el individuo en el sistema (stierlin helm) cap 7

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Helm Stein. El individuo en el sistema. Herder. Barcelona. 1997. 7 LA INDIVIDUACION CONEXA INDUVIDUO Y SOCIEDAD Para encontrar respuestas a las preguntas antes planteadas, volvamos otra vez a la tendencia a la individualización que caracteriza la modernidad y aún más la posmodernidad. Esta tendencia se manifiesta en la creciente individualización de los mundos de la experiencia, de los campos profesionales, de las formas de relación y también de las orientaciones y ofertas psicoterapéuticas. Esta individualización requiere estructuras sociales -o, para volver a hablar con Hegel, leyes e instituciones-, que la hacen posible y la exigen. Por un lado, podemos hablar de una coevolución de los procesos de individualización y, por otro, de las estructuras sociales que la posibilitan y exigen. La época del Renacimiento -muchos autores la consideran como el comienzo de la modernidad- se nos muestra también como una época en la que se acelera esta coevolución. En este fenómeno entraron en juego numerosos procesos vinculados entre ellos que se empujaron recíprocamente: mejoraron, por ejemplo, los medios y vías de transporte, se decubrieron nuevos continentes, inventos como la imprenta fomentaron la comunicación y estimularon nuevos hallazgos, culturas hasta entonces aisladas se acercaron entre ellas y provocaron la comprensión mutua (o el rechazo). En muchas partes se fomentaron y protegieron social y legalmente las esferas privadas, y se abrieron las puertas a los procesos de democratización.

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Helm Stein. El individuo en el sistema. Herder. Barcelona. 1997.

7

LA INDIVIDUACION CONEXA

INDUVIDUO Y SOCIEDAD

Para encontrar respuestas a las preguntas antes

planteadas, volvamos otra vez a la tendencia a la

individualización que caracteriza la modernidad y aún

más la posmodernidad. Esta tendencia se manifiesta en la

creciente individualización de los mundos de la

experiencia, de los campos profesionales, de las formas

de relación y también de las orientaciones y ofertas

psicoterapéuticas.

Esta individualización requiere estructuras sociales

-o, para volver a hablar con Hegel, leyes e instituciones-,

que la hacen posible y la exigen. Por un lado, podemos

hablar de una coevolución de los procesos de

individualización y, por otro, de las estructuras sociales

que la posibilitan y exigen.

La época del Renacimiento -muchos autores la

consideran como el comienzo de la modernidad- se nos

muestra también como una época en la que se acelera esta

coevolución. En este fenómeno entraron en juego

numerosos procesos vinculados entre ellos que se

empujaron recíprocamente: mejoraron, por ejemplo, los

medios y vías de transporte, se decubrieron nuevos

continentes, inventos como la imprenta fomentaron la

comunicación y estimularon nuevos hallazgos, culturas

hasta entonces aisladas se acercaron entre ellas y

provocaron la comprensión mutua (o el rechazo). En

muchas partes se fomentaron y protegieron social y

legalmente las esferas privadas, y se abrieron las puertas

a los procesos de democratización.

El Renacimiento se muestra también como la época

en la que, en medida creciente, en el centro de las

descripciones se sitúa al individuo (o yo-mismo) como

instancia creadora y a la vez destructora, dotada de

voluntad, capaz de sufrir y de rivalizar, pero también

desgarrada por conflictos sobre los que reflexiona. Los

constructores de las catedrales ya no permanecieron en el

anonimato. En las esculturas y pinturas aparecieron

personalidades más diferenciadas o, si se quiere, más

individualizadas. Los escritores reconocieron la autoría

de sus escritos, aunque éstos criticaban las normas y

opiniones predominantes. En las obras de teatro de

Shakespeare, redactadas al principio de la Edad Moderna,

encontrarnos a individuos que no sólo expresan los

conflictos en sus vivencias, sino que también, como por

ejemplo Hamlet, reflexionan de manera diferenciada

sobre ellos. En resumen, los procesos que actualmente

denominamos a menudo individuación se aceleraron e

intensificaron en esa época.

INDIVIDUALIZACION E INDIVIDUACION

Los conceptos de individualización e individuación

remiten ambos al término latino «individuum», y con ello

a la unidad y unicidad de un ser singular que es

consciente de su unicidad, que emprende algo que luego

configura y experimenta.

Cuando hablamos de individuación, pensamos sobre

todo en un desarrollo que el individuo ha atravesado. Este

desarrollo también se puede describir como desarrollo del

yo-mismo o (como en C. G. Jung) como realización del

yo-mismo o yo-mismización. Si continuamos las

reflexiones del capítulo anterior, no se trata del desarrollo

de un solo yo-mismo, sino de diversos yo-mismos, o tal

vez más correctamente: de un yo-mismo que se puede

describir de distintas maneras mostrando cada vez

aspectos diferentes. En consecuencia, se podría describir

la relación entre individualización e individuación de la

siguiente manera: para que pueda avanzar la

individualización en el mundo cambiante de la

posmodernidad, es preciso (también) un determinado

modo de individuación. La llamo individuación conexa o

también coindividuación y de ésta me ocuparé en las

explicaciones que siguen.

Retomo aquí unas reflexiones que redacté por

primera vez hace veinticinco años.(1)Ya en aquel

momento la individuación se convirtió en un concepto

clave. Para distinguir la individuación humana de la de

otros seres vivientes, hablaba de una «individuación

sabida» o consciente (knowing individuation) y atribuía

una importancia especial al tiempo y la situación

relacional en las que ésta aparece por primera vez en la

vida de un individuo: la de la temprana relación entre

madre e hijo/hija, o entre los hijos y la pareja paterna La

definía como “dawn of knowing individuation” que se

podría traducir al castellano como «el despertar de la

individuación sabida». Hoy preferiría hablar del despertar

de la individuación conexa o coindividuación.

ASPECTOS DE LA INDIVIDUACIÓN CONEXA

,¿Cómo se podría reconocer que un individuo

realizó una individuación exitosa, es decir, una

individuación conexa? A la luz de mis explicaciones del

capítulo precedente, se puede contestar ahora de esta

manera:

1. Soy capaz de experimentaríne como alguien que

conserva su organización interior y el sentimiento o la

conciencia de una identidad e integridad invariables por

encima de todos los avatares del desarrollo.

2. Soy capaz de delimitarme como individuo frente

a otros individuos. Esto significa que experimento mis

necesidades, mis sentímientos, mis fantasías, mis ideas,

mis sueños, mis expectativas y mi cuerpo como

pertenecientes a mí y diferentes de las necesidades,

sentimientos, fantasías, ideas, sueños y cuerpos de otros,

especialmente de personas importantes para mí, como los

miembros de mi familia, mi pareja y mis amigos.

3. Me experimento como sujeto que es capaz de

establecer relaciones intersubjetivas con otras personas y

está dispuesto a ello, de modo que puede transmitir

significaciones a otros y asimilar las que otros le

transmiten.

4. En el marco de esta intersubjetividad me

experimento como alguien que sabe definir metas y

valores propios y que sabe defenderlas, si hace falta,

también contra otras personas importantes, considerando

que está en su derecho al hacerlo. Un adolescente, por

ejemplo, se individua cuando en vez de hacer suyos los

valores que orientan la vida, las metas profesionales y

delegaciones transmitidos por sus padres, crea y realiza

sus propios valores, por ejemplo en lo relativo a la

sexualidad, la relación de pareja y la elección de la

profesión.

5. Me experimento como centro de mis propias

iniciativas y autoría, como centro de fuerza viviente,

como autor de mi historia, sintiéndome en ello autónomo

y libre, pero también responsable de lo que pienso, hago,

comento y redacto. Esto incluye eventualmente también

la responsabilidad por los síntomas que muestro.

6. Asumo la contradicción entre mis tendencias y

necesidades, me expongo a mis conflictos interiores,

soporto la tensión de la ambivalencia o también de la

polivalencia.

7. Sigo siendo consciente de que mi individuación

se basa en múltiples dependencias y que incluso surge de

ellas. Para poder realizar mi individuación sigo

dependiendo, por ejemplo, de un cuerpo que funciona

bien, especialmente de un cerebro y sistema nervioso que

funcionan bien, de una alimentación adecuada, de aire

limpio, de un ecosistema no dañado y también de otras

personas y de condiciones sociales, económicas y de

derecho, tal como existen en un Estado democrático.

Entre otros, son los pacientes diagnosticados como

esquizofrénicos los que nos muestran de manera ejemplar

unas perturbaciones de la individuación que conciernen a

algunos o a todos los aspectos mencionados. Se muestran,

por ejemplo, o incapaces de o no dispuestos a

experimentar sus sentimientos impulsos, fantasías, etc.,

como propios, de modo que no los delimitan de los de

otros. Para ellos se mezcla lo que surge en su interior con

lo que viene desde fuera. Se experimentan como

vulnerados en su integridad, despersonalizados,

influenciados por voces y señales exteriores, e incluso

violentados o creen que alguien les sustrae sus

pensamientos y sentimientos. 0 bien se experimentan

como personas sin centro interior, en cierto modo como

seres sin identidad nuclear. El psiquiatra Ronald D. Laing

hablaba al respecto de eso de un yo-mismo dividido

(divided self).(2) También ocurre que fracasan en sus

esfuerzos por establecer una intersubjetividad o que

renuncian a ella. De cualquier manera parecen

desconectados del consenso social, y ante la mayoría que

marca las pautas se presentan como locos, como personas

con las que no puede establecerse ya una relación

empática y de diálogo.

A menudo también son incapaces de formular metas

y valores propios o renuncian a hacerlo y a defenderlos si

hace falta. Más bien se sienten como la cera moldeada

por otros o como una pelota tirada por otros. De este

modo también les falta -durante lapsos de tiempo largos o

siempre- la sensación de iniciar o efectuar algo por la

propia fuerza, de cambiar la propia conducta, y también

de poder y de tener que asumir la responsabilidad de lo

que han pensado, dicho, ,hecho o redactado.

Frecuentemente, no son capaces de asumir la

ambivalencia o no están dispuestos a hacerlo, en el

sentido de soportar la tensión de la lucha interior entre

dos almas. En lugar de ello se entregan a procesos de

escisión, es decir, que sólo asumen un lado, generalmente

el más agradable, de la ambivalencia. El otro lado

permanece disociado y/o lo proyectan sobre algún otro.

Este otro será entonces el receptáculo del ansia, de los

impulsos destructores, de las malas intenciones, cte., que

no pueden o no quieren percibir en sí mismos. También

sucede que se descarga la ambivalencia en el nivel de la

actuación, en cierto modo sin experimentarla, como lo

hacen, por ejemplo, ciertos pacientes diagnosticados

como catatónicos, que caminan constantemente de un

lado para otro, hacia delante y hacia atrás, sin poder

permanecer quietos en un lugar para volver a

concentrarse en sí mismos (se trata aquí de la agitación

catatónica), o que se muestran incapaces de dar

preferencia a uno u otro impulso para actuar o no

dispuestos a hacerlo, de modo que permanecen como

paralizados en su sitio (se trata aquí del estupor

catatánico).

Y, finalmente, muchos de estos pacientes no

parecen capaces de, o dispuestos a experimentar su

autonomía y de reconocer, no obstante, al mismo tiempo

su dependencia de su entomo humano o no humano o de

su cuerpo. Más bien se experimentan -o al menos se

presentan- como autárquicos e invulnerables y por eso a

menudo como grandiosos y omnipotentes.

¿COMO SE DESARROLLA LA INDIVIDUACION

CONEXA?

Partiendo de esta pregunta, volvamos a la temprana

relación entre madre y niño/niña o entre la pareja parental

y los niños. Tenemos que preguntamos: ¿cómo se puede

describir y comprender la individuación de un integrante

de la relación -del niño o la niña-, cuando la situación

inicial de los dos integrantes de la relación se presenta

extremadamente diferente? Por un lado, la madre, adulta,

con experiencias de vida, con un dominio del lenguaje,

guiada por modelos y concepciones transmitidos por su

cultura y su familia de origen; por otro lado, el niño / la

niña, hasta su nacimiento parte de la madre, pero incluso

después durante mucho tiempo absolutamente

dependiente de ella, sin experiencia alguna y sin lenguaje,

y que se individua y diferencia, sin embargo, más rápida

o lentamente, según los casos. ¿Cómo se puede describir

y comprender esta individuación, cuando resulta que las

posiciones de los dos integrantes de la relación cambian

constantemente al tiempo que ejercen su influencia el uno

sobre el otro?

Se podría pensar aquí en el desarrollo del sistema

inmunológico, en el que también se puede reconocer una

especie de proceso de individuación, porque se trata de

un sistema que en un nivel preconsciente toma decisiones

sobre lo que hay que considerar como propio y extraño en

el ámbito corporal, es decir, lo que debe pertenecer o no

al cuerpo. Lo que se defíne como propio se retiene y se

fomenta, lo que se define como extraño se desvaloriza y

se expulsa.

Se podría preguntar: ¿cómo aprende el sistema

inmunológico del niño el delimitarse respecto del

materno, puesto que ha surgido del cuerpo de la madre?

También podemos preguntar: ¿qué clase de fallos o

malentendidos pueden ocurrirle en el proceso de la

necesaria autodelimitación y autoafirmación? Porque

estos fallos o malentendidos ocurren en las llamadas

enfermedades autoinmunizantes, en las que el sistema

inmunológico lucha contra partes del propio cuerpo, a las

que debería percibir como propias y conservarlas,

definiéndolas, sin embargo, como extrañas, de modo que

mantiene una fatal guerra intracorporal. También se

puede hablar de fallos y malentendidos del sistema

inmunológico cuando la defensa inmunizadora (en cierta

manera irrazonable e irreflexivamente) rechaza un órgano

(como los riñones o el hígado), que se ha trasplantado

gracias a la cirugía moderna, pero que no es aceptado por

el cuerpo.

Cuando se trata de comprender cómo el niño / la

niña realiza su individuación dentro de la relación con la

madre (y posteriormente también con otros miembros de

la familia), este proceso parece aún más dificil de

describir que el desarrollo del sistema de inmunizacion.

No podemos captar de manera inmediata las vivencias

infantiles y matemas, sino sólo descubrirlas de manera

empática. Y al menos uno de los integrantes de la

relación, el niño, durante un espacio de tiempo bastante

largo, no tiene ni siquiera la posibilidad de comentar o

poner en cuestión aquello que podamos descubrir.

Sin embargo, a lo largo de los últimos años fue

posible obtener conocmientos sobre el proceso de

individuación infantil, sobre sus posibilidades de éxito o

fracaso y sobre el lugar que ocupan las personas más

importantes de sus primeras relaciones, en primer lugar la

madre.

Muy innovadores en este campo fueron

especialmente los trabajos de René Spitz,(3) John

Bowlby (4) y, más recientemente, de Daniel Stern, (5)

Mary Ainsworth (6) y del matrimonio Grossmann,(7) que

continuaron el trabajo de Bowlby.

René Spitz describió el proceso de individuación

hace ya varias décadas como expresión y consecuencia de

un diálogo. Éste comienza entre madre y niño/niña e

integra posteriormente también a otras personas

próximas. En un principio no es un diálogo que se sirva

del lenguaje, aunque la madre, como uno de los

participantes, generalmente incluya desde el comienzo

también palabras. Más bien es un diálogo progresivo de

intercambio de miradas,, de contactos corporales y de

sonidos. Con respecto a este diálogo, cada uno de los

autores arriba mencionados describió posteriormente

fenómenos o procesos diferentes.

El matrimonio Grossmann, que continuó la labor de

Bowlby, por ejemplo, se interesa principalmente por el

desarrollo del sentimiento de seguridad o inseguridad del

vínculo durante el proceso de individuación. En este

desarrollo se muestra una dialéctica característica: el niño

que se siente protegido y aceptado por la madre puede

permitirse una autonomía creciente. Por eso la

experiencia de protección y aceptación no excluye el

poder ser y el permitirse ser autónomo, sino que ambas

vivencias se condicionan mutuamente. Según la fase de la

relación y del desarrollo infantil y materno, esta dialéctica

varía en su temática. Un niño/una niña de un año, por

ejemplo, consigue hacerse más autónomo cuando aprende

a andar sabiendo que la madre está cerca por si se cae. Un

niño/una niña de seis años, que se esfuerza igualmente

por la autonomía adecuada a su edad, ya no necesita a la

madre como apoyo fisico, pero probablemente como

alguien que le pueda apoyar anímicamente, dándole

ánimos, muestras de confianza o de aprecio. Por eso serán

más bien los niños / las niñas inseguros/as del vínculo los

que se apegan a la madre que no los que experimentan el

vínculo como seguro.

Muy reveladoras a ese respecto son las

investigaciones de Daniel Stem. En el contexto del

diálogo antes descrito, este autor analizó sobre todo el

desarrollo del sentimiento de sí mismo o, más

precisamente, del sentimiento de sí mismo del niño

pequeño. Sus descripciones coinciden en buena medida

con las descripciones del yo-mismo del capítulo

precedente.

Los sentimientos de sí mismo comienzan a formarse

muy tempranamente, prácticamente el día del nacimiento.

Según Stem, a estos sentimientos pertenecen la sensación

de ser autor de los propios actos, el sentimiento de la

cohesión corporal, el sentimiento de continuidad, la

percepción de la propia afectividad, el sentimiento de ser

un sujeto capaz de interactuar con otras personas, el

sentimiento de desarrollar activamente una organización

interior y, finalmente, el sentimiento de transmitir

significados. «Estos sentimientos de sí mismo -escribe

Stem- constituyen la base para la vivencia subjetiva

normal y también anormal del desarrollo socializadom,

pero también constituyen una base, como podemos añadir

ahora, para la individuación exitosa en general.

Las observaciones y reflexiones de Stem sugieren

que el sentimiento de sí mismo está desde un principio

presente en el niño / la niña. Pero sólo puede desarrollarse

y diferenciarse, como antes he señalado, si hay un diálogo

que progresa. Se puede decir que el sentimiento de sí

mismo surge siempre de nuevo desde los sentimientos del

nosotros, depende de ellos, genera y refleja con la

separación creciente también siempre de nuevo los

sentimientos de vinculación y, a partir de éstos, el

sentimiento de separación. En este sentido, Daniel Stem

escribe: «Las experiencias de ser uno se conciben así

como el logro de una organización activa del estar junto

con un otro y no como una pasividad que implica la

incapacidad de distinguir entre el yo-mismo y el otro».

Aquí podemos decir además: la individuación sólo

es posible como individuación conexa, y la palabra

«conexa» siempre incluye también el nosotros en la

perspectiva y, por tanto, al otro o a la otra. Y esto

significa además que mientras exista un desarrollo, la

separación psíquica total entre el individuo y el otro es

impensable. Por eso no parece oportuno hablar aquí de un

proceso de individuación y separación, como lo hizo la

psicoanalista norteamericana Margaret Mahler.(8) El

concepto de «individuación conexa» pretende señalar

más bien unos procesos que siempre posibilitan y exigen

tanto la individuación y la separación como también

nuevas formas y niveles de conexión.(9) La dialéctica

relacional que se expresa de esta manera, comienza y se

despliega en la relación entre la madre (o su

representante) y el niño / la niña pequeño/a, incluye luego

en medida creciente a otros miembros de la familia y

finalmente también a personas externas, como

compañeros de la misma edad (peers), maestros, parejas

del otro o del mismo sexo, etc. En este proceso, los

participantes en las relaciones siempre introducen sus

respectivas contribuciones. Hasta donde se trata de

relaciones familiares, también he hablado de la

coindividuación y coevolución, necesarias en cada caso,

dentro del ámbito familiar.

Según la posición del observador y la fase del

proceso de individuación, se perciben en él distintos

temas y fenómenos. Un investigador de la pequeña

infancia, como Daniel Stem, observará de manera

diferente de como lo haría un terapeuta de niños y

considerará importantes otras cosas. Esto queda patente

cuando comparamos las observaciones de Stem, por

ejemplo, con las de dos terapeutas de niños, las

norteamericanas Denis M. Donovan y Deborah

McIntyre.(10) Los tres autores son sutiles observadores y

descriptores del complejo desarrollo y de la capacidad de

adaptación infantil. Los tres saben combinar la teoría y la

experiencia clínica de manera innovadora y

enriquecedora para el conocimiento. Y los tres describen,

se podría decir, avatares sensibles de la dialéctica entre el

yo y el nosotros. Pero mientras que Stem observa sobre

todo a niños y personas apegadas a ellos que son

normales o poco perturbados, las otras dos autoras

asumen el desafio de ayudar a niños y niñas gravemente

perturbados y a menudo maltratados. Desde las diferentes

posiciones de observación y tareas resultan distintas

diferenciaciones conductoras, perspectivas y

conocimientos, y con ellos también distintas instrucciones

para la actuación. Las observaciones diferentes se

completan en parte, en parte también divergen, por lo que

plantean nuevas preguntas y requieren nuevos conceptos.

LA «INDIVIDUACION CON» VERSUS LA

«INDIVIDUACION CONTRA»

Mis experiencias clínicas especialmente con

clientes con perturbaciones psicóticas y psicosomáticas

graves -muchos de ellos adolescentes y jóvenes adultos- y

sus familias me llevaron a introducir con respecto a la

dialéctica mencionada la diferenciación conductora entre

la «individuación con» y la «individuación contra»."

Especialmente desde el punto de vista terapéutico resultó

ser fructífera.

Se puede hablar de una individuación con los

padres, o abreviado «índividuación con», cuando las

contribuciones de los integrantes de la relación se

traducen desapercibidamente y sin esfuerzos en progresos

de la individuación. Un ejemplo para ello nos lo

proporciona el desarrollo del habla infantil. El niño / la

niña aprende a hablar casi automáticamente en el

intercambio con la madre y otras personas próximas.

Cuanto más se desarrolla y diferencia su lenguaje, tanto

más éste le permite delimitarse por medio de él, es decir,

llegar a ser consciente de sus propios sentimientos,

necesidades, ideas y fantasías distintas de las necesidades,

ideas y fantasías de otros. De este modo el lenguaje se

muestra como un motor y un instrumento poderoso para

la individuación. Pero, al mismo tiempo resulta ser un

instrumento que posibilita un intercambio intersubjetivo

cada vez más diferenciado y con él nuevas vivencias y

nuevas dimensiones de conexión. El lenguaje se convierte

así en el medio que permite fijar recuerdos comunes y

gracias al cual se pueden articular expectativas mutuas,

compromisos y, junto con ellos, sentimientos más y más

diferenciados. En resumen, el lenguaje que se va

diferenciando, al permitir o generar una mayor

separación, también hace posible una mayor proximidad

y conexión.

En el proceso de individuación se dan, sin embargo,

situaciones y fases en las que las contribuciones de los

integrantes de las relaciones sólo se traducen en

progresos de individuación bajo los signos de un

conflicto. Para realizar la propia individuación hay que

tener también posiciones contrarias dentro de una

amplitud adecuada de perspectivas y vivencias, hay que

estar dispuesto a soportar el «contra», defender la propia

posición sin evitar los conflictos, para desarrollar y

consolidar así un sentimiento de la propia identidad e

integridad. En este caso se puede hablar de una

individuación contra la madre o los padres, o en forma

abreviada, una «individuación contra». Con respecto a las

descripciones del yo-mismo ofrecidas en el capítulo

precedente, quiero comentar aquí más detalladamente la

fenomenología y los avatares de la «individuación con» y

la «individuación contra», conectando con lo que allí he

llamado el yo-mismo de la familia o de la comunidad.

LA INDIVIDUACION EN UNA PERSPECTIVA

MULTIGENERACIONAL.

La dialéctica entre la «individuación con» y la

«individuación contra» se actualiza en la relación madre-

hijo y la relación familiar que se produce simultánea o

posteriormente. Pero para los terapeutas esta dialéctica se

muestra a menudo influenciada por procesos que

quedaron determinados por las generaciones precedentes.

Especialmente el ya mencionado Ivan Boszomnenyi-

Nagy llamó la atención sobre estos procesos.

Yo mismo he hablado en relación con estos

fenómenos más bien de delegaciones. Éstas pueden

armonizar de tal manera con los talentos e inclinaciones

de un individuo, que éste no se siente ni poco ni

demasiado exigido, de modo que contribuyen a su

individuación exitosa. En este sentido, tanto Goethe como

Freud son hijos afortunados por haber estado favorecidos

por delegaciones.

Otros individuos, en cambio, están expuestos desde

el mismo nacimiento a extremas cargas y conflictos de

delegaciones. Pienso, por ejemplo, en una mujer joven, a

la que me había derivado su médico de cabecera con el

diagnóstico «estados depresivos de agotamiento».

Efectivamente, daba la impresión de estar deprimida,

cansada y agotada. Era profesora de instituto y madre

monoeducadora de un niño pequeño. Hacía tiempo que

vivía separada de su marido, el padre del niño. Militaba

en la defensa de reivindicaciones de mujeres,

especialmente a favor de un trato justo de las madres

monoeducadoras, pero también sacrificaba mucho tiempo

y energía al cuidado de su madre anciana y enferma.

Descubrimos que ella se sentía como la delegada de

dos abuelas y de una madre, para las que en su día no se

había considerado otra profesión que la de ama de casa.

Las tres mujeres se habían sentido oprimidas por sus

maridos, transmitiendo esto a mi paciente. Ésta sentía así

el encargo desde tres lados de realizar su vida no sólo

como ama de casa, lo que significaba aprovechar aquellas

opciones que dentro de la sucesión generacional se le

abrían a ella por primer vez: elegir una profesión que

correspondía a sus necesidades y organizar su vida y sus

relaciones de acuerdo con estas necesidades. Pero estas

opciones también estaban vinculadas con las

mencionadas delegaciones, que ahora se mostraban como

dificiles de cumplir y cargadas de conflictos. Ella debería

haberse preguntado: ¿qué quiero para mí misma, qué es

lo que me conviene (también a mí), qué tareas superan

mis posibilidades, qué es lo que me expone a un conflicto

de delegación y lealtad? ¿Hasta qué punto tienen

prioridad mis necesidades de regeneración y relajamiento

frente a los encargos de la madre y las abuelas,

incluyendo el deber de cuidar a mi madre enferma y

anciana? En el caso de esta paciente, la presión de las

delegaciones era tan fuerte que no era posible llegar a un

compromiso aceptable entre la necesidad de

regeneración, por un lado, y lo que se esperaba de ella en

función de estas delegaciones. Su estado crónico de

agotamiento depresivo se podía comprender, por tanto,

como expresión y consecuencia de una carga de lealtad y

delegación que ella no ponía en cuestión.

Podemos decir que ya antes del nacimiento se

construye para el individuo un campo de tensiones, en el

que actúa una dinámica de delegaciones. Muy

tempranamente el sujeto interioriza este campo de

tensiones, que influye en los guiones, narraciones de vida

y programas de acción. En todo este conjunto ya se

expresa una dialéctica entre la «individuación con» y la

«individuación contra». «Individuación con» significa

aquí: yo realizo mi individuación con el sentimiento de

un vínculo de lealtad frente a mis padres, mis abuelos y

eventualmente otras personas importantes, aceptando sus

encargos, ganándome lo heredado de los antepasados

para poseerlo, con lo que doy una dirección y un sentido

a mi vida. «Individuación contra», en cambio, significa:

me defiendo contra lealtades y encargos que superan mis

capacidades, por lo que me arriesgo a experimentar

ambivalencias y conflictos buscando mi propio camino.

El campo de tensión que se caracteriza por la

dialéctica entre la «individuación con» y la

«individuación contra» se expresa (también) en nuestro

parlamento interior. Lo que he llamado con referencia a

éste las partes, necesidades, fracciones o portavoces de

fracciones, lleva ahora los rasgos o incluso habla con las

voces de los miembros importantes de la familia, como

los padres, los abuelos o también los hermanos y resucita

los patrones relacionales existentes entre ellos. En este

sentido, se puede hablar de un yo-mismo familiar o, más

precisamente, de un yo-mismo marcado por las

necesidades, expectativas y delegaciones de miembros de

la familia (de las que se derivan conflictos mayores o

menores).

Esto significa que en este yo-mismo o parlamento

interior, ahora (también y otra vez) los padres piden la

palabra con sus delegaciones o votos diversos. Por

ejemplo, toma la palabra un padre severo, con su

principio de exigir rendimientos, que sigue ejerciendo su

influencia en el interior como acuciador constante. 0

también aparece la madre que da razón al padre pero se

opone a él con su conducta. Eventualmente se encuentran

ahí los hermanos, que según el contexto y el tono del

ambiente se muestran como amigos o rivales. Tal vez

también se intrometen las voces e intereses de profesores,

amigos, abuelos, otros parientes y quienquiera que sea. Y

también trata de pedir tímidamente la palabra el niño

pequeño que vuelve a sentir todavía dentro de sí y lleva

dentro de sí, aunque en cierto modo encerrado en una

jaula.

Gunther Schmidt me habló de una paciente obesa,

en cuyo destino se descubre lo que pueden ser los efectos

de la interiorización de un tal drama familiar. Ella parecía

atrapada en un esquema de conducta, en el que alternaban

períodos de una apatía paralizadora con los de una

desenfrenada hiperactividad. Cuando se mostraba apática,

también comía más y aumentaba de peso. Sólo parecía

poder volver a ser activa y decidida cuando había llegado

a un cierto sobrepeso «obligatorio». Esto correspondía a

una máxima que ella parecía haber interiorizado de

manera literal, adoptándola como orientación de su

conducta: «Tiene que pasar algo gordo», es decir, sólo

cuando sucedía algo gordo, o sea cuando ella engordaba,

desarrollaba una conciencia de crisis y energías

suficientes para poner en marcha algo y para combatir su

sobrepeso. Un examen más detallado mostraba que

estaban en juego fracciones paternas y maternas que ella

había interiorizado. También la madre había sido obesa,

se había subordinado al padre, pero sustrayéndose a él,

también sexualmente, aumentando de peso y

presentándose como poco atractiva. La frase «Tiene que

pasar algo gordo para que cambien las cosas», la había

escuchado de su padre, quien la decía a menudo.

Podríamos definir este caso como la individuación con

las dos partes de la pareja paterna, donde la paciente

había interiorizado esquemas de conducta y encargos de

ambos. El conflicto interior resultante y hasta entonces

experimentado como insoluble encontró, por tanto, su

expresión en la sintomatología.

En muchas jovenes anoréxicas, en cambio,

impresiona más bien la escalación de una «individuación

contra». Ésta domina el acontecer tanto en el parlamento

interior como en las relaciones externas y familiares. En

el parlamento interior, una fracción intenta individuar el

yo-mismo contra otra fracción, valorada como animal,

automimadora, ansiosa, desenfrenada o lo que sea, pero

en todo caso negativamente, por lo que se la combate.

Pero también en la relación con los padres (y

eventualmente con los hermanos) se radicaliza entonces

una «individuación contra». Porque al rechazar la

alimentación, adelgazando hasta un grado esquelético y

poniendo en peligro la propia vida, estas mujeres jóvenes

ponen en cuestión un sistema de conducta y convicciones

en el que el cuidado de otros -especialmente los mimos a

nivel oral- constituyen un o incluso el valor central.

Paradójicamente es precisamente esta «individuación

contra» la que refuerza aún más los lazos con los padres:

sus pensamientos giran ahora día y noche alrededor de la

hija hambrienta, mientras que ésta, en una posición

ambivalente entre el desear y el temer simultáneamente la

angustiada dedicación de sus padres a ella, radicaliza su

huelga de hambre.

Una observación más precisa muestra que los

escenarios de delegación con respecto a la dialéctica entre

la «individuación con» y la «individuación contra» son

mucho más complejos de lo que he podido esbozar hasta

ahora. Entre otras cosas, también juegan un papel las

percepciones de justicia o injusticia, de tratos de

preferencia o desfavor entre los hermanos, de un dar y

recibir que compensa o no compensa a través de

generaciones.

Una mujer joven con una inteligencia por encima de

la media, por ejemplo, interrumpe diversas carreras que

había comenzado. Una y otra vez se enamora de jóvenes

intelectuales sin trabajo, que se rebelan de manera oculta

o abierta contra el orden burgués. De uno de estos

intelectuales quedó embarazada. Aunque, como

consecuencia de ello, su padre la rechazó, exigiéndole

que abortara, decidió tener el niño. Se descubrió que un

abuelo suyo al cual adoraba, también había sido un

intelectual rebelde. Había destacado públicamente como

antifascista, pero en la vida burguesa había fracasado.

Ella despreciaba a su madre por su rutinaria existencia

burguesa. Sin embargo, quedó ligada a la madre temiendo

constantemente que ésta pudiera suicidarse porque su

vida no tenía contenido alguno. Resulta que la madre

acoge al nieto con gran alegría y cuida de él, recuperando

en esta tarea sus ánimos. Lo que aparece en la vida

profesional y en el amor como autosabotaje e incluso

caos, encuentra su correspondencia en el parlamento

interior de esta paciente. También allí parece haber partes

y necesidades en conflicto que se paralizan mutuamente,

y una ambivalencia o polivalencia persistente parece

impedir que se produzcan compromisos soportables y

compatibles con un bienestar, lo que permitiría también

una representación exterior eficiente, en la que se

manifiesta una actuación intrínsecamente motivada y con

propósitos firmes.

Como sea que la dialéctica entre la «individuación

con» y la «individuación contra» parezca predeterminada

por las contribuciones de generaciones precedentes, lo

importante sigue siendo si y cómo un individuo las

asume, las interpreta para sí mismo y se confronta con

ellas. Hay muchas cosas que coinciden en este punto. Lo

que puede marcar diferencias puede ser si y cómo se

ofrecen, reciben y modifican determinadas historias

familiares, si y cómo en la relación con los padres (o sus

sustitutos) ejercen su efecto el sentimiento de seguridad o

inseguridad del vínculo, y si y cómo se mantiene el

programa de la individuación o coindividuación

conforme a la edad y al desarrollo.

La «individuación con» significa ahora: me dejo

inspirar en la composición de mis historias por otras

personas próximas, dejo que ellas me proporcionen el

marco y los temas principales, me permito servirme del

fondo tradicional de las historias familiares. La

«individuación contra», en cambio, significa: construyo

mis propias historias, me siento como el autor

responsable de ellas, pongo en cuestión las historias que

bloquean mi individuación y si hace falta las descarto.

Esto afecta sobre todo a las historias que se han

condensado a guiones restrictivos y/o que se han

convertido en fuertemente cargadas del pasado y de

patologías.

Además es un hecho que un mayor sentimiento de

seguridad del vínculo (en el sentido del matrimonio

Grossmann) con respecto a nuestra familia de origen nos

permite adoptar de manera más selectiva y diferenciada

aquellos elementos de su oferta de historias que nos

convienen y nos favorecen. Cuando falta esta seguridad,

podemos sentirnos llevados a liberarnos más tarde o más

temprano haciendo eventualmente una especie de corte

total con las historias que nos dominan y limitan. Así lo

afirmó, por ejemplo, un adolescente: «Todo lo que mis

padres trataron de enseñarme no vale nada. Me gustaría

poder comenzar de nuevo con otros padres». Esto nos

podría recordar que durante el movimiento del 68,

muchos jóvenes activistas se aliaron en un golpe de

liberación contra la generación paterna. En este golpe de

liberación se radicalizó en cierto modo su «individuación

contra» en el rechazo de todas las historias ofrecidas por

los padres.

EL PROGRAMA DE LA INDIVIDUACIÓN

Con respecto a lo que acontece en la relación

padres-hijos, se puede añadir: cuando el programa de la

individuación funciona correctamente, la «individuación

con» y la «individuación contra» se vuelven a equilibrar

siempre de nuevo y representan momentos necesarios de

la dialéctica relacionaL Pero esto significa también que

los modos de conducta y las contribuciones de padres e

hijos que podrían parecer a primera vista contrapuestos,

se muestran, al observarlos más detenidamente, como

conductas recíprocamente conexas y reguladoras.

En este sentido, como acabo de señalar, en el curso

del proceso de coindividuación el niño / la niña debería

poder delimitar sus sentimientos, ideas y fantasías de los

sentimientos, ideas y fantasías de los otros, especialmente

también de los otros más próximos. Pero esto sólo parece

posible, cuando éstos ayudan en esta delimitación, es

decir, cuando ellos mismos también se delimitan de

manera diferenciadora sirviéndose de un lenguaje que

facilita esta delimitación. Pero el niño / la niña también

debería ser capaz de atreverse a arriesgar a veces la

pérdida implícita en esta delimitación. Los padres

deberían contribuir a este esfuerzo haciendo posible de

alguna manera que el niño / la niña no sólo experimente

esta pérdida implícita en la delimitación como en último

término no peligrosa, sino además como enriquecedora.

El niño / la niña aprende/sabe así que por un lado puede

soltarse, pero que también puede regenerarse en una

fusión con la madre, descubriendo de este modo nuevas

fuerzas, como las que podrá experimentar más tarde -y

posiblemente a raíz de estas tempranas experiencias

enriquecedoras de fusión- en la vivencia de la entrega en

el orgasmo sexual

Se podría añadir que el niño / la niña debería poder

disponer de una oferta de valores y metas adecuados a su

edad, capacidad de comprensión y elaboración para poder

apropiarse unas metas y valores propios. Esta oferta le

permitirá tarde o temprano elegir o modificar de ella lo

que le conviene. En un principio sólo la pueden hacer los

padres o sus representantes. Para encontrar el coraje de

salir al mundo exterior, satisfacer su curiosidad,

desarrollar su competencia e iniciativa, el niño / la niña

debería haber podido experimentar primero que los otros

-generalmente los padres- le toman en serio y le aprecian.

Para sentirse y presentarse como alguien deseable,

debería haber podido sentir de alguna manera y en algún

momento que era deseable para personas próximas. Para

poder mantener las esperanzas y sentimientos positivos

ante la vida a pesar de posteriores desengaños y traiciones

en su entorno humano, no se debería decepcionar al

principio la necesidad de confianza y la disposición del

niño / la niña a tener confianza. Para poder aceptar

posteriormente a otras personas (y también a sí

mismos/as) en su manera de ser, con sus limitaciones y

fallos, debería haber tenido alguna vez la oportunidad de

idealizar a personas próximas (generalmente a la madre)

y de reflejarse en esta idealización. Para poder hacerse

cargo más tarde de la complejidad de las relaciones

humanas y experimentarlas una y otra vez como

enriquecedoras, debería haber podido conocer en su

familia de origen una situación de orden, fiabilidad y

previsibilidad. Para poder arriesgar y superar conflictos

sin excesiva angustia en relaciones posteriores, debería

haber podido experimentar en su familia de origen que

los conflictos son permitidos, necesarios y superables sin

heridas o enfados permanentes.

Muchas cosas que aquí parecen contradictorias o

incompatibles, resultan compatibles si introducimos el

factor del tiempo. 0 para mantener la imagen del

programa de la individuación: si se mantienen los

tiempos necesarios, entonces las distintas estaciones y

etapas de este programa se muestran coordinadas de

manera que los pasos necesarios del aprendizaje y de la

individuación del niño/ la niña y las contribuciones

paternas a la relación resultan coincidentes. Así, aquello

que en un principio parece contradictorio, conflictivo e

incompatible, se muestra simplemente como momento

necesario de un proceso exitoso de la coindividuación. Si

las etapas y las estaciones están claramente marcadas, las

contradicciones e incompatibilidades se reducen todavía

más.

Como vimos, sin embargo, esto parece ocurrir cada

vez menos en la modernidad y la posmodernidad. Para

contrarrestar esta situación, parece que los investigadores

y teóricos del desarrollo infantil se esfuercen por fijar las

etapas y estaciones del programa de individuación de los

niños. Para ello marcan las fases del desarrollo, que se

suceden y sintonizan entre ellas.

Esto vale, por ejemplo, para las tesis de Piaget.

Según ellas el desarrollo psíquico infantil -y con él

también el desarrollo de la capacidad cognoscitiva, de la

inteligencia, la lógica, del juicio moral y de solución- está

sometido a fases de desarrollo sucesivas.(12) Esto vale

también para las concepciones psicoanalíticas de fases del

desarrollo, que actualizan temas pendientes en la historia

de la vida, tareas y/o conflictos, como, por ejemplo, la

idea de una fase oral, anal, edípica (o fálica) y postedípica

en Freud,(13) o también las ideas de un Erik Erikson,(14)

según el cual las fases decisivas del desarrollo están

marcadas por las dicotomías entre confianza originaria

versus desconfianza, autonomía versus vergüenza y duda,

iniciativa versus culpa, autoaprecio versus

autodesvalorización, identidad versus difusión de la

identidad, intimidad versus aislamiento, actividad interior

versus autoabsorción, e integridad versus repugnancia y

desesperación.

En los modelos de desarrollo mencionados, el

programa de la individuación se fija principalmente en el

individuo en desarrollo. En cambio, no se tematiza

apenas su entorno humano y cómo los padres deberían o

podrían contribuir a él.

Hay, sin embargo, modelos más recientes que

también construyen fases de la relación con la familia y

los padres, que se entrelazan con las del niño / la niña, de

modo que se ajustan más a la idea de una coevolución y

coindividuación que los modelos centrados en el

individuo. Entre ellos encontrarnos las teorías de Jay

Haley(15) y Monika McGoldrick,(16) de carácter más

general y orientadas por el ciclo de la vida familiar, y la

llamada teoría epigenética de Lyman Wynne.(17) Esta

última describe las fases que debería atravesar una

relación de pareja si quiere satisfacer las exigencias de la

paternidad, que a su vez varían en fases. De manera

parecida a Erik Erikson, Wynne define tareas específicas

de las distintas fases. Su cumplimiento o no

cumplimiento decide sobre el desarrollo posterior de la

relación. Wynne incluye en ellas los cuidados (care-

giving), la comunicación (communication), la resolución

común de problemas (joint-problem-solving), mutualidad

(mutuality) e intimidad (intimacy). El programa del

desarrollo infantil está aquí hasta cierto punto

sincronizado con el programa de la relación de los padres,

de modo que surge un principio de un programa de

individuación conexa o coindividuación.

En todo caso es un hecho que en la medida en que

la posmodernidad favorece la individualización de las

formas de relación y las estructuras familiares, también se

individualizan más los programas de la individuación.

Resulta cada vez más dificil partir de un programa

normativo o estándar, en el que las contribuciones de los

integrantes de la relación -o sea, sobre todo los de padres

e hijos- estén fijadas y coordinadas según el desarrollo y

sus fases. Porque estos programas pueden desordenarse

rápidamente cuando una madre (o un padre)

profesionalmente muy ocupada educa sola a un niño,

cuando los niños pendulan entre padres que viven

separados, cuando crecen en familias adoptivas o cuando

los dos padres trabajan y están obligados a improvisar y a

experimentar constantemente. De esta manera los

modelos de fases del desarrollo en general acaban por

relativizarse, mientras que crece la demanda de disponer

de ellos, ya que también prometen apoyo en un mundo

que parece ofrecer cada vez menos apoyos.

. Aunque es cierto que podemos partir cada vez

menos de programas fijos y normas de la individuación,

necesitamos -también en la práctica clínica- un marco de

orientación que permite enfocar los avatares de éxitos y

fracasos de la coindividuación. Por supuesto que este

marco no puede ser más que una tipología ideal.

Según Max Weber, los tipos ideales son

construcciones conceptuales que sirven para el análisis

comparativo. Son útiles aunque en la realidad ningún

caso les corresponda exactamente. Una tipología ideal se

parece a una red con la que tratamos de retener la vida

vivida y en constante transformación. Esto significa que

sacamos sus elementos de su contexto y en cierto modo

los congelamos. Lo que retenemos es un producto inerte,

comparable con el tejido muerto que un patólogo observa

a través del microscopio. Para volver a percibir y a pensar

ese tejido muerto como viviente, se requiere cierta

capacidad de imaginación. Sin embargo, no podemos

prescindir ni de tipologías ideales ni de microscopios.

A continuación expondré unos escenarios de

tipología ideal que representan extremos. Se centran en

distintos procesos de coindividuación desde el criterio de

la diferenciación entre la «individuación con» y la

«individuación contra». De este modo obtenemos nuevas

perspectivas del campo de tensión en el que progresa o se

enreda la dialéctica definida con estos términos. Esto se

refleja en las diversas constelaciones relacionales, juegos

de relación y cuadros sintomáticos, que requieren

procedimientos terapéuticos variables.

VINCULACION VERSUS EXPULSION

Comienzo con las dos situaciones que describí ya en

1975:18 vinculación y expulsión. En ambas situaciones

se manifiestan tendencias sociales posmodemas. Las dos

dan testimonio del hecho característico de la

posmodemidad de que están en peligro la comunidad

familiar tradicional y el programa de individuación

establecido por ella. Debido a las crecientes tendencias de

individualización, esta comunidad, como decía, está cada

vez más amenazada. Pero esta amenaza tiene efectos

diversos. En un caso la consecuencia parece ser que las

familias -o subsistemas de ellas- ganen en importancia

para los individuos, de modo que sus miembros se juntan

aún más y buscan aún más el apoyo mutuo. En

comparación con épocas anteriores, la familia aparece en

mayor medida como fortaleza, como puerto seguro en un

mundo despiadado y como reserva para experiencias,

valores, modelos y encargos que orientan la vida y crean

sentido. En esta situación, el acontecer familiar está

determinado por la dinámica interna, es decir, en el

necesario proceso de individualización predominan las

tendencias centrípetas.

Los vínculos se muestran en este caso como

expresión y consecuencia de procesos recursivos, en los

que ejercen su efecto los aspectos más diversos. A ellos

pertenecen las historias que cimentan los vínculos, y las

suposiciones y los guiones básicos relacionados con ellas,

como «Yo solo no soy capaz de sobrevivir» o «No se

puede dejar solo a nadie», «Dependemos los unos de los

otros para bien y para mal», «Sólo estoy bien cuando el/la

otro/a también está bien», «Mi valor propio, mi papel, mi

función están definidos por los miembros de mi fámilia».

Estas suposiciones básicas fomentan una conducta que se

podría definir como hipercuidadora, que evita los

conflictos, y armonizadora. Esta conducta tiene un efecto

retroactivo de constatación y reforzamiento para las

historias y las suposiciones básicas y afecta también los

puntos de vista, las vivencias y sentimientos, que se

pueden entender igualmente como condición y

consecuencia de la intensificación de los vínculos, como,

por ejemplo el sentimiento de una gran unidad familiar y

lealtad. 0 también el sentimiento de ser importante sólo

dentro de la familia, en cambio nadie fuera de ella. 0 la

tendencia y la expectativa de estar comprometido con

otros miembros de la familia, pero de tener también el

derecho a esperar el compromiso de ellos, por ejemplo,

con respecto a amor, mimos, cuidados, atención, o

también en cuanto a una sensibilidad para los gestos más

sutiles de simpatía y antipatía por parte de los miembros a

los que uno se siente ligado. En relación con todo ello se

lleva una contabilidad interior que registra y retiene con

precisión todo aquello que se ha hecho o sufrido de bueno

y de malo en un sistema familiar.

La otra situación que nos permite ver los avatares

de la individua ción posmoderna se puede describir como

expulsión. También aquí se manifiesta que la comunidad

familiar está en peligro. Pero este peligro, al contrario de

la situación de una vinculación intensificada y un mayor

cierre de filas, no lleva a los procesos recursivos de

conservación e intensificación de los vínculos, sino al

desmoronamiento, parcial o completo, de la comunidad

familar en general, lo que implica la expulsión de alguno

o de varios de sus miembros.

Este desmoronamiento puede producirse de manera

dramática, a gran escala y de manera visible para todos.

Tenemos ejemplos de ello en los países del Tercer

Mundo: de manera parecida como en la revolución

industrial del siglo pasado, las comunidades familiares y

tribales -pero especialmente las familiares- se ven

desgarradas y destruidas. Las grandes familias del ámbito

rural pierden así su base existencial y se trasladan -

enteras o en partes- a los guetos de las metrópolis con su

crecimiento casi cancerígeno, y donde carecen de todo:

no hay viviendas mínimamente dignas, ni trabajo, ni una

red social, ni protección legal, ni tampoco un sentido de

vida que pueda orientar la existencia. Para muchos

afectados, pero especialmente para los niños, esto

significa que son superfluos, que no importan a nadie,

que son una mera carga, y a menudo aparecen como una

plaga a la que se quiere eliminar. Sólo en Río de Janeiro,

unas bandas de asesinos organizados matan a centenares

de niños cada año.

Mientras que la expulsión y sus consecuencias son

hechos dramáticos en los países en vías de desarrollo,

donde son patentes para todos, en los países occidentales

industrializados permanecen más bien ocultos. Cuando

aquí se desmorona la comunidad familiar, los niños sólo

raras veces se quedan en la calle. Se los aloja en algún

sitio, sea en casa del padre o de la madre, quienes asumen

esta carga más o menos a desgana y con más o menos

sentimientos de culpa, o bien la sociedad, es decir, los

servicios sociales se ocupan de ellos. En muchos casos se

trata de huérfanos de divorcios: niños que molestan a sus

padres cuando éstos quieren comenzar de nuevo. Después

de la caída del Muro de Berlín, cuando incontables

ciudadanos de la antigua RDA trataron de comenzar una

vida nueva en la Alemania occidental, sea con una nueva

pareja o con un nuevo trabajo, simplemente dejaron

abandonados a centenares de niños. Pero incluso allí

donde la expulsión se produce de una manera

relativamente oculta o al menos parece garantizado el

cuidado de los niños, éstos conservan el sentimiento de

ser superfluos y una carga para las personas que se

dedican a ellos. Es una experiencia que comparten con

los expulsados del Tercer Mundo.

El desarrollo social posmoderno favorece, por tanto,

las situaciones de vinculación y de expulsión. En él estas

situaciones se encuentran yuxtapuestas, incluso se

sobreponen o surgen la una de la otra.

En nuestro Instituto de Heidelberg pudimos

acumular experiencias sobre todo con sistemas

fuertemente vinculados. Entre ellos se encontraban

especialmente familias y parejas en las que se

manifestaban graves perturbaciones psicosomáticas

(sobre todo anorexia y bulimia nerviosa), pero también

psicosis esquizo-aféctivas y maníaco-depresivas. Además

tuvimos que atender a lo largo de los años muchas veces

a pacientes con perturbaciones esquizofrénicas en los que

se observaba en su mayoría la dinámica de vinculación

extrema.

DOS SITUACIONES DE VINCULACIÓN

EXTREMA.

En la medida en que tuvimos la ocasión de observar

y comparar más y más sistemas vinculados pudimos

detectar con mayor precisión además dos situaciones

extremas dentro del espectro de las vinculaciones.

Una de ellas la observamos en casos en que

predominaban una realidad de relaciones extremadamente

blanda. Hablo de «realidad blanda» cuando -al menos

para un observador externo- permanecen confusas las

afirmaciones y posiciones de los integrantes de une

relación, cuando éstos parecen llevar un diálogo de

sordos, parecer, ocultarse mutuamente como en una

niebla, mistificarse, volverse locos mutuamente con su

palabrería, cuando muestran una y otra vez dobles

vínculos o trampas relacionales, de modo que el terapeuta

u observador que trata de establecer una comunicación

clara tiene cada vez más la impresión de caminar en la

arena movediza de une duna. Esta forma de realidad

relacional la pudimos observar sobre todo en familias con

miembros esquizofrénicos.

Esta realidad relacional blanda significa que por

parte de los padres no existen enfoques y posiciones

sostenidos con la suficiente claridad y durante el tiempo

necesario para permitir a un adolescente individuarse

frente a ellos y conseguir así también un nivel más alto de

individuación conexa. Por lo tanto faltan las condiciones

previas para una lograda «individuación contra». Cuando

faltan estas condiciones un adolescente casi no tiene otra

alternativa que instalarse en la nebulosidad de las

relaciones y de la comunicación. Esto significa además

que no puede delimitar sus propias metas, necesidades,

deseos y valores de las necesidades, deseos y valores de

los demás y menos aún perseguir sus propios propósitos,

lo que implica que permanece vinculado. La

acomodación (o el permanecer preso) en esa nebulosidad

relacional y esta vinculación al contexto de una realidad

relacional blanda además no permite ni definir claramente

los conflictos y controversias ni resolverlos sin peligro.

En estos casos falta una cultura familiar en la que puedan

producirse disputas sin herirse mutuamente y sin

guardarse rencor. (Esta cultura de la disputa se nos

muestra como la precondición y expresión no sólo de una

democracia familiar que funciona bien, sino de la

democracia en general.) En resumen, en la situación de

vinculación de las relaciones blandas los conflictos

permanecen silenciados, lo que no impide que sigan

ardiendo de manera oculta en el subsuelo familiar y que

conserven su fuerza explosiva.

La segunda situación de vinculación extrema se

observa cuando predomina una realidad relacional

especialmente dura. También en este caso la

«individuación contra» parece dificultada o condenada al

fracaso. En esta situación las visiones divergentes con

respecto a la conducta y los motivos de los miembros del

sistema familiar son defendidas con una pretensión

intransigente de obietividad y verdad. Los miembros de la

familia se comportan como si se tratara de leyes y hechos

naturales científicamente demostrados que no requieren

más pruebas. Y de esta manera las peleas sobre el poder y

el derecho de hacer definiciones están preprogramadas.

Estas peleas pueden ser tanto más obstinadas y

persistentes cuanto mayor es el temor de una total

expulsión y desvalorización por parte del otro o los otros.

Esto se puede esperar siempre en los casos en que los

miembros del sistema se guían por historias o

suposiciones básicas que contienen afirmaciones como,

por ejemplo: «No soy capaz de sobrevivir a solas», o

también: «Mi papel, función y valor propio están

determinados exclusivamente por la comparación con los

otros más próximos y por lo que éstos piensan y esperan

de mí». A una persona en esta posición de «inferioridad»

sólo le queda la sumisión total a aquel miembro del

sistema que se impone con su realidad más fuerte. 0 bien

se sigue peleando hasta llegar a una especie de situación

de empate que describí como «clinch maligno». Pase lo

que pase, la «individuación contra» fracasa: se mantiene

una vinculación extrema y persiste el bloqueo del

necesario desarrollo de una individuación conexa. En

nuestra práctica clínica en Heidelberg pudimos observar

esta segunda situación extrema sobre todo en familias en

las que se habían producido graves perturbaciones

psicosomáticas y/o conductas maníaco-depresivas.

INDIVIDUACIÓN Y AMBIVALENCIA

Como vimos, individuación significa también el

poder soportar la tensión de la ambivalencia o incluso de

la polivalencia. En otros términos se podría definir esto

como la necesidad de hacer suya la ambivalencia o de

aprender a tolerar la ambivalencia que hay que investir en

cada caso. Este aspecto de la individuación se puede

captar con mayor precisión en el momento en que debe

producirse la «individuación contra».

Se trata aquí de reconocer, de definir (más o menos)

correctamente y sobre todo de poder soportar unas

necesidades e impulsos (realmente o en apariencia)

contrapuestos, de poder hacerse cargo de unas

obligaciones y delegaciones posiblemente transmitidas a

través de varias generaciones; se trata de los conflictos de

las almas opuestas en nuestro interior, que también hemos

conocido como las fracciones de nuestro parlamento

interior. Para poder llevar adelante mi individuación y,

sobre todo, mi «individuación contra» debo haber

superado primero mis conflictos interiores o, si se quiere,

los de mi parlamento interior. Sólo entonces se puede

esperar que pueda hablar con una sola voz, es decir, con

mi propia voz clara y precisa, en mis relaciones externas

y, más concretamente, en el discurso entre los miembros

del sistema familiar.

Por eso se puede decir que la superación de la

ambivalencia significa la superación de conflictos

interiores, y ésta se muestra, a su vez, como consecuencia

y también como condición de una superación lograda de

conflictos intrafamiliares e interpersonales e incluso

como consecuencia y condición de una exitosa

superación de conflictos en el ámbito social y político en

general.

Además resulta que podemos entender la superación

de conflictos intrapsíquicos e interpersonales como

momentos relacionados entre ellos de una dinárnica

sistémica. El «individuo en el sistema» y el «sistema en el

individuo» en último término no son separables, aunque

nuestros hábitos del lenguaje y nuestras formas

principales de distinción acríticamente asumidas puedan

forzarnos una y otra vez a hacer esta separación.

De todos modos, si contemplarnos los enfoques de

los últimos años tanto del psicoanálisis centrado en el

individuo como de la terapia sistémica con su

sensibilidad para los contextos, podemos reconocer

tendencias que parecen idóneas para superar esta

separación en cierto modo desde dos lados.

Para hacer justicia a la complejidad que determina

esta situación, los autores psicoanalíticos se sirven, por

ejemplo, del concepto de la identificación proyectiva,

introducido por Melanie Klein,(19) un integrante de una

relación experimenta, por ejemplo, una parte de su yo-

mismo como mala, amenazante, cargada de vergüenza.

En lugar de hacer suya esta parte y de soportar la tensión

de la ambivalencia, la persona la proyecta hacia un otro (a

menudo un otro próximo). A este otro se le percibe

entonces como malo, amenazante o moralmente

reprobable. Además un integrante de una relación que

hace esto, lleva al otro integrante -ya sea la madre, el niño

/ la niña, el esposo / la esposa o el terapeuta- a «encarnar»

en mayor o menor medida esta parte disociada y

proyectada, de comportarse conforme a ella y de

identificarse con ella. Esto significa entonces una

participación (más o menos voluntaria) de este otro en el

juego. La dialéctica intrapsíquica se convierte as! en una

dialéctica interpersonal.

Lyman Wynne(20) -a quien ya he calificado como

un pionero de la terapia familiar- tenía en mente algo

parecido cuando hablaba del «trading of dissociations», o

sea del negociar las disociaciones en una familia.

Podemos observar, por ejemplo, aun padre y un hijo en

una situación de clinch: el padre reprocha al hijo

constantemente su conducta femenina y suave e incluso

«homosexual» -desde la óptica del padre-, mientras que el

hijo reprocha al padre su machismo capitalista. Cada uno

lucha contra una parte de la personalidad del otro que

también lleva dentro de sí mismo y que le causa

problemas, pero a la que no puede hacer suya. En esta

situación se puede hablar realmente de una negociación,

en la que el otro como «trading partner» debe permanecer

lo bastante cerca como para estar disponible para una

confrontación constante con la propia parte disociada y

proyectada. Por otro lado, debe mantenerse lo bastante

lejos como para poder servir y ser percibido como

administrador seguro de las propias partes disociadas y

combatidas.

Una negociación parecida encuentra su expresión en

el concepto de «colusión» introducido por Jürg Willi,(21)

aunque él concibe esta negociación en un principio como

una división de funciones y de trabajo que ambos

integrantes de la relación aceptan y experimentan

positivamente. Un ejemplo podría ser la división de

trabajo entre un narcisista primario y una narcisista

secundaria, como los llama Willi. El narcisista primario

puede mostrarse como un exitoso playboy-yuppi a cuyos

símbolos de estatus pertenece también la joven y bella

pareja a la que pasea en su Porsche y con la que pasa las

vacaciones en las Bermudas. La narcisista secundaria, a

su vez, disfruta de su brillo de yuppi. Ahora bien, tan

pronto como la narcisista secundaria pretende convertirse

ella misma en narcisista primaria, es decir, pretende hacer

suya la parte disociada de su personalidad proyectada en

el yuppi, este sistema de relación se desestabilizará. Si no

se sigue limitando a una «individuación con», surgirán

conflictos y se producirá también aquí -entre otras cosas-

la hasta entonces evitada «individuación contra» el otro

de la pareja.

En estas colusiones o en esta negociación de las

disociaciones se expresan efectos recíprocos que se

manifiestan tanto en los respectivos parlamentos

interiores (con las relaciones que están actuando dentro

de éstos) como en las relaciones entre los miembros del

sistema. Si en estos casos la realidad relacional se

muestra ablandada en su conjunto, entonces faltan, como

vimos, las posiciones contrarias necesarias para que

pueda producirse una pertinente «individuación contra»

y, por tanto, también las condiciones necesarias para que

los conflictos intrafamiliares puedan experimentarse,

articularse y superarse realmente. Además falta en estos

casos el aguijón exterior que podría motivar a las partes

interiores en conflicto de un individuo a posponer la

lucha para poder presentarse exteriormente como íntegro

y poder arriesgarse así, si hace falta, a confrontarse con

conflictos externos. Por otro lado se puede imaginar que a

las partes interiores en conflicto y a la ejecutiva interior

(por las razones que sea) les falten en cada caso los

instrumentos y las estrategias para una exitosa superación

democrática de los conflictos intemos, de lo que resulta

también que progrese el ablandamiento de la realidad

relacional.

Cuando encontramos, en cambio, casos de realidad

relacional dura, las posiciones son tan inamovibles y

petrificadas que también queda frenado, como vimos, el

proceso necesario de la individuación, aunque bajo signos

contrarios. Todos los intentos de promover la

«individuación contra» llevan o bien a una lucha por el

poder de definición o por el derecho de definición, que

acaba en un clinch maligno y/o en la destrucción mutua, o

bien en la sumisión total de uno de los integrantes de la

relación, que trata de realizar su individuación. También

aquí se refleja en las relaciones exteriores lo que sucede

en el parlamento interior de uno o de todos los integrantes

de la relación. De hecho, aquí casi no se puede hablar ya

de un parlamento interior, porque también entre las partes

interiores en conflicto cesa la posibilidad de que se

escuchen mutuamente, que negocien, que se equilibren de

una manera (más o menos) flexible las necesidades y los

intereses opuestos. También en el parlamento interior

sólo queda en estos casos la sumisión o la victoria, el ser

dominado o el dominar, donde ser dominado significa

permanecer sin voz, disociado, reprimido o escindido

hasta tal extremo que la parte en cuestión no puede

participar ya en el discurso (democrático) interior.

LA ORGANIZACION DE ESPACIO Y TIEMPO

Siempre que la superación intrapsíquica e

interpersonal de conflictos, o tal vez más correctamente,

la no superación de los conflictos se entrecruza en la

manera descrita, entran en juego la organización del

espacio y del tiempo.

Podemos hablar aquí de un espacio convivencial, en

el que los integrantes de una relación pueden o no pueden

encontrar el equilibrio necesario entre distancia y

proximidad. Los conflictos se pueden evitar aquí

buscando una distancia mayor o incluso alejándose del

todo. La individualización posmoderna de los estilos de

relación –posibles, entre otras cosas, gracias al nivel

económico y la movilidad-, ofrece en el presente un

mayor espacio disponible de lo que antes parecía posible.

Una pareja puede optar por una convivencia mas

próxima, o más distante, compartir el dormitorio o no e

incluso encontrarse sólo los fines de semana o durante las

vacaciones.

Pero no menos importante resulta ser la

organización del tiempo, como hemos podido ver

también en los estudios clínicos y experiencias

terapéuticas de nuestro equipo de Heidelberg.(22)

Centrando la atención en la organización del tiempo,

tenemos que preguntarnos qué papel está jugando en la

facilitación y también en el impedimento de una

«individuación contra» en el momento en que ésta debe

producirse, cuando nos encontramos ante situaciones de

vinculación extremas tal como las he descrito antes.

LA DISOCIACIÓN SINCRÓNICA Y DIACRÓNICA

Cuando predomina una realidad relacional blanda resulta

que las posiciones, perspectivas y valoraciones

irreconciliables de los integrantes de una relación se

presentan en una sucesión tan rápida que los conflictos no

se pueden percibir y experimentar ya como conflictos, es

decir, como algo amenazante, doloroso y que exige una

solución. Esto se puede ilustrar con el ejemplo de una

película que se hace pasar a una velocidad normal: las

numerosas tomas momentáneas de las que se compone la

cinta se combinan mostrando el curso de un acontecer

que le permite al espectador sentir una compenetración

con el protagonista, una identificación con él, una

participación en sus conflictos y en su situación

eventualmente trágica y sin salida.

Cuando se hace pasar la película muy rápidamente,

pasa algo completamente diferente. Los protagonistas

comienzan a moverse como en las viejas películas mudas

y el mismo acontecer parece más cómico que trágico.

Algo parecido ocurre cuando predomina una realidad

relacional blanda en la que las afirmaciones, las

posiciones y los puntos de vista se precipitan unos sobre

los otros sin dejar tiempo a los miembros de una tal

relación para asimilar las posiciones en conflicto, para

pelearse interiormente con ellas y poder experimentar así

propiamente como conflicto la lucha entre las distintas

almas en su interior. A esta situación la llamamos

también disociación sincrónica, y la encontrarnos, sobre

todo, en muchas familias en las que uno o varios

miembros fueron diagnosticados como esquizofrénicos.

Otras familias ofrecen un programa prácticamente

de contraste con respecto al descrito aquí. Entre ellas hay

muchas en cuyo seno se dan conductas maníaco-

depresivas. Como ya he mencionado, en este tipo de

familias se muestra por regla general la situación de

vinculación extrema descrita en segundo término,

marcada por una realidad relacional dura: unas posiciones

duras, «objetivas» y defendidas con pretensión de verdad

se oponen de manera irreconciliable y programan as!

conflictos violentos e incluso peligrosos. Éstos no se

desencadenan, sin embargo, mientras está en juego el

extremo contrario de la disociación sincrónica antes

descrita. En lugar de caer unas encima de otras al mismo

tiempo, aquí las posiciones contrarias conflictivas

parecen distanciarse tanto en el tiempo que ni el

individuo ni su familia pueden experimentarlas ya como

posiciones conflictivas. En este caso hablarnos de una

disociación diacrónica.

En correspondencia con ésta, un paciente

diagnosticado como maníaco-depresivo parece estar

sometido en diferentes tiempos y muy distantes entre

ellos a sistemas de valor distintos, que tienen también

influencias distintas sobre su estado de humor. En un

tiempo este sistema de valores puede ser lo que llamamos

el sentido del orden: mientras el cliente se somete a él, se

muestra como oprimido, inhibido y apretado. El mundo le

parece gris y desolado y se ve a sí mismo como

hiperresponsable y, sin embargo, como malo, condenable,

empobrecido e inútil. Cuando entra en acción este sistema

de valores del sentido del orden diagnosticamos

generalmente una depresión.

Cuando predomina, en cambio, el sistema de

valores que llamamos del desorden, la persona afectada

se muestra más bien infrarresponsable que no

hiperresponsable. Hace la vista gorda a las incoherencias,

salta las barreras, se muestra llena de energía y

optimismo y se presenta con una conducta de la que

normalmente casi no se la creería capaz. Uno de nuestros

clientes, por ejemplo, un empleado de banco de categoría

media, muy concienzudo en la vida cotidiana, un día se

vistió con tejanos, se dejó una barba de cinco días y viajó

a la costa del Mar del Norte para divertirse en una playa

nudista. En situaciones así solemos diagnosticar una

manía o un episodio maníaco.

Una disociación diacrónica (comparativamente)

más leve de los sistemas de valor, modos de conducta y

estados de ánimo la ha podido observar nuestro equipo de

Heidelberg no sólo en los clientes afectados, sino también

en sus fámilias o sistemas problemáticos.

Tanto en el cliente como en el seno de su familia se

desencadenaban de manera programática unos conflictos

violentos cuando se producía una altemancia

cronológicamente más corta de los sistemas de valores

contrarios y las conductas y estados de ánimos

correspondientes a aquéllos. En otras palabras, los

conflictos abiertos se podían evitar mientras las personas

afectadas experimentaban las posiciones opuestas como

muy distantes en el tiempo y por tanto como no

pertenecientes a la misma persona o al mismo sistema, es

decir, mientras la disociación diacrónica «se sostenía».

Pero cuando no se sostenía o había dejado de sostenerse,

entonces era de esperar que el individuo experimentaría

la ambivalencia y el sistema problemático de los

conflictos, y en ocasiones con tal intensidad que había

que temer lo peor.

Como clínicos podemos hacemos una idea del

potencial conflictivo condensado cuando observamos más

detalladamente los períodos de transición durante los

cuales los sistemas de valores y estados de ánimo de

pacientes maníaco-depresivos comienzan a cambiar, o sea

cuando una fase depresiva comienza a dejar paso a una

maníaca o una maníaca a una depresiva. Como se sabe, se

trata de los períodos en los que no pocos clientes

afectados están en peligro de cometer suicidios. Muchos

de los suicidios consumados se pueden comprender

entonces como expresión y consecuencia de una

experiencia y una tensión de conflictos que no se podía

superar ya de otra manera. Muchas veces tenemos

indicios de una dinámica de venganza abierta o

encubierta dirigida contra otras personas próximas y

también de agresiones que se dirigen contra la propia

persona.

Entre el drama esquizofrénico y el maníaco-

depresivo hay que situar el drama esquizo-afectivo, del

que nuestro equipo de Heidelberg también se ocupó

durante mucho tiempo. Aquí encontramos tanto la

disociación diacrónica como la sincrónica. En otras

palabras, encontramos tanto la evitación de conflictos por

medio del diálogo de sordos, del palabreo enloquecedor,

de la mistificación, del desplazamiento focal, etc., como

también -durante lapsos de tiempo más breves o más

largos- la comunicación clara, pero con ella también el

aferrarse a posiciones irreconciliables. Cuando se produce

esta última situación, se desencadenan conflictos, tanto a

nivel intrapsíquico, que se manifiestan como una

ambivalencia imposible de superar, como a nivel

interpersonal o intrasistémico, que estallan en las

relaciones de pareja o familiares. A menudo estos

conflictos se desarrollan de manera violenta e incluso

peligrosa. Un hombre joven, por ejemplo, abandona su

hogar precipitadamente, pasa una noche en blanco en una

comuna frecuentada también por izquierdistas radicales

automarginados, con los que entabla largas discusiones

sobre el Estado y el establishment en bancarrota, de modo

que siguen subiendo sus niveles de angustia y excitación.

En casa comienza una pelea con el padre, que ya existía

de manera latente. El padre había manifestado su disgusto

porque el hijo llevaba el pelo largo, por sus hábitos

demasiado relajados de estudiar y por sus amigos de

aspecto sucio en opinión del padre. El hijo, en cambio,

había tomado como blanco lo que llamaba la existencia

rutinaria, miserable, infructuosa y explotadora del padre.

Se puede reconocer una negociación de las disociaciones,

como la he descrito más arriba. Pero aquel día el

equilibrio negociado de la disociación se sale de quicio:

el hijo destroza el televisor del padre después de haber

escuchado voces que desde ese aparato le insultaban

como homosexual. A causa de ello, el padre ingresa al

hijo en una clínica psiquiátrica. En la sesión con la

familia, que tuvo lugar cierto tiempo después, se podía

observar la simultaneidad y también la mezcla antes

descrita de disociaciones sincrónicas y diacránicas. En

esta situación parecía que los miembros de la familia se

alternaban en ocupar en un momento la función del

interlocutor claro en la discusión y en otro la del

mistificador, pacificador o instigador de conflictos.

LA NIVELACIÓN DE CONTEXTOS Y EL

FUNDAMENTALISMO COTIDIANO

Lo que acabo de decir sobre la organización del

tiempo y la administración de conflictos tanto

intrapsíquicos como intrafamiliares dificilmente se puede

contemplar separándolo de las tendencias sociales

posmodemas. En los países occidentales, estas tendencias

parecen fomentar tanto el ablandamiento como también -

en cierto modo como reacción a éste- el endurecimiento

de la realidad relacional. Las tendencias que fomentan el

ablandamiento se revelan en lo que se puede llamar

nivelación de contextos; las tendencias que fomentan el

endurecimiento, en cambio, se observan en lo que

podríamos llamar fandamentalismo cotidiano.

La nivelación de contextos se muestra sobre todo

como expresión y consecuencia del desarrollo de las

modernas técnicas de comunicación y del paisaje

mediático marcado por ellas. Lo demuestra de manera

simbólica el mando a distancia apenas del tamaño de un

puño con el que podemos saltar en cuestión de segundos

de un canal de televisión a otro. En Estados Unidos y

otros países occidentales se puede elegir así entre varias

docenas de programas que se ofrecen simultáneamente.

Para pasar de una película policíaca a un juicio sobre

crímenes sexuales, de un combate de boxeo a un

espectáculo de striptease, de una comedia de mal gusto a

un anuncio de detergente, zumos de vitaminas y comida

de perros sólo hace falta apretar el dedo. Si apretamos el

dedo lo bastante rápidamente podemos transponemos a

un estado que se parece a una disociación sincrónica: no

conseguimos diferenciar o marcar ya contextos distintos

con la claridad y la persistencia necesarias para poder

averiguar en ellos posiciones contradictorias o

conflictivas, ni mucho menos para confrontamos con

ellas. Pero no sólo ante la pequeña pantalla estamos

expuestos a una oferta cada vez más amplia de realidades

y con ellas también de relaciones, vivencias y consumo.

Lo mismo nos pasa en incontables otros contextos de

nuestra vida, como lo describe el sociólogo

norteamericano K. Gergen en su libro The Saturated Self

(23).

La nivelación de contextos y la invasión de

contextos que acabo de describir, la podemos enfrentar

con lo que quiero llamar fundamentalismo cotidiano. Los

fundamentalistas cotidianos reducen sin miramientos la

complejidad de nuestro mundo posmodemo. De manera

rígida y persistente omiten determinados contextos, se

ejercitan en la disociación diacránica, se resisten de

manera grosera contra pretensiones de diversidad de la

realidad y contradicciones de la realidad recurriendo para

ello a tradiciones disponibles, dogmas y convenciones.

En eso pueden echar mano de las religiones establecidas

(del catolicismo, del islamismo y del protestantismo

fundamentalista) o bien de ideologías laicas (del

marxismo y del nacionalismo, que vuelve a refortalecerse

en muchas partes), o confeccionarse algo que les

convenga a partir de ellas. Están convencidos de que en el

reino de las relaciones humanas, de las motivaciones y la

moral existe una verdad objetiva basada en una fe, en un

«sentimiento común sano», en una tradición, una ley

natural o lo que sea. Las acciones, el lenguaje y los

sentimientos humanos deben adecuarse a esta verdad. Si

no lo hacen son falsos y moralmente reprobables. Lo que

rige es el o esto o aquello sin compromisos. Sólo se

permite decir sí, sí o no, o no.

Cuando reina el fundamentalismo cotidiano,

también hay que suponer un régimen dictatorial en el

ámbito del parlamento interior. Este régimen se entiende,

por ejemplo, como desafiado en calidad de representante

del yo-mismo «verdadero» para combatir y hacer callar al

yo-mismo «falso», que se manifiesta en ideas falsas,

pensamientos pecaminosos, necesidades indecentes, etc.

Si esto tiene éxito entonces aparecen el fanatismo,

la intolerancia, la vanidad, o desde la óptica

psicoanalítica, la tendencia a la proyección en la que se

manifiesta un esquema simple de bueno/malo o de

amigo/enemigo. Si fracasa la lucha contra el yo-mismo

«falso» 0 si se alarga sin resolución, entonces un

observador externo puede ver un estado de ánimo bajo,

autorreproches, resignación y parálisis.

Además podemos decir que los fundamentalistas

cotidianos se defienden contra la complejidad

intersubjetiva, la inseguridad existencial y el

ablandamiento de la realidad tratando de endurecer cueste

lo que cueste su realidad relacional para forzar así su

«individuación contra». Especialmente después del final

de la guerra fría parecen surgir en gran número, como por

ejemplo en la antigua Yugoslavia. Desde que están

agonizando las ideologías y los enemigos exteriores, que

durante la guerra fría habían ofrecido por un lado apoyo y

sentido y que, por el otro, sirvieron como soporte o

adversario para la «individuación contra», se comenzaron

a buscar y/o a consumir intensamente nuevos enemigos

exteriores e ideologías (nacionalistas) capaces de ofrecer

apoyo. De ello resulta que de repente se perciben como

enemigos y extraños y se persiguen cruelmente personas

con las que antes se había podido convivir pacíficamente

durante generaciones a pesar de diferencias étnicas y

religiosas. Casi se podría hablar de una carrera de locura

homicida de la «individuación contra».

Si observamos aún con mayor precisión la relación

entre la nivelación de contextos y el fundamentalismo

cotidiano, resulta que la primera está marcada por una

tendencia más bien pasiva, mientras que el segundo se

caracteriza por una tendencia más bien activa. Las

personas que tienden a nivelar los contextos de manera

persistente, suelen percibir las ofertas de realidades

diferentes tan sólo como un murmullo, se dejan afectar lo

menos posible por ellas y aprenden así a vivir con la

disociación sincrónica. Los fundamentalistas cotidianos,

en cambio, se presentan como muy activos: luchan por la

fe verdadera y por la causa justa, luchan -al menos desde

la perspectiva exterior- de manera interesada por el poder

de definición, aspiran a obtener el control. Hasta qué

punto una persona se comporta más bien como pasivo

nivelador de contextos o como activo fundamentalista

cotidiano no sólo es una cuestión del temperamento y de

la estructura de la personalidad. Como cara y cruz de una

misma moneda, a menudo ambos lados pueden

manifestarse en una misma persona, aunque en tiempos y

contextos diferentes.

La nivelación de contextos y el fundamentalismo

cotidiano, que se pueden entender como expresión y

consecuencia de la evolución social posmoderna, también

tienden a dificultar e incluso a amenazar los procesos de

individuación que son necesarios en las familias y las

parejas.

En este sentido la nivelación de contextos puede

significar que en el programa de la individuación se van

borrando más y más determinados puntos que debían

servir sobre todo como un «contra» en la «individuación

contra». Esto queda patente, por ejemplo, en la pérdida de

ritos de iniciación en la sociedad occidental

contemporánea. Estos ritos de iniciación son en cierto

modo hitos de camino socialmente establecidos, que

marcan de manera visible para todos los deberes y

derechos propios a la edad y al desarrollo. De esta manera

preparan el escenario simbólico tanto para la

«individuación con» como para la «individuación

contra», y lo hacen también y precisamente allí donde son

esperados y sufridos con miedo. Una vez superados, toda

la comunidad confirma el progreso de la individuación.

Los adolescentes en Papúa, Nueva Guinea, por ejemplo,

como lo describieron T. y R. Lidz,(24) son arrancados

por la noche de su marco habitual según un plano preciso,

se los excluye e incluso se los maltrata para recibirlos

luego con benevolencia en el círculo de los adultos. Se

puede decir que los rituales de iniciación sirven como

áncora para la «individuación contra», que brota de la

«individuación con» para volver a desembocar en ésta.

Algo parecido sucede en los rituales y ceremonias

familiares, como las peticiones de mano o las bodas, que

marcan cortes en el ciclo vital del individuo y de la

familia. Su mensaje es: el pasado vivido juntos y las

lealtades, delegaciones, derechos, deberes y cuentas, que

se establecieron en esta convivencia, nos unen y nos

seguirán uniendo aunque haya llegado el momento de la

separación de padres e hijos. Una vivencia de separación

queda así integrada en la experiencia de una vinculación

permanente; la «individuación con» y la «individuación

contra» quedan así (más o menos) reconciliadas.

Pero a diferencia de las sociedades tradicionales, en

las que los rituales de iniciación y familiares pudieron

anclarse durante siglos en la conciencia y en las

instituciones humanas, entre nosotros está creciendo la

inseguridad e indefinición a este respecto. En el mejor de

los casos son el carné de conducir y la ceremonia del final

de la enseñanza escolar los que representan débiles

equivalentes de estos ritos y rituales. En conjunto parece

cada vez menos claro qué es lo que pueden y deben hacer

los jóvenes (y los adultos) según su edad, dónde los

padres deberían poner límites o no, qué derechos y

deberes corresponden a los representantes de las distintas

generaciones, qué hay que dar y qué se puede o no se

puede exigir.

A esta inseguridad contribuyen nuevamente

tendencias posmodemas, pero al parecer contravertidas.

Por un lado, se borran los límites entre las generaciones.

Jóvenes y viejos miran los mismos programas de

televisión, se exponen de la misma manera a la invasión

de contextos que se produce con absoluta indiferencia

respecto a los afectados por ella. Los jóvenes en las

sociedades occidentales ricas, por ejemplo, comparten

más y más privilegios -en cuanto a la sexualidad, los

viajes de vacaciones, la conducta de consumo- por los

que los mayores tuvieron que luchar y trabajar

duramente. Para los jóvenes se suprimen y se desvanecen

en general los tabús y las barreras que podrían servirles

como adversarios en su «individuación contra». (Según

una noticia reciente de la Agencia de Prensa Alemana

actualmente hay más y más jóvenes que lamentan la

anulación de lo tabús que podrían romper.)

Por otro lado, como consecuencia de la presión

individualizadora y de la mayor esperanza de vida, los

mundos de experiencia de jóvenes y mayores son cada

vez más divergentes. Los alemanes mayores, por

ejemplo, aún están marcados por experiencias tempranas

de la dictadura nazi, de la guerra, la carestía, el hambre y

el exilio; los más jóvenes están marcados por la

experiencia del bienestar, tomado como evidente, por la

multiplicidad de opciones (entre los socialmente mejor

situados), pero también por un futuro amenazado por el

peligro nuclear, la explosión demográfica y la destrucción

del medio ambiente. En resumen, las condiciones para

una «individuación con» que requiere compenetración y

empatía siguen siendo inseguras, mientras que para la

«individuación contra» se pierde más y más un «contra»

claramente marcado.

REFLEXIONES DE RESUMEN

Para resumir podemos decir que la individuación

conexa requiere un equilibrio entre la «individuación

con» y la «individuación contra», donde se trata sobre

todo de una relación equilibrada entre la superación de

conflictos intrapsíquicos e intersubjetivos. El individuo y

el sistema, el yo-mismo y el contexto se muestran

nuevamente como recíprocamente determinantes, como

entretejidos entre ellos.

Esto resulta más claro cuando observamos dos

situaciones extremas en las que fracasan de distintas

maneras el equilibrio entre la «individuación con» y la

«individuación contra».

La primera situación sería la de una realidad

relacional altamente ablandecida. El ablandecimiento

aparece como expresión y consecuencia del intento de

uno o varios miembros del sistema de borrar los

conflictos intrasubjetivos e intersubjetivos, y con ellos

también la presión del estrés y del sufrimiento, con ayuda

de la disociación sincrónica. Se evita así la necesaria

«individuación contra», pero también se pone en peligro

la «individuación con», porque se arriesga a quedarse

fuera del consenso interhumano en general, ser declarado

como raro o como loco. En otras palabras, se arriesga a

sufrir la excomunicación por parte de la comunidad que

marca las pautas de la comunicación. Esto implica el

peligro de un proceso circular: cuanto más firmemente se

instala uno en la excomunicación, tanto más se cierra la

posibilidad de una retroacción correctiva desde el exterior

(es decir, que uno se queda con sus soluciones

idiosincráticas de conflictos hasta que se pudra) y así

crece el riesgo de ser declarado, tratado e internado como

loco por parte de la comunidad que marca las pautas de la

comunicación (y de los psiquiatras al servicio de ella).

Si la realidad relacional se endurece excesivamente,

se produce una radicalización de la «individuación

contra» que en cierta manera está programada de

antemano. Hacia el exterior se muestra una conducta de

fundamentalismo cotidiano, mientras que en el

parlamento interior una parte del yo-mismo se comporta

como un dictador que trata de excluir del discurso

democrático, de hacer pasar a la clandestinidad y de

dominar de cualquier manera (eventualmente por medio

de la disociación diacrónica) a las partes del yo

inaceptables, falsas, malas, condenables y cargadas de

vergüenza. De esta manera quedan sofocadas la

tolerancia de la ambivalencia, la democracia interior y los

mecanismos flexibles del equilibrio y de la regulación

interiores.

Así se evita (generalmente) una exclusión del

consenso social: mientras uno lucha por imponer el

propio punto de vista y la propia verdad, al menos sigue

vinculado a nivel combativo a las personas de su sistema

relacional, como por ejemplo al esposo o la esposa.

También se puede llegar a la conclusión de que la lucha

es inútil y que es mejor capitular ante el que posee la

realidad más fuerte adaptándose a éste y renunciando a

una «individuación contra». Pero esta renuncia significa a

menudo una resignación y una renuncia también a la

continuación del propio desarrollo, y eventualmente

incluso una disposición -así lo demuestran al menos

nuestras experiencias de Heidelberg- para patologías

psicosomáticas de uno u otro tipo.

Por diferentes que se presenten estas situaciones,

sugieren, sin embargo, un aspecto común: tanto los

endurecedores extremos de la realidad relacional como

sus ablandecedores extremos parecen suponer que existe

en último término una verdad independiente del contexto

en la que es posible orientarse, y en la que deberían

orientarse, sobre todo, los demás.

NOTAS

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