el hombre griego - jean pierre vernant

336
Ph. Borgeaud, G. Cambiano, L. Canfora, Y. Garlan, C. Mossé, O. Murray, J. Redfield, Ch. Segal, M. Vegetti, J.-P. Vernant El hombre griego Edición de Jean-Pierre Vernant* Versión española de: Pedro Bádenas de la Peña: Introducción, capítulos I, II.y ITI revisión técnica ' ^ *• Antonio Bravo García: capítulos VI, VII y VIII José Antonio Ochoa Anadón: capítulos IV, V y IX Alianza Editorial

Upload: nicolas-penna

Post on 19-Jan-2016

206 views

Category:

Documents


2 download

TRANSCRIPT

Page 1: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

Ph. Borgeaud, G. Cambiano, L. Canfora, Y. Garlan, C. Mossé, O. Murray,J. Redfield, Ch. Segal, M. Vegetti,J.-P. Vernant

El hombre griego

Edición de Jean-Pierre Vernant*

Versión española de:Pedro Bádenas de la Peña: In troducción, capítulos I, II.y ITI

revisión técnica ' ^ *•Antonio Bravo García: capítulos VI, VII y VIII José Antonio O choa Anadón: capítulos IV, V y IX

Alianza Editorial

Page 2: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

T í t u l o o r i g in a l : L'uomo greco

P r im e r a e d i c i ó n : 1 9 9 3 P r im e r a r e i m p r e s i ó n : 1 9 9 5

R e s e r v a d o s t o d o s l o s d e r e c h o s . D e c o n f o r m i d a d c o n lo d i s p u e s t o e n c i art. 5 3 4 - b í s d e l C ó d i g o P e n a l v i g e n t e , p o d r á n s e r c a s t i g a d o s c o n p e n a s d e m u l t a y p r i v a c i ó n d e l ib e r t a d

q u i e n e s r e p r o d u j e r e n o p la g i a r e n , e n t o d o o e n p a r te , u n a o b r a l i terar ia , a r t í s t i c a o c i e n t í f i c a f i ja d a e n c u a l q u i e r t ip o d e s o p o r t e , s in la p r e c e p t i v a a u t o r i z a c i ó n .

© 1 9 9 1 , G i us . L a t e r z a & F i g l i S p a , R o m a - B a r í © E d . c a s t . : A l i a n z a E d i t o r i a l , S . A . , M a d r i d , 1 9 9 3 , 1 9 9 5

C a l l e Ju a n I g n a c i o L u c a d e T e n a , 15; 2 8 0 2 7 M a d r i d ; t e l é f . 3 9 3 8 8 8 8 I S B N : 8 4 - 2 0 6 - 9 6 5 7 - 9

D e p ó s i t o l e g a l : M . 2 3 . 3 5 2 - 1 9 9 5 I m p r e s o e n L a v e i . G r a n C a n a r ia , 12. H u m a n e s ( M a d r i d )

P r in t e d i ti S p a i n

Page 3: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant
Page 4: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

INDICE

In troducciónEl hom bre griego, Jean-Pierre Vem ant ............................... 9

Capítulo IEl hom bre y la economía, Claudc Mossé . . ...................... 33

Capítulo IIEl militar, Yvon G a r la n .............................................................. 65

Capítulo IIIHacersé hom bre, Giuseppe Cambiarlo ............................... 101

Capítulo IVEl ciudadano, Luciano Canfora ........................................... 139

Apéndice docum ental ...................................................... 165

Capítulo VEl hom bre y la vida doméstica, James Redfield ............... 177

Capítulo V}El espectador y el oyente, Charles Segal ......................... 211

t

Capítulo VIIEl hom bre y las formas de sociabilidad, Oswyn Murray 247

Capítulo VIIIEl hom bre y los dioses, Mario Vegetti ................................. 289

Capitulo IXEl rústico, Philippe Borgeaud .................................................. 323

Los au tores .......................................................................................... 339

7

Page 5: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant
Page 6: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

IntroducciónEL HOMBRE GRIEGO

Jean-Pierre Vernant

Page 7: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant
Page 8: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

¿Qué se quiere decir exactamente cuando hablamos del hom ­bre griego y en qué sentido estamos autorizados para realizar su re­trato? La mera alusión en singular al concepto de hom bre griego constituye ya un problema. ¿Nos encontram os acaso, siempre y en todo lugar, ante un mismo m odelo de hombre, pese a la diversidad de situaciones, de sistemas de vida, de regímenes políticos como los que se dan de Atenas a Esparta, de Arcadia, Tesalia o el Epiro a las ciudades de Asía M enor o a las colonias del m ar Negro, de Italia m eridional o de Sicilia? Y este griego cuya imagen tratamos de fijar ¿será el dc^época arcaica, el héroe guerrero que canta Homero, o ese otro, distinto en tantos aspectos, que Aristóteles definió en el si­glo iv com o un «animal político»? Aunque los docum entos de que se dispone1 han llevado a cen tra r la investigación en el periodo clá­sico y a enfocar nuestra atención en Atenas la mayoría de las veces, el personaje que se nos perfila al final del estudio presenta, más que una imagen unívoca, una figura que brilla con una multiplicidad de facetas donde se reflejan los diversos puntos de vista que los au ­tores de esia obra han preferido primar. Veremos así desfilar suce­sivamente, según la óptica elegida, al griego en tanto que c iudada­no, hom bre religioso, militar, factor económico, doméstico, oyen­te y espectador, partícipe de diferentes formas de carác ter social, veremos a un hom bre que, de la infancia a la edad adulta, recorre un cam ino impuesto de pruebas y de etapas para convenirse en un hom bre en el pleno sentido de la palabra, conforme con el ideal griego de realización del ser hum ano.

Aunque cada uno de los retratos trazados en esta galería por es-

1i

Page 9: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

12/Jean-Pici re V em an i

tudiosos m odernos responde a un objetivo o a una cuestión p a r­ticular — ¿qué significa para un griego ser ciudadano, soldado o ca­beza de familia?— , la serie de cuadros no constituye una sucesión de ensayos yuxtapuestos sino un conjunto de elementos que se en ­tremezclan y completan para formar una imagen original cuyo equivalente exacto no encontram os en ninguna ptra parte. Este modelo construido por los historiadores quiere efectivamente po­ner de manifiesto los rasgos característicos de las actividades des­plegadas por los antiguos griegos en los grandes sectores de la vida colectiva. No se trata de un esquema arbitrario, al contrario, para su estructuración se ha buscado el apoyo en una docum entación lo más completa y precisa posible. Tampoco es un esquema «banal» en la medida en que, dejando al margen las generalizaciones sobre la naturaleza humana, se dedica a señalar lo que los com porta­mientos de los griegos implican de original: la forma propia de aplicar prácticas tan universalmente extendidas com o las relacio­nadas con la guerra, la religión, la economía, la política o la vida doméstica.

Singularidad griega por tanto. Sacarla a la luz significa adoptar desde el principio un punto de vista comparativo y, en esta con- Irontación con otras culturas, poner el acento, más allá de los ras­gos comunes, en las divergencias, las desviaciones, las distancias. Distancias, en prim er lugar, respecto de nosotros en lo que se refie­re a modos de actuar, pensar o sentir, que hasta tal punto nos resul­tan familiares que nos parecen algo natural. Sin embargo hay que intentar desprenderse de estas sensaciones cuando nos referimos a los griegos para no desenfocar la atención que sobre ellos p one­mos. Existen también distancias respecto de hombres de otras épo­cas de la antigüedad y de otras civilizaciones distintas de la griega.

Pero quizá el lector, aunque esté dispuesto a reconocer con no­sotros la originalidad del caso griego, se vea tentado de hacer otra objeción preguntándonos por el térm ino hombre. ¿Por qué el hom ­bre y no la civilización o la ciudad griega? Podría argiiirse que es el contexto social y cultural eil que está sometido a continuos cam ­bios; el hom bre adapta sus com portam ientos a dichas varia­ciones pero en sí continúa siendo el mismo. ¿En qué se diferencia­ría el ojo del ciudadano de la Atenas del siglo v a.C. del de nuestros contem poráneos? Pero lo cierto es que en este libro el problem a que se aborda no son ni el ojo ni el oído sino las formas griegas de servirse de ambos: la visión y ia audición, su función, sus formas y su respectiva consideración. Para que se me com prenda mejor pondré un ejemplo y pido disculpas por lo que tenga de personal: ¿cómo podríamos m irar hoy la luna con los ojos de un griego? Yo

Page 10: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

El h o m b re g r i e g o / 13

mismo lo pude experim entar en mi juventud durante mi p r im er viaje a Grecia. Navegaba entonces de noche de una isla a otra; ech a ­do en cubierta contem plaba el cielo donde brillaba la luna, lumi­noso rostro nocturno que extendía su ciato reflejo, inmóvil o d an ­zante sobre la oscura superficie del mar. Yo me encontraba m ara ­villado, fascinado por esta suave y extraña claridad que bañaba las olas dormidas; estaba em ocionado, igual que ante una presencia femenina, próxima y a la vez lejana, familiar y sin em bargo inacce­sible, cuyo resplandor hubiera venido a visitar la oscuridad de la noche. Es Selene, me dije, nocturna, misteriosa y brillante, lo que estoy viendo es Selene. Muchos años después, cuando estaba vien­do en la pantalla de mi televisor las imágenes del p r im er explora­dor lunar saltando torpem ente — metido en sii escafandra de cos­m onau ta— en el espacio difuso de un lugar desolado, tuve la im ­presión de estar ante un sacrilegio al que se unía la dolorosa sensa­ción de que algo se rom pía sin remedio: mi nieto, que com o todos contem pló aquellas imágenes, nunca podría m irar la luna com o yo lo había hecho antes, con los ojos de un griego. La palabra Selene se convirtió en una referencia puram ente erudita: la luna tal com o aparece en el cielo no responde ya a ese nombre.

No obstante, com o el hom bre es siempre un hom bre, la ilusión es tenaz; si los h is toriadores 'consiguieran reconstru ir perfecta­m ente el decorado en el que vivían los antiguos habrían cum plido su misión, de m anera que, cuando se los leyera, cada uno podría sentirse en la piel de un griego. Saint-Just no fue el-único, en tre los revolucionarios, en imaginarse que le bastaba practicar «a la an ti­gua» las virtudes de la sencillez, frugalidad, infiexibilidad para que el republicano de 1789 se identificara con el griego y con el ro m a­no. Fue Marx el que en La sagrada familia puso las cosas en su sitio:

Este error se revela trágico cuando Saint-Just, el día de su ejecución, al se ­ñalar el gran cuadro con los Derechos del Hombre, colgado en la sala de la Conciergerie, exclama con un justificado orgullo: «Pero si soy yo el que ha hecho eso.» Pero precisamente esc cuadro proclamaba el derecho de un hombre que no puede ser el hombre de la comunidad antigua, porque tam­poco las condiciones de existencia económ icas c industriales son las de la antigüedad.

Como escribe François Hartog al citar este pasaje: «El hom bre de los derechos no puede ser el hom bre de la ciudad antigua.» Y m enos aún puede serlo el c iudadano de los estados m odernos, el seguidor de una religión monoleísta, el trabajador, el industrial o el financiero, el soldado de las guerras m undiales en tre naciones, el padre de familia con esposa e hijos, el individuo particu lar en la in-

Page 11: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

1 4 /Jean -P ic r re V em nnl

timidad de su vida personal, el joven, que continúa hoy teniendo, tras la edad adulta, una adolescencia ,indefinidamente prolongada.

Una vez dicho eslo, ¿cuál debe ser la tarea.del p resentador en la introducción de una obra sobre el hom bre griego? Desde luego no la de resum ir o co m en ta r los textos que, en los terrenos de su res­pectiva com petencia, los helenistas más cualificados han tenido a bien confiarnos y p o r lo cual, en el um bral de este libro, les m ues­tro mi más sincero agradecim iento . Antes que repetir o glosar lo que los autores han sabido dec ir m ejor que nadie, prefiero — en ese m ismo espíritu com parativo— adop tar una perspectiva algo dife­rente, una visión colateral con relación a la suya; cada uno se ha ce­ñido efectivamente a limitar su análisis a un aspecto del tipo de com portam ien to , para destacar así, en la vida del griego antiguo, una serie de planos distintos. Al abo rdar desde otro ángulo el mis­m o prob lem a y volver a cen tra r esta vez en torno al individuo todo el en tram ado de hilos que han ido siendo desenm arañados, yo me preguntaría cuáles son — en las relaciones del hom bre griego con lo divino, con la naturaleza, con los demás, consigo m ismo— los puntos im portantes que conviene, tener en cuenta para definir con exactitud la «diferencia» que lo caracteriza en sus formas de ac­tuar, de pensar, de sentir — y m e atrevería a dec ir— en su m anera de estar en el m undo, en la sociedad, en su propio yo.

La am bición de un proyecto así podría hacer sonre ír si no tuvie­se dos justificaciones para arriesgarm e a ello. En p rim er lugar no ha llegado todavía el m om ento , tras cuaren ta años de investigacio­nes llevadas a cabo, incluso en com pañía de otros estudiosos, sobre lo que he dado en llam ar historia in terior del hom bre griego y de aven tu rarm e a realizar su correspondien te balance arriesgando conclusiones generales. Yo, a principios de los años sesenta, es­cribía:

Aunque se trate ¿le hechos religiosos (mitos, rituales, representaciones figu­radas), de ciencia, de aiie , de instituciones sociales, de hechos técnicos y económ icos, nosotros siempre los consideramos com o obras creadas por los hombres, expresión de una actividad mental organizada. A través de es­tas obras se investiga qué fue el hombre en sí, este hombre griego, insepara­ble del marco social y cultural del que es a un tiempo creador y pro­ducto.

Al cabo de un cuarto de siglo sigo todavía suscribiendo los té r­m inos de esta declaración program ática. Sin embargo, aunque pueda parecer' dem asiado tem erario p o r su am bición de alcanzar rasgos dem asiado generales, mi proyecto — y esta es mi segunda justificación— es más modesto porque se encuen tra más delim ita­do. Dejo a un lado los resultados — parciales y provisionales, por

Page 12: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

El ho m b re g r ie g o /15

supuesto, com o ocurre en todo estudio histórico— de la investiga­ción que-he realizado sobre los cambios que afectan al hombre griego en tre los siglos vui y tv a.C., todo el panoram a de actividades y funciones psicológicas: representaciones del espacio, formas de la temporalidad, memoria, imaginación, voluntad, persona, prácti­cas simbólicas y utilización de los signos, modos de razonamiento, instrum entos intelectuales. Dcsearíarsituar^ehpcrfilT^cuyos^rasgos.'

¿nterftolesbozai >bl\jo^el slgno^.ño!HélTgriegósilio dél griégo-y -n o so - ¿tros.VNo del griego tal com o fue en sí mismo, tarea imposible por­que la idea misma carece de sentido, sino del griego tal como se nos presenta hoy al final de un recorrido que, a falta de un diálogo directo, procede m ediante un incesante ir y venir, de nosotros ha­cia él, de él hacia nosotros, conjugando análisis objetivo y esfuerzo de simpatía; jugando con la distancia y la proximidad; alejándose­nos para hacerse más cercano sin caer en la confusión y aproxi­m ándosenos para captar mejor las distancias a la vez que las afini­dades.

Em pecem os por los dioses. ^¿jQüérr.epré^^táTlpldiyinpjparanjn griego-y eó mo-se-sitúa~eHiombre^eñTelacmrrcon ese concepto? El problem a, formulado en estos términos, corre el riesgo de estar mal p lanteado desde el principio. Las palabras no son inocentes; el térm ino «dios» no evoca sólo en nuestro espíritu un ser único, e ter­no, absoluto, perfecto, transcendente, creador de todo lo que exis­te, asociado con una serie de otras nociones afines, como lo sagra­do, lo sobrenatural, la fe, la iglesia y su clero; de m anera solidaria con estos conceptos, nuestra idea de «dios» limita con un peculiar

‘ terreno de i a experiencia — el hecho religioso— cuyo lugar, fun­ción, situación sdn c laram ente distintos de los demás com ponen­tes de la vida social. Lo sagrado se opone a lo profano, lo sobrenatu­ral al m undo de la naturaleza, la fe a la incredulidad, el clero a los laicos, y de la misma m anera dios se separa de un universo que en cada m om en to depende por com pleto de él, porque es él quien lo ha creado, y lo ha creado de la nada.ifcasTmnTefosas divinidades del pol i teísmo* griego ¡ en cambio, noTpbseenJlosi rasgos-que-définé=n nuestrcTconcep tó^d cTlo"clivino^cNi son-eternasrn i~perfec tas?rn i l3t n - niscicntes?n ro m n jpo ten tes ;fn o;h an ic readp'el ;múndo7pe ro~h an na - c ido~en~éhvde'él; HarTi d olíurgi endo ined ia n t e^gen era cion e ssu c es i - tvasTáTmEíiicla-que .el run i ye rsor;a:pát!t irrde l áspotén cias-pniUP rc ■‘a ' 1 es7 ^5 m o X aó 5 (és deciiT.re 11 V a c í o Géal{esTdécír*1 a;Tier_ra)7SeÁba

jfdifereñgiSHciony roí ganizando;-residen ;pues~en~els_eno'misrno~dcl Mun i v e rso 'S tn tra sc e n denc i a les?*. por^tan t o ,-absolutam c n te; relativa, vá I ida"uTTi ca m ieritépórre 1 ác i ó rOT 1 a es fe ra’ 11 üm a ti á t AI: i gu a i q u e l os ho m b res ,*1 pero p o r é t i c i m a d é e l Los * 1 os rd i os e s ;f orín a n p a rt e i rit o - g fan te’"3 e 1 c os rrios; -

Page 13: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

16 /Je a n -P ie n e V em an t

Todo esto significa que entre este mundo y lo divino no existe un corte radical que separe para nosotros el orden de la naturaleza del sobrenatural. La com prensión del m undo en que vivimos, tal y como se presenta ante nuestros ojos y la búsqueda de lo divino no constituyen dos formas de aproximación divergentes u opuestas, sino dos actitudes que pueden coincidir o confundirse. La luna, el sol, la luz del día, la noche o bien una montaña,! una gruta, una fuente, un río o un bosque pueden percibirse y sentirse con la mis­ma actitud que se acoge a cualquiera de los grandes dioses del pan ­teón. Todos esos elementos naturales provocan las mismas formas de respeto y consideración admirativa que caracterizan a las rela­ciones del hom bre con la divinidad. ¿Por dónde jiasa entonces la frontera entre los hum anos y los dioses? Por un lado, somos seres inseguros, efímeros, sometidos a las enfermedades, el envejeci­m iento y la muerte; nada de cuanto confiere valor^ brillo a la exis­tencia (juventud, fuerza, belleza, gracia, valor, honor, gloria) deja de deteriorarse y desaparecer para siempre; tampoco existe nada que no implique, frente a todo bien preciado, el correspondiente mal, su contrario o su inseparable compañía. No hay así vida sin m uejle , juventud sin vejez, esfuerzo sin cansancio, abundancia sin trabajo, placer sin sufrimiento./Aquí"al5ájoVtoÜa^lüzTiéne su so m b ra , to^Q eTsple n d o r s u c a r a oscurarTodo lo~contrarióde lo'que les^ocu- ¿m ra lóTq u e se' da en 11 aní á r inmo rt a 1 e s (atkánatóí)[?bienaventura- ' ¿dos^f?riákares), poderosos (k reíttous); J a s _di vin i dades.

Gacla una de^s^diviTTicla’des, en el terreno que le corresponde, en c^ n a 'lo ^ ó d é re sT ^ a p ac id a d es^ v ir tu d esy T av o re sd é ló sq i ie lo ^ Ho m bres ,*á 16.1 árgo de siT vi da pasajera ,-no pueden sino dispo ñ e r e n forma d e jm fugaz y som brío reflejo, com o en un sueño.¿Exis_te~en- tonces-una.difercnciaieTrtre^ambas;razasrla~húmana~y:la^divinarEl lío m brergr i ego Ide "época^cláSi c ^ é s Tpro funda m é n te cons c i en térd e l estaTdisparidád. Sabeyqu^hayrüñ^ÍTOñteraliñffañquea\5le7eñtre Iós~hombr e s ^ los^dioses, a pesar de que los recursos del espíritu hu ­m ano y de todo lo que ha conseguido descubrir o inventar a lo lar­go del tiempo; el porvenir le sigue siendo indescifrable, la m uerte irremediable, los dioses fuera de su alcance, más allá de su inteli­gencia, al igual que resulta insostenible para su m irada el resplan­dor del rostro de los inmortales. Por esoiúna:de^]as-reglas fuñda- m e nta I es 'de'la'sabi duri a"griega‘rel a ti va~ai as r eí a c i on'esXo n i o s d i o -

¿ses' es;q ue“el ~ Hom b r e n o p u e d é~.p re t€ñd e r e n' mod oral gtíñói gualarse, a ¿ellos.

^ - s r c 'e pla^ i ó n — com o algo consustancial con la naturaleza h u ­m ana y contra lo que sería vano protestar— de^tóctas lasrcaTerTcias que~acomp~añájrn'e’c'esariame n te-a- n uestra-condi c i ó n -i mpl i c a:u n a’ seriend e consecue n c i asid e .di vers o _orde n . >En p r i m e r 1 u gar, ^el"grie>

Page 14: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

Ei h o m b re g r i e g o / 17

gojTopu ediTEspe ra r 'd e j osrd i os es i ~ t ampo~c o~ pe d í r se lo ^ rq ue |eco n c e d a n u nafo rm a~cualg u iera:de' la inmortalidad'd e~q úeigllosd i

/finltari. La esperanza de una supervivencia del individuo después de la muerte , distinta de la de mera som bra sin fuerza y sin consc ien­cia en las tinieblas del Hades, no entra en el m arco del com ercio con la divinidad instituido por el culto ni, en todo caso, constituye su fundam ento ni es un e lem ento importante. La idea de una in­mortalidad individual debía de resultarles muy extraña e in co n ­gruente a los atenienses del siglo ív a juzgar po r las precauciones que Platón se siente obligado a tom ar antes de afirmar, po r boca de Sócrates en el Fedón, que en cada uno de nosotros existe un alma inmortal. Además a este alma, en la medida en que es im perecede­ra, se la concibe com o una especie de divinidad, un daimón, lejos de confundirse con el individuo hum ano, en lo que hace de él un ser singular, el alma se en tronca con lo divino del cual aquélla es com o una partícula m om en táneam en te extraviada en este mundo.

Segunda consecuencia. Por infranqueable que parezca, da^dis- t a nci "á Jerít re“ losTd i os es-yl os^lio mb res-no exc luye Ja n a lo rn ia d é“ 5a - r e n te sc o é ñ tre'sirA m bos 'hab itarTé 1 jrns m~o.ni u ñ d o „"pero^séTra táTd e u n 'm u ’ndo corrdiferen tes njveles~y estric tam en te jerarquizado. De abajo arriba, de lo inferior a lo superior, la diferencia va de lo m e­nos a lo más, de la privación a la plenitud, a través de una escala de valores que se extiende sin una verdadera interrupción, sin un cam bio com pleto de nivel que, debido a su inconm ensurabilidad, exige el paso de lo finito a lo infinito, de lo relativo a lo absoluto, de lo tem poral a lo eterno. Debido a que las perfecciones con que es­tán dotados los dioses son una prolongación lineal de las que se manifiestan en el orden y belleza del m undo, la a rm onía feliz de una ciudad regulada según la justicia, la elegancia de una vida lle­vada con m esura y control de uno mismo, la^TéligiosidsdlleliTom- b re 'griego-no:riecesita~tomar-el~ca mi n oTcl e l áT eñuñc ía~d e l^rnund o , sino~clé^su^esai~rollo~estétic-o.

Lo s~h om bres 'es tá n;su jetos'a 'losdjóse s e o m o e 1 s ieryoal'ánvo-d el- queidepende. Y es que la existencia de los mortales no se basta a sí misma. El"bechp^dle -nacer-cstabl e c e y a:pa ra’c a d a j nd i vi d uojuna' re - ferenciáyrespectüjdé~ün_mas állaTdcfsrmismo. los padres, los an te ­pasados, los fundadores de un linaje, surgidos d irec tam ente de la tierra o engendrados p o r un dios. Ehfrombre^desde queve la - luz .se ene u e'rtt r á 'y á e r ru ña“s itüa c i ón~de7d eudaT D e u d a x ju e ^ e sa ld a c u a n - ,doiéllhombré^medianleTlá“0bserváñcia:de■ 1 os :ritós traelic ióna 1 e s , rindé^escrup'u 1 ósam en tea^la divin idad e lh o m en a j e;que ésta'ésta elí ,su~derechoTde exigirIe. Al tiempo que se implica un e lem ento de te­m o r con el que pueden alimentarse hasta el límite las angustias o b ­sesivas de la persona supersticiosa, la devoción griega implica otro

Page 15: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

1 8 /Je an -P ie r re V c m a n t

aspecto muy distinto. Cuando se establece contacto con los dioses y se les hace, en cierto modo, presentes en medio de los molíales, el culto in troduce en la vida hum ana una nueva dimensión, hecha de belleza, generosidad y com unión dichosa. A los dioses se los ce­lebra p o r medio de procesiones, cánticos, danzas, coros, juegos, certám enes, banquetes donde se participa en com ún de la carne de los animales ofrecidos en los sacrificios. Ellrituallfesti y o á ll álvé 7. q u e^otorgá.áll os^i rimo rt a les’l aTven é'rác ioTTTqli e;rn e re c e n , 'aparece- ¿parajaqüe 11 ose} u e ^ t á nTavó caxlosXl aTimier.te có ífió Una manera,de en r i q u e c e í . 1 os el i as de su existencia, una suerte de ornato que, al conferirles un tipo de gracia, alegría, concord ia muíua/los?ilumina c^ r ru rrb ri 1 lo.'en'e 1 lqüe;respjandece-una parte de 1 jlxijgorjdtf loífdio-

¿ses.C o m o dice Platón, para l legara ser verdaderos hom bres los ni­ños deben, desde sus prim eros años, ap render a «vivir jugando y con juegos tales cornos los sacrificios, los cánticos y las danzas» (Leyes, 803c). En cuan to a nosotros, el resto de los hom bres, «los dioses nos fueron dados no sólo com o com pañeros de fiesta sino para p ro cu ra rn o s el sen tim iento del ritmo y la arm onía unido al placer, con lo cual nos ponen en m ovimiento y dirigen nuestros g iupos enlazándonos unos a otros con las canciones y las danzas»

* (Leyes, 653d-654a). En estos lazos que instituye el ritual en tre los ce lebran tes se hallan tam bién los dioses en acuerdo y sinfonía con los hom bres m edian te el p lacentero juego de la fiesta.

trosibpmbresid e pe nd en' derla“ d i v.i ñi dadr:$in;s u c o ris é ñti Tñ i eñt O n a d a jpjlj e d e j j e a 1 i zarse^aqu Haba] o . E n ; cu a IcpTi^f^m o me ntóT hav. p o r t a rito? que~estarlen rcglií con.'a'qúéllapara^garaíTti¿árse s in /á lía su~servic io rP e r5!sen/icio ño.significa.servidumbre? Para señalar su diferencia con el bárbaro , el griego proc lam a con orgullo que es un ho m b re libre, eleútheros, y la expresión «esclavo del dios», que tan am pliam ente d o cum en tada encon tram os en o tros pueblos, es inusitada no sólo en la práctica cultural corriente, sino incluso para designar las funciones religiosas o sacerdotales de una divini­dad, ya que se trata de c iudadanos libres que ejercen a titulo oficial sus funciones sacerdotales. Libertad-esclavitud: para aquellos que han conferido a éstos dos términos, en el ámbito de la polis, su ple­no y estricto significado, estas nociones aparecen recíprocam ente dem asiado exclusivas para poderse aplicar am bas al mismo indivi­duo. El que es libre no puede ser esclavo o, m ejor dicho, no podría ser esclavo sin dejar inm ediatam ente de ser libre. A esto se unen otras razón es . E hm undo d e los diosés^tá:Ío~süficien tcm entealeja- d o~pom o para“q u e x l id el I ó r h o m b r e s g u a rde7 porj;e lac i ó n a a q u é I, ¿ ü ^ ro p la 'á ü to n p m í a^v si n ;e mba rgó sü d i s ta n c i a ñ o _és tari t a c o n i o páráT'q u éTe 1 , fi b rrí tíre s e s i e rita i rnpoten te rap las tado,; reducid o a la naxiá'ante’lá’iñ f in i tú d d e lo d iv in o . Para que sus esfuerzos se vean

Page 16: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

lil h o m b re g r i e g o /19

coronados por el éxito, tanto en la paz com o en la guerra, para con­quistar riqueza, honor, excelencia, para que la concordia reine en la ciudad, la virtud en los corazones, la inteligencia en los espíritus, el individuo tiene que p oner de su parte, a él le corresponde tom ar la iniciativa y ponerse a la tarea sin escatimar esfuerzos. En toda la esfera de los asuntos hum anos cada uno debe iniciar la tarea y per­severar para triunfar. C um pli eii eloTe í~d et5cr~camores~debidolse'tie- n e n^laslrnayores^posibi 1 i d acl esiclelga ra nti ra rsell áTpíot ec7c i ónrdi - yiñas

Distancia y proximidad, ansiedad y gloria, dependencia y au to­nomía, resignación e iniciativa, entre estos polos opuestos pueden aparecer todas las actitudes intermedias en función de los m om en­tos, de las circunstancias, de los individuos. Pero por muy diversos, por muy opuestos que sean estos elementos contingentes, no impli­can ninguna incompatibilidad, todos se inscriben en un mismo cam po de posibilidades, el abanico de éstas establece los límites en cuyo in terior puede actuar, según la forma que le es propia, la reli­giosidad de los griegos, indica las vías múltiples, pero no indefini­das, que perm iten este tipo de relación con lo divino tan caracterís­tica del culto griego.

Y digo culto, no religión o fe. Como justam ente hace observar Mario Vegetti, el p rim ero de estos términos no tiene su equivalente

jéñ~Gfecia. donde!rro l ^ i ste~un"ámbito religiosQ-que agrupe-ins ti tu­ición e s r con duc ta s c o d ih c a d a 5^y;convicción es jn t im a s e n r u n ,c o.n - jQñtO "orgáfnzado inetámente''diferenciado del resto~de 1 as'p lácticas ^ !^ ia le s~ A lg ^ d e re lem en to~religioso está~prcscn'te enltoclos~sitios'.I os "ge tos :cótidi anóslím p 1 i carT^j un tolajo t ros ‘as pTec toslyjfnézc 1 ád o s con~el lo srú ’na-dimensión^religi osa;~y esto se~da~e n~l o-más~prosaioo co m o 'en l o m ásT^lEm n e ."taiTtó érTlá: ;es fe ra ,p f i vad are om oie tr lapú - /Blica.

M. Vegétti recuerda una anécdo ta muy significativa: unos foras­teros que han venido a visitar a Heráclito se detienen ante la puerta de su casa cuando le ven calentándose al fuego del hogar. Según Aristóteles, que intenta p robar que tanto la observación de las es­trellas y los movimientos celestes com o el estudio de las cosas más humildes son igualmente dignos, Heráclito habría invitado a pasar a sus huéspedes diciéndoles: «también ahí (en el hogar de la coci­na) están los dioses» (De partibtts animalium 1, 5, 645a). Sin embar- go . /lo reí i gioso ; a~ fuerza de-estar p resente e n lo d a ocasión,yjugar, co r rcTe 1 Ti es g ó dejToXeñenni u n iu g a r ni una forma de marñfesta- ción realm ente p ro p io s /P o r esta razón no debería hablarse de «re ligión» a propósito del hom bre griego si no es adoptando las p re ­cauciones y reservas que parecen im ponerse respecto de la noción de divinidad.

Page 17: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

20/Jcan-Pierre V em an t

Por lo que se refiere a la fe las cosas son aún más complicadas. 1-Joy día para nosotros la línea de demarcación en el plano religio­so, se sea creyente o no, es nítida. Formar parte de una iglesia, ser practicante de m anera regular y creer en un cuerpo de verdades constituidas en un credo con valor de dogma son los tres aspectos del com prom iso religioso. Nada de esto hay én Grecia;.no existe iglesia ni clero, ni tam poco hay dogma alguno. La creencia en los dioses no puede pues tom ar la forma ni de pertenencia a una igle­sia, ni de la aceptación de un conjunto de propuestas presentadas como verdaderas y que, en su calidad de materia revelada, se sus­traigan a la discusión y la crítica. El hecho de «creer» en los dioses por parte del griego no se sitúa en un plano propiamente intelec­tual, no intenta crear un conocim iento de lo divino, ni tiene n in­gún carácter doctrinal. En este sentido el terrenp está libre para que se desarrollen, al margen de la religión y sin conflicto abierto con ella, formas de búsqueda y reflexión cuyo fin será p rec isam en­te establecer un saber y alcanzar la verdad en cuanto que tal.

El griego, por tanto, no se encuentra , en un m om ento u otro, en situación de tener que elegir entre creencia y descreimiento. Cuan­do se honra a los dioses conform e a las más sólidas tradiciones y cuando se tiene confianza en la eficacia del culto practicado por sus antepasados y por todos los m iembros de su comunidad, el fiel puede manifestar una credulidad extrema, como el supersticioso ridiculizado por Teofrasto, o bien mostrar un prudente escepticis­mo, como Protágoras, que considera imposible saber si los dioses existen o no y que, tocante a ellos, no se puede conocer nada, o bien m antener una com pleta incredulidad, como Critias, que sos­tiene que los dioses han sido inventados para tener sometidos a los hombres. Pero la incredulidad tam poco es descreimiento, en el sentido que un cristiano puede dar a este término. Poner en tela de

^juicio, dentro de un plano intelectual, la existencia de los dioses no I choca frontalm ente con la pietas griega, con intención de a r ru in ar­

la, en lo que ésta tiene de esencial. No podem os imaginar a Critias absteniéndose de partic ipar en las cerem onias de culto o negándo­se a hacer sacrificios cuando fuera necesario. ¿Se trata quizá de hi­pocresía? Hay que com prender que, a l rser la religión inseparable de la vida cívica, excluirse equivaldría a colocarse al margen de la sociedad, a dejar de ser lo que se es. Sin embargo, hay personas que se sienten extrañas a la religión cívica y ajenas a la polis; su actitud no depende del mayor o m enor grado de incredulidad o de escepti­cismo, muy al contrario , su fe y su implicación en movimientos

sectarios con vocación mística, como el orfismo, es lo que las con- | vierte en religiosa y social m ente marginadas.1 Pero ya es hora de abordar otro de los temas que antes anunc ia ­

Page 18: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

El h o m b re griego/2 I

ba: el mundo. Además de estar «lleno de dioses», según la célebre frase, ya se discutía eso cuando nos ocupábam os de lo divino. Un m undo en el que lo divino está implícito en cada una de sus partes, así com o en su unidad y en su ordenam iento general. No porque el creador esté envuelto en lo que ha sacado de la nada y que, fuera y lejos de él, lleva su sello, sino po r el m odo directo e íntimo de una presencia divina extendida allá p o r donde aparezca una de sus m a ­nifestaciones.

La physis — térm ino que traducim os por «naturaleza» cuando, según Aristóteles, decimos que los filósofos de la escuela de Mileto fueron los prim eros, en el siglo vi a.C., en a c o m e te ru n a historia pen physeós, una investigación sobre la naturaleza— esta physis- naturaleza tiene poco en com ún con el objeto de nuestras ciencias naturales o de la física. La physis es considerada una potencia an i­mada y viva porque hace c rece r a las plantas, desplazarse a los se­res vivos y m over a los astros por sus órbitas celestes. Para el «físi­co» Tales incluso las cosas inanimadas, com o una piedra, partici­pan de la psykhé que es a la vez soplo y alma, mientras que para n o ­sotros el p rim ero de estos térm inos posee una connotac ión «física» y el segundo «espiritual». Animada, inspirada, viva, la naturaleza está p o r su d inam ism o cerca de lo divino, y por su anim ación cerca de lo que nosotros mismos somos en tanto que hombres. Por tom ar la expresión que utiliza Aristóteles a propósito del fenóm eno de los sueños, la naturaleza es prop iam ente dciimoriía «demoníaca» (De divinatione per som nium 2, 463b 12-15); y com o en el corazón de cada hom bre el a lm a es un daímón, un dem onio o «démon», entrelo divino, físico y hum ano existe algo más que continuidad;, un pa­rentesco, u n a connaturalidad.

El m undo es tan bello com o un dios. A partir de finales del siglo vi el té rm ino em pleado para designar al universo en su conjunto es el de kósmos; en los textos más antiguos esta palabra se aplica a lo que está bien ordenado y regulado, tiene el valor de o rnam ento que presta gracia y belleza a aquello que adorna. Unido en su diver­

s idad , perm anen te a través del paso del tiempo, arm onioso en el engarce de las partes que lo com ponen , el m undo es com o una joya maravillosa, una obra de arte, un objeto precioso sem ejante a uno de esos agáhnata (estatua, estela o exvoto) cuya perfección les p e r ­mitía servir de ofrenda a un dios en el recinto de su santuario.

El ho m b re contem pla y adm ira este gran ser vivo que es el m u n ­do en su integridad y del que él m ismo forma parte. De entrada este universo se descubre e impone al hom bre en su irrefutable reali­dad com o un dato previo, a n te r io ra toda experiencia posible. Para co n o cer el m undo el hom bre no puede ponerse a sí mismo com o pun to de partida de su propio camino, com o si para llegar a las co-

Page 19: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

22 /Jcan-P ic i 'ie V e m a n l

sas tuviera que pasar po r la conciencia que tenem os de ellas. El inundo al que apun ta nuestro saber no se recoge «en nuestro espí­ritu». Nada más alejado de la cu ltura gnega que el cogito cartesia­no, el «yo pienso» puesto com o condición y fundam ento de todo conocim iento del m undo, de uno mismo y de dios, o que la co n cep ­ción leibniziana según la cual cada individuo es una m ónada aisla­da, sin puertas ni ventanas, que contiene en sí misma, com o la sala cerrada de un cine, todo el desarrollo de la película que cuen ta su existencia. Para que el m undo pueda ser aprehendido por el h o m ­bre aquél no puede estar som etido a esta trasm utac ión que haría de él un hecho de consciencia. R epresentarse el m undo no consiste en hacerlo presente en nuestro pensamiento. Es nuestro pensa­miento el que forma parle del m u ndo y el que está presente en el m undo. Eliiombreip.ertenece al'muñdoTCon7élTqucresta ém parenta- dp^y^aj q ue~conQceJpl>TCT^sonancia7o~c on n i ve n c i a; ¿LSTcseric i arde 1 jihpñTl5Té “o r i g i n ai* i am en te-, - es^u n_estar_e n 'e 1 rn u rieló. Si esle m undo le fuera extraño, com o suponem os hoy, si fuera un puro objeto h e ­d ió de extensión y m ovimiento, opuesto a un sujeto hecho de ju i­cio y pensam iento , el hom bre sólo podría efectivamente co m u n i­carse con él asim ilándolo a su propia consciencia. Sin embargo, p a f a ^ l Í 1ombre-griegoel-mundo~no'esrestcTrñivéfsoexteriórcogÍfi- cadoTsepara d o d e lh o m bre p o r la-barrera infranqueable quejdistin^

fgü^l ájfna ler i a d e j e s píri tu rl o f is icode 'l o.psíq ii i cor El hom bre“se*ha v11 a- en ~u n ajre 1 a c i ó n d c 4 ñ t im a co tn ú n id áB c o n- e f u H i versoIalTi m a do

fportjueToSoOe_áta ‘ á'ésteV.Un ejemplo para h acer en tende r m ejor lo que Gérard Simón de­

nom ina «un estilo de p resencia en el m undo y de presencia en sí que no podem os co m p re n d e r sin un serio esfuerzo de distancia- ción metódica, que exige una verdadera restitución arqueológi­ca»1. Voy a re ferirm e a la vista y la visión. En~laTcu ltu ra-griegarel hgclTorcle^ver»^ocupa"un J u gar;privilegiado. Hasta tal pun to se le valora que ocupa una posición sin igual en la econom ía de las capa­cidades hum anas. En cierto sentido, el hom bre es, en su naturaleza misma, mirada. Y esto p o r dos razones, am bas decisivas. En p rim er lugar, v e ry saber somla~mismaxosa;lsi idein «ver» y eidénai «saber» son dos formas de un m ism o verbo, si eidos «apariencia», «aspecto visible» significa también «carácter propio»» «forma in teligible», es po rquc 'e l 'conocim ien to se interpreta 'yexprcsá^áTta ves<1 el m üñdo ('clelatvisibn. Conocer/esTpueS7Uñá fornTaxlé'ver. En segundo lugar, ver y*vivirson-tam biénia'mi'smaTcosa. Rara éstar;vivo"hace falta ver 1 a 1 uzldel ^ l ^ y ^ l a vez ser/visiblé a 1 os~oj ós de todos. M ori rs igñ ificaT

' «L ame du monde» en Le J'etnps de lo Rcflcxiott X, Porís, 1989, p. 123.

Page 20: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

El h o m b re griego/23

perd e r;] a vista'y'l irvi sibil i dad/ahm ismo~tiern p 07 a bajn dona Hayc! a i i - dad"de.lld i aTpárapenetra r*é nlotroJmO ñd ó ,‘je1 :de:la^No c h e-don d e , perdido en la Tiniebla, uno'queda~despoiacló á la vez'dé su prop i a i m age ñüyld esuum i ra d a7.

Pero este «ver», tanto más preciado cuanto que es conocim ien­to y vida, los griegos no lo interpretan como nosotros — después de que Descartes, entre otros, interviniera en esto— cuando distingui­mos tres niveles en el fenóm eno visual: p rim ero la lux, luego la rea­lidad física, sea una onda o un corpúsculo, y por último el órgano del ojo, un m ecanism o óptico, especie de cámara oscura, cuya fun­ción es proyectar en la retina una imagen del objeto; con todo esto tenem os el acto propiam ente físico de percibir a distancia el objeto contemplado. Entre el acto final de la percepción, que supone una instancia espiritual, una consciencia, un «yo», y el fenómeno m ate­rial de la luz existe el mismo abismo que separa al sujeto humano del m undo exterior,

Por el contrario , pFnTl'os;griegosriavvisión7só 1 oTesTp o sible'erreI caso~dc~que7exista;entreío~qu e es visto~.y el-que-ve-una;comp 1 et ai; e: ci pro ci'da d q u e l ra d u z c a 7-si~tro un'aTidenti'da~d'completa,-por;Io~me- ,nos'üTialafin idaci ■niuy.pToxi m ar El sol que ilumina todo es también, en el cielo, un ojo que lodo lo ve, y si nuestro ojo ve es porque éste irradia una especie de luz com parable a la del sol. El rayo luminoso que em ana del objeto y lo hace visible es de la misma naturaleza que el rayo óptico salido del ojo y que le da la vista. Ekobjetoem isor yZé 1 "sujeto re ce~ptor./I os rayos i u m i n o s o s :v;l os ~ra vos ó pj. ic o s r pe i t e - necen áuna~m ism axatc g o r ía*de~la - r e alidadr de-1 a-5} ue;pu ed e;d ec ir: Lse;que ignoraia^oposición;fisica/psjquicaurqueies a 1 a vez-de orde 1 \ físico~y;psíquico~. LaTluz~es~visión^laTVisiónjes lum inosa .

Como observa Charles Mugler en un estudio titulado La lumieni et la visión dans la poésie grecgMcMálliismfflerrgualestimoma está aTribivalencia. Los verbos que designan la acción de ver, de m irar (blépein, dérkes thai, leússeín) se emplean con com plem en to, di re c - to referido no sólo al obie,to_hacia_el ,que_s.e„dirige la mirada, sino tam bién 1 a s us tan c i a _ í g n e o -1 u m i n o_s a _q u e_e ojo o ro ye c ta como cuando se lanza un dardo. Estos rayos de fuego, que nosotros lla­m aríam os f|sicos, transportan consigo los sentimientos, pasiones, estados de ánimo, que nosotros llamaríamos psíquicos, de la perso­na que está mirando. Efectivamente, esos mismos verbos sé cons­truyen con com plem ento directo de términos que significan te­rror, ferocidad, furor mortífero. I^m iradaTlcuando alcanza al obje- to r i e l ralis m it e~krq uelcoñ s u -mi rad ¿Texpe rim en ta:q u i errej ere i t a -1 a vistor^

i 2 Revue des Éludes Grecques, 1960, pp. 40*70.

Page 21: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

Por supuesto que el lenguaje poético tiene sus propias reglas y convenciones. Pero esta concepción de la mirada hunde en la cul­tura griega unas raíces lo bastante profundas como para que. apa­rezca además traspuesta en ciertas observaciones, desconcertantes para nosotros, de un filósofo como Aristóteles. En su tratado De in~ sonmiis, el maestro del Liceo sostiene que si la vista es afectada por su objeto «aquélla ejerce también cierta acción sbbre éste» como hacen lodos los objetos brillantes, porque regresa a la clase de co­sas brillantes y dotadas de color. Y aduce como prueba el que si las mujeres se miran a un espejo en el periodo de la m enstruación, la superficie b iuñida del espejo se cubre con una especie de vaho de color sangre, esta mancha im pregna tan-profundamente los espe­jos cuando están nuevos que difícilmente se puede bo rrar (De in- sonmiis, 2, 459b, 25*31). ...

Sin embargo quizá sea en Platón donde este «parentesco» entre la luz, el rayo de fuego emitido por el objeto y el que el ojo proyecta hacia fuera, se afirme con más rotundidad com o causa de la visión. En efecto los dioses crearon

los ojos portadores de la luz (phósphóra ómmala)... de manera que el fuego puro que reside dentro de nosotros y que es hermano (adelphós) del Fuego exterior discurriera a través de los ojos de una forma suave y continua... así pues cuando hay luz del dia (mclhctnerinón phós) en torno a la corriente de la visión, entonces lo semejante encontrándose con lo semejante y uniéndo­se estrechamente con aquél constituye un único cuerpo apropiado en la di­rección de los ojos, donde la luz que surge del interior choca con la que vie­ne de los objetos exteriores. Se forma asi un cuerpo enteramente sensible a las mismas impresiones debido a la semejanza de sus partes (Timeo, 45b y siguientes).

Resumiendo, en lugar de tres instancias distintas: realidad físi­ca, órgano sensorial y actividad mental, para explicar la visión en ­contram os una especie de brazo luminoso que, a partir de los ojos, se extiende com o un tentáculo y se prolonga fuera de nuestro orga­nismo. Debido a la afinidad entre los tres fenómenos, todos igual­mente consistentes en un fuego purísimo que ilumina sin quem ar, el brazo óptico se integra en la luz del día y en los rayos emitidos por los objetos. Unido a éstos, constituye un cuerpo (soma), perfec­tam ente continuo y homogéneo, que pertenece sin solución de continuidad a nosotros mismos y al m undo físico. Podemos así to­car el objeto externo, allá donde se encuentra , p o r muy lejos que sea, proyectando hasta él una pasarela extensible hecha de una m a­teria com ún a lo que se está viendo, a quien ve y a la luz que perm i­te ver.

24/Jean-Pierrc Vernant

Page 22: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

El h o m b re g r iego/25

Nuestra mirada opera en el m undo donde encuen tra su lugar com o un fragmento de este mismo mundo.

Por éso no puede ex trañar leer en Plotino (siglo m d.C.) que cuando percibimos un objeto por medio de la vista

está claro que siempre lo vemos allí donde se encuentra y que proyectarnos sobre él (prosbálomen) por medio de fa visión. La impresión visual ocurre directamente en e) lugar en que se encuentra el objeto; el alma ve lo que está fuera de ella... Porque no tendría necesidad de mirar fuera si ella tuvie­ra dentro la forma del objeto que está viendo; miraría sólo la impronta que, desde fuera, ha entrado en ella. Además, el alma asigna una distancia al ob­jeto y sabe decir a qué distancia lo ve; ¿cómo iba a ver separada de ella y le­jos de ella un objeto que está en ella? Por otra parte sabe expresar las dim en­siones del objeto exterior; sabe que tal objeto, por ejemplo el cielo, es gran­de. ¿Cómo iba a ser esto posible dado que la impronta que hay en ella no puede ser tan grande com o el objeto? Por fin, y es la principal objeción, si nos limitamos a captar la impronta de los objetos que vemos no podremos ver los objetos mismos, sino sólo imágenes, sombras y así los objetos mis­mos serán otra cosa, otra cosa será lo que veamos (Encadas , IV, 6, I, 14-32).

Se ha citado este texto tan largo porque pone de relieve la dis­tancia que nos separa de los griegos en lo que a la vista se refiere. Hasta que el cam po interpretativo en que los griegos situaron la vi­sión í ja^ed ió su lugar a otro en teram en te distinto no pudieron sus­citarse problem as com o los relativos a la percepción visual tal y com o se discuten en época m oderna, en particu lar el de la p ercep ­ción de la distancia, donde interviene la visión estereoscópica, o com o el de la persistencia del tam año aparen te de los objetos con independencia de su lejanía, que implica una m ultitud de factores. Todo se regula desde el pun to y hora en que nuestra m irada se p a ­sea po r en tre los objetos en el m undo al que ella misma pertenece, arras trándonos luego hasta la inmensidad del cielo. La dificultad, en este contexto, no estriba en co m p ren d er cóm o se p roduce el que nuestra vista sea lo que es, sino cóm o podem os ver de otra for­m a lo que existe, o ver el objeto en un lugar distinto al que rea lm en­te se encuentra , p o r ejemplo en un espejo.

¿Qué fórmula elegir para caracterizar este peculia r estilo de «es­tar en el mundo»? Lo mejor, sin duda, es dar una respuesta en nega­tivo respecto a nuestra m an era de ser. En este sentido el hom bre griego no está desligado del u ni verso./LpsrgfiegojsTevidentemente, ¿aBjañ rqiTé\^xisteIuná r«ria tura 1 ez'áT h um a ña » y no dejaron de refle­xionar sobre los rasgos que distinguen al hom bre de los dem ás se ­res, objetos inanimados, animales y dioses^PefóTéLrecpnocimientc^i fde~esta'iespejcifieidacTnóTépará al h ó m b re de 1 rnundo; no lleva a le­

Page 23: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

26 /Jc an -P te r re V e m a m

vantar, frente al universo en su conjunto, un ámbito de realidad irreductible a otro distinto y rad icalm ente al m argen de su forma de existencia:fCl~hoñibre^yTu p e n s a m ie n to o 'c o n s t i t u yen~en~sí un

t m un do^com pj e tam en t e s epa rado^dc 1 -restenB ernard Groethuysen, refiriéndose al sabio en la antigüedad,

escribía que éste nunca se olvidaba del mundo, que pensaba y obra­ba por re lación al cosmos, que formaba parle del m undo, en suma, que era cósm ico (Anthropologie Phitosophique, París, Gallimard, 1952, p. 80).

D^ltiñciivicIníFgriegóipodemos decir que, de forma menos refle­xiva y teórica, tambiénTera^esp.ontáneam'ente cósm ico.

Cósmico no significa perdido, inm erso en el universo; sin em ­bargo, esta im plicación del sujeto hum ano en el m undo supone para el individuo una particu lar forma de relación consigo mismo y de re lación con otro. La m áxim a de Delfos «Conócete a ti mismo» no preconiza, com o tenderíam os a suponer, un repliegue sobre sí m ism o para alcanzar, m ediante introspección y autoanálisis, un «yo» escondido, invisible para cua lquier otro, y que se plantearía com o un pu ro acto de pensam iento o com o el ám bito secreto de la intimidad personal. El cogito cartesiano, el «pienso luego existo», no resulta m enos ajeno al conocim iento que el hom bre griego tie­ne de sí m ismo que a su propia experiencia del m undo. Ninguna de las dos se p lantea en la interioridad de su conciencia subjetiva. Para el^oiráT O lo^G o n ó cc tca-ti-mismo»"significa:cont)c:e:tus límites. sáb~gteiqUé^eres u n -h o m b reTmortalrm o:intentes jgualarterconTÍOs,^ diosesa Incluso para el Sócrates de Platón, que re in terpreta la fór­m ula tradicional y le da un alcance filosófico nuevo cuando le hace decir: conoce lo que verdaderam ente eres, lo que hay en ti de ti m ismo, es dec ir tu alma, tu psykhé; no se trata en absoluto de inci­ta r a sus in terlocutores para que vuelvan su m irada hacia el inte­r io r de sí m ismos para descubrirse en el in terior de su «yo». Si exis­te una evidencia indiscutible es desde luego que el ojo no se puede m ira r a sí m ismo, necesita s iem pre dirigir sus rayos hacia un objeto situado en el exterior. Del m ismo m odo el signo visible de nuestra identidad, el rostro que ofrecemos a la m irada de todos para que nos reconozcan, n u n ca nos lo podem os con tem plar sino cuando buscam os en los ojos de o tro el espejo que nos envía desde fuera nuestra propia" imagen. Oigamos el diálogo de Sócrates con Alci- bíades:

— Cuando miramos el ojo de alguien que t e n e m o s delante, nuestro r o s ­

t r o se refleja com o si fuera un espejo, en lo que se denomina pupila, el que mira aquí ve su imagen.

— E s c i e r t o .

Page 24: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

El ho m b re gricgo/27

— Así, cuando un ojo contempla otro ojo, cuando fija su mirada en esta parle del ojo, que es la mejor porque es la que ve, se ve a sí mismo. [...] Tam­bién el alma, si quiere conocerse a sí misma, tiene que mirar a otra alma y en este alma el lugar donde reside su Facultad privativa, la inteligencia, o cualquier otro que le sea semejante (Alcibíades, 133a-b).

¿Cuáles son estos objetos semejantes a la inteligencia? Formas inteligibles, verdades matemáticas, o incluso, según el pasaje segu­ram ente intei'polado que Eusebio m enciona en su Preparación evangélica inm ediatam ente después del texto que se acaba de citar: la divinidad, porque «al m irar al dios nos servimos del espejo más bello incluso de las cosas hum anas que tienden a la viitud del alma, y así podrem os vernos y conocernos mejor a nosotros mismos«. Pero sean cualesquiera estos objetos: el alma de otra persona, esen­cias inteligibles, dios, s iem pre que fijemos la mirada, no en ella, sino fuera, es dec ir en otro ser que sea afín, nuestra alma podrá co ­nocerse a sí misma com o el ojo puede ver en el exterior un objeto iluminado en razón de la afinidad natural entre la mirada y la luz, de la similitud com pleta en tre lo que ve y lo que es visto. De igual modo, lo que somos, nuestro rostro y nuestra alma, lo vemos y co­nocem os ai m irar el ojo y el alma de otro, iza identjda;d;derea da uno s&marii fiesta en*elx omérc:io x q r ré 1?oi f oTa't favé 5x1 e l "c ruc c d é~ mi rá - , das'yTel^i n terca m b i o!cl e^p a labras .

En este punto, com o en su teoría de la visión, Platón nos parece que es un buen testimonio. Incluso si, al situar el alma en el centro de su concepción de la identidad de cada uno, m arca un hito cuyas consecuencias serán con el tiempo decisivas, Platón no se sale del m arco en que se inscribe la representación griega del individuo. En p rim er íúgar, porque este alma, que somos nosotros, no expresa la singularidad de nuestro ser, su fundamental originalidad, sino que, al contrario , en tanto que daímün, es impersonal o supraper- sonal; e i;^rna; incluso estando en nosotros, esjjí'más^allá déTToso- tros eporq u e/íuf fuñe ió n T io e s j a"d eTase gura r; n u estra partí cül árida d de ser h u m a n o ,'sirTalarde lib^iarnos de él para.integrarnos.cn ehor- den coámicíTy di Vi n o . En segundo lugar, porquete l"conocimienlo de 'üñ^Tnism o yjlá^félación.Jcoh ünd, m is m o n o siemp re p.ueden es- t áb lecerse~d e im an e ra i l i f fc ta^iñm e d i a t á7_dá el oTqü e quedan pri s i o * ñeros x t r e s tarree i pro cid ad7d él iver^yide 1 ;s e riv i s to,‘ del yo y d el o t ro . queXonstituye Uñ eléhiéirto carácterís ticcfdé 'lascñlturas de la ver­güenza él’h o n o r en oposición aTlás culturas de la culpa y del de* Ber? Vergüenza y honor, en vez de sentim ientos de culpabilidad y de obligación que necesariam ente hacen referencia, en el sujeto moral, a su íntim a conciencia personal. Aqu“íTIiaylqüeitenei*-éri cuenta~otrú té rm i nogriego :ít»?¿T D ési^nalá id cETdc*«val o r^Tqu C ‘s e

Page 25: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

28 /Je an -P ien e V em ant

l^ te coTTocaálíruñU i viHuo, hac ej* efer encia tarítoTaT 1 osTras'gasTsócia- le^e l^ jdén tic iác i '^ -rnon ibre , filiación, origen, posición en el gru­po con los honores que le corresponden, privilegios y considera­ción que tiene derecho a exigir— coTno a su"superióridaci~persoñal, el~c orfl untóH é cualida3es^vTfTéritos (belleza, vigor, valentía, noble­za en el comportamiento, dominio de sí) qüe en su rostro^mó“dales, _áspec_tp^_níanifiéstaív.ájosjójós. de todosjiu pertQñencia a 1 la élite de los_£fl loikagailfÓi^ os!1 hermosos _y_buenos,JosJfl risioi, llós_ exce­lentes!**

EnTuTTa7S (Jc i^ ^ Ico rn p ^ i t iv á rd o ñ H é ,p a fa . s erlrec o nocido xhay que prevalecer sobre los rivales en u na~comp;eticiónincesante.por 1 Cgloria,“ cada~uno;se~halla expuesto álaTñirada dfeTótroncada üno ex iste eñ"hjn ción~de_esta m i rada: E n 'rea lidadü ino ies ioqué , 1 os“de- ,majO'én I-, l'gri derft id adlde r ti n iñclivi d ucTcoiiTC i de~con :s u va 1 o ra~c i Ó n s6 HáiPdesde la burla al aplauso, desde el desprecio a la adm ira­ción. Si el valor de un hom bre está hasta tal punto vinculado a su reputación, cualquier ofensa pública a su dignidad, cualquier ac ­ción o palabra que atente contra su prestigio serán sentidos por la víctima, hasta q u e ^ se reparen abiertamente, com o una m anera de rebajar o in tentar aniquilar su propio ser, su virtud íntima, y de consum ar su degradación. Deshonrado^áíquel "que'ñolhaya sa\5ició ;

| háceT pagar.elljltrajcTaTsu ofensorrenunciaTcori”I¿"pérdida 'de pres- tigio,:a su.7inté;-a suTfénombré;süTáñgo;_sus_privilegios. Excluido

¡de los antiguos lazos de solidaridad, expulsado del grupo de sus iguales ¿qué le queda? Rebajado a un plano inferior al del plebeyo,

( o sea el del kakós, que incluso conserva su lugar en las filas del pue-• blo, quien ha perdido su timé se encuentra — com o vemos en el | caso de Aquiles ofendido por Agamenón— errante, sin patria, ni j raíces, com o un exiliado despreciable, como algo nulo, p o r usar

los mismos térm inos del héroe (litada, 1, 293 y 9, 648); com o diría- | mos hoy, un hom bre así no existe, no es nadie.

Sobre este punto, sin embargo, parece necesario hacer re feren­cia a un prob lema. l ^ O g l ^ e s ^ r t g ó c r á licós fleHá cornpeticion por la gloria continúan' estándo vigentes en la "Atenas democrática-dél

/siglo v. L í ^ i r a l i d ^ se'ejerceTentre ciudádáñó's .cónsidérados igua- :ies e n e lp la n o po 1 íticó. No son iguales en tanto que sujetos de dere­chos de los que toda persona debe natura lm ente disponer. ¿Cada íuno es igualf.semejante a los dem ás/e rr vi rlutl~dé~su~plena par tic ipa^ ción e n io s ”ásun t os corñüñes de l’grlípo'. Percffuera de estos in tere­ses 7con íunes? al lado del sec tor público, existeXenyelTcompórtá-

¿miéñtó persbnal~y "eiTlasre 1 aciones_sociaIes un espacio privado en ^ej-qu é e l ln d i vi d u o es quien m arca la pauta. En el elogio de Atenas que Tucídides atribuye a Pericles, éste afirma:

Page 26: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

El liombi e g n e g o /2 9

Nos gobernamos con libertad no sólo en lo que se refiere a nuestra vida política, sino también en lo que concierne a la recíproca suspicacia de las relaciones de la vida cotidiana: no sentimos envidia del vecino si se com por­ta com o mejor le agrada, ni añadimos incomodidades que, aunque sean ino­cuas, resultan penosas de ver. Y al conducirnos de manera tolerante en lo pri­vado tampoco transgredimos, más que nada por miedo (Tucídidcs 2, 37,2-3),

El'i rTdi vidüo'ocu pá'pues7eirla c indaü~añt igüá7 ün Ulgaf p fopí p y estelas pee ter privadoLdé lálex is ten c ia^h ai la 'sü :p rol on ga c i ó ir _e n ; 1 a yida^intelectual y artística- donde cada uno afirma su convicción para ac tuar de m anera distinta y m ejor que sus predecesores y veci- nos,i1íñ~el“derech^,peñal^donde cada uno tiene que responder de sus propias faltas en función del grado mayor o m en o r de culpabili­dad, é n ' e 1 rdei^clrcrci vi l ~c o n la institución, por ejemplo, del testa­m ento, éiTelxam p oTeligiosordonde son los individuos quienes, en la práctica del culto, se dirigen a la divinidad. Pero este individuo no aparece nunca ni com o depositario de derechos universales ina­lienables, ni com o una persona, en sentido m oderno del térm ino, dotada de una vida interior específica, o sea del m undo secreto de su subjetividad, originalidad fundamental de su yo. Se■trata-desuna- fórmere sene i a 1 m e n t erso cial'del'i n d i v i dúo se ñalada po r el de se o_d e iilustrarse,dé~adquirir an té lo so jósdé^üspT óp iós iguá lés , por su es­tilo de vida, sus méritos, su m agnanimidad, sus éxitos, la~süficiéTile fam a-com o para-transfornVár.áüTexistencia.singular^en.ün bien c o r mún~de;todá Ja .c iüdad 'es^ léc ir ^ue toda Grecia. Asimismo el indi­viduo, cuando afronta el p rob lem a de su muerte , no puede p o n e r su esperanza en la existencia en el otro m undo tal y com o era c u a n ­do estaba vivo, con su singularidad, bajo la forma de un alma p ro ­pia que le pertenezca a él exclusivamente, ni tam poco puede po n er sus esperanzas en la resurrección de su cuerpo. ¿De qué medio se puede en tonces d isponer para que unas criaturas efímeras, c o n d e ­nadas a la decadencia de los años y la m uerte , puedan conservar en el más allá su nom bre, su fama, la imagen de su belleza, de su ju ­ventud, su valor viril y su superioridad? En una civilización del ho- ño r donde cada uno, duran te su vida, se identifica con aquello que i los demás ven y dicen de uno, donde se es más cuanto mayor es la ¡ gloria que a uno le rodea, sólo se con tinuará existiendo si subsiste j una fama im perecedera en lugar de desaparecer en el anon im ato j del olvido. P á ra*e 1 "hom b r e . g riégo"]ijyoim ue rte rs ignifíca J a^p r es en- < g iá.p e rm an e n te :e n JaTmemo r iá~sóc ial“d elúquel rqüe'háTaba ndonado

(laTl u zTd el sol? L£Tm e rrioTÍa~rcolecti va^e n^l as'dosrformas^q ueTpüeci e’i revestir — rec l íé rd ó co n ti ñ u o ’mediante 'ei x an t órde 1 os^püetasl^p e - ti B o ín d efinidam ente igenérgciónTtras -ge n é rae ibíry 'moñ u m en to fü - n^rário erigido para s iem pí^o^eJá^ tun iba '-^ /f irnc i5na^cbrno 'una i ñstitucí ó n . qu e -ase gu ra -a~determinado?individ uós7e 1 ;p ri vi l egio.de.

Page 27: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

30/Jcaji-P icrrc V crnnnt

siTsüpeT'vivencia-coriTel-estatus~dejjnuer toTglorioso. Por tanto.^cn^ <v eírd ejJñ lal ma~i n m o rtá l enc oii t ramos I áTglori a -i mpe rece’d e r a y l a añoranza de toBosipárá’siérnpre. en lugar del paraíso reservado a los justos, la certeza, para quien haya sabido merecerla , de una pe­rennidad im plantada en el m ism o corazón de la existencia social de los vivos.

ErTllTtrad ició n~cpica~el ü e r i 'c ro:que7x omo.A'q u i 1 es7~h a-re cogi- d Ojj n á jvi d a^b r e v e*y; s e ~d ed i calen t era m en te a~l asTh áza n á.s rs r cae en ej“^ m p o_cÍe7)5a ta 1 la - e ri 1iun o r 3 e l s u e d á d alcanza Tdehni ti vamenj e una j tm u e r te h e rm osa»*-una dimehsiórTheroica alia _que.n o i e p u e - dCaféctar el oívidbl-Como señaló Nicole Loraux, la ciudad recupe­ra, de m anera especial, este tem a en la oración fúnebre por aque­llos c iudadanos que eligieron m orir p o r su patria. En lugar de opo­nerse, m oría’ 1 id a t i ^ i rTmo rt a 1 idadse^asor ian ^ ^ e - i n terpene trarr e n lá p e rs oTTa~de~est o s h om bres Val enroso sTd élesto s <üga Üm'cán dres. Ya en el siglo vn, Tirteo en sus poem as celebraba com o «el bien co ­m ún para ia ciudad y para todo el pueblo» al com batiente que su­piera resistir f irm em ente en la p r im era fila de la falange. Si cae fí enle al enemigo, «jóvenes y viejos lo lloran po r igual y toda la c iu­dad se aflige con grave lamento... nunca perecerán su noble gloria,, ni su no m b re y, au n q u e yazca bajo tierra, es inmortal» (fr. 9 D, 27 ss., C. Prato). A com ienzos del siglo iv, Gorgias encuen tra a su vez en esta asociación paradójica de lo mortal y lo inmortal motivo para satisfacer su gusto po r las antítesis: «Aunque hayan m uerto , su recuerdo no m urió con ellos sino que es inmortal, aunque residan en cuerpos que no sean inmortales, este recuerdo de aquellos que no están ya con vida no deja de vivir.» En su Epitafio en ho n o r de los soldados atenienses caídos du ran te la guerra llamada de Corin- to (395-386), Lisias (2, 78-81) recupera este tem a y lo desarrolla en u n a form a m ejor argum entada:

Si después de haber escapado de los peligros del combate pudiéramos vol­vernos inmortales, se podría entender que los vivos lloraran a los muertos. Pero en realidad nuestro cu eip o resulta vencido por las enfermedades, y la vejez y el genio que le tocó en suerte nuestro destino no se deja doblegar. Por eso tenem os que considerar dichosos entre todos los hombres a estos héroes que acabaron sus días luchando por la más noble y grande de las causas y que, sin aguardar una muerte natural, eligieron la muerte más her­mosa. Su mem oria no puede envejecer y sus honores son objeto de envidia para lodos, l a naturaleza quiere que los llorem os com o a mortales, pero su virtud prefiere que se les cante com o a inmortales... Yo, por mi parte, consi­dero dichosa su muerte y los envidio. Si m erece la pena nacer, corresponde sólo a aquéllos de entre nosotros que, habiéndoles dado el destino un cuer­po mortal, dejaron un recuerdo inmortal de su valor.

Page 28: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

Hl hom bre griego/31

¿Retórica? Sólo en parte, sin duda, desde.luego no es pura re tó­rica. El discurso encuen tra fuerza y apoyo en una configuración de la identidad en la que lcaclajIn,orápa r ec e ~c o m or i risgparab 1 e-de^l os valores-sociales q u e i e estáti.reconóc idosipor. 1 a com u n i dad de los c iudádanos -ÉÍ Hombre griego; en"aquello_"que;loTconviéHé^enindi- v id u o r c o ntinú a ; estando ' in ser to ; t a n to : e n : lo iso c ia l : como ¿en, el

fcosrrios.De la libertad de los antiguos a la de los modernos, de la dem o­

cracia antigua a la de hoy, del ciudadano de la polis al hom bre com o sujeto de derechos, pasando de Benjamin Constant a Moses Finley y a Marx, hay todo un m undo que ha cambiado. Pero no se trata sólo de una transform ación de la vida política y social, de la religión y la cultura; el hom bre no ha seguidosiendo lo que era ni en su m odo de ser él m ism o ni en sus relaciones con los demás y con el mundo.

Page 29: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant
Page 30: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

Capítulo primeroEL HOMBRE Y LA ECONOMIA

Claude Mossé

Page 31: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

«Pin

tor

de la

Fund

ició

n»;

Talle

r de

bron

cist

as,

copa

(d

etal

le)

Page 32: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

Anstgiclés~errlarPqlitiea defi niótajiió'mB'rc griego cotí;IaTónpGX: da^fó rmula^de~zóo^f^litijCpnTtin~«aiTimaI_poIítico». La traducción, sin em bargo, limita el sentido que el filósofo quería dar a esta fór­mula; con ella Aristóteles daba a en tender que lo que distinguía al griego de los demás hom bres era el hecho de vivir en el seno de esta forma superior de organización hum ana que era la ciudad. Pero ia x a r a e t eris t i ca~dehe iudadanoes~pr éc isanTenteTeirposecr.!a areté'püliíijce^ts j i ec i i71 á c u a l idadjqúele perrhitíaTalteniativamente árkfreiir"y~rtfkhes tha i , V gobe rn aT^yJTér-gobernadó. así?com o~parúei - par-crTÍálT-lon 1 as~clé7decjsióTt que^compi~omHian ái^conjüTTto^deia g om u ni d ad ~c ív i caT* LaTot k onom i k e gsjd ec i aTc i ene i á"d e"l éPo ikonó- >Títa,\era ante to^o-é lIáH ^^éI^m im strar^b ien isu73t/co5r su ^ ro p ie - jdáclrlo que nosotros l lam am os la economía, es dec ir el conjunto de fenóm enos relativos a la p roducción y cambio de bienes m ateria­les, no había adquirido entre los antiguos griegos la au tonom ía que la caracteriza en el m undo m oderno a paitir del siglo xvm. Como señala K arl;Polanyi, Ia~ecqnomía7estal5^to^^íá^w^¿fe’s/ñ'e^,^estores7 integrad ajeirT 1 o~gqci a 1 "y, 1 ÓZpól íticó.

Es precisam ente esto lo que hace peligrosa la tarea del histo­riador que intenta situar al hom bre griego en un contexto econó­m ico y descubrir, tras el homo politicus a los filósofos, y (ras el homo oeconom icus al que producía , cambiaba, gestionaba o inclu­so especulaba con la intención, para unos, de acum ular bienes y fortuna, y para otros, de asegurarse el sustento cotidiano. Este in­tento es arriesgado no sólo porque las fuentes disponibles son frag m entar ías y no nos permiten reconstru ir con exactitud las difcren-

35

Page 33: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

36/Clrkutic Mossé

tes actividades económicas que caracterizaban al m undo de las ciudades griegas. Sobre todo porquerlosrgriegos, al no separar estas actividades de lo que constituía todo un modo de vida del que ellos, con su diversidad, eran parte integrante, nunca sintieron la necesi­dad de describirlas. Antes bien, .sfeTáplicarorrai ]a;descripción-de-la LfíXica3 ctividad-qué"con laguerra y;la política, les parecía digna de

;GrT Hombre I ib re; el trabaj o_dé 1 a t i e rna. Y si, como se verá, d ispone­mos de algunas informaciones más precisas sobre<UTaTte'sania~o‘el GOrrverc;io7ni"áritimb, susceptibles de iluminar lo que se adivina gra­cias a los objetos procedentes de las excavaciones arqueológicas (fragmentos de cerámica, monedas, etc.), se debe a que estas activi­dades cTonocie ró n^e n iVt enffsT v e s pee iál m en té e~ii .é 1 Ts~i g 1 o Tv * üh iífT- (portan te d e s a r ro lio-; que a la vez implicaba protestas entre los que, por ejemplo se dedicaban al comercio marítimo, protestas que oca­sionaron procesos cuyos litigios han llegado ha|sta nosotros.

Conviene desde luego repetirlo, hasta el punto que parece a priori paradójico: e lm unda-g riegoxra-u rrrnundo liex iudadesT-don^, ,dé~la~v ida“ úrbana~o c npaba~ü n~l ugajr:esen c i a 1 ~y_ s i n emb a r god a; a g r i - cultura.-. consTiTuíá^la primeTa ac t i vida d\ d e j a nía y~6Tí a~cl e~l os Tffi e m - bros~de láTco m uríi dad cívica. Incluso en ciudades como Atenas, Co-

jrim o, Mileto o Siracusa, la tierra es la que ante todo aseguraba a 'c ad a uno sus medios de vida. fElTrnUndo-giiego de-época a rcaica y dénépoca^clásiüaTesipriniéro' yj.p.or„eneima;de^todo un tm u n d o de?, c u l p e s i nos,.do que explica la importancia, en el curso de la histo-

| ria, de los problemas agrarios y de los conflictos provocados po r el j problema de la propiedad, que desgarraban a las ciudades. El ideal

de autarquía que defenderán en el siglo iv los filósofos en sus cons­trucciones utópicas es la traducción de esta realidad: íé*l!l?g,ml5re griegp^i^í^.enIpi:imerIluga7.deirfiroduHoIdelsu;tierra7i.y e)rb.uen fuñe i o n am iento^déda^ci udael 'exigía "queTtodosTlós^qüelfoFliaban parte~de"l a^comu ni dadxivi ca^^tuvie ranTdotardós3de lese -producto. Era 1 al el vínculo entre la tierra y el c iudadano que, en nujnerosas c iu d ad e s ,¡ só lo i j^ p r^ ie ta r r^ p ^ i^ n ^ eT íc i i rd ád a ñ o 's^ y que, en to­dos sitios, , 61 o^l osTc iud á^anosipocl i áñ jTosee r ; t i erras .

Con todo, <est a t i e r í a n oTe raTprec i same n te fé i-ti l-y.el Imtnrd ofg ri ¡e - go~sieTiipre^(ué~dependiente:pará su alimentáción concerealesT ds

/las im portaciones de grano procedentes de Egipto. Ci?enaica7o de l. P ^ l ^ E u x i n o . Unicamente algunas ciudades del Peloponeso y las ciudades coloniales de Occidente disponían de una producción ce­realista suficiente para cubr ir sus necesidades. Sin embargo,¿érTtS'- d os’-siíiosT^eTdabarOTT^fuerzolpor_:arran ca r^de^urrs u el orre 1 ati va- n^ríteTníédiocFé^^adénTáside las frutas y:legumbres típicas de los

i países méditérráneos;_un po co de;trigo o cebadarSó lo~la .vid y el oli- ¿yo daban 1 u g a ra .ü n a .p ró d uc c i ó n m as i m po rtañte", posibilitando ex-

Page 34: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

El hom bre y la ecunoin ia/37

cédéntés-pafa la~exportación.'r'Pero más allá de estas consideracio ­nes muy generales, ¿de qué elementos se dispone para in ten tar t ra ­zar la fisonomía del campesino griego?

Algunas representaciones figuradas en los vasos y algunas te r ra ­cotas nos perm iten en trever el trabajo de los campesinos: bien e m ­puñando un simple arado de m adera, de tipo dental, provisto o no de una reja metálica, bien recogiendo aceitunas o pisando uva. Es­tas representaciones no nos dan, sin embargo, ninguna inform a­ción exacta sobre el estatus social de los que se dedicaban a estas actividades. Para eso debemos acud ir a las fuentes literarias. Afor­tunadam ente , g~racias.a las’rázone5~señaladas~antes>1 a\vida~campjs- SinaiiTspiró'£porllg'Tneños.^Ttres de los^másxé 1 éb r es "escrit o r es^ie laTGfeciaTSñTtigüa. En p rim er lugar, tenem os ^ lT g f^T p o em a^d e Hesíodoí iTmlfajosTyTdios/lca 1 e"ñdari07re 1 igiosoiqü'eTaTlaTvezTq ué noíTreve1 aTla;gravísima;crisjjrdelrmundo"griegó a;finaleOlelisigío vm a.C.^crisis p recursora de las violentas luchas que m arcan la his­toria del siglo siguiente, no~deja~de describir.la~vida.cotidiáÍTarde1 ,Cam presjn o; b e o d o ,Ma s ; re laciones amistosas - u < hostiles que^ten ía con süs yécinos, y las distintas actividades que ja lonaban el año. En p rim er lugar, la época del laboreo, cuando el cam pesino apareja la yunta de bueyes y el arado y p repara la tierra para la sementera. Viene luego el tiempo en que «la grulla, desde lo alto de las nubes, lanza su reclam o de cada año. Da la señal para la s iem bra y anunc ia la llegada del lluvioso invierno». El invierno constituye para el campesino la ocasión para repara r sus aperos. Entonces,-hombres y acémilas viven encerrados en la casa para protegerse del soplo de Bóreas, el gélido viento del Norte que viene de Tracia. Pero cuando florece el cardo, canta la cigarra, significa que viene el gozo del ve­rano:

entonces las cabras están más gordas, el vino es'mejor, las mujeres son más ardientes y los hombres más flojos. Sirio les abrasa la cabeza y las rodillas, el calor les seca la piel. Ojalá pudiera tener la sombra de una roca, vino de Bi- blos, una hogaza bien tierna y leche de cabras que ya no crían, con la carne de una ternera sin parir, bien alimentada en el bosque, o cordefüs de la pri­mera camada. (Trabajos y días, 585-592.)

Pero hay que p ensa r tam bién en volver a la cosecha y o rd en a r luego a los esclavos «pisar el trigo sagrado de Deméter». Tras lo cual se pondrá el grano en los recipientes que se alinearán en la casa, se apilarán el forraje y la paja para los animales. Llegará luego el tiempo de la vendimia y de la producción del vino, «don de Dio- niso, rico en alegrías».

El poem a de Hesíodo se ha in terpretado a m enudo com o un gri­to de revuelta con tra «los reyes devoradores de presentes», com o la

Page 35: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

3 8 /C laude Mosse

expresión de la miseria cam pesina en la Beocia de finales del siglo vni. Y es muy cierto que en el poem a hay m uchas alusiones a la m i­seria y al ham bre de aquel que, por no haber trabajado bien y haber descuidado sus deberes para con los dioses, se ve obligado a pedir­le prestado al vecino o b ien a mendigar. Pero la vida campesina descrita en el poem a es la de una hacienda relativamente im por­tante. Hay num erosos servidores, variedad de cosechas cuidadosa­m ente alm acenadas. Además, el interlocutor, real o imaginario, del poeta, ese herm ano al que se dirige, dispone de excedentes que, cuando llega la época de la navegación, carga en una gran nave. Por supuesto, la navegación es peligrosa, pero también resulta ser una fuente de provecho y el que se dedica a ella puede ac recen tar su fortuna. A través del poem a se va dibujando pues la imagen de un cam pesinado re lativamente acom odado, que es difícil saber si co rresponde a una realidad datada y localizada con precisión, o bien i'esponde a un ideal que tom a elem entos de la realidad para constru ir una represen tación de la vida cam pesina más adecuada para satisfacer a los dioses.

Tras siglos después de Hesíodo, el poeta cóm ico Aristófanes nos p resen ta una imagen algo diferente. Ya no se trata de Beocia sino de Atenas, y de/Atenas en la época de la Guerra del Peloponeso, cuando los cam pos son periód icam ente devastados por las incur­siones de los ejércitos peíoponesios. El cam pesino de Aristófanes, com o el de Hesíodo, tam poco es un desheredado, píókhós. Posee tam bién algunos esclavos, y, aunque la guerra le haya obligado a refugiarse en la ciudad, in tram uros, no deja por ello de añorar, com o el Diceópolis de Los acarnienses, su pueblo, donde, «nunca se me ha dicho "com pra carbón, vinagre, aceite", donde descono­cía la palabra "com pra", sino que usaba siem pre de lo suyo», En cuanto a Estrepsíades, que ha com etido el e r ro r de casarse con una m ujer de la ciudad, evoca con nostalgia, en Las nubes, su vida de cam pesino de antaño, «tan agradable, b ien enguarrado... Tum bado a la bartola, rebosante de abejas, ovejas y de orujo», y el t iem po en que podía o ler «el vino nuevo, los cañizos de quesos, la lana, la abundancia». Es una im agen idílica de una vida cam pesina que de­bía se r m enos fácil y p róspera de lo que pre tendía el poeta cómico, pero que sin em bargo traduce una realidad: lá im portancia en una ciudad co m o Atenas de los campesinos, estos autourgoí, p ropie ta­rios dé ia t ierra que t rabajaban en condiciones a veces difíciles, aunque dispusieran, po r lo dem ás, de algunos.esclavos que,tenían reservados los trabajos más duros. Este pequeño y m edio cam pesi­nado p rop ie ta r io era el que formaba la masa dé la población de la ciudad, y en sus filas era donde se reclu taban los hoplitas sobre los que se apoyaba la seguridad de la ciudad. Queda pregun tarnos so­

Page 36: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

El h o m b re y la eco n o m ía /3 y

bre la extensión geográfica de este tipo de campesinado, a la vez que sobre la duración real de esta sociedad campesina en el curso de la historia griega. Atenas, por supuesto, nos ofrece una vez más el modelo: em ancipada p o r las reformas de Solón, el campesinado ático constituyó, en efecto, la base de esta dem ocracia que se esta­blece con Clístenes y se refuerza con Efialtes y P en d es . Por supues­to, quedan m uchos interrogantes en lo que se refiere al reparto de la tierra y el m odo de vida de esta población rural. Las investigacio­nes más recientes confirman la enorm e parcelación del suelo en el Atica, lo que no significa necesariam ente la ausencia de grandes propiedades que concentraban en manos de un mismo individuo bienes dispersos, en el seno de un mismo demo o en tre diferentes demos. Los escasos sondeos realizados en la campiña ática no p e r ­miten conc lu ir la existencia de granjas aisladas. El asentamiento reagfüpádo en pueblos, que constituían po r lo general el centro de un dem o, parece haber sido la forma dom inante de establecimien­to agrario, lo que corresponde bien a determinadas constantes del paisaje m editerráneo . Esta sociedad campesina ática no es del todo autosuficiente, con tra riam ente a lo que afirma Dicearco en Los acarnienses. En otra com edia de Aristófanes, el héroe, también campesino, m anda a su esclavo a com pra r harina. Lo que hemos dicho antes só b re la necesidad de im portar grano implica, en efec­to, que m uchos campesinos no recolectaban suficiente trigo para cubr ir sus necesidades y las de su oíkos, mujeres, hijos y esclavos.

Pero el teatro de Aristófanes, así com o las indicaciones de Tucí- dides, m uestran que.la Guerra del Peloponeso infligió un duro gol­pe a ésta p equeña sociedad campesina ateniense/obligándoles a ab an d o n ar c&sas y campos. Las últimas comedias de Aristófanes, la Asamblea dé los mujeres y el Piulo, resultan elocuentes a este res­pecto. Praxágora, la revolucionaria que quiere poner el poder en manos de laS mujeres, justifica po n er en com ún todos los bienes, evocando incluso a los que ni s iquiera tienen un puñado de tierra donde hacerse enterrar . Y Crémilo, el campesino del Pluto, repro­cha a Pobreza (Penia) la miseria que ésta inflige a los campesinos que sólo tienen harapos para vestirse y «hojas de nabo seco» para com er. Sin em bargo, en Atenas, esta miseria campesina no condu­cirá a ese tipo de reivindicaciones revolucionarias, reparto de tie­rras y abolición de deudas, que se encuen tran en otras partes del m undo griego. Hoy no se sostiene ya casi la tesis según la cual la Guerra del Peloponeso habría provocado en Atenas un fenómeno de concen trac ión de tierras, aunque un pasaje del Económico reve­le que hub iera sido posible, com o hace el padre de Iscómaco, el in­te r locu to r de Sócrates, especular con tierras compradas en baldío y revendidas después de haberlas vuelto cultivables.

Page 37: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

40/Claude Mossé

Efectivamente, s i:pararel,pequeño campesiríó del Atica la ágri- iCulturaTconstituía un medio para ásegurarseda_subsistencia coti­diana, para el propietario de un bien más importante podía ser una fuente de ingresos. Como se ha hecho notar antes,/la“g ra irp ro p ie ­dad ; en el Atica; estaba integrada“la mayoría de las veces p o r parce­las dispersas, bien en el in terior de un mismo demo, bien en demos distintos y vecinos. Siri-embárgo' existían propiedades más exten­sas, com o la que describefJen]ofontejen el Económico, nuestra ter­cera fuente para conocer la vida rural en Grecia, o la de Fenipo, el propietario que conocem os por un discurso del corpus de Demós- tenes. Mientras el propietario ;de parcelas dispersas confiaba la re-

;Valorizaci"óñ de ,las mismas a esclávos de confianza ¿que, una vez realizada la cosecha, reembolsaban a su dueño la apoforá, en d ine­ro o en especie, él propietario de una finca extensa y de 'uh solo té- ríeno tenía que estar en posesión de un equipo de trabajadores de condición servil bajo las órdenes de un intendente, también él fre­cuentem ente un esclavo. Por un fragmento de los Memorabilia (los Recuerdos de Sócrates) del mismo Jenofonte se sabe que un h o m ­bre libre podía verse obligado por su propia pobreza a aceptar este tipo de trabajo. El kalokagathós de) Económico es, evidentemente, la imagen ideal del perfecto ciudadano propietario, y, excepto la alusión a las especulaciones de su padre, no se aprecia que la b u e ­na gestión de la finca tuviera com o fin una ambición cualquiera po r obtener un provecho con la comercialización de los productos de la finca. La cosecha de cereales, de vino y aceituna se destinaba a quedar alm acenada en las reservas de la casa.de' Iscómaco. Sin embargo éste, com o Critobulo, el p rim er interlocutor de Sócrates en el diálogo, es un ciudadano rico, que debe ofrecer sacrificios a sus conciudadanos de demo, sufragar eisphoraí y liturgias, cargas que recaían sobre los más ricos, lo que implica que una parte de la cosecha de la finca producía rentas en metálico. El alegato contra Fenipo confirma que la agricultura podía ser, para un gran p ropie­tario, una confortable fuente de recursos. Fenipo vendía su m ad e­ra, su trigo, su vino aprovechando incluso las dificultades de avi­tuallamiento que conocía Atenas a finales de la década de los tre in­ta, en el siglo iv a.C., para especular con los precios de estos dos ú l­timos productos. Quizá se trate, no obstante, de un fenóm eno nue­vo, característico del final de siglo; volveremos sobre el tema.

/El i modelo áteñie nse de ruñare láseXcampesina’prop ie taria-am - .pijamente dom inante — un com entario de Dionisio de Halicarnaso da a en tender que sólo cinco mil atenienses de los 25.000 o 30.000 con que contaba la ciudad a comienzos del siglo iv no poseían tie­rras— seg u ram en tee s tab a m u y e x te n d id o e n u n a g ia n r p a j t e ^ d e l m undo griego. ELdilatadcTrnovimiento de colonización que se ha-*

Page 38: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

El h o m b re y la cconom ía /41

bía.iniciado a mediados del siglo viii, y que continuó durante dos si­glos, Condujo a la creación de nuevas ciudades,_cuya khqra, o ca rn -■ pifia, se repartió entre colonos, expulsados á m enudo de su ciudad de origen debido a la síenokhória, o escasez de tierra.'Las investiga­ciones realizadas por los arqueólogos en Italia meridional, en Sici­lia y en Crimea, con la especial ayuda de la fotografía aérea, han in­tentado ac larar el m odo de distribución del suelo en algunas de es­tas ciudades coloniales. Textos más tardíos, com o el decreto de fundación de la colonia de Brea, en el Adriático, o el relato de la fundación de Turios, en el sur de Italia, relatado por Diodoro S ícu lo , indican la im portancia de esta distribución del suelo, confiada a magistrados especiales, geóm etras y geónomos. Pero a partir de aquí se p lantean sin em bargo m uchos problemas: ¿trabajaban los colónos sus propios kléroi, es decir, sus lotes, o bien los explotaban a través de indígenas más o m enos esclavizados, com o los cilirios de Siracusa, y se limitaban a percib ir las ganancias? En cualquier caso, algo de esto debía de suceder en las cleruquías atenienses, un tipo de colonias militares instaladas por los atenienses en el terr ito ­rio de algunos de sus más reacios aliados. A propósito de los co lo ­nos establecidos en Mitilene, en la isla de Lesbos, después de haber sometido a sus habitantes que habían intentado sustraerse a la alianza con Atenas, Tucídides precisa que «los lesbios continuaron trabajando ellos mismos la tierra, com prom etiéndose a pagar a los c lerucos una sum a de dos minas anuales po r lote».

AlTmargen-rdel-rm undo colonial,-numerosas' 'ciüdad'es^tuvieron .asimismo'¡que apoyarse en un campesinadojpropietaTio. De otra forma se entendería mal la im portancia de las reivindicaciones por el reparto de tierras en las luchas que desgarraron las ciudades e n ­tre los siglos vn y iv, e incluso más adelante. Si Atenas, lo hem os vis­to, conoció un relativo equilibrio duran te todo este periodo gracias a las reformas de Solón, en otros sitios las cosas fueron de m anera distinta. El7m"Ovimientó“que cóñdüjÓ’áI"sirfgiriiiento;de-las:tiranías en una gran parte del m u ndo griego entre mediados del siglo vn yr

, fines del siglo vi parece estar.muy vinculado al desigual reparto de la propiedad territorial, y el 'demos sobre él qué; según la tradición, se apoyaron la mayoría de_estos.tirános era p rim ero un demos ru-

¿raL.Por otra p an e , no es una casualidad que los teóricos que, a p a r ­tir de finales del siglo v, elaboraron proyectos de ciudades ideales, se p reocuparan ante todo del p roblem a de la organización de la khóra y de la distribución de las tierras. Aristóteles, po r su pane , veía en lo que un h istoriador con tem poráneo ha llamado «la re p ú ­blica de los campesinos» el m odelo de ciudad más ce rcano a la c iu­dad ideal.

Pe ro TosTteo fi e o s p o l í t i c o s d e 1 si gl o • iv m encionaban^tam bi é n

Page 39: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

42/Claiide Mosse

com o “urCej e iffpl o re ñ iré J as ciudades del m undo real, aquella_que, les p a recía tener las mejores leyes y.la mejor organización social: Esparta. Esparta tam bién era una ciudad de terratenientes. Sin~em- bárgo estos p rop ie ta r io s n o e ra i i campesinos. Los que en Laconia y Mesenia cultivaban la tierra eran los ilotas, campesinos sometidos que los dem ás griegos consideraban com o esclavos, pero esclavos distintos de los que conocían en sus propias ciudades. Del mismo origen, hablando la misma lengua, representaban para los esparta­nos un peligro perm anen te , y sus revueltas ja lonan la historia de la ciudad lacedem onia. En relación con ellos son m uchos los puntos oscuros que aún quedan. En concre to desconocem os si la tasa que pagaban a su dueño era fija o proporcional a la cosecha, si estaban aislados en los kléroi de sus patronos o si formaban com unidades en aldeas específicas. Los mesenios se em anciparon de la tutela es­partana en el siglo iv con la ayuda del tebano Epaminondas. Los ilo­tas de Laconia con tinuaron sojuzgados, con excepción de los que, a lo largo de las revoluciones espartanas del siglo ni a.C., fueron libe­rados para proveer a los reyes re form adores de los soldados que necesitaban para resistir a los m acedonios y sus aliados aqueos.

Así, Jibr_é^o_ldependierítet élTKómbieIgfiegoTápárece-primero como*ún cam pes i h o q u e cu 1 t iv ísÜ ’prop i a Ai erra o i a dejos, que son rnájrpode ros o s q u e é l , ^ r l a h a c e - c u 11 i va ivptír. o t íos * p é r o d cátodos m o d o s a s t á^vin c ul ad o~a 1 Tr a báj ó a g ríe o 1 a ó rérvel -c aso d e las c i ú da- Ld e| 3 ü b e a s ^ t e s a J i a s , a 1 árgana el erí a r e ñ : c o n c re to de;c abatios. r El vinculo en tre la tierra y la c iudad no^erá sólo un vínculo ecónómi- cp7[Er§“tam bién u n vincu 1 o religioso, y, en 1 a mayoría de las c iuda­des griegas, po lí tico , ya J q ú e n o s o lame n t e . 1 os c i udádános pod í an ser p rop ie tar io s ;s ino que a m e n u d o había que ser^propietario para y poder, ser^ c iudada n o .

Sexonip_reñdé eñ lo ñ ces .q u i j o s oficios a tlesanales hayan j^clo ten idos en poca estima - En el Económ ico , Jenofonte hace decir a Sócrates:

Los oficios llamados artesanales (bánausoi) están desacreditados y es muy natural que sean muy despreciados en las ciudades. Arruinan el cuerpo de los obreros que los ejercen y de los que los dirigen obligándoles a llevar úna vida casera, sentados a la sombra de su taller e incluso a pasar todo el día junto al fuego. Los cuerpos, de esta manera, se reblandecen, las almas se hacen también más flojas. Sobre todo estos oficios, llamados de artesanos, no les dejan ningún tiempo libre para ocuparse también de sus amigos y de la ciudad, de manera que estas gentes aparecen com o ihdividuos mezqui­nos, ya sea en relación con sus amigos, ya sea en lo que toca a la defensa de sus respectivas patrias. Por eso, en algunas ciudades, sobre todo en las que pasan por belicosas, se llega hasta prohibir a iodos los ciudadanos los ofi­cios de artesanos. (6, 5-7.)

Page 40: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

III h o m b re y la eco n o m ia /4 3

Jenofonte, al evocar esta prohibición, ¿pensaba sólo en Esparta,o estaba expresando un deseo que era el de toda una intelligentsia aristocrática frente a una realidad bien distinta? No hay duda de que e rrun cierto núm ero de ciudades había artesanos en el seno dey Ja comUniad cívica.'Perojdesde luego no había sido siem pre así.'En /IóiTpó'emas homéricos,*los démiaurgoí aparecen coino especialjs- tas]qué vsm"dc un ofícÓ5 a otro ofreciendo sus servicios a cambio de ¿üná~ retr ibución, evidentemente considerada natural. Eran, por tanto, ajenos a la com unidad que estaba formando la naciente c iu­dad. Asimismo hay que pensar que u n a~parte~d e i o ~q ue-U a m a m os tra i^p 'a r t^an a irse_ réá ] i^ ly á ' en ton cés,eri .e 1'sen olclél- otküsr Bas t e reco rda r tan sólo el lecho que Odiseo fabricó con sus propias m a­nos, o los consejos de Hesíodo para la fabricación del arado. Las te­las se hilaban y tejían igualmente en casa por la dueña y sus criadas. Sin embargo,/algun'Q's~oficios~iban a"Convértit^irmylpTontoen pro=;pioslde7arté§ano1Tespe c ializados: en prim er lugar éllTal5ájo~cle los^ metale.ST^ltl'é lá arcilla,'‘cl del cuero_y también, en las ciudades ma- riñeras,~la construcción naval. iDespiiés~naturálmeñte;rél;t raba jo

,d<2-lá piedra y. del m árm ol cuando las ciudades comenzaron a le­vantar m onum entos religiosos o públicos y a decorarlos con bajo­rrelieves y estatuas.

Una vez más, es ev identem ente en Atenas donde disponemos de la información más rica relativa, po r un lado, a la situación de los artesanos y, por otro, a la im portancia de las actividades artesana­les. Atenas sex o n v ié r té muyLpróñtóTen"úñjmportant e-centro de 1 a indu^triá^cerám ica: los grandes vasos del Dipilón son una prueba de ello. Pero es 'düráñté^cl per iodo de la tiranía dé los Pisistrátidas cuSrvdó'.s^gsarrólla en Atéñás üñ artesanado cada vez más im por­tan te ; fav o réc id o p o r la políticarde.los tiranos, quienes em prenden un vasto p rogram a de obras públicas, emiten las prim eras m one­das y, por tanto, comienzan a explotar sistemáticamente los yaci­mientos de p lom o argentífero del Laurión, inauguran al fin una po­lítica m arítim a que anuncia la que volverán a em prender un siglo más larde Temístocles y Peíneles. No es una casualidad que en la se­gunda mitad del siglo vi la cerám ica ática de figuras negras, p rim e­ro, de figuras rojas, después, aparezca por todo el Mediterráneo, pasando a destronar definitivamente a la cerám ica corintia. ¿Cuán­tos artesanos había en tonces en Atenas y cuál era su condición? Es difícil responde]* a esta pr egunta. Se ha sugerido que en el siglo v, en el m om en to de mayor producción de vasos de figuras rojas, no había más de cuatrocientos obreros ceramistas. Más arriba se ha ade lantado la cifra de cinco mil ciudadanos privados de tierra a principios del siglo iv. Pero no todos eran necesariamente a r tesa­nos o com erciantes. Por otra parle, m uchos de estos artesanos eran

Page 41: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

/

sin duda extranjeros llegados a Atenas para ejercer allí su oficio, atraídos por las ventajas que les ofrecía una ciudad rica y poderosa. l_a tradición además pretendía que Solón había sido el p rom oto r de una llamada a la mano de obra extranjera. No hay que olvidar tam ­poco que una parte de esta mano de obra artesanal estaba integra­da por esclavos que trabajaban con sus patronos en los talleres o en las obras de las construcciones públicas. Las actividades a r tesana­les sobre rlás^qtJe tenemos i mayor;; información] son las que, de un modo u otro^ estaban bajo el control de la ciudad" como po r e jem ^ j}ló las constrtJcciÓriés públicas?Se nos han conservado num erosas cuentas que permiten seguir muy de cerca la organización del tra­bajo. La decisión de acom eter la construcción de un edificio públi­co, religioso o civico, dependía en efecto de un voto de la asamblea del pueblo. Una comisión de epistates establecía ej pliego de cond i­ciones y cerraba una serie de contratos particulares con los co n tra ­tistas. El presupuesto descriptivo o syngraphé se sometía luego a la asamblea. Si se aprobaba se designaban uno o varios arquitectos encargados de coordinar las diferentes operaciones. Así se designó a Calícrates e Ictino para el Partenón o sólo a Calícrates para la construcción de los Muros Largos que unían Atenas con El Pireo.

| Estos arquitectos recibían un salario apenas superior al de los obreros cualificados que trabajaban a pie de obra y que eran los en ­cargados de reclutar a los canteros, escultores, carpinteros, herre-

i ros. Resulta reveladora esta uniformidad de los salarios, evaluados a m enudo globalmente para una tarea determinada, que no sólo no distinguía poco o nada al arquitecto del obrero, sino incluso al ciu-

, dadano o al meteco del esclavo. Este tratamiento refleja el hecho \de que/el trabajo no se concebía como una actividad m ensurable |co m o tal ni como produc to ra de bienes, sino como un «servicio», i no es casual que el térm ino misthós sirva para designar el salario ¡ que retribuye una actividad pública, incluido el servicio militar, y | un trabajo productivo, ni que el total de estos diferentes misthoi se i aproxime mucho, con una variación como m ucho de uno a tres, por ejemplo, tres óbolos es el salario de un juez y una d racm a o dracm a y media es el de un pritane o de un arquitecto. Las inscrip­ciones permiten conocen el respectivo lugar de los ciudadanos, m etecos y esclavos entre los obreros que trabajan en las obras y de­más construcciones públicas. Durante el año 409, en la obra del Erecteón encontram os 20 ciudadanos sobre 71 contratados, y en ­tre los obreros que trabajaban en las columnas, 7 ciudadanos, 6 metecos y 21 esclavos. En 329, en las obras de Eleusis hay 9 ciuda­danos sobre 27 contratados y 21 ciudadanos sobre 94 obreros espe­cializados. Los demás son metecos o esclavos. Estos últimos traba­jan con sus amos y reciben en principio el mismo salario del que

44/Claude Mossé

Page 42: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

El h o m b re y la econo in ia /45

una parte se reem bolsa al amo. Algunos de estos esclavos eran, sin duda, esclavos públicos a los que la ciudad concedía un subsidio para su sustento.

Los esclavos constituían en cambio lo esencial de la mano de obra en las minas del Laurión. Como se ha visto antes, la explota­ción de las minas se había iniciado en época muy antigua, pero su'* impulso real había com enzado precisam ente a partir de m ediados’ del siglo vi, cuando Atenas com enzó a acuñar las monedas que hn- ■brían de se r la s más preciadas en el m undo egeo^Desde el siglo v erp adelanté,- con el descubrim iento de los ricos yacimientos de Mañfr- nea;-0a;industria m inera conoce un impulso que sólo se detendvá en los últimos años de la Guerra del Peloponeso? cuando la o cu p a ­ción de la fortaleza de Decelia p o r los espartanos favorezca la fuga de los 20.000 esclavos que trabajaban en las minas y en los talleres de superficie.

¿La explotación de las m inas volvió a recuperarse con cierto vi* gor a partiT.de mediados del siglo iv,_y es p recisam ente en esta ép o ­ca cuando se conoce mejor su funcionamiento. En efecto,/las.m.^- nas eran^propiedad estatal y el Estado las concedía a. particulares*

^mediante el pago de una ren ta^Por lo m enos esto es ló que se des­p rende de las inscripciones, datada^ casi todas en el te rcer cuarto del siglo iv y que ofrecen las cuentas de los pólétai, magistrados e n ­cargados de la asignación de concesiones. Se ha defendido con fre­cuencia la existencia de minas privadas, pero faltan pruebas c o n ­cluyentes al respecto. En cambio, un reciente estudio ha dem ostra ­do ¿jue los concesionarios eran frecuentem ente personas cuyos bienes patriitioniales estaban ubicados en los dem os cercanos al distrito minero. Subsisten sin em bargo num erosos puntos oscuros en lo que se refiere a la naturaleza de la rea ta pagada po r los co n c e ­sionarios y a la frecuencia de los pagos. Por el contrario , parece se­guro que la gestión de las minas constituía para los concesionarios una fuente de sustanciosas ganancias, de m anera que la renta paga­da p o r éstos parece haber sido generalm ente muy modesta. Sobre 76 precios de arriendo conocidos po r la epigrafía, 22 son de veinte dracmas, 30 de ciento c incuen ta dracmas. Demóstenes m enciona, po r o tra paite , una concesión que com prende tres grupos sep a ra ­dos y cuyo valor total alcanza los tres talentos, pero la in te rp re ta ­ción del texto es dudosa. En el opúsculo de las Rem as (De vectigali- bus) Jenofonte evoca los ejemplos de tres ricos atenienses: Nicias, Hiponico y Filemónides que sacaban im portantes rentas con el al­quiler de esclavos mineros. Nicias es el cé lebre político y estratega de la Guerra del Peloponeso y que encon tró la m uerte en la expedi­ción a Sicilia. En el siglo iv, los descendientes de Nicias figuran e n ­tre los concesionarios de minas, lo cual permite suponer que no se

Page 43: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

46 /C lnude Mosse

conten taba con alquilar su m ano de obra esclava, sino que también tenía intereses en la explotación de las mismas minas. Hiponico, hijo de Calias, per tenecía a una de las familias más ricas de Atenas. En el siglo iv, uno de sus descendientes posee propiedades en Besa, en el distrito minero . Las listas de concesionarios, lo mismo que los discursos de los oradores, indican que la mayor parte de los que tenían intereses en las minas pertenecían a lo que el h istoriador in­glés J. Davies ha llam ado las «Athenian propertied families». Inc lu­so el litigante del Contra Fenipo, que se queja de las desgracias de su tiempo, reconoce haber am asado una fortuna con la explota­ción de una concesión en el Laurión. Y el rico Midias, el rival de Demóstenes, obten ía tam bién una p a n e de sus ingresos de la explo­tación de minas, puesto que el o rad o r lo acusa de haberse aprove­chado de su tr ierarquía para p rocu ra rse m adera para entibar las galerías de las minas de plata.

Sin em bargo, la 'industria‘mjnera:no:compr.endía:sólpj;laiextrac^ [ci on73ejniñerá 1 es*. Las excavaciones efectuadas en el distrito m ine­ro, eápecialniente en la región de TóriCo, han permitido revelar, en la superficie, la p resencia de talleres de transform ación. Dichos ta­lleres podían ser propiedad de un concesionario, pero también p e r te n ece r a otros. Un discurso del corpas de Demóstenes, el Con- ra Panténeto, alude a una díké metallike, una dem anda m inera diri­gida con tra un tal Pan téneto que se había presentado com o co m ­p ra d o r de un taller m inero en M aronea y de 30 esclavos por la sum a de 10.500 dracm as. No es seguro que Panténeto fuera tam ­bién concesionario : él, po r medio de sus esclavos, hacía reducir el m ineral que otros extraían. Se puede pensar que los propietarios de talleres eran también, po r lo general, propietarios del suelo. Lo cual explica p o r qué la-jndustriáTminera^fueiunHerrenosexülüsivoj deiosTc'iüdadanosryrla m ayoná dé’ías vccés7"d(í"ciu'da’dátVos a'com.O'-

rflácloSfrUn discurso de Hipérides, el Pro Euxenipo, m enciona las fortunas hechas po r algunos concesionarios de minas: 60 talentos p o r un tal Eutícrates, 300 talentos''por .Epícrales de Palene y sus so­cios, que se con taban en tre los más acaudalados (plousiótatoi) de la ciudad. La confiscación de la fortuna de Di filo, que se había en r i ­quec ido explorando en las minas de plata las pilas de mineral re se r­vadas com o apoyo, supuso para la ciudad una sum a de 160 ta len­tos. Estas considerab les sum as confirm an que lásTmmas^dejphata h a b ían re cu pgrad üTTcn 1 asegundaT n i tá ü d e l "si g 1 oTv^uli sTacT i v i dad ijnpürta nt cTT^iq üc j lo s-e xpl Dtsdores-y-conceinon’ánóSiSácabanTde ■ es I o~unas "g a n a nc i asrsu s la nc i osa s . Sin embargo, conviene reco rd a r una vez. m ás que estas considerab les fortunas no se encuen tran más que en un m o m en to dado de la historia de Atenas, cuando la

Page 44: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

til h om bre y la cconom (a /47

ciudad es presa de todo tipo de dificultades. Problema éste sobre el que se volverá más adelante.

Si-I a- iñ'dusttáa'mnTera.y:! a t r a n sform ación-de-mineralcs-implica^ a":l a'vez'a"l a x iudad rp or-eheon tro hqu e :ésta~ej e r c e y-1 os -i ni p u estos > que:recaudary:a:losxiudadanosmás-ri'cos^la',situación:esdifereniejÍWp en"l tDTqaexonciérñ'e^“otra^saetivid^ésartesanaies"qüe lios'son :c o^ ríocidas-por^lasTíüéiTt'Cs. ba-c o n st ru c ci ó n^na v a 1 tse -ha 1jaatom bjcn , por supuesto, estrechamentexontrdlá"da:por.'la-ciudad; en la medi­da en que el Consejo elegía trienalm ente a los triéropoioí, comisa- Vios encargados de adjudicar públicam ente la construcción de na­ves. Sinembargo:los'astiHeTos‘estaban:muy^dispersos-.y4a:mano:de óbra~la’ integraban’ipequeños~art.esanos libres-yLescl a \ ' Q S ndus- t r i a d e^armas era-uña”ind u s t ri a :antigua? quexxigía-_porparté'cl(Tíos que:a:e 11 a*se:dedicabaniunarimpo"rlante:im'ersióñ ’errm atei ias*pri? fhas y en mánolíeTolíra?Ciudadanos y metecos trabajaban codo con codo a juzgar po r algunas indicaciones suministradas por las fuen­tes. Así, el m eteco Célalo, padre del o rador Lisias, que se estableció en Atenas aconsejado po r P e n d e s , poseía un taller con ciento vein­te esclavos. Cuando bajo la tiranía de los Treinta los agentes de los oligarcas fueron a de tener a sus hijos, encontr aron en la casa, ade­más de los ciento veinte esclavos, setecientos escudos, oro, plata, cobre y joyas. A comienzos del siglo iv, el padre de Démostenos te­nía un taller para la fabricación de cuchillos que empleaba a trein­ta esclavos y que producía una renta anual de 3.000 dracmas. De- móstenes m enciona en la heredad de su padre la presencia de mai - fil y hierro, materiales necesarios para esa actividad industrial. Otro fabricante de arm as muy conocido era el banquero de origen servil, Pasión, que legó en herencia un taller para la labricación de escudos. I¿aTindustriardeiarmasjno“ejstabaTquizáttanrdiyersificada com o p re tende Aristófanes, cuando, en La paz, saca a escena a fa­bricantes de cascos, penachos, espadas y lanzas. Esto-nü^pitaqirc> cñ^stiryctividad^particularnientetirFrpoTtáTrteparala^lefensa-deJa GÍüda3^pudierarestar¿bastante":avan7.ado“unTciertosgradoide:.espef ciaUzacionTíCéfalo y Pasión sólo fabricaban escudos, el padre de Demóstenes;i armas cortantes, un cierto Pistias, citado por Jenofon­te en las Memorables, tenía fama po r la calidad de sus corazas.‘Ciu­dad an os"o3net ecos? los qúe "seTcledic a ban :ada:fabrieaciorT3elfirnas erañ^jTues^hónibresiricos, P ero cestos radi n e rácios"'-n o e ra n :t ra baj a - d or 6 s7s e:c o m entaban icoiTd i rigifelTPabaj o-d e'stiT'esc 1 avósTo^lrTá ? frecucntE’mcntep como hacían los grandes propietarios terra te­nientes, Eonfi’ában^esta'di’réc'cióniaiun^admifristrador; t a m bi eTPél esclávo o-libertó. De este modo, Afobo, que había sido encargado po r el padre de Demóstenes de dirigir el taller de fabricación de cu ­chillos, reducido, iras su venta, a la mitad de los esclavos que lo in-

Page 45: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

48/Claude Mossé

legraban, aseguró su gestión durante cierto tiempo para confiarlo, luego, a un liberto, llamado Milias, y por fin a otro tutor, Ten'pides. Cabe suponer que Pistias, el fabricante de corazas citado por Jeno­fonte, dirigía personalmente su taller y velaba por la calidad de los productos que de él salían. Por otra parte, estos «talleres» no eran’ sólo unidades de producción. Situados por lo general en la casa de su propietario eran también puntos de venta. Se com prende así e n ­tonces por qué Jenofonte tenía el mismo desprecio por los oficios manuales (banausikoí), los obreros que los ejercían y por quienes los dirigían. El propietario dé un taller de esclavos metalúrgicos, au n q u e ;fu e se ,u ñ jen tis tau g u a l .q u e ,u n ;p ro p ie ta r io terrateniente, ■pertenecía a l a , m ism a . categoría social -que el-pequeño ■ artesano que trabajaba con sus manos. Aristóteles, que negaba al artesano la cualidad de ciudadano en la ciudad ideal, admitía sin em bargo que pudiera haber artesanos ciudadanos en la ciudad oligárquica, po r­que entre ellos había hom bres ricos. Y el o rador para el que Lisias com puso el discurso contra la propuesta de Formisio afirma que entre los cinco mil ciudadanos que habrían sido privados de la c iu­dadanía porque no poseían tierras, había num erosos ricos. Sabe­mos que muchos de estos ricos artesanos (bánausoi) accedieron a fa dirección de la ciudad durante el último tercio del siglo v y se atrajeron el sarcasmo de un au to r com o Aristófanes. Los «curtido­res» Cleón y Anito y el «alfarero» Hipérbolo no eran evidentemente trabajadores manuales. Al igual que los «metalúrgicos» p receden­tes, se limitaban a dirigir, o más seguram ente a percibir las rentas de sus talleres de esclavos.

Sin embargo hay que evitar imaginarse al artesanado a ten iense1 com o una actividad r eservada a los esclavos que trabajaban para •hombres l ibres y acaudalados?M uchos artesanos libres, por su ­puesto, trabajaban con sus manos en las tiendas que bordeaban el ágora o en los talleres del Cerámico. S i ló s cllM dbfés efan por-lo-1 general gente .riCTí qüe'hacíáA que sus esclavos trabajaran e] cuero eh^bru’tó.Tlós zápateros. én cambio, eran pequeños artesanos que 4rábajabantpjór. ejicárgo; como ese zapatero representado en un vaso mientras está midiendo en el pie de su cliente la sandalia que aquél acaba de term inar.íI^m ísm cTócurre-cón los alfareros que s5' cDñ^éfñtrábán al 'noroeste Bel ágora’,- eran' pequeños artesanos Al­gunas representaciones figuradas permiten hacerse una idea de lo que eran estos pequeños talleres. El alfarero trabajaba personal­m ente en el torno, m ientras sus esclavos modelaban la arcilla, p re ­paraban la laca y el barniz, m etían los vasos y vigilaban la cocción. Sin duda muchos talleres tendrían hornos comunes. ÉÍ^Tfafero y el* pin torceran'hombres l ib re s que firmaban su trabaja! Seguramente hábría entre ellos éxTfánjérosTy el oficio deliífaTero o dé pin tóf de

Page 46: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

Ei h o m b re y la c c o n o m ia /4 9

vasos Ho sería m uchp m ás estimado que las otras Actividades arte- f sanalesJas í Demóstenes echa en cara a su adversario Esquines,

com o indicio de su origen plebeyo, el hecho de que su herm ano ha­bía ejercido este oficio. Evidentem ente no es posible enum erar. to-> dó |T ló sipequé ñ ó s i ) fi c io?T <fue~pu lu 1 ab a n en una ciudad com o Ate-> nas.^Pequeños oficios ejercidos por ciudadanos pobres, por/mete- cos o por-esclavos,¿como ese perfum ero que tenía su tienda en el agora y"Hel que se habla en el discurso de Hipérides Contra Atenó- genes. Distinguir un hom bre libre de un esclavo no era fácil al ves*7 Cir de m anera similar, com o nota el au tor anón im o de la Constitu­ción de los atenienses. Tom ando la expresión de Jenofonte ¿los que» , e r ^ ciirdadaños'cñcdiTtraban'tiempo para «ócupárse_de,la ciudad y d ^ s u s~aTnÍKoá»? En este pun to las opiniones de los historiadores varían. Háy que~admiíir pb r súpüestó qu e~participaban tam bién en’*' la-vida de la ciudad, al m enos com o iriiembros.de la asamblea,apor­que si no no se com prenderían las críticas de los adversarios de la dem ocracia , ni tam poco la observación que hace Sócrates al joven Cármides cuando dudaba si tom ar la palabra ante la asamblea: «¿Quiénes son los que te intimidan? Bataneros, zapateros, ca rp in ­teros, herreros, labriegos, tenderos, traficantes que sólo piensan en vender caro lo que com pran barato; porque todos esos tipos son los que com ponen la asamblea popular.» Conviene darse cuenta de que en esta enum erac ión , los campesinos aparecen citados en m e­dio de un conjunto de artesanos y com erciantes. Y hay que reco r­dar que Aristóteles prefería la dem ocracia cam pesina porque los agricultores, al estar re tenidos por sus labores cotidianas, frecuen­taban m enos las asambleas.

Esta dem ocracia rural, en el án im o del filósofo, era ev idente­mente opuesta a la dem ocrac ia ateniense, aunque Aristóteles, cuando generaliza sobre la dem ocracia radical, no m encione a Ate­nas. ¿Pero podem os hacer lo m ismo y aplicar el modelo ateniense a otras ciudades com o Corinto, Megara, Mileto o Siracusa?/Las fuen? tes arcju_eológicasindican que existió rea lm ente una actividad a r te ­sa nal-importante en num erosas c iudadesm arít im ás^Pero la mayo­ría de las veces es obligado reco n o ce r nuestro desconocim iento so bre la es truc tu ra de estas actividades y sobre el estatus social de los que a ellas se dedicaban. Sabemos que Corinto exportaba vasos, que Siracusa era famosa p o r la calidad de sus m onedas y Mileto po r la de sus telas finas. Podemos pues pensar que en estas ciudades y en otras más existiría un artesanado com parable con el de Atenas, pero nos faltan inform aciones de las fuentes literarias y epigráficas que es, p recisam ente, lo que si abunda para Atenas. Unicamente conocem os un poco m ejor las constnacciones públicas gracias a las inscripciones. Estas nos descubren, en todas las grandes obras,

Page 47: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

50/C laude Mosse

condiciones de trabajo análogas a las que se encuen tran en Atenas para los trabajos en la Acrópolis o en Eleusis, lo cual no debe so r­p render si tenem os en cuenta que frecuentem ente los equipos y las cuadrillas se desplazaban de una obra a otra, incluso también los artistas, individualmente. Pensemos en Fidias, que trabajó en Olim­pia, o en los viajes de Praxíteles en el siglo iv.

El hom bre griego es así también un artesano...Y corno tal goza, com o bien lo ha dem ostrado P ierre Vidal-Naquet, 6e uñ .estatus ambiguo. Gomo".poseedor de u n a , tékjiné; ,se hace;indispensable pará l i b e ra r^a . 1 o s ;hom 'bres , de l a . d u re 7.a, p í opi a. d e : 1 a ; n a t u ra I eza. Pero com o se enc ie rra .p rec isam en te ,en eso, no puede acceder a una tckhné superior como es la tékhne politiqué. Sólo Prot.ágoi'as admi­tía que todos podían poseer la ciencia del político. No hay que olvi­dar que la teoría desarrollada p o r el filósofo de Abdera era sobre la que se fundaba la dem ocracia , en cuyo seno, corno repite el Sócra­tes de Jenofonte, a tiésanos y com ercian tes com partían junto con los campesinos el p oder de decisión en las asambleas.

Todo esto nos conduce al tércef,aspec to de la actividad econó­m ica del hom bre griego: la actividad comercial; Sobre este punto, los debates entre los m odernos lian sido de gran envergadura, y tam bién sobre él nuestr a información no ha dejado de crecer, a t ra ­vés de los progresos de la investigación, arqueológica fundam en­talmente. Que desdé muy tem p ran o hubo in tercam bios en el mun- d o rgriego lo dem uestra la difusjón m ism a d e ,la cerám ica.;Desde époCji m icénica, vasos fabricados en el continente griego llegaban y a Italia m eridional y a Oriente. El hundim iento de los palacios nTi- céñicóS puso fin a esté tráficofy cuando se habla de los co m erc ian ­tes en los poem as hom éricos, se trata sobre todo de fenicios o de esos misteriosos tafios de los que se habla en la O dísea /E n el m u n ­do ^é^lós héroes, com o reco rdó Finley, los in tercam bios réve lány sobre ;iódó .practicas de regalo y contra-regaio^algDysfjéno ai;co;: iri ere i ¿^propiam ente dicho.^Sin em bargo Hesíodo en Trabajos y días evoca las navegaciones de su padre, em pujado p o r la necesi­dad de su rca r los m ares en una «negra nave» para ir a buscar un be­neficio más o m enos aleatorio para acabar instalándose en Ascra. El com erc io por- m ar (emporíé) nos lo presenta el poeta com o un rem ed io para escapar de «las deudas y el ham bre amarga», com o un recu rso que aún puede p ro c u ra r un beneficio (kérdos), a condi­ción de ten er la p recauc ión de navegar sólo duran te los c incuenta días — en p leno verano— en que el m ar no es dem asiado peligroso. Es evidente, p o r lo tanto, que desde e [ siglo_vin los griegos partici­p aron en el d esp e r ta r dé los in tercam bios en el Mediterráneo*Aquí* Conviene, e vi den tem en te .-recordar, lo que tradicional m en te se.eni* t i e ñ d é ‘po^r'corómzáción, el asen tam ien to de griegos e n ;las orillas

Page 48: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

El ho m b re y la e c o n o m ía /5 l

septentrional y oriental.del Mediterráné®. Es inútil volver sobre el falso p roblem a del origen com ercial o agrario de estas «colonias». Se ha hablado ya de \a s ten o kh ó n á ‘ es decir, la falta de tierras que .obligo ajAná pafterde los m iem bros "de la comunidad .urbana a lan­zarse j a ' la :búsqueda,Tpo r :hiar;.de nuevas ' tierras?¡Pero además de;> que estas^expediciones, organizadas a m enudo por la ciudad con la aprobación y los consejos del clero délfico, ‘Suponían un-,mínimo^ de cpnociitiientos*maritimos7 la d imensión comercial no podía cíP

fiar ausente^Pór.urrladó/ge-tiataba de conseguir determinadas m a­te r ia s prim as de las:que losgriegosescaseaban : hierro~y "estaño en p r im ér/lugarjyPor.otro?él establecimiento de griegos en el sur de

¿I ta lia ,^en lasxostaside laG alia ó lá Península Ibérica o en Siria y a orillas déFPohto Euxinp, ñó pudó pór-menos de producir un desa- rrp 11 o de inte rea mbi os: q u e^nopor^darse é n t r é c iú ci ad es m a d re s y* ciudades_'hijas,'era m enor?Las excavaciones r ealizadas por los a r­queólogos en Pitecusas (Ischia) han demostrado la im portancia de las factorías metalúrgicas donde se transformaba el mineral i ñipo r- tado seguram ente de Etruria. La fundación de Marsella a com ien­zos del siglo vi a.C. en un emplazamiento que, evidentemente, no daba acceso a ricas tierras de cultivo, pero que sí era la desemboca dura natural de ríos de la Galia p o r donde llegaría el estaño de las misteriosas islas Casitérides, es bastante significativo desde este pun to de vista. Como también es significativa la instalación, desde el siglo vil de una factoría griega en Náucratis, en Egipto, lugar en el que los com ercian tes llegados de Grecia o de las ciudades grie­gas de Asia M enor podían adquirir el trigo del valle del Nilo para re ­venderlo en las ciudades del Egeo.

AunquerlaiexisLencia-de.unxomercio marítimo griego en epoca a r c a i c a e s i u n : fenómenoii ncu es t ióñabl éT'sü bs i s t en ■ dos "p rob lem as '. im p o i taiHes::quiénes~fticron los p iornotores y qué lugar ocupaba © ib a~a o c u p a r 1 a m o ríe d a.e n es te com ercio? Lo prim ero ha suscitado respuestas a m enudo contradictorias. Para algunos, y el ejemplo que hem os visto del padre de Hesíodo puede ser una buena ilustra­ción, eheom erc io eraiunrasunto de marginados, campesinos agó-^ biados-por las 4euda_s, hijos m enores excluidos de la herencia faníi- 1 Manque, al no poder vivir del p roduc to de una propiedad familiar, se echaban al m ar con la esperanza de ob tener algunas ganancias / vendiendo caro lo que se habían p rocurado a un precio ventajoso. > Para p iro s en c a m b ip t y aquí otra vez puede traerse a colación a Hc- stodo cuando invita a Perses a hacerse a la m ar para dar salida a los excedentes de su cosecha, com erc ia r implicaba por una parte es ta r en posesión.de un barco y, por otra, de una carga que intercambiar» Por csa razón los prim eros «comerciantes» sólo podían ser los que os ten taban re lipüdér-ert ■ I as ciudades, p e r so n a sq u e : vivieran a fin

Page 49: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

52/Claude Mossé

tientpo_de las rentas de sus tierras y de los beneficios.que les asegu? raba japosibilidad de disponer de excedentespSe cita al respecto al herm ano de Safo, la poetisa, que navegaba por cuenta propia y que frecuenlaba la colonia de Náucratis, el caso de los foceos que co ­merciaban utilizando las rápidas naves pentecóntoros que los lle­vaban hasta las costas de la Península i b é ri c a . En algún as c ki da des, costeras de Asia Menor, en Mileto, Halicarnaso, Focea, en algunas islas del Egeo com o Sainos, Quíos o Egina debióxx^stirjjna aristo^ cracia mercantil, surgida-de Ja-aristo'cracia d é lo s propietarios j e -* rmtenientes, :pero Lmás aven turera y más .preocupada por . realizar- negoc ioszarriesgándosc a-navegar. <

Quizá no sea necesario tener que elegir entre estas dos imáge­nes del com erciante griego de época arcaica. El comercio, cuyo ca­rácter aventúrel o no se puede por menos de señalar, pudo haberse ejercido.lanío por parte de propietarios ricos y poderosos com o por.parte de marginados im pulsados.por la necesidad. Debido a que la navegación estaba sometida al capricho de los vientos y tem ­pestades, lo mismo podía constituir una fuente de beneficios que acarreai' la ruina de los que se aventuraban. La historia, narrada por Heródoto, de Coleo de Sainos que, desviado por una tempestad cuando iba a Egipto, seguram ente para procurarse trigo, y que fue a parai', después de un increíble periplo, a las costas de Andalucía, puede que sea imaginaria, pero refleja muy bien los peligros de este com ercio a la ventura y sus incertidumbres, así como la condición sum am ente variada de los que a él se dedicaban. Se com prende así cómo es imposible dar una respuesta definitiva al segundo prob le­ma del que antes se ha hablado, el del lugar que ocupaba la circu la­ción m onetaria en los intercambios. Se sabe que <fclTpro.blema-.de] origen de la moneda:ha_suscitado m oderna mente-muchos debates^ sobre todo a partir de dos textos de Aristóteles. -El:primer.o.,'en el li­bro I de la Po/z'/ícq, se vincu 1 a~explicita men te la jnvención de la mo-? ñedaiconvlas-necesidades del intercambio-: «cuando se desarrolló — escribe— la ayuda que se prestan los diversos países por la im­portación de productos deficitarios y la expoliación de productos excedentarios, el uso de la m oneda se introdujo como una necesi­dad». ‘ELsegundostexto, tomado del V libro de la Etica a Nicómaco, pon eje n cambio el acento en el aspecto de^la m oneda com o ins tru^ mentO'-'dé-'medida del _valor.de losb ienes intercambiados, indispera- sabl é- p a i^ m a ñ te n e r la ‘igual dad en ¡ las re 1 ac i o n es d e rec ip ro c i d ad> é n _el seno de la com u n i dad c í vi c a rjDescléJ u'égóT se r ra ta tod a vi a d e intercambios aporque Aristóteles cita com o ejemplo la relación es­tablecida entre un arquitecto y un zapatero, pero se aprecia bien que este tipo de intercam bio tiene bastante poco que ver con el de­sarrollo del com ercio marítimo. Si nos atenem os a los hechos,

Page 50: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

El h o m b re y la e c o n o m ía /5 3

com probam os que las prim eras .m onedas aparecen en el m undo griego sólo a finales del siglo v i i , es decir, un siglo más tarde del ini­cio de los in tercam bios en el Mediterráneo. Por o tra parte, el estu­dio de los tesoros m onetarios ha demostrado que, porjlotmenos? hasta el s ig lova:C .^lá circulación dé m oneda*—sobre todo de m o ­neda aten iense— estuvo“relativámente limitada"a fuera de su espa­cio de em is ión tS in negar que la m oneda haya tenido un papel im ­portante en los intercambios, especialm ente a partir de época clá­sica, hoy se.insiste.m ás en sus otras funciones: fiscales, militares — m uchas emisiones tenían po r objeto el pago de la soldada a e jér­citos m ercenarios— y tam bién políticas, en la m edida en q u e fla m oneda es un signo de independencia y em blem a de la ciudad. Sin embargo, átrnque-la- m oneda no se inven tara para responder alas* ¿necjesidacles<Íél intercam bio, sí que con el paso del t iem po se co n ­virtió en .eM nsín im ento-priv ileg iádo del com erc io?Y esto se d e ­m uestra con lo que conocem os del com ercio ateniense en época clásica gracias a los discursos del corpus dem osténico en par ticu ­lar, y también p o r otros textos literarios sobre este terreno que in­sisten en el p redom inio de Atenas, sobre lo cual conviene volver una vez más.

A partir.del siglo vi se desarrolla el com ercio ateniense. La trad i­ción atribuía a Solón una reform a de los pesos y medidas y la adop­ción de un nuevo patrón m onetario . Hoy sabemos que las primeras» móndelas-áténieri'ses? acuñadas con el em blem a de la lechuza de Atenea/norSOn^nterioTesTa la segunda mitad del siglo vi a .O P rec i- sam ente en este periodo la difusión de vasos de figuras negras sali­dos de los talleres del Cerámico alcanza su mayor desarrol lo y, bajo el impulso de los Pisistrátidas, Atenas empieza a volverse hacia el Ponto Euxino y los estrechos para asegurarse el avituallamiento de cereales que necesita la ciudad con una población en aum ento . En el siglo v, la construcción de un puerto militar y. también com ercial en El Pireo, el desarrollo de una poderosa ilota, así com o el d o m i­nio que, en vísperas de las Guerras Médicas^ejerce Atenas sobre las ciudades del Egeo, contribuyen a con'tferiír El Pireo en una especie de pivote sobre el que gravitan ^ ^ in te r c a m b io s en el M editerrá­neo. «Vemos — dicc Tucídides en boca de Pericles— cóm o llegan a nuestra ciudad todos los produc tos de toda la tierra y disfrtJtamos los bienes que aquí se p roducen para deleite nuestro no m enos que los bienes de los dem ás hombres.» El au to r anón im o del libelo oli­gárquico conocido con el título de Constitución de los atenienses repite como-4in_eeo:

Sólo los atenienses pueden reunir en sus manos las riquezas de los grie­gos y de los bárbaros. Si un Estado es rico en madera adecuada para la cons-

Page 51: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

54/C laudc Mosse

trucción de barcos, ¿dónde los venderá si no se entiende con el pueblo que es dueño del mar? Y si una ciudad es rica en hierro, en cobre, en lino ¿dón­de irá a venderlo si no se entiende con el dueño del mar? Ahora bien, preci­samente es con estos productos con los que construyo mis barcos. De un país saco la madera, de otro el cobre; aquél me suministra lino, aquél otro cera. (2, 11.)

Tres cua ilos de siglo más tarde, Jenofonte repite lo mismo en su opúsculo Sobre las rentas (De vectigalibus):

Nuestra ciudad es la que ofrece a los com erciantes mayores satisfaccio­nes y beneficios. En primer lugar, dispone para las naves de los abrigos me­jores y más seguros donde, una vez anclados, pueden descansar sin temor pese at mal tiempo. En la mayoría de las ciudades, los com erciantes se ven obligados a tomar un cargamento en su viaje de vuelta, porque la moneda de estas ciudades no tiene curso en el extranjero. Por el contrario, en Atenas pueden llevarse, a cambio de lo que han traído, la mayor parte de las mer­cancías cuyas gentes necesitan, o si no quieren llevar esa carga, pueden ex­poliar dinero y hacer así un buen negocio; porque en cualquier sitio que lo vendan consiguen m ucho más que la suma de origen. (3, 1-3.)

Como se puede apreciar , Jenofonte^no sólo .subraya ¡el ;papel> c e n t r a l ; dé ?AteñáS-y su puer to en el com erc io m editerráneo y las> ventajas cié su situaci0n_geogmfic£p(«disponc de todos los vientos, bien para im porta r lo que necesita, bien para expo lia r lo que quie­ra»), sino qüé adem ás lo re laciona con la p reem inencia j^omercial? deiAtenasipor,e l -valor.de s u :moneda*

Podem os hacernos una idea de los produc tos implicados en este com ercio . Entre las im portac iones figuraban, com o ya se ha indicado, los cereales indispensables para a lim entar a la pobla­ción, a lo que la p roducción local de cereales sólo contribuía par­cialm ente. El'trigo veñía^de Egipto, de S ic ilia fpero sobre todo de las regiones sep ten trionales deirMai* Negro^De c ree r en una afir­m ación de Demóstenes, m ás'de la m itad del trigo-importado proce* día del P on to Euxino^y los decretos honoríficos en ho n o r de los re ­yezuelos locales indican que los com erc ian tes llegados de Atenas se beneficiaban en el Ponto de condiciones particu la rm ente favo­rables. Asimismo, Atenas im portaba m adera para la co n s tn ic ió n de sus ba re o s , ni ade rerq u e ven í a e s e n c i a 1 m e n t e;d e 1 norte de Grecia y* de.M acedonia. Andócides, du ran te sus años de exilio corno conse­cuenc ia de su co n d en a po r h ab e r partic ipado en el asunto de la m u ­tilación de los Herm es, se dedicó al com erc io de m adera para la co n s tru cc ió n , 'y D em óstenes acusaba a Midias de haberse ap rove­chado de su posición de tr ie ra rca para im porta r mader a para en ti­b a r las m inas de plata del Laurión. El te rc e r p roduc to de importé-

Page 52: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

fil ho m b re y la ecotiui-nia/55

c i ó ñ en orclen de im portancia lo c o n s t i tu í an do§esc layos, que proj* cedían en su mayoría de!as regiones orientales, Caria.y Ciiicia, i ©r giónés del P-óntó.-y también del norte del Egeo, especial mente Tras' cia. Atenas; co h io se h'á vistaarrtésr tenía también qu é~ i i n portar;h ie¿> rro y cobre. Adémaselos¡com erciante s ;q ue:Ldesem_baicaban.sus? m ercancías enlel.Pireo no dejaban de.descargar,produGtos de lujo: telas finas, perfumes, especias, vinos, etc. Atenas a cambio no sólo reexportaba al resto del m undo egeo una parte de las mercancías que entraban en El Pireo, sino que también exportaba vino, aceite , m árm ol y sob re-lado, como indicaba Jenofonte en el pasaje antes m encionado, píata_.acuñada. Es muy im portante señalar que el p ro ­blem a no estribaba en lo que nosotros llamamos hoy equilibrio del com ercio exterior y que exportar plata acuñada no era signo de dé­ficit comercial. Por otro lado la ciudad sólo intervenía para regla­m entar la entrada 'y salida del puerto, para vigilar que las transac­ciones se realizaran correc tam ente y para aplicar las tasas„que gra­vaban todas las m ercancías que entraban y salían. Unicamente el co m ercio de tingo e ra, o bj e to._d e .u n a r e £ i a m e n t a ci ó n a la que alu­den algunos textos y que también se ve confirmada por la existen­cia de magistrados especiales para la vigilancia de este comercio, los sitofílaces (sytophílakes). Sin embargo, 'éstaíréglamentación, cuya finalidad era asegurar el avituallamiento de la ciudad y evitar la especulación que podían e jercer determ inados com erciantes en épocas de dificultad, sólo fue verdaderam ente eficaz a partir del si­glo iv, cuando Atenas había perdido una parte de su poder en el Egeo.

Si se intenta delimitar lo que era el m undo de los comerciantes, el m undo del pmpórion, conviene desembarazarse de muchas ideas preconcebidas. El com ercian te ateniense no es ni un rico im porta­dor ni un hum ilde meteco. Ciudadanos y extranjeros se codeaban en los m uelles del Pireo y en la gran sala donde se exponían las mercancías. En lo alto de la escala social encontram os a estos c iu­dadanos ricos que prestaban al por mayor, pero que con m ucha frecuencia quedaban al margen de la transacción en sí; sólo inter­venían cuando el negocio les venía mal y si se encontraban priva­dos de los elevados intereses que implicaba el préstamo marítimo. Algunos eran igualm ente propietarios de minas o talleres, com o el padre de Demóstenes, o políticos com o el propio Demóstenes, o antiguos com ercian tes retirados de sus negocios como el encausa­do en el discurso Contra Diogitón de Lisias. A m enudo el negocio se trataba p o r interm ediación de un banquero ante el que se deposita ba el contrario , la syngraph\é, que vinculaba al ac reedor y su o sus deudores, y que eventualmente podía presentarse ante los tribuna­les en caso de litigio. Los com ercian tes propiam ente dichos, los

Page 53: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

56/Claude Mosse

i émporoi, son o bien ciudadanos, o bien extranjeros de paso o resi- j denles. Por ¡lo general, son;persoñas ' deJcondición^relativamente Jimódesta, obligados a endeudarse para poder com prar un carga-

mentó, con la esperanza de que los beneficios que puedan realizar | les per mitan, una vez saldada la deuda y los intereses, conservar lo I suficiente para volver a hacerse a la m ar con una nueva carga. Des­

de luego la mayoría de estos émporoi navegaban por su cuenta. So­lamente los más ricos pueden confiar el cargamento a un em plea­do, por lo general de condición servil, y quedarse en tierra. Algu­nos de estos émporoi son dueños de su propio barco, per.ó_la mayo­ría tiéhé^ que pagar el im porte de su pasaje y el de su cargamento, en el barco de un armador, de un naúkléros-¡ que p o r lo general se pone~de acu erdo con varios com erciantes para un viaje, po r ejem­plo, al Ponto o a Sicilia. Los discursos del corpus demosténico per­miten así revivir lodo un m undo de comerciantes, 'patronos de b a r­co, agentes más o menos honrados, dispuestos a alquilar sus servi­cios a uno u otr o. LaS“diticultade^ de_la navegación,Josrpeligros d e * naufragio-o-cle;a_taques-pjratas hacían muy arriesgadas.estas empre- .sas_maTitimasí?Poco a poco se fue elaborando un derecho que ase­guraba al prestador de garantías en forma de hipoteca sobre el bal ­eo o sobre la carga. Pero en caso de naufragio, el ac reedor perdía todos sus derechos y el deudor se veía libre de su deuda. De ahí los naufragios fraudulentos, motivo de procesos donde es difícil saber, con la sola lectur a de los discursos, de qué lado está la razón. Des­pués de mediados del siglo iv estos procesos se beneficiaban de un procedim iento acelerado ante el tribunal presidido por los tesmo- tetes y, rasgo característico de la im portancia del com ercio maríti­mo, los extranjeros y hasta los esclavos, utilizados a m enudo com o agentes comerciales, podían prom over una acción sin recu rr ir a la m ediación de un «patrón» que fuera ciudadano. Sin embargo, a los extranjeros, por parte de sus socios, siempre se les trataba con c ier­ta desconfianza y, ante los tribunales, sin que se pueda hablar de xe­nofobia, no era extraño escuchar de un ciudadano reprochar a su adversario el origen como un insulto. Hay que señalar también que

| éstas asoc iac i o nes~eñ t re prestadores; ém po ro i yMáúkléroi; eran fre- I Cuentemente.-efímeras* se establecían sólo por la duración de un I viaje de ¡da y vuelta hacia el Ponto o Sicilia, Egipto o Marsella.¿Por>| lo:taiuorlray que desechar de una vez por todas la idea de una clase i mercantil contro lando el com ercio ateniense. ¿Qué sucedía en to n ­

ces? Tenemos que confesar nuestra casi completa ignorancia. Pero pódem e« süp75ñer-que eñ laS'grandes ciudades marítimas había for­mas análogas de actividades m ercantiles de las que la ciudad, com o tal, perm anecía ai margen, aunque en genera!, en todas p a r­tes, se recaudaran impuestos sobre la entrada y salida de naves y

Page 54: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

El h o m b re y la eco n o m ia /5 7

m ercancías. De igual m odo es imposible evaluar, aunque sea de forma aproximada, el volum en de productos in tercam biados y que, por fuerza, tenía que variar de un año a otro. No hay que olvi­dar, por último, que a finales del siglo iV n u m ero so s in te rcam b io s se hac íanpor.v ías qué 'escapaban a l.com ercio p rop iam ente dicho. Esto, que funcionaba para in tercam bios a nivel local, valía también para in tercam bios a grandes distancias.

No se ha hablado todavía de la función de los banqueros en el seno del m undo del empórion. Antes vimos que el banquero servía a veces de in term ediario en tre el p res tador y el com erciante , co n ­servando en particu lar el contra to que fijaba las modalidades del préstamo. El térm ino «banco», con el que traducimos el griego trá- peza, no debe llam arnos a engaño.;Los banqueros no d esem p eñ a­ban en el m undo de las c iudades griegas una función com parable a la de un banco m oderno, es dec ir la de un organismo de crédito susceptible de financiar inversiones productivas. La mesa del b a n ­quero era ante todo una mesa de cambista en la que el com ercian te extranjero que estaba de paso podía p rocu ra rse unas m onedas lo­cales y h ace r que le valoraran las m onedas extranjeras que traía. Sin embargo, seguram ente después de finales del siglo v, y en Ate­nas p o r lo menos, los banqueros tam bién recibían d inero en depó- sitó> dinero que en seguida en tregaban a sus clientes si éstos q u e ­rían hacer un empréstito, no sólo con fines comerciales, pero que> no.utiiizaban, parece; por propia" iniciativa..Esta función de in ter­mediarios y de cambistas perm itía sin duda realizar sustanciosos beneficios, pero sin hacer de ellos «gente influyente», por utilizar una expresión recien te aplicada a un banquero del siglo pasado. Y de hecho, los banqueros, cuyos nom bres nos transm iten las fuentes eran en su mayoría antiguos esclavos. Pasión, el más conocido de estos banqueros de origen servil, era seguram ente un hom bre rico.Y resulta significativo que, una vez liberado, se convirtiera en c iu ­dadano en c ircunstancias nial conocidas e invirtiera una parte de su fortuna en tierras. Esto permitió a su hijo Apolodoro hacer de gentleman farmer, dejando al ex-esclavo Form ión la gestión del banco y preferir los onerosos gastos de quien quería hacer c a r re ­ra política a los beneficios que perm itían las operaciones de cambio.

Antes de dejar el m undo del com ercio nos queda dec ir algo so­bre los in tercam bios locales. Dada la natura leza del paisaje griego y> lo in tr incado .de suTelieve, los in tercam bios po r vía terres tre eran re lativamente limitados. S iem pre era más fácil em b arcar las m e r­cancías, incluso para un trayecto corto, y tom ar. la vía marítima. Los intercam bios, escasos de una ciudad a otra, eran po r el contra rio frecuentes en el in terio r del territo rio de una m ism a ciudad, es

Page 55: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

58/C laude Mosse

dccir en tre la ciudad y el campo. Los campesinos de la khór.a acu ­dían a la ciudad para vender los excedentes de que podían disponer para adquirir lo que so lam ente el artesanado u rbano podía ofrecer­les. Así, Aristófanes se burla de la m adre de Eurípides porque iba al m ercado a vender perejil de su huerto. Pero, jun to a los pequeños campesinos que se desplazaban para acud ir al m ercado, o que e n ­viaban a su m ujer o a un esclavo, había también en el ágora vende- doresTprolesionales, los kápéloi' ridiculizados en las comedias de Aristófanes y que procedían ev identem ente de las capas más p o ­bres de la población. Tam bién en este caso concurrían ciudadanos y extranjeros, estos últim os con frecuencia eran metecos instala­dos de m odo perm an en te en Atenas. De seguir creyendo a Aristófa­nes, en tre los kápéloi tam bién había mujeres, vendedoras de cintas, per-fumes, flor es, etc. A veces estas mujer es, com o la madre de un personaje del corpus de Demóstenes, se veían obligadas, bien por miseria, bien por- la ausencia de un marido retenido lejos por la guerra , a actividades consideradas poco dignas para una m ujer li* bre.

Este cuadro de las actividades económ icas del hom bre griego, limitado esencia lm ente a! ejemplo que nos sum inistra Atenas, que­da r ía incom pleto si no nos refiriéramos, para term inar, a una acti­vidad com o la pesca, que no en tra ni en el ar tesanado ni en el co ­mercio. D esgraciadam ente es muy poco lo que sabemos de los pes­cadores, que debieron ser- m uchos en una tierra tan volcada al mar. Sólo sabem os que Hábía~pesquéfíás im portan tes en algunas zonas del m u n d o griego^com o la región del Ponto Euxino, de donde p ro ­cedían ingentes cantidades de salazón. Sin em bargo ignoramos todo respecto de la organización de la actividad pesquera, de la que sólo cabe su p o n er que tendría e ñ íg e n e ra L u ñ c a rá c te r artesaftáUfe individual.*

Este ap resu rado repaso de las actividades económ icas del h o m ­b re griego con f irm a la validez del m odelo elaborado p o r el gran h is to r iador inglés Moses Finley en su libro sobre la econom ía an ti­gua. Sin em bargo conviene p reguntarse ahora sobre la p e rm a n e n ­cia en el t iem po de este m odelo. Efectivamente, en m uchas ocasio­nes parece que él siglo iv? p resen tado frecuen tem ente com o un si- glo de crisis y declive,-jo cual es cierto a nivel político en ciudades c o m o Esparta o Atenas, p resen ta rs i no tr ansform aciones reales en las m anifestaciones de la vida económ ica, por lo m enos Una valori-* ¿ación m ás efectiva de los p rob lem as p lanteados p o r la producción y el in te rcam b io de bien es Ì Ya hem os aludido a diferentes tratados de Jenofon te co m o el Económ ico o Sobre las ratitas, a los que ha­bría que añad ir el segundo libro del Económ ico a tribuido a Aristó­teles. Desde luego el p r im ero de estos tratados, presentado en for-

Page 56: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

El h o m b re y In c conon i ía /59

nía de un diálogo socrático, es prim ordia lm ente un manual de con ­sejos para uso del perfecto hom bre honrado. Pero la preocupación p ó reorganizar, d e ; m anera racional la administración del. patrim o­nio, .con una especialización de los esclavos para tareas concretas, refleja una m entalidad nueva, el;deseo de producir, más ..y, mejor. Igualmente, aunque el tratado Sobre las rentas tiene como finali­dad el sueño utópico de asegurar a cada ateniense su trióbolo coti­diano con el alquiler, mediante un óbolo diario, por hombre, de un núm ero de esclavos triple del de ciudadanos, no obstante se propo­ne una revalorización de la minería a cargo de la propia ciudad, destinada a au m en ta r la producción de plata, la cual Jenofonte ob­serva que puede aum entarse el volumen de forma ilimitada. En este sentido nos sum inistra una indicación que sencillamente reve­la sentido com ún, pero que al mismo tiempo expresa una percep­ción realista y nueva de los fenóm enos económicos. Propone au ­m en ta r el núm ero de esclavos para trabajar en las minas y, conse­cuentem ente , la cantidad de minera! extraído e indica:

Con los mineros no pasa com o con los trabajadores del cobrc. Si el nú­mero de éstos aumenta, los trabajos del cobre se devalúan y los obreros de­jan su oficio. Lo mismo ocurre con los obreros del hierro. Y hasta sucede lo mismo cuando el trigo y el vino abundan, el precio de estos productos baja v el cultivo no rinde nada; por eso muchos abandonan el trabajo de la tierra y se dedican al com ercio al por mayor y al por menor o a la usura. Por el con­trario, cuanto más mineral se descubre y más abundante es la plata, a más trabajadores atrae la mina. (4, 6.)

Este texto es interesante porque revela a la vez nuevas p reocu ­paciones po r parte de los teóricos y también los límites de su pensa­m iento económ ico. Jenofonte conoce la ley de la oferta y la dem an­da y las especulaciones que implica. Pero no se pregunta por qué esta ley no es válida para la plata. Asimismo, el célebre pasaje de la Ciropedia sobre la división de los oficios en las grandes ciudades dem uestra más una concepción cualitativa de la producción que una apreciación de las leyes del mercado. Y sin embargo estas le­yes nos son ignoradas del todo, ya que esta división se pone en rela­ción con la demanda. En cuanto al Económico, un tratado de es­cuela aristotélica transmitido de m anera compuesta, el mayor inte­rés reside en el segundo libro, no sólo porque nos suministra una serie de anécdotas sobre las mil y una maneras de procurarse ren ­tas, sino po rque la noción de oikonowía se amplía de la ciudad al re ino y p o rque las estratagemas fiscales que la ilustran no corres­ponden ya a la gestión de un oíkos.

¿Acaso esta presencia más realista de los hechos relativos a eco ­nom ía, los escritos teóricos — los análisis aristotélicos sobre el oii-

Page 57: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

60/Claude Mussé

gen de la moneda y sobre la crematística van en la misma d irec­ción— , indica un cambio de mentalidades en lo que se refiere a los protagonistas económicos? ¿De qué amplitud? Hay que ser p ruden­tes en la respuesta porque, como parece, se sitúa a diversos niveles.En p rim er lugar — y naturalmente esto concierne una vez más a Atenas— parece claro que ¡se ha renunciado definitivamente a:ese m odo de apropiación de bienes que remonta a la noche de los tiem ­pos, es d ec ir la explotación de los más débiles. A tenas 'privada d« su imperio,-se ve p o r ello privada de los ingresos que sacaba en for> ma-de tributos y costas de justicia,-sin contar con las ti erras confisP cadas a lós aliados más reacios. Como señalan Isocrates y Jenofon­te, Aténas^sólo puede ya vivir de la explotación de sus aliados. .Ne­cesita encojUrar _enr ellaj:misma. los ¡ re cu rso s .necesarios para el buen funcionamientó dé las instituciones. El siglo iv ve, pues, desa­rrollarse en Atenas un principio de organización.'fiscal y se inc re ­m enta la exacción sobre los más ricos. Gomo :no_cabe.pensar que éstos redujeran su m odo de.vida tradicional — muy al contrario, el lujo privado, si hacem os caso a las fuentes literarias y también a los testimonios arqueológicos, no deja de afianzarse— hay_que_pensar necesariamente eñ encon tra r nuevas fuentes de ingresos. Una de ellas^esreL préstamo marít imo con intereses usurarios^ 'Pero ésto1 implica la disponibilidad d ed in e ro líquido, es decir de excedentes,* Dicho de otra forma, aunque no se conceptualice la relación entre crecimiento de la producción y crecim iento de las rentas, aunque se piense prim ero en aum en ta r el núm ero de esclavos más que en perfeccionar las técnicas de producción, en la práctica se term ina por p roduc ir más .Desde luego hay que evitar la generalización a partir de indicaciones fragmentarias. Pero én él te rcer.cuarto del> siglo iv se da lin indúdable despertar.de_la industria minera? E ncon­tramos ¿uñ;desarrollo no menos real de las actividades del puerto del Pireo; que obliga a la ciudad a conceder una mayor atención a los asuntos comerciales y a prever un procedim iento más rápido para las cuestiones relativas al empórion. Y aún hay algo más signi­ficativo, la im portancia creciente de las magistraturas financieras y el papel que están llamados a desem peñar al frente de la ciudad los «técnicos» en materia financiera como Calístrato, Eubulo y sobre todo Licurgo, encargado de la dioíkésis, es dec ir de la adm inis tra­ción de toda la ciudad, verdadero adm inistrador que no dudaba en llevar ante los tribunales a los concesionarios de minas no h o n ra ­dos o imprudentes. También hay^que m enc iona r el reproche repe^ tido por.los oradores.de.la segunda mitad de ese_s_iglo: el c rec ien te » desinterés de los ciudadanos por los asuntos de la ciudad que va pa­re jo . con n ina ;m ayor.p reocupación . ,porJos k asuntos > p r ivados»(la* ndia)? Seguram ente ese reproche p o d ía :hacerse a Ios-ciudadanos*

Page 58: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

l£l h o m b re y la econom ia /61

más pobres que, con la pérdida deLimperio y de las cleruquías, se habían visto-privados de las num erosas ventajas que antes recibían en forma de pagas; de botín o:de asignaciones de tierras; esta gente en lo sucesivo tenía que esforzarse p o r vivir con su escaso peculio y con algunas de las distribuciones del teórico (tó thedrikón), o sea el subsidio que se otorgaba con ocasión de los festivales dramáticos y que se convirtió, según dice Demóstenes, en una especie de ayuda económ ica para los más indigentes. Pero "ese reproche tam bién se dirige a los ricos', más preocupados por ganar d inero que por in ter­venir en los debates políticos, convertidos cada vez más en algo propio de profesionales del discurso o de técnicos en cuestiones militares o en finanzas. En relación con todo esto disponemos de una fuente preciosa, el teatro de M enandro. representante de la co ­media nueva, discípulo de la escuela peripatética, cuya acm é se si­túa en los dos últimos decenios del siglo iv, cuando Atenas, vencida y contro lada p o r una guarnición m acedonia, había dejado de o cu ­par el p r im er plano en el Egeo. En las comedias de M enandro nun-\ ca aparece la m en o r alusión a los acontecim ientos políticos. Los j héroes que saca a escena son jóvenes ricos, enfrentados con sus pa- j dres que se indignan p o r su vida disoluta y las intrigas sen tim en ta ­les en las que se involucran. Estos «burgueses» obligados a viajar con frecuencia por sus negocios y con cuyo regreso, a m enudo, se ; u rde la acción. Suelen ten er esclavos, ricas m ansiones y, cuando al , final de la obra todo se soluciona con la boda tan ansiada, se m ovili­za a todos los sirvientes, se llama a un cocinero famoso para p repa­ra r los banquetes nupciales. Estamos lejos del m undo cam pesino vivaracho y a ltam ente politizado de Aristófanes. Cuando a veces se' m enciona a los pobres — norm alm ente cam pesinos— están en uní segundo plano a no ser que se descubra que son de un origen dis- ¡ tinguido. Se afirma constan tem ente la im portancia del dinero, de) la riqueza que perm ite a los jóvenes m an ten e r cortesanas y a éstas ' co m p ra r su libertad. Por supuesto hay que evitar ver en el «pueblo • de Menandro» una imagen exacta de la realidad social contem po- j ránea. Sin embargo, esto no quita que se perfílen los rasgos de una ¡ sociedad nueva, distinta, y que será la de la época helenística. !

Seríarexagerado y; aven turado, decir^quej el: hom bre griego, se» convirtió a finales del siglo iy_en un homo oeconom icus..Pero p u e ­de afirmarse- sin d udardem as iado^que no__es_exactaménte el zóofí* pólitikón^C[\xe Aristóteles in tentaba en-.vano hacer. re n a c e r7*Por su ­puesto, el m u n d o griego, parc ia lm ente sometido, es todavía esen^ ciálm ente un_mundo constituido po r ciudades, donde la vida politir ca subsiste sólo de .m anera formaLrMas las conquistas de Alejandro abrie ron a los griegos un m undo inm enso que habrán de adm in is­trar bajo la égida de los soberanos m acedonios que se repartieron

Page 59: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

62/C laude Muss¿

los despojos. Aunque hay que evitar aplicar a la econom ía helenísti­ca la amplitud de desarrollo que Rostovtzeff creyó descubrir, ello no quita que se creara en tonces un auténtico m ercado m edite rrá­neo que supuso un aum ento de la producción y un desarrollo de las técnicas si no de producción , po r lo m enos sí administrativas y fi­nancieras. Pero los griegos que administran las finanzas de los re ­yes lágidas o seléucidas nada tienen en com ún, salvo la lengua con que se expresan así com o algunas prácticas religiosas, con los a te ­n ienses o espartanos de las Termopilas. El hom bre griego deja así paso al hom bre helenístico.

REFERENCES BIBLIOGRAFICAS

A n d r e y e v , V. N., «Some aspects of agrarian conditions in Attica in the fifth to the third ccnturies B.C.», Eirenc, XII (1974), pp. 5-46.

A u s t i n , M . y V i d a l - N a o u e t , P., Economies et Sociétés en Grece ancienne, Pa­ris, 1972. [Hav ed. cast.: Economia y sociedad en la antigua Grecia, Bar­celona, 1986.]

B u r f o r d , A . , The Greek temple builders of Epidaurus, Liverpool, 1969.— Craftswcn in Greek and Roman Society, Londres, 1972.D e t i e n n e , M . r Crise agraire et attitude religieuse chez Hésiode, Bruselas,

1963.F i n l e y , M . I . , Economy and Society in Ancient Greece, Londres, 1981. [Hay

ed. cast.: La Grecia antigua: economia y sociedad, Barcelona, 1984.]— The Ancient Economy, 1985.F r o n t i s i , F . , Dèdale. Mythologie de Vartisan en Grece ancienne, Paris, 1975.G a r l a n , Y., Les esclaves en Grece ancienne, Paris, 1982.H e a l y , J. F., /Wme.s and Metallurgy in the Greek and Roman World, Londres,

1978.H u m p h r e y s , S.H ., «Archaeology and the social and econom ic history of clas­

sical Greece», La Parola del Passato, CXVI (1967), pp. 374-400.— «Economy and Society in classical Athens», Annali della Scuola Normale

Superiore di Pisa, XXXIX (1970), pp. 1-26.— «Homo politicus and homo oeconom icus: war and trade in the econom y

of archaic and classical Greece», Anthropology and the Greeks, Londres, 1978, pp. 159-174.

L a u f f e r , S., Die Bergwerkslaven von Lattreion, Wiesbaden, 1979.L e p o r e , S.. «Economia antica e storiografia moderna» Ricerche storiche ed

economiche in memoria di Corrado Barbagallo, Nàpoles, 1970, pp. 3*33.M e l e , A., Società e lavoro nei poetili omerici, Nàpoles, 1968.M o s s e , C., La colonisation dans l'Antiquité, Paris, 1970. .— Le travail en Grece et à Rome, Paris, 1980. [Hav cd. cast.: El trabajo en

Grecia y Roma, Madrid. 1980.]O s r o r n e , R., Demos. The discovery of Classical Attika. Cambridge, 1985.Problèmes de la terre en Grèce ancienne (M. I. Finley ed.), Paris, 1973.

Page 60: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

Fr.l lio t ubre y In t:conom ia/63

Todd Lowry, S., The Archaeology of economic Ideas. The classical Greek Tra­dition, Durham, 1987,

Trade in the Ancient Economy (P. Garnscy, K. Hopkins, C. R. Whittaker ed.), Londres, 1983.

Vernant, J. P., Mythe et société en Grèce ancienne. Pan's, 1974. [Hay ed. cast.: Mito y sociedad en la Grecia antigun, Madrid, 1987.]

— Mvthe et pensée chez les Grecs, Pans, 1985.Vidal-Naquet, P., «Économie et société dans fa Grcce ancienne: l’oeuvre de

Moses Finley», Archives européennes de. sociologie, VI (1965), pp. III- 148.

— Le chasseur noir. Tonnes de pensée et formes de société dans le monde grec, Paris, 1981.

W ill, Ed. «Trois quarts de siècle de recherches sur l'économ ie grecque anti­que», Annales E.S.C., IX (1954), pp. 7-22.

— «Réflexions et hypothèses sur les origines de la monnaie», Revue de nu­mismatique, 17 (.1955), pp. 5-23.

— Le monde grec et l'Orient, tomo I, Paris, 1972; torno II (en colaboración con Cl. Mossc y P. Gourkowsky), Paris, 1975.

Page 61: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant
Page 62: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

Capítulo segundoEL MILITARYvon Garlan

Page 63: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

Heracles disparando, figura de mármol de Egina (frontón oriental). Primer cuarto del siglo v

Page 64: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

púierra^yrpal

El"hombreTgriegorestÜvoTsegüramente:habituadoia™la;gueiTaT.y füeaHe 1 ús<>Belicoso.tEsto puede dem ostrarse sin dificultad y de di­versas maneras. En la m edida en que nuestra docum entación lo permita, se podrá contabilizar la frecuencia de las guerras para per­catarse, po r ejemplo, que la'At'énas'CIasica"se?dedicó’a l a “gucrraidos a n o s’Td éucací aitre ¿b?s in^d is frutar :n u nc ¡a~d e r\ a ~ pa7.rdur.an te"diez"añqs seguidos; a:l o"que :hay:qu e!añadirda:in’seguridad*cró n i c a;pr o vo cad a* porvd i férént^foí^as '-má^TgTmeño^légáles^eW iolenc ia:e n-1 i e rra-y» müchcnfrrás:aún’por:mai^(actos de represalia, derecho de naufra­gio, piratería privada, sem ipública o de carác ter francamente esta­tal) A r.q ueo ló gi c am ente ihabi ánclo^h'abráxq u e xrecoi da i ¿pá ralela- m en t^ las ’fortificacionesxostosam ente-levantadas a lrededor de:l©s pón_cipale5;centrosyde:rcsidóncia".y:de:,poder<f>(tratando dé imaginar lo que representaba an tiguam ente el hecho de vivir en una ciudad «cerrada»), y btras de diversa índole que se encontraban en el cam ­po (torres dei vigilancia y para habitar, puestos de control, refu­gios), sinTolvidar2querla':gran-mayoTíaHde^monunientos-J;yjobras:deiíi arte~que7omaban"los:grande'Oantüafios-yrlas;plazas:públicas:exaji ofrendas^!eTvencedores> ta jldeum entac ión :ep ig ráfica :dem ostr ará e 1 ~ c a ráct ex^t e m p^ora l;y-p.r ec a npjd e -1 o s-ti-at ad os-p o rJo s-q ue,se-poní afinTaTlasTho s tilidades-durantetp.eriodosTlimitadosiaTcincoTrdiezto^trcinta añosr.como si la’paz'se sintie r a d e"entradacomoalgo'débilru se :c o nc ibierarc orno iunaTespecie'de"p rol ¡£>n gación~de m na :t reguá?

Sólo a los historiadores griegos la guerra les parece verdadera-

67

Page 65: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

68/Yvon Carian

mente un asunto digno de memoria. La guerra procura el tem a uni- ficador de sus obras (las Guerras Médicas para Heródoto, la Guerra del Peloponeso para Tucídides, el imperialismo rom ano para Poli- bio) o regula, por lo menos, sus relatos de los acontecimientos. En> la existencia cotidiana, la guerra es una preocupación constante* para dos ciudadanos:-participar, en ella'es una obligación que, en, Atenas,* co m p re n d ía ,desde lo s .diecinueve .hasta,los cincuenta nueve años de edad?(en el ejército activo hasta los cuaren ta y nue­ve, luego se pasaba a la reserva); decidir sobre la guerra constituye' en^cualquier sitio4a1atrib’u c ió n m ín im a 'd e las asambleas popula* resv Laimposición del m odelo guerrero se conform a a todos los ni­veles y e n todos los terrenos:,en la vida familiar, en las p inturas de los vasos áticos donde aparece la imagen del soldado, es la-figura central en torno a la cual se organizan las relaciones internas del oíkos; e n la vida reiigiosaplas divinidades del Olimpo están do tadas , cada.una de una función militar,específica; en táv id am o ra l , el.va* lor.de un hom bre de.bien (agathós), su.are/'ér-consiste ante todo enT el valor.razonado que manifiesta tanto en su fuero interno com o lu~> c han do contra laspasiones mezquinas o como en el cam po de ba ta­lla donde le.aguarda.la «hermosa muerte», lo único con.un signifir fcadó social. >

A pesar de su activismo guerrero, el.hombre griego sin em bargo no puede definirse como un homo militaris s\ se entiende por ello una persona que gusta de la violencia por la violencia, indiferente­mente de las formas que revista y de los objetivos que se per­sigan.

j La guerra civil (stásis) que opone en tre sí a los m iem bros de una ; misma comunidad política, concebida a imagen de la familia, se i consideraba unán im em ente com o desastrosa e ignominiosa. Sólo : se valoraba la guerra (potemos) in tercomunitaria , y no de una ma- ¡' ñera incondicional. La guerra desenfrenada y salvaje, la de los lo- } bos, se consideraba desde luego com o una transgresión escandalo- | sa (hybris) de las norm as de convivencia, dicho de otra forma, de ¡ justicia, que los hom bres debían de respetar tanto en tre ellos corno / respecto de los dioses. Por el contrario, <la: verdadera pó/emos no#i podía prescindir de ,determ inadas regias: declaración d e .guerra \ con la debida forma, realización de sacrificios adecuados, respeto.»

de determ inados ltigares;(los santuarios), personas (heraldos, pere­grinos, suplicantes) y actos.relacionaídós con los dioses ( juram en­tos); re sp e ta r la:autorización dada .a i .veneido ipara^re tira r aisus

¡ m uertos y, en cierta.m edida,:había que abstenerse de.crueldades ’ gratuitas. Esto es verdad sobre lodo para las guerras entre griegos,

criticadas por principio — sin efecto aparen te— hasta el siglo ív por los apóstoles del panhelenismo; pero es igualmente cierto, más

Page 66: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

El m ili ta r /69

o menos, para las guerras hechas contra los bárbaros, guerras jus­tas por definición. Las guerras llevadas de esta m anera no suponen ningún deshonor po r el derram am ien to de sangre ni exigían n in ­gún rito de purificación final de los combatientes. Semejantes «le- yes»t consideradas com unes para los griegos, o sea para el conjun­to de la humanidad, contribuían, pese a su imprecisión y las n u m e­rosas excepciones de que fueron objeto, a reducir el alcance de los

< conflictos*Por otra parte, imaginar que la guerra inflamó siem pre la totali­

dad del m undo griego supondría ceder a un e r ro r de enfoque. No hay que olvidar nunca que, por simples razones docum entales, el hom bre griego que nos es familiar y del que ante todo vamos a ha­blar, es el de Atenas y, en m en o r medida, el de la Esparta clásicas, y que se vio implicado en grandes enfrentam ientos de ca rác te r im pe­rialista, pero no el de la Grecia «profunda» repartida en más de un m illar de pequeñas ciudades que, en general, llevaron una existen­cia modesta al m argen y fuera del alcance de las grandes potencias. Lo que aquí podem os en trever son conflictos localizados que op o ­nían en tre sí a ciudades limítrofes con objetivos y medios muy limi­tados. A pesar de su multiplicidad, estos conflictos sólo debían p ro ­vocar débiles desgarros, pronto reparados, en un tejido finamente urdido. Lo m ismo sucedería con los diversos actos de «piratería». La conclusión de alianzas podía, desde luego, ensanchar los desga­rros; pero incluso en este caso debem os tener cuidado con exage­ra r los efectos, en la medida en que, po r regla general, se limitaban sólo a contribu ir con el envío de un contingente de socorro para la defensa del terr itorio de los aliados y no implicaban la apertu ra de hostilidades directas con tra los agresores. Nada indica, po r e jem ­plo, que la época arcaica fuera globalm ente tan belicosa com o las épocas siguientes. Todas estas limitaciones, de hecho o de derecho, nos ayudan a co m p ren d er que la om nipresencia de :.la guerra en ningún m odo significa que el conjunto de Grecia se,haya e n c o n tra ­do. en perm an en te conflicto a sangre y, fuego .*

A:la visión militarista de:la historia griega se opone, en fin,.e|^ em inen te lugar.rieservado a la alabanza de la paz en la opinión p ú ­blica y en la obra de los teóricos. Se podría m anejar un vasto florile­gio, muy repetitivo, desde H om ero hasta el final de la^poca+iele- nística, de textos que ce lebran los beneficios de la paz. E n co n tra ­mos s iem pre el m ism o tópico: la paz^significa. abundancia,, vida agradable; alegría, el goce de lo sp iaceres sencillos de la existencia; la guerra es abstinencia , esfuerzo (pónos), dolor y afiicción.iParale- lamente, en el plano conceptual, encon tram os la siguiente af irm a­ción de Platón: «es preciso que cada uno pase en paz la m ayor y m e ­jo r parte de su vida» {Leyes, VII, 803d), o esta o tra de Aristóteles: «la

Page 67: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

paz es el fin último de la guerra, y el ocio el del negocio» (Política, VJJ, ] 334a), lo cual les impedía hacer un m odelo de Esparta donde se invenía esta relación.

A la luz de lo an ter io r ¿puede deducirse que se enfrentaron y triunfaron sucesivamente ambas corrientes, de belicistas y pacifis­tas igualmente convencidos, po r razones de principio, de la justeza absoluta de su respectiva causa? Desde luego que no. Primero, sen ­cillamente, porque las estimaciones más tajantes sobre este puntoo bien se tratan sólo de declaraciones de circunstancias, refutadas a veces en el m ism o au to r por aseveraciones en sentido contrario,o bien aluden únicam ente a la oportunidad de tal o cual guerra pero no sobre la guerra en sí (por eso no tenem os noticia de ningún ateniense que, en el siglo v a.C., se opusiera al imperialismo com o tal). Luego, porque la paz sólo se la consideraba desde el punto de vista personal, hedonista y, hasta podría decirse, existencial, sin n inguna consideración de ca rác te r p rop iam ente hum anitario y sin n ingún deseo de ver cam biar en este aspecto las bases de la socie­dad o la naturaleza del hom bre. La paz constituye tan sólo el resuL tado , 'part icu larm ente agradable; que debe córónar.las p rtiebas-de» la gOérra.cLa paz se corresponde con la ocasión en que el cam pesi­no experim enta el p lacer de cosechar y consum ir los frutos de sus duros trabajos. Semejante concep to de,la paz no contrad icejpara nada; la mecesidàd,’ila rac ionalidad 1 y la grandeza-de ’la-guerra; al contrario , tiende a justificarla asignándole com o fin último la feli­cidad.^

Funesta en , sí m ism a , l a guerra socializada puede^asL cargarse? positivamente con todos los valores que in v o c a la élite.cívica^,

Las causas de la guerra

«Poique si alguien p iensa que conviene hacer la guerra a los que obran justam ente , po r lo m enos no lo confesaría» declara Alci- b íades que no p o r nada había asistido a la escuela de los sofistas, en el diálogo p latónico que lleva su nom bre (109c).

A par tir de este principio com plem entar io de las «leyes» reco r­dadas antes, o m ejor a p a r t i r de esta pet ición de principio que nada tiene de específicam ente griego, se desarrolló toda una casuística que d esem bocaba en la com posic ión de repertorios de pretextos, co m o el que p ro p o n e el au to r aris totélico de la Retórica a Alejan­dro a princip ios del siglo 111 a.C.

Después de haber sido victima de injusticias en el pasado, hay, con las circunstancias favorables, que castigar a los que hayan com etido estas injus­

7U/Yvon Garlan

Page 68: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

FEI rnilitar/7 1

ticias; o que, al ser actualmente víctima de una injusticia hay que hacer la guerra por uno mismo o por los bienhechores, o socorrer a los aliados vícti­mas de una injusticia, bien sea por interés de la ciudad, por su gloria, por su poder, o por cualquier otra razón de este tipo. Cuando incitamos a la gue­rra, hay que presentar el mayor número posible de estos pretextos (1425a).

A juzgar po r lo que nos dicen los historiadores griegos a p ropó­sito de las ofensas oficialmente invocadas por los beligerantes con ocasión de cada conflicto, hay que reconocer que no faltaba imagi­nación al respecto y que no se vacilaba en recurrir a cualquier m e­dio: agresión territorial, ataques a las vías de avituallamiento, viola­ción de acuerdos, establecimiento de regímenes odiosos, cual­quier forma de amenaza real o potencial, sacrilegio, ofensas para ensuciar la gloria de una ciudad, todo valía pat a invocar el dere­cho que a uno le asistía y para defenderse... con el ataque a ser po­sible.

Los historiadores griegos in tentaron poner un poco de orden en este heterogéneo arsenal de argum entos y de argucias y de in trodu­cir algo de perspectiva: H eródoto com binando de diferentes m ane­ras la voluntad divina, la venganza de las ofensas sufridas en un pa­sado más o m enos lejano y los cálculos políticos; Tucídides desig­nando, más allá de los «motivos de resentim iento y controversias» acum ulados en vísperas de la G uerra del Peloponeso, el «motivo más auténtico y m enos confesado», constituido por el tem or de los espartanos ante el crecim iento del poderío ateniense; Polibio dis­tinguiendo entre las causas profundas de un conflicto, su pretexto y su punto de partida. Pero todas estas reflexiones fallan en algún as­pecto y no conducen nunca a enjuiciar de m anera explícita las cau ­sas del fenóm eno de la guerra en cuanto que tal.

Sin em bargo, un juicio com o este no falta en la literatura griega. Aparece esencialm ente, pero no sólo, en Platón y Aristóteles, los cuales no excluyeron la guerra (tam poco la esclavitud) de sus res­pectivos proyectos de sociedades ideales y no pudieron tampoco evitar la explicación de su existencia. I^as respuestas que dan son convergentes y poseen una aparen te simplicidad: la; causa de la güefraseri 'a el deseo de «tener más», de adquirir, según el primero, riquezas y eventual m ente esclavos^ para el segundo, esclavos sobre todo, y, para ambos, p rocurarse a lim ento en el m undo animal v en el"restadio .precívico de la hum anidad>(una vez desaparecida la abundancia natural de la edad de oro o la sencillez de las costum ­bres primitivas). Entiendo que las palabras «riquezas» y «esclavos» pueden ten er un sentido más o m enos metafórico. Pero eso no m o­difica en absoluto la perspectiva global de nuestros dos filósofos: la f

Page 69: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

72/Yvon G;w)an

gu e rraiaxonsid e ra n -ese nc i a lme nt ere 1" aTt e~d e~acl guiri rlpo r I a - fujsr- za:su p I e irient^ i o spara-vivir—bajo:forma:de;5ubsist¿ricia7cie~clirTéfoo :de"a‘gentes"d eprod ücc ión^cómo"] a:pazxsrel~art e~d Ó1 is ñxi ta irdé-1

ítodoreso?»Los historiadores m odernos se encuentran, por tanto, ante el si­

guiente dilema: el de atribuir a la guerra en la antigua Grecia una única causa de naturaleza económica o causas njúltiples y hetero ­géneas (políticas, religiosas, ideológicas, económicas). La mayoría, haciendo del eclecticismo virtud, han optado por esta última so lu­ción, aun a riesgo de adm itir la im portancia de las condiciones y consecuencias económicas de la guerra y, en ocasiones también, a reservas de recuperar una unidad de explicación subsum iendo la diversidad de los motivos de resentimiento bajo una misma pulsión profunda, como el espíritu agonal de los griegos, o sea la com bati­vidad natural de la especie humana. Pero ¿acasofes un buen m éto­do zanjar así, abruptam ente, la docum entación antigua, rechazan­do con ello un punto de vista en beneficio del otro? ¿no sería mejor in tentar com prender su coexistencia distinguiendo los niveles en que se sitúan uno y otro en el conjunto de las estructuras so­ciales?

Por esa razón conviene que recordemos primero, en términos muy generales, el cometido fundamental que tuvo en el m undo griego la presión física y jurídica, calificada generalm ente com o extraeconómica: po r una parte, en el interior de las ciudades, la presión derivada de la extorsión provocada por un exceso de p ro­ducción que permite a los ciudadanos realizarse com o tales en de­tr im ento de una m ano de obra dependiente; por otra, en el exterior de las ciudades, bajo forma de una expansión que constituye el principal modo de crecim iento económ ico y la vía principal para resolver las contradicciones internas. Todo se realiza en virtud de una «ley», nunca puesta en duda, según la cual ehderechü^él^ven- ¡cc. d or.para~apoderaT$e?de~l a .pe rso n a~v Ios-bienes d‘el ven cidojeoñs^ ti tuyerelTfñej or-tí tul o“d é"próp i e3 acl?

En este contexto, algo característico de las sociedades precapi- talistas (y que se halla, por ejemplo, en siglos pasados en las de la zona sahelonigeriana), 1 asTnociónes dF^qüeza^y^pocler^no^podián* porrmen'os7dé_estaf:í n tima'yrorgán jcamen te un idas? Su-amalgama constituye’:! óslcimien tós'rd e'larpoli ti c a~enre 1 -s e nti d o:gr i egoide 1 !té&

fmi n’o~(5l r^ie^e*vivirren^laj-pó/isfocad a'u n'o"de_es t os'c o n c eptós^5é‘ jpresenta torvfrécuencia "con la^fomvaRlelrotro~y:se :mat eria hza:poj¡ mecí iac i ó n~s uva?? De este modo se van tejiendo una serie de intrigas originales que proliferan en la esfera política (en el sentido moder­no, limitado, del término) y que se alimentan con todas las formas de sublimación que engendran el sentido del honor y la voluntad

Page 70: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

til m tl t ta r/73

de competición, con todos los riesgos que pueden suscitar el azar y e! talento relativo de los protagonistas. Tal y com o lo reconocieron los propios historiadores griegos, lasirelaciones-internacioñalesT» con todas sus vicisitudes, estái~puesj«preñá'das^jde:economía^aun^ q u e i a part c q u c e m e rge^es ;por.l o ~genéfal~Td'e;natuTal ezsTflii'e r e n te n Sólo iesta^m anera^dcvere v itaren mi opinión, endurecerda-oposi- c i ó n: e n tre :lasxausas~ec orTómicasy no’e cono m icas^d e j a :guerr;a. El complejo político-militar, con los valores que le son propios, se in- seria así lo m ejor posible en las estructuras socioeconóm icas de las ciudades griegas.

Lras"motivadon es~ds.~los 'cojubat i eñ feT^

Cualesquiera que fuesen las causas proclam adas de un conflic­to, lo que parece en todo caso haber contado sobre todo a los ojos de los interesados eran sus previsibles repercusiones, concretas e inmediatas, sobre sus condiciones de vida.

En-la’mejqi-de;las:hipótesis7rla'de^una"guei:ra:ofensivavyviciorio-sa~se:cTilculaban:los:beneficios'que:podian:sacarse:notanto;en:for'maTdé^iiñefo añtó^clcTbotírTclelo~nfás^diverscf: prisioneros, a losque se prefería liberar mediante pago de rescate o venderlos a trafi­cantes de esclavos antes que servirse de ellos para engrosar la p ro ­pia reserva de población servil; ganado capturado en los campos; p roduc tos de las cosechas hechas o po r hacer; objetos preciosos (metal labrado o acuñado, tejidos) y hasta toda clase de objetos uti­litarios (herramientas, mobiliario, etc.). £ l:repaito ,:de^ste:botin, al que pueden añadírsele conquistas territoriales y tributos más o me- n os regu la res , co ns ti tu i a'uñ^proHl e m aeseñ c ia ly -s iem p re -delicado,, de^resolver, com o lo dem uestran los tratados con que sé regula, a n ­ticipadamente, la distribución a p ro rra teo en tre los aliados de sus contingentes o en función de la naturaleza, m ueble o inm ueble, de los b ienes capturados. D esgraciadam ente no se conoce demasiado cóm o se realizaba en detalle el reparto, una vez deducidas las p a r ­tes de h o n o r eventua lm ente concedidas a los com batien tes más va­lerosos así com o las armas, riquezas y, en ocasiones, tierras co n sa ­gradas a tal o cual divinidad en forma de primicias y diezmos. P are ­ce que/alTEstado-le-.correspondían-especialmente (además de los tributos y los territorios conquistados) Íos‘metales 'pré 'ciosos1,frut0 del'pillaje-o'de:la'-venta'de^p’risioñeros7<A'?los-soldadosíles^tocabani lós~bienes:de:consumoyde:equipo;-a-sus-jefesr*objetos>de-calidad, au n q u e no fuera más que po r com pensa r del d inero desem bolsado para m ejo ra r la soldada de sus tropas o para asegurar su a rm a m e n ­to y m antenim iento . Es muy difícil saber con precisión cuánto in-

Page 71: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

74/Yvon Garlan

tentaba aprovecharse de las circunstancias cada una de las partes para sobrepasar sus derechos y en qué medida debieron variar los usos según las épocas y según las ciudades. Así, en Esparta la cos­tum bre era que un rey recibiera el tercio del botín obtenido bajo su mando. Aunque :nü"fo rm a ráñ -partead e :1 as rd e c 1 arac ion es-o fi c i a 1 e s , ¿todas :estas'pe rep ec t i vas dfe^én r i q uéc i m ien to jnd i vi dual :yjc olectivo, cuando parecían razonablem ente concebibles, empujaban »a1 ! a* gu e iTaTeí i n fl u í an tp od eró s a iíi entére tPi a^moral rd ell as “tro p as . Es te es el caso de Atenas en 414 a.C. cuando parte la expedición a Si­cilia:

Todos por igual — cuenta Tucidides (VI, 24, 3)— Fueron presa del deseo de partir: los mayores porque pensaban que un ejercito tan numeroso, una de dos, o bien sometería el territorio contra el que zarpaban, o, por lo m e­nos, no podría ser derrotado; la juventud, por afán de ir lejos, ver y conocer y porque confiaban volver sanos y salvos; y la gran masa de soldados porque esperaban traer de momento dinero y conseguir además (para el Estado) una potencia que les garantizara una soldada indefinida

o sea, salarios militares y tam bién salarios civiles que se pagaban a los c iudadanos po r e jercer magistraturas diversas.

Sin em bargo, es^enisituaciones'^puestasrdondeTias^motivactOr ^nes-de.-losiGOmbatientcs'nos-han'sidodescrítasrconrmásfiecuencia^ g u a n d o-s e^t ra t a ba -pa ra ze 1J os rd e^rechaza r^u n a~i n vasiónre n em igays gara n ti zar^s uipro.p i azsa 1 yac i ó n^

k°-P rijn cro,-y-a-ve cesJ o-ún i GOr q u e-estaba-cn-j uegp-e n *1 as;opei:a?,c i on esimil itareste rare b terri torio_en-qu ejl osragresores-sag ueabanry^. de vast ab a n-.t odo 1 o:q u e : t é c n i c a m ente:pod í a n Ly:q u erra de más pies - pa - r;ecía‘pDlíticameñte^adecuatl(^' Cualquier c iudad reaccionaría en ­tonces vivamente, a no ser que no pudiera por razones puram ente m ateriales, po rque la m ayoría de los c iudadanos era más o menos propietaria de tierras, incluso en una ciudad tan «mercantil» com o Atenas a finales del siglo v a.C. ÍTodoTataque:al:terttitorioiprovolaba5 pues-u n a:rupt u f atm ás :o:m errosTg ra ve^d e I eqü i l i bri o:e c on ó m ic.o-y, de rechazo, del:equililTrio social‘cle‘la comunitlad"que:corría-e];ries ^ go:de"convert irse-eTvvíctima"Bel’Hamlíre'í o por lo m enos de disen­siones in ternas en tre los que sufrían tal situación y los que no. Era tanta la im p o rtan c ia de este p rob lem a que los legisladores, para m ejor asegurar la co n co rd ia en tre los ciudadanos, podían p rocu ra r que sus p rop iedades fueran equitativam ente repartidas en relación con las fron teras para que así lodos se sintieran igualm ente impli­cados en su defensa. Tam bién influía en este sentido el conjunto de los valores sociales, especia lm ente los religiosos, vinculados a la posesión de la tierra.

Presci nd i e ndp ;-d e l a -re) ac i ó n ~pu n t u al ~d e"fue rza STla s~rcs pu esta s

Page 72: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

E.1 milita r/75

varíaban:según-!a:idea:que-setuviera:de‘l0s:intereses/sup.eri0i es-de» f lax iudadrn)uran te :m uchcrüciñpo7len un marco de vida más o m e­nos autárquico, seiintcntóiterifrinarxloTmás;irápidamenteiposible conTlas^in c ti rs i o ñ e s-rñedi arTt e7! sf- áp c rt u r avd e-n e g o c i ac ion e s .o .p.ro * vocando:ufnrl5ala11^eGÍsiva en campoiabiertQtrAzesto^e-opusorre- sueJtamenterPeiTcles'abpriñcjpiode-laiGuerra'deliHelopojTeso.con gran daño de los invasores capitaneados por Arquidamo, rey de Es­parta, y con gran irritación de los atenienses que a duras penas se dejaron persuadir para replegarse masivamente tras los Muros Lar­gos, que unían la ciudad con El Pireo, se les hizo ver que era la úni­ca forma, aunque dolorosa, de salvar lo esencial, es decir el im pe­rio m arítim o de Atenas. Podrían señalarse otros ejemplos de la es­trategia «al estilo de la de Pericles» por parte de ciudades p lena­mente interesadas o que se veían obligadas por un tercero a sacrifi­car la defensa del territorio po r la de las fortificaciones urbanas, igual que, después del siglo v, se continuó recurriendo de vez en cuando a batallas planificadas. SinrembargoTerPconjunto^tendiój,a p re v a lece rá na:estrat^Í£TmáTs^utiI:ycompIejaque-pretendía:conoi- liárjram b os "i mpcrativüsrd e la"defe n sa: 1 a-de 1 :t e rri tori 0;S e-garan t i za-, ba^en la m edida de lo p os ib 1 e xc onrl a~co nstru c c i ó n:de:fo rt i fi oac-i Qa n es^nurales :y-I a^reaíizaci oñ^derescara muzas r<q ue^ñcT'cóm p rome ti e- ran'ia's 'eguridacl e i c 1 eo~Ttrbano. Esta era una estrategia difícil de acom eter, com o se puede ver’ por la lectura del Poliorcéíico, pe­queño m anual com puesto po r Eneas Táctico a mediados del siglo iv, donde vemos ciudadanos desesperados antes de irse individual­m ente a sus respectivas propiedades en el cam po para salvar lo sal- vable, impacientes luego por pelearse con el enemigo, aun a riesgo de caer en emboscadas, antes de que sus jefes consiguieran reagru- parios en foriViaciones de com bate e impartirles las precauciones más elementales.

En últim a instante, no quedaba otra posibilidad que la de asegu­ra r a toda costa la protección de la aglomeración urbana, cuyas for­tificaciones, cada vez más necesarias por las mutaciones militares del siglo iv, no dejaron desde en tonces de c recer en potencia y complejidad para poder adaptarse al grado de perfeccionam iento de las m áquinas de asedio y al desarrollo de la práctica del asalto. S ó lo ^ E s p ^ P ta ^ p re t i a r á - h as ta"e i ~c om i e n zo-de-época-helen ística, de po d er prescind ir de tales ingenios y deidebenrsuTseguridad-na» «unaT.coro n ard e jg u e r-reros -yr n o Td e r ladt-i 1 los»r(P 1 u t a re o , Mor alio, 228e). Extrem o en el que coincidía también Platón al consentir com o m ucho en la adaptación con fines defensivos de la pared ex­terior de las casas de la periferia, pero no po r Aristóteles, que debía expresar.m ejor la opinión general: «porque pensar que las c iuda­des no deben rodearse de m urallas equivale a buscar un territorio

Page 73: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

76/Yvon Garlan

fácil de invadir y a allanar los lugares montañosos; es como si no se rodeara de murallas a las viviendas particulares por femor a que sus habitantes se hagan cobardes» (Política, Vil, 1331a).

Todavía más que una batalla con un plan organizado, un asedio es una prueba crucial que moviliza todas las energías de los com ba­tientes y del conjunto de los habitantes: porque una toma por asalto suponía las matanzas ciegas y saqueos inherentes a este género de operación, y a m enudo también la aniquilación de la com unidad por quedar reducida a la esclavitud. Una vez más, gracias al tratado de Eneas Táctico, podem os m edir la angustia y grado de exaltación de los sitiados, así como lo ingenioso de las medidas lomadas en ta­les circunstancias; no únicam ente contra el enemigo exterior, sus máquinas y tretas, sino también contra el enemigo interior, es de­cir los opositores al régimen dispuestos a traicionar para ganar. En un clima de extrema tensión, el sentimiento patriótico se identifi­caba entonces plenamente, en el corazón de los ciudadanos, con la salvaguardia inmediata de su persona, su familia, su posición social y sus bienes.

En.:las 'm otivaciones:de los combatientes ¡prevalece fpues-una1 concepción «material», co n c reta y emotiva a la'vez, de la patria, lo cual evidentemente no quiere decir que fueran incapaces de ele­varse, por encima de sus intereses personales, a un nivel más alto de abstracción. Respecto a nuestros contem poráneos, especial­m ente habituados a una mayor mistificación en este punto, dicha motivación podrá quizá parecer algo limitada. Sepamos al m enos saborear su frescura y autenticidad.

Fu>7ción [militar y situac ión ,social*

Una concepción semejanjte tenía como corolario, al revés de lo.* que sueje ocurrir en nuestros días, e lh ec h o d e q u e las obligaciones’ jnHitares.de los m iembros de la comuríidad eran, en principio, pro-^

f p Or c ion a les1 a su situac i ó n s o c iá l.?Podemos e n c o n tra re n Grecia algunas huellas y restos de la trU

pie funcionalidad indoeuropea*tan bien analizada por G. Dumézil, que concibe el orden cósmico y el orden social cómo el resultado de ía súperposición de tres funciones de soberanía, de fuerza y de* fertilidad. En el universo mítico, en particular, podem os así distin­guir divinidades com o Ares y Atenea, cuyos atributos primitivos e n ­lazan con la segunda función, num erosos héroes com o Heracles, Tideo, Parténope y Aquiles, cuyas gestas ilustran el destino del gue­rrero, así como de las colectividades de carác ter netam ente mili­tar, com o las de «Hijos de la siembra» en Tebas (hoi Spartoí, es de-

Page 74: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

El m ili ia r /77

cir los nacidos de los dientes del dragón que sem bró Cadmo, ances­tros de la nobleza tebana), los Flegieos en O rcóm eno de Beocia, los Egeidas de Esparta, los Geneneos en Cólquide o la de los Gigantes enemigos de los dioses. La dualidad de la función guerrera por r e ­lación a la función de soberanía, según se despliegue por sí mismao que acepte co laborar en posición subordinada al m anten im iento del todo, o que se ejerza de m anera ordenada o desordenada, servi­rá para explicar la antítesis de Ares y Atenea, de Heracles y de Aqui- les, o la oposición hesiódica entre la raza de b ronce y la de los h é ­roes. Fosilizada en un rito de época clásica, se pensará en descubrir tal o cual tripartición significativa: com o en la ofrenda al joven c re ­tense por su am an te de uníi copa, de una a rm adura y de un buey.

Pero lo que predom ina en la historia griega, desde las tablillas micénicas del siglo xm a.C. y los poem as hom éricos del siglo vm a.C., es algo muy diferente: es una concentración^de las capacida- des y responsabilidades militares en la cúspide de,la jerarquía.so- c ia l /en m anos de una élite que en el cam po de batalla desem peña una_funciofv_déte rm i n an té,~ p r opo re io n a L a su fu n c i ó n en m ateria política y económ ica? A esta élite le co rresponde alardear, en p r i­m era fila, de su riqueza, de su p oder y de su valor, m ientras que el pueblo se limita a ir en un segundo plano, en formación com pacta, para apoyar y ap laudir las hazañas de los campeones. Clase que tie­ne el privilegio de las arm as forjadas por,los dioses que los_a_sisten,? d e : los« escudos agigántese o s ' y J s o b re ' todo de d o s . carros • de gúerra (¡sin perjuicio de servirse de ellos — en H o m ero — de m anera ab e ­rrante o com o simples medios de transporte!). Casta q u e s e lleva la- mejor- pa i te del"botín ■ com ún? bellas “cautivas y ob jetos, preciosos., Las sociedades aristocráticas situadas en los um brales de la histo­ria griega estaban, pues, sometidas a una hegem onía global y fun­cionalm ente indiferenciada, aunque las virtudes guerreras e ran las más apreciadas y las que se expresaban con m ayor autonomía.

La form ación de las ciudades, iniciada en el siglo vm, conduce progresivam ente a la fijación de nuevas re laciones com unitarias. Pero esta m utación, que se sigue muy mal en detalle, no modificó el principio de distribución de las funciones militares en tre los m iem bros de un cuerpo civil que se irá ensanchando más o m enos ' a lo largo de los siglos según el régim en que se adopte.

En lo sucesivo se es soldado en la m edida en que se es c iudada: no y no a la inversa. El ejercicio de la fuerza arm ada constituía, no el origen, sino la expresión privilegiada de los diferentes aspectos de la cualidad de ciudadano. Así, el p r im e r nivel venia d e te rm in a ­do po r lá capacidad económ ica de los individuos para dotarse p e r­sonalm ente del a rm am en to adecuado. Pero, en sí, esta capacidad

Page 75: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

78/Y von G arlan

no de term inaba el rango civil. Por eso en Atenas la clasificación censataria de los c iudadanos y las atribuciones políticas co rrespon­dientes se fundaban en la im portanc ia de sus rentas y no en crite­rios de ca rác te r militar: senc illam ente resultaba natural que de te r­m inado servicio sólo fuera exigible a los que ocupaban de term ina­do lugar en el censo. Esparta, en to rno a la cual se creará en el siglo iv una exagerada fama militarista, no era una excepción a este res­pecto. Lo que, en Esparta, condiciona la entrada en el cuerpo de los «pares» (hómoioi), es (adem ás del nacim iento) la posesión de un gran te rreno cultivado p o r los ilotas y la posibilidad, que se deri­va de ello, para invertir una par te proporcional en las comidas en com ún; el co m p o rtam ien to en eJ com bate sólo se tenía en cuen ta co m o e lem ento negativo, es decir, com o origen de la descalifica­ción social. Resulta significativo que cuando la Esparta helenística qu iere p o n er rem ed io a su «oliganlropía», m edíante la integración en el ejército de algunos ilotas, el criterio para p ro ced e r al rec lu ta­m iento será censatario y no en función de la valentía.

Veamos ahora, una vez establecido este principio, cóm o se re ­fleja co n c re tam en te en la vida militar.

E l m odelo hoplita

La m anifestación más evidente del p roceso de formación de la c iudad es la aparic ión de un nuevo tipo de com batiente: el h o ­plita.

La pro tecc ión del hoplita está asegurada p o r las grebas, un cas­co y u n a coraza de bronce , así com o po r un escudo c ircu lar de 80 a 90 cm de d iám etro , hecho tam bién de b ronce o de un arm azón de m ad era o m im bre y recub ierto de piel. La principal originalidad de este hóplon, que constitu irá el a rm a em blem ática de los hoplitas, consistía sin em bargo en no colgarse del cuello po r una correa, sino p o r llevarse en el an tebrazo izquierdo, em brazado po r una abrazadera central de b ro n ce y una co rrea periférica com o aside­ro. De esto se derivaban dos consecuencias esenciales. Por un lado, el hoplita sólo disponía de su brazo derecho para m anejar sus a r­m as ofensivas: una lanza de m adera, de una longitud aproxim ada de 2,50 m, provista de una pun ta y de un con trapeso de h ierro o de b ro n ce , así co m o una espada corta para la lucha cuerpo a cuerpo. P or otro, la p ro tecc ión de su flanco derecho, re la tivam ente descu­bierto , tenía q u e asegurarse p o r un co m p añ e ro de Fila den tro de u n a falange su fic ien tem ente com pac ta (habida cuen ta asimismo de la lim itación de visibilidad y agilidad de los com batien tes im­puesta po r el casco y la coraza). Hay que adm itir que esta doble in­

Page 76: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

El mil¡lar/79

novación técnica y láctica coincide con una extensión del reclu ta­miento a todos los que estaban en condiciones de dotarse de ese ar* m am ento y, por tanto, con una relativa ampliación de! cuerpo cívi­co más allá de los límites de la aristocracia tradicional.

La protohistoria de este tipo de falange de hoplitas sigue siendo muy controvertida. ¿En qué fecha aparece, a mediados del siglo v i i ? ¿De repente o después de un periodo de tanteos? ¿Representa una revolución com pleta en relación con las modalidades de co m ­bate precedentes? ¿Fue causa o consecuencia de las mutaciones sociopoh'ticas con tem poráneas y, en concreto, del surgimiento de la tiranía? ¿Qué ocurrió con la caballería que, según Aristóteles, ha­bía sido el a rm a favorita de las prim eras ciudades aristocráticas? Estas son algunas de las preguntas que continúan planteándose los historiadores m odernos y que yo me limito a recordar aquí para cen tra rm e en lo que sucede en época clásica, periodo mucho m e­jo r docum entado.

ELanriam entoldé í Hoplita, con el tiempo, se simplificó yaligeró. j Por lo general desaparecieron los brazales, las musteras o quijotes, el tonelete o faldellín antiflechas, así com o la segunda lanza utiliza­da com o jabalina, elem entos que a veces figuran en las representa­ciones arcaicas. La coraza m odelada de bronce se sustituye por una casaca de lino o cuero reforzada con piezas metálicas.'El conjuntó? 1 siri em bargo; seguía requiriendo 'lina inversión importante,-de al m enos cien d racm as áticas, lo que representaba aproxim adam ente

('el salarió trim estral dé un obrerd~media.n_a.rnente, cualificado. En la Atenas del siglo v, un esfuerzo económ ico así sólo podía exigirse a ciudadanos que pertenecieran a una de las tres prim eras clases censatarias, entre las que la tercera, la de los zeugitas, constituía el grueso de los efectivos. Criterios de selección así, en el interior del cuerpo civil, debían de existir un poco en todas partes, po r lo m e­nos allí donde esto no se limitaba, com o en Esparta, a los que preci­sam ente estaban en condiciones de armarse como hoplitas.

Lá.prúéba decisiva que i o s 1 ágüárdaba era una batalla con uñ> p!an :pretoncebido , que solía denom inarse agón, igual que el certa­m en atlético y que g lobalm ente estaba organizada de la misma m a­nera, con sacrificios p re lim inares (con diferentes niveles de p ro ­gresión), enfren tam iento en un cam po delimitado, y acciones de gracias acom pañadas de ofrendas con frecuencia análogas (coro­nas, trípodes). El com bate se desarrollaba lealmente, conform e 3? prácticas fñuv ritualizadas, sin bu sca r ningún efecto sorpresa.»

Una vez que, más o m enos tácitam ente, se había convenido con el enemigo un punto de encuen tro , muy igualado, como por ejem­plo una llanura labrantía, se formaba la falange con varias filas (ocho po r regla general) para poder e jercer una presión colectiva y

Page 77: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

80/Yvun Carian

asegurar que se cubrían autom áticam ente los vacíos. Los interva­los entre los combatientes eran menores de un metro, de m anera que un ejército de dimensiones medianas, por ejemplo 10.000 hombres, se extendía unos 2,5 km. En las alas tomaban posición al­gunos contingentes de tropas ligeras y de caballería que se encar­gaban de oponerse a cualquier intento de desbordam iento y de contribuir, al principio y al final de la batalla, a crear confusión en las lineas enemigas. Después de asegurarse con un último sacrifi­cio el favor divino, se iniciaba, en dirección al enemigo, distante unos centenares de metros, una m archa ordenada que solía te rm i­nar a paso ligero: los espartanos la realizaban en mpdio de un silen­cio impresionante, sólo al son de la flauta, mientras que otros la acompañaban con fanfarrias a base trompetas, gritos y peajies de ataque en honor de Ares Enialio. El choque se producía frontal­m ente y sólo daba lugar a unas pocas maniobras laterales, además de que la falange tenía una tendencia natural a ávanzar ob licua­m ente hacia la derecha, po r la sencilla razón de que cada uno de sus com ponentes tendía a desviarse im perceptiblemente por el lado opuesto al escudo en la dirección de su com pañero de fila. Salvo por rotura accidental del frente, era en las alas donde se deci­día el resultado de la batalla: la prim era ala derecha que conseguía m antenerse provocaba poco a poco la dislocación de la falange contraria. Los jefes no podían modificar realmente el curso de los acontecimientos, por falta sobre todo de tropas de reserva, con lo que seguían el pánico, el desconcierto y una breve caza de los fugi­tivos. La batalla concluía, por parte del vencedor, con un peán de victoria en honor de Dioniso y Apolo, con la erección de un trofeo en el campo de batalla (un simple armazón de m adera decorado con armas arrebatadas al enemigo), con el permiso para retirar a sus muertos y, de regreso a casa, con las preces acom pañadas de sa­crificios y banquetes.

^[^¿at^ l^daH oiílips, destinada a producir rápidamente un jui­cio sin apelación, se resolvía a menudo en una mañana y s ó l o rnan-

ente a~Ioslciudplanos. ajejadosTcle^suís-ocüpa3 ciones“COt i dianas?, dado que sobrevenía al término de una breve campaña, de unos días o, com o mucho, de unas semanas; con buen juiciofj as^ostilid^es:$e;eglp^ban:en;buenia~ténipora“da^de:mane - í arcj u e restuvieran:garaTTlizadas"l as'-c osee I iasy-podersea pTop i af ci é

¿ias~~delrenem igo, de esta manera las preocupaciones por la inten­dencia se reducían al mínimo: bastaba pedir a los movilizados que se presentaran con algunas provisiones para el camino y, para lo demás, contar con el producto del pillaje o con la presencia espon: tánea de com erciantes encandilados por el negocio. /T.ampiocójf'fce i^ q u e ria^m u c h a - p r e o c u p a c ió n T p o r d a y im p e d i me ot ajyaiq u e íc adá

Page 78: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

El m ili tar/81

]üiio"s e 'p re s e n tab a-c o n-sus -armas ,-í t naj e s 7 d er campa ña — que ni si­quiera Ténían el aspecto cié uniformes, salvo la"s*tunicas rojas que11 e vab an los espartanos— , yre f e c t os ¿pe rs o n~alesjc_a rgados-.e n ru n a% m ula^o -} 1 e vados ;p5nun:escla?vo» Lá rupturaycon ~1 arv ida-c i vi 1-e ra-v.e r - ^ daderam ente^m i n im

La’ atirTós fe iá "q ue 'r einaba_en“el-líj éTc it o" t a m p o cord i st aba^m uc h o d e“l a"vi d a^lTalíi tTTa 1 Elrarterd e?:l arp e rs u a s i o Tí s e e j ereí á"cóñlóeri*la asamblea; e ñ fo rm á d e^x lio rtac i o nesrjm uycl a ra s:di ri gi d asía 1 ;fre nt_es dfc" las - trorpás:i n m ediatam e ntetarTtésTcle líatá'qu e^El m ando suprem o recaía sobre magistrados elegidos po r todo el pueblo, com o los diez estrategos atenienses, que a m enudo actuaban co leg iadam en­te, y sus principales ayudantes, los taxiarcos, puestos a la cabeza de los contingentes de las diferentes tribus, salvo en Esparta donde el m ando recaía en los reyes o en algunos de sus parientes, rodeados por los «com pañeros de tienda» que com prendían , en tre otros, a los poiem arcos elegidos y puestos a la cabeza de los diferentes regi­mientos. Una vez más la excepción es Esparta cuyo ejército, según dice Tucídides (V, 66, 4) «está com puesto poco más o menos por m andos jerarquizados», los oficiales subalternos en principio eran pocos, se m antenían duran te el com bate en la prim era línea de sus unidades, llevaban sólo unas pocas insignias distintivas (penachoso plumas en el casco) y sus funciones no se pro rrogaban au tom áti­cam ente de una cam paña a otra, no formaban por tanto ninguna casta profesional. Los hom bres de la formación, dotados de arm as idénticas, in tegraban unidades intercambiables, con excepción de los más jóvenes, que eran colocados en las prim eras filas, y los más motivados, po r ser los más interesados en el éxito de la operación, que ocupaban el ala derecha. En estas condiciones, Aarob^cliéríciá" s'e~basaba~esencialm'ente:enTekeonsensó‘: los castigos, sobre todo de tipo corporal, estaban condicionados a un juicio en la debida for­ma ante un tribunal del ejército o, a ser posible, ante los tribunales ordinarios de la ciudad.

El valor de los hoplitas no era así fruto de una disciplina p rop ia ­m ente militar y, m ucho menos, com o hem os visto, de una pasión guerrera que no deja sitio para el m iedo (como lo prueba la p ron ti­tud en adm itir la derrota). Con vistas sobre todo a garantizar la co ­hesión de la falange, elrvalor_s e?b<pa ba-e n una^solidarri“daíj'bién;’erP Rendid a; co n s i s tí a-e n:no“ábañcl ó ñ á r a “ l‘o's~c o m j5a ñeips-d e í o n i 15a te y ’ por't^toT^nrpermánecer-ñrTiiesTen’supITgsto^Este^señti miento* séTi n cu l cabarp erm an ente m erfle-a-l os'IwTñoi oVéspWtáñósra; t rav é s d ^ t^ a^ láT o rg añ izac ió n ^ o m u n itaT ia^ csú ^ v id á cótitliáha? En^Ate- ,n a siseare forzaban i gu a 1 m e nté’Tm e“d iaTYfeTelTrea'gnlpííFñ ie n toTd <rrt os ¡> com batieñ tes 'ennribus, es dec ir en trittycs (la te rcera parte de una tribu). Podían así ac tuar p lenam ente en el seno de la falange reía-

Page 79: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

82/Y von Gai lan

ciones naturales de ayuda fundadas en el parentesco, la amistad y la vecindad,

Quizá por insistir dem asiado en ios aspectos lúdicos y gregarios de la batalla de hoplitas co rram os el riesgo de olvidar la violencia de los choques individuales a que aquélla daba lugar, con pérdidas re la tivam ente im portan tes estimadas en un 14 por 100 p o r parte de los vencidos y en un 5 po r 100 por p a n e de los vencedores. La pelea estaba muy lejos de em pujarse a codazos, com o en la mêlée del rugby; para con tener o repe le r a la fila del adversario, los hoplitas tenían .que lu ch a r cu e rp o a cuerpo .con su enemigo inm ediato corf la lanza y luego con la espada. ;En el m om en to más agudo de la ba? talla, el choqué colectivo se descom ponía así en u n r i e _ d e . c p m bates 'sin^ulares/Lá"difereñciá con la edad heroica es que los hopli- tas .no ’jeníán .. que ,ii\ ellos au tó n o m a m e n te , en pos de ,la hazaña, co m o el caso de aquel espartano que quiso redimirse en Platea por h abe r sobrevivido en las Termopilas acusado p o r sus compatrio tas de haber «abandonado la Fila com o un loco» po rque «buscaba ab ier tam en te la m uerte para escapar a la vergüenza que pesaba so­bre él», se encon tró privado de honores (Heródoto, IX, 71). Como buen ciudadano, tendría que haber som etido su acción a cierta dis­ciplina moral (sôphrosÿnè) y tenido en cuenta los intereses de su colectividad.

Al m odelo rep resen tado po r la figura del hoplita, r igurosam en­te definido p o r relación al plano político y con tendencia a hacer valer la p reem inenc ia de de term inada élite social, conviene darle unos límites tem porales. Aun cuando se con tinuaran ce lebrando más que nunca los m éritos de este tipo de combatientes, en par­t icu la r en las personas de los com batien tes de Maratón^desde'fiñ'áles71 dël siglo v se com ienza efectivámerite a h acer extensivo el recluta^ m iento; de hecho si no de derecho; en Esparta, a algunos de la clase de los inferiores; en Atenas, a los tetes, que constituían la cuarta y ú ltim a categoría censataria. Por o tra parte, en el plano militar, la falage hoplita (que, a decir verdad, ra ram en te había intervenido sola, com o en Maratón) tuvo que con ta r cada vez más con la infan­tería ligera y sobre todo con el cuerpo semiligero de los peltastas, an tes de ten er que adm itir su inferioridad ante la falange m acedó­nica. S im ultáneam en te crecía en el arte militar la im portancia de la sorpresa, de la astucia, de la traición, de la habilidad técnica. Los co n tem p o rán eo s fueron muy conscientes de ello, com o Demóste- nes que, en el año 341, en su Tercera Filípica (47-50), reconocía am arg am en te esta evolución. Sin em bargo, hay que evitar pasar de un ex trem o a otro: là infantería de hoplitas con tinuará siendo,"has*

,la en las c iudades helenísticas, un a rm a noble po r excelencia, y du’ ran te ,u n t iem po con tinuará desem peñando úñ papel esencial en

Page 80: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

El militar/83

las batallas llevadas según un plan_previo que decidieron .el curso^ ¿cléia'historia?

LaJlóbligacione^s m ilitares a lo largo y: a^ lóan ~ch o 'd e^la^escdla'soci al

El resto de las demás formas de participación en la vida mili­tar de la c iudad se sitúan en ambas partes del eje que hemos exa­minado.

ErLGrecia;_la posesión;d~e:un cabaHo.era;ün signo evidente de ri- que_7.a'y p e r ten ece r S lárCaballeria era una distinción social^incluso en las regiones de vastas llanuras, com o Tesalia, Beocia o Campa- nia, más propicias a la cría caballar. En Atenas, parece que durante m ucho tiempo se contó al respecto con la buena voluntad de los jó ­venes aristócratas que tenían los medios suficientes para m antener una cabalgadura y el tiempo necesario para practicar la equita­ción, al m enos tanto para la parada y la victoria en los concursos com o para )a guerra. Debido a los consejos de Feríeles,doTfatehien1 sesearmeeliadósldél;siglólv^sé^dotaron d e vuna _caballe¡ríaL: regular , com puesta de 500 y luego de 1.000 ciudadanos (así como de 200 a r­queros a caballo), a m enos que esto no sucediera antes, a com ien ­zos de ese siglo, cuando los vasos nos presentan las primeras esce­nas de examen para ingresar en la caballeria. Qüizá“el único 'm érito i d e iR e r i c ía f u e r a "institucional i zar el sisterna devrec 1 utaniientq vi: gente;en:época’cjásicarEl sistem a consistía en la entrega de uñatíe--» Xermiñada.cantidad-de d inero a :u n a se lecc ión : de jóvenes p ro c o dentes-d e iá s dos primefas 'c lases censatarias^(sobye todo^de la se­gunda; que recibí a^Tre c i saínen te e 1 n ó rrí bre d ehippeís, cab al 1 e rers); esta sum a bastaba o, por lo menos, ayudaba para la adquisición de un caballo adecuado para el com bate, cuya revaluación periódica se hacía constar en láminas de plomo, que han aparecido en gran nú m ero en el ágora. Se _c o n ce di aT ad grñ ásiun a^s u Vfv é ñ c i ó h d i a ri a pa ía -ebm an t^ i lT lien to del caballo.-El enrolam iento en el cuerpo cléjcaballeriá qúe“d‘ába Ssí reservado a u n aé li te censalariade term i- nadaj cuyo prestigio quedó de manifiesto en el friso interior del Parlenón haciá 440, antes de sufrir la restauración dem ocrática de 401, a pesar de los alegatos públicos de Jenofonte hacia 360.

Desdexl pún to de vista militar,"la caballeria griega siempre fue limitada debido a su incapacidad_de abrir, b recha en la formación de hoplitas.TAunque la caballeria disponía de lanzas corlas que po­dían usarse com o jabalinas, provista a veces de espuelas y corazas ligeras, pero privada de estribos y de sillas rígidas y con la desventa­ja añadida p o r la ausencia de herraduras en las cabal gadu ras/~laca>

Page 81: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

84/Yvon Garlan

ballena 'sólo podía, p o r J o general, servir^para:tareas de explorar ción y hostigámiéntc?; con unos efectivos equivalentes a lo sumo, en la mayoría de las ciudades, a la décim a parte de una falange. Los espartanos fueron especialmente remisos en esta materia porque esperaron al año 424 para dotarse de una caballería de 400 ji­netes.

Los atenienses m ás ricos , pertenecientes en su ¡mayoría a la pri­mera categoría censataria de los pentacosiomédimnos, ¿tenían

¿com o‘Tñisiorr específica con tr ibu ir^a l^o r iam en to^naya lj g n un principio, quizá procurararfé llos mismos los barcos en el m arco, muy mal conocido, de las naucrarías y, después de la instauración de la trierarquja, cuidaban del mantenim iento y funcionam iento de las trirrem es construidas por el Estado. Esta liturgia, asumida periódicam ente en función de las necesidades, resu ltaba m uy o n e ­rosa porque alcanzaba a veces casi las 6.000 dracmfas. Hubo así que habilitar la m anera de repartir mejor la carga: primero, al final de la Guerra del Peloponeso, entre los dos trierarcos, luego, en 357, asignándosela a los grupos llamados simorías. Las dem ás exaccio­nes con finalidad militar recaían sobre num erosos zeugitas: en principio se trataba de contribuciones (eisg/ioraíjj ^ pero que se fueron haciendo más o menos regulares a partir de la Guerra del Peloponeso y cuya percepción se facilitó, a par tir de 378-377, mediante la creación de las simorías, basadas en las simo- rías de los trierarcos, donde los fiadores eran los más ricos. A partir de la segunda mitad del siglo iv se contó igualmente con donacio­nes voluntarias (epidóseis) procedentes de las mismas categorías sociales, recom pensadas con hermosos decretos honoríficos. Estas eran las principales posibilidades internas de financiación militar en las ciudades cuyos ingresos regulares dejaban poco saldo.

M uchosc iudadanos atenienses que pertenecían a la última cla­se. censataria^ (nías deTla mitad de Taciudadanía)'sólo'podíañrprestá’r un servició personal, limitado duran te m ucho tiempo a las armas m ^s^espresiig iadas . Esteléfá^él caso de -las tropas l igerásr4anzado- rés de jábáliTTá. árqueros y honderos /cuya intervención ai m argéh dé la' falange de hoplitas fue /has ta el siglo v, de poca eficacia,-ade-* más de que su forma de ac tu a ra distancia estaba m oralm ente deva­luada, hasta el punto de que la encontram os prohibida en alta épo­ca arcaica en un acuerdo entre los calcideos y los eretrios cuando se peleaban por la llanura de Lélanto. Los arqueros, en particular, tuvieron muy mala fama desde H om ero a Eurípides; un personaje de este dram aturgo estigmatiza a Heracles en estos términos:

Nunca embrazó un escudo con su izquierda ni hizo frente a una lanza, sino que con el arco, el arma más cobarde, siempre estaba presto para huir.

Page 82: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

El m íl i ta r /85

El arco no es la prueba de bravura para un guerrero, sino que consiste en quedar firme en su puesto y en ver, sin bajar ni desviar la mirada, moverse ante él un campo de lanzas enhiestas (Heracles, 159-164).

A partir de la guerra del Peloponeso. y sobre todo con la m ulti­plicación de los p eltaslas a rm ados_dejabalinas y de un escudo pe; queño^£>é//a), se hizo cada vez más evidente que, en ocasiones, las tropas ligeras podían aventajar a los hoplitas y que en num erosas circunstancias se im ponía su utilización (protección de límites te­rritoriales, guerra de asedio). Los prejuicios que rodeaban a este tipo de tropa se fueron así disipando con la evidencia de los hechos pero sin llegar a desaparecer totalmente.

A las mismas categorías sociales pertenecían los rem eros que, a r r inconados en sus bancos de boga, garantizaban la propulsión de las tr irrem es antes y duran te el combate. La clase de los tetes a te ­nienses, destinados a servir com o remeros, que por sí sola apenas hubiera conseguido llenar doscientas o trescientas naves, se vio r e ­forzada por la presencia de num erosos extranjeros. De su capaci­dad de m aniobra dependía el éxito del abordaje con el espolón, que era el fundam ento de la táctica naval, ya que la decena de hoplitas em barcados en cada tr irrem e sólo servía para com pletar los efec­tos del abordaje. Se puede dec ir que los rem eros llegaron a consti­tuir una pieza m aestra en el desarrollo del imperialismo marítimo ateniense inaugurado con la prestigiosa victoria de Salamina en 480. Sin embargo, no gozaron de una buena reputación en la opi­nión de los aristócratas, com o se ve por la expresada en vísperas de la guerra del Peloponeso en la Constitución de los atenienses del «viejo oligarca» o, más tarde, en la obra de Platón. Otras ciudades, com o Esparta, se con ten ta ron con em b arcar en sus respectivas flo­tas a rem eros que no eran ciudadanos, com o dependientes ruraleso extranjeros, y pocas fueron las que, com o la Rodas helenística, tu ­vieron en la más alta estima el hecho de servir en la marina.

Los ' marginales .de ¡a ciudad

La ley de proporcionalidad entre la función militar y el estatus social se pone de manifiesto además si extendem os la investigación a los límites del cuerpo social.

Los que tenían m ayor afinidad con los c iudadanos eran los hijos m enores porque eran ciudadanos en potencia , educados y tratados com o tales. Situados com o estaban en tre la infancia y la edad adu l­ta, en Grecia com o en otras partes, asimilados tanto a la naturaleza com o a la cultura , en una fase de transición m arcada fuertem ente

Page 83: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

86/Yvon Garlan

por antiguos ritos de iniciación, se los dedicaba a ejercicios que lo mismo los oponían que los p reparaban para el com bate de hopli- tas. El p rim ero de estos aspectos ha llamado m ucho la a tención de los historiadores m odernos, a la luz. de num erosos paralelos e tno­lógicos p rocedentes de otras sociedades arcaicas, com o las africa­nas del siglo xix.

Esto se aprecia muy bien en la educación espartana (agógé) que, duran te más de diez años, multip licaba para los jóvenes agrupados en «rebaños» pruebas de endurec im ien to y sim ulacros de combat^_ acudiendo sobre todo a la astucia. Al térm ino de esc periodo de prueba, los mejores irénes pasaban en tonces por la institución de la krypteía. Los kryptes, es decir los «escondidos» o «clandestinos»,

| eran enviados en p leno invierno a las más remotas regiones del te­rritorio, sin provisiones y arm ados con un simple puñal, con la consigna de no dejarse ver, alim entarse a base de pequeños hurtos y de dedicarse p o r la noche a la caza de ilotas, a quienes los éforos habían dec larado prev iam ente la guerra. Durante esta fase de se­gregación, previa a su integración definitiva en la sociedad de adul­tos, se com portaban , por así decir, com o antihoplitas.

EnTA'tenas^los jóvenes pasaban a m años del Estado más tarde que eñ E sparta /so ló al final de la adolescencia?Quedaban entonces som etidos a la efebía, cuya existencia debe rem ontarse por lo m e­nos a principios de época clásica, bajo la forma de un único año de form ación reservada a las tres p r im eras clases censatarias. La efe­bía nos es m ejor conocida en fecha muy posterior, tras su reorgan i­zación y reforzam iento po r Epícrates hacia 335-334, en un m o m en ­to en que Licurgo se esfuerza po r res taurar una potencia militar muy co m prom etida después de la derro ta de Q ueronea ante los m acedon ios (338). Un capítulo de la Constitución de los atenienses de Aristóteles (cap. XLII) y algunas inscripciones nos perm iten descubrir los principales aspectos de su funcionam iento . Aquí la efebía conc ie rne al conjunto de los hijos de c iudadanos con inde­p endencia de su condición censataria, en tre los 19 y los 20 años de edad. Durante el p r im er año, los efebos, después de haber reco rr i­do los santuarios, pe rm an ec ían de guarnic ión en El Pireo donde re­cibían una com pleta instrucción militar: manejo de arm as de h o ­plita, tiro con arco , lanzam iento de jabalina, m anejo de la catapul­ta. Al año siguiente, pasaban revista y recibían del Estado el escudo y la lanza de hoplita, antes de h acer m archas p o r el Atica y de p e r­m an ec e r en guarn ic iones fronterizas fort ificadas. Los jóvenes se en con traban así, de una m anera m enos m arcada que los criptas la- cedem onios , especia lm ente marginados, igual que lo estaban en el p lano políticó, au n q u e figuraran ya inscritos en los registros de los dem os, debido a su ausencia de la asam blea popu lar y a la prohibí-

Page 84: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

lil mil i ta r/87

ción que tenían de entablar pleitos excepto por lo que afectaba al derecho familiar. En tiempo de guerra, sólo son parcialmente co m ­batientes porque su función com o la de las clases entre los 50 y 58 años, se limita teóricam ente a la defensa del Atica.

La m isma posición antitética de los jó\'enes con relación a los adultos se encuen tra en otras partes bajo formas más o menos eva­nescentes y a diversos niveles. Reaparece, por ejemplo, en la distin­ción (típicamente platónica) entre la caza nocturna con trampa, red y nasa, recom endada a unos, y la caza de montería y con vena­blo, reservada a los demás. Aflora a m enudo también en el universo mítico, rico en adolescentes perpetuos, inmaduros e indómitos por no haber conseguido integrarse en el m undo de los adultos, como, po r ejemplo, la figura de Hipólito. Otro buen representante de esta juventud, que lleva hasta el límite la afirmación de su especificidad antes de fundirse en la com unidad, es el héroe ateniense Melanio, es decir el «Negro», que triunfa p o r em plear la astucia (apáté) so­bre el tebano Janto, el «Rubio», en un com bate singular por la po­sesión de una pequeña franja fronteriza: de aquí toma el nom bre la fiesta de las Apaturias (derivado etim ológicam ente de la palabra apáté), du ran te la cual los adolescentes de dieciséis años, al a lcan­zar la m adurez fisiológica, eran presentados a las fratrías de sus pa­dres y ofrecían com o sacrificio sus cabelleras.

El resto de la población tenía com o característica com ún la de estar privado de todo derecho político y de no formar parte de la ciudad en el estricto sentido del térm ino. Pero estos no-ciudadanos constituían sin em bargo un e lem ento indispensable para la super­vivencia de la ciudad, lo m ismo que com partían indirectamente en tiempo de guérra los éxitos y sobre todo los fracasos. Por tanto, no podían vivir com ple tam ente al margen de las actividades militares. De hecho si no de derecho, pasiva o activamente, de forma más o m enos regulad y siem pre en una posición subordinada, este tipo de población estaba implicado según las modalidades concretas que dependían, para cada categoría, de su distancia variable, o mejor de su posición original con relación al cuerpo social.

Así es com o en Atenas los ciudadanos domiciliados que, de al­guna m anera, se habían integrado y alcanzado la privilegiada situa­ción de m etecos contribuían, en unidades separadas, sólo a la de­fensa del territorio (como hoplitas o com o infantería ligera según sus rentas, pero no com o caballería) y servían sobre todo en la Ilota com o rem eros o com o m arineros especializados, pero no como pi­lotos. Asimismo estaban sujetos a las eisphorai, a las que contri­buían en una sexta parte, pero no les afectaba la tríerarquía, dado que im plicaba el m ando de una trirrem e, En el ejército lacedemo nio entraban, p o r su parte, contingentes de hoplitas periccos así

Page 85: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

88/Yvon Gai'lnn

como exploradotes denominados escíritas (skirítai), enrolados en un distrito de la m ontaña conquistado antaño a Tegea por Es­parta.

El papel militar de los esclavos consistía norm alm ente en ase­gurar, tanto en el seno del ejército, como de la vida civil, el servicio personal de sus amos. Solamente en algún momento crítico, en ­tiéndase desesperado, se podía a rm ar a algunos de ellos. Las dispo­siciones adoptadas en este sentido vanaban, por Una parte, según la situación de los interesados, y sobre todo según que se tratase de esclavos-mercancía de tipo ateniense o de poblaciones indígenas reducidas a la esclavitud com o los ilotas espartanos. Por otra parte, dependían de la honorabilidad de la función que les había sido con-

. fiada: rem eros o infantes ligeros más que hoplitas. En función de j esto se procedía o no a su manumisión, antes o después de las ope- \ raciones. En suma, resulta significativo que los ilotas, considera­

dos especialmente sediciosos, fueran m ucho más solicitados que los esclavos atenienses: el hecho es que el recuerdo de haber sido antes un pueblo libre explica a la vez su espíritu de revuelta así como su relativo grado de cualificación militar.

Incluso las mujeres de origen ciudadano, aunque el valor fuera | por definición una cualidad esencialmente masculina, tuvieron• más o menos relación con la guerra, ya fuera com o víctimas ejern- i piares que encarnaban las posibilidades últimas de perpetuación I de la comunidad y que mejor sabían conjurar, con sus lamentos, | preces y estímulo a los soldados, la aniquilación de aquélla; ya fue-

ra como combatientes improvisadas luchando, de forma entera- 1 m ente excepcional, po r la protección de sus hogares. En estas oca­

siones las vemos provistas de arm as apropiadas a su condición (¡a veces hasta con utensilios de cocina!) y usando todo tipo de artifi­cios, no precisam ente propios de hoplitas, inspirados en su na tu ra­leza femenina. Sólo en el m undo mítico de las Amazonas o en el m undo utópico de la República de Platón encontram os la transfor­mación de mujeres-soldados; pero se trata entonces de una conver­sión condicionada bien p o r una parcial desexualización (por ejem ­plo, el hecho de la ablación del seno derecho para m anejar el a rc o ) , bien limitada a las vírgenes (parthénoi) que no han encontrado aún en el matrim onio la realización normal de su propia naturaleza.

■El militar por afición>

Un reparto semejante de funciones militares según la situación en el cuerpo social, y que se encuentra además en todas partes aun con formas variables, parece prescindir de toda calificación adqui-

Page 86: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

E! miIi tar /89

rida po r un en trenam iento específico y situarse ún icam ente bajo eJ signo del amaíeurismo.

Se trata de un lugar com ún en la re tórica oficia! de los discursos fúnebres, que tiende particu larm ente a reabsorber la función béli­ca en la función política. El m ejor ejemplo lo encontram os, al c o ­mienzo de la guerra deí Peloponeso, en Pericles, que declara o rgu ­lloso: «Porque confiamos no tanto en los preparativos y estra tage­mas cuanto en nuestra firmeza de ánim o a la hora de actuar» (Tucí- dides, II, 39, 1).

De todas las condiciones sociales que pred isponen para el ejer­cicio de las armas, a lá que más valor se le daba era a la de agricul­tor. La agricultura pasaba por ser la m ejor iniciación para la gue­

r r a , - p o r diversas razones, expuestas en particu lar por Jenofonte en el libro V del Económico. Ante todo la posesión de la tierra «incita a 1

da defensa del territoriox:on las arm as porque las cosechas que p ro ­duce están al a lcance de todos y a m erced del más fuerte»; porque la agricultura «nos enseña a m an d ar a los demás», inculcando el sentido del orden, la oportunidad, la justicia y la piedad; en último lugar porque «hace vigoroso al cuerpo». En este aspecto, la agricul-~ tura conjugaba sus efectos con los de la cazaT considerada en la Ciropedia ( 1 , 2 ) com o «él más autén tico en trenam ien to para Isl guerra^:

La caza efectivamente habitúa a levantarse temprano, a soportar el frío v el calor, adiestra en la marcha y la carrera, obliga a lanzar la jabalina o la fle­cha contra los animales cada vez que aparece uno; forzosamente además templa el alma cuando, com o suele suceder, un animal valiente hace frente y hay que aceitarle si se acerca y esquivarlo si se echa encima. Es, pues, difí­cil encontrar en la guerra una situación que no se presente durante la caza.

P o r el contrario , los oficios ar tesanales «arruinan el cuerpo de los obreros que los practican y de los que los dirigenr'obligándolos a una vida doméstica, sentados a la som bra de sus talleres, e inc lu ­so a pasar a veces todo el día jun to a la lumbre: de esta m anera los cuerpos se debilitan y las almas tam bién se vuelven más cobardes», hasta el pun to de que estas personas «pasan po r ser unos pobres de­fensores de su patria» (Económ ico , IV). Estas consideraciones ideológicas se reflejan en ocasiones en las instituciones: si es c ie r­to, p o r ejemplo, que para ser elegido estratego en Atenas hacía falta estar en posesión de t ie rra den tro de las fronteras.

Otra condición para ese tipo de elección parece haber sido (aunque no se sabe bien en qué m edida y hasta cuando fue respeta­da) que el candidato fuera igualm ente padre de familia. La preocu^ pación p o r preservar lá libertad dé los hijos daba desde luego a un

Page 87: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

90/Yvon Garlan

soldado una razón más p ara pelear, com o sostiene Platón (Repúbli­ca, V, 4"67a) «todo ser vivo com bate mejor cuando están presentes aquellos a los que ha engendrado». Al realizarse p lenam ente su ser social, un c iudadano llegaba a un grado suprem o de responsabili­dad y de disponibilidad que lo p redisponía para el sacrificio por la* supervivencia de lá com unidad1; com o fue el caso de los padres de familia que los espartanos incorporaron , en 480, en la unidad de élite de trescientos hom bres enviados a las Termopilas. Al amateu- rismo de lös ejecutores co rrespondía el de lös que tom aban las de­cisiones y losjefés. Los m iem bros de la asam blea ateniense que de­cidían, hastä lös m enores detalles, sobre el curso de las operacio-» ñes carecían de la co rrespondien te com petencia militar. La mayo­ría de los estrategos, p o r lo m enos en el siglo v, tam poco tenían m ucha más, dado que deb ía jisu elección a la fama que se hubieran labrado en los debates de la asamblea, o en otro sec tor de la vida

v pública, com o fue el caso de Sófocles. Hasta el final de época clási- \ ca, los responsables militares fueron consecuen tem ente , en su in-i m ensa m ayoriarricos notables que tenían p o r tradición familiar un í sentido innato del m an d o y podían ocasiönälriiente con tribu ir a i ¿ m an ten im ien to de.-tropas* Se puede, po r ejemplo, co m p ro b a r que ¡el 61 p o r 100 de los estrategos atenienses conocidos figuran en el Icatálogo de grandes propietarios.

Correlativamente, los historiadores m odernos han insistido en el lugar ocupado en el aprendizaje militar po r las diversas práct icas sociales de ca rác te r cultura l y religioso, características de aquellos c iudadanos que no estaban aprem iados por la necesidad y podían d isfru tar de suficiente t iem po libre (skholé). En p rim er lugar figu* raban las pruebas atléLicas que se p reparaban en las palestras y gimnasios, t rad ic iona lm ente m uy vinculados a la vida militar, y que figuraban en el p rog ram a de los concursos organizados en el m arco de los santuarios cívicos o panhelénicos: carreras (una de ellas con arm as de hoplita), saltos, lanzamientos y pancracio . Un cam peón en esta especialidad era necesar iam ente un excelente soldado, com o indica una an écd o ta de Diodoro de Sicilia relativa a Milón de Crotona: «Este hom bre , seis veces vencedor en Olimpia, tan valiente g uerre ro com o buen atleta, fue al com bate , se dice, ci­ñ endo las co ronas olím picas y llevando los atributos de Heracles, la piel de león y la maza; artífice de la victoria, se ganó la adm ira ­ción de sus conciudadanos» (XII, 9, 6). En Esparta, tam bién los que habían ganado u n a co ro n a en los juegos com batían al lado m ismo del rey. A todo esto se añadían danzas procesionales con a rm a m en ­to de hoplita y o tros tipos d iferentes de danzas con armas, en tre las que la m ás cé leb re e ra la pírrica. Según P la tón -.

Page 88: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

El mi!itar /91

es la que imita hacerse a un lado o retirarse de mil modos o saltar en el aire o echarse a tierra de quien se guarda ante cualquier golpe o tiro, y por otra parte se esfuerza también en hacer imitaciones de los movimientos opues­tos a aquéllos, de los que dan lugar a actitudes ofensivas como en los lanza­mientos de flechas o jabalinas o la descarga de todo tipo de golpes (Leyes, VII, 815a).

Sin em bargo conviene evitar llevar esta visión hasta el absurdo. Siem pre hubo en efecto sus antídotos: el constante interés de todos p o r las operaciones militares, po r las razones de fondo que ya se han m encionado, y la com petencia general adquirida a fuerza de experiencia (como se prueba, par ticu larm ente en Atenas, por el hecho de que los altos cargos militares, tendían a concentrarse de m anera hereditaria en un nú m ero limitado de grandes familias).

No olvidemos tam poco que sólo se contem pla el m odo de co m ­bate hoplita: sólo a él se refiere el persa Fcraulas en la Ciropedia de Jenofonte (II, 3, 9) cuando dice:

todos los hombres poseen un conocimiento natural (de la lucha), como también los demás animales conocen cada uno su manera de pelear, sin ha­berlo aprendido de otro, sino de la naturaleza, como atacar el buey con los cuernos, el caballo a coces y el jabalí con los colmillos. Todos estos anima­les saben guardarse de los peligros que deben y eso sin haber acudido a nin­gún maestro.

En cambio, nadie habría negado que las cosas eran muy distin­tas en lo relativo a las arm as para disparar y, sobre todo, en la mari­na que, según’Tucídides (I, 142) «era una cuestión de oficio».

Por o tra parte, son m uchos ios indicios que llevan a pensar que en la vida real el en trenam ien to m ilitar no estaba tan desatendido com o afirman los ideólogos de la aristocracia. Incluso en la Atenas del siglo v los hoplitas debían recibir cierto grado de formación d u ­rante su efebíü y eran adem ás periód icam ente llamados a revistas donde se verificaba el buen estado de los equipos personales de com bate y donde, seguram ente, se realizarían maniobras en orden cerrado. Algunos preconizaban incluso el recurso a instructores profesionales que iban de ciudad en ciudad a enseñar, mediante sa­lario, en palestras privadas el manejo de las armas de hoplitas: este arte, la hoplomakhía, se inventó en Arcadia hacia mediados del si­glo vi. Otros profesores, de estrategia y táctica (entiéndase la forma de e je rcer la función de estratego y de a linear las tropas en la ba ta­lla) figuraban en el círculo de Sócrates, según los Recuerdos de S ó ­crates de Jenofonte. En cualquier caso, no hay duda que los espar­tanos, pese a su desconfianza hacia este género de sofistas especia­lizados en el arte militar, se ejercitaron más que los atenienses en el

Page 89: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

92/Yvon Garlan

oficio de las armas, con gran desprecio de P e n d e s que, en su o ra­ción fúnebre, se burla de «éstos que, desde niños, practican con un difícil entrenam iento el valor propio de adultos» (Tucídides II, 39, 1). Desgraciadamente ignoramos casi todo de los métodos utiliza­dos por estos «técnicos de la guerra», como los califica Jenofonte, salvo que daban gran importancia a las evoluciones tácticas, entre las que figuraba una peculiar contram archa que se conoce con el nom bre de «laconia».

Conviene sobre todo subrayar que a lo largo de la época clásica se concedió cada vez más im portancia a jo s aspectos técnicos del . arte militar. Esta evolución es ya sensible cuando ?e com para a He- ródoto, en el que la tékhné apenas ocupaba lugar entre la astucia y la fuerza, con Tucídides, en el que la técnica, aliada con la inteli­gencia, aparece en la práctica del mando. En el §iglo iv; las m ani­festaciones de la técnica militar son dem asiado.num erosas com o para enum erarlas aquí todas: aparición de tratados técnicos relati­vos sobre todo a la guerra de asedio, com o el Poliorcético de Eneas Táctico; insistencia de Platón sobre la necesidad de ejercicios mili­tares, conforme a una tendencia atestiguada en num erosas ciuda­des, especialmente en Tebas en época de Epaminondas y de Pelópi- das; prioridad de la experiencia en la elección de los estrategos, como vemos en la Política de Aristóteles y en un opúsculo anónim o del principio de época helenística (el tratado De eligendis magistra- tibus) que cita como ejemplos «algunas pequeñas ciudades bien re­glamentadas» en donde «se eligen tres de entre los que ya han ejer­cido la magistratura de estratego y dos más jóvenes»; especializa- ción de los estrategos atenienses en diversas esferas de actividad y distinción creciente entre ellos y los oradores, los hom bres de la guerra y los de la asamblea, que actúan frecuentem ente en conn i­vencia; etcétera.

¡Los mercenarios

Déntro de la evolución: que acabam os dé describir interviene-5 un fenómeno que, a prim era vista, parece totalmente incompatible con las profundas raíces cívicas de la función militar. Se trata de la* utilización, por.parte de las ciudades, de m ercenarios.o .d ic h o de i»

¿otra manera, dé profesionales de la guerra q u e p o r un salarió se po­nen servicio de una potencia ex tran jeras

Desde la época arcaica, hubo griegos, originarios sobre todo de Jonia, que alquilaron sus servicios com o «hombres de bronce» a soberanos orientales o que, incluso en la misma Grecia, form aron parte de la guardia de los tiranos. Después de un periodo de calma,

Page 90: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

El m ili ta r /93

!a figura del m ercenario tuvo un gran auge a partir de la guerra del Peloponeso, en beneficio prim ero de los sátrapas persas de Asia Menor, y del conjunto del m undo griego y su periferia después. La famosa expedición de los Diez Mil que nos relata Jenofonte en la Anábasis es algo característico de esta época. A lo largo de todo el siglo ív, decenas de miles de griegos de todo origen partic iparon de esta actividad en calidad de hoplitas, peltastas e infantería ligera. Junto con sus com pañeros p rocedentes de los Balcanes, desem pe­ñaron un papel esencial en la conquista del Im perio persa por Ale­jandro y aún más en la instauración de los reinos helenísticos.

Las causas de la figura del soldado m ercenario son múltiples y complejas. Las principales debieron ser aquellas que impulsaban al individuo a dejar su patria, ya fuera porque se hallara desarticu­lada, p rinc ipa lm ente por culpa de la guerra, ya porque la persona se viera proscrita de su tierra o porque se encon trara reducido a la indigencia bien p o r motivo de la superpoblación, por catástrofes natura les o bien p o r un cam bio de régimen sociopolítico. Pero el m ercenar io también podía dejarse a r ras tra r por los caminos de la aventura y con la perspectiva de ob tener en el extranjero un sustan­cioso provecho p o r su cualificación militar (hoplitas peloponesios, arqueros cretenses, peltastas tracios) y beneficiarse así de la gene­rosidad de un em pleador victorioso y afortunado.

La masiva utilización de m ercenarios por parte de las ciudades tuvo sus consecuencias para esas mismas ciudades: acentuación técnica de las operaciones militares; dificultades financieras; piTT pensión de las ciudades a desembarazarse de Us tareas menos atractivas, com o expediciones lejanas, servicios de guarnición, re ­surgim iento de las tiranías; desestabilización de las relaciones in ­ternacionales tradicionales en beneficio de Estados con más re ­cursos.

Desde este doble pun to de vista, el auge de los m ercenarios en el siglo ív tuvo m ucha im portancia en,lo que trad ic iona lm ente se ha dado en l lam ar «crisis» de la ciudad.“’Pero, para no rebasar d e ­masiado el m arco que nos hem os fijado, vamos a limitarnos aquí a precisar las razones po r las cuales las ciudades aceptaron recu rr ir a los m ercenarios.

La p rim era razón estriba sin duda en la personalidad de los p ro ­pios m ercenarios. En la-m edida en^que provenían de am bientes griégos o helenizados, no se los consideraba com o en te ram en te ex? tranjeros (algo similar a los m am elucos en el Im perio o tom ano). Muchos tenían la esperanza de recu p era r en sus respectivas c iuda­des el rango de ciudadanos al final de su peregrinar. Durante su pe­riodo de actividad, encon tram os que con frecuencia in tentan re ­p ro d u c ir el modelo cívico bajo diferentes formas, haciéndose con-

Page 91: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

94/Yvon Garlan

ceder el derecho de ciudadanía po r sus buenos y leales servicios; u surpándolo en las ciudades conquistadas o en las de sus propios empleadores; a veces incluso fundando p o r su cuenta ciudades nuevas, en la m ejor tradición colonial; o, sim plemente, creando todo tipo de asociaciones a base de profesionales que actuaban com o pequeñas ciudades, con em pleo de decretos honoríficos, e n ­vío de em bajadores, etc. Resulta muy significativo a este respecto que los piratas, que presentan m uchas analogías con los m ercen a ­rios, a m enudo tam bién se dotaran de un m odelo estatal m ediante la utilización de es truc turas ya existentes o bien creándose otras nuevas.

\ En sentido inverso, hay que dec ir que ¿el Isóldado-c-i u dada n o ! s ie m p re lüvo~algo de~mereenario . Para-ambos^]a-guerra^demlPsep '’1 j u n a:ac ti y i d ad -1 u c ra t i va :<po r lo que parece percibían la misma sol- | dada y la m ism a parte del botín. Poi~lo'que:se:refier^"ál:prirnero’rel-g» | a rdo rxpat ri ó ti c otpodí a:es fu m a rse;c,u andpje ra-enviado-a:socorre r;a : una:pQtencia ex tran jera: no son pocos los casos en que no se sabeI muy bien si las tropas auxiliares pelean com o aliados o com o mer- ! cénanos . Eirsistema-regularTdc„reciu tam iento podí a—e n'fin7:1 ender-

afhacerj.dg-GÍertps:ciudadano5iverdá’deros:.p.rofesionales-de'la"gue- rrat'esiehcasotdc'Atenasranteside que comenzase:axecurrir:a'la:mo- vil izac ió n-« p o r ;t u r n p í d e l a s d i f e ren tes c lases:de-edadTd urante m u ­cho tiem po se había confiado la com posición del catálogo de c iu­dadanos movilizados a los estrategos, los cuales tenían todo el in te­rés en co n c ed e r prioridad a los voluntarios y a ten er muy en cuenta las aptitudes individuales.

Aiparti jvdé^fiñal es-de l^s i g 1 cCvIá'sistimosrta m bi é nTaTlaconstUtr- c ión .i e n ¿ d éte rmi h a d alTc i üdad esT^d eTu n^p e q u e ñ o^e j efe i tó^pefma - n en te^ co m p u és to a^menu do-po r^300"ó^lTOOO x i üd adan os -5escogí5d o s ^ q u e eran,*por así-decir,-«mercenarióIPclél^interiop». Los argi- vos, p o r ejemplo, se leccionaron en 422 a «mil conciudadanos, los más jóvenes, más robustos y más ricos, a los que se dispensó de cua lqu ie r otro servicio y se m antuvo a costa del Estado y se les pi­dió en tregarse a un en trenam ien to continuo» (Diodoro(dc)Sículo XII, 75, 7). Más cé lebre es el «batallón sagrado» de Tebas que fue reorganizado en 379 po r Górgidas: «en el que hizo en tra r a t res­cientos ho m b res escogidos a los que el Estado aseguraba la form a­ción y el m an ten im ien to y que estaban acuartelados en Cadmea» (Plutarco, Pelópidas, XVIII, 1). En esta m isma época, la liga arca- dia estaba igualm ente dotada de «guardianes públicos» den o m in a­dos eparitas, m ientras se m ultip licaban un poco p o r todas partes los soldados de élite llamados epílektoi, cuyo estatus y régimen de rec lu tam ien to desconocem os.

En este con tex to histórico es donde tenem os que situar los p ro ­

Page 92: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

El rnili tar/95

yectos con tem poráneos de sociedades ideales con una base funcio­nal, más que con ten tam os con ver un resurgimiento de la antigua ideología indoeuropea o una imitación de un modelo egipcio. A la clase de los guerreros se le asigna siem pre una posición axial. En Hipódam o de Mileto, la clase militar coexiste con otras dos, la de los artesanos y la de los agricultores, y su subsistencia está asegura­da po r la tierra pública. Mucho más célebre es la República platóni­ca donde la élite de los guerreros, a limentada por la masa anónima de los produc to res reducidos al estado de dependientes, lleva una vida com unitaria en teram ente subordinada a los intereses de la ciudad bajo la guia de los más sabios.

Estas diversas tendencias hacia el profesionalismo militar nos obligan a no en d u rece r demasiado el contraste entre m ercenarios y soldados-ciudadanos así com o a no disociarlos, al final de este ca ­pitulo, en el estudio de los problem as planteados por la integración a rm ó n ica de la función guerrera en el marco político.

ÍÉl yTul itar^)Lla[p^iticay

Desde este punto de vista, lá^iñ’súbordiñaciÓnicrÓnicaTdellos-» m ercenarios no es e l ú ni c o fáctófJdeldificultad. Sus émulos de ori­gen ciudadano, los «escogidos», no tuvieron, en la mayoría de los casos, nada más urgente que el deseo de im poner su ley a sus com ­patriotas. Pero sólo se trata de las manifestaciones más espectacu­lares de la tendencia, digamos estructural, de los representantes de la fuerza arm ada para in tervenir d irec tam ente en la vida interior de las ciudades, en ausencia de cua lquier otra fuerza organizada susceptible de Hacer triunfar los intereses propios de una categoríao de asegurar el m an ten im ien to del orden público.

/Toda~disens iórrn n té s t in á ' qu~e~T sé ¡c'onvi rt i eraTe nv gue i r a 1 c i vi jTs e traducía“esponjáncam ente"en té rm iños 'm i 1 itares^por medio de ía división de los soldados en dos cam pos opuestos según una línea de fractura que pasaba, po r regla general, por los diferentes cuerpos constituidos: caballeros contra hoplitas, hoplitas contra infantes li­geros y marinemos. La habilidad de los gobernantes consiste preci­sam ente en im pedir a los facciosos organizarse en este plano, con­siguiendo desarm arlos de m anera preventiva o alejándolos provi­s ionalm ente bajo cualquier pretexto, dispersándolos dentro de un i­dades leales, prohibiéndoles rec lu tar m ercenarios, etc. El enfren­tam iento se desarrollaba no rm alm en te en la ciudad a partir de los lugares natura les de reunión (ágora, acrópolis, teatro, gimnasio) y te rm inaba con la m atanza o el destierro de los vencidos que podían con tinuar la lucha instalándose en una ciudad extranjera en un

Page 93: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

96/Yvon Garlan

puesto fronterizo desde donde podían controlar una parte del terr i­torio. Son ilustrativos los acontecimientos ocurridos en Atenas en 411: con ocasión del levantamiento contra los oligarcas de la c iu­dad apoyados por la clase de los caballeros, los hoplitas y m arine­ros estacionados en Sanios procedieron a sustituir a sus propios es­trategos antes de establecerse en El Pireo o de im poner al final la restauración de la democracia.

Lo que en ocasiones prendía la m echa era precisam ente una modificación fortuita de la relación de fuerzas en el in terior del ejército. Así es com o en época del sitio de Mitilene, en 427, la p e r­sona que ostentaba el poder, un tal Salaito, «repartió arm am ento hoplita al pueblo, equipado hasta entonces con armas ligeras, para m archar contra los atenienses; pero el pueblo, cuando recibió las armas de hoplita, dejó de obedecer a los magistrados y empezó a reunirse en grupos y a exigir que los notables Ies p o s t ra ra n y repar­tieran entre todos los víveres que tenían» (Tucídides, III, 27, 2-3). Pero también ocurría que los efectos se dejaran sentir en un plazo más o m enos largo sin que se desencadenara la violencia. Veamos algunos ejemplos tomados de la Política de Aristóteles:

En Tárenlo, la derrota y la muerte de numerosos notables a manos de los yápigas, poco después de las Guerras Médicas, lia democracia moderada [poliiisíu.] fue sustituida por la democracia radical [démokratia]... en Atenas, a consecuencia de las derrotas de la infantería, el número de ciudadanos destacados disminuyó porque los soldados se reclutaban según un catálogo durante la Guerra del Peloponeso (V, 1303a).

Anteriormente, en Atenas, siempre actuó a favor de la dem o cra ­cia el hecho de que «el pueblo, al que se debía la suprem acía en el m ar durante las Guerras Médicas, tuviera motivo de orgullo y to­mara por jefes a viles demagogos, a pesar de la oposición de la gen­te honrada» (II, 1 274a), lo cual se reproducirá en el siglo ív cuando los tetes se integren en el ejército de hoplitas.*

La continua atención que Aristóteles m uestra sobre este punto prueba que no se trata de simples epifenómenos de carác ter pa to ­lógico, como tienden a pensar los historiadores modernos. Auñqiié^ los'diferéñtes fegíméñés rep o sarañ so b re criterios de fortuna y dis? tinción .^en-cadarcaso; necesitaban velar p o r que se estableciera una^ estricta correspondencia .entre las funciones políticas y-militares • ¡de-los ciudadanos:_una oligarquía debía de apoyarse en-laxaba! le- ría yu napo li te ía estar com puesta de hoplitas (o reservar, com o los malios, el ejercicio de las magistraturas a quienes estaban en edad de com ba ti ru m ie n tras-que-una dem ocracia soló podía; contar;con la'iñfánteria.ligexa y-la m a r in e r ía Esto va lía igualmente en materia de fortificaciones, en las que «no a todos los regímenes políticos les

Page 94: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

El ini l i ta r/97

conviene lo mismo; así, una acrópolis les conviene a una oligar­quía y una monarquía; al régim en dem ocrálico le conviene una lla­nura, y al aristocrático, ninguna de ambas cosas, sino más bien va­rias fortificaciones» (Política, VII, 1330b).

Debido a las limitaciones propias del arte militar, no siempre era fácil establecer una a rm onía semejante, en particular para los oligarcas: recu rr ir a los pobres para constituir su propia infantería ligera «es com o constituirla contra sí mismos. Pero, dado que exis­ten diferencias de edad y que unos son de edad m adura y otros, jó ­venes, necesitan enseñar a sus hijos aún jóvenes los ejercicios de estas tropas ligeras, poco armadas, para que se habitúen a tales prácticas» (VI, 1321a). En caso de desequilibrio, estructural o for­tuito, lo que prevalece es el tactor militar: porque «para gente ca ­paz de recu rr ir a la fuerza y resistir es imposible tener que soportar el ser sólo subordinados [...]. Aquellos que son dueños de las armas tienen tam bién en su poder el m an ten e r o no el régimen» (VII, 1329a).

Todas estas extralimitaciones, más o m enos legales y regulares, del militar en la política y el cuidado que pone Aristóteles en conju­ra r el peligro, encajan bien con nuestro concepto inicial sobre la guerra en la Grecia antigua. En la medida en que los principales m odos de explotación y desarrollo reposan esencialm ente en el uso del condic ionante extraeconóm ico, la guerra no podía figurar sólo com o un fenóm eno racional, estrecham ente ligado al naci­m iento del orden garantizado po r la justicia, com o ya en los oríge­nes testimoniaba el com bate arquetíp ico en tre los dioses y los gi­gantes y que hizo surgir al cosmos del caos, Lá guerra era la gran par te ra de rías comunidades~pol í ti cas . Era r po r . tan to ; ; normal- que> | éstas estuvieran p erm an en tem en te agitadas en su in terior y an iena -:'¡ zadásrex teriorrñéntFpor.la fuerza armadai

REFERENCIAS BIBLIOGRAFICAS

No es éste el.lugar adecuado para ofrecer una abundante bibliografía. Fácilmente puede establecerse una a partir de un determinado número de estudios generales.

Entre los manuales de inspiración factual y positivista, aparecidos prin­cipalm ente en Alemania en el siglo xix y principios del xx, los más adecua­dos para utilizar son los de H. Dclbrúck, Geschichte der Kriegskunst im Rah­men der politischen Geschichte, I, I 900 (nueva edición de K. Christen 1964; trad. ingl. 1975) y de J. Kromayer y G. Vcith, Heerwesen und Kriegführung der Griechen und Römer, en W. Otto, Handbuch der Atertumswissenschaft,

Page 95: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

98/Y von Garlan

IV, 3, 1928; véase también P. Coussin, Les institutions militaires et navales des anciens Grecs, 1932.

Algunas síntesis más recientes proponen una interpretación más «socio­lógica» de la guerra: F. E. Adcock, The Greek and Macedonian Art of War,1 957; J.-P. Vernant (éd.), Problèmes de la guerre en Grèce ancienne, 1968; Y. Garlan, La guerre dans l ’Antiquité, 1972 (trad. ingl. 1975; trad. ital. 1985); P. Ducrey, Guerre et guerriers dans la Grèce antique, 1985 (trad. ingl. 1986 con abundantes ilustraciones). A lo que hay que añadir R. Lonis, «La guerre en Grèce. Quinze années de recherche: 1968-1983», Revue des Etudes Grec­ques, 98 (1985) pp. 321-379.

Nu nie rosas obras más especializadas tienen, en mayor o menor medida, esta nueva orientación: AA.W . Armées et fiscalité dans le monde antique, 1977; J. K. Anderson, Military Theory atid Practice in the Age of Xenophon, 1970; A. Aymard, Etudes d'histoire ancienne, 1967, pp. 418-512; A. Brelich, Guerre, agoni e culti nella Grecia arcaica, 1 961 ; P. Brun, Eisphora, Syntaxis, Sfratiotika, 1983; P. Ducrey, Le traitement des prisonniers de guerre dans ta Grèce antique, 1968; Y. Garlan, Recherches de poliorcétique grecque, 1974; Guerre et économie en Grèce ancienne, 1989; P. D. A. GarnseyyC. R. Whitta­ker (éd.), Imperialism in the Ancient World, 1978; P, A. L. Greenhalgh, Early Greek Warfare, 1973; V. D. Hanson, Warfare and Agriculture in Classical Greece, 1983; The Western Way of War, infantiy Battle in Classical Greece, 1989; V. llari, Guerra e diritto nel mondo antico I,. 1980; M. Launey, Recher­ches sur les années hellénistiques, 1949-50 (reimpr, 1987, con epílogo de Y. Garlan. Ph. Gauthier y Cl. Orrieux); J. F. Lazenby, The Spartan Army, 1985; P. Lerichc y H. Trézinÿ (éd.). La fortification dans l'histoire du monde grec, 1986; E. Lissarrague, L'autre guerrier. Archers, Peltastes, Cavaliers dans l'i­magerie attique, 1990; R. Lonis, Les usages de la guerre entre Grées et Barba­res, 1969; Guerre et religion en Grèce à l'époque classique, 1979; N. Loraux, L'invention d'Athènes. Histoire de l'oraison funèbre dans la cité classique, 1981 y num erosos artículos sobre la ideología bélica; L. P. Marinovic, «Le mercenaria! grec au IV* siècle avant notre ère et la crise de la polis» (en ruso), 1975 (trad. fr. 1988); J. S. Morrison y R. T. Williams, «Greek Oared Ships 900-322 B.C.», 1968; W. K. Pritchett, «The Greek State at War», 1-1V, 1971-85; A. Schapp, «La duplicité du chasseur», 1989; A. M. Snodgrass, «Arms and Armour of the Greeks», 1967; M. Sordi (ed ), «Le pace nel mondo antico», 1985; P. Vidal-Naquet, «Le chasseur noir», 1981, pp. I 23-207; «The black hunter revisited» Proc. Cambr. Philo!. Soc. 212 (1986) 126-144 (cfr. Mélanges P. Lévéque, II, 1988).

Para una mejor aproximación sobre el problema, véase E. Ciccotti, La guerra e la pace nel mondo antico, 1901 ; M. I. Finley, «Empire in the Greco- Roman World», Greece & Rome, 25 (1978) pp. 1-15; «War and Empire» en Ancient History, 1985 (trad. al. en llistorische Zeitschrift, 259 [1984] pp. 286- 308; trad. ital. en Prometeo, diciem bre 1984, pp. 72-79; trad. fr. en Sur l ’His­toire Ancienne [1987] pp. 125-153); fuera del mundo clásico: J. Bazin y E. Terray, Guerres de lignage et guerres d'Éiat en Afrique, 1982; Cl. Meillas- soux, Anthropologie de l'esclavage, 1986; W. V. Harris (éd.), The Imperialism of Mid-Republican Rome, 1984.

Entre los artículos recientes debo señalar: W. R. Connor. «Early Greek

Page 96: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

1:1 mili tar/99

land warfare as symbolic expression», Past A Present, 110 (1988), pp. 3-8; P. Krentz, «The Nature of Hoplite Battle», Classica! Antiquitv, 4 (1985), pp. 50- 61; F. Lissarrague «Autour du guerrier» en La cité des images, 1984, pp. 35- 47; D. Miculclla «Ruolo dei militari c consenso politico nella polis aristoteli­ca», Sludi Classici e Orientali, 34 (1984), pp. 83-101.

Tengo el piacer de agradecer a P. Ducrey, R. Lonis y P. Vidal-Naquet el haber querido participar cñ la crítica de mi manuscrito.

Page 97: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant
Page 98: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

Capitulo terceroHACERSE HOMBREGiuseppe Cambiano

Page 99: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

Kuroi, figura masculina de atleta. Período griego arcaico, ca. 520 a.C.

Page 100: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

«¿Cuál es el ser de voz única que tiene dos, cuatro y tres pies?»Al responder «el hombre» Edipo había resuelto el enigma de la es­finge. El cambio en las formas de locom oción parecía la señal evi­dente de las tres etapas cruciales de ía vida humana: la infancia, la m adurez y 1 a vej e z.jla~posiciorv~éreSla?que muchos filósofos desde Platón y Aristóteles en adelante habrían considerado com o un i¡as- g o ;di s t i n t i v o.é sen c i á l 'en tre :el!hTTmbre"y.:los'demás' an i m alesrind ica-

/ba'jam b 'ien i atpri macfa^del-hom breaduito-.y'rla-distanciaique'e 1 :re- jC i é a n acido, tan cercano a la situación animal del cuadrúpedo,<de* bí arre cmxe rj p ara~c on ve rt i r s e ; real me n tezenTu n ’h dfñ b re . /N tílra:!3- m erU e^ laprim eraco n d i c i ónTetia~Sob1~é vi vi i ¿escapa irdOTa:! a:rn;ortal i?

^ jd " í re ^ ü HjTtereñlá7Grecia7añ'tiguaiv^causada:Do]V.paitos.prematTF f giraranó m a l ps1» y ide spü‘és~po r 'enferm edades-de f i vacias de - u naa li- m en tac ión-i na decu ada~o-d e:u n atina i a:h igiene, a lo que se añadía la im potencia terapéutica de buena parte de la medicina antigua. En Erelria en tre fines del siglo vm y comienzos del vn la distancia en ­tre el niño y el adulto estaba tam bién subrayada por el hecho de que hasta los 16 años a los m uertos se los sepultaba por el método de inhum ación en tumbas, m ientras que los adultos eran incinera­dos y sometidos, po r tanto, a un proceso que ratificaba su paso de la naturaleza a la cultura.

Pero no era sólo la naturaleza la que actuaba com o sistema se­lector de supervivencia. Nacerxn:bucnasjcondiciones:físicas:pei> mi tiá escapar a l a”e 1 i miñafc iÓn^a I a:que:noTseTclüclaba’crnrecu n i r e n

¿os^cásosTdeTcléformidaclí/casos^iñterpretados^por.'los^padt'esLyjpor tocl a~lacomun i co m olü fia;suéfte^ e castigóTdi vi novele rnai'augu^r’

103

Page 101: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

104/Giuseppe Cambiano

crio.^En Esparla la decisión de perm itir vivir al recién nacido estaba reservada a los m iembros más ancianos de la tribu (phylé) a la que pertenecía el padre. El recién nacido que pareciera deforme o frá­gil podía ser abandonado en las cercanías del monte Taigeto. En Atenas y otras ciudades, se recurría al método de la exposición del recién nacido en una vasija de barro o en otro recipiente lejos de su casa, a m enudo en lugares inhóspitos, fuera de la ciudad, donde po­día m orir de ham bre o ser despedazado por las fieias, a no ser que alguien lo recogiera. No.ísolo 'séiexponíá1 asninos d efo rm es 's in o tam bién 1 a ;veces ;aj:ecién^nacidos en buenas condiciones física?; Los espectadores de las representaciones trágicas o de las co m e­dias de Menandro podían con frecuencia contem plar en escena ca­sos de niños expuestos y luego reencontrados: el propio Edipo ha­bía sufrido esta suerte. Para restringir los nacimientos Aristóteles prefería el aborto a la exposición, pero recalcaba la necesidad de una ley que prohibiera cr ia r hijos deformes. En Atenas la decisión de exponer al hijo estaba en manos del padre, mientras que en la ciudad cretense de Gortina se preveía que una mujer de condición libre, si tenía un hijo después del divorcio, debía llevarlo en presen­cia de testigos a casa del ex marido y si éste lo rechazaba, estaba en m anos de ella la decisión de exponerlo o criarlo. Antiguamente, en Atenas el p'adrfc debió tener el derecho-de vender.a sus propios hi - jos"para saldar sus deudas:-Esta práctica fue prohibida por Solón y ¿Itrexposición se convirtió en un instrum ento alternativo, especial-

, m ente para.los más pobres..En la Perikeiroméné de Menandro, un padre cuenta cómo expuso a su hijo y a su hija, al m orir su m ujer de

| parto y haber él em pobrecido repentinam ente a causa del naufra- : gio de una carga en el Egeo.

No existen datos num éricos seguros, pero es posible que la ma- yor^parte dé los niños expuestosJFueran ilegítimos más que legíti­mos, es decir, bastardos nacidos de padres de nacionalidad mixta o fuera de un matrimonio regular, y en particular hijos de esclavas. Es difícil también que entre los pobres la exposición afectase al pri­m er hijo legítimo varón, mientras que la exposición de recién naci­dos de sexo femenino debió ser mayor. No hay que olvidar que en Atenas las hijas para encon trar marido debían recibir una dote, al contrarío de lo que ocurre en las descripciones hom éricas y entre las familias aristocráticas de época arcaica, donde el futuro esposo

1 era quien debía ofrecer regalos al padre de la esposa. Lá exposición :,era, por. tanto,“ un m odo dé evitar Uñ exceso de hembras casaderas,• cjue habrían supuesto una grave carga económ icapara-e lpadre . En época helenística, sobre todo, con el descenso de la natalidad, al que atribuye Polibio la decadencia de Grecia, y con el prototipo de familia constituida p o r un solo hijo, la exposición de hem bras ad-

Page 102: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

H acerse h o m b re /1 0 5

q u in ó mayores dimensiones. Hacia 270 a.C. el poeta Posidipo afir* maba: «Cualquiera, aunque sea pobre, cría a un hijo varón, pero a una hija, aunque sea rico, cualquiera la expone.»

Un niño expósito podía sc 'irecogido por otros, que tenían la po­sibilidad d e :tratarlo com o ¡libre o com o esclavo, aunque tratarlo com o libre no significaba adoptarlo com o hijo. Hñ.el dérechojíticp la adopción era una transacción entre el adoptante y el padre o tu ­tor deladoptádó ', por-lo general cón la finalidad de asegurarse un heredero varón.-La práctica más extendida probablem ente reducía al expuesto a la condición de esclavo para tenerlo al propio servi­cio — en el caso de las hem bras también para prepararlas para la p rostitución— o para venderlo en el m om ento oportuno. Eliano m enciona una ley de Tebas que prohibía a los c iudadanos exponer a sus propios hijos y obligaba a los padres pobres a llevar al recién nacido, varón o hem bra, a los magistrados, quienes lo confiaban a quien estuviera dispuesto a desem bolsar una sum a mínim a estable­cida. Como com pensación a los gastos de crianza el que lo adquiría podía luego utilizarlo com o esclavo.

En da: Grecia áfrtigüarhacerse un hom bre no equivalía sim ple­m ente a hacerse adulto:1La condición de los padres era fundam en­tal para decidir quién podía y quién no podía hacerse realm ente un h o m b re . NolTólo las ;aristoc ra c i as s i n o [tam b ién: 1 as ;d é rñ óc rae i ás '■gTiegaS'pí ó púgilában"uhá^lirnitáción num éricsTdé 1 cTTeípo’c lv ico 1 paraje!; q ü é ^ l" c n te r io ”d¿ ■ inclusión ‘e r a ’ el 'nacimiento.¿En Atenas esto estaba sancionado por una ley propuesta por Pericles en 45 1 - 450 a.C. según la cual sólo quien era hijo de padre y madre a ten ien­ses podía gozar del derecho de ciudadanía. Esta ley fue reestableci- da en 403-402, después de un periodo de relajación durante la gue­rra del Peloponeso. Ya Adam Smith hizo depender las restricciones atenienses a la hora de conceder el derecho de ciudadanía de la exigencia de no reducir el n ú m ero de ventajas económ icas que d e ­rivaban de los tributos que Atenas recibía de otras ciudades. Obvia­m ente, también-los esclavos tenían padres, pero-no tenían derecho » a .una: deseendenciarreconocida> Una buena parte de ellos prove­nían de países bárbaros, pero tam bién era posible que personas li­bres de origen griego acabasen com o esclavos, b í güerra^especial- m ente, podía ser;fuente de-esclavitudí la práctica más difundida en el caso de las ciudades conquistadas era la de m ata r a los varones adultos y hacer esclavos a mujeres y niños, Así hizo, duran te la gue- ■ rra del Peloponeso, Atenas con los habitantes de Mitilene, Torone, Sición y Melos. A~vetés/lá firma de tratados de paz preveía la resti­tución d e ;n iños hechos esclavos.¿Pero la exhortación hecha por Platón^o lsócrates 'a^los griegos para que no esclavizarán*a o tros? griegos confirm a que esta práctica nó 'hab ía desaparecido en el si-

Page 103: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

106/Giuseppc C a m biano

•glo iv a.C.*Ya en siglos an te n o te s niños y m uchachos de hermoso aspecto provenientes de las ciudades jónicas conquistadas por los persas tenían la posibilidad de convertirse en eunucos. Heródoto contaba que Periandro , tirano de Corinto, por venganza había en ­viado a Sardes, a la corte de Alciates trescientos m uchachos, hijos de los principales c iudadanos de Corcira, para ser castrados; pero en una etapa del viaje, en Sanios, éstos habían sido salvados por los habitantes de la isla y habían sido devueltos a su patria. Una su en e m enos feliz les tocaba a m uchachos que iban a parar a m anos del com erc ian te de esclavos Panonio de Quíos, de quien también He­ródoto cuen ta que p rocedía a castrarlos personalm ente para des­pués llevarlos a Sardes o Efeso y venderlos a los bárbaros por un precio elevado.

En las ciudade^ griegas ser esclavo significaba estar excluido de la participación en la vida política, de m uchos derechos civiles y de buena parte de .las festividades religiosas de j a ciudad, así com o también de las palestras y gimnasios, en los que tenía lugar la ed u ­cación de los futuros jóvenes ciudadanos. Hacerse adulto no supo­nía para un esclavo un salto cualitativo ni una preparación gradual, co m o sucedía en el caso de los hijos de los ciudadanos libres. Si el adjetivo andrápodon, «hom bre pie», usado para designar al escla­vo, tendía a asimilarlo a la condición de los cuadrúpedos o tetrápo­da, el térm ino país, con el que era llamado con frecuencia, sub ra ­yaba la p erenne condición de inferioridad del esclavo. Como dice Aristófanes en Las avispas «esjusto l l a m a r í a i s a quien recibe gol­pes, aunque sea un viejo». En Atenas se podían .infligirjegítima- m ente penas corporales a esclavos y niños, pero no a adultos libres* Sólo los esclavos pedagogos; que acom pañaban a los hijos del am o a casa del maestro, podían ind irec tam ente ap render a leer y a escri-^ b ir asistiendo a las clases.?Pero po r lo general la única instrucción que un esclavo podía rec ib ir estaba ligada al tipo de trabajo y servi­cio que desem peñaba para el amo; en un abanico que iba de los ser­vicios dom ésticos m enos gravosos al más duro trabajo en las m i­nas, reservado exclusivamente a los esclavos y al que también se dedicaban niños, no sólo en las minas de Nubia, de las que habla Diodoro Sículo, sino tam bién en las atenienses de Laurión. Aristó­teles m enciona a un m aestro que bajo salario enseñó en Siracusa a los esclavos la ciencia de los trabajos domésticos, incluido p roba­b lem ente el a i le culinario, dada la gran reputación de la cocina si­ciliana. Un am o podía enviar a sus jóvenes esclavos a talleres a r te1 sánales para ap ren d e r un oficio, del que luego obtenía ganancias. Pero quizá la práctica más difundida era el aprendizaje en co n e­xión con el trabajo en el taller del amo. Tal aprendizaje se debía ini­ciar enseguida: p in turas de ce rám ica ateniense con escenas de la-

Page 104: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

Hacerse h o m b r e / 107

11er m uestran a un buen núm ero de niños trabajando y no se puede excluir que al m enos en parte algunas se refieran a esclavos. Un a r ­tesano podía también com prar esclavos para adiestrarlos, sobre lodo si no tenía hijos a quienes transm itir el propio oficio. Así les sucedió en el siglo iv a Pasión y Formión, quienes se volvieron tan hábiles en la profesión bancaria que fueron redimidos y se convir­tieron a su vez en propietarios de banco. En el discurso de Demós- tenes Contra Neera se habla de la liberta Nicarete, quien había com prado siete niñas pequeñas, valorando atentamente sus cuali­dades físicas, las había criado y luego las había adiestrado en el ofi­cio de la prostitución, haciéndolas además pasar por sus pr opias hi­jas para sacarles m ás dinero a sus clientes, después de lo cual las había vendido a todas en bloque.

Pero las actividades artesanales no estaban exclusivamente en m anos de los esclavos. Muchos extranjeros y también ciudadanos, sobre todo los m enos pudientes, desempeñaban personalmente es­tas actividades. Sus hijos podían recibir instrucción gimnástica y e lemental, pues los salarios de los maestros no eran muy elevados, pero, com o decía Protágoras en el diálogo platónico homónimo, los hijos de los ricos entraban antes en la escuela y salían más tar­de. Aristóteles afirmó claram ente que los pobres, po r estar despro­vistos de esclavos, se veian forzados a servirse de las mujeres y los niños com o esclavos que les ayudasen en los trabajos. También para los;hijos^de>estos ciudadanos más pobres hacerse :hom bre coincidía de hecho con :1a realización de actividades artesanales o de trabajo en el campo, aunque ello, sobre todo en ciudades demov' oráticas, no les sustraía el derecho de participar onda vida polí­tica. *

Esto valía tam bién para sectores com o la m ed icina. En un breve escrito del Corpus Hippocraticum titulado Ley posterior a la segun­da mitad del siglo iv, se afirma que para llegar a ser médico hay que apr en d e r desde joven (paidomathía), al contrario de lo que ocurría en época imperial con un m édico em papado de conocim ientos fi­losóficos y científicos com o Galeno, que inició su apr endizaje en la m edicina hacia los 16 años. A m enudo casa y taller del artesano coincidían y allí tenía lugar la transm isión de los secretos del ofi­cio, especialm ente de padre a hijo. Tenem os noticia de aulénticas y verdaderas dinastías de p intores y escultores. El juramento hipo- crático incluye en tre otras cosas el propósito de transm itir ense­ñanzas escritas y orales a los propios hijos, a los hijos del maestro y a los a lum nos que siguieran el ju ram ento . Si no se tenían hijos o no m ostraban éstos un talento especial — com o fue el caso, según Pla­tón, de los hijos del escu lto r Policleto— existía la posibilidad de adoptar' com o herederos a los hijos de parientes o amigos, o de re-

Page 105: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

108/Giuscppi: Cambiano

cibir conio aprendices a los hijos de ciudadanos libres que no te­nían suficientes medios de subsistencia, o también de com prar es­clavos y adiestrarlos. En cualquier caso, él^irficó-m oció cié ap ren ‘> cieF.ün oficiò-p'àsaba pór-èl~tàUcr y no se realizaba a través dé lós ca ­ñ a les ; institucionales _de uña instrucción :Ímpartida-jk>r4ac^

Como en él càso 'dè 'los esclavos o los m etecós(-"él aprendizaje precoz pretendía-separar de sus coetáneos a los hijos de ciudada­nos pobrespara:, vincularlos inmediatamente a unimiindo adulto* sin : atravesar o ’ atravesando : soló de form a lim itada. un itinerario gradual de integración en él tejido social, político y militar.».De esto estaba exenta una ciudad com o Esparta,"que delegaba íntegram en - te sus actividad es 1 ab orales a los ilotas y,periecos. Pero ,por-lo ge­neral; el aprerfdizaje de estas actividades no estaba incluido dentro •deja paicleíá y de\ proceso que conducía a c ó n vertirse en h o m b reé Es útil recordar que el término paidiá, «juego», formado a partir de la palabra país «niño», era antónim o de sponde, «actividad seria de adultos», y no de términos que designaban actividades laborales.La habilidad del pequeño Fidípides para construir casitas, barcos y carretillas estaba considerada por su padre en la parodia de las N u­bes de Aristófanes com o un buen indicio de sus aptitudes para reci­bir una educación superior y de sus aptitudes para convertirse en un buen artesano. En Las leyes en cambio, Platón consideró a este tipo de juegos com o una imitación de las actividades artesanales que se ejercitarían ya como adultos y como una preparación ade­cuada para ellas. Pero, a su juicio, esto tenía muy poco que ver con la paideía: no por casualidad en Las leyes actividades agrícolas y a r­tesanales eran dejadas por entero en manos de los esclavos y de los extranjeros. Según Plutarco, ningún joven de buena familia debió envidiar a Fidias. Sólo en época helenística está docum entada en el

: curriculum educativo la presencia del dibujo, pero no hay que pen- isar en un adiestramiento con fines profesionales. Contenidos y m é­todos dé las artes podían ser,objeto de conocim iento también por parte“deTaquelíos qué rió las iban a ejercer: Asi ocurría en él caso d e » la:medicina? considerada por Platón y Aristóteles como digna de conocerse, pero sólo para dar juicios fundados acerca de ella o para utilizarla desde el punto de vista teórico, más que para h acer­se un médico.

E l s e x o ^ a ótro“factór-décisi'vó para de term inar quién podía ser c i udádan olíd u ìto"èn" se ri ti do pl en o : 1 as mujeres estaban excluidas. N aturalm ente existían algunas excepciones, sobre todo en época helenística y fuera de Atenas;,en Ateñas; èñ ‘geñera 1 y efv particular, una-mujer\ estaba integrada en la ciudad no como.ciudadana; sino com ó lTija 'oTmujéF-dérciudàdàno. Solamente de época helenística se tiene noticia de alguna m uchacha que se ocupa personalm ente

Page 106: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

H acerse ho in b rc /1 0 9

del contra to de m atrim onio con el futuro esposo, cuando po r lo ge­neral esta tarea era asunto del padre o tutor de la m uchacha. Para la m ayor parte de las m uchachas griegas de condición libre e l con- vSrtirse en adultas era algo que estaba m arcado por lae ta p a decisr-,r

^va del' mát ri mo n i o; La diferencia de condición que existía en tre n i­ños y niñas está bien expresada por una alternativa reflejada en Las Memorables de Jenofonte: ¿a^quién.confiar-á"los niños pequeños p a ra ‘sérjeducad os (pa i de ú s'ai} o a lá s 'h i já s vírgenes p a ra s e rc u s to - diadasjfdtap/^v/dxaij?xAlaspírt?/éí5Tcorrespond ía1enael caso de las m ujeresr 1 a-cüstodi^, El términ~o «yjjSenl~Y/? flrihenos) aludía en prH m e r iu g a r ai estadq-que pr e cedía al m atrim onio más que'a la ver da1 d e r ^ p fó p ia . in te g r id a d físicas Una ley atribuida a Solón establecía j que si el padre descubría que su hija m antenía relaciones sexuales antes del m atrim onio — y el signo inequívoco era el em barazo— ésta dejaba de p er tenece r a la familia y podía ser vendida. Para ella se cerraban las perspectivas de m atrim onio , de ahí la im portancia de la custodia com o garantía de preservación de las condiciones de acceso al matrimonio.

¿Desdé sini'aci'mientó'lás jóvenes Transcurrían 'gran aparte de su vida~e n ~casa7 co n fi adas g los .c ui dados d e sú m ad r e o esc 1 a vas? El u r ­banismo, creciente a partir de la creac ión de la polis — docum enta- ble no antes de la segunda mitad del siglo vn— determ inó un sensi­ble desplazamiento de las actividades de la mujer al in terior de la casa, dejando a los hom bres libertad de movimientos en el exte- rior./SóIo~lá~s~mu jeres mjrs pobres estaban obligadas a salir de c a s i pá r a i r a b a ja ren el cam p o o d e d ic a rsé a vender .l-En casa, las jóvenes aprendían bien pronto las tareas dom ésticas del hilado y la p re p a - ; ración de la comida. Tan sólo las festividades religiosas de la ciu- í dad eran una ocasión para la salida, pero no los simposios, vedados i a todas las mujeres que no fueran cortesanas, danzarinas o flautis- : tas. Al contrario de lo que ocurría con los varones, estas festivida­des de la Atenas clásica no coincidían con m om entos de iniciación a la vida adulta para grupos enteros de edad. La iniciación selleva-‘T

;ba a ~cabó^só 1 ó p a r a ’gnipos restringidos de_ñiücháchás que eran es­cogidas para rep resen ta r el itinerario de preparación-al matrimo* ni o. Así, cada año, con ocasión de las Arre forjas, dos m uchachas es­cogidas de noble familia en tre los siete y los once años de edad d a ­ban com ienzo ce rca de nueve meses antes de la Panateneas a la confección del peplo que con tal ocasión será ofrecido a Atenea. La confección del peplo po r parte de m uchachas está docum en tada también en otros lugares, p o r ejemplo en Argos y en h o n o r de Hera; quizá tam bién en Esparta las m uchachas tejían el quitón c o n ­sagrado cada año a Apolo en las Jacintias. En los meses que p rece­dían a las Panateneas las dos m uchachas seleccionadas llevaban un

Page 107: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

1 10/Giiiscppe C am biano

régimen de vida especial y al final se despojaban de sus vestiduras y de sus collares de oro. LSs At'réfórias pasaban pòlis er,una etapa de

¿paso e_iniciación: las m uchachas aprendían el trabajo propio de la mujer, el hilado y el tejido, y se preparaban para ser- esposas y m a­dres, asum iendo la tarea de llevar sobre la cabeza por la noche, des­de la acrópolis hasta un jardín dedicado a Afrodila, un cesto cuyo contenido debían ignorar y que era depositado en un lugar subte­rráneo del que salían llevando otros objetos sagrados envueltos en un paño. En el cesto estaban el sim ulacro del niño Erictonio y la serpiente, que simbolizaban la sexualidad y la generación. ¿Entre millares de m uchachas tan sóip dos 'eran escogidas:Jo’ que antigua­m en te ! ; o h st i tuía quizá el paso colectivo de lodò u n g ru p ó de edad a úna hueva condición a Través de una fase dé segregación de la co4 müñi'dád y jde üñá^prüéba, x n 'épgca lz lás'ica'sé transfonfió en u n a j íTpreseñtación s im bólíca íT enem os noticia de casos de sacerdocio confiado a m uchachas en edad p rem atrim onial en Arcadia y Calau- ria; las jóvenes de Locris estaban incluso obligadas a un servicio de

( po r vida en el templo de Atenea. P e ro /pbiVIólgcnéraMaipaíticipa- j cioñ ciel as m uchachas e n ritos" .vtareas. religiosas estaba .ligada.si m-

bqlícámcnté^a'l gi rcrdeci si vo d é .su^vida ; eñ ; re lación con el ■ m a t i i ' iTiioñid.

Y .esto es l o q u e sucedía tam b iéh ’ervÀténas eTi-relációrTcoñ las ^ fiestá^B raüron ias: algunas niñas de edades com prendidas entre

los c inco y los diez años se debían consagrar al serv icio de Artemis en el san tuario de B raurón , en las afueras de Atenas, por un perio­do desconocido para nosotros. En recuerdo de la osa predilecta de Artemis, que fue asesinada cuando iba a refugiarse en su templo, estas m uchachas eran llamadas «osas» y expiaban dicho sacrilegio con su servicio. Al propio tiempo, ellas rep resentaban el recorrido de la osa desde una condición salvaje, de la que se liberaban, para p repara rse a cohab ita r con el esposo e integrar así la sexualidad en la cultura.

Procesiones, danzas y coros de m uchachas eran elem entos esenciales de m uchas festividades ciudadanas. En el siglo iv a.C. en la procesión de las Panatcneas cien m uchachas escogidas en tre las familias más nobles llevaban los aparejos para el sacrificio. Pero para un gran n ú m ero de jóvenes atenienses la partic ipación co n ­sistía quizá más en ser espectadoras de las festividades que p ro ta ­gonistas.

Eñ¿la 'A tenasxlásicá v no 'só ló en ella, no existían ,escuelas para' ■! ri i ñ as o mu chachas ad olese entes. -DeT slís madresT. viejas parientes o

esciavajretlas podían o ír relatos de la tradición mítica, v incu ladas los ritos re lig iosos llevados a cabo p o r la ciudad, y de ellas podían ' quizá tam bién a p re n d e r a leer y éscribir .lPero no debía estar muy

Page 108: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

H acerse h o m b r e / 11 1

lejos de la concepción difundida en tre e! m undo masculino la sen­tencia expresada en algunos versos de Menandro: «¿enseñar a una m ujer a leer y a escribir? ¡qué e rro r más grande! Es como alimentar con otro veneno a una horrible serpiente». Todavía'éiTépoca heje- ,n i s t ic a e l^arfal fabetis mo ' pare ce ; m ás [difundido .entre las m u je res qué én t r e lo s hom bres, a teniéndonos al porcentaje de las mujeres que recurr ían a oíros para escribir. En Teos existía una escuela fre­cuentada por alum nos de am bos sexos y en Pérgamo tenían lugar com peticiones de recitación poética y de lectura para muchachas, pero no eran fenómenos frecuentes e incluso la educación gim nás­tica era prerrogativa esencialm ente masculina. Lá^excepcióñ más> notori agestaba; consti tu i dà p o r , Esparta r do n dé ;1 as ñ in a s , ta n . b i erf1

ja li m entadas co m o Jos _niñ os ; en lugar dé ser adiestradas para tejery , p r e p a r a r 1 á coni i d a q u e s i e m pré quedaron com o ocupaciones ser­vi lé¡Ty no propiás~de la sm ü jeres, eran preparadas bien p ron to para éjercitafse, désnudas y a la vista incluso dé los hombres? énTla ca- r r era a ju c h a ; e 1 lanzamie nTo dé disco y él de jabalina.'No sabemos si fue este ejemplo espartano el que indujo a instituir en los juegos de Olimpia carreras pedestres femeninas, si bien en días distintos de aquellos de los grandes juegos. Según Pausanias en estas ca rre ­ras participaban tres grupos de edad distintos y no sabemos si en ellas tom aban parte tam bién m uchachas atenienses.

¡Todavía más Faro y difícil èra para-las jóVéiies adquirir una iiis- it ru cc i órTs upe r i o r >. U ña 'éxcepcióñ e se lic aso -de vía hetera Aspasia1, próxiñfa a Pericl'es y significativamènfè uña extranjera, no uña ciu­dadana; es igualm ente una-excepción d círculojde Safo en Lesbos a.conííerizos-dehsigló-vi á.C.7»del que no existen paralelos docu­mentados paria la Grecia clásica en tre los siglos v y iv. Se trataba de una asociaciófi cultural en la que m uchachas de Lesbos y también de ciudades de la costa jónica se ejercitaban en la danza y el canto, aprendían a tocar la lira y a partic ipar en festividades religiosas y quizá en certám enes de belleza, adquiriendo las cualidades reque­ridas para m atrim onios con personajes nobles. Ésto parece co n fir- marvla:m ayor l ibertad de la que_debieron gozar, las m uchachas de» nob^jfam ilia en la época arcaica en re lación con la tan caracterísT tica segrega’c^ónixle4a Atenas, clásica. En dicho círculo se desarro­llaban tam bién vínculos hom oeróticos, que para la Esparta del si­glo vil a.C. están docum entados en los parlem os de Alemán, pero ello no implica que allí se efectuase también una educación sexual prem atrim onial.

E ñ la vida de las.mu chachas griegas de condición libre el m atri­m onio era el decisivo ritual de paso. Con el m aírim onio.la mujer, más que el hom bre ¿realizaba un cam bio radical de situacióñíCon? ¿vertirse en adulta y !ño ser.ya púrthéuos coincidía para ella con eh

Page 109: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

112/Giuseppe Cambiano

ser esposa y rnadre de futuros ciudadanos varones? Al co n tran o quecos varones, láshem braVpór lo general no perm anecían du ran ­te. m ucho tiempoien casa dél padre, sino que sé casaban pronto , a menudo-antes dé los dieciséis anos, y con hom bres al m enos diez áños mayores que ellas.:La prom esa de m atrim onio tenía lugar to ­davía antesfpara l a herm ana de Demóstenes, hacia los c inco años. La ley de Gortina, en Creta, fijaba el inicio de la e|dad núbil en los doce años. La diferencia de edad no contribuía a po tenciar los vínculos afectivos e i n t e l e c t u a l e s entre los esposos. Jenofonte atri­buyó la ausencia de educación en las mujeres a la edad precoz en la que se casaban. Para com prender las c a r a c t e r í s t i c a s d esm atr im o ­nio ateniense h a y / q u e _ r e c b r d a F que era un contra t o e n t r e d ó s h o m ­bres” el padre o tutor y el futuro m á r i d o a r a las mujeres, por el contrario, significaba sustancialmente la transferencia de la casa del padre a la del marido, significaba ir de la segregación existente en l a prim era a la segregación en la segunda, y de lá tutela del u no a la del otro en cada transacción jurídica. En Egipto, que aJos ojos de H eródoto y de Sófocles se presentaba com o la antítesis por exce­lencia del m undo griego, eran, por el contrario, las mujeres las que salían de casa en busca de alimento, mientras que los hom bres se quedaban tejiendo. La futura esposa s e preparaba para e l día de la boda ofreciendo a Artemis sus juegos infantiles y cortándose el pelo, señal de su abandono de la adolescencia. En Trezén consagra­ban también su cinturón a Atenea Apaturia.

E n ia víspera de la boda los futuros esposos se purificaban para la concepción de u ñ i proíe excelente, y el padre de la novia ofrecía u n “sacrificio a Zeus, Herá,'Artemis, Afrodita y PeitÓl La ceremonia"* própiameñtéBicha^co'nceííida como itinerario dé la m uchacha des-"¿ de 1 a^casa del pádr.e a la d é l marido, confirmaba-que la verdadera protagonista.dérrituál de_paso y cambio de estado era precisamervJ* te ’la rn’ujér^El comienzo consistía en un banquete en casa del p a ­dre, donde un m uchacho pasaba entre los comensales llevando pan y p ronunciando la frase: «han ahuyentado el mal, han en co n ­trado el bien». El pan simbolizaba la transición de un régimen sal­vaje a uno civilizado. Al banquete asistía la m uchacha cubierta con un velo y rodeada de amigas y sólo al final mostraba el rostro a los presentes. Después de cantos de h im eneo, libaciones y felicitacio­nes, el cortejo noctu rno a lum brado con antorchas acom pañaba a la muchacha, que en carro llegaba a casa del esposo, en la que en ­traba llevando una criba de cebada, que prefiguraba su nueva acti­vidad de p reparadora de comida. Jun to al hogar de la nueva casa ella recibía ofrendas de dulces y de higos secos, que sancionaban su integración en la casa. Sucesivamente los dos esposos en traban en la cám ara nupcial, en cuya puerta hacía guardia un amigo del

Page 110: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

H acerse h o m b r e / 113

m ando , y consum aban el matrimonio. En su propio desarrollo es­pacial la ce rem onia nupcial aparecía como un tránsito de casa a casa, más que del espacio privado de la casa al espacio amplio y p ú ­blico de la ciudad: cón”sú móbilidad, la~muchacha permitíanla insti­tución de^nT lázoieñ tré dos familias^J «El m atrim onio es, para la m uchacha, lo que la guerra es para el joven» (Vernant). En una situación de guerras y amenazas con ti­nuas de guerra, factor también decisivo de prosperidad o decaden­cia económ ica, la posesión de capacidades militares era esencial. Para ios:varonesyhijós de ciudadanos,"hacerse hom bres significaba convertirse _Cñ'¡maridos1 y“p ad res f pe*ro sobre "todo convertirse en c iudadanos - e r r condiciones de defender "su propia c iu d ad : y de

/g ú i arla 'pòli t ic ám é n ie . É ag ú e rra y e lco m b á teh o p lí t ico , prietas las filas, ,fto^fàh-confìadòÌ7àÌ m én o sh as ta el siglo iv a.C', á un ejército p r o f ^ o n a l sirió á.ciúdádáños que-débiáñ m ostrar las mismas dotes de firmeza y O l è n t i a" que 'consentían ' regir, la c iudad en tiempo de paz'. Estone rvía”p ará todas 1 as~c i úd ad es; p res c i n d ie n d o dèi régimeñ aristocrático ó democrático. Peró sobre todo después de_su v i c to s ria s o b re Atenas e ri .1 a g u erra del Peloponneso^ Esparta surgió a ojos* de varios intelectuales cóm o moldé lo’de ciudad capaz de p rep a ra r1

'fhéjor.'l.os jóven’esTparáTá’’ guerra. Jenofonte atribuía esta su p rem a­cía al ca rác te r público de la educación espartana, que sustraía la formación de los m uchachos a las com petencias y al arbitrio de la familia. Los recién nacidos eran inm ediatam ente sometidos a la prueba y tem plados p o r las nodrizas que los lavaban con vino y no con agua, porque los esfermizos habrían tenido convulsiones. Las nodrizas y no las m adres procedían a su crianza, sin envolver en pa­ñales, acostum brándolos y una alim entación austera, a no tener ca ­prichos y a no tem er la oscuridad y la soledad. UtT_cierto:grado de idealización caracterizados "cuadros de la educación espartana di­señada p o r Jenofonte o Plutarco, péro era indudable que su finali­dad yeraiei t r eforza mi eri t o y :él 'adiéstram ierito -físico desde l a . m ás fieYnafinfancia?El cambio decisivo tenía lugar a partir de los siete años, cuando los varones eran reagrupados en escuadrones o agé- lai — térm ino que co m ú n m en te designaba a los rebaños de an im a­les necesitados de guía— , acostum brados a la vida en com ún hiera de casa y sujetos a la agogè, al adiestram iento para conseguir disci­plina, obediencia y combatividad. Estaban sólo exentos los h e red e ­ros del trono, pero se reco rdaba que Agesilao se había sometido a todo esto para ap ren d e r tam bién él a obedecer. Som eterse a la ago- gé capacitaba p ara convertirse en homoioi o «semejantes», es decir, ciudadanos- de-p leno:derecho , exentos de toda actividad laborSl. Dé la agogá estaban po r su puesto excluidos ilotas y periecos:-los ni­ños eran rasurados y acostum brados a cam ina r descalzos; a los

Page 111: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

1 14/Giuscppc C a m biano

doce años se ponían una vestimenta idéntica para todas las estacio­nes del año y dorm ían sobre jergones de cañas cortadas con sus propias manos. En las Gimnopedias, fiestas ce lebradas en pleno ve­rano, realizaban ejercicios en eí ágora, desnudos bajo un so! abra­sador. Recibían igualm ente una alim entación escasa, para adies­trarlos a procurárse la con astucia, robando sin ser descubiertos, pues en caso contrarío eran fustigados. jbajSfréclieñciá-se aflquiría> p^rjmejicTd (Tu ñ~si st e má~~de pre m i os y castigos:~en cada-u na-de-las a fases ~d e~5ü~ f otlITac i ó n~el ~j oven es t abaTs i e mp t e sometí d'cnalrm an do dc-álg u i j r ñ i ñ í a y ó r ^ e r ^ i ci o íí:libre v-no de esclavp;coíñOJéra<elJpedagógb:enJA*tehas?Séñiéjahtecápiláridl3::ert:el:cotj,! ftrol^s^cíaLclesembjBEab.ajen^un maximó-de cóñformismo:y:tendía:a re fo rzar^ l^eseoIÜ e"integ ración'en^el~cuerpp:spcia lrP ero -todoe s lo e~staba acom pañad orde"lá_exige ñcia p ro p ÍcTíie- lSs:grupps:mi lita res 1de"sejeccionarJ''los-mejorestpara':elTmando-y:de:cons_ti_tuir:cuerpos. fescogiedos. Con dicha finalidad se producían las com peticiones e n ­tre m iem bros del m ism o grupo de edad, duran te el desarrollo de las festividades, y en particu la r la institución tan típica de los co m ­bates ficticios.

La m úsica no estaba ausente en la instrucción de los m u ch a­chos. En las G im nopedias tenían lugar com peticiones de danzas corales, a veces con máscaras, para am bos sexos, al igual que o cu ­rr ía ya a partir del siglo vn en las Carneas en ho n o r de Apolo. En las Jacintias se e jecutaban coros de niños y adolescentes. Pero ,Ia:patte> cé n tra l e “!nagogé restaba ocupa d arñaslque;póriia~enseñanza^de~la5 lec tu ra .yJajescritürá:porJo^^jerciciósTgimñásticos^quetTprepafá- ,ban ; t am Bi e n Iparáll as je om peti c i oTTes} Nó^és cásu al i el ád ~q ue-elvl á* fasem ás:an tiguá dcTl os:j u ég ó so 1 í mpi cosTnüchósTl e:l O s'vefTc e d ores’ fueráiTespaílahós^A la m ism a altura que los agones y la guerra es­taban los com bates ficticios, que ritualizaban la agresividad y se ex­presaban den tro de una com plem en lar iedad entre cooperación y enfr en tam iento . En una isla form ada po r el río Eurotas cercana al tem plo de Artemis, divinidad par ticu la rm ente ligada al m undo de la adolescencia y a la tensión entre lo salvaje y lo doméstico, tenía lugar un com bate en tre dos equipos de jóvenes, a cada uno de los cuales se asignaba po r sorteo uno de los dos puentes de acceso a la isla. La noche an ter io r , cada uno de los equipos sacrificaba un pe­rro a Ares, dios de la guerra; a con tinuación se hacía luchar en tre sí a dos jabalíes y se hacían pronósticos acerca de los futuros vence­dores. La com petic ión com enzaba al alba y consistía en o cupar la isla y en cazar a los adversarios arro jándolos al agua, en una mezcla de com bate hoplítico de escuadras y lucha salvaje, pues todo estaba perm itido, hasta m ordiscos y golpes en los ojos.

P c r tT la j iu fé ñ tic a iñ ic ia c ió n 'e n - s u s m om entós^e~ sepaT ación*y

Page 112: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

Hacerse hom bre /1 15

viclasegregádavy:}uego-de^reincQrporaGÍón—teniarl ugairc-on-la-lí a* m ada jcr)’p tejarque t e nja~que ver só!o:conruná'élite:de:efebos:yiqM cra^practicada^por-individuQs^aisladosTinp ten-Ri'UROrüenTdUic i les con ti ioo n es;d e l vi da~c oñ ti nüada^aTl ati n te m p r f iü?ícl esjTfovi stostde^ ye5tido~y;vitu5'l]as-y-armadoVüxn=sólo con un cuchillo. De di a tenían que ocultarse y no dejarse so rp render y de noche realizaban una auténtica labor policial en los enfrentamientos con los ilotas, a los que tendían emboscadas. No hay que olvidar que los espartanos adultos tenían la obligación de partic ipar todos los días en las co ­midas com unitarias en tre hom bres y no residían habitualmente en las tierras de su propiedad. Tarrípocoleran iñfrecuentestla^TeylTeh- ta^de;ilótas7^e^híla~im]3orrtáñci axl eTarTse'rv i c icüdeiyi gil aiKfi a.vlpo - 1 íüíá: d efe síe_m o d o~ 1 o s~e febós Je ornen zaBáñ a se i - aclrn i ti dos^en.una> funcibn.púHlicár\^~ p yp te ía ^ra unXir^ituciorTiTTversa ysim elrica

/res p~éctola 1 .combate hoplíticóT-se p ro düc i a de noche, en el monte, atañía a individuos aislados, sin equipo de armas, y asumía la forma de una cacería, fuera de los terrenos cultivados Este^era-el^mo- nTeñto~clrgniatizácl cTEl el abandonóle!e"-la^i(3a"irffaITtilly'déia:piiepjsxap c ion ja Llá^güerFarrfj rial vez: c o n ve pti el osré ñ IHonibtre"s5aqu é 11os^q ue e ransom etie l os -a-i a^fcryp'teí 5^erarFprol5al5l ément e^eñe u adradosCen ellcuerpo^escbgi2)o^^lós^trescieTTtos’ ealialleios^quCxConibatíani

/a^íie^Eñ;Espartarnó o!5slant'e7rla‘transicióivaia-vida'aduI ta^cuyo^mo?

m e n t o^e^c .tg ie s -d i j ic ip re c i sa r ~c o m po rtabazu na-oonlinuidad-ma - yor2cónTespC'cto^la~vi6a añ ler io ifp réc isám en te p o r ia com ponen- telíHilitán-exi^t^te^éii¿ldeias1!a r fa s e s . «Es difícil decir si la edad adulta en Esparta es una infancia prolongada o más bien si la infan­cia no es más que un adiestram iento prem aturo a la vida del adulto y del soldado» (Vidal-Naquet). Bl-m a tri m onio-e ra-co n si de radoiob li - gatorio, cóm o condición esencial para la reproducción cíe los futu­ros soldados, y estaban previstas sanciones para los célibes; péro:el níatri moñió^ho’cra-para-los-jóve n es :U nrri to:d e :paso:q u e:se_ñal aseie 1» final:de:la_adolescencia-y^laad opción"de un nuevo mo donde vidaítba* (cererñonia7nupciahteníaTlugaiTmediante-:ehraptoideda“esposar La m uchacha era rasurada al cero, se vestía con ropa masculina y se le hacía recostarse sobre un jergón sola en la oscuridad. EbáislafiTiein- l o J'q u c Jpara 7é!"!efét5o ,suponía-ü n a“preparación :para:Ia:func.i ó n-dc« hoplita7:para7laTTUichacha-suponía'una'preparación:pararel:matFi- nroni o ^ q ueXeraTc onsu m adojráp i d a nien te rt t rasarlo r c u al i c l-resposo ab ajid o na b a a l á~es pos ¿uy-v olv í a ' ardo inTTir"c óh susrcóTñpañ eras .<A I :p có h tra r io H e l o q u é octjr rf?ren 'AtenasreÍ'of/:os'no tenía 'aquíi ni por* (tamyaTíincluso después de la boda el esposo, hasta más o menos los treinta años, com o ocurría tam bién en Creta, llevaba una vida en com ún con los m iem bros de su propio grupo de edad y tenía con su

Page 113: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

1 16/Giuscppc Cambiano

esposa encuentros sólo ocasionales de finalidad procreadora, de tal modo que incluso estaba permitido que otros la fecundaran.'Las* comidas^comunitarias y4á~con vivencia prolongada en tre .varones:* se saldaban en lá sociédad espartanacoíi la función pedagógica dc-^ sem penáda lpó rjás relaciones :homoéróticas? En los convivios de los adultos, participaban también paides que aprendían los co m ­portamientos y los discursos relativos al hom bre adulto libre, in­cluso a través del vehículo de estas relaciones.

práctica dé los convivios estaba muy difundida en el m undo (griego^ Está docum entada también en Mileto, Turios, Mégara, Te- bas y otras ciudades, y en particu lar en Creta, donde la hom osexuav lidad desempeñaba un papel esencial en el paso af la edad adulta. De Creta ya los antiguos hacían derivar m uchas de las instituciones espartanas. Aquí la división en grupos de edad era esencial para la organización dé la sociedad y para la reproduccióh del cuerpo es­cogido de los aristócratas guerreros del poder,‘a través del adiestra­m iento y la cooptación dé nuevos miembros.’ También en Creta, tras un periodo de perm anencia bajo el gobierno de las mujeres, los niños participaban en los convivios en los que participaba el pa­dre; sentados en el suelo y sirviendo las mesas de los adultos. Se» instruían en la lectura, la escritura y la música y,-bajo Ja d irección/ del paidonómos, s& adiestraban en la gimnasia y los combates ficti­cios. A los diecisieté años cada uno de los paídes de las mejores fa­milias reclutába en torno a sí a otros coetáneos para formar las agé- lái{ en las que eran alimentados a expensas de la ciudad. A la cabeza de cada una estaba casi siempre el padre del m uchacho que habí’a

:formado el grupo:rél los conducía de caza, guiaba sus ejercicios e impartía los castigos. En los diez años de perm anencia en una agélé y hasta aproxim adam ente los veintisiete, antes de en trar en el g u i­po de los hom bres m aduros — llamado hetairia— y de co m er con ellos en com ún y do rm ir en el andreion, «la casa de los hombres», los m uchachos se adiestraban también en las danzas pírricas con armas. En Creta la relación homosexual entre un :m uchacho y Un am ante mayor.era una etapa esencial para convertirse en hombre, pero adoptaba la .'forma no del cortejo sino del. rapto .ritual: El am ante que pretendía realizar el rapto informaba a los amigos del m uchacho tres días antes. Estos decidían consentir o im pedir el rapto según el rango del amante. La condición positiva era que éste fuera igual o superior en rango al muchacho. En tal caso el raptor, acom pañado de sus amigos, podía llevar al m uchacho fuera de la ciudad, al campo, donde tenían lugar banquetes y cacerías — el de­porte típico de los héroes, m odelo de los efebos— durante dos m e­ses, transcurridos los cuales ya no estaba permitido re tener al m u ­chacho. Era éste el m om ento de la segregación, acom pañado de

Page 114: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

H acerse h o m b rc /1 1 7

una vida de agregación, típica de la iniciación. A lá vuelta a la ciur dad el m uchacho recuperaba la libertad después de haber recibido com o regalo,un equipo militar, un buey y una copaoEl sacrificaba el buey a Zeus y realizaba una fiesta con el grupo que lo había escol­tado a la vuelta, dec larando su satisfacción o insatisfacción por el periodo de intimidad pasado con el amante. Nó en con tra r un am ante éra algo poco conveniente para los m uchachos de noble fa­milia." Equivalía ál reconocim iento de la falta de cualidades que ha­bilitaban para en tra r en el grupo dé los adultos guerreros, simboli­zado po r el regalo de las arm as después de la iniciación hom ose­xual. Los raptados gozaban además de puestos de honor en los co ­ros y en los gimnasios y, com o digno de distinción, llevaban el ves­tido recibido de su amante. De tal m odo en traban a formar parte de; lá élite constituida po r los llamados kleinoí, «insignes».

Respecto a estos modelos educativos Aleñas podía aparecer ya a ojos de los propios antiguos el lugar en el que los padres podían de­cidir sobre los caminos que tenían que atravesar sus propios hijos para convertirse en hombres. Esto es sólo verdad en parte, pues también la vida del niño y del adolescente estaba presa en una espe­sa red de festividades religiosas en las que la ciudad celebraba sus propios valores, im plicando en su aparato de consenso a toda la co ­munidad. El au tor de la Constitución de los atenienses lam entaba el excesivo núm ero de fiestas en Atenas, superio r al de cua lquier c iu ­dad griega y el hecho de que los sacrificios de m uchas víctimas per mitiese dar de c o m er a todo el demos, incluso a los pobres. En Ate­nas, no obstante,_el padre no tuvo jam ás el derecho de vida o muer-.»

jte respecto a su hijo, aunque a él le co rrespondía la decisión de ad ­mitirlo en la familia así com o el derecho, hasta la mayoría de edad, de transferirlo a d r a familia m edian te el p roced im ien to de la ad o p ­ción, o de asignarlo a un tu tor en caso de que él muriera . Huérfano era considerado, en p r im er lugar, todo aquél al que se le había m uerto el padre.

Entre el quinto y el décim o día después del nacim iento de un varón tenían lugar, en presencia de los m iem bros de la familia, las Anficjromías, en las que el neonato era llevado en brazos y co r r ien ­do a lrededor del hogar de la casa, com o signo de su admisión en ella. El décim o día tenían lugar un sacrificio y un banquete y al niño se le im ponía un nom bre. Los p rim eros años era confiado a los cuidados de su madre o de una nodriza, po r lo general una es­clava, m ientras que el padre pasaba la mayor paite de la jo rnada fuera de casa. H eródoto alababa la cos tum bre persa de no adm itir al hijo a la vista del padre antes de los cinco años para evitar que una posible m uerte p rem atura del niño p rodu jera do lo r al padre.

Juegos y relatos de la tradición mítica llenaban la jo rnada de los

Page 115: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

] 18/Giuscppe C a m biano

niños; estos, en las Anleslerias o fiestas en honor de Dioniso, eran involucrados d irec tam ente en un rito cen trado en la apertura de las jarras y en la cala del vino nuevo. En estas fiestas tenían lugar competiciones para niños por encim a de los tres años. En el segun­do día de las fiestas, el l lam ado día de los jarros, estos niños rec i­bían com o regalo carritos o figuritas de animales en terracota así com o tam bién un peq u eñ o jarro con el que participaban en la co m ­petición coronados de flores. El acceso al vino representaba el p ri­m er paso hacia la integración en el m undo de los adultos, que tenía en el simposio del que estaban excluidas las mujeres, una de sus manifestaciones principales. En la tum ba de los niños m uertos a n ­tes de los tres años se ponía un pequeño jarro, com o para simboli­zar una realización simbólica al m enos en el más allá.

Tam bién la iniciación en los misterios de Eleusis estaba abierta a los niños y en tre los cargos honoríficos estaba aquí previsto el lla­m ado país aph' bestias, el hijo proveniente del hogar de la ciudad, que pertenecía a una familia noble ateniense y era elegido anua l­m ente para ser iniciado a expensas de la com unidad y o b ten er así para la ciudad el favor de Demétcr. Otros dos jóvenes, escogidos por su nac im iento y riqueza llevaban en procesión en las Oscofo- rias en ho n o r de Dioniso ramas de vid repletas de uvas, vistiendo ropa femenina, según un p roced im ien to típico de los ritos de paso, que m ientras dram atizaba el acceso a la virilidad atenuaba al mis­m o tiempo la transición al nuevo estado m ediante un vínculo con la condición «femenina» de la infancia, vivida en la propia casa, en un m u n d o de m ujeres que estaba a pun to de ser abandonado. Una función análoga tenia el corte de pelo, consagrado a Artemis en las Apalurias, a la edad de dieciséis años, cuando el padre juraba la le­gitimidad de su hijo an te la fratría.

Las festividades tenían un ingrediente esencial en los agones de g im nasia y en los musicales, qúe tenían tam bién :la función de de­m ostra r áftté los adultos las capacidades adquiridas. Los agones;»

'e r a n un in s tru m en to m edian te el cual la ciudad con tro laba en lo s» distintos grtjpos de edad én tre los que eran distribuidas las co m p e­ticiones la existencia dé las condiciones para la propia rep ro d u c­c ión y supervivencia.?Así en Atenas en época clásica, duran te las Oscoforias se dis"putaban com petic iones de carreras en un reco rr i­do de siete kilómetros, realizadas p o r diez parejas de adolescentes de las m ejores familias. Cada pareja representaba a una de las diez tribus en las que se dividía la ciudad, que, po r lo tanto, resultaba la verdadera pro tagonista de la com petición; ésta term inaba con la p rocesión de los diez vencedores. Pero las com peticiones atléticas para los tres grupos de edad, niños, adolescentes y adultos, fueron in troducidas en 566-565 a.C. en las Panateneas. Dichas com petic io ­

Page 116: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

Hacerse h o m b r e / 119

nes com prendían pruebas en gran parte ya conocidas por Homero, además del pentatión, que incluía la lucha, la carrera, el salto de longitud, el lanzamiento de disco y el lanzamiento de jabalina. No se tiene, en cambio, noticia de com peticiones de natación, m ien­tras que están am pliam ente docum entadas las carreras en armas o a caballo, además de las espectaculares lampadoforías o ca ireras de relevos con an torchas en las fiestas en honor de Teseo, institui­das hacia el 475 a.C.

Pero el agón era una realidad que sobrepasaba la propia ciudad: abría tam bién a los jóvenes espacios extraciudadanos y suscitaba el sentido de la com petición con las otras ciudades griegas, especial-^ m ente en los juegos Píticos, Istmicos, Ñemeos y Olímpicos, donde se introdujeron las com peticiones para jóvenes ya en la segunda mitad del siglo vn a.C., con la exclusión del pancracio, una mezcla de lucha y boxeo, que sólo les estuvo permitido hacia el 200 a.C, En Olimpia, la (arde del segundo día de los juegos tenían lugar las com peticiones re se l ladas a los adolescentes, hijos legítimos de ciudadanos griegos libres, de edad com prendida entre los doce y dieciocho años, si bien no siem pre era fácil decidir sobre la edad real, pues no existían los certificados de nacimiento. Naturalm en­te, los aristócratas tenían mayores posibilidades de adiestramiento preparatorio ; las com peticiones ecuestres, dado lo costoso del equipo, p e rm anec ie ron siem pre com o exclusivas de ellos. Sólo a al­gunos jóvenes prom etedores las c iudades o bien protectores priva­dos les proporcionaban dinero para su entrenam iento. En los ju e ­gos; los participantes pertenecían a todos los estratos sóciales, au n ­que no p ara todos los jóvenes el deporte era com ponen te habitualde sus actividades.

El Cómbate aristocrático de la época arcaica era una p rueba de valor individual, m ientras que el cóm bate hóplítico había in trodu­cido el trabajo,en equipo y la cooperac ión com o elementos decisi-.* vos; En cierta m edida, las com peticiones venían a absorber aquel talante agonal individual ya ausente o secundario en las guerras. Eh ofcrjetivo’de las com peticiones no era el de establecer primeros puestos,-sino él de vencer individualm ente (rente a los adversarios y com par t ir la ¡gloria de la victoria con la propia, familia y la propia

^ c iu d a d - id én t ico ca rác te r era propio tam bién de las competiciones *nque se desarrollaban en m uchos lugares del m undo griego. Tene­

mos noticia de un naufragio ocurrido hacia fines del siglo v a.C. en el que perec ieron treinta y cinco m uchachos de Mesenia, com po­nentes de un coro que se dirigía a Regio, a quienes los mesenios en señal de luto dedicaron en Olimpia estatuas de bronce c Hipias de Elide les dedicó una inscripción.

En el m o m en to en que la función m ilitar dejó cíe ser prerrogati^

Page 117: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

120/Giuseppe C ambiano

Va sólo de las clases aristocráticas y se delineó la nueva figürá dél ciudadano hoplita,~ la necesidad del entrenam iento gimnástico sis­

te m á t i c o .emergió a p rim er plano.’Eh el siglo" vi á.C.'casi en todos los lugares de Grecia com enzaron a surgir gimnasios y palestras. Junto con el teatro, el gimnasio se convirtió en un edificio típico de las ciudades griegas. Cuando con las conquistas de Alejandro los griegos se asentaron en Egipto y Oriente, el gimnasio se convirtió en signo de identidad respecto a las poblaciones indígenas. En Je- rusalén el sumo sacerdote Jasón, deseoso de integrarse en la cu ltu­ra de los dominadores, fundó con el permiso del rey Antíoco Epífa- nes un gimnasio para m uchachos hebreos. En el gimnasio a partir de los doce años, y quizá antes, los m uchachos se adiestraban bajo la guia de un maestro, el pedotriba, en todos los ejercicios g im nás­ticos que encontraban un lugar en los agones ciudadanos o supra- ciudadanos. Se movian con el cue ipo desnudo, untados con aceite y con acom pañam iento musical. En época helenística en Pelenas no se podía estar inscrito entre los ciudadanos si no se había fre­

c u e n ta d o el gimnasio. Pero por lo general la asistencia al gimnasio ;no estaba prescrita por ley; frecuentarlo, no obstante, creaba una 'indudable distinción social. No era por casualidad que en Atenas a* los esclavos les estuviera prohibido practicar gimnasia y ungirse en \las palestras. Esto les impedía adiestrarse también para un eventual uso de las armas. En una ley atribuida a Solón esto acom pañaba a la prohibición para los esclavos de tener relaciones homosexuales con m uchachos de condición libre. En una ley de Berea de m edia­dos dei siglo ii a.C. la prohibición de frecuentar los gimnasios se h a ­bía extendido también a los esclavos m anumitidos y a sus hijos, a los individuos disminuidos, a los que se prostituían o ejercían ac ti­vidades comerciales, a los borrachos y a los locos. Esto servía tam ­bién para evitar las relaciones pederásticas indignas de hom bres li­bres. Indudablem ente 1 arh o mo s ex u a 1 i dad 'tenía <2 n ■ la com unidad un fuerte peso.dé acentuado carác ter militar, cómb~ocuriía en Cre­ta o Esparta o en iaTebas del siglo iv a.C;; donde el am ante en trega­ba com o presente a su am ado el equipo de guerra en el m om ento en que a éste se le confería la efebía. En Tebas el llamado batallón sagrado estaba precisam ente constituido por estas parejas de amantes. Pero también.-'en C5munidadéis com o Atenas TI ape lación hom osexual desem peñaba unV función 'd e c is iv a p a ra la in troduc­ción en la vida adulta; Una vez abandonada la casa de las mujeres, el m uchacho pasaba b u en a parte de su jornada en el gimnasio y es aquí donde se producía el p r im er desarrollo de su vida sexual. Difí­cilmente un joven ateniense podía tener ocasión de encuen tros se­xuales con m uchachas o mujeres de condición libre, especia lm en­te aquellas de clase más desahogada. Por otra parte, el que fuera

Page 118: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

H acerse h om bre /121

más fácil tener relaciones con jóvenes esclavas quitaba valor a di* chas relaciones y les reducía el a lcance emotivo. Aunque no hay que excluir las relaciones homosexuales entre varones coetáneos, la no rm a suponía un desnivel de edad entre el am ante y el m u ch a­cho amado. Esta s im etría hacía posible, de una paite, la distinción entre papel activo y pasivo, no sólo en sentido físico, y, de otra, la dimensión pedagógica de la relación. El gimnasio podía ser fre­cuentado por los m uchachos y además po r los ciudadanos libres adultos que disponían de m ucho tiempo libre, es decir, desahoga­dos y de buena familia. Estos podían ver a los jóvenes ejercitarse y conversar en tre ellos para suscitar interés. El cortejo es a m enudo descrito por los antiguos con metáforas de la caza: una presa se hace respetar y adm ira r cuando no se deja cap tu rar inm edia tam en­te. El m uchacho debía m ostrar ponderación y poner a prueba a su am ante ten tando su carácter. La pasividad constitutiva del am ado no debía transform arse en esclavitud. De este m odo se constituían m odelos de conducta que tendían a la formación del futuro ciuda­dano libre en su capacidad de m andar y ser mandado. El m ucha­cho de condición libre que se prostituía po r dinero estaba excluido de la com unidad porque aceptaba el papel pasivo del prostituto, que generalm ente era un esclavo o un extranjero. ErTAtéñas esta­ban previstas penas para padres, parientes y tutores que po r dinero prostituían a un:ñiñó"libre y tam bién para quien com praba sus fa­vores: Con el-d e s p u n ta r le l a barba el m uchacho abandonaba el es-y tatüs de amado; c o n v e l id o en adulto podría asum ir el de amante, incluso después del m atr im o n io /L a relación hom osexual no esta­ba, p o r tanto, vista y considerada en Oposición a la heterosexual: si* ésta perm itía en eLm atr im onio la reproducc ión física de.futuros ciudadanos libres, la d im ensión pedagógica de la relación hom ose­xual contribu ía a la formación moral e intelectual.

EVótro lugar que en Atenas y en otras ciudades acogíafquizá por deíánteTdeT gimnasio,'a los hijos de los ciudadanos libres e ra el di- dasteáletóñ¿[a éscüe\a dónde se aprendía a 'leer y escribir. La exis­tencia He escuelas está docum en tada ya para comienzos del siglo v a.C., cuando en Quíos el techo de una escuela se hundió m atando a c iento diecinueve niños que estaban aprend iendo los grámmata. Estas m uertes en masa de niños eran recogidas con particular preocupación , porque privaban de golpe a pequeñas ciudades grie­gas de generaciones de repuesto. En el m ismo siglo el atleta Cleo- m edes de Astipalea, privado del p rem io de los juegos en los que partic ipaba p o r haber causado la m uerte de su adversario, abatió furioso la pilastra que sostenía el techo de una escuela donde se e n ­con traban c incuenta niños. También Tucídides cuenta que los tra- cios hicieron irrupción en la escuela más frecuentada de Micaleso

Page 119: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

122/Giuseppe C a m biano

m atando a todos los niños. NoTHaylpriiebásjdéUíHexistenciauSé,uiiá ’J l§ í^ 9 g V ^ ^ b b gatoria7paTa~los~:hijos“je g í tirnpsrde;lo.s~ciüdádanos

/ seseantes de7é~poca~heIerTística;„de todos modos podían reci­ta i Ha, y d ejhec h o¿lospad res" tend í añ~a eTrujarlos a los ü m m m a tistaí y /

0 T o s pedotribas p o r periodos variables, según las propias condicio­nes e con óm i cas . <EíTti^J os"deBeres^el:tu to r d e'Q rTlíucifañ o"con're- u rsos"estaj5á^é IZÜ e e d uc a'r 1 o p a ga ñdcTl os^gast'Gs/

\ Ehcuidado deTloshuérfanos-en-Atenasiyzenzotras-ciudades no I co incid ía_con ja [a ten^lona”Iqs“pobres ssLósTinico^huerfanos;privi?■ j g g j a d ^ e ra t r io rh i j os-de 4 os e a i d os-e n-la-gu e r r aTpa rá~l os :q u e :A t e- ñ a s d i spuso -a p a r t iFclg m ed i a‘d os de l"síg 1 o iv a :Cti I a:m a n u t e n c ió n_ y> educación a expensas de la^iiTd^TlTasta^qué^alcanzasenTla 'edad'

. ácíulta^ El decreto de Teozótides extendió tem pora lm ente este de- s recho tam bién a los hijos de los atenienses que habían sufrido

m uerte violenta bajo la tiranía de los Treinta. Con ocasión de las grandes Dionisíacas, antes de las representaciones trágicas, los huéllanos de los caídos eran presentados al pueblo y un heraldo anunc iaba que sus padres habían m uerto por valientes y que la po ­lis los criaría co m o hijos. A continuación los huél lanos tenían dere­cho a los p r im eros puestos en el teatro. Era una evidente medida política dirigida a asegurar la cohesión social y el com prom iso m i­litar, pero esta m edida perm itía tam bién a algunos m iem bros de la clase inferior de los tetes acced e r a una instrucción que habitual­m ente sólo podían recibir.de m anera integral los hijos de los ciuda-

: danos más ricos. Tam bién Alejandro dispuso que a los huérfanos de los m acedonios caídos les fuese en tregada la paga del padre. Al­gunas inscripciones de época helenística informan de ofertas de particu lares a las c iudades de T eosy Mileto con el fin de pagar el sa­lario de los m aestros para todos los niños de condición libre y en el siglo ii a.C. los reyes de Pérgam o enviaron dinero y grano a Rodas para pagar estos gastos. Pero son ejemplos casi excepcionales, pues 1 á1costurnbre-"dejábara^los:padresTla-inicialivarde~procura riesTins- trucc ioruaTsu s :p ro pi'os' h ijosT Y 1 a^irfstrucció n-no-eratpe r'se'-un'fac to r d c p i*o m o c i ón^soc i a ]■: tam bién los hijos de los m etecos podían reci­birla y ello no modificaba su estatus jurídico.

; M andar a un hijo a la casa par ticu la r de un m aestro — y no a un / edificio público constru ido a expensas de la ciudad, com o era el ■ gimnasio-— era algo ligado en cierto m odo a la tradición mítica,

que describ ía al héroe enviado fuera de su casa po r un tutor, com o es el caso de Aquiles p o r Fénix. Pero el Hiel ásKáleí o tilen í a~l STpre rro^ gativa de acoger a-mucK osalum nos:bajo‘la“dirección:de:un-mismo, m aestro^E! m u ch ach o era acom pañado p o r un esclavo del padre, el pedagogo, que debía vigilarlo y podía castigarlo si era necesario. En Atenas estaba prohib ido que se ce rra ran después del ocaso.

Page 120: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

Hacerse h o m b r e / 123

Pero no existían maestros autorizados, designados o controlados po r la c iudad en base a requisitos de com petencia o a la concesión de títu 1 o s . E['jjnico;contr o 1 rd e i aiciudádTobre:la escueia:era 'dejjpo,» .moral: s ó lo en una edacl "1 oTs u fi c i eñteñVerfte~a va n za djiy-en-un’.espa - c io 'púb lico-com o^e lg im n as io-se^pod iaTcoriscii t ir 'el 'cstablec i ni i en - (o ■ d e w l ac iorTes :li 0 m osexu ales b a j o ;u n a c o rrect arbase jpe da gó.g i c- a ,

En^ejrdidaskateíoñ^elTnTOülta'choj^aprendí a-a^íeeívy^ e s c r ib i ty y ; aprendía~mLisi'ca'fpero no con fines profesionales, como ocurría en i

el caso de los escribas orientales. Con la extensión de la escritura a la redacción de leyes y decretos de la ciudad, la capacidad para leer podía pa rece r relevante para llegar a ser ciudadano en sentido ple­no. Aprender a leer en voz alta, pasando de las letras a las sílabas y de éstas a las palabras,, y después ap render a eséribir siguiendo los mismos pasos podía requerir todavía más anos. A continuación, el ( m üchacho se ejercitaba en el aprendizaje de mem oria de versos y i fragmentos más amplios de poetas, especialmente de Homero, que ! füe siem pre considerado com o pun to de referencia sin parangón para p roporc ionar modelos de conducta y una reserva de valores. Las lenguas extranjeras estuvieron, en cambio, siempre ausentes) de las preocupaciones pedagógicas de los griegos. En un papiro del i siglo m a.C, destinado a una escuela, aparecen también ejercicios; aritm éticos elementales. Pero la instrucción m atem ática de nivel; superior, más allá de la sola finalidad práctica del cálculo o las me-: didas, perm aneció siem pre circunscrita a un círculo bastante res-' tringido de especialistas.

El aspecto competitivo penetró también en este tipo de instruc­ción y no sóloren la gimnasia. Son num erosas las noticias, sobre todo de época,.helenística, de com peticiones de lectura y recita­ción; en Magnesia tenía lugar también una competición de cálculo. Este tipo de com peticiones solían coincidir a m enudo con festivi­dades religiosas celebradas en el gimnasio o en la ciudad. Todo esto era válido especialm ente para el otro ingrediente fundam en­tal, jun to con la gimnasia, en la formación de los muchachos, la música, que era com ponen te esencial para los coros y las danzas en ocasión de las festividades, tanto en Atenas como en Esparta. En Arcadia, segúrí Polibio, la música acom pañaba a la educación hasta los trein ta años. La enseñanza de la música consistía en p r im er lu- \ gar en tocar la cítara y en el canto acom pañado de la cítara. Jun to a I la cítara estaba el aulós, un ins trum ento de viento más semejante al j óboe que a la flauta; pero la cítara dejaba libre la boca para cantar, j m ientras que el aulós deform aba el rostro hasta hacer que a un j ar is tócrata com o Alcibíades le pareciese indigno de un hom bre li­bre, p o r cuan to que privaba de la palabra. Apolo vencía a Marsiás J el virtuoso del aulós , no sólo en el mito: ya en el siglo iv a.C. el uso

Page 121: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

1 24/Giuscppe C am biano

de este instrumento fue dejado progresivamente a los profesionales.El aprendizaje de un instrum ento y del canto, tan im portante para el culto y la autocelebración de la ciudad y, po r tanto, para la inte­gración de los más jóvenes en ella, era de oído, sin lexto escrito. Con ocasión de las competiciones, los coros de los m uchachos eran instruidos por maestros bajo la supervisión de coregos, ciuda­danos elegidos para tal fin, de edad superior a los cuarenta años y lo suficientemente ricos para sobrellevar los gastos de la instruc­ción y de los preparativos; los coregos ponían también a disposi­ción su propia casa para el adiestramiento.

Gimnasia y música eran ingredientes reconocidos po r la ciudad para el adiestramiento del c iudadano com o modelo de hom bre. El- m om ento inmédiatam ente an terior al paso a la 'condición adulta éra la efebía. En Atenas a partir de 338 a.C. la institución de la efe- + bía — que probablem ente era de origen anter ior— ;se. codificór com o forma de servicio militar? Duraba dos años y era obligatoria para todos los hijos legítimos de los atenienses, cualquiera que fue­ra de condición social, a quienes la ciudad proporcionaba el sus­tento. Pero en relación con el periodo anterior, inscripciones data- bles entre el 261 y el 171 a.C. registran un fuerte descenso en el n ú ­mero de los efebos de veinte a cuarenta por año, en relación con la media precedente de cerca de seiscientos cincuenta por año. En este periodo el servicio se redujo a un año; ya no era obligatorio para todos ni siquiera a cargo de la ciudad, de forma que los más pobres quedaban autom áticam ente excluidos.¡‘En los siglos u-i a.C. también los efebos, jun to con eí c iudadano rico puesto al frente de la efebía, contribuían en los gastos. En "uña época en la qué el peso político y militar de Atenas se encontraba disminuido po r necesi1 dad la efebía fue adquiriendo cada vez más ca rác te r de institución cultural de aparato, atrayendo también bajo el dom inio rom ano a extranjeros provenientes de Oriente y de Italia; A'partir de 161 a.C. este proceso condujo a un aum ento en el núm ero de los efebos.? ;Pero en época de Aristóteles la efebía atañía exclusivamente a los ¡ciudadanos: aquellos jóvenes que habían cumplido dieciocho años eran inscritos en el registro del demos, la circunscripción terr ito ­rial a la que pertenecía el padre. A la asamblea de los dem otes le co ­rrespondía decidir con voto secreto sobre la regularidad de la edad del nuevo ciudadano y sobre su legítima descendencia de padre y m adre atenienses. A continuación el consejo confirm aba o recha­zaba, si era irregular, esta inscripción, que a veces los tutores p o ­dían tener interés en posponer o los tutelados en anticipar. El joven rechazado volvía a la clase de los paides, pero podía también dirigir su apelación al tribunal, arriesgándose, en caso de condena, a ser vendido como esclavo.

Page 122: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

H acerse h o m b re /1 2 5

La inscripción en el dem os y, po r tanto, el ingreso a título p leno * en la c iudadanía era un paso bastante delicado y precedía a la pres­tación d e lsé rv ic io militar com o,efebo b a jo ia supervísión^de^un cósmétes y .de diez sofronistas, uno po r tribu. La asamblea procedía a la e lección de dos pedotribas, un maestro de armas, otro de tiro con arco, otro de lanzam iento de jabalina y otro de catapulta para la instrucción de los efebos. Con ocasión de la festividad de Arte- mis Agrotera los efebos partic ipaban en una procesión y en el san ­tuario de Aglauron prestaban el ju ram ento de defender a la patria, sus fronteras y sus instituciones y de no abandonar a su com pañero de fila. De allí se dirigían a El Pireo, donde prestaban servicio de guardia en dos fortalezas. En el segundo año de servicio tenía lugar una revista de los efebos ante la asamblea en el teatro de Dioniso, donde dem ostraban lo que habían aprendido en el adiestram iento militar. Asignándoles el escudo y la lanzadla ciudad expresaba su paso a la condición adulta del hoplita. Bajo el m ando de los es tra te­gos procedían a patrullar p o r el territorio del Atica, a hacer guarn i­ción en las fortalezas y a defender las sesiones de la asamblea, vis­tiendo la clámide negra. El.sérvicio de patrulla en zonas fronteri­zas, en los m árgenes de la ciudad, incluso con extranjeros, co loca­ba al efebo en una zona in term edia antes de ocupar com o ciudada­no de pleno derecho el espacio central de la ciudad, quizá a m odo de recuerdo o com o herencia de una época de iniciación repartida según las distintas clases de edad a pesar de que ya había prestado el ju ram ento del hoplita.

Los efebos estaban plenam ente integrados en las festividades de la ciudad: partic ipaban en sacrificios y agones y, en particular, p restaban servicio de escolta en el transporte de objetos sagrados o de estatuas de divinidades en ocasión de procesiones, según intine- rarios canónicos que atravesaban espacios simbólicos de la ciudad. Esto no ocu rr ía sólo en Atenas: se tiene noticia de la difusión de la efebía en un cen ten a r de ciudades helenísticas. La u rna que co n te ­nía las cenizas de Filopemen, asesinado en 183 a.C. po r los m ese­mos, fue llevada en procesión hasta Megalopolis po r el futuro histo­riador Polibio, en tonces joven efebo de noble familia.

Pero sobre todo a partir del siglo 111 a.C. el aspecto militar de la ,efeb ía ;fu e rdota do en u n a jn ed id a cadavvez m ayor de una ins truc­ción de tipo superior. 'E l gimnasio continuaba siendo el cen tro de la vida efébica. Atenas tenía tres fuera de la ciudad, el Liceo, la Aca­dem ia y el Cinosarges. Hacia fines del siglo m a.C. se un ieron a és­tos otros dos, el Tolem eon y el Diogeneion, quizá erigidos en ho n o r de benefactores privados. Pero en estos gimnasios no se desem pe-^ naba sólo uña actividad de adiestram iento gimnástico. Tenían tam ­bién lugar las lecciones y conferencias de filósofos y ré tores y quizá*

Page 123: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

1 26 /G iuscppc Cnm biano

de médicos. En el siglo i a.C. también un astrónom o dio conferen­cias en el gimnasio de Delfos. Entre el 208 y el 204 se erigió en el lo le m e o n una estatua al filósofo estoico Crisipo, que quizá im par­tió allí sus enseñanzas. Una nueva dimensión se incorporaba asi de forma institucional a la vida de los jóvenes atenienses y también a la de los extranjeros que en n ú m ero crecien te llegaban a Atenas para escuchar las lecciones de los filósofos y Jos rétores. Con ella hacía su aparición el libro: bibliotecas de efebos están d o cu m en ta ­das para Teos, Cos y Atenas. Un decreto ateniense de 117-116 a.C. establecía que los efebos de cada año debían hacer una donación de libros.

El reconocim ien to público del a lcance pedagógico de la filoso­fía, la retórica y en general de una instrucción superior, además del lib ro, para el i t inerario que llevaba a hacerse hom bre no es un he­cho obvio; para c o m p re n d e r su significado hay que dar un paso atrás. Aunque ya hacia fines del siglo vi a.C. Jenófanes de Colofón había protestado con tra la injustificada prim acía conferida a la gimnasia, que a sus ojos no co n tribuía al buen o rdenam ien to y al b ienestar de la ciudad, en-bueña^parterde~las ciudades~griegas-la>¿ for m ac i 6 rTcl e 1 c i udad áTio^so I d á el 0;s e"reg í a - p o rjuríTeq ujl jb rio s u stam- c1aIenti:e.gimnasiCv;músicar:Pigm7cófr^l'^mGiQ^3e~laslTTiódaliLda- d es t l cTl a Vida-^polí lieáy-el'cVe cíe rile.papel ‘‘cen tra l "d é“l?rpal ab ra , es* pec ia lm ente en las ciudades dem ocráticas, com o instrum ento para to m ar decisiones, im p o n er puntos de vista o triunfar en los proce* so s , eSlCTcquilibrio.conVénzó -arresguebrajarse ;

EnT laisegundaím itád ldells i e l d ^ v - t a o s isofi stas £ap a reci e r o n> c^ im rs ig n ó ^ 'la c to O lé !e s te cam b ió . Ellos Tío im partían enseñanza regular y con tinuada en un lugar estable, sino que iban de ciudad en ciudad p ro n u n c ian d o discursos dem ostrativos para captar a lum nos e im partiendo cursos de clases, sobre todo para ap render a hablar en público de un m odo convincente.íSü^tratab^rentgran parteóle u n a ;en'señáñ7.ávform al'q ue po n í a~erPévi d cncia;las!d i fe re n - c ias-de-lengu aje -fi gu ras^retóri e a s ^ é s f i 1 oTpercyqu e n o -rechazaba el api i c a rre s tosic óñoci mi enfosca 1 I r a t a m i erft crd e~ tem asp o l í ti cosTTét i - eos iy>rel igi oSósid !PSnterés 1 génefál?TJ 1 i p i as de Elide se m ostraba a ten to tam bién a los con ten idos de las disciplinas especiales, de la as tronom ía a la m atem ática , que prec isam ente en aquella época iba e s tm e tu rá n d o se y asum iendo forma de m anual con la obra de H ipócrates de Quíos. ISjensenanza~de"los-sofistas^era-privada-y se ifnpartía:previo pagó: De hecho, sólo podía ser seguida por los jóve­nes de las familias m ás pudientes: ísü3objetíyo'cóñsistíaTeserfciáls rnéntereñ" 1 alf or-niacibTTrclé~eüt^es^e^gobiernoTiLcjs jóvenes, sobre todo, se veían ex trao rd inariam en te a traídos po r ello.íLa éfvseñariza

Page 124: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

H acerse h o m b r e / 127

dé"los”sofistas-podía parecer-precipita tia lín rel^iónT^oñ^la^i&tin^,c i ón~trad i c it?ñal~cie" 1 os~d c I5e res prop ios d e 1 as disfOntas e tapas "de I a >vicla~humáha . pues^arTticipabsTa 1 a3edad“jüven i I¿élTaprendizaje'yjel'* ejercjcip'deIjsáBeKKablar?que de Hom ero en adelante venía siendo considerado com o propio —junto a la valentía en la guerra— del hom bre hecho y derecho, si no del anciano: y el principio de la ve­jez era m om ento cu lm en para la atribución del poder en todas las ciudades griegas. /El*iOXCh7d_el5íalíñteltodoladi^estrarse para 'com ba-

(ti n re lsabeFKatil ar, ve ñ i a c on e rti'empo.'con lá~experi ene i a rba -e n se--* ñ a n za-d e i os~so fi s tá^pareCí 37c n ~c a m b i cr q u ere r q u^marj? t a p as. Los descalabros y la derrota de Atenas en la guerra del Peloponeso con ­tribuían a debilitar la autoridad de las generaciones más viejas y de los canales pedagógicos tradicionales sobre los que aquéllas se ha­bían c im entado para hacer que los hijos fueran semejantes a los pa­dres. Un típico tem a de debate en la segunda mitad del siglo v a.C. era si de malos padres podían nacer hijos mejores y viceversa.

El enfren tam iento de generaciones es el tema central de Las nu­bes de Aristófanes. Aquí, Sócrates aparece asimilado a los sofistas, p o r ser capaz de enseñar astronom ía, geometría o cosas divinas, pero también de hacer objeciones y de hacer prevalecer los argu­m entos más débiles. Pero a diferencia de los sofistas itinerantes él era colocado en un «pensadero» situado en el terreno de la ciudad y por ello era a la vez más familiar y más peligroso. Por frecuentar sus clases el joven Fidípides podia poner objeciones a su padre Es- trepsíades: «de pequeño tú me pegabas, ¿p o rq u é no puedo hacerlo yo ahora contigo? También yo he nacido libre». La^ed a d ->dej aba~de s e r ^ im ¿ | í ^ Precisamente en esta comediaAristófanes expresaba el m odo en el que los partidarios del tiempo pasado con trapon ían la antigua paideía a la nueva a través de la an ­títesis en tre el gimnasio y el agora. Lá*antigüWp'aideía-del :gimnasio^ gí m nicoituIsicalThací a á 1 os muclfffClrosipudo rosos,-rpbustos-v-fie -I es as. trád i cloné si ella había hecho a los hom bres que com batie­ron en Maratón. L5~nueva;-cn;caTnffi o£ten~íá su-céntró~erTejTágora^y e r r lo^i5anos ,* q u e j e 11 eñalfaTOle ^ d o 1 escen tes^e jando 'va 'c ías la?* pal es tras:-allí: aprendían no la m edida, sino a cultivar la lengua y a hacerla crecejr hasta llegar a enfrentarse a los padres. En Las ranas Aristófanes im putaba a Eurípides la enseñanza de la charla, talia, que había vaciado las palestras, y en los Caballeros el salchichero señalaba en el ágora el lugar en que se educó, en tre risas y un fo­llón tal, que un ré tor le había podido predecir su futuro destino com o demagogo. En el discurso Contra Alcíbíadcs de Andócídes aparecía tam bién la oposición en tre gimnasios y tribunales, que se traducía en la inversión de los deberes de cada edad: los viejos com batían y los jóvenes hablaban al pueblo. El modelo de esta iii-

Page 125: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

128/Giuscppc C ambiano

versión estaba esbozado en Alcibíades, que aparecía también en Tucídides corno campeón de la igualdad entre jóvenes y viejos, opuesto al viejo Nicias, con ocasión de la decisión sobre la expedi­ción militar contra Siracusa,

El retrato de Sócrates trazado por Aristófanes en Las nubes era también avanzadilla de otro cambio importante. ,En la com edia el viejo Estrepsíades está irónicam ente representadó en el acto de fre­cuentar el pensadero de Sócrates, Una de las diferencias más lla­mativas entre la figura del filósofo Sócrates y la de los sofistas — tal >y com o aparece sobre todo en Platón— consistía precisam ente en el hecho de que la enseñanza filosófica era extendida también a la

¡edad adulta y prácticam ente no tenía fin. La escuela filosófica que instituyó Platón en el siglo iv a.C., no en el ágora sino cerca del gim­nasio de la Academia, no estaba basada en distinciones de edad. Un antecedente de la misma, la com unidad de los pitagóricos de Cro- tona, dirigió sus preocupaciones también a los adültos distinguien­do — sobre el modelo de las iniciaciones religiosas a los miste­rios— dos niveles progresivos de iniciación en los contenidos cada vez más complejos del saber. En los diálogos platónicos Sócrates es presentado sucesivamente como un joven, un adulto y un anciano que está siempre deseando aprender, de tal m odo que el citarista Cono, con quien él solía estar, ei a objeto de risas com o m aestro de viejos. Sócrates está, además, rodeado de discípulos adultos, com o el ya m aduro Critón. En la Apología la actividad de Sócrates apa re ­ce como una suerte de paideía perm anente para todas las edades y para todos los ciudadanos, dirigida a una continua mejora del alma. Los acusadores de Sócrates, Meleto en la Apología y Anito en el Menón consideraban verdaderos educadores de los jóvenes a los ciudadanos atenienses que se sentaban en la asamblea, el consejo o los tribunales. De ese modo, por otra paite, en el Proíágoras el so­fista tejía el elogio del aparato educativo ateniense. A una Atenas de escuela de dem ocracia y de justicia Platón oponía la tesis radical de que los mismos ciudadanos atenienses, lejos de ser educadores de­bían ser educados. La trasposición del m odelo de la dietética m éd i­ca del cuerpo al alma permitía a Platón concebir la filosofía com o una técnica educativa de prevención y terapia indispensable para todas las edades.

En la República las ciudades históricam ente existentes, Atenas en particular, aparecían incluso com o corruptoras de las natura le­zas dotadas de disposiciones filosóficas. Una verdadera ciudad, se­gún Platón, debería ocuparse de la filosofia, al contrario de lo que ocurría de hecho. Según una concepción difusa — que Platón hace expresar a Calicles en el Gorgias y a Adimanto en la República— las discusiones filosóficas eran adecuadas para los m uchachos y no

Page 126: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

H acerse h o m b re /1 2 9

para los hom bres adultos. En un m uchacho podían contribuir a su paideía, pero a condición de que fueran luego abandonadas; en cambio, en un ciudadano adulto o anciano parecían indignas po r­que lo inducían a situarse en los m árgenes de la ciudad y a cu ch i­chear en una esquina con tres o cuatro muchachos, en lugar de es­tar en su centro, mésort, en el ágora, donde los hom bres dan lo m e ­jor de si mismos, es decir, en la realización de las tareas políticas. En efecto, la escuela filosófica aparecía, incluso ante el Platón de la ; República, com o un lugar donde ponerse a resguardo de la mala ] educación im partida p o r la ciudad y los sofistas, que no hacía otra j cosa más que rep lan tear los valores dom inantes en ella y, por tan- ; to, perpe tuar su enfermedad. Tam bién físicamente las escuelas fi- j losóficas tuvieron p o r lo general sedes lejanas del centro de la . ciudad.

Invirtiendo el punto de vista corriente Platón excluía de la c iu­dad justa un aprendizaje precoz de ia parte más compleja de la filo­sofía, la dialéctica, que habría podido ser usada — com o ocurría con los sofistas— para con tradec ir y p o n er en discusión los valores de la tradición; preveía com o edad adecuada para iniciar el estudio de la filosofía los treinta años, después de haber estudiado am plia­m ente las disciplinas m atemáticas. Esto no significa que la Acade­mia platónica no admitiese alum nos de edad inferior a los treinta años, sino que la Academia no estaba situada en una ciudad justa. Tam bién Aristóteles había sido consciente de una disparidad de ni­veles en las capacidades de aprendizaje, reconociendo que los jóve­nes, si bien podían con facilidad convertirse en buenos m atem áti­cos, no estaban tan capacitados para conseguir la sabiduría capaz de guiar en los asuntos de la vida o la com petencia en investigacio­nes de filosofía de la naturaleza, pues en estos cam pos se necesita­ba m ucha experiencia en los detalles, experiencia que sólo el t iem ­po podía procurar. Es interesante que los Caracteres de Teofrasto ridiculicen la figura del opsimathés, es decir, aquel que se pone a a p ren d e r muy tarde, tam bién se ridiculiza el «juvenilismo» en los adultos que querían todavía hacer gimnasia, co r re r y danzar con los m uchachos pero que callan po r com pleto en lo que se refiere a la enseñanza super io r y a la filosofía. ErTgeneral los filósofos anti-

_ ~i i « a t ~ M i .

guos com part ie ron s iem pre la convicción expresada por E p icu ro , 1 segun 'la /cúá llnin g u n aredad es 'inadecuada p ara ocuparse dé la sa- lüd^del^álma^es d e c ir^ p a ra ’ filosofar. ¥

Entre él sigl oüv y e í n r a ! c í la fi gura dél filósofo ti éndeTapresen­tarse como, un nuevo m odeló de hom bre, a veces en com petencia

vCon'la im agenU rad ic ionálde l c iudadano. >Está:operación se hacía ' posible gracias a'la^inclusióTvidentro de este nuevo m odelo y gra­cias a la trasposición á otró p lañó dé tas dotes que caracterizaban la-*"

Page 127: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

130/( j iuseppe C a m biano

moral dél hoplila: resistencia, au tocontro l y cooperación. En el Fe- 'dóñ Sócrates es representado sereno frente a la m uerte , sin renegar de la filosofía, p recisam ente com o el hoplita sabía afrontarla co m ­batiendo por la patria. La integración de ía m oral militar dentro de la m oral filósóficá’ce lebró su triunfo e ñ e l estoicismo, con la jigura ♦ dél sabio insensible á los sufrimientos e inalterable fíente a los gol-

:pes“clé“:lá fortuna. Incluso la función p rocreadora podía ser reab­sorbida y traspuesta a otro nivel: en Platón se expresaba por medio de la metáfora del alma grávida de saber e inducida a dar luz gra­cias a las hábiles preguntas filosóficas. La escuela filosofica.se co n ­vertía en el j ü g á r dé reproducc ión y perpetuación dé un nuevo m o ­d e l ó l e h o m b re A Platón, esto le permitía recuperar, p o r medio de su noción de érós en tendido com o vehículo de ascenso filosófico y p o r tanto com o ins trum ento esencial para convertirse en hom bre, aquella relación en tre adulto y joven constitutiva en el m undo grie­go de la dim ensión pedagógica de la relación homosexual. Pero le perm itía también no ten er que poseer más una rígida distinción ra­dical de función en tre los sexos. Tanto en la República com o en las Leyes varones y hem bras atraviesan un com ún itinerario educativo para llegar, ya com o adultos, a las mismas funciones: esto era váli­do no sólo para la m úsica y la gimnasia, sino tam bién para el adies­tram ien to m ilitar v el filosófico. En las Leves la diferencia destaca- ble entre los dos sexos parecía consistir en el hecho de que las m u ­jeres se casaban al m enos diez años antes que los hom bres y acce­dían a los cargos públicos diez años después que los hom bres, ha­cia los cua ren ta años.

La p resencia de m ujeres está docum en tada para la Academia pla tón ica y para ia escuela de Epicuro, además de para los cínicos, pe ro es difícil af irm ar si ellas tam bién enseñaban o escribían; de cua lqu ie r modo, se trata de casos raros. Pese a las declaraciones p latónicas la filosofía siguió sicrídó s iem pre en úna gfan parte una* actividad rnasculiña . Aristóteles desactivó los aspectos más explosi­vos de la po lém ica p la tón ica con tra la ciudad histórica para l legara ser hom bre , es decir, b u en c iudadano, y para poder estar habilitado para go b ern ar la c iudad no es necesario hacerse filósofo. Esto no quita que tam bién para Aristóteles la filosofía representase el m e­jo r tipo de vida y que para acced e r a ella no fuese necesario ser c iu­dadano y, p o r tanto, ti tu lar de los derechos y deberes políticos de la ciudad en la que se desarro llaba la actividad filosófica.{El aprendi- zaj é y" e 1 ej e reí ci o d é_ 1 a fi 1 oso fía erán .p lenam en té c om pátibi es tam ­bién c o n la c o n d ición de rnqtecó, com o era evidente en el caso de Aristóteles, o rig inario de Estagira, y de m uchos filósofos de la edad helenística, venidos de distintas ciudades del m u ndo griego para es tud iar y luego estab lecerse y en señ a r en Atenas, volviendo a re ­

Page 128: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

Hacer se hom bre/131

co rre r un itinerario que ya en el siglo v a.C. había llevado a Anaxa­goras a trasladarse a Atenas desde su ciudad natal, Clazómenas.'Los> es to ico s l legaban ál pun to He teorizar, so b ré ja ' compatibilidad del ejercicio d e T1 á ’fi los o fi a ’i nc 1 u s o con la condición de^esclavo.

En medio de esta variedad de presupuestos v de la instauración de las distintas corrientes filosóficas, la filosofía sé decantaba corno > lá vía más adecuada para cum plir el objetivo de hacerse hombre.1' Péro’h a c e rse 1 hom bre ya ño significaba sìmplernènte^cqnvértirse

fen ciudadano. La ciudad no pocha seguir este impulso que llevaba a la filosofía a huir de ella, ni la dicotomía entre llegar a ser ciudada­no y llegar a ser filósofo. El punto culm inante de esta fuga llegó con los cínicos, pero a través de un cambio radical en la imagen de la infancia. La mayor parte de los filósofos, excluyendo a los cínicos, com partió la concepción c o n ie n te del niño como ser privado de razón y de habla, concepción ampliam ente docum entada desde H om ero hasta los oradores del siglo iv a.C. Precisamente estas ca­racterísticas del niño hacían particularm ente delicada su situación y hacían necesaria una intervención desde el principio, si se desea­ba que llegara a la condición de hom bre. Para Platón hacía falta, in­cluso, una especie de gimnasia intrauterina indirecta a través ele los m ovimientos ejecutados po r la m adre y seguidamente una vida transcurrida no sólo en el claustro de la casa y formas de juego que imitasen y prefigurasen actividades y dotes de la vida adulta. Sólo la* ípuideía? incluso para Pla tón,< podía ;llevarua convertirse;en yhom-j* ■bres^aquí insertaba él la exigencia de una educación pública — co­mo en Esparta, pero sin el desarrollo unilateral de la g i m n a s i a - im partida para todos y que indujese la lectura y la escritura y la in­terpre tación cíe la cítara y la danza.

Presupuestos muy similares esperaban también en la discusión sobre la paideía c iudadana inicida por Aristóteles en la Política. Pero, en la línea de las consideraciones de la literatura médica, él prestaba más atención a las condiciones fisiológicas de la natura le­za infantil. Dentro de un cuadro de la naturaleza articulado según una escala continua de com plejidad creciente, que culm ina en la fi­gura del hom bre adulto caracterizado por la plena racionalidad y po r la posición erecta, el niño se le representaba a Aristóteles com o peligrosam ente cercano a la animalidad, com o probaba su condición de «enano», con las partes superiores más desarrolladas que las inferiores y obligado por ello a una locom oción a cuatro pa­tas semejante a la de los animales. A esta desproporción en tre las partes se vinculaba tánibién el hecho de que el calor producido por los alim entos ingeridos ei a llevado hacia la parte alta y ello provo­caba que los niños pequeños du rm ieran la mayor parte del tiempo

Page 129: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

132/Gm seppe C ambiano

y que sólo hacia los cuatro o cinco años comenzaran a soñar. En los primeros cuarenta días el neonato, según Aristóteles, cuando está despierto no llora ni ríe ni siquiera percibe las cosquillas, es decir, está privado de los rasgos típicos que diferencian al hom bre adulto de los otros animales. El alma de los pequeños hom bres futuros no difiere, en el prim er periodo de su vida, de la de los animales: el niño, como el animal, no puede decirse propiam ente que sea feliz y capaz de actuar, cosa que requiere el uso del razdnamiento y de la capacidad de deliberar. En cambio, al contrario que los animales, el niño es susceptible de un proceso de desarrollo y de alejamiento de esta condición animal, tanto en la relación entre sus paites su­periores y las inferiores, que llegan a equilibrarse, como en la a r ­ticulación de las facultades psíquicas. Es dentro de este itinerario na­tural, que va de las potencialidades de la vida infantil a la actualiza­ción de las dotes humanas en el adulto, donde podía insertarse la actividad educativa, dirigida a secundar este desarrollo regular. «Nadie — concluía Aristóteles en la Etica a Nicómaco, expresando el punto de vista más am pliam ente difundido— escogería vivir toda la vida con la razón (diánoia) de un niño.»

Precisamente a una posición de este tipo parecen aproxim arse las posturas más radicales del cinismo. Un presupuesto de ellas era el abandono de aquella aplicación metafórica de las edades de la vida hum ana a la «historia» del género hum ano que había llevado a Esquilo en el Prometeo a designar a los hom bres — en su condición anterior al regalo que les hizo Prom eteo del conocim iento de los astros, las estaciones, la navegación, las letras del alfabeto, la m ed i­cina y la adivinación y, en general, de todas las tékhnai— con el apelativo ya hom érico de «infantes» (népioi), es decir, incapaces de hablar. La~postura cínica, en cambio, sé configúraba cómo una de­liberad ¿¡"regresión a la infancia, parálela á ü irre to rno de la cu ltura ala_naíúraleza.*Es cierto que alguna excepción a la imagen negati­va del niño podía encontrarse ya antes de los cínicos. Así, el h o m é­rico Himno a Hennes ya había trazado el retrato del dios niño p re ­coz, ladrón y hábil engañador, capaz de inventar la cítara utilizan­do el caparazón de una tortuga. Pero incluso aquí el m odelo positi­vo estaba también presentado a partir de las dotes más caracterís ti­cas y usuales de la edad adulta y, además, se trataba siem pre de un dios.

■Lo s ’cToñcepto’s d e . i ñ o c en c i a , esponta n e i dad 'y .si mp I i c i dad de 1 niño ñ o p a rec ían estar difundidos en la mentalidad com ún, ni tam ­pocoJo estaba la ídeá dé-que se podía l leg ara ser bueno volviendo

¡a sér .ñ iñoM lgunas anécdotas de Diógenes el Cínico, que, siguien­do el ejemplo de los niños que bebían en el cuenco de la mano o que metían lentejas en el pan, se veía impulsado a tirar y despreciar

Page 130: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

H acerse h am bre’/ 133

las escudillas y los recipientes, reflejan una inversión respecto a este pun to de vista así com o el rechazo de la ciudad y de las necesi­dades artificiales generadas po r ella para volver a las solas funcio­nes esenciales determ inadas por la naturaleza. N o casual que*en el * cinism’o7jun to al niño, séan loFanimales lós'qúé sé constituyan en > riio d é lp j ia rá convertirse en á u té n t ic o h o m b re /u n a figura bastante rara, según Diógenes. S e 'e tabó 'raba 'as íluñá imagen positiva del niño bueno, capaz"de énseñar-a volver a serlo o tra vez incluso al''" adulto co r ro m pido p o r la vida de las c iu dades. ^

~ Es t a " co n c e p c i óii 'del niño bueno y_ de Una naturaleza hum ana origin ar iam ente in co r ru p ta .tam bién fue elaborada po r los estoi­cos, aunque se'ericò"ntraba en ellos la constatación de la estupidez y » la nial dad d ^ la .mayor, parte de los !horribres_adultos. Al revisar el delicado punto de la contribución en el proceso de corrupción de la obra de m adres y nodrizas, que con los baños calientes elim ina­ban de los cue ipos de los pequeños aquel tonos, aquella tensión que debía, en cambio, caracterizar toda la vida moral del adulto y que originaban la falsa opinión de la coincidencia del bien con el placer, los estoicos, o al m enos alguno de ellos, podían evitar el im putar d irec tam ente a la ciudad la responsabilidad de la co r ru p ­ción. El estoicismo, más bien, se integraba siem pre en las institu­ciones de la ciudad. Aunque fue bajo inspiración del rey Antigono Gonatas, Atenas llegó a em itir un decreto en ho n o r del fundador de la escuela estoica, Zenón, por haber educado bien «a los jóvenes que se confiaban a él para ser instruidos en la virtud y en la m o d e­ración» y p o r haberlos guiado «a las metas más altas poniendo a to­dos com o ejemplo su propia vida». Pese al brevísimo paréntesis del \ 307, cuándo un decreto dispuso a expulsar a los filósofos, Atenas y , los ñlósofos de las escuelas se reconciliaron pronto.^ba inclusión - i ,

de la ensenan za de là filosofía eñ el periodo del servicio efèbico era U el signo^d^feconoeim ientó , po r parte d é l a ciudad, de la jrnportan-

í c iarde’ l a ’mi s nía en ' la paideía juvenil’En cierta m edida parecí a l i ab erse realizadoi el sueño platónico

de una filosofía com o parte integrante de la c iu d ad /a u n p e rm an e­ciendo com o dom inan te la dimensión privada de su enseñanza, a la que accedían tam bién los extranjeros. Pero en.el m om en to én que la - filosofía’estaba in s t i tu c io n a lm eñ té ;re sew ad a a los efebos, este suen^fue;p ld tca lm e 'ñ té abandonado. Buena parte de las d irec tr i­ces filosóficas, y en p r im er lugar el propio Platón, estaban de acuerdo en adm itir que para hacerse filósofo hacía falta un ap ren ­dizaje largo, al que sólo pocos estaban en disposición de someterse. Esto no significa que para los filósofos los demás adultos no estu­vieran necesitados de educación. En las Leyes Platón había reco n o ­cido en la c iudad misma, con sus instituciones, sus norm as y sus

Page 131: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

134/Giuscppc Cambiano

milos, contados p r im ero p o r las nodrizas y luego constantem ente rem em orados por los anc ianos mitólogos, el instrum ento con el que toda la ciudad, en todas sus clases de edad, realizaba el encan ­tam iento (epòdé) a sí misma, in teriorizando y aceptando los valores sobre los que se regia su existencia. También Aristóteles reconocía que los más, cuya vida estaba fundada sobre los páthé, por lo gene­ral no podían ser persuadidos po r la fuerza del lògos y de la ense­ñanza y reconocía en las leyes el ins trum ento educador p e rm a n en ­te del m ism o m u ndo de los adultos, pues éstas estaban dotadas de una fuerza m ayor y suscitaban m en o r hostilidad en lo que respecta a prescripciones im puestas p o r individuos particulares.

Aleñas;de h ech o ;p o d ía acoger a la filosofía no tanto com o mo.- délo 'süprém ó de vida Húm anárcuañdo cóm o actividad propedéuti­ca encam inada a l a formación de aquel tipo de hom bre que conti- ' núaba encarnándose,- au n q u e en .medida cada vez más simbólica, én la figura;de]Iciudadanorsolclado^ La línea vencedora era la ex­presada por los Calicles y los Adimanto, reform ulada con particu­lar vigor p o r lsócra tes en el siglo iv a.C. En el Areopagítico, escrito

\ poco antes de mediados de siglo, había contrapuesto la antigua ! educación preventiva a la nueva, que una vez más tenía su centro ; en el ágora y en las casas de juego atestadas de tocadoras de flauta.; La educación antigua e s taba basada en el reconocim iento d e j a s d¡.I ferencias sóciales-y de la necesidadjde d isc ip linarlas pásioñes juye- i niJés-y orientarlas hacia ocupaciones nobles; dirigiendo a aquél los ! có n~u n a s i Ili ac i ó n menos-favorable hacia elJ trabajo d e l c a m p o y a l i co mèrci o , 'pa ra 'su s trae r lo s ’’d è i ocio, causa principal- de -las Uníalas1 \acciones y, én cám bió a lÓs más favorecidos;a la h íp icafa lá^gimna- j.s i a,-l a c i n e gé ti c a ;y "la : filosofi a . 0

" lsóc ra tes pre tend ía h ace r propia la línea educativa que él atri­buía a la antigua paideia, dirigiéndose a una élite lo suficientem en­te rica com o para p oder pagar sus costosos cursos, que duraban un prom edio de tres o cuatro años. Hacia el final de su vida él mismo constataba que en el a rco de unos cuaren ta y cinco años estos cu r­sos habían sido frecuentados po r un cen ten ar de alumnos, una b u e ­na parte de los cuales se convirtió en personajes ilustres de la vida

\ política no sólo ateniense. Pero lo que él l lamaba filosofía no coin- j cidía con la de los socráticos, la de Platón y la Academia. Esta últi­

ma, que él identificaba con discusiones sobre el núm ero de los en ­tes o cosas similares — un tipo de discusión presente, por ejemplo, en el Sofista de Platón y tam bién en el libro p rim ero de la Metafísi­ca y de la Física de Aristóteles, no era to talm ente rechazada, pero se le asignaba solo un valor propedèu tico o auxiliar, lsócrates la ponía al lado de la geom etría y de la astronom ía, todas ellas disci­plinas inútiles para la praxis, pero utilizables dentro de una «con-

Page 132: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

Hacerse h o m b r e / 1 35

cepción muscular» de las facultades psíquicas (Finley) y de un pro­gram a gimnástico de adiestramiento mental. Pero estas actividades com o tales estaban más bien dirigidas a los jóvenes y no a los adul­tos. Para estos últimos conservaba, en cambio, pleno valor la filo­sofía que él enseñaba, m ucho más viril que la aprendida por los patdes en las escuelas. Según Isócrates, una ciencia capaz de deter­m inar con exactitud cóm o se debe hablar y actuar es inalcanzable para la naturaleza hum ana. El saber hablar, deliberar y ac tuar en interés de la comunidad a la que él enseñaba consistía, en cambio, en la capacidad de distinguir po r medio de opiniones propias lo que es preferible en relación con cada circunstancia particu lar .‘La,

¿retórica;“ corito arte del'dccir^ despojada de los usos desaprensivos con fines personales y p lenam ente integrada en el horizonte de va­lores de los sectores más pudientes, capaz de dirigirse al pasado histórico para planificar el futuro, capaz de suministra!' ejemplos m orales y de justificar decisiones políticas, podía^volyer a p lantear el m odelo 'de hom bre en el bu en c iudadano y presentarse a s i mis­ma com o cam ino privilegiado para ¿d iver tirse en 'hombre.* Lós fi­lósofos, po r lo que a ellos respecta, sin renunciar a la primacía de la vida filosófica, destinada a poco, desde el m om ento en que acep­taban in tegrar su actividad en el tejido de la ciudad de Atenas acra-

/baban por adherirse de hecho a la solución de Isócrates y po r até-' n u a r aquella incompatibilidad entré retórica y filosofía que a veces* se-habíá radicalizado en las páginas platónicas y que ya Aristóteles había alentado. Cuando ¿erul 55 ^a.C.' los atenienses enviaron una embajada a Roma para hacerse perdonar una inulta, fueron envia­dos para discutir su causa ante el senado los representantes de tres escuelas filosóficas: el académ ico Carnéades, el peripatético Critó- lao y el estoico Diógenes de Babilonia. LosCmejores oradores eran

íBlósofós. El antagonisrno eñ tre fí 1 ósofía y retórica yá.hábía dejado -de éxistir.’Perdíá sólidariam eñte"penetrar’erul¿Tensenánza y.la for-» m ación deTos jóvenes de las clases elevadas de la sociedad griega y romana.’

; REFERENCIAS BIBLIOGRAFICAS

A n d e r s o n , W.D., Ethos and Education in Creek Music, Cambridge (Mass.), 1968.

A n g e l i B e r n a r d i n i , P . [ e d . ] , Lo sport in Grecia, R o m a-B a n , 1988. A r r i g o n i , G. [ed.], Le donne in Grecia, Roma-Ban, 1985.B eck, F. A. G., Greek Education, 450-350 B.C., Londres, 1964.B uer , W. den, Private Morality in Greece and Rome, Leiden, 1979. B relich, A., Paides e Parthenoi, Roma, 1969.

Page 133: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

136/Giuseppe C ambiano

Buffière, F., Eros adolescent. La pederastie dans la Grèce antique, París, 1980.

B u r k e r t , W., Hotno necans, Berlin-Nueva York, 1972 [trad, italiana, Turin, 1981],

Caígame, C. [ed.], L’aiìtore in Grecia, Roma-Bari, 1984.Cambiano, G . , La filosofia iti Grecia e a Roma, Roma-Bari, 1987.C a n t a r e l l a , E. L’ambiguo malanno, Roma, 1985.— Secondo natura. La bisessualità nel mondo antico, koma, 1988.Ci-ARKE, M. L., Higher Education in the Ancien/ World, Londres, 1971.Detibnne, M., Les jardins d'Adonis, Paris, 1972 [trad, italiana, Turin, I 975],D o v e r , K., Greek. Popular Morality in the Time of l ’Iato and Aristotle, Oxford,

1974.— Greek Homosexuality, Londres, 1978 [trad, italiana,'Turin, 1985].F i n l e y , M. I. y P l e k e t , H. W., / giochi olimpici, trad, italiana, Roma, 1980.F i - a c e l iè r e , R ., La vie quotidienne en Grèce au siècle de Périclès, P a r is , 1959

[trad, italiana, Milán, 1983]. ¡';Foucaiji.t M., Histoire de la sexualité, 2, L'usage des plaisirs, Paris, 1984. [Hay

ed. cast.: Historia de la sexuulidad, 2, El uso de los placeres, Madrid, 1 987.]G a r d i n e r , E. N . , Greek Athletic Sports and Festivals, Londres, 1910.G e r n e t , L., Anthropologie de la Grèce ancienne, Paris, 1968. [Hay ed, cast.:

Antropología de la Grecia antigua, Madrid, 1984.]H a r r i s o n , A. R. W., The Law at Athens. The Family and Property, Oxford,

1968.Jaeger, W., Paideia. Die Fonnung des Griechischen Menschen, 3 vols., Ber­

lin, 1934-1947 [hay cd. cast.: Paideia: Los ideales de la cultura griega, Ma­drid, 1990],

J e a n m a i k e , H., Couroi et courères. Essai sur l'éducation spartiate et sur les ri­tes d ’adolescences dans l'antiquité héllénique, Lille, 1939.

J o h a n , H.-T. [ed.], Erziehung und Bildung in der heidnischen und christli­chen Antike, Darmstadt, 1976.

Kuhnert, F., Allgemeinbildung und Fachbildung in der Antike, Berlin, 1961.L a c e y , W, K., The Family in Classical Greece, Londres, 1968.L o r a u x , N., Les enfants d'Aihéna. Idées athéniennes sur la citoyenneté et la

division des sexes, Paris, 1984.— Les expériences de Tiréstas. Le féminin et l ’homme grec, Paris, 1989.M a r r o u , H.-L., Histoire de l'éducation dans Tantiquité, Paris, 1965 [trad, ita­

liana, Roma, 1978].Nilsson, M. P., Die hellenistiche Schule, Munich, 1955 [trad, italiana, Flo­

rencia, 1973].PÉLÉKJDis, C., Histoire de l'éphébie attique des origines à 31 avant Jesus-

Christ, Paris, 1962.S i s s a , G . , i e corps virginal, Paris, 1987.S w e e t , W. E., Sport and Recreation in Ancient Greece. A Sourcebook with

Translation, Oxford, 1987.V a t i n , C., Recherches S u r le mariage et la condition de la femme mariée à l'é­

poque héllénistique, Paris, 1970.V e g e t t i , M., Passioni e bagni caldi, lì problema del bambino cattivo nell'an­

tropologia stoica, en Tra Edipo e Euclide, Milán, 1983, pp. 71-90.

Page 134: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

H acerse h o m b r c / 1 37

V e r n a n t , S.-?., Mythe et pensée chezles Grecs, Paris, 1965. [Hay e d . cast.: Mito y pcnsamiento en la Gracia antigua, Barcelona, 1985 ]

— Mythe et société en Grèce ancienne, Paris, 1974. [Hay ed. cast.'. Mito y so- ciedad en la Grecia antigua, Madrid, 1987.]

— L ’individu, la mort, l’amour. Soi-même et l'autre en Grèce ancienne, Pa­ris, 1989.

Vidal-Naquet, P., Le chasseur noir. Formes de pensée et formes de société dans le monde grec, Paris, 1981. [Hay ed. cast.: Fomirts de pensamiento y de sociedad en el mundo griego, Barcelona, 1983.]

Willetts, R. F., Aristocratie Society in Ancient Crete, Londres, 1955.

Page 135: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant
Page 136: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

Capítulo cuartoEL CIUDADANOLuciano Canfora

Page 137: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant
Page 138: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

Introducción

Erí-el^sigló viaVC^eíPm tichás 'ci"'¿1 acleiFgriégás^-1as-ar i stociacias, spistOTi^"ast^pó1^1ás-U!-mas~e ¿párta ñas aplastaron a:losjllái'riá(dosTt:i raT ños.;y as u m i e ro ri *.e 1! c on troL ^F ¿1 política"ciudajdana?

Iíasltlrali í as ,\po r c u an to jáb a m o s £1 en í ari :po n lo g én eral^i^ a b a se s popul a r :fél^timno?háteí^ i 3 o i ^ i g i M n a r ñ e n j j g ü j i ^ S i nembargo, en la tradición literario-política llegada hasta nosot ros, la imagen de la tiranía recibió una connotación definitivamente de

' valor negativo, y se ha llegado incluso a confundir con la noción de dom inio oligárquico (como en adelante veremos). ■* *■.

Epi c ^ tro^v^prótotipcr^ellasraristo^craciásigriegaj-fuejscomo es sabido, ¿EspSrta> ^Jfu íjlalnó^i ÓTnd eTé 1 11 e“ ('lóslespárt i atas )3rco incide **. ¿conTla.noción^le7IiBfes7 y po r tanto de ciudadanos de pleno d e re ­cho (cfr. pp. 133 ss.). El/domin e:di-gad a~en^primeiv 1 u g á r a ’lá-virtúd ^e 'la^guéna^se. apoya erí.'üh.nota? bl erb a s a rri e rft o xl é!c 1 a s e s7d e p é nd ie n t e s i(per i ecPs.ri lo t as)^ L¿x~polat;i - dá"d?l ib res/escl avos c o i n c id é a qv rí eruEspa'ft tifie o n?l a -po1 a r-idad-é li^ te/masas. En tre J o s ~dos-«mu n do s (-los < s partia t as -yjl os^o t r.o s i) ;:h ay¿ u nl^duracléraTtens iórPTie~-ré láSés¿y-He r^za^que^se "S i ente -y-se^vi-ve comp~una-autén tieaTgu'erra: s im bólicam ente, pero no tanto, los éfo- ros espartanos «declaran la guerra» cada año a los hilotas, y jóvenes espartiatas hacen su aprendizaje com o guerreros dedicándose al deporte de la caza noctu rna de los jlo tas, cuya m uerte tiene tam ­bién — además del deseado efecto a te r rad o r— su evidente signifi­cado ritual y sacrificial. El:c iudadanorehespar tía ta rcH n ac h o r debe

^aprende f.~sobre_todQia-.niatár.

14)

Page 139: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

1 42/Lui:inno Canfora

A. H. M. Jones observó en una ocasión que los aristócratas ate­nienses, incluso m anifestando continua adm iración por el sistema espartano (baste reco rd a r el nom bre de Critias y también de su so­brino Platón), difícilmente se habrían adaptado a una com unidad así de cerrada y esp iritualm ente estéril. El p r im er texto conservado de prosa ática, la Constitución de los atenienses, transmitido entre los opúsculos de Jenofonte (pero cier tam ente no escrita por él), abre, po r así decir, esta serie de tributos al ideal espartano. El au to r lamenta, po r ejemplo, el duro trato que se puede infligir a los escla­vos en Esparta, del mismo m odo que auspicia un régimen político, la eunomía («el buen gobierno»), en el que el pueblo ignorante e in­com peten te , y por tanto no legitimado para desem peñar el poder, sea «reducido a la esclavitud».

Sin em bargo, en Atenas, este ideal, tan querido para la aristo­cracia (cualquier cosa m enos resignada y desarm ada) no ha tenido nunca una realización concreta . O mejor, la ha tenido, y ha fra­casado, en los dos periodos brevísimos de 41 1 y de 404-403, en el m om en to en que las derrotas militares sufridas po r Atenas en el largo conflicto con Esparta h icieron parecer posible la instaura­ción tam bién en Atenas del «modelo de Esparta». ¿Por qué este fra­caso, si puede hablarse de fracaso? Precisam ente /éli'Sütorrd'c :1a* Coñsti'tiíclón^de IcTs líTéhtenses?a pesar de que pone en.evidenciajel principal defecto de la dem ocrac ia (el acceso de. incom petenles,a los cargos públicos),~no deja deT ecoñóce r que en Atenas el pueblo deja a']l os j « se ñ o res» .l os -m as 'delicados ca rgos : m i 1 i ta res n La a n s to - ci^ciá tatcniense', en realidad, sejha^adaptado (com o veremos, en páginas siguientes) ,ajJ_n sistema-político -ab ie r to— la dem ocracia asam b 1 eísta^=^que.ha!coIocaclo e 1 problem a.capitahde la c iudada1

¿nía sobré basesTiuevas.>E stagris tocraciá^ iab íácoftservado , por tanto, en una situación

política más movida que la de Esparta, una:legitimación para la di- /rección del Estado, fiiñdádá'en-Ha’posesióh-^clé determ inadas com- p e tenc ias7(no sólo' bélicas) -y/en H ^d u rad era p reem inencia de sus propios valores, sanc ionada tam bién por,el lenguaje político: sóph- rosyíié, adem ás de «sabiduría» quiere decir «gobierno oligárquico» (Tucidides, VIII, 64, 5).

En la E uropa del siglo xvm, hasta la Revolución Francesa e in­cluso después, era frecuente la asociación Roma-Esparta. No esta­ba to ta lm ente infundada. Ya Polibio se la había planteado en té rm i­nos de com parac ión constitucional, y había intuido en el sistema político rom ano un equilibrio perfeccionado entre los poderes (cfr. pp. 1 53 ss.). A él no se le escapaba que la bisagra de ese equili­brio era una aristocracia , co incidente con el ó rgano m ismo (el se­nado) a t ía ves del cual ejercía el poder.

Page 140: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

El c iudadano/143

No sin motivo será precisam ente esta aristocracia la protagonis­ta de la experiencia política de la que se tratará en las siguientes pá­ginas. Si se quisiera encerra r en una fórmula la característica de se­mejante predom inio duradero, podría indicarse la causa en la ca­pacidad de renovarse y de cooptar. En este terreno es p recisam en­te la aristocracia modelo, la espartana, la que se ha demostrado, com o prueban los hechos, la de m enor amplitud de miras.

.Los griegos y los o tros

«Entonces las ciudades no eran grandes, sino que el pueblo vi­vía en el cam po ocupado en sus labores», éste es el cuadro socioe­conóm ico en el que Aristóteles coloca la formación de las tiranías en el libro quinto de la Política (1305a 18). «Dada la magnitud de la ciudad, no todos los ciudadanos se conocían entre ellos»: es uno de los factores materiales que Tucídides aduce para explicar el clima de sospechas y la dificultad de relaciones que se creó en Atenas en los días en los que se incubaba el golpe de estado oligárquico de 411 a.C. (VIH, 66, 3). .La ciudad arcaica ejí peqüéña, y ésto hace que la dem o cracia directa;**es*clecir, la participación de todos los «ciu­dadanos» en las decisiones, tenga^éxito necesariamente. Un éxito que no se puede contrastar, sobre todo desde que una paite cada vez mayor de «ciudadanos» (o aspirantes a tales) converge hacia el ágora y ya no perm anece enclavada en el campo, absorbida com ­pletam ente por el trabajo agrícola.

Hasta ese m om ento , la situación es la descrita por Aristóteles («el pueblo vjvía en el cam po ocupado en sus labores»), el enfrenta­m iento po r él poder es patrim onio de algunos «señores». Estos se­ñores tienen el privilegio de llevar las armas y así ejercen la hege­monía: un privilegio que podem os observar concretam ente en los ajuares funerarios de las tum bas áticas (en tas antiguas tumbas de los dem os de Afidna, Torico y Elcusis los nobles están sepultados con las armas, los villanos carecen de ellas). La sideroforía, el uso bárbaro de i r armado, «es signo de nobleza — escribió Gustave Glotz— que*el aristócrata porta hasta en la tumba».

En esta fase arcaica, las formas de gobierno determ inadas por la alternancia en el poder de los señores — aristocracia, tiranía, «inte­rregno» de un «mediador» (aisymnétés, diallaktes)— , aunque estén indicadas con denom inaciones diferentes debidas con frecuencia al p un to de vista del que escribe, son en realidad difíciles de distin­guir unas de otras. Baste pensar en el devenir de la Lesbos de Alceo y en figuras com o la de Pitaco, diallaktes en la furiosa contienda en ­tre clanes aristocráticos, que es etiquetado por Alceo como «tira­

Page 141: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

144/Luciano Canfora

no», aunque haya sido después asumido en e! em píreo de los «siete sabios» junto a su homólogo ateniense Solón. Aquellos que Alceo y los otros que como él etiquetaban como «tiranos» eran, según Aris-

f: tóteles, los que asumían la «guía del pueblo» (prostátai toú démou). Estos gozaban — escribe Aristóteles en el pasaje antes citado— de la confianza del pueblo, y la «garantía» (pístis) de esta confianza era «el odio contra los ricos»: odio que — explica Aristóteles— tom aba cuerpo por ejemplo en la m asacre de los animales de los ricos, sor-

j prendidos junto al río por el «tirano» Teágenes de Mégara, hom bre j de confianza del pueblo. Por o tra parte, así era Pisístrato, que es1 m encionado po r Aristóteles en el mismo contexto.

Pero la paralizadora fatiga en el campo (askholía) dejó de serlo en un m om ento dado: gentuza que antes no conocía justicia ni ley

, — se lamenta Teognis (circa 540 a.C.)— y que se vestía con pieles 5 de cabra, afluye ahora a la ciudad y cuenta más que los propios no­

bles, reducidos a condiciones miserables. Antes —anota con la­mentos Teognis— esa gentuza vivía fuera de la ciudad, o mejor, se­gún la despreciativa expresión teognidea, «pacía» fuera de la c iu­dad. Ahora lian entrado y el rostro de la ciudad h a cambiado (I, 53- 56). Es evidente que el salto a uña gestión directa de la co m unidad^

^la^dejnocrácia directa,'.nace precisam ente entonces, con.;el.,;cre­ndiente gravitar de los villanos dentro del círculo urbano::conforme se atenúa la asklolía se p roduce el salto a la democracia. Ei fenóm e­no es posible’po r el hecho de que ja com unidad es pequeña y la al­ternativa al poder,personal está, por así decir, a mano. No hay po r qué fabular acerca de una innata inclinación de los griegos hacia la democracia, incluso si, probablem ente, los propios griegos han reivindicado tal mérito frente al gran universo que ellos llamaban «bárbaro».

En e l léñ to proceso de constituir una «tendencia a la isonomía» én el m undo griégó entre los siglos vm y v álC. el hilo conduc to r fue

/já'‘afifmaeión de la-«presencia política» (C. Meier) po r parte de tor dos los irTdivTdüós eTTarmas y por tanto wciudadahos».^

¡ La idealización de este m ecanism o ha producido el lugar co- ¡ m ún de los griegos «inventores» de !a política. Un griego de Asia í com o Heródoto, que tenía en cambio una notable experiencia del ! m undo persa ha intentado sostener (aunque — com o observa—i «no ha sido creído») que tam bién en Persia a la m uerte de Cambi- J ses (m om ento en que en Atenas todavía gobernaban los hijos de Pi- ¡ sistrato) fue considerada la hipótesis dem ocrática «de po n er en co-• m ún la política» (es mesón katatheínai tá prégmata), com o él expre­

sa (111, 80). Heródoto recuerda también que cuando Darío m archa­ba contra Grecia, en 492, su allegado y colaborador en la empresa, Mardonio, al costerar Jonia yendo hacia el Helesponto, «abatía a

Page 142: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

El c i u d a d a n o / 145

los tiranos de Jonia e instauraba dem ocracias en las ciudades» (VI, 43). Incluso por esta noticia H eródoto teme la incredulidad de los griegos, desde el m om en to en que «no han creído que [en la crisis que siguió a la m uerte de Cambises] Otanes hubiera propuesto para los persas un régimen democrático».

No veo por qué H eródoto no había de ser creído. La preciosa se­rie de noticias que él da aproxim a m ucho a griegos y persas: dos m undos entre los que un abismo ha sido colocado po r la autorre- p resentación ideológica que los griegos han dado de sí mismos, pero que en la práctica concreta eran m ucho más próximos y e n ­trelazados, incluso en la experiencia política. Prueba de ello es la naturalidad con la que en tran en el m undo persa políticos com o Temístocles, Alcibíades y Lisandro, y antes que ellos los Alcmeóni- das, aunque Heródoto se esfuerce por p oner un velo patriótico so ­bre estos hechos (V, 71-73; VI, 115 y 121-124). No es arriesgado sos- ■ tener, por tanto, que el propio lenguaje usado por Otanes (hipótesis dem ocrática), Megabiza (hipótesis oligárquica) y Darío (hipótesis m onárquica, la victoriosa) en el contestado debate constitucional herodoteo (III, 80-82) fuera familiar incluso a los nobles cultos per­sas, y no exclusiva posesión de la experiencia política griega.

El ciüdádáho--guerrero S

La an t ig u a .d em o crac ia ,es.porVtánto . e l :régim en en^el jque se cuen tan todos los que tienen la ciudadanía, en tanto que tienen ac-^ ceso j i j a asamblea donde sé tom an las decisiones.;El problem a es: ¿quién t iene la ciudadanía.en la ciudad antigua? Si consideram os el ejemplo más conocido, y c ier tam ente el más característico, Ate­nas, constatamos que quienes .poseen este bien inestimable son re-’ Iativam ente pocos: los varones adultos, en tanto que hijos de padre y m adre atenienses, libres de nacimiento. Esta es la limitación más fuerte, si se piensa que, tam bién según los cálculos más prudentes, la relación libres-esclavos era de uno a cuatro. Después, hay que considerar el nú m ero nada despreciable de nacidos de sólo padre o m ádre «pura sangre» en una ciudad abierta al com erc io y a conti­nuos contactos con el m undo externo. Hay que reco rda r por últi­mo que, al m enos hasta la época de Solón (siglo vi a.C.), los d ere ­chos políticos plenos — que constituyen el contenido de la c iuda­danía— no se conceden a los pobres, y los m odernos discuten si en realidad ya Solón habría extendido a los pobres el derecho de acce­so a la asamblea, com o sostiene Aristóteles en la Constitución de los atenienses. En una palabra, la vision dé la ciudadanía se co n ­dénsa en J a edad clásica en la identidad ciudadano-guerrero:- Es ,

Page 143: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

146/Luciano Canfora

cjudadafiö, es decir, fonila, parte de la com unidad de pieno dere­cho, a través dé Ja partic ipación en.las.asambleas decisorias, quien está_en con di cío ri es de e j crc itar 1 a;p ri n cipa 1fu n c i ó n de 1 os varón es adujtos libres: la guerra.^Del trabajo se ocupan sobre todo los escla­vos yTeri cierta medida-las mujeres.

Dado que durante m ucho tiempo ser guerrero comportaba.lain- bién disponer de ios medios-precisos para proveerse de Ja a rm a d u ­ra personal; J a n o c ió ñ ele ciudadáñó^güerrero sé identificó conda

/de pjro pietà ri o>, que poseía unos ciertos ingresos (por lo general in­mobiliarios) y que ponía a disposición del potencial guerrero los medios para a rm arse a su propia costa. Hasta ese m om ento, los no propietarios estuvieron en una condición de minoría política y ci­vil no 'm u y lejana de la condición servil. Gasilüñ siglo 'después de Solón; con la orientación.de Atenas hacia el m a ry el nacimiento.de Uña f lo ta .d eg u c r ra estable, y con la victoria sobre Jo s persas, fue necesaria uña masiva m ano de obra bélica: los marineros, a los que ncTse les exigía «armarse à sí mismos»: Ahí esta el cam biofei a co n ­tecen iento.pohHico^ determ inado — en las d em o cra ­cias m arít im as— la am pliación de la ciudadanía a los pobres (los thétes), que ascienBeñlisí,’finalmente, a la dignidad de ciudadanos- guerreros , p recisam ente en cuanto m arineros, en el caso de Ate­nas, de la más potente flota del m undo griego. No es casualidad que en el pensam ien to político de un áspero crítico de la dem ocracia , com o el anón im o de la Constitución de los atenienses (quizá identi- ficable con Critias) lös m odélos político-estatales se dividen en dos categorías (II, 1-6): lós que hacen la guerra pormar.(AteTias y sus aliados hom ólogos) y lös que la hacen po r tierra (Esparta y otros es- jtados'afiries)"

Lo que cäm biä h ö es, p ó r tan t o j a natura leza del sistema políti­co ; sino él mjjiYéro de sus beneficiarios; Por esa razón, cuando los a tenienses, o mejor, algunos de los doctrinarios atenienses in tere­sados en el p rob lem a de las formas políticas, in tentaban ac larar la d iferencia en tre su sistema y el espartano, term inaban por indicar e lem entos no sustanciales, com o por ejemplo la reiterada co n tra ­posición tucid ídea en tre los espartanos «lentos» y los atenienses «rápidos» (I, 70, 2-3; 8 , 96, 5). Puede incluso suceder, recorriendo la l i te ratura política ateniense, que se encuen tren signos de la «de­m ocracia» espartana, y el propio Isócrales, en el Areopagítico, llega a p ro c lam ar la identidad profunda del o rdenam ien to espartano y el a ten iense (61).

La am pliación de la c iudadanía — qué~se~suele definir «demoí c i a c i a » ^ está in tr in secam en te conectada en.Atenas con el nac i­m ien to del im perio marítimo: im perio que los propios m arineros d em ocrá t icos conc iben en general com o un universo de súbditos

Page 144: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

til c iu d a d a n o / l 47

para ser exprimidos como esclavos. Vínculo de solidaridad con los aliados-súbditos se consideraba la extensión, incluso en com unida­des aliadas, del sistema democrático. Esto significa que, pese al aprovecham iento imperial por parte de Atenas, siempre había una paite social, en las com unidades aliadas, que encontraba más con­veniente la alianza con Atenas que cimentarse con la adopción del sistema político del Estado-guía. En definitiva,¿habíajuna parte social de^ la dem ocracia incluso en las ciudades súbditas-de*. Atenas. ^

Por otra parle, den trordeí Estado^guia, la ampliación de la ciu> dadañía a los pobrés ha determ inado una importante dinámica e‘n el vértice dél sistema^ jos grupos dirigentes^ los que por la elevada colocación social desempeñan también la educación política, po­seen el arle de la palabra y, por tanto, guían la ciudad, 'scidmidem UnÉfparte, c iertam ente la mas relevante, acepta dirigir un sistema en él cuál los-pobr&s son la parte mayoí itana. De esta' importa rite ;par te de los ^señores» (grandes familias, ricos hacendados y ricos caballeros, etc.) que - acep ta ñ 'e l : sist e m a ; s u t g e ; I á .« c l as e.; p o I í t i ca >> que-dirígé Aterías de Clístenes a Cleón%fen su interior se desarrolla una dialéctica política frecuentem ente fundada en el enfrenta­m iento personal, de prestigio; en cada uno está presente la idea, bien clara en toda la acción política de Alcibíades, de encarnar los intereses generales, la idea de que la propia preem inencia en la es­cena política sea tam bién el vehículo de la mejor conducción de la com unidad. Por el co n tra n o , 'u n a m inoría de «señores» no acepta- él'sistema: organizados én formaciones más o menos secretas (las llamadas 4ietairíai) constituyen una p erenne ámcnáza^potencial para.el sistema-, cuyas fisuras espían, especialmente en los m o m en ­tos de dificultad militar: Somlosrllamaclos «oligarca^». No es que proc lam en aspirar al gobierno de una reducida camarilla (ellos o b ­viamente no se autodefínen «oligarcas», hablan de «buen gobier­no», sóphrosy.nc, etc.): propugnan la drástica reducción de la «ciu­dadanía», una reducción que excluya del principio del beneficio de la ciudadanía a los pobres y vuelva a poner a la ,com unidad en el estado en el que sólo los «ciudadanos» de pleno derecho sean los «capacesj^e arm arse a su propia costa»i¡ El mismo término olí- g o / ^ o b s e r v a Aristóteles— crea confusión: no se trata, de hecho, de que sean «muchos» o «pocos» los que intentan el acceso a la c iu­dadanía, sino de que sean los hacendados o los pobres, el núm ero respectivo es «puro accidente» (Política, 1279b 35), y de todas for­mas «también en las oligarquías está en el poder la mayoría» (1290a 31).

Page 145: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

148/Luciano Canfora

A partir de esta página aristotélica, Arthur Rosenberg formula una analo­gía moderna muy eselarecedora; «La aplicación de las definiciones aristoté­licas al presente llevaría a resultados muy singulares, pero también muy realistas: la Rusia soviética de 1917 y de 1918 sería una democracia, la ac­tual República francesa sería una o l i g a r q u í a . Ambas valoraciones no s o n a ­

rían ni como alabanza ni como censura, sino que serían la simple constata­ción de un hecho.» ¡

Fundándose en cálculos muy discutidos y, por tanto opinables, aunque siempre indicativos, Rosenberg ponía el acento en el hecho de que — preci­samente en el caso de Atenas— la preeminencia numérica de los pobres respecto al resto del cuerpo sucia! no era un dato asumible: «la relación nu­mérica entre pobres y propietarios era sólo de 4 a 3. Por ello, habría bastado a estos últimos atraer a su partido con cualquier artificio a una paite, inclu­so pequeña, de la clase pobre, para conquistar la mayoría en la asamblea po­pular». Rosenberg ponía de relieve también el papel de una clase interme­dia, definida por él como «la pequeña clase media» (dertileine Mittelstand), en la dinámica sociopolítica ateniense: el apoyo de esta clase amplía mucho la base de clase de la democracia, pero puede disminuir, como se ve en mo­mentos de crisis. Es una clase constituida esencialmente por pequeños pro­pietarios {el Diceópolis de los Acarnicnses es quizá un símbolo). No yerra Rosenberg cuando observa que, para esta clase, la democracia «significó el acceso sin restricciones a las conquistas culturales, y la posibilidad de resar­cirse, asumiendo de cuando en cuando un cargo público, de la fatiga coti­diana del trabajo».

Cuando, con la d e r r o t a militar de Atenas en el enfrentamiento con la monarquía macedonia (guerra lamíaca, a fines del siglo iv), los piopieta- rios, sostenidos por las armas de los vencedores, excluirán por fin de la ciu­dadanía a 12.000 pobres (Diodoro Sículo, 18, 1 8, 5 y Plutarco, Foción, 28, 7), es decir, aquellos que están por debajo de las 2.000 dracmas, semejante de­rrota temporal del sistema democrático se consumará en el aislamiento de los pobres: la «clase media» está en aquel momento con Foción, con Dema- des y con los otros «reformadores» filomacedonios.

Es sintomático del papel central de la ciudadanía el hecho de que, conseguido durante algún mes el poder, los oligarcas aten ien­ses redujeran como prim era medida el núm ero de los ciudadanos a 5.000 y que, en el plano propagandístico, intentaran en un p rim er m om ento ca lm ar a la flota, sosteniendo que en el fondo, en la p rác­tica, nunca semejante núm ero de personas tom aba parte real en las asambleas decisorias (Tucídides, 8 ,72, 1), y que, al con trano , re to­mada la delantera, los dem ócratas hayan por su parte privado en masa de la ciudadanía a aquéllos a los que había sostenido el expe­rimento oligárquico, reduciéndolos al rango de ciudadanos «dis­minuidos» (átimoi).

El fenómeno es tan im ponente que un gran au tor de teatro, Aristófanes, aprovecha esa especie de zona franca del discurso po­lítico que es la parábasis, para lanzar un llamamiento a la ciudad de

Page 146: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

El c i u d a d a n o / 149

forma que los átimoi caídos en su m om ento «en los artificios de Frí- nico» (uno de los principales inspiradores del golpe de estado de 411), sean reintegrados con el pleno título de la ciudadanía (Ranas, 686-705). Y cuando en 404 los oligarcas vuelven al poder bajo la égida espartana, no sólo instauran un cue ipo cívico todavía más restringido (3.000 ciudadanos de pleno derecho) sino que favore­cen el éxodo de los demócratas, de los populares, de los que por ra­zones políticas o de clase estaban ligados al sistema democrático: incluso a costa de «despoblar» el Atica, com o subraya Sócrates en un dramático coloquio con el propio Critias y con Caricles, referi­do p o r Jenofonte en los Memorables (1, 2, 32-38).

Dispuestos a tom ar las arm as unos con tra otros para disputarse el bien precioso de la ciudadanía, los c iudadanos «pura sangre» es­tán todos de acuerdojen excluir cualquier hipótesis de extensión de c iudadanía hacia ebexterior, fuera de la comunidad? Sólo en m o ­mentos de gravísimo peligro y de auténtica desesperación han in­tuido la potencialidad existente en la ampliación radical de la c iu­dadanía. Después de la pérdida de la última flota agrupada al final del dem oledor conflicto con Esparta (Egospótamos, verano 405), los atenienses conceden — gesto sin p receden tes— la ciudadanía ática a Samos, la aliada más fiel: cum plen así el tardío y desespera­do intento de «reduplicarse» com o com unidad. La efímera medida (Tod, GHI, 96) fue obviamente arrollada po r la rendición de Atenas (abril, 404) y po r la expulsión, pocos meses después, de los d em ó ­cratas de Samos po r parte del victorioso Lisandro (Jenofonte, Helé­nicas, 2, 3, 6-7); pero fue p ropuesto de nuevo, por la restaurada de­m ocracia, en el arcon tado de Euclides (403-402), en honor de los dem ócratas samios desterrados (Tod, GHI, 97). Setenta años más tarde, cuando Filipo de Macedonia derro tó en Q ueronea a la coali­ción capitaneada po r Atenas (338 a.C.), y parecía por un m om ento que el vencedor, conocido po r ser capaz de reducir a escom bros las c iudades vencidas, estuviera m archando hacia Atenas, p ráctica­m ente desprotegida, un político dem ócrata , pero tan «irregular» en la formación de tropas como extravagante en su conduc ta vital, Hipérides, propuso la liberación de ciento cincuenta mil esclavos agrícolas y m ineros (fr. 27-29 Balft-Jensen). Pero acabó en los tri­bunales, a causa de semejante iniciativa «ilegal», por obra de un e n ­furecido líder, Aristogitón, que se alzó en nom bre de la dem ocracia con tra la indebida ampliación de la ciudadanía. Y el argum ento aducido p o r Aristogitón fue, en aquella ocasión, el tópico de la o ra ­toria dem ocrá tica ateniense: que «los enemigos de la dem ocracia m ientras hay paz respetan las leyes y son forzados a no violarlas, pero cuando hay guerra encuen tran fácilmente cua lquier tipo de pretexto para a terrorizar a los ciudadanos afirmando que no es p o ­

Page 147: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

150/Luciano Canfora

sible salvar la ciudad» si no se lanzan «propuestas ilegales» (Jander, Oratorum Fragmenta , 32).

A fines del siglo v, exactam ente en Jos últimos, tre in ta años, se había' ab ier to 'én . el. inundo’-griego-una-fase conflictiva-muy .san-

/grienta:;una guerra general>que había implicado a casi todas las ciudades dejando poco espacio a los neutrales — una guerra no sólo entre Esparta y Atenas, sino entre dos formaciones gravitantes en las respectivas órbitas— , a la vez que una guerra civil, conse­cuencia inm ediata y obligada de aquel conflicto general. Se trata de un caso en el que guerra externa y guerra civil se alim entan mu- tuam ente, en el que el régimen vigente en cada ciudad cambia se­gún se coloque en un cam po o en el otro y, por cada cambio de ré ­gimen, m asacres de adversarios y exilios en masa m arcan la alter­nancia en el p o d er las dos facciones. La guerra civil había llegado al corazón de uno de los Estados-guía, Atenas, que de hecho, por unos meses en 41 1 (nada m enos que siete años antes de la d en ota definitiva) vio a los oligarcas llegar al poder y en breve perderlo, arrollados p o r la reacción patriótico-democrática de los marinos que se constituyeron en Samos en anti-Estado respectu a la ciudad madre, caída en m anos de los «enemigos del pueblo». Lá 'guerra larga /guerra civil tuvo en 404 un epílogo que parecía definitivo: la* derro ta militar de Atenas y su com pleta renuncia al imperio y a la flota,,el hum illan te :ingreso, bajo un gobierno todavía más feroz:. m en te oligárquico (los «Treinta»), en el grupo, de aliados de Espar­ta. Ahora bien, el dato más significativo de toda la historia de aque­lla época es que, después de ni tan siquiera un año, había caído el régim en de los Treinta y los propios espartanos se encon traban fa­voreciendo la restauración dem ocrá t ica en lá derro tada ciudad ad ­versaria. > El Atica se había negado a la «laconización»: la elección

| que se consolidó a partir de Clístenes, se había convertido po r tan- i to en una es truc tu ra profunda de la realidad política ateniense; eh í sistema basado en la garantía a los pobres de partic ipar en la ciuda- l danía se había revelado más fuerte y du radero que el propio nexo \ (originario) en tre dem ocrac ia y ,poder marítimo.

La. «vaca:lechera» y-

j Uno de los factores fundam entales que c im entan el pacto entre i los pobres y los señores es la «liturgia», la con tribución más o rac- I nos espontánea, con frecuencia m uy consistente, que se exige a los

ricos para el funcionam iento de la com unidad: del d inero necesa­rio para p re p a ra r las naves a los abundan tes fondos para las Resten y el tea tro estatal. El régimen «popular» antiguo no ha conocido la

Page 148: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

Ill c iu d a d a n u / l 5 1

expropiación sino com o forma de castigo por determinados deli­tos: ha dejado que los ricos continuaran siéndolo pero tiene sobren sus espaldas una enorm e cárgá social. ^

El capitalista — escribió con una terminología muy eficaz Arthur Rosen­berg— era como una vaca lechera, que la comunidad ordeñaba con cuida­do hasta el fin. Hacia falta al mismo tiempo preocuparse de que esta vaca re­cibiese por su parte un sustancioso forraje. El proletario ateniense no obje­taba nada si un fabricante, un comerciante o un armador ganaba en el ex­tranjero todo el dinero posible, asi podría pagar más al Estado.

'P o r esto, deducía correc tam ente Rosenberg, el interés — que el «proletario» ateniense com partía con el «capitalista»“ del aprove­cham iento de los aliados y, en general, de una política exterior im-? peri alista.»

Las voces que se alzaban contra una política de rapiña se apagaron, y asi los pobres atenienses; én el periodo en que ostentaron el poder, apoyaron sin reservas los.planes imperialistas de los empresarios. Es significativo que Atenas,1 precisamente después déla subida al poder del proletariado, se lan ­zase a dos verdaderas guerras de rapiña: una contra los persas por,la con­quista de Egipto — aquí se ve que ambiciosos eran los planes de Atenas en ese momento— Ha otra éñ la propia Grecia para anular ja competencia co-, mereiai que suponían las repúblicas dé Egina y.de Corinto.

. Rosenberg sobreentiende aquí la tesis, que no hay que infrava­lorar, del éñfreritarniéritó comercial éntre Atenas y Corintó,' las dos máximas potencias marítimas, com o càusa fundamental de la gue­r r a d_e_{ Peioponeso,

Para conquistar el prestigio y el consentim iento popular los se­ñores que guían el sistema gastan generosam ente su dinero no sólo en liturgias sino también en espléndidos gastos de los cuales el de­mos pueda disfrutar d irectam ente: es el caso de Cimón — el an ­tagonista de Pericles— , que quiere abrir sus posesiones al pu­blico.

Hizo abatir j— escribe de é l Plutarco— las empalizadas de sus campos, para que estuviera permitido a los extranjeros y a los ciudadanos que lo de­searan recoger libremente los frutos del tiempo. Cada día hacía preparar en su casa una comida sencilla pero suficiente para muchos comensales: a cila podían acceder todos los pobres que quisieran, los cuales de este modo, libe­rándose del hambre sin esfuerzo, podían dedicar su tiempo a la actividad po­lítica {Cimón, 10).

Aristóteles (fr. 363 Rose) precisa que este tratamiento Cimón lo reservaba no a todos los atenienses indistintamente, sino a aque-

Page 149: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

152/Luciano Canfora

líos de su demo. A solventar el problem a de la comida diaria contri­bu ía también la práctica de las fiestas; ocasión en la que los pobres tenían fácil acceso al consumo, no habitual y casual de la carne. El llamado «viejo oligarca», au tor putativo de la Constitución de los atenienses, no perdona este parasitismo al pueblo y lo denuncia ex­plícitamente en su opúsculo: «la ciudad sacrifica muchas víctimas con cargo al gasto público, pero es el pueblo el que come y se re ­parte las víctimas» (2, 9). Cimón proporcionaba también vestidos: «cuando salía — cuenta Plutarco— lo acom pañaban siempre jóve­nes amigos muy bien vestidos: cada uno de ellos, si la comitiva e n ­contraba algún anciano mal vestido, cambiaba qon él el manto; gesto que parecía digno de respeto».

Pericles no podía afrontar tanta esplendidez. Su estiipe cierta­mente no era menos im portante que la de Cimórjj', que era hijo de Milcíades, el vencedor de Maratón, y de Hgesípeles, princesa tra- cia. Por parte de m adre (Agariste), P e n d e s descendía de Clístenes, quien — con ayuda de Esparta— había expulsado de Atenas a los Pi- sistrátidas y había insituido la geom étrica dem ocracia ateniense fundada sobre las diez tribus territoriales con las que había sido so­cavado el sistema de las tribus gentilicias. También era cierto que se decía que el clan familiar había establecido contactos con los persas en tiempos de la invasión de Dario: la invasión que precisa­mente Milcíades, el padre de Cimón, había parado. Era una estiipe ilustre pero discutida, entre otras cosas por el m odo sacrilego con el que había liquidado, en una época que Heródoto y Tucídides in­dican de diferente modo, la intentona tiránica del gran deportista Cilón. Una estirpe que se había arruinado en un largo exilio, hum i­llada por la derrota, abocada a co r ro m p er el oráculo délfico para obener la ayuda de los espartanos; pero en su m omento, a la m u e r­te de Pisistrato, p reparada para descender a pactos con los hijos del tirano, tanto que el propio Clístenes había sido arconte en 525-

Naturalmente Pericles conocía bien las etapas y trucos de una carrera. Cuando Esquilo pone en escena Los persas (472 a.C.), la tragedia que exaltaba a Temístocles (todavía no desterrado), fue él quien corrió con los gastos para p repara r el coro (IG , 1I/III, 2318, col. 4, 4). Poco después desapareció de la escena Temístocles, y Pe­ricles se acercó progresivamente a Efialtes, quien propugnaba la plena ciudadanía para los pobres. En un principio quiso también

! com petir con Cimón en esplendidez. «Pero Cimón — observa Plu-| tarco— lo superaba po r la entidad de las sustancias, gracias a lasi cuales podía conquistarse las simpatías de los pobres» (Pericles, 9). ¡ Entonces Pericles — precisa Plutarco— em prendió el cam ino de la ' «demagogia», pasó a decretar subvenciones en dinero a cargo de

524.

Page 150: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

El c i u d a d a n o / ] 53

las arcas del Estado. La imagen consolidada en la tradición es que, así, P e n d e s «corrompió» a las masas in troduciendo com pensacio­nes estatales por la participación en los espectáculos y por la par ti­cipación en los tribunales, además de otras com pensaciones públi­cas y fiestas. La adopcióñ“sist^mafica de estás formas de salario es­tatalha:earácteriza”dcrla dem ocracia ateniense en el periodo de su*- mayor florecimiento, consolidando lá imagen de úh demos dedica- r- do a la política, á la actividad jurídica y a la práctica social del tea­tro y de las fiestas, pero liberado, en amplia medida, del trabajo m a­terial:-e incluso el periodo de mayor afluencia de esclavos, cuando — sostenía Lisias— hasta el más miserable de los atenienses dispo­nía al m enos de un esclavo (5, 5).

Pero los grandes instrum entos de la «demagogia» periclea fue­ron el desenfadado uso personal de la caja federal y la no menos d e ­senvuelta política de obras públicas. Los ataques de los adversarios incidían sobre este pun to precisamente: «clamaban porque la transferencia del tesoro com ún de Délos a Atenas era un abuso, que suscitaba maledicencias y prejuicios respecto al buen nom bre de los atenienses»; Pericles replicaba «explicando a los c iudadanos que no debían dar cuen ta a los aliados del uso del tesoro federal, desde el m om ento en que com batían para ellos y m antenían aleja­dos a los bárbaros». Teorizaba también que dinero, una vez ap o r ta ­do, es de quien lo recibe, y encontraba más que legítimo el uso de ese dinero en obras públicas — una vez provistas las necesidades de la defensa co m ú n — : ¿por qué no habría de em plearse el d inero en obras públicas que «una vez terminadas, se traducen en gloria e te r­na, y mientras se realizan se revelan como concreto bienestar para los ciudadanos?». Y explicaba que las obras públicas podían constL lu ir él ffKJtór y el epicentro dé todo eLsistema: .«éstas suscitaban ac ­tividad de todo tipo y las necesidades más variadas: necesidades que, despertando todas las artes y m oviendo todas las manos, dan de com er, gracias a los salarios, a casi toda la ciudad; lo que signifi­ca — conclu ía— que la ciudad, m ientras se adorna, se nutre» (Plu­tarco, Pericles, 12). Existía en Pericles — según P lu tarco— la idea de una participación de todos en el b ienestar generado por el im pe­rio: si los jóvenes en edad militar se enriquecían en las cam pañas militares, la masa de los trabajadores no encuadrados en el ejército no debía p e rm anece r excluida del provecho, ni partic ipar sin t ra ­bajar. Y así hizo pasar po r la asamblea proyectos grandiosos cuya ejecución «exigía m ucho tiempo y m uchas categorías de ar tesa­nos»: de este m odo «los c iudadanos que se quedaban en casa goza­ban de la utilidad pública no m enos que las tripulaciones, que las guarniciones, que los ejércitos en campaña». Y P lutarco añade aquí una descripción im presionante del múltiple tipo de m ano de

Page 151: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

1 54 /Luc iano Canfora

obi a ocupada en esta ola «roosveltiana» de obras públicas: ca rp in ­teros, escultores,fo ijadores, cinceladores, tintoreros, orfebres y to- reutas, pintores, tapiceros, grabadores, por no hablar de las catego­rías de trabajos relacionados con la im portación y transporte de las materias primas, de los a rm adores a los marineros, pilotos, co rde­leros, curtidores, m ineros, etc.; «todo arte asumió el papel de un general y bajo cada una, en buen orden de com bate, estaba la masa de los obreros manuales». El proyecto originario del Partenón, concebido por Calícrates, el arquitecto ligado a Cimón (que con el botín de la batalla de Eurim edonte había hecho constru ir ya el m uro meridional de la Acrópolis) fue abandonado, y Calícrates li­cenciado y confiado el papel de consti*uctor jefe a Ictino, quien — según Vitrubio— escribió p recisam ente un tratado sobre la construcción del Partenón {De architectura, 7, pr. 16).

No faltaron chanzas de cóm icos (Cratino, fr. 300 Kock), sarcas­mo de panfletistas, a taques de políticos. Los oradores «próximos a Tucídides de Melesia — escribe P lu ta rco— clam aban contra Peri­cles en asam blea sosteniendo que despilfarraba el d inero público y disipaba los ingresos». La reacción de Pericles es emblemática. Preguntó en asamblea, dirigiéndose a todos, si,de verdad había gas­tado m ucho. Todos en coro contestaron: «¡Muchísimo!», y Pericles dijo: «Bueno, que lo cargfen todo a mi cuenta , pero las inscripcio­nes votivas [en las que se indicaba el nom bre de quien hacía la de­dicación] las haré a mi nom bre» (Plutarco, Pericles, 14). La jugada tuvo el efecto deseado: Pericles fue autorizado a recu rr i r sin p ro ­blem as a las arcas estatales, o porque fue adm irada su generosidad — observa P lu ta rco— o quizá porque el pueblo no toleraba no co m p ar t ir con él la gloria de aquellas obras.

La - c d n ce pci ón^perso n aí'del-Estado

Lsa^concepciónTsegúnrlaxual-elrEstado so n:l as-personas "dotadas d e x iu dadaní a^qu e:1 os;ingresoside 1 :Es tad o :son:íoí i r:co» í í-sus:ingre^> s??s>que Pericles pueda h acer con los ingresos federales aquello que Cimón in ten taba h ac e r con su poco com ún riqueza personal, son io t rosita n t os-s ín t o n ias-de 7 u na-idear« p ers o n al »“d el lEstad o :Tde una :concepc i óTTse gú rrl a~c u a! re 1 :Es t ad o : n o: t i e nc:u n a p e rso n a l i clati j.uríd i ca:au t ó n o m a 'm ás aüá:de:las;personasrsino-que-coincide-con. las propias personas. 'con los ciudadanos?Es la idea con cuya fuerza Tem ístocles «transporta» Atenas a la isla de Egina cuando se ap ro ­xima la invasión persa, es la teoría que Nicias, asediador ya asedia­do en Siracusa, formula para rean im ar y responsabilizara sus m ari­neros: «Los h o m b res son la ciudad, rio los m uros ni las naves vacías de hom bres» (Tucídidcs, 7, 77, 7).

Page 152: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

El c i u d a d a n o / l 55

Eslaúdea 'debEstadó'tiene algúnas'consecuenciasnporiejemplo, cu an d o -Ia-comunidad-está-dividida-poi7la-5ró5i5-poi' :1 a-lucha-civi 1, condición nada insólita (excepción hecha de las comudidades par­t icu larm ente estables, como Espaita: virtud sobre la que insisten, admirados, Tucídides, 1, 18 y Lisias, Oümpíaco, 7 ) .£n toñcí§ 'puede ocurrir 'q u e:u n aparte^dsKEstad o sécoñsti tuya én~ánTi “Estad o »*_y.:s e procla¡tre'iEstadóTúnico?!flegítimoí — llamando la atención sobre una mayor coherencia respecto a una no «constitución heredada» (pátrios politeía) nunca bien precisada. Es lo que se verifica en 41 1 cuando, después de un siglo desde la caída de los Pisistrátidas (es Tucídides [8, 68, 4] quien observa esta secular herencia de la dem o­cracia), en una Atenas sacudida por la catástrofe siciliana, cuando los oligarcas, tendentes desde siem pre a crear insidias contra el odiado sistema, tom an el poder. Pero se encuentran ante la im pre­vista reacc ión de la flota que estaba en Sanios — es decir, de la base social de la democracia , en armas a causa de la guerra— : la ilota se constituye en un contra-Estado, elige sus generales, no reconoce a aquellos que tienen el cargo bajo la oligarquía, y proclama que «la guerra continúa» m ientras los oligarcas no intenten otra cosa que el acuerdo con Esparta. En los fundamentos de esta iniciativa está po r un lado la firme convicción de que el Estado son las personas, y por el otro el radical convencimiento, presente en la ideología de­mocrática, según el cual — com o proclam a Atenágoras el siracusa- no en un discurso reescrito por Tucídides— «el demos es todo» (6, 39): sofisma, si se quiere, basado también en el equívoco léxico donde «demos» es tanto la facción popular como su base social, e incluso la com unidad en su conjunto. Sofisma que ha disfrutado de cierta eficacia demostrativa, en tanto en cuanto también él se refie­re a la concepción personal del Estado.

En 404-403, en el curso de la más grave y larga guerra civil qúe haya conociclo el Atica, se llega en un m om ento concreto a una di­visión tripartita. En p rim er lugar está el dominio de los Treinta, tendentes a hacer en el Atica una Laconia agrícola y pastoril ajena a los intereses marítimos (es sabida la anécdota p lutarquea [Temísto- d es , 19, 6] según la cual Critias quiere que el benio desde el que ha­blan los oradbres «fuera girado hacia la tierra«), indiferentes total­m ente al éxodo de los populares y dem ócratas forzado por la victo­ria oligárquica y es más: autores de este éxodo. Pero los dem ócra­tas, dispersos po r Beocia y Megáride, enseguida, después de alguna victoria militar, se agrupan, se atrincheran en El Pirco, donde constituyen la contra-Atenas dem ocrática, mientras ios oligarcas, sacudidos po r la derrota, se dividen en dos troncos, con dos sedes distintas y dos gobiernos distintos: uno en Atenas y otro en Elcusis. Y cuando los Espartanos impongan la pacificación, es decir, el re-

Page 153: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

156/Luciano Canfora

greso de los dem ócratas basado en la restauración de la vieja cons­titución democrática a cambio del compromiso dé no p roceder a depuraciones o venganzas, se sancionará — y estará en vigor algu­nos años— que en Eleusis siga existiendo una república oligárqui­ca, en la cual encontrará refugio quien no esté dispuesto a aceptar el com prom iso de la pacificación.

jgag t r a c a ra~d ersem ej an texoncepci ó n déí-Estado sex ap tá en e i mt>"mento-de la~m ptura d e l p actp p es 'décir^cua ncJcTel ex i 1 i a'do, e x: pulsado re n t ra e n c o a l i c i órrco rr e 1 enemigo d é la c i u d ad p a ra re g r e - sar a eíla,, E lp re supuesto dél.Tque parle es que n o s^elTLs tad ó (en ti* dadisuprapersonalrabstracta)7sino:otros_ciudadano5 quienes han provocado?,la proscripción^ QuienTlo^padéc'eT^cónsidera-.inicua 'o ¡eTTónéalá ñíedida y entrabeñ g u eñ a pe rso ha leo n trá ’su citTdadpara ' q“uejehciTórséa^ámilácló y"se sane la injusticias Por ello Alcibiades se pasa a los espartanos y se desFoga con ellos coiitra el sistema p o ­lítico ateniense (Tucídides, 6, 89, 6), y cuando — años después— regrese, su apología consistirá en la quisquillosa reivindicación de sus propias razones y en la denuncia del error sufr ido no por el Es­tado, sino po r «aquellos que lo habían proscrito» (Jenofonte, Helé­nicas, 1,4, 14-16). Y por esto el «viejo oligarca» se complace de la circunstancia de que Atenas no sea una isla: porque — observa— , si por desgracia Atenas lo fuese, los oligarcas «no podrían traicio­nar y abrir las puertas al enemigo» (2, 15).

Así, la propia noción de «traición» se relativiza. Cuando, más de dos siglos más tarde, Polibio reflexione sobre la experiencia políti­ca griega, de cuyos últimos extremos él mismo había sido partíci­pe, manifestará una cierta intolerancia precisam ente hacia esta no­ción de la «traición»:

Frecuentemente me asombro — escr ibirá— por los errores que los hom­bres cometen en muchos campos y de forma especial cuando arremeten contra ios «traidores». Por ello — prosigue— aprovecho la ocasión para de­cir dos palabras sobre este asunto, si bien yo no ignoro que se trata de mate­ria difícil de definir y de valorar. No es fácil de hecho establecer quién debe verdaderamente definirse como «traidor».

Después de lo cual, vanaliza, p o r así decir, el concepto de trai­ción, observando que ciertam ente no lo es el «establecer nuevas alianzas»; po r el contrario — observa— «aquellos que, según las circunstancias, han hecho pasar a sus ciudades a otras alianzas y a otras amistades» con frecuencia han sido beneméritos de sus c iu­dades y por tanto no tiene sentido la forma demosténica de etique­tar a diesto y siniestro con el epíteto de «traidor» a los adversarios políticos (18, 13-14). IJa'traición-essó lo^m a m arfe r^un ila te ra l-de, jüzgar.Uíf Comportamiento político: eñ_lá_óptíca, claro, de aquellos>

Page 154: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

El c i u d a d a n o / 157

qüe i:com o Alcibíades o como el «viejo oligarca» 'o incluso Polibio, n o x o m p ar ten^en absoluto la formúláción.diel partido democrático, ségüñTeltciíalT«el’Sernos es todo»*

Kinein 'toüs nóm ous

Pero si «él demos es todo», s re l puéblo en cuanto conjunto de* ciudadanos que constituyen el Estado está por enc im a de J o d a ley, en cuanto que él m ismo es fuente de toda ley; la ún ica ley posible es; — com o proc lam a con dureza «la masa» (pléthos) en un m om ento delicado del cé lebre proceso contra los generales vencedores de la Arginusas (Jenofonte, Helénicas, 1, 7, 12)— «que el pueblo haga lo qüe’q u ie r íu^que es la misma fórmula con la que el Otanes herodo- teo [3, 80] define el poder del monarca). Péró si:él:púebró‘está más al l i rd c la le y "1 a iey n c rp ü éd é c o n s i d e rars e in mu ta b 1 e , in dependie rv»

¿te de la voluntad popular; sino:que;por.eJ7contrario ,, se_adecuará a- ella:/ incluso si recambiar; las leyes» (kinetn toüs nómous)'.e s.-(tam­bién) unardeocl^cTásicá'd'e Jo sd em ó cra tas a sus tradicionales ene­migos;

Para am bos es sano invocar la «"constitución h e red ad a » (pátrios CpoliieíáJí Según Diodoro Sículo (14, 32, 6 , Trasíbulo, el p rom oto r de la guerra civil con tra los Treinta, había proc lam ado que no ha­bría acabado la guerra con tra los Treinta «hasta que el dem os no hubiera recuperado la pátrios politeía». Por su parte, los Treinta — según Aristóteles— hacían gala de perseguir la pátrios politeía (Constitución de los atenienses, 35, 2). Uno perseguía la res taura­ción de la dem ocracia radical, los otros m antenían que llevaban a cabo su program a derribando el pilar de la dem ocracia radical, y por tanto — explica Aristóteles— las leyes con las que Efialtes ha­bía anulado el poder del Areópago y puesto en m archa, de este modo, la dem ocracia radical. Trasímaco, el sofista de Calcedón al que Platón en la República atribuye la teoría bm ta l según la cual justicia es el derecho del más fuerte, ponía de relieve la con trad ic­ción y conseguía motivo de ironía respecto a la oratoria política: «en la convicción de sostener los unos argum entos contrarios a los de los otros, no se dan cuenta [los oradores] de que miran hacia idéntico resultado y de que la tesis del adversario está incluida en el discurso de uno» (Dionisio, Sobre Demóstenes, 3 = 1, pp. 132-134 Usener-Radermacher). E rre lrecu r s o á u ñ a i d éñt i ca p a labrar d c l ip o programático~hay'obviamentejJñTsigno^de 1 .fenóm eno g en e ra l"se- gúnTelicuaHa-democraciaT-CuandoTihabla^acaba casi s iem pre por amo!dar$e“a~la“idéo 1 ogía dórninarit£. Así^ekrecüfscTal pasado cdmo, a-un dato de-por sí positivo (no po r azar el p r im er «fundador» de la

Page 155: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

158/Luciano Canfora

dem ocracia acababa siendo el mismísimo Teseo) se conjuga con la connotación negativa de la alteración de las leyes vigentes (preci­sam ente kitiein). Pero semejante propósito de fijación choca, o puede chocar, con iá exigencia de poner-el dem os por.encim a de las leyes,"único árbitro de su événtual'modificación.?

Por. otra parte, una modificación de la ley se p roduce de todas formas,'e/i el tiempo.' tanto más cuanto que, obsei'va Aristóteles; el r f in.que todos persiguen no .es «la.tradición»¿fió pá/non) sino «el j

bien»:(Po(ítica, 1269a 4). Y es un fenóm eno alarm ante, en general para el pensam iento conservador: de los pitagóricos (Aristóxeno, fr. 19 Müller) a las Leyes p latónicas (722 D), incluso si a Platón no se le oculta la inevitabilidad del cambio (769 D). Kinein es palabra bifronte: indica tanto la a lteración com o el desarrollo (Isócrates, Evágoras, 7), y.por.tanto acaba coincidiendo con¡ la noción de epí- dosis (= progreso, en referencia a las distintas tékhnai), Fenómeno inevitable, por así decirlo, com o teorizan Isócrates en el pasaje del Evágoras y Demóstenes en un célebre boceto de historia del arte militar (Filípica tercera, 47, donde kekenésthai y epidedokénai son sinónimos). Fenóm eno inevitable, si se ve en un arco de tiempo muy extenso, incluso en lo que se refiere a la ley, por muy peligroso que pueda ser — lo pone de relieve Aristóteles— c rear el p receden­te de la modificabilidad de la ley, dejar que la gente se acostum bre a la idea de que la ley puede ser modificada (Política, 2, 1268b 30- 1269a 29).

En un excursus en el que la evidente evocación a célebres y fá­cilm ente reconocibles expresiones de la «arqueología» tuc id ídea1 in tenta d eno ta r la am plitud del tiempo considerado com o «teatro» del cambio, Aristóteles p roporc iona una especie de arkhaiología suya del derecho, hom ologa a la más general «arqueología» tucidí- dea: un texto éste del que se aprecian el eco y la eficacia — a pocos decenios de la difusión de la obra tucid ídea— en el p roem io de Éforo (fr. 9 Jacoby) y, p recisam ente , en este notable excursus aris­totélico. La conclusión a la que Aristóteles llega enc ierra en sí mis­m a el reconoc im ien to de aquella sin tesis id e ' inno vaci ó n y conser­vación que.hace del derecho Uña construcc ión única, la única cá’- paz de dar equilibrio a la transform ación.,Aristóteles se esfuerza tam bién en individualizar u n a medida, un criterio que consienta va lo ra r hasta qué pun to y cuándo innovar y cuándo en cambio, a pesa r de que los defectos sean visibles, ren u n c ia r a la innovación.Es un cr iterio em pírico y genérico: «Cuando la mejora prevista sea m odesta , en consideración al hecho de que aco s tu m b ra r a los hom-

1 Pósa gár hé Helias esidéphárei (Tucidices, 1, 6); sénieíon phaié lis án (1,6; 10; 2.1); c p ’ autón tón érgon (J, 21); dio khrónou plcthos (1, 1)

Page 156: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

ILI c i u d a d a n o / 159

bres.a modificar a la ligera las leyes es un mal, está claro que con­vendrá dejar en vigor norm as c laram ente defectuosas: porque no habrá ventaja que com pense la desventaja de que se genere la cos­tum bre de desobedecer a las leyes.»

L ii íe r ta d /d e m a c ra c ia ? t iranía /o tigarqu ía

Cuand o -p a s a a -describir el sistem a político ateniense,^el ;'Pe ri­eles tucidfdéd instaura una contraposición entre; «democracia» ty «libertad»: a falta de otro térm ino — dice— estárifo?acostum bra­dos a definir "este régimen com o dem ocracia porqué-incluye en la poíiteia a muchos, pero se trata de un sistema politico libre théros de pollteúomen).f Dem ocracia y libertad son colocadas por el orador, en cierto sentido, com o antítesis. En realidad, la oración fúnebre no es propiam ente aquel «m onum ento a la dem ocracia ateniense» que una parte de los intérpreles ha sostenido reconocer (entre estos in térpretes está también Platón, que por ello lo quiso parodiar en el epitafio que Aspasia pronunc ia en el Menexeno). El elogio de Atenas que contiene el epitafio pericleo nos llega a través de un doble filtro: el p r im er filtro es el propio género literario de la oración fúnebre, inevitablemente panegirístico; el segundo está constituido por la persona del orador, Pericles como era valorado po r Tucídides, un político que a ju ic io de su historiador había des­naturalizado efectivamente el sistema dem ocrático m anteniendo viva sólo ía parte externa. La propia palabra que usa (démokratía) no es un té rm ino característico del lenguaje democrático, que, com o sabemos, es más usual demos en sus varios significados (es tí­pica la fórmula de la parte dem ocrática lyein ton démoti ~ abatir, o in ten tar abatir, la dem ocracia). Démokratía es originariam en te un te rm inó violento y polém ico («predominio del demos») acuñado por.los enemigos del o rden dem ocrático: no es una palabra de la convivencia. Expresa la preponderancia (violenta) de una parte y ' esta p a r te se puede designar sólo con un nom bre de clase, tanto es así que Aristóteles — con extrema claridad— formula el páradógi- co exemplum fictum según el cual el predom inio — en una com uni­dad de 1.300 ciudadanos— de 300 pobres (si es que llegan) contra todos los dem ás es nada menos que una «democracia». Corrsidera--* da desde esta óptica, la dem ocracia acaba asum iendo connotac io­nes propias de la tiranía: en p r im er lugar p o r la reivindicación por parte del dèmos de un privilegio propio del tirano: e s ta r p o r enei* m a de la ley, poietn ho ti boùletai.*

En el lenguaje político ateniense, sin embargo, se afirma tam-, b ién o tra constelación terminologica y conceptual: la que identifi-

Page 157: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

160/Luciano Canfora

ca libertad y dem ocracia por una parte, y oligarquía y tiranía por otra.íDe nuevo otra vez es Tucídides quien nos proporciona la do­cumentación, en el capítulo del libro octavo (8, 68) en el que hace un balance del significado y de las consecuencias del golpe de esta­do oligárquico de 411. Un golpe de estado efímero y violento, san­griento pero sobre todo inesperado — anota Tucídides: la p rim era experiencia oligárquica después de cien años desále la expulsión de los tiranos. Y Tucídices comenta, después de haber trazado un b re ­ve retrato lleno de admiración de los tres principales artífices del golpe de Estado: «Ciertamente, sólo personas de este nivel podían realizar una empresa tan grande: quitar al pueblo de Atenas la li­bertad cien años después de la expulsión de los'tiranos.» En este

¡ caso es evidente que Tucídides identifica el régimen dem ocrático { con la noción de libertad, de la misma m anera que en el libro sexto

(donde recuerda los temores difundidos por Aterías por el escánda­lo misterioso de la mutilación de los H erm as— definía com o «oli­gárquica y tiránica» con conjura que los demócratas atenienses te­mían que se escondiera tras el horrible y en apariencia inexplica­ble escándalo. Aquí, la agrupación de los conceptos es el espejo perfecto de lo que encontram os en el libro octavo: por un lado la li­bertad = dem ocracia ( a b a t i r l a : dem ocracia i significa ^qui táV á loS atenienses-la libertad que habían conquistado con la expulsión d e »1 os -tira nos),,por otro la tiranía .= oli garq u i a (una conjura que busca el gobierno.de unos pocos, es decir, o tra vez el derribo de la d em o ­cracia, y al mismo tiempo «oligárquica» y «tiránica»). Un" lenguaje que chirria con el dato (histórico) según el cual los principales artí­fices dela_caí da de la tiranía habían sido los aristócratas co n sus aliados espartanos; mientras la forma en que la dem ocracia arcaica se hab ía m an ifestado había sido precisam ente.la tiranía.y

La aparente áp o r ia t ien e una solución bastante simple que nos jvuelvéji conducir al com prom iso del que surge la dem ocracia en la Grecia de época clásica: el com prom iso entre señores y pueblo, gestionado con la cabeza, J a cultura política, el lenguaje de los se­ñores que dirigen la ciudad democrática. Para éstos,:la dem ocracia es lín 'régimen apetecible mientras sea «libertad (no por azar Peri­cles usa con indiferencia la palabra démokratía y al mismo tiempo reivindica que el ateniense es un régimen «de libertad»): un régi­men, en consecuenc ia rdepurado de.todo residuo tiránico*

/Aquí está eLorigen empírico de aquella clasificación sistemáti­ca — propia de los pensadores griegos— cuyo objetivo era redupli­car \asJormas políticas.en dos subtipos cada vez, uno bueno y otro malo. Es una respuesta, a la apoiia mencionada, que el pensam ien1 lo griego concibe muy pronto. La vemos teorizada en Aristóteles, quien precisam ente usa dos térm inos distintos: la «buena» demo-

Page 158: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

El c iudadano /161

cracia es .laque él llama politeía, la dem ocrac ia irrespetuosa con la libertad_esen cambio, com o era de esperar, la démpkratía.

Pero es una distinción que está ya implícita en el agón constitu­cional herodoteo, en cuyas tres intervenciones (o más co rrec ta ­m ente su suma) serpentea el presupuesto de que toda forma políti­co-constitucional degenera en su . peor, aspecto y_que. tal..procesoy degenerativo pone en movimiento un ciclo en el que, histórica­m ente, de una constitución se p á s a a otra. En este sentido, la in ter­vención más clara y más im portante es la de Darío, quien establece explícitamente la cuestión del desdoblam iento de cada forma polí­tica en su forma «ideal» p o r u ñ a parte y en su verificación concreta, por otra.

La tearía «cíclica y

Darío observa, de hecho, que cada liria de las tres formas políti­cas obtiene, en el ámbito del debate, dos caracterizaciones opues-> tas. Otanes esboza todos los defectos tópicos del poder m onárqu ico y exalta, en pocas pinceladas eficaces, la democracia; inm ediata­m ente después, Megabizos declara ap ro b a r la crítica al poder m o­nárquico pero dem uele la imagen positiva de la dem ocracia y exal­ta el predom inio de la aristocracia; después de lo cual el propio Da­río se dispone a desvelar las taras del gobierno aristocrático y vuel­ve al pun to de partida, dándole la vuelta radicalmente, con un e lo­gio del poder m onárquico. Precisamente, porque tiene delante el cuadro com pleto de las seis posibles valoraciones de los tres siste­mas, Darío abre su intervención diciendo que «efnél:discurso» (3, 80, 1 : tói lógói: esta lectura, que es la correc ta , nos la da sólo la t ra ­dición indirecta, representada p o rE s tobeo ) los'tres regím enes son* «excelentes»: desvela, p o r tanto, que de cada uno de los tres m o d e­los existe una variante positiva, aquella en la que funcionan en esta­do puro los presupuestos «teóricos» (esto es lo que significa tói ló­gói) sobre el que cada uno de los tres modelos se funda. Esto impli­ca — y Darío lo dice inm ediatam ente después— que, ah'menos.en.< lo que se_refiere a la aris tocracia y a la dem ocracia , sus caracterís ti­cas negativas surgen cu an do se pasa del p lano de las definiciones a , la .práctica.

Pero:Dafío va más allá: ofrece dos m odelos de trasváse co n s t i tu ­cional de Una form a a otra. Observa que, en la práctica, las d em o ­cracias realizadas en efecto y las aris tocracias «reales» Megan am ­bas a tal desorden civil que fuerzan el surgim iento del m onarca. El* p o d er m onárqu ico b ro ta de una stásis, frecuen tem ente sangrienta, que sigue al fracaso práctico 'de cada una de las otras dos formas de

Page 159: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

162/Luc ianp Canfora

gobierno. Por otra parte,-'el propio Darío no puede ignorar el hecho de que también una mala m onarqu ía puede dar lugar a la stasis: al día siguiente de la catástrofe de Cambises (perfecta encarnación del tirano) y de la guerra civil causada por el usurpador (el «falso Esmerdis»), los dignatarios persas se preguntan sobre que forma política se puede dar a Persia después del naufragio de la m o n a r­quía; y se preguntan p o r otras posibles soluciones constitucionales porque la m onarqu ía ha desem bocado en aquellos desenlaces de­sastrosos. Por tanto, está claro qué, no sólo para Darío sino por el p ropio contexto en el que tiene lugar el debate, de cada forma polí- tico-cónsti tucionalsé pasa a la otra_, y adem ás a través del doloroso pasojdeJa_síasís ,tde^la guerra civil.

Darío es el vencedor, pero lo es en el plano histórico, no en el p lano dialéctico. Desde el punto de vista de la forma demostrativa, sus argum entos se añaden a los desarrollados po r los in terlocuto­res que le han precedido, no los anulan. En el plano dialéctico, el debate no tiene ni vencedores ni vencidos. Y no puede ser de o tra forma, puesto que este resultado «abierto» corresponde al cíclico sucederse de una «constitución» a otra, sobre las ruinas y gracias a los defectos de la otra, según un proceso que no puede ten er fin, que no puede ver una etapa conclusiva. También po r este motivo es justo dec ir que del debate herodo teo parten todos los desarrollos sucesivos del pensam iento político griego. Cuando Tucídides, en la realidad de la narrac ión , se encuen tre frente al p roblem a bastante s ingular del ráp ido fracaso de un gobierno oligárquico — el de los C uatroc ien tos— a pesar de es tar constituido, com o él mismo recal­ca, p o r «personas de p r im er orden», no puede hacer o tra cosa que re cu r r i r a la explicación ya p roporc ionada en térm inos generales p o r Darío sobre las causas del fracaso de toda aristocracia, po r «buena» que sea: llam a en causa la rivalidad entre los cabecillas, todos de óptim o nivel pero todos inclinados a conseguir una posi­ción p reem in en te (8, 89, 3). Tam bién él se expresa con palabras que hacen referencia al paso de una forma constitucional a otra, destinada tam bién ésta a sucum bir, de nuevo en un «segmento» del «ciclo»; «así — observa— se arru ina una oligarquía surgida de la crisis de la dem ocracia».

Esa im agen del flujo del p roceso político-constitucional dom i­na la reflexión que siguió: desde el octavo libro de la República de Platón al te rce ro de la Política de Aristóteles, quien adorna su análi­sis con una riquísim a ejemplificación sacada de su incom parable conoc im ien to de los acon tec im ien tos político-constitucionales de cen tenares de póleis griegas (158 Politeiai, de las cuales nos ha lle­gado casi en tera la que se refiere a Atenas).«Intentar establecer se­gún qué sucésióñ, p o r lo general, se p roduce el paso fue el objeto *

Page 160: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

III c iu d a d a n o /163

de indagación y de especulación de los pensadores que siguieron,“» desde el tardopitagórico Ocelo Lucano a Polibio, en los cuales la indagación empírica se conjuga con la idea filosófica del «regreso», de una «anacíclosis».

Corrector del eterno repetirse del ciclo es lá constitución «mi<x- tá»: ü ñ sistema que, encerrando en sí los elementos-mejores de Iqs tres modelos, se p ropone co n tem p la r (o se hace la ilusión) anu lan ­do los efectos destructivos y autodestructivos que, casi per se, cada , ü n ó d e -e l lo s -p ro d u ce * La intuición de una forma «mixta» com o algo muy positivo está ya apuntada, rápida pero claramente, por Tucídides (8, 97), donde el h istoriador se para singularmente a elo­giar el efímero sistema político que se afirmó en Atenas a la caída de los Cuatrocientos. En realidad, aquel sistema — el llamado régi­m en de los Cinco mil— tiene bien poco de «mixto»: es una de las que Aristóteles habría llamado oligarquías, porque están fundadas sobre la limitación de la ciudadanía a partir del censo. Y de hecho, tam bién la s :otras-hipótesis:de;constitución;«mixta» — las cuales irritaron al propio Aristóteles y sobre todo sus alumnos (de Teo- frasto o Dicearco y a E stratón)— están todas..caracterizadas pot J a retirada deL trazo ¿primordial de la democracia,- es decir, ja;.pje.ña ciudadanía para los pobres,‘y .por táñtoTsón esencialm ente óligar-^ guías: Es nada m enos que el tem a de la constitución «mixta» el que dom ina la reflexión griega sobre todo en época helenística y ro m a­na. Frente a la original y compleja solución que la polis Roma daba al p rob lem a de la ciudadanía y de su com binación con la exigencia de un poder fuerte y estable, Polibio sostiene que ha encontrado en Roma el m odelo práctico y duradero . El libro sexto de sus Histo­rias, no po r azar colocado después del relato de la durísima derrota de Canas, para ac la rar las razones por las que Roma había sobr evi­vido a aquella derrota, está consagrado por entero a la morfología de la constitución rom ana com o ejemplo perfecto de constitución «mixta».

Pero con Polibio es justo que se acabe la exposición intentada hasta aquí de la «idea griega de la política». En contacto prim ero con las grandes m onarquías helenísticas y después con la polis ro ­m ana, el pensam iento griego — que entonces es ya un solo pensa­m iento helénístico-romano— ha tom ado nuevos caminos. Ahí em ­pieza o tra historia.

Page 161: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

164/Luciano Canfora

REFERENCIAS BIBLIOGRAFICAS

B a s l e z , M. D., L ’étranger dans la Grèce antique, Belles Lettres, Paris, 1 984.C a n t o r a , L., «Sludi sull’Athenaion Politeia pseudo-senofontea»; en Memorie

dell'Accademia delle Scienze di Torino, V (1980), n. 4.C a r p e n t e r , R., Gli architetti del Partenone, Einaudi, Tu'rin, 1979.CoRCELt.A, A., Storici greci, L a t e r z a , R o m a - B a r i , 1988.

F a r r a r , C., The Origins of Democratic Thinking, Cambridge University Press,' Cambridge, 1988.

G a u t h i e r , L., «Symbola: les étrangers et la justice dans les cités grecques», Annales de l'Est, Mémoires, XLIII, Univ. de Nancy II, 1972.

G e r i e t , L., «La notion de démocratie chez les Grecs», en Revue de la Médite­rranée (1948), pp. 385-393.

G i l l i s , D., Collaboration with the Persians, en Historia, Einzelschriften, Heft 34, Wiesbaden F. Steiner Verlag, 1979. • •

G l o t z , G . , Histoire grecque, I. Des origines aux guerres mediques, París, 1925.L a R o c c a , E. (ed.), L’esperimento della perfezione. Arte e società nell'Atene di

Pericle, Electa, Milán, 1988. .L o r a u x , N., L ’invention d ’Athènes, Mouton, París-La Haya, 1981.Meier, C., La nascita della categoria del politico in Grecia, Il Mulino, Bolo­

nia, 1988.Mosse, C., «Le th èm e de la pa tr ios politeia dans la p ensée g rec q u e du IVème

siècle», Eirene, 16 (1978), pp. 81-89.M u s t i , D., Polibio, en L. Firpo (ed.), Storia delle idee politiche economiche e

sociali, vol. I, Utet, .Turili, 1982, pp. 609-'652.R o d e w a i . d , C., Democracy: Ideas and Realities, Londres, Dent, 1974 (exce­

lente antologia.de textos que llega hasta la edad tardoantigua).R o s e n b e r g , A., Demokratie und Klassènkampf im Altertum (1921), traduc­

ción italiana en L. Canfora, II comunista senza partilo, Selleria, Palermo, 1984, pp. 81-184.

— «Aristoteles über Diktatur und Demokratie», en Rheinisches Museum, 32 (1933), pp. 339-361.

R o u s s e a u , J.-J., Nota 1* a la Dédicace del Discours sur l ’inégalité parmi les homtnes (1754), en Oeuvres Complètes, vol. Ili, Gallimard, Paris, 1964, p. 195. [Hay ed. cast: Discurso sobre el origen de_ la desigualdad de los hombres, Madrid, 1973.]

V a t i n , C., Citoyens et non-cytoyens dans le monde grec, Paris, Sedes, 1984..Weil, R., Philosophie et histoire. La vision de l'histoire chez Aristote, en La

politique d'Aristote, «Entretiens Hardt», XI, Ginebra, 1964, pp. 159- 189.

Von W i lamow i t z - M o e i x e n d o r f f U., « S t a a t u n d G e s s e l l s c h a f t d e r G r i e c h e n » ,

Die Kultur der Gegenwart, IV, 1, Teubner, Leipzig, 1923.

Page 162: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

APENDICE DOCUMENTAL

Heródoto, Historia 3, 80-82

80 Una vez apaciguado el tum ulto y al cabo de cinco días, los que se habían sublevado con tra los magos m antuvieron un cambio de impresiones acerca de todo lo ocurrido, y se p ronunc ia ron unos discursos que para ciertos griegos resultan increíbles, pero que realm ente se pronunciaron .

Otanes solicitaba, en los siguientes términos, que lá dirección del Estado se pusiera en m anos de todos los persas conjuntam ente: «Soy partidario de que un solo hom bre no llegue a con tar en lo su ­cesivo con un poder absoluto sobre nosotros, pues ello ni es grato ni correcto . Habéis visto, en efecto, a qué extremo llegó el desen­freno de Cambises y habéis sido, asimismo, participes de la inso len­cia del mago. De hecho, ¿cómo podría ser algo acertado la m o n a r­quía, cuando, sin ten er que rend ir cuentas, le está perm itido hacer lo que quiere? Es más, si accediera á ese poder, hasta lograría des-

1 viar de sus habituales principios al m ejor hom bre del m undo, ya que, debido a la prosperidad de que goza, en su corazón cobra aliento la soberbia; y la envidia es connatural al hom bre desde su origen. Con estos dos defectos, el m o narca tiene toda suerte de la­cras; en efecto, ahíto com o está de todo, com ete num erosos e in­sensatos desafueros, unos p o r soberbia y otros por envidia. Con todo, un tirano debería, al menos, ser ajeno a la envidia, dado que indudab lem ente posee todo tipo de bienes; sin embargo, para con sus conciudadanos sigue po r naturaleza un p ro ced e r to talm ente opuesto: envidia a los más destacados m ientras están en su corte y se hallan con vida, se lleva bien, en cambio, con los c iudadanos de

165

Page 163: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

166/Luc iano Canfora

peor ralea y es muy dado a aceptar calumnias. Y lo más absurdo de todo: si le muestras una adm iración comedida, se ofende por no re­cibir una rendida pleitesía; m ientras que, si se le muestra una ren­dida pleitesía, se ofende tachándote de adulador. Y voy a decir aho­ra lo más grave: altera las costum bres ancestrales, fuerza a las m u ­jeres y mata a la gente sin som eterla ajuicio . En cambio, el gobier­no del pueblo tiene, de entrada, el nom bre más herm oso del m u n ­do: isonomía; y, po r otra parte, no incurr e en ninguno de los desa­file ros que cornete el monarca: las magistraturas se desem peñan por sorteo, cada uno rinde cuentas de su cargo y todas las delibera­ciones se com eten a la com unidad. Por consiguiente, soy de la opi­nión de que, por m uestra parte, renunciem os a la m onarquía exal­tando al pueblo al poder, pues en la colectividad reside todo.

81 Esta fue, en suma, la tesis que propuso Otanes. En cambio Megabizo solicitó que se confiara el po d er a una oligarquía en los siguientes términos: «Hago mías las palabras de Otanes sobre abo­lir- la tiranía; ahora bien, sus pr etensiones de conceder el poder al pueblo no han dado con la solución más idónea, pues no hay nada más necio e insolente que una m u chedum bre inepta. Y a fe que es del todo pun to intolerable que, quienes han escapado a la insolen­cia de un tirano, vayan a caer en la insolencia de un vulgo desenfre­nado. Pues m ientras que aquél, si hace algo, lo hace con conoc i­m iento de causa, el vulgo ni siquiera posee capacidad de c o m p re n ­sión. En efecto, ¿cómo podría com p ren d er las cosas quien no ha recibido instrucción, quien, de suyo, no ha visto nada bueno y quien, aná logam ente a un río torrencial, desbarata sin sentido las em presas que acomete? P or lo tanto, que adopten un régim en de­m ocrá tico quienes abriguen m alquerencia para con los persas; n o ­sotros, en cambio, elijamos a un grupo de personas de la m ejor va­lía y o torguém osles el poder; pues, sin lugar* a dudas, entr e ellos tam bién nos con ta rem os nosotros y, además, cabe suponer que de las personas de más valía par-tan las más valiosas decisiones». Esta fue, en suma, la tesis que propuso Megabizo.

En te rce r lugar, fue Darío quien expuso su opinión en los si­guientes términos: «A mi juicio, lo que ha dicho Megabizo con res­pec to al rég im en popu lar responde a la realidad; per o no así lo co n ­cern ien te a la oligarquía. Pues de los tres regím enes sujetos a deba­te, y supon iendo que cada un o de ellos fuera el m ejor en su género (es decir, que se tratara de la m ejor dem ocracia , de la m ejor oligar­quía y del m ejo r m onarca), afirmo que este último régimen es ne ta­m ente superior. En efecto, ev identem ente no habría nada mejor que un gobernan te único, si se trata del hom bre de más valía; pues, con semejantes dotes, sabría regir im pecab lem ente al pueblo y se

Page 164: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

TLl c i n d n t l : i n u / 1 6 7

m antendrían en el mayor de los secretos las decisiones relativas a los enemigos. En una oligarquía, en cambio, al ser muchos los que em peñan su valía al servicio de la comunidad, suelen suscitarse profundas enemistades personales, pues, como cada uno quiere ser por su cuenta el jefe e im poner sus opiniones, llegan a odiarse sum am ente unos a otros; de los odios surgen disensiones, de las di­sensiones asesinatos, y de los asesinatos se viene a parar a la m o ­narquía; y en ello queda bien patente hasta qué punto es éste el m e­jo r régimen.

Por el contrario, cuando es el pueblo quien gobierna, no hay- medio de evitar que brote el libertinaje; pues bien, cuando en el Es­tado b ro ta el libertinaje, entre los malvados no surgen odios, sino profundas amistades, pues los que lesionan tos intereses del Estado ac túan en m utuo contubernio . Y este estado de cosas se mantiene así hasta que alguien se erige en defensor del pueblo y pone f in a se­mejantes manejos. En razón de ello, ese individuo, como es natu­ral, es adm irado por el pueblo; y en virtud de la admiración que despierta, suele ser proc lam ado monarca; por lo que, en este pu n ­to, su caso también dem uestra que la m onarquía es lo mejor. Y, en resum en, ¿cómo — por decirlo todo en pocas palabras— obtuvi­mos la libertad? ¿Quién nos la dio? ¿Acaso fue un régimen dem o­crático? ¿Una oligarquía, quizá? ¿O bien fue un monarca? En defi­nitiva, com o nosotros conseguim os la libertad gracias a un solo hom bre, soy de la opinión de que m antengam os dicho régimen e, independien tem ente de ello, que, dado su acierto, no deroguemos las norm as de nuestros antepasados; pues no redundaría en nues­tro provecho».

Trad. de Carlos Schrader, Madrid, Credos, 1979.

Concesión de la ciudadanía ateniense a los satnios (405 a.C.)

Cefisofonte de Peania en funciones de secretario.Para los samios que estuvieron al lado de Atenas.Decisión >del Consejo y de la Asamblea Popular.I-a tribu ¿ rec ró p id e ocupaba la pritanía, Polimnis ejercía de se­

cretario, Alexias de arconte, Nicofonte de Atmonia de presidente.Propuesta de Clísofo y los dem ás pritanes:Alabar a los embajadores samios y a aquellos que llegaron los

p rim eros y a los que han llegado ahora a la Asamblea, así com o a los estrategos y a todos los demás samios, porque son valientes y es­tán dispuestos a ac tuar para lo mejor. Alabar su acción porque ac­tuaron de m odo beneficioso para Atenas y para Sainos. Para p re ­

Page 165: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

168/Luciano Canfora

miar el bien que han hecho a los atenienses, los atenienses los tie­nen en gran consideración y proponen lo siguiente:

Es decisión del Consejo y de la Asamblea que los samios sean atenienses y que asum an la ciudadanía en la forma que más les agrade, Que esta decisión sea aplicada del modo más provechoso para ambas partes, com o ellos dicen; cuando llegue la paz, en to n ­ces se podrán em prender deliberaciones com unes sobre otros asuntos. Mientras, continúan disfrutando de sus leyes con plena a u ­tonomía y todo lo demás lo siguen haciendo según los juram entos y los acuerdos en vigor entre atenienses y samios.[ - ]

Tod, Greek liisiorical Inscripiions, nú m . 96.Trad. de P. Badén as.-i

Plutarco, Vida de P en d es

12 . Pero lo que mayor placer dio a los atenientes y más con tri­buyó al em bellecim iento de Atenas, lo que más boquiabiertos dejó a los demás hombres, y lo único que atestigua que no son mentiras aquel famoso poder de Grecia y su antigua prosperidad, es la edifi­cación de m onum entos. De todas las medidas políticas de Pericles, esto es lo que sus enemigos miraban con peores ojos y lo que más denigraban en las asambleas. En ellas gritaban que el pueblo tenía mala reputación y era objeto de difamaciones por haber traído a Atenas de Délos el tesoro com ún de los griegos, y que lo que podía haber sido para él contra los que le acusaban el más decoroso de los pretextos, que por miedo a los bárbaros habían sacado de allí el tesoro com ún para custodiarlo en lugar seguro, incluso eso Peri­cles se lo había quitado: «Y Grecia tiene la impresión de estar s ien­do víctima de una terrible injuria y de una tiranía manifiesta, p o r ­que ve que con los tributos con los que se la fuerza a con tribu ir para la guerra nosotros recubrim os de oro y em bellecem os nuestra ciudad, como una m ujer presumida, rodeándola de piedras precio­sas, estatuas y templos de mil talentos.»

Explicaba, en consecuencia, Pericles al pueblo que del dinero no tenían que dar ninguna cuenta a los aliados, porque hacían la guerra por ellos y tenían a raya a los bárbaros; los aliados no ap o r­taban ni caballos ni naves ni hoplitas, sólo contribuían con dinero, cosa que no es de los que lo dan, sino de quienes lo reciben, con tal de que procuren los servicios en cuyo pago lo han recibido. Era preciso, ahora que la ciudad estaba suficientemente provista de las cosas necesarias para la guerra, dirigir sus abundantes recursos a

Page 166: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

El c i u d a d a n o / 169

obras que, una vez, terminadas, les dieran gloria eterna y que, d u ­rante su ejecución, p rocuraran el bienestar; pues gracias a eslas obras, nacerían todo género de industrias y una infinita variedad de empleos, que, despertando .>das las artes y poniendo en movi­miento todos los brazos, procurarían salarios a casi toda la ciudad, la cual, con sus propios recursos, se em bellecería y al mismo t iem ­po se alimentaria.

Pues a los que tenían edad y vigor para la guerra las expedicio­nes militares les procuraban abundantes recursos procedentes del tesoro común; y para la masa jornalera que no formaba parte de los contingentes militares, Pericles, que no quería que estuviera priva­da de ingresos, pero tam poco que los recibiera sin trabajar y o c io ­sa, presentó al pueblo la propuesta de grandes proyectos de co n s ­trucciones y planes de trabajos que requerirían num erosos a r te sa ­nos y cuya realización exigiría m ucho tiempo, para que, no m enos que los que navegaban o los que estaban en guarnic iones y los que partían en las expediciones, la población que residía s iem pre en casa tuviera un motivo para sacar provecho de los fondos públicos y recibir una parte de ellos. Había com o materias prim as piedra, bronce, marfil, oro, ébano, ciprés; com o oficios que trataran y ela­boraran estas materias primas, carpinteros, m odeladores, h e r re ­ros, canteros, batidores de oro, ablandadores de marfil, pintores, dam asquinadores, cinceladores; com o transportistas y p roveedo­res de estos materiales, m ercaderes, m arineros y pilotos, po r mar, y, por tierra, carreteros, propietarios de parejas de tiro, arrieros, cordeleros, hilanderos, talabarteros, peones camineros, mineros. Cada oficio, además, disponía, com o un general dispone de un ejér­cito propio, de una masa asalariada de peones, que constituían el instrum ento y el cuerpo destinado a su servicio. Gracias a ello, las múltiples ocupaciones distribuían y diseminaban el bienestar, por decirlo en una palabra, entre todas las edades y condiciones.

Plutarco, Vidas paralelas.Trad. de Emilio Crespo, Barcelona, Bruguera, 1983.

Pseudo-Jenofonte, Constitución de Atenas, 2, 19-20

Yo afirmo, en efecto, que el pueblo de los Atenienses conoce .qué c iudadanos son superiores y quiénes inferiores; y, al co n o c e r ­lo, ap recian a los que son prop iam ente partidarios y seguidores su­yos, aunque sean inferiores, y odian especialm ente a los superiores pues, no creen que la virtud de éstos contribuya a su propio bien, sino a su mal. Y contrario a esto es, el que algunos, que son verda­

Page 167: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

170/Luc ianb. Canfora

deram ente dei pueblo, no lo son por naturaleza. Yo com prendo la dem ocracia del p ropio pueblo pues es to talm ente com prensible que p rocure su propio bien; pero quien, no siendo del pueblo, es­cogió vivir en una ciudad dem ocrá tica más que en una oligárquica, está dispuesto a delinquir y sabe que el que es malo tiene más posi­bilidades de pasar inadvertido en una ciudad dem ocrática que en una oligarquía.

Así que, respecto a la república de los Atenienses no apruebo la forma de gobierno; pero, una vez que decidieron ser demócratas, me parece que conservan bien la dem ocrac ia em pleando los m e­dios que yo he expuesto.

Pseudo-Jenofonte, Constitución de Atenas, 1, 14-15

De una sola cosa están faltos; pues si los Atenienses fueran los dueños del m ar viviendo en una isla, ellos podrían hacer daño, si quisieran y en cam bio no soportarlo , m ientras m andaran en el m ar y, ni sería sagrado su propio terr itorio ni invadido p o r los enem i­gos; ahora bien, los agricultores y ricos Atenienses adulan a ios enemigos más, p e to el pueblo, puesto que sabe bien que no incen ­diarán ni devastarán nada suyo, vive sin tem o r y sin adularles. Ade­más, tam bién estarían apartados de otro tem or, si vivieran en una isla; nunca la ciudad sería traic ionada po r unos pocos, ni abiertas sus puertas, ni invadida po r sus enemigos. En electo ¿cómo podría suceder esto si vivieran en una isla? A su vez, nadie se sublevaría con tra el pueblo, si vivieran en una isla; pues, si se sublevaran se sublevarían pon iendo su esperanza en que los enemigos acudirían po r tierra.

Aurelia Ruiz Sola, Las constituciones griegas, Madrid, Akal, 1987.

Aristóteles, Polí t ica, 1268b-J 269a

Algunos se p regun tan si es peijudicial o conveniente para las ciudades cam b ia r las leyes tradicionales en el caso de que haya otra mejor. Por eso no es fácil asentir sin más a lo antes dicho, si no c o n ­viene cambiarlas. Puede ser que algunos presen ten la abolición de las leyes o del rég im en co m o un bien para la com unidad. Puesto que hem os hecho m ención de este tema, será m ejor detallarlo un poco más. Tiene, co m o hem os dicho, dificultades, y podría parecer que es m ejor el cambio; es indudable al m enos que tratándose de las otras c iencias es conven ien te el cambio; p o r ejemplo, la m edici­

Page 168: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

El c iu dadano /1 / I

na, la gimnasia y en general todas las arles y facultades se han aleja­do de su forma tradicional, de m odo que, si !a politica se ha de con­siderar como una de ellas, es claro que con ella tendrá que ocurrir lo mismo. Podría decirse que los mismos hechos lo muestran, pues las leyes antiguas son demasiado simples y bárbaras: así los griegos iban arm ados y se com praban las mujeres, y todo lo que aún queda de la legislación antigua es sobrem anera simple, como la ley que existe en Cime sobre el asesinato, según la cual si el acusador p re ­senta cierto núm ero de testigos de entre sus propios parientes, el acusado será reo de asesinato. Pero en general los hom bres no bus­can lo tradicional sino lo bueno, y es verosímil que los primeros hombres, ya fueran nacidos de la tierra o supervivientes de algún cataclismo, fueran semejantes no sólo a los hombres vulgares ac­tuales, sino incluso a los necios, com o se dice efectivamente de los que nacieron de la tierra; de m odo que es absurdo persistir en sus opiniones. Pero aparte de estas razones tampoco es mejor dejar- in­variables las leyes escritas, porque lo mismo que en las demás ar­tes, es también imposible en política escribir exactamente todo lo referente a su ordenación, ya que forzosamente las norm as escritas serán generales y en la práctica no se dan más que casos singu­lares.

De estas consideraciones resulta manifiesto que algunas leves, y en determ inadas ocasiones, deben ser susceptibles de cambios, pero desde otro punto de vista esto parecerá requerir m ucha p re ­caución. Cuando la mejora sea pequeña y en cambio pueda ser fu­nesto que los hom bres se acostum bren a cam biar fácilmente las le­yes, es evidente que deberán pasarse por alto algunos fallos de los legisladores y de los gobernantes, pues el cambio no será tan útil com o dañino el in troducir la costum bre de desobedecer a los go­bernantes. La com parac ión con las artes es también errónea; no es lo mismo in troducir cambios en un arte que en una ley, ya que la ley no tiene otra fuerza para hacerse obedecer que el uso, y éste no se p roduce sino m ediante el t ranscurso de m ucho tiempo, de modo que el cam biar fácilmente de las leyes existentes a otras nuevas d e ­bilita la fueréa de la ley. Pero aun si pueden cambiarse, ¿podrán cambiarse todas y en todos los regímenes, o no? ¿Podrá cambiarlas cualquiera, o sólo algunos? Todas estas cuestiones tienen gran im­portancia. Dejemos, pues, esta investigación por ahora: no es de este lugar.

Trad. de Julián Marías, Madrid, Instituto de Estudios Políticos, 1951.

Page 169: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

172/Luciano Can Tora

Tucídides, 2 , 37

Tenemos un régimen político que no emula las leyes de otros pueblos, y más que imitadores de los demás, somos un modelo a se­guir. Su nombre, debido a que el gobierno no depende de unos po ­cos sino de la mayoría, es democracia. En lo que poncierne a los asuntos privados, la igualdad, conform e a nuestras leyes, alcanza a todo el mundo, mientras que en la elección de los cargos públicos no anteponem os las razones de clase al mérito personal, conform e al prestigio de que goza cada ciudadano en su actividad; y tam po­co nadie, en razón de su pobreza, encuentra obstáculos debido a la oscuridad de su condición social sí está en condiciones de prestar un servicio a la ciudad. En nuestras relaciones con el Estado vivi­mos com o ciudadanos libres y, del mismo modo, en lo tocante a las mutuas sospechas propias del trato cotidiano, nosotros no senti­mos irritación contra nuestro vecino si hace algo que le gusta y no le dirigimos miradas de reproche, que no suponen un perjuicio, pero resultan dolorosas. Si en nuestras relaciones privadas evita­mos molestarnos, en la vida pública, un respetuoso tem or es la principal causa de que no com etam os infracciones, porque presta­mos obediencia a quienes se suceden en el gobierno y a las leyes, y principalmente a las que están establecidas para ayudar a los que sufren injusticias y a las que, aun sin estar escritas, acarrean a quien las infringe una vergüenza por todos reconocida.

Trad. de J. J. Torres Esbarranch.

Tucídides, 6 , 38-39

Pero esto, como os he dicho, los atenienses lo saben y estoy se­guro de que se cuidan de sus intereses; es aquí donde hay unos hom bres que inventan historias que no existen ni pueden existir. Y yo me doy perfecta cuenta de que lo que estos hom bres desean, no ahora por prim era vez sino desde siempre, es asustaros a vosotros, al pueblo, con cuentos de esa clase o todavía más perversos, o con sus acciones, a fin de hacerse ellos con el dominio de la ciudad. Y temo ciertam ente que un día, a fuerza de intentarlo, lleguen a co n ­seguirlo; porque nosotros somos incapaces de ponernos en guar­dia antes de padecer el daño y de reaccionar contra ellos al darnos cuenta de sus maquinaciones. Por esto precisam ente nuestra c iu­dad está pocas veces tranquila y soporta m uchas disensiones y un m ayor núm ero de luchas en su interior que contra sus enemigos, y a veces incluso tiranías e injustos regímenes personales. De todos

Page 170: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

lil c iu d ad an o /1 7 3

esos males, si vosotros estáis dispuestos a seguirme, yo trataré de no perm itir que sobrevenga ninguno en nuestro tiempo; para ello procu ra ré convenceros a vosotros, a la mayoría, de que castiguéis a los que urden tales maquinaciones, no sólo al cogerlos en flagrante delito (pues es difícil sorprenderlos), sino en los casos en que tie­nen la intención, pero no los medios (pues fíente al enemigo es preciso defenderse por anticipado, no atendiendo sólo a lo que hace sino también a sus proyectos, sobre todo si po r no ser el p r i­m ero en ponerse en guardia se va a ser el p r im ero en recibir el daño); y en cuanto a los oligarcas, mi misión consiste en descubrir­los, vigilarlos y amonestarlos, pues pienso que ésta será la m ejor m anera de apartarlos del mal camino.

Y bien, he aquí una pregunta que me he hecho m uchas veces, ¿qué es lo que queréis vosotros, los jóvenes? ¿Tener ya el poder? ¡Pero si no es legal! Y la ley se estableció por el hecho de que voso­tros no estáis capacitados para e jercer cargos, y no para despojaros de este derecho teniendo capacidad para ello. ¿O es que no queréis la igualdad de derechos con la mayoría? ¿Y cóm o sería justo que aquellos que son iguales no gozaran de iguales derechos?

Se dirá que la dem ocracia no es ni inteligente ni equitativa y que aquellos que poseen el d inero son también los mejores para ejercer el poder con más acierto. Pero yo afirmo en prim er lugar que se llama «pueblo» al conjunto de los ciudadanos, mientras que el térm ino «oligarquía» sólo designa una parte; después, que los ri­cos son los mejores guardianes del dinero, pero que para dar los mejores consejos tenem os a los inteligentes, y que para decidir lo m ejor después de h ab e r escuchado está la mayoría; estos e lem en ­tos indistintamente, p o r separado o en conjunto, tienen una parte igual en la dem ocracia . La oligarquía, en cambio, hace participe de los riesgos a la mayoría, pero respecto a los beneficios, no se limita a querer llevarse la mayor parte, sino que arram bla con todo y se lo queda. Este es el régimen que en tre vosotros desean tener los p o d e ­rosos y los jóvenes, pero es imposible im poner ese régimen en una gran ciudad.

Historia de la Guerra del Peloponeso.Trad. de J. J. Torres Esbarranch, Madrid, Gredos, 1990-1992.

Page 171: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant
Page 172: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

Capítulo quintoEL HOMBRE

Y LA VIDA DOMESTICAJames Redfield

Page 173: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

Relieve en terracota procedente de Loe ri. Segundo cuarto del siglo

Page 174: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

Fuentes; la presencia de una ausencia

El desaparecido Arnaldo Momigliano se encargó de enseñarnos que la historia no trata de las fuentes. La historia es una in terp re ta­ción de aquella realidad de la que las fuentes son segni indicativi o frammenti. Es obvio que nuestro p roceder implica el examen de las fuentes, pero lo que buscamos es con tem pla r a través de ellas no sólo la realidad que representan sino tam bién la que no aciertan a representar, la que representan m alam ente e, incluso, la que o cu l­tan. Estas enseñanzas de Momigliano resultan especialm ente valio­sas cuando nos las tenem os que haber con el asunto que nos ocupa, ya que los griegos de la época clásica casi no nos han dejado fuen­tes respecto de su vida doméstica.

En p rim er lugar, contam os con pocos testimonios extraoficia­les de este periodo, en tendiendo por extraoficial cartas personales, docum entos de negocios, material de archivos y pruebas p re sen ta ­das en procesos civiles. En vez de esto lo que tenem os son rep re ­sentaciones oficiales: imágenes de bullo o pintadas, narrac iones li­terarias, relatos históricos, análisis filosóficos y discursos públicos que han pasado a la posteridad com o m odelos de retórica. Nos e n ­contram os con los griegos, p o r decir lo así, vestidos con sus m ejo­res galas; no les cogem os desprevenidos, sino que les vemos tal com o ellos eligieron representarse a sí mismos. Estas rep resen ta ­ciones, además, con pocas excepciones, son representaciones de la vida pública. La historia, tras haber alcanzado su canonización con Tucídides, se ocupó casi en exclusiva de la política y de la guerra.

177

Page 175: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

178/Jnmcs R e d f id d

La tradición filosófica, de Pitágoras en adelante (con la im portan te excepción de Aristóteles), fue en general hostil a lo doméstico; la unidad familiar es con tem plada com o un m undo de emocionali- dad fluctuante, tendencias antisociales y motivaciones triviales. La acción pública tiene más posibilidades de ser moral ya que, al ser visible, está sujeta a valoración por parte del público.

La vida pública se desarrolla en un espacio público? Esta regla tiene un curioso reflejo en el arte que se encargaba de representar para el público a teniense la experiencia privada y las relaciones do­mésticas, es decir, el dram a. Tanto en la tragedia com o en la co m e­dia la escena se alza en el exterior; ya sea en la calle o en lo que haga las veces de ésta. Los personajes salen de la casa o de su equi­valente (la tienda de Ayante, la cueva del Cíclope) y no es raro que nos p roporc ionen algunas explicaciones como, por ejemplo, por qué han salido fuera para hablar de sus planes secretos o lam entar sus más íntimas penas. La representación ,?en otras palabras,'se re ­presenta a sí m ism a com o revelación de algo n o rm alm en te ocultó. Esto nos ayuda a co m p ren d er .p o r qué las re laciones dom ésticas en el d ram a son represen tadas en toda ocasión com o anoniiáles, rotas?

• ó en p lena crisis. En tanto que el d ram a es u n a representación de la I vida dom éstica es lam bién iuna especie de escándalo.*

Muchos de los personajes del d ram a son mujeres. En la vida real era algo digno de una m ujer a teniense que nada pudiera saberse so­bre ella (com o señala el Pericles de Tucídides); las m ujeres que v e ­m os en esceña están ya, en cierto modo, deshonradas o corren els riesgo de estarlo cuando el público.las ve (precisam ente porque las puede ver). Lo que suele estar oculto, cuando se saca a la luz, evi­den tem en te está fuera de lugar.

Los griegos de la época clásica no crearon la clase de ficción na­turalista que tan rica fuente resulta para la vida dom éstica en la época m oderna . C iertam ente, podem os deduc ir algunas cosas de las represen tac iones que tenem os; nuestra perspectiva se parece bastante a las obras de teatro, en las que, a veces, se abre una p u e r­ta y un m ensajero aparece , o bien un personaje m ira den tro y nos cuen ta lo que sucede en ese m undo cerrado e invisible. Sobre la base de tales indicaciones y fragm entos es posible escrib ir descrip­ciones de «la vida dom éstica de la Grecia antigua». De hecho, esto ya se ha llevado a cabo. El p resen te estudio, sin em bargo, sigue una estrategia d iferente. Será u n a investigación sobre la idea de lo d o ­méstico en tre los griegos (especialm ente tal com o podem os trazar­la a par tir de los mitos y ritos), y más específicam ente sobre el lugar que esta idea ocu p a den tro de la ideología de la ciudad-.estado. Des­de el pun to de vista de esta investigación la ausencia de testimonios es en sí m ism a un testimonio im portan te . La selección llevada a

Page 176: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

El l i o m b r e y lr\ v ida d o m c s l i c a / l 79

cabo p o r la gente en lo que toca a su propia representación nos dice m ucho, tanto po r lo que oculta como por lo que revela.

La supresión de lo doméstico

Vamos a com enzar po r una ausencia obvia pero, a la vez, intri­gante: los griegos de la é p o c a d á s ic a no nos han dejado historias de amórTNuestro escenario más familiar, aquel que comienza con un «chico-encuentra-chica» y te rm ina con un «y vivieron felices y co ­m ieron perdices», no es representado en la literatura griega antes del Díscolo de M enandro, puesto en escena el año 316 a.C., siete años después de la m uerte de Alejandro Magno. Por supuesto, es posible que algunas obras perdidas — la Andrómaca de Eurípides p o r ejem plo— hayan seguido ese esquema, y hay algunas excepcio­nes en tre las obras que se nos han conservado que, en su mayor parte, tienen que ver con los dioses: po r ejemplo, Apolo cortejando a Cirene en laPifica novena de Píndaro y la alusión de Homero a las aventuras prem atrim oniales de Zeus y Hera «cuando se fueron a la cam a jun tos burlando la vigilancia de sus padres» (Ilíada, 15, 296). Pero, en general, la regla es válida y lo que resulta más llamativo es que, a diferencia de la ficción naturalista, las historias de am or se cuentan en todas las literaturas del ancho m undo y que, además, en ellas, se han basado clásicos tan diferentes como La historia de Genjii o Sakuntala. Las historias de am o r constituyen también una parte im portante del acervo com ún de los cuentos populares in­doeuropeos, ya se trate de la historia del hijo más joven que gana en p rem io a la bella princesa o de la desventurada doncella rescatada p o r Su rutilante caballero.

Los griegos, por supuesto, también contaban historias de este tipo; p o r ejemplo, la historia de cóm o Jasón obtuvo a Medea o Pé- lope a Hipodámía. Pero cuándo las narran , en época clàssica, no lo hacen .exactán ien te com o historias de amor. Veamos un ejemplo, P índaro nos cuenta las historias de estos dos personajes, Pélope y Jasón. Pélope, en la p rim era Olímpica, es un pretendiente, pero no le vemos cortejando a Hipodámía sino que, más bien, ella es el p re­mio en su contienda con Enomao, padre de ésta. Jasón, en la cuar­ta Pitica , es cierto que hechiza y seduce a Medea, pero ella no es el p rem io que persigue, es el ins trum ento mediante el cual lleva a cabo una tarea que le permite re co b ra r su patrimonio.

En otras palabras, Jasón no va buscando una novia sino que lo que busca es su herencia. Es la herencia el aspecto de la vida fami­liar q u e p r e o c u p a d [a ficción clásica. Por ejemplo, Hemón y Antí- gonaTen la Antígona, son una pareja que m antiene relaciones lor-

Page 177: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

180/Jam cs Rcdfield

males — el am or de! uno p o r la otra es decisivo para la tram a de la pieza— pero el dramaturgo no los lleva a escena juntos; Antígona más bien viene a ser para Hem ón algo por lo que discutir con su pa­dre, Clitemnestra mata a un marido y se agencia otro, pero su tra­gedia radica en sus relaciones con Orestes, quien debe m atar a su madre para recuperar sus derechos sobre el reino ^e su padre. Lue­go tenemos a Edipo, cuyas desgracias comenzarori el día en que su padre intentó m atarle cuando era niño y que, por ello (de m odo ac­cidental), ha recobrado su patrim onio al m atar a su padre y conver­tirse en esposo de su madre. Los p ro b lemas se presen tan~cuando úñ^ pldr^Tríteritájevitar la-normal sucesión Lde Jas generaciones.* Igualmente, la disputa entre Pélope y Enómao se tornó sangrienta porque Enomao no quería perm itir el m atrim onio de su hija; por ello, retaba a cada uno de sus pre tendientes a una carrera de ca ­rros. Le daba al contrincante una ventaja y luego le alcanzaba con sus maravillosos caballos y le apuñalaba por la espalda. De esta m a­nera, llegó a m atar a doce jóvenes. Pélope, que hacía el nú m ero tre ­ce, se las arregló (por diferentes medios en las diferentes versio­nes) para matar a Enomao y así ganó en premio a Hipodamía.

En una versión Enom ao deseaba desposar a la propia H ipoda­mía y este motivo incestuoso debe considerarse com o latente en to­das las demás. Casarse con la propia hija es lo m ismo que matár.al h ijo ;o sea,-una negativa a dejarla m archar; ap e rm it i r 'q u e la gene­ración-si guíente tome nuestro lugar:

L ósd ioses ; .cón io ’son"iñmórtálés7;nó tienen este.problema,^Oj / n é j órTcomó sorTinmortales tienen este problem a al revés. La Teo­gonia de Hesíodo nos cuenta con detalles cómo los dos dioses m a­yores, Urano y Crono, cada uno en su m omento, no consiguieron impedir la sucesión; finalmente Zeus, el tercero en la línea de des­cendencia, estabiliza el cosmos. Lo consigue tragándose, más que desposando, a su prim era esposa Metis; por ello, Atenea nació de la cabeza de Zeus (y fue así leal por completo a él, en su calidad de pa­dre y madre) , mientras que el nacim iento del hijo que debía ser mejor que su padre se evitó. E lp ó d e r eterno de Zeus,--en otras pala- bras',- esta~aségurado^or"úna hija eternam ente virgen y un hijo q u e ,

¿ rió lié gó~a L ña cer.1»Per07 com o riosotlós no somos inmortales =—les dicen sus mitos

^ó^fgriégós “ 'debem os perm itir 'qüé nuestras hijas se casen y que * nuestros hiiósjviyan.Quienes no hacenjcaso de esta reg la1 p e r tu r ­ban el universo. Un ejemplo legendario es Astiages el m edo a quien un sueño le reveló que el hijo de su hija le reemplazaría com o rey (Heródoto, I, 108). En vez de alegrarse por un sueño que le p ro m e­tía una generación de más en el poder (iba a ser reem plazado no por su hijo sino por su nieto), procedió como si pensara que iba a

Page 178: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

El hombre y la vida dom est ica /18 l

vivir por s iem pre e intentó m atar al niño. El resultado tue Ciro el Grande y el Im perio persa. Errores que a un nivel doméstico cau ­san una tragedia, a nivel de la historia del m undo obran p rod i­gios. _

El problem a dé la herencia es un m edio de r eflexionar sobre el* p roblem a de la cultura y la"natüraleza:-mediante la herencia,’ nosó-' tros, que somos organismos perecederos — «criaturas de un día», como nos llama el poeta— tqmamós.lás^medidas para transm itir un orden-cultura l duradero . Esto lo podem os conseguir sólo si lo­gra moS/íf vencer nuestro egoísmo; entendido asi, el ó 'rdeKculturah viene a ser el regaló que cada generación hace a l a siguiente.,LoS' griegos, en tanto que concebían la familia en los térm inos de este problema,Hla vieron desde el pun tó de vista de-Ia ciudad-estado.*'Eb fin de la familia, desde el puntoU é vista político, es transm itir p ro ­piedad y.papeles sociales de fo r m a q u e el orden político perviva tras ]a m u e r te de los individuos1. En Cernimos de naturaleza; el pa^ pelxívico d e ia s mujeres-era p roduc ir ciudadanos, es decir, h e red e­ros Varones; párá las:unidades familiares que com ponen las ciuda:. des; en termíiñós-de.cultura’' las mujeres funcionaban com o p re n ­das en úna transacción ériti-e el suegro y el yerno; una-transacción conocida com o.lá engyé o éngyesisT-Se trataba de un acuerdo entre el padre de la novia o su tu to r legal y su pretendiente, por el cual la autoridad sobre aquélla se transfería de uno a otro. Los mismos té r ­minos se usaban tam bién cuando se daba algo en prenda com o ga­rantía. La^entregardeíla mujer, por lo tanto, fue’únanse ña lid e: un vínculo en tre los dos hombres; el de más edad daba a la joven com o p renda usando la voz activa del verbo, el más joven la recibía en la voz media (engyómai; cfr. H eródoto VI, 130, 2). Lajmtjervpues, no 'éra parte _d e la tran sac c i ó n . +

La fórmula ática era: «Te doy en p renda a mi hija para en g en ­dra r hijos legítimos y, con ella, una dote de (tanto y más cuanto)» (M enandro 435 K, Díscolo, 842 ss.). El"padre^entregabaa. su. hija y> daba también, con ella, una doteT Form alm ente, la dote nunca fue propiedad del m arido pero era éste quien la tenía y la administraba para sus hijos, debiendo ser devuelta en el caso de que el m atr im o­nio fracasase; de todas maneras, con m ucha frecuencia hubo de ser, sin la m en o r duda, algo especialm ente atractivo ya que el mari- do tenía la adm inistración de ella en tanto que el m atrim onio dura- se ^ y e r n o no tenía que ofrecer,nada a cambio; en la épica m uchas veces se oye hablar de un regalo hecho a la novia, pero, el,* in tercam bio matrirñoniaj clásico fue recíp roco únicam ente dentro del co n te x to d e una reciprocidad generalizada; el padre debía e n ­tregar, a. su Jfrija. porque . t i e m p o atrás, había recibido a la hija de o t ro . La única condición estipulada de la transacción era «para e n '

Page 179: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

182/Jnmcs Redfìcld

¿geñdrar hijos legítimos». La com pensación del suegro estribaba en» la perspectiva de-tener nietos. De nuevo tenem os aqui que el punto de mira es la herencia . El m atrim onio es concebido com o él medioj ,por el cüál un h o m b re puede ten er descendientes m ediante su hija: ~El yerno, a 1 cambio, adquiere ciertos derechos sobre su.suegro.

NcTpuede decirse que los m atrim onios griegos fueran «concer­tados» si lo que en tendem os por ello es que había un acuerdo entre los padres de la novia y del novio. Los griegos nunca reconocieron nada sem ejante a la patria potestas rom ana, p o r la cual los hijos adultos estaban bajo la au toridad del padre en tanto que éste vivie­ra; p o r ello, el p re tend ien te , com o varón adulto libre que era, negozi ciaba p o r su novia en su propio nombre; Casarse fue u n a forma de adquisición, u n a par te de la «tercera función»; Hermes, el patrón del traslado de la novia desde su antigua casa a la nueva, es tam bién el dios del com ercio , del robo y de los objetos encontrados. Glau- cón, en la República de Platón, habla del m atrim onio com o si fuera un tipo de com ercio; el h o m b re injusto, nos dice,

desea [...] tomar luego esposa de la casa que desee, casar a sus hijos con quien quiera, tratar y m antener relaciones con quien se le antoje v obtener de todo ello ventajas y provechos (362b)*.

Todo lo d icho sitúa al m atrim onio sin la m en o r am bigüedad en un m u n d o masculiñO_de transacciones públicas, de rivalidad p o r el h o n o r y la ganancia; hasta el pun to de que, concebido a'si'T'el m a tr iz m onio deja de se r en tend ido com ò algo cen trado en la re lación pri^ vadaiéritre ün h o m b re y úna mujer. Otra consecuenc ia de esto, en mi opinión, fue;la ausencia de historias de am or.

Las historias cuyo tem a es el cortejo — esto debe quedar claro— en realidad son historias acerca del ideal de re lación m atrim onial, ya que el precio que uno paga po r casarse nos p roporc iona una va­loración del estado de casado, y un relato de los pasos desde la sol­tería al m atr im onio es una m an era de hablar sobre las diferencias en tre los dos. Digámoslo de una m anera más técnica: una historia de a m o r establece la es truc tu ra ideal del m atrim onio en térm inos de una serie de acon tec im ien tos ideales. Tales historias no necesi­tan reflejar n inguna práctica de cortejo real; esto explica por qué aquéllas son tan populares en las cu lturas — las del su r de Asia, po r e jem plo— en las que, p rác ticam ente , todos los m atrim onios son «concertados» y la novia y el novio no se ven hasta el día de la boda. No obstante, la novia tiene la esperanza de que se la valorará y po r

* l a traducción que utilizamos es de M. Fernández Galiano (Madrid,1949). (N. del T.)

Page 180: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

Ei h om b re y la vida d o n ic s ü c a / l 83

ello se interesa profundam ente po r las historias que narran los po r­m enores de h acer la corle a una mujer; el novio, por su parte, espe­ra ser adm irado y esta es la razón de que le gusten las historias en las que el novio llega luchando hasta su novia. Si la historia es una de aquéllas en que la novia es el premio concedido al más valeroso, la razón de ello estriba en que la m ujer desea ser apreciada de for­ma extraordinaria y el hom bre aspira al mérito. Si en la historia la novia es una víctima rescatada, esto significa que las mujeres de­ben ser protegidas y los hom bres lo bastante fuelles para hacerlo. En las historias unos y otros viven felices por siempre, como si, una vez narrada la historia, todo lo demás cayera de su peso; las histo rias son realm ente descripciones de la felicidad matrimonial.

Lajiüsencia dé historias de_ámór_en la literatura griega es, por lo tanto, ¿iri áspecjto_dé la aUséñcia de cualquier.répréseníación po-

¿si ti va del m atr im on io1. Las m ujercs 'dé lásTrágedias, por ejemplo, o bien ,sbñ víctimas m altra tas , ,como Ifigenia o lo, o bien-furias ven­gadoras, com o es el caso de Clitemnestra y Medea; no es raro que, com o Deyanira y Antígona, se las arreglen para ser ambas cosas a la vez. ¡El m atrim onio más satisfecho en toda la tragedia es probable­m ente (hasta el m om ento de la verdad) Edipo y su madre! En Aris­tófanes encontram os un poco más de equilibrio. El héroe de Los acam ienses aparece con su m ujer y lo mismo hace, durante m ucho más tiempo, el héroe del Piulo-, sin embargo, la única escena real­m ente notable entre un hom bre y su esposa es la de Usistrata, cuando Mirrina niega sus favores a su esposo. De los autores d ra -1 máticos que nos han llegado, Eurípides parece haber sido el más i

interesado en'el matrim onio; l a Ifigertia en Aulide trata de una boda/ (que es cier tam ente un sacrificio hum ano disfrazado); la Andróma- ca y el Orestes term inan con esponsales y la Helena y \nAlcestis con la reun ión de marido y mujer. Pero de éstas sólo la Alcestis puede ser considerada com o una pieza sobre el matrimonio: lo que en ella se deplora es la ausencia de la felicidad matrimonial.

Sin embargo, si "dei d rám a re to rnam os a la épica; lo que tene­mos es Uria impresión com ple tam ente diferente. La Odisea, des­pués de todo,, trata de la reconstrucc ión de un matrimonio, y un m atrim onio fi)e también el casus belti de la Guerra de Troya; la ac ­ción de la litada, además, nos cuen ta la pérdida y recuperación de una m ujer por Aquiles, quien precisam ente señala el paralelismo:

¿O es que sólo de todos los humanos aman a sus esposas los Anidas? No, cierto, que no hay hombre generoso y en su juicio, que no quiera a la suya y della cuide (¡liada, IX, 340-342)*.

* La traducción es de D. Ruiz Bueno (Madrid, 1956).

Page 181: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

184/James Redfield

Con Príamo y Hécuba, Héctor y Andrómaca, Alcínoo y Arete, Odiseo y Penélope — por no hablar de Zeus y Hera— feriemos, en* .Homero una com pleta galería de parejas y, en general, la rep resen1 Iación positiva dél m atrimonio. Es únicam ente en la literatura pos­

e e n or cuando este tema desaparece.>Cuando, finalmente, llegamos al Díscolo, lo que se nos ofrece

en él, además, no es el p r im er intento de ensayo de una historia de amor; se trata ya de un ejemplo desarrollado del género con su sin­cero y apasionado joven héroe, su virginal doncella recluida, su pa­dre irascible y su historia de ordalías y malentendidos superados. Es como si tales historias hubiesen estado presentes de un m odo la­tente por todas partes, suposición que es confirmada por la obser­vación de que, ya en la Odisea VI y VII, existe una historia de am o r latente. La visita de Odiseo a los feacios es presentada de forma cui­dadosa y bastante explícita a fin de que no se identifique con un es­cenario subyacente, dentro del cual el hermoso extranjero de allende los mares se casa con la hija del rey y hereda el reino. Este esquema alternativo de la historia está en la m ente de todos los p e r­sonajes y, además, fue familiar, sin lugar a dudas, tanto al poeta como a su auditorio.

ESta npcÁón'delriaTrimonióVcomo-téiiTá latente ~ ‘0 ,'lo que es lo mismo, /reprimido?— en :1a cu ltura griega, es confirmada, ad em á s ,■ por el hechcrde q u e jo s autores que ofrecen la visión más natura lis­ta de la vida matrimoniál són Aristófanes (poFéjemplo, en la n ar ra ­ción de Estrepsíades de su noche de boda y el ch ism orreo de las mujeres en Lisistrata) y Hé’ródóto; en este último, a m enudo, los he­chos tienen lugar en el exótico Oriente (comenzando con Candau- les de Lidia), pero también en tierras griegas. Aristófanes y j je ró d o - to"stfñ lósldós autores dél canon qué, evidentem ente ,de m uestran más dispuestos a discutir asuntos suprimidos de los géneros litera­rios m ás respetables; uno y otro, por ejemplo, discuten con toda li­bertad a propósito de cosas que jam ás se m encionan en H om ero, entre otras la orina y los genitales femeninos.

Esto nos lleva a una cuestión cronológica. El jí’einódordúrante el cu aL el ' m a tri nVó n i 07 c om o 'asun t ó 1 i te ra ri o q u edó vsuprimi d o j e s exactamente ’el - mismcTa* lo ■ largó- del ■ cual -lá^ciudad-estadq^fun- cionó~como una.estru¿turVautosuficíente — o, al menos, indepen­d iente— paráUa’vida dé los griegos. Antes de Hom ero difícilmente existió; después de Alejandro sobrevivió sólo com o una unidad ad ­ministrativa y social bajo el dominio de los monarcas helenísticos y sus sucesores. LS’c iu d i ’d-'estado,"además, es el tipo"de vida:más ca- ractérístico de:los griegos clásicos y el.que mejor-les Caracteriza. Por tanto, é hab la r d e « e L h o m b re domesticó entre i los -griegos»... es preguntarse por-lá relación entré lo doméstico y.la ciudad-estado.

Page 182: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

El h o m b re y la vida d o m é s t i c a /185

En la tragedia, que fue uñ arte ciudadano/ jos temas domésticos sé préseritaft eñ*el contexto deTa sociedad heroica, una sociedad en parttTimaginada, en parte recordada de los tiempos anteriores a la ciudad-estado,ytlna época"en la que, como nos^es dado ver en la épi-*

, c a ,;las rtlujenTs eran m uch^m ás^visib les e independientes /L a so*r- ciedacl Keroica és regida poi m onarquías y las familias en cuestión enllas,tragedias son.la"s familias'de los reyes.y príncipes; algunas piezas muy antiguas sitúan la acción en el Este, lo cual no debe ser tomado com o un artificio muy diferente ya que también el Este era m onárquico.,Las trágédias_refiéjan así las ansiedades dé la ciudad--“ estado en.transformación.' Los problem as domésticos de las fami­lias reales tienen una obvia im portancia política. Por ello, la narra- ción de historias heroicas Hé'go a ser. (entre otras cosas) uná mane- ra de reflejar ;las implicaciones políticas del ámbito doméstico.

¿Uñ tém a re cu rrente en estas piezas es la amenaza del poder fe- i ^men in o , el riesgo de que los hom bres puedan perder el control so- i b re sus mujeres. Este peligro, además, tiene su contrapunto cóm i- 1 co en las fantasías aristofánicas de una actuación política de las mujeres. Sea de .forma trágica o cómica, el poder femenino es trata­do siém pre com o una.inversión de la naturaleza de las cosas, una ipversión, además, p roduc ida ,po r laMocura y ja debilidad de los hombres.* Ya se trate de la viciosa Clitemnestra, de la apasionada Antígona o de la juiciosa Lisístrata, la exigencia d é p o d e r por parte de la-mujer'es tom ada invariable me rite, incluso po'r las propias mu- jeres. 'conio/un 'sigñb de que algo ha ido terr ib lem ente malMEl'po-; dé r legítimo en la c iud a d - e s t a d o e s t o es lo^que eljea tro jes^decía a los griegos— fue el podér.dé lo s 'h ó m b res ’y este p o d e r legítimo rió estaba de], todo“seg u ro ./

Las léyendás griegas hablan tam bién .de mujeres co m p le tam en : te’ fuera de^cóntrol:^-SonJ las ménades;.: l i teralm ente .las :«lócas>>. Abandonan la ciudad y vagan po r las m ontañas en un éxtasis lleno de violencia; viven entre prodigios, juegan con serpientes, despe­dazan animales vivos con sus m anos desnudas y pueden vencer a los hom bres en combate. N orm a lm en te -so n seguidoras de Dioni- so, que se divierte con ellas tal com o Artemis lo hace con sus n in­fas. Mientras las ninfas, sin em bargo, son inmortales, las m énades son mortales, las mujeres e hijas de la gente corriente , y él ménadis- - rilo no es una fo rm a n o rm a l de religiosidad; p o r el co n tra r io ,■ en las leyendas 'm uy á m enudo es un castigo que cae sobre las co m u n id a­des que se resisten al.dios.* Es típica la historia de la llegada de Dio- niso a Argos, donde no se le honró y, po r ello, volvió locas a las m u ­jeres; «éstas se llevaron a sus criaturas a las m ontañas y com ieron la carne de sus propios hijos» (Apolodoro, Biblioteca, 3 ,5 ,2 , 3).rEh n ienadism o es la negación d e :la m atern idad y de la_herencia,-es

Page 183: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

186/Jamcs Redfield

una plaga com o el ham bre, la sequía o la peste y, com o éstas, .sólo puede curarse estableciendo a lg u n a 're lac ió n adecuada con el dios. >

Argos es también el escenario de las historias sobre las hijas de Prelo, contadas en num erosas versiones, aunque, sin em bargo, en todas ellas, las m uchachas se vuelven locas. Unas veces ellas tam ­bién se han resistido a Dioniso; otras es Hera la diosa a la que han ofendido. En la versión de Hesíodo (Fragmenta Hesiodea, 130-133 M-W) se vuelven arrogantes po r los m uchos pre tendientes que tie­nen y, en su arrogancia , ofenden a Hera; ésta las convierte en seres de lujuria incontenible y luego las castiga con la lepra y la pérdida de su cabello. Más tarde, se curan al ser expulsadas de la Argólide. En una versión próxim a a la an ter io r hacen que todas las argivas se vuelvan locas jun to con ellas y m aten a sus hijos; en tonces Melam- po y Bias las expulsan a un reino vccino y matan a una de las tres duran te el viaje; a las otras dos las curan y se casan con ellas. Luego Preto se reparte la Argólide con sus dos yernos (Apolodoro, Biblio­teca, 2, 2 , 2 , 2-8).

En la versión de esta historia ofrecida por Hesíodo, ese poder fe­m enino que se sale de todo cauce es, explícitamente, un po d er se ­xual; la arrogancia de las m uchachas les viene de haber sido muy cortejadas, de su condición de casaderas. Hera las castiga doble­mente: co locando su sexualidad más allá de todo control y, luego, quitándoles todo su atractivo. En la historia de Mclampo, la cu ra tiene lugar m ediante la expulsión de las m uchachas; el resultado (con el sacrificio de una de las tres) es, a ia vez, un m atrim onio y un acu erd o político. En el m arco del orden dom éstico y cívico así es­tablecidos, las m ujeres dejarán de m atar a sus hijos y la legítima he­rencia podrá co n t in u a r de nuevo. Todos vivirán felices en ade lan ­te. Consideradas en conjunto, las historias de las hijas de Preto pa­recen dec ir a los griegos que el m atr im on io ; al desviar el p o d e r se­xual d e ja s m ujeres hacia la herencia ;’re s tn n g e este p o d e r ;y asegu­ra así tanto,el o rden c iudadano com o la adecuada re lación con el*¡ . r _! ■ -- ------ ' .............dios.

La m ejor represen tac ión literaria del m enadism o son Las ba­cantes de Eurípides. En esta obra el m enadism o es de nuevo un cas­tigo p o r haberse resistido a Dioniso, cuya divinidad Penteo, el rey de Tebas, se niega a adm itir (Dioniso es, de hecho, p rim o carnal de Penteo ya que es hijo de Zeus y de Sémele, he rm an a de la m adre de aquél). El dios, p o r lo tanto, hace que las m ujeres de Tebas se vayan a las m on tañas y allí vivan co m o salvajes atacando poblaciones y m atando niños. En Tebas son reem plazadas por las mujeres asiáti­cas que Dioniso ha traído consigo; es el dios quien se cuida de ellas hac iéndose pasa r po r su propio sacerdote. Penteo intenta a rres ta r

Page 184: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

El ho m b re v la vida d o m é s t ic a /1 87

a Dioniso, pero el dios, por artes mágicas, consigue escapar tras Ha­ber hecho tem blar lodo el palacio; nubla luego la mente de Penteo y le lleva a las m ontañas vestido con ropas de mujer; allí su propia madre le despedaza.

Las bacantes es una pieza negra; los personajes no parecen ap ren d er nada excepto que dios (pese a no ser bueno) es grande. Hay en la obra una alabanza de la embriaguez y del éxtasis, pero esta alabanza se ve recortada por la acción dél drama, que desplie­ga ante nuestros ojos los catastróficos resultados de un éxtasis y una embriaguez a los que no se le ponen los límites debidos. Mu­chos han pensado que el mensaje de esta obra es, pura y simple­mente, el terror.

Debemos tener en cuenta, sin embargo, que Dioniso, que como dios transforma de forma característica sus apariciones y cuyos de­votos experim entan alteraciones de sus estados de conciencia, es tam bién el dios del teatro. En Las bacantes esta conexión es casi ex­plícita; el propio dios tiene un papel en la pieza y labor iosamente viste a su víctima. La obra, además, era semejante a todas las trage­dias representadas en un festival de Dioniso. Al ser puesta en esce­na, además, el coro de ménades fue representado por hombres, com o lo fueron también todos los personajes; el público lúe tam ­bién, probablem ente, exclusivamente masculino. La obra repre­sentaba la disolución de la ciudad, pero la representación era un acto organizado público y, a la vez, religioso. En el festival —esta es mi opin ión— , los atenienses alcanzaban una excelente relación con el dios y la conseguían m ediante la exclusión de las mujeres, que estaban presentes sólo representadas. El festival es así, dentro de la pieza, cpm o una alternativa a la pieza, un antídoto frente al te­rro r que la obra produce. Cualquiera que echara una mirada al tea­tro v e n a que, a pesar de todo, los hom bres controlaban cada de­talle.

De m anera aun más general, podem os observar que e l .d ram a , ateniense perm ite la represen tación de la vida doméstica como algo separado de la inm ediata experiencia p o r una triple barrera. Lo dom éstico es representado en público (por y para hombres); es representado corno si tuviese lugar en público (la escena se ubica en la calle); es transform ado po rque se representa como si hubiese ocurr ido en los tiempos heroicos o bien, en la comedia, mediante la caprichosa suspensión del tiempo,'el espacio, la causa y el efec­to: En virtud de estas tres separaciones podem os m edir la necesi­dad que los atenienses tenían de p ro teger al público de !a intrusión de lo dom éstico en la realidad, m ientras que la existencia de las piezas nos da la m edida de la necesidad correlativa de in terpretar esta realidad a la luz de las necesidades del público. La supresión

Page 185: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

188/Jam es Redfield

de lo doméstico expulsándolo de la conciencia pública, que es lo que acarrea la ausencia de una ficción de tipo naturalista, puede ser considerada cóm o una condición cultural previa.de la ciudad-» estadó,'aun cuando (o, incluso más, por ello) está reálidadse reafir-_* me en tonces a sí misma de m añera estilizada.*

f La exclusión de la mujer '

L^ p ó te .o ciudad-estado;griega puede s e r definida com o una corporación política basada en la idea de ciudadanía; es decir,'-se

i trata de una “comunidad que cóhtiené.uná pluralidad de personas* sin^uñ superior jurídico. A losindividuós les ha sido conferida la au-“ tóridad ño como algo inherente a la persona (corno en los regím e­nes m onárquicos y leudales) sihó com o inherente 'ál cargo (incluso si el cargo se ejerce de por vida). Los ciudadanos pueden dejar el cargo sin que ello en trañe una pérdida de posición y, de hecho, como ejemplo típico, esto es lo que hacen: los ciudadanos — y esto es característico— son capaces de ostentar un cargo y luego dejár­selo a otro; son capaces, sirviéndonos de la formulación griega, de «mandar y ser mandados». D esdeun punto de vista sociológico, la ciudad consiste en una pluralidad de pequeñas unidades fam il ia re s^ re lacionadas’po r medio deTúna reciprocidad>.generalizada (hos­pitalidad mutua, in tercam bio m atrimonial bilateral generalizado, etc.); desde el puntó de vista ecoTiómicó es una sociedad basada en la"propiedad privada,-en la que la riqueza está en m anos de n u m e­rosos individuos, aunque sujeta a un impuesto sobre el capital en m om entos de necesidad pública. Los propios griegos, en estos tres niveles, contrapusieron su sociedad al m odelo oriental, según el cual la autoridad pertenecía al rey (a m enudo también sacerdote o dios), los honores fueron otorgados por el trono y el excedente era m antenido en el palacio o tem plo para su redistribución rutinaria o bien en casos de necesidad.

Nuri c a jo s ciudadanos griegos constituyeron el grueso de la p o ­blación "en1 general;’de hecho, muy probablem ente, no hubo ciu- dad-estado alguna en la que su núm ero llegase a la cuarta parte de los habitantes. Los ciudadanos de píeñó derecho^eran o bierTtó<dos"/Ios adüjtos vái:óhes libres (en cuyo caso el régimen era una dem o­cracia) o bieñ algunos de ellos.(elegidos de en tre los m iem bros de ciertas familias o en virtud de unas c ieñas características de sus propiedades, o ambas cosas a la vez), en cu yo xfaso é 1 régimen era i i j^ o lig arq u íá> T an to en un-caso corno erTotro, las "mujeres, los n i­ños y los ésc lavos^stában excluidos. Su lugar estaba en casa, de puertas para dentro, a m enos que tuvieran un trabajo que les hicie-

Page 186: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

El h o m b re y la vida d o m c s t ic a / t 89

se salir a la calle. Eran m iem bros de la unidad familiar pero no de la ciudad; o al m enos lo eran de ia ciudad sólo indirectamente; es cierto que en ésta se encontraban en su propia casa, pero no lo es m enos que río eran miéiribros del publicó.

Un'público, precisam ente, es lo que formaban los ciudadanos v lájvida 'c iu d ad an avcoñsistía¡' muy en concreto y literalmente ha­blando, en^ reuniones", públicas en la asamblea, en el^teat ro.’ con ocasióñ^de los juegos y de los ritos. El défécho_de los ciudadanos f fue precisam ente su dérecho a lom ar parte en estos acon tec im ien­tos públicosTsi nó com o actores, al m enos com o público.:No tom o en consideración aquí situaciones sociales a medio camino entre el libre y el esclavo, p o r ejemplo los libertos y los residentes ex tran­jeros; po r muy im portantes que puedan haber sido en la práctica, no desem peñaban, sin embargo, más que un m ínimo papel dentro de la teoría de la ciudad-estado. Este derecho era \a timé del c iuda­dano , 'sü 'leg ítim a pre tensión a ser.«estimado»?Una sanción fairíi- 1 iaf jerí la j urisp n ide nc i aá ti c a e s la a ti mi a . consistente e n la perdida de estos derechos a aparecer en la vida pública; era uña especie de exilio interior, más o m enos com o una persona proscrita en Surá- fríca, y :reducía a:los..ciudadanos,al nivel.dejuna^m ujer,o de un niño.f

No todos los ciudadanos^ de pleno derecho eran iguales; lo eran solo erí:tanto“qüe~p‘odían hacer aparicioneslpúblicas: EstasTapál i­ciones tom aban siempre la forma de una com pejicjón llena de riva­lidad cuyo resultado era, más bien, establecer la desigualdad de los

¿ciücladanÓ5.*La com petición podía tom ar sim plem ente la forma de un despliegue de riqueza. En el caso de un rito, la superioridad consistía en ser elegido para desem peñar en él un papel principal; cuando se trataba de un juego, escalar o perder posiciones depen­día del resultado. En el debate público y en el teatro, la relación e n ­tre el ofrecerse a la vista de los demás y la posición era más com ple­ja; los actores, por ejemplo, dejaron de ser especialm ente estim a­dos tan pronto com o los poetas cesaron de represen ta r ellos mis mos los papeles principales. Algunos papeles políticos que tenían un alto grado de ofrecimiento visual a los demás, el de demagogo por ejemplo, no eran estimados. Sin embargo, el espacio público continuó ofreciendo a los hom bres oportunidades para hacerse acreedores de estima (ariprepées que dice Homero); aquí la c o m u ­nidad se reunía y, en el proceso, fue d iferenciando a sus miembros. Eos griegos, en .general,' fueron de la opinión de que sólo partici-

¿pando en una c o m u nidad com o lá*iuya,.formada por iguales que ri­valizaban en tre sí, podía uno llegar a ser uñ ser hum ano eñ él pleno sentido dé la palabra. Por eso, sólo los varones podían ser, eñ senti-

* do-estricto, seres hum anos. *

Page 187: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

190/Jam es Rctlfield

La com petición privilegiada fue la guerra, en la que los h o m ­bres se distinguían desin teresadam ente p o r el bien de la co m u n i­dad. En H om ero la guerra es concebida com o una especie de juego consistente, com o así es, en com bates singulares de los que salen vencedores y perdedores individuales. La guerra de la época clási­ca pudo no ser — y probab lem ente ninguna guerra lo ha sido n u n ­ca— competitiva desde el punto de vísta individual en este sentido; la noción de com petic ión se adaptó a las tácticas colectivas de la fa­lange p o r el p roced im ien to de convertir la batalla en una com peti­ción en firmeza, com petic ión en la que un hom bre ganaba al no contarse en tre los perdedores, al no ced er ni un ápice de terreno. Quienes rom pían las filas eran m arcados de por vida y llevaban ciueles nom bres locales: el a teniense era un «tiraescudo» y el es­partano un «temblón». El castigo oficial era la atimía. De esta m a­nera, la firmeza en el cam po de batalla fue una especie de califica­c ió n competitiva m ín im a para '.la 'v ida-pública ,-del-m ism o m odo que la instrucción militar.fue Ja iniciación oficial a la condición de^_ h o m b re adulto.

D esde;H om ero en adelante-la com unidad política griega fue concebida com o un grupo de guerreros au togobernado; lós gue­rreros son h o m bres y, píor ello, J a com unidad política consiste en hom bres. Además, la guerra , .en el sentido de com bate,activo, es para los jóvenes; s iem pre existió una tendencia a excluir a los vie­jos, aunque se aceptaba que su experiencia podía ser valiosa. Nés­to r debe reco rd a r a su auditorio que tam bién él fue un guerrero an ­taño. Hay algunas indicaciones de que los viejos tendían a ser rele­gados a sus casas, com o Laertes en la Odisea se re tira a su granja a trabajar en el jardín; es en la vejez , según nos dice el Céfalo de Pla­tón, cuando nos es dado co m p re n d e r cuán ta verdad hay en el p ro ­verbio que reza « el rico t iene m uchos consuelos» (Platón, Repúbli­ca, 329c). Los viejos, en otras palabras, se re tiran a disfrutar de sus propiedades, ya no p u ed e n . to m ar parte activa en la competición por los honores que es la vida en el ám bito público. Néstor, de he- cho~con un cierto tono defensivo, nos dice que, para un viejo, es ihémis, o sea una convención aceptada, p e rm a n ece r en casa y en te ­rarse de lo que pasa po r otros; ya no puede ir de acá para allá (Odi­sea , III, 186-188).

Del m ism o ;m o d o que la guerra ,define .lo que es un hom bre , tam bién la hom bría es la cualidad necesaria para la guerra y la vida > púb lica en general. «La gu er ra es cosa de hom bres» dice el p rove r­bio griego y esto significa algo más que el simple hecho de que los hom bres son los que llevan a cabo el com bate real. Cuando H éctor em plea esta frase con A ndróm aca (Ilíada , VI, 492) lo que quiere d e ­cir es que, puesto que ella no es un guerrero , no está cualificada

Page 188: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

I

paja tener una opinión sobre la dirección de la guerra. La idea se hace general cuando Telémaco adapta la frase (Odisea, I, 358); le dice a su madre que se vuelva a las habitaciones de las mujeres ya que «hablar en público es cosa de hombres». La irracionalidad de su pretensión masculina a un monopolio de la inteligencia política era evidente para Aristófanes, cuya Lisístrata nos cuenta con triste­za cóm o la frase llega con prontitud a los labios del varón ateniense cuando su mujer manifiesta interés en los asuntos públicos:

Nosotras, en las primeras fases de la guerra y durante un tiempo, aguan­tamos, por lo prudentes que somos, cualquier cosa que hicierais vosotros los hombres — la verdad es que no nos dejabais ni rechistar— , y eso que agradarnos, no nos agradabais. Pero nosotras estábamos bien informadas de lo vuestro, y, por ejemplo, muchas veces, estando en casa, nos enterába­mos de una mala resolución vuestra sobre un asunto importante. Y des­pués, sufriendo por dentro, os preguntábamos con una sonrisa: «¿Qué cláu­sula habéis decidido, hoy, en la Asamblea, añadir en la estela en relación con la tregua?» — «¿Y eso a tí, qué?», decía el mar ido de turno. «¿No te calla­rás?» — y yo me callaba [...] Pero cada vez nos enterábamos de una decisión vuestra peor que la anterior. Y, luego, preguntábamos: «Marido, ¿cómo es que actuáis de una manera tan disparatada?» Y él, echándome una mirada atravesada, me decia enseguida que si no me ponía a hilar, mi cabeza iba a gemir a gritos. «De la guerra se ocuparán los hombres» {Lisístrata, 506- 520)*.

La exclusión dé las mujeres de la vida pública ateniense refleja* el ü'po dé c ircu landad típico de los sistemas culturales. '¿Por qué las mujeres no toman parte en la vida pública? Porque ellas no ha­cen la clase de cosas que conform an la vida pública. ¿Por qué las mujeres no hacen esas cosas? Porque estas cosas no son adecuadas para que las mujeres las hagan. Las premisas se dem uestran a sí mismas.

Sin embargo, parece poco probable que Lisístrata (que fue re ­presentada, cóm o Las bacantes, p o r y para hombres) estuviese tan fuera de la realidad com o pat a ser sólo un objeto de curiosidad; la pieza nos m uestra que los hom bres atenienses sabían que sus espo­sas tenían opiniones políticas y sugiere que las mujeres, en ocasio­nes, incluso fueron tan lejos com o para expresarlas, La supresión’ griega "dé las mujeres — aun en Atenas, donde, en algunos aspectos, llegó más lejos que en ninguna otra par te— rio fue del todo co m ­pleta. No se fom entó“Ia educación dé.las mujeres, pero tampoco fue prohibida; .mientras que las m ujeres fueron apañadas de aque­llas artes que requerían una actuación pública (y sus labores arte-

El h o m b re y !a vida d o m é s t ic a /1 91

* La traducción es de E. García Novo (Madrid, 1987).

Page 189: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

192/Jamt:s Redfield

sanas se limitaron á tejer), oimos hablar ciertamente de un buen núm ero de mujeres que fueron poetisas líricas. También podían hacer apariciones en público de diversos tipos; sabemos de ce r tá ­menes atléticos — no en Atenas, cierto es, pero sí en Esparta sobre todo y no sólo aquí— y, en lo que toca a la esfera de los ritos, tenían una cierta igualdad con los hombres. Las mujeres de Atenas no es­tuvieron tan apartadas como para no ser representadas, po r ejenv pío, en el friso del Partenón y, en la vida real, los ritos, m uchas ve­ces, daban a los hom bres la oportunidad de echar una ojeada a las mujeres de otras familias. Si un joven encontraba a una chica a trac­tiva, podía (tras las pesquisas adecuadas) proponerse a sí mismo, como yerno, al padre de ella. Si las negociaciontes llegaban a buen término, la m uchacha dejaba a su familia. En Atenas, el mito eleusi- no de Deméter y Perséfone hablaba de la despedida entre madre e hija —y de la necesidad de que ambas continuasen en con tac to— , pero la partida de la hija era una pérdida también para el padre. La dote, c iertamente, daba forma material a su continuado interés por ella y a su preocupación por sus nietos.

El hecho de qué el parentesco griego, aunque .form alm ente pa-^ trilineal; fuese’bilateral dé jan m odo latente; indica que, para los griegos; las mujeres eran personas..La objetivación de las mujeres entre ellos jamás llegó a se incompleta, tal como, por ejemplo, sabe­mos que ocurría entre los zulúes. Entre éstos, se nos dice que las mujeres eran retenidas en las casas de los reyes com o m eros obje­tos sexuales y con vistas a la producción y cuidado de niños. Los griegos, por el contrario, aunque no pudieron librarse de tener mala conciencia po r ello, se limitaron a excluirlas de la vida ciuda­dana.

De hecho, es muy posible que esta mala conciencia haya sido precisam ente su contribución a la «cuestión femenina», tal com o se revela en la historia de Occidente./Parece.qué la ciudad-estado, én tanjo que excluía a las mujeres, despertó desde el .comienzo la fantasía de una c iudad alternativa de mujeres, una fantasía a la que se le dio forma ritual en las Tesmoforias, cuando las mujeres, d u ­rante un tiempo, se retiraban y formaban una especie de ciudad ri­tual sólo de ellas. En la com edia esta fantasía también tiene su sitio; la acción política de las mujeres es una inversión fantástica, parec i­da a la conquista del cielo o a la vuelta a la vida de los muertos. Pero, ciertamente, lá fantasía en cuestión :nos es conocida m ucho mejor a partir de la tradición filosófica, especialmente a partir de la utopía de Sócrates en la República.

Cuando Sócrates desarrolla su utopía nota en un determ inado pasaje que los guardianes, educados en la m oderación, po r sí m is­mos llegarán al convencim iento «de que la posesión de las muje-

Page 190: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

El h o m b re v ta vida d o m es t ica /! 93

res, los m atrimonios y la procreación de los hijos deben, conform e al proverbio, ser lodos com unes en tre amigos en el mayor grado posible» (423e * 424a). Que «todas las cosas de los amigos son co ­munes» fue un proverbio pitagórico; los pitagóricos intentaban perfeccionar su com unidad haciendo com unes sus propiedades. No está claro si alguna vez llegaron a pensar extender esta regla a las mujeres; de todas form as,és claro para Sócrates que la elim ina­ción .de la propiedad privada no bastaría; la ciudad nunca puede llegar a ser una com unidad perfecta en ,tanto que los legisladores téngán sus propios hijos y, por ello, un interés privado en el bienes^ tar de una personas en .particular.

Al com ienzo del libro quinto el auditorio de Sócrates le pide que prosiga; la com unidad de mujeres, com o decimos, tiene un «interés humano»: así acontece con lo relacionado con el sexo. La respuesta "de Sócrates-se articula en dos parles. En p rim er lugar, defiende la idea de adm itir a las mujeres en la vida política y ta ni - bién en las filas de lós legisladores; luego, pasa a enfrentarse con la c ués ti ó r t .d e ja fam i 1 i a. j

La utopía ha dé ser una com unidad fundada en la naturaleza; podría p a rece r que hom bres y mujeres debían tener dentro de aquélla un tra tam iento diferente ya que son c laram ente diferentes p o r naturaleza. Pero a esta objeción, que él mismo ha suscitado, responde Sócrates diciendo que pensar así sería m alin terpre tar el significado adecuado de «naturaleza». La u tóp iacóñsis te en un cs-^. tado éh el que la autoridad pertenece a los que son capaces de te­ner uña educación específica; las únicas diferencias naturales que tienen im portancia son las que tienen que ver con aquella parcela de nosotros qué es susceptible de educación, cuyo nom bre, para Sócrates, es psykhé', él a lm arQ ue las mujeres traigan al m undo ni­ños y, en cambio, los hom bres no, es un hecho que tiene que ver con el cuerpo, dándose por supuesto que esta diferencia no tiene conexión alguna con una diferencia po r sexos en cuan to a la capa­cidad psíquica.

Tam poco es que Sócrates considere que los hom bres y las m uje­res son iguales psicológicamente; al contrario , su argum ento de que no existen unas habilidades privativas de las mujeres, y, por lo tanto, tam poco habilidades propias en exclusiva de los hombres, se funda en la pre tensión de que los hom bres son mejores que las m u­jeres en todo, incluso en los telares y las cocinas (455 c-d). Sin e m ­bargo, esto no excluye la posibilidad de que algunas mujeres pue­dan estar m ejor dotadas que algunos hom bres y tener la capacidad adecuada para la educación más elevada; y estas mujeres deberían ser admitidas en las filas de los mejores. Es obvio que en éstas h a ­brá m enos de aquéllas que hombres.

Page 191: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

1 9 4 / J a m c s R c d f i e l d

Puesto que estas capacidades son m asculinas de un m odo ca­racterístico, las mujeres que destaquen serán aquéllas que sean lo más parecidas a los hom bres. Sócrates ha afirmado ya que las m uje­res que sean admitidas a la educación más elevada habrán de hacer lodo lo que los hom bres hacen, incluyendo «el manejo de las armas y la m onta de caballos» (452c). En particu lar (y aquí Sócrates co ­mienza a sentir miedo de hacer el ridículo), tendrán ellas que ha­cer ejercicios desnudas, igual que los hom bres, y no ún icam ente las jóvenes, sino tam bién las viejas. Después de todo, nos dice, todo esto, desde un pun to de vista cultural, es relativo y no hace tanto t iem po que los griegos pensaban que era vergonzoso que los varo­nes se desnudasen en público, tal com o los bárbaros piensan en la actualidad; «entonces lo ridículo que veían los ojos se disipó ante lo que la razón designaba com o más conveniente» (452d) v, así, ocu rr irá también en este caso.

En esta fantasía, la diferencia en tre m ujeres y hom bres se re ­suelve po r en tero en una sola dirección: algunas mujeres «aptas para la g im nástica y la guerra» (456a) llegan a ser, com o podríam os decir, hom bres honorarios. Las mujeres educadas de este modo, además, serán «las m ejores de todas» (456e). Dicho de otro modo, Sócrates afirma que lo m ejor que u n a m ujer puede llegar a ser es* u n .h o m b re /

Pasa luego Sócrates a t razar su p rogram a para la e lim inación de la familia. Se ha dicho ya que los guardianes no tend rán ni familias ni p ropiedades privadas; ahora prosigue d ic iéndonos cóm o deben ser criados igual que ganado y sus hijos criados todos ellos en co ­m ún. Los pasajes más escandalosos de la República están en esta sección, especia lm ente el perm iso aco rdado al incesto y al asesina­to de niños po r razones de eugenesia. Sócrates, aquí, lleva a su m á­xima expresión la antipatía filosófica hacia lo doméstico,

PoñcTrnucho cu idado Sócrates en negarle cua lquier .va lor .á ía» feminidad per se. .El hecho de que las m ujeres tengan niños y los am am an ten (460d) ha de ser considerado com o una especie de obstáculo físico al que hay que asignarle alguna im portancia au n ­que, en la m edida de lo posible, debe ser superado y minimizado. La pareja exhibición de los sexos en ejercicios que requ ieren des­nudez es crucial ya que enseñará a los guardianes a no considerar que las d iferencias sexuales son cosa de im portancia . El argüm en- to de S ócra tes no es un argum en to con tra lá exclusión de las m uje­res del ám bito político sino, m ás biéñ, a favor de una am pliación de éste a (algunas dé) las mujeres; su condición de hem bras há dé s e r ’ excluida de toda consideración , no hay que perm itir que sea Ulili* zada_en su co n tra y ésta es lá m añ era de incluirlas.

P or m u c h a ironía que se ponga al to m ar en consideración tales

Page 192: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

El ho m b re y la vida d o m é s tic a /195

propuestas — ya sean hechas p o r Sócrates en el diálogo o bien sea Platón quien las haga por medio de aquél— , éstas nos permiten, sin embargo, mediante la in terpretación de sus inversiones, exage­raciones y negativas, trazar un croquis de lo que fue la ciudad- estado. Lo que aparece ante nuestros ojos és Una vida dividida en una esfera pública, donde los hom bres se exhiben a sLmismos al servició dé.los valores com unes, y un espacio privado acerca del cual, tal vez, cuanto m enos se diga mejor es; se trata de un «espacio de desaparición» donde se engendran los niños y tienen lugar olí as cosas que no m erecen que el estado les preste atención. La esfera pública es masculina, es una esfera de palabras é ideas, caracteriza­da p o r una com petición abierta en busca de honores.-, es decir, el reconocim iento de los que son iguales a uno mismo. Aquí el cue r­po, de m anera característica, queda al desnudo; esta «desnudez he­roica» (que en el arte, aparte de ios ejercicios atléticos, se extendía a los varones jóvenes en general), presenta a la persona com o una cr ia tura en su m ín im a expresión, una méfá'Unidad sociaLqüé se

.'afirma a sí.misma? Enría competición, en estas rivalidades, estas personas consiguen ciertas diferencias; por.lo tanto, su comunidad se basa en su inicial semejanza (en Esparta, los ciudadanos eran lla­mados hómoioi, «semejantes»). Las mujeres eran excluidas por el mismo principio p o r el que Sócrates las incluía, o sea, él principio de que la semejanza (en los aspectos importantes, fueran éstos los que fuesen) es él principio del estado: En concreto, esta semejanza ftié llevadá a lá práctica, en la m ayor parte de las ciudades griegas, po r medio de la p ar tic ip ac ió n en un en trenam iento y organización militar com unes cuyo núcleo era un cuerpo de soldados hoplitas, con idéntico equipo e instrucción, eficaz no en tanto que jerarquía organizada sino com o masa uniforme:

En el ámbito privado, por el contrario , primó la cliferencia; la fe­m inidad adquirió un valor específico aquí ya que hom bres y muje­res se re lacionaban en tre sí, en el matrimonio, a través de su dife­rencia. La casa no fue un lugar de rivalidad sino de cooperación , no fue un lugar de ideas sino de cosas, fue un lugar de posesiones, de adornos y dé muebles en vez de honores. El cUérpó aqui\—y esto es carac terís t ico— se adorna; es el lugar primario tanto de la p roduc­ción com o del consum o, el lugar donde el c iudadano entra en co n ­tacto con su yo natural y con la tierra. La fantasía socrática va diri­gida p recisam ente a corta r esta conexión con la tierra, a negarle una personalidad al cue ipo y al yo natural.

Page 193: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

196/Janies Redficld

[La versión esp arta n a /

Hasta aquí nos hemos ocupado de la desaparición de la esfera doméstica; no de su falta de importancia en la práctica, sino de su insignificancia teórica, como si la ciudad-estado quitase de en m e­dio la vida privada de las familias para así seguir con su propia re ­presentación de sociedad autosuficiente organizada en torno a la rivalidad competitiva de iguales, todos ellos capacidados en la mis­ma medida. Este modo de ver las cosas nos sugiere un paralelismo etnográfico con una sociedad de hom bres australiana donde los va­rones se reúnen en secreto para complacerse en los poderes espe­ciales de su sexo; o, más bien, dado que en la ciudad-estado griega no se trata de reunirse en secreto sino de dejarse ver, se podría su­gerir un paralelismo con la aldea de los Bororo, descrita por Lévi- Strauss. Nos encontram os aquí con un círculo de chozas en el bos­que. En el centro de este círculo se halla la casa de los hom bres donde viven los varones adolescentes; ninguna m ujer se acerca por allí excepto el día en que busca marido. En el caso de que una joven se extravíe por casualidad en aquella zona, es muy posible que sea violada. Dentro de ese círculo central, además, los hom bres cele­bran los ritos de la tribu, en particular sus funerales, que son aco m ­pañados por danzas y juegos y contem plados por las m ujeres desde fuera del círculo; no se apartan éstas de las chozas que delimitan el área central separándola del bosque. El círculo, en otras palabras, es un espacio cultural; está habitado sólo por hombres, quienes tie­nen el privilegio de ser el sexo dotado de cultura. Las mujeres habi­tan en el lindero entre cultura y naturaleza y dan a luz, lo cual es el modo natural de produc ir personas; los hombres, en cambio, se e n ­cargan de la muerte, lo que no es sino el m odo de transform ar a una persona en un recuerdo o, lo que es lo mismo, en el más p e r ­fecto hecho cultural: en una idea.

La ciudad-estado griega que más se aproximó a este m odelo fue Esparta (especialmente en lo que toca a sus funerales reales y a sus num erosos cultos dedicados a los muertos) y, precisam ente, fue'tal1 yez~la~creaci'ó n~esparíana de;un:mundo "de hom bres ce rrado -1 o q u e hizó"Hé“EspartáTeT prototipo? no exento de singularidad por otra parte, de~ciuBa<d^stadó>eIogiádá.pof?todos^ por-niñgüñTximítáda? como dijo Jenofonte. Los espartan os r t rasju n l á r g o p e ri odo de_i n s- tfuccióri militar (largo no porque durase más que en otras partes sino porque com enzaba m ucho antes) 'ádoptíbarTde m odo permá- nente-la.vida de un éjércitpíTrcaTnpaña. Comían juntos en el seno de sus unidades militares, iban a casa sólo para do rm ir y su a l im en­to y ropa eran más o m enos uniformes. Además, pasaban la vida en una constante com petición in tentando mostrarse cada uno más es-

Page 194: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

El h o m b re y la vida d o m é s t i c a / 197

partano que los otros. Este-corijun to desvaro ñé s,aüñ idos ~ p o ru n a educación que fue tam bién una in ic iac ión :era a^un tiempo el[ejér­cito (o, al menos, las unidades de élite y los cuerpos de oficiales) y, él'góbiérnóTdé:Esparta; Dicho de otro modo, los-esparlanos hici rórrd'e.la_esfera política un m üñdo de hom bres cerrado,'^exclusivo dé 11 ólTq u e Habían' a c c ed i d o_a la cultura .1

Los espartarios;ádém as7 estuvieron.al m argen dé lá esfera eco-*,‘ .nóTnica. Se suponía que no debían acum ular riqueza. No trabaja­ban y .pasaban sus vidas, cuando no estaban en guerra, cazando y danzando. Se les prohibía, además, adm inis trar sus propiedades. Sú t ierra é ra trába jádá p o ri lo tas que p o d ía n se r asesinados sin cas­tigo "al g ü ñ o ( una vez al año los espartanos declaraban la guerra a sus ilotas), pero no se les podía desahuciar; lo mismo que tam poco podía subírseles la renta. Los^espartanos y losilo tas se encontraban-* trabados en una~guerra fría, casi ritual (que, con harta frecuencia, se convertía en violencia generalizada). Su relación con las fuerzas productivas les obligó a m an ten e r su organización militar y, al m is­mo tiempo, les aseguró la separación de la naturaleza; sus rentas ti­jas les m antenían p o r arte de magia, sin que tuviesen que p re o cu ­parse po r ello. Liberados dc_sus necesidades :materiales_fueron 1 i-» bres para g ó b e rn a rsu sv id a s por.el patriotismo y la piedad./En su calidard“de ciudadanos varones libres tuvieron él privilegio de la mas ~al ta^c o n s id e rae i ó n :

Lóspropiosrespartanos dieron"pábulo al mito de que_su socie- idad.'en cierto sentido, era álgóiprimitivo>su guerra perpetua con los ilotas.fitúálizaba ¿ í mito dé su llegada, en un principio,<cómo un grupo^de conquistadores que sometió, al m ism oliém po , el país' y a sus fuerzas productivas aborígenes.,Fuese cual fuese la base real de este mito (y, desde luego, no fue sólida), deberíam os llam ar la atención también sobre el hecho de que los espartanos, igua lm en­te, tuvieron un mito acerca de su propia sociedad que se oponía al anterior, un mito que hacía de ésta el resultado de un proyecto p re ­vio ob ra del legislador Licurgo. Según esta historia, hubo un tiem ­po en que Esparta era la peor de las sociedades, pero llegó a ing re­sar en el grupo de las mejores con su propio esfuerzo, limitándose a vencer sus propias tendencias negativas; si entre las ciudades- estados no hubo ninguna que no fuera pía y patriótica, esto se de­bió a una reacción frente a su experiencia del impío individualis­mo. Este mito tam bién fue ritualizado en la educación espartana; fi­jándonos en el rigor de ésta, podem os h acem o s una idea de las fuerzas a las que se pre tendía vencer. Estas fuerzas, en Esparta, es­tuvieron localizadas en las unidades familiares privadas, en las que cada espartano había nacido y a las que cada espartano, con su m a­trim onio , tendía a reconstruir.

Page 195: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

198/James Rcdfic td

Las sociedades tribales que, com o los Bororo, asocian explícita­m ente a las mujeres con la esfera natural y encierran a los varones dentro de un medio cultural protegido, suelen ser matrilocales. Los adolescentes varones que habitan en la casa de los hom bres lo hacen, una vez abandonada la choza de sus madres, m ientras toda- víá no han ido a la de sus esposas; y puesto que el poblado de los Bo­roro está dividido espacialm ente en dos mitades exógamas, todos ellos están literalm ente a m edio cam ino de su paso desde un lado del poblado — donde habita la m itad a la que per tenecen sus m a­dres— al otro, en el que en tra rán a fo rm ar parte de la mitad a la que pertenecen sus esposas; es a ésta a la que per tenecerán sus hi­jos. En sociedades de este tipo, las mujeres suelen encargarse de su­m inis tra r el sustento básico hac iendo acopio de él o cultivándolo en sus huertos (mientras que los alimentos «especiales», es decir, los que se hallan arraigados en el ámbito cultural de una m anera más profunda y están asociados con cerem onias, son sum inis tra­dos por los hom bres po r m edio de la caza). Los lazos m atr im on ia­les son re lativamente débiles; el hom bre es libre de volverse con su m adre si las cosas no van bien y.los niños son criados por la familia de la m adre , especia lm ente p o r su herm ano. Es verdad que, eñ Esy* parta, los lazos m atrim oniales fueron rela tivamente débijes; ten e­m os algún m aterial anecdótico referente a esposas com partidas o tom adas en préstam o, y las parejas no parecen haber creado un ho ­gar en com ún antes de que los niños estuviesen en el mundo. Los fi­lósofos elogiaron todo esto (cfr. Jenofonte, La República de los la- cedemonios, 1, 5-9); en efecto, la popularidad de Esparta en la tradi­ción filosófica puede ser atribuida, en buena parte, a la ilusión que daba de una vida to ta lm ente en tregada al estado sin lazos dom ésti­cos. Sin em bargo , Esparta no fue una utopía ya que, com o los filó­sofos adm itie ron , fue so lam ente una ilusión. Es p recisam ente a causa de esto.que Sócrates, en la República (548a-b), distingue a Es­parta (a la que califica de «timocracia») de su utopía. Lá sociedad espartaría se^basába en la propiedad privada y cuándo la propiedad ** de un espartano ya no bastaba para pagar lo que debía a la sociedad • de hom bres , en tonces su c iudadanía dejaba de existir (los no- espartanos no podían c o m p ra r su ingreso en aquélla y el núm ero de c iudadanos decrec ía sin parar). En Esparta, cua lquier necesi­dad im prevista de la c iudad era cubier ta m edian te impuestos sobre el capital, igual que en otras ciudades griegas; la gente acum ulaba riqueza y ésta t ra ía consigo u n a posición. Además, esta propiedad estaba en m anos de las familias del tipo griego norm al, es decir, pa- Irilineales y patrilocales. Los espartáños, en otras palabras, no eli­m inaron el tipo co m ú n de vida doméstica; s im plem ente dieron un pasó más que el resto de los griegos al quitarla de la vista?

Page 196: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

El h o m b re y la vida d o m é s tic a /199

La separación de los varones espartanos de sus cásás.fue carac?- te r ís t icade una e tapa de la vida (aunque ésta fuese larga). Hasta ios

¿siete años,'.antes de que la instrucción de los niños comenzase, se* los criaba en casa yodado que era necesario que los mayores, in­cluidos sus herm anos mayores, tuviesen que estar en otra parte, eran criados la mayoría dé las veces po r mujeres. Luego'se-les ex­pulsaba a un m u ndo m asculino de ascetismo y competición, y bien podem os atribuir a lo abrupto de este cambio el rígido y, a pesar de lodo, dudoso autocontrol de los espartanos; con toda su disciplina (a teno r de com o les vemos ac tuar en los relatos históricos), fueron sin embargo, en com paración con el resto de los griegos, los más dados a accesos de ira y violencia.

La unidad familiar originaria, po r supuesto, continuó existien­do y representando un papel — no sabemos cuán pequeño— en sus vidas; si el padre de un espartano moría, entonces éste pasaba a ser el responsable de sus hermanas. Luego, a una cierta edad, se supo­nía que debía casarse; en efecto, a causa de que la población c iuda­dana iba disminuyendo, el "m atr im onio ; e r a , obligatorio. De este m odo, se agenciaba una esposa y, luego, hijas y, entonces, tenía que negociar matrimonios. A falta de otras Oportunidades comerciales, nos dice Aristóteles, el in tercam bio matrimonial llegó a ser.un im-

jPórtáñté medió de adquirir propiedades (Política, 1270a). Además, las oportunidades de un espartano para casarse y dar en m atrim o­nio — esto es evidente— se adecuaban de forma notable a su éxito en el te r ren o de la com petición masculina; Jenofonte habla de los inconvenientes que el cobarde sufre; todos lo desprecian

y debe mantener a las mujeres que de él dependen en casa y soportar que It acusen de cobarde, teniendo que ver su hogar sin esposa y sufrir el castigo por esto también (La República de los lacedemonios, 9, 5).

No es extraño que las mujeres espartanas se destacasen en im poner a sus hom bres el código del guerrero: «con tu escudo o sobre él».

El éfectq dél régimen espartano sobre las mujeres fue ambiguo. Compartían, éstas el aislamiento de los hom bres de la esfera econó­m ica y no trabajaban; fueron las únicas, entre todas las mujeres griegas de clase alta, a las que nadie imaginaba em pleando su tiem­po en tejer. Las energías liberadas parece que fueron absorbidas por las elaboradas disposiciones rituales que sustentaban y daban forma a cada aspecto de la vida espartana; las mujeres (allí com o en otros lugares de Grecia) consiguieron en el ritual una igualdad que-“ sé les negaba én otros ámbitos, Los ritos espartanos, además, eran, sobre todo, atléticos y las mujeres espartanas eran legendarias por

Page 197: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

200/Jam es Redfield

sus condiciones atléticas, desde las muchachas de la época arcaica que, en los poemas de Alemán, «corren como lo hacen los caballos en ios sueños», hasta la Lámpito de Aristófanes que era capaz de ahogar a un toro. «Para caballos, Tesalia; para mujeres, Esparta», dice el proverbio griego.

Por otra parte, sé Tes negó la participación en la esfera política; la leyenda dice que Licurgo les pidió que participaran som etiéndo­se a las leyes, pero que ellas rehusaron (Aristóteles, Política, 1270a). Las mujeres, por tanto, tenían la culpa y, como se aferraron a continuar con «la peor de las sociedades» que existía antes de la ley, se convirtieron en el vehículo de todas las tendencias negativas de la cultura espartana. Frente a la disciplina y ei 'ascetismo de los* hom brés se contrapuso el desorden y el lujo de las mujeres. Esparta* fue la única ciudad de Grecia en la que lasTñüjeres podían heredar y tener propiedades; paradójicamente ésta fue otra m arca de su ex­clusión. Los hom bres habian abandonado las familias en sus m a­nos, asegurándose su propia superioridad (así parece) al dejarle a las mujeres una emocionalidad fluctuante, tendencias antisociales y motivaciones triviales.

Ifa "contradictoria posic i ó n d e ja mujeres}

Esparta fue el niodelo más exagerado de ciudad-estado y, por> ello, las contradicciones de ésta aparecen en aquélla tam bién de m anera singular. Estas contradicciones.se cen tran en la «cuestión

i femenina». Los ciudadanos constituían un cuerpo de hom bres cu-j yas - re laciones' estaban definidas po r una com petición-abierta; eran; por tanto, una clase en rivalidad consigo misma que, sin em ­bargo, tenía que m an ten e r las condiciones de su propia competí-1’

íbión. Estas condiciones se m antuvieron pó r medio del parentesco, que estructuraba a una sociedad, estable en cierto modo, dentro de la cual podía te n e r ju g a r la rivalidad,, Por ello, lá solución u tó p ic a , (por mucho que, en teoría, fascinara a los griegos) no fue viable;4a» elirmnáción dé las familias, com o ya vio Aristóteles (Política, 1262b), agravaría la rival ¡dad en vez de. mitiga rla^ET: ciudadano itenía que adoptar una perspectiva más amplia e interesarse portel bien coniúñ ya que le preocupaban las generaciones futuras. Se rep ro ­ducía a sí mismo a través de sus hijos y de sus nietos y también a t ra ­vés de los hijos de su hija. Cada ciudadano nacía en una familia y, en su madurez, daba origen a otra. Pára los griegos la Herencia im ­plicaba intercam bió matrimonial.

La solución utópica, com o vimos en el proyecto de Sócrates, eliminaría a las mujeres convirtiéndolas en hombres; la «solución

Page 198: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

El h o m b re y la vida d om és t¡ca /20 I

zulú», que eliminaría a las mujeres convirtiénclolas en objetos o animales domésticos, fue tam bién inviable po r la misma razón. Un ciudadano libre teñía un.órigen legítimo, lo que quiere decir que su-madre había sido una muj ;v librea Los hijos de las concubinas no eran ciudadanos o, igual que ocurría con los extranjeros, había que concederles la ciudadanía. Una m ujer libre era aquélla que había sido transferídá a su m arido po r un hom bre libre, que era su padre (o tutor). Por ello, la legitimidad del hijo fue en parte un regalo del ab u e lo p a te rn o y el ho n o r y la dignidad de la familia fue depositado tanto en las hijas com o en los hijos.

La sociedadique sostenía a 'la ciudad 'éstado.fue una sociedad con propiedad privada y reciprocidad generalizada; por ello, la «so­lución Bororo», según la cual las mujeres, ac tuando de mediadoras en tre la cultura y la naturaleza, envían fuera a los hom bres y reci­ben otros varones a cambio, tam poco fue viable. Esta solución ha­bría implicado la pérdida del control ejercido por los varones so­bre las unidades familiares o, al menos, la pérdida de la herencia a través de los varones. E l'ciudádáño libre griego fue-en todas partes ■él señor.de una únidad familiar, incluso en Esparta. En la sociedad griega la prim acía dé lóifvarones fue Omnipresente; el m atrim onio • fUepát rito caí, del mismo m odo que la herencia fue patrilineal y la.» autoridad patria rcalrCon todo, los varones nunca fueron más que «la mitad del estado» (Aristóteles, Política, 1 269b). Cuántas veces^ sé privó “de rélieve a las mujeres, otras tantas se reafirmaron ellas a sí mismas; no eran herederas (salvo en Esparta), pero su nac im ien­to libre-confería legitimidad.-Tampoco eran ciudadanas y, sin e m ­bargo, lá ciudad era una com unidad de hom bres y mujeres libres. No tenían propiedades (salvo en Esparta), pero, por así decirlo, an i­m aban éstas ya que una casa sin una m ujer estaba vacía. En el c e n ­tro simbólico de las habitaciones de la m ujer se encon traba el le­cho matrimonial; per tenecía éste al hom bre y estaba destinado a su esposa. En la ce rem onia matrim onial el novio tom aba a la novia de | la m u ñ eca y la acom pañaba al in terior de la casa y al lecho. En la Odisea la patrilocalidad es simbolizada por el lecho que Odiseo ha fabricado con sus propias manos, y tiene una m arca secreta: está li­tera lm ente enraizado en la tierra. En Alcestis (1049-1060) Admeto considera el p roblem a — según piensa él— de una cautiva que H e­racles le ha dejado; si la acom oda en las habitaciones de los h o m ­bres, le harán proposiciones deshonestas, pero si la lleva a las hab i­taciones de las mujeres, en tonces ¡tendrá que d o rm ir con él! La partida de Alcestis ha dejado un sitio libre en el lecho que Admeto continúa utilizando.

Los griegos no tom aron m edida alguna para agasajar a los hués­pedes femeninos; se daba p o r sentado que las mujeres no viajaban.

Page 199: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

20 2 /Ja m c s Redfield

Sin embargo, én lá re lación m atrim onial es la mujer, n o e l hom bre, lá que se mueve. Una vez en sü vida debía separarse de una unidad familiar y colocarse en el cen tro de o tra donde ella, una intrusa, se transfo rm aba en guardián dé todo lo encerrado , lo protegido y lo que esté eñ el interior. De este m o d o /e n la mitología, sé identifica con Hestia, la diosa del hogar, que és la ún ica que, en el mito de Platón (Fedro, 247a), no se une a Zeus cuando éste atraviesa los cie­los, sino que siem pre hace su.vida de puertas adentro;

^Siri e m b a rg o , ia re lación de la esposa con el hogar es ambigua; según parece,'e l ritual que [a recibía en la casa (Jámblico, Vida de Pitágoras, 84) río lá asociaba con el hogar.sino que establecía su se­p a rac ió n de él. 'Lá pureza dél hogar es enemiga de la sexualidad; H esíodo aconseja a la pareja que no tenga relaciones ante el fuego (Trabajos y días, 7-33 ss.). En la mitología Hestia no es una novia sino, más bien, una e te rna virgen; Zeus le concedió el privilegio de p e rm a n ece r p o r s iem pre en su casa «en vez del matrimonio» (Himno a Afrodita, 28). Héstia desem peña el papel de lah ija a la que se Téperrriite pe rm anece r .con su pad re y, de hecho, la hija virgen es la más genuina hipóstasis de Hestia.

Es caracterís tico de los dioses el hecho de que puedan desem pe­ñ a r p o r s iém pre un papel q u e ;p a ra los m ortales, tiene que ser tran- s itóribrLos griegos daban po r sentado que todas las mujeres se ca­sarían ;Ja'hija virgen se t ra n s fo rm a en u n a novia y tom a la custodia térnpbral del hogar hasta qué traiga ál m u ndo una nueva hija virgen „ f ru to ' de Isú~carne.* En ésta a lteración de papeles éncóiitram os .la inestabilidad esériciál de las m u je res/P ára los griegos la perfección dé lá m ujer.sé-álcáñza cuándo ésta es parthénos, una joven nubil. Pcró”esté riiomeñto es efímero, no sólo porque la edad y la m uerte (que alcanzan tam bién a los varones) son universales sino tam bién po rqué su propio papel (a d iferencia de el del joven guerrero , su equivalente m asculino) es; un pápél para otro; cüáñto máslvaliosa sea, tanto más casadera y, por.tanto , más ineludible será su pérd i­da, y tam bién antes. El m o m en to más am biguo p ara u n a m ujer es tam bién el m o m en to de s u , rea lización: . cuando se. convierte en ,

< novia.,La áníb igua posición de la novia es señalada p o r el hecho de que

los griegos tenían dos tipos de boda y, no rm alm en te , sé servían de ^los dos.,De u n o de ellos, la engyé, ya hem os hablado. A veces se le llama e r ró n ea m e n te «esponsales»; pero esta traducción es equivo­cada en dos sentidos ya que los esponsales son una transacción e n ­tre los fu turos novio y novia y son previos a la boda. Lá engyé fue una transacc ión érttré el suegro y el yerno, y ella mism a fue la boda. No se req u e r ía n inguna ce rem o n ia para legitim ar a los hijos o ha­ce r definitivos los acuerdos financieros. No quedaba otra cosa para*

Page 200: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

El h o m b re y la vida dom cstica /2 0 3

hacer efectivo el matrimonio que consum arlo y, para ello, la pala-, j bra griégá es gámos.^ ‘

El m om ento dé lá consum ación, la noche de bodas (que podía j tener lugar m ucho tiempo después de la engyé), era norm alm ente j el pretexto para una celebración cuyo nom bre era gamos también. I Aunque esta celebración no era obligatoria, podemos pensar que muy pocas novias griegas de buena familia se habrían pasado sin ella. Este,acontecimiento se asemejaba mucho a.nuestra idea de una boda;'había una gran fiesta, la gente se emborrachaba, se brin­daba, se cantaba y el padre de la novia se gastaba lo que no tenía. Péro no era Una boda, en él sentido de que los novios no in tercam ­biaban prom esa alguna ni había sacralización de la pareja. La pare­ja, o lá rícS.viá sola, podía visitar úri templo el día antes para despe­dirse dé sü doncellez y buscar la protección del dios para su nueva vida, pero ch el gámós en concreto los dioses no estaban más pre-> sentes que en cua lquier otra fiesta. El gámos celebraba, y ritualiza- ba así, la iniciación sexUal de lá novia, que fue también la etapa más,, im portan te de sü iniciación a la vida adulta.

La mayor parte de los festejos teníarí lugar en la casa del padre de la novia; el novio podía d o rm ir allí ía noche antes. La novia era engalanada con todo esmero. El mornénto_más importante de esta* étapá_erá-.lá celebración de Jas anakalyptéria, es decir,cuandovla .nytnphéáíriá, ¿la .matrqna qué dirigía la .cerem onia , levantaba el velo dé lá novia v ía presentaba al novio. El novio entonces se la lie:- yaba a su casa á pie o en un cai ro tirado por muías; este trayecto se hacía con el acom pañam ien to de antorchas y al son de las flautas. Lá nympheútria iba con ellos; la m adre de la novia les había despe-* dido, íá m adre del novio les recibía.-Tras uña cerem onia de .reu ­nión, la nympheúirid acom pañaba a la pareja al lecho. Al día si­guiente, podía haber otra procesión, las epaúlia, en la que los am i­gos y parientes de la novia le llevaban su ajuar a su nueva casa.

La engyé era una transacción entre hom bres y centrada en el novio., a quien se felicitaba po r su éxito al conseguir Una novia; ésta ni siquiera tenía que estar presente. El gámos estaba dirigido sobre* todo por,m ujeres y apuntaba a la novia y a sus galas, Era ella la es­trella del m om ento 'c ie r tam ente ; algunos ritos accesorios específi­cos c o m o /p o r ejemplo, el baño previo, podían aplicarse a la parejao solo a la novia según las diversas comunidades, pero nunca sólo al novio. Era por causa de la novia que el novio no recibía tantas atenciones; después de todo, el cam bio de vida era mucho mayor p ara aquélla. La engyé era la ce rem onia del traspaso, el gámos el ri-» tual de la transform ación. En la engyé. el m atrim onio cía con tem ­plado desde el pun to de vista de la ciudad, como un lazo dé unión en tre líneas paternas; en el gámós se le veía desde el punto de vista

Page 201: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

204/Jan\es Redfiekl

de la unidad familiar, com o eí establecimiento en el centro de la casa de un nuevo principio para una familia. La m ujer adquiría una » nueva posición con obligaciones y deberes específicos.

.Hombres y m u jere s9l

La novia por antonom asia es Pandora; su historia vale la pena contarla aquí con cierta detención ya que sitúa el m atrim onio en el contexto de un relato mítico de carác ter general acerca de la re la­ción con el orden natural. Sigo a Hesíodo, combinando sus dos ver­siones (Teogonia, 507-612 y Trabajos y días, 42-105).

Al principio, nos dice el poetar la vida era fácil; un hom bre po­día vivir durante un año con el trabajo de un día y hom bres y dioses celebraban .fiestas juntos. Uri día, en .una de las fiestas, Prom eteo dispuso las porciones de carne engañosamente; tomó la carne y la piel y las metió en el estómago del animal, al tiempo que apilaba los huesos en un gran montón cubierto de grasa. Zeus se quejó de que el reparto no era proporcional;- Prometeo le invitó a elegir. Zeus

; (aunque sabía que le estaban engañando) cogió el m ontón:m ás*¡ grande y ésta es la razón de que los griegos, cuando hacen sacrifi-1 cios, asignen a los dioses los huesos y la grasa (que se quem aban)

mientras que se reservan para si las partes comestibles y aprove­chables de los animales. El sacrif ic io ;por lo tan to /es ambiguo; p o r un 'lado, restablece una conexión en tre hom bres y dioses (conti­núa nuestra fiesta con ellos), y por otro, reconstruye el m om ento de nuestra separación de los dioses (continúa el sacrificio realizar do dé la'.misma m anera que hizo enfadar a Zeus).

Zeus, después, se llevó el fuego e hizo imposible que se pudiera sacrificar causando así la separación total. Prometeo, al robarlo, se tomó la revancha y restableció la conexión pero por medio de un acto de desafio. Zeus, al punto, recurrió a la astucia. Hizé"una h e r ­mosa joven de barro; todos los dioses la engalanaron y, cóm o reci-‘ bió regalos de todós^ellos, Ja llamaron Pandora, «regalos de todas ' partes»?Lá envió después cómo obsequio a Epimeteo, el herm ano de P rom eteo/A Epimeteo le habían advertido que no aceptase nin­gún regalo de Zeus, pero cuando se enfrentó a los encantos de Pan­dora se olvidó de ello. La llevó a su casa y, con ella, también un re­cipiente que ésta había traído. Cuando ella ió abrió salieron volan­do todos los "males: enfermedad; trabajo, disensión.

Epimeteo no sólo albergó a Pandora; también se casó con ella. Cuanto era de ella -—lo que trajo consigo— pasó a ser suyo. En Ja» narrac ión que Hesíodo hace de la historia el m atrim onio es parale- ► lo al sacrifició. Los dos representan nuestra ambigua relación con>

Page 202: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

El h o m b re y la vida d o m és tica /205

los dioses. El m atrim onio es el resultado de nuestra conexión con ellos (Pandora fue el'regalo de Zeus) y es una m uestra de nuestra separación de ellos (el regalo iba dirigido a hacer daño). Los dos implican engaño, aunque de forma diferente. En la historia del sa­crificio, Prometeo,*en beneficio nuestro, intentó engañar a Zeus; éste, a pesar de que no resultó engañado, nos castigó por su inten-^ tó .‘Cuando Prom eteo hubo superado este castigo Zeus,le envió otro, esta vez engañándonos* La historia del sacrificio implica una especie de prueba de fuerza con los dioses, un acto, de nuestra par-., te, de lo que los griegos llaman pleonexta, es decir, «pretender te ­ner más de lo que a uno le ha tocado en suerte». En la historia del m atrim onio los dioses nos vencen;¡nosotros somos las víctimas, y el mal nos llega com o consecuencia de nuestra flaqueza.

La historia de Pandora es una historia de la caída;..es decir, tal com o en el Génesis, se trata de una caída en la naturaleza y en to­

ados los infortunios que com ponen la herencia de la carne: enfer-J medád, trabajo y m u er te ' En am bas historias son las mujeres las^ que traen consigo la caída; ellás^oñ el em blem a de nuestra cond i­ción natural ya que son ellas las creadoras de la carne. El padre, después de todo, con nada contribuye al hijo a excepción de con una información genética; la substancia es toda de la madre.

Pandora fue la p r im era mujer; «de ella viene la raza de las fem e­niles mujeres» (Teogonia, 590). Lo mismo que trajo la m uerte aU mundo, así tam bién trajo el nacim iento: No hay explicación alguna en Hesíodo acerca de cóm o los hom bres vieron la luz antes de que hubiera mujeres; tal vez nac ieron de la tierra o, mejor, p robab le­m ente vivieron desde siempre. No se necesita explicación dado que, en este tiempo primordial, la edad de oro, los hom bres no te­nían ninguna relación con la naturaleza; eran seres culturales p u ­ros. El mito, en otras palabras, se basa en una inversión concep tua l^ no muy diferente de la que encon tram os en las historias acerca de la «condición natural» de la Ilustración. En am bos casos lo que, desde el pun to de vísta del desarrollo, va prim ero es colocado en segundo lugar. En Rousseau, unos individuos au tónom os preexis­tentes se unen para form ar una com unidad (¿Pero en qué lengua discutirían el «Contrato Social»?). En Hesíodo,j del mismo modo, los hom bres p r im ero existen, más adelante adquieren una bio lo­gía. En Rousseau la inversión se da en la relación entre el individuo y el grupo; en Hesíodo se da en tre hom bres y mujeres. La c u l tu ra ' de los varones es colocada antes que la m ediación de la hem bra en-J tre cultura y naturaleza.

¿ Hesíodo coloca la historia de Pandora en el contextp de su ex-~ plícita misoginia general: «Quien confia en una m ujer se confía a sí m ismo al engaño» (Trabajosy días, 357). Las mujeres, nos dice, son

Page 203: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

2 0 6 /Ja m e s Redfield

com o los zánganos, que se sientan en la co lm ena durante lodo el día y dejan que las abejas les alim enten (Teogonia , 594-600). Esto es econom ía de la mala; el trabajo doméstico y artesano de las muje­res de una granja griega ha debido haber pagado con creces su m a­nutención. Pero tam bién es mala zoología, com o el propio Hesío- do sabe. Los zánganos (sus p ronom bres en el texto así nos lo re ­cuerdan) son m achos, m ientras que las abejas trabajadoras son hembras; en efecto, S imónides de Amorgos, el otro gran misógino arcaico, tom ó com o modelo para la m ujer buena (rara) a la abeja trabajadora. Pero, tal vez, lo que Hcsíodo quiere expresar exacta­m ente es esta inversión, pues en tre la cu ltu ra y la naturaleza los p a ­peles de los sexos se invierten. En la naturaleza los m achos casi es­tán de más; en la cu ltu ra las hem bras, si es qué no son superfluas, son en todo caso una prueba del fracaso de la cu ltu ra en conseguir su independencia de la naturaleza. Vemos aquí, in terpre tada a un nivel económ ico , la misma condición terrenal que antes vimos a un nivel político: después de todo, el c iudadano griego nacía en una familia, creaba otra y, políticam ente, dependía de la posesión de u n a unidad familiar.

Si ]a caída es en la naturaleza, la aspiración a.la redención es. una condición p u ra m e n te cultural. En estos térm inos podemos.* com prender, la aspiración griega a t ra ta r la vida pública com o si^ fuese la vida toda; a los espartanos, con su aislamiento de la esfera económ ica, se los puede considerar com o represen tando una fan­tasía de la edad de oro: sin trabajo, sin mujeres. Mediante la inclu­sión en el gobierno de sus reyes divinos se agenciaron realm ente un m odo de ce leb rar fiestas con los dioses.

Eíi Esparta también, dicen, él estado habría sido perfecto si no^ húb iéfa sido po r las mujeres. Son las m ujeres las que hacen la ri­q u ez a im portan te allí (más que el honor) , ya que , com o dice Aris­tóteles,

están totalmente controlados por sus mujeres, tal com o sucede en las ra­zas más militaristas y guerreras... Es evidente que no era tonto quien contó el primero la historia y emparejó a Ares y a Afrodita (Política, 1269b).

Las m ujeres son peligrosas p o rq u e son atractivas (y fueron espe­c ia lm ente peligrosas en Esparta po rque fueron especialm ente atractivas para los espartanos). Pandora, igualmente, es más que po d ero sam en te atractiva; es «puro engaño, con tra el que los seres h u m an o s están inermes» (Teogonia , 589).

El p o d e r de P an d o ra le ha sido conferido p o r las prendas que la adorñan .-A tenea le concede el ar te de tejer (un atractivo en una mujer; véase Híada, 9, 390). H erm es le da «mentiras y palabras m i­

Page 204: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

fi.1 hom bre y la vida d om éstica /207

mosas y un natural ladrón» (Trabajos y días, 78). Zeus da instruc­ciones a Afrodita para que derram e gracia sobre su cabeza v «a la dorada Afrodita le m andó rodear su cabeza de gracia, irresistible sensualidad y halagos cautivadores» (Trabajos y días, 66). De he­cho, la orden es cumplida p o r las Horas y las Gracias y por Pito (la persuasión personificada); todas ellas le hacen entrega de unos pendientes de oro y lo coronan con flores de primavera.

Los atractivos de u n a m ujer son, de un m odo muy característi­co, poikíloi, es decir, abigarrados; implican esta superficie com ple­ja y movediza que, en la cultura griega, es característica de las co­sas engañosas y llenas de artimañas. Una joya de mujer es la repre­sentación concreta de sus m odales mimosos..Todo el m undo de las mujeres, con su cestería, sus muebles, su cerámica pintada y sus te­jidos, es un enredo para el hombre; este aspecto simbólico es repre­sentado en la curiosa escena en Esquilo en la que Clitemnestra in­duce a Agamenón a cam inar sobre un tejido bordado antes de que ella m ism a le asesine. El m ejor símbolo es la guirnalda de Afrodita, un tejido bordado que contiene «amor, deseo y cortejo, seducción que se apodera incluso de la mente de los más sensatos» (litada, 14. 216-217). El adorno de la novia incluía una guirnalda; de hecho, un eufemismo para la consum ación del matrimonio fue «deshacer la guirnalda». La guirnalda, com o las joyas, es un símbolo del poder se­xual. Lá novia, en otras palabras, se adorna de m anera qué pueda- seducir.al. 'novio"para q u é acceda al .matrimonio.

En la Ilíada Hera tom a prestada la guirnalda de Afrodita a fin de poder seducir a su marido. El poder de Afrodita se extiende incluso sobre Zeus «que es el más grande y el que participa de la mayor t im é» (Himno a Afrodita, 37). Zeus se desquita haciendo a Afrodita víctima de sü propio poder, ya que se enam ora de Anquises. Las* m ujeres están tam bién sometidas al poder sexual; son a la vez se­ductoras y seducibles. En las historias lo normal es que sea el hom ­b re quien lleve la iniciativa; tal com o Teseo sedujo a Ariadna y así pudo en co n tra r el cam ino a través del laberinto, así también Jasón sedujo a Medea y Pélope a Hipodamía. La m ujer casadera es sobre, todo el pun tb débil del sistema. Se puede notar que, en ambas di­recciones,"la sexualidad de la m ujer sirve para recortar, el poder masculino; su condición de deseable conquista al pretendiente* „ mientras que su propio deseó anula su sentido del deber para con su padre. En la versión más corrien te de la historia de Hipodamía y Pélope am bas cosas están en juego. Hipodamía ama a Pélope y, por ello, colabora con él contra su padre; el carro de éste se estropea porque Mirtilo, su auriga, reemplaza uno de los pernos por otro fal­so hecho de cera y Mirtilo actúa así, pérfidamente, porque o bien Pélope le ha prom etido los favores de Hipodamía en su noche de

Page 205: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

208 /Jam es Rcdficld

bodas o bien lia sido esta última quien se los ha prometido. En esta última versión, la novia se sirve del único poder que tiene, su a trac­tivo sexual, para separarse de su padre y unirse al esposo que desea. En el mito, por supuesto, todo está llevado a la exageración: el pa­dre quiere casarse con su hija y m atar a todos los pretendientes; es traicionado por su propio sirviente, al que su hija se entrega en se­creto, y, finalmente, muere. En la vida real el padre y el novio, porlo general, llegarían a un acuerdo; el padre únicam ente se sentiría un poco triste al perder a su hija, los m iem bros de la unidad fami­liar que animaban a la joven a casarse estarían motivados p o r un afecto com pletam ente norm al hacia ella y, en fin, los favores de su noche de boda le serían prometidos —y con'cedidos— a su novio.

La historia de Hipodamía representa a la novia como una parti­cipante activa en el contrato matrimonial. Es cierto queiéiTl-a “vida diaTia.las átéñiénsés eran consultadas y consentían en su m atr im o ­nio; sabemos, po r ejemplo, que existían promnestriai, es decir, co ­rreveidiles o,cásaméñte~rás, qúe ib’án de acá para allá entre la gente joven....El Sócrates de Jenofonte nos dice:

Le oí cierta vez a Aspasia que decía que las buenas casamenteras, llevan­do noticia de los unos a los otros, mientras sea con verdad, son muy hábiles en junlar hombres en parentesco, mas que mentir no quieren en sus alaban­zas, pues saben que los que se descubren engañados se cogen odio entre ellos y a la par a la que les arregló la boda (Recuerdos, 2, 6, 36)*.

Es chocante que la casam entera sea una mujer y que Sócrates oiga hablar de ella a Aspasia, que es su contacto con el m undo de las mujeres. El matrimonio, lá ewgyé; puede contratarse entre hom*

/bres,",pero son los poderes dé las mujeres los que hacen que esto ¿funcione, en especial los de la más mujer de todas las diosas, Afro-” A'dita.

En el m atrim onio el poder de Afrodita separa a la joven de su pa­dre y la une a su esposo. Asi es como debe ser. En todas las historias que hemos tenido en cuenta (Jasón, Teseo, Pélope) se da po r hecho que el padre pierde a su hija; el joven, al seducir a la hija, persigue un fin justo. Más tarde, po r supuesto, tanto Jasón com o Teseo ab an ­donan a sus novias, pero se da por sentado que esto no suele suce­der. Las noVi as "abandona das en él m ito griego son poderosas; figu­

r a s ’ peligrosas; Ariadna y Medea consiguen casi una apoteosis. Ariadna (en la m ayor parte de las versiones) se casa con Dioniso; Medea (en Eurípides), tras asesinar a los hijos de Jasón se m archa en un veloz can o.

* La traducción es de A. García Calvo (Madrid, 1967).

Page 206: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

El h o m b re y la vida d om és tica /209

El prototipo-de Iá”rFóviáabari doñádá ésH erá , Cuya rabia colma el universo mítico (contra Troya, Heracles, lo. Lelo, contra cua l­quiera que Zeus haya am ado alguna vez.)' En el Himno a Apolo (300- 355) su rabia con tra Zeus por poner en e! m undo a Atenea le lleva a da r a luz — sexualmente tam bién— a Tifón. En Hesíodo (Teogonia, 820-868) Tifón fue el último m onstruo que Zeus tuvo que vencer para establecer su poder. La lucha continuó en la generación si­guiente sin embargo; descendencia de Tifón fue la Hidra de Lerna, vencida por Heracles con la ayuda de Atenea (Teogonia , 3 13-318).

El estéril m á t rimó ñ io' si n a mo r d eZ e u s y Hera es la clave para l a * est ab il idad :de 1 eosm os;tes'evidente que Z'eus ha rótó^ehciclo dé ge-* neracionesTerTTél cielo y qúe habrá de gobernar por.siem pre. Sin embargo, nosotros no somos dioses y, en la tierra, sucede justa­m ente lo contrario; nuéstra_supei*vivencia se basa sólo"en; ir rñu- rieridoy d a ñ d o p a s o á nuestros suceso res r que se crían en los m atri­m onios fértiles (y todavía m ejor en los m atrim onios llenos de amor). En el m atrim onio el padre es reemplazado po r el marido.y así es com o debe ser. El ejemplo más claro es probablem ente la his­toria de Hipermestra, una de las hijas de Dánao, a las que su padre Ies prohibió casarse con sus pre tendientes egipcios; finalmente, cuando fueron forzadas a casarse, se les dijo que apuñalasen a sus maridos en el lecho de boda. La única que desobedeció esta orden fue Hipermestra; «la sedujo el deseo», com o Esquilo nos dice (Pro­m eteo , 853). Su padre la persiguió más tarde por su ofensa contra el patriarcado. Para conseguir su absolución, acusada de no haber matado a su esposo, fundó el santuario de Aitemis Pito (Pausanias, H , 2 1 , 1 ) .

Con toda probabilidad estos acontecim ientos se representaron en la última pieza de la trilogía de Esquilo Las Danaides, cuya p r i­m era pieza son Las suplicantes. El único fragmento que conserva­mos de la te rcera tragedia de esta trilogía es un parlam ento de Afro­dita, recitado seguram ente en defensa de Hipermestra:

El casto cielo ama penetrar el suelo; y a la tierra el amor toma por mor del matrimonio.La lluvia, cayendo desde el cielo que aguas mana,hace a la tierra concebir. Y alumbra ésta, para los mortales,pastos para corderos y el sustento de Demctcr.La estación de los árboles de perfección se llena por la boda que a la tierra riega. De todo ello, en parte, soy yo la causa

(apud Ateneo, 600b)

Que una m ujer am e a su marido, dice Afrodita, es muy natural. Si las mujeres son Tas pruebas de nuestra caída en la condición na-

Page 207: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

210 /Ja m e s Redfield

tufg 1 rdeberíamos:recordar.que'selrata~déÍa misma-naturaleza.que^pp ^rTosal iñT&ntaTtas :m uj ercs~son~el :p roble m a'.y^a:layez7-l arso 1 u e i ó n ^ son'la-marca-de~nuestra~condicióTI^le-mortales y I tiempo^hac'en p o s ib le q u c ia 'v id as ig ar li te ra l m ente hablando, coñ-sü^feTtilidadw ^süinstituc ioñalidadlal TíTi smolt iempüTSu yoTésTd I :p o de r;de:se n tir; e .i nsp i ra ría rno r , q ue n j a :c i uda d * e sta d o - v i e n e -_grs_e c e hpod er¿pa r a cam biárseIdéZúñhOgarvao t ró y_dár"origen~a~nu e v as ~c a s as .

Afrodita dice de sí misma: «en parte soy yo la causa» (paraítios) de las bodas del cielo y la tierra. Esta palabra, en sentido jurídico, significa «cómplice»; podría también traducirse com o «cataliza­dor» o «mediador». ka:diferencia:entreivarones^y:henibras:es, ha­blando desde la perspectiva social, lITmásñ m p o r tan le - de^las:dife- rene ia~s; 1 a m ediación que en-ésta 3 i feréñciá^ll évá_a cabo“é 1 :amoreSj,

^lTfündarnento^de^la 'sociedad.Así 1 a_r t pl^iojñTcle^ 1 oíd orrie s ti col^p a r a i os; g ñ c g osrfue-tambi en

^ufi' t ~ ecó iTocirni é n t o d e s u s e c re tó.po d er^S \Z\ os :varo n es-ped í am para s i despacio pú b 1 i c o_-y_:ya 1 o res:c u 1 tu ra les^lo^h ac í an :s abi énd orq ueiest o * so 1 ó:pódía-ser 1 aTrTitad~ói 1 IfuentÓT CáHaxlieütómía — entre público y privado, m acho y hem bra , cu ltu ra y naturaleza— va'ácornpanada d é lu n a r m ^ i^ ic fn . En el ritual podem os verlo en el hecho de que la boda es doble: la eugyé y el gámos. En el mito lo vemos en el e terno com bate juguetón en tre Zeus y Afrodita. EívjIax iüclacl-estadoVés'.el® juego.qUélexisle. e ñ t l x ’lá“ ley y"el^mof!*

Page 208: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

Capítulo sextoEL ESPECTADOR Y EL OYENTE

Charles Segal

Page 209: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

Sofilos: Cortejo de las bodas de Peleo, fragmentos de dinos

Page 210: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

Visión, ¡monumento, m em o ria .

Los griegos son Una raza de espectadores. Curiosos por n a tu ra ­leza los unos acerca de los otros, y tam bién para con las diferencias éntre ellos mismos y el Otro (el no-griego o «bárbaro»),-son b u en o s , observadores y buenos narradores.de historias. Ambas y irtudes re- súltanTevidentes, aquí y allá, en los dos grandes narradores a.co-‘ mienzos y finales de la época arcaica: H om ero ; que com puso oral- 'meffte'y recitaba sus grandes poem as épicos a fines del siglo viu# a.CT, y’Heródoto, que escribió su re la to de las Guerras Médicas de los años 80 dél siglo v a.C. y, a la pa r que éste, su aniplio com pendio <le;} as^c i vi lizaci o n es vecinas."

Los dos au tores están fascinados po r los detalles visuales que tienen cabida en la superficie del m undo y am bos se deleitan ap re ­hendiendo con palabras la inm ensa variedad de la conduc ta h u m a­na: trajes, hablas, ritos y cultos a los dioses, sexo, m atrim onio , la fa­milia, la guerra, la arqu itectu ra y otras muchas cosas. Antros tam ­bién son conscientes del poder-de seducción de la curiosidad, 'e l d¿seT>vdeTver.y saber. La Odisea com ienza con un héroe que «vio ciudades de m uchos hom bres y conoció su m anera de pensar» ( 1 , 2). A) principio de su Historia H eródoto narra la historia de Candaules y Giges, un cuen to que gira en torno al poder de la vi­sión, la secreta contem plac ión del cuerpo de una mujer, por medio de la cual el rey lidio Candaules quiso m ostrar a su lugarteniente la extraordinaria belleza que poseía en la persona de la m ujer a la que am aba ( 1 , 8, 2). H eródoto, de hechó, hace que Candaules co m ien ­

213

Page 211: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

214/Cliarlcs Segal

ce su historia con la siguiente generalización: «La gente confía menos en los oídos que en los ojos» (1, 8, 3). Pero en la historia que, de esta m anera, desarrolla es la visión la que se encarga de ab r ir la puerta a los desastres en trem ezclando amor, voyeurismo, abuso de confianza, vergüenza y engaño. En Homero, el impacto visual de la belleza de una m ujer es igualm ente poderoso y tiene también co n ­secuencias desastrosas. Cuando los viejos de Troya «vieron a H ele­na llegar a la torre» la com pararon a una diosa inmortal y, po r un m om ento , dudaron si pensar que valía la pena guerrea r por ella (litada, 3, 154-60).

Ante escenas com o éstas nosotros, el público, nos transform a­mos, en efecto, en espectadores del po d er de la visión en si misma. Tanto H om ero com o H eródoto, p o r seguir con nuestros dos ejem­plos, intensifican y amplían la visión del m undo de su público/Bl> gu er re ro h o rn é r ico se yergue'ánte noso tros,"éñ la re cü rre n c ia jd e la^ . . forín u 1 a~é pi ca—cOln o "«ál g o m a r avi 11 oso d é^v 6 r » *lliau m al i désth a h C ie r tam en te , í^ tco ñ c’epc ióñres^isúal^está rodeado por el resplan­do r del metal brillante, llama la atención p o r el terrible penacho y p lum as de su casco y, con frecuencia, se le ve moviéndose rápida y poderosam ente , lo que invita a com pararle con los im presionantes fenóm enos visuales de la naturaleza tal com o los grandes animales, los pájaros de presa, el fuego o un re lám pago en el cielo.^Heroclotb, de m an era similar, se lee crona~y ides cri be^l o^q ue-es % 3 i g n o ’clelve r- s e axíothéeton—Su^obra~como-un"todo_esrunaT«exhíbiciónj^~or/ de -j m o strñc\ón»Topódeixisz( 1, 1). Arigual-que44oniero^se e n c a r g a r e - ródotoltám biiérudep r eseryarjl osrgran d es ~h e c hos- de j a ^ m n á n i dad en^uT]2]equi^léntevérl5alTdelTm o n u m e n tp .

H eródo to se cuen ta todavía den tro de la p r im era generación de escritores que com pus ie ron u n a vasta obra en prosa y, por ello, de­jaron estas huellas conm em orativas del pasado en form a de escri­tura. P e ro , ipara^eipoe ta o ra l tarñlí ie rTl a^presei^ación 'deJ os^gran - Jdes“hechos 'rad ica 'po tencia lm ente-en-los-dominios'tanto de~la vista 'G o m ^ d é l^ id o ^ H éc to r , al Tetar iT los*jefes griegos en ¡liada, 7, pro- rnete^qüe^el re cu e rd o de su o p onen te vivirá bajo la fo rm a 'de un «hito que se ve de lejos»: su m o n u m en to funerario (sema) en el He- lesponto. Aquí, inspirará éste otras palabras cuando «alguna vez quizá diga u n o de los h o m b res venideros, su rcando con su nave, de m uchas filas de rem eros, el vinoso ponto: “De un hom bre es este túm ulo , m uerto hace tiem po, al que, com o un bravo que era, mató el esc larec ido Héctor." Así d irá alguien alguna vez, y. mi gloria n u n ­ca perecerá» (7, 88-91)*. ■

* La traducción de la que nos servimos es la de E. Crespo Güemes (Ma­drid, 1991).

Page 212: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

E! esp ec tad o r y el o v e tiie /2 t5

El m onum en to solo, aunque es algo que «se ve de lejos», no pue­de hablar. Requiere el acom pañam iento de la voz de un hombre, que el poeta aporta mediante el discurso de Héctor. La situación es aquí la misma que encontram os en las primitivas estatuas dedica­das cuyas inscripciones prestan voz a la muda piedra al decir: «Yo soy la tumba, m o n u m en to o copa de tal y la!». Un m onum ento al que lé falte esa voz se olvida al instante; no tiene historia alguna que ofrecernos, no tiene kléos (fama, de ktyein, «oír») al que «pres­ten oído» los hom bres del futuro. Es m eram ente un objeto inerte, com o lo es la p iedra que sirve dé límite en la carrera de caballos de los juegos fúnebres celebrados en ho n o r de Patroclo, simplemente «la tum ba de un mortal fallecido hace tiempo» (¡liada, 23,331). I-a frase que aquí se usa para designar el m onum ento es la misma que H éctor emplea en el libro 7; pero éste no tiene ninguna historia que contar, ningún recuerdo que evocar y, así, perm anece mudo, sim plemente un objeto ante el que los carros pasan veloces.

L a qÜe~esdigno.-derrecordarse»"pefdurafa 1 ser «oído »^corno W [fcleoJ/E\ peor destino que puede acon tecer a un hom bre en H om e­

ro es m orir akléés, sin dejar la historia que podría preservar su m e­m oria en Una com unidad de hombres. Hubiera sido mejor, nos dice Telémaco en el p r im er libro de la Odisea, que Odiseo hubiera m uerto en Troya ya que, entonces, «todos los aqueos le habrían he­cho una tum ba y habría "conseguido fama (kléos) para su hijo». Así también/«el~qué7dirán»-de-un~hombre en~sü~ciudad^piredc:llegai^a se r ~e 1 ~c ri te r i ó ~ba5i c o ~p a ra~l a~a c c i ó n r e o ni o en la fatal decisión de 'Héctor"dé~enfrentarse aTAquiles en com bate (¡liada, 22, 105-108). Errsu'calidgLd^dejpo rtador^poiiantoriómasia de.este n u e v o rásgo^de ¿I á~poLis7 Héc t¿ r es J na t u r á l r ^ m e7 1:h éroé^qüé if á s ^ é i^reocupad ey ^suTel ación IcóUTl a -Voz d e -1 a c o niu n i dad1.

Esta función del «oído» com o m ecanism o de control social, sin embargo, es sólo una pequeña área de la experiencia acústica que la épica tom a en consideración. H om ero y-Hesíodo se explayan con evidente p lacer acerca de la dulzura y claridad de la voz y de la lira. Cantar, n a r ra r y o ír historias constituyen una parte im portante de la acción de la Odisea. En la 1liada, Aquiles se encuentra «delei­tándose el ánjimo con la sonora fórminge, bella, primorosa» en el m om en to de la visita de la embajada (9, 186ss.); es éste un raro ejemplo de canto en solitario. Hay em oción también en los dos pas­tores del Escudo de Aquiles, que «se deleitan con sus flautas» sin sa­be r que el destino les tiene reservada una emboscada (18, 525ss.). Las grandes crisis son señaladas po r medio de poderosos sonidos: el t ronar de Zeus a! fina! de! canto 7 de la ¡liada o el grito de dolor de Aquiles por la m uerte de Patroclo queTetis oye en las profundidades del m ar (¡liada, 17, 35), o su grito en el foso que resuena como una

Page 213: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

216/Charlcs Segal

trompeta en lom o a una ciudad asediada (Ilíada, 1 8, 207ss.). Al na- ' rrar la historia de su asesinato a manos de Clitemnestra, Agamenón

añade el patético detalle de «oír» la voz de Casandra cuando fue asesinada a su lado en el preciso m om ento en que él mismo expira­ba (Odisea, 11 , 42lss.).

/L a^supem vencia en la memória"dépende dél oído; pero én 'la épica; al igual que eñ la~tragedia, es el ojo el que permite él juego de *

^em ócióñesTnás fuerte ycom plejó /E l reconocim iento entre Odiseo y Penèlope, largamente pospuesto, tiene lugar a través de un deli­cado juego de miradas cuando él, sentado frente a ella, baja la vista (23, 91 ), mientras que ella, sentada en silencio, le .mira ora d irec ta­mente, ora a sus ropas (94ss.) y se proteje a sí misma de la im pa­ciencia y cólera de Telémaco explicando que ni puede dirigirse a aquél d irectam ente ni «mirarle abieitam ente a vsu rostro» (105- 107).

La visión domina también la escena culm inante de la Ilíada. Príamo y Aquiles intercambian miradas sorprendidas y llenas de adm iración (24, 629-634). Pero la visión en este pasaje m uestra igualmente lo precario de este m om ento en el que el tiempo pare­ce no correr. Príamo pregunta por el rescate de su hijo «para que yo pueda verle con mis ojos» (24, 555). Aquiles, al igual que H om e­ro, sabe cuán abrum adoras pueden llegar a ser las reacciones ante una visión de (al estilo y, po r ello, ordena que el cuerpo de H écto r sea lavado en un lugar retirado, «para evitar que Príamo viera a su hijo, no fuera a ser que no refrenara la ira en el afligido pecho al ver a su hijo, y que perturbara el corazón a Aquiles, y éste lo matara, y de Zeus violara los mandatos» (24, 583-586).

Esp’ecTá Tul ós 'de~g¡ ori a : rey; guerrero, aíleta>

D'áclojqnella'poesía.griega está profundam ente enraizada en las funciones comunitarias de la canción, la historia y el cuento den tro de una cultura ora l;las ocasiones de su ejecución pueden transfor­marse "el las-mismas en 'espectácuíos d e l o rden social, hechos visi-

/.blesTame'una"multitud réímidaí La Teogonia de Hesíodo, p o r ejem ­plo, describe al rey juzgando en la asamblea, donde «todos fijan en él su mirada cuando interpreta las leyes divinas con rectas sen ten ­cias» y «cuando se dirige al tribunal, com o un dios le propician con dulce respeto»* (84-86, 91 ss.; cfr. Odisea , 8, 171-173). Hesíodo dis­tingue la dulce y persuasiva voz de su soberano con una especial atención, pero también le m uestra moviéndose entre la muche-

* Citamos por la traducción de A. Pérez Jiménez (Madrid, 1978).

Page 214: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

HI e sp e c ta d o r y el oyen te /2 1 7

dum bre de ciudadanos. Este espectáculo del propio rey com o la realización viva y personal de la ciudad pei*fectamente ordenada es algo característico de la m entalidad social de una cultura oral, d o n ­de las norm as y los ideales se encarnan en situaciones públicas concretas que implican un contacto cara a cara.

^Conseguir reconocí m ie n to p ú b lie o es 11 e gar.a ser.u n ob j eto.de* ^especial visióriT« destacarse » e n tre la multitud cóm o ekprepés.-¡Este es el fin al que todos aspiran y que los poetas encarecen . El hom bre de estado tiene ante sí el ideal del rey de Hesíodo en la asamblea; las muchachas en las danzas corales tienen el modelo de las jóve­nes en las Canciones de muchachas (Parthenia, 1, 40-49); y, por su ­puesto, los atletas en los juegos tienen sus esperanzas puestas en la clase de celebridad que Píndaro describe cuando prom ete hacer al vencedor «por las coronas que ha logrado y aún más por obra de mis cantos, adm irado (thaeíón) entre los de su edad y los más vie­jos, y objeto de deseo (mélema) para las jóvenes muchachas» (Píti­ca, 10, 57-59)*. En"lartragédiaT:sin;embargo,^como veremos más adelante, siíTguláTi^rs^cpmO~üfi espectáculo es parte, de la ambi- iguaxeláción del héroe con la sociedad; yTá sorprendida m irada del éspec tadó r1'‘lleña’de admiración,-se transform a en una m irada de do I qr^perp! éj i dad y compasión.

Lías'prúébás-átléticas se cuen tan entre los más im portantes es­pectáculos de la antiglia Grecia. 'Incluyen "éstasno sólo los cuatro grandes .'festivales p an h e lé n ico s ,^ O lím p ico s ,7Píticós‘,\Ñ em eos/e Istmicos— sino tambiéri-numerósós juegos locales en ciudades in­dividuales tales com o los juegos Yolaeos, en Tebas, o los Panatenai eos en Atenas. Las odas de P índaro y Baquílides que celebran victo­rias en estos juegos presentan al vencedor com o la viva imagen del héroe ideal según se refleja en los mitos paradigmáticos que narran los poetas. La victoriá“es_ürT feflejo de que el atleta ha Heredado ex- celenciá^disciplina, u ñ en é r g i co p ro e ed e r / la com placencia en co-" r r e r riesgos y la m oderación en la exuberancia del éxito. El famoso Auriga de Delfos, en broncé7qiie"conmeniora una-victoria a p r inc i­pios de los años 70 del siglo v a.C., es una representación escultóri­ca de m uchas de esas cualidades. Las odas triunfales buscan crear un «m onum ento» en palabras, que tenga la solidez, la belleza y la perm anenc ia de la escultura aludida. De ahí que sea frecuente la com parac ión de la oda con un templo o un tesoro (por ejemplo, Olímpica, 6; Pítica, 6 y 7; véase Nemea, 5).

L b ^ ú e la fa m i l i a h ac e p o r lo s -vene c do res privados es lo que las c iü dades^és tacló s l le van a c a b ó .por s í m ismas e ri 1 a gue r ra ,'eri gien-

* La traducción de Píndaro que utilizamos es la de P. Bádenas-A. Ber­nabé (Madrid, 1984).

Page 215: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

218/C harles Segal

do m onum entos dedicados en santuarios panhelénicos com o Olimpia 6 Delfos. Estos sepulcros vienen a ser casi un teatro de las

/rivalidades y hostilidades entre las ciudades.Como implica esta últim a idea, e l espectáculo más grande y q u e ,

más afecta a la c iudad es la guerra. Ya en la ¡liada la guerra es un es­pectáculo no pequeño y el público de H om ero com parte la p e rs ­pectiva de los dioses cuando, desde el Olimpo, contem plan los acontecim ientos que se suceden en la llanura de Troya.

En la guerra la ciudad presenta sú"propio podér com o un espec­táculo tanto para sí m ism a Cómo pára otros estados. La partida de ú n g r a n ejército, con sus arm as relucientes, animales de carga y ca­rretas, los que seguían al cam pam ento , las provisiones y el equipo, erá un im presionante espectáculo que proporc ionaba a los c iuda­danos uña visión única de su ,propio poder y recursos.-Tucídídes, en su descripción del em barque de la expedición que m archó a Si­cilia en el año 416 a.C. (6 , 2, 1-2), nos da un vigoroso relato de una escena de este estilo y de la excitación emocional que podía des­pertar. El más austero de todos los escritores griegos clásicos nos perm ite , po r un m om ento , co n tem p lar la guerra com o un grande y trágico desfile de la gloria ateniense, brillante pero predestinado al fracaso.

Incluso aquí no estam os todavía dem asiado lejos del m undo de la épica. Podemos co m p ara r esta descripción de un acon tec im ien­to con tem poráneo , po r ejemplo, con la descripción que Píndaro nos ofrece de la partida de los míticos argonautas desde Yolco (Piti­ca, 4, 191-198):

Y una vez que hubieron suspendido las anclas por cima del espolón, to­mando en sus manos una copa de oro, el jefe, en popa, invocaba al padre de los uránidas, Zeus, cuya lanza es el rayo, a los embates de las olas de raudo caminar y a los vientos, a las noches y a las sendas de la mar, así com o a los día«; bonancibles y a la benévola moira del regreso. Desde las nubes le repli­có el estrépito propicio del trueno y le llegaron, brillantes, los desgarrados resplandores del relámpago.

El espectáculo de poderío marcial que Píndaro presenta presta m ás atención, na tu ra lm ente , a los dioses y a la naturaleza que a los barcos y al equipo.

La narrac ión que H eródo to nos ofrece de la partida del m agno ejército de Jerjes po r tierra tiene tam bién las características p ro ­pias de un espectáculo (7, 187), reforzadas p o r el papel que Jerjes desem peña, li te ra lm ente hablando, de m ero espectador de la bata­lla. En Abidos hace levantar un t rono de p iedra b lanca para ver des­de él sus fuerzas m arítim as y terrestres al m ism o tiempo (7, 44). En las Term opilas y en Salam ina se convierte en espectador de la bata-

Page 216: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

El esp ec tad o r y el oycn le /219

lia (7, 212; 8, 86), acom pañado por un secretario que ha de anotar ei nom bre de los que lleven a cabo hazañas dignas de mención (8, 88, 2). Al igual que Tucídides, H eródoto com pone su obra en la época de la tragedia. El papel de espectador del rey, que viene a ser igual al del pueblo ateniense contem plando a su ejército partir ha­cia Sicilia casi sesenta años después, oculta su trágica ceguera en lo que toca al significado real de los acontecimientos.

El'fiñál 'de la guerra es tan espectacular com o su comienzo; el trofeo se alza en el cam po de batalla. Hay también procesiones de guerreros victoriosos, con su botín de armaduras, equipo y prisio­neros; lo norm al es que se aparte un diezmo como ofrenda votiva, para que sea visible a todos éñ un templo de Uñ santuario panheté- f'ñico. Andando el tiempo, a los caídos se les erigen m onum entos, a los^valientes se les conceden recom pensas y un discurso funébre muy elaborado tiene lugar en ho n o r de los muertos. 'Como se pue­de ver en la famosa descripción del discurso fúnebre de Pericles a finales del p r im er año de la G uerra del Peloponeso que Tucídides nos ha dejado, este acontecim iento es uno de los espectáculos p ú ­blicos más im presionantes de la ciudad. Dos días antes del d iscur­so, los huesos de los guerreros m uertos eran dispuestos en una t ienda para su exhibición pública. Se celebraba luego una gran pro­cesión en la que los familiares, tanto hom bres como mujeres, m ar­chaban delante de las carretas que llevaban los ataúdes de madera de ciprés. Se dirigían a las afueras de la ciudad, donde los huesos recibían sepultura en una tum ba com ún (Tucídides, 2, 34). Como una parte más de la ce rem onia de enterram iento , un orador famo­so p ronunc iaba el discurso fúnebre.

l á derro ta de la c iudad es un espectáculo de otro tipo, presenta­do poderosam ente com o teatro en Los persas de Esquilo y Las tro- yanas y Hécuba de Eurípides. En la pieza de Esquilo, vemos al m o­narca vencido volver en tre gemidos y lamentos, derrotado su ejér­cito, y sus ropas, espléndidas antaño, ahora hechas jirones.^La bri: lian tez dé la partida revela en este m om en to su verdadero significa­do.^También Píndaro pinta una escena análoga com o contraste frente a la alegría y reputación que la victoria depara: a los venci­dos — viene a; dec ir— no les espera un grato re torno, «ni al regre­sar jun to a su madre, el dulce re ír suscitó benevolencia en torno suyo. Por el contrario , po r callejas, lejos de sus enemigos, andan a hurtadillas m ordidos p o r el fracaso» (Pítica, 8, 83-87)./En-vez de disfrutar de la fama (kléos) del vencedor y de su condición de obje­tó dé contem plación, eri su calidad de íhaetós o ckprcpés, «admira­do» y ^destacado», el pe rd ed o r ha de sufrir ocultación y olvido.

En los em barques de aciago final de un gran ejército, Esquilo, H eródo to y Tucídides m uestran tam bién el om nipresente interés

Page 217: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

220/CJm rlcs Segal

griego en la peligrosa seducción de las emociones de las masas./-Los griegos, aunque la época primitiva no tenía nada comparable a las efusiones de sangre de las carreras circenses de la Roma im penal o de Bizancio, se dieron cuenta del poderoso efecto que un ;espec­táculo .podía crear eri una m ultitud .1 Cuando el trágico Frínico p re­

s e n tó su pieza La loma de Mileto en el 493 a.C., los atenienses le im- Spusieron una multa de mil dracmas porque les había hecho recor- ¡dar los sufrimientos de sus com pañeros los jonios. «El teatro rom- Ipió a llorar», escribe Heródoto (6 , 21). El pasaje indica el compro*; miso emocional del público ateniense con la representación trági- ; ca; pero m uestra también el reconocim iento de que la em oción co ­lectiva pertenece a una categoría especial.

I-a palabra que Jos primitivos autores griegos emplean para las reuniones publicas'con vistas a t a 1 e s e s pee tá c u I o s e s agón , q u e tie: ne.también el significado secundario de «certárhen»; éste, cierta­mente, llegará a ser el significado principal más adelante. Los grie: gós gozan con la competición y, así, estructuran con frecuencia sus «reuniones» como «certámenes». Hesíodo compitió en uno de este tipo en los juegos funerarios del rey Alcidamante con un poema, tal vez la Teogonia, y ganó un trípode (Trabajos y días, 650-659). Pla­tón enum era, en tre los «certámenes» que «proporcionan placer a los espectadores», la comedia, la tragedia, la música, la gimnasia, las carreras de caballos y el recitado rapsódico (Leyes, 2, 658a-b). Las jóvenes que cantan la Canción de las m uchachas (Paríenio) de Alemán establecen una com petición una con otra (Alemán, frg. 1 PMG). La poesía de Safo y Alceo a finales del siglo vn a.C. indica que hubo concursos de belleza de mujeres en su isla de Lesbos.

En un ámbito m ucho más solemne, los cultos mistéricos, en es­pecial los de Eleusis, representan dramas.religiosos de m uerte y re ­novación, que. revelan al iniciado uri oculto saber acerca del,más

falla y /de este modo, le ofrécen consuelo en 16 tocante a su destino después de la muerte.-Dado que estos ritos eran secretos, los deta­lles exactos no son claros; pero, con toda seguridad, las represen ta­ciones iban acom pañadas de música y de poesía hímnica. Un pasaje al final del Himno homérico a Deméter nos ofrece al m enos una in­dicación de lo que el espectador de tales ritos podía ganar:

¡Feliz aquel de entre los hombres que sobre la tierra viven que llegó a con­templarlos! Mas el no iniciado en los ritos, e! que de ellos no participa, nun­ca tendrá un destino semejante, al menos una vez muerto, bajo la sombría ti- niebla*.

* La traducción de los Himnos que utilizamos es de A. Bernabé Paja­res (Madrid, 1978).

Page 218: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

El e sp e c ta d o r y c! oyeuie/221

La im portancia de las experiencias visUales.en tales ritos se des­p rende de) hecho de que el iniciado era llamado epóptes, es decir, «ebque contem pla»"

(Conocimiento auditivo y visual. "

A finales del siglo viii a.C. los griegos habían desarrollado el sila­bario semítico del norte hasta conseguir una escritura alfabética m ucho más apropiada a su propio lenguaje que lo había sido el sila­bario micénico. Sin embargo, a causa dé los siglos de cultura oral precedentes_y.de la limitada tecnología de j a escrituradla palabra hablada (y cantada) continuó ócupando.un lugar privilegiado. Los poetas pueden imaginar aun la felicidad más excelsa en términos aurales. En la Odisea la cima de la gloria heroica es la canción de las musas, «con su herm osa voz», que, en el funeral de Aquiles, mueve al llanto a todo el ejército griego (24, 60-62). Peleo y Cadmo, com o paradigmas de «la más alta bienaventuranza», ya que am bos se casaron con diosas, «oyeron a las musas [...] can tar y danzar en la m ontaña y en Tebas de siete puertas» (Píndaro, Pitica, 3, 88-91).

Pesé a lo importante^que la experiencia auditiva es para la m e­m oria y la transmisión de la cultura, el pensam iento griego.se incli­na por, considerar J a "visión cóm o el ámbito prim ario d e sc o n o c i ­miento.™ incluso, dé lá emoción, tal com o hemos visto en H om e­ro. El ojo és el lugar del deseo, que los 'poetas co n s id e ran ’bien com o una em anación de la m irada del ser am ado o bien situado en el'ojo del objeto de amor. «Quien contem pla los rayos que, entre fulgores, salen de los ojos de Teóxeno y no se ahoga en olas de de­seo» — escribió Píndaro en su exuberante encom io dirigido a este joven corin tio— «es que tiene su negro corazón forjado en helado fuego, en b ronce o acero» (frag. 123 Snell-Maelher).

El^süjéío cognoscénté se construye com o alguien que ve; lo des* conocido Vs támbiéri.lo no visto,aya sea la oscuridad cubierta de niebla tras el sol ponien te (Odisea, 10, 190; 11, 13ss.) o las p ro fun­didades del Hades bajo la tierra (Eurípides, Hipólito, 190ss.). Estar vivó és’«ver. lá"luz del sol».'’ L aóm isión y_el olvido ,léthé, per tenecen a'l¿“oscuridad, donde"la gloria o la fama se encuen tra rodeada por/ uñTesplandor.fag/am). Las dos piezas dedicadas a Edipo por Sófo­cles están constru idas en to m o a la ecuación siguientevconoci- miéritó és a visión, com o ceguera a ignorancia. Para PlatóñT c o n o ­cer el m undo suprasensible de las formas es tener una visión del m undo lum inoso y e terno que está p o r enc im a de los fenómenos terrenales, cam biantes y cubiertos de nubes (véase Fedón, 109b-

Page 219: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

222/Chnrles Segni

110c; República, 9, 586a). «Cada alma humana» — escribe en el Fe- dro— «lia contem plado el Ser» (tethéatai (á ónta, 249e). Continúa con su famoso mito de! carro de! alma, para com binar los dos as­pectos de la visión: visión com o fuente de deseo y com o fuente de conocim iento . La visión que las almas tienen de lasform as las llena de deseo y, a la vez, les p roporc iona el conocim iento de su verdade­

ra .p a t r ia (250a-252b).Desdé sus p rim eros orígenes hasta el .neoplatonismo el filósofo

' «levanta su vista» hacia los misterios del cielo y; al tiempo, percibe lo que yace oculto «en las profundidades»; com o dice Demócrito (68 B 1 17 FVS). La parodia de Aristófanes en Las nubes se encarga de ofrecernos juntas am bas formas de esta búsqueda visionaria de lo rem oto y lo invisible. Mientras que los discípulos clavan la vista en la tierra, Sócrates está colgado den tro de una cesta y, p o r ello, m ejora la sutileza de sus pensam ientos acerca de ta metéora, las co ­sas del cielo (227-234). Sufre además la perdida de un «profundo pensam iento» cuando una lagartija hace sus necesidades en su boca m ientras «investigaba el curso y los desplazamientos de la luna, y al estar con la boca abierta m irando hacia arriba» (171- 173)*!

La imaginación paródica de Aristófanes oculta aquí una-Cuali­dad esencial de los filósofos presocráticos que se encuen tran tras el «Sócrates» de Las nubes; se trata d e ,ü n a pas ió n .p o r ,la .c la r id ad visual7déLm undo fenoménico. PáráTlbs 'fís icos-jonios.de .lo s si-

/glós’Vi y v a.C., desde Anaximandro, pasando po r Anaxágoras y De­m ócrito , él m undo eri sí se transform a en un espectáculo, éñ una visión de o rden en tend ido a partir de la aplicación sistemática de la razón. Para este.proceso y sus resultados los presocráticos se sirven del .verbo Jh~eoreÍrt, cuya,ra íz es .théa, «visión». Théría -implica la m ism a iden tif icac ión de conocim iento con visión que se expresa ,en el Verbo «conocer», ótdá (de la raíz v id - , «ver»). EStós pensado­res em plean lá palabra theóría para o b se rv a r lo s cielos, «contem ­plando los efectos y esencia del núm ero» (Filolao, 44 B 11 Diels- Kranz), «viendo» el ca rác te r de las vidas hum anas (Demócrito, 68 B 191) y «viendo el orden (táxis) por doqu ier en todo el universo» (Anaxágoras, 59 A 30, citado p o r Aristóteles),

A l 'conceb ir el; universo cóm o un todo v isua lm en te :intcligible (com o este ú lt im o pasaje implica), los presocráticos abandonan o> fconviérteñ én m etáfora la m ítica realidad de las puertas, los muros, 'las raíces o las fuentes de la cosm ología hesiódica (Teogonia, 726- 757, 775-779, 807-819) y, eñ vez de ello, empiezan a co n ta r con re ­laciones espaciales abstractas basadas en la geom etría (véase Ver-

* La traducción es de E. García Novo (Madrid, 1987).

Page 220: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

El esp ec tad o r y el oven te /223

nant, 1982, pp. 102-118, 120-121). De esta mañera, conforman un «espectáculo» (theóría) para la m ente mejor que para el sentido de lá vista. Con el fin de presentar la claridad sinóptica de su concep­ción del universo, Anaximandro, por ejemplo, dibuja su imagen del m undo en una tablilla (pítiax) o, incluso, fabrica una esfera, un m o­delo, tal vez, en tres dimensiones, del m ismo modo que el geógrafo milesio H ecateo lleva a cabo un m apa (1 2 A 1 y A 6 Diels-Kranz, to­mado de Eratóstenes, Estrabón y Diógenes Laercio).^Este proceso, qué ésHecisivo pára el desarrollo de la ciencia occidental, no sólo reemplaza el m y íh o spor él lagos sino que sustituye también la im a­ginería antropom órfica po r uña « teo ría» (theóría) más abstracta.

Aunque la tragedia opera con el material que el.mito le ofrece, eátá en deuda también, de forma indirecta, con la «visión» raciona- lista"de la theóría, que deriva de la filosofía jónica, ya que p resupo­ne uña noción subyacente de descubrim iento y despliegue visual de Un naciente orden del m undo, den tro de un espacio geométrico neu tro donde las relaciones en tre 'fuerzas, en conflicto y energías pueden examinarse y com prenderse . Por supuesto, las representa­ciones corales y rituales desem peñan tam bién un importante papel en los orígenes y naturaleza del espectáculo dramático, com o se m ostrará más adelante; no obstante, los fines de la tragedia, como la forma de la ciudad-estado que la cobija, deben muchísimo a esta confianza en el p oder de la mente para dar forma a la titearía y o r ­ganizar tanto el m undo físico com o el hum ano en términos de m o­delos visuales de inteligibilidad.

Aristófanes se mofa de la distancia que existe entre la realidad y la m irada del filósofo dirigida a los objetos remotos. Pero este en ­cuen tro en tré lo tangible y lo distante es también un aspecto de lo que Eric Havélock l l a m a lá ’«revolución..de la escritura». Esta tran­sición comienzá-en el siglo vi y se intensifica" en el.v.JEl conoci­m iento auditivo depende del contacto directo, personal, entre ha­blante y oyente, en tre lengua y oído. E) conocim iento visual perm i­te, á mayor distancia, una re lación especulativa e impersonal con la jinform ación, especialm ente cuando ésta se transm ite a través del mensaje escrito de un hablan te que no está físicamente p re­sente.-' :

Los productos orales (como los poem as homéricos) dan énfasis al «placer» m ediante detalles específicos.y la elaboración o rn a ­m ental de los acontecimientos. Lá escritura estimula una m entali­dad m ás en a rm onía con lo abstracto, lo conceptual y lo universal m ejor que con lo concreto y lo particular. Mientras que la palabra hablada es invisible y desaparece con el hálito que la porta, la escri­tu ra fija los detalles de m anera que la crítica y la comparación pue­den llevarse a cabo. La tradición oral tolera fácilmente múltiples

Page 221: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

224/C )iailcs Segal

versiones de historias; el carác ter definitivo de la escritura desarro­lla una noción más exclusiva dé la verdad como algo unitario, clifí- cil *y álcánzable sólo a través de un proceso de indagación y exa-, ,men. Así', en la poesía griega primitiva, la verdad, alétheia, se asocia con «lo que ño sé olvida» (a:!éthé) antes qué con la «exactitud» o la

.'verificabilidad.-Para los historiadores Heródoto y Tucídides, el rum or, akoé, e s ,

potencia lm ente engañoso y requiere, además, una verificación por mèdio ' de la visión, preferiblem ente.la de uno mismo. Tucídides abre su Historia llamándose a sí mismo «escritor». Al com parar su concepción acerca de cóm o ha de escribirse la historia con traba­jos anteriores, contrapone sus propios esfuerzos en pos de la «exac­titud», a través de un «penoso» examen, a la popularidad fácil de «lo mítico», que se «oye» por mero «placer» en un «certamen que sólo mira al m om ento presente» ( 1 , 22). Aunque Tucídides es muy distinto de Platón, sin embargo com parte con aquél, siguiendo una línea de pensamiento que viene desde la tradición oral, la opinión de que el ojo es superior al oído.

Estos conflictos adoptan m uchas formas en la tragedia, como veremos con mayor detención más adelante.j"La tragedia ño.sólo nos ofrece juntas tanto la experiencia auditiva com o la visual en su compleja y contradictoria construcción de la verdad; támbiénilla-

/ m a la atención.sobre el encuentro , in tercam bio y choque de per- acepc iones sensoriales. El insulto de Edipo al ciego Tiresias, «eres

un ciego de oídos, de m ente y de ojos» (Edipo rey, 371), refleja algo de este cruce entre voz y visión en las paradojas del conocim iento y el e r ro r que se hallan en esta pieza. Hécuba, en Las troyanas de Eu­rípides, acrecienta lo patético de sus sufrimientos diciéndonos cóm o no sólo «oyó» la m uerte de Príamo sino que «con mis propios ojos le vi asesinado ante el altar del palacio y vi también la ciudad conquistada» (479-484). En la Electro de Sófocles, el relato oral de la m uerte de Orest.es (aunque reforzado por el testimonio físico que representa la urna con sus cenizas) desafía a la verdad de lo que Crisótemis ha visto con sus propios ojos (833ss.).

Explorando tales contrastes, la tràgedizTnos habla de mil m ane -'1 ras acerca de la discrepancia entre lo que uno es y lo que uno, por fuera, parece ser. En el Hipólito de Eurípides vemos ante nosotros al joven inocente (legalmente), condenado por un terrible delito m erced a las tablillas escritas que Fedra ha dejado tras su suicidio. Esta pieza es particularm ente interesante para el papel de la escri­tura com o un reflejo textual de esta inversión femenina de la ver­dad y la apariencia. La obra pone en relación la in versión de la rea­lidad y la apariencia con el poder para acallar la voz de la verdad que posee la mentira escrita, «silen ciosa» , de las tablillas de Fedra

Page 222: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

El e sp e c ta d o r y el uyciUc/225

(cfr. 879ss.). El ocultam iento y la revelación de Fedra en la prim era escena se desplazan a Ja escritura en su última acción, pero la no ­bleza inicial de su renuencia se ha transform ado ahora en engaño criminal. A través de esta asociación (que no es la única en esta tra ­gedia) entre la escritura, el cuerpo femenino, el secreto (sexual), la m aquinación y la revelación de lo que está oculto «dentro», la tra­gedia de Eurípides afirma su capacidad para exponer asuntos su ­m am ente privados y los más ocultos secretos del alma en el ámbito público, teatral.

La "condición de;engañosas de las apariencias externas .en la- tragedia sé asienta ' sobre * una larga tradición en ei pensamiento

jgriego. «Aquél me resulta igual de odioso que las puertas de Hades» — dice Aquiles en la Iliada dirigiéndose a Odiseo—r- «el que oculta en sus mientes una cosa y dice otra» (9, 312ss.). Los disfraces de este segundo héroe en Ja Odisea suscitan también la cuestión de la relación en tre un cambio de forma externa y la forma persistente (si es que existe alguna) de lo que «somos». ¿Qué m arca puede fijar nuestra identidad si buena parte de ella cam bia o p erm anece o cu l­ta? Odiseo se disfraza con éxito ante su m ujer pero no puede o cu l­tar a su vieja n iñera la antigua m arca que data de su adolescencia. Por supuesto, H om ero no enlaza consc ien tem ente tales cuestio­nes, pero lo cierto es que éstas se hallan implícitas en la p resen ta­ción de su héroe de mil facetas y disfraces, lleno de métis, y en la consiguiente astucia de su esposa, s iem pre tejiendo y destejiendo. Mucho más tarde, Platón especuló con las feas señales que el mal deja en el a lm a de un tirano corrupto (Gorgias, 524c ss.; véase R e­pública, 588c ss.). Invisibles duran te su vida, son puestas al descu­bierto ante los jueces del Infierno. Esta misma preocupac ión por reconocer el ser intimo oculto m ediante la apariencia externa ca­racteriza la discusión de Sócrates con un famoso artista (recogida por Jenofonte) sobre cóm o p in tar el ca rác te r o éthos de un hom bre (Recuerdos, 3, 19).

íCa magia del placer: representación y emoción

En la cultura griega primitiva, los espectáculos cuya im portan ­cia es m ayor ni son objetos de la naturaleza n¡ tam poco son el alma hu m an a individual: lo más im portan te son las reuniones co m u n ita ­rias para festivales, música, certám enes’atléticos y ritos religiosos. Incluso en la Edad del Bronce los frescos de los palacios minoicos en Creta y en Tera describen reuniones públicas en los patios de los grandes palacios y sus áreas colindantes. H om ero conserva el r e ­cuerdo de tales festivales en un símil que com para una danza coral

Page 223: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

226/Chnrles Segal

en el Escudo de Aquiles con las danzas en el palacio de Ariadna en Cnosos (litada , 18, 590-592). En la Odisea existe una escena similar de jóvenes danzando en el palacio de Alcinoo (8, 256-265).

La reunión de los jonios en Délos descrita en el him no h o m éri­co a Apolo es el festival perfecto y, po r extensión, la representación perfecta; crea un espectáculo lleno de encanto, lerpsis, no sólo para el dios sino tam bién para los mortales que participan en él ( 146-155). Parece identificar el poeta la térpsis que su canción p ro ­duce con el efecto acum ulativo del festival com o un todo. Además del «boxeo, la danza y la canción» (149), existe también el p lacer que los ojos sienten cuando «uno ve la gracia que adorna todo»( 153) y «llena de p lacer su corazón al con tem plar a los hom bres y a las mujeres de herm osos cintos, sus veloces navios y todas sus pose­siones» (1 53-155). El pasaje es un precioso testimonio de época ar­caica acerca del efecto com binado del p jacer visual y acústico en los grandes festivales y tam bién sobre la especial adm iración que a los griegos m erec ieron los poderes mimcticos de la voz. El au to r del h im no distingue la habilidad vocal de las m uchachas delias com o un espectáculo en sí m ismo, «una gran maravilla cuya fama n u n ca se extinguirá»; consiste aquélla no sólo en el «hechizo» de su canción sino tam bién en su habilidad para imitar «las voces de to ­dos los hom bres y el sonido de las castañuelas» (156-164).

La ac tuación oral conduce a su público a u n a respuesta totale fí­sica y em ocional asi com o intelectual. I^a poesía re c i tád ay /o can ta­r á en tales circunstancias im plica una relación in tensam ente p e r­sonal en tre poeta y público. Cuando Aquiles le habla a Tetis de su disputa con Agamenón, en el p r im er libro de la Ilíada, repite lo que ya hem os oído; pero, con tándo le sus sufrimientos a su m adre en un relato en p r im era persona, se da la satisfacción de com unicarse con este oyente que le es próxim o y está lleno de compasión poi' él. El resum en que Odiseo hace de sus aventuras a Penèlope tras su reun ión en Odisea 23 es un episodio del m ismo tipo. Tales escenas, que im plican narrac ión y audición de ésta, tal vez puedan conside­rarse idealm ente com o análogas o com o m odelos de la relación que el bardo espera c rea r en tre él m ismo y su público. Como lón señala de m an era harto grosera en el pequeño diálogo platónico que lleva su nom bre , «si les hago llorar yo m e reiré puesto que ga­naré dinero; pero si hago que se rían, en tonces seré yo quien llore ya que perd e ré dinero» {lón, 535e).

P latón considera peligrosa esta liberación de la em oción y, po r eso, excluye a los poetas de su república ideal; pero el lón nos da una idea de có m o pod iía se r una actuación de este tenor. Vemos al rapsoda llevando a cabo un casi hipnótico ensalm o sobre su públi­co al p re sen ta r les las escenas épicas de su narrac ión (535c). Platón

Page 224: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

(il c sp cc tad o r y el oyen te /227

com para el efecto a una piedra imán que atrae anillos de hierro.-La , fuérzámagrietica-fluye del propio poeta hasta el rapsoda y co n tinúa’ hasta él público (533d( 535 e). E l 'm ism o recitadof,'"cüando está to-* talmente inm erso én sú arte, sé «halla fuera de sí» (535b). «Cuando recito algo que mueve a compasión los ojos se me llenan de lágri­mas; y cuando lo que recito asusta o es terrible, del miedo se me po­nen los pelos de punta y mi corazón da saltos» (535c).

El sofista Gorgias, a finales del siglo v, considera estas respues­tas afectivas com o el resultado especial del poder aural de la poe­sía. En su elogio del poder del lenguaje, en su Helena, escribe que «en aquellos que la escuchan [la poesía] infunde un escalofrío de temor, com pasión en tre lágrimas y un anhelo que busca el dolor» (9). Estás respuestas fisiológicas al lenguaje confirman lo que p ode­mos .'inferir, tanto de opiniones tardías como de los trágicos mis­mos, acerca dé las respuestas emociónales que la tragedia suscita. Las crisis que se suceden en las piezas producen reacciones violen­tas de "ese'álb'fños;temblores, erizamiento del cabelló, afasia, vérti­go, martilleó y vuelcos del corazón, helados estremecimientos.en el vientre y uña tensión general en el cuerpo. '

El auténtico po d er de la poesía para mover las em ociones la transform a tanto én un peligro com ó en una bendición. Como «en­canto» o «hechizo» lleva a cabo una especie de magia y Gorgias la describe asi en la Helena (10, \4).'Thélxis;el térm ino para este «he­chizó», sirve para describir lo mismo el canto de las sirenas que la seductora magia de Circe en la Odisea. Píndaro nos cuenta cómo las figuras mágicas en forma de sirenas que se hallaban en los fron­tones del templo de Apolo en Delfos cantaban tan dulcem ente que los hom bres olvidaban sus familias y se consumían, cautivados por la canción, dé m odo que los dioses tuvieron que destruir el templo {Peán, 8 , frag. 52 i, Sncll-Machler).

C uando ios griegos buscan rep resen ta r el engaño y la seducción, tam bién en forma de visiones, imágenes y fantasmas, la magia de la palabra hablada puede p roduc ir una belleza de cautivador exterior que, de hecho, esconde mentiras.-Al igual que la Pandora de Hesío- do, las historias pueden estar «embellecidas con m entiras varia­das» que «rebasan a veces la verdad» (Píndaro, Olímpica, 1, 28ss.). Odiseo goza de una reputación mejor que la de Avante a causa de la habilidad de Homero; Píndaro, en Nemea, 7, nos dice «pues por enc im a de ficciones y artificios de altos vuelos hay algo solemne, mas la poesía engaña con historias seductoras. Ciego tiene el co­razón la más nutrida asamblea de varones. Pues si le hubiera sido dado saber la verdad, no se habría atravesado el pecho con la bruñ ida espada, irritado por causa de las armas, el valeroso Ayante».

Page 225: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

228/C harles Segai

,La imagen de la poesía primitiva que mejor nos m uestra los peli- gros de la magia aura! de la canción es la de las sirenas. A! perm itir­

l o s que olvidemos nuestras penas, como Hesíodo reclam a para su poesía (Teogonia, 54ss.), la canción puede .borrar también la m e­moria que nos une al pasado y nos confiere nuestra identidad hu ­mana. La paradoja de un poder de recordar que trae consigo olvido es ya un rasgo de la poesía dé H esíodo/Pero en el caso de las sire­nas, la paradoja nos lleva a un conjunto de rasgos contradictorios que niegan el propósito de la canción. Las sirenas conocen todo lo que ha sucedido en Troya y, ciertamente, «cuanto sucede sobre la tierra fecunda» (Odisea , 12, 188-191); a pesar de esto, su isla está rodeada por las putrefactas pieles y huesos de hom bres y se ubica lejos de las comunidades hum anas cuya m em oria tiene su significa- do y función (12, 45-47).

Semejantes a los «encantadores» de oro de Píndaro, a cuyo son los hom bres «se consumían lejos de sus esposas e hijos»rlas_siré_nas hom éricas son musas pervertidas. Pretenden poseer una m em oria que lo abarca todo, pero su poder de m em oria coexiste de forma anóm ala con los más horribles signos de decadencia mortal, la an ­títesis de la divina inmortalidad de la fama que es «imperecedera» (kléos áphthiton)r Reconociendo que los efectos de su magia son m ayormente físicos, hay que decir qué su «hechizo» o thélxis es sólo m om entáneo; resuena en el oído, pero no m ora en los labios del h o m b re . ;Es puram ente acústico.y, así, Odiseo puede neutra li­zarlo por el simple expediente físico de colocar cera en las orejas de sus com pañeros y a tar su propio cuerpo al barco.

Lo'que, para los poetas primitivos, fue un hechizo.mágico^se transforma en una habilidad técnica en cuanto las artes del lengua-, je se profesionalizan y racionalizan a finales del siglo vi y principio, del v. Profesores de retórica tales com o Protágoras, Gorgias y Pró- dico enseñaron tales habilidades por dinero; y Gorgias, en su Hele­na, t ímidamente, dio más explicaciones acerca de las afinidades entre este arte y los hechizos mágicos y las drogas. Los que estaban dispuestos a pagar los precios podían., así, adquirir este_arte.de p e r ­suadir a una masa de oyentes, jugando con sus sentimientos. Según Tucídides, Pericles consiguió parte al m enos de su poder político gracias a su habilidad para influir sobre la multitud (2, 65, 9). Histo­riadores y autores dramáticos de este periodo m uestran una nueva sensibilidad hacia la masa y sus emociones: pánico, histeria, im pul­sos repentinos de generosidad o de compasión.

El teatro, más aun que la asamblea o los tribunales de justicia, es el lugar donde las em ociones de.las masas e n c u e n t r a n su más completá 'liberación. Frínico, como hem os visto, excitó las em o ­ciones equivocadas y fue multado en vez de ob tener la corona de la

Page 226: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

El e sp e c ta d o r y el oyen te /229

victoria. En el lugar del poder de la poesía para excitar emocional- mente, Platón podría haber colocado — y así lo da a en tende r— el diálogo filosófico, que vendría a ser la «poesía» apropiada para el estado ideal diseñado de acuerdo con presupuestos filosóficos. En las Leyes establece que «la más noble musa es aquella que p ropor­ciona placer a ios mejores hom bres y a los que tienen una adecua­da educación». La elección de los jueces de las tragedias por sorteo es el signo de una «infame teatrocracia en vez de una aristocracia» (/..eyes, 3, 701a). Los filósofos-legisladores son «los poetas de la más noble y mejor tragedia», pues su estado ideal es la «imitación (mi­mesis) de la vida más noble y mejor», encarnando así «la tragedia más verdadera de todas (Leyes, 7, 817b).

Dejando a un lado la im portancia que tienen en lo que toca a la concepción de Platón de su propio papel educativo, estas observa­ciones pueden leerse h istóricam ente com o .una indicación, de m a­nera retrospectiva, del papel rcentrSf"deí-teatro e n . la com unidad a ten iense y de la im portancia-de la respuesta del público. El espe­cial orgullo que Atenas sentía po r sus espectáculos es confirmado igualmente po r las observaciones atribuidas a Pericles en el d iscur­so fúnebre de Tucídides. En él, Pericles alaba a Atenas por su ab u n ­dancia de solaz para las fatigas diarias, consistente en «certámenes (agones) y festivales a lo largo de todo el año», cuyo «disfrute» (térp- sis) aleja las penas (2, 38, 1). Prosigue com parando Atenas con Es­parta en lo que se refiere a la apertura, que no impide «ningún co ­nocim iento o visión» (espectáculo, ihcama) en tanto que no sirva d irec tam ente de ayuda al enemigo (2, 39, 1). La lengua de Tucídi­des es general y un tanto vaga, pero los espectáculos cívicos con re­presentaciones dramáticas bien podían ser incluidos en ese ihéa- ma del que Pericles habla; igualmente, pudo estar pensando en ellos cuando, en su más famosa frase, con toda brevedad sentenció: «Resumiendo, afirmo que la c iudad toda es escuela de Grecia» (2, 41, 1)*.

Espectáculo dramático: orígenes y carácter-

Pese á que H om ero quiere que «veamos» los grandes hechos del m undo épico con ojos de «asombro» (thaüm a, thámbos), no a lbe r­ga la m en o r duda de que ía palabra hablada (y cantada) es el verda-» rdero vehículo de la com unicación y el recuerdo. Gomo la escritura llega a ser cada vez más im portan te en Grecia desde finales del si­glo viii a.C. en adelante, esta re lación entre el ojo y el oído cambia.

* La traducción es de A. Guzmán Guerra (Madrid, 1989).

Page 227: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

230/Charles Segal

A Finés del siglo vi y principios del v, poetas com o Simonides, Pin- daro y Baquílides, áunqúe todavía reconocían"abiertam ente (y, a veces, de hecho las tenían) cónéxíoíiés personales con.sus pa tro ­nos, se rriovían-sin embargo hacia una concepción más profesional

/cié su ar tc .ÉscH bir .por encargo y a sueldo de gente de .muchas par-r„ tés dél mürido griego les hizo que se separaran de la inmediatez in­herente a la ac tuación cara a cara más qué el poeta oral de tipo ho-

/m érico . Esta relación m ucho más libre con la ac tuación oral apa re ­ce tam bién en las metáforas visuales que Píndaro y Baquílides in­ventan para su canción. Fren te a la imaginería vocal de H om ero y Hesíodo, estas figuras, a m enudo, tienen poco o nada que ver con la situación en que la ac tuación tiene lugar o incluso con la voz o la música. La oda es una estatua, una guirnalda, un tapiz, bordado, un templo, una rica libación de vino, un fresco manantial de agua, (lo­res, fuego, alas. El poeta m ism o puede ser un águila que vuela alto en m edio del cielo, un arquero o un lanzador de jabalina que dispa­ra el proyectil de una canción, un viajero en un ancho cam ino o un pasajero en un navio que surca los mares.

Cuando S imónides afirmó que la «pintura es poesía callada, la poesía, p in tura que habla» (Plutarco, Sobre si los atenienses fueron más ilustres en guerra o en sabiduría, 3, 346 F), puso la poesía en re­lación no con la actuación oral sino con la experiencia visual en un te r ren o bastante diferente. Estamos tentados de re lacionar la cone­xión analógica en tre lo visual y lo acústico de Simónides con la in­teracción de sonido y espectáculo que la tragedia estaba em pezan­do a desarro llar po r la m ism a época, sobre todo habida cuen ta de que Simónides, en m uchos sentidos, es un p recu rso r del sofista via­jero y de su libertad de especulación racional.

ErTIa tragedia,-la organización del material narrativo de los mi­r to s .mediante un texto escrito hace posible una narrativa visual, do­

tada de una nueva fuerza, y entrelaza voz y visión en nuevas y com- jplejas relaciones. '¿orTeste cambió.dé énfasis, metáforas del espec-J tácüló o del tea tro describen la experiencia hum ana en general. Platón .sugiere en el Filebo que la vida no es sino tragedia o com edia (50b), tal vez la p r im era formulación en la literatura occidental de la analogía en tre el m undo y la escena hecha famosa por el m elan ­cólico Jacques en Shakespeare (Como gustéis, II, vi i). Epicuro seña­ló «pues bastan te gran teatro somos el uno para el otro» (citado por Séneca, Carta, 7, 11). En su formulación más amplia, «Longino», en el tra tado De lo sublime, tal vez a finales del siglo i a.C., co m ­para el universo en tero a un gran espectáculo al que el h o m b re lle­ga com o un espec tador privilegiado y en el que reconoce la grande­za a la que está destinado p o r el infinito a lcance de su pensam iento (c. 35).

Page 228: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

El esp ec tad o r y el ovcntc/231

Este pasaje, muy influido por el estoicismo platonizante, asigna electivamente a la humanidad lo que, e"n el peTisárnienUj griego ar- caic-o-y clásico, es prerrogativa de los dioses: ser el lejano especta­dor de los sufrimientos y conflictos de la vida humana. Similar es también la perspectiva de la sabiduría divina del filósofo en el epi­cureismo (véase Lucrecio, Sobre la naturaleza de las cosas, 2, 1-13). Tanto el público de la épica como el de la.tragedia poseerr algo de ésta privilegiada perspectiva; figuradamente en la épica, en

‘tanto qUé el om nisciente narrador en tercera persona nos hace par­tícipes en secreto de lo que los dioses ven y conocen, ;íriás literal- n ien te rs iñ embargo, en la tragedia, puesto que estamos sentados, én un lugar p o r enc im a de la acción y miramos hacia ella desdev una distancia casi olímpica, por no decir con un olímpico distan- ciamiehto. Hñrla~épica-y.en ,1a tragedia.este espectáculo del sufri­miento j iu m an o isó lo - in ten s if ic a jaco n c ien c ia id e . los limites que

¿circundan la vida de los mortales. La visión filosófica, sin embargo, l o q u é ..pretende precisam ente, es t ra scen d e réso s límites.

Aunque los orígenes de la tragedia perm anecen en la oscuridad, llenos de controversias, la conexión que Aristóteles estableció en ­tre tragedia y ditirambo es am pliam ente aceptada (Poética, 4, 1449 a). Al principio, una" represen tac i ó i r c ora l ; 11 e ñ a d e e x c i ta c i órnen* h o n o r cíe Dioniso, eí ditirambo, a finales del s'iglo vi, parece haber­se transform ado eñ algo más tranquilo, más lírico, que narraba mi­

r tos sobre los dioses y,"más tarde, sobre los héroes-Las conexiones entre la tragedia y Dioniso fueron un problem a incluso para los an ­tiguos; de ahí que el proverbio «Esto nada tiene que ver con Dioni­so» se interpretase com o una crítica que señalaba la grandísima distancia que,hay en tre la tragedia y el culto directo del dios en su principal festival, las Grandes Dionisias, la más im portante de las ocasiones para las representaciones dramáticas. Aunque laTrage-

jfdia tiene sus p rim eros comienzos bajo la tiranía de Pisístrato (534 a.C. es la fecha tradicional), en tra en funcionam iento y se perfec-

^cioíía bajó la nuéva dem ocracia de principios del siglo v. La asócia- ción'de Dioniso con el culto popu lar más bien que con las tradicio- nés aristocráticas puede haber estimulado su crecimiento.

Dioniso efí un dios de la vegetación, especialmente del vino y de jSu ferm entado producto; está también asociado con la locura y.el. /éx tas is religioso. Aparece frecuentem ente en los vasos conTina co r ­

te de sátiros, cria turas con patas de cabra, mediohombres, medio- bestias, que dan rienda suelta a su naturaleza animal en la em bria­guez, los gestos obscenos y un apetito sexual indiscriminado. Las danzas de sátiros, según Aristóteles, contribuyeron también al de­sarrollo de la tragedia (Poética, 4, 1449a) y, en las Dionisias, una pieza ligera, con un coro de sátiros, era presentada junto con las

Page 229: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

232/C harles Segal

tres tragedias de cada uno de ios dramaturgos que participaban en el concurso. Acompañando también á Dioniso, y en una estrecha (aunque no necesariam ente armoniosa) re lac ión1 con los sátiros, están las ménades (literalmente «locas»); ellas personifican tam ­bién, éñ 'total sumisión al dios y a su culto, una liberación, singla m enor inhibición, de la energía emocional y física.

Las asociaciones de Dioniso con lo irracional, con la locura, con las mujeres, con la danza llena de excitación y la música y con .. la inestabilidad dé la línea divisoria entre bestia, hom bre y dios son importantes para la tragedia. La asociación de Dioniso con la m ás­cara es un nexo aún más inmediato.’Dioniso, de hecho, recibe cul* to a m enudo bajo la forma de una máscara, colgada unas veces de un árbol o de un pilar, y otras adornada con hiedra, la planta sagra­da del dios. Lá máscara hace posible la representación m im ética de los mitos en forma dramática. El ac tor enm ascarado puede tam ­bién explorar la fusión entre diferentes identidades, estados de ser, categorías de experiencia: .masculino y femenino, hum ano y bes­tial, divino y humano, extraño y amigo, foráneo y del lugaryLa m ás­cara es, así, algo central én la experiencia dramática, com o un sig­no del deseo del público de som eterse a la ilusión, juego y ficción y de colocar energía emocional en lo que lleva la m arca de ficticio y,, á la vez, de Otro. La m irada frontal de la máscara, según una suge­rencia de Vernant, es tam bién la m anera de representar la presen­cia de la divinidad entre los hombres.

Por todas estas razones, Dioniso es el dios bajo cuya advoca­ción, de la m anera más natural, la tragedia encontró su lugar yy pudo tom ar su forma característica: la’atmósfera preñada de em o­ción de un espectáculo m im ético ;‘lá identificación intensa con el m undo de ilusión creado y puesto en escena p o r actores enm asca­rados; la capacidad de enfrentarse con la alteridad de lo bestial y lo divino en la vida hum ana y de reconocer la irracionalidad y emo- cionalidad asociada con la hem bra en una sociedad dom inada por el macho; y, finalmente, la apertura a las más vastas cuestiones de importancia, hecha posible por la presencia de Jos dioses en los asuntos hum anos com o agentes visibles. El hechizo de la máscara dionisíaca, en dosis controladas, libera de los miedos, la ansiedad y lá irracionalidad que hay bajo la brillante superficie de la Atenas-de„

iPericles...*La tragedia define de nuevo el papel del espectador. En vez del

deleite o (érpsis del recitado épico o de la actuación coral, la trage­dia implica a su público en una tensión entre el esperado placer de asistir a un espectáculo trabajado en sus más mínimos detalles y el dolor que sus contenidos nos producen. Aquí y allá los propios trá ­gicos llaman la atención sobre esta contradicción, la «paradoja trá-

Page 230: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

El e s p e c ta d o r y el oyen te /233

gica», que consiste en encon trar placer en el sufrimiento (véase Eurípides, Medea, 190-203 y Las bacantes, 815).

La tragedia no sólo confiere a los viejos mitos una sorprendente representación corpórea , ta i : hién los enfoca de nuevo en situacio­nes de crisis. En contraste con la relajada y expansiva narración de la épica oral, la tragedia selecciona episodios individuales de crisis y concentra la suerte de una casa o ciudad en una acción unificada con todo rigor, que se extiende dentro de un espacio y tiempo limi- lodos. /

Todos los com ponentes de la tragedia se encuen tran con facili­dad en la poesía del pasado: los recitados poéticos de los discursos del mensajero; las canciones corales de alegría, lamento o de ejem ­plos míticos que sirven de admonición; y, hasta cierto punto, inclu­so el diálogo.* Pero estos elem entos alcanzan una nueva fuerza cuando actúan todos unidos en el nuevo conjunto que es la trage-*

<dia. Esquilo emplea la simetría del refrán coral o responsorio para sugerir el te rro r de una m uchedum bre asustada, com o ocurre en Los siete contra Tebas (150-180). En Los persas, com bina el res­ponsorio lírico del lamento con el espectáculo visual del rey venci­do, m ostrándonos sus ropas hechas harapos para re tra tar el im pac­to de la derrota en la com unidad toda (Los persas, 906-1077). La identificación del público del teatro con la am enazada ciudad m e­diante la representación mimética del peligro da a tales escenas una intesidad superior a cualquier otra de la lírica coral.

La antigua Vida de Esquilo acentúa su poder de ekpléxis, de «golpear» al público con poderosos efectos visuales. Cuando las fu­rias hacían su aparición en Las euménides — cuen ta la Vida— los niños se desmayaban y las mujeres abortaban. La exactitud de la anécdota es dudosa, pero, probablem ente , refleja el espíritu de su arte. Sus efectos acústicos son igualmente poderosos: están las da- naides, que gritan de miedo en Las suplicantes; tenem os los m iste­riosos ototototoi pópoi dá / ópollon ópollon, mitad terror, mitad profecía, de Casandra (Agam enón, 1072ss.); los gemidos y gruñidos de las furias cuando el fantasma de Clitemnestra las despierta ai principio de Las eum énides ( 1 19ss.), sin olvidarnos, además, del so­nido que el grito á á e e de lo representa , cua lquiera que éste sea, cuando ella, empujada por los aguijones de los tábanos, en tra en es­cena (Prometeo encadenado, 566).

Sófocles y Eurípides son m ás sosos, pero también tienen su es­finge silbadora (Eurípides, Edipo, frg. II Austin), sus vociferantes héroes (Sófocles, Las traquinias, 805, 983-1017; Eurípides, Hera­cles, 869ss.), sus enferm os que se lam entan y gritan (Sófocles Electra, 826-830, 840-845; Filóctetes, 730-757). En el otro extremo, am bos trágicos pueden tam bién usar el silencio com o un efecto

Page 231: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

234/Cl>arlcs Segal

igualmente poder oso. Aristófanes se ríe de los largos silencios de los protagonistas de Esquilo en sus escenas iniciales (Las ranas,911 -920). Los mutis silenciosos de Yocasta, Deyanira'y Euridice (en Edipo rey, Las traquinias y Antígona respectivamente) son la calma ominosa antes de que la to rm enta del desastre estalle. En Edipo en Colono, Sófocles, de una forma que m antiene en suspenso, deja al viejo Edipo sin hablar durante un cen ten ar de versos, hasta que, ca­lentada a fuego lento, su cólera estalla con tra su hijo Polinices en terribles insultos y maldiciones (1 254-1354). Sirviéndose de la en ­tonces todavía reciente innovación del te rce r actor, Esquilo debe h aber asom brado a su público en el Agamenón cuando Casandra, silenciosa duran te ia larga escena en tre Agamenón y Clitemnestra, lanza de repente sus terribles gritos de desesperación y profecía. En la siguiente pieza de la trilogía, Pilados es m anten ido en silencio del m ismo m odo hasta el m om en to cu lm inante en que proporcio ­na a Orestes, én la terrible crisis de su decisión, el estímulo crucial para m ata r a su madre; son los tres únicos versos que recita en la pieza (Las coéforos, 900-902).

Léñgúa\y"esp(Íctáciúotrágico&

El^pod é r s igñific an tF ^ é lT en g ü á j e ' e s , úfi 5~ dejl osTasp e c t os ' que* r» á s -i n t e resa-a~l a 't rag éd iguT j rm ih o s é t i eos crú c i a l e s c o m o j üftic i a? b on d ad , n obleza o p"ureza son" con?ta ñ tem e ñ te_t raid o sa~c o lac ió n y

predefinidos. La paradoja de una «piedad,impía» es el meollo cíe An­tígona. El significado de «juicio prudente» (sophrosy ne) y «sabidu­ría» (sophía) está en el cen tro de Hipólito y Las bacantes de Eurípi­des respectivam ente. Obras com o el Agamenón de Esquilo y Edipo rey, Las traquinias y Füóctetes de Sófocles deben m ucha de su fuer­za al hecho de que son uríaTndagación sób ré ’4 oif Tal 1 osele! I ajep m u ■ ni cae i ó ri _n o sól ó_en t r.é h o m bres!; i n o 'tam bié ruén t re" h oñi b res y d i o^#

¿ses. L^s am b iguedades^del„le n g u á je e n profecías y orácülOsTdeter- ^ rninan-losvacontecim ientós de éstas y de otras m uchas piezas. A

este respée t o , Ia trage dia n o s ó lo re a c c i o n a an t e e j e xa m en 'pro fu n - do-dehlenguajejde^Ia^i 1 üstracioñTsofísticarTsiñolqüe,añticipa tafn- b i é n el i n teres^clc^ PlatorT pó ifes táb il i zar íosTval o fes je ti c ó s e n Té l n iú tidó~!j6 1a ^ 'pallforas7 iñestaB,lé~y~po^ü7digno de-confij.nzap

Que los p rob lem as del lenguaje y de la significación son im por­tantes se deriva del hecho de que nos topam os con ellos en la esce­na trágica no m enos que en la cóm ica. Las nubes de Aristófanes ex­trae gran par te de su h u m o r de la iniciación de Estrepsíades a las sutilezas de los estudios sofísticos de gramática, genero y m orfolo­gía. Los p laceres auditivos que la com edia p ro d u ce no se limitan a la voz hum ana. El co ro de Las aves debió ser una notable evoca­

Page 232: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

El esp ec tad o r y el ovcn le/235

ción del canto de los pájaros (ya el poeta arcaico Alemán pre ten­día ser capaz de imitarlo [frags. 39 y 40 PMGJ), aunque sólo el sim­ple torotorotorotorotix / kikkabaú kikkabaü en nuestros m anuscri­tos es testigo del alegre experimento (cfr. 223ss., 260ss., 310ss.). Chistes, palabras de doble sentido, innum erables juegos de pala­bras llenan las piezas de Aristófanes. Los nombres ofrecen nu m ero ­sas ocasiones para chistes, m uchos de ellos obscenos, como, por ejemplo, aquél que hace de un dem o ático una comunidad de mas- turbadores (Atiaflisíios y anaphlán, Las ranas, 427).

Palabra^mUsica y movimiemo^riruy probablem ente feran los resr pprisablesTdélXefe[ctójfufrdamentalTdeTla!tragédia~ y éste está de acuerdo con el papel de segunda fila que Aristóteles asigna a la óp- 5i5, al espectáculo, en su Poética. Los autores dramáticos cuentan con cierta m aquinaria escénica. La grúa podía transportar carros o héroes voladores, Pcrsco por ejemplo. El ekkvklctha podio traer ante la vista los resultados de la acción (norm alm ente una acción llena de violencia) en el escondido interior de la casa. Esquilo, com o ya hem os señalado, fue el más audaz de los autores dram áti­cos que hem os conservado en inventar efectos deslum brantes para el espectáculo. En general, sin embargo, Ja escenográlía ¡de las pie­zas'^l^éTñaTconven'c ronahqú e r e a l i s ta-y-^e-sirvi ó Tdea^ñ toV eT o“ re­ía t i vam eh~fe~é seas o d é a ccesorio s á s í coñío'c) e~de corados simples.-' La"ac tüác i ón,L rea 1 i zael á"póf fi guras en nTascarád a|7~? o i} pji m oroso s yestidosrdebe^habéf~sido~bastante~estilizada~yrla"voz,vpronunc ia" c ió rí y gestual i dad fueron éxplótadasjde fo rm a q ué_a Icanzasen su / m áxim tfva lo r^é^ expFesioh. 1 nc 1 uso entre" 1 o s jn u s ico s_ eran ap re :• d ^ o re lT ñ o ^ im ien to y ^ lo s gestos. Pausanias, por ejemplo, a propó­sito de un flautista de renom bre llamado Pronomo, nos dice que «por la forma de su expresión facial y p o r el movimiento de todo su cuerpo hacía disfrutar al público del teatro» (9, 12, 6).

Los efectos visuales de Sófocles y Eurípides, en cierto, sentido, parece que se relacionan con los temas básicos de las piezas de uny m anera m ucho más cabal que los de Esquilo y, además, expresan mejor el m odo de ser de los personajes y las situaciones de los p ro ­tagonistas: lá ceguera de Edipo en las dos tragedias que tratan de este personaje, la ropa de Penteo vestido com o una m énade en Las bacantes, la miseria y enferm edad de Filócletes. Eurípides, fre­cuentem ente , lleva la acción al máximo de sufrimiento y ho rro r y, entonces, da fin a la pieza abrup tam ente m ediante la aparición de una divinidad (el llamado deus ex machina). Sófocles utiliza este recurso sólo una vez y de una m anera muy diferente: en el Filocte- fes, Heracles baja del Olimpo; se trata de la viva voz y la encarna­ción personal del heroísmo y la generosidad que han estado laten­tes en el héroe enferm o y am argado que es Filócletes.

Page 233: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

236/Chai lcs Segal

Las frecuentes parodias de los efectos visuales de la tragedia que Aristófanes lleva a cabo nos indican lo m ucho que el público ateniense se acordaba de aquéllos. Paralelamente, en cierto senti­do, Sófocles y Eurípides se hacen eco de escenas de Esquilo, espe­cialmente de la Orestíada, en sus versiones del mito. En Las traqui- nias, la entrada del cortejo de Heracles con YoIet la cautiva que perm anece en silencio, es un eco visual de la entrada de Agamenón con Casandra en el Agamenón, un recurso que proyecta la som bra de la asesina Clitemnestra sobre la leal y paciente Deyanira, en todo similar a Penélope.

Eíecíra de Eurípides es tal vez la pieza más rica en ecos visuales de las escenas de Esquilo. En esta pieza, Electra atrae a Clitemnes­tra al in terior de su casa para matarla, con el pretexto de que ella, casada con un modesto granjero, ha dado a luz y.¡necesita que le ayuden en los ritos de purificación. Con su llegada en un carro, ele­gantemente vestida y acom pañada por las esclavas capturadas en Troya com o sus criadas, Clitemnestra representa aquí el papel del Agamenón lleno de hybris de la pieza de Esquilo, mientras que Electra, atrayendo con engaños a la poderosa figura al in terior de su casa con vistas a ejecutar una horrible e im pura venganza, no hace otra cosa que desem peñar el papel que su m adre tenía en Aga­menón. En ambas~E lee tras* la de Sófocles y la de Eurípídes^ros ecos

/escénicos j5iiéden sugerir el cum plimiento de la justicia retributi- va;-pero tam bién implican la continuación de la mancha im pura en la familia y el perpetuarse de la criminal violencia./

'Espectáculo y narración

La tragediarincruso cuando su forma com o e s p e c tá c u lo ^ desa­rrolla del todo^nb llega a romper, por.com plétó con la tradición oral. Los largos parlam entos del mensajero que, con harta fr ecu en ­cia, narran los acontecim ientos culminantes de la tragedia serian familiares a un público acostum brado a la ininterrum pida narra ti­va en verso propia de la poesía épica. El espíritu de tales narrac io­nes en la tragedia, sin embargo, es bastante diferente del de la épi­ca. La batalla entre Eteocles y Polinices en Las fenicias de Eurípi­des (1359-1424), po r ejemplo, se basa muy de cerca en los heroicos encuentros de la ¡Hada, pero en vez de la clara y precisa distinción de amigo y enemigo, el relato trágico nos habla de la maldición, la m ancha y la fusión/confusión de dos herm anos que ni pueden es- lar juntos en paz ni tam poco separarse de forma tajante con una guerra. Por ello, la fórmula hom érica de «m order el polvo con los dientes» al m orir se com bina aquí con el motivo trágico del asesi­nato en la familia y no se diferencia claram ente (I243ss.).

Page 234: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

El e s p e c ta d o r y el oyentc/237

Los acontecim ientos 'm ás violentos y doloroso^ de! dram a grie­go se narran en los discursos hechos por.los mensajeros, a los que

*ya se ha aludidcT, en vez de m ostrarse en escena: el asesinato a m a­nos de Clitemnestra de su marido y la m uerte que a ésta le infligen sus propios hijos; el descuartizamiento de Penteo; la com ida en que Ticstes devora a sus hijos; el envenenam iento de sus víctimas por Medea y, más tarde, la matanza de sus propios hijos con la espada, etc. En )a‘tragedia, sin. embargo, estos acontecim ientos no pe r ten e ­cen ún icam ente ál reino d e l ! lenguaje = y esto por, tres razones. En

^primer lugar,~el público ve p ronto los resultados de las acciones violentas qué acaba de oír: los cuerpos de Agamenón y Casandra sacados del interior del palacio mediante el dkkykleiiia; la entrada del ciego Edipo o de Polimestor (en la Hécuba de Eurípides), o cuando Agave exhibe la cabeza cortada de Penteo en Las bacantes. En segundó lugar, la narración se desdobla ¿ m enudo en la p re sen ­cia de dos o más figuras qué reaccionan de m anera exactam ente opuesta: En la Electra de Sófocles, po r ejemplo, Electra y Clitem­nestra responden de forma antitética a las (falsas) noticias acerca de la m uerte de Orestes. En Las traquinias, com o en ei Edipo rey, un discurso de! mensajero tiene un significado para un protagonis­ta varón (Hilo y Edipo respectivamente), pero otro muy distinto para una figura femenina, que, entonces, hace mutis llena de silen­ciosa pena y se encam ina al suicidio (Deyanira y Yocasta).

^Eñjultimo lugar, y lo que es más im portante, lá narración de la violencia que tiene lugar en tre bastidores llama la a tención sobre lo que no se ve/Así^se le concede uña posición privilegiada a este espectáculo invisible m ediante el procedim iento de quitarlo de la vista: Se puede dec ir que un espectáculo negativo de esta índole crea una contraposic ión en tre los acontecim ientos que se ven a la clara luz del día que reina en la orquesta y aquéllos otros que se ocultan en tre bastidores. Estos últimos ad q u ie ren ; de éste :modo una d im ensión .añad ida de misterio, h o r ro r y fascinación por el simple hecho de ten er lugar fuera de la escena. E ste_espacio en tre bastidores," que a m enudo representa el in terio r de la casa o pa la­cio,-funciona com o el espacio de lo irracional o lo dem oniaco, las áreas de experiencia o los aspectos de la personalidad ocultos, os­curos y terribles; Así, po r ejemplo, es el palacio al que Clitemnestra atrae con engaños a Agamenón para asesinarle, o la casa en la que Deyanira guarda y em plea la venenosa sangre del Centauro, la tien­da en la que H écuba y sus mujeres m atan a los hijos de Polimestor y ciegan al padre o, finalmente, la prisión sub terránea en donde la aparición de Dioniso, en figura de toro, com ienza a m inar la au to ri­dad racional de Penteo.

El discurso del mensajero del Edipo rey. la más famosa de tales

Page 235: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

/ 23R/Charles Segal

narraciones en la tragedia griega, explota abundan tem ente este contraste en tre lo que se «oculta» y lo que se «hace visible». La reti­cencia o incapacidad para re la tar «las cosas más dolorosas» (1 228- 1231) envuelve la escena en una sugestiva semioscuridad. La «me­moria» del m ensajero nos permite seguir a Yocasta al interior de .su habitación, que ella, en o tra ocasión, nos impidió ver al ce rra r sus puertas (1246). La barrera — literalmente hablando— que consti­tuyen las puertas cerradas y la b arre ra figurada que viene a ser el ti­tubeante recuerdo y relato del mensajero mantienen invisibles los últimos m om entos de su agonía, pero la oímos «llamar» ai difunto Layo y evocar, con su propia «memoria», los m om entos de la co n ­cepción y del nacim iento cuyos horrores ahora ie rodean en ese es­pacio cerrado.

El clímax de la pa i te narrativa asignada al m ensajero se en cu en ­tra en una misteriosa e inexplicada revelación cuando «alguna divi­nidad m uestra (a Edipo) el camino» (1258). Con gritos terribles destroza éste las puertas cerradas de la habitación de Yocasta, per­m itiéndonos ver el h o rrendo espectáculo del cuerpo de ella balan­ceándose colgado de sus lazos. La oculta «visión del dolor» se reve­la finalm ente (1253ss., 1263ss.)r pero sólo a los ojos de los que es­tán den tro del palacio (y den tro de la narración), no a los del públi­co que está en el teatro. «Terribles fueron las cosas que hubo que ver tras esto», continúa diciendo el m ensajero (1267) volviéndo a Edipo quien, ahora, po r fin «la ve», grita y se hiere los ojos con las fíbulas de sus ropas (1266ss.).

El expediente, utilizado repetidas veces, que consiste en im pe­dir del lodo o parcia lm ente la con tem plac ión de algo es apropiado para un espectáculo dem asiado terr ib le de n ar ra r o de ser m ostra­do al público. Pero la tensión en tre una narrac ión de ló que es visi-" ble y de lo que está oculto, de lo que se oye y de lo que se ve, se re ­suelve en el com pleto espectáculo visual de Edipo que, ahora, ha pedido que se abran las puertas «para m ostrar al pueblo entero de Tebas» la im pura m an ch a que es él (1287-1289). El n a r rad o r suple las indicaciones escénicas: «Esas puertas se están abriendo y p ro n ­to veréis un espectáculo tal (théama) que incluso quien le odie sen ­tirá piedad» (1295ss.). La aparic ión de Edipo, consc ien tem ente tea­tral, perm ite que las em ociones reprimidas hasta entonces en cu en ­tren su público y su expresión com ún en los gritos del coro cuando éste, al igual que el público, ve finalm ente con sus propios ojos lo que se ha venido dejando a un lado, hasta ahora, com o una pura ex­per ienc ia o ra l/aural . «¡Oh desgracia terrible de ver para los h o m ­bres! ¡Oh lo más terrib le que he encon trado nunca!»

Page 236: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

El espectador y el uyetitc/239

/La tragedia, espectáculo de la c iudad ,

Aunque la tragedia se ocupa más o menos directamente de lo marginal, io desconocido, io irracional, cada parte de la represen­tación teatral es un reflejo de la sólida posición que aquélla ocupa en la c iudad y en las instituciones democráticas de ésta. Era uno de los principales magistrados quien seleccionaba a los tres trágicos cuyas obras habían de representarse en los festivales ciudadanos de las Dionisias y las Lcneas. A diferencia de lo que ocurre en el tea­tro rom ano, los actores y los m iem bros del coro eran ciudadanos y, a principios del siglo v, los propios autores actuaban en sus piezas. Los jueces eran ciudadanos elegidos por sorteo de cada una de las diez tribus. El propio teatro era un edificio público y en él ral día si­guiente de te rm inar las Dionisias, la asamblea se reunía para deci­d ir si el festival había tenido una dirección adecuada. Junto con las representaciones dramáticas de las Dionisias, además, se exhibía el tributo pagado po r los aliados, se proclam aban los benefactores de la ciudad y, a ios huérfanos de los ciudadanos muertos en combate, se les hacía desfilar vestidos con su equipo militar facilitado por el estado. Como sugieren Tucídides en el discurso fúnebre de P e rr cíes y Aristófanes en Los acam ienses (496-507),-las Dionisias eran una ocasión para que la ciudad se exhibiese a sí misma ante sus aliados y ciudades vecinas, ofreciéndose como un espectáculo.

Sin embargo, la tragedia no es una parte más de este espectácu­lo ciudadano ya que, con su extraordinaria apertura, permite a la c iudad reflejar lo que está en conflicto con sus ideales, lo que tiene que ser reprim ido o excluido y lo que teme o juzga como ajeno, desconocido'; lo Otro en suma. Es así com o podem os com prender la dramatización, m uchas veces repetida por los trágicos, del poder y la cólera de las mujeres dentro de la familia (Orestiada de Esqui­lo, Las traqúintas de Sófocles, Medea, Hipólito y Las bacantes de Eurípides), con sus inversiones de los papeles sexuales y la trans­formación de poderosos gobernantes en parias vencidos, agobia­dos po r los sub im ien tos (Edipo, Jasón, Heracles, Creonte, Penteo, etc.). Eurípides pudo idealizar Atenas como la justa y piadosa de­fensora del * débil (Los heráclidas, Suplicantes). Sófocles hizo lo m ism o en su Edipo en Colono . Pero Eurípides pudo también escri­b ir obras com o Hécuba y Las troyanas, criticando implícitamente la bru ta lidad de la política bélica de la ciudad. Los persas de Esqui­lo pud ieron presen tar a los invasores vencidos bajo una óptica de com prensión . La com edia pudo expresar sin ambages el ansia de paz en obras com o Los acamienses, La p azo Lisistrata, satirizar.ins­tituciones tales com o los tribunales de justicia o la asamblea (Las

Page 237: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

240/CJ>ai les Segal

'avispas, Las asambleístas) o bien parodiar a figuras públicas com o Cleón (Los caballeros).

La tragedia pudo llevar a escena, de manera simbólica, debates contem poráneos acerca de la moral en general y cuestiones políti­cas tales como las restricciones sobre el Areópago en Las euméni- des de Esquilo. Pero su significado cívico y político podía ser tam ­bién más difuso e indirecto. El papel de Odiseo en ¡el Avante de Só­focles, por ejemplo, valora el com prom iso dem ocrático por enc i­ma del autoritarismo aristocrático y la intransigencia. La tragedia suscita también preguntas sobre los peligros inherentes al ejercicio del poder (Los persas, Orestíada, Antígona), pone de manifiesto las desastrosas consecuencias de la división o de la discordia dentro de la ciudad (Los siete contra Tebas, Las fenicias) o dem uestra la existencia de una estructura moral básica que subyace a los aco n te ­cimientos hum anos cuando vemos la lenta, dificultosa y a m enudo dolorosa actuación de la justicia a lo largo de muchas generac io­nes, como ocurre en las trilogías de Esquilo.

Mientras la actuación de la lírica coral tiende a reforzar las t ra ­diciones y los valores de las familias aristocráticas, la re lativamen­te nueva forma del espectáculo dramático es la forma distintiva de la polis democrática. En efecto, con su marco ciudadano, su es­tructura de debate dialéctico y las relaciones constantem ente cam ­biantes entre el héroe individual y la com unidad representada po r el coro, la tragedia es la forma artística adecuada para que la d em o ­cracia la haya promovido tras sus orígenes en la época de Pisístra- to. El carác ter aristocrático del individualismo, el honor personal y la excelencia competitiva expresada en la poesía épica están aún muy presentes en el siglo v a.C.. Como resulta claro a partir de obras como Los siete de Esquilo, el Ayante y el Filóctetes de Sóto- cles o el Heracles de Eurípides, una de ja s funciones de la tragedia

« es volver a examinar tales actitudes a la luz de la necesidad que una sociedad dem ocrática tiene de com prom iso y cooperación.

Los mitos presentados p o r la tragedia ya no reflejan los valores tradicionales de una rem ota e idealizada época. En vez de esto, se transforman en el cam po de batalla de los conflictos con tem porá­neos dentro de la ciudad: concepciones más antiguas de una ven­ganza de sangre se enfrentan al nuevo legalismo cívico (Orestíada); las obligaciones de la familia se con traponen a las de la ciudad (An- tigona); aparte de eso, tenem os los conflictos entre sexos y entre ge­neraciones (Alcestis, Medea y Las bacantes de Eurípides) y las dife­rencias en tre autoritarism o y orden dem ocrático (Las suplicantes de Esquilo, el Ayante y el Edipo en Colono de Sófocles)>Pór estas razones, también las representaciones trágicas son concebidas no com o un en tre tenim iento del que se puede disfrutar en cua lquier

Page 238: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

El e sp e c ta d o r y el oyentc/241

m om ento (como es el teatro m oderno), sino que 'se limitan a l o s dos festivales ciudadanos de Dioniso y tienen lugar dentro del a m ­biente carnavalesco asociado con este dios.

La tragedia, sobre todo, crea un sentimiento de com unidad den ­tro del teatro y dentro de la ciudad. Aquí los espectadores- ciudadanos, pese a sus diferencias, se to rnan conscientes de su soli daridad dentro del m arco ciudadano y dentro de la construcción, cívica también, que los lia reunido. Sus espectadores se hacen es­pectadores unos de otros en tanto que ciudadanos, así com o espec­tadores de la propia representación. La com unidad del teatro foija lazos de em oción com partida y com pasión universal. Al final del Hipólito de Eurípides, p o r ejemplo, la pena sentida po r la m uerte del hijo de Teseo es «una pena común» que se extiende sobre «to­dos los ciudadanos» ( í 462-1466), pese al hecho de que Hipólito ha renunciado a las obligaciones políticas y elegido a cambio pasa- tiempos privados com o la caza y los deportes. Esta co n m em o ra ­ción cívica, además, es el consuelo que una com unidad hum ana es capaz de ofrecer, en contraste con el ritual privado y cultual con el que su diosa, Artemis, honra rá su m em oria (1423-1430).

La tragedia no sólo aplica el espejo d istanciador del mito a los problem as contem poráneos, tam bién refleja alguna de las más im ­portantes instituciones de la ciudad. De éstas, las que más tienen que ver con la tragedia son los tribunales de justicia. Diez de los es­pectadores, elegidos po r sorteo, son cier tam ente los jueces de la pieza. Los veloces in tercam bios verbales en tre antagonistas en la tragedia se parecen a la argum entación e interrogatorios de los tri­bunales. Las tragedias, en efecto, hacen que sus públicos, en cierto sentido, sean jueces de complejas cuestiones morales en las que. ambas partes invocan la justicia, y lo bueno y lo malo resultan difí­ciles de distinguir. El debate en tre Hécuba y Polimestor en la Hécu- ba, po r ejemplo, es, de hecho, una situación juríd ica (1129ss.). Po­dem os pensar tam bién en la escena del proceso de Las euniénides de Esquilo y en la parodia de un tribunal que hay en Las avispas de Aristófanes. Incluso los au tores posteriores alaban las tragedias por su viva aproxim ación al debate legal (véase, po r ejemplo, Quin- tiliano 10, 1, 67ss.).

La tragedia, aún más c laram ente que por asignar culpas y casti­gos,'se interesa por el p roblem a de la decisión. Casi todas las piezas que nos han llegado nos m uestran a su protagonista a torm entado po r una difícil elección en tre alternativas en conflicto o bien co m ­prom etido en una decisión entre la seguridad y una acción peligro­sa o de incierto resultado. «¿Qué voy a hacer?» (tí drásó); es un grito que se repite una y o tra vez en m om entos de crisis. Figuras com o Medea, Fedra u Orestes dudan, vacilan, cam bian sus decisiones. La

Page 239: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

242/C harlcs Segal

intransigencia puede ser tan desastrosa com o la vacilación o los cambios continuos, según nos m uestra el Filóctetes de Sófocles. Ca­sos com o el cam bio de situación de Creonte en la Antígona o la ve­hem ente cólera m ostrada p o r Edipo frente a Tiresias en Edipo rey ponen en escena ante la audiencia no sólo la capacidad des truc­tiva de las disputas familiares sino también las consecuencias de las decisiones im prudentes, irascibles o equivocadas. Tales dramatiza- ciones de la decisión, cambios, r igidez y cosas semejantes podrían ser un atractivo para Ja experiencia que el público tenía tanto de las asambleas com o de los tribunales. El relato que Tucídides hace de cóm o los atenienses cam biaron de forma de pensar tras la condena de los mitilenos m uestra lo m ucho que, en la vida real, podía d epender de tales deliberaciones y cambios de actitud (Tucídi­des 3, 36).

Tragedia y escrituraj

Es posible que los trágicos hayan com puesto grandes porciones de sus obras dentro de su cabeza, tal com o hacían los poetas orales, y que, luego, o ra lm ente , las hayan hecho ap ren d er a los actores y al coro. Sin em bargo, la m entalidad propia de quienes saben leer y es­cr ib ir y la 'p roducción de textos parecen ser requisitos casi indis­pensables para la es truc tu ra de la tragedia, que no es sino la c o n ­cen tración , s iguiendo un plan previo, de una acción compleja d en ­tro de Uña com pleja e s truc tu ra formal que se despliega en un espa­cio geom étrico , convencional y s im bólico ./

Las ranas de Aristófanes, represen tada en el año 405 a.C., esce­nifica el choque en tre las concepciones nuevas y viejás acerca de la poesía y de la representación. Esquilo acusa a su rival más joven que él, Eurípides, de dar al traste con la vieja m oralidad m ediante sus sutilezas intelectuales, paradojas y exhibiciones de mujeres in­m orales (véase 1078-1088). El poeta más viejo, más próximo a la cu ltu ra oral del pasado, está tam bién más ce rca de una co r resp o n ­dencia m ucho más d irecta en tre la palabra y la cosa v, a la vez, más p róx im o al papel del poeta com o portavoz de los valores de la c o ­m un idad (1053-1056). El arte de Eurípides se asocia con el movi­m iento sofistico, con libros, ligereza aé rea y con la facilidad para re to rce r argum en tos que la lengua posee. Se presenta com o si se­parase el lenguaje y la realidad («la vida no es la vida»). El lenguaje de Esquilo, en cambio, posee la terrosa consistencia física que la voz tiene en la cu ltu ra oral y sus m anifestaciones proceden de los «intestinos», el «diafragma» y la «respiración» (844, 1006, 1016). En la l lam ada «Batalla de los prólogos», en la que los versos se pesan

Page 240: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

E.I e sp ec tad o r v el oyciitc /243

en las balanzas, las «aladas» sutilezas euripídeas de Persuasión pierden frente al peso de los carros de Esquilo, la Muerte y los ca­dáveres (1381-1410). Es un suprem o rasgo de ironía el hecho de que Dioniso elija a Esquilo sirviéndose de un verso de Eurípides a propósito de la separación entre «lengua» y «pensamiento» {Las ra­nas, 1471; cfr. Hipólito, 612).

Puede p arece r paradójico asociar la tragedia, que tan poderosa­m ente com bina el espectáculo visual, la música y la poesía para ofrecérselo a una excitada y, a m enudo, ruidosa multitud de miles de personas, con la com unicación austera y m onocrom a que se suele asociar con las silenciosas cartas. Con todo, el poder de la es­critura, que late tras la escena, posibilita la organización de la vista,

"la voz y el oído dentro de una representación multi-media. El fre­cuente uso de las imágenes sinestésicas y su explícita orquestación de la experiencia visual y acústica en m om entos del máximo dra­m atismo llama la atención sobre esta interconexión de los diferen­tes sentidos.

Tanto el espacio gráfico de la escritura como el espacio teatral del d ram a dependen de la creación de un campo de actividad sim­bólica en el que las más ínfimas señales pueden tener una gran im ­portancia. Aquí, Ja a tención se concentra sobre un cam po limitado / y vo luntariam ente reducido. Este m icrocosm os es el modelo de un ám bito m u ch o más amplio,^ya sea el de la sociedad, ya el del uni­verso entero. La escritura y la tragedia necesitan una actividad in­terpretativa enfocada sobre una determ inada área. Ambas depen­den de lá habilidad para operar dentro de un sistema de convencio­nes para reco n o ce r e in te rp re tar signos y para ponerlos juntos en el

^orden adecuado, «eligiendo lo nuevo mediante lo viejo», según afirma Yocastá a propósito de Edipo en Edipo rey, 916 (la frase se refiere tam bién a la habilidad de Edipo para resolver acertijos). En griego «leer» £s «reconocer», anagignóskein, que es también lapa- labra que em plea Aristóteles para el m om ento crucial de la trage­dia, el «reconocimiento» o anagnórisis.

La única fuerza dé lá tragedia puede deberse tal vez a su apari­ción en ese m pm en to de transición de la cultura griega en el que el poder de los mitos no está aún erosionado por la mentalidad crítica

-que aparece con la escritura, el pensam iento abstracto y las filoso- ^ fías éticas sistemáticas. La com edia siguió siendo una forma artísti­

ca vital e innovadora ya bien entrado el siglo iv, en parte porque M enandro y sus seguidores fueron capaces de cam biar el enfoque de la com edia antigua y dirigirlo sobre asuntos más privados y do­mésticos, fueron capaces de inspirarse en la em ocionalidad de los argum entos de reconocim iento del último Eurípides y capaces tam bién de desarrollar un estilo al tiempo coloquial y elegante.

Page 241: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

244/C harles Segal

Una transformación de esta índole, sin embargo, no infundió nue­va vida a la tragedia, al m enos por lo que podemos colegir de lo que ha quedado de ellas. Las tragedias compuestas después del si­glo v a.C. no parecieron dignas de ser conservadas y ninguna ha so­brevivido.

La tragedia del siglo v a.C. fue capaz de com binar la seriedad moral y religiosa y la imaginación mítica de la épica oral con la ex­ploración intelectual de una época de extensión de la alfabetiza­ción que ensayaba atrevidas conceptualizaciones en torno al h o m ­bre y la naturaleza en el terreno de la ciencia, la medicina, la filoso­fía, la historia, la geografía y otros campos. En tragedia, lo mismo que en filosofía, pensamiento y visión alcanzan el reino de lo des­conocido. Esquilo com para el «profundo pensamiento» con la zambullida de un buceador «en las profundidades» o intenta co m ­prender la mente de Zeus, que es «una visión insondable», algo que escapa a la com prensión hum ana (Las suplicantes, 407ss.'y 1057; véase Los siete, 593ss.; Agamenón, 160ss.).

La maravillosa representación visual que la tragedia nos ofrece de los antiguos milos parece o torgar un papel especial a las apa­riencias externas de la percepción sensorial; no obstante, explora constantemente la separación que existe entre lo externo y lo in ter­no, entre la palabra y el hecho, entre la apariencia y la realidad. Su inmensa capacidad de poder para representar, com binando pala­bras, música, danza y gestos miméticos, pone de relieve realm ente la dificultad de encon trar la verdad última y los inconvenientes, en realidad los dolores, con que nos topamos en nuestro intento de com prender la compleja naturaleza de la conducta del hom bre, los caminos de los dioses, los térm inos y límites de nuestra condición mortal.

Pese a que su ambiente sea diferente, los poetas trágicos son herm anos de espíritu de aquellos filósofos que, como Heráclito, Demócrito y Platón, sabían que hay en la superficie del m undo más engaño que verdad y se esforzaban por com prender por qué la vida es como es, por qué existe el sufrimiento, cómo la justicia y la a c ­ción moral pueden realizarse dentro de la sociedad y qué orden su­perior, si es que hay alguno, hace inteligible nuestra existeneia.'Las

t raged ias siguieron escribiéndose y representándose después del siglo v, pero la energía creativa, la p reocupación ética y la explora­ción teológica que produjeron las grandes obras se encam inaban ya hacia la filosofía y la historia. Los espectadores de Esquilo y Só­focles son ahora también lectores de Platón y Aristóteles.

Page 242: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

El e sp e c ia d o r y el oycn te /245

REFERENCIAS BIBLIOGRAFICAS

A d r a d o s , F. R., Fiesta, comedia y tragedia, Barcelona, 1972.C o n n o r , W. R., «Early Greek Land Warfare as Symbolic Expression», Past

and Present, 119, pp. 3-29, 1988.D e t i e n n e , Marcel, Les Maîtres de vérité dans la. Grèce ancienne, 2 a . é d . , Pa­

ris, 1973. [Hay ed. cast.: Maestros de la verdad en la Grecia antigua, Ma­drid, 1986.]

— L'invention de ¡a mythologie, Paris, 1981. [Hay ed. cast.: La invención de la mitologia, Barcelona, 1985.]

— y V e r n a n t , Jean-Pierre, Les ruses de l ’intelligence. La Métis des Grecs, Pa­lis, 1974. [Hay ed. cast.: Las artimañas de la inteligencia, Madrid, 1988.]

Eden , Kathy, Poetic and Legal Fiction in the Aristotelian Tradition, Prince­ton, 1965.

E lse, G. F., The Origin and Early Form of Greek Tragedy, Cambridge, Mass., 1965.

G e n t i l i , Bruno, Lo spettacolo nel mondo antico. Roma-Bari, 1977.— Poesia e pubblico nella Grecia antica, Roma-Bari, 1984.G o l d h i l l , Simon, Reading Greek Tragedy, Cambridge, 1986.— «The Great Dionysia and Civic Ideology», Journal of Hellenic Studies,

107, pp. 58-76, 1987.H a v e l o c k , Eric A., Preface to Plato, Cambridge, Mass., 1963.— Cultura orale e civiltà della scrittura, tr. ital. del anterior, con introduc­

ción de B. Gentili, Roma-Bari, 1973.— The Literate Revolution in Greece and its Consequences, Princeton,

1982.— The Muses Leant to Write, New Haven, 1986.H e r i n g t o n , C, J., Poetry into Drama, Sather Classical Lectures, 49, Berkeley-

Los Angeles, 1985.K n o x , Bernard M. W., «Sileni Reading in Antiquity», en Greek, Roman a>id

Byzantine Studies 9, pp. 421-435, 1952.— Word and Action: Essays on the Ancient Theatre, Baltimore, 1979.L o n g o , Oddone, Tecniche della comunicazione nella Grecia antica, Nàpoles,

19 81.L o r a u x , Nicole, Façons tragiques de tuer une femme, Paris, 1985.Pickarjj-Cambrjdce, A. W., Dithyramb, Tragedy and Cotnedy, 2a. ed. rev. por

T. B. L. Webster, Oxford, 1962.— The Dramatic Festivals of Athens, 2 a . ed. rev. por J. Gould y D. M. Lewis,

Oxford, 1968.Pucci, Pietro, Hesiod and the Language of Poetry>, Baltimore, 1977.R o m i l l y , Jacqueline de, La crainte et l'angoisse dans le théâtre d'Eschyle, Pa­

ris, 1958.S e g a l , Charles, Tragedy and Civilization: An Interpretation of Sophocles,

Martin Classical Lectures, 26, Cambridge, Mass., 1981.— Dionysiac Poetics and Euripides' Bacchae, Princeton, 1982.— Pindar's Mythmaking: The Fourth Pythian Ode, Princeton, 1986.— La musique du Sphinx. Poésie et structure dans la tragédie grecque, Paris.

1987.

Page 243: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

2 46 /C harlcs Segni

S t a n f o r d , W. B., Greek Tragedy and the Emotions, Londres, 1983.S v r n b r o , Jesper, La parole et le marbré, Lund, 1976.— Vhrasikleia. Anthropologie de lo lecture en Grece ancienne. Paris. 1988.T a p u n , Oliver, The Stagecraft of Aeschylus, O x f o r d , 1 9 7 7 .

— Greek Tragedy in Action, Bcrkeley-Los Angeles, 1978.Ihalmann, W. G., «Speech and Silence in the Qresteia», en Phoenix, 39,

pp. 99-118, 221-237, 1985.V e g e t t i , Mario ed., Introduzione alle culture antiche. Vol. I. Oralità, scrittu­

ra, spettacolo, Turin, 1983.Vernant, Jean-Pierre, Mythe et pensée chei les Grecs, Paris, 1965. [Hay

cd. cast.: Mito y pensamiento en la Grecia antigua, Barcelona, 1985.]— Les origines de la pensée grecqtte, 2a. ed.. Paris, 1982.— La mort dans les yeux, Pan's, 1985. [Hay ed. cast.: La muerte en los ojos,

Barcelona, 1986.]— y Vidal-Naqukt, Pierre, Mythe et tragèdie en Grece ancienne, Paris, 1972

[hav cd. cast.: Mito y tragedia en la Grecia antigua, Madrid, 1987],— Mythe et tragèdie, vol. 2.°, Paris, 1986. [Hav ed. cast.: Mito y tragedia en la

Grecia antigua, vol. 2, Madrid, 1989.]W y a t t , Willian F. Jr.. «Homer in Performance: Iliad 1, 348-427», Classical

Journal, 83, pp. 289-297, 1987-1988.Z e i t i . i n , Froma I., «Playing the Other: Theater, Theatricality, and t h e Femi­

nine in Greek Drama», en Representations, 11, pp. 63-94, 1985.

Page 244: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

Capítulo séptimoEL HOMBRE Y LAS FORMAS

DE SOCIABILIDAD' Oswyn Murray

1 Las notas, con toda intención, son breves y están dirigidas exclusiva­mente a remitir al lector al tratamiento más autorizado o reciente de las di­versas cuestiones. Una bibliografía detallada para cada uño de sus aspectos se puede encontrar en Deticnne-Vcrnant (1979) (a cargo de Svenbro), en Schmitt-Pantel (1987) y en Murray (1989a).

Page 245: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant
Page 246: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

El hom bre es un anim al social; el hom bre griego es una cria tura de la polis: esto es lo que significa la famosa definición de Aristóte­les de su hom bre com o «un animal de polis po r naturaleza» {Políti­ca, 1253a). Pero la definición de Aristóteles estaba em butida d e n ­tro de una teoría ético-biológica en la que, p a ra -se r total mente hu ­manó-rurio debía ejercitar al máximó todas las posibilidades inhe­rentes a la. naturaleza hum ana, y en la que una jerarquía ética o to r­gaba prim acía al pensam iento frente a las em ociones ' Por lo tanto, su percepc ión de la polis com o la forma de organización social en la que las posibilidades del hom bre podían desarrollarse de m an e­ra más completa, hizo que las pre tensiones de la religión, JaJramilia y el re ino de lo em ocional a ocupar un lugar dentro del orden^supe- rior de la política quedaran e n un segundo plano.

La historia del estudio de la organización social griega ha sido la de una lucha más o m enos consciente para hu ir de esta concepción aristotélica de la sociedad griega y en c o n tra r una imagen que haga m enos hincapié en el fenóm eno único de lapó/is e intente «despo­litizar» al ho m b re griego, es decir, ver las formas griegas de o rgan i­zación social com o em parentadas con las que solem os encon tra r en otras sociedades primitivas. En muy pocas palabras, ésta viene a ser la historia del estudio de la ciudad griega desde Fustel de Cou- langes (1864) hasta hoy d ía 2.

La re lación entre el hom bre y la sociedad es d inám ica en todas las sociedades: cada época concreta del h o m b re tiene un pasado y

2 Fustel de Coulanges (1864).

249

Page 247: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

25O/Oswyii Murray

un luluro; y no existe un hom bre griego sino una sucesión de h o m ­bres griegos, tal com o Jacob B urckhard t los re trató en el cuarto vo­lumen de su Griechische Kulturgeschichte3. Siguiendo su ejemplo, distinguiré cua tro tipos ideales, o cuatro edades del hom bre grie­go: «hom bre heroico», «hom bre agonal», «hombre político» y «hom bre cosmopolita». Por supuesto que tales distinciones c ro n o ­lógicas poco precisas carecen de validez absoluta; pero son necesa­rias ya que sólo m edian te algún tipo de análisis d iacrònico pode­mos co m p re n d e r las re laciones s incrónicas que dan origen a las formas de trato social. Trazar desarrollos a lo largo de siglos es fal­sificar la historia cultural dando prim acía a la causalidad por enc i­ma de la función, e insistir en las continuidades es ignorar los c am ­bios fundam entales que tienen lugar tras la pantalla del lenguaje y de las instituciones.

Fonnas de trato social y com ensalíar

El fenóm eno que supone el trato social puede ser tenido en cuen ta desde diversas perspectivas; pero tal vez sea útil p resen tar­lo, en p r im er lugar, en su re lación con la economía. Trá'sia fachada d e ia s formas sociales laten re laciones económ icas expresadas por

Já 'd is tr ib u c ió n desigual de bienes. Un análisis marxista considerará las es truc tu ras sociales (y, po r tanto, las relaciones sociales) com o una consecuenc ia de la lucha para o b ten e r un reparto desigual de los beneficios cuando hay escasez de ellos. Más recien tem ente, o tros han hecho h incapié en la abundancia de recursos naturales den tro de las sociedades primitivas y en la consiguiente im portan­cia de actividades sociales com o el don, la fiesta, el consum o hecho para l lam ar la a tenc ión y la exhibición de riqueza ante otros y ante los d ioses4. De una form a u otra, el excedente, pequeño o grande, se usa para c rea r una es truc tu ra social que dé apoyo a las activida­des cu ltura les, políticas y religiosas: son las formas de red istribu­ción de u n excedente , a través de despliegues de altruismo o poder, las que e s truc tu ran la sociedad.^

Dada la p rim acía de la tierra y sus produc tos en la historia pri­mitiva, es el exceden te agrícola el que con m ayor frecuencia se usapara co n s tru ir la sociedad y su correspondien te cultura. Es típico

f

i Jacob Burckhardt (1898-1902); los párrafos pertinentes en la sección9 (volum en 4) siguen siendo la mejor exposición del trato social entre los griegos (fiestas y formas de com ensalía) que yo conozco. Para el simposiovéase también Yon der Miihll (1957).

4 Véase, por ejemplo, Engels (1891); Vebten (1899); Sahlins (1972).

Page 248: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

El hom bre y las formas de socinhilidad/251

que la redistribución de este excedente, mediante banquetes o fies­tas religiosas, cree con su uso ritualizado un patrón de trato social que im pregne las otras relaciones den tro de la sociedad. En par­ticular, algunos productos relativamente escasos se transforman en símbolos privilegiados de posición social; el banquete se ritualiza en tonces y sirve para defin irla com unidad com o un todo o una cla­se dentro de ésta. En Grecia, los productos más importantes son la carne y el vino, que se reservan para ocasiones especiales y se con­sum en en rituales especiales también.

La carne es un alim ento sagrado, reservado a los dioses y a una época más antigua de héroes; com o es normal en un producto que se encuen tra en las colinas y m ontañas de Grecia aunque no es abundante , se consum e sobre todo en celebraciones religiosas y está vinculada al sacrificio de la ofrenda que se quema: los dioses reciben el a ro m a de las entrañaSi m ientras que los hum anos disfru tan del banquete en com ún de las partes comestibles del animal,

rrecién sacrificado y cocido para que, así, este más tierno. Estas ce­lebraciones son bastante corrientes; se estructuran de acuerdo con un complejo calendario de fiestas y sirven para expresar el sentido de com unidad que anim a al grupo de Heles en una experiencia com partida de p lacer y de festividad, que incluye tanto a dioses com o a hombres. El Culto a los dioses es ocasión para el disfrute.y lá liberación de todo trabajo,'que, com o es de esperar, incluye a la com unidad po r entero o bien a un subgrupo natural incluido a su vez en ella (por ejemplo, los adolescentes o las mujeres) y, a veces, incluso abre sus puertas al forastero y al esclavo5.

El alcohol es, en gran medida, una droga social, cuyo uso ritual tiene que ver bien con la cohesión de un grupo cerrado, bien con la liberación catártica de las tensiones sociales en un carnaval de per­misividad. El pode’r tíel vino y la necesidad de un control social de

^su úso están c la ram ente señalados en la cultura griega. Los bárba­ros se perm iten beber de forma desordenada (y excesiva); el griego, en cambio, se distingue p o r su consum o ritualizado del vino, mez­clado con agua y bebido en un contexto específicamente social. Por razones de jas que se hablará más adelante, el'vino "viene a ser

,-ün mecanism'p para la creac ión de pequeños grupos especializados en una función que se relaciona con la guerra, la política o el pla­cer. El em pleo del vino com o un m ecanismo de liberación es m e­nos obvio, pero, c iertam ente, se da en diversos rituales que tienen que ver con Dioniso. Las mujeres, excluidas del uso social del vino y, p o r tanto, caracterizadas com o inclinadas a beber secreta y de­sordenadam ente , adoran a Dioniso en ritos en los que todas las re-

5 Detienne-Vernant (1979).

Page 249: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

252 /O suyn M urray

glas quedan sin valor:.la víctima sacrificial es despedazada en vez de ser sacrificada con un cuchillo, luego se la come cruda en vez de asarla o cocerla y, finalmente, el vino se bebe sin mezcla y desorde­nadamente. No hay aquí, sin embargo, expresión de un trato social sino, más bien, la liberación de aquellas tensiones creadas por los propios ritos que acom pañan al trato social.

La im portancia de la comensalía y de los ritqs en torno al ali­mento y la bebida en la cultura griega se refleja en los testimonios con que contamos para su estudio. Desde H om ero en adelante la poesía griega se m antiene en el ámbito del banquete y especial­m ente en su desarrollo arcaico, el sympósion: tanto en lo que toca a su acom pañam iento musical, como a su metro y ásunto a tratar, la,, poesía griega primitiva debe ser considerada en relación con su lu­gar de representación, ya sea la fiesta religiosa (debemos incluir aquí la lírica coral, que era danzada y cantada por grupos de jóve­nes de ambos sexos), ya sea el grupo aristocrático,de bebedores (la elegía y la lírica monódica). El arte de la cerám ica griega y de la pintura de vasqs iba dirigido, en p r im er lugar, a las necesidades de tales grupos; formas y decoración reflejan los mismos intereses so­ciales que la poesía arcaica. La regulación de la comensalía pública y privada en los periodos arcaico y clásico, m ediante series de re ­glas y privilegios escritos en forma de leyes o decretos, revela cuán importante era la comensalía dentro de las actividades de tales aso­ciaciones. Posteriormente, el desarrolló de una literatura filosófica de la comensalía en el m undo clásico y postclásico creó una visión idealizada de una institución social, tal vez ya no tan central com o había sido en otro tiempo, pero que aún conservaba el ca rác te r de característica de la cu ltura griega con tanto vigor com o para a trae r la atención de los escritores anticuarios de los periodos helenístico y rom ano. El banquete de los sofistas de Ateneo, una enciclopedia de la comensalía griega de finales del siglo 11 d.C., refleja su a rgu ­m ento es truc turándose com o si fuera una conversación en un deipnon, en el que el contenido se ordena de acuerdo con las activi­dades de los imaginarios partic ipantes6.

Para la historia del estudio de la comensalía griega véase mi introduc­ción a Murray (1989a).

Page 250: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

El h o m b re y las fo rm as de soc iabilidad/253

El hombre heroico

El m undo que los poem as hom éricos dibujan se es truc tura en torno a ritos de comensalía. Las características esenciales de la casa de un basileús heroico son el mégaron o sala de banquetes y el a lmacén, donde se guarda el excedente de esta sociedad para ser em pleado en banquetes o en el ofrecimiento de regalos a huéspe­des de la misma clase. Odiseo, disfrazado de mendigo, cree reco n o ­ce r su propia casa basándose en el em pleo que de ella se hace para la actividad de la comensalía: «Me parece que m uchos hom bres se están banque teando dentro, pues se levanta un olor a grasa y resue­na la lira, a la que los dioses han hecho com pañera del banquete.» (Odisea, 17. 269-7 1)*. El basileús agasaja a los m iem bros de su cía-* se «con banquetes prestigiosos»; quiere esto decir, en un m undo de h o n o r competitivo, que así adquiere autoridad y prestigio. El grupo distinguido de esta m anera es un grupo de guerreros, cuya posi­ción social se expresa, y cuya cohesión se m antiene, mediante la actividad de ce lebrar banquetes. En un sentido sigue siendo un rito social, que tiene que ver con los procesos de autodefinición y for­m ación de grupos por parte de una élite aristocrática; pero esta éli­te es también una clase de guerreros cuya función es pro teger la so­ciedad.

Tal com o ocurre con los símiles de Homero, las mentiras de Odiseo tal vez sean m ucho más verdaderas que la narración ficticia en la que están incrustadas, ya que (como si se tratase de un segun­do nivel en la ficción) van dirigidas a reco rdar al público sus p ro ­pias experiencias vitales. La in teracción entre banquetes y activi­dad militar, tanto pública com o privada, está ilustrada a la perfec­ción p o r el relato que Odiseo lleva a cabo de su vida com o hijo ile­gítimo de un noble cretense, que fue despojado de su herencia, pero que, m ediante su arrojo, consiguió un puesto en tre los a ris tó­cratas com o guerrero profesional; acabó hac iéndose rico con las ganancias de las expediciones a ultramar, Se trata aquí de aven tu ­ras privadas; pero, cuando la G uerra de Troya tuvo lugar, fue el pueblo quien le aclamó com o su líder, «no había medio de negarse, nos lo im pedían las duras habladurías del pueblo». Después de la guerra volvió a sus em presas privadas: «Equipé nueve naves y en seguida se congregó la dotación. Durante seis días com ieron en mi casa mis leales com pañeros; les ofrecí num erosas víctimas para que las sacrificaran en ho n o r de los dioses y p repararan co ­mida para si» antes de que zarparan hacia Egipto (Odisea , 14, 199-258).

* La traducción es de J. L. Calvo Martínez (Madrid, 1976).

Page 251: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

254/Oswvn Murray

En tales relatos, se presentan dos tipos dé aventuras: en prim er lugar, Jas correrías privadas de una élite de guerreros, com puesta de líderes aristocráticos y «compañeros» de la misma clase, cuyos lazos de lealtad se foijan en la actividad del banquete en com ún y competitivo; de o tro lado, el derecho del «pueblo» a invitar a esta clase de guerreros a que asum a el liderazgo en una guerra más se­ria. La expedición con tra Troya es un ejemplo de expedición públi­ca, con banquetes ofrecidos a los partic ipantes a expensas públicas y con multas tam bién públicas para aquellos que rehúsen ir. Den­tro de la com unidad ,.la posición se determ ina po r el alimento; en el lam oso discurso que Saipedón dirige a Glauco, afirma aquél que dos cam peones, honrados «con asientos de ho n o r [...] y más copas en Licia» y un témenos, t ienen la obligación de luchar po r su co m u ­nidad; si así lo hacen , dirá el pueblo: «A fe que no sin gloria son cau ­dillos en Licia nuestros reyes, y com en pingüe ganado y beben se­lecto vino, du lce co m o miel. Tam bién su fuerza es valiosa, porque luchan en tre los p r im eros licios.» (/ liada, 12, 310-329)*7.

La ¡liada tiene com o motivo principal la cólera de Aquiles, que se expresa m edian te su aban d o n o y su negativa a partic ipar en los ritos de com ensalía; la Odisea con trapone dos m odelos de comen- salía, uno el del m u n d o ideal de los feacios, y otro el de los p re ten ­dientes, en Itaca, donde el colapso de los valores sociales se expre­sa p o r m edio de la infracción de aquellas norm as de com ensalía que implican rec ip roc idad y competición: «salid de mi palacio y preparaos o tros banque tes com iendo vuestras posesiones e invi­tándoos en vuestras casas recíprocam ente», dice Telémaco a los pre tend ien tes (2, 139ss.). De hecho, la falta de los pre tendientes ra ­dica en que usurpan las prerrogativas de una clase de guerreros en ausencia del jefe.

La com pleja re lación de este re trato poético con cualquier rea­lidad histórica no nos interesa. L^S^óémásTHóméricos presentan - una im agen de u n a sociedad del pasado que, a la vez, establece una im agen m ental «contem poránea» e influye sobre el futuro desarro ­llo de la com ensa lía griega. Es verdad, sin embargo, que está im a­gen, m uy p ro b ab lem en te , es parcial, ya que ignora los tipos de tra ­to social que él pueb lo practicaba, en especial en re lación con la

/f iesta relig iosa.^Sin em bargo , las características de esta imagen mental son im ­

portan tes p ara el desarro llo del trato social griego. E l-cleípnon o dais es p réced ido p o r un sacrificio en el que a las víctimas anim ales

* La traducción es de E. Crespo Güeincs (Madrid, 1991).7 Sobre el banquete hom érico y su función social véase Finsler (1906),

Jcanmaire (1939), cap. 1, y Murray (1983).

Page 252: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

El hom bre y las formas de sociabilidad/255

se les da m uerte com o ofrenda hecha a dioses concretos, a menudo en alguna ocasión especial, com o un culto festivo o alguna ce lebra­ción de im portancia familiar. La carne es asada en asadores y la co ­nvida se ce lebra en una sala (mégaron) etí la que los varones partici­pantes se alinean sentados a lo largo de los muros, con mesitas ante ellos, una para cada dos comensales; a veces, se hace mención de porciones o sitios de honor, pero, en general,'“'se subraya la igual­dad tanto en un aspecto com o en otro. El convidado que no ha sido invitado, sea un com pañero de la aristocracia o un mendigo, recibe

^también su parte. El vino se mezclaTcon agua y se sirve del.kratér o d a t e r a .

Nos ofrece el poeta una imagen de felicidad hum ana, expresada en un ritual de trato social; en el centro de este ritual se coloca a sí mismo: «No creo yo que haya un cum plimiento más delicioso que cuando el b ienestar perdura en lodo el pueblo v los convidados es­cuchan a lo largo del palacio al aedo sentados en orden, y junto a ellos hay mesas cargadas de pan y carne y un escanciador trae y lle­va vino que ha sacado de las crateras y lo escancia en las copas. Esto me parece lo más bello» (Odisea, 9, 5-10). Es una imagen que p re tende ser, al mismo tiempo, imagen del banquete e imagen ex­presada dentro del banquete; en efecto, el bardo hom érico es, él mismo, el can to r con su lira que, desde dentro de la narración, lle­va a cabo la propia narración. Podemos encon trar cierta dificultad ante la noción de ejecución poética épica dentro del banquete, pero está claro que H om ero pre tende que creamos que su poesía es el acom pañam ien to de la euphrosyné.

Si la Jlíada expresa la función social externa del banquete en la organización de la actividad militar, la Odisea es una épica interna, constru ida coriio un en tre ten im ien to para la fiesta. Cada episodio de los viajes de Telémaco se sella con la experiencia de la comensa- lía: toda acción lleva hacia (o lejos de) el banquete. La narración central de los viajes de Odiseo se p resen ta com o una actuación en el banquete , que incluye formas opuestas de comensalia, com o las que se dan en tre los com edores de loto, los Cíclopes, Circe y el otro m undo. En Itaca, el modesto banquete del porquerizo se opone al perverso festíi) de los pre tendientes, que despojan la casa del héroe ausente. El núcleo de la acción final en esta épica de comensalia es destrucción de los pre tendientes sentados a la mesa, mientras se dedican a banquetear. Cuando el poeta canta en el banquete, evoca el ho rro r imaginado de otro banquete , y los propios oyentes que­dan implicados en la acción; es su sala la que se llena de la oscuri­dad de la noche y su comida la que gotea sangre cuando estallan los gemidos y los lamentos, y los m uros y las vigas del teclio se llenan con salpicaduras de sangre (Odisea , 20, 345ss.).

Page 253: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

256/O s^’yn M un ay

La Odisea crea desde su propio lugar de ejecución una estruc tu ­ra narrativa, implicando a su público en la propia acción de la épi­ca; se trata de una ejecución poética destinada al banquete, que ex­trae su narración del banquete; asi, el público participa dentro de la propia narración: tanto el poeta como el público son parte de un acontecim iento doble, narrado y objeto de experiencia a la vez. El pape! de esla poesía dentro del m undo de la coriiensalía es expre­sar, de cara a los participantes, el significado dél ritual social en que se hallan implicados.

De esta manera, el 'báñqüete heroico presenta ya la m ayor p a r te , dé los rasgos básicos que distinguen a los ritos griegos de co m en sa- lía posteriores. Por/úñ lado, está conectado ex ternam ente con la función social de la guerra; por"otro,'su finalidad in trínseca es el ¿placer (euphrosyné). En la poesía heroica posee una forma de dis­curso adaptada a la ejecución dentro de un contexto de com ensalía y capaz de autorreflexión acerca de las actividades que tienen lugar en el propio banquete. Todavía, sin embargo, la imagen que se nos presenta está sólo parcialm ente relacionada con las necesidades de la comunidad, y muchas de las características específicas de los rituales griegos posteriores de socialización se encuen tran a u ­sentes.

JE l hombre' a re a ico.

Dos son los rasgos que, de una m anera convencional, se 'consi­d e r a n características distintivas de la comensalía griega en la épo- cajiis tórica; se trata de lá práctica de recostarse, en vez detestar sentados, y de la separación éntre ce lebrar un banquete y beber. > Los dos Yasgos forman parte de desarrollos más amplios den tro d é ­la comensalía griega de la época arcaica.

El que los comensales estén recostados com o parte de un c o n ­junto de costum bres sociales está atestiguado por vez p r im era en Samaría, por el profeta Amos, en el siglo vui a.C. (Amós, 6, 3-7); y puede muy bien ser una costum bre adoptada por los griegos a p a r­tir de sus contactos con la cultura fenicia. El más antiguo testim o­nio explícito de que los com ensales se reclinaban no lo tenem os en Grecia hasta finales del siglo vil y lo vemos en el arte corintio y en la poesía de Alemán; pero la práctica se puede re tro traer más de un siglo an tes8. Representa un cambio fundamental en la com ensalía

8 Véase Dentzer (1971) sobre los orígenes; aboga este autor por una fe­cha dentro del siglo v i i para la introducción de la costumbre en Grecia,

Page 254: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

El hom bre y las form as tic sociabilidad /257

griega porque condiciona la organización misma de) grupo ciertas restricciones. Los participantes, recostados, uno o d o se n cada lecho a lo largo de las paredes de la sala, establecían una disposición del «espacio simposíaco» que determ inaba el tam año del g rupo9. /El* rifégaron "sé trarisiormó^en-el andrón, una :habitación_especííica^ m ente diseñada para con tene r un núm ero determ inado de lechos,

V m e n u d o c o n la puerta desplazada hacia la izquierda de la habitación para, así, dejar espacio a las diferencias entre el largo de los lechos y su pie; y m u ch o más im portante, el tam año del grupo está limita­do po r la facilidad con que se pueda ir de un lado a otro del salón: las dimensiones norm ales perm iten que haya siete, once o quince le­chos; el grupo, por lo lanío, cs un í±rupo restringido de entre calor.-' ce y trein ta partic ipantes varones-

Estaclisposición del espacio puede ser rastreada de manera más clara en el desarrollo de la arquitectura pública y religiosa del periodo clásico y a través de su em pleo en la arquitectura de las tumbas etruscas, donde es uno de los más claros indicadores arqueológi­cos de la existencia de influencias griegas sobre las costum bres de com ensalía en otras culturas antiguas. Pero su m ayor interés radi­ca, c iertam ente, en que son parte de un desarrollo más amplio que lleva a la formación de pequeños grupos y a la elaboración de ritua­les especializados.

Uno de estos rituales tiene que ver con la separación del a lim en­to y la bebida. lüTcomerisalía“griega de lá época histórica tiene dos

^partes; la p r im era es el deipnon, en el que se consum en alimentos y bebidas, 'la segunda y posterior es el sympósion; eri el qué;lo_que, p r im a es la ingestión de vino, con acom pañam ien to de pasteles li-

ygeros.rPrácticam ente no hay discusión en lo que toca al deipnon antes del periodo helenístico: parece h ab e r sido algo sin com plica­ción y haber carecido de ritualización fuera de la esfera de los ta ­búes específicos de ciertas celebraciones religiosas. La elabóra- ción 'dé l desarrollo y del ritual social per tenece al sympósion.

ErTtorno al sympósion se desarrolló un complejo mobiliario. El andrón podía estar provisto de muebles fijos, algo para cubrir el suelo, y desagües; la kiíné y las mesitas laterales, con frecuencia, es­taban hechas con m ucho arte y decoradas con incrustaciones; ha­bía cojines de elaborada factura y tam bién ropa para taparse. Una elevada p roporc ión de los tipos de ce rám ica de calidad de los p e ­riodos arcaico y clásico primitivo son, en concreto , tipos destina­dos al sympósion. Por ejemplo, la crá tera para m ezclar agua y vino,

pero daré argumentos en apoyo de una fecha en el siglo vm en un artículo, en preparación, sobre la Copa de Néstor.

9 Para el concepto de espacio sim posíaco véase Bergquist (1989).

Page 255: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

258/O sw yn M urray

la psictera (psyktér) p a ra enfriar la mezcla, los coladores y jarros para d istribuirla y una inm ensa variedad de tazas para la bebida en sí, cada una con sus diferentes nom bres y funciones especializadas. Las im ágenes de estos vasos nos ofrecen un com entario visual ace r­ca de las percepc iones y actividades de la clase social que tom aba parte en el simposio. Escenas heroicas, escenas de guerra y escenas tom adas del repertorio poético son com unes, com o también lo son escenas de la vida ar is tocrática que nos m uestran deportes, caza, h ípica y cortejo hom osexual. Frente a esto, escenas de trabajo o las actividades de las m ujeres de los c iudadanos son raras, com o lo son tam bién las escenas de ritos religiosos. Se da un énfasis particular, po r supuesto, a las represen tac iones divinas, heroicas y c o n tem p o ­ráneas de la actividad simposíaca: la im ag in e r ía refleja casi toda la gama dé áctividades asociadas con el simposio, desde la más d eco ­rosa hasta escenas de abierta sexualidad y excesos propios de b o ­rrachos. Este com en ta r io m etasim posíaco sobre el simposio refleja a través de la im aginería la au toabsorción que se encuen tra Lam- b ién en la poesía simposíaca; la iconografía que desarrolló es, c ier­tam ente, com pleja y sofisticada10.

La'poesía, can tada con aco m p añ am ien to musical,.fue Un ele­m ento clave en el simposio. Se desarro llaron dos tipos principales que co r resp o n d en más o m enos a los dos tipos de aco m p añ am ien ­to musical. La flauta doble (aulós),-{\xt el "instrumento propio del cam po de batalla y tam bién de La poesía elegiaca en particular; e n ­tre los ins trum en tos de cuerda, 1 ákiihára hom érica cedió su lugar al bárbiíos, de sonido más profundo: según la tradición este instru­m en to fue inventado po r T erpandro y es el favorito para el canto de la poesía lírica; además, es la divisa de todo poeta s im posíaco p ro ­fesional com o, p o r ejemplo, A n a c re o n te . la s formas poéticás refle­jaban la com petic ión espon tánea y la Creación que se esperaba de poetas aficionados: el dístico elegiaco es especia lm ente apropiado para la ronda, es decir, un tem a que es recogido y desarrollado p o r cada par tic ipan te sucesivamente; el skólion es un desarrollo más cuidado. Los poem as líricos breves con repetición de versos, can ta ­dos s iguiendo una m elodía sfencilla, sugieren una m an era similar de ac tuación . Los poetas líricos más antiguos, com o Arquíloco, Al- ceo y Safo, com pus ie ron y can ta ron sus propios poem as en un pri­m e r m om en to ; y la elegía parece que, po r lo genera), pe rm anec ió den tro de la esfera de los aficionados. Por tales razones, la em oción personal, la experiencia personal discutida in propria persona y la exhortación d irec ta al público son com unes: el poeta, a m enudo, em plea la p r im era o segunda persona. En el siglo vi se desarrolló

10 Lissanague (1987).

Page 256: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

El h o m b re y las formas de sociabilidad/259

una clase de poetas profesionales, Mimnei mo y Anacreonlc entre otros, que sum inistraron un nivel de dicción poética más sofistica­do y sutil sirviéndose de la misma técnica, pero dotando al poema personal de referencias gené ricas11.

Lrós temas de esta poesía reflejan los intereses del grupo social y de su estilo de vida aristocrático. De acuerdo con el testimonio vi­sual de la cerám ica, los com ensales se interesan por las hazañas he-

t roicas, lá guerra y el a m o r homosexual. Son com unes los himnos a dioses concretos apropiados para el simposio, lo mismo en serio que paródicos, pero, con todo, no hay apenas referencias al ritual religioso existente; la familia y las mujeres libres de la ciudad están ausentes; la expresión del deseo sexual es franca y está dirigida ha­cia las esclavas y el personal encargado de en tre tener a los asisten­tes. La polém ica política y las instigaciones a la acción política se extienden desde la defensa de la nave del estado hasta las invilacio- nes a la guerra civil.

Temas Cómo éstos se basan en la creación de un grupo ético, un m u ndo en el que los participantes se encuentran unidos por la leal­tad (pístis) y los valores com unes. La actividad es consciente de sí m ism a y aparece un vocabulario de com pañerism o en el beber, simbolizado p o r la misfna palabra sym-pósion. Este lenguaje en ­cuen tra su más rica expresión en la poesía de Alceo, compuesta para su ejecución en las reuniones de grupos de com pañeros (he- tatroi), en tre la aristocracia de Mitilene, en torno al 600 a.C. El am ­biente es aún «homérico» en m uchos aspectos, la gran casa res­p landece con las a rm aduras de bronce; pero un nuevo estilo de éuphrosyné se deja ver en el énfasis que se pone en el «vino, las m u ­jeres y la canción»j(unidos aquí po r vez primera). LavfíiñciÓn d e l r grupo no es ya la de una guerra externa en un en torno estable, sino la de una unidad para la acción, den tro de la póiis. e n defensa de los

’privilégiósTde clase: lá guerra en perspectiva es una guerra civil, la invitación va dirigida a la unidad in terna de un grupo que actúa con tra el tirano. Alceo no intenta persuadir a un público más am ­plio, su llamada se dirige a los que ya están dentro del grupo, a los que co m p a r te n su s valores y sus fines. Una actividad así es ca rac te­rística de la historia primitiva de la polis y demuestra, dentro de la esfera aristocrática, la com pleta fusión del trato social con las for­mas de acción política; el liderazgo de la com unidad pertenece por derecho propio a Alceo y a sus aristocráticos com pañeros, pero les ha sido arrebatado: debe ser recobrado p o r medio de la guerra civil e, incluso, con la ayuda del d inero de los bárbaros. Una fusión tan íntima de com ensalía y política se cifra en la concepción aristocrá­

11 Reitzcnstein (1893); Gentili (1984).

Page 257: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

260 /0sw yn Murray

tica del simposio como una organización exclusiva dedicada a m an tener el dominio de una clase social sobre el m undo más am ­plio de la polis '1.-

A lo largo de los siglos v j i y vi, este m undo aristocrático se vio amenazado, al quedar m arginado por nuevos desarrollos políticos, económicos y militares. La comensalia arcaica respondió a la deca­dencia de la aristocracia y a la creciente im portancia de la polis de dos maneras, haciendo hincapié en los dos aspeétos opuestos de la comensalia griega.

La'’comensalia militar de tipo hom érico pudo com binarse con las instituciones com unales masculinas como las que se en c u en ­tran en la sociedad tradicional de Creta, donde la continuidad y adaptación resultan especialmente claras. Aqui la com unidad m as­culina se organizó en grupos, con uña «cabaña, de hombres» (an- dreión) para la comida en común: el alimento era proporcionado po r la ciudad, tom ándolo ésta de la tierra com ún, así com o m e­diante contribuciones individuales. La continuidad de tales cos­tum bres se ve ilustrada por el hecho de que .eI]yiejahabiTó^e'estar> ,séntífdos en vez de recostados“sé"man jü vopsu im portancia para la definición de la com unidad viene dada po r la cuidadosa separación que se hace de los visitantes en una «mesa de forasteros» especial, dedicada a Zeus Xenios. Tras la comida, se discutían asuntos públi­cos, «se narraban hazañas de guerra y se alababa a los valientes para que íuesen un ejemplo de valor para los jóvenes». La pederas­tía fue ritualizada como un rito de iniciación y el am ante le regala­ba al am ado tres regalos propios de la edad viril: un manto, un buey y una copa para beber, lodo lo cual era un símbolo de su admisión dentro de la com unidad ad u l ta13.

Probablemente, la función social más antigua de la poesía ele­giaca fue la de reforzar los valores del guerrero m ediante la exhor­tación, en vez de hacerlo a través del procedim iento indirecto de,la descripción, em pleado en la poesía heroica; ya este cam bio de­muestra una tensión y un intento de reforzar los valores trad ic iona­les y la conducta que es característica de una sociedad en transi­ción: «¿Hasta cuando perm aneceréis sin obrar? ¿Cuándo, oh jóve­nes, llegaréis a ten er un corazón valeroso? ¿No tenéis vergüenza de vuestros vecinos por esa falta de ánimo?»*, dice Calino de Efeso, La elegía de guerra recrea la imagen heroica para un grupo militar más amplio, ahora al servicio de la polis.

El mejor ejemplo de esta «instilucionalización» del banque te es

12 Rösler (1980).'3 Ateneo 4, 143; 11, 782; Jeanmaire (1939), cap. 6.* La traducción es de I7. Rodríguez Adrados (Madrid, 1956).

Page 258: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

El ho m b re y las fo rm as de so c ia b i l ¡d a d /2 6 1

el que se creó en Esparta en el periodo arcaico, aproxim adam ente en la misma época en que se adoptaron las nuevas tácticas hoplitas de una formación militar en masa. La comensalía espartana puede habe r derivado de prácticas dorias, como las que encontram os en Creta; pero fueron radicalm ente transformadas en las instituciones sociales y militares de Licurgo. Tras pasar por el riguroso sistema de clases según su edad llamado agógé, el joven ciudadano adulto era elegido para formar parte de un syssítion, un grupo de guerre ­ros que se ocupaba básicam ente de la práctica del diario banquete en com ún en el phidítion; a cada m iem bro se le pedía que aportara una cantidad determ inada de alimento y vino procedente de sus tierras; en caso de no poder hacerlo, esto suponía la pérdida de su condición de m iem bro y, p o r lo tanto, la pérdida de todos sus d e re ­chos de ciudadano. La re lación en tre comensalía y organización militar es descrita por Heródoto: Licurgo creó las leyes de Esparta, «posteriormente [...] instituyó los reglamentos militares (las eno- motías, trié cadas y syssitias) y, además, los éforos y los gé ron tes» (Heródoto, 1, 65). Con estas agrupaciones, que tenían com o base las quincenas y las treintenas de hombres, luchó el ejército esparta­no a lo largo de la época arcaica y clásica.

Estos núm eros reflejan la organización arcaica del espacio s im ­posíaco, basado en siete o quince lechos: el testimonio literario ex­plícito más primitivo del simposio, el que encontram os en Alemán, se refiere al contexto espartano y atestigua la disposión de aquél, que contaba con siete lechos. La com ida espartana sigue la división griega clásica en dos partes, llamadas aquí aíklon y epatklan. Am­bas incluyen contribuciones obligatorias y son, por lo tanto, ele­m entos origínales en el ritual. En el sistema de valores espartano, sin embargo, el aiklon era portador de una serie de referencias s im ­bólicas a su continuidad en relación con formas más primitivas, y tam bién de pre tensiones a la igualdad y a una austeridad inaltera­ble: los com ponen tes de la com ida estaban fijados y consistían en pasteles de cebada, cerdo cocido y el famoso caldo negro esparta­no. Frente a esto, el epaiklon presen taba una serie de diferencias en lo que toca a riqueza, posición y habilidad, m ediante una gama de contribuciones posibles; por tanto, acabó produciendo una forma de simposio más elaborada que la normal, que hacía uso de una se­rie de alimentos adicionales, en especial carne no p roceden te de los sacrificios sino de la caza. A pesar de los intentos atenienses del siglo iv po r sugerir una abstinencia espartana o, al menos, una m o­deración en la bebida, está claro que el vino desem peñó un papel im portan te en el r i tu a l14.

14 Ateneo 4, 138-142; Bielschowsky (1869); Nilsson (1912).

Page 259: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

262/Oswyn Murniy

¿sleJ iTodeloTclgi c nmeTTsalí alé stal egt r e c ham e nte^asot i ado~a ■la' ciorTdrla~p^7?5. hoplita~com o-una«coiraciía~deguerrcro§» (Max

Weber); se diferencia del m odelo hom érico en que hace universal una prerrogativa aristocrática; del modelo dorio, en que aísla y fa­vorece la función militar. No es sorprendente , po r tanto, que el poeta espartano Tirteo fuese a la vez uno de los más fieles im itado­res de H om ero y el perfecc ionador de un nuevo género de elegía m il i ta r15.

/E)~clcsarrollg opuesto d é la com ensalia grfega^poné"élTénfasis~$p'- bffe.su aspec to^n terño 'de encarnación-del priñcipío~3el-placfflt^Poi? táfrtoXpó^ría sei^r^como_velxtculo para que-iiná aristocrat:ia:rnai> ginSda^seTr.eti raseiaiunCmuh do^éietíplit:o sy n é 1 e s p e c i a 1 íy1 privad Los símbolos de una clase privilegiada y acom odada in crem en ta ­ron su im portancia en el periodo arcaico; cuando la guerra y el control político dejaron de ser un derecho propio de los m iem bros de esa clase, el deporte y el simposio fueron elaborados de forma que sustituyesen a aquéllos. Esto se ve muy bien, sobre todo, en el m u ndo colonial del oeste griego, donde una nueva aris tocracia de colonos primitivos se esforzó po r definirse a sí mismos en el trans­curso del siglo v i i : las costum bres simposíacas tuvieron allí una im ­portancia especial y fueron sucesivamente aceptadas por las na­cientes noblezas italiana y etrusca com o los símbolos necesarios de la vida a r is to c rá t ica16.

El p lacer provenía en especial de la elaboración de los rituales, el desarrollo del lujo y del confort, la sofisticación crecien te en los entre ten im ientos , poéticos y de otro tipo, y la liberación de la se­xualidad de sus restr icciones sociales. Por otro lado, el consum o de alimentos y vino no parece habe r sido alterado: frente al m undo del Imperio persa, las formas griegas de comensalía p e rm an ec ie ­ron simples, la tryphé se expresó po r medio de la elegancia y el refi­nam iento y no m ediante el exotismo de los m anjares o un consum o excesivo de éstos. El ritual s im posíaco y la poesía han sido ya d iscu­tidos de una m anera general; nos queda aho ra la cuestión de los e n ­tre ten im ientos que nada tenían que ver con la poesía.

«LaiParfesTd i ri g i das a-e n tr-ete n erTq ue:s e d e s a r ro Maro n^e-n-7e l-cora.: teHo^sImpósíáco-érañiaiimenudo bastante simples,e incluían an i­m adores profesionales com o m ujeres flautistas, bailarinas, ac ró b a­tas, artistas de m im o y com ediantes; en la época clásica había em ­presarios con equipos de anim adores, y un adiestram iento en las artes sim posíacas estaba al a lcance de cua lqu ie r esclavo joven y atractivo de un o u otro sexo. LaTigura'dél'15ufón o~álclctoJTc\~conyi-

15 Bowie (1989).16 Ampolo (1970-1971); D’Agostino (1977).

Page 260: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

El h o m b re y Ins furnias tic sot;ialj il idad/263

dáclcT rvoi nv it ad o q u é.’sfT.ga na lo [quexomerc ntfe te nie ñdo^Tlos^sis* tentesr e s~corriente-en-)a-litcratura^siniposiac-a|¿-i Algunos juegos se conocen desde el periodo arcaico; el más famo s o e s el kóíiabos, que consistía en arrojar las últimas gotas de vino de la copa a un blanco; se decía que había sido inventado en Sicilia. El brindis de los com pañeros que participaban fue también un rasgo com ún al que se debe la existencia en m uchas copas de una inscripción con el nom bre de un hom bre y el adjetivo kalós. La p ropo sis, o reto que en trañaba una competición, fue un rasgo que, corriendo el tiempo, mereció la opinión desfavorable de los moralistas, que con trapu­sieron la indulgencia ateniense a propósito de tales estímulos para beber largo y tendido, con su ausencia en Esparta. El elemento competitivo es característico de tales actividades en la época del hom bre agonal.

ETen~el li'ré a~d F l aTéxúal ida fl~d o~n dt*: laXT) ni eñsal f ag r i egaresifl- ta^nSsjEHocantfe. Por supuesto, la homosexualidad fue natural en el m undo m asculino del grupo de guerreros y, a menudo, fue institu­cionalizada como parte de los ritos de iniciación que estaba previs­to que el joven adulto soportase. Hay una elevada dosis de idealiza­ción y de sublimación en el vínculo creado en los rituales de corte­jo entre el joven erastes y el adolescente crómenos, que (como ocu ­rría en los ritos cretenses) podía conseguir- su acceso oficial al m undo adulto de la comensalía mediante este episodio amoroso. Hasta que no alcanzaban la plena condición militar adulta no se les perm itía a los chicos recostarse en el simposio, sino que debían p e rm an ece r sentados jun to a su padre o su amante. La expresión del am o r homosexual dentro del contexto simposíaco resulla así, muy a menud,o, idealizada y tiene que ver más con la búsqueda o la com petición que con la conquista; perm anece dentro del mar co de una «educación sentimental» y está d irectam ente conectada con otras áreas de la vida del joven adulto tales com o el mundo del de­porte. En la terminología de Michel Eoucault, está «problematiza- da», obligada a estar al servicio de las necesidades más amplias de la co m u n id ad 1*.

EliglSme^toTdesexüalidacll Ít5re;d e ri v a d e l a p resen chrejrej sim - poMo^rcaiccj!3é sérvíclores^esclavos y animadores’. El mito de Zeus y Ganímedes expresa la relación tradicional entre los participan­tes, varones todos, y el m uchacho que perm anece junto a la cratera y escancia el vino. Por supuesto, la presencia de dos tipos distintos de a m o r homosexual, en relación con el m uchacho libre y con el esclavo, com plica nuestra percepción del fenómeno; las caracte-

>7 Ribbeck (1883); Feht (1989); Pellizer (1989).18 Foucault ( 1984).

Page 261: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

264/Oswyn Murray

rísíicas de la sexualidad dirigida hacia los esclavos pueden en ten ­derse m ucho mejor, po r lo tanto, cuando ésta toma como objeto a las mujeres.

Lgslmuj e r esll i b l^ s~ d ^ l^ c ásres tu v i fero n ipresen t es~en1 os-sym pósia 'anegos> incluso carecemos de testimonios que p u e ­dan sugerirnos que colaboraban en los banquetes de esponsales y en los fúnebres, dos áreas con las que, tradicionalmente, las m uje­res se relacionan directamente. SiIs~propias-reuniónes~tenian que Y erxon las fiestas rituales; de las que los hombres, norm alm ente, estaban excluidos, p~bie7¡~con ;el~adiestramiento de Ios-coros reli - giosos; en la única ocasión en que podemos vislumbrar una espe­cie de comunidad femenina — se trata de la poesía de Safo— , todo nos resulta altamente problem ático y parece sugerirnos una de­pendencia de las formas masculinas de com ensa lía19. Con todo, A'frocii'fiTylD i o n iso-sonHás d i vi ñidádesrqué 3 ”la vez/sé sú el'éñ invo­car érfl álpóés í a~s i m p o s í áclTd esd e'el-lesíirñ Pn i o má s^rvti güo^l a 11 - m^da~Co^Td^Nestor7,eniel:5Íglo"vnirjbas~ÚTiicas:n7\ujeres-queesj:a- b anrp res^n tesen tales:celeb rae i o nesie ran-jó ve n esresc la vas* a m e­nudo recibían una formación com o animadoras, bailarinas, ac ró ­batas y músicas; lo mismo que los chicos que desem peñaban tam ­bién estas ocupaciones, eran elegidas por su juventud y belleza y parece que, con frecuencia, actuaban casi desnudas;-al igual que Ies ocurría a los jóvenes, las chicas solían acabar en los lechos de los invitados. En el caso de las mujeres (no en el de los m u ch a­chos), a 1 gu n as-d e é stas-pod ían*a d guirirrunaposiciónrespecial:al:ser 1 a^comjjañera constante dezano o más ifTVitadosly,ten:este:casorne- cibíanTelTnómbTeIde:lTetp^^(fe fafrar);;se trata de una referencia irónica a los hetairoi, que no eran otros que los m iembros de pleno derecho del grupo de hom bres que celebraba el simposio. Las he te ­ras, con frecuencia, dom inaban una gran variedad de técnicas para en tre tener y parece que no era ra ro que sus dueños fuesen, a la vez, dos o más h o m b res20.

Estas:prácTticas:socialesisonjlas^guejdarrajla^poesía am orosa griegraTderla~épo,caTafcai'ca:sus xaracterísticas"particulares. De un 1 áno^hayremelladla romárftic^imerTsiBad déljT ^m or.hó ir iosexual que~es(á~^rersdhalizSdoy~dirigido-n o rm a 1 in e n te :h ac ia- u rrm i e m bro~ joveniderlaTiTTisma cla'sersociatr^ste/am p r:se re p re se n ta Tcomo'rrb oojT^tmíácI?), relacionado más con la búsqueda de un puro ideal de belleza que con la satisfacción sexual, capaz de despertar las em o ­ciones más profundas de am o r y de celos.fPorjgtro lado, nos eñeojí-

19 Caíame (1977).20 La mejor exposición de la vida de una hetaira es el discurso de Dcmós-

tenes Contra Nacra, 59; véase también Ateneo, libro 13.

Page 262: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

El h o m b re y las formas de soc iabilidad/265

triüñosrcofTúna poesí OTffrorüs avque:va~dingida~aTmujeresriavenes^ \ en~su coTTcliciótrd^tejgt <5s~s exua lesi poesía que nada tiene que ver j con las pautas sociales vistas, despreocupada, libre de complica- j ciones, fugaz y satisfecha sin mayores problem as,^en-rla-^que^sólo»1 áfeTurClamen to: Iq ue 11 á > ju ve ñtu d-^se ¿pasa ty7nüéslt ra Icón d i c i ó n -de / m o rt al cs slP'hace 7e vid e n te». ¡

De esta m an era (j,e 1 t h u ndoyde l s i m pos i ole relVurf ó r3 en se pa ra d o y ajenoa^lasTegrasde^lacpmunidadrffias^amplia/con^susrpy'opias^y valores^alternativo~s:?LaHiberació_nTritualrdeylas imbibiciones^me­cí iameTel consum o de aIcoHóí_ríecesitábasus p ro p ias reg 1 as“destin&- das~a~mantenerjm~equTÍIHrio'en tre o rden y Besorden.yA m enudo se elegía un sympasiárkhos o basiíeús para con tro la r la me7.cla del vino; la costum bre está regulada estrictamente y los participantes cantan o hablan por turno; a cada cratera mezclada se le asigna un ca rác te r diferente; com o señala el poeta cóm ico Eubulo:

Yo sólo mezclo tres crateras para quienes son moderados; la primera es para la salud, y es la que primero se beben. La segunda es para el ainor v el placer y la tercera para el sueño; cuando se han bebido ésta, quienes pasan por juiciosos se van a su casa. La cuarta cratera ya no es nuestra sino de la hybris, la quinta del alboroto, la sexta de la procesión de los borrachos y la séptima del ojo a la funerala. La octava es la de los tribunales, la novena la de la bilis y la décima la de la locura y la de tirar todo el mobiliario» (Eubulo apud Ateneo 2, 36).

El" poet a arca ic ocsTe iTl égi s l á clófrs iñípos í a coy b u e.na ‘p a i té d é l a p óesí ales r po r. t art 107 m e t a sim po sí a c a , re 1 ac ionad a 'c o n ‘ 1 aTcostuñT- bre~aje g u a d á ó' iñaidécliacla'en e l s i m posi Ó~y, 1 lé~ña de .prese npcW- néS~sobf^eF ech o s_ y débe'resJll¿a mera descripción de un simposio en Alemán es tam bién prescriptiva con respecto al orden del ritual; Jenófanes, igualmente, describe y aboga por un m odelo de ritual simposíaco del cual se excluyen tanto la poesía heroica com o la conversación acerca de la guerra civil, cediendo éstas el turno al elogio del valor. El corpus teognideo contiene m ultitud de pasajes que tienen que ver con la conducta adecuada en el simposio y las relaciones apropiadas entre los participantes; en estos pasajes se da un énfasis especial a los lazos de am o r y. de con fianza ¿L&Tpoesíay n íontiTliCarg riega—po r;l o -tan to -e s -u n-p ro du ctord elJsímpdsid^yLpVe - s é n ta u n a Icompl ejá“s^rie 7 é Irefl ex ióTTes"sóFre ,ias~diversas-fo rma s q q e^^ ó p ta^e l t r a t o sogiáj^érulaTepócá"árcaicáy

Partei m p o rtante de-la transición~desde~las~activida£tgs~iñterñál dg|~simpüsio~á~las q u e t i ene rTl u g arfu era difél ~sórv 1 ál:cm fianza y 1'55 juramentos? Los problem as de en quién hay que confiar y de la ver­dad que se revela al b eb e r son temas im portan tes en la poesía de Teognis; los grupos de heiairoi de Alceo se ju ram en tan para llevar a

Page 263: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

266/Oswyn Murvay

cabo una em presa particular. lia uni3acI~del~.grupo seitiene-p o iv u n ^ i m peratiyo-m orahabsolu tor in c i u so:en; ei'siglo^v r t raí c i onar.La-co rr- rMnza depositadalen u n o eq u iy a le áparriciciio? según lo que Andó- cides nos d ice21, j jna -m anera - de-reíorzarTta]es iazos e s a c u d i r a ú n a gcOviüad^añtisQciál^oincluso delictiva.que recibe él n o m B red e pís- ti s ' e sjd ec i r~1u n'c ó mp rom i so de solí d a nclad? Estas actitudes reflejan las tensiones en tre el grupo y la com unidad más amplia.

LaTcontl ücta'cl esord enacláTd t r o L d e 1 rgrüf5Ó'15s LTea 1 m ente: una7 pr&paractónTpara-la-exhibicidn 1d^Tin'cQTnpOftaj j i i e n ta propio de" bürfgc h ü s , quejya~dirígido contraTla^ronum íjjadTmas am plia en el r'i "t o^delIM m os.y Cuan do el s imposio term inaba, los participantes, adornados con guirnaldas, solían desfilar en procesión p o r las ca­lles, bastante bebidos, bailando en un violento desorden, insultan­do deliberadam ente a cuantos encon traban a su paso y atacando y dañando las p ropiedades de los dem ás en una dem ostrac ión de po ­der social y de desafío a la co m u n id ad 22.

Talgs~~ác t i tud es p u d ie ro n ' 1! eva r^a: u m rjg gi s lacióilTepr es i va~p o r y pSr(gc)e~la pó7t's_ai:caica.,En Mitilene, po r ejemplo, el legislador de­cre tó una multa del doble para los delitos com etidos bajo los efec­tos del alcohol; en Atenas, Solón atacó la conduc ta de los ricos y den tro de la ley de hybris c reó un delito público que englobaba los actos encam inados a desh o n rar a la víctima, lo cual es un reflejo del m undo simposíaco en lo que toca a la atención que éste presta­ba a los derechos de las m ujeres e incluso de los esclavos. Otras c iu­dades regularon la edad para b e b e r2-5.

ElVesiosLntosTafistocráti'cosTde-trato *soc i alTlo sTcli ose s ~ poj,s puestOTt i en en~un papel. La celebración puede ser parte de un de­term inado acontecim iento religioso, pues el deíprwn suele ir pre­cedido por un sacrificio y termina con una libación, hecha con vino no mezclado, en honor del Agathos Daímórt. El sim posio pro­piamente dicho comienza con la distribución de guirnaldas a los invitados, libaciones en honor de Zeus O lím pico, los héroes y Zeus Soter; además, se canta un peán d irigido a los dioses. Duran'te actoT^Dioñi^try A fro^ditasoñlüsTl i oses ~i n yoc a d o se oh jiñ áTfrecu e~n- c ia-gO ^ I^FcH eH orcs^A I final tenía lugar una libación en honor de Zeus Téleios. Sin embargo, pgs e ^ e s t F pre sencia^rituaj 7*to s ~d i o ses1 permanecen~en un^segun do “p lano;-setrata^deum acón te~cimien to

rp ro fa n o fu n d a m e n ta lm e n te , tarrío e n su füiTcion co m o ien su d is g tr^

21 Antlócidcs. 1, 51: 2, 7; véase más adelante n. 36.22 Lissanague (1989).23 Murray (1989).

Page 264: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

El h o m b re y las Formas de sociabilidad/267

/frir*Las fiestas específicamente religiosas deben estudiarse en otr o lugar24.

En efecto, da com ensa lía re l i^iós'a^üinTü'^nCVér^conlafcom un i - cladcom oun-todo? las fiestas se relacionan con los dioses en lanío que pro tectores y garantes de la com unidad y también con la regu­lación del orden de las estaciones de las que aquélla depende.¿La» c o m e nsalIaTeTrla'esfera rellgiosa,r es üná actiyidajd pub 1 icay s u qy- d^ác ipn^cbrresponde^a l ■ orden^ vi gente em la^sociédad* en el que los sacerdotes reciben porciones especiales como prerrogativa del cargo, m ientras que 1 ós m iénTbmlTcieTaxomijnTidad'.sÓrr^onsidel^- d o s t o d osTi g u al es. Sú crec i en te4 nterés r p o n t oT'Tádic a e n 1 lay

¡ p o l f s jC ^ a T i t ^ ^ ^ á ^ b r ñ e n s a l i a religiosa s e~d iferenci a c o n ( o d o c ui

dado~de^mane ^ que cQrrespoñd^al"5ignificado del cültTTen cu es* tioní Dos ejemplos espartanos bastarán para mostrarlo. En la fiesta doria más importante, las Carneias, celebradas en Esparta, se alza­ban nueve «sombrajos» o refugios en los que celebraban un b an ­quete nueve hombres, con tres «hermandades« o fratrías represen­tadas en cada uno de los sombrajos; esta disposición es un reflejo de la organización social originaria en tres tribus y fratrías subordi­nadas; es una renovación simbólica de una forma espartana de co- mensalía an ter io r a p o l i s . que trae a la m em oria la fundación de la comunidad. Además, ciertas fiestas en el antiguo centro pre- espartano de A m idas y en otros lugares incluían lina comida espe­cial para extranjeros llamada k ó p i s ; construían junto al templo de Apolo refugios con lechos hechos de maleza, en los cuales cual­quier forastero podía recostarse; a todos los que llegaban, fuesen espartanos o de fuera, se les servía carne de cabra, pasteles redon­dos y otros alim entos igual de sencillos. Lo exclusivo delTitualCl vi - ,cü~^e!Espatladescan5ajgn~un-contexto religioso especiad. Múltiples variaciones del fenóm eno de la comensalía religiosa más o menos similares podrían ser traídas a colación tomándolas de cada ciu­dad; tanto el traer a la m em oria ritos primitivos reales o imagina­rios com o el p roblem a que plan tea la hospitalidad de los forasteros son temas recurrentes; algunos de estos ritos tienen que ver con un periodo de retiro de la ciudad a un santuario cercano; los que se de­sarrollan dentro de la ciudad pueden dividirse en celebraciones en que la carne sacrifica], debe ser consum ida dentro del recinto del templo y aquellas otras en las que esta ca rne se c o n s u m e en un lu­gar d iferen te25.

Véase Nilsson (1932) para el simposio; para las fiestas religiosas, Ger net (1928); Goldstein (1978).

?.s Ateneo 4, 138-139; Bruit (1989).

Page 265: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

268/Oswyn Murray

lia i sepa rae ion; e n t re _s i m p'osio' a ri stocra t i CoTy ;fiest aipúblicaTno* fue~cqnTpleta. I/osli ranos_aí isfócralic’ós“clélla’epocá“árcái c á , en su propio estilo de vida simposíaco, bTTscat5aTrespecialmente in tensi- fícarrel'elemento'(dé~lujo y .exliil?iciÓn;^la^eziqa^dcsarfd llarIñue- vas^formas^de~Fi^stas publicas q u e t uvie s eri^comoimodeloTslTcorP"

^epciónüde*.un m undo Jieroico^Ásí, Clístenes de Sición creó una mezcla única de simposio y agón aristocrático con juegos y b an ­quetes públicos, en un certam en, cuyo premio era ;la mano de su hija, que terminó, tras d u ra r un año, con el sacrificio de cien bue­yes y un banquete para los pre tendientes y para todos los sicionios (Heródoto, 6 , 126ss.): el banquete de los pretendientes, al menos, adoptó la forma de un abundante simposio. Una irílerrelación de este tipo parece haber sido com ún en época de Píndaro, quien com puso sus odas de victoria para atletas aristocráticos en re la­ción con celebraciones que parecen haber combinado tanto la fies­ta pública com o el banquete privado celebrado con motivo de la victoria26.

. Incluso aquellos que deseaban próc 1 am ar su repudio~^l~mundo? no rrri a 1 ~de j a yó/is-l o h ic i eroTTf ó r m a n d o" gtoipós^ clefiñicl os~también?

^ p g r jci i versos ri toscie-comensalía^Asi. IpipitagÓTicos^a principios del siglo v, desarrollaron una forma de vida basada en la separa­ción de la com unidad mediante una serie de complejas prohibicio­nes en lo tocante a los alimentos, y una vida com ún que com enzaba _ con una regla de silencio, vigente p o r un periodo de cinco años: su insensata concepción de la pureza ritual «puede in terpretarse como un movimiento de protesta contra la polis establecida. Sus tabúes dietéticos ponen en en tredicho la forma más elemental de comunidad, la co m u n idad de la mesa; r^ l ia z a ñ eltritüal que está en el cent r o^de'! a t c ! i gi ó n tr a di c i o n a Q a*c o mícjiTs ac rific ial 5T27 .S in embargo, suscrito?, especialmente sus casas de reu n ió n ,^gon , en esencia, inversiones ' cleT 1 as^orm^sTBe comensalía^aceptadas? Du­rante algún tiempo, los pitagóricos controlaron Crotona; pero, al final, sus conciudadanos se vengaron prendiendo fuego a sus casas de reunión y asesinando a los m iembros de la secta.

La experiencia religiosa concentrada en la polis es tam bién com partida po r los griegos en general y transferida a los grandes festivales en los que, en la época arcaica, partic ipaban diversas c iu­dades, encontrándose ellos mismos en conexión bien con juegos (Olímpicos, Istmicos, Ñemeos) o bien con oráculos (Delfos); p u ­dieron éstos tender a unir pre tendidos grupos naturales com o los jonios (el Partionion en Priene, o Délos). Pero to^o's^m'Ccj i añ t i f i e s y

26 Van Groningen (1960).27 Burke it (1985), p. 385.

Page 266: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

El h o m b re y las form as de soc iabilidad/269

tás~; yjsa c rific ios^m an i fe s laronjurrát!1end erfc i c ótiverg e r j é n¡;~ j acreaciótrfle un señ t ic io ~ c l£ ^ g lT e len id To~íTetlem fc orTJIcorno ja jp 0;> scsiónrdg « un a LsaTTgre com ú n ru na~i engua-eom únrcen tros comjT- nes'pagrlosclioses V'sácrificios v'costum bres-com unes^ H e ró d o to , 8,"Í44). " " ...... .

f E l h o m b r e p o l i t i c ó n

Lá^for m as~cle~tTaro~soc i al ~qué~distinguenal p eri odo~c 1 as ico son desarrollos y ¿Td a pt a c io ne s d e jorm asan t e ri o res; fundamentalmen­te eJs~gl contexto sogialT ),.quecamFiay^taW\?ien~la~fel5ción entre él’ trato soc iálTla~po /1 st Para erhombrc clasico, en palabras de Aristó­teles, «t o d as ias"fo rm ¿s^d e V soc iacióñTf^oi ñ ó m a j , . pa re c énTforma r parte~deiaaso ciación;po 1 ítica » X E t ic a a N i c ó m a c o , 8, 1160a 7). Sin embargo, incluso esta politización de las formas sociales no es en­teramente nueva; y la diferencia estriba más en la complejidad de las interrelaciones entre tipos diferentes de asociación que en la subordinación de un tipo a cualquier otro.

El ~ca mb iode~énfa sis e o loe a~e rrp r i me ra j í n e a a s p e cto sde^l a-a g ú -

vidadTonTun que^s o n m en o sy is i 151 es erTel~periodoareaico au n q u e , sin em bargo, son importantes. Los orígenes del trato social político se han colocado a m enudo en la concepción de un «hogar común». El culto de Hestia y la existencia de un «hogar común» para la p o l i s son fenómenos extendidos por toda Grecia (si es que no son univer­sales) 28 /E D ^ g a r_ d ^ la^mHáá7s^vi^ncülalTlaTexis tenc ia~deAíTrfuego e te rn e ,*y75mbos_jofre cem u n añ m ag en ^s im b ó licad e A ¿re ó m un idádr p o l í t i ^ c o m o ^ j i giaipó^e^fálTnlia; tal com o la novia tom a fuego I líel hogar paterno para llevarlo a su nueva unidad familiar, así los colonizadores tom aban fuego de la ciudad madre para su nueva fu n d ac i ó n . Este jsj m b o l lsm o p u e de se r^muyjj'ie n ilñ oIde"los~signos mas a n j jg u o s jc una nácje7T leíoriTáTie!con c íe n c iá c o m o~pól/s:Jtan- to el fuego com o el hogar se custodian en un santuario o edificio público y se encuen tran bajo el control directo de los magistrados de la primitiva ciudad aristocrática, en contraste con otras formas de culto de la c iudad que son administradas po r colegios sacerdo­tales que pertenecen a grupos hereditariosfErTAtenas y, a menudo, en otros lugares, e'l ~ h o g a r " c o m ú n stuvcT 15ca 1 izado;en~ehp r i ta - nlFo" e 1 ci i fi c i cTofi c i ál e llpri ñ c ip a 1, nía gis] racj oT^ly^arconteyg pó-f/ nirño$.

Ui^fCTn cióTrdel'pritáne o reí ac ioñaela^eoñT1 a~antenoT^fue^la’de ser el-lugar principalTde'comensaíla púb lica^o s otros arcon tes te-

G emet (1952); Malkin (1987), cap. II.

Page 267: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

270 /0sw yn Murray

nían también lugares del mismo estilo para comer, pero eran de m enor importancia. Aquí los arcontes, en su calidad de gobernado­res de la ciudad, agasajaban a los invilados de ésta; esta práctica p re tende derivarse in in te rrum pidam ente desde el más antiguo es­tilo heroico de comensalía , que se vio afectado cuando la labor de agrupación llevada a cabo po r Teseo tuvo com o consecuencia la abolición de los pritaneos locales y el establecimiento de uno cen ­tral en Atenas. LSriffftUírcioff^'es'^aristocrática^ el ritual no implica comida com ún o representa tiva alguna sino una com ida honorífica de una élite. GornérTerTel'pritaneo-es; reaimeñte?el m ása lto rhoñor q ueT 1 STc i VTcl ádH cm o^ á t l c á p ü e d ¿Otorga r y e s u n-h oñó f, a Iq u e n in • gún^mi^ m b ro o rd in a rio del dem os p u ede-aspirar-,^Esta es la fuerza que late tras la petición irónica e insultante de Sócrates, basada en su convicción de que, en vez de un castigo, se le debía o frecer co ­m er gratis de po r vida en el pritaneo {Apología, 36) 2t}.

De hecho, el derecho a co m er p e rm anen tem en te en este lugar está en m anos de una élite de corte aristocrático, definida po r ley; una ley ateniense de mediados del siglo v, conservada fragm enta­riam ente , lista com o gente con este derecho a los que llevan el títu­lo de sacerdotes de los misterios eleusinos, a los dos descendientes más próxim os de los t iranicidas Harm odio y Aristogitón, a los «ele­gidos por Apolo», a los que han ganado una de las pruebas más im ­portan tes de los cuatro grandes juegos internacionales y (probable­m ente) a los generales (IG , I 3, 131); los arcontes habrán estado también en esa lista. Aparte de esto, una invitación a co m er en el pritaneo fue una especie de .tema ofrecida a los em bajadores ex­tranjeros, a las embajadas que re tornaban a Atenas y a aquéllos a quienes la ciudad deseaba h o n ra r de form a especial. Estos privile­gios se am pliaron y usaron con mayor frecuencia en el siglo iv, y en tra ron a fo rm ar parte de los honores norm ales votados po r la asam blea para los benefac tores de la ciudad; p o r ejemplo, aquéllos a los que se les conced ía la c iudadanía eran invitados a co m er al p ritaneo y, a fines del siglo ív, se podía o torgar a alguien un d e re ­cho de sífésis p e rm an en te e, incluso, en ocasiones, hereditario.

Las leyes religiosas de la Atenas de época clásica contienen tam ­bién un n ú m ero de referencias a otras personas con derecho de sí- tesis en el pri taneo o en otro lugar; se les llama con el nom bre téc­nico de parásitos (parásitoi) y, a m enudo, parecen ser ayudantes oficiales de los arcontes, de los sacerdotes o de un culto religioso particular; los parásitos del a rcon te basileo se elegían de en tre los dem os oficiales del Atica; eran responsables de la adm inistración de los diezmos de cebada y tenían un edificio propio. El uso dcspec-

29 Miller (1978); Henry (1983).

Page 268: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

Ul h o m b re y las formas de sociabilidad/27 I

tivo del térm ino «parásitos» deriva de este uso oficial y es una res­puesta popular a la tradicional práct ica aristocrática de que los que ocupaban cargos públicos comiesen también a expensas del erario público30. El ca rác te r aristocrático de tal forma de comensalía está bien subrayado en una cita poética:

Cuando la ciudad h o n r a a Heracles con b n l l a n l e z y c e l e b r a sacrificios en todos los demos, nunca convoca para estos sacrificios, echándolos a suene, a los parásitos del dios ni tampoco elige gente al azar, sino que selec­ciona con cuidado, de entre los ciudadanos nacidos a su vez de padres ciu­dadanos, a doce hombres que posean propiedades y hayan llevado una vida intachable (Diodoro de Sínope apuá Ateneo, 6. 239d).

Liarpráctica~de~corncr,en el-pritaneo es una institución p rimiliya dej^estadoTaristoeráticofleonservada y desarrollada en el periodo clásico com o parte de un sistema de honores. Pero~nüTregr l i l^ u n a fo ríña^d e~ com ensal i a t ünjpá rüd á~j5o r71 a c om u ni dad po 1 i ti^ c j j irip un^tütlo 'ya fuese directa o sim bólicam ente por medio de la selec­ción de los representantes del pueblo. El único ejemplo en contra de esto que conocem os, la com ida en el pritaneo llevada a cabo por el pueblo de Náucratis en ciertas fiestas (Ateneo, 4, 149ss ), se re­fiere a una polis excepcional, creada a partir de comunidades que ya existían separadam ente . E s t t t ipTrdé xomensalíc^pjyrj. 1 o^tantQp represe n t aTOTiaJáclapt áci ó efrl as Ce os turríbr e s fa rí s t qcTati cas 1TS1J i m n ^ oxl e JjTp oí i s? Encuentra adem ás su expresión arquitectónica en los hestiatória oficiales y públicos, hileras de habitaciones para comidas simposíacas que se hallan en centros ciudadanos y en santuarios de im portancia com o Braurón, desde mediados del si­glo vi en adelante: estaban reservados seguram ente para las com i­das oficiales de una élite de magistrados, invitados importantes y sacerdo tes3'.

El^stltlO^ateniénse poseía ótró^cenTró-dé córñidásj5úlJli'cas“qúe era!iverdaderamenteTdetñócraticoTEn su calidad de institución de un consejo anual elegido por sorteo para prepara r los asuntos de la asamblea, había cincuenta prítanes que se encontraban a la vez de servicio y, por;lo tanto, se les asignaba una cocina y un com edor en la Tolos. Este Edificio circular tiene una configuración inadecuada para un banquete en el que los participantes se reclinen y no puede haber albergado el núm ero de lechos que se debía haber requeri­do; su arqu itectu ra nos recuerda las sfcíás o refugios para uso popu­lar fuera de los m uros de los santuarios y sugiere un tipo de distin­

go Véase la emdita discusión acerca del parásitos en Ateneo 6, 234ss.31 Bórkcr (1983).

Page 269: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

272/Oswyn Murray

ción entre comensalía sentada y recostada. A los m iem bros del consejo se les proveía de carne sacrificial, pero también de unas dietas en metálico. Es característico que no poseamos ninguna in­formación detallada sobre esta forma de comensalía practica no honorífica32.

E gestad '^em ocrá 't i co até ri i ense nunca desarro lló ritos un i ver- sales 'dg’TOmensálía tal com o los de Esparta. Sin embargo, «los le­gisladores [...] d ictaron reglas para las comidas de las tribus y de­mos y tíasos y fratrías y orgeónes» (Ateneo, 5, 186a): los detalles para la regulación de las fiestas estatales m uestran con qué am pli­tud legisló el pueblo ateniense hasta crear una compleja red de cos­tum bres de comensalía que expresaba el sentir de una com unidad política unida por un ritual religioso. Se pueden distinguir cinco grandes etapas en este proceso, aunque es casi imposible determ i­nar cuándo se introdujeron determ inadas prácticas. La leyes de So­lón, a principios del siglo vi, establecían reglas para el pritaneo y tal vez el consejo, lo mismo que para los banquetes privados aristocrá­ticos y los religiosos; se reconocía ya una amplia gama de asocia­ciones:

Si un demo o phráiores u orgeónes o gennétai o grupo de bebedores o asociaciones funerarias o cofradías religiosas o piratas o com erciantes esta­b l e c e n una reglamentación entre sus miembros, ésta será de obligado cum ­plimiento a m e n o s que entre en conflicto c o n las leyes públicas (citado en Digesto, 47, 22, 4).

Las actividades de los tiranos al organizar algunos de los g ran­des cultos atenienses, los misterios de Eleusis, las Panateneas y las Dionisias habrán tenido algún efecto sobre el sacrificio com un ita ­rio y el banquete. Más im portante fue la organización por Clístenes (508-507 a.C.) de una red de instituciones oficiales locales, demos y fratrías, que regulaban el acceso al cuerpo ciudadano poniéndolo bajo la supej-visión general de la ciudad; todas ellas tuvieron (o ad ­quirieron pronto) ritos de comensalía. A finales del siglo v, las leyes religiosas de Atenas fueron codificadas po r vez p rim era po r Nicó- maco; a este periodo deben p e r tenece r la mayor parte de las citas que conservamos de leyes referidas a asociaciones religiosas33. Fi­nalmente, la restauración de las costum bres religiosas trad ic iona­les asociada con el político dem ócrata conservador Licurgo (338- 322 a.C.) trajo consigo una reorganización financiera y religiosa y

32 Schmitt Pantel (1980); Cooper y M onis (1989).33 Vcasc el discurso de Lisias Conlra Nicótnaco, 30.

Page 270: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

El ho m b re y las fo rm as de soc iabilidad/273

la ampliación de los rituales más importantes del ban q u e te34. Como resultado de este largo proceso, la fusión en tre las institucio­nes ciudadanas y el trato social que se expresa en los banquetes re ­ligiosos es casi com pleta y todos los grupos sociales, privados y p ú ­blicos, como los m encionados en la ley de Solón, incluso dirigen sus asuntos siguiendo el m odelo de la asamblea de Atenas, con ofi­ciales, propuestas y decretos sobre organización interna o en ho­no r de «benefactores» y procedim ientos oficiales de contabilidad, a m enudo inscritos en piedra; todo funciona com o si estos grupos fueran ciudades en m iniatura dentro de la ciudad.

Las grandes fiestas com unes de Atenas ilustran la complejidad de estas relaciones. U naide 1 asHIt ürgi as"importan t es fes déciivcic*ias> oJ?ligac iones p er-i ód i cas-q ue ten ían1 los ri c os :de-Aten as,' fue la .1 i tu r7 giáTcle ^ f ^ t í a s isf o~s éaHla.provisioñTde un banqueT epara!los mieitr- bfos~de suJribTi dü rañté 'loTfés ti va 1 es d e las Dionisias.y lasPáriate- néas? Parece que el sacrificio de la ciudad proveía de carne para una gran distribución ya que, por ejemplo, en las Dionisias del año 334-333 a.C., llegaron a sacrificarse un total de 240 vacas. La distri­bución se organizó por dem os en el Cerámico, tal vez junto al Poni- peion, a las puertas de la ciudad, donde las grandes procesiones te­nían su lugar de salida: en este sitio se han descubierto tanto habita­ciones para comidas oficiales com o huellas de banquetes popula­res55. La liturgia, que consistía en ofrecer comidas a la tribu, fue probab lem ente parte de esta celebración y, m ientras la ciudad aportaba la carne, el rico de turno se ocupaba de organizar el resto de la ceremonia. Igualmente, en el festival de mujeres de las Tes- moforias, se elegían com o presidentas dos viudas de hom bres ri­cos, las cuales tenían que p roporcionar el a lim ento para las fiestas organizadas en los demos. De esta m anera, el:puebltrexigía aios"ri- cos? co m o p a rte~de“s üíT3 eb e re s cí v i cosfque 'p ropo rci oñafanre o mi - dasTi tú al e s a 1 ~séct o r7d é~l a c i uH a el a ni a al que áp ué 11 os ~pe rtenec i a m

D éllm ism oestil o é ra e lc le b e r^qli é l emaXm :h om b n o v e o . d e a ga~ s jT j^^ lo sIIn iem b T o sd esu d V m o cü añ d o ce l eb fabáuiT bañquete ld t > esp'ó'ñsal'esy Pero, faT^añTenlalmentéTlós^ntos~dé~paso del~ciudg£la- no^aféñi e ns es_eT centraronen"lafratnayelentro de una serie de b an ­quetes re lacionados con la vieja fiesta jon ia de las Apaturias. Había funcionarios públicos que vigilaban el banquete y tenían la obliga­ción de p ro p o rc io n ar parte del alim ento; pero la carne debe haber venido de los sacrificios ofrecidos po r los padres en nom bre de sus

3“» Sobre las reformas de Licurgo véase Schwenk (1985); Humphreys (1985).

3S Sobre el Pompeiott com o «Fesiplatz», véase Hocpfner (1976), pp. 16-23.

Page 271: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

274/Osw yn M urray

h ijos. T re s e ere mori i as s a c ri fi c i ales Gii las;Àpaturìas'marcardas:eta*~ ,pa s~dg| a^tràìi si ci oñ 3 e ljovejra teñ ie ns e àl“éstà3o àd'ulto^compì è't b :<5l~mé¡bn, cuando tiene lugar su p r im era introducción en el grupo; c\^lwúréibn, en la pubertad, /yj ssgfiTn è i mi ■ en el matrimonio; cada una de estas ocasiones se caracteriza po r una fiesta ofrecida a los com pañeros m iem bros de la fratría y es este acontecim iento públi­co el que sirve com o prueba de la legitimidad del acto, Puede verse aquí cóm o ritos y a c tos qü c 'ó rigina riamen t e ,-p eríeñ e cérT ál grupo t ami li aT^s^ h an^t ran sform a d fT^pjorJl a^a cc i oñTd elláTciud ad^e n-ru na, p^ráütica úlTivgrsal y a Kora~sirv en "C0 m o |c n le r i^osele/1 eg i ti mációñ^v" c iudadanía?

Tgrdas^estas"manipulaci0nes de ;ia 'co m ensalía-dentro de.la Ate- ijas'demoGrática soiMeslimonio-rde-uiirlargo p ro ceso-deHpolitiza-^, c,jón-de'las~cQstumbjil^^I^saHas en-~el alimento incluidas en eí trato so c i a 1 üg TuvcTl u ga r. den tro 'de Yapó! is va~d ¿sarro 11 adár, pueden ser consideradas, en parte, com o la continuación de costum bres más antiguas y, en parte también, com o la diseminación ciudadana de costum bres antes confinadas a clases determ inadas o a unas deter­m inadas ocasiones.

Por supuesto .^acom ensalía p r i vad a s ú t5sislio ceTntTadaen la ins- t i iuevón /yTriJo's" dél'simpósió', amss té"continuó - si e n d o lo r i s i d è rad ó c o m ^ p in n t rd eTTn c stil o j j «Tvída a ri s to c rá t i c o fAri s t ó fa n e s hace un re trato de su héroe popu lachero Filocleón en Las avispas en el que lo pinta com o alguien que desconoce la m anera correc ta de co m ­portarse en el simposio, al que hay que enseñarle cóm o recostarse y m an ten e r una conversación educada; retrata finalmente su parti­cipación exageradam ente entusiasta en la reunión y cóm o se llevó a la flautista y hubo de regresar a casa perseguido po r airados c iu­dadanos cuya propiedad había dañado durante su kóm os de borra­cho (Las avispas, 1131-1264, 1292-1449).

Eétosgm pQ sansre^áticoscóm biñabañTcosti-Lm b r e s s i m posta­r a s ~c o n ~ac t i vi el ad es~pol í ti c á s enle 1 s e n o d e a s o c ia c io n e s p o l íd c a s o n ete iía s (héjairéiai)'foiganizadas para «intervenir en los procesos y en las elecciones de magistrados» (Tucídides, 8, 54); un político de­m ocrá tico com o Feríeles o c o m o Cleón, cuyo p oder descansaba en la asamblea, aparece re tra tado com o alguien que evitaba los syrnpósia, ya que éstos tenían connotac iones políticas aris tocráti­cas. Platón describe a los verdaderos filósofos com o aquellos que

desde su juventud no conocen el cam ino de la plaza ni dónde se encuentra el tribunal ni Ja asamblea del pueblo ni ningún otro edificio público de la ciudad en el que se.celebren reuniones. En lo que se refiere a las leyes y de­cretos, sean éstos leídos o escritos, ni los ven ni los oyen, y los esfuerzos que

Page 272: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

El h o m b re v las formas de soctabilídaü/275

llevan a cabo las heiaireíai para conseguir magistraturas, sus reuniones, banquetes y kójnoi c¡on acompañamiento de flautistas no se ponen a tiro de aquéllos ni siquiera en sueños {Teefelo, 173d).

A fina]Es~dgl~siglp-y;taj-es-heterías 11 egaron:á'Jserja base _pa ra 'unaJ revo)ü ci o rT oligárq nica* aiTjóíg^izárJáses i natos 1 c a 11 e jéTpsrd íí ; su dp tm entes~y~proporc ion a r io s cuad r os~di recti v os para ifir gojpe<¿g estad o e n e la ñ o 41i a.6 . El desarrollo de la actividad política elitis­ta dentro de la ley hasta llegar a la síásis se vio ayudado por el papel que desem peñó la pístis o com prom iso de solidaridad (véase sti- pra). EFTel añ o jO 1 IXC.7 los asesinatos deS p o n en tes poli tic osfue- i;ffrrdcscritos com o una-íorma de-pi'5/)5, y^va en el 4 1 5 a.C. la siste­mática m utilación de los H erm es itiiálicos, situados a las puertas de los hogares atenienses, se consideró como la obra de heterías que p laneaban la revolución; las investigaciones subsiguientes re­velaron la existencia de varios g iupos aristocráticos que cometían deliberado sacrilegio al represen ta r los misterios eleusinos en los simposios. f>la~dá~ticne, dFTaro~que la restaurada demperaüi a del si gló'iv"pTohlbíese fo rm a lm en te la s heterías jccfnstituidas~para~der tjo- car"ia 'dem ocracía (Demóstenes, 46, 26); los ju ram entos de los c iu­dadanos de otras ciudades contienen una promesa explícita: «No tom aré paite en una conspiración (synómosta). En Atenas, sin em ­bargo, ésta fue una cláusula excepcional: norm alm ente, los ata­ques bajo los efectos de la b o rrache ra y los sacrilegios m enores (como otinarse en cualquier lugar sagrado a la vera del cam ino o robar y com erse la porción de carne del sacrificio asignada a los dioses) fueron los límites del sacrilegio; algunos grupos se dedica­ron tam bién a parodiar los tíasos homéricos, dándose a sí mismos nom bres obscenos y ce lebrando sus reuniones en días de mal agüe­r o 36.

Es‘tár^rtividad-artormalres^in:reflejo:derlaactividadinormat*tlc 1 og~tiasos-yorgeónesj asoc i ac iüTíes pTi vad asTo se ni ipu bl i c a s p aT?Fe 1 caltcT^rdioses concretos, que, po r supuesto, habían existido desde siem pre y ya habían sido reconocidas en la ley de Solón; erHa^époi, calerásiciTprolirérar onTjüñto jx>ñ’e 1 'culto 3e^los^Heroes menóres'Sy 1 a5~d e i d a~desl^t;fañjerás? La actividad básica de todos los grupos de este estilo era Iá com ida com ún que, tras un sacrificio, se ordenaba de acuerdo con prácticas concretas según cada culto, aunque, ñ o r- . malm ente, incluía deípnoti y sympósion. Aristóteles describe los fi­nes de tales sacrificios y reuniones com o «honrar a los dioses y co n ­seguir relajación y p lacer para sí mismos», y pasa luego luego a cía-

36 Sobre las asociaciones atenienses y su papel político véase especial­mente Calhoun (1913); Murray (1989b).

Page 273: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

276/Oswyn Murray

sificarlos como realizados con vistas al placer (Etica a Nicómaco, 8,1 160a). Otros grupos adm iten una clasificación atendiendo a su función: el éranos fue en un principio un banquete organizado so­bre la base de contribuciones compartidas y se transformó, con el tiempo, en una importante institución para la a^uda m utua m e­diante el préstamo de d inero sin interés a sus miembros; a m enudo se centraba en un culto e incluía banquetes comunes. Igualmente, grupos tiiñera.nos aseguraban una sepultura digna a sus m iem bros después de su m uerte pero, durante su vida, llevaban a cabo una función social entre ellos. i

De hecho, la m u ertl T f t r e " u n r e rob lem ática;» E m general^ lá í c omensaiía n o-lie g jrm á s ~allá “d e;l a ' tum ba;? pero fueron tan im por­tantes estos ritos en vida que ajgunpsXu 1 rosantentaronzfo rj arre tín vistas á sus a d e p t os^l gLcre ene i a'eruu n s im p os i oTé t e rtfó? Platón des­cribe las doctrinas órficas en estos términos:

los transportan con la imaginación al Hades y allí los sientan a la mesa y or­ganizan un simposio de justos, en el que les hacen pasar la vida entera coro­nados y beodos, cual si hubiera mejor recompensa de la viitud que la em ­briaguez sempiterna (República, 2, 3ó3c-d)*.

El motivo fundamental para hacerse iniciar en los misterios de Elcusis lúe, ciertamente, que éstos proporcionaban una garantía de vida simposíaca tras la muerte. Pero tales creencias sirven ú n i­cam ente para hacer hincapié en la separación general que existe entre los placeres sociales de la vida y su ausencia una vez muertos. Sólo los héroes podían escapar de su hado mortal, y en la época he­lenística fue éste un factor im portante en la difusión del culto de la m uerte hero izada37.

BlTStfátcTl it era r ij5Jaütocorisc ien te~deia~com ensali a~e n e l -pencar á 5~cl ás iem ie nj3e a_h a c e r c a s o o m i so d e la^Himensión reí igiosay*s e /fffgrcsa fun^arTumtalmente-ponelTignifícadojóciaj'del íitg? El p r i­m er intento de escribir biografías, llevado a cabo po r Ión de Quíos, asigna un lugar im portante a los diversos hom bres ilustres con que se ha encontrado en los simposios y juzga su ca rác ter de acuerdo con ello. Un aspecto favorito fue, ya en esa época, lo tocante a las costum bres extranjeras com o medio de m ostrar la «alteridad» de los bárbaros (Heródoto y El cíclope de Eurípides), que no co m ­prenden las reglas de la comensalía civilizada. Las costum bres de las diversas com unidades griegas son analizadas por Critias com o

37 Sobre el pretendido motivo artístico del Totenmahl, es f u n d a m e n t a l la crítica de Dcntzer (1982).

- I-a traducción es de M. Fernández Galiana (Madrid, 1969).

Page 274: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

El hombre y las formas de sóciabilidad/277

una prueba de su carác ter moral. Estos autores, junto con los re tra ­tos de simposios que la poesía arcaica nos ofrece, son los p recurso­res del género filosófico deí Symposium, establecido por Platón y Jenofonte en sus retratos de Sócrates. En estas obras, los rituales que anim an el d iscurrir del simposio y su conducta determ inan tanto la es tructura como los temas de la discusión. FuesTrineluso^ entrg~l os~fi'l oSofósT c 1 am o r4 e la m o r-h om o s e x ual^sobre .todo)~es7e 1 únicojtcrna^ffdec u a d o p arlTlÉTdiscusÍÓn~enTürTsimp^sio; ? y Platón, gracias a su habilidad para evocar una visión mística del poder del amor, m uestra al menos su com prensión de la atmósfera del s im ­posio. Más tarde, en Las leyes, nos ofrece una comprensión igual­m ente profunda del poder del vino y de la comensalía para influen­ciar las almas de los hom bres y llevarlas hacia fines sociales38.

Resulta~así~qu e-las-rel ac i ones pe rsó'na I ésTd e a m o r ; y id ¡OTíTistaxl* .sonT^parallos [ g r iejgolCT f énom en o s ; sociales? ATistoleleSTcl^finell^ am ista’d^gnTermi nos jde _grup o_so cial. pueslj.c adáTl ó rm a^ds^nrf i s tá d y ¿implica asociación»;Tenumera la amistad de los parientes y de los camaradas, la que existe en tre los ciudadanos, en tre los miembros de la tribu, com pañeros de viaje y la que se expresa mediante lazos de hospitalidad. G ^a^unajlé~est~as~implicaasociación (/coin ó T f í a ) ' \W~polisGS dgfinicíaTgrTlosTni"smos tórminos.".como,unaT/c^jjnóm'a~en gíTnismaTj^e-a'SLrvjéz^sexoñipoñe-dé-uña red de~}coÍnÓñíai~^Etica a Nicómaco, 8, 1261b). L^vidaydeH io m b re^seyencuentra^c.eñida/;

¿siempre po r lazos dé com pañ e n s n ro q u e se~expresan por medio*cle rito s , soi c i ale s , a m e nudo >m a n ife s tad osT median teT I aTcomei ísalj a;,-

/p ^ p ^ q u ^ ln c lu y en Ja m b ié n ja re lig iónJ_erdeporte7la~cclücación y la-, ^guerra/Qué significa una clase de vida com o la descrita, en térm i­nos prácticos, es una cuestión que se encuen tra adm irab lem ente expuesta en una famosa alocución que tuvo lugar el año 404 a.C., duran te la guerra civil:

Ciudadanos, ¿por qué nos expulsáis? ¿por qué queréis matarnos? Si no­sotros nunca os hicimos ningún mal, al contrario, participamos con voso­tros de los ritos más sagrados, de los sacrificios y de las fiestas más hermo­sas, fuimos compañeros de coros, condiscípulos y compañeros de armas y muchas veces con vosotros corrimos peligros por tierra y por mar en defen­sa de la salvación común y de nuestra libertad, la de ambos partidos. Por los dioses de nuestros padres y de nuestras madres, por nuestro parentesco por sangre o afinidad y por nuestra amistad — pues muchos participamos de todo ello mutuamente— respetad a los dioses y hombres y cesad de ofender a la patria» (Jenofonte, Helénicas, 2, 4, 20-22)*.

-,8 Para el género literario del simposio en filosofía y literatura véase Martin (.1931); para Platón véase Tecusan (1989).

* La traducción e£ de O. Guntiñas Tuñón (Madrid, 1977).

Page 275: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

278/Oswyn Murray

Eh_una sociedad 'com o ' ésta .la i ib e r tad d eéx p res ió n ’deLi ndívi- duo, en el sentidoTactualTno existe ya que éste es considerado siem- p r e-c omtJlTn animal soc i a l ;n u n c a está a solas con su propia alma. Sin effibargoJ existe una d iferencia entre las sociedades creadas en? torno a uña concepción.uñíficadá~de la com en sa l ígrccTmo e^E spaiy taT-y el^corñplejb mundo^e^Á tenas; así piensa Aristóteles cuando, criticaifdo las simplezas del ideal platónico de la com unidad consi­derada com o una familia universal, nos dice lo siguiente:

¿Cuál es la mejor manera de usar la palabra «niio»? ¿Que cada uno de un gnjpo de doscientos o trescientos deba emplearla con el mismo significado,0 bien, tal com o hacem os en las ciudades en la actualidad, que a la misma persona uno la llame «mi hijo», otro «mi hermano», otro «mi sobrino», y lo mismo se pueda hacer con respecto a otras relaciones de sangre, afinidad o matrimonio, según sea quien hable, c incluso le pueda llamar alguien tam­bién «mi compañero de tribu»? (Política, 2, 1262a 8-13),

Es-el-coffijepfcTdeTincIividuo el q u é íá 1 tá"erTAtenas? ñois Id e s u i i1 bíFrtad. Existe rpues\ una libertad personal, uli ¿15a p acidad para 'que o^|T^uar<T\'ivajeoiuo quiera»,Vque es parte del ideal ateniense>cdñ- siste en l a i ib e rtad de e legir en tre la m ultiplicidad de lazos:spciales ^uercoiñeitijen^en parte ,0 ' en c o n tra r así un puesto individual para uno m ismo m ediante una especie de libertad que se limita a llenar los espacios que quedan vacíos en la com plicada estruc tu ra /una* .« libertáclriTíteístic ialñUsurpa» Sí gué i s ieñdóTes'ta^simembargo, ü na 1 i 15é r t ad üoc i a i i zad a1, u rml ib e i ta d q u e íésulfa'cle'la s ^ u r i dad^de^ estar coñectaclo le ó n „m u c h o s ‘lugares?5.

Él l'iombrch'e! enJfti c o *

Dosformtís ct>n t rap u es ta sd e ;o rgani zac i ón socia] jban-d o_m inado enebrriu rrd o ~h e l e n i s t i c o? y han dejado sentir sus efectos en los r i tua ­les del trato social; fueron éstas la-ycprtarvida~de^iosTeiñosdelos B iád o co sy su s ofic ia 1 e sisub o r d i n a d © s^poriunia d ory derm rapart e?1 a t rans fo nííaci ó rTd e’i o ? ri f ua 1 ¿¿“ci v ic o san t e ri o re s-e n i a o r g ani 7.a-? c ión co 1 O ni al ;exclusiva de:1 a p ó //57 que se extendió a lo largo y a an­cho del antiguo Im perio persa desde Afganistán y el norte de la In­dia hasta Egipto y el norte de Africa.

Lía c omensal íá real m ácedórriá j 'e ir láq u el; erbasai ard e lo s re i n ras dé^lps'DiádocTos^reflejabOradiciones griegas m ucho 'm ásantiguas: en m uchos aspectos,irecuerda a l lñ ü ñ tlo homéríco^y, au n q u e adop-

3? l a discusión sobre la libertad del individuo en la antigua Grecia co­mienza con Constant (1819).

Page 276: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

El h o m b re y Ins formas de soe iab i l¡dnd /¿ /y

tó 'm uchas. C ostum bresgriegas 'tá fd íás^com o, por ejemplo, el co­m er recostado), s ex o ñ c i b i ó sienvpr e'e n i fn á escala nuíchcr mayoi> El rcy„ysüscom p añerósefra n unFel i te áris toe rá t i c a qú c cb RTí a jiT IT- tá r a 'm en u d o cóñJrñuclYos invitados? el alimento previsto era m u ­cho más abundante y, además, los m acedonios fueron célebres por su m ucho beber. Al gu ñas prác ticas^t rad i cíonal es re velan! aTo rrtta en^que adap taron-las costum bres griegas; po r ejemplo, la regla de que un hom bre debe haber dado m uerte a su p rim er jabalí en una cacería antes de que le sea permitido recostarse en vez de sentarse (lo que refleja la distinción griega com ún en tre adultos y chicos jó ­venes), o bien el em pleo de la trom peta para señalar el final del deipnon y el principio del s im posio40. La disposición del com edor para tan grandes celebraciones es poco clara; m uchos de los gran­des edificios que hem os encontrado en el periodo helenístico tie­nen rasgos que sugieren un conjunto casi independiente de grupos recostados dentro de una sala. Los problem as de reconciliar la tra­dición griega de la igualdad entre los partic ipantes con las realida­des de una corte real se ejemplifican mediante dos tipos de anécdo­tas opuestos; el p r im ero de ellos hacc hincapié en la tradición del «lenguaje libre» (parrhésía) p o r parte de los cortesanos en el s im po­sio y en la aceptación de una igualdad dentro del banquete por par­te del buen rey; el segundo describe pendencias, peleas de bo rra ­chos e incluso asesinatos perpetrados por el rey inflamado de real cólera, la co rrupción del poder y tam bién la imposibilidad de que exista verdadero com pañerism o en tre quienes no son iguales.

Es^este e]^esli]Q~de.en tfg ten imidnto’ que ~caraeteriza a;]a_corte h e lenístiüa7 5i n d u d a a 1 g u n a-con-u na-mezcla-de. costum bres persas? ElTr_ey;yjsus-Oficialmente ílamados:^amigos"TConstituíanTun grupc^ q u e o r r free uen c i&Tyc o m í a njj u n t os:y “daba n tamb i é n-abu n dan t eST exhibiciones públi c as-d e?lujo‘real ;tal-l ujo (tryphé),sc c o n vi rt i ó ,* si - guiéñdcTe 1 I n o d e 1 o p é r s á 'e n uña.autén tica virtud-real^l^as c e 1 eb ra- ciones de fiestas fueron verdaderam ente espectaculares; se ha co n ­servado una larga descripción de una de ellas, ofrecida por Tolo- meo Filadelfo en Alejandría (Ateneo, 5, 196ss.)41; incluida la fiesta una extraord inaria procesión y un simposio real celebrado en un pabellón levantado al efecto, que es descrito com o capaz de a lber­gar 130 lechos dispuestos en círculo. El edificio estaba decorado con pinturas, colgaduras, obras de arte y armas ornamentales ca­racterísticas de las habitaciones en que se celebraban simposios; doscientos invitados fueron colocados en un cen tenar de lechos de

40 Para los svmpósia m acedonios véase Tomlinson (1970), Borza (1983).

41 Sludniczka (1914).

Page 277: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

280/0svvyn Murray

oro, con doscientas mesitas de tres patas también de oro. Las copas de oro con piedras preciosas incrustadas que se usaron se expusie­ron en un lecho especial y el valor total de estos objetos se cifró en diez mil talentos de plata (en torno a 300.000 kg.). Por desgracia, el banquete en cuestión no es descrito ni tampoco lo es la forma exac­ta en que se distribuyó la enorm e cantidad de vino y de animales para el sacrificio que se exhibió en la procesión; sin embargo, pese a todo este elemento maravilloso, la ceremonia se estructuró de acuerdo con los ritos tradicionales de la comensalía griega. Otros soberanos no podían rivalizar tal vez con la riqueza de los Tolo- meos, pero su propia vida cortesana tomaba como modelo el m is­m o estilo simposíaco y ofrecieron igualmente una ostentación pa­recida en sus fiestas.

En la esfera privada, Ateneo describe también )a fiesta de espon­sales de un noble macedonio de gran fortuna (4, 128ss.), tam bién de estilo griego, pero con entre tenim ientos y regalos de utensilios de oro y plata tan abundantes que «los invitados están buscando ahora casas, tierras o esclavos para comprarlos». Con frecuencia se afirma que los utensilios de mesa de oro y plata fueron raros en la época clásica y se hicieron com unes sólo en el periodo helenístico; y, ciertamente, el acceso más fácil a los metales preciosos que tu ­vieron los macedonios tiene que haber sido la causa de estas cos­tumbres diferentes, especialmente después que las conquistas de Alejandro hubiesen abierto las puertas de las reservas de oro y plata del Imperio persa. Incluso se ha sugerido que la decadencia de los patrones artísticos de la cerám ica pintada griega podría estar re la­cionada con tal cambio. Pero si bien es verdad que, en la época clá­sica, el metal precioso estuvo reservado, sobre todo, para usos reli­giosos, y que el lujo se extendió más y más mucho tiempo después, tam poco habría que exagerar el a lcance del cambio en la época he­lenística: en el siglo i a.C., Juba de Mauritania afirmó que «hasta el periodo m acedonio (inclusive) la gente se servía en las comidas de objetos de cerámica» (Ateneo, 6, 229c) y que el uso de plata y oro era una reciente innovación ro m an a42.

Las nuevas ciudades griegas de la época helenística fueron asentamientos coloniales en un paisaje nativo indiferente y, en o ca ­siones, hostil; sus instituciones reflejaban un deseo de m an ten e r y reforzar su identidad coléctiva y cultural: mientras que en el pe r io ­do griego clásico el hom bre había encontrado su verdadera expre­sión en la acción política y, por lo tanto, tendía a subord inar otras

42 Estas breves notas no hacen justicia a la contraversia de gran alcance que hoy día existe en (orno a la relación entre plata y cerámica, comenzada por Vickers (1985).

Page 278: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

El h o m b re y las form as de soc iab i l i t la J /2 8 1

formas de trato social a este aspecto de la polis, s e r^ i^ c iu d ad an o e fTtaTépoc a" He l ení s tic a7 s i r rem bar go7e r a p e rt e n ec e r: atu ña él i te c al7> total 'helénica? e n 't o m o a 'e s ta'mreva x o íTcépci olñ"dé”l a'cíud ád anta sé ctesarrp 11 aron-nuevas lo r rn as- d e j rato soc jai; y_e I b an q u e tee iuda-j* danol s u frío-u n a í rem ó de 1 ae ió n^HiñíoTex pe fíenc i alcirl t u r á i s .

En este proceso la educación tuvo gran importancia. Y'á-errla’ •Atenas-de finaies~del~siglo ivrel acceso alcuerpo~de c iudadanos ha- b 1a s ido^rganizad^ m refdigTTtCTu n^p eri o dgro ti c i a l id e li ni c i ac i ón.^ta | cf(5}5ía~(ephebéí5JTduránte^el cuálTodoslós^ciudadaríos varones en^ tfe1'8’y 20^ñoXéé'integfaban én uña inslfucción*a1!a"vez educativaj yym ilítax^ jS jojliO üpéK isió li^éfuñcioñáriós dül_éstad(JT esto s e fe-:- bos-constitu íaT^Tclases segUTiisu^edadnlasTCuales tendijanTa ¡.perpe^ > tuarse>lfñ]ñfüáíesTdéícornérisalía. En las ciudades helenísticas se ' impartía una educación oficial en el gimnasio bajo un funcionario estatal, el gimnasiarco; el derecho a partic ipar en esta instrucción estaba p rofundam ente vinculado a la ciudadanía, de modo que, p o r ejemplo, m uchas de las disputas que tienen que ver con las p re ­tensiones de las com unidades judías a ob tener una ciudadanía de p leno derecho dentro de una ciudad griega se expresan en té rm i­nos de un derecho de acceso al gimnasio y locan los consiguientes problem as de ten er que estudiar textos literarios no judíos y hacer ejercicios desnudos. La institución del gimnasio fue com ún en a m ­plias áreas y a lo largo de largos periodos de tiempo: la misma co ­lección de 140 preceptos de origen deifico se ha encontrado en el gimnasio de Ai Khanum en Afganistán, en la isla de Tera en el mar Egeo, en Asia M enor y en Egipto. Grupos de ephéboi varones y néoi, por tanto, proliferaron dentro de una naciente es tructura de clases basadas en la edad dedicándose especialm ente a actividades p ro ­pias de la juventud com o el deporte y la caza.

ElTisTema litúrgico d e 1 á epóca~clas i ca tambiéñ^se~de s a r r ol lo gn c u an to iaT ica nobl eza~fu e an i m ada-porlos h o no respúb licos a corriL pefír?en~cargos púbiieps y religiososrm ed i ante-actos-de «evergetis-jr mo»yenTfaWrrdelip u eb lo ;?e 1 testimonio más com ún de formas de trato social en esta época consiste en un decreto que establezca una fiesta religiosa de la que ha de encargarse un rico euergétés o bien en una votación para conceder honores en pago de unos actos de beneficencia ya realizados. Estos actos de beneficencia pública, con frecuencia, son similares a la obligación de sitésis que se le exigía al rico en Atenas, al estar unidos al desem peño de cargos particulares o la celebración de fiestas, particulares igualmente; pero estos actos tam bién se desarrollaron y fueron m ucho más le-

43 Para esta sección véase especialm ente Schmitt Pantel (1987), paite tercera.

Page 279: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

282/Os\vyn M urray

jos cuando los ricos buscaron conm em orarse a sí mismos m ed ian ­te una beneficencia funeraria o de otro tipo como, po r ejemplo, la distribución periód ica al pueblo de aceite o alimento, o bien un banque te en m em oria de ellos44. Gran parte de esta actividad tenía lugar en re lación con el gimnasio así com o con otros espacios pú­blicos y santuarios. Este^feño ¡fierio el e^e ver ge ti s i iTo no implica una caída en una especie de clientelismo, en la que los pobres depen­den de los ricos, sino que, más bien, es úna_fxp_re.si'óTfciéuña comQ- nidád"de-va 1 ores_que es-esperada^y.tallá^vé¿>(ai menos en térm inos ideológicos), s o fr etiel a~d^jju'e n^grad o x o m o ;un t e n io^d e s u a vi-zar¿la r l in e á ^ lylsoria^econórnica-que, cada vez más, separaba a los nobles adinerados del com ún de los ciudadanos; el espíritu públi­co, cuyo lugar en la política había sido negado, se expresó ahora m edian te un gasto elevado, con ca rác te r ritual, en beneficio de la com unidad . Los beneficiados po r estas donaciones podían ser un g rupo exclusivo, funcionarios, cancilleres o sacerdotes; tam bién podían ser m iem bros de una subclase del cuerpo ciudadano como, p o r ejemplo, la tribu del benefactor. Pero, muv-a-menud o r lg s re g a - 1 o so ^^ i jT y i tac io ñ és a Jas d em o t en ias7 dTiñolJToimai) ISijrié Jfa tí a n;a laV o m im Ícfad~como_un_Tddo? Las restr icciones puestas a esta gene­rosidad varían; a veces son todos los que tom an parte en una fiesta religiosa, otras veces son ún icam ente los ciudadanos varones de la polis. Los esclavos nunca se incluyen explícitamente y las m ujeres reciben so lam ente regalos, nunca invitaciones a com er. Sin e m ­bargo, lo norm al es que la invitación englobe a las siguientes perso­nas: «todos» los c iudadanos varones, los residentes extranjeros y los visitantes y, en ocasiones, form ando una categoría especial, los «romanos» (es decir, los italianos). Esta^TinvitBcion’esiexpfésari m uytbi errl os~csfuerzos:dgiajpó//5porñjiCegrarse~en'uña~c5münidadjf ouftora 1 [m an ip l laT d eIg r ieg o sT y a que, c iertam ente, la invitación no se dirige más que a los griegos aunque , com o en una categoría especial, se incluyen en ella los rom anos; si bien, com o es claro, los ciudadanos de otras ciudades griegas eran bienvenidos, no pasaba lo m ismo con la población cam pesina nativa, que estaba excluida de tales invitaciones. De^est c;modo7~en~suma-,^a5Inuey as-c m dad es delimuiTri ojgriego] p rete n d íanTürearjime diant elf o rmasl cul turaleS?

44 La importancia del evergetismo es el asunto estudiado por Veyne (1 976): véase especialm ente la segunda parte. Sobre el evergetismo y el cul­to funerario, véase Schrnitt Pantel (1982). El caso más extremo de esta for­ma de com cnsalla es el culto real instituido por el rey Antíoco de Comagene a finales del siglo i a,C., quien estableció una serie de banquetes en cimas de montañas deshabitadas en honor de sí mismo y de sus antepasados; a todos sus súbditos se les ordenó qi4e asistieran.

Page 280: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

El h o m b re y las fo rm as J e soci abili ci ad /2 8 3

un“sérTtic]o SejcoífñTñidàd que, en épocas..afftetigres',‘había existido de rnanera~natOral¡ considerar tales prácticas m eram ente en térm i­nos de continuidad es ignorar la novedad expresada en su universa­lización y en su función.

As oc i a c i o'ñ es-basadas -enrl a7ac iividad e c o n ó m ic a ~e x i st ie ro i r e n AsTpotis^ri e ga~e n todas-i as^é poc as ; -Re ro , frente al m undo rom ano v a la ciudad bajomedieval, no parece que hayan tenido demasiada im portancia en la es tructura social: tal vez sea esto un reflejo del bajo nivel asignado a las actividades com erciales y de la subordina­ción de la econom ía a la política. A veces, se m encionan las activi­dades culturales de ciertos grupos com o broncistas y ceramistas; pero estas asociaciones no ingresarán en la esfera pública hasta el periodo rom ano. En una época anterior, la im portancia de las aso­ciaciones que tienen que ver con la técnica se limita en buena par­te a aquellas actividades profesionales que se hallan fuera de la es­truc tu ra ciudadana; precisam ente po r el hecho de que eran itine­rantes, los médicos tuvieron un culto a Asclepio, centros de forma­ción (especialm ente Cos), un concepto de sí mismos com o una profesión y el «juramento hipocrático» que, por lo menos, es de fe­cha tan tem prana com o el siglo v. La época helenística vio el naci- | m iento de «los iekhniíai de Dioniso», asociaciones de actores prole- j sionales cuyas actividades se encuen tran diseminadas por las ciu- j

dades griegas. Este fenómeno, com o ocurre con la existencia de gi*upos organizados de residentes extranjeros de áreas concretas en Atenas y en otros lugares, es expresión no de la es tructura de la po­lis sino de la necesidad de formas sociales que la trasciendan. Igualm ente , grupos de origen militar, a m enudo con un carácter nacional específic<j>, fueron una consecuencia natural del empleo de m ercenarios pròvenientes de Campania y de otras regiones, que podían ob tener la c iudadanía com o prem io o bien im ponerse a la pòlis45.

,l^aorgamzaciÓH~d e i a~e n s-e n anzá^igut cTè 1 pairó rrtrad i c i ón a 1 jde7 una o r ganizaeidn~cultttal~con propiédádesXOm un^j/^^liTpañéri?- mo~~conseguido-porrmedio dé^la^om e n sa 1 ía:?El viejo cuadro de la fi­losofía en la época de Sócrates p intado po r Platón, con conferen­cias públicas y reuniones privadas en las casas de la aristocracia o en las calles de Atenas, cedió el paso a establecimientos más per­m anen tes asociados con gimnasios (la Academia de Platón), edifi­cios públicos (la Estoa) o santuarios (el Liceo de Aristóteles); el nú­cleo de cada escuela fue un grupo de amigos que com partían el uso de un edificio para reuniones y la enseñanza y que poseían libros

45 Para asociaciones profesionales véase Zicbarth (1896), Poland (1909).

Page 281: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

284/Oswyn Murray

dedicados a un uso com ún, aunque el titular de la propiedad en cuestión era el d irector de la escuela; dirigían sacrificios com unes y, norm alm ente, com ían juntos. Igualmente, la organización de en ­

señ an za fundada por Tolomeo Filadelfo en Alejandría, el Museo,; fue un grupo de estudiosos definido por su condición de m iem bros i |de una organización cultual y por su vida en común, todos juntos, i jen las dependencias del palacio y en la mesa real; fue ésta la época . ¡del simposio erudito, en que se trataban cuestiones de im portancia jj literaria o filosófica, hasta el año 145 a.C. en que-Tolomeo, tras un ij enfado, expulsó a los intelectuales de su corte. El Jardín de Epicuro

nos proporciona el ejemplo más interesante de este tipo de vida en común: sus discípulos vivían juntos en la casa del Maestro, «vivien­do de tal m anera que pasasen inadvertidos» y celebrando un ban-

\quete mensual en el día del nacim iento de aquél; las mujeres casa- ( das y las he lenas eran m iem bros del grupo, lo mismo que los escla- r vos de ambos sexos. Estaban organizados jerárquicam ente , com o

una secta mística, en tres niveles: profesores, ayudantes y alumnos. De esta manera, aunqñ^Thabíañyf.etira 'do dehm undo d e l z y ó l i s ; lo sd isc íp u lo sd e E p ic u ro n o pudieronje;s]c;apar desUs fo rm asso cía­les íclévbanquete'en-nGomún-ryTdel-, culto deHVtaestro'como ■ un hé-^g e « . - ------------------------------------------------ ------------ ‘ " .............. .................................. .

Esta huida fue conseguida sólo por los Cínicos, cuyo retiro su­ponía un rechazo total de todas las restricciones sociales; su co n ­cepción de la vida simple, sin embargo, no consiguió un nuevo m arco para la libertad del individuo puesto que se limitó a ser una m era imagen negativa de las formas de trato social de las que bus­caban escapar. La obra filosófica más interesante de los prim eros años del helenismo, la República, escrita en su fase «cínica» p o r el fundador de la escuela estoica Zenón de Citio, expone un estado

| ideal que se opone al de la República de Platón; en la obra de Ze- j nón, el sabio rechaza los lazos de la ciudad porque él no per tenece ¡ a com unidad existe1 alguna sino a la cosmópolis ideal del sabio. Ta- J les respuestas son un reflejo de la dificultad de escapar de los lazos I del trato social que, a lo largo de todas las épocas, han definido al ¡ hom bre griego.

46 La amistad epicúrea, en la práctica y en la leona, es discutida por Rist (1972), caps. 1 y 7.

Page 282: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

El h o m b re y las Formas de sociabilidad/285

REFERENCIAS BIBLIOGRAFICAS

A m p o l o , C., «Su alcuni mutamenti sociali nel Lazio tra l'VIII e il V sccolo», Dialoghi di Archeologia, IV-V, 1970-71, pp. 37-68.

B ergquist, B,, «Sympotic space: a functional aspect of Greek dining-rooms» en Murray (ed.), Sympotica. The Papers of a Symposium on the Sy>npo- siotn, Oxford, 1989.

B i e l s c h o w s k y , A., De Spartanorum Syssitiis, Breslau, 1869.B ö r k e r , C., «Festbankett und griechische Architektur», Xenia 4 , Constanza,

1983.B o r z a , E. N-, «The symposium at Alexander's court» en Ancient Macedonia

III. Papers read at the Third International Symposium held in Thessalo­niki, septiembre 1977, Institute for Balkan Studies, Salónica, pp. 45-55.

B o w i e , E. L., «Miles ludens? The problem of martial exhortations in early Greek elegy» en Murray, Sympotica, 1989a.

B r u i t , L., «The meal at the Hyakinthia: ritual consumption and offering» en Murray, 1989a.

B u r c k h a r d t , J., Griechische Kulturgeschichte, Berlín, 1898-1902 [hay ed. cast.: Historia de la cultura griega, 5. vol. Barcelona, 1974],

B u r k e r t , W,, Greek Religion, Archaic and Classical, Oxford, 1985.C a l a m e , C . , «La fonction du choeur lyrique» en Les choeurs de jeunes filles

en Grèce archaïque, Roma, 1977, vol. 1, parte 4, pp. 359-449.C a l h o u n , G. M., Athenian Clubs in Politics and Litigation, Austin, 1913.C o n s t a n t , B., «De l a liberté des anciens comparée à celle des modernes» en

De la liberté chez les modernes: écrits politiques, Paris, 1980, ed. de M. G a u c h c t .

C o o p e r , F. y M o r r i s , S., «Dining in round buildings» en Murray (1989a), 1 9 8 9 .

D ' A g o s t i n o , B., «Grecs et ‘'indigènes" sur la côte tyrrhénienne au VII siècle: la transmission des idéologies entre élites sociales», en Annales ESC, 32,1977, pp. 3-20.

D e n t z e r , J . M., « A u x o r i g i n e s d u b a n q u e t c o u c h é » , e n Revue Archéologique,1971, pp. 215-258.

— Le motif du banquet couché dans le Proche Orient et le monde grec du Vilenie au [Vème siècle, Paris, 1982.

D e t i e n n e , M., y V b r n a n t , J.-P., La cuisine du sacrifice en pays grec, Paris, 1979.

Engels, F., El origen de la fatnilia, la propiedad privada y el estado, Madrid, 1987.

F e h r , B., «Entertainers at the symposion', the akletoi in the Archaic period» en Murray, 1989 a.

F i n s l e r , G., «Das homerische Königtum», en Neue Jahrbücher 17 (1906), pp. 313-336 y 393-412.

F o u c a u l t , M., L ’usage des plaisirs, Histoire de la sexualité, v o l . 2 , París, 1 9 8 4 .

[Hay cd. cast.: El uso de los placeres. Historia de la sexualidad, 2, Ma­drid, 1 9 8 7 . ]

F u s t e l d e C o u l a n g e s , N. D., La cité antique, París, 1 864. [Hay ed. casi: La ciu­dad antigua, Barcelona, 1984.]

Page 283: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

286/Os\vyn Murray

G entiu, B., Poesia e pubblico nella Grecia antica, Roma-Bari, 1984.G u r n e t , L., «Fratries antiques» e n Anthropologie de la Grèce antique, Paris,

1968, pp. 21-61. [Hay ed. cast.: Antropologia de la Grecia antigua, Ma* drici, 19842.)

— «Sur le symbolisme politique: le Foyer commun» en Anthropologie de la Grèce antique, 1952, pp. 382-402. [Hay ed. cast., op. cif.]

G o l d s t e i n , M . S . , The. Setting of the Ritual Meal in Greek Sanctuaries: 600- 300 B. C.. Diss, Berkeley (University microfilm, 1980), 1978.

Henry, A. S., «Entertainment in the Prytaneion», en Honours and Privileges in Athenian Decrees, Hildesheirn, 1983, pp. 262-290.

H o e p f n e r . W.. Das Pompeion und seine Nachfolgerbauten, Berlin, 1976.H u m p h r e y s , S. C., «Lycurgus o f Butadae: an Athenian aristocrat» en The

Craft of the Ancien! Historian, Essays in honor of Chester G. Starr, cd. de J. W. Eadie y J. Ober, 1985, pp. 199-252.

J e a n m a i r e . H., Coutoi et Courètes , Lille, 1939.L i s s a r r a g i j e , F . , Un flot d'images. Une esthétique du banquet grec, Paris,

1987.— Around the Krater: o>i aspect of banquet imagery, en Murray, 1989a.Malkin, I., Religion and Colonization in Ancient Greece, Leiden, 1987.M a r t i n , J . , Symposion. Die Geschichte einer literarischen Form, Paderborn,

1931.M i l l e r . S. G., The Prytaneion, its Function and Architectural Form, Berkeley,

1978.M u r r a y , O., «The symposion as social organisation» e n The Greek Renais­

sance of the Eighth Century B. C.: Tradition and Innovation, ed. de R. Hägg, Estocolmo, 1983, pp. 195-199.

— «La legge soloniana sulla hybris» AlON, 9 (1987), pp. 117-125. Sympotica. The Papers of a Symposiun on the Symposion, Oxford, 1989a.

— «The affair of the Mysteries: democracy and the drinking group» en Mu­rray, 1989a.

N i l s s o n , M. P., «Die Grundlagen des spartanischen Lebens. Alterklassen und Sysskenien» en Opusctda Selecta 2, Lund, 1952, pp. 826-849.

— «Die Götter des Symposions» en Opuscula Selecta J, Lund, 1951, pp. 428-442.

P e llj2er, E., «Outlines of a morphology of sympotic entertainment» en Mu­rray, 1989a.

Poland, F., Geschichte des griechischen Vereirtsivesens, Leip^ig, 1909.R e i t z e n s t e i n , R., Epigramm und Skolion, Giessen, 1893.Rjbbeck, O., KOLAX, eine ethologische Studie, Abh. Sachs. Gesellschaft d.

IViss. 9, 1, Leipzig, 1883.Risr, J. M., Epicurus, an Introduction, Cambridge, 1972.R ö s l e r , W., Dichter und Gruppe. Eine Untersuchung zu den Bedingungen

und zur historischen Funktion früher griechischer Lyrik am Beispiel Al- kaios. Munich, 1980.

Sahlins, M., Stone Age Economics, Londres, 1972.S c h m i t t PAn t e l , P,, «Les repas au Prytanée et à laThülos dans l'Athènes clas­

sique. Sitesis, trophe, misthos: réflexions sur le mode de nourriture dé­mocratique», AiON, 1 1 (1980), pp. 55-68.

Page 284: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

El h o m b re y las fo rm as de soc ia tm iaao / ¿p >

— «Evergetisme et mémoire du mort. A propos des fondations de banquets publics dans les cités grecques à l ’époque hellénistique et romaine» en La mort, les morts dans les sociétés anciennes, ed. de G. Gnoli y J. P. Ver- nant, Cambridge-Paris, 1982, pp. 177-188.

— La Cité au banquet, Tesis Lyon, 1987.S c h w e n k , C. j ..Athens in the Age of Alexander. The Dated Laws and Octrees

of the. «Lykourgan Era» 339-322 B.C., Chicago, 1985.S t u d n i c z k a , F., Das Symposion Ptolemaios i l nach der Beschreibitng des Ka-

llixeinos wieder hergestellt, Abh. Sachs. Ges. d. WÍ55., Phil.-hist.Kl. 30, 2, 1914, pp. 118-173.

Tecusan, M., «Logos sympotikos: p a tte rn s of the irrational in philosophical drinking. Plato outside the Symposium» en Murray, 1989a.

T o m i .i n s o n , R . A., «Ancient Macedonian symposia» e n / W i c u m / Macedonia. Papers read at the First International Symposium held in Thessaloniki, agosto, 1968, ed, de B. Laourdas-C. Makaronas, Institute for Balkan Stu­dies, Salónica, 1970, pp, 308-315.

V a n G r o n i n g e n , B. A., Pindare au banquet. Les fragments des scholies édités avec un commentaire critique et explicatif, Leiden, 1960.

V e b l e n , Thorstein, The Theory of the Leisure Class, Nueva York, 1899.V o t a , M. é d . , Poesia e sitnposio nella Grecia antica. Guida storica e critica,

Roma-Bari, 1983.V e y n e , P., Le pain et le cirque. Sociologie historique d'un pluralisme politi­

que, Paris, 1976.V i c k e r s , M., « Artful c r a f t s : the influence of metalwork on Athenian painted

potteiy», en Jourtial of Hellenic Studies, 105 (1985), pp. 108-128.V o n d e r MUhll, P., «Das gricchischc Symposion» en Xenophoy. Das Gast-

mahl, Berlín, traducido en Vetta, pp. 3-28, 1957.Z i e b a r t h , E., Das griechische Vereitiswesen, Leipzig, 1986.

Page 285: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

Capítulo octavoEL HOMBRE Y LOS DIOSES

Mario Vegetti

Page 286: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

Atenea {amentándose, relieve de mármol de la Acrópolis. Segundo cuarto de! siglo v

Page 287: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

i

Cuenta Aristóteles que el viejo sabio Heráclito «dirigiéndose a aquellos huéspedes que deseaban hacerle una visita, pero que, una vez que entraban, se 'quedaban viendo que se calentaba pronto la estufa de la cocina, les invitó a en tra r sin dudarlo: "También aquí, dijo, hay dioses"» (De partibús animalium, 1,5).

La anécdota aristotélica es, por diversos motivos, significativa y útil para co m p ren d er la actitud religiosa del hom bre griego. Ilumi­na en p rim er lugar el ca rác te r difuso de la experiencia de lo «sagra­do», su proxim idad a los tiempos y a los lugares dé la vida cotidia- n a . Efíhogaredomést iep/SrfTomo a l^cuafcl a-famil ia-se;reún e-parajeo - o in a r ^ c o nsu mi ni a"e o mi da-es t ár.p o r ejemplo, <consagrado:a’una?d i - \dnid adrrHesti aT^qu eiprot e ge-la-prosperidad-yrla-con tinuidad.dej a vifla^familiáflsGada nuevo nacido es llevado a lrededor del hogar, para sanc ionar también religiosamente su introducción en el espa­cio doméstico.

En la agudeza'de Heráclito esta difusión de lo sagrado se pro lon­ga en una re lación de familiaridad con los dioses que caracteriza am pliam ente la experiencia religiosa griega:ijgSái^inidaújrcrestá*!e- j ós ~ñ il?5M n ac ces itñ^^ iT ^ C ü m Q T ej la^po d ri a’dcci rs e -q u e :c a rae te ri - zaceada~morn^m^ignÍficatiyojdeslaTe^isteñeiS’y fiyada:v;sociai1! Se le puede en co n tra r tan a m enudo, en sus imágenes, en las prácticas culturales que se le dedican, en las narrac iones familiares y públi­cas en las que se dibujan las tupidas tram as de una simbolización significativa de la existencia, que la pregunta sobre por qué los griegos creían en sus dioses parece mal hecha. Habríamos de p re­guntarnos, m ás bien, cóm o habría sido posible que no creyeran en

291

Page 288: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

292/Mario Vegetti

los dioses, ya que esto habría implicado la negación de una amplia parte de la experiencia vital cotidiana.

Al sentido de difusión de lo sagrado y de fa mi Raridad con los dioses se suma, en el contexto aristotélico de la anécdota, una te r­cera característica, que tiene que ver d irectam ente con la actitud intelectual de los filósofos para con la esfera de lo divino. bo:diyino> se'rdentifíca~cada7vez~más-con-el principio y.la garantía de jo rden , )dej;egular idad/ de -sentido-dehrnundo n a tu rab (Aristóte 1 es cita de hecho la agudeza de Heráclito para legitimizar el estudio teórico de la naturaleza viva, en ámbito ciertam ente m enos noble que el del cielo y los asiros, más cercano a la divinidad, pero gobernado siem* pre por leyes de orden y de valor, y po r tanto tanlbién él «lleno de dioses»). Esta actitud filosófica no contrasta, al m enos en el signifi­cado de fondo, con las características de la experiencia religiosa común, aunque los prolonga en una nueva copcépción que trans- forma la proximidad y la familiaridad de lo divino en su in m an en ­cia al orden de! mundo.

Todas estas características de la experiencia religiosa griega se analizarán más adelante. Sin embargo, para com prender el as­pecto fundamental y aparen tem ente contradictorio, el ser una ex­periencia difundida y om nipresente de la existencia, pero al mismo tiempo «ligera», por decirlo así, no opresiva psicológica y social* mente, en p r im er lugar habrá que p roceder a alguna delimitación negativa. En definitiva, habrá que ac larar lo que la religión griega no fue.

Ulna'religión'sin 'dogm a s y sin^iglesia^

En p rim er lugar, laTeligión^fieg~a~no~se'basiren ñiñgutía r eleva^ r c io n ”«positiva»?concedida d irectam ente por la divinidad a los hombres, y p o r tanto rio~ti e n e n i n g un p rófe t^ fuñ dador, de las g ran ­des religiones monoteístas del M editerráneo, y n crposeeiningún li-

^bro'^agi^ado’ que enuncie las verdades reveladas y constituya el principio de un sistema teológico. l£a~atisencia-del-Libro co m porta 1 ar'paraleIaTausencia díTunrgrüpó de iñ térpretes 'c lpecializados: no ha habido nunca en G recia jjna casta sacerdotal perm anen te y p ro ­fesional (el acceso a lasfunciones sacerdotales en principio estaba abierto a cualquier ciudadano y por lo general era transitorio) y tanto m enos una iglesia unificada, entendida como aparato je rá r­quico y separado, legitimado para in terpre tar las verdades religio­sas y adm inistrar las prácticas del culto. ^Nü“Ka?lSbitíS^unca d(5g^ ijaasHé~fe?cuya observancia fuera impuesta y vigilada, y cuya trans­gresión diera lugar a las figuras de la herejía y la impiedad.

Page 289: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

El hombre y los dioses/293

Este sistema de ausencias se prolonga en un silencio particular, pero bastante significativo. En el conjunto de las creencias y los re ­latos en torno a la divinidad, no tienen ningún papel central — y de hecho no existen, si no en corrientes marginales y sectarias, com o verem os— los que se refieren a la creación del m undo y de los hombres; en la experiencia com ún, por tanto, s iem pre-ha habido uña-convivenci a em f e lá es t irp e.~d e l os dio sé s; y 1 a~d e lo sh o m b re s .De la misma forma no existe nada sim ilar a la idea de un;«pecado orig inal!»>(con las excepciones ya apuntadas), del cual los hom bres tengan que ser purificados y salvados: á-m énos que se m anche-con> ¿rna“culpao~ con iüná coñtárñ iriációnTéspecífica,; e l 'hom bre griego .« es norjrfalmentc~<púró»7y.cgmo tal puede l ibrem enté acceder a jas fuñciótics sagradas._¿Tan marginal es, al m enos en el nivel de la reli­gión pública, la cuestión de la supervivencia del alma y de su salva­ción u ltra terrena , aunque tiende a em erger, com o veremos, en el ám bito de los cultos mistéricos e iniciáticos.

Este conjunto de consideraciones negativas hace difícil hablar positivamente de una «religión» griega, al m enos en el sentido en que el térm ino es usado en el ámbito de las tradic iones m onoteís­tas. Ijfícliisorfalta’en^g riego* una-palabra-cuyo-cam po-.sem ántico .eiTyÍ^lg^.pTopiáiñenteal téfmin<j-«religióñ»^Caque_másseaproxi- m a úsébeia*esjílefin• dá^por el sacerdote Eutifrón, el protagonista del hom ónim o diálogo platónico, corno^«eI-cu idado^ /herapeíay queii^siiprnbres tienen pararcon:los;diose§)> (Platón~EÜtifrorC 12e). E s ta fe ligios i ciad cons ist e e n I á~p úñ tu ál obse rván c iá de los ri tos cul-' tuales e n io s que se expresarel respeto de losihornbrejrhacia la djvi- ri'i'dád^dbnde se le r inden los debidos signos.de^obseqúio^y-deferen-^ £ ia ;^co ñsis te rites"cn.primenlügar^ii las o ffeTTdás s a cr i fi ci ale s^yvó t i - yas:-/Un valor parale lam ente débil tiene el equivalente griego del té rm ino «fe». En la lengua com ún, 1 a"e xpre si ó n^« c reergfllos~d ió-T ses» (nomizein tous theoüs) no^slgnificá tanto (com o ocurrirá en el posterior y m aduro lenguaje filosófico) una convicción racional re ­lativa a su existencia, com o «respetar»^honrar a i a divinidad en las pfácTicas~fle~curto: f iom ízem equivaldrá en definitiva a therapeúein, ded icaba, la d iv in idad jos oportunos, cuidados rituales.

El úc 1 e o d e 1 a^rel áción~cn tr e7 lío ni b r e s y d iv i n id a d 73 é l ajar e B - gión»~yde~la «fe»^de-los-griegos-pa.rece consistir^Tr la~observancm de 1 os ÍTf!to£y Be 1 os ritos prescritos“p o r l a t radici orí? Si n embargo, esto no debe h acer pensar en una ritualización obsesiva e invasora de la existencia. Él sarcástico retrato de la superstición (disidaimo- nía) que el filósofo Teofirasto traza en sus Caracteres (16) a fines del siglo iv a.C., está p robab lem ente inspirado en una actitud difundi­da: el supersticioso es aquel que vive en la aflicción de un perpetuo j tem o r a la po tencia divina y dedica de form a ridicula gran parte de I

Page 290: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

29<l/Mario Vegetli

su existencia al esfuerzo de hacérsela grata a través de los ritos, al in ten to m aniático de evitar la impiedad y de purificarse de cual­qu ie r culpa posible. Pero se trata, precisam ente, de un «carácter» de comedia: la sátira teofrastea no deja ninguna duda sobre el he­d i ó de que la obsesión del ritual no fue ni difundida ni apreciada en el contexto de la religiosidad griega. Esto no significa, natura l­m ente , que no existiese un profundo y radical tem or a la divinidad y a su capacidad de castigar las culpas de los hom bres golpeándoles a lo largo de su existencia c incluso de su descendencia. Este tem or está bien atestiguado en toda la experiencia cultural griega del si­glo v y, todavía en el siguiente, Epicuro, un filósofo casi co n tem p o ­ráneo de Teofrasto, pensaba que uno de los deberes fundamentales de la filosofía, si se quería restituir la serenidad a la vida de los h o m ­bres, debía consistir p recisam ente en liberarle de este miedo del castigo divino.

El conjunto de estas actitudes, en su complejidad, puede estar bien represen tado po r una anécdo ta ingenua narrada por el histo­r iad o r H eródoto, que escribe en el siglo v pero se refiere a la histo­ria del tirano ateniense Pisístrato (mitad del siglo vi), Heródoto cuen ta una estra tagem a de Pisístrato para reconquis ta r el poder perd ido en Atenas: envió una m uchacha con el aspecto y la a rm a­d u ra de la diosa Atenea, hacia la acrópolis m ontada en un carro, hizo que la p recedieran heraldos que instasen al pueblo a acoger de nuevo al tirano, reconducido a la ciudad por la propia diosa p ro tec ­tora de la polis. La astucia tuvo éxito y H eródoto se so rp rende de la ingenuidad de los atenienses, que «eran considerados» — com o o tros griegos o m ás— «astutos y exentos de la ingenua candidez de los bárbaros» ( 1, 60).

La anécdo ta puede ser leída según dos perspectivas distintas. P o r un lado, la familiaridad de los griegos con sus dioses y el hábito del contacto cotidiano con sus imágenes, explican cóm o los a te ­nienses pueden h ab e r «creído», com o evidencia inm ediata que no tenía sentido p o n e r en duda, en la com parsa de Atenea a la cabefca del cortejo de Pisístrato, o al m enos cóm o han podido sensa tam en­te m ostrarse unos a otros que creían en esto. Pero hay otro aspecto que subraya él ca rác te r «ligero» de esta creencia y, por tanto, no desm iente , sino que confirm a la habitual incredulidad atribuida p o r H eródo to a los griegos. La m ism a familiaridad que induce a «creer» perm ite tam bién a Pisístrato y a los suyos u rd ir el em brollo rep ro d u c ien d o la sem blanza de la diosa, sin excesivo tem o r a co ­m e te r un sacrilegio y a exponerse a la ira divina. La divinidad está dem asiado ce rcana a los hom bres , dem asiado disponible a la re la­ción con ellos, p a ra no acabar alguna vez transform ada en objeto de juego, de engaño, de tram as as tut as /Cfeflul 13 áBlHñcrécl u 1 i el 5c!.

Page 291: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

HI h o m b re y los d ioses/295

t e m o r a l o*cl i vi ri o.y d ésenvdltura .respecjtoja^l I oquedaTiTpurt árfto, éVtreciTamem e entrelazados en ;là;'actltuc)~rgligit)sa~TlèTlos griegos; c a d a acentuación excesiva de uno u otro aspecto conduciría radi­calm ente a una mala interpretación.

Esta peculiaridad sólo puede ser explicada remontándose a la génesis y a la articulación de las figuras de lo sagrado y de lo divino en la tradición cultural griega, que en ciertos aspectos no tiene pa­ralelos en otros universos religiosos.

sqcr p f

Hierós, «sacro», es una palabra griega quizá conexa con una raíz indoeuropea que iiene el valor de «fuerte». LiaTexp^ri^rT iSTgíi<!TgiP derlo sacrcren:general (no distinta, en este caso, de otras culturas) n ac i ó -probab je m e n t e^c óTrl a"a~préc iac i oñkcl é-l'a -presenciaTZlé:pót5n - c ias 'sob f eñ’átürgrl esiénll ugá res .arcanos J bosques. fuentes, grutas, montañas), Len tfemj m e n os jn a tu r a 1 es Xm i s te ri os o s XyJ t e m i bl es (el rayo, la torm enta), e t rm o m e n to sx ruciales-dejaiexisteneia (la vida, la muerte). Es taxxperiencia p rimarigT^ITha.venitlglITTiHjlancIo'cleS- puTfcs en dosltlirecciones 'divergeiiies^aunquc no~opuestasrrP-Q r:un> ladorlo~«5átrTü»~~^~téTrrilo n a 1 iza? Ugán d o sejaHos~’lugares-«fuertesffl, m arcados po r confines precisos, de;la:nTamf^íaoion^eno sobreña* tú ral? es tosJ ü gañes. de ahora en adelante dedicados a un culto de las potencias que residen en ellos, ^transfprm antprogresivaTnente e ñ sa n t uari os~7/e m erto ti %q u e pueden alojar templos consagrados a las divinidades verdaderas y propias./ó~bien pue derTtle limitá-rt>tfgg espac i oJ~cle~clcvociÓn?(por ejemplo las ninfas de las fuentes, o bien las tum bas de los;«héroes», con frecuencia sepulturas de origen m i­cènico convertidas en talismanes que garantizan la prosperidad de familias y com unidades, com o la legendaria «tumba de Edipo» en el suburb io ateniense de Colono). EsfiTclelinTitac i ó n*dc:l os^espac ros sagra d os ;c omporta'urra~se rie 'd e-prohibiüi oñesre ;int e rdic'cioiTesq u e garantizan seguridad de todo lo que com prenden ff^re^aTla^rofa? naciónry7etfabu<To;-?en p rim er lugar el receptáculo de la eventual imagen divina, pero también de las ofertas votivas que se le dedi­can y de sus ministros. PSTrText enSiÓrTT« sar rn »”se ráT£on s i d era do > tpdcTel q u e~^stá~tiOTn p re n di dd~en~l os rec i n tos~de lxti] ta 7o^stá:de di? cado-a^él^co m o las víctimas sacrificiales, las formas tradicionales del rito y sus oficiantes. E s taU erj i to r ia liz ac iÓ K ^ O o ság rad b ^ in f i em b arg o ^n o j ¿ u m e j u n c a . c n Greciallalformá*, conocida en otros lugares, e l ' ts fbu^jas prohibiciones no excluyen nunca la relación con los hom bres, ni la visita, aunque esté regulada, sino que la com portan estructuralm ente, puesto que no~lray^sacraiidad-sin^cul^y

Page 292: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

296/Mnrio Vegetli

^ c o le c t iv o . El respeto constituido por lo sagrado no se transforma nunca en el te rro r sin palabras y sin aparición que les acom paña en otras culturas.

PoT~o_lrjy|gflo7 «sa c ro » -^ a h o ra en"sejitido"arnplio, no intensivo sino extensivo— es para Ios-griegos todo aquello que surge-dtTIüis pfotencms.sobr^aturales^y'enlmodo/.especTfícb^eJas^volüntadéír* áivinas? SácrcT es vtám b ié ñ " poívt afítóT'el~oxde r r d é l aína tu ral e za, l a sucesión de las estaciones, de las cosechas, del día y la n o ch e ; 'y »

/otro~tarTtorocürre c oniel'o rden~inmutable~de~ 1 a ^ id a^sócial? la suce­sión regular de las generaciones garantizada por los m atrimonios, de los nacimientos, de los ritos de sepultura y de veneración de los difuntos, la perm anencia de las com unidades políticas y del siste­ma de poderes.

Eñ^ambasiac ep cion es- 1 a "ex pe ríeTici a^de:lo:ságraclo -ysobréTtüdí)¿\ a n e j í n a potencia, o u n x o n iun to de potenc ías? q ucf in t ei~vi e ríe ñ en lo s p rocFsi^rcl^iaTTatTJralezá v:d^l0 ^idaYcuyainterver>ción~p u ed ey ser inexcru tab len^en té 'tán to behevoPo (principio de orden y de a r ­monía natural y social), co m o 'p e r tu rb ad o r (violento, destructivo, en la tempestad, en la enferm edad y en la muerte). La lengua griega seguirá llamando «sacra» a la más incom prensible y per tu rbadora enfermedad: la epilepsia. I^a-actitud-hacia-esta-esfera-derpoten&ia sLo b ren a tu rahestará"orientada~a'propiciar:elrcarác^türrb'errévolQ~y?a ccm jurar^la^ioleTi^iaTnegativa, y hay que verla, com o en las pala­bras del sacerdote Eutifrón en Platón, com o «el cuidado de los s ier­vos para con los señores» (Eutifrón , 13d). EjTTfo.propiciaiorio3—un acto individual y colectivo que puede, y debe, ser eficaz si se hace co rrec tam en te según el procedim iento establecido po r la trad i­ción que se supone que es grata a la voluntad a la que se dirige— c&ns i s térsate reTt od o'eTTl a“ 5 fren el a vo ti va " acó m pañada p o r J a jñ v ó “1 í^ i 'ó lT^lároracró 'ñ7? Para los griegos, incluye la donación de r iq u e­zas, de libaciones, de prestigiosos edificios de culto, pero en su nú ­cleo está la ofrenda alimentaria, el sacrificio animal. Según las divi­nidades y los am bientes social es^I-sacrificicJf com o veremos, «pue? de-asumi r ~d i ve rsas"formasT e irtocios 'loscasos éxp resa i a:re n un c i a , PoTTparte~de 1 "grupo^humano7'ásu n a~parte~de suSTecursos^alinrcn ta- r^gs^Tiás:preciosos^y su~concesión~aias póteffci a ^ i vinasTqu£ gr-a- olas a ~ estel^cuiclacló»Ttendrian. q u e jresultar. apla^adas 'y^benévola-

¿m e ht e^d ¡ spu es tas lH áciiuIosIhoñib i^ .I rnportancia~deci siva-ti ene^para-la-eBcacia~del j i t o 7 hay._qucjife *

petiiio, que se dgsa r r o H é ^ ^ l ^ form aven,los .m om entos .sancionan dos. p o r.e í ^ t m d i c i o n a 1 ?7po r consiguiente, el ca lendario griego está en el origen del conjunto de las reglas rituales, sobre todo, y los nom bres de los meses quedarán para s iem pre conectados a las cerem onias de culto que deben ser desarrolladas en él ese periodo

Page 293: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

E U io m b r e y los tlias<;s/297

del año. El^coniecimierTtoxitual^en el que se celebra y se asegura la buena relación en tre hom bre y potencias divinas, e's'tambirén£i'ta- tu ta lm ente, ü n m o m e n to .c úsp i c lO le i áTCO nv i y en cialííTl i ^ l c5s!homj bTegT^e'la autocelebracioTrde sus com unidadcsT^com pañan s iem ­pre al rito ios acontecim ientos más significativos de la civilización griega, del banquete en com ún a los juegos deportivos, de las d an ­zas a las procesiones o a las rep resentaciones teatrales.

Si el rito — y en primer lugar el rito sacrificial— garantiza la buena marcha de la relación entre los hombres y lo sagrado,/esta’ réláciÓTTypüedgTPo rre lTContfano.'serTálteradá^v-turbacl a?

Pu<l^e^ocOTrir~gue2los~hombfes:invádan'el espacÍQlde^ló~sagra- j d o ~vioieñ"sus_priyi 1 egios o mfrinjan-las norm as divinas que regulad j et'15rderrsocia l^E sto sucede, po r ejemplo, en la Ilíadci cuando los' griegos reducen a la esclavitud a la hija de un sacerdote de Apolo, Criseida, que está consagrada al dios p o r nac im iento y es parte de sus propiedades; esto sucede cuando Edipo lleva a cabo su gesto parricida, m anchándose con la sangre de Layo; tam bién sucede cuando, en tiem pos históricos, la familia de los Alcmeónidas mata a Cilón y sus secuaces que se habían refugiado en el tem plo de Ate­nea (Heródoto, 5, 71). En todos estos casos ¿Hay -«contatn i ñac io rñr^f (rníasmdp, y^óñtá^iña^iorrrhaylcadaTveziqueTiñfSingen^Ios-jura '5 | meiTtoirhéc hos_en. ndm b re d e l os d i ose s .""ó ue~sc~de rra m a.sangrehu? [ m ana70^ u e - n 0^se~respjetan"las-reglas del:ritü?IX~cür>tamiriacióri~es~ \ u n a x u Ip a ^ u é jv a más~á II á d e l o s i í m ite s d e o rdeTrTjuTi'dicb y lm óral: 'j re c lamarla .venganza.diviña sóbre~elleulpaUIe_y.se_difúríclelenrel-es- j pac io^ invólucrando a 1 lá^comuriidad^que lo"acog&?(son el ejército ■ griego y la c iudad de Tebas, con la «peste» enviada por los dioses, quienes pagan las culpas de Agamenón y de Edipo), y~t arñbiéTTerrel ;> tiernpbTfcomo en el caso de las familias trágicas de los Labdácidas y de los Atridas. La idéálj e bmíás» ía t ien e ún pí^ ib ie origen matei-ial, deno tando la suciedad, el enfangam iento , 1 arnancha 'de^uieTTvive? b a jo y ~ fu e rá3 ^ 1 ó s’estahdardTmpuesü5s por^su'coTrmñidad rscrcial; se hace visible, c rudam en te , en las m anos del hom icida m anchadas de sangre, en las llagas de que se cubre el que puede imaginarse com o afligido po r un castigo divino. LíTsucieda'd 7m ate ri állori g ilí a - ( narticrTcle a morglizarse p~asando a ser una me tafora~de la~« c ü 1 paff y | de.Ja_«maldiciórrdiviña». E jjifectado n o puede acerearse a lo sagra- \ dcTeTTtas^prac ticas“ritualesT ^debe^er éXpülsadjp^de s u c o m unidad ! que, en casocontrariorse arriesga al contagio?U rneco"de^esta^ifua^/ ciórTlirt^nemoTeñ el a n tT q u ís im o T n tu a l^ e d m ro A :g¿ que presen- i

ta indudables derivaciones orientales: cadaa:ñ‘o7rla-comunidadteliir|5 ge-'a u n 6~fle sus m i e mbros m ¿ rg i TTal esTra fl i gi d o p o r;d eform a c i o nes i

fisicas o psíquTcas,V l o 'expulsanaco mp"añañeip I ó^e.n procesioTTa"fes ¡ puertas de la^ iuda’d ;pá raq u e sea expu I sa d o j u n t o a I a s"c“o n tammacTo - ;

Page 294: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

¿yr>/ ivianu vcgirui

nes que 'püédéñ e s t ar, p re sen tés e n é l grupo social (un eco literario dé este ritual sin duda hay que verlo en la expulsión de Edipo, rey parric ida e incestuoso, de la ciudad de Tebas, con el que se co n c lu ­ye el Edipo rey sofocleo).

Del m ismo m odo que la idea de la con tam inac ión tiene oríge­nes materiales,;sigue'sienclp ~matériál/_en su form a ritual, él proce-

I dimiéñTft dcpür ihcac ió lT '(_káVfarsis).* S <Ttrnta irseTicialmentc de u na ab luc ión efectuada^con agua (rara vez de una fum igación)yiTTteTita dé volver a l ' iniii vi düo s'uci i m pu ro , a la limpieza, y po r tan tea r la '

I p ü r e za_e xi g id a p or s ü r i vi 1 i zac i ó n Fhaab 1 uc ió n p u r if i cadora;se"rea- j lizará en to d o s lo s -c a s o s e n l o sq u e n o s -e n c o n jre rn o s , incluso sin i culpa, c o n fenóm e n os -po t e nc i a l m e n t e - G o n t a m i n a n t e s c o m o el na-

c imieTTtóTlaTínuer te , el séxfíTó la enferm edad- Platón prescribe, en el noveno libro de las Leyes, este ritual incluso en los casos de hom i­cidio involuntario o legítimo. H abrá que purificarse después de una relación sexual, antes de acercarse a actos de culto, y también se purif icará la casa en la que p roduzca un nac im iento o una defun­ción. En los casos m ás graves de miasma, el rito se realizará según los p recep tos de un d ictam en, solicitado a los sacerdotes de Apolo, que es el dios purif icador (kathartés) p o r excelencia.

Ejvla cpTrcrenciá religiosa y m oral de las sectas^ prolongada lue­go en el p ensam ien to filosófico, del que hab larem os más abajo^la^ id e a d e l aj5u ri fie ac i ói\ seTd e sarrol 1 a p a r a 1 élá m é nt é a ! a c ó n c ep c i ó n de "la cu lpa con t am iña ñt é co m o algo inheren te á la-condición ,hu­m ana : toda la vida se co m p re n d e rá en tonces com o un ejercicio de purificación de la co rpo re idad y de los vicios ligados a ella, hasta la p rep a rac ió n de la d isolución salvadora del e lem en to espiritual, el a lm a, de sus lazos terrenales. Pero este desarro llo extrem o de Ja co n cep c ió n del miasm a y de la káíharsis tendrá que ver siem pre con m inorías religiosas e in telectuales m arginales, aunque influ­yentes, respecto a la vida religiosa de la sociedad griega,

Los dioses, j o s poetas .-y. la. c iudad

Los e lem en tos trazados hasta aquí no son específicos de la cu l­tura griega, porque en Formas bastante similaresse encuentran en la ex­p e r ie n c ia religiosa de o tros pueblos de cultura tradicional, y ni si­qu ie ra p u eden const i tu ir el perfil y el cuadro unitario de un au tén ­tico universo religioso, ü s tae sp e c i fi d a d y e s t rrupi fie ac i ó ñ reí i giósá so n 'm á s 'b ie ñ ü n productod e dos factores culturales pecul i armen - te g r iég b sr iá poesía"épica en prim er.lüga |v(donde juegan un papel decisivo la llíada de H o m ero y la Teogonia de Hesíodo) y, en segun­d o lugar J a figuración-artística, que desde este p u n to de vista cons­tituye "eiTsu p je rñ em o ^co ñ o g rá f icó de la poesía^.

Page 295: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

Ll h o m b re y los diciscs/299

Lsa_épica-nace del fondo de relatos' m ilicos tradicionales sobre l as di vi nidádes y.las poten c i asrso b ren al urál es qu e h a b it a n el m un : do y i o do m in an. Anónimos, difundidos, repetidos y aprendidos de generación en generación, estos relatos — una especie de amplio ' catálogo del imaginario religioso— forman el conjunto del saber social sobre los dioses, inm ediatam ente creíble y persuasivo, no cuestionable, p rec isam ente por ser anónim os, por su difusión en el t iem po y en espacio y por la antigüedad inmemorial de sus oríge­nes. Pero po r estas m ismas características, el politeísmo que em er­ge de la masa enredada de los relatos míticos es caótico, confuso, ca ren te de u n a form a com prensib le y controlable «a prim era vis­ta». I^imelWnrióTT-de 1 a p o e s íá ^ é p ic á ^ la ¡liada en p rim er lugar, au n q u e no faltaran posib lem ente precedentes inicénicos— sobre este;rnateria} es sobre todo una operación de selección y de. o rde­nación; es la im presión de una forma orgánica y visible para la esfe­ra de lo divino, que desde ese m o m en to queda m arcada de forma indeleble. Esfá'áqüí.tpues, efTel póliteísmo an tropom órfico y orde- nádtfrsegún precisas re laciones funcionales y de poder de la lita­da— el^signo de u n a ex traord inaria revoluciónimelectualfcfiie f<Tr- j a la - r e i i gió n- g ri e ga e n i l a q ü e acabaría p o r sel' su fo r m a h i st Ó fi <fa. La poesía épica, sin em bargo, m antiene, y refuerza con la eficacia de la gran literatura, el ca rác te r fundam ental de los relatos míticos. La~épica es un relato que narra lo^hechos y las gestas de los dioses, n o m b rá n d o lo s lugares en los que suceder^defin iendo a sus prota-# gonis tas-oom o-indiv iduo^dotados de nombre? personalidad ycay» rá 'c te i^e^ec íf icó : sc0yipefsonajes"narrativos*y no abstracciones concep tua les o metafísicas ni figuras totémicas. Cuando Hesíodo intente pos ter io rm ente p o n er orden en el universo religioso ho m é­rico, com pon iendo con la Teogonia lo que es el prim er, y en el fon­do el ún ico , «manual» religioso griego, no podrá hacer o tra cosa que par ti r de esta-experiencia de base: las relaciones entre los d io­ses-personajes no estarán ordenadas según la tram a de los co n cep ­tos y de las construcciones teológicas, sino según el orden genealó­gico de las generac iones y de las reciprocidades del poder, que es propio de nexos en tre individualidades singulares, vivas y activas.

B1 gcstoTfüñdádór dé la épica,“su m irada coíifigüra'dora~dé 1 tíñP* verso de ia~diyiñi'dád’é ñ rformá~dé~re 1 ató an tro p o r r ió if ico h ay que p o n er lq -en conexjón con la cuH üfa*dFláaristócracÍa em peñada en" íá em presa ~de la~coloni2agiÓn de Asiá M éñdr^Esta aristocracia se cele&ra'arsíirfrisñriB-eri ia :ép ica 7 sus propios orígenes y sus propios héroes, y_al'mÍsm<D.tiempo da fo rm a a sus propias divinidades>por> m éd jó rdé .’úna^proyección:*susid iosesm o derivan, com o esciibe Snell, del culto o de la enseñanza de los sacerdotes, sino que «son» c r e a d o ? c o n ~ e rc a n to P jliñtó con:los dioses«?

Page 296: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

300/M ario Vegetti

La dimensión de proyección de la formación de un universo di­vino en la poesía épica, y en el mismo contexto los héroes aristo­cráticos, define de forma duradera sus caracteres sim bólicos.¿os? d ioses7comollós^hé roes ' so n rep res e n tadósle fTe 11 í m i t em áx i m o r d e r s tTexceléñ cial'areTe) rpo'rjjel 1 eza^i n tel i gencia^fuerza yr jdo p ía p e r­petua flor de estas dotes: lajinmoTtalidad Estarcomporta-también^- inmediatamente, com o es natural, unaitrascendertciar.dedla-condi- ción~humana7un u m bral-insuperable queisepara-a:los dioses~de los> héTx>e_s~todavía más^dgip~que po r s u jé'x celéncia"éstos están separa­dos deHos-ho m bresT?

Este umbral está impuesto por el carácter de proyección que gobierna el m undo imaginario poético productivo de las divinida­des homéricas, que tiende, sin embargo, a ser franqueado conti­nuam ente por el mismo gesto intelectual que lo ha determinado. El acto que configura el universo divino perm anece «artístico», y por consiguiente en alguna medida «artificial»; su origen estetizan- te y tranquilizador establece una relación especular en tre la n a tu ­raleza mortal del héroe aristocrático y la inmortal de sus dioses, En p rim er lugar, éhum bral-se atraviesa-en la-genealogía», que garan tizan a 4 0s7h5 ro.es u ñ a r le s c e ndenci a yUn pare nt esc o divino~gracias:arla uniórrrepetida~de^dioses'yTdiosas con-moríales’, de~donde~se gene- fáñ,las~fál^ilIaill^lFans^cracia~griega>I¿uegorhav:viñ~caros~cons- tántesentre-diosesy'hombreis, que aquéllos fie cu en tan, estando li­gados por vínculos de parentesco, de afecto o de aversión, y sólo por la necesidad de exigir continuam ente los honores que se les de­ben en tanto en cuanto son señores de la exorbitante potencia./Se* pro duc e;ese^en t re 1 azami en to'y'e'saTi mb ric ac ión-continua-en trere 1 rmmdo~de i os~dioses y el m u n do de los.hornbres-que es una ca rac te ­rística sobresaliente de la llíada y después del m undo imaginario religioso de los griegos. Surge de aquí tam bién la costum bre de un com ercio con los dioses, una familiaridad con su presencia, una atribución a ellos de r e la jo n e s peculiarm ente humanas: los dioses pueden herir a los dioses y ser golpeados en el campo de batalla, conocen el amor, los celos, la envidia y cualquier otra pasión p ro ­pia de los hombres. Todo esto hace que los dioses, aunque sean te­midos por su excelente potencia, puedan ser vistos también con ironía y a veces con el sarcasmo que se atribuye a las debilidades de los hombres; de este m odo la llíada, que es el poem a fundador de un universo religioso, se ha podido definir también, paradójica­m ente pero no sin motivo, com o «el más antirreligioso de todos los poemas» (P. Mazon).

Lo sabía bien Platón, cuando deploraba en el te rcer libro de la República que a los dioses de la litada se les representara atrapados por la risa y el llanto o po r el deseo erótico: «Hay que acabar con se­

Page 297: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

Él h o m b re y los dioses/301

mejantes fábulas, no sea que engendren en los jóvenes una gran fa­cilidad para el mal» (391c ss.)- El Platón educador proponía enrne- dar las páginas religiosas de la épica, o mejor, echar a H om ero y sus secuaces de la nueva pòlis, con todos sus peligrosos poemas (República , libro 10). Pero el program a de Platón no tendría éxi­to, y la experiencia religiosa de los griegos seguiría siendo m o­delada por los (extos de la poesía épica, que inauguraron su cu l­tura.

El-politeísmo an tropom órfico (donde se ve a la divinidad sobr e todo com o el personaje concreto de un relato, y después se le hace visible m ediante la representación que lo ilustra) com porta-una sé^rie de consecuencias-importantés. Por una parte, excínyerla omñi- potencia’y en cierto sentido también la:orttniscie'ñcia,tanto de cadadivinidad com o de su rey, Zeus. Donde hay om nipotencia no hay relato, claro está puesto que éste exige una pluralidad de sujetos agentes, cuya fuerza y cuyas in tenciones se limitan y se condicio­nan recíprocam ente , p roduciendo la tram a narrativa: Zeus no po­día decidir inm ediatam ente y por sí solo el fin de la guerra de Troya, sin supera r enfrentamientos, recurrir a compromisos, u rd ir planes complejos, po r m ucho que fuera el más fuerte de los dioses.

Por o tra parte, lojque separaja-dioses y-hombres es sobre todo^s.u fuerza: aquéllos son, con m ucho, «los más fuertes». Esto se deduce tanto por la experiencia prim aria de la existencia de potencias so­b renatu rales que obran en el m undo, com o por el hecho poético de las representaciones de la divinidad a través de una proyección al límite de las cualidades herSicas. tos^toses^se distinguen por el dom inio específico en el que se ejercita su poder, aunque por lo ge­neral, no tratándose de abstracciones conceptuales sino de perso­najes concretos, son-figu rasp lu ri funcional és^cuy os -podefesTse ex - tieñclen ;con"ffecu e n c iaiaiu na-multiplícidad "de :sec t ó res? en t re I a z á n d p e r p ó n i é n d o s e : e n t r e e liosrEn este m undo imaginario religioso, com o ha escrito Dumézil, «conceptos, imágenes y acc io ­nes se articulan y forman con sus nexos una especie de redes en las que, en principio, cada materia de la experiencia hum ana debe es­tar tom ada y distribuida».

Esta"pluralidad de;funciones-je^expresaenrla mu11iplic id ad; d e* a pe la t iv o se spe c í f ic o s conTlosicualesrseTacompa ñ a “éllñ o mbre^d cada-divinidadi; a través de los que se le invoca en relación con los distintos cam pos en los que ejercitan su poder y su tutela. Así, hay un Zeus de los ju ram entos , un Zeus de los confines, un Zeus p ro tec ­to r de los suplicantes y de los huéspedes, un Zeus de la lluvia y del rayo. I¿éro7_tras.esta^plurali9ad-3e-Kmcionésfla-figura-del-dios.manír tiene su un idad‘focalTsu inclividualidad que noderiva'de'su^cóloca-

Page 298: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

3 02 /M a rio Vegett i

c ió n e n un-sistema teológico, sino de la tram a narrativa que le iden^. tií¿cáLc<3mf5;íjjeTsonajeí (hay excepciones, sin embargo, cuando el n o m b re de uno de los dioses del 01imp^> hom érico se superpone a figuras culturales preexistentes que oponen resistencia a la identi­ficación: es el caso de Artemis, virgen y cazadora en el universo poético pero ligada a un culto de la diosa m adre de origen oriental, p o r ejemplo en Efeso).

Esta unidad focal puede verse sum ariam ente en las doce gran­des divinidades del Olimpo, Zeus es el principio de la soberanía le­gal, que une en sí la fuerza y la justicia y actúa com o garante univer­sal de! orden del m u n d o y de la sociedad gracias a su potencia supe­rior. Por otra parte , es ésta la razón del poder de Zeus, que no es prim igenio sino conquistado gracias a una serie de gestas heroicas. Según la genealogía de Hesíodo (siglos vni-vu a.C.), Zeus habría puesto a una dinastía divina de orígenes noctu rnos y caóticos, cul­m inada p o r su padre, Crono, que acostum braba a devorar a sus h i­jos. Sustraído a la furia paterna gracias a la astucia de su m adre Rea, Zeus depuso a Crono, convirtiéndose en el rey de los dioses. La nueva dinastía, celeste y olímpica afirmó defitinivamente su po­d e r gracias a la guerra victoriosa sostenida por Zeus contra divini­dades clónicas y primitivas com o los Titanes, ligados al m undo caótico de Crono. Con la llegada de Zeus a la realeza, se obtiene fi­n a lm en te una separación en tre el cielo y la tierra, la luz y las tinie­blas, y se garantiza la a rm oniosa sucesión de las generaciones. Su esposa, Hera, en tanto que garante del m atrim onio regular, de la un ión capaz de generar una descendencia legítima en el ámbito de la familia, está ligada a la existencia misma de la sociedad hum ana y de la civilización, a la que ella impide caer de nuevo en la fiereza ca ren te de reglas de! estado natural.

El he rm an o de Zeus, Posj(on, es una divinidad antigua y potente de claro origen m icénico. En el m u n d o hom érico está, en cierto sentido, marginado: si a Zeus le co rresponde el señorío sobre el cielo y la tierra, a Posidón le queda el p o d e r sobre los abismos m a­l in o s y el subsuelo, lo cual le hace el señ o r de la tem pestad y del te­rrem oto . Divinidad tem ible, Posidón, com o p ro tec to r de los m ari­nos, s iem pre estará m uy cerca de esta d im ensión fundamental de la expe iienc ia griega.

E n tre los tipos de Zeus, la p redilecta es Atenea, la m uchacha q ue él ha generado d irec tam en te sin intervención fem enina y que rep resen ta , p o r eso mismo, en el ám bito de su sexo el principio pa­triarcal, el valor m ascu lino en la m edida en que puede ser co m p ar­tido con la mujer. En este sentido, Atenea es depositaría de la inteli­gencia práctica que preside tanto el trabajo de los ar tesanos com o el t íp icam ente feiTicninb del tejido. R epresentada por lo general

Page 299: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

El h o in b re y los d ioses/303

con arm adura hoplítica, Atenas es además la prónakhos, guía y p ro ­tectora armada. Con esa doble atribución, Atenea está asociada al papel de divinidad políade de la polis ateniense, es decir, de diosa específicamente ligada al destino de la ciudad, y objeto de una par­ticular veneración por ella (hay m uchas divinidades políades feme­ninas, com o H era en Samos y Artemis en Efeso: esto se puede expli­ca r po r su valor de nodrizas, garantes de la fecundidad y de la pros­peridad de la población, al que se puede sum ar el de protectoras a r­madas).

De entre los otros hijos de Zeus, Apolo desempeña un papel ex­traordinario. Gran divinidad solar, también con origen guerrero, Apolo asumió siem pre más el ca rác te r de dios de la luz, purificador y sanador. Dotado del don principal de la sabiduría, Apolo conoce el futuro y por tanto preside los grandes santuarios oraculares, com o el de Delfos. Ligado a la música y a la poesía, y por tanto a la dimensión cultural esencial en la civilización griega, y garante de la armonía, de la belleza, del orden del m undo definido estética­mente. Apolo perm aneció com o la divinidad «filosófica» por exce lencia. Por todas estas razones, en época histórica su prestigio os­cureció algunas veces al de Zeus.

Con Apolo forma pareja, en el polo opuesto, otra gran divinidad antigua griega (pero a la que los griegos atribuían origen oriental), Dioniso. Dios del vino, Dioniso está ligado a la experiencia de la embriaguez, del delirio, de la locura, dom ina la zona oscura que precede al orden de la existencia civilizada, donde se establecen vínculos muy próximos entre hom bres, animales y naturaleza. Su culto, que prefiere la m ontaña y el bosque y atrae hacia él a muje­res y bárbaros, es con frecuencia apreciado com o subversor del o r­den constituido por la polis. Dioniso está marginado en la poesía épica, donde prevalece la imagen heroica de la divinidad, pero se convierte en la divinidad p ro tec to ra de la poesía trágica. Con fre­cuencia se le ve opuesto al orden y la a rm onía propias de Apolo, con la figura del Otro — el otro aspecto de lo sagrado, no estable y regular sino so ip rénden te e inasible. Sin embargo la experiencia religiosa trabajó asiduam ente para una integración de estos dos as­pectos sin conflictos. En su santuario de Delfos, Dioniso fue vene­rado jun to a Apolo; com o herm ano; en la religión de la ciudad, se tendió a dejar a Diqniso en su lugar y su papel específico en la fies­ta, en los m om entds carnavalescos donde dom ina el vino, y sobre todo en los festivales teatrales, l lam ados a hacer com prensible y aceptable en el orden social la alteridad dionisíaca y las d im ensio­nes de la experiencia que representa.

Tres divinidades femeninas y tres m asculinas completan el pan­teón griego. Artemis. herm ana gemela de Apolo, es una diosa vir­

Page 300: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

304/M atio Vegetti

gen y m uchacha ligada a los espacios externos de la ciudad, como ci bosque en el que se complace cazando con arco y flechas: lo co n ­trario que Atenea, instalada en el centro de la ciudad con su a rm a­dura hoplítica. Artemis está ligada al culto femenino, preside los T i ­

tos de las jóvenes y su paso de la condición de vírgenes a la de muje­res casadas, protegiendo además los partos y jos nacimientos.

Muy distinta es la naturaleza d e .Afrodita, dio^a del sexo y de la generación probablem ente em parentada con las grandes diosas orientales de la fecundidad. En conexión con la experiencia del de­seo erótico (de hecho es m adre de Eros), Afrodita es ajena a la esfe­ra familiar y conyugal: ligada a las dimensiones incontrolable y pri­mordial de la sensualidad, está definida en ciertos aspectos por oposición, a la reproducción matrimonial regular que Hera re p re ­senta.

Ligada a la fertilidad de la tierra y a los ciclos de la naturaleza, Deméter puede por este motivo ser asociada a Dioniso. Sin em bar­go, su dominio está conectado, por oposición al vino, en el cultivo de los cereales, y tiene su origen en la civilización agrícola. En la historia de Perséfone, la hija de Deméter raptada po r Hades en el m undo subterráneo, en el reino de la m uerte y de las tinieblas, y después, por intervención de su madre, re integrada a la luz del sol cada primavera, se celebra la sucesión de las estaciones, de la s iem ­bra a la recolección, pero también, genéricam ente, el ciclo de los nacimientos y muertes. Estos aspectos hacen de Deméter una divi­nidad particu larm ente ligada a los cultos feméninos. La historia de Deméter y Perséfone les asigna además, com o veremos, un papel central en los misterios eleusinos.

La terna masculina, cuenta con una divinidad de ca rác te r muy particular, com o es Hermes. que personifica la figura del m ensaje­ro y del viajero; divinidad móvil, ligada a los caminos y a los espa­cios abiertos, H erm es indica además el tránsito entre el m undo de los vivos y el de los muertos, ya que tiene el deber de co nduc ir al más allá a las almas de los difuntos. Su capacidad para los cambios y contactos, su movilidad de viajero, hacen de él un dios fundador tanto de los com ercios com o de la cu ltura en cuanto arte de co m u ­nicación y de com prensión en tre Jos hombres.

En el polo opuesto está Hefesto, divinidad artesanal ligada a los espacios cerrados del taller y de la fragua del herrero, expresión de la potencia transform adora y creadora de la técnica. En el culto de los artesanos, Hefesto-está asociado con frecuencia a Atenea. Sin embargo, su esposa es Afrodita, una unión que aproxim a la c rea ­ción sexual de la naturaleza a la productividad artificial de la técn i­ca. Pero Afrodita no hace caso de este vínculo m atrimonial y prefie­re, en lugar del laborioso Hefesto, la fuerza primordial y guerrera

Page 301: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

El hombre y los dioses/305

de Ares. Dios de la guerra, temible divinidad de los campos de ba ta­lla, Ares está ligado especialmente al valor heroico de los co m b a­tientes homéricos, en su dimensión de furor y de impulso homicida incontrolado.

Además de los doce grandes dioses, el pan teón griego natura l­mente cuenta con otras divinidades. Algunas de estas divinidades m enores son bastante antiguas, com o el ya citado Hades, dios de los infiernos y de los muertos, Hestia, Eros y Perséfone. Otras se su ­man, en época clásica, siguiendo un proceso de conceptualización moralizante del universo religioso propio de la época arcaica, p ro ­ceso que tiene un trasfondo jurídico y político. Conforme va p are ­ciendo inadecuado, en su personificación narrativa e iconográfica, para expresar la creciente complejidad de la experiencia social, se integran figuras que no derivan de la formación poética originaria del m undo de los relatos míticos, sino d irec tam ente desde la abs­tracción, desde la sublimación de valores y p roblem as de la nueva realidad colectiva. Asi aparecen divinidades com o Dike, la Justicia, imaginada com o hija de Zeus para represen ta r la directa im plica­ción de la garantía de los valores ético-políticos de la coexistencia social; o también Eiréné, la Paz, una divinidad que expresa la n ece ­sidad de arm onía dentro y fuera de la polis; o más tarde Tykhé, la Fortuna, cuyo culto será bastante im portante en época helenística com o respuesta a la difundida experiencia de inseguridad personal y colectiva.

Tambi én elPépócSTh e l e n i s ti ca7d o s ’üb'STtacto s~fcon^cu 11 uras re 1 i- giosas distintas-derla-griega?en especial la egipcia, inípliüaTáTTla~im> corporación'de^divinidades^extranjerasahpanteón-griggo-lasxua^ ''

,4és3£Tan"asimiíadas , sin embargo, a las tradic ionalm ente familia­res poKraVía!3e]JsincreíismoT.asír Anión se unificará con Zeus, y a veces será venerado con nom bre doble, Isis se unirá a Dem éter y Osiris a Dioniso.

Pero an tes de todo esto^tas viejas eli vinidádesc!e 1 Oí i m pó ho m é­rico ex^fflhTeñTaron^tr%;t ransfoTTñación dec isiva:-fue ron integra- das~en~el ho rízon te^de la:pó/t’57:convi rtjéíiélose to ta lm én te 'éh repre- sentanFejTde u n a rc l ig ió n cívica yJpóli t izad a * l~a aparición de un o r ­ganismo social y político que lo com prende todo en el horizonte de la Grecia clásica, un organism o capaz de rees tru c tu ra r la experien­cia colectiva y las m odalidades de vida pública y privada, com o fue la polis, no podía dejar de afectar tam bién a las formas de relación en tre hom bres y dioses, y al papel de estos últimos respecto de la existencia h u m ana. LaSTdiwñidádés o lím picas 'serán integradas en> los espacios sociales d é la vida*public&, llamadas á p r e ^ á r s u s 's e rv i^ cio'S a la^pó'/íj^é'lós Kom brés^com o un ciudadano en activo más. Esteiservicio-*— que será recom pensado con prácticas c u l t u a l e s ,

Page 302: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

306 /M ario Vcgctti

quE a páftircie áHóra estarán reguladas’'!egisladas-y financiadas por ! a c ó ¡mi ñida clpol í t i car— consistirá ante todo en asegurar la p ro tec­ción y la prosperidad para la polis (tarea asignada en p r im er lugar a fas divinidades políades) y además en aconsejar, asistir y garantizar las actividades. No hay guerra y fundación de colonias, p rom ulga­ción de leyes o tratados, estipulación de m atrim onios o contratos, que no venga som etida a la protección de una divinidad, cuya a ten­ción es reclam ada con los oportunos gestos de culto y las necesa­rias prácticas sacrificiales. Sobre todo, no~existe,actO'd e -c o n viven - üTa en tréne iüdád a nos , de la fiesta a la asamblea, queTnrr^stéTConsa- ^fati<raTJ'5Ttli^yjnitiadl j eTla' qu e l-se-! espe ra igra c i á ^ b e n c vol eñe ia:

ha-conciudadanía-rdeTh o m br e s ^ d i o s e s^gfi c u e ntra^u n^lugar'se- 1 ec t¿jcjxJ aTfe^id ene ia^q ue;la^c i utladiasí gftá _a_su$3 liym idades-a-tra- v.égtfe s i j jg p res^ ntación-estatuaria:-colocado en el cen tro de la ciu­dad, en el corazón de su espacio público y bien visible desde cual­q u ie r lugar de la polis, el tem plo está abierto al público y constituye u n a propiedad com ún de los ciudadanos, La com unidad cultural que acude al templo y a las prácticas rituales que allí se desarrolían se identifica con el cuerpo cívico y constituye un m om en to rele­vante de su contacto, puesto que la unidad de los ciudadanos está c im entada en ella y garantizada po r su relación com ún con la divi­nidad. Así, Hestia, la divinidad que preside el hogar com ún de polis, p u ed e ser identificada con la «legalidad misma» de la ciudad (Jeno­fonte, Helénicas, 2, 3, 52).

Precisam ente por este motivo, las funciones sacerdotales, los co leg ios de sacerdotesJhiereís)_que adm inistran los templos y go­b ie rnan el culto no pueden ser considerados com o funciones p ro ­fesionales p erm anen tes y com o estructuras separadas del cuerpo cívico. Los^cargqs^sacer.dótaleS’,¿comoTlas^frragistraturas^rsonj-co& Irec u e n cia ipnrJüfec ci ón^o~po rrsorteo ,y7poKütra :parte7sünTl os pro - ]?iosliYa~gistradósTde^Jarpi37ís, com o los arcontes atenienses o los éfo-

I ros espartanos, qü iénes désarrbila'n direCtam'eñteifuncion.es sagra.'» L/da§TíPeríJnriclusoTcuari'dóThayJ;sacerclotBs'rhereditarios? com o los

que co rresponden a las familias atenienses de los Buzigi y los Pra- x iárg idas , esCañ "someticlos“de^tudas"formas~al:con t r ol "púb 1 ico de-la^

dado que son tesoreros del culto y de la propiedad divina, y po r tanto co m ún , t ienen que ren d ir cuentas de su conducta a la c iudad al final de su mandato , que de todas formas es tem poral y re-

( vocable. Ni siquiera se puede ped ir al sacerdote — dado el ca rác ter de la religión griega— n inguna cualificación especial de tipo teo ló­gico, aparte dei pa tr im onio mítico-ritual conocido por todos los c iudadanos. Desde el pun to de vista moral, será suficiente que es- lén ex en to sd eco n tam in ac ió n y que cum plan lasnecesariasprácticas de purificación antes de acercarse a los ritos y a los sacrificios.

Page 303: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

El hombre y los dioses/307

El'iacrifiüiíTSiayclivinidad olímpica constituye en yerdad.ehrno- rneñtcTfócallle lo que Platón llama «la:amistad:eñ tre^l i oses -yTlom -

/Gres« (Simposio, 188c) y, por tanto, tam bién de la amistad política en tre los hom bres que aquélla tiene que garantizar. Detrás de la praxis sacrificial está natura lmente , com o se ha dicho, el aclo de ofrenda votiva a las potencias divinas. Pero en la elaboración m ito­lógica de los griegos, en su ritualización del sacrificio, hay algo que es más específico. Seguñ'elTrfito,/eñ.Bir<5TigCñ^el3 a'crificiolo qyej> h ay es üTrengañourd i do;porrPrometeo? quien había asignado a los 1 hom bres la carne comestible del animal, dejando a los dioses sólo partes no comestibles, destinadas a ser quemadas y transformadas e n h u m o . Est e engaño puso fin-a 1 -originario com part ir 1 a-mesa^en- t re tíom bre s ;d ios e sry^as i gn ó 'a l o s . d o s ;g ru p o s u n régimen_alime n ticio^dísTintoT^humo y arom as para los dioses inmortales, y para los hom bres alim entación cárnica, ligada a la mortalidad. <É17corte m arcado poi-rProm cteo no-se elim ina-en-el acto sacrificial — no se puede volver a com partir la mesa com o se hacía en origen— /sino cjue - s e yrecom ponera rm oniosam e n te, LoíTdiü^sTprcscnciarré Ir? a - c ni fíe io y se com pl acen en él y .-p o rsu p a r te ^ io sh o r n e e s están-a u - t o rizado s a l a a | i m e n taci o n“üárñi c aTpOT'qu eTé a 1 i m e ntan'de "ari ima- l¿rcüya!m üéne:se:legitim áeW virfüdde la^óñsagración al cuUo di-^ vino7y no contamina? Por escral rito•sacrificiaHe sucede-el ba n q u e ^ te ru n a 'g o rnida en com ún-donde el -reparto 'de ia carne sanciona^ legítim a 1 a-sucesión^deias jerarquías soCiáles("yjdonde a los inagis- tm d o sra los sacerdotes;'yjS 1 osJciudadanOsTiTáB_emine;rites ¡estocan lasm ^jO T espartes.T Elfritcrsacrificiahyreibanquetequerlesiguese désSrrojj anTCrP ü n rm a re o | f es ti vó : ' 1 ás Panateneas atenienses, por ejemplo, que están representadas en los frisos del Parlenón, rep re­sentan uno de los más extraordinarios ejemplos de autocelebra- ción del cuerpo social, de espectacularización de la concordia y de la a rm onía que reinan tanto en tre sus m iem bros como entre ellos y sus dioses. «Los dioses com padecidos del género hum ano, que re­sulta tan sujeto a miseria — escribe P la tón— , han dispuesto para ellos unos relevos de las penalidades, que son los periodos de sus fiestas, y les han dado com o com pañeros en la celebración de ellas a las Musas, a Apolo Musagueta y a Dioniso» (Leyes, 2, 653d). Una tregua no pequeña, c iertam ente, si se piensa que en la Atenas del si­glo v se dedicaban a las diversas fiestas que acom pañaban a los ri­tos sacrificiales casi cien días al año.

Elvca rác te r;púb lic07festivo y solar, del .sacrificio ófréciclo-a-fás dioses ol írñ picos está todavía fñ ás subrayado porcofitras te con-los aspectósldéTosritos sacrificiáles dedicados a lásipótéñcías inferió* resr c tónicas f relacioñadas^coñ’el muñdcTdé~ los m uertos ; que per- Sjgteñ'tamfcriéíí e n la polis clásica. áü n q u é sea una posición niárgi:

Page 304: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

308/Miwio Vegeiti

nal^HDi lo g e n e ra l r^ ^ ^ a r ro 'J Ia n eivla'oscuriclaci noctürná^no con un altar elevado y bien visible para todos, sino d irectam ente sobre la tierra desnuda. N orm alm entese practica~e 1 holo cau st o , es decir, la combustión de todo el cuerpo de la víctima sacrificial, de modo que no quedan partes disponibles para el banquete en com ún. Así pues, se^tratT; e n~_ coTíjüffto;"^eTTrüritUa 1 :apótropaicoT^de"coríjiTr o ?y d e'.aversión más-qúe de contacto y de pacificac i ó n a rm ó m o sa^ n (Fe eljgrúpo :humano y^Ias divinidades que Llo protegen5!

EsteiadoToscuro dél-nt^s^dfíc ial-ensom brecs^tJñá"dim ensión^ de'.la experierTcíaTréli giosa7griega, un nudo de problemas existen­cia 1 es 4en relacióñjcon~eWniedo a l a m u e r te , al-tem or i n spirado p o r 1 Q^Twisible ^ iñ r ó ^ iU T p a ra e l:qu ejg~re 1 ígiÓTTo líItipicTa — tanto en su primitivo lado «heroico» com o en su posterior metamorfosis polític? — ncTpuecl eTc! ar^su -reipuesta^Tranqu il i zadora ni^ o frec er- formas de com pre ns i ó n y cont rol ’.*EfTeste!t er re n o''— el difícil te r re ­no del destino individual y de la angustia asociada a su p recarie ­dad— s eeTfcuen t r a n i o s-I í m i t e s d e -u n a re H gi os i d ad i i ga d a 'por e n t e - rp~ala~pro y e c c i ó n 'd eluñajd i m e n siónTpúbl i ca "social , 'comunitari a? Estará, entonces, integrada con las formas distintas de relación con lo sagrado, que constituyen un lado subterráneo, pero por muchos motivos no menos importante, de la religiosidad del hom bre griego.

Los m isterios y "las'sectas

Eladios-de-jos infiernos yjde los’m uertos7~Hadesres para los grie- go^jjrraTdiviniclád^m templó y siñ"cült©. Precisamente esTe^eplíF za miént o de’la^esfera visibleo 1 í m p i c a-; j u n t o con el te rro r suscitado por el m undo de lo invisible, de lo indecible, de lo que contam ina, suscil£rlá]ñJécesiclajd'tie:una:experie nci a _r e 1 i gi osa^distm ta^al ejada delloslespacios“y:dellos m odosidel culto púb 1 ico:y diurnQ7?A¿partir de esta~exigerfciá~ñacé 1á~fórrna'deTre)igiosidádliTisteñcáC(elrterfni- no" 1 ñyst'é ñ á ~d en va^d e m ysté^f iniciad o , y expresa el secreto que ro ­dea a estos cultos, la obligación que se hace a sus participantes, los iniciados, de guardar silencio sobre lo que se hace y se ve en los cultos). Hay que aclarar, de todos modos, un equívoco que fácil­m ente se puede asociar al carác ter iniciático y secreto de los cultos mistéricos. Estos no están reservados a una minoría exclusiva y s ec t a ri a : tó^oXi u dadano:pu ed e s e r i n i c i a d o -y/pof-’ 1 o"g e n e ral^l o.es; incluso son admitidos sujetos que po r lo general está excluidos en los cultos olímpicos de la pólis com o los extranjeros y los esclavos y, naturalmente, tam bién las mujeres.

UosTcú It ó s '.m i steri c 6 s ' ñ o^s oñ TmásTrcduc idosTqUeTlós: cívicos,

Page 305: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

El liombre y lus dioscs/iUM

sino,Ten principio y de hecho, más amplios que ellbs^ ya que la esfe­ra de 1 os iniciados potenciales y efectivos supera am pliam ente los límites de una participación en la ciudadanía. Esto significa que se? dirigen al hom bre en: tanto que'Hoñíbre más q ü ^ a 1 poiités; y qLie in­vierten en una esfera de experiencias más profundas, más radica­les, más difundidas que aquella que concierne a la autorrepresen- tación y la garantía del cuerpo cívico de la polis.

La necesidad de un procedim iento complejo de iniciación y el secreto que rodea los cultos mistéricos no implican una selección entre los posibles participantes, sino que más bien se dirigen al ca­rác ter profundo, no expresable, terrorífico de la dimensión de ex­periencia a la que se dirigen. Es posible que la raíz más remota de la religiosidad mistérica resida en los festivales, prehistóricos de exorcismo de la muerte, en las inefables experiencias de salida de la corporeidad y de inmortalidad que quizá se verificaban en ellos m ediante el uso de drogas alucinógenas. Por lo que respecta a los griegos, tenem os raras noticias (porque el secreto iniciático ha sido, por lo general, m anten ido so rp renden tem ente ) sobre los mis­terios de Eleusis, celebrados en el ámbito de la polis ateniense (aunque existíán otros im portantes cultos mistéricos, com o los de Samotracia), Cent ronde :1 a s e e 1 eb rae i o n e s_ e 1 e usi n as "eraliT'Kisto ria d^DenTé'ter/v~Pcrs~éfóne^referencia clara al hecho de la m uerte y del renacim iento propio del ciclo vegetal; pero también, además de esto, a la d im ensión de la generación sexual y de la esperanza de una salvación y de un rescate de la m uerte que se encuen tra en el límite de toda experiencia individual.

«LcTvistoT'dicHcTy-Kecho»Vrr 1 os~fnis t e rios — según la expresión ' canónica que define el ritual— se_“Culminará-enTunaTvisión7 o^eny una“ s e ri é xl é Iv i s i ó ríes c a p a c e s^ é evo c a Fd i recTamen te~ó”si m b ól i c a " , métitig~ehsexo7'ja' 'mu6 rte^e 1 renace f , ^ ^ p r o Vocarü r ta^xperieñe iáj? de‘terror/pTimordial~ern 1 osTpresente? (e 1 núcleo del ritual se desa-j t rolla de noche en una cavidad cavernosa iluminada por el fuegoj de las antorchas), y ^ J s p u e s capazJde sanaHa'pTopia-experienc'iá cm ^lanrepifanía^tranquil i zado raid erl aTsál vació rfiyicl el iñu'evoTñ a t i micTít o ,~^apazjdeT«purifi c a r»~aJ losespec tadores-ac t o f e s .

En tanto que profunda y radical, po r estar dirigida al hom bre en ¡ cuanto tal y no al c iudadano, la exp er ierreiade lo scu l tó s rm stén cd s ! i n tegra 'lá~del aT e ligio rTo lí mpi c a ,"p e ro 1 ncTl a1 n i e g a ñ i 3 xcjuy éT ¿La > pÓltTaten ien se tu te 1 á7T>rotege y adm iñistra 1 ós rñisterios^elcusinó’s . que no producen un tipo de hom bre ni u na forma de vida extraños a los de la com unidad política, ya que la iniciación en los misterios no conduce ni exige una existencia distinta de la de sus conc iuda­danos (también iniciados, po r lo g en e ral). Lo s ~m i s te ri os aIcanza n > d¿Teste~módo_una.esfera de experiencia y de problem as psicologi-

Page 306: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

j ju/(viario v c g e m

g ò s y :religiosos a jo s que los cultos públicos de la pòlis no propor­ci ónáñ.voz ni respuestasf pero, p recisam ente por. este m otivo, re* préseñtáñ uri "suplemento necesario y fácil de integrar^armoniosa- •Pénte^y no instituyen,conflicto alguno, privado o públicoren tre el ciudáf?iano3 ':eb in iciado, p»

Es distinto-el caso d e j a s sectasjsapiencialesireligiosas.ren las que se expresa el aspecto místico o, com o EaTsido dicho quizá m e­jor, «puritano» de la religiosidad de los griegos.

El -m'ovirniènto ‘òrfico — de Orfeo, legendario cantor, poeta y teólogo al que se atribuía un descenso a los infiernos— nace:de:laj Grecia dehsiglo v i:a .C íen los mismos ambientes; culturales y socia= [es en los q u é sé habían désarro lládo íos cultos dioñísiacos'. Aquí se acogieron , probablem ente , los ecos de la tradición cham ánica que se originó en el m undo escita, com o las creencias indoiranias so­bre la inmortalidad. Desde el pun to de vista socia l , estos m ovim ien­tos religiosos de protesta parece que se refieren a las áreas de ex­clusión y de desagrado producidas po r la formación del universo politizado de las ciudades: mujeres, extranjeros, com unidades per i­féricas, figuras de intelectuales marginados. Desde el punto de vis­ta psicológico, los m ovim ientos sectarios recogen las mismas exi­gencias p rocedentes de los estratos más individuales y profundos de la experiencia religiosa, que actúan tam bién en el rito mistérico, dando, sin em bargo, respuestas más explícitas, más articuladas tan ­to en el plano religioso com o en el intelectual, p ropam éndose en definitiva com o una integración, pero tam bién c o m o u n a-aiternati- ya^radicál ra ' la form a d e^la rei i gi osi dad; ol impica_iy ; c iudadana?

Esta alternativa sé configura en p r im er lugar compila propuesta cte un m odo-de vida con trapuesto al del ciudadano: Se articula en una serie com pleja de obligaciones y prohibiciones, la p r im era la de no co m er carne, de la que verem os el sentido religioso; pero m ás im portan te todavía que el con ten ido de estas obligaciones y proh ib ic iones es su capacidad de es tab lecer una regla m inuciosa y de in d u c ir en los iniciados un ansioso celo de observancia y de dis­ciplina. LaTegla y la d iscip lina en sí m ismas garantizan la purezarde lpsi m iem bros dé la secta? confirm an su d iferencia con los demás, con los profanos, con su m u n d o im puro y contam inado. El m odo de vida esc ru p u lo sam en te cons t iu ido y observado por las sectas constituye el p rincipio de exclusión que separa los pocos que han e m p re n d id o la vía de la purificación y de la salvación partiendo de la irreductib le m u lti tud de los impíos, el m undo de ia ciudad t r iun ­fante que cree ser capaz de segregar a los débiles y los m arginados y que en cam bio es rechazado y excluido, gracias a la elección sec­taria.

Pero, ¿cóm o se form a el rechazo de la ciudad y de su religión a

Page 307: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

El h o m b re y los d ioses/31 I

estas m inorías sectarias, ligadas a grupos sociales y experiencias culturales extrañas a la pòlis? en p rim er lu g a r /s é T ^ h a z a eícfáfác^ te r violenlorel aspecto cruento-y-hom icida q u e se récóñbce corrío cen t r a l e n -la-politización-de la vida) La ciudad se m uestra estructu­ra lm ente ligada a la exclusión y a la opresión de grupos sociales completos, a la guerra entre diversas comunidades, a la stásis y al potemos, ligada al asesinato (phúnos) que inevitablemente acom pa­ña a estos fenómenos. En una palabra, la ciudad está indisoluble­m ente ligada a la m em oria de la violencia heroica de la llíada, y está m arcada incluso en su práctica religiosa. Posición central ocu ­pa aquí el sacrificio cruento, la m uerte del animal, el derram am ien­to de su sangre: se trata de un conocim iento difundido' en estas for­mas de religiosidad puritana, destinada, com o veremos, a asumir tam bién las formas de la teoría, que la posibilidad latente en todo sacrificio es el asesinato, que la violencia, una vez desatada, no puede ser reg lam entada y contenido en su simbolismo sacrificial.

tervidaxsocialTestáTTpür:t a n t o “ con tam iñádá-por_üñaTcülpa • de sangre^que-p ro ionga.y^pe rp etúa. o tra doble. culpa-más-antigua~que m arca 1 a propia exist encia .de 1 a:hum anidadrpor. una parteTy'ja de

ád á" Ho rñ breTi ñcl i vi dual rnerrt e ' pOr. o tra-DcfhecHo es uñ~as esinalo o r i jèinariOfsegún el mito òrfico, los Ti­

tanes habían atraído al dios m uchacho, Dioniso, por medio de una añagaza, lo habían asesinado, cocinado y comido. De las cenizas de los Titanes, golpeados po r el rayo de Zeus que les castigaba por esta prim igenia teofagia, nac ieron los p rim eros hombres, manchados desde el com ienzo po r esta con tam inac ión atroz. Pero la culpa ori­ginal se multiplica en cada existencia individual: según Empédo- cles, un sabio de comienzos del siglo v ligado tanto a la religiosidad òrfica com o a la filosofía pitagórica, cada vida está ligada a la p re ­sencia en un cuerpo mortal de un a lm a -démon inmortal, de origen divino pero expulsada de su sede celeste p o r causa de un asesinatoo de un perjurio (B 115 Diels-Kranz), y obligada a pagar su culpa a través de la inferior existencia terrena. La viclá de los~hombres está"* aplastadá bájo el péscTde esta tr ip le’cíilpa’que m arca lap ro p iá exis- téñciá d e 1 a Humanidadf 1 á“de lá sociedad política y_ 1 a'de cada iridi­vi d u o /E lcas t ig o de la culpa consiste éri la violencia que contam ina cada acción de Ui vida,_en el dolor, en lao p re s ió n y en la angustia quc la acom pañan ; en la funesta espera de la muerte. Pero hay una’» v*Ía haciá^l¿"salvación? hacia una felicidad inmortal capaz de saltar- los m ismísimos límites de la condición hum ana. Coñsiste^en^una7 dable s t r a t e g ia . En p r im e r lugar,1s e j r a ta de c o n t ra p o n e ra la co r­poreidad: COTtamiñaclá y mortal el e lem ento divino c-inm ortal'que hay en n o so tro s , eràlmà>(la fuerte concepción del alma nace de la cultura griega, p recisam ente dentro de este contexto religioso y sa-

Page 308: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

312/Mario Vcgetti

píente). H ay^ue liberare! alma; desatarla de los vínculos de.la co r­poreidad; Al14mismo tiempo,”hay.que purificar e] alma de-ja culpa*- qüe'le ha"hechbcaeTdesde su cond ic i ó ñ d é dém óndiv inó h as ta~en- trá r .eh ü~n cuerpo; la atadura a la corporeidad se utiliza com o un instrum ento necesario para pagar la culpa, respecto a la cual re­presenta el castigo. Para amb&s objetivos — pürificación'de lá co r­poreidad y piTrifi caciórí-dél alm a2- lá vida"teridrá"que versé com o ün^cjercició de sacrificio .'de renunc ia /dé ase e ti s íno ia^e st oVa n di­rigidas todas las reglas qué definen e l lñodo dé vida sectario. Lapri- m era y fundamental renuncia, desdé el.punto^de.vista simbólico;es? 'ía de laaH m eñtac iónxárn ica ylcoh ella la dél sacrificio_que de for­ma indisoluble le acom páña en lá religión., de. la ciudad^esta doble renuncia significa el rechazo de la violencia, del asesinato, del de­rram am iento de sangre que contaminan la existencia hum ana. Le acom paña toda una serie de reglas de asistencia, a partir del con­trol de la sexualidad, que significan el rechazo de la mezcla del alma con el cuerpo. En el diálogo platónico que más representa la tradición órfica y pitagórica, el Fedón, la vida queda c laram ente ca­racterizada como ejercicio de preparación a la muerte:

«Purificación (káíharsis) ¿no es, por ventura, lo que en la tradi­ción se viene diciendo desde antiguo, la separación del a lma lo más posible del cuerpo y el acostum brarla a concentrarse y a recogerse en sí misma, retirándose de todas las partes del cuerpo, y viviendo en lo posible tanto ahora como después sola en sí misma, desligada del cuerpo com o de una atadura? [...] ¿Y no se da el nom bre de m uerte a eso precisamente, al desligamiento y separación del alma con el cuerpo?» (967c-d),

LaJTalváció ri indi vi dual es p a r í é l orfismo esencial ñieh fe sal va - cion del alma? m e f ec id a ir t ra v é s d é lá p rá c ti c a d e ' u n aj> uri fi c a c i ón -p gue“no_se agota e n j jñ gesto_ritüal sino que ideñt'ifica'todá la exis~ tenciáre l^clios.de l 'orfismo es erv p r im er’ 1 ugarTApoXoJcatKartés~_el «purificador^ Lib erada :del cuerpo 'el alma purificada p u e d e re g re -1 s a r a la beatillid de su originaria condición divinadlos adeptos de la secta solían llevarse a la tumba tablillas áureas o de cuerno (como las encontradas en Locris, en Magna Grecia y en Olbia, en las cos­tas del Mar Negro), que atestiguan la purificación producida e in­vocan a los dioses de u ltra tum ba para que el alma del difunto sea acogida junto a ellos.

Los órficos fundaron esta fundamental concepción del alma y de su salvación sobre una teogonia que se opone a la de Hesíodo, del mismo m odo que el rechazo del sacrificio cruento se oponía a las prácticas religiosas de la polis. Conocemos esta teogonia órfica de m odo fragmentario (entre otras cosas gracias a un papiro en ­contrado recientem ente en Derveni). Si Hesíodo presentaba la or-

Page 309: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

El h o m b re y los d io s e s /3 1 3

ganización del m undo divino com o un paso del caos originario al orden realizado en el reinado de Zeus (donde podía reconocerse la sociedad de los héroes y luego la sociedad política), para los órficos hay una decadencia desde el orden inicial, simbolizado por la un i­dad del Principio primordial — la p lenitud del huevó cosm ogóni­co, la indistinción de la noche— al desorden de la multiplicidad y de la diferencia, con el conflicto y la violencia que conllevan. Hay, sin embargo, un nuevo orden, que se expresa con el advenimiento de Dioniso, su «pasión» — en la acción teófaga de los titanes— y su definitiva recomposición. En el hom bre, el equivalente a la historia de Dioniso se expresa a través de la contam inación originaria, la 1 purificación y la salvación del alma. ’

E n ’elThorizontej religioso del prfismo,, Dioniso j u e g a ;un ¡.papel táñ im portan te com o el de Apolo, si n<y mayor/ La relación que exis­te en tre el puritanism o ascético y vegetariano del oríismo y la d e ­senfrenada liberación de los ritos báquicos propios del dionisismo constituye un serio problem a de interpretación. Sin duda, tienen en com ún referencia a estratos sociales marginales y la forma de cu ltura y de religiosidad de protesta, alternativas a las «oficiales» de la sociedad de la polis. Pero además de esto, .eljortismó ha visto p robabl em e n te'eiTD i o ni s o á l d ió s ^ ’eT a in o c é ñ c ia ó r ig iñ á r ia y p e r - didá~de"l_a pacificación entre hombres y en tre hom bres y.naturale- za,Tque las violentas sociedad de la guerra y de la política habían puesto en crisis. C iertamente, la:ino_ceñciaTdehdionisÍsmó'lleva consigo úna pu rifica c i ó r f d é~l á x o n el i ció n historicaTdé lósThómtarés hácia~«abaió». en dirección a un regreso a la inocencia natural de la animalidad, n itentrasjqüé]la 'dé los'orfieos está dirígícla más blefT hácTa^ló a l to /h ac ia la recuperación por parte del alma de una co n ­dición divina: p ^ ro losados-aspectos h a n podido s e r e x p e r im e n ta - dos c om o~expresióne~S;de un rechazo com ún, dé uñ a 'com úrTaspira - cióñ aTiiT órdérTy ürTa paz qüe la religión de la política no podía ga-jr r;án tizar:

La referencia a Apolo — dios de la sabiduría además de dios de la pureza— dom ina en cambio en la tradición filosófica que, desde los pitagóricos hasta Platón, re tom a y elabora teóricam ente el mensaje religioso del orfismo.

Entre los. siglos iv^y v.-los pitagóric os désarrol l a n la c o n c epe i ón ó r fica^deTIa! salvación 'e n lu n á TelábbradaTHócTnnardeL'cicla!3eTlas7 reencarnaciones 'del.a lmaTEsta, com o dém on inmortal, pasa a tra­vés de u n a serie de encarnac iones en diversos cuerpos mortales, de condición superio r o inferior según el nivel de purificación conse­guido en la vida precedente . Al fin, el a lm a podrá separarse definiti­vam ente del ciclo de los nacim ientos para regresar a lo divino de donde p rocede (según una versión de la doctrina), o bien, podrá

Page 310: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

314 /M a iio Vcgetti

reencarnarse en las formas de vida más altas concedidas al h o m ­bre, las del rey justo y sobre todo la del sabio, que ya asume — com o o cu rre definitivamente en la reelaboración platónica de esta tradi­ción — el aspecto del filósofo... Por otra paite,.ya.enios^pitagórieos 1 a^jju ri fie aci ó n-ásc ética^éxi gi dá^por i á L<< v i d a t^Órfi ca^s e v a c ó n f igu- i;airdp~de~uha inanera"distintáf a las abstinencias y a las renuncias rituafes se;sunia-1 a-forma~más"ajt_a~délaTTuñficae i~ó rT«ápolíneá»,*la?* gtie~c om p o r t a ~ l ^ ^ ic a c ió n a lT s a b iB ü n á t eo ri ca^alestudioTlé-! osy temasTnás pu ro rdehconoc im ieñ tQ 1. Matemática, geometría, a rm o ­nía, astronom ía, cosmología, filosofía — el cam po de la pura teo­ría— integran en parte, y en cierto sentido relegan a un segundo plano, los aspectos propiam ente rituales y religiosos de las p rácti­cas de purificación del alma; y por otro adquieren ellas mismas un valor religioso, una consagración apolínea, que harán de la forma de vida del sabio y del teórico la más alta y más grata a los dioses. Esta tradición alcanzará incluso a un pensador «laico» com o Aris­tóteles, quien en las últimas páginas de su Etica de Nicómaco (10, 7-9) desgranará un verdadero h im no a la perfección, a la beatitud, a la proxim idad a lo divino que corresponden a la forma de vida fi­losófica.

En el curso de este camino, la relación entre la actitud de los sa­bios, de los filósofos, de los intelectuales y las creencias religiosas no s iem pre será, sin em bargo, de integración y de desplazamiento progresivos, com o sucede con la corrien te m inoritaria y sectaria que va desde el orfismo al p itagorism o y a Platón. Esta relación es­taba destinada a co n o ce r fr ecu en tem en te m om entos de conflicto y de crisis.

¿jGfgrí'fic i visiÓTiTdsXlas^c reencias*

Para ;los;griegos "lia _experí;en cia7religiosa^siempre-se?desplazó h a c iaydosrplanos" distirTtosTperó Lé'sirechárnent e^irTt'éTcónectadosy P o r^ j í r iado : él ritó ^ t id iáT jo )y 7 j^ F 5 tr^ com o su nivel de sentido y de inteligibilidad, e l^c onjuñ to id e rl os"rel StOS :rn í ti'cosTtm&sTorm en os d i re c ta m en te -! i g ád ó sa~ex i gene i as~ pro fuñcl ás~d egarant í ílTd e 1 ord en d é l r r iundozd e'sentid 07ylvalor“de^láexperiénciásocÍál in d iv id ual. I^aTo bs e rvancia^d eWrito-exige"eTral gu n a 'm ed i da~la?c reen c i a^enrel uni vefscTde l ic itó ’y é sta soló és pósible a"síTvez-— en un pan o ram a in te lectual que se convierte cada vez más complejo, más rico en p rob lem as, en ins trum entos y en re tos— mediarTteTün 'rdesplaza- m»ento"hacia~un~espacio jvunrtiempo-distmtosrespectQ;ajos-histó- r.icos~ysocÍales7r.Rcquicre, po r tanto, la inscripción en un registro a u tó n o m o de verdad, no co m u n icad o r y no vinculado con los reía-

Page 311: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

El h o m b r e y los d io s e s /3 1 5

tivos a la d im ensión histórica, política e intelectualmente goberna­ble de la vida. En cierto sentido, Aristóteles podía todavía conside­rar en la Poética los hechos del mito com o acontecim iento (genó- mena) realm ente ocurrido (1451b pp. 15ss.), pero sólo en cuanto que pertenecien tes a una dimensión espacio-temporal no hom ogé­nea y ajena respecto a aquélla en la que se desarrolla la experiencia histór ica y sobre la que han tom ado sus instrumentos intelectuales.

ba“Cri s i e'-l a -creen c iajfví tiü a?e l^corñ i enzo ¿líTs Ü-1 e n s i orre óñ^l a r^ciorTal]3adIpoIíticorFirosólica:qüc^reiha^en4aTvidaTgoCial-derlos hoüTl5resTjg verifican^por el contrario, cuando;!arsegund_a_Jj_e nde a i nvad i r ;e he spa ci ojcl e~l a'pfi m é ra o~b ie n c u a n d ¡>I a p rop i aeree n c i á~se' dispon e e n u ri a d i m en s iÓTrespáCio^téTrTp'ora l ino alejada-respectóla /l^iTislbricáí

La^prim erad ¡Testas-col i s i üire sTs éip roduce^cu a n d o "1 a fo rm ard e rác i ón al idad sápien c ial~yrlüego: írlüsb fica^fo rzadá por su creciente capacidad de abstracción, tiendéTa inVadirxl'7 o tro^espacio jio jco^ tiffianO'dehrnitO: En este enfren tam ienio impar, la imagen religiosa an tropom órfica del mito revela inm ediatam ente su falta de ade­cuación intelectual, su naturaleza poética e ingenuam ente proyec­tada. Ya en el siglo vi Jenófancs señalaba de forma impía este as­pecto: «Los m ortales opinan que los dioses han sido generados y que tienen un m odo de vestir, voz y aspecto» (B 14-Diels-Kranz); «por o tra parte, si tuvieran m anos los bueyes, los caballos y los leo­nes, o fueran capaces de pin tar y de hacer con sus manos obras de arte com o los hom bres, los caballos representarían imágenes de dioses y plasm arían estatuas similares a caballos y los bueyes a b u e ­yes» (B 15 Diels-Kranz); «los etíopes afirman que sus dioses son chatos y negros, los tracios que son de ojos azules y de cabello roji­zo» (B 16 Diels-Kranz).

EstaTCrttica:devastadoraidel-antropomorfismo:mítico'deja^l'eí-j ,paíioTlibre:yMi^pümble:para^la“invasióñ-de“l a 'abs trac ció ntñlosófiv yCa?>Ahí instalará Parménides, justo después de Jenófanes, su ser uno, inmóvil, necesario (el estado opuesto de la variopinta capaci­dad narrativa propia del m undo mítico); después de él, «otro» nivel su per io r del m u n d o será ocupado poco a poco po r otras configura­ciones teóricas, hasta la teología cosmológica de Aristóteles, que aceptará en la Metafísica echar un vistazo retrospectivo sobre sus precursores. «L os originarios y hom bres más antiguos han co m ­prend ido estas to sas en la forma del mito, y de esta forma las han transm itido a la posteridad, diciendo que estos cuerpos celestes son divinidades y que la divinidad c ircunda toda la naturaleza.» Hasta aquí Aristóteles es com prensivo e indulgente. Pero inm edia­tam ente después agrega: «Lo dem ás [los nom bres y los relatos de los dioses] se incluyó después, tahibién de forma mítica, para per-

Page 312: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

suadir a la mayoría y para im poner obediencia a la ley y por m oti­vos de utilidad. De hecho, dicen que los seres divinos son parecidos a los hom bres o a otros animales, y añaden otras cosas, que derivan de aquéllas y son muy similares a ellas» (12, 8). Aristóteles separa, por tanto, netam ente un núcleo de verdades, un «pecio» de la sabi­duría antiquísima — la fe en la divinidad de los astros— de la confi­guración mítico-poética, del antropomorfismo narrativo en torno al cual se había articulado la religión de los griegos.; Una~vezique-ha, i nvaclícl ó~el i espació* el-péTTsáTniéñtcTfilosoficó ’ ño" púed e-po r más qué jd a r j j na^expj ic ac iónTinstrum en ta l~de~todoTeste-bagáj e-rní ti ccP tradiciona l .1 La-primera es délti p ^ p o l í tic o : 1 (5s~di oses'd e i a“preenc i a cofrrúrTlTa^idó_inventados — en su versión moralizante de garantes de la justicia— p a ra l n cu 1 caFélTeSpéto^rl a l e y y a l os val o res s ocja- 1 es^erTlas m éTité s r le los^simples,¿que hubieran transgredido una y los otros no hubieran sentido el tem or al castigo divino. En esto, Aristóteles había sido precedido, hacia fines del siglo v, por el sofis­ta del partido oligárquico Critias, quien había escrito: «Creo que un hom bre astuto y sabio de m ente inventó para los hombres el te rro r a los dioses, para que los malvados temieran también por aquello que hacían, decían o pensaban de modo oculto [...] Así, pienso, al­guien persuadió al principio a los hom bres de que los dioses exis­ten» (B 25 Diels-Kranz). Y después de Critias y Aristóteles, una lar­ga tradición filosófica, de Epicuro a Lucrecio, se esforzó en co n ­vencer a los hom bres de que tem er ai castigo de los dioses era un absurdo.

La~segundaiexpl icaciorriñst rum en tal del-mit o - e stá- en-su-inte i? pretaTCiorTal ego Ti c a , que tiene también una amplia tradición, desde los sabios presocráticos hasta los filósofos estoicos y neoplátóni- c o s . S egurTes t a~ t rad ie i óñ ."jgLmitoexp resalí a:d e fo rm a poética , para uso de mentes simples y como adorno, un núcléi^de.v.erdacles filo- sóficas qu e s e p u e d e n le e r detrás de-él:^sí, el carro de Apolo rep re ­sentaría el movimiento del Sol, la justicia de Zeus la existencia de razón providencial que constituye la legalidad de la naturaleza, las

rX generaciones de dioses el orden se constitución del cosmos, e tcé ­tera.

Si la p rim era forma de colisión entre creencias mítico- religiosas y racionalidad filosófico-política se produce cuando la segunda invade, en virtud de su potencia de abstracción, el remoto espacio de las primeras, 1 a segu n d a-col is i ó njt i e n e ju g a r>, en cambio, cuando so n 'las .creenciasreon su capacidad de;condicionar 1 awida h i stori ca~d£~l OS hom bres a través de la educ ac i ón H as que violan-las* fronteras-delLespacio-ético-políficoí Como hemos visto, Platón te­mía los efectos deformantes de la poesía «teológica» de Hom ero y de sus seguidores, y proponía al legislador de la nueva ciudad en-

. 3 16/Mítrio Vegetti

Page 313: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

El h o m b r e y los d io s e s /3 1 7

m endar los viejos textos de m odo edificante, y expulsar después de la polis a los poetas para siempre. Mientras se piense que «Homero ha sido el educador de Crecia y que, p o r lo que atañe a la conducta y cu ltura de la vida hum ana, es digno de que lo estudiemos, hasta el punto de o rd en a r toda la existencia de acuerdo con la norm a de vida que encontram os en tal poeta», Platón piensa que no habrá ni una buena forma de vida ni una ciudad justa, ya que, añade, «si das en trada a la m usa voluptuosa, en la lírica o en la épica, re inarán en tu ciudad el p lacer y el dolor en lugar de la ley y de la norm a que en cada caso reconozca la com unidad com o la mejor» (República, 10, pp. 606a ss.).

üa~n u e va“c i udadMe berree hazar;la“n egati vaTe 1 i g róTTrñi tologi dedpsjjoetas? por sus efectos perversos sobre la educación de los ci udadanos , a de más de be' iüñ el a r sú¡Tp rop i as“iTTs tit uc ióñe ¡Tyl s u p r o r pia educación en 'una nueva teo 1 og íac[uerespon"da“a”dictados"d eTa razón-filosófica: y /ser tratará? según las Leyes platónicas, de:unateo- logía4undada sobre la c reencia en la divinidad de los astros, y en la existencia de una providencia divina que garantice el orden del cosmos y, por lo tanto, sea nd rñ ^ tiv a^p ára íla1existencia Humana? EstaTTiTTevaTteo 1 ogiaTfilosófica, bastante más pobre en contenidos narrativos e im aginados^especto de la «poética», pero m ucho más exigente en térm inos de obligaciones normativas y educativas y m ucho más rica en temas dogmáticos, senti ra^la t ent ac ió n ’r e c u rrentélde ~dota r sH"deUn aparatTrde control~ycle corfst ricció n , a mé- dio cam ino-entre-eJ-Estadojy 1 aTg 1 esia /capaz’de 'im poner 1 aU rtod 'o- x |ajy^e^cátigar;1a~tran sg res ioñ? As í, Platón pensará en dotar la teo logia formulada en el décim o libro de las Leyes de un órgano de control, el Consejo nocturno, que estuviera en condiciones de ca s ­tigar con la m uerte al culpable de impiedad (Leyes, 10, 12); y aún el historiador Cleantes, en el siglo m a.C., p ropondrá p rocesar p o r im­piedad ante un tribunal panhelén ico al as trónom o Aristarco, que había puesto en duda la posición central de la Tierra (y con ella la de los hom bres y sus dioses) en el sistema de los astros y de los pla­netas.

Efente ^ l osjüstmtos^impulsos^disg regado res — sectarios y filo­sóficos— 1 a 7^ /¿ 5T eacciona~de~diveTsa5 mári e ras jen '~d5feTisa~cle^l a religión-y dei-PanteQn-que-la-instituye~yÍa‘'funda? Se adoptan, com o s<Hnr 'Visto-,'* fo rm a s e I ást i ca^cl <Tintegración del dionisismo en el á m ­bito de la religión cívica, que consienten al m ismo tiempo un co n ­trol de su potencial destructivo y un abundan te uso de su relación con «otra» d im ensión de lo sacro (al con tra r io de lo ocurrido en Roma, la polis griega no se lanzará nunca a la prohibición de los ri­tos báquicos, puesta en escena po r Eurípides en Las bacantes por obra del rey Penteo, a trozm ente castigado po r el dios a causa de su

Page 314: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

3 1 8 /M a n u Vegetti

impiedad). Los órficos fueron rechazados y m antenidos en una condición marginal y sin clase social de magos purificadores, mís- licos en olor de charlatanería, itinerantes de ciudad en ciudad, de casa en casa, que p roponen sus libros y sus ritos extraños, y com o m ucho inslalados en com unidades ex trem adam ente periféricas respecto al universo de Jas grandes póleis. El caso de los pitagóri­cos es distinto: en la medida en que in tentaron transform ar en la Magna Grecia su anom alía religiosa en un régimen político o rien­tado al puritanism o de la secta, fueron expulsados — como ocurrió en Crotona quizá hacia mediados del siglo v a.C.— en un pogrom sangriento. Acto seguido, la diáspora pitagórica en Grecia decayó a un rango no distinto del que m arginó al orfismo, aunque intlectual- m en te fuera m ucho más influyente.

La actitud de la polis y de su religión respecto al re to filosófico p resen ta carac teres com plejos y de no fácil in terpretación. Privado co m o estaba de una ortodoxia de difícil in terpretación, \¡Cpolis ig- nora p o r j o g en e ra l la s provocraciónes y 1 as iránsg res iones filosófi­c a s 'p o r lo demás restringidas a una exigua m inoría de in te lectua­les sin incidencia política efectiva. Sin"embafgó7éxjsteR érr época clásica al m enos dos vistosas excepciones a está áctitiTdv los procé- sosTpor.impiedad in tentados en Atenas con tra Añaxágoras, hacia1'

! 400 á .C T ^ c ó ñ t ra Sócrates, e n -399 a.C;> El p rim ero fue acusado de i h ab e r negado la divinidad de los astros y en particu lar del Sol, figu- j ra apolínea p o r excelencia, in terpre tándolos com o agregaciones

de m ater ia incandescente , y fue castigado con el exilio. Sócrates,I co m o es sabido, fue inculpado de de fo rm ara la juventud ateniense, í negando adem ás las divinidades de la polis e im portando nuevos ! dioses, de naturaleza quizá órfica (el «démon») y cosm ológica (las I «nubes» de las que hablaba Aristófanes en su sátira). Por estas acu- í saciones, Sócrates fue co n d en ad o a la pena de m uerte , que él re ­

chazó convertir en un exilio, com o hub iera estado en su derecho hacer.

Al contrario de lo que podrían h acer pensar, estos dos procesos — que in trodujeron en los filósofos una cierta actitud de p rudencia respec to a la polis, tanto que Platón, com o a lum no de Sócrates, prefirió un exilio tem poral, y que Aristóteles pudo ten er para sí una repe tic ión del p roceso de Sócra tes— no significan la existencia de u n a in to lerancia religiosa en la ciudad, lanzada hasta la persecu ­ción de las herejías. Tanto el p roceso a Añaxágoras com o el de Só­cra tes hay que verlos co m o episodios de la lucha política que se de­sa rro l laba en la ciudad: con Añaxágoras, que quería golpear en el am bien te político-intelectual ce rcano a Pericles, y con Sócrates un m iem b ro em inen te de ese grupo oligárquico que tenía a Critias a su cabeza y que con el golpe de estado de 404 había puesto en peli-

Page 315: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

ij gro la dem ocracia ateniense. Esto significa, en sustancia, que la ob-! servancia de la religión olímpica y de su ritual estaba muy prevcni-( da en solidaridad con la existencia de la pòlis y de su orden político;t «creer en los dioses» significaba en p r im er lugar no tanto un actoi espiritual de fe o un obsequio teológico, sino un sentimiento inme*! diato de pertenencia a la com unidad política, y al fin era equivalen­

te a ser un buen ciudadano ateniense, o espartano o de otros lu- ¡ gares.

Precisam ente por esto la pòlis se reservó siempre el derecho de legislar sobre el culto de los dioses y sobre la composición del pan ­teón: la admisión de nuevos dioses, com o ocurrió con el ingreso de Asclepio en Atenas en 420 a.C., y masivamente en época helenística con el reconocim iento de divinidades de origen oriental o ligadas

1 al culto de los nuevos monarcas, no violaba el orden y la estabili­dad de la c iudad si se sancionaba com unitaria y públicamente. De forma semejante la pòlis regulaba y ponía bajo su garantía los m o­mentos de integración religiosa in terc iudadana y panhelénica, com o las ligas religiosas (anfictionías), los juegos olímpicos, la aceptación de la autoridad del sacerdocio dèlfico sobre toda una serie de acontecim ientos públicos. Estos m om entos de religiosi­dad panhelénica, aunque estuvieran siempre regulados por la po ­lis, hacían que la aceptación de la religión olímpica, de su panteón y de sus ritos significase, además de que uno era ciudadano de su pòlis, que uno era griego; es decir, en el fondo, que se era hom bre en sentido total. Se com prende en tonces que el rechazo de esta co ­m unidad religiosa pudiera com portar , para la conciencia común, úna autoexclusión del cuerpo cívico, de la civilización helena, del m ism o consorcio hum ano que se identificaba con ella, al margen de las degeneraciones bárbaras. Pero, puesto que esta aceptación era pública y sé acababa en la esfera pública no com portando ni

i una fe a nivel de-conciencia ni u na ortodoxia teológica en el pensa­miento, era posible una división de los niveles de creencia que de hecho se produjo progresivam ente. «Creer* e n ia ' f e l ig ió ñ d írñ p ic a ■ Lco ntiñuTáTsigr»i fi’c an d o , para todos,~ aquel la~observanc i a- d e Ios-ritos I co m u nésjy^qüella partic ipación en el sabe r narrativo de los mitos que eran la Fnarca dfTpertenencia á una;cpmunidad¡ a u n a -culturar] a u n a civilización, jun to con el uso de la lengua griega, el conocí-^ m iento de H om ero y de los usos que constituían la vida social/En> ot ro nivel ; ‘ esta C ree n eia pud o _c o exi sti r, perfecta m en te ¡ com o ogu- r rió c aria vez jrrás am p 1 i a m e n te a par ti r al m en o sd e l siglo j v a,C^

i coñ el m onote ísm o y el i riman entism o propios de la teología filòso­fi ca que poco* a ^ o c o ^ e n e T ró én lbslestratósUúlios de’ la sociedati (tendiendo a identificar cada vez más los dioses con el p rim er dios, y éste, com o ocurre con los estoicos, con el principio racional de

j El h o m b re y los d io s c s /3 1 9

Page 316: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

320/Mario Vegetti

orden y sentido inmanente a la naturaleza del mundo), o com o ocurrió con el escepticismo religioso muy presente entre los inte­lectuales.

El politeísmo tolerante de los mitos y los ritos, excepto en las exigencias políticas y sociales a las que estaba indisolublemente li­gado, convivió m ucho tiempo, en la conciencia de los griegos, con las más intrépidas experiencias intelectuales en campo teológico, ético y científico. Al m enos hasta la aparición de nuevas formas re­ligiosas, dotadas de una fuerte carga de ortodoxia teológica y de una institución eclesiástica con poderes coercitivos, que atacó di­rectam ente tanto al p rim ero como a las segundas. Pero, con todo esto, estamos ya fuera de la experiencia como a las segundas. Pero, con todo esto, estamos ya fuera de la experiencia religiosa de los griegos, aunque los nuevos monoteísmos, del judaico y crist iano al islámico, acudieran en distinta medida a sus elaboraciones teológi­cas y a su pensamiento salvífico del alma.

REFERENCIAS BIBLIOGRAFICAS

B ianciu, U., La religione greca, Turin, 1975.B r e l i c h , A., Gli eroi greci, Roma, 1958.— Home necans, Berlín-Nueva York, 1972.Burxürt, W., Griechische Religion der archaischer und klassischen Epoche,

Stuttgart, 1977.— Structure and Hisioiy in Greek Mythology and Ritual, Berkeley, 1979.D e r e n n e , E., Les procès d'impieté intentés aux philosophes à Athènes au Ve et IVe

siècle a. Chr., Lieja-Paris, 1930.D k t i e n n e , M., Les Jardins d'Adonis, Paris, 1972. [Hay ed. cast: Los jardines

de Adonis, Madrid, 1983.}— Dionysos mis à mort, Paris, 1977. [Hay cd. casi.: La muerte de Dionisos, Ma­

drid, 1983.]— L’invention de la mythologie, Paris, 1981. [Hay cd. cast.; La invención de la

mitología, Barcelona, 1985.]— L’écriture d ’Orphée, Paris, 1989.— [cd.], ¡I mito. Guida storica e critica, Roma-Bari, 1976.D e t ie n n e , M .-V e r n a n t , J.-P. [cds.J, La cuisine du sacrifice, Paris, 1979.Fahr, W., Theous nomizein, Darmstadt, 1969.Gf.rnet, L.-Boulanger, L., Le génie grec dans la réligion, Paris, 1972.Girard, R.,Im violence et le sacré, Paris, 1972. [Hay ed. cast.: La violencia y ¡o sa­

grado, Barcelona, 1983.]Guthrje, W. K. C., The Greeks and their Gods, Boston, 1950.Jeanmaire, H., Dionysos, Paris, 1970.K e r k n y i , K., Die Mythologie der Griechen, Zurich, 1951.Kirk, G. S., The Nature of Greek Myths, Londres, 1974.M o m i g l i a n o , A . - H i j m p h r e y s , S. C., Saggi antropoligici sulla Grecia antica, B o l o ­

n i a , 1 9 7 0 .

Page 317: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

Bl h o m b r e y los d io sc s /321

Nilsson, M . P . , Geschichte der griechischen Religion, 2 vols., M u n i c h , 19 6 7 - 19 7 4 .

[ H a y c d . c a s t . , Historia de la religiosidad griega, M a d r i d , 1 9 7 0 . ]

O t to W., Die Göller Griechenlands, Bonn, 1929.P l a c e s , E., d e s , La religion grear c, Paris, 1969.R udhardt , J., Le délit religieux dans la cité antique, R o n ia , 1981.S a b u a t u c c i , D., Saggio sul misticismo greco, Roma, 1965.S i s s a , G . - D e t i e n n e , M . , La vie quotidienne des Dieux grecs, P a r i s . 1 9 8 9 . [ M a y

e t l . c a s t . : La vida cotidiana de los dioscs griegos, M a d r i d , 1 9 9 0 . ]S n e l l , B., Die Entdeckung des Geistes, H a m b m g o , 1963.U n t e r s t k i n i -r , M ., La fisiolagia del mito, P l o r e n c i a , 1972 .

V e c e t t i , P., L'etica degli antichi, Roma-Bari, 1989.V e r n a n t , J.-P, Les o r i g i n e s de la pensée grecque, P a r i s , 1962 .— Mythe et pensée chezles Grecs, Paris, 1972. [Hay ed. casl.: Mito v pensa-

mietito en la Grecia antigua, Barcelona, 19852.]— Mythe et société en Grèce ancienne, P a r i s , 1 9 7 4 . [ M a y e d . c a s t . : Aiiro y pensa-

miento en la Grecia antigua, M a d r i d , 1 9 8 7 . ]

— Réligions, Histoires, Raisons, P a r i s . 1 9 7 9 .V e r n a n t , J . - P . - V i d a l N a q u e t , P . , Mythe et tragédie en Grèce ancienne, P a r i s ,

1 9 7 2 . [ H a y c d . c a s t . : A-fjio y tragedia en la Grecta antigua, M a d r i d , 1 9 8 7 . ]

V e y n e , P., Les Grecs unt-ils cru à leurs mythes? Paris, 1983.W il l , E., Le monde grec et l ’Orient, vol. 1, Paris, 1972.

Page 318: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

Capítulo novenoEL RUSTICO

Philippe Borgeaud

Page 319: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

amiento de Poiijemo, fragmento de una crátera argiva de Argos. Mediados del siglo vu a.C.

Page 320: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

El rústico, el primitivo, el mal educado, el destripaterrones, el salvaje, el bestial, tantas figuras que abundan y fascinan en la imagi­nación de los griegos. Figuras im portantes en la medida en que de­sem peñan, en este plano de lo imaginario, una función escénica a partir de la cual los inventores de la paideía se entregan al p lacer de reflexionar sobre las condiciones en que em erge un equilibrio c i v i l i xa d o r . El'íustiFo^ i ñ te resá” sTc i l u í ad “en“ 1 a~me d id a - e mi a-q ue:, de entrada, éstéls'érHaíla en el-ceñtTólfelá-reflexión:griega7sobTe~e'r oTige n Td e"l a" c u liur a.T

Todo comienza con los relatos más antiguos, con la epopeya. Odiseo, dejado p o r los feacios en una playa de ltaca, aparece en ­vuelto en una niebla que le impide reco n o ce r su patria. Es en to n ­ces cuando aparece un pastorcillo, parecido al hijo de un rey ap a ­centando sus rebaños. En realidad se trata de Atenea, ella es la cau ­sante de la b rum a y quien le indica el cam ino de la realidad. El ca ­mino transcurre por las tierras de Eumeo, el «porquero divino», el cual realizará por su huésped un p rim er sacrificio en ho n o r de tas ninfas y de H erm es cerca de un famoso antro. E ncontram os pues una ober tu ra pastoral en estos encuen tros graduales con el un iver­so humano. Rústico fiel y piadoso, muy civilizado (es un esclavo, desde luego, pero de origen noble), Eum eo acoge a su am o (aun­que no lo reconoce) con una actitud favorable que no tuvieron los an teriores protagonistas con los que se encon tró Odiseo a lo largo de su viaje1.

1 Con excepción de los feacios, por supuesto, que actúan com o media­dores entre el otro mundo, el del periplo de lo inhumano, y el mundo de Ita-

325

Page 321: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

3 26 /P h i l ippe Hcirgcaud

En la Odisea el m onstruo surge com o una figura anunciadora de aquello que la ciudad, recién constituida, se esforzará por elimi­nar con el fin de lograr una m ejor imagen y, también, de diferen­ciarse mejor. May por tanto que seguir, con el escolar griego que ap ren d e de m em oria el re lato épico, el pcriplo de Odiseo, su reco ­rr ido «exterior». Hace falta el encuen tro con Polifemo2. En el m u n ­do de los cíclopes, no se da la oposición en tre el cam po y la ciudad, eso llegará más tarde. Se trata, p rim ero , de una oposición en tre la p eq u eñ a isla y la tierra de los Cíclopes. La isla donde desembarcan Odiseo y sus com pañeros , los p rim eros seres hum anos en pisar su suelo: «una isla [...] boscosa y en ella se crian las cabras salvajes in­contables*, únicos habitantes, adem ás de las ninfas, absolutam ente fuera del a lcance de los cazadores. No hay evidentemente campos labrados ni sembrados. Es un m edio no hum ano. Enfrente, a una d istancia que alcanza la voz, se halla la isla donde habitan los cíclo­pes. Aunque son hijos de Posidón, ignoran el arte de la navegación. Cerca de los dioses, sin nada po r que preocuparse , viven sin necesi­dad de plantíos ni labranza, dedicados sólo a la cría de ganado m e­nor. No encon tram os ya una natura leza to talm ente virgen en esa p eq u e ñ a isla, pero tam poco estamos ante un universo realm ente com patib le con el del hom bre . El vino, por ejemplo, se extrae de vi­des silvestres. Los cíclopes son «unos seres sin ley. Confiando en los dioses eternos, nada siem bran ni p lantan, no labran los campos [...] Los cíclopes no tratan en jun tas ni saben de norm as de justicia [...] cada cual da ley a su esposa y sus hijos sin más y no piensa en los otros.» Nos hallam os en lo que más tarde, a par tir del siglo v a.C .r acabará po r considerarse com o un estado pre-polílico, ca rac ­terizado p o r la dispersión de pequeños hábitats3. La ausencia de re­glas sociales y de religión (por tanto ausencia también de hospitali­dad) es la n o rm a en este m u ndo reducido, cercano a la edad de oro y de sus ambigüedades.

ca: cfr. Pierre Vidal-Naquet, «Valeurs religieuses et mythiques de la terre et du sacrifice dans l ’Odyssée, Annales ESC 5 (1970) 1278-1297.

2 Odisea 9, pp. 105 ss.3 Cfr. Platón Leyes, 680b cuando cita el pasaje de la Odisea relativo a las

costum bres de los cíclopes. Para el desarrollo de las ideas griegas sobre los orígenes de la civilización véase especialm ente Thomas Cole, Democritus and the Sources of Creek Anthropology, publicado por la American Philolo­gical Association, Press of Western Reserve University, 1967; y también Sue Blundell, The Origins of Civilization in Greek and Roman 1'hought, Croom Helm , Londres-Sidney, 1968 (con bibliografía).

* La versión citada de la Odisea corresponde n la de J. M. Pabón, Ma­drid, 1982.

Page 322: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

1*1 r ú s l i c o / 3 2 7

Sin embargo, Odiseo desembarca en el ámbito de un ser prim i­genio. Polifemo, lejos de sus congéneres, es un salvaje entre salva­jes, una especie de discolo avant la lettre*. «Pacta sus ganados apar­te, sin trato con otros cíclopes»4. Es todo lo contrario de un hum a­no, de uno que vive de pan. Pero en su antro los rarzos están reple­tos de quesos, los rediles llenos de corderillos y cabritos, la leche recién ordeñada rebosa en vasijas de metal. Al igual que sus congé­neres sabe h acer fuego. Un fuego que no sirve para el sacrificio y 1 que sólo parece arder para indicar que en ese m undo extraño apa­recen ciertos rasgos em blem áticos de la humanidad. Falsa aparien­cia que se pone de manifiesto con el com portam iento de Polifemo: se com e crudos a los com pañeros de Odiseo al tiempo que riega/ con leche tan canibalesco festín. Acabará siendo vencido por tres' argucias que remiten, cada una a su m anera, a imperativos de la ci­vilización: vino puro, de procedencia divina, que le es ofrecido por Odiseo y con el que el cíclope se em borracha mientras devora su com ida propia de una fiera (conjunción de aspectos no por más ci­vilizados m enos humanos); una estaca de olivo (el árbol de Ate­nea), desbastada, endurecida al fuego y manejada por el jefe del pe­queño grupo de m arineros de Itaca, estaca con la que el cíclope será cegado; p o r último, la t ram pa verbal (sustitución del nom bre de Odiseo por el de «Nadie») que impide al cíclope cualquier co­m unicac ión social. Polifemo, privado de la vista, del lenguaje («Na­die» le ha herido), después de su encuen tro con Odiseo, de rústico se convierte en un ser brutal y violento, cuyo lamento sólo es escu­chado p o r un dios, su padre Posidón, señor del turbulento m u n ­do marino, que loma el relevo de su hijo y arrebata al astuto Odiseo.

Polifemo no.desaparece de la escena literaria, y con razón. Ade­más de en E uríp ides5, lo volvemos a encon trar en la poesía alejan­drina, bajo los rasgos del pastor enam orado de Galatea, torpe, con ­movedor, con una m onstruosidad que se ha convertido en una acti­tud digna de lástima. Por medio de un juego de palabras se hace re­lacionar el nom bre de Galatea con los gálatas, con lo que se a tribu­ye a Polifemo la paternidad de los galos, m ecanism o por el que la angustia griega se las ingenia para ridiculizar a estos invasores bár­baros, a los que un pánico irracional llegará a expulsar los de Delfos y alejarlos a Asja Menor. Es interesante observar cóm o la fuerza

4 Odisea 9. p. 188.5 En cuyo drama satírico titulado El Cíclope saca a escena, en torno al

monstruo, un coro encabezado por Sileno.* Se refiere al personaje de la com edia homónima de Menandro.

Page 323: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

328/Pliilippe B urgcaud

bruta (y negativa además de divina) de Polifemo estaba avocada a transponerse en un registro bucólico ambiguo. Lejos de constituir una traición, una humillación, esta reinterpretación responde por el co n tran o a una expectativa: los griegos del siglo iu no hicieron otra cosa que reconocer algunos valores del espacio pastoril, rea ­firmados constantemente en su propia tradición. El m onstruo ho ­m érico era ya un rústico.

Los gálatas (descendientes, como se ha señalado, de Polifemo), cuando resultaron vencidos por un dios cabrero (Pan, el responsa­ble del pánico), son interpretados de una forma pastoril; mientras que su derrota en Asia Menor, cuando fueron rechazados po r los soberanos de Pérgamo, tendió a ser interpretada, con una visión cosmogónica, como una repetición de la Gigantomaquia. Esta co n ­currencia de los temas pastoriles y cosmogónicos, p o r así decir una violencia entre rústicos, requiere una explicación. Idilio y recu er­do épico se alternan, son dos visiones de una misma cosa. Es la am ­bivalencia del m onstruo, risible e inquietante a la vez.

La consideración de otro tipo de tradición, épica también en origen, pero que arranca de un punto de vista cosmogónico, invita a ciertas observaciones comparables. Todo empieza así con la Teo­gonia de Hesíodo que nos lleva a exam inar otro personaje más ines­perado en ese contexto: Tifón. El proceso que describe Hesíodo se inserta en un nivel cósmico y divino sim ultáneam ente, en el que, a través del tamiz genealógico y de los conflictos de sucesión, se pasa de unas formidables entidades primigenias (la Tierra, el Caos, Eros, el Tártaro) a la instauración definitiva de una soberanía (la de Zeus) conquistada en una reñida lucha. Esta soberanía, definida com o garantía de un equilibrado reparto en tre potencias rivales, pero en lo sucesivo limitadas, se confirma también, en el relato he- síodico, com o una victoria sobre una potencia del desorden, un enemigo surgido en el m om ento en que podía creerse en el equili­brio recién alcanzado. Zeus tiene entonces que librarse de Tifón, surgido de la Tierra primigenia com o una amenaza recurren te tras la victoria sobre los titanes. La Tierra, instancia primordial, a lu m ­bra este m onstruo de Tifón sin perder su fecundidad cosmogónica. Pueden asi surgir de ella alternativas al orden olímpico aunque sea en calidad de hipótesis inquietantes. Sin em bargo lo que sale de aquí no basta en lo sucesivo. Zeus, vencedor de Tifón, devora a Me* tis con lo que desde ese m om ento se asegura el no ser ya d e r ro ca ­do. Su poder reposa en la asimilación de una potencia que consti­tuye, para toda la tradición griega, el mejor antídoto contra los im ­pulsos de violencia.

Desde este punto de vista nos interesa el destino literario de Ti­fón. Es un m onstruo, cuya derrota en un tipo de com bate que abar-

Page 324: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

Et rús l ico /329

ca al universo presentado en la Teogonia, que en época helenística se convierte en un personaje casi conm ovedor aunque mantenga su papel de adversario de Zeus, una figura a la que su ingenuidad lo conduce a la ruina en un contexto casi pastoril. Después de neu tra ­lizar a Zeus en un p rim er combate, se en cu en tra efectivamente confrontado con sus adversarios m enores (Pan, Cadmo o Hermes v Egipán) que consiguen engañarlo con argucias elementales. Con­vertido así en una especie de rústico, el m onstruo cosmogónico distrae, por ejemplo su atención, en medio de un paisaje bucólico, por un apetitoso arom a de pescado, o por la música del caramillo. Por un instante se olvida la gravedad de la amenaza que pesa sobre el o rden universal en beneficio de una pugna pastoril en la que el m onstruo, al igual que un salvaje, se deja atrapar en la trampa de los deseos. Zeus se aprovecha de ello y recupera la ventaja6. ¿Nos hallamos ante una edulcoración del mito o ante un puro juego esté­tico? Eso sería demasiado sencillo. Lo que de hecho ocurre es que se traslada lo pastoril, la «rusticidad», al concepto de am enaza cós­mica. Ehrústic o ; n oís él identi fica^coñTél -*monstruo^cosmogórfico p ero se^convie rte ,' aLfi ña 13 Cú n;pr o c escrqu eno 'es 'só lóll i t e ra rio ,' ért* su h eredero~ÍÓgico. Bajo apariencias anodinas, encontram os el re ­conocim iento de una nueva íúnción añadida a la imagen pastoril. El rtistico, con su inevitable e indispensable presencia, cumple, e n ­tre otras, la tarea de asegurar la d inám ica del equilibrio: una resis­tencia, una amenaza, un devenir que no cesa de obligar al humano, al animal político, a una redefinición en su diferencia respecto de los dioses y los animales.

Sabem os que la situación es análoga en el plano heroico y h u ­mano: el espacio no se abre de repente a la empresa reservada a los mortales; la khóra queda p o r dejar de ser salvaje, por «pacificarse». De ahí los trabajos y padecim ientos del héroe, com o los de H era­cles y Teseo. El peligro desde luego nunca llegará a estar to ta lm en­te conjurado: el extranjero, el bárbaro, el «otro» son los que o cu ­pan las fronteras y, a veces, s im plemente zonas todavía incultas de un territorio p o r lo demás delimitado. En el seno de lo político, algo cercano a Zeus, A t e n e o Apolo, la salvaje Madre de los dioses7 se sienta en su trono flanqueada por leones junto al Consejo de los

6 Cfr. Marcel Detiennc y Jean-Pierre Vernant, Les ruses de ¡'intelligence. La métis des Grecs, París, Flammarion, 1974, pp. 1 15-121. [Hay ed. cast.; Las artimañas de ¡a inteligencia. Madrid, 1988]; Philippe Borgeaud, Recherches sur le diea Pan. Ginebra, Bibliotheca Helvetica Romana XVII, 1979, pp. 171-173.

7 El autor de estas líneas tiene en curso un libro sobre la Madre de los dioses.

Page 325: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

330/Pli it ippe Borgcaud

Quinientos; mientras que Dioniso en su boukoleion («santuario del boyero») vela p o r la ciudad de Atenas.

En el libro II de su Historia de la guerra del Peloponeso, Tucídi- des traza un bosquejo histórico de la evolución de la ciudad en el Alica, pa ia explicar la conm oción que originó, en 431, el desplaza­m iento de la población del cam po a la ciudad de Atenas y ai in te­r io r de los Muros Largos que unían ésta con El Pireo. Evidente­m ente , es falso imaginar que Atenas fuera hasta entonces Ja única aglom eración urbana del Atica. Muchas localidades e incluso c iu­dades de relativa im portancia (por ejemplo Tórico o Maratón) exis­tían desde hacía m ucho. El famoso «sinecismo» (synoikismós), tipo de rcagrupam ien to cuya iniciativa se atribuye a Teseo en la tradi­ción mitológica, supone la existencia de una pluralidad de estable­c im ientos de ca rác te r urbano. El reagrupam iento fue p rim ero ad ­ministrativo. La ciudad de Atenas, convertida en centro político y com ercia l y, en ciertos aspectos, tam bién religioso no reunía en su seno al conjunto de la población. La mayoría de los ciudadanos p erm anecía , por supuesto, domiciliado en sus pr opios demos, obe­dec iendo a ancestrales costum bres económ icas y religiosas. La pérd ida de au tonom ía no significaba la de los rasgos específicos. En el siglo ir de nuestra era, Pausanias señala que, además de los dioses y los héroes, todavía se conservaban en los dem os tradicio­nes distintas de las reservadas a los visitantes de la Acrópolis8. Por ello Tucídides, al definir la situación existente en vísperas de la guerr a del Peloponeso, precisa que «la mayor ía (de los atenienses) de época antigua y posterior hasta hoy han nacido y vivido, debido a la costum bre, en los cam pos (en tois agrots)»9. Los «campos» de­s ignan aquí todo el espacio que no es la ciudad de Atenas p ropia­m en te dicha, lo que equivale a dec ir tanto los poblados com o las al­deas, los dem os com o las tierras de labor, o sea todo el espacio de tr abajo agrícola.

LíTfGüha:d e]^4 3;lrs eñai a uñaTñi ptüra^fu n"d am en tal 'en '1 ¡T-Kistoria'' deglo'gimaginariojaptiguó?» Los atenienses lo com probaron muy pron to . Cornei;abandono,'deTlos t a m p o s (m om entáneo , es cierto, p e ro lo suficientem ente largo com o para ten er la im presión de la que la situación se eternizaba), se yeIrrociifìcada~toda una-percep- c iórTde 1 Tmindo? Varias com edias de Aristófanes y algunas célebres páginas de Tucídides lo m uestran sin ambages: fue realm ente un traum atism o cuyo s ín tom a más espec tacu la r lo constituye la peste de 430:

R Pausanias 1, 26, 6.9 Tucídides 2, 16, 1 [trad. csp. de P. Bádenas].

Page 326: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

El rúsl ico/331

Se encontraban agobiados y soportaban mal el tener que abandonar ca­sas y santuarios que siempre habían sido suyos tle padres a Hijos desde los tiempos de la antigua forma de constitución política; tenían que cambiar su modo de vida y cada uno debía abandonar algo que no era otra cosa que su propia ciudadl0.

En el famoso discurso que relata Tucídides, Pericles describe la verdadera naturaleza de este cambio de mentalidad bajo la forma de un p rogram a de acción política y estratégica.

No es el uso de las casas y de la tierra que tanto estimáis al encontraros privadas de ellas lo que define vuestro poder, tampoco es natural afligirse por ello, conviene mejor considerar todo eso — a la vista de vuestra poten­cia— com o el jardín o el lujo de un rico que uno desdeña".

BlTíSéál^de uná^ATen asiesencialm ente agricola^desde luego se trataba de una vocación más teórica que real), ru ra l /e s puesto~en» dud^eTim periosaniente postergado éñ j® m b re,djTüna afirmación^ d él "destino marít jmo y~co,m erc iah Los valores (míticos) de la tierra i con tinuarán desde luego reivindicando su función ideológica, pero el cen tro se halla, en adelante, en otro sitio. La ciu_dad^la~yida \ urbana" m er cañ ti 1 yisofístic a im pone JTugyas ~pri orid ad es al'j c iudalj daño-labrador, el cual, desplazado físicamente po r la guerra, en \

vi*'entorno, puede sentirse ciertam ente desconcertado. | CófTfrecüehciaíeste líecho adopta aspectos de conflicto generación*' rialícomo, por ejemplo, ei que opone el «razonamiento justo» e «in­justo» en La nubes de Aristófanes. Cuando el rústico, un viejo, ina- daptable, se halla en oposición a su hijo, discípulo de los sofistas (o de Sócrates considerado com o tal). I^ re tó ricFxIe l S ^ f ^ ^ ^ ; de la j rujticidad^opuésta á la/ürbañidácl^ en c u e ñ tra e n e s tal s itua ción'his tóri c a^e l^lügar^acletrüa^o~p a ra ;;£ristgl i zar. i

El viejo Estrejssíades, desesperado con la educación de su hijo, se entrega a una e locuente anámnesis:

¡Ay! ¡Ojalá haya perecido de mala manera la casamentera que hizo que me casara con tu madre! Yo, que llevaba una vida tan agradable de cam pesi­no, bien enguarrado, sin saber lo que era la escoba, tumbado a la bartola, con abejas, ovejas y orujo a rebosar y yo, un campesino, tuve que casarme con la sobrina de Megacles, hijo de Megacles, con una señoritinga de ciu­dad, una cursi, un» «encesireada»*. El día de la boda, reclinado a la mesa

10 Tucídides 2, 16, 2 [trad. esp. de P. Bádenas].11 Tucídides 2, 62, 3 [trad. esp. de P. Bádenas],* Juego de palabras sobre Césira, una ateniense, prototipo de altivez 3'

coquetería.

Page 327: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

332/Philippe Uorgeaud

con ella, yo olía a vino nuevo, a cañizos de quesos, a lana, a abundancia y ella a perfume, azafrán, a lametones lascivos, a despilfarro, a gula...12.

En su enfrentamiento con las Nubes filosóficas, Estrepsíades es tachado evidentemente de rústico (ágroikos) desconcertado, torpe y maleducado. Sólo sería el absurdo superviviente de otra época que huele a rancio, si p o r otra parte no tuviera e l privilegio de re ­presentar ciertos valores fundamentales:

Por lo que es tener un alma curtida y ser de un escrupuloso que no pega ojo, y con un estómago frugal y hecho a las privaciones, que sólo cena hier- bajos, en confianza, no te preocupes, por todo eso podría hacer de yun­q ue13.

Conviene recordar, con la tradición griega, qu£,es-una guerra-lqr qúe'hay eñ el origerrdé lá'toina décoriciencia dé la oposición entre el rastreó y el ciudad a IT07 oposición que acáb a ráp ó r se r purárñe nté convénciónal. Habría que hacer aquí referencia a la historia an te ­rior. Mostrar cóm o se pasó de la situación descrita en la epopeya, donde cada señor reina sobre un ámbito relativamente autárquico, de tipo familiar, a una situación en la que las tierras, convertidas en propiedad de una oligarquía urbana, son cultivadas por una m ano de obra servil que term ina por sublevarse; situación que, por lo que se refiere a Mégara en el siglo vi a.C., nos la ilustra un Teócrito impresionado por la idea de que los «siervos», los miseros desarra­pados, pudieran introducirse en la ciudad y tom ar el p o d e r14. El cambio que sucede a finales del siglo v a.C., a partir de la larga ex­periencia ateniense (en donde las etapas de Solón y luego de Clíste- nes son decisivas), es el de la situación en que tiene lugar la oposi­ción entre rústico y ciudadano: reflexión sobre el fondo de una guerra que afecta po r igual a uno y otro, simultánea y solidaria­mente; esta oposición se convierte en un instrum ento que autoriza pensar en el espacio político, en el equilibrio y la salud social. La paz y la risa que ésta perm ite volver a descubrir, conservarán por bastante tiempo, en el legado de esta memoria, un franco y buen arom a a granja. Georgia, la personificación de la «Agricultura», aparece en escena en Aristófanes y se presenta en estos términos: «Soy la nodriza universal de la Paz. Se puede con tar conmigo com o

12 Aristófanes, Las nubes, pp. 41-42 [trad. P. Bádenas13 Aristófanes, Las nubes, pp. 420 ss. [trad. P. Bádenas],14 Teognis 1, 53-57. En Píndaro también «la tierra agrícola (sólo se con­

templa) en tanto que propiedad de una clase aristocrática y fuente de rique­zas, no en tanto que objeto de trabajo» (Nathalie Vanbremeersch, «Terre ct travail agricole chez Pindare» Quademi di Storia 25 (1987), p. 85.'

Page 328: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

III rústico/333

nodriza, administradora, com pañera de trabajo, guardiana, hija y hermana» (Fr. 294).

Lsaaposición: cam po/c iudad aparec^.así_CQmo_una invencjón de! siglo v:15.""surgida' dfe la particularísim a situación creada por.la guerra dcj Pelopone§p_, Hasta ese m om ento el c iudadano ateniense habitaba, po r lo general, fuera de Atenas, en los demos, y sólo se J traslada a la ciudad para asuntos económicos, políticos o re lig io • sos. La vida del ateniense estaba vinculada al trabajo de la tierra. En j la ciudad coincidía, es cierto, con artesanos y comerciantes, pero! este tipo de econom ía desem peñaba para él una función menor, j Así es como, en el plano arqueológico, empieza a entreverse una evolución del hábitat. Hasta fiHalés3cl^iglo v'á.C.Tlas casas lujosas** se levantar! en él campó, es dec ir en un ámbito donde lo privado, el individuo puede hacer ostentación de su riqueza y originalidad. Cuando nos 'apróxim ám os al cen tro político^religioso,jesidecir,.la» ciudad, las_casas"privadas sé vuelven más sencillasrp7>r.relación a1 os^edificios publícos, adm iñis(rativós"oTréligiosos.*Estasenciljez^ responde a ljdéald 'e 'i gii'á I dad pol í ti c a? A partir defínales d el siglo.y, I estáisitLiacióíT"cambia: los propietarios terratenientes, incluso los pequeños, disponen de residencias en la ciudad y sólo pasan en el cam po algunos períodos; las residencias en el exterior son en to n -1 ces más sencillas, en cierto modo secundarias16. Losjhabitantes p e rm an entes del campo,-que todavía siguen po r supuesto existien­d o ,■ s^ o n v ié r té r fe n io sucesivo en rústicos, son los ágroikoi de los que se burladla.comedia nueva.«Un buen ejemplo de esto es el p e r ­sonaje de Cnemón, el Díscolo o Misántropo puesto en escena por | Menandro*.

Todo esto parece explicarse, de entrada, por la etimología,/el7? ágroikos, es .propiamente el que KabitaerTel agrosf es decir, en grie- go hom érico , las tierras de pasto, o en los campos incultos, los cua- les se d istinguen de la ároura, la t ierra labrada. E |d e r iv a d o ~ágroi^f kos, ausente de la epopeya, aparececrTél siglo v? V/ienc a~coi nc id i i-| entonces con~otro”derivado más antiguo,v‘ógrro.srque aparece en los poem as hom éricos aplicado entre otras cosas al m undo de los cí- clopes, y que significa «salvaje, féro2». En un estudio ya clásico,

'5 Cfr. François Hailog, «De la bêtise et des bêtes» Le Temps de Iû Réfle­xion, 9 (1988), p. 60: «Se puede plantear la hipótesis de una con elación en ­tre los sentidos y los valores de la palabra ágroikos y las formas com o se lia percibido y contemplado la cuestión de las relaciones entre el campo v Li ciudad desde mediados del siglo v al ni a.C.»

16 Fabrizio Pesando en Oikos e kiesis, Perusa, Qasar, 1987, pági­nas 20-25.

* Cfr. Menandro, Comedias por P. Bádenas, Madrid, 1986.

Page 329: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

334/P h ilippc Borgeaud

C hanlraine dem ostró cóm o agrios tomó el sentido de «feroz» por resultado de una atracción del vocabulario (independiente pero hom ófono) del m undo de la caza, donde hallamos los términos agréó «atrapar» y ágra «caza, m onter ía»17. Así pues la oposición se sitúa p r im ero en tre el espacio en que el pastor coincide con el c a ­zador (en los confines, en las fronteras y más allá del territorio deli­mitado) y el espacio de la labranza. En el siglo v a.C. esta oposición se desplaza convirtiéndose en una oposición entre el espacio exte­rior, g iobalm ente considerado, y el espacio urbano. S®‘tratznde~una evoIución históriCa (y~econórñiüa) que conduce así-de la.epopeya-a ^la^s © m ed iar^

í El m o n s tru o 'h o m éFicc f ;'s ituado más alla ele losIj.mílés dé l a c ü l -j tu ra f,y.callficado áe;ágrios^se defin ía por, n egaci óñ de l os 'e lem en:! tos constitutivos dé"la vida^ivilizada; el*'rústica (agroikós),Ji\ discu- ¡ r.rir"EñtrTestos ex trem osy ia rc iudad 'se apáféce com o un personaje ¡ lim iñalTurTmecliadór. con todo lo que ello implica de ambigüedad,

klo debe se ex trañar pues que desde entonces Pan, divinidad rústi­ca y bestial, fuera considerado en Atenas com o hijo de He^mes el ba rq u ero .

H abría que dem ostrar cóm o coexisten diferentes niveles de simbolización. La ausencia del té rm ino ágroikos de la tragedia, por ejemplo, resulta significativa. La tragedia perm anece fiel al m ensa­je de los antiguos relatos tradicionales y de los cultos que seguían prac t icándose sin in terrupción, en los que la tierra cultivada, así c o m o la viticultura, garantizaban la civilización. En un sistema se­m ejan te es imposible situar la imagen del primitivo o del salvaje ju n to al arado. Por el contrario , se la reconoce m ejor dentro de la visión de los cazadores y pastores. La comedia, al d epender menos del mito, inventa la figura del rústico, bajo la imagen del cam pesi­no ligado a su dem o (que en todo m enos una tierra inculta). Desde en tonces , el rústico no puede constru irse de una sola pieza.

¡ | El personaje del ágroikos aparece po r p r im era vez en la lileratu- | | ra en una obra del s iracusano Epicarm o y luego en A^tífanes. Son

sólo indicios ultrafragm entarios, pero de gran interés, que^refor- zándose hasta desem bocar en una au tén tica re tórica de la agroikía, cen trad a en lo que acaba po r ser un «tipo» o «carácter». De Aristó­fanes a Quintiliano, pasando por Teofrasto, el re trato del rústico se perfila p r im ero a grandes rasgos de oposiciones binarias: el ágroi­kos p refiere el tomillo de su cam po a la m irra de los refinamientos de la ciudad, prefiere dirigirse en voz alta a sus esclavos en vez de la d isc recc ión adecuada a las sutilidades de la política. Tam bién se le

17 P. Chantraine, Etndes surte vocabulaire grec, París, Klincksieck, 1956, pp. 34-35.

Page 330: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

reconoce po r la apariencia de su indumentaria: vestido con una piel de cabra o de borrego (diphthéra), tocado con un gorro de cue­ro a la moda beocia (kyné) y calzado con botas (kabartínai) cuando no con albarcas remendadas con alfileres. Lleva un corte de pelo desmañado, se afeita mal que bien con el cuchillo que le sirve para esquilar a las ovejas. Siempre se alude a la mugre que lleva y el he­dor que d esp id e '8.

La oposición mayor que com prende todas las demás es la que se ; establece entre el cam po y la ciudad. Xgfpi/coí^sé^opoñe“efectiva- j m ente a asjélos~(*ufbano»)^Mientras que el asteíos se muestra inte-1 ligenle, rápido, elegante, con buen gusto, al ágroikos sólo se le atri­buyen cualidades negativas: estupidez, torpeza, rusticidad, choca­r r e r ía 19. Sin embargo, conviene matizar. Al igual que la urbanidad, cuando se m antienen dentro de ciertos límites, aparece como una cualidad mayor, es obligado reconoce]- que el ágróikos, cuando no cae en la caricatura, se m uestra com o el depositario de antiguos va- j lores (algo que, com o hem os visto, se destaca particularm ente en ’ Aristófanes)'. El valor y el buen sentido aparecen de su parte. Inclu­so cuando pierde im portancia económ ica, conserva un privilegio simbólico, el de situarse en la in tersección entre lo salvaje y lo civi­lizado, y el de conocer po r lo tanto los caminos de la urbanidad, los senderos que llevan del desorden al orden o a la inversa20.

Y es que este p e rso ñ a jé^ cu p a rd é fnaneTa idea l;uña pó"sición li-* m ina 1 eñlref 1 ás^fforfteras» Iféskh a tiaij y el cerítro urKano (ás ty);-é n - t re je 1;co razon y~ 1 ós~limites de lfte rrito rio ide lim itada (1 a±khóm).

Aristóteles opone el exceso de elegancia, que a cada paso de- \ sem boca en el h u m o r (el defecto de bómolokhia, propio de algunos ciudadanos), a la rudeza del gañán que todo se lo toma en serio y que nunca ríe (el defecto de la agroikia)2' . Ambas actitudes son dos polos, dos excesos. El rústico, po r falta de matices no admite ni gas-

El rúst ico/3359

18 O. Ribbeck presenta y analiza toda esta información en «Agroikos. Eine ethologischeiStudie», Abhandlungen der königlichen sächsischen Ge­sellschaft (phi.-hist.Klasse) vol. 10, fase. 8, 1885, pp. 1-68.

19 El catálogo de estas oposiciones tradicionales está elaborado por K. J. Dover, Greek Popular Morality in the Time of Plato and Aristotle, Ox­ford, 1974, pp. 112-114 («Town and Country»); para la oposición cam po/ ciudad cfr. Victor Ehrenberg, The People of Aristophanes. A Sociology of Oíd Aitic Cotnedy, Oxford, 1951, pp. 82-94.

20 Esta problemática está admirablemente definida, partiendo de leyen­das de origen bucólico, por François Frontisi, «Artémis bucolique», Revue de l'histoire des religions 198 (1981) 29-56; cfr. del mismo autor, «L'homme, le cerf et le berger. Chemins grecs de la civilité» Le Temps de la Réflexion, 4 (1983) 53-76.

21 Aristóteles. Magna mora lia, 1 193a.

Page 331: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

336/Philippc Borgenud

tar bromas ni que se las gasten sin enojarse. El ciudadano, converti­do en una persona aguda cae en lo bufonesco y brom ea continua­mente. La vivacidad de ingenio (la eutrapelia) es una «violencia educada» (pépaideuméné Hybris)22. Bljígroikos.puedeTefectivamen-V te~confundirse-con cLsa 1 vaje,-e 1 brutalT^^áfTrio'sT'Co n tiene~dentro nna^pa n e~de. vi o le nci a . deT/iy frTisT, q ueTrec 1 a m a : s erycivi 1 izadas do - mesticadal^Sin embargo un'Cxc e s ^ d e le ducaciórt^de u rb anidadT que'olvi dara~ehpuntro de orígen^consti tu iini ajo ira-amenaza:'-la-van i - dad"del refinamiento, lujo exagerado, demasiada finura de espíritu. Un justo medio, esa «violencia educada» evita ambos escollos. La cual, en Aristóteles, permite calificar un aspecto fundamental de la risa: ni reir en vano, es dec ir a cada m omento, ni la risa chocante del campesino en la com edia an tigua23.

La risa, al quedar, com o aquí, definida en su doble relación con la agroikía y con una educación de la violencia, puede p roceder de los poderes de un dios. La risa de Pan, macho cabrio y cabrero, re ­suena como la señal del re torno de las fuerzas dé la vida tras la agi­tación de la guerra. Risa inquietante, en este señor del pánico, que revela la conjunción del sexo con el miedo, en un contexto en el que lo hum ano se confunde con lo animal. El paisaje donde estalla esta risa, el m undo imaginario griego, es el que corresponde al cam po retirado, cercano a las fronteras o montañas donde los reb a ­ños de ovejas o de cabras se guarecen en cuevas, a r r a s t r a n d o co n ­sigo al pastor que se funde con la imagen del espacio pre-político, en una Arcadia concedida com o umbral del espacio civilizado21.

Un ejemplo, en tre tantos otros, en que puede observarse la difu­sión a partir del siglo v, es la gruta de Farsalo. A hora y media de ca­mino de la ciudad, en dirección oeste, la entrada de la cueva se abre a unos metros de la base de una pared rocosa, hacia la c im a de una colina. Durante los p rim eros decenios del siglo v, un tal Pantal- ces habilitó la gruta y el espacio aledaño, tallando unos escalones

22 I fó r m u la aparece en la Retórica de Aristóteles, 1389b 11, la eutrape­lia no sólo es el don del buen humor. Como indica su etim ología ( < trepó), se trata de una cualidad de la inteligencia que permite responder y dar la vuelta a una situación. Podría traducirse com o «sentido del humor» si se re­conoce el aspecto performativo que implica en ella el dominio de la métis, analizado por M. Detienne y J. P. Vernant, op. cit., n. 7.

23 Así es com o Aristóteles, en la Etica a Nicómaco (1 128a) da el testimo­nio de una historia de la risa, de la comedia antigua a la nueva. Para las rela­ciones entre urbanidad, rusticidad, risa equilibrada y el ridículo de la feal­dad, remito al estudio de Maurice Olender, «Incongru com m e Priape. Amorphia et quelques autres mots de la laideur», de próxima aparición en N. Loraux y Y. Thomas (éd.), Le corps du citoyen, Paris, E.H.E.S.S.

24 Sobre Pan, la cueva y Arcadia, cfr. Ph. Borgeaud, op. cit., n. 7.

Page 332: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

El rustico/337

de acceso en la roca viva y haciendo plan tar y consagrar un bosque- cilio para las ninfas, las Diosas. Un siglo más tarde el lugar seguía considerándose un santuario, en el que Pan, hijo de Mermes, se ha­bía reunido con las ninfas y Apolo25, asi como otras divinidades «menores» típicamente tesalias (Asclepio, Quirón, Heracles). A la derecha de la entrada, una inscripción da la palabra a la divinidad (ho theós), sin precisar, sin designar quien habla, una voz anónim a surgida del paisaje agreste invita al cam inante (el visitante que vie­ne de la ciudad) al hom enaje ritual: depositar una ofrenda, sacrifi­car un animal, un paréntesis de paz y de alegría en medio del duro clima de guerras intestinas que por entonces reinaba en Tesalia.

El Dios:¡Salve paseantes, quienquiera que seáis, hembra o macho, ho m ­

bres o mujeres, m uchachos y muchachas! Este lugar es un santuario de las^nínfas, de Pan y de Hertnes, del soberano Apolo, de Heracles y sus compañeros, esta gruta pertenece a Quirón, Asclepio e Higía.

De ellos, por Pan nuestro señor, es todo lo santo que hay aquí: los árboles, las tablas votivas, las estatuas y las múltiples ofrendas. Las ninfas hicieron que Pantalces, un hombre de bien, descubriera este lugar y vela ra por él. El fue quien plantó los árboles y quien se esfor­zó con sus manos. Como recompensa, ellas le concedieron una lar­ga vida sin tropiezos. Heracles le dio la energía y la virtud, la fuerza con la que pudo tallar las piedras para hacer accesible este lugar; Apolo, hijo de aquél y Hermes le dieron la salud para (oda su noble vida; Pan le dio la risa, el buen hum or y una justa hybris; Quirón le concedió ser prudente y buen cantor.

Pero ahora, acom pañados de la buena fortuna, penetrad en el santuario, haced sacrificios a Pan, haced vuestras plegarias, ale­graos: aquí hallaréis pausa para todos los males, obtendréis en suer­te bienes y el fin de la g u e r ra26.

La risa (gélós), el buen h u m o r (euphrosyné) y la violencia dom i­nada por la justicia (hybris díkaia) fueron los dones que el dios ca­brero concedió a Pantalces; anuncian , en el plano de la práctica re­ligiosa, dentro de este culto de los cam pos practicados por los c iu ­dadanos, la definición de la eutrapelia aristotélica (pepaideuméné hybris).

Sabem os que Ia^socí^adTgriega^íIpaTtiTrde"fínales~deIisiglo^y> áTC^evolucióñálhaciaiuna Lnegaci'ón:po 1íticaTdelTrústi£<?. Aristóte­les27 llegará incluso a desear que se aparte al cam pesino de la ciu-

25 Conforme al conjunto tradicional heredado del m odelo ateniense26 Suppíementum epigraficum graecum vol. I, núni. 248; cfr. D. C o m p a -

retti en Annuario della Scuola archaeologicn di Atene 4-5 (1922) pági­nas 147-160.

27 Política II, p. 8.

Page 333: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

j j o / r n i i i p p c t jo rgcauu

dad, en tanto que ciudadano, en beneficio de los esclavos y de los trabajadores inmigrados. Esta devaluación y ocultación del ágroi- kos no significa el abandono de un espacio que, simbólicamente, sigue siendo p ro d u c to r de deseos y tensiones, pero también de civi­lización. Así es c¿m o el culto en las grutas del dios Pan, em blem a de la Arcadia primitiva, la de los com edores de bellotas más viejos que la luna, se desarrolla p recisam ente con el progreso de la u rba­nización. Al tiempo que el campesinado, bajo su aspecto más técni- co, en tra en la l i te ra tu ra28. Por lo que se refiere a los terrenos pan­tanosos, a las laderas de los montes, a las zonas boscosas y salvajes o, p o r el contrario , a las áridas y secas, donde se practica la cría de cabras, la caza, la pesca, la recogida de carbón o la vigilancia efébi- ca dé las fronteras, siguen siendo objeto de un discurso mítico, in ­cluso cuando su situación haya cam biado desde hace tiempo: no se trata ya de khórai erémoi, de desiertos, de tierras de nadie, sino que se en cu en tran siem pre in tegrados en un conjunto de prácticas ri­tuales «que perpe túan la m em o ria del p roceso de constitución de la un idad territorial y política de las ciudades»29.

28 Para la génesis de esta literatura, véase el documentadísim o libro de Stella Georgoudi, Des chevaux et des bœufs dans le monde grec. Réalités et représentations animalières à partir des livres XVI et XVII des Géoponiques, Parîs-Atenas, 199Ò.

29 Expresión tomada de la importante obra de Giovanna Davejro Roc­chi, Frontiera e Confini Helia Grecia antica, Roma, «L'Erma» di Bretschnei- der, Ì988, p. 31.

Page 334: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

LOS AUTORES<4

P h j l i p p e B o r g e a u d ha escrito Recherches sur le dieu Pan (París, 1979), La mémoire de religions (Labor el Fides, 1988).

G i u s e p p e C a m b i a n o (Turin, 1 9 4 1 ) , es profesor de Historia de l a Filosofía en la Universidad de Turin. Ha publicado Platone e le tecnique (Turin, 1971), La filosofia irt Grecia e a Roma (Bari, 1987) e II sapere degli antichi (Bari,1988).

L u c i a n o C a n f o r a (Bari, 1942), es profesor de Filología Clásica en la Universi­dad de Bari y director de la revista Quaderni di Storia. Ha publicado Totalità e selezione nella storiografia classica (Bari, 1972); Teorie e Tecnica della sto­riografia classica (Bari, 1974); La biblioteca scomparsa (Palermo, 1987); Le vie del classicismo (Bari, 1989) y Storia della letteratura greca (Bari, 1990).

Y v o n G a r l a n (1933) imparte clases eh là Universidad de Haute-Bretagne (Rennes), Ha publicado: Gli schiavi nella Grecia antica (Milán, 1984); Gite- ' rra e società nel,mondo antico (Bolonia, 1985); Guerre et économie en Grece ancienne ( 1989).

Claude Mossi, enseña historia en la Universidad de Paris V ili (Saint-Denis). Ha publicado recientemente: La femme dans la Grece antique (Paris, 1983). [Hay ed. cast.: Lo mujer en la Grecia clásica, Madrid, 1990]; la Grece archai- que. d'Homère á Eschyle (Paris, 1984); Le procès de Socrate (Bruselas, 1986).

Oswyn Murray (1937), fue decano de la British School de Roma del ano 1989 al 1990. Ha publicado La Grecia delle origini (Bolonia, 1983). [Hay cd. cast., La Grecia arcana, Madrid, 19884.] v

339

Page 335: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

340/Los autores

J ames R ecítelo (Chicago, 1935) da clases en el Department ofClas.sical l an- guages and Literaturas de la Universidad de Chicago. Ha publicado, además de numerosos artículos y ensayos en obras colectivas: Nature and Culture in thc ¡liad: The Tragedy of Héctor (Chicago, 1975).

C h a r l e s S e g a i . (Boston, 1 936) es profesor de Literatura clásica y comparada en la Universidad de Princeton. Ha publicado: Dionysiac Poeiics and Eurípi­des' Bacchae (Princeton, 1982), Orpheus: ihe Myth of tHe Poet (Baltimore,1989). ’ ;

M a r i o V e g e t t i ( M i l á n , 1937) e n s e ñ a Historia d e l a Filosofía A n t i g u a e n l a

U n i v e r s i d a d d e P a v í a . H a p u b l i c a d o : // coltello e lo stilo {Milán, 1979); Tra Edipo e Euclide (Milán, 1983) y L ’etica degli antichi (Bari, 1989).

J e a n P i e r r e V e r n a n t (Provins, 1914) es profesor honorario del College de Frante. Destacan, entre sus obras, Mito e tragedia nelt’aiitica Grecia (con P. Vidal-Naquel, Turin, 1977); Mito e pensiero presso igreci {jbid., 1978); Mìf<> e società neliantica Grecia (ibid., 1981); Le astuzie dell'inteíigenia nell'antica Grecia (con M. Detienne, 19422) y varias contribuciones a las obras a cargo respectivamente de C. Calarne, L'umore in Grecia ( 1 9884), y M. Bettinini, La maschera, il doppio e el ritratto (1991). [Hay ed. cast., Mito y pensamiento en la Grecia antigua, Madrid, 19872.]

Page 336: El Hombre Griego - Jean Pierre Vernant

J