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David Shenk

El genio que todosllevamos dentro

Por qué todo lo que nos han contadosobre genética, talento y CI no es cierto

Traducción de Luis Noriega

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Para mis padres

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En comparación con lo que deberíamos ser,estamos apenas medio despiertos. Nuestras fo-gatas están húmedas, nuestros bosquejos, dete-nidos. Apenas estamos utilizado una pequeñaparte de nuestros recursos físicos y mentales...En términos generales, el individuo humanovive de lejos dentro de sus límites.

William James

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LA TESIS

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Introducción

El Niño

La leyenda del béisbol Ted Williams fue un jugador únicoal que muchos consideran con razón el bateador más«dotado» de su época. «Recuerdo haber visto uno de sus

home runs desde las gradas de Shibe Park», escribió John Up-dike en The New Yorker en 1960. «La pelota pasó por encima dela cabeza del primera base y subió de forma meticulosa descri-biendo una línea recta y siguió subiendo cuando superó la va-lla. La trayectoria parecía cualitativamente diferente de la quehubiera podido imprimirle cualquier otro bateador.»

Para los aficionados al béisbol, Williams era casi un diosentre los hombres, un «superhombre» investido de una colec-ción de dones físicos innatos, incluidos una coordinación ma-no-ojo espectacular, una gracia muscular exquisita y un instintoasombroso. «Ted sencillamente poseía esa habilidad natural»,dijo el segunda base y miembro del Salón de la Fama BobbyDoerr. «Estaba muy por delante de todos en su época.» Se de-cía que Williams tenía, entre otras características, algo así comouna visión láser que le permitía captar el efecto que tenía lapelota al salir de los dedos del lanzador y calibrar con exacti-tud por dónde pasaría sobre el home. «Ted Williams ve más dela pelota que cualquier hombre vivo», comentó en una ocasiónTy Cobb.

Sin embargo, según el mismo Williams todos esos cuentossobre sus milagrosas dotes innatas no eran más que «un mon-

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tón de chorradas». Sus grandes logros, insistía, eran sencilla-mente el resultado de lo que había invertido en el juego. «Esetalento no puede conseguirse salvo con práctica, práctica y máspráctica», explicaba. «La razón por la que podía ver determina-das cosas es que me lo tomaba muy en serio... una [super]dis-ciplina, no una supervista.»

¿Es posible? ¿Puede una persona absolutamente normaly corriente adiestrarse para ser fenomenal y deslumbrante?Todos reconocemos las virtudes de la práctica y el trabajoduro, sí, pero ¿puede en verdad determinada cantidad de es-fuerzo transformar los torpes movimientos de un aficionadoincapaz en el majestuoso swing de Tiger Woods o en los saltoscon los que Michael Jordan solía desafiar la gravedad? ¿Puedeun cerebro ordinario ampliarse hasta alcanzar un nivel de cu-riosidad y visión equiparable a los de Einstein o Matisse? ¿Pue-de la verdadera grandeza conseguirse con medios y genes or-dinarios?

La sabiduría convencional nos dice que no: algunas perso-nas sencillamente nacen con ciertos dones de los que las demáscarecen; el talento y la inteligencia elevada son de algún modogemas escasas, diseminadas por el acervo genético humano; lomejor que podemos hacer es localizar y pulir esas gemas y, asi-mismo, aceptar las limitaciones que el resto de los seres huma-nos tenemos incorporadas.

Sin embargo, alguien olvidó decirle a Ted Williams que eltalento termina manifestándose tarde o temprano. Cuandoniño, Williams no estaba en absoluto interesado en ver desple-garse sus aptitudes naturales de forma pasiva como una flor ala luz del sol. Sencillamente quería (necesitaba) ser el mejorbateador que el béisbol hubiera conocido, y persiguió esa metacon la ferocidad apropiada. «Pegarle a la pelota lo era todo ensu vida», recordaba un amigo de infancia. «Siempre tenía elbate en la mano... Y cuando decidía hacer algo, lo hacía y sabíael porqué.»

Sus amigos le recuerdan en el viejo campo de North Parken San Diego, a dos calles del modesto hogar de su niñez, ba-teando pelotas de béisbol siempre que estaba despierto, todoslos días, año tras año. Le describen golpeando las bolas hastaque su cubierta exterior literalmente se deshacía, usando in-

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cluso bates astillados durante horas y horas, con ampollas enlos dedos y la sangre corriendo por sus muñecas. Hijo de unafamilia obrera, sin dinero extra, empleaba su asignación paracontratar a sus compañeros de clase como recogepelotas demodo que él pudiera dedicarse a batear. Desde los seis o sieteaños, practicaba con el bate día y noche en el campo de NorthPark hasta que la ciudad apagaba las luces, y entonces camina-ba hasta su casa y practicaba con un diario enrollado delantede un espejo hasta que el sueño lo vencía. Al día siguiente, lomismo. Según sus amigos, asistía al colegio solo para poder ju-gar en el equipo escolar. Cuando la temporada de béisbol ter-minaba y los demás chicos se pasaban al baloncesto o el fútbolamericano, Williams seguía con el béisbol. Cuando los otroschicos empezaron a salir con chicas, Williams siguió bateandopelotas en el campo de North Park. Con el fin de fortalecer suvisión, caminaba por la calle con un ojo cubierto, y luego conel otro. Evitaba ir a los cines porque había oído que eran malospara los ojos. «No iba a dejar que nada me impidiera ser el ba-teador que esperaba ser», recordaría más tarde. «En retrospec-tiva... era una devoción muy de libro de cuentos.»

En otras palabras, trabajó en pos de ello, con una feroci-dad y determinación que superaban con creces la norma. «Te-nía una idea en mente y siempre la seguía», dijo Wos Caldwell,que fue su entrenador en la escuela secundaria.

Para Ted Williams la grandeza no era una cosa sino unproceso.

Y ello no cambió cuando consiguió abrirse paso en el béis-bol profesional. En la primera temporada de Williams con losPadres de San Diego, entonces un equipo de las ligas menores,el entrenador Frank Shellenback advirtió que su nuevo fichajesiempre era el primero en llegar a la sesión de la mañana y elúltimo en marcharse por la noche. Y había algo más curiosotodavía: después de cada partido, Williams le pedía al entrena-dor las pelotas usadas en el juego.

—¿Qué haces con todas esas pelotas? —le preguntó She-llenback finalmente un día—. ¿Se las vendes a los chicos delbarrio?

—No, señor —replicó Williams—, las uso para practicarun poco más el bateo después de la cena.

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Conociendo los rigores de todo un día de entrenamiento,Shellenback encontró esa respuesta difícil de tragar. Movidopor una mezcla de sospecha y curiosidad, recordaría más tarde,una noche «me subí al coche después de cenar y fui has-ta el barrio de Williams. Había un parque cerca de su casa y,¿cómo no?, allí estaba The Kid, el Niño, bateando esas dos mal-trechas pelotas de un lado al otro del campo. Ted estaba junto auna piedra que hacía las veces de home. Un chico le lanzaba pe-lotas y otra media docena se encargaba de recogerlas. Las pelo-tas que hacía nada le había entregado tenían ya las costurasdeshechas».

Incluso entre los profesionales, la intensidad de Williamsestaba tan alejada de la norma que con frecuencia resultabaincómodo contemplarla de cerca. «Hablaba de la ciencia delbateo ad nauseam con sus compañeros de equipo y sus rivales»,escriben sus biógrafos Jim Prime y Bill Nowlin. «Buscó a losgrandes bateadores de la época (Hornsby, Cobb, etc.) y los in-terrogó sin piedad acerca de sus técnicas.»

Con el mismo rigor estudiaba a los lanzadores. Despuésde un tiempo, explicaba Cedric Durst, que jugó en los Padrescon Williams, «los lanzadores descubren los puntos débiles delos bateadores. Con Williams no ocurrió eso... Antes de queellos averiguaran sus debilidades, Ted averiguaba las suyas. Laprimera vez que Ted vio lanzar a [Tony] Freitas, estábamossentados uno al lado del otro en el banquillo y Ted dijo: “Estetío no va a darme una bola rápida que pueda batear. Descarta-rá la bola rápida e intentará hacer que batee la curva. Cuandolleve más bolas que strikes, me lanzará la curva”. Y eso fue exac-tamente lo que sucedió».

Proceso. Después de una década de esfuerzo incesante enel campo de North Park y cuatro impresionantes años en lasligas menores, Williams llegó a las grandes ligas en 1939 sien-do un bateador explosivo y sencillamente siguió mejorando ymejorando y mejorando. En 1941, en su tercera temporadacon los Boston Red Sox, se convirtió en el único jugador de lasgrandes ligas de su época (y en el último del siglo xx) en tenerun promedio de bateo por encima de 400 durante una tempo-rada completa.

Al año siguiente, 1942, Ted Williams se alistó en la marina

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como aviador. Las pruebas que se le practicaron revelaron quetenía una visión formidable, pero que entraba perfectamenteen el rango normal de los seres humanos.

* * *

Algo muy curioso ocurrió con los violinistas de todo el mundoen el siglo xx: progresaron con mayor rapidez que sus homó-logos de siglos anteriores.

Sabemos esto porque contamos con puntos de referenciaimperecederos, como el efervescente Concierto para violínno 1 de Paganini y el último movimiento de la Partita para vio-lín n.o 2 en Re menor de Bach, quince minutos que requierenuna ejecución virtualmente imposible. Aunque en el siglo xviiiambas piezas se consideraban casi imposibles de tocar, en laactualidad una gran cantidad de estudiantes de violín las inter-pretan muy bien de forma rutinaria.

¿Cómo ocurrió eso? ¿Y cómo es que los corredores y losnadadores se han vuelto tan rápidos, y los ajedrecistas y los te-nistas, tan habilidosos? Si los seres humanos fuéramos moscasdel vinagre y produjéramos una nueva generación cada oncedías, quizá sentiríamos la tentación de atribuirlo a la genética ya una evolución veloz. Pero la evolución y los genes no funcio-nan de esa manera.

Hay una explicación, una sencilla y buena, pero sus impli-caciones son radicales para la vida familiar y la sociedad. Es lasiguiente: algunas personas están adiestrándose de forma másintensa (e inteligente) que antes. Somos mejores a la hora dehacer ciertas cosas porque hemos descubierto cómo volvernosmejores.

El talento no es una cosa; es un proceso.Esta no es en absoluto la forma en que estamos acostum-

brados a pensar en el talento. Con expresiones como «debe seralguien dotado», «buenos genes», «habilidad innata», «[corre-dor/tirador/orador/pintor] nato», nuestra cultura considerael talento un recurso genético escaso, una cosa que se tiene ono se tiene. El coeficiente intelectual (CI) y otras pruebas de«habilidad» codifican esta concepción, y las escuelas constru-yen sus currículos alrededor de ella. Los periodistas la validan

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de manera sistemática, y lo mismo puede decirse también demuchos científicos. Este paradigma de los dones genéticos seha convertido en un elemento central de nuestra comprensiónde la naturaleza humana. Encaja con lo que se nos ha enseña-do acerca del ácido desoxirribonucleico (ADN) y la evolución:nuestros genes son el diseño que nos hace ser lo que somos. Genes dife-rentes hacen individuos diferentes con habilidades diferentes. ¿De quéotra forma pudo el mundo producir individuos tan variadoscomo Michael Jordan, Bill Clinton, Ozzy Osbourne y usted?

Sin embargo, toda la idea del talento genético se ha reve-lado completamente equivocada, y si por desgracia se ha man-tenido a flote durante décadas ha sido debido a una cascada demalentendidos y metáforas engañosas. En años recientes ha sa-lido a la luz una montaña de pruebas científicas que apuntande forma abrumadora hacia un paradigma absolutamente dife-rente: no hay una escasez de talento, sino una abundancia detalento latente. En esta concepción, el talento y la inteligenciahumanos no son algo siempre escaso, como los combustiblesfósiles, sino algo potencialmente abundante como la energíaeólica. El problema no es la inadecuación de nuestra dotacióngenética, sino nuestra incapacidad para aprovechar hasta elmomento lo que ya tenemos.

Esto no quiere decir que no existan entre nosotros impor-tantes diferencias genéticas que se traducen en ventajas y des-ventajas. Por supuesto que existen, y esas diferencias tienenconsecuencias profundas. Pero lo que las nuevas investigacio-nes científicas sugieren es que pocos de nosotros conocemosnuestros verdaderos límites, que la vasta mayoría de los sereshumanos ni siquiera estamos cerca de haber accedido a lo quelos científicos denominan nuestro «potencial no actualizado».Asimismo, esas nuevas investigaciones invitan a abrigar un op-timismo profundo en la raza humana. «No tenemos forma desaber cuánto potencial genético no actualizado existe», escribeStephen Ceci, psicólogo del desarrollo de la Universidad deCornell. Por tanto, desde un punto de vista lógico resulta im-posible insistir (como han hecho algunos) en la existencia deun estrato genético más bajo. Es muy probable que la mayoríade los estudiantes que tienen un rendimiento por debajo de loesperado no sean prisioneros de su ADN sino que, por el con-

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trario, no hayan sido capaces de aprovechar hasta ahora su ver-dadero potencial.

Este nuevo paradigma no anuncia un simple cambio de la«naturaleza» a la «cultura», de lo innato a lo adquirido, sinoque revela cuán quebrada está en realidad la oposición entrenaturaleza y cultura, y reclama una reconsideración completade cómo cada una nos hace ser lo que somos. Este libro co-mienza, por tanto, con una explicación nueva y sorprendentede cómo actúan los genes, para seguir después con un examendetallado de los componentes fundamentales del talento y lainteligencia que ahora resultan visibles. En su conjunto, lo queemerge es una imagen nueva de un proceso de desarrollo fas-cinante sobre el que podemos influir (aunque nunca controlarplenamente) como individuos, familias y sociedad interesadaen promover el talento. Aunque básicamente esperanzador, elnuevo paradigma no deja de plantear al mismo tiempo algunascuestiones morales inquietantes con las que todos tendremosque lidiar.

Sería una locura sugerir que cualquier persona puede lite-ralmente hacer o ser cualquier cosa, y la intención de este librono es proponer nada semejante. Sin embargo, las nuevas inves-tigaciones científicas nos dicen que es igualmente necio pen-sar que la mediocridad es algo inherente a la mayoría de noso-tros, o que alguien puede conocer cuáles son sus verdaderoslímites sin haber dedicado enormes recursos e invertido canti-dades ingentes de tiempo para averiguarlo. Nuestras habilida-des no están grabadas en una piedra genética. Son maleables ymoldeables, y lo son hasta bien entrada la edad adulta. Conhumildad, con esperanza y con determinación extraordinaria,la grandeza es algo a lo que cualquier niño (de cualquier edad)puede aspirar.

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Primera parte

El mito de los dones

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Capítulo 1

Genes 2.0

Cómo funcionan realmente los genes

En contra de lo que se nos ha enseñado,los genes no determinan por sí solos nuestrosrasgos físicos y de la personalidad. En lugar deello, interactúan con el entorno en un procesodinámico y permanente que modela y pule deforma continua al individuo.

El sol empieza a alzarse sobre la vieja ciudad junto al río ydesde las ventanas de la quinta planta del Hospital Uni-versitario una recién nacida grita para anunciar su llega-

da al mundo. Los nuevos padres, ya agotados por la falta dedescanso, la aprietan entre sus brazos y se limitan a observarla,en parte incapaces de creer que esto les esté ocurriendo deverdad, en parte sobrecogidos ante lo que tienen por delante.¿Qué cara tendrá cuando crezca? ¿Cómo será? ¿Cuáles seránsus fortalezas y cuáles sus debilidades? ¿Cambiará el mundo osimplemente se las apañará? ¿Correrá con rapidez, formularáuna nueva idea, cautivará a sus amigos, cantará para millones?¿Tendrá talento para algo?

Solo los años lo dirán. Entre tanto, sus progenitores nonecesitan en realidad conocer cuál será el resultado final: ape-nas quieren saber qué diferencia pueden aportar. ¿En qué me-dida la personalidad y habilidades de su hija recién nacida es-tán ya predeterminadas? ¿Qué porción queda aún disponible?¿Qué ingredientes pueden añadir y qué tácticas deben evitar?

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La confusa mezcla de esperanza, expectativas y responsa-bilidades ha empezado...

Tony Soprano: Y pensar que soy el causante de ello.Dra. Melfi: ¿Cómo que usted es el causante?Tony Soprano: Está en su sangre. Esta maldita existencia mise-rable. Mis malditos genes, pútridos, asquerosos, han infectadoel alma de mi niño. Ese ha sido mi regalo para mi hijo.

Los genes pueden ser un asunto aterrador si no se los en-tiende. En The Bell Curve, el libro que en 1994 se convirtió enun superventas, el psicólogo Richard Herrnstein y el politólo-go Charles Murray advertían de que estábamos viviendo en unmundo cada vez más estratificado en el que una «élite cogniti-va» (aquellos con los mejores genes) se encontraba más y másaislada de otros con material genético o cognitivo peor; «segre-gación genética» lo llamaron. Su mensaje no se prestaba a con-fusiones:

La ironía es que en la medida en que Estados Unidos iguala lascircunstancias [ambientales] de la vida de las personas, las dife-rencias de inteligencia restantes son cada vez más producto delas diferencias genéticas... En resumen, el éxito y el fracaso en laeconomía estadounidense, y todo lo que ello conlleva, son deforma creciente consecuencia de los genes que los individuosheredan.

Una conclusión descarnada y aterradora y, por suerte, bas-tante errada. Los autores básicamente habían malinterpretadouna gran cantidad de estudios y estaban convencidos de queaproximadamente el 60 por ciento de la inteligencia de cadaindividuo proviene de forma directa de sus genes. Pero los genesno funcionan así. «No hay factores genéticos que puedan estu-diarse con independencia del entorno», explica Michael Mea-ney de la Universidad de McGill, uno de los mayores expertosmundiales en genes y desarrollo. «Y no existen factores ambien-tales que funcionen independientemente del genoma. [Un ras-go] emerge solo de la interacción entre el gen y el entorno.»

Aunque Herrnstein y Murray suscribían una agenda ideo-lógica particular, su análisis parece también haberse visto las-

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trado por un error común acerca del funcionamiento de losgenes. Todos hemos aprendido que heredamos ciertas caracte-rísticas complejas —como la inteligencia— directamente delADN de nuestros progenitores, del mismo modo en que here-damos ciertos rasgos más simples como el color de los ojos. Ylos medios de comunicación están continuamente reforzandoesta creencia. Para muestra, un botón. He aquí cómo el diarioUSA Today explicó hace poco la herencia:

Piense en su composición genética como la mano de cartas querecibió en el momento de su concepción. Con cada nueva con-cepción en la familia, el mazo vuelve a barajarse y se reparte unanueva mano. Eso explica en parte por qué el pequeño Bobbyduerme toda la noche como un bebé, siempre se porta bien yparece encantado con las matemáticas, mientras que su herma-no Billy tiene cólicos, nunca presta atención y es el jefe de lapandilla desde la guardería.

Los genes dictan, los genes mandan, los genes determinan. Du-rante más de un siglo, esta ha sido la explicación comúnmenteaceptada de cómo nos convertimos en lo que somos. En sus fa-mosos experimentos con guisantes de las décadas de 1850 y1860, Gregor Mendel demostró que rasgos básicos como la for-ma de las semillas y el color de las flores pasaban con fidelidadde una generación a la siguiente a través de «factores heredita-rios» dominantes y recesivos (Mendel escribía antes de que fue-ra introducido el concepto «gen»). Después de ocho años yveintiocho mil plantas, Mendel había demostrado la existenciade los genes y parecía haber demostrado que los genes determi-nan por sí solos la esencia de lo que somos. Tal fue la interpre-tación inequívoca de los genetistas de comienzos del siglo xx.

Esa noción sigue vigente para muchos. «Los genes prepa-ran el terreno», afirma USA Today. El entorno tiene un impactoen todos los aspectos de nuestras vidas, no cabe duda, peroprimero están los genes; son ellos los que establecen los límitesespecíficos, máximos y mínimos, de las habilidades potencialesde cada individuo. ¿De dónde sacó tu hermano esa sorprendente vozpara el canto? ¿Cómo llegaste a ser tan alta? ¿Por qué no puedo bailar?¿Por qué es tan rápida con los números?

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«Está en los genes», decimos.Y eso era también lo que los autores de The Bell Curve pen-

saban. Ninguno de ellos advirtió que a lo largo de las últimasdos décadas las ideas de Mendel han sido objeto de una actua-lización completa, al punto de que un importante grupo decientíficos sostiene que es necesario hacer borrón y cuentanueva, y definir una forma completamente nueva de entenderlos genes.

Esta nueva vanguardia está formada por un conjunto degenetistas, neurocientíficos, psicólogos cognitivos y otros espe-cialistas, algunos de los cuales se autodenominan teóricos de lossistemas de desarrollo. Yo los llamo interaccionistas debido a quehacen hincapié en la interacción dinámica entre los genes y elambiente. No todas las ideas de los interaccionistas han sidoaceptadas plenamente aún, y ellos mismos reconocen con fran-queza su actual esfuerzo por articular todas las implicaciones desus hallazgos. Pero parece muy claro ya que esas implicacionestienen un enorme alcance y suponen un cambio de paradigma.

Para entender el interaccionismo, primero debemos olvi-dar todo lo que creíamos saber acerca de la herencia. «La con-cepción popular del gen como un agente causal simple no esválida», declaran las genetistas Eva Jablonka y Marion Lamb.«Los genes no pueden ser considerados como unidades autó-nomas, como segmentos específicos de ADN que siempre pro-ducen el mismo efecto. El que un segmento concreto de ADNproduzca o no algo, qué produce, dónde y cuándo lo producepuede depender tanto de otras secuencias de ADN como delambiente.»

Aunque Mendel no pudo detectarlo con sus híbridos deguisante perfectamente calibrados, los genes no son como losactores robot que dicen siempre las mismas líneas exactamen-te de la misma manera. Resulta que los genes interactúan consu entorno y pueden decir cosas diferentes según con quienestén hablando.

Esto destruye por completo la inveterada metáfora de losgenes como elementos provistos de elaboradas instruccionespredefinidas para el color de los ojos, el tamaño de los pulga-res, la agilidad matemática, la sensibilidad musical, etc. Ahorapodemos contar con una metáfora más apropiada. En lugar de

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ser elementos terminados, los genes (los veintidós mil existen-tes en el genoma humano)* son más parecidos a interruptoresy botones de volumen. Imagine una consola de control enor-me en el interior de cada célula de su cuerpo.

Otro gen o cualquier mínimo estímulo procedente del en-torno puede encender o apagar, o subir o bajar, muchos de esosbotones e interruptores. Y este encendido y apagado se produ-ce constantemente. Empieza desde el momento en que somosconcebidos y no se detiene hasta que lanzamos nuestro últimoaliento. En lugar de darnos instrucciones inmodificables sobrecómo ha de expresarse un rasgo, este proceso de interacciónentre los genes y el entorno crea un recorrido de desarrollo úni-co para cada individuo concreto.

* Los cálculos sobre el número real de genes varían.

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Para abreviar, los nuevos interaccionistas llaman «G×E» aeste proceso, fundamental para la comprensión actual de todala genética. Reconocer la interacción G×E significa que ahoraentendemos que los genes tienen una influencia poderosa enla formación de todos los rasgos, desde el color de los ojos has-ta la inteligencia, pero que rara vez determinan de forma pre-cisa cómo serán esos rasgos. Desde el momento de la concep-ción, los genes responden de forma constante a una ampliagama de estímulos internos y externos (nutrientes, hormonas,información sensorial, actividad física e intelectual y otros ge-nes) e interactúan con ellos para producir una máquina huma-na única, a medida de las circunstancias únicas de cada perso-na. Los genes importan y las diferencias genéticas tendráncomo resultado diferencias de rasgos, pero en última instanciacada uno de nosotros es un sistema dinámico, una criatura endesarrollo.

Este nuevo modelo dinámico G×E (genes multiplicadospor entorno) es muy diferente del antiguo modelo estático deG+E (genes más entorno). De acuerdo con el antiguo paradig-ma, lo primero eran los genes, que eran los encargados de pre-parar el terreno o de darnos a cada uno nuestra primera manode cartas, y solo después podíamos añadir las influencias am-bientales.

El nuevo modelo empieza con la interacción. No hay ci-mientos genéticos establecidos antes de que el entorno entreen acción; en lugar de ello, los genes se expresan en estrictoacuerdo con su entorno. Todo lo que somos, desde el primermomento de la concepción, es el resultado de este proceso. Noheredamos rasgos directamente de nuestros genes. Por el contra-rio, desarrollamos rasgos a través del proceso dinámico que es lainteracción entre los genes y el entorno. En el concepto G×E,las diferencias genéticas siguen teniendo una importanciaenorme. Pero, por sí solas, no determinan quiénes somos.

De hecho, ni siquiera heredamos nuestros ojos azules omarrones de los genes de nuestros progenitores. No de formadirecta.

Debido a nuestro completo adoctrinamiento en la genéti-ca mendeliana, esto puede sonar disparatado en un primermomento. Pero la realidad ha resultado ser bastante más com-

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pleja, incluso en el caso de los guisantes. Muchos científicoshan entendido esta verdad mucho más compleja durante años,pero han tenido dificultades para explicarla a la sociedad engeneral. De hecho, resulta bastante más difícil de explicar queel simple determinismo genético.

* * *

Para entender los genes de forma más completa, necesitamosprimero volver a dar un paso atrás y explicar qué es lo que real-mente hacen:

Los genes dirigen la producción de las proteínas.Cada una de nuestras células contiene una doble cadena

de ADN completa, que a su vez contiene miles de genes indivi-duales. Cada gen pone en marcha el proceso de ensamblar losaminoácidos para formar las proteínas. Las proteínas son ma-cromoléculas especializadas que contribuyen a crear las célu-las, transportar elementos vitales y poner en marcha las reac-ciones químicas necesarias. Hay muchos tipos diferentes deproteínas y son ellas las que nos proporcionan los elementosfundamentales de todo en nuestros cuerpos, desde la fibramuscular hasta el colágeno de los globos oculares, pasando porla hemoglobina. Somos, todos y cada uno, la suma de nuestrasproteínas.

Los genes contienen las instrucciones para la producciónde esas proteínas y dirigen el proceso de su elaboración (diagra-ma A).

Pero... los genes no son los únicos que influyen en el proce-so de producción de las proteínas. Resulta que las mismas ins-trucciones genéticas están influenciadas por otros factores. Losgenes están activándose y desactivándose de forma constanteen respuesta a los estímulos ambientales, la nutrición, las hor-monas, los impulsos nerviosos y otros genes (diagrama B).

Esto explica cómo es que cada célula de nuestro cerebro,nuestro pelo o nuestro corazón contiene todo nuestro ADN y,no obstante, realiza una función muy especializada. Asimismoexplica cómo una diversidad genética mínima puede tener im-plicaciones amplísimas: los seres humanos somos distintos losunos de los otros no solo debido a nuestras relativamente esca-

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Paredcelular

DiagramaA

Núcleo

ADN

copia de ARNNuevaproteína

Membranacitoplásmica

Aminoácidos

DiagramaB

Núcleo

ADN

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Aminoácidos

Hormona

Membranacitoplásmica

Paredcelular

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sas diferencias genéticas, sino también porque cada momentode nuestras vidas influye de forma activa en la expresión denuestros genes.

Patrick Bateson, biólogo de la Universidad de Cambridge,propone que imaginemos la interacción G×E como un concur-so de preparación de pasteles. Un centenar de cocineros pue-de empezar con casi los mismos ingredientes y, no obstante,producir pasteles muy distintos entre sí. Aunque la existenciade ligeras diferencias entre los ingredientes iniciales garantizaque habrá diferencias entre los pasteles finales, no determinacuáles serán esas diferencias. Las diferencias entre los produc-tos definitivos surgen del proceso. «El desarrollo es química»,dice Bateson, «y el producto final no puede simplemente redu-cirse a sus ingredientes».

De forma similar, la mera presencia de cierto gen no setraduce de forma automática en la producción de un tipo ocantidad específica de proteínas. Para poder empezar a produ-cir proteínas cada gen tiene antes que ser activado (encender-se o «expresarse»).

Además, los genetistas han descubierto recientementeque algunos genes (todavía no sabemos cuántos) son versáti-les. En algunos casos, exactamente el mismo gen puede pro-ducir proteínas diferentes dependiendo de cómo y cuándo seactive.

Todo esto significa que, por sí solos, la mayoría de los ge-nes no pueden dar lugar directamente a la aparición de rasgosespecíficos. Los genes participan de manera activa en el proce-so de desarrollo y están diseñados para ser flexibles. Cualquieraque pretenda describirlos como manuales de instrucciones pa-sivos en realidad está minimizando la belleza y poder del diseñogenético.

Y entonces, ¿por qué tengo los ojos marrones como mi madre y elpelo rojo como mi padre?

En términos prácticos, existen muchos rasgos físicos ele-mentales como el color de los ojos, el pelo y la piel en los queel proceso es casi mendeliano: ciertos genes producen resulta-dos predecibles la mayor parte de las veces. Pero las aparien-cias pueden ser engañosas; un simple resultado cuasi mende-liano no implica que no haya existido interacción entre los

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genes y el entorno. «Incluso en el caso del color de los ojos»,dice Patrick Bateson, «la idea de que el gen relevante es la [úni-ca] causa es equivocada, pues [no tiene en cuenta] todos losdemás componentes genéticos y ambientales». De hecho, Vic-tor McKusick, el genetista del Hospital Johns Hopkins al quepor lo general se considera el padre de la genética clínica, nosrecuerda que en ciertos casos «dos progenitores de ojos azulespueden tener hijos con los ojos marrones». Los genes recesivosno pueden explicar un suceso semejante; la interacción entrelos genes y el entorno sí.

Cuando se trata de rasgos más complejos como la coordi-nación motora, la personalidad y la inteligencia verbal, la inte-racción entre los genes y el entorno inevitablemente aleja elproceso todavía más de las sencillas pautas de la genética men-deliana.

¿Qué pasa con las mutaciones genéticas específicas que de formapredecible inducen la aparición de trastornos hereditarios como la en-fermedad de Huntington?

Las enfermedades causadas por genes concretos sí exis-ten, y constituyen aproximadamente el 5 por ciento del totalde enfermedades que afectan a la población de los países desa-rrollados. Pero es importante que esos trastornos no nos llevena hacernos una idea equivocada acerca del funcionamiento delos genes saludables. «Un cable desconectado puede hacer queun coche no funcione», explica Patrick Bateson. «Pero eso nosignifica que el cable, por sí solo, sea el responsable del movi-miento del coche.» De forma similar, el que un defecto genéti-co cause una serie de problemas no significa que la versiónnormal del gen en cuestión sea el único elemento responsabledel funcionamiento normal.

Ayudar a la sociedad a entender la interacción entre losgenes y el entorno es una tarea particularmente difícil debidoa su enorme complejidad. Nunca tendrá el mismo aire de sen-cillez que tenía nuestra vieja (y equivocada) comprensión delos genes. Así las cosas, es una suerte que los interaccionistascuenten con Patrick Bateson en sus filas. Ex secretario de larama biológica de la Royal Society de Londres y uno de losprincipales divulgadores mundiales en temas de herencia, Ba-teson también transmite un poderoso mensaje simbólico con

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su apellido. Fue William Bateson, el famoso primo de su abue-lo, quien hace un siglo acuñó la palabra «genética» y contribu-yó a popularizar el concepto original —más simple que el ac-tual— de los genes como paquetes de información autónomoscapaces de inducir la aparición de rasgos de forma directa.Ahora, la tercera generación Bateson está ayudando de formasignificativa a actualizar la comprensión que la sociedad tienede los genes y de su funcionamiento.

«Los genes almacenan información que codifica las se-cuencias de aminoácidos que constituyen las proteínas», expli-ca Bateson. «Eso es todo. No codifican partes del sistema ner-vioso y sin duda no codifican pautas de comportamientoespecíficas.»

Su argumento es que los genes están alejados varios pa-sos del proceso de formación de rasgos. Si alguien es asesina-do con un revólver Smith & Wesson, nadie acusará de sumuerte al operario del alto horno en que el mineral de hierrose transformó en arrabio (material que posteriormente setransformaría en acero y que más tarde se vertería en distintosmoldes para crear las partes con las que luego se ensamblaríael revólver Smith & Wesson usado en el crimen). De formasimilar, ningún gen tiene la autoría explícita de una buena omala visión, unas piernas largas o cortas, o una personalidadafable o complicada, aunque, por supuesto, los genes desem-peñan un papel crucial a lo largo de todo el proceso. La infor-mación que transmiten es traducida por otros elementos de lacélula y está influida por una amplia variedad de señales pro-cedentes del exterior de la célula. Se forman entonces ciertostipos de proteínas, que se convertirán en otras células y teji-dos, y que —en última instancia— nos harán ser lo que so-mos. La distancia de pasos entre el gen y el rasgo dependeráde la complejidad del rasgo. Cuanto más complejo sea el ras-go, más alejada estará su formación directa de cualquier genconcreto. Este proceso continúa a lo largo de toda nues-tra vida.

La estatura puede ayudarnos a comprender estupenda-mente la dinámica gen-entorno. La mayoría de las personaspiensa que la altura está más o menos directamente determina-da por la genética. La realidad es muchísimo más interesante.

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Uno de los primeros y más sorprendentes indicios de la nuevaforma de entender el desarrollo como un proceso dinámico seconoció en 1957 cuando William Walter Greulich, investiga-dor de la Facultad de Medicina de la Universidad de Stanford,midió la estatura de los niños japoneses criados en California yla comparó con la estatura de los niños japoneses criados enJapón durante el mismo período de tiempo. Los niños criadosen California, que tenían acceso a una nutrición y atenciónmédica significativamente mejores, crecieron para ser de me-dia casi trece centímetros más altos que los niños criados enJapón. El mismo acervo genético en un entorno diferente pro-ducía estaturas radicalmente distintas. Greulich no se dio cuen-ta de esto en su momento, pero su hallazgo constituye una ilus-tración perfecta de cómo funcionan en verdad los genes: nodando lugar de manera directa a la aparición de ninguna for-ma o figura determinadas, sino interactuando de manera enér-gica con el mundo exterior para producir un resultado único,improvisado.

Resulta que una amplia variedad de factores ambientalesinfluyen en la expresión genética de la estatura: el sarampión oun único episodio de diarrea, por ejemplo, o deficiencias encualquiera de una docena de nutrientes. En las culturas occi-dentales del siglo xxi, solemos dar por sentado que existe unatendencia evolutiva natural que hace que la talla aumente concada generación, pero lo cierto es que la estatura humana hafluctuado de forma espectacular a lo largo de los tiempos comorespuesta específica tanto a cambios en la dieta y el clima comoa las enfermedades. Y lo que es más sorprendente todavía: losexpertos en el estudio de la estatura han concluido que desdeun punto de vista biológico muy pocos grupos étnicos están deverdad destinados a ser más altos o más bajos que otros grupos.Aunque esta regla tiene algunas excepciones, «por lo general»,resume Burkhard Bilger en The New Yorker, «cualquier pobla-ción podría ser tan alta como cualquier otra ... Los mexicanosdeberían ser altos y esbeltos. No obstante, su desarrollo se vemermado con tanta frecuencia por las enfermedades y una die-ta pobre que damos por sentado que son bajos de nacimiento».

Bajos de nacimiento. Una inteligencia innata. Nació para crearmúsica, para jugar al baloncesto... Se trata de una suposición ten-

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tadora, que todos hemos hecho alguna vez. Pero cuando echa-mos un vistazo por detrás del telón genético, con mucha fre-cuencia resulta no ser válida.

Otro ejemplo asombroso de la interacción dinámica entrelos genes y el entorno llegó, por casualidad, apenas un añodespués del estudio de Greulich sobre la talla de los japoneses.En el invierno de 1958, Rod Cooper y John Zubek, dos jóvenespsicólogos de la Universidad de Manitoba, concibieron lo quesegún pensaron sería un clásico experimento sobre la inteli-gencia de las ratas basado en la oposición entre naturaleza ycrianza, o entre rasgos innatos y rasgos adquiridos. Empezaroncon ratas recién nacidas pertenecientes a dos cepas genéticasdiferentes: ratas «listas», descendientes de ratas que a lo largode muchas generaciones habían tenido buenos resultados deforma sistemática en pruebas con laberintos, y ratas «tontas»,que habían tenido malos resultados de forma sistemática enesos mismos laberintos, en los que cometían como media un40 por ciento más de errores.

A continuación, los investigadores criaron a cada una deestas dos cepas de ratas en tres condiciones de vida muy dife-rentes:

Entorno enriquecido: con paredes pintadas con dibujos brillan-tes y coloridos, y muchos juguetes o elementos de estimulación:rampas, espejos, columpios, toboganes, campanas, etc.Entorno normal: con paredes normales y corrientes y una canti-dad moderada de juguetes de estimulación y ejercicio.Entorno restringido: básicamente pocilgas para ratas con nadamás que una caja para la comida y un cazo para el agua; sin ju-guetes ni ninguna otra cosa que pudiera estimular sus cuerposo sus mentes.

En términos muy genéricos, parecía bastante fácil prede-cir el resultado: cada cepa de rata sería un poco más listacuando se la criara en el entorno enriquecido y un poco mástonta cuando se la criara en el entorno restringido. Los inves-tigadores esperaban obtener un gráfico que fuera aproxima-damente así:

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RESULTADOS PREVISTOS

Núm

ero

de

erro

res

Enriquecido Normal Restringido

Entornos

Ratas listas

Ratas tontas

180

170

160

150

140

130

120

110

Sin embargo, los resultados finales fueron así:

RESULTADOS REALES

Núm

ero

de

erro

res

Enriquecido Normal Restringido

Entornos

Ratas listasRatas tontas

180

170

160

150

140

130

120

110

A

B

Los datos finales eran escandalosos. En condiciones nor-males, las ratas listas habían superado sistemáticamente a lasratas tontas en el laberinto. Pero en los dos entornos extremos,su rendimiento había sido prácticamente el mismo. Las rataslistas criadas en el entorno restringido habían cometido casiexactamente el mismo número de errores que las ratas tontascriadas en el entorno restringido (punto A del gráfico). Enotras palabras, cuando se las criaba en un entorno empobreci-do, todas las ratas parecían igual de tontas. Sus diferencias «ge-néticas» se esfumaban.

Lo mismo ocurrió con el entorno enriquecido. Aquí, las

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ratas brillantes también cometían casi la misma cantidad deerrores que las ratas tontas (punto B del gráfico, la diferenciafue considerada no significativa desde el punto de vista estadís-tico). Criadas en un entorno estimulante, todas las ratas pare-cían ser igual de inteligentes. De nuevo, sus diferencias «gené-ticas» se esfumaban.

En su momento, Cooper y Zubek no supieron cómo inter-pretar su hallazgo. Lo cierto era que esas diferencias «genéti-cas» originales en realidad nunca habían sido puramente ge-néticas. En lugar de ello, eran una función de la interacciónG×E de cada cepa dentro de su entorno original. Ahora, al de-sarrollarse en entornos diferentes, cada cepa producía resulta-dos muy distintos. Y en el caso tanto del entorno enriquecidocomo del entorno restringido, las diferentes cepas genéticas serevelaban muchísimo más parecidas de lo que se había supues-to previamente.

En las décadas siguientes, el estudio de Cooper y Zubek seconvirtió en «un ejemplo clásico de la interacción entre losgenes y el entorno», en opinión de Gerald McClearn, expertoen genética del desarrollo de la Universidad Estatal de Pensil-vania. Muchos otros científicos coinciden con él.

Durante ese mismo período, surgieron centenares deejemplos que, de forma gradual, obligaron a una reconsidera-ción general del mecanismo a través del cual funcionan los ge-nes. Casi con incredulidad, los biólogos observaron que

• la temperatura alrededor de los huevos de las tortugas ylos cocodrilos determina el sexo de las crías;

• los saltamontes jóvenes de piel amarilla se conviertenpermanentemente en saltamontes de piel negra paracamuflarse si a cierta edad se los expone a un entornoennegrecido (por ejemplo, pasto quemado);

• las langostas que viven en entornos superpoblados desa-rrollan una musculatura muchísimo mayor (adecuadapara la migración) que las langostas que viven en condi-ciones de hacinamiento menor.

En estos y en muchos otros casos, el entorno A parecíaproducir un tipo de criatura mientras que el entorno B produ-

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cía otra criatura diferente. Este nivel de modificación de rasgosresultaba sencillamente imposible de comprender desde la vie-ja idea de G+E según la cual los genes determinaban de formadirecta los rasgos. Los nuevos hallazgos exigían una explica-ción completamente nueva de cómo funcionan los genes.

En 1972, el biólogo de la Universidad de Harvard RichardLewontin ofreció una clarificación crucial que ayudó a sus co-legas a entender la interacción G×E. El antiguo concepto, basa-do en la distinción entre naturaleza y cultura, proponía unasecuencia aditiva de un solo sentido como la siguiente:

Genes — > proteínas — > células — > rasgos

Entorno

Los genes inducen la producción de proteínas que, a su vez,guían las funciones de las células que, a su vez, conforman losrasgos (con algún aporte del mundo exterior).

La nueva concepción G×E proponía un proceso muchomás dinámico, en el que cada elemento participante influye entodos los demás a todos los niveles:

Genes proteínas — > células — > rasgos

Entorno

Los genes, las proteínas y las señales del entorno (lo que incluyeel comportamiento y las emociones humanas) interactúan deforma constante entre sí y este proceso de interacción influyeen la producción de las proteínas que determinan las funcionesde las células, las cuales conforman los rasgos.

Adviértase que en la segunda secuencia las flechas que in-dican la influencia van en ambas direcciones. «Los biólogoshan terminado comprendiendo que si se modifican los genes oel entorno, el comportamiento resultante puede ser radical-mente diferente», explica el especialista en ecología evolutivade la Universidad de la Ciudad de Nueva York Massimo Pigliucci.

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«La cuestión, por tanto, no es repartir las causas entre natura-leza y cultura, sino [examinar] la forma en que los genes y losentornos interactúan de manera dialéctica para dar lugar a lamorfología y el comportamiento de un organismo.»

Por tanto, la gran ironía de nuestros interminables esfuer-zos para distinguir entre naturaleza y cultura, para diferenciarlo innato de lo adquirido, es que en lugar de ello lo que nece-sitamos hacer es exactamente lo opuesto: intentar entender demanera precisa cómo lo innato y lo adquirido interactúan. Loque determina la función de cada célula (y las característicasdel organismo) es precisamente qué genes se activan, cuándo,con qué frecuencia y en qué orden.

«En cada caso», explica Patrick Bateson, «el animal indivi-dual comienza su vida con la capacidad de desarrollarse encierto número de formas claramente diferentes. Como unagramola, el individuo tiene el potencial de tocar cierto númerode canciones de desarrollo diferentes. Pero durante el trans-curso de su vida tocará solo una canción. La canción concretade desarrollo que toque es seleccionada por [el entorno] en elque el individuo crece».

Por ende, desde el primer momento de la concepciónnuestro temperamento, nuestra inteligencia y nuestro talentoestán sometidos al proceso de desarrollo. Por sí solos, los genesno nos hacen listos o tontos, caraduras o corteses, depresivos oalegres, no nos dan aptitudes para la música o nos privan deoído para ella, no determinan si seremos atléticos o torpes, sitendremos talento literario o seremos individuos poco curio-sos. Esas características provienen de una interacción complejadentro de un sistema dinámico. Todos los días, en todo senti-do, estamos contribuyendo a determinar qué genes se activan.Nuestra vida interactúa con nuestros genes.

El modelo dinámico de G×E desempeña un papel clave entodo: nuestro estado de ánimo, nuestro carácter, nuestra salud,nuestro estilo de vida, nuestra vida social y laboral. Es la formaen que pensamos, lo que comemos, con quién nos casamos,cómo dormimos. La oposición entre lo innato y lo adquirido,o entre naturaleza y cultura, sonaba bien hace un siglo, perohoy carece de sentido, pues no hay en realidad efectos separa-dos. Los genes y el entorno son tan inseparables e inextricables

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como las letras de una palabra o las partes de un coche. Nopodemos abrazar ni entender el nuevo mundo del talento y lainteligencia sin integrar primero esta idea en nuestro lenguajey nuestro pensamiento.

Necesitamos reemplazar la oposición entre naturaleza ycrianza por la idea de «desarrollo dinámico».

¿Cómo fue que Tiger Woods terminó teniendo el golpemás fiable y la salida más competitiva de la historia del golf?Desarrollo dinámico. ¿Cómo fue que Leonardo da Vinci consi-guió convertirse en un artista, ingeniero, inventor, anatomistay botánico sin parangón? Desarrollo dinámico. ¿Cómo fue queRichard Feynman pasó de ser un chico con apenas un buencoeficiente intelectual a ser uno de los pensadores más impor-tantes del siglo xx? Desarrollo dinámico.

El desarrollo dinámico es el nuevo paradigma para explicarel talento, el estilo de vida y el bienestar. Nos dice cómo los ge-nes influyen en todo pero, al mismo tiempo, determinan en rea-lidad muy poco. Nos obliga a repensarlo todo acerca de noso-tros, de dónde venimos y adónde podemos llegar. Nos prometeque aunque nunca tendremos un verdadero control sobre nues-tras vidas, sí tenemos un poder enorme para incidir en ellas. Eldesarrollo dinámico explica por qué la biología humana es unagramola con muchas canciones potenciales: no una serie espe-cífica de instrucciones predeterminadas para cierto tipo especí-fico de vida, sino una capacidad predeterminada para diversasvidas posibles. Nadie está condenado genéticamente a la me-diocridad.

El desarrollo dinámico fue una de las grandes ideas delsiglo xx, y sigue siéndolo. Una vez nuestros novísimos progeni-tores, que habíamos dejado en el Hospital Universitario, en-tiendan las implicaciones que tiene para su hija recién nacida,el desarrollo dinámico influirá en su forma de vivir, de criar eincluso de votar.

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Capítulo 2

La inteligencia es un proceso, no una cosa

La inteligencia no es una aptitud innata,determinada desde el momento de la concep-ción o durante la vida intrauterina, sino una co-lección de habilidades en un proceso de desa-rrollo dirigido por la interacción entre los genesy el entorno. Nadie nace con una cantidad pre-determinada de inteligencia. La inteligencia (ylas puntuaciones de las pruebas de coeficienteintelectual) puede mejorarse. Pocos adultos lle-gan a desarrollar plenamente su auténtico po-tencial intelectual.

[Algunos] afirman que la inteligencia de un individuoes una cantidad fija que no puede aumentar. Debemos protes-tar y reaccionar contra este pesimismo brutal.

Alfred Binet,inventor de la prueba original de coeficiente intelectual, 1919

Londres es una pesadilla para los taxistas, una jungla urba-na absurdamente grande y enrevesada construida de for-ma caótica a lo largo de mil quinientos años. A diferen-

cia de Manhattan o el Ensanche barcelonés, la capital británicano se alza sobre una cuadrícula ordenada sino que es una toscacolcha de retazos en la que se superponen y rodean las víascreadas por los asentamientos romanos, vikingos, sajones, nor-mandos, daneses e ingleses. En un radio de menos de diez kiló-metros desde la estación de tren de Charing Cross, unas veinti-cinco mil calles se unen y cortan en todos los ángulos posibles yse convierten en callejones sin salida que conducen a parques,

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monumentos, tiendas y casas particulares. Con el fin de obtenerla licencia reglamentaria, los taxistas londinenses deben apren-derse todos estos recovecos, un conocimiento enciclopédico alque en el oficio llaman con orgullo «El Saber».

La buena noticia es que, una vez aprendido, El Saber que-da literalmente incrustado en el cerebro del taxista. Eso fue loque la neuróloga británica Eleanor Maguire descubrió en 1999cuando ella y sus colegas realizaron estudios de resonanciamagnética (RM) a los taxistas londinenses para compararloscon los de los cerebros de otras personas. A diferencia de loobservado en el grupo de control, en los taxistas con experien-cia los investigadores advirtieron un aumento importante deltamaño de la parte posterior del hipocampo (la parte del cere-bro especializada en el recuerdo de las representaciones espa-ciales). Por sí solo este hallazgo no probaba nada; en teoría esposible que los individuos nacidos con hipocampos con gran-des partes posteriores tengan una mejor habilidad espacial in-nata y, por tanto, mayores probabilidades de convertirse entaxistas. Lo que hacía tan asombroso el estudio de Maguire esque correlacionaba el tamaño de los hipocampos directamentecon la experiencia de los conductores: cuanto más larga era sucarrera al volante, más grande era la parte posterior de su hi-pocampo. Eso era un indicio muy importante de que el trabajoespacial cambiaba de forma activa el cerebro de los taxistas.«Estos datos», concluyó Maguire de forma espectacular, «su-gieren que los cambios en la sustancia gris del hipocampo ...son adquiridos».

Más aún, su conclusión concuerda a la perfección con loque otros investigadores han descubierto en estudios recientessobre violinistas, lectores de braille, meditadores y víctimas dederrames cerebrales, a saber, que partes específicas del cere-bro se adaptan y organizan en respuesta a experiencias especí-ficas. «La corteza cerebral tiene una capacidad extraordinariapara remodelarse después de un cambio ambiental», señaló elpsiquiatra de la Universidad de Harvard Leon Eisenberg enuna completa revisión de esos estudios.

Esta es nuestra famosa «plasticidad»: la capacidad intrín-seca del cerebro humano para convertirse, con el tiempo, en loque le pidamos ser. Esta capacidad no implica que todos nazca-

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Mansky, Amani Martin, Massimo Pigliucci, David Plotz, Steve Silber-man, Michael Strong, Francesca Thomas, Susie Weiner y Sarah Wi-lliams. Jim Berman y Andy Walter llevaron la lectura de pruebas a unnuevo nivel al leerlo y alimentarme sin tregua.

Por su amistad y apoyo, estoy también en deuda con JeremyBenjamin, David Booth Beers, Peggy Beers, Eric Berlow, Carolyn Ber-man, Greg Berman, Chandler Burr, Bonni Cohen, Eamon Dolan,Bruce Feiler, Richard Gehr, Rob Guth, Andy Hoffman, Rachel Holz-man, Steve Hubbell, Jane Jaffin, Roy Kreitner, Virginia McEnerney,Katherine Schulten, Andrew Shapiro, Jon Shenk, Josh Shenk, Ri-chard Shenk (!), Leslie Sillcox, Mark Sillcox, Andras Szanto y LeaThau. Un agradecimiento especial a Anthony Uzzo y el encantadorHotel Beacon.

Ningún agente o editor es una isla. Un profundo agradecimien-to al excelente equipo de Sloan Harris en ICM: Kristyn Keene, MollyRosenbaum, John DeLaney y la gran Liz Farrell; y gracias también alestupendo equipo de Bill Thomas en Doubleday: Maria Carella, Ra-chel Lapal, Sonia Nash, John Pitts, Nora Reichard, Alison Rich y AmyRyan. Me siento especialmente agradecido por la paciencia e inteli-gencia de Melissa Ann Danaczko.

Por último, la tarea imposible: expresar en palabras la gratitudy orgullo que siento por quienes me han dado todo en la vida, Alex,Lucy y Henry. Con suerte, ellos ya lo saben. El genio en cada uno denosotros es que tenemos la capacidad de amar e inspirarnos unos aotros.

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El genio que todos llevamos dentro David Shenk No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea éste electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito del editor. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (Art. 270 y siguientes del Código Penal) Título original: The Genius in All of Us © del diseño de la portada, mot_studio © de la imagen de la portada, mot_studio © David Shenk, 2010 © de la traducción, Luis Alfonso Noriega Hederich, 2011 © Editorial Planeta, S. A., 2011 Editorial Ariel es un sello editorial de Planeta, S. A. Av. Diagonal, 662-664, 08034 Barcelona (España) www.planetadelibros.com Primera edición en libro electrónico (PDF): septiembre de 2011 ISBN: 978-84-344-7007-1 (PDF) Conversión a libro electrónico: Newcomlab, S. L. L. www.newcomlab.com