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El hombre y su relación con la sociedad

La importancia de los vínculos en el mundo de la relación con los demás y con el propio

psiquismo es fundamental para el ser humano. El psicoanalista inglés Donald W. Winnicott

expone una teoría sobre la ubicación de la experiencia cultural en la organización psíquica

del ser humano. Para ello, enfatiza en la importancia que tiene la labor materna primaria

para que el bebé pueda adaptarse a las necesidades que se le presenten. Explica, también,

que existe una zona intermedia en la que el niño pasa de estimular la zona oral, haciendo

uso de los puños o los dedos, a reconocer los objetos reales, a través de objetos

transicionales que pueden ser un peluche o una mantita. Esto, constituye la manifestación

visible de un espacio particular de experiencia que el autor denomina como fenómenos

transicionales. En este espacio se encuentra la zona intermedia en la que el niño

desarrollará diferentes experiencias culturales. Winnicott afirma que “e1 objeto transicional

representa el viaje del niño desde la subjetividad pura a la objetividad, desde la

indiferenciación con la madre a la aceptación de ésta como objeto exterior, con el cual

puede establecer una relación objetal”.

Los objetos transicionales, que pueden ser mantas, peluches, muñecos, chupetes, etcétera,

le proporcionan al bebé una defensa contra la ansiedad y la capacidad de ir renunciando a la

“posesión omnipotente de su progenitora, conservando algo de la seguridad que ésta le

brinda”. Sin embargo, como su nombre lo indica, el objeto transicional será abandonado

tarde o temprano debido a que “su significación se habrá extendido para abarcar todo el

espacio propio de lo cultural”. Pero, para Winnicott, esta experiencia no termina porque

“ningún ser humano se encuentra libre de la tensión de vincular, la realidad interna con la

externa. El alivio de dicha tensión lo proporciona una zona intermedia de experiencia que

no es objeto de ataques (las artes, la religión, la labor científica creadora, etc.)”.

En ese sentido, los fenómenos transicionales constituyen una zona intermedia de

experiencia que permanece toda la vida y “cuya ausencia puede conducir al extremo de una

existencia puramente subjetiva (la locura), o absolutamente conformada a una supuesta

realidad exterior objetiva que el individuo no contribuye a crear”. Para reconocer un estado de

buena salud es necesario que el objeto transicional pierda su significación gracias a que los

fenómenos transicionales se volverán difusos, se extenderán a todo el territorio intermedio

entre la realidad psíquica interna y el mundo exterior tal como lo perciben dos personas en

común, es decir, a todo el campo cultural.

Para que esto se lleve a cabo de manera natural es importante la labor de la madre que

consiste en ilusionar al bebé para luego desilusionarlo poco a poco. Por ejemplo, durante

las primeras semanas de vida del bebé, la madre se adecua perfectamente a las necesidades

de su hijo lo cual genera una ilusión en el niño que cree que el pecho le pertenece y que

aparece cada vez que lo necesita. Con el paso del tiempo, la preocupación materna primaria

va disminuyendo sin dejar de proporcionarle al bebé experiencias de ilusión, solo que ahora

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también le genera frustraciones derivadas de la natural imperfección en la adecuación a sus

necesidades. Esto es sumamente importante porque permite que el niño reconozca la

realidad exterior.

Ya en la adultez los objetos transicionales toman forma de fenómenos subjetivos culturales

que también pueden ser considerados como zonas intermedias. Entre ellas están las artes y

la religión. Entonces, eso quiere decir que posiblemente una persona se aferre a las

actividades artísticas, a la religión o a la labor científica por el hecho de no aceptar o

reconocer, del todo, la realidad exterior. A través de estas actividades se da pie a la

formación de pensamientos o fantasías que evitarán la ansiedad y la frustración.

Otra concepción del desarrollo personal la brinda la psicoanalista Melanie Klein en su

ensayo Envidia y Gratitud. Sostiene que la superación de las etapas y conflictos producidos

durante la niñez –como la envidia, la ansiedad, la culpa y la gratitud- sirven para alcanzar el

equilibrio entre el mundo interno y externo del individuo. Ello conllevaría al goce de las

cosas y a la capacidad de concebir relaciones con los demás. El niño empieza en la posición

esquizo-paranoide, situación que le produce ansiedad y odio hacia el pecho de la madre –lo

que Klein llama el pecho malo- y llena de afecto al pecho bueno con el que se siente

seguro.

Según Klein, el bebé envidia el pecho materno porque este tiene todo lo que él quiere y

siente que necesita para vivir. El pecho es lo que el bebé quiere para recibir satisfacción

pero que se le niega. Por eso es que el bebé desea dañarlo pero luego siente culpa y pasa a

la etapa depresiva por haber dañado el pecho amado. Que el bebé pase por este proceso es

muy importante porque le permitirá desarrollar la satisfacción y experimentar la gratitud y

esto, a su vez, lo ayudará a relacionarse adecuadamente con los demás.

Cuando era niña, jugaba siempre con mi prima menor y me daba cuenta de que tenía

siempre algo que yo quería. Una vez, fui a su casa y me mostró el nuevo biberón de su

muñeca. Yo, como buena madre, quería que la mía también tuviera un biberón nuevo pero

no cualquiera, sino el de mi prima. Así que esperé a que se durmiera y, cuando pude, hice

entrar al perro para que juguetera con él. El perro destrozó su biberón y yo me fui a dormir.

Cuando despertó se sintió muy triste porque ya no tenía biberón para su muñeca y, de

alguna manera, me reconfortó el hecho de saber que ella sentía lo que yo había sentido al

no tenerlo. Evidentemente, con los años y afortunadamente, la envidia desapareció y me

sentí culpable por lo que hice y la recompensé con un disco de un grupo que estaba de

moda en esa época. En la actualidad, sigue teniendo cosas que quiero pero ya no siento la

necesidad de hacerla pasar por mi frustración o ansiedad de no tenerlas. Incluso, hace poco

fue su cumpleaños y le regalé un estuche de cosméticos que a ella le encantaba y que

compré de recuerdo en un viaje que hice hace tiempo y que tenía un significado especial

para mí.

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A partir de este ejemplo, es importante mencionar cómo es que los individuos logran

convivir a través del intercambio de objetos que también pueden ser transicionales. Para

ello, Marcel Mauss en su ensayo sobre los dones habla sobre la importancia y significación

de los objetos para la unión y la relación con las personas y con las experiencias propias. En

las sociedades donde se practica el intercambio implica un yo relacionante que puede lograr

que las relaciones sociales perduren o terminen. El intercambio está compuesto de tres

momentos: La Obligación de hacer regalos, la Obligación de recibir regalos, y la

Obligación de devolver con otro regalo. Son las colectividades las que nos obligan a llevar

a cabo este proceso de dar, recibir y devolver de forma autoritaria. Mauss expone que uno

da un regalo con el fin de recibir otro y recibe el objeto con la obligación de devolverlo de

alguna manera. Esto se da mucho en nuestra sociedad actual.

Por ejemplo, en la vida militar: mi tío es comandante del ejército y trabaja en la parte de

admisión de la Escuela Militar de Chorrillos. En épocas de examen, constantemente, recibe

visitas de los padres de los postulantes con regalos de todo tipo: botellas de whisky, vinos,

chocolates, queso, etc. Es evidente que ellos lo hacen porque quieren conseguir algo a

cambio: que sus hijos ingresen a la escuela. Sin embargo, al aceptar estos regalos, mi tío se

siente obligado a ayudarlos y en muchos casos no es posible así que prefiere rechazarlos,

gentilmente, antes de recibirlos y sentir la culpa de no poder devolverlo de la manera que se

espera.

Pero Mauss se pregunta qué es lo que hace que los individuos y grupos se sientan obligados

a dar, recibir y devolver (ya sea una cosa igual o mejor). Aquí sugiere que los objetos muy

personales tienen un espíritu que es transmitido cuando el objeto preciado se regala. Ello

genera una fuerte obligación de devolverlo de alguna manera. A eso se le llama contra don

y puede ser mayor, igual o menor al valor del regalo. Dar un objeto de mayor valor puede

indicar superioridad social. Entonces, aceptar un regalo es como aceptar parte del alma de

la persona que te lo dio “el regalo tiene un cometido en la persona que lo recibe. El objeto

no es inerte, tiene un alma, y trata por si mismo de volver a su dueño de origen, o se

produce la equivalencia que lo remplaza”.

Por ejemplo, hace un par de años, mi abuelo me regaló una pluma que había tenido

guardada desde los veinte años, cuando ingresó al ejército. Por esa razón, la pluma estaba

cargada de una valoración sumamente especial. Cuando conocí un chico, que

posteriormente se convirtió en mi enamorado, me contó que quería ser escritor y que no le

gustaba escribir en la computadora sino que le encantaba hacerlo en papel. Así que, en uno

de nuestros aniversarios, le regalé la pluma y él, al cabo de unos meses, me regaló un

broche que también había sido de su abuela lo cual hizo que supiéramos qué tan especiales

éramos el uno para el otro.

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Todas estas teorías expuestas pueden ser relacionadas con los personajes de la novela de

Stieg Larsson, Los hombres que no amaban a las mujeres.

Por ejemplo, Lisbeth Salander es una joven de veinticuatro años con un carácter retraído y,

al parecer, incapaz de poder relacionarse con los demás producto de un trauma por haber

sido ignorada y agredida por la gente de su entorno. Por eso, se protege de los demás y es

reticente a las relaciones sociales. Probablemente, esto se haya dado por no haber podido

superar adecuadamente las etapas del desarrollo personal que plantea Melanie Klein. “Su

actitud no invitaba ni a la confianza ni a la amistad, así que rápidamente se convirtió en un

bicho raro que rondaba como un gato sin dueño por los pasillos de Milton”.

Del mismo modo, Dragan Armanskij, director de la companía de seguridad "Milton

Security", era el jefe de Lisbeth y fantaseaba con ella demostrando la teoría de Winnicott en

la que afirma que los fenómenos y los objetos transicionales permanecen al llegar a la

adultez y perduran durante toda la vida. Armanskij vive una vida de ilusión y realidad que

lo ayuda a no sentirse ansioso ni frustrado por no tener una relación con Lisbeth.