el hombre y lo sagrado resumen
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Resumen del libro: El hombre y lo sagrado, de Roger Caillois.
Experiencia Educativa: Mito, Religión y Sociedad.
Diego Fernando Porras Marulanda
S09008583
Antropología Social Facultad de Antropología Universidad Veracruzana
Xalapa, Veracruz, México 28 de Noviembre de 2011
Fuente bibliográfica:
Caillois, Roger. El hombre y lo sagrado, Traducción de Juan José Domenchina, 3ra. Edición, México: Fondo de Cultura Económica, 2006.
La obra “El hombre y lo sagrado” es publicada por primera vez en
francés en 1939. Sus postulados siguen vigentes en la actualidad, siendo
referentes obligados para los estudios de religión, sobre todo para entender los
conceptos alrededor del término de “lo sagrado”, que tanto es utilizado cuando
se trata de hablar de mito, magia, espiritualidad, cultura y religión. La edición a
la que tenemos acceso es la publicada por el Fondo de Cultura Económica en
el 2006, pero es su tercera edición, pues la primera en español había salido
desde 1942. Podemos notar la importancia que tiene esta obra ya que esta
casa editorial la incluyó dentro de los 70 títulos de la colección conmemorativa
de su 70 aniversario.
El autor empieza mostrándonos las relaciones generales entre lo
sagrado y lo profano. Ya desde aquí empezamos a ver en la obra las reiteradas
referencias a categorías binarias, propias también del estudio de la religión. Lo
sagrado lo encontramos definido como “una categoría de la sensibilidad”,
asociada con una “actitud religiosa”, que se puede ver en el acercamiento a la
dualidad del “terror y la veneración” (que le llevó a San Agustín a definirla
dentro de la contradictoria relación de “terrible y amoroso”). Vemos como lo
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sagrado se entiende dentro de la mística, y Callois nos hace un recorrido por
ejemplos de varias culturas en diferentes lugares del mundo, donde podemos
encontrar elementos comunes para entrar a categorizar de esta manera lo
sagrado. Hace mención tanto a cosas (objetos), como a personas (sacerdotes,
etc.), lugares templos, etc.), y periodos de tiempo (fiestas determinadas y
periódicas). De ahí viene lo relacionado con las decisiones humanas frente a
las dependencias, las prohibiciones, los ritos, los sacrificios. También se
analizan las primicias o primeras veces de un acontecimiento especial en la
vida de las personas dentro de la comunidad (virginidad por ejemplo), aunque
además vemos como no es sólo con respecto a acontecimientos humanos si
no también de acciones de la naturaleza que afectan la vida en sociedad (por
ejemplo, la lluvia, la cosecha). Vemos pues toda la carga valorativa de bien y
mal, luz y oscuridad, cielo e infierno, que definen la concepción de lo sagrado
(de lo divino, lo sublime) y lo profano (lo mundano, lo inferior).
De lo “sagrado y lo profano” se pasa a “lo puro y lo impuro”, vistas como
“fuerzas equívocas” y analiza esto desde la misma óptica de las relaciones
binarias antes mencionadas. Lo sagrado es lo puro, se asocia con la pureza;
mientras que lo profano se asocia con la impureza, es decir lo “maldito,
execrable o abominable”. Una de las cosas en las que hace énfasis el autor es
en que existe reciprocidad entre estos dos conceptos, donde existe lo puro hay
espacio para lo impuro. Esto nos mete en una relación dialéctica, incluso, de
acuerdo con lo expuesto, en ocasiones vemos que tiene a catalogarla de
contradictoria. Cuando habla de lo impuro nos ofrece también conceptos
relacionados, dependiendo de cada cultura, tales como la mancha, la mancilla.
Nos paseamos por la línea sutil que va de un lado al otro. El adjetivo sería la
pureza y estaría asociada a los verbos curar, extirpar, purificar. Vemos
ejemplos de cómo en algunos grupos son comunes los rituales de preparación
para salir de la impureza y pasarse a la pureza. De lo sucio a lo limpio. Esto se
hace a través de prepararse para ello, y está relacionado con acciones tales
como el vestido, la comida, el ayuno, las palabras, las posiciones, etc. Eso
significa no solo la llegada, la meta, si no también un abandono, lo que se deja
atrás (la impureza). Aquí se expone la también débil franja que confunde la
legalidad con la legitimidad, en términos del permiso que tiene un individuo
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para cometer actos que podrían ser criminalizados cuando está actuando
dentro del marco de lo sagrado y la liberación de las impurezas. A esto es lo
que se refiere con “expiar las culpas”.
Al mostrar lo puro y lo impuro como fuerzas, las deja dinámicas, y esto
trae consigo la “reversibilidad”, la cual le atribuye su manejo a un ser que tiene
la capacidad de transformarlo impuro en lo puro, el sacerdote. Esto se lleva a
cabo en ritos y ceremonias. Esta idea de sacerdote no hace referencia solo a
una iglesia occidental como la conocemos, es el mismo rol que juega un
shaman, un curandero, y de esto nos da ejemplos en diferentes culturas, como
los hereros, los warrundis, los bantús.
Pero estas ideas no se quedan en lo abstracto o en la moral personal.
Caillois nos explica como esto trasciende a la geografía social, a la distribución
social. Es decir que lo vemos reflejado el campo de lo simbólico y directamente
en la pirámide y localización social. Se crean jerarquías, grupo de poder,
admirados, privilegiados; y a la par marginados, discriminados, excluidos. Se
observa esto también en las categorizaciones de centro y periferia, con sus
características valorativas ya conocidas (bueno y malo, respectivamente). En
otras palabras es esto lo que representa cuando el texto se refiere a “cohesión
y disolución”.
Esto nos lleva a pensar la organización de estas fuerzas en grupos,
sociedades, y como estas se relacionan entre sí y como se regulan hacia
adentro, hacia sus miembros. Se crea un orden, una distribución social
instituida. Y para mantener estas separaciones aparece la prohibición. Esto
trae consigo la bipartición de la sociedad, y es cuando nos habla de grupos
sociales, de las divisiones sociales que ya anticipaban Durkheim y Mauss. En
esta parte el autor nos habla de fratrias y clanes como base de la organización
social, pensando en las sociedades tribales africanas, las cuales eran objeto de
estudio en esa época en que se escribe el libro.
Ahora pasamos al campo de las relaciones análogas que se derivan de
la relación cielo y tierra. Esto también había sido advertido por Durkheim y
Mauss. Vemos aquí como se desarrolla esto dentro de las sociedades
totémicas, que hacen corresponder este “cielo y tierra” a “macho y hembra”,
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“luz y oscuridad”, “sur y norte”, etc. En la China sería el equivalente al “Yin y
Yang”, tanto como conjunto de la vida social y como representación del mundo.
Se trata pues de la bipartición del mundo y la sociedad, en el marco del
“sustrato sexual, estacional y social de las virtudes”. Estas categorías binarias
son comparadas en el marco de diferentes percepciones sociales y el autor
llega a la conclusión de que algunas veces se hace énfasis en la distinción
entre hombre y mujer (distinción de sexo) y otras veces grupos sociales con
características distintas (sociedades bipartitas o clases sexuales diversas
dentro del grupo). Esto nos lleva a una sociedad fragmentada, parcelada, pero
dentro de un universo organizado, y el mecanismo por el cual se gobierna este
sistema es el “principio de respeto”, definido por Swanton. Es como parte una
convención de supervivencia en grupos, que regula la manera de relacionarse,
desde el manejo de lo sagrado, de lo profano, de las jerarquías, de las
prohibiciones, y todo el universo simbólico; como si fuera parte de un fin sutil de
mantener la cohesión social. Esto requiere de un sistema de leyes, normas,
una especie de negociación inter-grupal, que pasa por el manejo del poder,
desde su carácter sagrado, como mediador para la búsqueda del equilibrio. Por
ejemplo, la imagen solemne del rey y su relación con el resto del pueblo, con la
población en general, sus súbditos, la base de la pirámide. Se crea pues un
sistema ordenado, con inercia, de relaciones estables y definidas, que termina
siendo un esquema tedioso con el tiempo, que parece pasara la decrepitud, a
la decadencia, a la muerte. Es aquí cuando aparece la fiesta.
La fiesta nos la muestra Caillois como un paréntesis dentro del mundo
organizado, sociedad de convenciones y prohibiciones. Ante ese tedio y ese
orden, aparece un periodo de tiempo en el que todo es permitido, en el que se
expresa la gente en términos de música, danza, gritos, comida, sexo, cuando la
población sale a la calle y se olvida de todo lo demás. Todo es permitido en la
fiesta. Incluso, insinúa el autor, que dentro de la fiesta se dan brotes de
violencia, de caos, de pelea, de guerra. Es un tiempo de excesos, abunda todo,
se derrocha todo. La duración varía. El autor da ejemplos, incluso de cuando
las fiestas duraban varios meses y su preparación duraba años. La fiesta, como
acto donde lo mundano, lo profano, adquiere licencia, es también parte de esa
ambigüedad de la dialéctica de lo sagrado, pues es rito y ceremonia. Hasta los
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residuos, la basura, los restos del exceso y la barbarie disfrazada de fiesta,
hacen parte de actos ceremoniales que se convierten en ritos de purificación,
de limpieza. Siempre hay un antes y un después con significado para la fiesta.
Vemos aquí como se mantienen características comunes en los tiempos de
fiesta en diferentes grupos, sin importar el tiempo y el espacio. En algunos
casos se asocia con la fecundidad y la iniciación, algunas culturas tienen en la
fiesta el preámbulo de la reproducción, ya sea humana o de actividades de
siembra y cosecha, además de otras etapas claves del desarrollo de la vida
personal que se manifiesta en sociedad, hitos que marcan la vida de cada
individuo. La locura, el frenesí, el desenfreno dominan las actitudes de la gente
en la fiesta. Esto se puede observar en la relación con la comida y el sexo. Esta
francachela es también relacionada en la actividad humana del trabajo, lo
laboral; por eso se establecen días de fiesta. Pero después, se cierran los
paréntesis y la vida sigue igual, como antes.
Este proceso de llegada y salida, de final y principio, este punto que da
vida al pensamiento cíclico de la vida religiosa y social del ser humano, da pie a
Caillois para hacer la relación de la vida y la muerte. Aquí nos da ejemplos de
la mitología griega, donde se depende de la voluntad de los héroes o de los
dioses, a la hora de pasar de un momento fatal a uno natal, para corregir el
destino. Los dioses aparecen en la mitología como figuras individualizadas, con
personalidad, con funciones específicas dentro de la vida y la muerte. En este
último capitulo, el autor nos refuerza la idea de la funcionalidad y la
organización social, los roles y los sentidos de cada personaje dentro de su
grupo, de su comunidad, y la manera como esto se articula con el significado,
con el símbolo, la relación con lo sagrado y lo profano. Todo tiene un sentido,
una intencionalidad. Esta cotidianidad, cuando se exalta, da paso a un aspecto
religioso (fanatismo, misticismo son palabras que también usa el autor) que dan
paso a “dogmas y ritos, a una mitología y un culto”.
Toda esta complejidad de lo sublime y sus representaciones simbólicas,
se mezclan con lo cotidiano, con la forma de llevar la vida en lo más simple.
Aquí vemos un pequeño análisis de cómo se pasa al campo de la vida en
sociedad y se transforma en la adopción de valores, por ejemplo “la honradez,
la fidelidad, la justicia, el respeto a la verdad o a la palabra empeñada”, son
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algunas de las que menciona Caillois. De ahí hay un solo paso a darle
visibilidad a lo sagrado, incluso a través de objetos, de figuras, que recobran
vida, les damos vida, los consagramos y también los hacemos sacrificables.
Son los objetos sagrados. Pero toda la atribución de vida significa darle tiempo
finito, darle posibilidad a la muerte. Es así como le empezamos a dar sentido
exaltado también al punto final del proceso, a la muerte, glorificada, triunfal. “Lo
sagrado es lo que da la vida y lo que la arrebata” sentencia Roger Caillois en el
párrafo final. Es pues el completar de un ciclo, de un acto entrelazado que
comienza y termina, con tiempo y espacio: “la fuente de donde mana, el
estuario donde se pierde”.
En el apéndice, el autor cierra con broche de oro. Nos deja con un relato
de un ritual de los togas, una tribu bantú, según una investigación
documentada por Henri A. Junod en 1936. Se trata de una ceremonia que los
togas llaman Iahla khombo, traducido como “expulsión de la desgracia”. Es una
ceremonia en la cual se purifica a todo un pueblo de la contaminación que trae
la muerte de un miembro de la comunidad. La muerte contamina todo, pero
sobre todo contamina la fuente de fecundidad, la fuente de la vida. Es por eso
que la ceremonia busca limpiar, purificar, la esencia de los componentes
humanos que dan la vida: la esperma del hombre y los líquidos vaginales de la
mujer. Esto se realiza en parejas y tras un acto sexual donde el hombre
eyacula afuera y junta su semen con los líquidos de la mujer en un encuentro
de ombligos. De ahí viene una limpieza profunda con agua y tierra, hombres y
mujeres por separado. Las secreciones sexuales son vistas como manchas.
Todo el pueblo con edad de parir debe acudir a la ceremonia de purificación,
pues la muerte ha dejado contaminado al pueblo entero. Esta ceremonia tiene
variantes para diferentes roles de miembros de la comunidad (casados, viudas,
etc.) pero en términos generales nos muestra esa relación de contaminación-
purificación, en este caso a través de una ceremonia con un fuerte contenido
sexual, de encuentro físico de los cuerpos, llena de simbolismo, de vida y de
muerte, es pues un buen resumen de estos ciclos de lo sagrado y lo profano
que están presentes en la vida cotidiana, en la vida social y cultural de los
pueblos.