el futbol y la etica

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El fútbol y la ética A diferencia del sacrificio, que depende de uno, el arribo de la gloria es impredecible. Lo fundamental es saber que demora, aunque no sepamos cuánto. Si llega inmediatamente, no será gloria sino fama, algo radicalmente distinto. El problema de muchos jugadores de fútbol, artistas, políticos e intelectuales, es confundir fama con gloria. La primera llega muy rápido y desaparece con la misma celeridad; la segunda se toma su tiempo pero, si llega, probablemente será para siempre. El mundial de fútbol de Sudáfrica encarnó esta cuestión en la relación de la enorme mayoría de los jugadores con el árbitro. Con el ansia de vencer se trató de engañar siempre que fuera posible. No se trata de introducir aquí la moralidad de que nunca se debe hacer trampa para ser un jugador éticamente valioso, sino de saber que la trampa (pegarle con la mano), el engaño (ver la pelota fuera de la línea y seguir jugando), la picardía (simular la falta en el área), sólo valen si son excepciones. Si se convierten en la regla pierden todo su significado. Los futbolistas, con el cuerpo y la mente llenos de tensión y presión en cada partido, se acercan lentamente al peligro de querer engañar en todo momento. Lo que es aún más alarmante, tienen esta actitud a la par que mejora la televisación, es decir, que nosotros vemos que están protestando algo falso. Las magistrales cámaras lentas del último mundial expusieron a los jugadores al hecho de que millones de personas verían que su protesta se basaba en la mentira. No hablo aquí de las jugadas dudosas, que son tantas, y que la filmación sólo demuestra lo difícil que es ser árbitro. Me refiero a aquellas donde el jugador exige una tarjeta amarilla hacia un contrincante cuando siquiera le hizo foul. Esta especie de impunidad para hacer trampa explícitamente sólo se puede explicar por un deseo de fama y un desconocimiento de la gloria. La actitud de los jugadores hacia los árbitros debe ser otra. Un juez no está ahí para condenar y castigar, sino para permitir jugar y hacer justicia. Es un aliado del espectáculo. Asumir esta visión del rol árbitro, permitiría a muchos jugadores concentrarse mejor en el juego, en la magia. Permitirá también a los futbolistas darse cuenta de que ellos son corresponsables de la justicia o injusticia que tiene el deporte. Fue decepcionante lo que declaró Thierry Henry luego de la mano que le permitió a Francia clasificar al mundial. "Voy a ser sincero, fue mano pero yo no soy el juez. Lo hice y lo permitieron…", dijo, desperdiciando una oportunidad de pedir disculpas al menos a todos los irlandeses. Lo triste de la declaración es que lleva implícita la total ausencia de responsabilidad del jugador en la justicia de un partido.

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Page 1: El futbol y la etica

El fútbol y la ética A diferencia del sacrificio, que depende de uno, el arribo de la gloria es impredecible. Lo fundamental es saber que demora, aunque no sepamos cuánto. Si llega inmediatamente, no será gloria sino fama, algo radicalmente distinto. El problema de muchos jugadores de fútbol, artistas, políticos e intelectuales, es confundir fama con gloria. La primera llega muy rápido y desaparece con la misma celeridad; la segunda se toma su tiempo pero, si llega, probablemente será para siempre. El mundial de fútbol de Sudáfrica encarnó esta cuestión en la relación de la enorme mayoría de los jugadores con el árbitro. Con el ansia de vencer se trató de engañar siempre que fuera posible. No se trata de introducir aquí la moralidad de que nunca se debe hacer trampa para ser un jugador éticamente valioso, sino de saber que la trampa (pegarle con la mano), el engaño (ver la pelota fuera de la línea y seguir jugando), la picardía (simular la falta en el área), sólo valen si son excepciones. Si se convierten en la regla pierden todo su significado. Los futbolistas, con el cuerpo y la mente llenos de tensión y presión en cada partido, se acercan lentamente al peligro de querer engañar en todo momento. Lo que es aún más alarmante, tienen esta actitud a la par que mejora la televisación, es decir, que nosotros vemos que están protestando algo falso. Las magistrales cámaras lentas del último mundial expusieron a los jugadores al hecho de que millones de personas verían que su protesta se basaba en la mentira. No hablo aquí de las jugadas dudosas, que son tantas, y que la filmación sólo demuestra lo difícil que es ser árbitro. Me refiero a aquellas donde el jugador exige una tarjeta amarilla hacia un contrincante cuando siquiera le hizo foul. Esta especie de impunidad para hacer trampa explícitamente sólo se puede explicar por un deseo de fama y un desconocimiento de la gloria. La actitud de los jugadores hacia los árbitros debe ser otra. Un juez no está ahí para condenar y castigar, sino para permitir jugar y hacer justicia. Es un aliado del espectáculo. Asumir esta visión del rol árbitro, permitiría a muchos jugadores concentrarse mejor en el juego, en la magia. Permitirá también a los futbolistas darse cuenta de que ellos son corresponsables de la justicia o injusticia que tiene el deporte. Fue decepcionante lo que declaró Thierry Henry luego de la mano que le permitió a Francia clasificar al mundial. "Voy a ser sincero, fue mano pero yo no soy el juez. Lo hice y lo permitieron…", dijo, desperdiciando una oportunidad de pedir disculpas al menos a todos los irlandeses. Lo triste de la declaración es que lleva implícita la total ausencia de responsabilidad del jugador en la justicia de un partido.

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No caben dudas de que la mano de Suárez contra Ghana fue totalmente instintiva y que además fue justamente sancionada, con penal y expulsión. Lo incómodo fue que Suárez se sorprendiera de la medida, como si no visualizara la justicia de ser echado del campo. Su sorpresiva reacción ante la tarjeta roja forma parte de la misma ética de Henry, donde el árbitro sólo castiga y es enemigo y, cuanto más lo engañemos, mejor. Lo mismo con el arquero alemán Manuel Neuer, quien luego del partido con Inglaterra declaró que jugó rápido la pelota para no dar tiempo a los jueces a reflexionar si había sido gol o no el tiro de Lampard. Una vez más, la responsabilidad de la justicia es sólo del juez, el jugador sólo arrastra agua para su propio molino. Cambiar esta visión ética es el gran reto de los jugadores, sea como futbolistas, sea como personas públicas. Por suerte Suárez y Neuer, como tantos otros, tienen una larga carrera por delante para lograrlo. Que la fama no los distraiga.

FACUNDO PONCE DE LEÓN