el individuo en el sistema (stierlin helm) cap 7
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Helm Stein. El individuo en el sistema. Herder. Barcelona. 1997.
7
LA INDIVIDUACION CONEXA
INDUVIDUO Y SOCIEDAD
Para encontrar respuestas a las preguntas antes
planteadas, volvamos otra vez a la tendencia a la
individualización que caracteriza la modernidad y aún
más la posmodernidad. Esta tendencia se manifiesta en la
creciente individualización de los mundos de la
experiencia, de los campos profesionales, de las formas
de relación y también de las orientaciones y ofertas
psicoterapéuticas.
Esta individualización requiere estructuras sociales
-o, para volver a hablar con Hegel, leyes e instituciones-,
que la hacen posible y la exigen. Por un lado, podemos
hablar de una coevolución de los procesos de
individualización y, por otro, de las estructuras sociales
que la posibilitan y exigen.
La época del Renacimiento -muchos autores la
consideran como el comienzo de la modernidad- se nos
muestra también como una época en la que se acelera esta
coevolución. En este fenómeno entraron en juego
numerosos procesos vinculados entre ellos que se
empujaron recíprocamente: mejoraron, por ejemplo, los
medios y vías de transporte, se decubrieron nuevos
continentes, inventos como la imprenta fomentaron la
comunicación y estimularon nuevos hallazgos, culturas
hasta entonces aisladas se acercaron entre ellas y
provocaron la comprensión mutua (o el rechazo). En
muchas partes se fomentaron y protegieron social y
legalmente las esferas privadas, y se abrieron las puertas
a los procesos de democratización.
El Renacimiento se muestra también como la época
en la que, en medida creciente, en el centro de las
descripciones se sitúa al individuo (o yo-mismo) como
instancia creadora y a la vez destructora, dotada de
voluntad, capaz de sufrir y de rivalizar, pero también
desgarrada por conflictos sobre los que reflexiona. Los
constructores de las catedrales ya no permanecieron en el
anonimato. En las esculturas y pinturas aparecieron
personalidades más diferenciadas o, si se quiere, más
individualizadas. Los escritores reconocieron la autoría
de sus escritos, aunque éstos criticaban las normas y
opiniones predominantes. En las obras de teatro de
Shakespeare, redactadas al principio de la Edad Moderna,
encontrarnos a individuos que no sólo expresan los
conflictos en sus vivencias, sino que también, como por
ejemplo Hamlet, reflexionan de manera diferenciada
sobre ellos. En resumen, los procesos que actualmente
denominamos a menudo individuación se aceleraron e
intensificaron en esa época.
INDIVIDUALIZACION E INDIVIDUACION
Los conceptos de individualización e individuación
remiten ambos al término latino «individuum», y con ello
a la unidad y unicidad de un ser singular que es
consciente de su unicidad, que emprende algo que luego
configura y experimenta.
Cuando hablamos de individuación, pensamos sobre
todo en un desarrollo que el individuo ha atravesado. Este
desarrollo también se puede describir como desarrollo del
yo-mismo o (como en C. G. Jung) como realización del
yo-mismo o yo-mismización. Si continuamos las
reflexiones del capítulo anterior, no se trata del desarrollo
de un solo yo-mismo, sino de diversos yo-mismos, o tal
vez más correctamente: de un yo-mismo que se puede
describir de distintas maneras mostrando cada vez
aspectos diferentes. En consecuencia, se podría describir
la relación entre individualización e individuación de la
siguiente manera: para que pueda avanzar la
individualización en el mundo cambiante de la
posmodernidad, es preciso (también) un determinado
modo de individuación. La llamo individuación conexa o
también coindividuación y de ésta me ocuparé en las
explicaciones que siguen.
Retomo aquí unas reflexiones que redacté por
primera vez hace veinticinco años.(1)Ya en aquel
momento la individuación se convirtió en un concepto
clave. Para distinguir la individuación humana de la de
otros seres vivientes, hablaba de una «individuación
sabida» o consciente (knowing individuation) y atribuía
una importancia especial al tiempo y la situación
relacional en las que ésta aparece por primera vez en la
vida de un individuo: la de la temprana relación entre
madre e hijo/hija, o entre los hijos y la pareja paterna La
definía como “dawn of knowing individuation” que se
podría traducir al castellano como «el despertar de la
individuación sabida». Hoy preferiría hablar del despertar
de la individuación conexa o coindividuación.
ASPECTOS DE LA INDIVIDUACIÓN CONEXA
,¿Cómo se podría reconocer que un individuo
realizó una individuación exitosa, es decir, una
individuación conexa? A la luz de mis explicaciones del
capítulo precedente, se puede contestar ahora de esta
manera:
1. Soy capaz de experimentaríne como alguien que
conserva su organización interior y el sentimiento o la
conciencia de una identidad e integridad invariables por
encima de todos los avatares del desarrollo.
2. Soy capaz de delimitarme como individuo frente
a otros individuos. Esto significa que experimento mis
necesidades, mis sentímientos, mis fantasías, mis ideas,
mis sueños, mis expectativas y mi cuerpo como
pertenecientes a mí y diferentes de las necesidades,
sentimientos, fantasías, ideas, sueños y cuerpos de otros,
especialmente de personas importantes para mí, como los
miembros de mi familia, mi pareja y mis amigos.
3. Me experimento como sujeto que es capaz de
establecer relaciones intersubjetivas con otras personas y
está dispuesto a ello, de modo que puede transmitir
significaciones a otros y asimilar las que otros le
transmiten.
4. En el marco de esta intersubjetividad me
experimento como alguien que sabe definir metas y
valores propios y que sabe defenderlas, si hace falta,
también contra otras personas importantes, considerando
que está en su derecho al hacerlo. Un adolescente, por
ejemplo, se individua cuando en vez de hacer suyos los
valores que orientan la vida, las metas profesionales y
delegaciones transmitidos por sus padres, crea y realiza
sus propios valores, por ejemplo en lo relativo a la
sexualidad, la relación de pareja y la elección de la
profesión.
5. Me experimento como centro de mis propias
iniciativas y autoría, como centro de fuerza viviente,
como autor de mi historia, sintiéndome en ello autónomo
y libre, pero también responsable de lo que pienso, hago,
comento y redacto. Esto incluye eventualmente también
la responsabilidad por los síntomas que muestro.
6. Asumo la contradicción entre mis tendencias y
necesidades, me expongo a mis conflictos interiores,
soporto la tensión de la ambivalencia o también de la
polivalencia.
7. Sigo siendo consciente de que mi individuación
se basa en múltiples dependencias y que incluso surge de
ellas. Para poder realizar mi individuación sigo
dependiendo, por ejemplo, de un cuerpo que funciona
bien, especialmente de un cerebro y sistema nervioso que
funcionan bien, de una alimentación adecuada, de aire
limpio, de un ecosistema no dañado y también de otras
personas y de condiciones sociales, económicas y de
derecho, tal como existen en un Estado democrático.
Entre otros, son los pacientes diagnosticados como
esquizofrénicos los que nos muestran de manera ejemplar
unas perturbaciones de la individuación que conciernen a
algunos o a todos los aspectos mencionados. Se muestran,
por ejemplo, o incapaces de o no dispuestos a
experimentar sus sentimientos impulsos, fantasías, etc.,
como propios, de modo que no los delimitan de los de
otros. Para ellos se mezcla lo que surge en su interior con
lo que viene desde fuera. Se experimentan como
vulnerados en su integridad, despersonalizados,
influenciados por voces y señales exteriores, e incluso
violentados o creen que alguien les sustrae sus
pensamientos y sentimientos. 0 bien se experimentan
como personas sin centro interior, en cierto modo como
seres sin identidad nuclear. El psiquiatra Ronald D. Laing
hablaba al respecto de eso de un yo-mismo dividido
(divided self).(2) También ocurre que fracasan en sus
esfuerzos por establecer una intersubjetividad o que
renuncian a ella. De cualquier manera parecen
desconectados del consenso social, y ante la mayoría que
marca las pautas se presentan como locos, como personas
con las que no puede establecerse ya una relación
empática y de diálogo.
A menudo también son incapaces de formular metas
y valores propios o renuncian a hacerlo y a defenderlos si
hace falta. Más bien se sienten como la cera moldeada
por otros o como una pelota tirada por otros. De este
modo también les falta -durante lapsos de tiempo largos o
siempre- la sensación de iniciar o efectuar algo por la
propia fuerza, de cambiar la propia conducta, y también
de poder y de tener que asumir la responsabilidad de lo
que han pensado, dicho, ,hecho o redactado.
Frecuentemente, no son capaces de asumir la
ambivalencia o no están dispuestos a hacerlo, en el
sentido de soportar la tensión de la lucha interior entre
dos almas. En lugar de ello se entregan a procesos de
escisión, es decir, que sólo asumen un lado, generalmente
el más agradable, de la ambivalencia. El otro lado
permanece disociado y/o lo proyectan sobre algún otro.
Este otro será entonces el receptáculo del ansia, de los
impulsos destructores, de las malas intenciones, cte., que
no pueden o no quieren percibir en sí mismos. También
sucede que se descarga la ambivalencia en el nivel de la
actuación, en cierto modo sin experimentarla, como lo
hacen, por ejemplo, ciertos pacientes diagnosticados
como catatónicos, que caminan constantemente de un
lado para otro, hacia delante y hacia atrás, sin poder
permanecer quietos en un lugar para volver a
concentrarse en sí mismos (se trata aquí de la agitación
catatónica), o que se muestran incapaces de dar
preferencia a uno u otro impulso para actuar o no
dispuestos a hacerlo, de modo que permanecen como
paralizados en su sitio (se trata aquí del estupor
catatánico).
Y, finalmente, muchos de estos pacientes no
parecen capaces de, o dispuestos a experimentar su
autonomía y de reconocer, no obstante, al mismo tiempo
su dependencia de su entomo humano o no humano o de
su cuerpo. Más bien se experimentan -o al menos se
presentan- como autárquicos e invulnerables y por eso a
menudo como grandiosos y omnipotentes.
¿COMO SE DESARROLLA LA INDIVIDUACION
CONEXA?
Partiendo de esta pregunta, volvamos a la temprana
relación entre madre y niño/niña o entre la pareja parental
y los niños. Tenemos que preguntamos: ¿cómo se puede
describir y comprender la individuación de un integrante
de la relación -del niño o la niña-, cuando la situación
inicial de los dos integrantes de la relación se presenta
extremadamente diferente? Por un lado, la madre, adulta,
con experiencias de vida, con un dominio del lenguaje,
guiada por modelos y concepciones transmitidos por su
cultura y su familia de origen; por otro lado, el niño / la
niña, hasta su nacimiento parte de la madre, pero incluso
después durante mucho tiempo absolutamente
dependiente de ella, sin experiencia alguna y sin lenguaje,
y que se individua y diferencia, sin embargo, más rápida
o lentamente, según los casos. ¿Cómo se puede describir
y comprender esta individuación, cuando resulta que las
posiciones de los dos integrantes de la relación cambian
constantemente al tiempo que ejercen su influencia el uno
sobre el otro?
Se podría pensar aquí en el desarrollo del sistema
inmunológico, en el que también se puede reconocer una
especie de proceso de individuación, porque se trata de
un sistema que en un nivel preconsciente toma decisiones
sobre lo que hay que considerar como propio y extraño en
el ámbito corporal, es decir, lo que debe pertenecer o no
al cuerpo. Lo que se defíne como propio se retiene y se
fomenta, lo que se define como extraño se desvaloriza y
se expulsa.
Se podría preguntar: ¿cómo aprende el sistema
inmunológico del niño el delimitarse respecto del
materno, puesto que ha surgido del cuerpo de la madre?
También podemos preguntar: ¿qué clase de fallos o
malentendidos pueden ocurrirle en el proceso de la
necesaria autodelimitación y autoafirmación? Porque
estos fallos o malentendidos ocurren en las llamadas
enfermedades autoinmunizantes, en las que el sistema
inmunológico lucha contra partes del propio cuerpo, a las
que debería percibir como propias y conservarlas,
definiéndolas, sin embargo, como extrañas, de modo que
mantiene una fatal guerra intracorporal. También se
puede hablar de fallos y malentendidos del sistema
inmunológico cuando la defensa inmunizadora (en cierta
manera irrazonable e irreflexivamente) rechaza un órgano
(como los riñones o el hígado), que se ha trasplantado
gracias a la cirugía moderna, pero que no es aceptado por
el cuerpo.
Cuando se trata de comprender cómo el niño / la
niña realiza su individuación dentro de la relación con la
madre (y posteriormente también con otros miembros de
la familia), este proceso parece aún más dificil de
describir que el desarrollo del sistema de inmunizacion.
No podemos captar de manera inmediata las vivencias
infantiles y matemas, sino sólo descubrirlas de manera
empática. Y al menos uno de los integrantes de la
relación, el niño, durante un espacio de tiempo bastante
largo, no tiene ni siquiera la posibilidad de comentar o
poner en cuestión aquello que podamos descubrir.
Sin embargo, a lo largo de los últimos años fue
posible obtener conocmientos sobre el proceso de
individuación infantil, sobre sus posibilidades de éxito o
fracaso y sobre el lugar que ocupan las personas más
importantes de sus primeras relaciones, en primer lugar la
madre.
Muy innovadores en este campo fueron
especialmente los trabajos de René Spitz,(3) John
Bowlby (4) y, más recientemente, de Daniel Stern, (5)
Mary Ainsworth (6) y del matrimonio Grossmann,(7) que
continuaron el trabajo de Bowlby.
René Spitz describió el proceso de individuación
hace ya varias décadas como expresión y consecuencia de
un diálogo. Éste comienza entre madre y niño/niña e
integra posteriormente también a otras personas
próximas. En un principio no es un diálogo que se sirva
del lenguaje, aunque la madre, como uno de los
participantes, generalmente incluya desde el comienzo
también palabras. Más bien es un diálogo progresivo de
intercambio de miradas,, de contactos corporales y de
sonidos. Con respecto a este diálogo, cada uno de los
autores arriba mencionados describió posteriormente
fenómenos o procesos diferentes.
El matrimonio Grossmann, que continuó la labor de
Bowlby, por ejemplo, se interesa principalmente por el
desarrollo del sentimiento de seguridad o inseguridad del
vínculo durante el proceso de individuación. En este
desarrollo se muestra una dialéctica característica: el niño
que se siente protegido y aceptado por la madre puede
permitirse una autonomía creciente. Por eso la
experiencia de protección y aceptación no excluye el
poder ser y el permitirse ser autónomo, sino que ambas
vivencias se condicionan mutuamente. Según la fase de la
relación y del desarrollo infantil y materno, esta dialéctica
varía en su temática. Un niño/una niña de un año, por
ejemplo, consigue hacerse más autónomo cuando aprende
a andar sabiendo que la madre está cerca por si se cae. Un
niño/una niña de seis años, que se esfuerza igualmente
por la autonomía adecuada a su edad, ya no necesita a la
madre como apoyo fisico, pero probablemente como
alguien que le pueda apoyar anímicamente, dándole
ánimos, muestras de confianza o de aprecio. Por eso serán
más bien los niños / las niñas inseguros/as del vínculo los
que se apegan a la madre que no los que experimentan el
vínculo como seguro.
Muy reveladoras a ese respecto son las
investigaciones de Daniel Stem. En el contexto del
diálogo antes descrito, este autor analizó sobre todo el
desarrollo del sentimiento de sí mismo o, más
precisamente, del sentimiento de sí mismo del niño
pequeño. Sus descripciones coinciden en buena medida
con las descripciones del yo-mismo del capítulo
precedente.
Los sentimientos de sí mismo comienzan a formarse
muy tempranamente, prácticamente el día del nacimiento.
Según Stem, a estos sentimientos pertenecen la sensación
de ser autor de los propios actos, el sentimiento de la
cohesión corporal, el sentimiento de continuidad, la
percepción de la propia afectividad, el sentimiento de ser
un sujeto capaz de interactuar con otras personas, el
sentimiento de desarrollar activamente una organización
interior y, finalmente, el sentimiento de transmitir
significados. «Estos sentimientos de sí mismo -escribe
Stem- constituyen la base para la vivencia subjetiva
normal y también anormal del desarrollo socializadom,
pero también constituyen una base, como podemos añadir
ahora, para la individuación exitosa en general.
Las observaciones y reflexiones de Stem sugieren
que el sentimiento de sí mismo está desde un principio
presente en el niño / la niña. Pero sólo puede desarrollarse
y diferenciarse, como antes he señalado, si hay un diálogo
que progresa. Se puede decir que el sentimiento de sí
mismo surge siempre de nuevo desde los sentimientos del
nosotros, depende de ellos, genera y refleja con la
separación creciente también siempre de nuevo los
sentimientos de vinculación y, a partir de éstos, el
sentimiento de separación. En este sentido, Daniel Stem
escribe: «Las experiencias de ser uno se conciben así
como el logro de una organización activa del estar junto
con un otro y no como una pasividad que implica la
incapacidad de distinguir entre el yo-mismo y el otro».
Aquí podemos decir además: la individuación sólo
es posible como individuación conexa, y la palabra
«conexa» siempre incluye también el nosotros en la
perspectiva y, por tanto, al otro o a la otra. Y esto
significa además que mientras exista un desarrollo, la
separación psíquica total entre el individuo y el otro es
impensable. Por eso no parece oportuno hablar aquí de un
proceso de individuación y separación, como lo hizo la
psicoanalista norteamericana Margaret Mahler.(8) El
concepto de «individuación conexa» pretende señalar
más bien unos procesos que siempre posibilitan y exigen
tanto la individuación y la separación como también
nuevas formas y niveles de conexión.(9) La dialéctica
relacional que se expresa de esta manera, comienza y se
despliega en la relación entre la madre (o su
representante) y el niño / la niña pequeño/a, incluye luego
en medida creciente a otros miembros de la familia y
finalmente también a personas externas, como
compañeros de la misma edad (peers), maestros, parejas
del otro o del mismo sexo, etc. En este proceso, los
participantes en las relaciones siempre introducen sus
respectivas contribuciones. Hasta donde se trata de
relaciones familiares, también he hablado de la
coindividuación y coevolución, necesarias en cada caso,
dentro del ámbito familiar.
Según la posición del observador y la fase del
proceso de individuación, se perciben en él distintos
temas y fenómenos. Un investigador de la pequeña
infancia, como Daniel Stem, observará de manera
diferente de como lo haría un terapeuta de niños y
considerará importantes otras cosas. Esto queda patente
cuando comparamos las observaciones de Stem, por
ejemplo, con las de dos terapeutas de niños, las
norteamericanas Denis M. Donovan y Deborah
McIntyre.(10) Los tres autores son sutiles observadores y
descriptores del complejo desarrollo y de la capacidad de
adaptación infantil. Los tres saben combinar la teoría y la
experiencia clínica de manera innovadora y
enriquecedora para el conocimiento. Y los tres describen,
se podría decir, avatares sensibles de la dialéctica entre el
yo y el nosotros. Pero mientras que Stem observa sobre
todo a niños y personas apegadas a ellos que son
normales o poco perturbados, las otras dos autoras
asumen el desafio de ayudar a niños y niñas gravemente
perturbados y a menudo maltratados. Desde las diferentes
posiciones de observación y tareas resultan distintas
diferenciaciones conductoras, perspectivas y
conocimientos, y con ellos también distintas instrucciones
para la actuación. Las observaciones diferentes se
completan en parte, en parte también divergen, por lo que
plantean nuevas preguntas y requieren nuevos conceptos.
LA «INDIVIDUACION CON» VERSUS LA
«INDIVIDUACION CONTRA»
Mis experiencias clínicas especialmente con
clientes con perturbaciones psicóticas y psicosomáticas
graves -muchos de ellos adolescentes y jóvenes adultos- y
sus familias me llevaron a introducir con respecto a la
dialéctica mencionada la diferenciación conductora entre
la «individuación con» y la «individuación contra»."
Especialmente desde el punto de vista terapéutico resultó
ser fructífera.
Se puede hablar de una individuación con los
padres, o abreviado «índividuación con», cuando las
contribuciones de los integrantes de la relación se
traducen desapercibidamente y sin esfuerzos en progresos
de la individuación. Un ejemplo para ello nos lo
proporciona el desarrollo del habla infantil. El niño / la
niña aprende a hablar casi automáticamente en el
intercambio con la madre y otras personas próximas.
Cuanto más se desarrolla y diferencia su lenguaje, tanto
más éste le permite delimitarse por medio de él, es decir,
llegar a ser consciente de sus propios sentimientos,
necesidades, ideas y fantasías distintas de las necesidades,
ideas y fantasías de otros. De este modo el lenguaje se
muestra como un motor y un instrumento poderoso para
la individuación. Pero, al mismo tiempo resulta ser un
instrumento que posibilita un intercambio intersubjetivo
cada vez más diferenciado y con él nuevas vivencias y
nuevas dimensiones de conexión. El lenguaje se convierte
así en el medio que permite fijar recuerdos comunes y
gracias al cual se pueden articular expectativas mutuas,
compromisos y, junto con ellos, sentimientos más y más
diferenciados. En resumen, el lenguaje que se va
diferenciando, al permitir o generar una mayor
separación, también hace posible una mayor proximidad
y conexión.
En el proceso de individuación se dan, sin embargo,
situaciones y fases en las que las contribuciones de los
integrantes de las relaciones sólo se traducen en
progresos de individuación bajo los signos de un
conflicto. Para realizar la propia individuación hay que
tener también posiciones contrarias dentro de una
amplitud adecuada de perspectivas y vivencias, hay que
estar dispuesto a soportar el «contra», defender la propia
posición sin evitar los conflictos, para desarrollar y
consolidar así un sentimiento de la propia identidad e
integridad. En este caso se puede hablar de una
individuación contra la madre o los padres, o en forma
abreviada, una «individuación contra». Con respecto a las
descripciones del yo-mismo ofrecidas en el capítulo
precedente, quiero comentar aquí más detalladamente la
fenomenología y los avatares de la «individuación con» y
la «individuación contra», conectando con lo que allí he
llamado el yo-mismo de la familia o de la comunidad.
LA INDIVIDUACION EN UNA PERSPECTIVA
MULTIGENERACIONAL.
La dialéctica entre la «individuación con» y la
«individuación contra» se actualiza en la relación madre-
hijo y la relación familiar que se produce simultánea o
posteriormente. Pero para los terapeutas esta dialéctica se
muestra a menudo influenciada por procesos que
quedaron determinados por las generaciones precedentes.
Especialmente el ya mencionado Ivan Boszomnenyi-
Nagy llamó la atención sobre estos procesos.
Yo mismo he hablado en relación con estos
fenómenos más bien de delegaciones. Éstas pueden
armonizar de tal manera con los talentos e inclinaciones
de un individuo, que éste no se siente ni poco ni
demasiado exigido, de modo que contribuyen a su
individuación exitosa. En este sentido, tanto Goethe como
Freud son hijos afortunados por haber estado favorecidos
por delegaciones.
Otros individuos, en cambio, están expuestos desde
el mismo nacimiento a extremas cargas y conflictos de
delegaciones. Pienso, por ejemplo, en una mujer joven, a
la que me había derivado su médico de cabecera con el
diagnóstico «estados depresivos de agotamiento».
Efectivamente, daba la impresión de estar deprimida,
cansada y agotada. Era profesora de instituto y madre
monoeducadora de un niño pequeño. Hacía tiempo que
vivía separada de su marido, el padre del niño. Militaba
en la defensa de reivindicaciones de mujeres,
especialmente a favor de un trato justo de las madres
monoeducadoras, pero también sacrificaba mucho tiempo
y energía al cuidado de su madre anciana y enferma.
Descubrimos que ella se sentía como la delegada de
dos abuelas y de una madre, para las que en su día no se
había considerado otra profesión que la de ama de casa.
Las tres mujeres se habían sentido oprimidas por sus
maridos, transmitiendo esto a mi paciente. Ésta sentía así
el encargo desde tres lados de realizar su vida no sólo
como ama de casa, lo que significaba aprovechar aquellas
opciones que dentro de la sucesión generacional se le
abrían a ella por primer vez: elegir una profesión que
correspondía a sus necesidades y organizar su vida y sus
relaciones de acuerdo con estas necesidades. Pero estas
opciones también estaban vinculadas con las
mencionadas delegaciones, que ahora se mostraban como
dificiles de cumplir y cargadas de conflictos. Ella debería
haberse preguntado: ¿qué quiero para mí misma, qué es
lo que me conviene (también a mí), qué tareas superan
mis posibilidades, qué es lo que me expone a un conflicto
de delegación y lealtad? ¿Hasta qué punto tienen
prioridad mis necesidades de regeneración y relajamiento
frente a los encargos de la madre y las abuelas,
incluyendo el deber de cuidar a mi madre enferma y
anciana? En el caso de esta paciente, la presión de las
delegaciones era tan fuerte que no era posible llegar a un
compromiso aceptable entre la necesidad de
regeneración, por un lado, y lo que se esperaba de ella en
función de estas delegaciones. Su estado crónico de
agotamiento depresivo se podía comprender, por tanto,
como expresión y consecuencia de una carga de lealtad y
delegación que ella no ponía en cuestión.
Podemos decir que ya antes del nacimiento se
construye para el individuo un campo de tensiones, en el
que actúa una dinámica de delegaciones. Muy
tempranamente el sujeto interioriza este campo de
tensiones, que influye en los guiones, narraciones de vida
y programas de acción. En todo este conjunto ya se
expresa una dialéctica entre la «individuación con» y la
«individuación contra». «Individuación con» significa
aquí: yo realizo mi individuación con el sentimiento de
un vínculo de lealtad frente a mis padres, mis abuelos y
eventualmente otras personas importantes, aceptando sus
encargos, ganándome lo heredado de los antepasados
para poseerlo, con lo que doy una dirección y un sentido
a mi vida. «Individuación contra», en cambio, significa:
me defiendo contra lealtades y encargos que superan mis
capacidades, por lo que me arriesgo a experimentar
ambivalencias y conflictos buscando mi propio camino.
El campo de tensión que se caracteriza por la
dialéctica entre la «individuación con» y la
«individuación contra» se expresa (también) en nuestro
parlamento interior. Lo que he llamado con referencia a
éste las partes, necesidades, fracciones o portavoces de
fracciones, lleva ahora los rasgos o incluso habla con las
voces de los miembros importantes de la familia, como
los padres, los abuelos o también los hermanos y resucita
los patrones relacionales existentes entre ellos. En este
sentido, se puede hablar de un yo-mismo familiar o, más
precisamente, de un yo-mismo marcado por las
necesidades, expectativas y delegaciones de miembros de
la familia (de las que se derivan conflictos mayores o
menores).
Esto significa que en este yo-mismo o parlamento
interior, ahora (también y otra vez) los padres piden la
palabra con sus delegaciones o votos diversos. Por
ejemplo, toma la palabra un padre severo, con su
principio de exigir rendimientos, que sigue ejerciendo su
influencia en el interior como acuciador constante. 0
también aparece la madre que da razón al padre pero se
opone a él con su conducta. Eventualmente se encuentran
ahí los hermanos, que según el contexto y el tono del
ambiente se muestran como amigos o rivales. Tal vez
también se intrometen las voces e intereses de profesores,
amigos, abuelos, otros parientes y quienquiera que sea. Y
también trata de pedir tímidamente la palabra el niño
pequeño que vuelve a sentir todavía dentro de sí y lleva
dentro de sí, aunque en cierto modo encerrado en una
jaula.
Gunther Schmidt me habló de una paciente obesa,
en cuyo destino se descubre lo que pueden ser los efectos
de la interiorización de un tal drama familiar. Ella parecía
atrapada en un esquema de conducta, en el que alternaban
períodos de una apatía paralizadora con los de una
desenfrenada hiperactividad. Cuando se mostraba apática,
también comía más y aumentaba de peso. Sólo parecía
poder volver a ser activa y decidida cuando había llegado
a un cierto sobrepeso «obligatorio». Esto correspondía a
una máxima que ella parecía haber interiorizado de
manera literal, adoptándola como orientación de su
conducta: «Tiene que pasar algo gordo», es decir, sólo
cuando sucedía algo gordo, o sea cuando ella engordaba,
desarrollaba una conciencia de crisis y energías
suficientes para poner en marcha algo y para combatir su
sobrepeso. Un examen más detallado mostraba que
estaban en juego fracciones paternas y maternas que ella
había interiorizado. También la madre había sido obesa,
se había subordinado al padre, pero sustrayéndose a él,
también sexualmente, aumentando de peso y
presentándose como poco atractiva. La frase «Tiene que
pasar algo gordo para que cambien las cosas», la había
escuchado de su padre, quien la decía a menudo.
Podríamos definir este caso como la individuación con
las dos partes de la pareja paterna, donde la paciente
había interiorizado esquemas de conducta y encargos de
ambos. El conflicto interior resultante y hasta entonces
experimentado como insoluble encontró, por tanto, su
expresión en la sintomatología.
En muchas jovenes anoréxicas, en cambio,
impresiona más bien la escalación de una «individuación
contra». Ésta domina el acontecer tanto en el parlamento
interior como en las relaciones externas y familiares. En
el parlamento interior, una fracción intenta individuar el
yo-mismo contra otra fracción, valorada como animal,
automimadora, ansiosa, desenfrenada o lo que sea, pero
en todo caso negativamente, por lo que se la combate.
Pero también en la relación con los padres (y
eventualmente con los hermanos) se radicaliza entonces
una «individuación contra». Porque al rechazar la
alimentación, adelgazando hasta un grado esquelético y
poniendo en peligro la propia vida, estas mujeres jóvenes
ponen en cuestión un sistema de conducta y convicciones
en el que el cuidado de otros -especialmente los mimos a
nivel oral- constituyen un o incluso el valor central.
Paradójicamente es precisamente esta «individuación
contra» la que refuerza aún más los lazos con los padres:
sus pensamientos giran ahora día y noche alrededor de la
hija hambrienta, mientras que ésta, en una posición
ambivalente entre el desear y el temer simultáneamente la
angustiada dedicación de sus padres a ella, radicaliza su
huelga de hambre.
Una observación más precisa muestra que los
escenarios de delegación con respecto a la dialéctica entre
la «individuación con» y la «individuación contra» son
mucho más complejos de lo que he podido esbozar hasta
ahora. Entre otras cosas, también juegan un papel las
percepciones de justicia o injusticia, de tratos de
preferencia o desfavor entre los hermanos, de un dar y
recibir que compensa o no compensa a través de
generaciones.
Una mujer joven con una inteligencia por encima de
la media, por ejemplo, interrumpe diversas carreras que
había comenzado. Una y otra vez se enamora de jóvenes
intelectuales sin trabajo, que se rebelan de manera oculta
o abierta contra el orden burgués. De uno de estos
intelectuales quedó embarazada. Aunque, como
consecuencia de ello, su padre la rechazó, exigiéndole
que abortara, decidió tener el niño. Se descubrió que un
abuelo suyo al cual adoraba, también había sido un
intelectual rebelde. Había destacado públicamente como
antifascista, pero en la vida burguesa había fracasado.
Ella despreciaba a su madre por su rutinaria existencia
burguesa. Sin embargo, quedó ligada a la madre temiendo
constantemente que ésta pudiera suicidarse porque su
vida no tenía contenido alguno. Resulta que la madre
acoge al nieto con gran alegría y cuida de él, recuperando
en esta tarea sus ánimos. Lo que aparece en la vida
profesional y en el amor como autosabotaje e incluso
caos, encuentra su correspondencia en el parlamento
interior de esta paciente. También allí parece haber partes
y necesidades en conflicto que se paralizan mutuamente,
y una ambivalencia o polivalencia persistente parece
impedir que se produzcan compromisos soportables y
compatibles con un bienestar, lo que permitiría también
una representación exterior eficiente, en la que se
manifiesta una actuación intrínsecamente motivada y con
propósitos firmes.
Como sea que la dialéctica entre la «individuación
con» y la «individuación contra» parezca predeterminada
por las contribuciones de generaciones precedentes, lo
importante sigue siendo si y cómo un individuo las
asume, las interpreta para sí mismo y se confronta con
ellas. Hay muchas cosas que coinciden en este punto. Lo
que puede marcar diferencias puede ser si y cómo se
ofrecen, reciben y modifican determinadas historias
familiares, si y cómo en la relación con los padres (o sus
sustitutos) ejercen su efecto el sentimiento de seguridad o
inseguridad del vínculo, y si y cómo se mantiene el
programa de la individuación o coindividuación
conforme a la edad y al desarrollo.
La «individuación con» significa ahora: me dejo
inspirar en la composición de mis historias por otras
personas próximas, dejo que ellas me proporcionen el
marco y los temas principales, me permito servirme del
fondo tradicional de las historias familiares. La
«individuación contra», en cambio, significa: construyo
mis propias historias, me siento como el autor
responsable de ellas, pongo en cuestión las historias que
bloquean mi individuación y si hace falta las descarto.
Esto afecta sobre todo a las historias que se han
condensado a guiones restrictivos y/o que se han
convertido en fuertemente cargadas del pasado y de
patologías.
Además es un hecho que un mayor sentimiento de
seguridad del vínculo (en el sentido del matrimonio
Grossmann) con respecto a nuestra familia de origen nos
permite adoptar de manera más selectiva y diferenciada
aquellos elementos de su oferta de historias que nos
convienen y nos favorecen. Cuando falta esta seguridad,
podemos sentirnos llevados a liberarnos más tarde o más
temprano haciendo eventualmente una especie de corte
total con las historias que nos dominan y limitan. Así lo
afirmó, por ejemplo, un adolescente: «Todo lo que mis
padres trataron de enseñarme no vale nada. Me gustaría
poder comenzar de nuevo con otros padres». Esto nos
podría recordar que durante el movimiento del 68,
muchos jóvenes activistas se aliaron en un golpe de
liberación contra la generación paterna. En este golpe de
liberación se radicalizó en cierto modo su «individuación
contra» en el rechazo de todas las historias ofrecidas por
los padres.
EL PROGRAMA DE LA INDIVIDUACIÓN
Con respecto a lo que acontece en la relación
padres-hijos, se puede añadir: cuando el programa de la
individuación funciona correctamente, la «individuación
con» y la «individuación contra» se vuelven a equilibrar
siempre de nuevo y representan momentos necesarios de
la dialéctica relacionaL Pero esto significa también que
los modos de conducta y las contribuciones de padres e
hijos que podrían parecer a primera vista contrapuestos,
se muestran, al observarlos más detenidamente, como
conductas recíprocamente conexas y reguladoras.
En este sentido, como acabo de señalar, en el curso
del proceso de coindividuación el niño / la niña debería
poder delimitar sus sentimientos, ideas y fantasías de los
sentimientos, ideas y fantasías de los otros, especialmente
también de los otros más próximos. Pero esto sólo parece
posible, cuando éstos ayudan en esta delimitación, es
decir, cuando ellos mismos también se delimitan de
manera diferenciadora sirviéndose de un lenguaje que
facilita esta delimitación. Pero el niño / la niña también
debería ser capaz de atreverse a arriesgar a veces la
pérdida implícita en esta delimitación. Los padres
deberían contribuir a este esfuerzo haciendo posible de
alguna manera que el niño / la niña no sólo experimente
esta pérdida implícita en la delimitación como en último
término no peligrosa, sino además como enriquecedora.
El niño / la niña aprende/sabe así que por un lado puede
soltarse, pero que también puede regenerarse en una
fusión con la madre, descubriendo de este modo nuevas
fuerzas, como las que podrá experimentar más tarde -y
posiblemente a raíz de estas tempranas experiencias
enriquecedoras de fusión- en la vivencia de la entrega en
el orgasmo sexual
Se podría añadir que el niño / la niña debería poder
disponer de una oferta de valores y metas adecuados a su
edad, capacidad de comprensión y elaboración para poder
apropiarse unas metas y valores propios. Esta oferta le
permitirá tarde o temprano elegir o modificar de ella lo
que le conviene. En un principio sólo la pueden hacer los
padres o sus representantes. Para encontrar el coraje de
salir al mundo exterior, satisfacer su curiosidad,
desarrollar su competencia e iniciativa, el niño / la niña
debería haber podido experimentar primero que los otros
-generalmente los padres- le toman en serio y le aprecian.
Para sentirse y presentarse como alguien deseable,
debería haber podido sentir de alguna manera y en algún
momento que era deseable para personas próximas. Para
poder mantener las esperanzas y sentimientos positivos
ante la vida a pesar de posteriores desengaños y traiciones
en su entorno humano, no se debería decepcionar al
principio la necesidad de confianza y la disposición del
niño / la niña a tener confianza. Para poder aceptar
posteriormente a otras personas (y también a sí
mismos/as) en su manera de ser, con sus limitaciones y
fallos, debería haber tenido alguna vez la oportunidad de
idealizar a personas próximas (generalmente a la madre)
y de reflejarse en esta idealización. Para poder hacerse
cargo más tarde de la complejidad de las relaciones
humanas y experimentarlas una y otra vez como
enriquecedoras, debería haber podido conocer en su
familia de origen una situación de orden, fiabilidad y
previsibilidad. Para poder arriesgar y superar conflictos
sin excesiva angustia en relaciones posteriores, debería
haber podido experimentar en su familia de origen que
los conflictos son permitidos, necesarios y superables sin
heridas o enfados permanentes.
Muchas cosas que aquí parecen contradictorias o
incompatibles, resultan compatibles si introducimos el
factor del tiempo. 0 para mantener la imagen del
programa de la individuación: si se mantienen los
tiempos necesarios, entonces las distintas estaciones y
etapas de este programa se muestran coordinadas de
manera que los pasos necesarios del aprendizaje y de la
individuación del niño/ la niña y las contribuciones
paternas a la relación resultan coincidentes. Así, aquello
que en un principio parece contradictorio, conflictivo e
incompatible, se muestra simplemente como momento
necesario de un proceso exitoso de la coindividuación. Si
las etapas y las estaciones están claramente marcadas, las
contradicciones e incompatibilidades se reducen todavía
más.
Como vimos, sin embargo, esto parece ocurrir cada
vez menos en la modernidad y la posmodernidad. Para
contrarrestar esta situación, parece que los investigadores
y teóricos del desarrollo infantil se esfuercen por fijar las
etapas y estaciones del programa de individuación de los
niños. Para ello marcan las fases del desarrollo, que se
suceden y sintonizan entre ellas.
Esto vale, por ejemplo, para las tesis de Piaget.
Según ellas el desarrollo psíquico infantil -y con él
también el desarrollo de la capacidad cognoscitiva, de la
inteligencia, la lógica, del juicio moral y de solución- está
sometido a fases de desarrollo sucesivas.(12) Esto vale
también para las concepciones psicoanalíticas de fases del
desarrollo, que actualizan temas pendientes en la historia
de la vida, tareas y/o conflictos, como, por ejemplo, la
idea de una fase oral, anal, edípica (o fálica) y postedípica
en Freud,(13) o también las ideas de un Erik Erikson,(14)
según el cual las fases decisivas del desarrollo están
marcadas por las dicotomías entre confianza originaria
versus desconfianza, autonomía versus vergüenza y duda,
iniciativa versus culpa, autoaprecio versus
autodesvalorización, identidad versus difusión de la
identidad, intimidad versus aislamiento, actividad interior
versus autoabsorción, e integridad versus repugnancia y
desesperación.
En los modelos de desarrollo mencionados, el
programa de la individuación se fija principalmente en el
individuo en desarrollo. En cambio, no se tematiza
apenas su entorno humano y cómo los padres deberían o
podrían contribuir a él.
Hay, sin embargo, modelos más recientes que
también construyen fases de la relación con la familia y
los padres, que se entrelazan con las del niño / la niña, de
modo que se ajustan más a la idea de una coevolución y
coindividuación que los modelos centrados en el
individuo. Entre ellos encontrarnos las teorías de Jay
Haley(15) y Monika McGoldrick,(16) de carácter más
general y orientadas por el ciclo de la vida familiar, y la
llamada teoría epigenética de Lyman Wynne.(17) Esta
última describe las fases que debería atravesar una
relación de pareja si quiere satisfacer las exigencias de la
paternidad, que a su vez varían en fases. De manera
parecida a Erik Erikson, Wynne define tareas específicas
de las distintas fases. Su cumplimiento o no
cumplimiento decide sobre el desarrollo posterior de la
relación. Wynne incluye en ellas los cuidados (care-
giving), la comunicación (communication), la resolución
común de problemas (joint-problem-solving), mutualidad
(mutuality) e intimidad (intimacy). El programa del
desarrollo infantil está aquí hasta cierto punto
sincronizado con el programa de la relación de los padres,
de modo que surge un principio de un programa de
individuación conexa o coindividuación.
En todo caso es un hecho que en la medida en que
la posmodernidad favorece la individualización de las
formas de relación y las estructuras familiares, también se
individualizan más los programas de la individuación.
Resulta cada vez más dificil partir de un programa
normativo o estándar, en el que las contribuciones de los
integrantes de la relación -o sea, sobre todo los de padres
e hijos- estén fijadas y coordinadas según el desarrollo y
sus fases. Porque estos programas pueden desordenarse
rápidamente cuando una madre (o un padre)
profesionalmente muy ocupada educa sola a un niño,
cuando los niños pendulan entre padres que viven
separados, cuando crecen en familias adoptivas o cuando
los dos padres trabajan y están obligados a improvisar y a
experimentar constantemente. De esta manera los
modelos de fases del desarrollo en general acaban por
relativizarse, mientras que crece la demanda de disponer
de ellos, ya que también prometen apoyo en un mundo
que parece ofrecer cada vez menos apoyos.
. Aunque es cierto que podemos partir cada vez
menos de programas fijos y normas de la individuación,
necesitamos -también en la práctica clínica- un marco de
orientación que permite enfocar los avatares de éxitos y
fracasos de la coindividuación. Por supuesto que este
marco no puede ser más que una tipología ideal.
Según Max Weber, los tipos ideales son
construcciones conceptuales que sirven para el análisis
comparativo. Son útiles aunque en la realidad ningún
caso les corresponda exactamente. Una tipología ideal se
parece a una red con la que tratamos de retener la vida
vivida y en constante transformación. Esto significa que
sacamos sus elementos de su contexto y en cierto modo
los congelamos. Lo que retenemos es un producto inerte,
comparable con el tejido muerto que un patólogo observa
a través del microscopio. Para volver a percibir y a pensar
ese tejido muerto como viviente, se requiere cierta
capacidad de imaginación. Sin embargo, no podemos
prescindir ni de tipologías ideales ni de microscopios.
A continuación expondré unos escenarios de
tipología ideal que representan extremos. Se centran en
distintos procesos de coindividuación desde el criterio de
la diferenciación entre la «individuación con» y la
«individuación contra». De este modo obtenemos nuevas
perspectivas del campo de tensión en el que progresa o se
enreda la dialéctica definida con estos términos. Esto se
refleja en las diversas constelaciones relacionales, juegos
de relación y cuadros sintomáticos, que requieren
procedimientos terapéuticos variables.
VINCULACION VERSUS EXPULSION
Comienzo con las dos situaciones que describí ya en
1975:18 vinculación y expulsión. En ambas situaciones
se manifiestan tendencias sociales posmodemas. Las dos
dan testimonio del hecho característico de la
posmodemidad de que están en peligro la comunidad
familiar tradicional y el programa de individuación
establecido por ella. Debido a las crecientes tendencias de
individualización, esta comunidad, como decía, está cada
vez más amenazada. Pero esta amenaza tiene efectos
diversos. En un caso la consecuencia parece ser que las
familias -o subsistemas de ellas- ganen en importancia
para los individuos, de modo que sus miembros se juntan
aún más y buscan aún más el apoyo mutuo. En
comparación con épocas anteriores, la familia aparece en
mayor medida como fortaleza, como puerto seguro en un
mundo despiadado y como reserva para experiencias,
valores, modelos y encargos que orientan la vida y crean
sentido. En esta situación, el acontecer familiar está
determinado por la dinámica interna, es decir, en el
necesario proceso de individualización predominan las
tendencias centrípetas.
Los vínculos se muestran en este caso como
expresión y consecuencia de procesos recursivos, en los
que ejercen su efecto los aspectos más diversos. A ellos
pertenecen las historias que cimentan los vínculos, y las
suposiciones y los guiones básicos relacionados con ellas,
como «Yo solo no soy capaz de sobrevivir» o «No se
puede dejar solo a nadie», «Dependemos los unos de los
otros para bien y para mal», «Sólo estoy bien cuando el/la
otro/a también está bien», «Mi valor propio, mi papel, mi
función están definidos por los miembros de mi fámilia».
Estas suposiciones básicas fomentan una conducta que se
podría definir como hipercuidadora, que evita los
conflictos, y armonizadora. Esta conducta tiene un efecto
retroactivo de constatación y reforzamiento para las
historias y las suposiciones básicas y afecta también los
puntos de vista, las vivencias y sentimientos, que se
pueden entender igualmente como condición y
consecuencia de la intensificación de los vínculos, como,
por ejemplo el sentimiento de una gran unidad familiar y
lealtad. 0 también el sentimiento de ser importante sólo
dentro de la familia, en cambio nadie fuera de ella. 0 la
tendencia y la expectativa de estar comprometido con
otros miembros de la familia, pero de tener también el
derecho a esperar el compromiso de ellos, por ejemplo,
con respecto a amor, mimos, cuidados, atención, o
también en cuanto a una sensibilidad para los gestos más
sutiles de simpatía y antipatía por parte de los miembros a
los que uno se siente ligado. En relación con todo ello se
lleva una contabilidad interior que registra y retiene con
precisión todo aquello que se ha hecho o sufrido de bueno
y de malo en un sistema familiar.
La otra situación que nos permite ver los avatares
de la individua ción posmoderna se puede describir como
expulsión. También aquí se manifiesta que la comunidad
familiar está en peligro. Pero este peligro, al contrario de
la situación de una vinculación intensificada y un mayor
cierre de filas, no lleva a los procesos recursivos de
conservación e intensificación de los vínculos, sino al
desmoronamiento, parcial o completo, de la comunidad
familar en general, lo que implica la expulsión de alguno
o de varios de sus miembros.
Este desmoronamiento puede producirse de manera
dramática, a gran escala y de manera visible para todos.
Tenemos ejemplos de ello en los países del Tercer
Mundo: de manera parecida como en la revolución
industrial del siglo pasado, las comunidades familiares y
tribales -pero especialmente las familiares- se ven
desgarradas y destruidas. Las grandes familias del ámbito
rural pierden así su base existencial y se trasladan -
enteras o en partes- a los guetos de las metrópolis con su
crecimiento casi cancerígeno, y donde carecen de todo:
no hay viviendas mínimamente dignas, ni trabajo, ni una
red social, ni protección legal, ni tampoco un sentido de
vida que pueda orientar la existencia. Para muchos
afectados, pero especialmente para los niños, esto
significa que son superfluos, que no importan a nadie,
que son una mera carga, y a menudo aparecen como una
plaga a la que se quiere eliminar. Sólo en Río de Janeiro,
unas bandas de asesinos organizados matan a centenares
de niños cada año.
Mientras que la expulsión y sus consecuencias son
hechos dramáticos en los países en vías de desarrollo,
donde son patentes para todos, en los países occidentales
industrializados permanecen más bien ocultos. Cuando
aquí se desmorona la comunidad familiar, los niños sólo
raras veces se quedan en la calle. Se los aloja en algún
sitio, sea en casa del padre o de la madre, quienes asumen
esta carga más o menos a desgana y con más o menos
sentimientos de culpa, o bien la sociedad, es decir, los
servicios sociales se ocupan de ellos. En muchos casos se
trata de huérfanos de divorcios: niños que molestan a sus
padres cuando éstos quieren comenzar de nuevo. Después
de la caída del Muro de Berlín, cuando incontables
ciudadanos de la antigua RDA trataron de comenzar una
vida nueva en la Alemania occidental, sea con una nueva
pareja o con un nuevo trabajo, simplemente dejaron
abandonados a centenares de niños. Pero incluso allí
donde la expulsión se produce de una manera
relativamente oculta o al menos parece garantizado el
cuidado de los niños, éstos conservan el sentimiento de
ser superfluos y una carga para las personas que se
dedican a ellos. Es una experiencia que comparten con
los expulsados del Tercer Mundo.
El desarrollo social posmoderno favorece, por tanto,
las situaciones de vinculación y de expulsión. En él estas
situaciones se encuentran yuxtapuestas, incluso se
sobreponen o surgen la una de la otra.
En nuestro Instituto de Heidelberg pudimos
acumular experiencias sobre todo con sistemas
fuertemente vinculados. Entre ellos se encontraban
especialmente familias y parejas en las que se
manifestaban graves perturbaciones psicosomáticas
(sobre todo anorexia y bulimia nerviosa), pero también
psicosis esquizo-aféctivas y maníaco-depresivas. Además
tuvimos que atender a lo largo de los años muchas veces
a pacientes con perturbaciones esquizofrénicas en los que
se observaba en su mayoría la dinámica de vinculación
extrema.
DOS SITUACIONES DE VINCULACIÓN
EXTREMA.
En la medida en que tuvimos la ocasión de observar
y comparar más y más sistemas vinculados pudimos
detectar con mayor precisión además dos situaciones
extremas dentro del espectro de las vinculaciones.
Una de ellas la observamos en casos en que
predominaban una realidad de relaciones extremadamente
blanda. Hablo de «realidad blanda» cuando -al menos
para un observador externo- permanecen confusas las
afirmaciones y posiciones de los integrantes de une
relación, cuando éstos parecen llevar un diálogo de
sordos, parecer, ocultarse mutuamente como en una
niebla, mistificarse, volverse locos mutuamente con su
palabrería, cuando muestran una y otra vez dobles
vínculos o trampas relacionales, de modo que el terapeuta
u observador que trata de establecer una comunicación
clara tiene cada vez más la impresión de caminar en la
arena movediza de une duna. Esta forma de realidad
relacional la pudimos observar sobre todo en familias con
miembros esquizofrénicos.
Esta realidad relacional blanda significa que por
parte de los padres no existen enfoques y posiciones
sostenidos con la suficiente claridad y durante el tiempo
necesario para permitir a un adolescente individuarse
frente a ellos y conseguir así también un nivel más alto de
individuación conexa. Por lo tanto faltan las condiciones
previas para una lograda «individuación contra». Cuando
faltan estas condiciones un adolescente casi no tiene otra
alternativa que instalarse en la nebulosidad de las
relaciones y de la comunicación. Esto significa además
que no puede delimitar sus propias metas, necesidades,
deseos y valores de las necesidades, deseos y valores de
los demás y menos aún perseguir sus propios propósitos,
lo que implica que permanece vinculado. La
acomodación (o el permanecer preso) en esa nebulosidad
relacional y esta vinculación al contexto de una realidad
relacional blanda además no permite ni definir claramente
los conflictos y controversias ni resolverlos sin peligro.
En estos casos falta una cultura familiar en la que puedan
producirse disputas sin herirse mutuamente y sin
guardarse rencor. (Esta cultura de la disputa se nos
muestra como la precondición y expresión no sólo de una
democracia familiar que funciona bien, sino de la
democracia en general.) En resumen, en la situación de
vinculación de las relaciones blandas los conflictos
permanecen silenciados, lo que no impide que sigan
ardiendo de manera oculta en el subsuelo familiar y que
conserven su fuerza explosiva.
La segunda situación de vinculación extrema se
observa cuando predomina una realidad relacional
especialmente dura. También en este caso la
«individuación contra» parece dificultada o condenada al
fracaso. En esta situación las visiones divergentes con
respecto a la conducta y los motivos de los miembros del
sistema familiar son defendidas con una pretensión
intransigente de obietividad y verdad. Los miembros de la
familia se comportan como si se tratara de leyes y hechos
naturales científicamente demostrados que no requieren
más pruebas. Y de esta manera las peleas sobre el poder y
el derecho de hacer definiciones están preprogramadas.
Estas peleas pueden ser tanto más obstinadas y
persistentes cuanto mayor es el temor de una total
expulsión y desvalorización por parte del otro o los otros.
Esto se puede esperar siempre en los casos en que los
miembros del sistema se guían por historias o
suposiciones básicas que contienen afirmaciones como,
por ejemplo: «No soy capaz de sobrevivir a solas», o
también: «Mi papel, función y valor propio están
determinados exclusivamente por la comparación con los
otros más próximos y por lo que éstos piensan y esperan
de mí». A una persona en esta posición de «inferioridad»
sólo le queda la sumisión total a aquel miembro del
sistema que se impone con su realidad más fuerte. 0 bien
se sigue peleando hasta llegar a una especie de situación
de empate que describí como «clinch maligno». Pase lo
que pase, la «individuación contra» fracasa: se mantiene
una vinculación extrema y persiste el bloqueo del
necesario desarrollo de una individuación conexa. En
nuestra práctica clínica en Heidelberg pudimos observar
esta segunda situación extrema sobre todo en familias en
las que se habían producido graves perturbaciones
psicosomáticas y/o conductas maníaco-depresivas.
INDIVIDUACIÓN Y AMBIVALENCIA
Como vimos, individuación significa también el
poder soportar la tensión de la ambivalencia o incluso de
la polivalencia. En otros términos se podría definir esto
como la necesidad de hacer suya la ambivalencia o de
aprender a tolerar la ambivalencia que hay que investir en
cada caso. Este aspecto de la individuación se puede
captar con mayor precisión en el momento en que debe
producirse la «individuación contra».
Se trata aquí de reconocer, de definir (más o menos)
correctamente y sobre todo de poder soportar unas
necesidades e impulsos (realmente o en apariencia)
contrapuestos, de poder hacerse cargo de unas
obligaciones y delegaciones posiblemente transmitidas a
través de varias generaciones; se trata de los conflictos de
las almas opuestas en nuestro interior, que también hemos
conocido como las fracciones de nuestro parlamento
interior. Para poder llevar adelante mi individuación y,
sobre todo, mi «individuación contra» debo haber
superado primero mis conflictos interiores o, si se quiere,
los de mi parlamento interior. Sólo entonces se puede
esperar que pueda hablar con una sola voz, es decir, con
mi propia voz clara y precisa, en mis relaciones externas
y, más concretamente, en el discurso entre los miembros
del sistema familiar.
Por eso se puede decir que la superación de la
ambivalencia significa la superación de conflictos
interiores, y ésta se muestra, a su vez, como consecuencia
y también como condición de una superación lograda de
conflictos intrafamiliares e interpersonales e incluso
como consecuencia y condición de una exitosa
superación de conflictos en el ámbito social y político en
general.
Además resulta que podemos entender la superación
de conflictos intrapsíquicos e interpersonales como
momentos relacionados entre ellos de una dinárnica
sistémica. El «individuo en el sistema» y el «sistema en el
individuo» en último término no son separables, aunque
nuestros hábitos del lenguaje y nuestras formas
principales de distinción acríticamente asumidas puedan
forzarnos una y otra vez a hacer esta separación.
De todos modos, si contemplarnos los enfoques de
los últimos años tanto del psicoanálisis centrado en el
individuo como de la terapia sistémica con su
sensibilidad para los contextos, podemos reconocer
tendencias que parecen idóneas para superar esta
separación en cierto modo desde dos lados.
Para hacer justicia a la complejidad que determina
esta situación, los autores psicoanalíticos se sirven, por
ejemplo, del concepto de la identificación proyectiva,
introducido por Melanie Klein,(19) un integrante de una
relación experimenta, por ejemplo, una parte de su yo-
mismo como mala, amenazante, cargada de vergüenza.
En lugar de hacer suya esta parte y de soportar la tensión
de la ambivalencia, la persona la proyecta hacia un otro (a
menudo un otro próximo). A este otro se le percibe
entonces como malo, amenazante o moralmente
reprobable. Además un integrante de una relación que
hace esto, lleva al otro integrante -ya sea la madre, el niño
/ la niña, el esposo / la esposa o el terapeuta- a «encarnar»
en mayor o menor medida esta parte disociada y
proyectada, de comportarse conforme a ella y de
identificarse con ella. Esto significa entonces una
participación (más o menos voluntaria) de este otro en el
juego. La dialéctica intrapsíquica se convierte as! en una
dialéctica interpersonal.
Lyman Wynne(20) -a quien ya he calificado como
un pionero de la terapia familiar- tenía en mente algo
parecido cuando hablaba del «trading of dissociations», o
sea del negociar las disociaciones en una familia.
Podemos observar, por ejemplo, aun padre y un hijo en
una situación de clinch: el padre reprocha al hijo
constantemente su conducta femenina y suave e incluso
«homosexual» -desde la óptica del padre-, mientras que el
hijo reprocha al padre su machismo capitalista. Cada uno
lucha contra una parte de la personalidad del otro que
también lleva dentro de sí mismo y que le causa
problemas, pero a la que no puede hacer suya. En esta
situación se puede hablar realmente de una negociación,
en la que el otro como «trading partner» debe permanecer
lo bastante cerca como para estar disponible para una
confrontación constante con la propia parte disociada y
proyectada. Por otro lado, debe mantenerse lo bastante
lejos como para poder servir y ser percibido como
administrador seguro de las propias partes disociadas y
combatidas.
Una negociación parecida encuentra su expresión en
el concepto de «colusión» introducido por Jürg Willi,(21)
aunque él concibe esta negociación en un principio como
una división de funciones y de trabajo que ambos
integrantes de la relación aceptan y experimentan
positivamente. Un ejemplo podría ser la división de
trabajo entre un narcisista primario y una narcisista
secundaria, como los llama Willi. El narcisista primario
puede mostrarse como un exitoso playboy-yuppi a cuyos
símbolos de estatus pertenece también la joven y bella
pareja a la que pasea en su Porsche y con la que pasa las
vacaciones en las Bermudas. La narcisista secundaria, a
su vez, disfruta de su brillo de yuppi. Ahora bien, tan
pronto como la narcisista secundaria pretende convertirse
ella misma en narcisista primaria, es decir, pretende hacer
suya la parte disociada de su personalidad proyectada en
el yuppi, este sistema de relación se desestabilizará. Si no
se sigue limitando a una «individuación con», surgirán
conflictos y se producirá también aquí -entre otras cosas-
la hasta entonces evitada «individuación contra» el otro
de la pareja.
En estas colusiones o en esta negociación de las
disociaciones se expresan efectos recíprocos que se
manifiestan tanto en los respectivos parlamentos
interiores (con las relaciones que están actuando dentro
de éstos) como en las relaciones entre los miembros del
sistema. Si en estos casos la realidad relacional se
muestra ablandada en su conjunto, entonces faltan, como
vimos, las posiciones contrarias necesarias para que
pueda producirse una pertinente «individuación contra»
y, por tanto, también las condiciones necesarias para que
los conflictos intrafamiliares puedan experimentarse,
articularse y superarse realmente. Además falta en estos
casos el aguijón exterior que podría motivar a las partes
interiores en conflicto de un individuo a posponer la
lucha para poder presentarse exteriormente como íntegro
y poder arriesgarse así, si hace falta, a confrontarse con
conflictos externos. Por otro lado se puede imaginar que a
las partes interiores en conflicto y a la ejecutiva interior
(por las razones que sea) les falten en cada caso los
instrumentos y las estrategias para una exitosa superación
democrática de los conflictos intemos, de lo que resulta
también que progrese el ablandamiento de la realidad
relacional.
Cuando encontramos, en cambio, casos de realidad
relacional dura, las posiciones son tan inamovibles y
petrificadas que también queda frenado, como vimos, el
proceso necesario de la individuación, aunque bajo signos
contrarios. Todos los intentos de promover la
«individuación contra» llevan o bien a una lucha por el
poder de definición o por el derecho de definición, que
acaba en un clinch maligno y/o en la destrucción mutua, o
bien en la sumisión total de uno de los integrantes de la
relación, que trata de realizar su individuación. También
aquí se refleja en las relaciones exteriores lo que sucede
en el parlamento interior de uno o de todos los integrantes
de la relación. De hecho, aquí casi no se puede hablar ya
de un parlamento interior, porque también entre las partes
interiores en conflicto cesa la posibilidad de que se
escuchen mutuamente, que negocien, que se equilibren de
una manera (más o menos) flexible las necesidades y los
intereses opuestos. También en el parlamento interior
sólo queda en estos casos la sumisión o la victoria, el ser
dominado o el dominar, donde ser dominado significa
permanecer sin voz, disociado, reprimido o escindido
hasta tal extremo que la parte en cuestión no puede
participar ya en el discurso (democrático) interior.
LA ORGANIZACION DE ESPACIO Y TIEMPO
Siempre que la superación intrapsíquica e
interpersonal de conflictos, o tal vez más correctamente,
la no superación de los conflictos se entrecruza en la
manera descrita, entran en juego la organización del
espacio y del tiempo.
Podemos hablar aquí de un espacio convivencial, en
el que los integrantes de una relación pueden o no pueden
encontrar el equilibrio necesario entre distancia y
proximidad. Los conflictos se pueden evitar aquí
buscando una distancia mayor o incluso alejándose del
todo. La individualización posmoderna de los estilos de
relación –posibles, entre otras cosas, gracias al nivel
económico y la movilidad-, ofrece en el presente un
mayor espacio disponible de lo que antes parecía posible.
Una pareja puede optar por una convivencia mas
próxima, o más distante, compartir el dormitorio o no e
incluso encontrarse sólo los fines de semana o durante las
vacaciones.
Pero no menos importante resulta ser la
organización del tiempo, como hemos podido ver
también en los estudios clínicos y experiencias
terapéuticas de nuestro equipo de Heidelberg.(22)
Centrando la atención en la organización del tiempo,
tenemos que preguntarnos qué papel está jugando en la
facilitación y también en el impedimento de una
«individuación contra» en el momento en que ésta debe
producirse, cuando nos encontramos ante situaciones de
vinculación extremas tal como las he descrito antes.
LA DISOCIACIÓN SINCRÓNICA Y DIACRÓNICA
Cuando predomina una realidad relacional blanda resulta
que las posiciones, perspectivas y valoraciones
irreconciliables de los integrantes de una relación se
presentan en una sucesión tan rápida que los conflictos no
se pueden percibir y experimentar ya como conflictos, es
decir, como algo amenazante, doloroso y que exige una
solución. Esto se puede ilustrar con el ejemplo de una
película que se hace pasar a una velocidad normal: las
numerosas tomas momentáneas de las que se compone la
cinta se combinan mostrando el curso de un acontecer
que le permite al espectador sentir una compenetración
con el protagonista, una identificación con él, una
participación en sus conflictos y en su situación
eventualmente trágica y sin salida.
Cuando se hace pasar la película muy rápidamente,
pasa algo completamente diferente. Los protagonistas
comienzan a moverse como en las viejas películas mudas
y el mismo acontecer parece más cómico que trágico.
Algo parecido ocurre cuando predomina una realidad
relacional blanda en la que las afirmaciones, las
posiciones y los puntos de vista se precipitan unos sobre
los otros sin dejar tiempo a los miembros de una tal
relación para asimilar las posiciones en conflicto, para
pelearse interiormente con ellas y poder experimentar así
propiamente como conflicto la lucha entre las distintas
almas en su interior. A esta situación la llamamos
también disociación sincrónica, y la encontrarnos, sobre
todo, en muchas familias en las que uno o varios
miembros fueron diagnosticados como esquizofrénicos.
Otras familias ofrecen un programa prácticamente
de contraste con respecto al descrito aquí. Entre ellas hay
muchas en cuyo seno se dan conductas maníaco-
depresivas. Como ya he mencionado, en este tipo de
familias se muestra por regla general la situación de
vinculación extrema descrita en segundo término,
marcada por una realidad relacional dura: unas posiciones
duras, «objetivas» y defendidas con pretensión de verdad
se oponen de manera irreconciliable y programan as!
conflictos violentos e incluso peligrosos. Éstos no se
desencadenan, sin embargo, mientras está en juego el
extremo contrario de la disociación sincrónica antes
descrita. En lugar de caer unas encima de otras al mismo
tiempo, aquí las posiciones contrarias conflictivas
parecen distanciarse tanto en el tiempo que ni el
individuo ni su familia pueden experimentarlas ya como
posiciones conflictivas. En este caso hablarnos de una
disociación diacrónica.
En correspondencia con ésta, un paciente
diagnosticado como maníaco-depresivo parece estar
sometido en diferentes tiempos y muy distantes entre
ellos a sistemas de valor distintos, que tienen también
influencias distintas sobre su estado de humor. En un
tiempo este sistema de valores puede ser lo que llamamos
el sentido del orden: mientras el cliente se somete a él, se
muestra como oprimido, inhibido y apretado. El mundo le
parece gris y desolado y se ve a sí mismo como
hiperresponsable y, sin embargo, como malo, condenable,
empobrecido e inútil. Cuando entra en acción este sistema
de valores del sentido del orden diagnosticamos
generalmente una depresión.
Cuando predomina, en cambio, el sistema de
valores que llamamos del desorden, la persona afectada
se muestra más bien infrarresponsable que no
hiperresponsable. Hace la vista gorda a las incoherencias,
salta las barreras, se muestra llena de energía y
optimismo y se presenta con una conducta de la que
normalmente casi no se la creería capaz. Uno de nuestros
clientes, por ejemplo, un empleado de banco de categoría
media, muy concienzudo en la vida cotidiana, un día se
vistió con tejanos, se dejó una barba de cinco días y viajó
a la costa del Mar del Norte para divertirse en una playa
nudista. En situaciones así solemos diagnosticar una
manía o un episodio maníaco.
Una disociación diacrónica (comparativamente)
más leve de los sistemas de valor, modos de conducta y
estados de ánimo la ha podido observar nuestro equipo de
Heidelberg no sólo en los clientes afectados, sino también
en sus fámilias o sistemas problemáticos.
Tanto en el cliente como en el seno de su familia se
desencadenaban de manera programática unos conflictos
violentos cuando se producía una altemancia
cronológicamente más corta de los sistemas de valores
contrarios y las conductas y estados de ánimos
correspondientes a aquéllos. En otras palabras, los
conflictos abiertos se podían evitar mientras las personas
afectadas experimentaban las posiciones opuestas como
muy distantes en el tiempo y por tanto como no
pertenecientes a la misma persona o al mismo sistema, es
decir, mientras la disociación diacrónica «se sostenía».
Pero cuando no se sostenía o había dejado de sostenerse,
entonces era de esperar que el individuo experimentaría
la ambivalencia y el sistema problemático de los
conflictos, y en ocasiones con tal intensidad que había
que temer lo peor.
Como clínicos podemos hacemos una idea del
potencial conflictivo condensado cuando observamos más
detalladamente los períodos de transición durante los
cuales los sistemas de valores y estados de ánimo de
pacientes maníaco-depresivos comienzan a cambiar, o sea
cuando una fase depresiva comienza a dejar paso a una
maníaca o una maníaca a una depresiva. Como se sabe, se
trata de los períodos en los que no pocos clientes
afectados están en peligro de cometer suicidios. Muchos
de los suicidios consumados se pueden comprender
entonces como expresión y consecuencia de una
experiencia y una tensión de conflictos que no se podía
superar ya de otra manera. Muchas veces tenemos
indicios de una dinámica de venganza abierta o
encubierta dirigida contra otras personas próximas y
también de agresiones que se dirigen contra la propia
persona.
Entre el drama esquizofrénico y el maníaco-
depresivo hay que situar el drama esquizo-afectivo, del
que nuestro equipo de Heidelberg también se ocupó
durante mucho tiempo. Aquí encontramos tanto la
disociación diacrónica como la sincrónica. En otras
palabras, encontramos tanto la evitación de conflictos por
medio del diálogo de sordos, del palabreo enloquecedor,
de la mistificación, del desplazamiento focal, etc., como
también -durante lapsos de tiempo más breves o más
largos- la comunicación clara, pero con ella también el
aferrarse a posiciones irreconciliables. Cuando se produce
esta última situación, se desencadenan conflictos, tanto a
nivel intrapsíquico, que se manifiestan como una
ambivalencia imposible de superar, como a nivel
interpersonal o intrasistémico, que estallan en las
relaciones de pareja o familiares. A menudo estos
conflictos se desarrollan de manera violenta e incluso
peligrosa. Un hombre joven, por ejemplo, abandona su
hogar precipitadamente, pasa una noche en blanco en una
comuna frecuentada también por izquierdistas radicales
automarginados, con los que entabla largas discusiones
sobre el Estado y el establishment en bancarrota, de modo
que siguen subiendo sus niveles de angustia y excitación.
En casa comienza una pelea con el padre, que ya existía
de manera latente. El padre había manifestado su disgusto
porque el hijo llevaba el pelo largo, por sus hábitos
demasiado relajados de estudiar y por sus amigos de
aspecto sucio en opinión del padre. El hijo, en cambio,
había tomado como blanco lo que llamaba la existencia
rutinaria, miserable, infructuosa y explotadora del padre.
Se puede reconocer una negociación de las disociaciones,
como la he descrito más arriba. Pero aquel día el
equilibrio negociado de la disociación se sale de quicio:
el hijo destroza el televisor del padre después de haber
escuchado voces que desde ese aparato le insultaban
como homosexual. A causa de ello, el padre ingresa al
hijo en una clínica psiquiátrica. En la sesión con la
familia, que tuvo lugar cierto tiempo después, se podía
observar la simultaneidad y también la mezcla antes
descrita de disociaciones sincrónicas y diacránicas. En
esta situación parecía que los miembros de la familia se
alternaban en ocupar en un momento la función del
interlocutor claro en la discusión y en otro la del
mistificador, pacificador o instigador de conflictos.
LA NIVELACIÓN DE CONTEXTOS Y EL
FUNDAMENTALISMO COTIDIANO
Lo que acabo de decir sobre la organización del
tiempo y la administración de conflictos tanto
intrapsíquicos como intrafamiliares dificilmente se puede
contemplar separándolo de las tendencias sociales
posmodemas. En los países occidentales, estas tendencias
parecen fomentar tanto el ablandamiento como también -
en cierto modo como reacción a éste- el endurecimiento
de la realidad relacional. Las tendencias que fomentan el
ablandamiento se revelan en lo que se puede llamar
nivelación de contextos; las tendencias que fomentan el
endurecimiento, en cambio, se observan en lo que
podríamos llamar fandamentalismo cotidiano.
La nivelación de contextos se muestra sobre todo
como expresión y consecuencia del desarrollo de las
modernas técnicas de comunicación y del paisaje
mediático marcado por ellas. Lo demuestra de manera
simbólica el mando a distancia apenas del tamaño de un
puño con el que podemos saltar en cuestión de segundos
de un canal de televisión a otro. En Estados Unidos y
otros países occidentales se puede elegir así entre varias
docenas de programas que se ofrecen simultáneamente.
Para pasar de una película policíaca a un juicio sobre
crímenes sexuales, de un combate de boxeo a un
espectáculo de striptease, de una comedia de mal gusto a
un anuncio de detergente, zumos de vitaminas y comida
de perros sólo hace falta apretar el dedo. Si apretamos el
dedo lo bastante rápidamente podemos transponemos a
un estado que se parece a una disociación sincrónica: no
conseguimos diferenciar o marcar ya contextos distintos
con la claridad y la persistencia necesarias para poder
averiguar en ellos posiciones contradictorias o
conflictivas, ni mucho menos para confrontamos con
ellas. Pero no sólo ante la pequeña pantalla estamos
expuestos a una oferta cada vez más amplia de realidades
y con ellas también de relaciones, vivencias y consumo.
Lo mismo nos pasa en incontables otros contextos de
nuestra vida, como lo describe el sociólogo
norteamericano K. Gergen en su libro The Saturated Self
(23).
La nivelación de contextos y la invasión de
contextos que acabo de describir, la podemos enfrentar
con lo que quiero llamar fundamentalismo cotidiano. Los
fundamentalistas cotidianos reducen sin miramientos la
complejidad de nuestro mundo posmodemo. De manera
rígida y persistente omiten determinados contextos, se
ejercitan en la disociación diacránica, se resisten de
manera grosera contra pretensiones de diversidad de la
realidad y contradicciones de la realidad recurriendo para
ello a tradiciones disponibles, dogmas y convenciones.
En eso pueden echar mano de las religiones establecidas
(del catolicismo, del islamismo y del protestantismo
fundamentalista) o bien de ideologías laicas (del
marxismo y del nacionalismo, que vuelve a refortalecerse
en muchas partes), o confeccionarse algo que les
convenga a partir de ellas. Están convencidos de que en el
reino de las relaciones humanas, de las motivaciones y la
moral existe una verdad objetiva basada en una fe, en un
«sentimiento común sano», en una tradición, una ley
natural o lo que sea. Las acciones, el lenguaje y los
sentimientos humanos deben adecuarse a esta verdad. Si
no lo hacen son falsos y moralmente reprobables. Lo que
rige es el o esto o aquello sin compromisos. Sólo se
permite decir sí, sí o no, o no.
Cuando reina el fundamentalismo cotidiano,
también hay que suponer un régimen dictatorial en el
ámbito del parlamento interior. Este régimen se entiende,
por ejemplo, como desafiado en calidad de representante
del yo-mismo «verdadero» para combatir y hacer callar al
yo-mismo «falso», que se manifiesta en ideas falsas,
pensamientos pecaminosos, necesidades indecentes, etc.
Si esto tiene éxito entonces aparecen el fanatismo,
la intolerancia, la vanidad, o desde la óptica
psicoanalítica, la tendencia a la proyección en la que se
manifiesta un esquema simple de bueno/malo o de
amigo/enemigo. Si fracasa la lucha contra el yo-mismo
«falso» 0 si se alarga sin resolución, entonces un
observador externo puede ver un estado de ánimo bajo,
autorreproches, resignación y parálisis.
Además podemos decir que los fundamentalistas
cotidianos se defienden contra la complejidad
intersubjetiva, la inseguridad existencial y el
ablandamiento de la realidad tratando de endurecer cueste
lo que cueste su realidad relacional para forzar así su
«individuación contra». Especialmente después del final
de la guerra fría parecen surgir en gran número, como por
ejemplo en la antigua Yugoslavia. Desde que están
agonizando las ideologías y los enemigos exteriores, que
durante la guerra fría habían ofrecido por un lado apoyo y
sentido y que, por el otro, sirvieron como soporte o
adversario para la «individuación contra», se comenzaron
a buscar y/o a consumir intensamente nuevos enemigos
exteriores e ideologías (nacionalistas) capaces de ofrecer
apoyo. De ello resulta que de repente se perciben como
enemigos y extraños y se persiguen cruelmente personas
con las que antes se había podido convivir pacíficamente
durante generaciones a pesar de diferencias étnicas y
religiosas. Casi se podría hablar de una carrera de locura
homicida de la «individuación contra».
Si observamos aún con mayor precisión la relación
entre la nivelación de contextos y el fundamentalismo
cotidiano, resulta que la primera está marcada por una
tendencia más bien pasiva, mientras que el segundo se
caracteriza por una tendencia más bien activa. Las
personas que tienden a nivelar los contextos de manera
persistente, suelen percibir las ofertas de realidades
diferentes tan sólo como un murmullo, se dejan afectar lo
menos posible por ellas y aprenden así a vivir con la
disociación sincrónica. Los fundamentalistas cotidianos,
en cambio, se presentan como muy activos: luchan por la
fe verdadera y por la causa justa, luchan -al menos desde
la perspectiva exterior- de manera interesada por el poder
de definición, aspiran a obtener el control. Hasta qué
punto una persona se comporta más bien como pasivo
nivelador de contextos o como activo fundamentalista
cotidiano no sólo es una cuestión del temperamento y de
la estructura de la personalidad. Como cara y cruz de una
misma moneda, a menudo ambos lados pueden
manifestarse en una misma persona, aunque en tiempos y
contextos diferentes.
La nivelación de contextos y el fundamentalismo
cotidiano, que se pueden entender como expresión y
consecuencia de la evolución social posmoderna, también
tienden a dificultar e incluso a amenazar los procesos de
individuación que son necesarios en las familias y las
parejas.
En este sentido la nivelación de contextos puede
significar que en el programa de la individuación se van
borrando más y más determinados puntos que debían
servir sobre todo como un «contra» en la «individuación
contra». Esto queda patente, por ejemplo, en la pérdida de
ritos de iniciación en la sociedad occidental
contemporánea. Estos ritos de iniciación son en cierto
modo hitos de camino socialmente establecidos, que
marcan de manera visible para todos los deberes y
derechos propios a la edad y al desarrollo. De esta manera
preparan el escenario simbólico tanto para la
«individuación con» como para la «individuación
contra», y lo hacen también y precisamente allí donde son
esperados y sufridos con miedo. Una vez superados, toda
la comunidad confirma el progreso de la individuación.
Los adolescentes en Papúa, Nueva Guinea, por ejemplo,
como lo describieron T. y R. Lidz,(24) son arrancados
por la noche de su marco habitual según un plano preciso,
se los excluye e incluso se los maltrata para recibirlos
luego con benevolencia en el círculo de los adultos. Se
puede decir que los rituales de iniciación sirven como
áncora para la «individuación contra», que brota de la
«individuación con» para volver a desembocar en ésta.
Algo parecido sucede en los rituales y ceremonias
familiares, como las peticiones de mano o las bodas, que
marcan cortes en el ciclo vital del individuo y de la
familia. Su mensaje es: el pasado vivido juntos y las
lealtades, delegaciones, derechos, deberes y cuentas, que
se establecieron en esta convivencia, nos unen y nos
seguirán uniendo aunque haya llegado el momento de la
separación de padres e hijos. Una vivencia de separación
queda así integrada en la experiencia de una vinculación
permanente; la «individuación con» y la «individuación
contra» quedan así (más o menos) reconciliadas.
Pero a diferencia de las sociedades tradicionales, en
las que los rituales de iniciación y familiares pudieron
anclarse durante siglos en la conciencia y en las
instituciones humanas, entre nosotros está creciendo la
inseguridad e indefinición a este respecto. En el mejor de
los casos son el carné de conducir y la ceremonia del final
de la enseñanza escolar los que representan débiles
equivalentes de estos ritos y rituales. En conjunto parece
cada vez menos claro qué es lo que pueden y deben hacer
los jóvenes (y los adultos) según su edad, dónde los
padres deberían poner límites o no, qué derechos y
deberes corresponden a los representantes de las distintas
generaciones, qué hay que dar y qué se puede o no se
puede exigir.
A esta inseguridad contribuyen nuevamente
tendencias posmodemas, pero al parecer contravertidas.
Por un lado, se borran los límites entre las generaciones.
Jóvenes y viejos miran los mismos programas de
televisión, se exponen de la misma manera a la invasión
de contextos que se produce con absoluta indiferencia
respecto a los afectados por ella. Los jóvenes en las
sociedades occidentales ricas, por ejemplo, comparten
más y más privilegios -en cuanto a la sexualidad, los
viajes de vacaciones, la conducta de consumo- por los
que los mayores tuvieron que luchar y trabajar
duramente. Para los jóvenes se suprimen y se desvanecen
en general los tabús y las barreras que podrían servirles
como adversarios en su «individuación contra». (Según
una noticia reciente de la Agencia de Prensa Alemana
actualmente hay más y más jóvenes que lamentan la
anulación de lo tabús que podrían romper.)
Por otro lado, como consecuencia de la presión
individualizadora y de la mayor esperanza de vida, los
mundos de experiencia de jóvenes y mayores son cada
vez más divergentes. Los alemanes mayores, por
ejemplo, aún están marcados por experiencias tempranas
de la dictadura nazi, de la guerra, la carestía, el hambre y
el exilio; los más jóvenes están marcados por la
experiencia del bienestar, tomado como evidente, por la
multiplicidad de opciones (entre los socialmente mejor
situados), pero también por un futuro amenazado por el
peligro nuclear, la explosión demográfica y la destrucción
del medio ambiente. En resumen, las condiciones para
una «individuación con» que requiere compenetración y
empatía siguen siendo inseguras, mientras que para la
«individuación contra» se pierde más y más un «contra»
claramente marcado.
REFLEXIONES DE RESUMEN
Para resumir podemos decir que la individuación
conexa requiere un equilibrio entre la «individuación
con» y la «individuación contra», donde se trata sobre
todo de una relación equilibrada entre la superación de
conflictos intrapsíquicos e intersubjetivos. El individuo y
el sistema, el yo-mismo y el contexto se muestran
nuevamente como recíprocamente determinantes, como
entretejidos entre ellos.
Esto resulta más claro cuando observamos dos
situaciones extremas en las que fracasan de distintas
maneras el equilibrio entre la «individuación con» y la
«individuación contra».
La primera situación sería la de una realidad
relacional altamente ablandecida. El ablandecimiento
aparece como expresión y consecuencia del intento de
uno o varios miembros del sistema de borrar los
conflictos intrasubjetivos e intersubjetivos, y con ellos
también la presión del estrés y del sufrimiento, con ayuda
de la disociación sincrónica. Se evita así la necesaria
«individuación contra», pero también se pone en peligro
la «individuación con», porque se arriesga a quedarse
fuera del consenso interhumano en general, ser declarado
como raro o como loco. En otras palabras, se arriesga a
sufrir la excomunicación por parte de la comunidad que
marca las pautas de la comunicación. Esto implica el
peligro de un proceso circular: cuanto más firmemente se
instala uno en la excomunicación, tanto más se cierra la
posibilidad de una retroacción correctiva desde el exterior
(es decir, que uno se queda con sus soluciones
idiosincráticas de conflictos hasta que se pudra) y así
crece el riesgo de ser declarado, tratado e internado como
loco por parte de la comunidad que marca las pautas de la
comunicación (y de los psiquiatras al servicio de ella).
Si la realidad relacional se endurece excesivamente,
se produce una radicalización de la «individuación
contra» que en cierta manera está programada de
antemano. Hacia el exterior se muestra una conducta de
fundamentalismo cotidiano, mientras que en el
parlamento interior una parte del yo-mismo se comporta
como un dictador que trata de excluir del discurso
democrático, de hacer pasar a la clandestinidad y de
dominar de cualquier manera (eventualmente por medio
de la disociación diacrónica) a las partes del yo
inaceptables, falsas, malas, condenables y cargadas de
vergüenza. De esta manera quedan sofocadas la
tolerancia de la ambivalencia, la democracia interior y los
mecanismos flexibles del equilibrio y de la regulación
interiores.
Así se evita (generalmente) una exclusión del
consenso social: mientras uno lucha por imponer el
propio punto de vista y la propia verdad, al menos sigue
vinculado a nivel combativo a las personas de su sistema
relacional, como por ejemplo al esposo o la esposa.
También se puede llegar a la conclusión de que la lucha
es inútil y que es mejor capitular ante el que posee la
realidad más fuerte adaptándose a éste y renunciando a
una «individuación contra». Pero esta renuncia significa a
menudo una resignación y una renuncia también a la
continuación del propio desarrollo, y eventualmente
incluso una disposición -así lo demuestran al menos
nuestras experiencias de Heidelberg- para patologías
psicosomáticas de uno u otro tipo.
Por diferentes que se presenten estas situaciones,
sugieren, sin embargo, un aspecto común: tanto los
endurecedores extremos de la realidad relacional como
sus ablandecedores extremos parecen suponer que existe
en último término una verdad independiente del contexto
en la que es posible orientarse, y en la que deberían
orientarse, sobre todo, los demás.
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