersección de autopistas de fantasmas.

Quizá, pensó, puede que hasta me teman un poco. La idea le dio

fuerzas; ¿por qué iban a intentar intimidarlo solo por estar tocando

música, por haber logrado abrir aquel agujero en el mundo,

resultaba ahora una amenaza para ellos? La mano ampollada de

tanto tocar estaba también llena de sangre, tras ella, la realidad de

la música había sucumbido completamente al clamoroso caos de la

autopista que se abría con las imperceptibles notas musicales que

inundaban el aire y lo transformaban. Era mejor estar preparado

para lo peor y aprender a soportarlo antes de perder el aliento.

Estaba concentrado para no caer en dicho agujero, miraba la forma

en que sus pies trataban de dejar el suelo firme y flotar, aunque el

control sobre su cuerpo no podría compensarlo ya.

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Page 8: El infierno musical

El fuego que se movía por el techo se volvió azul, dejando

presenciar dos caminos anchos y populosos, los muertos se

empujaban por todas partes para lograr llegar a la intersección de

caminos. Con la mirada trató de abrirse paso entre ellos, buscando

un rostro en particular como si estuviera en medio de una multitud

de personas vivas, mientras sus caras boquiabiertas e idiotas

devolvían la mirada, despertando en ellos una ira dormida.

El suelo había desaparecido. Ahora no pesaba nada; mientras

flotaba de manera errante, se limitaba cruzar los dedos y

entrecerrar los ojos, a moverse buscando algo que perteneciera a la

realidad y le sirviera de escalera para bajar.

Al verse desesperado, un grito surgió de la multitud.

No sabía si esa voz se reía de su torpeza o si gritaban una

advertencia al ver que había llegado tan lejos. Los muertos ya no

tenían ojos, ni siquiera nariz, pero aun tenían oídos que sentían el

mundo a través de sus notas. Estaban perdidos en la autopista, su

maldad condenada, sus rutas marcadas por las frecuencias de

sonidos que emitían las intersecciones.

El paisaje de la autopista se extendía hasta el horizonte. La visión lo

dejo paralizado al instante. Su mente se debilitaba tratando de

aceptar el panorama interminable, no podía controlar la sobrecarga

que corría por cada uno de sus nervios. Un escalofrió modifico el

orden de su sistema; le temblaron las piernas y se derrumbó como

si su cuerpo pesara toneladas.

Todo estaba consumado. Las notas habían sido tocadas y los

fantasmas, mortalmente hartos de tantas falsificaciones y burlas a la

música original que los liberaba, gritaban exigiendo saber el nombre

del responsable, del egoísta sin la compasión ni la sabiduría para

comprender su atrevimiento de abrir la puerta a los fantasmas. Era

el culpable de haber abierto esta fisura, y sin querer había mirado y

juzgado a sus habitantes, había abierto la barrera que los mantenía

seguros entre sus miserias.

Sus interminables pensamientos sobre los muertos que no

encontraba, su frustración, su ardor y el miedo ante aquel peligro

parecían alimentar más la fisura, haciéndola más grande.

Envuelto en una agonía de sentimientos que se había negado a sí

mismo, intentando creer que solo encontraría el fantasma que

buscaba y podría ser su intermediario, el inocente portador de los

mensajes. Pronto encontraría su rostro… detendría la mirada sobre

su cuerpo, con la voz cercana a las lágrimas por la patética emoción

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de encontrar otra serie más de nombres y tonterías garabateados,

pero esta vez de alguien que necesitaba ser escuchado.

Sus ojos volvieron a enfocar a lo lejos otros rostros, buscando una

mirada elocuente, compartida tanto por el mundo de los muertos

como por el de los vivos, pasó entre ellos.

Y los muertos, temerosos de aquella mirada, volvieron la cabeza.

Las caras se apretaron como si la piel se estirara sobre el hueso, la

carne se oscureció hasta marchitarse y las voces se tornaron

melancólicas ante la perspectiva de la derrota. Estiro el brazo para

tratar de tocarlos, libre por fin de su parálisis inicial. Tenía el resto

de su tiempo contado por delante, y toda la melodía de la partitura,

resonaba ahora en su cabeza. Sólo oía las notas y veía la partitura

en su cabeza: los ecos, los gritos de dolor, los aullidos de rabia, los

silencios mortales. Todo se había combinado con aquella música de

una forma que ningún argumento racional podría justificar. Donde el

latido de su corazón era la ley, y el susurro de su sangre, la música.

Y entonces apareció: era el rostro de su vecino. Pálido como una

ostia de sacristía, con los rasgos juveniles demacrados, hinchados y

llenos de venas, una sonrisa franca como la de un niño pero un

gesto bizarro, mordiéndose el labio inferior con rabia. Tenía la

mandíbula llena de sangre y las encías casi negras. Pero no por ello

dejaba de ser un fantasma. Un fantasma inofensivo y patético. El

cuchillo en sus manos era lo único que no se correspondía con la

escena, daba a entender una fuerza superior para poder mover

objetos reales.

Aclarando cualquier duda, el fantasma realizó movimientos de

carnicero con el arma, la luz se reflejó en ella, y sus gritos se

intensificaron ante tanta diversión. La garganta del fantasma emitió

un sonido ensordecedor, y el cuchillo, flotando entre los aires, se

meció sobre su cabeza. En ese preciso instante la música que

parecía alegre se convirtió en un réquiem anticipado.

Una cobija en la habitación era la única barrera contra los

fantasmas. Pretendía esconderse y permanecer inmóvil sin ser

visto, pero no fue lo suficientemente elegante y su respiración lo

delato.

Los fantasmas reían contemplando tanta diversión. Tenían un

entretenimiento para toda la eternidad, un lienzo en blanco.

Del cuchillo se esperaba una faena imperdible, pues haría cortes

transversales y longitudinales, podría cortar en rodajas y amputar, y

además podía mantener vivo a aquel hombre si cortaba con astucia

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Page 10: El infierno musical

evitando las arterias principales; un juguete vivo durante un buen

rato.

El cuchillo corto el aire cerca de su oreja, destrozándole parte de su

hombro en un intento fallido por atinarle en la oscuridad. El filo

seguía destrozándole el hueso y abriéndole la piel del brazo al

hacer más profundo el corte que por poco no le alcanzó sus arterias

principales. Su grito podría haberse oído por toda la cuadra, pero

ese líquido invisible en el que flotaba no conducía onda alguna, solo

las notas de aquella partitura. Nadie podía escuchar su voz de

auxilio y quitarle los fantasmas de encima.

Al final comprendió, al encontrarse con la mirada ausente de los

fantasmas en un ambiente ensangrentado, que había algo peor en

el mundo que el terror. Peor que la propia muerte.

Era el sufrimiento sin esperanza de salvación. Era la vida que se

negaba a acabar mucho después de que el cerebro le hubiera

pedido al cuerpo que dejara de existir. Y lo peor de todo: había

sueños que se hacían realidad.

El cuchillo, ansioso de acabar la faena, le estaba cortando el

hombro como si fuera plastilina. La fibrosa textura del musculo, el

hueso y los tendones estaban a la vista en profundos cortes.

A cada corte, el fantasma tiraba del cuchillo para deslizarlo

nuevamente, sacudiendo el cuerpo como una marioneta.

Todo termino al cesar la música, tiempo suficiente eran siete

minutos y treinta segundos para eliminar las miserias humanas.

Pasaron los días de vacaciones y al regreso de su familia, el olor

que emanaba la casa obligo a la policía a forzar su cerradura para

verificar lo que había en el interior.

Encontraron un cuerpo lleno de cicatrices que formaban letras,

acariciando los relieves de las cicatrices con la punta de los dedos

se tenía la sensación de estar leyendo braille.

Había diminutas palabras en cada milímetro, escritas con cortes

precisos en una multitud de ángulos y profundidades diferentes.

Incluso a través de la sangre seca, se podría identificar la

complicada forma en que las palabras cercanas a sus arterias lo

habían desangrado hasta dejarlo tirado en el suelo como un papel.

Era una prueba que no dejaba lugar a dudas la existencia de sus

pesadillas en la realidad, algo que hubiera nunca haber encontrado

hasta que fue demasiado tarde. Allí estaba: la revelación de la vida

después de la muerte, escrita en la misma carne.

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El cadáver seria estudiado, eso estaba claro. La sangre ya

empezaba a secarse y se encajaba en las ranuras de las heridas

que no mostraban signos de descomposición alguna.

Había un daño físico irreparable en el interior, pero su piel

permanecía rojiza y con apariencia saludable. Desde aquel

momento y en el mejor de los casos, sería objeto de curiosidad; en

el peor, de repugnancia y horror que después de un tiempo, cuando

las palabras de su cuerpo se convirtieran en costras y cicatrices, y

el tabú hacia la muerte fuera erradicado, alguien leería e informaría

de todas, de cada sílaba que brillaba y rezumaba bajo la carne,

para que el mundo conociera las historias que contaban los

muertos.

Toda esta rareza mantendría distraídos a los investigadores y

protegería sus partituras del interés de otra víctima que la

aprendería, con el tiempo, permitiendo que nuevamente las

intersecciones se abran y los fantasmas se apoderen de otro lienzo

de carne. Él era ahora un Libro escrito con sangre, y la música su

único traductor. Era un hechizo a la espera de alguien que lo leyera,

y aprendiera a tocar sus partituras para devolverlo a la vida para

escribir en otro lienzo sus nuevas notas.

Conforme la gente olvidara aquella partitura de la oscuridad y

abriera el destello de la vida hacia diferentes caminos, pocos

tendrán que escucharla y morir de esta forma.

________________

+ Anexo: Ilustración de la caratula del álbum de King Crimson encontrado

en aquella habitación donde la canción “Epitaph” sonó por primera vez,

para instalarse en mi memoria que ahora la evoca.

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