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CENTRO SUPERIOR DE ESTUDIOS DE LA DEFENSA NACIONAL 0 iJs: z• MONOGRAFÍAS del CESEDEN 1 22 IV JORNADAS DE HISTORIA MILITAR ELEJÉRCITO YLA ARMADA DEFELIPE II, ANTE EL IV CENTENARIO DESU MUERTE MINISTERIO DE DEFENSA

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CENTRO SUPERIOR DE ESTUDIOS DE LA DEFENSA NACIONAL

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MONOGRAFÍASdel

CESEDEN

1

22IV JORNADAS DE HISTORIA MILITAR

EL EJÉRCITO Y LA ARMADADE FELIPE II,ANTE EL IV CENTENARIODE SU MUERTE

MINISTERIO DE DEFENSA

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CENTRO SUPERIOR DE ESTUDIOS DE LA DEFENSA NACIONAL° MONOGRAFÍAS

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1

IV JORNADAS DE HISTORIA MILITAR

EL EJÉRCITO Y LA ARMADADE FELIPE II,ANTE EL IV CENTENARIODESU MUERTE

Octubre, 1997

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FICHA CATALOGRÁFtCA DEL CENTRO DEPUBLICACIONES

Jornadas de Historia Militar (4. 1997 Madrid)El ejércfto y la armada de Felipe II ante el IV centenario de su muerte / IV Jornadas de Historia Militar. — [Madrid] : Ministerio deDefensa, Secretaría General Técnica, 1997. — 182 p. ; 30cm— (Monografías del CESEDEN 22).Precede al tít.: Centro Superior de Estudios de la DefensaNacional.NIPO: 076-97-108-1. — D.L. M. 44773-97ISBN: 84-7823-545-O.1. Centro Superior de Estudios de la Defensa Nacional(Madrid) II. España. Ministerio de Defensa. SecretaríaGeneral Técnica, ed. III. Título. IV. Serie.

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Edita: Ministerio de Defensa

Secretaría General Técnica

NIPO: 076-97-108-1.

ISBN: 84-7823-545-O.

Depósito Legal: M-44773-97.

Imprime: Imprenta Ministerio de Defensa

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EL EJÉRCITO Y LA ARMADA DE FELIPE II,ANTE EL IV CENTENARIO DE SU MUERTE

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SUMARIO

Página

PRESENTACIÓN . 9

Primera conferencia

LA ESCUELA HISPANO-ITALIANA DE ESTRATEGIA EN TIEMPOS DEFELIPE II13

Por Miguel Alonso Baquer

Segunda conferenciaEL SOLDADO ESPAÑOL DE LOS TERCIOS37Por Andrés Más Chao

Tercer conferencia

LA ORDENANZA E INSTRUCCIÓN DEL GENERAL FARNESIO (BRUSELAS 1587)57

Por Ángel Riesco Terrero

Cuarta conferencia

FELIPE II Y LA ESTRATEGIA MILITAR EN EL NUEVO MUNDO87Por Juan Pérez de Tudela y Bueso

Quinta conferenciaEL PODER NAVAL EN TIEMPO DE FELIPE II11 5Por Fernando de Bordejé y Morencos

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Sexta conferencia Página

ECOS CASTRENSES EN LA POESÍA Y EL REFRANERO DE LA ÉPOCADE LOS AUSTRIAS153

Por Hugo O ‘Donneil y Duque de Estrada

ÍNDICE179

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PRESENTACIÓN

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PRESENTACIÓN

Dentro de plan de actividades del Centro Superior de Estudios de laDefensa Nacional (CESEDEN) para el año 1997 y con la finalidad depromover e/interés por el conocimiento de la historia de España entre loscomponentes de las Fuerzas Armadas, la Comisión Española de HistoriaMilitar (CEHISMI) ha organizado las IV Jornadas de Historia Militar que sehan celebrado los días 10, 11 y 12 del mes de marzo del presente año.

Felipe II murió en El Escorial el día 13 de septiembre de 1598, es decirque en el próximo año se cumple los cuatrocientos años desde que ocurrióeste suceso. Como en 1998 se tiene previsto realizar un CongresoInternacional de Historia Militar dedicado exclusivamente a la «crisis deCuba en el 98», la CEHISMI decidió que estas IV Jornadas fuesendestinadas a rememorar algunos de los hechos ocurridos durante elreinado de este gran monarca.

Debido al interés que despierta a todos los aficionados a la Historia lafigura de Felipe II y con el deseo de que los que no hayan podido asistir aestas conferencias puedan disfrutar de su lectura, hemos publicado lapresente Monografía.

Aprovechamos gustosamente esta ocasión para agradecer a losconferenciantes su valiosa y desinteresada colaboración, sin la cual no sehubiesen podido celebrar estas IV Jornadas.

A los excelentísimos generales don Miguel Alonso Baquer y don AndrésMás Chao, que el primer día disertaron respectivamente sobre los temas«La escuela hispano-italiana de estrategia en tiempos de Felipe II» y dosbiografías contrapuestas: el capitán Contreras y Julián Romero, «Elsoldado español de los Tercios».

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A los catedráticos excelentísimos señores don Ángel Riesco Terrero y donJuan Pérez de Tudela y Bueso que durante el segundo día de estasJornadas expusieron su trabajo sobre «La Ordenanza e Instrucción delgeneral Farnesio (Bruselas 1587)» y «Felipe II y la estrategia militar en elNuevo Mundo».

Al almirante excelentísimo señor don Fernando de Bordejé y Morencosque disertó el último día sobre «El poder naval en tiempos de Felipe II» yal excelentísimo señor don Hugo O’Donnell y Duque de Estrada, doctor enHistoria, que cerró el ciclo hablando sobre el tema «Ecos castrenses en lapoesía y el refranero de la época de los Austrias».

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PRIMERA CONFERENCIA

LA ESCUELA HISPANO-ITALIANADE ESTRATEGIA EN TIEMPOS DE FELIPE II

MIGUEL ALONSO BAQUER

General de brigada.

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LA ESCUELA HISPANO-ITALIANA DE ESTRATEGIA EN TIEMPOSDE FELIPE II

Me parece conveniente y también viable componer una relación de nombres, entre los grandes capitanes de la historia de Europa, que respondana esta doble vinculación: a Italia, en razón de sus ideas sobre el ejerciciode la profesión de las armas y a España, en razón de su obediencia a losdesignios de la Monarquía de la Casa de Habsburgo con sede en Madrid.

Pertenecen los nombres seleccionados al periodo que se extiende sobrelas culturas del Renacimiento y del Barroco. Los «grandes capitanes» dela escuela hispano-italiana de estrategia fueron hombres del Renacimiento

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en los días de su irrupción en el escenario europeo y fueron hombres delBarroco en las jornadas donde ya se percibe su decadencia.

Tras el periodo histórico que el historiador Jean Huizinga llamó el «otoñode la Edad Media» se han sucedido hasta seis grandes periodos culturales que situaron a las ideas sobre la orgánica de la defensa en los brazosde seis estructuras de poder, cada una de ellas expresándose en distintalengua.

El pensamiento militar que se ofreció primero como voluntariamente ajenoa la tradición de la cristiandad y como genuinamente europeo tuvo origenitaliano. Su figura dominante bien puede ser la de Maquiavelo. Lo que lostratadistas denominan «Renacimiento militar» elige a Italia como lugar deencuentro de las propuestas sobre la profesión de las armas que exhibían,por entonces, los más variados signos y muy distintas procedencias. Adelantemos que sólo el Gran Capitán acertó a articularlas para el logro deunidades que fueran ciertamente eficaces en el campo de batalla.

El segundo tipo de pensamiento militar verdaderamente original se desarrolló en el seno de los ejércitos y de las armadas del emperador Carlos.Es un pensamiento que anuncia, en lengua española, las actitudes quealcanzarán a ser predominantes en toda Europa durante el periodobarroco, sin dejar de ser en sí mismo renacentista. El teatro de operaciones hacia donde tiende la escuela de estrategia de este modo fundada secorresponde con el Camino de ronda o Camino español, que contemplabael paso de los ejércitos a partir del Milanesado hasta los Países Bajos. Esuna ruta, con alternativas, que iba detrás de las huellas de las compañíasdel gran duque de Alba. El último «gran capitán» que lo recorrerá, en unaatmósfera todavía victoriosa, será el cardenal-infante don Fernando.

Vino después un tercer modo de pensar y de operar que se expresaba enlengua francesa. Acabará siendo el pensamiento militar del Siglo de lasLuces. Y hubo poco más tarde un cuarto desarrollo consiguiente a la caídadel Imperio napoleónico, que se hizo público en lengua inglesa cuando yala nueva Europa estaba firmemente afincada en las consecuencias delRomanticismo. Ni que decir tiene que la síntesis franco-británica (ilustraday romántica a un tiempo) propia de los años finales del siglo XVIII y de loscomienzos del xix dejó en la sombra de los recuerdos a las enseñanzas delo que venimos llamando escuela hispano-italiana de estrategia.

Y aún se han dado, hasta nuestros días, otras dos ofertas más con ánimode verse aplicadas en el corazón de Europa y en su periferia, —una ale

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mana (o germánica) y rusa (o eslava) la última. Alcanzaron su máximainfluencia, respectivamente, la alemana en el quicio entre los siglos xix yxx y la rusa en el tercio central de este siglo. Filosóficamente idealista fuela que se impuso en Sedan (1870), por obra y gracia del ejército de Moltkey filosóficamente positivista (materialista) la que se pregona por Lenin y porTrostzky a partir de 1917. Una y otra oferta marcarán el estilo de operar delos ejércitos de masas actualmente desacreditados por los más audacesconstructores de una Europa unida.

La escuela hispano-italiana de estrategia sufrió vicisitudes del más variadosigno, incluso durante las décadas de su mayor vigencia. Pero fue, eso sí,una escuela respetada y admirada durante cierto tiempo. La acumulaciónde sus éxitos se produjo a lo largo del reinado de Carlos 1 de España y laconcentración de sus fracasos a lo largo del de Felipe IV. La cumbre de suprestigio, en términos de doctrina imperante, se corresponde exactamentecon el tiempo de Felipe II, rey de España y Portugal.

Se trata pues, de una escuela que alcanzó su cénit en la transición delRenacimiento al Barroco. La reconsideración de sus nombres más excelsos se entiende hoy mejor bajo el rótulo de lo histórico que bajo el lema dela actualidad. No obstante, resulta obligado caer en la cuenta en lo profundo de la aproximación lograda en doctrinas de empleo de las fuerzasarmadas por el binomio hispano-italiano, un fenómeno nunca suficientemente subrayado por los estudiosos. Tampoco se ha entrevisto del todo elhondo parecido de las soluciones incoadas a uno y a otro lado del canalde la Mancha. Y mucho menos se está profundizando hoy en la similitudde las propuestas ofrecidas por los discípulos militares de los idealistasalemanes y por los de los positivistas rusos.

Los «grandes capitanes» de la historia militar europa de los últimos cincosiglos —medio milenio— no aparecen ante nuestros ojos sueltos, sinoencuadrados en escuelas. Y pienso que el encadenamiento lógico de lasescuelas por las seis grandes lenguas comunes (o más amplia comunicación) de toda Europa expresa una única trayectoria. La línea subrayadacomo determinante de las sucesivas hegemonías temporales puede verseasociada a la diagonal que emerge en la Italia de Maquiavelo y que estalla en la Rusia de Trostzky. Es la que ha paseado y se ha posado sucesivamente por las Cortes de Madrid, París, Londres y Berlín.

El espacio natural del Renacimiento hispano-italiano está marcado geográficamente desde la península Ibérica por la existencia y el funcionamiento constante de dos líneas de proyección de poder:

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a) Cara al poderío francés, por la línea que desde el puerto de Barcelonaalcanza Génova y penetra hasta el curso medio del río Po en el Milanesado.

b) Cara al poderío turco, por la línea que desde la profunda ensenada deCartagena llega hasta Argel (o Túnez) y protege la libre circulación porel estrecho de Gibraltar.El espacio natural del Barroco español, por razones de carácter muycomplejo, ya no será un espacio mediterráneo sino el espacio preatlántico que resultó polarizado sobre las comarcas de Flandes, al queEspaña tenía que afluir, bien por tierra, bien por mar. Las dos líneas,también hispano-italianas, de proyección de poder arrancarán, respectivamente, de los puertos de Barcelona y de las rías gallegas (LaCoruña y El Ferrol en particular).

c) Frente al expansionismo francés, por la línea que se proyecta desdeBarcelona para impulsar el recorrido terrestre del Camino español apartir de Milán hacia Bruselas, Lieja y Amberes.

d) Frente al hegemonismo de Inglaterra y Holanda, por la que avanzadesde Galicia con la finalidad de liberar las aguas del canal de la Mancha de los obstáculos adicionales a la presencia de España en el mardel Norte.

Estas indicaciones, aquí y ahora, nos interesan simplemente para ponernos en condiciones de elaborar una lista de nombres de «grandes capitanes» que, a mi juicio, merecen figurar como tales en la memoria deEspaña... y, consiguientemente de Italia. En otra oportunidad habrá quehacer el esfuerzo de valoración de sus respectivos méritos como conductores de operaciones.

En la consecución de tan limitado objetivo me atendré al juego de indicarsomeramente lo más obvio, —el quehacer sucesivo de las tres generaciones de capitanes que denominará:— Primera. La generación renacentista del Gran Capitán.— Segunda. La generación transitiva del duque de Alba.— Tercera. La generación barroca del cardenal-infante.

La generación renacentista del Gran Capitán

La fundación de la escuela hispano-italiana de estrategia en absoluto esindependiente de las tres tradiciones de guerra que estaban vigentes en la

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fecha para nosotros emblemática de la reconquista de Granada y del descubrimiento de América (1492).

Gonzalo Fernández de Córdoba crea su escuela de altos mandos:a) Enfrentándose a la tradición, todavía medieval, de las lanzas al servicio

de los caballeros (que perduraba en Francia).b) Tomando buena nota de lo ocurrido en tiempo reciente a los ejércitos

de Carlos el Temerario, duque de Borgoña (1433-1477) en Suiza —unaexperiencia inolvidable también para Maximiliano de Habsburgo, emperador (1459-1 51 9).

c) Considerando irrepetible la estructura de defensa a cargo de condottieros (que todavía subsistía en Italia).

El telón de fondo de la reforma lo ocupa el sistema militar suizo que, enteoría aceptada, reproducía las ideas estratégicas de las falanges helénicas y de las legiones romanas.

iNaturalmente que el Gran Capitán en absoluto desdeñaba su personalaprendizaje del heroísmo en la guerra de Granada! Pero lo esencial de susmodos de operar y de combatir no puede entenderse sólo como un normaldesarrollo de la tradición militar castellano-aragonesa. El Gran Capitántriunfa porque asimila múltiples enseñanzas y las vierte en el recipiente desu personal formación ibérica.

Tres grandes humanistas gozaron de la oportunidad de conocer directamente la estrategia operativa de Gonzalo, como habitualmente le nombran:— Nicolás Maquiavelo (1 469-1527).— Baltasar de Castiglione (1 478-1 529).— Francisco Guicciardini (1483-1540).

Otras cuatro figuras, al servicio de la unidad de los reinos hispánicos de lapenínsula Ibérica, contemplaron satisfechos el proceso de germinación deltalento del Gran Capitán:— El cardenal Pedro González de Mendoza (1428-1495), que le pudo

admirar en la batalla de Toro (1476).— El cardenal Francisco Jiménez Cisneros (1436-1 51 7), que le siguió los

pasos en las campañas andaluzas previas a 1492.— Los reyes Isabel de Castilla (1451-1504) y Fernando de Aragón (1452-

1516), que valoraron de distinta manera sus condiciones al verledesenvolverse con suma habilidad por las tierras del sur de Italia.

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He aquí la primera lista de nombres que aparecen vinculados al magisterio de nuestro primer hombre, —el que le ha dado nombre a la generación:1. El condottiero napolitano Próspero Colonna (1443-1523).2. El aristócrata cordobés Gonzalo Fernández de Córdoba (1453-1 51 5).3. El ingeniero navarro-roncalés Pedro Navarro (1460-1528).4. El marino genovés Andrea Doria (1 466-1 560).5. El condottiero romano César Borgia (1 475-1 507).6. El marino catalán-valenciano Hugo de Moncada (1476-1 528).7. El general navarro Antonio de Leiva (1480-1536).8. El general franco-bearnés Gastón de Foix (1489-1512).9. El caballero napolitano Fernando de Ávalos, marqués de Pescara

(1490-1525).10. El caballero siciliano, —romano en definitiva—, marqués del Vasto

(1502-1546).

Todos tos nombres cumplen la doble vinculación hispano-italiana de algunamanera. Podría ser exceptuado Gastón de Foix, duque de Nemours, (cuñado de Fernando el Católico en razón del matrimonio de éstecon su hermana Germana), que muere heroicamente en la batallade Rávena (11 de abril de 1512), dejando una inaccesible estela de«ímpetu, fogosidad, valor y maestría de las armas» (Vicens Vives), comparable a la del mítico caballero Boyardo. Pero el comportamiento del Ejércitofrancés en Rávena se ha de aceptar como la prueba de que su caudillo,Gastón de Foix, ya había recogido lo esencial de la escuela de Gonzalo.

En la lista se incluye también al hijo natural del papa de ascendencia aragonesa Alejandro VI, —César Borgia para los romanos. Se trata de lafigura de quien inútilmente esperó Maquiavelo la fundación por las armasde una Italia liberada de franceses y de españoles. El hijo de Rodrigo Borjahabía tenido un espectacular éxito en la liberación de la Romaña para elpapado (1500); pero desde 1504 —la fecha en la que cae prisionero delGran Capitán y se niega a secundarle— va a concentrar sobre su personatodo cúmulo de desgracias, que se cerrarán con su oscura muerte junto alos muros de la ciudad navarra de Viana.

Una serie sinuosa de hechos de armas subrayarán la superior excelenciade la escuela de estrategia recién fundada, en relación con el prestigio delos vencedores suizos (esguízaros) de los borgoñones en la batalla deGrandson (1476):— 1476. Batalla de Toro.— 1492. Capitulación de Granada.

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— 1503. Batallas de Ceriñola y Garellano.— 1512. Batalla de Rávena.— 1521. Combate de Villalar.— 1522. Acción de Bicocca.— 1525. Batalla de Pavía.— 1527. Saco de Roma.

Las campañas italianas, pletóricas de luces y de sombras para todos loscontendientes, culminarán en Bolonia cuando el emperador Carlos recibade manos de Clemente VII, —el papa que menos había deseado tener quehacerlo— la Corona Imperial.

No es, sin embargo, fácil resumir en pocas palabras la calidad de cada unode los diez «grandes capitanes» relacionados con la generación renacentista del más genuino de ellos, Gonzalo Fernández de Córdoba.

1. Próspero Colonna, el más veterano, se comporta como un «fabiano»en estrategia. Le vemos en Ceriñola asociándose con sus hermanosvarones a la empresa del Gran Capitán. Maquiavelo se servirá del testimonio de uno de los hermanos, Fabricio, un jefe de caballería, parafijar el contrapunto militar del diálogo básico de El arte de la guerra.Próspero sucederá a Gonzalo de Córdoba en el mando del Ejército deNápoles. Se apuntará, tras una breve prisión en Francia (desgraciadaacción de Villafranca en 1515), el éxito de la Bicocca y los méritosmaniobreros de cuanto prepara el éxito español en Pavía.

2. Gonzalo de Córdoba es el indiscutible renovador del arte militar delRenacimiento en una Europa naciente (o embrionaria) que todavía sereconoce en la herencia de la cristiandad. Segundón de la estirpe castellana de los Fernández de Aguilar, había servido a las órdenes delmaestre de Santiago en las batallas (sucesorias para su reina Isabel)de Toro (1476) y Albuera (1479). Brillará con luz propia en las tomasde Loja y de lIbra. Pero desde el 24 de mayo de 1495, ya con el afectuoso título de Gran Capitán otorgado por sus soldados, le encontramos en Sicilia. Rescata, de momento a favor de los intereses del papaBorgia, el puerto de Ostia (1496) y se muestra activo en ayuda deVenecia al recobrar por las armas Cefalonia (1497) en el Mediterráneooriental. Posee títulos sobrados de prestigio tras la recuperación deGaeta (1504) para ser considerado por todos una figura militar de primer orden, que sabe articular correctamente el empleo de los accidentes naturales del terreno, la preparación de obstáculos artificiales,la anulación de la efectividad de las cargas de caballería con formaciones de piqueros y rodeleros, la valoración del fuego de los arcabu

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ces y la actividad constante, fuera del campo de batalla, de su propiacaballería ligera.

3. Pedro Navarro es un personaje políticamente controvertido por lo ágilde sus desplazamientos de una a otra disciplina. Pero en la historia delas técnicas de aplicación militar resultó ser un experto en la demolición de fortalezas y en la siembra de campos de minas. En 1487 luchajunto a Florencia contra Génova. A continuación, combate embarcadocontra la piratería berberisca. Sigue a Cisneros en la brillante jornadade Orán, antes de disponerse a operar en la órbita de Gonzalo, dondeobtiene el título de conde de Olivetto. Le vemos de nuevo en plenaforma en las campañas africanas del peñón de Vélez de Gomera, dela plaza de Orán y de la expugnación de Trípoli (1519). En la quiebrahispana de Rávena cae prisionero de Francia y actúa después con losfranceses en Marignano (1516) a las órdenes de Francisco 1. Al igualque César Borgia, al que recuerda de algún modo por sus nerviososcambios de lealtades, encontrará una triste muerte, en su caso, en lasmazmorras de una prisión napolitana.

4. Andrea Doria es un guerrero afortunado que había llegado a definirsea sí mismo condottiero de la mar. Primeramente le vemos aliado conlos afanes de una larga serie de pontífices y, desde luego, con los intereses italianos de Francisco 1. Por ejemplo, en 1524, su llegada resultará decisiva para la liberación de Marsella, entonces asediada porPescara. Pero desde 1535 es el hombre que como genovés consciente de la situación, se sabe útil y necesario en el marco del ideariopolítico del emperador Carlos en Gante. Su longevidad le permitirávolver a ser decisivo como almirante de la flota imperial en las expedicciones a Túnez (1535) y a Argel (1541). Todo ello le llevará a seguirasociado a la persona de Felipe II en los preparativos de la reconquista de la isla de Gélves (1560), que no alcanzará a vivir.

5. César Borgia es el contrapunto infeliz o desgraciado de la figura delGran Capitán que fracasa en el empeño de creación de una Italiasegregada de España y de Francia bajo tutela papal.

6. Hugo de Moncada, valenciano de nacimiento, se había movido al principio de sus actividades, más bien marineras, en la órbita de los Borgias. Desde 1504 hay que contemplarle ya asociado a los objetivosmediterráneos del Gran Capitán. Ingresa, por méritos propios, comoun nuevo almogávar en la Orden de los Caballeros de Rodas. Suetapa como virrey de Sicilia le da imagen de represor de grandes disturbios populares. Fracasa primero, en Argel (1518) como jefe deexpedicción de castigo pero triunfa en la conquista de la isla de Gél

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ves (1520). Durante un tiempo, permanecerá prisionero de AndreaDoria, todavía afrancesado. Será nombrado, virrey de Nápoles a lamuerte del vencedor nominal de la batalla de Pavía, el flamenco Carlos Lannoy, un hombre de Carlos 1. Muere, sin duda heroicamente, enun combate naval que tuvo lugar en lucha contra naves genovesasjunto al cabo de Orso. Nunca acabó de definir el signo de sus fidelidades de orden político.

7. Antonio de Leiva merece pasar a la historia como un hombre particularmente bizarro, -bravo, sufrido y enérgico por demás. Temible le consideran en todo momento sus enemigos. Desde 1501 combate en lasAlpujarras y entre 1503 y 1504 les vemos junto a Gonzalo en Ceriñola,Garellano y Gaeta. Herido en Rávena, reaparece en Bicocca, subordinado a la estrategia fabiana del marqués de Pescara. Será la figuraemblemática de la defensa casi numantina de Pavía. Convertido sinoposición en gobernador de Milán estará siempre en lugar destacadoen las ceremonias más solemnes, por ejemplo, en la coronación imperial de Bolonia (1530). No siempre fueron atendidos sus consejos deoperar con moderación y sin gratuitas arrogancias frente a Francisco 1de Valois, contrarios a las propuestas audaces de Andrea Doria.Muere en Aix-en-Provence de gota, cuando se estaban cumpliendosus predicciones.

8. Gastón de Foix representa en esta relación, como apuntamos en sumomento, el punto de máxima aproximación de las ideas de un generalísimo francés a los métodos operativos de la escuela hispano-italiana de estrategia.

9. Pescara es el más destacado heredero de la estirpe de grandes generales fundada por el Gran Capitán. Se incorpora con particular docilidad a la escuela a través de su subordinación a Próspero Colonna ya sus métodos fabianos (o indirectos) de operar contra las invasionesprocedentes del norte de los Alpes. Procedía de una familia castellana, sita en el séquito del rey de Aragón Alfonso V e! Magnánimo, consede en Nápoles. Brilla, muy joven, a los 22 años, en la batalla deRávena. Lo hace manteniendo en orden a la Infantería españoladurante una forzada retirada. Conquista Padua en 1514 y se hacedueño de Milán en 1521 para erguirse, a continuación, con el éxito deBicocca. Muere en Milán el 30 de noviembre de 1525 cuando aún nose habían acabado los ecos del triunfo de Pavía.

10. Alonso de Avalos, marqués del Vasto, —sobrino de Pescara— tienemás acusada aún que su tío la condición italiana, dada la naturalezasiciliana de su madre. Será una figura clave para el oportuno uso de

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las llamadas «encamisadas nocturnas» que preceden al triunfo hispano en Pavía con la consiguiente captura de Francisco 1. Prisionerode Doria logra la inversión de los servicios del marino genovés, que yanunca abandonará las filas del Emperador. Del Vasto brilla por suoportunidad en el asalto a La Goleta, otra vez junto a Túnez y en todaslas operaciones de acoso al poderío de Barbarroja (1535). Le vemos,a las órdenes de De Leiva, penetrar audazmente por la Provenza(1538) y seguir al Emperador por tierras alemanas hacia el Danubio.Gobierna en Milán desde la muerte de De Leiva. Reforma, —o mejordicho, moderniza— a los Tercios, incrementando la presencia en lainfantería de arcabuceros y mosqueteros.

En esta relación queda subrayado lo que consideramos esencial para elconocimiento de los hombres de la primera generación de la escuela hispano-italiana de estrategia. Todos tienen un alto sentido de la movilidad;todos maniobran con destreza entre caminos y vericuetos de montaña;todos son reacios a librar batallas frontales; todos combinan el obstáculocon el despliegue y van ofreciendo con sus disposiciones oportunidadespara la actuación del arma de fuego individual desde los flancos y por sorpresa. No apelan al asedio de plazas más que en circunstancias excepcionales. Alternan desplazamientos de tropas, —nunca demasiado numerosas—, por tierra o embarcadas.

Los «grandes capitanes» de la generación renacentista padecen seriosconflictos de lealtades. Pero, en su conjunto, el Reino de Castilla y Aragónles debe el logro de una hegemonía militar en todo el Mediterráneo occidental y en las zonas más sólidas de la península Itálica.

La generación transitiva del duque de Alba

Nuevas situaciones señalan para los hechos de armas del periodo 1535-1585 la importancia de un nuevo escenario que tendrá su epicentro en losPaíses Bajos, a orillas del mar del Norte y sobre las aguas del canal de laMancha. El nombre emblemático de esta generación segunda de «grandes capitanes» —una generación transitiva Renacimiento-Barroco— es eldel gran duque de Alba.

Alba, —sin lograrlo del todo— pretende una castellanización de las ideasestratégicas, quizás para distanciar a su rey Felipe II de la ilusión por lasbatallas decisivas. Pero los generales más jóvenes de su entorno nunca sedesprenderán del sueño que nace de la posibilidad misma de alcanzar

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fama en el encuentro frontal de masas mayores de soldados y lo máscerca posible del centro de irradiación de poder del adversario.

Lo decisivo, —o al menos, lo indicativo del sentido dominante— ocurresegún esta secuencia de acontecimientos:— 1535. Carlos 1 conquista Túnez.— 1541. El Emperador fracasa a la vista de Argel.— 1547. Los católicos coaligados se imponen en Mühlberg.— 1560. Se soporta el desastre de la isla de Gélvez (Trípoli).— 1568. Juan de Austria domina la rebelión morisca de Alpujarras.— 1571. La Armada turca es destrozada en Lepanto.— 1578. En Flandes se obtiene la victoria de Gembloux.— 1579. Se corona la toma de Maastricht.— 1585. Alejandro Farnesio toma posesión de Amberes.

Muy pocos años más tarde, el propio Farnesio presenciará las consecuencias del desastre naval de la Gran Armada Invencible (1588). Podrá,pues, en esta fecha considerarse concluida la experiencia generacional dela transición renacentista hacia la sensibilidad barroca.

Las referencias cronológicas que ayudan a entender la época, —y dentrode ella el periodo de transición— caben entre los límites de la vida enterade Felipe 11(1527-1598). No así solamente en los cauces del enfrentamiento militar de los dos colosos:— Francisco 1 de Valois (1494-1 547).— Carlos 1 de Gante (1500-1558).

La extensión de otras dos biografías, todavía renacentistas, nos centra enla experiencia de la transición dominada por la figura del duque de Alba:— Mauricio de Nassau (1521-1553).— El conde Egmont (1 522-1 568).

Son hombres que atraviesan, fieles todavía a los ideales de la Monarquíahispánica, las efemérides de Mühlberg, de Argel, de San Quintín y de Gravelinas, antes de decantarse como presuntos (o reales) adversarios deella. Pero la verdadera selección de grandes capitanes podría ser esta:

1. Fernando Alvárez de Toledo, III duque de Alba (1 508-1 582).2. Antonio Perrenot de Granvela, cardenal (151 7-1 586).3. Julián Romero, coronel (151 8-1 577).4. Sancho Dávila, coronel (1523-1 583).5. Álvaro de Bazán, marqués de Santa Cruz (1526-1 588).6. Manuel de Filiberto, duque de Saboya (1 528-1 586).

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7. Luis de Zúñiga y Requesens (1 529-1 576).8. Pedro Enrique de Acebedo, conde de Fuentes (1 536-1 610).9. Alejandro Farnesio, duque de Parma (1 545-1592).

10. Juan de Austria (1 547-1 578).

1. El duque de Alba domina de principio a fin el tiempo de la generaciónque le sigue. Hombre de confianza de Carlos 1 hasta Mühlberg, severá renovado por Felipe II hasta la expedicción a Portugal, cumpliendo tareas delicadas en Italia y Flandes. En los textos de sus enemigos aparece como la figura española más denostada, pero en losde sus amigos es la más práctica y serena. Aparece prudente engrado sumo y siempre decidido partidario de pequeñas operaciones acargo de gentes selectas mejor que de grandes concentraciones desoldados en los puntos decisivos.

2. El piamontés Granvela, convertido en cardenal y en gobernador general de los Países Bajos, derivará sus servicios de armas hacia los cargos en la administración, pero nunca se verá desoído en sus consejossobre los modos de operar con los Ejércitos hispano-italiano-germánicos de Flandes.

3. El conquense Julián Romero, héroe de Gravelinas al frente de núcleosde arcabuceros extremadamente competentes, es el hombre de confianza del siempre equilibrado Requesens. Como éste se trasladarádesde el escenario mediterráneo —liberación de Malta— hasta lascostas del mar del Norte, al mando del Tercio de Sicilia.

4. El andaluz Sancho Dávila, más impulsivo, es el mejor confidente delduque de Alba. Luce en la campaña del río Elba contra los protestantes de la Liga de Smakalda. Significa un retorno a las tradiciones militares castellanas. Se le llamó «rayo de la guerra».

5. El marqués de Santa Cruz es el hombre de la mar que se conciliamejor con Alejandro Farnesio en las jornadas de Lepanto y luego enlas de Flandes. En realidad son dos grandes estrategas que actúan enparalelo y que intentan, cada uno a su modo, corregir lo que entiendencomo pasividades operativas del duque de Alba.

6. Filiberto de Saboya es un excelente conductor de unidades en elcampo de batal’a. Con él se retorna efectivamente a la tradición másbien italiana de los días de Pavía y se obtienen los dos grandes triuntos de San Quintín y Gravelinas. Su vuelta al ejercicio de la autoridaden el señorío de Saboya (que Francisco 1 le había arrebatado con violencia) dejará al piamontés en una cómoda neutralidad.

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7. Requesens, hombre cargado de experiencia, es quizás el hombreclave de Lepanto. Se le admira tanto más cuanto mejor se conocensus trabajos en los preparativos de Barcelona y su constante presencia moderadora de impulsos juveniles al costado de Juan de Austria.La gestión en Flandes del noble catalán de ascendencia paterna castellana pone de relieve grandes dotes de gobernante para tiempos decrisis, que ocultan sus nunca probadas cualidades para el combate entierra.

8. El conde de Fuentes es la figura que actúa de eslabón para el sostenimiento del edificio imperial. Se obsesionará por la garantía del pasoitaliano de la Valtelina hacia el Imperio de Viena construyendo elimpresionante fuerte que lleva su nombre. Antes había servido lealmente las intenciones de Alba en Flandes. El sitio y toma de la plazade Cambrai le abre un lugar en la historia de las campañas militares.

9. Alejandro Farnesio pasa, con razón, por ser la figura cumbre de laescuela hispano-italiana de estrategia. Se revela por su audacia enLepanto. Jovencísimo, brilla por su entusiasmo en Gembloux y únicamente se oscurece su prestigio en la hora del imprescindible apoyo ala Armada Invencible. La conquista de Amberes es su mayor timbre degloria.

10. Juan de Austria, el hermano del emperador Carlos, cierra la relaciónde «grandes capitanes» como una estrella fugaz que se había revelado competente en la campaña de Alpujarras. Su fama le viene deLepanto. Pero todo queda en penumbra cuando los acontecimientospalaciegos que se vinculan a la traición de Antonio Pérez y a los des-varios del príncipe Carlos se mezclan con sus dificultades en elGobierno General de los Países Bajos donde le sorprende, todávíajoven, la muerte.

La generación de estos «grandes capitanes» ha encontrado biógrafosentusiastas, cada uno en particular pero nunca como conjunto. Sus hombres condujeron a los famosos Tercios españoles en el marco de un ejército mucho más complejo de nacionalidades cuando en Flandes todavía nose había puesto el Sol. Pero la orientación básica del pensamiento en términos hispano-italianos sigue siendo clara. Lo que les ocurrió tiene unaexplicación más profunda que la que suele deducirse del mero cambio deescenario. La estrategia operativa de la Monarquía hispánica en manosde Felipe II se había convertido, a su pesar, en una estrategia que lo fiabatodo al acelerado y seguro recorrido de los Tercios italianos por los pasosdel Camino español sea desde la Saboya al Franco Condado, desde la

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Valtelina a Baviera y desde el Trentino al Tirol para afluir a la Renania-Palatinado y a la Alsacia. En su horizonte se les cruzó la creciente efectividadque sus enemigos lograron en el uso de la poliorcética y en la instrucciónde la caballería. Lo mejor del arte de fortificar y del arte de cargar a caballo se iba transfiriendo, día tras día, desde el escenario italiano al de losPaíses Bajos. Y la réplica del complicado Ejército de los Países Bajos hubode concentrarse sobre la ley del número en soldados de infantería, sobrela dificultad creciente de situar y de mantener miles de picas en Flandes.

La generación barroca del cardenal-infante

La escuela hispano-italiana de estrategia no se agotó con el reinado deFelipe II, a pesar del radical pacifismo practicado por los validos de Felipe III(1578-1621). En 1604, un hecho aislado, la pérdida de Ostende, anunciaba el retorno de la conflictividad precisamente en los Países Bajos y elprimer valido de Felipe IV, el conde-duque de Olivares llevará hasta las últimas consecuencias este hecho endémico que, naturalmente, debe inscribirse en el contexto europeo de la guerra de los Treinta Años (1618-1648).

Cinco episodios bélicos jalonaron la que sería última oportunidad para elbrillo de la escuela hispano-italiana de estrategia:a) Batalla de la Montaña Blanca (1620).b) Rendición de Breda (1625).c) Batalla de Nordlingen (1634).d) Batalla de Rocroy (1643).e) Batalla de las Dunas (1658).

Son las inevitables referencias militares del periodo barroco por excelenciaque, a su vez, nos sugieren los nombres literarios de Cervantes, BaltasarGracián, Calderón de la Barca y Quevedo, por este orden. Pero, aquí yahora, nos interesan como referentes otros «grandes capitanes» al servicio de otras escuelas militares de pensamiento:— Juan de Terclaes, conde de Tilly (1559-1 632), general belga al servicio

de la Liga Católica. -

— Ernest de Mansfeldt (1580-1626), nuevo condottierto del entornoprotestante, mucho menos claro en ideología que su contradictor Tilly.

— Albert de Wallenstein, duque de Frisia (1 583-1 634), generalísimo controvertido al servicio del Imperio, pero de personalidad tan impresionante como de difícil comprensión.

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— Juan Aldringen (1 588-1634), rival decidido del gran innovador que fueen estrategia el rey de Suecia Gustavo Adolfo.

— Godofredo Enrique, conde de Pappenheim (1594-1632), también mortal enemigo de las pretensiones del generalísimo sueco.

— Oliverio Cromwell (1 599-1 658), el lord protector de la primera revolución inglesa, que prolonga las innovaciones operativas anunciadas porGustavo Adolfo.

— Bernardo de Sajonia y Weimar (1604-1639), el heredero formal delmodo de conducir las operaciones de la figura más sobresaliente de laépoca, Gustavo Adolfo.

— El gran Turena (1611-1675), que se convertirá en muy pocos años enla figura que aprovecha mejor el hundimiento del potencial militar hispano, en beneficio de Francia.

— El gran Condé (1621-1 686), que de manera menos decidida tambiénalcanzará a percibir la decadencia definitiva de la escuela hispano-italiana de estrategia, sin embargo reavivada en última instancia por Montecuccoli.

Estos últimos nombres son ya «novatores» en tiempos que anuncian elespíritu de la Ilustración. Son ya de otra época, pero conviene subrayarque tres cuestiones fuera del alcance de la España del siglo xvii, —laEspaña barroca— la diplomacia, la economía y la tecnología, relevan lapreponderancia que se había querido sostener sobre los valores moralesen exclusiva. El arte militar del Barroco desborda en complejidades a laética del Renacimiento. Hay un sentido comercial y empresarial en la orgánica de los ejércitos que activa los espionajes, las búsquedas de créditosy de botín y las sorpresas en la efímera duración de las alianzas por intereses, que no por ideologías.

En este ambiente, la generación barroca del cardenal-infante realizará sustareas de manera meritoria pero sin consolidar ninguno de sus aciertos. Heaquí unos nombres que, en ocasiones, más parecen de cónsules administradores o de empresarios ambiciosos. A la guerra que soportan, MichaelHoward se ha atrevido a llamarla la «guerra de los mercaderes»:1. Carlos Coloma, (1566-1637), general alicantino.2. Baltasar Marradas (1567-1639), conde zamorano.3. Ambrosio de Spínola (1 569-1 630), empresario genovés.4. Iñigo Vélez de Guevara (1 573-1 640), conde (vasco), de Oñate.5. Diego Messía (1548-1657), marqués de Leganés.6. Gonzalo Fernández de Córdoba (1585-1635), duque de Alba.

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7. Gómez Suárez de Figueroa (1 587-1 633), III duque de Feria.8. Fernando de Austria (1607-1 641), cardenal-infante.

La figura central de la política española, Gaspar de Guzmán, conde-duquede Olivares (1587-1645) precede en el nacimiento tanto a su rey, Felipe IV(1605-1665) como al emperador de Viena, Fernando III (1608-1657), elesposo de la hermana del rey de España, doña María. Por su parte esnecesario señalar lo decisivo para todos los efectos de la proximidad de lamuerte de la hija de Felipe II, Isabel Clara Eugenia (1 566-1 633) y de lagran victoria en Nordlingen (1634) del cardenal-infante. Porque es el contraste entre una gran esperanza y un desencanto lo que mejor describe eltalante de la generación barroca de «grandes capitanes» de la escuela hispano-italiana de estrategia.

Veamos, uno a uno, lo que caracteriza a sus componentes:1. Carlos Coloma compartió la condición de general en jefe con la de his

toriador o cronista de las campañas en que vivió implicado, «guerras delos Países Bajos 1588-1599». Son los años en que se da un cambioestratégico fundamental hacia la guerra de sitios. Los mejores generales resultan ser aquellos empresarios capaces de sostener en duros eincómodos campamentos a miles de soldados contratados y en esperadel reparto del botín. También incluyen en su destino personal el ejercicio de la diplomacia.

2. Baltasar Marradas aparece en los textos como una personalidad controvertida e injuriada. Lució grandes cualidades al frente de la caballería imperial en la batalla de Lützen (1632) donde muere el rey de Suecia. También aparece destacado en las filas del Ejército de Alsacia quemanda el duque de Feria y que recorre el Camino español (1633).Resulta implicado en las conjuras previas al asesinato de Wallenstein(1634).

3. Ambrosio de Spínola, de tradición familiar marinera, prolonga conespectacular intensidad la ya conocida identidad de intereses entreGénova y la antigua Corona de Aragón. Se revelará excelente organizador de largos asedios con efectivos que acierta a reclutar con abundantes levas en torno al Milanesado o Lombardía hacia 1606. Concibemagníficos y eficaces planes de operaciones contra las pretensiones deMauricio de Nassau en las campañas de Juliers, Cleves y el Palatinado(1620). En realidad logra su repliegue hacia Frisia, al norte de los Países Bajos. Su fama le llega, no sólo de la amistad con el pintor Velázquez, sino de su actitud en el asedio de Breda que culminó el 5 de juliode 1625 tras nueve meses de asedio. Su último destino al Ejército de

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Italia marcará graves diferencias de criterio con el conde-duque en lasque el tiempo, —los desfavorables acontecimientos para España inmediatos a su muerte— le daría la razón.

4. Oñate es un aristócrata vasco que desde los 14 años había combatido a las órdenes de Alejandro Farnesio. Prisionero de los holandeses se consolidará como diplomático durante dos largas etapas a cargo de la Embajada de España en Viena (1 61 6-1 625) y (1633-1 637).Presencia activamente las dos graves crisis en la estabilidad europeaprovocadas por la defenestración de Praga y por la conjura deWallenstein.

5. Leganés es un fervoroso ejecutor de las directivas de Olivares que sevincula al principio con la postura del genovés Spínola, contrayendomatrimonio con una de sus hijas. Capitán general de la caballería deFlandes brilla en el socorro de la Inclusa y en la campaña del Palatinado. Sustituye al duque de Feria en el Gobierno de Milán (1635-1641).Luego pasa a Cataluña. El pintor Van Dyck ha reflejado en un cuadro elmejor retrato posible de sus cualidades. No así los testimonios de suscontemporáneos que le ven gordo, inteligente y bueno antes y despuésde su procesamiento y reclusión en Ocaña.

6. El también duque de Alba, Gonzalo Fernández de Córdoba apareceen los textos como la antítesis de Leganés. Se le subraya la extremaflaqueza y la falta de salud. Su fama se derrumba en la desgraciadaguerra de Mantua y el Monferrato. Evocando sus apellidos con amargura, el conde-duque de Olivares, sin duda pensaba en él cuandorepetía que España y sus Ejércitos se habían quedado sin cabezas.El embajador de Venecia en Madrid, Alvise Mocénigo escribió en1626 de este general que era «débil por ser muy flaco y militarmentemediocre».

7. El III duque de Feria, alcarreño de nacimiento, tendrá el privilegio de seruna de las figuras más admiradas por Diego Saavedra Fajardo (el granmaesto de la diplomacia hispana, nacido en Murcia el 6 de marzo de1584). Feria se hará cargo, sucesivamente, del Gobierno de Milán(161 8-1 626), del Virreinato de Cataluña entre tanto y el mando del Ejército de Alsacia que luego asumirá el cardenal-infante. Mocénigo reconoce en Feria ser un general «que se comunica con los soldados concortés afabilidad y que manda sin odioso empaque. Aunque es corpulento de cuerpo es ágil y sufrido en las fatigas, amigo de leer historia yver papeles. Tiene buena memoria. Su gloria, —dice el embajadorveneciano— la de haber ganado para la Corona la Valtelina... Manirrotoy algo tartamudo».

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8. El cardenal-infante, hermano de Felipe IV, será finalmente el héroe dela batalla de Nordlingen (7 de septiembre de 1634) fatal para los restosdel Ejército sueco de Gustavo Adolfo. Su prematura muerte en 1641 sinacabar de obtener ventajas estratégicas desde su puesto en elGobierno General de Flandes truncaría todas las esperanzas de infringir duros castigos a las puertas de París a las pretensiones del cardenal Richelieu (cerco de Arras, 1639). Lo más evidente es que reuníaexcelentes cualidades para el mando en campaña.

Las explicaciones que suelen darse de la evidente decadencia militar hispano-italiana a partir de la desaparición del cardenal-infante son, por supropia naturaleza, complejas y discutibles. En términos estratégicos lo evidente es que España pierde la capacidad para mantener abiertos los doscaminos o rutas hacia el mar del Norte, —la derrota de la Armada deOquendo será definitiva. En términos tácticos parece claro que, quizás porrazones logísticas, nuestras unidades terrestres ya no tienen posibilidadesreales para renovar una importante caballería capaz de coordinarse con elempleo de una artillería de campaña modernizada por lo menos al ritmoque le imponen las economías florecientes de sus enemigos inglés, francés y holandés. En términos orgánicos la composición heterogénea de lenguas o de nacionalidades es evidente que hacía difícil el ejercicio delmando. (El portugués Francisco de Melo lo puso en evidencia en la batalla simbólica de la decadencia que se sitúa sobre la plaza asediada deRocroy).

Lo esencial puede resumirse de este modo. En el siglo XVII habían dejadode darse las condiciones propicias para seguir colocando a las órdenesde unos excelentes generales un buen número de expertos soldadosentre los súbditos del rey de España. Cánovas del Castillo, al historiar lacrisis militar no pudo eludir la grave noción de «decadencia» que tambiénPalacio Atard pone como tercera de la serie, «derrota, agotamiento ydecadencia».

Lo más grave sigue siendo el efecto negativo en términos morales que laexpresión «decadencia» tiene cuando se reflexiona en que por delantehubo un «auge». Pero, pienso yo, que la constatación de la existencia y dela permanencia en un lugar prestigioso de esta escuela hispano-italianade estrategia sigue siendo una obligación que no deberían desdeñar losinvestigadores del pretérito de condición militar. Porque si conviene explicar la «decadencia» también es oportuno explicar el «auge».

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Comentario bibliográfico

l. Renacimiento

El libro de Luis Díez del Corral, La Monarquía Hispánica en e/pensamiento político europeo. De Maquiavelo a Humboldt(1976), establece lúcidamente la relación entre las ideasde Maquiavelo y la práxis del Gran Capitán. Díez del Corral glosa, entre otras obras delescritor florentino, El Arte de la Guerra (1519). Múltiples retratos de Gonzalo Fernándezde Córdoba como fundador de la escuela hispano-italiana de estrategia aparecen enPaolo Giovio, Vida de Gonzalo Fernández de Córdoba, llamado el Gran Capitán (1544);en Jesús María Lojendrio, Gonzalo de Córdoba, el Gran Capitán (1942); y en AntonioRodríguez Vila, Crónicas de/Gran Capitán (1908).

Con mayor amplitud estudian los cambios militares del Renacimiento Piero Pien, en ElRenacimiento y la crisis militar italiana (1952); Raffaele Puddu en El soldado gentilhombre. Autorretrato de una sociedad guerrera: la España del siglo xvi (1984); Casto Barbasán Laqueruela en Las primeras campañas del Renacimiento (1890); Carlos MartínezCampos en España bélica. Siglo xvi, primera parte (1966) y José Almirante en Bosquejode la historia militar de España (1925).

Ideas generales de interés para la milicia aparecen en John Lynch, España bajo los Austrias (1987); en Jean Huizinga, El otoño de la Edad Media (1947); en Ramón MenéndezPidal, Idea Imperial de Carlos V(1941); en Martín García Cereceda, Tratado de las campañas y otros acontecimientos del Emperador Carlos V, desde 1521 hasta 1545(1873) yen fray Prudencio de Sandoval, Histotria de la vida y hechos de! Emperador Carlos V(1625). También en Alonso de Santa Cruz, Crónica del Emperador Carlos V(1640).

En estos textos, como en el de síntesis de Michael Howard, La guerra en la historia europea (1983) se dan a conocer los rasgos esenciales de las demás figuras del Renacimiento militar.

II. Transición del Renacimiento al Barroco

La obra de Fernand Braudel, El Mediterráneo y el mundo mediterráneo en tiempos deFelipe /1(1954) es clásica y relevante. Puede completarse con numerosos textos deJaime Vicens Vives reunidos en Mil figuras de la Historia Universal. De los orígenes alRenacimiento (1971) y Mil lecciones de historia. Desde el Renacimiento hasta el siglo xx(1971). El Ensayo sobre Felipe II, hombre de Estado (1959) de Rafael Altamira puedecontrastarse con la obra de J. H. Elliot Poder y Sociedad en la España de los Austrias(1982) y con el libro de Henry Kamen Una sociedad conflictiva. España 1469-1714.(1984).

No obstante, en términos de estrategia, son fundamentales: El Ejército de Flandes y elcamino español 1567-1659 (1976) de Geoffrey Parker; España, Flandes y e! Mar delNorte 1618-1639 de José Alcalá Zamora y Queipo de Llano (1975) y El Camino del Imperio. Notas para el estudio de la cuestión de la Valtelina de Pedro Marrades (1943). Entérminos de orgánica y de moral militar es imprescindible Los Tercios Españoles de RenéQuatrefages (1983). En términos operativos lo es España bélica siglo xvi, obra ya citada,

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de Carlos Martínez Campos. Y en términos diplomáticos Antonio Pérez el hombre, eldrama, la época (1951), de Gregorio Marañón.

La figura que ha merecido más atención es la del duque de Alba. Conviene comenzarleyendo Modelo del ínclito héroe, del Príncipe, del General y del excelente soldado o seaVida de O. Juan deAustria (1946) del mismo autor, el P. Antonio Ossorio S.J. que redactóla biografía del duque, Vida y hazañas de D. Fernando Alvárez de Toledo (1945). Seguidamente: las Campañas del duque de Alba (1879) de Francisco Martín Arrúe; los Comentarios sobre lo sucedido en los Países Bajos desde 1567 hasta 1577 (1592) de Bernardino de Mendoza y, finalmente, El Gran Duque de Alba. Un siglo de España y de Europa1507-1582, (1985) de William S. Maltby.

El contraste de las cualidades del duque de Alba se reafirma con los estudios biográficos:El Cardenal Granvela (1517-1586), Imperio y Revolución bajo Carlos Vy Felipe 11(1957)de Van Durme; Los sucesos de Flandes y Francia del tiempo de Alejandro Farnesio(1879) de Alonso Vázquez; Alejandro Farnesio, Príncipe de Parma. Gobernador Generalde los Países Bajos (1933-1939) de Leon Van der Essen; Don Luis de Requesens.Lugarteniente General de la mar y la batalla de Lepanto a la luz de los nuevos documentos (1842) de José María March; Don Alvaro de Bazán. Primer Marqués de SantaCruz (1888) de Ángel de Altolaguirre y Duval; Julián Romero (1952) de Antonio Mancha-lar, para terminar con la Historia de O. Juan de Austria (1627) de Van der Hammen.

La Historia de Felipe 11(1877) de Luis Cabrera de Córdoba puede contrastarse con lasgeneralidades de la obra de I.A.A. Thompson, Guerra y Decadencia. Gobierno y Administración en la España de los Austrias 1560-1620 (1981) y con las observaciones deGabriel Maura y Gamazo, incluidas en El designio de Felipe uy el episodio de la ArmadaInvencible (1957).

III. El Barroco

La introducción en los problemas militares de la España del Barroco puede lograrse conla lectura de José María Jover Zamora, Historia de una polémica y semblanza de unageneración. 1635 (1959). También con Estudios del reinado de Felipe IV (1888) de Antonio Cánovas del Castillo.

Disponemos de estudios con abundantes biografías tales como Ambrosio de Spínola. Primer Marqués de Balbases (1885 y 1904) de Antonio Rodríguez Villa; Ambrosio Spínola ysu tiempo (1942) de José María García Rodríguez; Olivares. La pasión de mandar(1952)de Gregorio Marañón; O. Gonzalo Fernández de Córdoba y la guerra de sucesión deMantua y del Monferrato 1627-1629 (1955) de Manuel Fernández Alvarez; La políticaeuropea de España durante la guerra de los Treinta Años (1967) de Rafael Ródenas Vilar;El Conde Duque de Olivares (1990) de J. H. Elliot y, sobre todo, la decisiva trilogía deQuintín Aldea, España y Europa en el siglo xvii. Correspondencia de Saavedra Fajardo,Tomo 1. La Campaña del Duque de Feria, Tomo II, La tragedia de/Imperio. Wallenstein yTomo III, E/imposible camino de Flandes. El Cardenal-Infante D. Fernando (1985).

Debe sumarse como biografía útil la referente a Tilly, mariscal y caudillo del Imperio(1984) de Bern RilI; el Viaje, sucesos y guerras del Infante-Cardenal D. Fernando de Austria (1637) de Diego de Aedo; España y el Sacro Imperio Romano Germánico. Wallens

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tein (1967) de Emilio Beladiez; El Cardenal-Infante y la política europea de España (1944)de A. Van der Essen; Gustavo Adolfo. Historia de Suecia 1611-1632 de Michael Robertsy el utilísimo Wallenstein (1971) de Golo Mann.

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SEGUNDA CONFERENCIA

EL SOLDADO ESPAÑOL DE LOS TERCIOS

ANDRÉS MÁS CHAO

General de división.

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EL SOLDADO ESPAÑOL DE LOS TERCIOS

Dos tipos determinantes: el profesional y el aventurero.Las vidas contrapuestas de Julián Romero y Alfonso de Contreras

En Europa occidental el Estado moderno surgió y se fue afianzando a lolargo de los turbulentos siglos xvi y xvii, impulsado por las guerras. Los Ejércitos serán pues el instrumento fundamental para la transformación de losseñoríos medievales en los Estados modernos. Pero en este proceso sufrirán una absoluta transformación, necesaria para hacer frente a los nuevosparámetros en los que se encuadra el conflicto bélico, dando lugar a un

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nuevo Ejército, cuya característica principal será la desaparición de la caballería nobiliaria y el renacimiento de la infantería (1). Este cambio exigirá suprogresiva profesionalización de la infantería, ya que los nuevos métodos yarmas que lo permiten, exigen una profunda instrución previa al combate,que no podían poseer los peones medievales, gente reclutada para unacampaña sin ninguna preparación. Estos infantes profesionales no saldránen general de la burguesía ni del campesinado acomodado, sino de losestratos más bajos de la sociedad, que buscan escapar de la justicia, conseguir riqueza sin importarles que medio emplean y escapar del agobio delos impuestos que ahogan su economía. Hombres sin una gran formaciónética, sus más bajos instintos tienen una válvula de escape en las situaciones de violencia y descontrol que se producen en el curso de las guerras.Como consecuencia el soldado profesional nacido con la Edad Modernaserá considerado en general en Europa como la hez de la sociedad; valoración claramente expresada por Erasmo de Rotterdam en sus obras, queretratará al soldado con los rasgos más acervos de su pluma, blasfemo,borracho, asesino, ladrón, ignorante y medio estúpido (2).

Un caso especial será el de los infantes españoles, cuyas cualidades y virtudes les hicieron diferentes, al menos hasta finales del siglo xvi, del mercenario que retrata Erasmo en sus obras. Los soldados españoles eran dela misma extracción de los que formaban otras infanterías de la época, esdecir eran mayoritariamente villanos urbanos o campesinos; pero las condiciones particulares en las que se desarrolló la Reconquista, condicionaron de manera diferente su espíritu (3) y por ello su motivación fue distintade los del resto de Europa, ya que no les empujaba solamente al serviciode las armas el ansia de riqueza o su situación de desarraigados en la

(1) PIERI y CARUGO, Pero. II Rinascimento e la crisi militar! italiana, p. 407. Milán, 1952.(2) ERASMO DE ROTrERDAM, El soldado y el cartujo incluido en Origen de la novela de

MENÉNDEZ PELAYO, Marcelino. Tomo IV, pp. 234-245. Madrid, 1915. «,Por qué erestan pobre? —pregunata el cartujano al soldado— porque todo lo recibo de la paga, elsaqueo, el sacrilegio, la rapiña y el hurto me lo gasto en vino, rameras y juego».

(3) SÁNCHEZ DE ALBORNOZ, claudio. España un enigma histórico, volumen 1, pp. 405 ysiguientes. Madrid, 1982. Para el autor la diferencia radica en que mientras en elresto de Europa, la guerra era cosa de los señores y sus mesnadas en España lalucha por la Reconquista implicaba a todo el pueblo, nobles y villanos. PUDDU,Raifaele. El soldado gentilhombre, p. 240. Madrid; 1989. «España a través de laReconquista se hizo en su totalidad un pueblo guerrero al contrarrio que en laFrancia de los intrépidos caballeros y el campesinado imbele, todas las clasessociales participaron de las particulares virtudes de la raza>’.

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sociedad, sino que buscaban también su ascenso en la escala social y unaespecial predisposición a la carrera de las armas resultado de una tradición que venía de la Reconquista; como resultado de todo ello buscabanimitar los modelos de virtudes nobiliarias de la antigua caballería señorial,ejemplo para todos ellos del combatiente tradicional Por eso RaifaelePuddu ha llamado al infante español de esta época El soldado gentilhombre, pues aunque combatiera por una soldada, se dejara llevar a veces porlos mismos excesos que los otros infantes y muchas veces se mostraraindisciplinado o cruel (4), también estuvo adornado de unas claras virtudesque lo diferenciaron claramente del resto de sus correligionarios de otrospaíses (5).

Por añadidura en las filas de la Infantería española se integraban muchoshidalgos y segundones de casas nobles, que no consideraban deshonrosoel combate a pie, —al contrario de lo que sucedía en el resto de Europa—puesto que la Reconquista y principalmente la guerra de Granada leshabía habituado a esta forma de combatir (6); estos soldados —minoríaimportante en el conjunto— contribuyeron a imponer entre sus camaradasde más baja extracción sus convicciones caballerescas. Se era soldadopara aumentar la «honra y la hazienda», por la gloria del Rey y por eltriunfo de la fe; el «soldado honrado de la Infantería española», fuera cualfuera su origen, estaba convencido que, al igual que sus mayores, podía

(4) «Olvidame de dezir que me dijo Su Excelencia (Requesens)... que no havia perdidoel Príncipe de Orange los Estados sino los soldados nacidos en Valladolid y enToledo... » de una carta de Hernando Delgadillo a Juan de Albornoz de 9 de julio de1574, narrándole el saco Amberes citada por PARKER Geoff rey. El Ejército español yel camino de Flandes, p. 231. Madrid, 1985.

(5) PUDDLJ, Raifaele, opus citada, p. 242 «Las extraordinarias cualidades naturales delos combatientes castellanos, la declarada nobleza de sus motivaciones, tienen enla disciplina su base indispensable y el individualismo que nace del orgulloprofesional y social, de la ambición y del sentido del honor ha de ser templadopor la obediencia, virtud a un tiempo religiosa, política y militar que se define porSancho de Londoño como principal fundamento de la milicia.

(6) DRUENNE, Bernard. Historia Universal de/os Ejércitos, volumen II, p. 144. Barcelona,1966. Según este autor en el sitio de Mantua (1503) ante la petición de Maximiliano 1que los hombres de armas franceses, que colaboraban al sitio, ayudaran a loslansquenetes combatiendo a pie en el asalto, contesto Bayardo el acaballero sinmiedo y sin tacha modelo de los gends d’arms franceses, «es pasatiempos asazenojoso para hombres de armas ir a pie, responded que el rey (de Francia) no tieneentre sus ordenanzas a nadie que no sea gentilhombre. Al mezclarlos con la gentede a pie se hara poca estima de ellos».

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elevarse socialmente y conseguir riqueza cumpliendo fielmente su funciónguerrera, ya que era en el orden militar donde se forjaron siempre los linajes. Para la totalidad del pueblo español, la única elección digna de unhidalgo era, como dirá Cervantes por boca del cautivo en el Quijote, «Iglesia, Mar o casa Real», y era precisamente en esta última donde, a pesarde no alcanzarse el dinero ni el poder, residía la superioridad moral y honorífica, como reconocería el Oidor hermano del capitán cautivo (7). Esa percepción de la superioridad del oficio de soldado sobre el resto de las opciones de vida de un hidalgo la vemos en Cervantes, (discurso de Armas y lasLetras), Martín de Eguiluz, Juan de Urrea, Marcos de Isaba y Sancho deLondoño, entre otros que escriben sus obras en defensa del «ordo militar>’,único por el se asciende sin importar el origen. Este convencimiento seráel que empuja con claridad a la mayoría de los españoles de aquella épocaal servicio de las armas.

Claro es que no todos los componentes de los Tercios eran modelos decaballerosidad, los vicios, las crueldades las deserciones y los motinesestán también presentes entre los infantes españoles y si estas actitudesson minoría en los reinados de Carlos 1 y comienzos del de Felipe II, pocoa poco aquellas virtudes que marcaron su diferencia con otros soldadosprofesionales irían desvirtuándose; proceso que comienza a detectarse amediados del reinado de Felipe II. Esta decadencia puede comprobarse enla novela picaresca española, en las Novelas Ejemplares de Miguel deCervantes y en las autobiografías que escriben algunos soldados (8). Enellas nos relatan latrocinios, asesinatos, deserciones y brabuconadascometidas por sus protagonistas, similares a las que se nos relatan enobras de autores extranjeros sobre el soldado europeo. Por otra parteexiste, entre finales del siglo xvi y principios del xvii, una abundante literatura militar, cuya motivación principal es devolver la Infantería española alestado en que se encontraba en sus primeros tiempos, mostrando con ellosus autores, muchos de ellos nombres preclaros de la Infantería de tiempos de Felipe II, el convencimiento de su decadencia (9).

(7) CERVANTES SAAVEDRA, Miguel. E/ingenioso hidalgo O. Quijote de la Mancha, tomo 1,capítulo XXXVII.

(8) Vida y trabajo de Jerónimo Pasamonte, Vida del Capitán Alonso de Contreras,Memorias de Diego Duque de Estrada y Vida de Miguel de Castro, publicadas enBiblioteca de Autores Españoles. Tomo XC. Madrid, 1956.

(9) ISABA, Marcos de. Cuerpo enfermo de la Milicia española. VALDÉS, Francisco. Espejoy disciplina militar, en el cual se trata del oficio de Sargento Mayor. LONDOÑO,Sancho. Discurso para reducir la disciplina militar a mejor y antiguo estado.

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En cualquier caso honrados y pícaros, valientes y fanfarrones, hidalgos yplebeyos, atraídos por una vocación militar o simples amantes de la aventura, miles de pobres soldados desconocidos por la Historia, formaron losinigualables Tercios de Infantería española que asombraron a Europadurante siglo y medio con sus hazañas. Sus vidas fueron muy distintas enfunción de sus aspiraciones, ideales, oportunidades, momento histórico enque les toco vivir y ubicación de las unidades en las que sirvieron. Unosllegaron a los Ejércitos de Su Majestad Católica llevados por un ideal caballeresco, otros buscando la libertad que esperaban encontrar en sus filas,algunos atraídos por los relatos de los veteranos y la prestancia de suropaje, también los hubo quienes, como al joven del Quijote, les arrastro lapobreza («a la guerra me lleva mi necesidad, si tuviera dineros no fuera enverdad»), y, como no, hubo quien llegó huyendo de la justicia. Sus vidasfueron completamente diferente según estuviera en un presidio africano,donde podían estar 18 años si salir de allí, como nos contaría un soldado;en Flandes, de la que dirá otro, «Camarada del alma, a Flandes ni a porlumbre, que es tierra fría que hacen trabajar a los perros como caballos»,o en Italia, de la que recordará un tercero, «la belleza de la ciudad deNápoles, las holguras de Palermo, la abundancia de Milán, los festinesde Lombardía, las espléndidas comidas de las hosterías.» (10); pero todosy cada uno pensaban que podían llegar a las cumbres más altas del éxitocon sólo su valor y esfuerzo. Como aquel pobre centinela que soñabamientras velaba:

«Mañana soy alférez ¿quien lo quita?y sirviendo a Felipe y Margaritaembrazo y tengo paje de rodelavengo a ser general, corro la costaa Chipre gano, Príncipe me nombroy por Rey me corono en Famagustareconozco al de España, al Turco asombro...con esto acabó de hacer la postay hallose en piernas con la pica al hombro» (11).

Para intentar aproximarnos un poco a la vida de estos hombres, creo queserá bueno contraponer las vivencias y actuación de dos de ellos que

(10) SÁNCHEZ DE TOCA, José María. Citado todo ello en Historia de la Infantería Española, tomo 1, p. 39. Madrid, 1993.

(11) SÁNCHEZ DE TOCA, José María. Opus citada, Historia de..., p. 43.

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alcanzaron la celebridad por diversos motivos: Julián Romero y Alonso deContreras. Este último que escribió su autobiografía, fue un aventurero,valiente y buen soldado cuando fue menester; perfecto prototipo del«papagayo» (12), inclinado más a combatir sin muchas trabas que al servicio regular; pícaro, espadachín e incapaz de dominar sus pasiones, quele harán perder lo que consigue en el combate en lances y amoríos, seráa lo largo de su vida soldado, desertor, corsario, alférez, oficial reclutador,capitán de Infantería, capitán de Corazas y caballero de la Orden de Malta.En conjunto puede representar la generación de infantes del final del reinado de Felipe II, en los que ya se advierte la crisis de aquella heroicaInfantería que sostuvo el Imperio español, aunque desde luego en estosprimeros tiempos conserva entremezcladas con sus defectos las virtudesmilitares que adornaron a nuestros soldados. Su andadura representa bastante bien a los infantes que sirvieron mayoritariamente en Italia, a partirde que esta Península dejo de ser campo de batalla de los enfrentamientos entre franceses y españoles y los turcos habían dejado de ser unagrave amenaza sobre sus costas.

Allí, si al principio aún encontramos soldados como Contreras que buscanla «honra y la hacienda» aunque a través de una vida aventurera más quepor el ejercicio diario y sacrificado de la vida de soldado, poco a poco estemodelo se irá transformando, desapareciendo el infante, sufrido, duro,abnegado, orgulloso de su prestigio, capaz de cualquier sacrificio y deheroicidades asombrosas, que había sido el ejemplo de sus camaradas enépocas anteriores y sobre todo brilló con luz propia en los Tercios que llevóa Flandes el duque de Alba; para aparecer otro, todavía valiente y orgulloso de su prestigio, pero que hace alarde de estas cualidades más en lascalles que en el combate —que ya no se produce en estas tierras— pícaroy matón, que poco a poco se va abandonando a la molicie y la vidacómoda, acentuando sus rasgos de fanfarronería y bravuconería.

Frente a él creo que hay que situar al verdadero soldado vocacional, representado por el maestre de campo Julián Romero que sirvió a lo largo detoda su vida en la Infantería española, con la que combatió en África, Italia, el Mediterráneo, Francia y Flandes entre los reinados de Carlos 1 yFelipe II, aunque también fuera soldado mercenario durante un corto

(12) Así llamaban a los soldados españoles jactanciosos, brabucones y amantes de losvestidos suntuosos de muchos colores y dudoso gusto.

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tiempo al servicio de Enrique VIII de Inglaterra. Famoso entre la masapopular por sus hazañas, en vida ya se hallaba su nombre en romances,y a poco de su muerte Lope de Vega lo citaría en varias de sus obras,siendo en una de ellas el personaje principal, así como de otra posterior deJuan Cañizares (13). Mereció los elogios de generales y de otras personalidades españolas y extrangeras de su época, el mismo Felipe II locitaba siempre simplemente con Julián, pues su nombre bastaba paraidentificarlo y también los embajadores franceses en Madrid y los espíasingleses en la Corte se preocuparon de sus andanzas por la repercusiónque podían tener en su propio país (14). Su aventura vital nos lo muestrancomo la representación de aquel soldado que se paso la vida es los campos de batalla, sobre todo en Flandes y que es el ejemplo puro del soldadogentilhombre que retrata Puddu.

Junto a estas diferencias que separan sus actitudes como miembros dela Infantería española, también se pueden observar, al comparar ambasbiografías, puntos de contacto. Así ambos serán de humilde pero de honrada cuna, se alistaran muy jóvenes atraídos por la vida militar, comenzando por los escalones más bajos de la Milicia. Relativamente prontoadquirieron fama entre sus superiores y compañeros y alcanzaron puestos de mando, donde cada uno en su estilo tuvieron éxito en sus empresas. Fueron valientes, audaces y un punto fanfarrones, como mando dehombres arrastraron a los suyos con su ejemplo en las ocasiones de peligro y se preocuparon de sus subordinados y curiosamente ambos se relacionaron de alguna forma con Lope de Vega, que los retrató en sus obras(15). Por todo ello se puede decir que Julián Romero y Alfonso de Contreras, son dos claros ejemplos de infantes españoles, de vidas contrapuestas, resultado de dos concepciones diferentes de vivir y sentir el honrado oficio de las armas durante el reinado de Felipe II: la que tenía comobase una clara vocación militar y la que se sustentaba principalmente enla atracción por la aventura.

(13) La obra de Lope se titula Julián Romero y la de Juan Cañizares El valor como hade ser y el guapo Julián Romero.

(14) MARICHALAR, Antonio. Julián Romero, pp. 17-219. Madrid, 1952.(15) La hija de Lope de Vega profesó en el convento de las Trinitarias que fundó la hija

de Julián Romero, Francisca Romero Gaytan, llegando a vivir al tiempo juntas enél. Alfonso de Contreras nos relata en sus Memorias que vivió en casa deldramaturgo una temporada y éste le dedicó la obra El rey sin reino.

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Al mismo tiempo su diferente trayectoria responde también al cambio quese empieza a producir en la Infantería española a partir de mediados delreinado del Rey Prudente y que pueden estar representados por el soldadode Flandes, que participa en una guerra dura y prolongada, y el de Italia,que en esta época lleva una vida placentera y descansada sin tener quecombatir; evolución que llevará a nuestra Infantería desde su condición deelemento esencial para el triunfo de los multinacionales Ejércitos de losHagsburgo españoles, hasta su decadencia y extinción total.

Comenzando por Julián Romero (16) su padre fue Pedro de Ibarrola,hidalgo vizcaíno con solar en la Puebla de Aulestia que se trasladó a laprovincia de Cuenca donde trabajo de maestro cantero y caso con JuanaRomero; de esta unión nació en 1518 Julián, cuyos primeros años transcurrieron en Torrejoncillos; a los 16 años sentó plaza como mozo de tambor al pasar por su pueblo un oficial reclutador. No hay casi noticias de susprimeros años de servicio; sólo se sabe que embarcó para Nápoles y queesa Navidad era ya soldado en las compañías españolas allí destacadas.Con ellas se trasladó a Túnez con el ejército del César Carlos en julio de1535, estando en el asalto a la Goleta y en la toma de Túnez, donde Lope,en la obra que le dedica, sitúa sus primeras muestras de valor (17). En1536 pasó con su Tercio a Flandes por orden del Emperador que sosteníasu tercera guerra con Francia, debiendo encontrarse entre otras accionesen el asalto y toma de Duren (18).

Al producirse la paz de Crepy (18 de septiembre de 1544) Carlos V retirásu Ejército de Flandes y varias compañías españolas, entre las que seencontraba la de Julián Romero, embarcaron para España, debiendoentrar de arrivada en Dover. Allí hambrientos y sin dinero entraron al ser-

(16) La mayor parte de los datos sacados de la obra de MARICHALAR, Antonio. JuliánRomero. Opus citada.

(17) LOPE DE VEGA, Félix. Julián Romero en «Aquí fue donde primero/dio muestra JuliánRomero/de su mucha valentía».

(18) Fray PRUDENCIO DE SANDOVAL. Vida y hechos del emperador Carlos V, volumen 1, pp.405 y siguientes. Madrid, 1954. El autor relata que al llegar los defensores de laciudad, considerada como inexpugnable y tomada tras un asalto al llegar losTercios, a otras plazas decían para justificar su huida «que ellos no habían peleadocon hombres sino con diablos, que los españoles eran unos hombres pequeños ynegros que tenían las uñas y los dientes de un palmo y se pegaban a las paredescomo murciélagos de donde era imposible arrancarlos».

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vicio de Enrique VIII, siendo nombrado maestre de campo el capitán Pedrode Gamboa y Romero.

Tras una estancia en la frontera con Escocia en guerra con Inglaterra, enfebrero de 1546 se encontraban ante Boulogne (Francia) sitiada por el reyinglés, que firmaría la paz con Francisco 1 el 7 de junio de dicho año. Peroanteriormente el capitán español Mora al servicio de Francia había retadoa Gamboa en singular combate, desafío que recogió Julián Romero en sunombre. Firmada la paz se pidió campo al rey de Érancia que lo concedióy el 15 de julio en Fontaineblau, ante el Rey, la Corte y mandos inglesestuvo lugar el combate, decantándose la victoria por Julián. Tras esto Francisco 1 intento atraerse a sus filas al capitán español, sin que este aceptarapasar al servicio de Francia declarada enemiga de España. De nuevo enInglaterra, después de la batalla de Pinkie (11 de noviembre de 1547), seráarmado caballero con derecho a blasón y feudo, siendo a partir de entonces conocido, en los documentos ingleses, como sir Julián. Posteriormente, el 10 de abril de 1549, será nombrado maestre de campo en sustitución de Gamboa, continuando sus campañas contra Escocia. Pero lasituación religiosa de Inglaterra la enfrentaba cada vez más a España, porlo que Julián Romero decide marcharse y entrando 1551 abandona todo loconseguido y torna a Flandes para servir de nuevo al Emperador.

Al llegar a Flandes, por su experiencia y la fama conseguida, se le nombrócapitán, sin pasar por los empleos de cabo y alférez, interviniendo en lanueva guerra contra Francia. En ella contribuyó con su compañía a ladefensa de la ciudad de Dinant en el obispado de Lieja, junto con 500 alemanes y súbditos del obispo, donde después de una dura resistencia severá obligado a rendirse, quedando él sólo prisionero por su intervenciónante el condestable Montmorency, al que solicitó con energía que a losespañoles se les dejara partir con todas sus armas en razón de rendirseobligados por el resto. Ya por estas fechas comienza su leyenda quequiere que sea uno de los hombres de confianza que Fepe II llevó a Londres en ocasión de su boda con María Tudor, lo que es muy difícil si sepiensa que el Rey embarcó para Inglaterra el 25 de julio de 1554 y Romerofue preso en Dinant el día 10. También quiere la leyenda que su actuaciónsea decisiva para el triunfo de San Quintín, batalla en la que sufrió unaherida de la que quedó cojo y en la que contribuyó a la toma del arrabal,defendiéndolo posteriormente de la acometidas de Montmorency; por todoello posteriormente Felipe II le concedió el hábito de Santiago. Igualmentefue muy importante la destacada intervención de la arcabucería de JuliánRomero en la batalla de Gravelinas.

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En 1563 Julián se encuentra en España, instalándose en Madrid, dondese casa el 30 de junio de 1564 con doña María Gaytan hija del capitánPedro Gaytan; a primeros de 1565 se traladaría a Italia para mandaruna compañía y el 25 de agosto de dicho año embarcaba en Siracusaen la escuadra de don García de Toledo, virrey de Sicilia, formandoparte del socorro a Malta atacada por una potente fuerza turca que pusoen peligro el dominio que sobre ella ejercía la Orden de San Juan. El 6de septiembre desembarcaban en la isla los españoles, obligando a losturcos a rembarcar y retirarse. En esta acción murió Melchor de Roblesmaestre de campo del Tercio de Sicilia, siendo nombrado para sucederle Julián Romero a propuesta del virrey. A comienzos de 1566 marcha con su Tercio, junto con otras fuerzas, a reforzar la guarnición de laGoleta, ante el temor de un nuevo ataque turco, pero al no producirseen junio regresa a Mesina. En aquel puerto conocerá Julián Romero aPierre de Bourdailles señor de Brantome que hablará con grandes alabanzas de nuestro capitán en sus libros. En el año 1567 marchaba paraFlandes el duque de Alba a la cabeza de un importante ejército, cuyonúcleo principal lo formaban los cuatro Tercios Viejos, yendo el de Sicilia mandado por Julián Romero; su misión era acabar con las alteraciones ocurridas en aquellas tierras. En los Tercios iba la flor y nata de laInfantería veterana española y en sus filas se encontraban un altonúmero de hidalgos y aun de segundones de las más nobles familias deEspaña (19) y de su disciplina, marcialidad y prestancia se harán lenguas todos los que les ven pasar (entre otros Pierre de Bourdaillesseñor de Brentonne y Blaise de Vignére. El primero dirá al verles pasarpor las proximidades de su residencia que los soldados parecían capitanes y los capitanes príncipes; el segundo dira en su L’Art Militairepublicada en París en 1605:

«Les espagnoles et les suisses ont á la venté je ne sais quoi de mieuxreglé et ordonné que les français, italiens et alemans.»

Ya durante la marcha y desde los primeros momentos de su estancia enFlandes, Julián dará claras muestras de su severidad ante la indisciplina,unida a su preocupación porque los soldados recibieran sus pagas y ven

(19) MARICHALAR, Antonio. Opus citada, pp. 168 a 175. En su obra citano menos de 30hermanos de títulos del reino.

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tajas regularmente, así como que estuvieran bien alojados (20). Estas virtudes militares, unidas a su actitud de tolerancia hacia el enemigo prisionero, hicieron de Julián Romero un hombre respetado por los rebeldes,querido por sus soldados y odiado por los amotinados ya que imponía ladisciplina por encima de todo. A poco de llegar Alba a Flandes tendrá lugarla prisión, condena y ejecución de los condes Egmont y Horn. Días antesde su prisión un español enmascarado fué a casa de Egmont a advertirledel peligro que corría para que huyese, pero el conde se negó a creer queiba a ser detenido y ejecutado. El misterioso enmascarado, según confesóla viuda de Egmont poco antes de su muerte, era Julián Romero, que nopodía olvidar que el conde había sido su general en Gravelinas y luchadomuchos años bajo las banderas de España. La ejecución de los condes yla huida de Guillermo el Taciturno provocaron la rebeldía de los protestantes. Sin embargo muy pronto las victorias de Groninga y Jeminghen y lasinteligentes maniobras del duque de Alba terminaron con la sublevación.

Pacificada Flandes, Romero pide en 1569 licencia para ir a España y Felipe II,tras oír a Alba, se la concede, recibiéndole en Madrid y concediéndole laencomienda de Peñausende de la Orden de Santiago. En esta época seplantea por Felipe lila posibilidad de atacar a Isabel de Inglaterra; con estemotivo se envían espías y se piensa destacar alguna fuerza para marchara Irlanda en apoyo de una posible sublevación contra Isabel. En los mentideros de Madrid y aún entre los embajadores se comenta primero queJulián Romero ha partido para Inglaterra y después que será el capitán deaquella fuerza, aunque no existe constancia de nada de esto y se sabe queel Rey abandonó pronto la idea. En mayo de 1572 Julián regresá con elduque de Medinaceli a Flandes, donde ha estallado una nueva sublevacióna causa del establecimiento del impuesto del diezmo, lo que había levantado a toda la población, católicos y protestante, contra España.

De nuevo en campaña las hazañas de Julián Romero se multiplican, asedios, encamisadas y victorias en campo abierto le tiene por protagonista yen ellas resultará herido gravemente en un brazo y en un ojo. Como resultado, su prestigio alcanza cada vez cotas más altas, don Fadrique de

(20) íbidem, pp. 177-1 78. Episodio de la condena de tres soldados a ser arcabuceados y otro pasado por las picas durante la marcha a Flandes por «haber desamparado las banderas de su rey para ira servir a otro señor». Asimismo pp. 178-179,carta al secretario del duque de Alba preocupándose por las pagas y alojamientode sus soldados.

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Toledo dira de él en carta a su padre el duque de Alba «Yo digo a VuesaExcelencia que mejor soldado que él... no lo ha habido en mi nación», elduque le alaba ante el Rey en muchas de sus cartas y el propio Felipe II lenombra miembro del Consejo de Flandes. También Guillermo el Taciturnoreconoce las virtudes militares de Julián Romero (21), que mantendrácorrespondencia con él para tratar de conseguir el canje y mejor trato delos prisioneros. Tras la destitución de Alba y el nombramiento de Requesens, la guerra continua cada vez más dura; la falta de pagas, la durezade la campaña y las muchas bajas, iban deteriorando la moral y disciplinade la Infantería española, en la que se multiplicarían los motines, como elque dio lugar al saco de Amberes, junto con hazañas de valor incomensurable como el ataque y ocupación de Zierikee, en ambas sería personajeimportante Julián, en la primera intentando evitarlo y en la segunda siendouno de los principales mandos (22). La muerte de Requesens traerá aFlandes a don Juan de Austria, cuando los pocos españoles que quedaban no eran dueños más que de la tierra que pisaban. La Paz de Ganteimpondrá el abandono de los Países Bajos de los Tercios españoles; peromuy pronto la situación obligará a don Juan a llamarlos de nuevo. Para dirigir el regreso de los rehechos Tercios será nombrado maestre de campogeneral don Julián Romero, pero sus muchos achaques y heridas, pasaran al fin su factura y cuando iniciaba la marcha al frente de sus hombresmontado a caballo, el 13 de octubre de 1577 cae fulminado por una apoplejía. Así murió como había vivido aquel modelo de soldados que se llamóJulián Romero.

Por su parte Alonso de Contreras (23) nos cuenta en su autobiografía quenació en 1582 en Madrid de padres «cristianos viejos, sin raza de moros y

(21) Colección de documentos inéditos de la Historia de España a partir de aquíC0D0IN. Tomo XXV, p. 91 y VAN PRINSTERER, Groen. Archives. Tomo IV, p. 180.

(22) Para atacar esta isla los 4.000 españoles debieron cruzar un canal de seiskilómetros de longitud con el agua al pecho y las armas sobre la cabeza mientraseran hostigados por los cañones de la Escuadra holandesa y las lanchas de fondoplano que se aproximaban a la columna para atacar y capturar a los españoles,éstos «avanzaban cogidos de la mano, con chistes y ocurrencias, sufriendoimpávidos el fuego y deseganchándose de los arpones y ganchos holandeses,que en sus barcazas se les aproximaban para capturarlos». Al llegar la mañana losdefensores de Zierikcee vieron con horror surgir de la bruma a los españoles quealcanzaban la playa al asalto que coronaron con el triunfo.

(23) Los datos de su biografía sacados de CONTRERAS, Alfonso. Discurso de mi vida,Barcelona, 1983. Edición, introducción y notas de Henry Ettinghausen.

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judíos, ni penitenciados por el Santo Oficio». En su niñez ya demostró ungenio muy vivo que le llevó a matar a un compañero de colegio, por lo quea causa de su poca edad fue desterrado a Avila por un año. Después sintiéndose atraído por el oficio de soldado, a los 14 años marcha, comocriado del cocinero, con el séquito del archiduque Alberto, nombradogobernador de Flandes, a donde se dirigía a través de Milán. Ya en Italiaconsiguió alistarse como soldado a pesar de su corta edad y emprendiócomo tal el camino de Flandes. Sin embargo poco después desertaba,según él por indicación de su cabo que no deseaba combatir en aquelladura guerra, regresando a Italia y en Sicilia se volvía alistar como paje derodela del capitán Felipe de Menargas, con quien haría sus primerasarmas hasta que habiendo prestado a un compañero suyo, que luegodesertó, unos vestidos de su capitán, temeroso del castigo que podía sufrirhuyó a Malta.

Después de un año en aquella isla, tras justificarse volvió a su compañía yya como soldado continuo combatiendo en las acciones de corso realizadas por el virrey, actividad que proporcionaba grandes beneficios a losintervinientes y que Alonso gastaba «de hostería en hostería y de tabernaen taberna». En una de ellas mataron él y sus compañeros al mesonero,huyendo a Nápoles temerosos de ser ahorcados, allí se alistó de nuevohasta que una nueva muerte le obligó a esconderse y pasar otra vez aMalta, embarcándose allí como «aventurero». Tras distinguirse en variasacciones y asistir a la ocupación de la Mahometa, en 1601 el gran maestre de la Orden de Malta le dio el mando de una fragata con 37 hombrespara que fuera a Levante a «tomar lengua de los andamentos de laArmada turquesca», es decir informarse de sus actividades. Contrerascumplió plenamente con su misión contribuyendo con sus informes a abortar la prevista expedición de la Armada turca. Durante los tres añossiguientes navegó en corso por el Mediterráneo oriental con la bandera dela Orden de Malta haciendo espléndidas presas. Entre sus acciones másdestacadas en estos años se señalan la captura de una galeota de 17 bancos, su actuación en el puerto de Malta donde consiguió abortar una fugade esclavos y la captura de un noble turco cuyo rescate negocia caballerosamente en la costa enemiga y se realiza ante las fuerzas turcas allí concentradas. Al regresar liberará a un pope capturado por unos piratas cristianos en el pueblo griego de Estampalia, bajo dominio turco.

Sus correrías le ponen a veces en gran peligro, aunque en la mayoría delas veces sus acciones son contra mercantes y pequeñas embarcaciones.En una de ellas esta a punto de ser capturado por el almirante turco Soli

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mán de Catania y en otra escapa por poco de una emboscada que le tienden en las costas de Berbería. En otra ocasión captura en un golpe demano audaz al recaudador judío de las contribuciones de sus correligionarios con destino a la Armada del sultán y de regreso, al enterarse poraquél que Solimán de Catania está en la mar con sus galeras, marcha a lamansión de verano del almirante desembarca y rapta a:

«La mujer, dos putillos y un renegado. La mujer, que no lo era sino suamiga, era una turca renegada húngara de nación, la más hermosaque vi.»

Finalmente tras una nueva expedición a Berbería, sin haber cumplido los22 años, le entra el deseo de regresar a su patria, obteniendo del granmaestre licencia para marcharse. Durante los tres años que estuvo en laisla continuó alternando sus acciones bélicas con una vida alegre y despreocupada en la que gasta sin tino con su «quiraca» todo el dinero queobtiene en sus correrías, hasta que comprueba que ésta:

«Gastaba la hacienda que tanto le costaba ganar encerrada con unacamarada a quien le estaba haciendo tanto bien. Dile dos estocadasde que estuvo a la muerte y en sanando se fue de Malta de temor queno le matase, y la quiraca se huyo.»

Al llegar a España se trasladó a la corte donde «había salido una elecciónde capitanes», Contreras presentó «sus papelillos al Consejo», es decir ladocumentación que iba guardando de sus servicios, y como resultado deello fue nombrado alférez de una de las compañías que se iban a levantar(24). Presentado a su capitán, este le dio la bandera, los despachos quele autorizaban a alistar soldados para su compañía y dos tambores, contodo lo cual marchó a Ecija y de allí a la Torre de la Palma donde comenzóel alistamiento. Durante el mismo seguirá demostrando su capacidad demando, su facilidad para meterse en problemas con la justicia, su afición alas mujeres. Camino de Portugal, destino de la compañía se incorporó sucapitán, siguiendo su camino hasta Hornachos, tierra de moriscos, allí descubriría un depósito oculto de armas. Alonso dio cuenta al comisario deguerra que le ordenó guardar el secreto, pero no dijo nada a su capitán delque sospechaba quería quitarle la moza con la que vivía, cosa que con-firmó en Almendralejo y en un desafío le hirió gravemente, asunto del que

(24) Los alféreces eran nombrados por los capitanes pero puede ser que el Consejoconsiderara que aunque sus méritos eran suficientes, era muy joven para designarlo capitán, por lo que pudieron ponerse al habla con uno para que lo admitieracomo alférez.

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también salió bien librado por ser ajeno al servicio. Finalmente llegó lacompañía a Lisboa donde fue «reformada» (25) y el alférez Contreras marcha de. nuevo a la corte donde obtuvo una ventaja de ocho escudos paraSicilia. Llegado a Palermo en el año 1604 se incorpora a una compañía,pero posteriormente por deseo del virrey vuelve al corso. El éxito acompañó de nuevo a Alonso de Contreras que capturó un barco bien cargadode mercaderías de Alejandría y un pequeño galeón inglés que llevaba tresaños pirateando en aquella zona. Incorporado de nuevo a una compañíade Infantería asistirá al ataque a la Mahometa, empresa que terminó en ungran desastre. Llegados los supervivientes a Sicilia, la compañía de Alonsofue enviada a Monreal, donde contrajo matrimonio con una viuda españolaque posteriormente le traicionaría con un amigo, matándolos a ambos trassorprederles juntos. Después de este fracaso sentimental el alférez Alonsode Contreras regresaría de nuevo a España en el año 1607.

A su llegada a Madrid en 1608 se le concede la Sargentía Mayor de Cerdeña, si bien con la condición de ser aceptado por el gobernador de ella.Desalentado y temeroso de la acción de la justicia por haber herido a unalguacil, marcha a Agreda y se hace ermitaño, donde le detienen acusadode haber escondido las armas en Hornachos y ser el «rey de los moriscos»que preparaban una sublevación; acusación de la que finalmente, tras unaño de vicisitudes, quedará libre. En marzo de 1610, se le concedió finalmente la patente de capitán en Flandes y al llegar a Bruselas se integró enuna compañía de guarnición en Cambrai como soldado, en espera de quehubiera una plaza de capitán. Pasado un año, como no se le concedía elansiado mando, pidió licencia para volver a Malta. Llegado a la isla le dieron el mando de una fragata con misión de «tomar lenguas» lo que una vezmás realizó a la perfección, concediéndosele al regresar el hábito de laOrden. Nuevos viajes, un corto servicio embarcado y de regreso a Madridde nuevo problemas con la justicia por causa de una mujer, regresandotras esto a Malta.

Su estancia en ella fue corta, pues al llegar se enteró que se le había concedido la patente para levantar en España una de las compañías que seiban a organizar para marchar a Filipinas. Tras hacerse cargo de ella en

(25) Reformar una unidad era disolverla para reforzar u organizar otras, los capitanesy alferéces reformados quedaban sin obligaciones con paga de soldado y algunaventaja.

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junio de 1616, se suspendió la marcha prevista y embarcó en una armadaorganizada para vigilar el estrecho de Gibraltar ante una prevista llegadade una escuadra holandesa que no apareció; finalmente, en 1618, es nombrado capitán de mar y guerra de un galeón, y parte para Puerto Rico.Durante su corta estancia en las Indias tuvo un enfrentamiento con barcosingleses que tuvieron que retirarse y en el que resultó muerto su almirantehijo de Walter Raleigh. De regreso a España, aceptó la misión de socorrerla guarnición española de la Marmora sitiada por tierra por los berberiscosy por mar por turcos y holandeses, llevándola a cabo pese a sus dificultades con pleno éxito. Vuelto a la corte con cartas de recomendación solicitóser nombrado almirante de una flota sin conseguirlo. Posteriormente fuedurante diez y seis meses gobernador de Pantanalea, tras lo que pidiólicencia para ir a Roma en donde obtuvo una encomienda de la Orden deMalta. De nuevo en Madrid, vivió en casa de Lope de Vega, marchandodespués a Nápoles, donde asitió a una erupción del Vesubio, después fuenombrado gobernador de Aquila, enfrentándose a las autoridades de laciudad en defensa de la población. Vuelto a Nápoles se le nombra capitánde corazas y teniente de maestre de campo y más tarde gobernador dePescara, debiendo salir de nuevo en corso, pero disgustado con el virreypide licencia y se traslada a Madrid donde llega a los 51 años y pone fin asu asombrosa biografía, en la que la mayoría de los datos que se puedencomprobar resultan verdaderos.

Si para acabar hacemos una rápida comparación entre ambas vidasobservamos que ya en sus primeros años aparecen claras diferenciasentre ambos, porque frente a la continuidad de Julián Romero en su Tercio con el que combate en Túnez y Flandes, Alonso de Contreras desertará cuatro veces en menos de seis años; también en estos primeros añospuede destacarse la falta de datos de la actuación del primero, que hacenpensar que no sería especialmente conflictivo, aunque como hombre jovensiguiera las costumbres más o menos licenciosas de sus camaradas (26).Por su parte Alonso aparece como soldado juerguista, jugador, mujeriego,duelista y bullicioso, lo que le lleva a continuos conflictos con la justicia. Enel periodo en el que ambos personajes no están al servicio de España, nosencontramos con que Romero en Inglaterra, joven y libre también vive,como Alonso en Malta, una vida de taberna y de riñas que más tarde

(26) CAÑIZARES, Juan. Opus citada llama a Julián Romero «rajabroqueles».

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dejará. La actuación militar de Alonso y Julián les lleva a ser altamenteconsiderados por el rey inglés y el gran maestre. Pero si Romero llega aser soldado mercenario por una circunstancia imprevista, Contreras lo serápor sus problemas con la justicia y silos lances de honor de uno son motivados por razones caballerescas, que le llevan a un torneo presidido porel mismo rey de Francia, los del otro son más bien consecuencias de suvida desordenada. Del periodo central de sus vidas puede destacarse quesi a Romero le cuesta 33 años llegar a la fama como soldado, a Contreraspor el contrario a los 22 será ya famoso como levente, lo que tiene sulógica pues el primero se encuadra en una Milicia donde destacar era difícil y el segundo sigue los rápidos pasos del aventurero afortunado. De sucomparación se desprende también que la rapidez con que inició unacarrera de éxitos Alonso de Contreras jugó en contra suya posteriormente,pues no le dieron patente de capitán por considerarlo muy joven y aunquese le reconocían aptitudes para el corso y su gran conocimiento del Mediterráneo oriental tardó en ascender a capitán, posiblemente también por supoca paciencia en esperarlos. Finalmente para su desgracia siguióteniendo los vicios señalados en su juventud, llevando siempre a punta deespada los problemas de «honra» y uniéndose a hembras de dudosa conducta que le plantearon numerosos problemas, mientras que Romero,aunque tendrá una hija natural en Flandes, llevará en general una vidaordenada.

En el último capítulo de la vida de nuestros dos modelos; para JuliánRomero será el periodo de su consagración como una de las figuras señeras de nuestra Infantería; para Alonso de Contreras, aunque también consiga algunas de sus aspiraciones, seguirá siendo un devenir de un lugar aotro buscando el merecido reconocimiento a sus méritos, malversadosmuchas veces por su impaciencia, sus continuas pendencias, excesivoorgullo y también, como no decirlo, por buscarlo en la corte del rey y susvirreyes, donde casi siempre triunfaba la influencia sobre el verdaderomérito. Por todo ello a la larga se desaprovecharon sus magníficas cualidades y terminó su vida sin alcanzar el cargo de almirante. Por el contrario la lentitud de la carrera de Julián Romero le fue beneficiosa, pues alpermanecer éste en su unidad año tras año tuvo oportunidad de ser conocido por sus superiores, lo que unido a sus hazañas personales le permitió a los 48 años ser nombrado maestre de campo de uno de los TerciosViejos; llegando finalmente a maestre de campo genera’, tras demostrarsus aptitudes de mando, además de las reiteradamente demostradas devalor y audacia en las campañas de Flandes. Modelo puro de los hombres

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que hicieron a la Infantería española la más temida y noble de su época,pudo escribir a su Rey:

«Ha que sirvo a Vuestra Majestad cuarenta años la Navidad queviene, sin apartarme en todo este tiempo de la guerra y los cargosque me han encomendado y en ello he perdido tres hermanos, unyerno y un brazo y una pierna y un ojo y un oído... y agora últimamente un hijo en el que yo tenía puestos mis ojos... y por otra parte..ha de nueve años que me case pensando en poder descansar y

después acá no he estado un año entero en mi casa» (27).

Este fue Julián Romero tipo perfecto del soldado vocacional que mientrasexistió sostuvo el Imperio español y se cubrió de gloria por todos los campos de Europa.

(27) C0D0IN. Opus citada, pp. 263-264.

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TERCERA CONFERENCIA

LA ORDENANZA E INSTRUCCIÓNDEL GENERAL FARNESIO

(BRUSELAS 1587)

ÁNGEL RIESGO TERRERO

Catedrático de Ciencias y Técnicas Historiográ ficas.

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LA ORDENANZA E INSTRUCCIÓN DEL GENERAL FARNESIO(BRUSELAS 1587)

Gobernador y capitán general de los Países Bajos, instrumentosbásicos para la institucionalización y recta aplicación del Derecho

penal militar. Estudio histórico y jurídico-diplomático

Introducción

En la España católica e imperial del siglo xvi, aparte de los grandes monarcas: Reyes Católicos, Carlos V y Felipe II, existe una nutrida y brillante pléyade de figuras de primera magnitud que, a los ojos de la Historia y de lasociedad, han merecido el título de héroes y grandes hombres; bien por su

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personalidad, temple y singulares cualidades y virtudes, bien por susamplios conocimientos en el campo de las ciencias, letras y artes, tal vez,por su destreza, capacidad político-militar y dotes de gobierno o por sudestacada religiosidad evangélica, vocacional o misionera, sin que faltenpersonajes célebres por su arrogancia, temeridad, espíritu aventurero yconducta pendenciera, sanguinaria o monstruosa.

De entre este grupo de hombres y mujeres, sobresalientes por su vida, porsu valía, grandes cualidades y virtudes de nuestra España imperial,emerge por su relevante personalidad y extraordinarias dotes humanas,castrenses y de mando el gran gobernador de los Países Bajos y, al mismotiempo, capitán general de sus ejércitos y de los célebres Tercios de Flandes: Alejandro Farnesio, príncipe de los Estados italianos de Parma y Plasencia, en razón de su procedencia y filiación del noble Octavio Farnesioy de la princesa Margarita de Austria y Parma, sus padres, de la protecciónejercida hacia él por el emperador Carlos V, su abuelo, Felipe II y don Juande Austria, sus tíos, y también de su vinculación con las pudientes familiasy casas renacentistas italianas de los Orsini, Gaetani, Medici y Farnesio,sin olvidar la beneficiosa sombra y auxilios recibidos de dos altos dignatarios de la Iglesia, el cardenal Farnesio, futuro Paulo III, y su sucesor inmediato el papa Julio III.

A este excepcional militar, hombre de Estado y conspicuo político, sus biógrafos e historiadores, en especial el belga León Van der Essen, de la Universidad de Lovaina y el español Julián María Rubio, catedrático de la Universidad de Valladolid, no dudaron en calificarlo de figura imperial señera,genio de la guerra y uno de los políticos más sagaces de todos los tiempos, por el temple, generosidad y valentía que imprimió, como gobernantepolítico y militar, a todas sus actuaciones y a la delicada misión que se leconfió de pacificar los Países Bajos y defender allí los derechos deEspaña, de poner en orden y refrenar los excesos de la indisciplinada soldadesca, destacada a aquellos territorios, de sacar del caos político-socialen que se hallaban la mayor parte de las capitales y provincias de dichosEstados, casi todas en rebelión y, finalmente, de someter a aquellos súbditos y tierras —por la convicción y por la fuerza— a la obediencia y sumisión a España y a su Rey (1).

(1) VAN DER ESSEN, L. Alexandre Farnese, Prince de Parme, gouverneur général desPays-Bas. Bruselas, 1933-1937, 5 tomos e 4 volúmenes. RuBIO, J. M.. AlejandroFarnesio, Príncipe de Parma. Zaragoza, 1939.

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En situación y circunstancias tan delicadas, difíciles y, con frecuencia,penosas, el duque de Parma y Plasencia supo poner lo mejor de sí mismo:su talento, su valor y espada, su patriotismo y vida, al servicio de la fe católica, de Felipe II, de España y de los propios Países Bajos, su segundapatria (2).

Su jovialidad, camaradería y reconocida simpatía le granjearon la estima yconfianza entre la juventud estudiantil de Alcalá de Henares, su distinguidaconducta y la eficacia y acierto en el desempeño —durante casi tres lustros— del cargo de gobernador y capitán general del Ejército y provinciasflamencas le hicieron acreedor de sincero respeto, admiración y merecidafama, no sólo ante la población en general y entre sus súbditos y colaboradores más directos sino también entre los hombres de Estado de lasprincipales potencias europeas: Italia, Francia, Alemania e Inglaterra y aunentre sus declarados y solapados enemigos: el príncipe de Orange, Guillermo de Nassau el Taciturno y sus descendientes Justino y Mauricio deNassau, el filo-hugonote Enrique de Navarra, el duque de Anjou, Enrique IIIde Francia, la reina de la Casa de Tudor, Isabel 1 de Inglaterra y sus favoritos: el mariscal Biron y los condes de Leicester y Hohenlohe, el calvinistafrancés C. Enrique de Bearne, el desleal y envidioso Pedro Ernesto deMansfelt, del Consejo de Guerra y Estado Mayor del propio Farnesio, y suhijo, Carlos de Mansfelt, el señor de Champagneyg hermano del cardenalGranvela y varios miembros del Consejo y Corte de Madrid quienes, enrepetidas ocasiones y por todos los medios, intentaron desprestigiarlo anteFelipe II y que éste le retirara su confianza y cargos.

No era fácil la gobernación, pacificación, sometimiento y defensa de tanamplios y lejanos territorios con gran parte de su población civil inquieta ysublevada, cuando no independizada de España, entre otras causas, por

(2) PARKER, G. The Army of Flanders and the Spanish Road, 1567-1569. Cambridge1972. VERGUDO, F. Comentario de la guerra de Frisia en (los) xiv años que (A. Farnesio) fue gobernador y capitán general de aquel Estado por el Rey D. Phelippe II,nuestro señor Bruselas, 1899. QUATREFAGES, R. Los Tercios. Madrid, edición 1983.CORNEJO, P. Sumario de las guerras de Flandes, desde 1559 hasta 1609. Madrid,1623. LONDOÑO, S. DE. Discurso sobre la forma y método de reducirla disciplina militar a mejor y antiguo estado... Bruselas, 1596. Idem, Comentario a lo ocurrido enlos Países Bajos en 1568... Gravenhague, 1892. LECHUGA, C. Discurso en que tratadel cargo de maestre de campo general y de todo lo que de derecho le toca en elexercito. Milán, 1603. LOLAMA, O. Las guerras de los Estados Bajos, desde el año de1588 hasta 1599. Amberes, 1625.

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la ruptura de la unidad religiosa a raíz de Lutero y por el surgimiento denuevas ideas e innovadoras teorías jurídico-políticas sobre las bases delDerecho y fundamentación de los distintos ordenamientos, con marcadadiferenciación entre el Derecho público y el Derecho privado, entre ladimensión pública y privada de la vida y actos humanos..., y con repercusiones inevitables en el Derecho internacional conforme a la ideología deMaquiavelo y sus postulados políticos, ahora centrados en puntos tan delicados y complejos como la idea y concepto del poder en sí y, también, deautoridad y libertad, en la confolmación y aplicación de la ley y de la justicia según derecho y razón, en la conjugación del legítimo derecho tanto ala paz como a la guerra o en torno a los conceptos de Estado moderno ysoberano, de soberanía y represión, de fidelidad y obediencia, etc., todosellos en pleno desarrollo y maduración. Tampoco debía resultar tarea fácilal rey de España y a su gobernador en Flandes hacerse con un ejércitoadecuado y conseguir la dirección, control y eficacia deseables de unasfuerzas armadas: nativas y extranjeras, tan heterogéneas, deficientes einestables, en su mayoría poco profesionales, indisciplinadas e inoperantes, en ocasiones, ociosas y dadas al vicio o a la rapiña y, con frecuencia,sublevadas e insurrectas a causa del hambre, a la falta de remuneraciónadecuada y al impago de sus merecidas soldadas.

Es indudable que tan difícil tarea y cometido, con doble vertiente: degobernación y pacificación general, tanto civil como militar, se convierten,desde mediados del siglo xvi, en uno de los principales y más preocupantes asuntos de Estado, ciertamente para Felipe II y sus consejeros degobierno y de guerra, pero especialmente para Alejandro Farnesio, designado por la autoridad regia para tal finalidad y misión. Nadie como elduque de Parma tuvo que vivir día a día in situ tan dura realidad y soportarla en su propia carne, a veces, en solitario y, con frecuencia, sin comprensión y ayuda de sus superiores y colaboradores.

A Felipe II, a Alejandro Farnesio y a los asesores jurídicos de éste, Baltasar de Ayala y Fernando de Salinas, constituidos, sucesivamente, juecesmilitares supremos, por nombramiento regio, para tierras flamencas (años1580-1587) con el título de «auditores generales del campo y del ejército»,se deben la Ordenanza e Instrucción militares, dadas en Bruselas, residencia oficial del gobernador general y lugarteniente del monarca en losPaíses Bajos, a mediados de mayo de 1587 y ratificadas directamente—previa aprobación real tanto por el duque de Parma como por CosmeMassi miembro de la cancillería y audiencia del capitán general.

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A ambos documentos —objeto de este trabajo y disertación— yo los califico de instrumentos básicos de gobierno, no sólo por su contenido yexcepcional importancia y significado para la institucionalización del futuroDerecho penal y código militar modernos sino también por el reflejo elocuente que nos transmiten del elevadísimo concepto e importancia que,para Alejandro Farnesio, tuvieron siempre: el mando, la justicia y la disciplina castrense. De ahí la justificación del título de mi ponencia: «La Ordenanza e Instrucción del general Farnesio (Bruselas 1587), gobernador ycapitán general de los Países Bajos, instrumentos básicos para la institucionalización y recta aplicación del Derecho penal militar. Estudio históricoy jurídico-diplomático.» (3).

De la legislación foral medieval de ámbito locala la estatutaria y reglamentista moderna

El tema propuesto, centrado y limitado a los aspectos jurídico-diplomáticosde esta normativa militar —sin que falten como encuadratura y marco delmismo las pertinentes disgresiones histórico-políticas, si no justificativas almenos explicativas de tales medidas— reviste especial interés no sólopara la historia general del Derecho español sino también para la historia

(3) La imposibilidad de manejar los documentos originales de las Ordenanzas de Alejandro Farnesio de 1587 y aún de copias autenticadas coetáneas de finales delsiglo xvi, me han obligado a servirme de reproducciones impresas no excesivamente cuidadas y, por supuesto, de fiabilidad textual sólo relativa. El texto de lasmismas puede cotejarse en distintas colecciones Legislativas y en trabajos ymonografías con inclusión de comentarios y de articulado. Personalmente, hemanejado las siguientes obras: Recopilación de las leyes destos Reynos hecha pormandado de la ma gestad catholica del rey don Felipe II. Alcalá de Henares, 1567-1569, proseguida en años y reinados posteriores. Suma de todas las leyes penales,canonicas, civiles.., de estos Reynos, de mucha utilidad y provecho no solo para losnaturales delios pero para todos en general. Primera y segunda parte, recopiladaspor PRADILLA BARNUEVO F. DE. doctor en leyes y abogado, Con adicción de nuevasprematicas, leyes y penas militares, por BARREDA, F. DE LA. alcalde de Alzadas deToledo y de CARRASQUILLA, A. DE. Pp. 124-138. Madrid, 1621. VENTURA DE L..A SALA YABARCA E. Después de Dios la primera obligación y glosa de órdenes militares.Nápoles, 1681. MORENO CASADO, J. Las Ordenanzas de Alejandro Farnesio de 1587.Anuario de Historia del Derecho Español. Tomo 31, pp. 431-458. Madrid, 1961.Texto pp. 439-455 y 143-149. J. VIGÓN. Milicia Regla Militar, pp. 87-93. Madrid,1949. VALDECILLO, A. Comentarios históricos y eruditos a las Ordenanzas Militares.Madrid, 1861. Idem, Legislación Militar de España antigua y moderna. 15 volúmenes. Madrid, 1853-1 856.

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concreta del Derecho militar, con notoria repercusión y relevancia en lafaceta relativa al Derecho penal y castrense y, como punto obligado dereferencia, en consonancia con la personalidad y cualidades de gobiernoy mando de uno de sus principales promotores y coautores: Alejandro Farnesio.

Por su contenido, carácter y estructuración, los fueros, las ordenanzas, losestatutos y reglamentos medievales y, sobre todo, los modernos, aunsiendo normas, con frecuencia, de régimen interno y siempre de rangoinferior y de menor alcance y valor que el Derecho común y que los ordenamientos y leyes generales, guardan estrechas semejanzas jurídico-diplomáticas con otros tipos documentales públicos y semipúblicos netamente legislativos o más bien dispositivo-preceptivos y, sobre todo, conaquellos cuyo tenor se mantiene en lo puramente reglamentista y estatutario, máxime durante el mandato de los Austrias.

A lo largo del tiempo, la autoridad, la sociedad y sus instituciones másrepresentativas y, modernamente, los Estados, se han servido de estavariadísima gama de normas para regir y gobernar los pueblos —en elamplio sentido de estos términos— para suplir, complementar o subsanardeterminadas carencias y necesidades jurídicas no previstas o poco explicitadas en la legislación general y, sobre todo, para regular con disposiciones de carácter puramente normativo y reglamentista-administrativo determinadas relaciones y aspectos especiales y aun facetas y actos de la vidaque, por distintas razones y circunstancias, no afectan a la mayoría ni albien general sino a personas y grupos concretos, máxime durante el ejercicio de su profesión o mientras existen circunstancias extraordinarias quejustifican tal normativa. Todo este conjunto de normas reguladoras, tanto deprimero como de segundo rango, han influido decididamente en la creatividad, conformación y aplicación del Derecho y de su larga historia.

Los fueros antiguos y las ordenanzas medievales, renacentistas y modernas, constituyen, desde sus orígenes, una rama especial del Derechogeneral común y nacen como consecuencia ineludible del establecimiento,organización y regulación de los actos humanos puestos bajo la ley, el privilegio la norma local administrativa y, también, para premiar el cumplimiento de peculiares deberes y graves obligaciones en circunstanciasfuera de lo normal, a que determinadas personas y colectivos, por razónde su profesión y cargo, por la importancia del cometido o por imperativode la necesidad y seguridad del Estado o del bien común debían ajustarsey someterse en el estricto desempeño de su oficio, misión y actividad, por

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lo general de tipo defensivo, social, público, etc. o relacionado con la repoblación, explotación agrícola...

Este tipo de legislación y normativa especial reviste singular realce e incidencia en las ordenanzas militares de alcance más o menos amplio,máxime cuando éstas no se limitan a sólo algún aspecto concreto de lavida castrense como puede ser la defensa y reestructuración de una plazafuerte y de su guarnición, la regulación del avituallamiento, alardes, libranzas y pagos, condiciones y normas para la admisión de los soldados, etc.sino que afectan a la totalidad de la vida, disciplina y actuaciones profesionales de los hombres de guerra, máxime si éstos —por razón delnúmero, por su ubicación territorial o por la importancia de la misión quese les encomienda— deben cumplir objetivos tan importantes como ladefensa y seguridad de la sociedad y del Estado, la integridad territorial delreino o defender intereses supremos y bienes generales aún con riesgo desus propias vidas. En estos casos la ordenanza alcanza o puede alcanzarla categoría jurídica de código militar y ya nada tiene que ver con la simplenormativa de régimen interno.

Desde la antigüedad, el ejercicio de determinadas funciones y profesionespúblicas, máxime si éstas se realizaban en circunstancias especiales o enmomentos de incertidumbre y peligro, dio lugar al nacimiento, si se quiereembrionario, no tanto del Derecho civil y penal general y ordinario cuantode la floración de los derechos especiales, extraordinarios y, a veces, privilegiados, de determinados pueblos y colectivos, cimentados, por unaparte, en los principios de la normativa común: civil y penal y, por otra, enlos preceptos y normas puntuales jurídico-administrativas que definían,castigaban y corregían las omisiones, extralimitaciones y quebranto delfuncionariado sometido a reglamentación y justicia especial en razóndel desarrollo de su profesionalidad y desempeño del cargo.

A partir del Renacimiento, en plenos inicios de la Edad Moderna y del surgimiento de los Estados modernos, en el Derecho civil y, sobre todo, en elpenal especial —como es el caso el Derecho y códigos militares de lossiglos xvi-xviii adquieren particular relevancia:a) La razón justificativa de la norma y del servicio que trata de garantizar.b) La importancia de la transgresión u omisión.c) La transcendencia y repercusión de su quebranto, en proporción directa

con aspectos concretos de la defensa de la vida y derechos fundamentales de las personas o, bien, relacionados con la convivencia, la economía, la política, la disciplina y el honor, la seguridad e integridad del

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reino y de sus territorios y, especialmente, con la salvaguarda de losintereses y objetivos políticos, administrativos, económicos, sociales,expansivos..., tanto internacionales como nacionales, locales y sectoriales, por lo general, estrechamente vinculados con la Corona, con laautoridad representativa de la sociedad o con el propio Estado.

El Derecho militar, con su normativa peculiar y propia y sus preceptos castrenses en materia de organización, régimen y disciplina y, también, conlos referentes a contabilidad, reorganización y administración de bienes yservicios o a la aplicación de la justicia a todos los sometidos a la jurisdicción militar, no surge de repente ni perlecto y sólo se consolida y pertecciona con el tiempo y por razón de necesidad, eficacia u operatividady como consecuencia de diversidad de circunstancias, transformaciones ycambios operados en el seno de la sociedad. El gran desarrollo de lasciencias y las técnicas y la nueva concepción de la’vida y de la escala devalores ejercen especial influjo en el campo de la política, el comercio, lacultura, la economía y las artes. En torno a este conjunto de circunstanciasy fenómenos innovadores se suscitan nuevas posturas individuales ycolectivas sobre la limitación del poder, la articulación del Derecho y la problemática, delicada e imprecisa, del ejercicio del derecho a la libertad, a laautonomía e insumisión y aún a la soberanía e independencia.

La creación y desarrollo del Derecho, cimentado sobre principios y valoressustantivos, con aplicación conforme a justicia y razón, no puede ser frutodel capricho y voluntad de uno o varios líderes políticos o militares, aunque efectivamente la autoridad política y los grandes tratadistas hayanejercido decisiva influencia en la creatividad, desarrollo y formulación delmismo, sino más bien producto y efecto de la lenta configuración, estructuración y transformación tanto de la sociedad, del Estado y aún del propio estamento castrense, en constante evolución y desarrollo, como de lanueva concepción y fundamentación del Derecho general y común y, nomenos, de los derechos y normas particulares con los que, desde siemprey en mayor o menor escala, se ha regulado la aplicación de la justicia yequidad.

La promulgación de normas jurídicas de ámbito local y carácter reglamentista, reguladoras de aspectos concretos de tipo económico-administrativo,laboral, urbanístico, convivencial o profesional, dadas a pueblos, comarcas, comunidades o colectivos militares o gremiales por reyes, grandesseñores, autoridades e instituciones civiles, eclesiásticas o castrenses, diolugar a los fueros medievales que junto con las costumbres, privilegios,

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exenciones, cartas de población y franquicias juegan, durante la EdadMedia, un papel decisivo a la hora de los asentamientos y repoblación yconfiguración de España (siglos x-xiv) y se convierten en la principal baseordenancista por la que se administraron, gobernaron y rigieron la mayoría de nuestras mancomunidades, pueblos y plazas fuertes, dispersos porlas distintas comarcas, provincias y reinos hispanos.

A partir del siglo xv —y por razones que no hacen al caso— el sistema foraly aun los derechos privilegiados locales experimentan, como la sociedad ysus componentes humanos, una fuerte crisis.

La nueva normativa foral, principalmente la regia, concejil y señorial, sueleser copia repetitiva de la precedente medieval, ciertamente con recortes yadaptaciones a las peculiaridades y nuevas necesidades de las ciudades,villas, aldeas y pequeños colectivos municipales y gremiales, para quienesse confeccionaron y dieron.

El entramado normativo y la estructuración jurídico-administrativa de lamayoría de estas disposiciones y ordenanzas renacentistas responden alnuevo modelo de los fueros y ordenamientos regios —por lo general cortos— dados, desde la segunda mitad del siglo xv y, sobre todo, durante elsiglo xvi, principalmente por los monarcas, pero también por sus legítimosrepresentantes y órganos de poder, a determinados colectivos y gruposprofesionales.

Mayor importancia que estos «fueros cortos» revistieron las llamadas«ordenanzas mayores», los estatutos, reglamentos, instrucciones y fuerosahora de corte nuevo y mucho más amplios y generales, otorgados a raízde la conquista de Granada, descubrimiento del Nuevo Mundo y unificación de España y, especialmente, a partir de las nuevas concepciones ydoctrinas filosófico-políticas e ideales imperialistas que tanto tuvieron quever con el absolutismo regio, la soberanía del Estado, el expansionismoterritorial aún fuera de las fronteras naturales.., y en el caso de España, laproyección hacia Europa, Canarias, Africa y tierras de América y Filipinas.La elaboración y diseño de gran parte de esta normativa reglamentista sedebe a los Reyes Católicos y a sus inmediatos sucesores: Carlos 1 y Felipe II,que la conciben, bien como códigos especiales de bastante amplitud, promulgados no para la generalidad de los ciudadanos sino para grupos concretos, bien como norma complementaria y perfeccionadora del CuerpoLegislativo General, bien para regular importantes aspectos de la administración general o local relativa a la convivencia y actividades profesionales

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y mercantiles, o como ordenamiento singular, con valor de ley transitoria yexcepcional, para garantizar la defensa y seguridad de los súbditos y naturales, de las ciudades, fronteras y enclaves estratégicos de sus reinos y,no menos, de la población .y territorios recién conquistados e incorporadosa la Corona, tan necesitados como el resto de adecuada ordenación jurídica, administrativa y territorial.

El derecho local e institucional de régimen interno, expresión conjunta dedistintos poderes y jurisdicciones y, al mismo tiempo, símbolo de autonomía, de exención y de normativa foral privilegiada, regulado hasta ahorapor la Corona y sus legítimos representantes: autoridades delegadas e instituciones convergentes, dotadas de cierta autonomía, poder y jurisdicción,termina, en muchos casos, despojándose de su carácter de norma fundamental y estable, característica de los ordenamientos y leyes generales,hasta el punto de perder todo o parte de su primitivo valor jurídico-administrativo. Sólo en casos excepcionales y por razones de Estado o deextrema necesidad y gravedad —como ocurre con las Ordenanzas de Farnesio— tal normativa, limitada al personal castrensede un territorio concreto: los Países Bajos, adquiere categoría de ley básica y de código militar, con rango de norma suprema de justicia militar, reguladora no de laadministración y reorganización del Ejército o de otros asuntos y materiasrelacionadas con la contabilidad, vigilancia de permisos y controles periódicos, número de soldados... sino con las actividades y disciplina prof esional castrense, la justicia, la convivencia, etc., con delimitación exclusiva asólo los hombres de guerra puestos a disposición y a las órdenes delgobernador y capitán general de los Países Bajos y vinculados a aquellasprovincias, territorios y campañas.

Desde finales del siglo xv (1495) y a lo largo del xvi —como queda dichoanteriormente— son numerosas y variadas, en cuanto a contenido,alcance y destinatarios, las ordenanzas, instrucciones y reglamentos militares que, con carácter de precepto, de provisión real, de pragmática sanción o de norma reglamentista castrense, se dieron a la totalidad o a unaparte de los ejércitos y cuerpos militares, tanto por nuestros monarcas:Reyes Católicos (años 1494, 1500, 1501, 1503 y 1509), Carlos 1 (años1531 y 1548) y Felipe II (años 1556 y 1596) como por parte de destacadosgobernadores, virreyes, generales y autoridades castrenses dotadas dejurisdicción y mando verbigracia el Gran Capitán, Gonzalo de Córdoba, elcardenal Cisneros, la gobernadora Margarita de Parma, el duque de Alba,don Luis de Requesens, don Juan de Austria, Hernán Cortés, el virrey del

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Perú don Francisco de Toledo y el duque de Parma y Plasencia, por sólocitar algunos (4).

De entre todas estas ordenanzas e instrucciones hay unas cuantas quepara la historia del Derecho militar revisten especial significado y relieve.Dos de ellas se deben a los Reyes Católicos y son del siglo xvi. La primeradel año 1500, con carácter y título de Carta de instrucción, enviada algeneral de la Armada de las costas de Sicilia, don Gonzalo de Córdoba y,la segunda, de 27 de septiembre de 1503, con título expreso de Carta deordenanza dirigida —como en ella se indica— especialmente a los capitanes generales y mandos del reino (España) para la buena gobernación denuestras guardas y artillería y de otras gentes de guerra y oficiales dedicha tropa.

En esta misma línea y con idéntico contenido, no son menos importantes,la que el duque de Alba envía, en 1567, al ejército destacado en los Países Bajos, intitulada: Ordenanzas disciplinares y, para no hacer interminable la cita, la Ordenanza e Instrucción promulgadas en Bruselas por elduque de Parma el 15 y 23 de mayo, respectivamente, del año 1587, condestino a los Estados y Ejércitos de Flandes, en calidad de normativa principal e instrumento directivo, prácticamente único, para la recta aplicaciónde la justicia y del derecho penal militar entre las Fuerzas Armadas puestas bajo su mando y dirección.

El articulado de las cinco piezas jurídicas reseñadas reviste bastantesemejanza jurídico-diplomática en cuanto a estructura material y formal,contenido reglamentista e instruccional, finalidad, aspectos reguladores ypersonal e instituciones a quienes van dirigidas: mandos superiores, oficiales y soldados y, en particular, a los jueces militares: capitanes genera

(4) QUATREFAGES, R. en su obra Los Tercios... o.a.c., especialmente en los «anexos» yen los «Documentos finales», reproduce las Ordenanzs de los RR Católicos de 1503e, igualmente, el Discurso del maestre de de campo Sancho de Londoño de 1567y las Ordenanzas disciplinares militares del duque de Alba de 1569 y 1573, respectivamente, en las pp. 80-1 03, 167-476 y 495-510. Con relación a las provisiones einstrucciones dadas por don Francisco de Toledo, virrey del Perú, véase la obra deLOHMANN VILLENA, G. Francisco de Toledo. Disposiciones gubernativas para e! Virreinato del Perú 1569-1574. Sevilla, 1986. Respecto de la Ordenanza e Instrucción deAlejandro Farnesio de 1587, puede consultarse con provecho el trabajo, ya citado,de MORENO CASADO, J. Las Ordenanzas de Alejandro Farnesio de 1587. AH DE, tomo31, 1961, 431 -458.

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les, auditores y letrados, designados para juzgar y asesorar a los distintosmiembros del ejército, a los maestres de campo, prebostes, capitanes decampaña y al resto de los oficiales, suboficiales y personal auxiliar condelegación y poderes limitados.

La reorganización y transformación, a lo largo de nuestro siglo de oro, delas Fuerzas Armadas españolas, sometidas a nueva disciplina, mejor formación y a una mayor profesionalidad, con integración en ellas no sólo dela caballería —arma tradicional de la nobleza y Ejército medieval— sinotambién y principalmente de la Infantería y Artillería y, finalmente, de laArmada naval, requerían normativa y reglamentación adecuadas y, porsupuesto, un nuevo sistema militar más dinámico y moderno, adaptado alas nuevas circunstancias y necesidades y en consonancia con las realidades políticas, territoriales y económico-administrativas de España y delos Países Bajos, centro y base de gran parte de las operaciones bélicas.

Dicho sistema militar —consecuencia de una política exterior recientemente inaugurada por la Monarquía española— y, no menos, de las incipientes doctrinas juridico-políticas-defensoras no sólo de la razón deEstado sino también de la recién inaugurada teoría del Estado soberanomoderno y de la propia justificación de códigos, normativas y aún de penasespeciales por razones supremas de necesidad, defensa, guerra, etc.debería ser:1. Amplio y plural, puesto que la organización y normativa afectaría por

igual a las tropas reales peninsulares y extranjeras, ubicadas dentro ofuera de nuestras fronteras naturales y, cada vez, más estables y profesionales.

2. Regido y articulado exclusivamente por el Estado y sus órganos degobierno.

3. Puesto únicamente bajo la autoridad y obediencia del monarca, de suslugartenientes y de sus legítimos mandos.

4. Dotado de ordenamiento jurídico o de normativa judicial y disciplinarpropias, promulgadas mediante provisiones, pragmáticas, ordenanzas,instrucciones, reglamentos o códigos (5).

(5) FRAGA IRIBARNE, M. «Baltasar de Ayala (1548-1584)». Nota tricentenaria. RevistaEspañola de Derecho Internacional, pp. 125-141.

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Con la sistematización del Derecho y disciplina militar —reglamentadosmediante ese conjunto de ordenanzas e instrucciones del siglo xvi, a quevengo refiriéndome y, en particular, por aquellas que gozan de especialpersonalidad y relevancia debido a su alcance y contenido normativo— seinaugura para la justicia militar una nueva etapa legislativa, dándose así elpaso decisivo hacia los códigos modernos y ordenanzas de justicia militarde corte moderno de principios del siglo xvii (año 1701) que, con el advenimiento al trono de España, del primero de los Borbones, Felipe V, tomancarta de naturaleza e, igualmente, a la institucionalización de distintos jueces, tribunales y juzgados de guerra, con división de dos clases de jurisdicciones militares, una ordinaria y la otra extraordinaria y, como consecuencia y ramificación última, a la rehabilitación del Consejo de Guerra (6).

Autoría, denominaciones y contenidode las Ordenanzas de Alejandro Farnesio

Una vez establecida la naturaleza de las «ordenanzas» en general y de las«militares» en particular y tras haber diseñado brevemente algunos aspectos relativos a la composición, disciplina y características del Ejército deFlandes, dentro del complicado ensamblaje político-social, económico yterritorial que presentan España y las distintas provincias de los PaísesBajos durante el mandato de Felipe II, paso a ocuparme de tres puntos queconsidero principales dentro de este estudio y disertación. Me refiero concretamente a la autoría, denominación y contenido de las Ordenanzas Militares de 1587, dadas por Alejandro Farnesio con fuerza de ley especialcon valor preceptivo-directivo, y no como simple norma de régimen interno,a las Fuerzas Armadas de unos territorios concretos, vinculados y dependientes por legítima herencia de la Corona española hasta la abdicaciónde Carlos V, su emperador y señor natural pero sublevados y, en granmedida y número, independizados de España y de su rey Felipe II desdemediados del siglo xvi.

Mientras gran parte de las ciudades y pueblos de las provincias integradasen los Estados españoles de Flandes luchan por conseguir su independencia en pleno clima de sublevación, España, Felipe II y sus lugarte

(6) BALDOVIN Ruiz, E. «Fi fuero militar en las ordenanzas (segunda parte)’>. Revista deHistoria Militar, número 77, pp. 61 -1 06. Madrid, 1994.

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nientes y gobernadores: doña Margarita de Parma, el duque de Alba, donLuis de Requesens, don Juan de Austria y, finalmente, el duque de Parmay Plasencia, gobernador y capitán general de los Ejércitos de los PaísesBajos, se esfuerzan por la defensa y mantenimiento de los mismos, enunas ocasiones, por la vía de la negociación pacífica y, en otras, por lafuerza de las armas y, a veces, sirviéndose de una y otra vía.

En medio de ese clima enrarecido, preocupante y nada favorable se elaboran y promulgan las Ordenanzas de Farnesio. Baste recordar a este respecto hechos y circunstancias tan poco propicias como el estado constante de crispación y de guerra, la lejanía y conformación de los PaísesBajos, la gran diferencia —a veces antagónica— de aquellos pueblos respecto de España y de los españoles, en cuanto a carácter, costumbres,religión, lengua, instituciones e intereses, el apoyo económico y militar conque contaron los cabecillas y sublevados de parte de los tradicionales enemigos de España: Inglaterra y Francia y de las facciones más pudientes ypolitizadas de Europa: los calvinistas y hugonotes, la pluralidad y heterogeneidad de un ejército, en ocasiones, improvisado, inestable y escaso desoldados o formado exclusivamente por valones y flamencos y, en otras,aunque numeroso —cerca de 30.000 hombres— con predominio de mercenarios españoles, italianos, alemanes y flamencos, quizás con mayorprofesionalidad y motivación que en los primeros tiempos pero, en elfondo, asalariados, indisciplinados y sin vocación, las más de las vecesmal equipados, poco acostumbrados a la orografía y climatología de aquellas tierras y, sobre todo, a la dureza de una guerra sin tregua, realizadasobre escenarios totalmente desconocidos, frecuentemente mal pagadosy carentes de los recursos indispensables para hacer frente a las necesidades fundamentales de sus propias vidas y subsistencia.

A todo esto hay que añadir la escasez de recursos económicos y demedios humanos, armamentísticos, etc. de que disponía España y, sobretodo, Castilla, para mantener a su costa tan dilatado imperio, sin olvidar eltipo de política exterior inaugurado por nuestra Monarquía, la enorme dificultad de llevar a cabo las consignas y deseos de Felipe II, tocados, enunos casos, de inconmovible firmeza y, en otros, de excesiva indecisión yvariabilidad.

Autoría

La autoría, si no material al menos formal de Alejandro Farnesio, respectode las llamadas Ordenanza e Instrucción, firmadas por él en Bruselas en

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mayo de 1587, cuando ya habían pasado nueve años desde su nombramiento para el cargo y desempeño de su doble función de gobernador ycapitán general de los Países Bajos (desde 1578), está fuera de duda y asílo explicitan la tradición de casi cuatro siglos, la estructura, el tenor documental y la validaciófty promulgación de ambos documentos, evidenciándolo de modo especial el encabezamiento y cierre de sus respectivos protocolos y escatocolos.

Otra cosa es establecer la importancia y grado de intervención: total o parcial, directa o indirecta de Farnesio, no en la promulgación de los mismos—hecho indiscutible— sino más bien en la preparación, formulación, elaboración definitiva y ejecución formal de las Ordenanzas.

A la hora de establecer un baremo aproximado, indicador del grado deintervención y responsabilidad documental, revisten especial importanciala suscripción y firma del gobernador y capitán general: Alexandre Farnese, en francés, acompañadas de las del resto de los ejecutores materiales y formales de los distintos intervinientes y testigos de excepción, queactuan, bien por mandato o ruego del Rey y de su lugarteniente, bien porrazón de oficio o como requisito legal exigido por la administración para laemisión, expedición y validez de la documentación pública. Entre los«intervinientes» de ambos documentos figuran: Cosme Massi en calidadde secretario— refrendario, que actua: «por mandado de su alteza»,Alonso de Cáceres escribano público de la Audiencia General y, como testigos especiales: el doctor Fernando de Salinas, auditor general y miembrodel Consejo de Su Majestad, Alonso de Cabrera, preboste general del Ejército, Pedro de Segovia, atambor general y pregonero público y Hernandode la Peña, alguacil mayor de la Audiencia General.

Difícilmente llegaremos a probar y menos a saber con certeza el grado deintervención y autoría de Alejandro Farnesio en estas Ordenanzas y, tampoco, si podemos considerarlo autor y responsable único de las mismascon el calificativo de alma de tal ordenamiento militar.

Parece normal —y así sucede en más de un 95% de los casos— que tratándose de documentación pública, elaborada oficialmente en cancilleríasregias, en curias señoriales y en oficinas notariales, la formulación, estructura, tenor, articulado y vida de tales documentos oficiales, debido a lacomplejidad, tecnicismo jurídico, cancilleresco y lingüístico, y a los principios doctrinales, disciplinares y legales que regulan e informan ordenamientos de semejante naturaleza, contenido y finalidad, haya que atribuirlos a una o más personas, expertas en derecho y disciplina: general y

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militar, y conocedoras en profundidad de los destinatarios a los que tal normativa debe aplicarse.

El monarca español y, sobre todo, este experimentado general y lugarteniente, conocían como pocos la vida y disciplina castrense, la composicióny efectividad del Ejército y de sus principales componentes: los soldados,con sus virtudes, defectos y limitaciones. Sabían hasta que punto erannecesarios la disciplina y el orden de las tropas y, por supuesto, estabanal tanto de la situación crucial y peligrosidad por la que pasaban los Países Bajos, en estado de rebeldía, perturbación y con amenazas de invasión e independencia, tanto por parte del príncipe de Orange y demás enemigos de la soberanía española como por la postura de un buen númerode autoridades locales y de la masa popular capitaneada por aquéllos. Deahí que nadie mejor que ambas autoridades: tío y sobrino, para una vezsentida la necesidad de contar con normativa jurídico-penal militar adecuada a la época, circunstancias y situación, dotar oportunamente al Ejército y a sus autoridades de código propio y de normativa clara para la rectaaplicación de la justicia castrense. Es muy probable que uno y otro: Felipe IIy Alejandro Farnesio, fueran los promotores y asesores principales y losprimeros y más interesados en urgir la elaboración de un ordenamientomilitar en el que se estableciesen las materias concernientes a la justicia,conforme a derecho y razón, y en consonancia con los demás edictos yordenanzas reales, inicialmente en exclusiva para los hombres de guerraintegrados en aquellas tierras y unidades, pero con posibilidad de extenderlo y aplicarlo después a otros ejércitos y agrupaciones militares.

Con el fin de mantener en buena disciplina al Ejército de los Países Bajosy de garantizar la equidad y justicia a la hora de juzgar a sus miembros, el27 de mayo de 1580 Felipe II —previa recomendación y consejo de Alejandro Farnesio— designa al joven jurista Baltasar de Ayala para asesorpersonal del gobernador y capitán general y, al mismo tiempo, para el oficio de «auditor general del campo y del Ejército», cargo y oficio quedesempeña hasta el momento de su muerte, acaecida en 1584.

Para la designación de este alto e importante cargo de «auditor general»,tanto Felipe II como, seguramente también, el gobernador y capitán general de aquellos Estados, tuvieron en cuenta —así se dice en la carta denombramiento expedida en favor de Baltasar de Ayala— el buen sentido,literatura, lealtad, diligencia, conocimientos y experiencia del maestro Baltasar de Ayala, licenciado en Derecho por la Universidad de Lovaina y, a lahora de delimitar los poderes, prerrogativas y obligaciones inherentes a

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dicho cargo, se le da pleno poder, autoridad y mandato especial para elejercicio del mencionado oficio, con la obligación añadida de prestar elasesoramiento debido al capitán general, principalmente en materiastocantes a la justicia y a los juicios militares, campos en los que deberíaactuar siempre con rectitud de intención y conforme a derecho y razón, taly como lo prescribían los edictos y ordenanzas reales.

Don Manuel Fraga Iribarne, en otro tiempo catedrático de Derecho políticoy, en la actualidad, presidente de la Autonomía y Junta de Galicia, conmotivo del homenaje rendido a Baltasar de Ayala en el IV centenario de sumuerte, atribuye a él la gestión y autoría de las Ordenanzas farnesinas de1587, asegurando que la actuación de tan eminente jurisconsulto, durantelos tres años que ejerció en los Países Bajos como asesor jurídico y auditor general constituye la clave y raíz de este ordenamiento militar, puestoen vigor tres años después de su muerte (7).

Sin quitar mérito alguno a tan eminente jurista, nacido en Flandes pero deorigen español, y respetando en términos generales la aseveración deldoctor Fraga Iribarne, pienso que Baltasar de Ayala —autor al menos dedos célebres tratados de Derecho, uno titulado: De jure et officiis bellicis etde desciplina militariimpreso en Doual el año 1582 y, más tarde, reeditadoen Amberes, Lovaina y Madrid y, el otro, intitulado De Pace, desgraciadamente perdido o en lugar desconocido y que no debió pasar de manuscrito— influyó decididamente en los estudios preparatorios y formulaciónbásica de dichas Ordenanzas. Sin embargo, yo no me atrevo a decir quesolamente influyó e intervino en ellos Baltasar de Ayala, excluyendo de laredacción definitiva a otros juristas y asesores técnicos, hecho que ponende manifiesto las propias Ordenanzas al mencionar como testigos e intervinientes de singular relevancia al nuevo «auditor general» y asesor deAlejandro Farnesio, el doctor Fernando de Salinas, miembro del Consejode Su Majestad y a don Alonso de Cabrera, «preboste general» del Ejército de aquellos Estados.

Por sentido común, hay que suponer que en la formulación definitiva de losdos documentos portadores de las Ordenanzas de 1587 —siempre abiertos a posteriores revisiones, a nuevos añadidos y a ulterior perfecciona

(7) IRIBARNE, M. «Baltasar de Ayala. opus citada, pp. 135-137.

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miento en cuanto a número de normas, gravedad de las penas y diversidad de procedimientos judiciales..., surgidos para llenar importantesvacíos jurídicos, conforme a las necesidades y circunstancias cambiantesno sólo de los mandos, oficiales y soldados sino también de las unidadesmilitares, integradas en la Milicia, y del propio Ejército— debieron intervenir juristas y jurisconsultos de talla y de confianza del Rey y, no menos, delafecto y estima de Alejandro Farnesio y de sus Consejos de Estado y deGuerra. No creo se pueda excluir a quien, por entonces ocupaba el cargode «auditor militar general», el mencionado doctor Fernando de Salinas,sin que falten otros de rango y graduación inferior, cuyos nombres y actuaciones se me escapan, pero no por ello menos eficaces, condenados comotantos otros a permanecer en el anonimato. Aducir por ahora más datossobre la autoría de estas Ordenanzas no está al alcance de mis posibilidades y silo hiciera, no pasarían de pura conjetura o de simple aventurahipotética

Diversidad de denominaciones

Por lo que se refiere a las distintas denominaciones y títulos asignados alordenamiento de Farnesio, conviene advertir que la razón de tal diversidadobedece, en gran parte, a la carencia de título específico al inicio de lasOrdenanzas, a la estructura jurídico-diplomática que presentan ambosdocumentos y, también, al poco dominio del Derecho y de la Diplomáticade gran parte de los historiadores, comentaristas y editores.

Numerosos estudiosos y editores españoles de los siglos xvii-xix le atribuyenindistintamente el título de: «leyes», «fueros nuevos», «estatutos», «edictos», «provisiones reales», «pragmáticas», «disposiciones gubernativas»,«ordenanzas», «instrucciones’>.., militares del duque de Parma, o este otrocalificativo compuesto: Edicto, ordenanza e instrucción sobre justicia militar,dado por Alejandro Farnesio a los Ejércitos de los Países Bajos en 1587.

En pleno siglo xx, Jorge Vigón, J. Moreno Casado, René Quatrefages,Fraga Iribarne, E. Valdovín Ruiz... y otros muchos, siguen manteniendo eltítulo general de Ordenanzas Militares promulgadas por Farnesio en Bruselas el año 1587 para el Ejército de los Estados de Flandes, con la especificación, para la primera parte u ordenanza primera, del 15 de mayo, deOrdenanza e institución gubernativa del oficio y facultades de Auditorgeneral y demás auditores del ejército y Tercios de Flandes y, para lasegunda —de 22 de mayo del mencionado año 1587— de Edicto-instruc

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ción militar sobre el oficio de Preboste general y demás capitanes y barricheles del ejército de los Países Bajos.

Dichos títulos proceden, en unos casos, del estudio y contenido de la normativa textual y, en otros, del carácter, formulación y estructura jurídico-diplomática que presentan los dos documentos, en todo semejantes a lasprovisiones reales, pragmáticas sanciones, ordenanzas, reglamentos einstrucciones militares del siglo XVI.

En el preámbulo de ambos diplomas se justifica la necesidad de dotar alEjército de «instrucción y ordenanza hasta ahora inexistentes» y, lógicamente, de mandos con el oficio y misión de velar por su cumplimiento yrecta aplicación. De ahí que, a lo largo de su articulado, se llenen estosvacíos mediante la creación de los cargos y oficios de «auditores y juecesmilitares» y la regulación de sus facultades y obligaciones. Para lasegunda parte, se deja todo lo relativo a la institución y atribuciones del«preboste general» y demás capitanes y barracheles, encargados del normal desarrollo de los procesos y ejecución de las sentencias dictadas porlos jueces.

Ambos documentos —carentes de título específico jurídico-diplomático—advierten en su último párrafo que dichas normas, con carácter de instrucción ordenancista militar, una vez promulgadas tras el respectivo pregón yedicto, se dan con fuerza de ley al estilo de las provisiones reales y, sóloen el segundo, se explicita, a modo de incipit, la correspondiente intitulación: Edicto, ordenanza e instrucción del serenísimo Duque de Parma yPlaseneia, etc. de la Orden del Toisón de Oro...

Desde la perspectiva jurídico-diplomática y en orden al establecimiento desu correspondiente tipología documental, considero correcta la denominación de Ordenanzas Militares en plural sin necesidad de otros calificativos añadidos, no sólo por razón de su estructura, contenido, tenor y validación sino también por tratarse de dos documentos separados y conentidad propia, si bien cada uno de ellos constituye una parte de la totalidad reglamentada aunque con normativa concreta, ya que la primeraparte o primer documento se centra en la institución de la figura jurídicadel «auditor general» y de los demás auditores y jueces delegados conindicación concreta de las prerrogativas, derechos y obligaciones anejosa sus cargos; el segundo, en cambio, gira en torno a la institución del«preboste general» y del resto de los prebostes, capitales y barracheles,

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y de sus obligaciones en cuanto al seguimiento de los procesos y ejecución de las sentencias (8).

Contenido

Al menos desde 1500 el Ejército español gozaba ya, si no de «auditorescastrenses generales» en toda regla y de corte moderno, si de jueces:ordinarios y extraordinarios, para conocer y dirimir los pleitos y diferenciasde carácter civil y criminal surgidos entre sólo hombres de guerra, o entreestos y personas civiles o acogidas al fuero eclesiástico. Es más, existeconstancia de que el cargo de «auditor general del campo y del Ejército»de los Países Bajos lo creó Carlos y en 1553 y su primer titular fue donJuan Stratius.

Los maestros de campo, los corregidores, gobernadores y demás autoridades militares dotadas de mando y jurisdicción pero, sobre todo, los capitanes generales, estaban facultados para hacer justicia y proceder a dictarsentencias, tanto interlocutorias como definitivas, con imposición de privaciones, penas correccionales, castigos, etc. incluida la privación de la vidao pena capital (9).

La Ordenanza de 15 de mayo de 1587, que yo califico de parte primera delOrdenamiento Militar u Ordenanzas de Alejandro Farnesio, establececomo regla suprema que la autoridad judicial máxima en lo castrense,desde ahora se vincula al oficio de «auditor general», figura pensada y creada para el Ejército de los Países Bajos y sólo subordinada al rey deEspaña y a su lugarteniente en aquellos Estados. Al «auditor general» le

(8) La presencia, en el texto de estas Ordenanzas de varios términos de origen alemán,francés, flamenco, italiano, etc. de los siglos xv-xvi verbigracia articles (ant. Artikel),barrachel o barrichel (ant. Barigel), buefs (ant. Befehl), gemeynes (ant. Gemeyn), bourguez-bourgés (ants. Bourgeois, Borghese), placarte (ant. Plakat), comboyas (ants.Convoi, Convoyer), corveas (ant. Corvee), vivanderos (ants. Vivandier-Vivanda)... y elpropio nombre y apellido del capitán general, Alexendre Farnese, podría ser indiciode la pluralidad y origen vario de los redactores y destinatarios y, por supuesto, nodestacar la posiblidad de originales múltiples, redactados en varios idiomas, conforme a la composición y procedencia de la tropa. Aun tratándose de original único,nada se opone a que desde el principio hubiesen existido varias traducciones simultáneas, autenticadas para uso e inteligencia al menos de las principales unidadesmilitares de nacionalidad e idioma distintos.

(9) BALDOVIN Ruiz, E. «El fuero militar de las ordenanzas...”, opus citada, pp. 61-62. FRAGAIRIBARNE, M. BaItasar de Ayala, p. 135.

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corresponde por oficio y cargo el ejercicio efectivo de dicha autoridad judicial y jurisdicción militar en las causas y asuntos de justicia de los hombresde guerra, siempre en calidad de juez ordinario, delegado del capitángeneral, y, en última instancia, del Rey.

Tras la consignación de este principio y norma básica se precisan conminuciosidad las funciones y competencias propias del «auditor general»y de los demás jueces en razón de las personas, lugares, asuntos, materias, gravedad de las causas a juzgar..., resaltándose con especial énfasislos siguientes puntos:1. Prerrogativas exclusivas del «auditor general» en cuanto a concesión

de gracias, perdones, salvoconductos, etc.2. Excepciones y causas especiales que escapan a su jurisdicción y atri

buciones.3. Explicitación de causas, materias, asuntos, etc. bien de competencia

exclusiva del juez auditor, bien de competencia compartida con otrasautoridades judiciales y auditores particulares de cada unidad, tercio oregimiento, por razón de gravedad del asunto, dignidad de la persona,pertenencia del transgresor o inculpado unidades alemanas, etc.

4. Leyes y normas a que deberán atenerse el «auditor general» demásjueces inferiores o particulares a la hora de aplicar, con tacto y mesura,las correcciones, castigos y penas.

5. Procedimiento a seguir y normas a aplicar en los juicios y causas relativos a transgresiones que afectan a leyes civiles y disposiciones locales, máxime si se trata de asuntos sometidos a doble jurisdicción(«casos mixtos») o cuando en la querella están implicados militares yciviles.

6. Personas a quienes corresponde ejecutar las sentencias militares ymodo de ejecutarlas.

7. Directrices en cuanto al orden y manera de proceder con los bienes delos soldados muertos, tanto si fallecieron tras haber hecho testamentocomo ab intestato.

8. Moderación en la tasación arancelaria de derechos y salarios en las distintas actuaciones del juez ordinario.

9. Vigor y alcance de esta normativa con tuerza de ley, al estilo de las provisiones reales: ad modum provisionis facta, como se lee en el últimopárrafo de los dos documentos.

En la segunda parte de estas Ordenanzas Militares concretamente lafechada el 22 de mayo de 1587, complementaria de la primera e intituladaen su encabezamiento con esta triple denominación: Edicto, ordenanza e

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instrucción, el rey de España y su lugarteniente en Flandes, tras instituir eloficio de «preboste general», establecen y regulan mediante 19 párrafoslas facultades y deberes de quienes por cargo oficial colaboran y coadyuvan tanto a la administración de la justicia militar y a la ejecución de laspertinentes sentencias como en tareas relativas a la consecución del buenorden, gobierno, convivencia, disciplina, guardia y desplazamientos delEjército, destacando de modo especial la figura, prerrogativas y funcionesdel mencionado «preboste general» y demás prebostes auxiliares, por serellos los ejecutores principales de los bandos, instrucciones y órdenes delcapitán general y del maestre de campo, y estar obligados por oficio ahacer observar y cumplir a la tropa tanto las constituciones y ordenanzasmilitares como las sentencias, decretos, órdenes, etc. del «auditor general» que, en nombre del Rey y del capitán general administra justicia directamente o por medio de sus delegados en los Países Bajos.

Al igual que el documento primero, este segundo —de idéntico tenor yestructura también se da per modum provisionis y «con fuerza de ley», esmás, yo añadiría que también y con más exactitud per modum pragmaticae sanctionis, es decir, en la forma y con el vigor de las pragmáticas sanciones sin haber pasado por las Cortes, ya que efectivamente su estructura, redacción y contenido, con institución de cargos importantes, y elcarácter ejecutivo que presenta, a modo de precepto o mandato sobremateria concreta de gran relieve, lo asemeja, indudablemente, a algunasprovisiones reales y en cambio, por la amplitud e interés de la normativareglada, por su carácter legislativo con fuerza de ley y por razón de laforma de promulgación, mediante pregón y edicto público, que la autoridadgubernativa y militar le atribuye, pienso que, desde el punto de vista de ladiplomática, el modelo que imita y trata de reproducir es el de las «pragmáticas sanciones» (10).

(10) cuando aquí se afirma sobre las Ordenanzas en general y sobre las Ordenanzas Militares en particular, sólo es válido, desde el punto de vista jurídico-diplomático, paralos periodos medieval y renacentista y, sobre todo, para las de el xvi. Las correspondientes a los siglos xvii-xviii, aunque tienen mucho en común con las procedentes, sin embargo difieren bastante y están ya más próximas a los códigos militaresque a los fueros y reglamentos internos. A medida que abanza el tiempo y, concretamente hasta la aparición del sistema constitucional y parlamentario, la potestadlegislativa se afianza en la personal del Rey, reduciéndose la competencia de lasCortes a la de un órgano consultivo no vinculante para la Corona. Sólo la potestadreglamentaria y gubernativo-administrativa sigue distribuyéndose entre la Corona ylos organismos que actúan por delegación y orden del Rey. Contra el parecer de

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A lo largo de este articulado ordenancista se delimitan también los cargosy actuaciones correspondientes a los colaboradores del «preboste general», en particular las de los «barracheles» o jefes de la policía militar,«capitanes de campaña» y demás oficiales y ministros inferiores de justicia encargados, a su vez, de la vigilancia y disciplina y, algunos de éstosverbigracia el superintendente, el comisario general de avituallamiento, losvigilantes, etc. con funciones, bien policiales fie control y vigilancia, bien deintendencia y sanidad o, simplemente, con la misión organizativa de laguardia, asentamiento, movilización y desplazamientos de la tropa y de loscampamentos (11).

Valor y significado de las Ordenanzas de Alejandro Farnesio

Desde 1580 —fecha en que Felipe II decide dotar a las tropas de Flandesde ordenamiento y régimen jurídico especial y propio y de letrados y expertos que lo apliquen con equidad y conforme a derecho, a fin de conseguirel deseado fruto de aquel ejército recién reorganizado y puesto a las órde

A. Valdecillo, pienso que, al menos hasta entrado el siglo xviii, no es preciso que lasordenanzas militares procedan exclusiva y directamente del Rey, expedidas motupropio. Basta con que tengan el refrendo o aprobación real para que alcance talrango y, de hecho, numerosas ordenanzas fueron expedidas y promulgadas porgobernadores y capitanes generales, y no faltan las elaboradas y expedidas por losConsejos. La aseveración de Valdecillo es aplicable a las Ordenanzas Generales Militares, dadas para la totalidad del Ejército con carácter de código militar, pero no alas ordenanzas militares locales que afectan exclusivamente a un arma, a un regimiento o conjunto de unidades, a una parte del ejército, etc. Tampoco está claro nies cierto —como afirma Valdecillo— que la ordenanza militar tenga más firmeza queel Real Decreto y menos que la pragmática sanción. En las Ordenanzas del generalFarnesio, relativas a las instituciones de los auditores, prebostes y oficiales de justicia, y a la normativa a seguir en las causas y juicios de los hombres de guerra de losPaíses Bajos, sobre todo en materia penal, se dice taxativamente «que (tales normas) se observen y guarden de aquí adelante puntualmente (por los jueces) y quetengan fuerza de ley per modum provisionis», mientras Su Majestad y lugartenienteno ordenen cosas distintas o contrarias a lo dispuesto. Para nada se mencionan laspragmáticas sanciones, y menos los Reales Decretos y Reales Ordenes, tan utilizados durante los siglos xviii-xix. Puede comprobarse la opinión de A. Valdecillo en suobra: Comentarios históricos y eruditos a /as Ordenanzas Militares, pp. 1-3. Madrid,1861.

(11) En forma esquemática y partiendo de textos impresos, lógicamente sin la riqueza ygarantías de los originales y copias notariales autenticadas, me permito presentar laestructura documental de las Ordenanzas de Farnesio —a mi entender— con tipologíay estructuración más próxima a las pragmáticas sanciones que a las provisionesreales: 1. Protocolo inicial: a) intitulación; b) preámbulo expositivo-justificativo; c)

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nes de la autoridad designada por el Rey para desempeñar por sí la acciónconjunta de la política y de las armas— hasta 1587, año de la promulgación de las Ordenanzas, gestadas durante largos años por el gobernadory capitán general de aquellos Estados, tanto el monarca como su lugarteniente consideran indispensable la promulgación de un ordenamiento militar suficientemente amplio y adecuado a las necesidades y circunstanciasdel momento. De este modo quedaría asegurada la eficacia, servicios ymisión encomendada a aquel Ejército y asegurada la disciplina, el ordeny la justicia. Sin este nuevo instrumento jurídico, símbolo del nuevo régimen militar, resultaba inútil confiar en la consecución de las metas y finesmarcados al Ejército de Flandes y menos aún en su operatividad y vigencia sin la creación de jueces y personal colaborador que, aplicando tallegislación, velasen por el cumplimiento de todo lo dispuesto en materia dedisciplina y de justicia.

Tras los resonantes triunfos políticos y militares de Alejandro Farnesio y desus tropas en los Países Bajos, entre los cuales deben incluirse el asalto ytoma de la ciudad de Maastricht, las capitulación de Amberes, el convenioy Tratado de Arras, la pacificación de Gante, Nimega y Brujas, el edicto deunión de Bruselas, etc. y en el momento en que, vueltos los Tercios españoles e italianos a Flandes, se está procediendo a su definitiva reestructuración, y la paz y el orden se van extendiendo a casi todas las provinciasexceptuadas dos: Zelanda y Holanda, Alejandro Farnesio cree llegado elmomento (años 1586-87) de regular, «según derecho y razón», las materias relativas a justicia militar íntimamente relacionadas con la convivencia,orden y disciplina castrense, indispensables para alcanzar los objetivos

dirección o destinatario en forma más o menos explícita: II. Texto o cuerpo documental articulado con un total de 39 párrafos en la primera parte o primer documento, incluido —al final— el mandato-orden de promulgación y la declaración delvigor y alcance de esta normativa estatuaria y de 19 artículos en la segunda parte osegundo documento. Mediante este conjunto de 58 artículos se instituyen, en primer lugar, las dos figuras principales de la justicia castrense: el «auditor» y el «preboste» generales y, después, otros oficios del poder judicial militar en los PaísesBajos, es decir, los demás jueces y colaboradores inferiores de la justicia y vigilantes de la disciplina y de los procesos judiciales, señalados con minuciosidad y precisión las obligaciones anejas a sus cargos y la reglamentación a que debían atenerse a la hora de actuar; III. Escatocolo final: 1. Datación tópica y cronológica porel sistema moderno. 2. Validación con las consiguientes suscripciones y rúbricas osignos y el dato de la registración, sin consignación de sellado. 3. Pregón promulgatorio complementario pero independiente del texto y validado. Estos pregones—ya que cada documento lleva el suyo propio— no se incluyen en el texto y susfechas son distintas y posteriores a las que presentan las Ordenanzas.

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políticos y bélicos propuestos y el éxito y eficacia profesional en las actividades y campañas militares.

Ninguna instrucción u ordenanza precedente —leemos en el preámbulodel primer documento ordenancista— se había ocupado hasta entoncesde los profesionales y encargados por oficio, en calidad de jueces y ejecutivos de la aplicación y ejecución de la justicia castrense en Flandes, nide la normativa por la que deberían regirse.

Debido precisamente a la naturaleza de esta normativa nueva, apartadadel espíritu foral medieval y aún de la reglamentación ordenancista y estatutaria modernas, excesivamente delimitadas en cuanto a alcance, contenidos, asuntos, corto número de unidades y soldados a que afectaban...,se hacía precisa otra reglamentación mejor estructurada, más eficaz y demayor rango jurídico-diplomático, con valor de ley especial para un ejércitosumamente heterogéneo y carente de normativa única, en estos momentos tan necesaria y justificada, dadas las difíciles circunstancias políticas,económico-sociales, bélicas e históricas por las que atravesaban Españay los Países Bajos y, no menos, por imperativo de la guerra.

Resultaba de todo punto imposible aplicar —a aquellos soldados desarraigados de su patria y destacados en Flandes—, pero disponibles a voluntad del Rey para cualquier eventualidad de maniobra o campaña bélica enlos distintos territorios de Europa:1. La legislación general: civil y penal común a todo el reino.2. Someterlos a la diversidad de normas y usos locales de las distintas

provincias y Estados en los que prestaban sus servicios.3. Gobernarlos con unas ordenanzas militares no adecuadas a los tiem

pos y circunstancias.

La promulgacióny vigor de la normativa existente hasta entonces, nopasaba de reglamento de régimen interno carente de fuerza de ley y, porlo general, limitado a sólo aspectos y materias de administración, contabilidad, defensa o disciplina militar en íntima relación con el reclutamiento,organización y reestructuración del Ejército nacional, o solamente de algunas unidades militares ubicadas lejos de nuestras fronteras.

Muchas ordenanzas se fijan exclusivamente en materia de seguridad,defensa y vigilancia de territorios, plazas, fuertes y fronteras o en otrosaspectos y facetas tocantes a la convivencia y disciplina, técnicas de armamento y de combate, servicios, número de hombres de guerra, cualidadesexigibles a todo soldado, avituallamiento de la tropa, fijación y distribución

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de salarios y soldadas, obligaciones de los mandos, oficiales y soldados,castigos y penas por indisciplina, incumplimiento del deber, ausenciasinjustificadas, comisión de irregularidades, control de escándalos, vicios,blasfemias, juegos prohibidos, etc.

Las Ordenanzas de Farnesio se apartan por completo del resto de losreglamentos y normativas ordenancistas habituales hasta finales del xvi,en cuanto que el contenido y tipo de normatividad de éstos se limitaba alrégimen interno y a lo puramente reglamentista, no pasando nunca de normas complementarias o supletorias de otros ordenamientos y códigosgenerales. Si bien es cierto que el ámbito y esfera jurisdiccional de lasOrdenanzas de 1587 son mucho más amplios, generales y precisos quelos tramitados por otros reglamentos e instrucciones militares, tanto deprocedencia real como de otras autoridades gubernativas y militares de lossiglos xv y xvi, la diferencia fundamental entre unas y otros estriba en elmodo, fuerza y vigor de su promulgación. Alejandro Farnesio, con delegación y por expresa orden de Felipe II, promulga sus Ordenanzas con valory fuerza de ley de rango superior a las normas e instrucciones militarescorrientes. Su articulado ofrece la estructura y finalidad de código penalbásico en materia de justicia militar.

De la importancia y alto significado histórico-jurídico de estas Ordenanzasda cuenta el interés suscitado por ellas dentro y fuera de España entre estudiosos e historiadores del Derecho, y este hecho y circunstancias lo justifican también las numerosas ediciones y estudios a que han dado lugar.

Los dos documentos ordenancistas de Alejandro Farnesio forman un tratado o, mejor, un código de justicia militar y, a juicio de varios especialistas, constituyen una de las fuentes más importantes de todo el Derechomilitar europeo de corte moderno, iniciado a principios del siglo xviii con eladvenimiento a España de la dinastía borbónica.

La regulación y castigo de las actividades fraudulentas o irregulares cometidas por soldados e igualmente de los delitos militares perpetrados por elpersonal castrense destacado lejos de España y n momentos tan delicados y complejos, no podía hacerse a tenor de sistemas obsoletos e insuficientes y, por supuesto, no adaptados a las necesidades reales comosucedía a las ordenanzas hasta entonces vigentes por lo general locales,con radio de acción muy limitada y basadas sólo en los privilegios y derechos adquiridos, a todas luces injustos y contrarios a la nueva concepciónde la soberanía del Estado moderno y a la mentalidad de los hombres delRenacimiento.

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Frente al Derecho general, ordinario y normal, demasiado lejano de nuestros Ejércitos de Flandes y, no menos, frente a la ineficacia de la normativa foral y reglamentista, prácticamente en desuso, la gente de armas,reestructurada ya en ejército más estable y profesional y obligada por lanecesidad de la guerra a cumplir con deberes profesionales duros y peligrosos en circunstancias y lugares nada propicios, precisaba con urgenciade nueva y específica reglamentación.

Admitida la idea —por entonces revolucionaria— de la justificación de laguerra y de su realización y, sobre todo, de la necesidad y derecho agozar de código y leyes propias y peculiares cuantos intervenían comosoldados en estas acciones bélicas, debido a las necesidades e imponderables de la guerra y a las circunstancias en medio de las cuales sedesarrollaba la vida y campañas militares, sólo faltaba que alguien llevasea la práctica tales principios e hiciese efectivos el mencionado derecho ynecesidad.

Así surge, tímidamente y en forma de ordenamiento, el Derecho penal militar, un derecho, si se quiere especial, pero básico y distinto del establecidoen los códigos y ordenamientos penales de carácter general, en los que,con frecuencia, abundan los preceptos y mandatos militares que definen ycastigan las extralimitaciones de los funcionarios en general y las de lossolados en particular, en el ejercicio y desempeño de sus obligaciones profesionales y mientras se mantienen en filas.

Más que crear e instituir nuevos cargos para la administración de la justiçia militar, lo que hace Alejandro Farnesio es precisar —conforme al Derecho positivo que regula las causas y ejercicio de la guerra justa— la función y obligaciones sobre quienes, en lo sucesivo y de forma oficial ydirecta, recaerá el oficio y misión de velar por el cumplimiento y ejecuciónde todo lo relativo a materia de justicia castrense. Pero por encima de todo,lo que pretende su principal promotor y autor, es dotar al Ejército de losPaíses Bajos de un código legal de justicia militar con personalidad y autonomía respecto del Derecho general, al que en lo sucesivo, deberá atenerse el poder judicial máxime a la hora de aplicarlo, haciendo recaer laresponsabilidad principal en cuanto a aplicación y ejecución, en el capitángeneral, auditor general, preboste general y maestre de campo y, enmenor grado, en los otros auditores, prebostes, capitanes de campaña ypersonal auxiliar de la justicia, encargados de la ejecución de las sentencias, del desarrollo normal de los procesos y del mantenimiento del ordeny disciplina militar.

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Con la promulgación y puesta en vigor de esta normativa de rango superior con carácter y fuerza de ley, las Ordenanzas del general Farnesio seconvierten —como queda dicho— en ordenamiento jurídico especial autónomo y en norma básica para el ejército y personal castrense adscrito alos Estados de Flandes, abriéndose de este modo el camino a la justiciamilitar moderna.

Si la fama y respeto, como gran gobernante y excepcional político y militar, merecieron al duque de Parma y Plasencia el título de «primer general» y, a la vez, de «primer soldado» entre los Tercios y soldados de Flandes, la elaboración y promulgación de sus famosas Ordenanzas dadas ensus últimos años de gobierno ya próximo a la muerte (año 1592) le convierten ahora en auténtico innovador doctrinal del Derecho ordinario y enpionero y creador del Derecho particular, autónomo y propio, en materia dejusticia militar, circunstancias estas que acreditan, de forma singular, elvalor y alto significado de este moderno código castrense, bautizado porsu autor y colaboradores más directos y luego por numerosos comentaristas, con el impreciso título de: Edicto, ordenanza e instrucción y, por lamayoría de los estudiosos contemporáneos, con el de Ordenanzas Militares, dadas por el duque de Parma y Plasencia para los renovados Ejércitos de los Países Bajos.

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CUARTA CONFERENCIA

FELIPE II Y LA ESTRATEGIA MILITAREN EL NUEVO MUNDO

JUAN PÉREZ DE TUDELA Y BUESODoctor en Historia y catedrático emérito.

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FELIPE II Y LA ESTRATEGIA MILITAR EN EL NUEVO MUNDO

No es precisamente insólito el escuchar de labios de personas cultas laafirmación de que lo logrado por los españoles en América en el espaciode un siglo es algo asombroso. Comenzaremos por sumarnos a esa apreciación, que tanto mejor viene a nuestro caso cuanto que es un siglo exactamente el tiempo que transcurre entre el desvelamiento de la «TierraFirme de las Indias» por Cristóbal Colón, en 1498, y la muerte del Rey Prudente. A lo largo de ese siglo los españoles y conforme nadie ignora, nosólo habían reconocido el doble continente en sus rasgos esenciales, sinotomado posesión efectiva de parte muy considerable de su territorio y deenclaves decisivos para su dominio.

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Como sujeto a tendencias de mi oficio, prefiero no enfrascarme en elsubrayado adjetivo —en este caso lo asombroso— y añadir en cambio queestamos no ante un ejemplo de causas misteriosas o de virtualidades inexplicables, sino de un panorama continuado de condiciones y de hechosque nos remiten a motivaciones colectivas claras y consabidas: las delconquistador español. De las que debe afirmarse, eso sí, que constituyenalgo fuera de lo común, por su energía, arriscamiento y pertinacia, dentrode la Historia universal. Pero mi propósito se centra en relacionar esepanorama con sus aspectos bélicos (o polemológicos si queremos decirloen estilo más nuevo y ampliatorio). No para descubrir a ustedes algo quepuedan ignorar. Pretendo solamente relacionar con la justeza aquí posiblelos caracteres de la «guerra indiana», en su peculiaridad, con el horizontegeofísico e histórico en que se despliega; y que institucionalmente estabaenmarcado por la llamada «política indiana» de la Monarquía católica.

Lo haremos a la vista de ese períil mudo del mapa del Nuevo Mundo queahí se proyecta mediante transparencia, para mejor recordación de líneasque, siendo sin duda archiconocidas para todos ustedes, no estarándemás, sin embargo, en ayuda de mis palabras.

Por las fechas de 1581 y tras las Cortes de Tomar que sancionaron laincorporación de la Corona de Portugal, con todos sus dominios, al conjunto de Estados que constituían la Monarquía católica, llegaba ésta a loque en el plano teórico había de ser su extensión máxima; al tiempo queen su capacidad bélica se constituía en especie de alcázar descomunal.Especialmente porque aquella adquisición, nada lejana del triunfo deLepanto, venía a cerrar en el Atlántico —no así en el océano Indico— lasgarantías defensivas de la potencia hispana y a permitir la unidad de decisión estratégica de una potencia considerada «solar» vista desde dentro ydesde fuera y no sólo en sentido metafórico. Y ello a pesar de que, conforme habría de experimentarse en la siguiente centuria, la conservaciónde la Corona portuguesa en su interna y autonómica constitución administrativa no se prestaba en verdad a soñar desde Madrid con omnímodasplanificaciones de belicismo solar en el Atlántico.

Con todo lo que tiene a nuestros oídos de concepto tópico hasta la saciedad, es semejante dimensión de «grandeza histórica’> la primera condicióna considerar por nuestra parte en cuanto al espíritu sobre el que reposa laestrategia filipina relativa a las Indias. Y es que, por encima de todo, setrata de una estrategia sometida a un postulado providencialista tan proclamado como interiorizada en las gentes de todo rango; esto es, una

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especie de mandato lógico a ser consecuentes, mediante subordinadafidelidad, al orden preceptivo que no otorgaba sin exigir; y en virtud decuyos dictados —conforme a esta concepción, mucho más empirista de loque se suele pensar— la potencia hispana se había desplegado con celeridad y amplitud pasmosa ante todas las miradas.

Salvo que al hablar de estrategia —de acuerdo con el título de mi exposición— no estará demás advertir en qué sentido he querido poner pordelante una categoría —esa de la estrategia— cuyo peso en nuestras descripciones ulteriores más bien puede parecer somero, que no determinante, en vista de los caracteres de la «guerra indiana» y de lo que en elloshay de abultadamente subrayable como perteneciente a la esfera de latáctica. Digamos, por ejemplo significativo entre tantos posibles, cómo lacaptación del olor de la «bija» o tinte con que se colorea el indio cuandosale a acometida guerrera, procura al soldado español un «arma» defensiva de alto precio, dentro de la panoplia de las armas que están reservadas sólo para el mílite «baquiano» o curtido en los particulares experiencias del Nuevo Mundo.

Ni qué decir tiene que está lejos de mi propósito entrar en tan clásica ynunca trivial cuestión como es la de delimitar ambos campos conceptuales, de táctica y estrategia. Nos resultará suficiente, sin duda, el atenernosa la sensata observación de Mariano Rubió y Beilvé en su Diccionario deCiencias Militares sobre que lo importante, por encima de la red de laspalabras es entender su sentido en relación con el sentido de los hechos.Y aquí los hechos son meridianos en su jerarquía dispositiva. A una guerra que se había llamado por antonomasia de «la conquista de las Indias»,había sucedido conceptualmente un empresa militar llamada oficialmentede «pacificación». Dicho más explícitamente, de atracción pacífica de losindios a un dominio español cuya justificación última o causa política era laevangelización de los naturales. Cabe por supuesto, en relación con ello,formular la serie —tan amplia como se quiera— de ironías y de sarcasmosacerca del juego abusivo del vocabulario político sobre el tablero de lasrealidades y de sus miserias instrumentales. Pero eso tampoco sería hacerjusticia a los hechos. Desde mediados del siglo estaba en avance un categórico designio de transición ideológica en el sentido que decimos, de«conquista» a «pacificación», que dejó huella múltiple y diversa, en mandatos y en sucesos. Y al frente de los primeros, sin duda, ese hito legislativo que son las Ordenanzas «para descubrimientos, nuevas poblacionesy pacificaciones» de 1573; expresión la más extensa y rigurosa de la orientación que comentamos.

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Ahora bien; si concedemos —y no veo otra mejor salida doctrinal— que lanota esencial en la noción de estrategia es su superioridad abarcadora delas situaciones, para que la finalidad y medios se correspondan con virtualidad de sistema, habrá de concederse también que aquella transiciónrepresenta implícitamente un mandato de eminente y general alcanceestratégico. En virtud del cual, todas las ideas dispositivas y las normastácticas o de ejecución sobre el terreno quedaban como subordinadas auna finalidad que no consistía tanto en asegurar el triunfo en una batalla,cuanto en persuadir al contrario de la conveniencia que ambas partestenían en establecer relaciones de trato amistoso, imprescindibles a laentrada en funciones de los religiosos misioneros. Lo que entrañaba unasobligadas consecuencias moderadoras en las justificaciones previas alcombatir y en el modo de «seguir la victoria». O, visto desde los presupuestos de la atalaya legislativa del Consejo: una estrategia para convencer no debía ser la misma que para vencer simplemente.

Estamos así ante un rumbo de limitaciones operativas de signo humanitario que, sin ser algo absolutamente desconocido, por supuesto, en la historia bélica, no era ni iba a ser el inspirador de reglas áureas en los enfrentamientos militares europeos. Y en cambio marcó de forma indeleble lahistoria de las fronteras españolas en América con el signo de contenciónque les fue común (y que puede contrastarse inmediatamente con loactuado por lusitanos y anglosajones).

Y no es que faltaran causas para que la variedad de los paisajes, vicisitudes y situaciones de los diferentes «reinos y provincias» del Nuevo Mundoaconsejaran establecer diferencias legislativas sobre las acometidas militares en aquel inmenso escenario (como a una serie de respectos de lavida civil se fueron implantando, consecuentes, además, con el pragmatismo experto del Consejo de Indias). Sin embargo, prevaleció en el ordenmilitar la prudencia conservadora de la homogeneidad. Una lógica preferencia ante eventualidades en las que importa primordialmente la rapidez y la disciplina operativa de la respuesta. Lógica ha de verse, pues, laafirmación vigorosa en las Indias —tierra de frontera toda ella, en el sentido más lato— del fuero militar, en su doble vertiente (milicias provinciales, y tropas «veteranas» o a sueldo permanente); al tiempo que la utilización política del poder de las armas bajo esa esencial institución directivaque fue la Capitanía General. Que vino así a resultar capital en la historiapolítica de la América Hispana desde sus orígenes.

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Porque, como bien recuerdan ustedes dentro de un sistema en el que lascuatro funciones del poder Real, es a saber: Justicia, Gobierno, Guerra yHacienda, pueden, aunque independientes, articularse mediante la pluralidad facultativa de un oficio, o la acumulación de oficios en una misma persona, el cargo de gobernador aparece en las Indias sistemáticamente asociado al de capitán general. No es esta ocasión para extenderse en lasconsecuencias graves y largas que esa coyunda tuvo en el Nuevo Mundo,donde la división territorial se fue trazando esencialmente a través de laconstitución de las gobernaciones para la conquista. Me limitaré a señalaresta obviedad: lo difícil, por no decir imposible, que resulta imaginar que elproceso formativo de las naciones hispanoamericanas hubiera logradoalcanzar las maduraciones de sentido nacional a que llegó efectivamente,sin la armazón disciplinaria que representó la Gobernación CapitaníaGeneral, asistida (al menos en el plano teórico) por las luces y los frenosde la esfera de la Justicia.

Nada más consabido que los precios que aquel reforzamiento autoritariotuvo respecto de las libertades «republicanas»; puesto que correspondió aun rasgo genérico del Anclen régime occidental. Pero no menos consabidodebiera ser que el problema «eterno» —valga decir— de armonizar«orden» coactivo y libertades, alcanzaba cotas superiores de complicaciónen aquellos «reinos y provincias», creciendo en hetereogeneidad social, ydonde el mantener con medios increíblemente reducidos la concordiapacífica frente a la amenaza latente de las «alteraciones» violentas, constituía una instancia primaria y perentoria. Tanto como lo comprendió unSimón Bolívar cuando llegó a los padres emancipadores el turno de lascomprensiones.

Pero vengamos ya a nuestro mapa indiano de finales del siglo xvi. Lo primero a subrayar en él es que no se presta desde luego a auspiciar un espíritu de derrota, por sensibles que hubieran resultado los fracasos de laMonarquía católica en su intento de debelar a la inglesa. Y explican, por elcontrario, el designio de no arriar la insignia de combate frente a los émulos. Más bien esta monumental efigie cartográfica ayuda a entender el tonode impasibilidad —de reflexiva prudencia, en el fondo— que el Rey Prudente adoptó frente a las vicisitudes bélicas de su reinado, ya desdela hora de San Quintín. Responsabilidad de preservar y cultivar ante todo laenormidad del predio «concedido» a los hispanos por la Providencia, ytemor de tentar al cielo con exceder del derecho y de las fuerzas propiases la consigna que planea sobre sus decisiones; como igualmente ala hora de aconsejar lealmente a su sobrino don Sebastián; o de vedar a la

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expedición a las «islas del Poniente» —la que mandaría Miguel López deLegazpi (1564)— su intromisión en el hemisferio lusitano (aunque al caboen él se instalara el dominio castellano sobre las Filipinas). El examen delas fronteras imperiales no arroja sino las cuentas particulares de esa granesencial cuenta estratégica que mira con realismo las propias posibilidades; la propia responsabilidad histórica.

Descendamos de Norte a Sur. En la costa atlántica americana, la península de la Florida marca ya un espacio fronterizo imposible, se diría, de sersuperado hacia el Norte. Temprana como había sido para los conquistadores de las Antillas la atención a aquella tierra —recuérdese a JuanPonce de León—, resultó más rica en obstáculos pantanosos y flechascerteras de los naturales, que en rendimientos útiles. Y no tardandomucho, los fracasos de Lucas Fernández de Ayllón en las que se llamaríanluego las Carolinas confirmaron la oscuridad del pronóstico septentrional.Igualmente, los intentos realizados a partir del seno mexicano, culminadosen las penetraciones famosas de Hernando de Soto en el sureste de Estados Unidos hasta la cuenca del Misisipí, no arrojaron sino una saldo negativo sobre el valor de aquella inmensidad territorial; si no, claro es, en términos absolutos, si en el relativo al precio de «señorearlos» según lo quepretendían los conquistadores; es decir, con verdad etimológica, establecerse allí en condición de señores de una población indígena sometidaa tributo, a la manera que se había hecho en las islas y en los ámbitosconquistados en el continente. Salvo que se ofreció excesivo el contrasteentre la mucha pujanza guerrera de los naturales y su escasez en bieneslucrativos.

Quedó así abierto el litoral atlántico a conatos de los rivales europeos,como el emprendido por los hugonotes franceses en 1562 al mando deJuan Ribaut y con la protección del almirante Coligny, y que motivaría laréplica de Felipe II por el procedimiento excepcional de costear aquellagruesa Armada que capitaneada por Menéndez de Avilés venció y castigóa los franceses con inhumano rigor; para afianzamiento de la planta española —fuerte de San Agustín— en tan crucial enclave, y al precio dedemostrar hasta qué punto el enfrentamiento religioso podía añadir cerrazón anticaritativa a los conflictos entre cristianos.

Hacia el mediodía, las Antillas habían cedido ya hacía más de medio siglosu papel de plataforma impulsora del avance colonizador, traspasado a laNueva España desde su conquista por Hernán Cortés. Lo peor para el dispositivo imperial es que las «islas», en su descenso de potencialidad y sin

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posibilidades de responder a la competencia atractiva del continente (enparticular, la del Perú y sus dones argentíferos), vinieron a quedar marginadas de la atención metropolitana; tanto como para que los caribessiguieran en posesión de aquellas «plazas» que significaban la «entrada alas Indias» (Martinica y Guadalupe en cabeza) y la presencia de los corsarios llegara a convertirse gradualmente en formal asalto de guerra bajola conducción de Francis Drake y de John Hawkins. Cuando en 1588 sedecidió en Madrid la gran operación fortificadora encomendada al maestrede campo Juan de Texeda y a Juan Bautista Antonelli, el gran ingenieromilitar al servicio del Rey, la Habana y Puerto Rico constituyeron con todarazón, los dos pilares isleños a rehacer a ciencia y conciencia, dentro delplan que proponía por incuestionables bastiones litorales del dispositivoindiano las plazas de San Agustín, Cartagena, Santa Marta (y por dignosde alternativa los del istmo panameño, Nombre de Dios y Portobelo, asícomo San Juan de Ulúa). Algo que resultó esencial, desde luego, para laconservación del dominio español en el Nuevo Mundo. Pero de todasmaneras insuficiente para contener la degradación de la orIa insular comoavanzada defensiva del espacio continental. Conforme a la cumplidademostración ofrecida por el siglo xvii.

La Nueva España, convertida en el extenso virreinato presidido por unaurbe de tal peso como México, se constituía, en cambio, a múltiples respectos, en el patrón o espejo de contrastes primero para la política indiana;comenzando por el hecho de que, a partir de la posesión de semejantedominio de recursos y de perspectivas, no es propiamente una hegemoníatalasocrática o asomada al mar y a sus problemas el designio que presidela instalación española en el Nuevo Mundo, sino el de asegurar una progresión colonizadora hacia el interior de aquellas inmensidades, de suerteque fuese aquel avance, con sus frutos, el que sustentase la seguridad dela conexión con la madre patria.

Con relación al rumbo septentrional, la ascensión mexicana (nuevos reinosde Galicia, de Vizcaya y de León) se vio, en efecto estimulada por loshallazgos y las explotaciones mineras; pero también severamente cohibidapor la sequedad semidesértica de unos paisajes recorridos hasta lacuenca del río Grande, por irreductibles y casi inasibles nómadas de arcoy flecha. De modo que, pese a las noticias espejeantes divulgadas sobreCíbola y las Siete Ciudades (consecuentes al viaje de Alvar Núñez Cabezade Vaca y a la expedición de Francisco Vázquez Coronado), habría deesperarse hasta fecha tan tardía como la de 1596 para que los estímulosse sustanciaran en una capitulación —la otorgada a Juan de Oñate— para

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instalar allí un Nuevo México. Que si demostró por cierto a lo largo del sigloxvii la posibilidad de sustentarse y aún crecer, vino al cabo del siglo a evidenciar, con el derrumbamiento de la gobernación, hasta qué punto erafrágil aquella especie de isla colonizadora, separada por 1.000 kilómetrosde virtual desierto, de su tronco novohispano y rodeada por un ilimitadomar de paganidad nada dispuesta a «servir» con efecto a los cristianos ya sus exigencias.

En cambio, el continuo de los establecimientos españoles en América Central o Mesoamérica —aunque con huecos inquietantes en la costa atlántica como los de Honduras y el Darién— alcanzaba a tener solidez paraenlazar la jurisdicción de Guatemala con la de Panamá, con adquisicionesde planta, ya en nuestra época, tan valiosas como la representada porCosta Rica, la conquista de Juan Vázquez Coronado.

Sobre el continente austral, la ocupación vino a tener el designio implícitode constituir una oria de bastiones de guerra y gobierno —de gobernaciones/capitanías— decididamente dispuestas a explorar y señorear el interior de su territorio mucho antes que a perfeccionar sus implantacionescosteñas. Una oria que, cómo no, debía circundar por el océano del Norteo Atlántico y el del Sur o Pacífico, la descomunal plataforma neomundana.Con esta salvedad, por supuesto: que entre la desembocadura del Amazonas y la proximidad del río Grande do Sul, los derechos lusitanos consagrados por el Tratado de Tordesillas establecían una cesura de doblecariz mirando al futuro. Positiva en la medida en que fuesen aliadas las dosmonarquías hispanas y los lusitanos capaces de defender sus dominiosbrasílicos como lo habían hecho frente al conato francés capitaneado porNicolás Durand de Villegagnon (1 555-1 560); pero inquietante en la medidaen que desde Madrid tenían que considerarse siempre con suma moderación las formas de contener la incontenible vocación de los portugueses aextralimitar sus excursiones allende la «raya» divisoria fijada en Tordesillas. Salvo que no fue sino en el siglo xvii cuando el doble problema de ladefensa frente al asalto holandés, y el de la transgresión lusitana, se desplegó con todas sus gravedades. En tiempos del Rey Prudente, el Brasilno constituía sino un motivo, y de los sustanciales, para procurar sosiegoa la estrategia filipina.

La verdadera y razonable causa de cavilación mayor en los ámbitos australes estuvo en la orientación a seguir respecto del río de la Plata y susgrandes anejos territoriales. Porque era en aquel espacio donde cabíaplantearse con toda perentoriedad y gravedad la manera geográfica y los

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medios políticos para, con independencia de la solución panameña, y además de ella, articular aquel gigantesco conjunto de bastiones de nexo litoral que venía a ser el del establecimiento español en el continente meridional, y sobre el que la naturaleza no prodigaba precisamente lasfacilidades de conexión interna entre los mismos. Por el contrario, espatente que si hasta hoy se nos ofrece formidable el contraste entre elpoblamiento suramericano en guirnalda litoral y la profundidad de losvacíos internos, no se debe a deméritos o infortunios de las disposicioneshumanas sino, mucho antes, al mandato, difícilmente apelable hasta ayermismo, del cuadro que dibujan una orografía titánica y los cursos fluvialesque la obedecen.

Nada, entonces, más naturalmente motivado en los aventureros de lascarabelas, que el ansia de encontrar las brechas hídricas que les permitieran remontar desde las selvas costeras a las promesas de los «eldorados» o emporios de tierra adentro, presuntamente transitables y domeñables; y, en el vértice de las pretensiones, abrirse camino navegable «demar a mar». A vista epilogal sobre el mapa, ya se ve la dimensión relativacon que se cumplieron aquellas esperanzas. En el istmo panameño, el ríoChagres fue una clave de fortuna extraordinaria —hasta hoy vigente— quepermitió poner las mercancías europeas en el Perú, así como la plataperuana en Sevilla, mediante un solo y breve transbordo terrestre. Sevillay el Callao se daban una mano casi naval. No es exagerado hablar, entonces, de un prodigio ofertado por la naturaleza a un Imperio español marcado en su futuro con el cuño de la plata peruana.

En la fachada septentrional del seno caribe, la doble vía de penetraciónbrindada por el Magdalena y el Cauca permitiría la instalación, sobretechos andinos, de un Nuevo Reino de Granada mucho más brillante porla fama de sus esmeraldas que por sus posibilidades expansivas en paisajes de topografía vertiginosa y de vegetación de «montaña», aunqueengarzados, eso sí, por la ruta encumbrada y practicable que a través delreino de Quito y del Perú lleva hasta los confines de Chile: esto es, la granavenida andina de la instalación española. Fuera de ella, tan sólo el magnoabanico fluvial del río de la Plata deparó a los castellanos un proporcionado horizonte de posibilidades para avanzar hacia el Norte en profundidad —como lo hicieron hasta el Paraguay y —lo que aún significabamás—, de tender caminos acuáticos (el Pilcomayo y el Bermejo) hasta loscordales y el macizo andino: de asentar, por lo tanto, las bases de unacolonización sólida y ancha en el Atlántico meridional, que se encadenaracon la del ámbito peruano y chileno. Porque, en cuanto a la fachada sep

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tentrional y oriental del continente, luego de descontado el inmenso arcobrasílico, no cabían ilusiones llanas ni inmediatas: ni respecto de las formidables y selváticas cuencas del Orinoco-Meta, ni respecto de la delAmazonas, una vez entrevistas, podían alimentarse otros sueños de futuroa la mano que los del denuedo exploratorio; sueños tan «eldorados», esosí, como se quisiera, y aptos para movilizar «entradas» de tan cierto éxitocomo lo preconiza un Vargas Machuca; pero alzados sobre las especulaciones que propicia la enormidad misteriosa de las selvas terciarias.

Obligado fue que si respecto del septentrión indiano el nudo de las preocupaciones viniera a radicar en mantener el nexo con las Antillas Mayoresy Veracruz mediante la llamada «flota de la Nueva España», asegurandosus puntos neurálgicos (San Juan de Puerto Rico, Santo Domingo, laHabana, San Juan de Ulúa), en relación con el continente austral, es decir,con los dominios del virreinato peruano, la instancia estratégica tendiera abascular entre dos opciones no necesariamente antagónicas, pero si rivales dentro de una economía de medios monopolísticos para el tráficoindiano como lo fue la desarrollada por la Casa de la Contratación de Sevilla; esto es, de un lado, esa institución viajera de guerra y comercio que fuela «Armada de los galeones» o de la Tierra Firme, al servicio de la rutaCádiz-Cartagena de Indias —Nombre de Dios y Portobelo— enlazada a lade Panamá-El Callao y los puertos del mar del Sur; y por otra parte, ladirecta «entrada» al interior suramericano a través del río de la Plata,mediante la potenciación del puerto de Buenos Aires y la ocupación pobladora de los inmensos espacios tendidos entre el Atlántico y los Andesperuanos y chilenos.

El primer gran arbitrio, o del istmo panameño, tuvo desde el principio ycontinuadamente la ventaja de asociarse al transporte razonablementeseguro y relativamente rápido de los tesoros peruanos a España. En cambio, el que pudiéramos llamar «sueño de la magna llave rioplatense» presentó, y también desde el principio, los costes inherentes a la implantacióndominadora en unos territorios de imponderable valor por su futuro pecuario y agrario, pero de fiera crudeza «natural» para el conquistador y parasus ilusiones de «señorear» riquezas contantes a la mano; salvo el refugioexcepcional —e increíblemente oportuno— que a los españoles brindaronlos guaraníes del río Paraguay.

Virtualmente abandonada la ciudad de Buenos Aires, a poco de serfundada por don Pedro de Mendoza (1536), el repoblarla vino a constituir,lógicamente, una preocupación de primerísimo orden en el panorama de

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la política indiana. Por eso, el que tan preeminente reedificación tardasemás 44 años en producirse, no deja de ser revelador en extremo del gravamen retardatario que en el fondo operaba contra la «entrada rioplatense»; y que tenía un doble cariz: de una parte, el que, de ser sufragadapor la Real Hacienda, representaba una inversión muy costosa y de resarcimiento a distancia; a menos que el puerto bonaerense se habilitara decididamente como entrada y salida de los tráficos altoperuanos, que teníanya en la plata del Potosí la insignia más relumbrante de la época a escalamundial. Salvo que contra esa solución operaban a priori los inconvenientes que para el bien asentado sistema de los «galeones» de Tierra Firmeo del istmo panameño (con su atadura de intereses), ofrecía la alternativadel gran estuario platense, donde Buenos Aires no dejaba de significar otracosa que un refugio precario en aguas de navegación peligrosa, circundado de soledades enteramente abiertas al «comercio ilícito» y por dondese deslizarían los tesoros peruanos, fuera de las fiscalizaciones de laCorona de Castilla. Una tentación particularmente viva para los navíos dela Corona de Portugal, en virtud de sus bases brasileñas y de su vastaconexión operativa en tres continentes.

Es decir, que se cernían sobre el futuro, más que presumibles, los «excesos del puerto de Buenos Aires», para decirlo con la fórmula (que llegó aser salmodial), de los intereses sevillanos.

A la vista de las postulaciones y de las gestas de los conquistadores ypobladores de las gobernaciones platenses durante la segunda mitad delsiglo (Buenos Aires, Paraguay, Tucumán, Cuyo e igualmente la de Chile)nadie pueda dudar de cómo los arduos empeños fundacionales de ciudades que de allí partieron, tenían por natural premisa para el porvenir la restauración de la «entrada» bonaerense. Se entiende así el encargo que deaquel objetivo se hizo al virrey don Francisco de Toledo, como de algoimportante, a la hora (1568) en que se trazaron las directrices reorganizativas del virreinato peruano. Un objetivo que hizo suyo con toda clarividencia y contumacia el célebre oidor de Charcas y Juan de Matienzo. Era lapujanza del Imperio indiano en el Sur la que, conforme al sentido del acontecer debía costear la edificación condigna de su propia red de caminos,con vértice articular en el estuario del Plata.

De hecho, el más célebre y transcendental de los episodios del movimientoexpansivo en aquel ámbito fue la segunda y definitiva fundación de Buenos Aires por Juan de Garay en 1580. Porque en verdad, y de acuerdo conuna interpretación que se ha hecho clásica, la empresa cumplida por el

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caudillo vasco, al mando de una hueste de «mancebos de la tierra» al descender por el Paraguay y el Paraná —donde había fundado Santa Fe(1573)— para refundar Buenos Aires, constituyó una especie de inmejorable emblema acerca de los destinos mayores del nuevo orbe. Los hechos,aunque a ritmo más lento del esperado, daban por acertada la previsión deque el propio vigor del poblamiento español se bastaba para asentar unaperspectiva de «grandezas» consecuentes con las de aquella tierra.

No ocurrió así en el vértice occidental o andino del mismo espacio. Porqueallí la terrible sublevación de los araucanos, iniciada en 1553, forzaba a laCorona a echar su directo «cuarto a espadas» mediante el cuerpo expedicionario que dirigido por don García de Mendoza (el hijo del marqués deCañete, virrey del Perú) iba en realidad a significar la iniciación de esesecular compromiso de inversión bélica de la Real Hacienda, «situada»sobre las cajas peruanas, que fue la guerra del Arauco (y cuyas secuelashistoriables llegarían hasta el siglo pasado). Nadie desconoce la resonancia literaria de aquel enfrentamiento donde el aborigen americano diocuenta apenas superable de su energía física y anímica para resistirse adoblar la cerviz en «servicio» de sus invasores; como tampoco nadie seolvida de la sonora y admirable amplitud, acaso sin igual, con que el poetaErcilla supo ensalzar las virtudes guerreras —la grandeza moral, en elfondo— del aborigen americano puesto en defender su libertad.

Para lo que importa a nuestro objeto, lo subrayable es que hubo en la deciSión Real una atinada percepción de lo mucho que importaba sofocaraquella hoguera, tanto por su repercusión ejemplar como por el valor estratégico del territorio —al sur del río Bío-Bío consolidado como su frontera—que cabalgando sobre los Andes y cerniéndose sobre el mar del Sur, poníaen cuestión, según ocurrió largamente, la sumisión sin problemas mayoresde los espacios meridionales a la latitud de los 37 grados, extensos «demar a mar». Y ello por la potentísima razón de que el conocimiento y aúnla asimilación por los naturales del modo de combatir de los cristianos,aliado a su familiaridad con el terreno (como explica ya en verso La Araucana), no dejó al cristiano otra superioridad cierta que la posesión delcaballo y del arcabuz. Una baza que tampoco podría conservar comoexclusiva a la larga, en espacios como aquellos, donde las especies equinas hallaron una suerte de hogar inmenso y sin muros para los hatos cimarrones ni impedimentos para que el indio se hiciera jinete.

Dentro de los días que nos interesan, pudo pensarse, sin embargo, que laenérgica reacción española conducida por don García Hurtado de Men

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doza, que «el Arauco» quedaba «domado», por decirlo al estilo del Pedrode Oña, el gran vate chileno. De modo que el centro de las preocupaciones debía ser llevado al vértice meridional del triángulo gigante encomendado a las instituciones de Lima (cerrado al Norte por las oscuridadesinsondables del Marañón, sólo surcadas por Orellana —primero— y porlos escandalosos pasos del tirano Lope de Aguirre y sus marañones); esdecir, el vértice y llave de paso significados por el estrecho de Magallanes,de arduo pero no imposible tránsito entre «ambas mares océanas». Yaque, si no faltaban bases (avistamiento primero del cabo de Hornos porFrancisco de Hoces, 1526) para presumir un total Finisterre tal como elexistente, ese hito no se constituiría en meta viajera —aunque temible—hasta 1616.

En cambio, desde mediados de siglo se tenía noticia fehaciente de lamuralla de frigideces desoladas que la Patagonia oponía al establecimiento del europeo, a través de la expedición de Jofre de Loaysa alMaluco y de los sucesivas y malogradas empeños expedicionarios que,provistos de título de gobernación y de ilusión pobladora, dirigieron Simónde Alcazaba (1534) y Francisco de la Rivera (en nombre de Francisco deCamargo, 1540). Poblar en el Estrecho, bien se percibía, no era tomarhabitación en un paraíso indiano.

Con más razón todavía que en el caso de Buenos Aires, se confió implícitamente en que a impulsos provenientes del Perú se afirmara una plantaen aquel estratégico fin del hemisferio sur. De hecho, había partido deFrancisco de Valdivia la primera iniciativa, conducida en 1553 por Francisco de Ulloa, de reconocer el paso magallánico a partir de su boca occidental. Y se debió a Juan Ladrillero el tránsito entero hasta el Atlántico,cumpliendo el mandato del gobernador de Chile y «domador» «delArauco», don García Hurtado de Mendoza. Pero no hubo urgencia porasentar habitación urbana allí. Donde por cierto no la habría hasta pasados tres siglos (1843), en el chileno puerto de Punta Arenas.

Las debilidades intrínsecas a aquel despliegue castellano, exorbitante enel sentido espacial, no se pusieron de manifiesto sino con relativa parsimonia, y en correspondencia si no geográfica sí logística con la lentaentrada en colisión bélica de Felipe II con Isabel 1 de Inglaterra; a la postre ineludible ante las provocaciones continuadas de la virginal soberana.De suerte que, como puede verse cronología en mano, a lo largo de aquelduelo, la potencia inglesa se permitió poner a prueba la eficacia de la instalación hispana en el Nuevo Mundo en cuanto a defenderse del zarpazo

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sorpresivo (de cuño pirático bajo tapadera de patente de corso), y de altísimas ganancias para el ataque aleve. Pero el saldo de la pugna no arrojóal cabo ninguna ventaja para una expugnación del sistema español; porque los episodios europeos de la lucha marítima vinieron a mostrar —demodo sonado y dramático con ocasión de la Invencible— la suficiencia británica para guardar su litoral, mediante la superioridad de su posición enel mar del Norte y en el Canal; al tiempo que la Monarquía filipina, por suparte, acrecentada con la potencia y bases de la Corona de Portugal notuvo impedimento ni falta de decisión para afirmar su superioridad en elAtlántico de la «carrera de las Indias» (o, si se quiere, de los «tesoros delas Indias»); en virtud, particularmente —por lo que hace a nuestra materia— de aquella meditada, alentada y enérgica resolución de fortificar lospuntos neurálgicos al servicio de la «carrera» que atrás mencionamos. Unempeño que se benefició de los talentos del formidable artífice que sellamó Juan Bautista Antonelli.

Por poco necesario que sea, traigamos a la memoria los acontecimientosmayores del panorama al que acabo de aludir: el golpe de mano de Drakesobre Nombre de Dios en 1572, de inauditos rendimientos en ganancias yen prestigio para el célebre marino, representa el primer campanazo seriopara el Prudente en cuanto a la defensa terrestre de la «carrera». Elsegundo y todavía más sonado fue la célebre expedición del mismo Drake,de 1577-1580 (segunda circunnavegación terráquea), derechamente dirigida a cosechar triunfos saqueadores sobre las aguas virreinales al cuidadode don Francisco de Toledo. De la reacción del virrey, lo único que vino atener aspiración de futuro fue el empeño de Pedro Sarmiento de Gamboa—notabilísma personalidad donde contemplar, actualizado en vértice singular, el maridaje de la vocación militar y la religiosa. Gamboa se propuso, enefecto, realizar la idea del virrey Toledo de colonizar y fortificar la tierra delEstrecho magallánico (rebautizado «de Santa María»), que había atravesado de Este a Oeste luego de buscar inútilmente el rastro de Drake. Y logrópersuadir al Rey de la bondad de su designio. Pero la suerte de su expedición —flota de Diego Flores de Valdés, 1581— no fue otra que el fracaso.Después de haber fundado las ciudades de Nombre de Jesús y del Rey DonFelipe —en una y otra boca del paso— regresó a Europa en solicitud dereforzar su amenazada obra. Empeño vano, apresado como fue por corsarios ingleses (1586) y sometido a largo y accidentado peregrinar —Inglaterra y Francia— antes de poder llegar a la patria, para morir no tardando (año1592); cuando ya su establecimiento, a lo que vio el inglés Thomas Cavendish en 1587 (sólo 18 supervivientes), era ilusión barrida del mapa.

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Estaba echada la suerte para la estrategia filipina del continente meridional, a pesar de la refundación de Buenos Aires. La orden de alerta y la obrade fortificación del ámbito circuncaribe —que tan claramente se tormula ensíntesis en la instrucción de 1588, relativa a plazas), iba a resultar tan eficaz como ya tuvo ocasión de experimentar el simbólico Drake. Si su depredación de 1585-1586 fue altamente rentable (Santiago de Cabo Verde,Santo Domingo, Cartagena de Indias y San Agustín), una década después(1595), en la que iba a ser la última de sus campañas, se vio rechazadoen Las Palmas y en Puerto Rico; y aunque saqueó Santa Marta, RíoHacha y Nombre de Dios, fracasó ante Panamá y Portobelo.

Luego del fracaso español de la Invencible, seguido de la frustrada demostración inglesa frente a La Coruña y frente a Lisboa, la síntesis de la lección de los hechos era bastante clara: si para la potencia española era másque difícil —y se siguió comprobando en el nuevo siglo— obtener ventajasresolutivas en el mar del Norte, expugnar la fortaleza del sistema españolen el Nuevo Mundo, donde se conjugaban flotas y presidios estratégicos,era no menos ilusorio, para su adversario. Desde 1572, es decir, desdeaquella hora en que al compromiso de la lucha cruzada en el Mediterráneosucedió, como centro de las preocupaciones filipinas el de los destinosoceánicos, en sus diversos frentes, debía irse reafirmando en la estrategiaespañola un principio tan simple como poderoso, en cuanto dictado a lavez por la contabilidad y la geografía; es a saber: que la inversión a untiempo perentoria y de inmediato rentable para la Corona, estaba no yaen costear entradas y plantas expansionistas en el Nuevo Mundo, sino enhacer inexpugnables los rendimientos de lo allí conquistado.

En consecuencia, la guerra propiamente «indiana’>, o acción militar parareducir a obediencia a los indios, habría de nutrirse en adelante de losrecursos, estímulos y experiencias del propio Nuevo Mundo. Ahora bien,tal determinación llevaba aparejado un fundamental postulado de conservatismo a ultranza para la estrategia que nos ocupa, y que tendería a ahmentarse de sus propias debilidades ante los retos que exigieran innovación. Partía, en efecto, de una pesada realidad: el enorme desfase entrelos ritmos de una economía montada y polarizada en torno a los metalespreciosos como motor de repercusiones mundiales (una economía deminas, flotas, tráficos mercantiles, repartimientos de trabajo a los indios), yel ascender más lento, menos apremiado y apremiante, de la economía debases agropecuarias; si no es con la excepción, luego manifiesta, de laque podríamos llamar eclosión deslumbrante de los ingenios brasileños ysu producción azucarera: que no en vano fueron el motivo catalizador, ya

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en el siglo xvii, del terrible asalto holandés sobre el Brasil. Hasta esesegundo gran ciclo de pugna atlántica no se presentó para la Monarquíacatólica la conveniencia de reconsiderar el papel que la parte meridionalde esa orilla jugaba, en su conjunto, en la «conservación» del dominio hispano en el Nuevo Mundo.

No hay por eso un ejemplo más elocuente de la firmeza conservadora conque la Corona mantuvo la directriz estratégica legada por los tiempos delPrudente, que el relativo al destino de marginación que se había decretadopara el puerto-clave de Buenos Aires (porque con todas sus gravesdeficiencias, no dejaba de ser una suprema llave de circulación continental); y que ya desde los días del mando virreinal de don García Hurtado deMendoza en Lima, padeció virtual clausura para cualesquier navíos, ensintonía con las aspiraciones contumaces del monopolismo sevillano servido por el istmo panameño. Cerca de dos siglos (hasta la creación delvirreinato del río de la Plata en 1776, en concordancia con las célebres ytranscendentales reglamentaciones liberalizadoras de la navegación entrela Península y los puertos americanos), tardaría la Corona en dar fin a suenvejecida y voluntaria ceguera sobre lo que no era sino una colosal disposición de la madre naturaleza.

No puede hablarse, contempladas las cosas en esa dimensión, sino deuna admirable capacidad de permanencia en la irracionalidad estratégica.Sencillamente, porque una cosa es la debida atención a las prelaciones deacción en una coyuntura determinada como la que examinamos, y otraolvidarse de que el Imperio español se había ido transformando en eltiempo, en virtud de su potencia colonizadora y pobladora.

Las consecuencias mayores (no digo infortunadas, por cierto), de aquelcerramiento del Plata, pueden hoy verse en la grandiosidad territorial delBrasil, cuyo crecimiento, desbordando la frontera prefijada en Tordesillas,tiene que ver desde luego, y primordialmente, con la contextura general dela red hidrográfica brasileña, que alentó y permitió a los lusitanos el ascender hacia los espacios en relativa proximidad a los Andes; en demostracióncontraria a una pretendida ley de geopolítica que adjudica al posesorde las cabeceras de los ríos, el destino de dominador de sus desembocaduras.

Por sabido que ello sea, no creo impertinente traerlo a colación a la horade hablar —como haré a continuación— de una guerra «propiamenteindiana», donde también será obligado subrayar ante todo lo que en ellahubo de ajeno a los meros postulados de eficacia y de utilidad calculadas

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—esto es, de nula racionalidad instrumental— propios de los choques bélicos en Europa. Salvo que las directrices españolas respondían en estecaso a un dictado consecuente con las finalidades y el carácter que la«guerra indiana» tenía marcados por su propia historia; es decir, obedientes a un orden de racionalidad o de economía del espíritu ínsita a la génesis y despliegue de la acometida iniciada por Colón y por los Reyes Católicos.

No es hoy infrecuente, sino más bien lo contrario, que a etapas largas obreves de un decurso histórico se les aplique sin muchas cavilaciones laetiqueta de «fase de transición». No es ese el caso, a mi parecer, deltiempo que consideramos. Descontando la obviedad heraclitea de que elagua de todo curso fluye cambiante, no me parece que a la época que nosocupa, y que nos legó emblemas suyos tales como el Escorial, le convenga como mejor apellido el de «transicional», por lo que se refiere a suíntima actitud. Por el contrario, el espíritu español de la época da testimonio de su instalación con aire impasible en el designio de «perpetuar’>: conpropósito y vocación, desde luego, de herederos de la consigna plus ultra,pero con la reflexiva decisión de hacerlo sobre las bases de la experienciapropia y de las lecciones de los siglos pasados; y así, con un rasgo deautenticidad y sobriedad estilísticas que se percibe común en personalidades como las del legislador Juan de Ovando, el cronista Antonio deHerrera (formado en esos días), el organizador político Francisco deToledo, el arquitecto Juan de Herrera, el teorizador de la «conquista espiritual» José de Acosta, el rotundo y trágico Ercilla.

Esa vocación empeñadamente constructiva «para la permanencia’> ofreceal historiador la ventaja de depararle monumentos especialmente diáfanosde forma y de fondo, y escasamente discutibles en cuanto a la autenticidad de sus motivaciones. Por lo que hace a nuestro objeto, tal función de«monumentos» significativos se nos ofrece particularmente visible en trestextos harto conocidos: las justamente renombradas Ordenanzas de 1573«descubrimientos, nuevas poblaciones y pacificaciones»; la obra, entredescriptiva y teorética de Bernardo de Vargas Machuca: Milicia y descripción de Indias (1599), y La Araucana de Alonso de Ercilla. Las Ordenanzas nos brindan el marco conceptual de orden jurídico-político prescrito porla Corona, para el más importante —por permanente y general a todas lasprovincias y reinos—, de los empeños militares en las Indias. El tratado deVargas Machuca, publicado en el año 1590 ilustra con pluma y memoriadiligentísimas y desde las directas experiencias y vivencias del autor,acerca de toda suerte de supuestos doctrinales y de detalles organizativos

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y operativos de aquellos empeños. Y La Araucana nos enseña, en eseplano superior de sensibilidad que es el poético, en que íntimos oleajes llegaba a moverse el caballero cristiano embarcado en aquellas navegaciones bélicas.

No cabe aquí —ni qué decir tiene— el asomarnos al comentario crítico detan venerables fuentes de conocimiento. No obstante, los he querido tomarcomo estribo de referencia, para todos conocido, a ciertos aspectos queestimo relevantes para nuestro discurso.

Desde su comienzo, las Ordenanzas evidencian que han sido concebidasen un clima ideológico fiel al espíritu de las Leyes Nuevas de 1542-1 543,es decir, aquel que dirimió la contienda entre los defensores de la conquista armada y la encomienda, y los detractadores de aquella doble solución institucional; contienda que resolvió sujetando por una parte la conquista a limitaciones que pudieran justificarla ante la conciencia de laindiofilia crítica, y de otro lado transformando la encomienda en el simplebeneficio tributario que el Rey cede al español benemérito, bajo la jurisdicción de las autoridades —de gobierno, de justicia— responsables deque se cumpla el mandato del «buen trato» a los naturales. Desde esaorientación de fondo, dos sesgos característicos habían venido luego aconcretarse en sendos rumbos políticos que afectan a nuestro panorama.En primer lugar: si bien respecto de la encomienda, prorrogada en su existencia, se fue afirmando la adversativa contra los servicios personales, enrelación en cambio con el horizonte general de los derechos y deberes delos súbditos «trabajadores», se fue abriendo camino el principio de la legitimidad del «repartimiento de trabajo», remunerado, pero obligatorio, apretexto de ser ello necesario a un bien común general, consistente en laproducción y circulación de bienes y riquezas, a la manera de la sociedadeuropea. Al lado de eso, el recurso violento o de guerra para traer a losnaturales a obediencia, fue cobrando reputación negativa. Al indio habíaque atraerle por las buenas y no tratar de sujetarle por el espanto. Enúltimo y decisivo término, porque eran demasiado vastas las extensionesterritoriales donde el indio podía buscar salida contra las opresiones.

No se pecará seguramente de imaginativo al asegurar que existió esa relación dialéctica entre ambos enrumbamientos, el de la sujeción laboral y elde la puesta entre parentésis de la conquista armada. Porque, si desde lostiempos de los Reyes Católicos se hizo presente, de modo inevitable y alcabo doctrinalmente ruidoso, el antagonismo de fondo que se interponíaentre el mandato evangelizador y el abrirle camino a espadazos, la expe

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riencia había venido a mostrar en qué sustancial medida la seguridad y elprogreso del asiento español dependía de convencer a los naturales —asus jefes ante todo y sobre todo— de cuánto les convenía sometersemediante pacto formal al orden «cristiano» con todas las ventajas que élles ofrecía de estabilidad pacífica y disfrute de recursos nuevos de consumo e intercambio, debajo de lo que seguía llamándose «libertad y buentratamiento». Salvo que a uno y otro respecto la marcha institucional se viourgida a sustituir las vaguedades, con regulaciones para el comportamiento así de la «república» de los españoles como la de los indios, llamadas a convivir, conforme al canon doctrinal, en una beneficiosa correspondencia. Tal imperativo de índole ordenancista, culminaría en lostiempos que nos ocupan, con la labor de don Francisco de Toledo en unPerú plagado de problemas veteranos y enconados, aunque presididospor los rendimientos, imprescindibles para el Imperio, de la imperial villa dePotosí.

En suma, se trató entonces de conjugar, mediante consignas institucionales categóricas y rotundamente explícitas, las dos instancias básicas de lapolítica indiana: la del expansionismo o conquista espiritual (previa la«reducción» —término definitorio— de los indios a pueblos mayores organizados en vida política de cuño municipal, mediante la libertad de los sujetos), con renuncia por parte del Rey a una inaugural coacción armada o«entrada de guerra» para el sometimiento ofensivo de los no cristianos; y,de otro lado, las instancias del expansionismo poblador español, con baseen las virtualidades de las granjerías, tratos, contratos y trajines propios dela economía social del Viejo Mundo, a las que debía sentirse atraída lapoblación indígena por natural impulso, tanto como para pagar el precio dedejarse encuadrar en la encomienda «reformada», es decir la instituciónque, a título de premio, se ponía a disposición de la hueste «pacificadora»y «pobladora».

Contempladas esas ilusiones desde la perspectiva del historiador, no debesorprender que alcanzaran en aquellos días el generalizado favor de lasmentes rectoras de la Monarquía, ni que la doctrina de que se alimentansea la que preside y comunica un aire de plena concordancia, en lo esencial, entre las Ordenanzas filipinas del 73 y las parrafadas docentes de Vargas Machuca. Pero tampoco deberá extrañar la distinta suerte que aguardaría a las dos resoluciones mayores —mayores por su repercusióninmediata— que orientaban el sistema: la del progreso conquistador bajosigno y nombre de «pacificación» y la del repartimiento del trabajo obligatorio entre los naturales sometidos. Porque el segundo evidenció no tar

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dando la tara que le afectaba por su inconsecuencia doctrinal: la imposición del trabajo, por mucho que se especulara acerca de su «justa remuneración» no dejaba de constituir un injusto y sustancial atentado contra lalibertad del sujeto. De hecho, la posteridad no ha podido ver resultantespositivas, sino tristes, allí donde pervivió, que fue en el virreinato peruano,con nombre de «mita».

Por el contrario, sobre el concepto y aún la práctica de una guerra de consigna «defensiva», al servicio de un avance evangelizador y colonizador, sindañar en lo posible a los naturales ni convertirlos en agraviados enemigos,no hubo ni a la corta ni a la larga una consideración inculpatoria basada enobjetividades comparativas, con relación al panorama histórico de la EdadModerna; aunque no así —por supuesto— respecto del horizonte de avancedel liberalismo político en la Edad Contemporánea, y el de los diversos«ismos» ideológicos que, incluido el catolicismo hodierno, han perfilado elvalor constitutivo de la autodeterminación sobre el propio destino.

Tal especie de salvedad crítica —al menos en términos relativos— a favorde la teoría del «poblamiento pacificador» así postulado, tuvo una razón deanchísima base: respecto de América, han faltado hasta ayer mismo motivos convincentes en el orden existencial, para sostener una enemiga razonada contra el poblamiento de ingentes espacios, virtualmente vacíos,mediante avanzadas misioneras y progresiones del pastoreo extensivo yde los cultivos, si ello se realizaba bajo un compromiso, sincero en su raíz,de fraternal respeto al prójimo. Por más que la realidad fuera muy capaz—cómo no— de poner en quiebra semejantes postulados.

Ni qué decir tiene, entonces, que es en la nota de autenticidad, esencial enla esfera de la realización, donde debe radicar nuestra comprensión ynuestro juicio sobre la guerra indiana que nos ocupa. Ahora bien; desde lasdos atalayas que hemos considerado eminentes para nuestro panorama,esto es las Ordenanzas filipinas del 73 y la Milicia de Vargas Machuca (yatajando sobre la infinitud varia de los sucesos), lo que se nos ofrecepatente es la autenticidad católica del compromiso «pacificador» fundantede aquella peculiar empresa militar. Cuya especificación funcional sin dudano suena necesariamente a sarcasmo en nuestros días de ejercicio militaresencialmemnte «pacificador» y garante del derecho de gentes.

En cuanto a las Ordenanzas, me ceñiré a subrayar tan sólo, por lo que tienen de solemne enunciado de principio, las siguientes palabras:

«No se den —las concesiones de entrada pobladora— con título ynombre de conquistas, pues habiéndose de hacer con tanta paz y cari

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dad como deseamos, no queremos que el nombre dé ocasión ni colorpara que se pueda hacer ningún agravio a los indios» (capítulo 29).

Son ocho décadas de incesante combate ideológico las que hay detrás deesta especie de arenga, que se expresa combativa y conclusiva en lamedida en que se propone desterrar, junto con un término, lo que fueronsus ordinarias connotaciones.

Distinto rostro y muy mayores denuedos explicativos nos brindan las profesiones de fe y los dictados de utilidad bélica de Vargas. Pero no connorte diferente. Como que tratan de llevar, incluso hasta el plano del ínfimodetalle operativo las posibilidades y las condiciones de las entradas quecaracterizan aquella guerra. Guerra que él, desde su asumida superioridadde experiencia y visión, comienza por presentar como categóricamentediferenciable de las propias del Viejo Mundo. Y lo hace con tanta mayorsatisfacción, cuanto se sabe el primero en dedicarle todo un tratado, enprevención de tantos yerros como ocasiona el que, si bien se ha escritosobre los famosos capitanes, sus hechos y tierras conquistadas, ha sido«sin descubrir el modo y práctica de milicia con que allá se han nuestrosespañoles». Brindará, pues, «un norte del soldado, del capitán, del gobernador» que emprenden a ciegas la penetración en lo que desconocen.

Destaquemos por nuestra parte, y extremando la síntesis, que las vertientes diferenciales de aquellas acometidas tienen que ver:a) Ante todo, con la naturaleza del Mundo Nuevo —aires, aguas y terre

nos—, en sus acechanzas hostiles al foráneo, tanto más temiblescuanto menos «baquiano» o baqueteado sea el sujeto ambulante enaquellos paisajes. De ahí, el primado que debe otorgarse al arsenal demedicinas —ya clásicas, ya de nuevo conocimiento: «llevará el cirujanoalgunas purgas leves, como son mechoacán, aceite de higuerilla yotras yerbas y raíces conocidas— para tal efecto: llevará flor de manzanilla, tabaco, azúcar, anime: llevará solimán crudo, cardenillo y yerbade bubas, bálsamo, alumbre, diaquilón, sebo, bencenuco, azufre, piedra de buga, piedra bezar, caraña, ungüento blanco, atriarca, y su estuche con todo recado...» Todo lo cual no es más que el inicio del pozode sabidurías médico-farmacéuticas que atesora nuestro tratadista.

b) Está luego —cómo no— el armamento y modo de combatir de losindios, cuya singularidad comienza ya por radicar en el carácter deaquellas gentes, en su inasible movilidad, regida, sin embargo, por lainquebrantable obediencia al superior: «La calidad de los indios escomo de aves nocturnas, que andan toda la noche sin reparar un punto

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cuando traen las armas en las manos; y en esta parte no hay nación enel mundo que les gane y no sé si diga que les iguales; porque el caudillo de ellos, el cacique, anda en el aire cuando previene las cosas dela guerra, porque ni come, ni para, ni duerme; y sus soldados aún se leaventajan, porque entre ellos jamás rehusó ninguno mandato de sucacique y capitán, etc...» Unas órdenes, esas, que, en combate, se aplican a tres modalidades distintas por su táctica y ritual: la «emboscada»,la «trasnochada» (o asalto entre dos luces), y la «guazabara» o acometida en grande y lucida formación en línea constituida al dictado deuna sola jefatura o por la alianza de varios caciques. Si bien este acontecimiento de la «guazabara» no se da sino en ocasiones contadas, esante ellas donde el caudillo español ve puestas a prueba culminantesus sabidurías y fortalezas de prevención y resolución.

c) El armamento del mílite español no sólo se ha beneficiado de la progresión en el uso de las armas de fuego, sino que ha sabido introducirciertas adaptaciones para que su teórica superioridad sea efectiva en elnivel de las realidades novomundanas: «En las partes de Indias usaronal principio ballestas, cotas y corazas y pocos arcabuces; también rodelas; y ahora en este tiempo, con la larga experiencia, reconociendo lamejor arma y más provechosa, usan escopetas, sayos de armashechos de algodón, espadas anchicortas, antiparras y morriones deldicho algodón, y rodelas; y los de a caballo lanzas, y en algunas partescotas y cueras de ante y sobrevistas de malla...» No es que se hayadesechado el arcabuz, por cierto; pero ahora se prefiere que éste sea«corto», para su mayor ligereza. Y asimismo sigue vigente la espada,como hemos oído, salvo que lo que se ha demostrado indispensable esel «machete corto», o «de carnicero» por su multiplicidad de empleos,incluido por supuesto el de propinar un tajo fulminante contra quien convenga. Y, en fin, para su mayor ensalzamiento singularizado, traigamosa proscenio al caballo, absolutamente decisivo en aquellos terrenosdonde él pueda brindar la baraja de su «juego» de movimientos.

Reconozcamos que, en síntesis, esos dos elementos clásicamente proclamados como la clave de la superioridad española, esto es, el armade fuego y el caballo, han confirmado un título que no fue tan indiscutible en aquellos ya pasados días cuando era de la rodela firme y delmenear frenético e indesmayable de las espadas, guardando el ordencerrado, de lo que dependía la salvación militar del «cristiano», en tierras archipobladas de enardecidos guerreros indios, según nos dejódicho Bernal Díaz; en contraste con las lecciones versificadas que

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alguna vez desliza Alonso de Ercilla entre el retumbo de espadazos,mazazos y macanazos: fueron ante todo el caballo y el arcabuz los queal cabo lograron afirmar la frontera del Bío-Bío.

Añadiré, por lo que toca a la caballería, que se perfilaba así un destino—bien pudiera decirse que manifiesto— acerca del papel que de modoascendente le aguardaba en tierras americanas. Porque, conforme a loque sentenciaba Vargas, es en terrenos abiertos y tendidos (o desabana) y no en los abruptos o de vegetación espesa (arcabucos, «demontaña»), o pantanosos, donde los jinetes pueden emplearse; y además y sobre todo, donde las especies equinas iban a encontrar un paisaje novomundano tan de promisión y tan dilatado en altitudes varias,que América quedaría marcada en su historia —felizmente, creo yo—por el signo del jinete; como algo presente —no hace falta decirlo— enla cultura de sus países y en vicisitudes tan especulares como las protagonizadas por San Martín, Güemes, Sucre y Páez. Sin que ello constituyera una singularidad excepcional en la Edad Moderna; pues, comobien recuerdan ustedes el hecho puede inscribirse dentro del marcoque exhibe el resurgir de la rapidez táctica ofensiva, frente a la estáticade la fortificación, con efectos transcendentales en la historia europeadesde los comienzos del xviii —especialmente en la cuenca danubiana— hasta el hundimiento napoleónico en la guerra de España y suconsecuente desastre en la campaña de Rusia.

d) La condición del mílite indiano. Con título de «español», pero con unarealidad de semblante racial donde tantas veces se hace visible la huella del mestizaje, este modesto y sin duda sufrido personaje que es elsoldado de la «entrada», no tiene demasiado que ver en ínfulas ygallardías con el profesional, siempre de alta soldada, de los Ejércitoseuropeos de la época. Si bien en las huestes novomundanas no faltanpor cierto los sujetos conocidos genéricamente por el apelativo de«guzmanes»; bajo el que se quiere ver la figura arquetípica del soldadopresuntuoso y dispuesto siempre a aprovecharse del sonido de suestirpe. Como cabía esperar, en Vargas Machuca la contraposiciónentre el baquiano humilde y obediente y el «guzmán» intrigante y ambicioso sirve para señalar los dos polos en que han de moverse las preferencias del caudillo o jefe avisado.

e) El caudillo de la hueste: alma y motor de la milicia indiana.

Extremando el punto de vista panorámico, cabe percibir cómo se ciernesobre nuestra empresa de «pacificación pobladora» el carácter de un com

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promiso socio-militar cuya interna armazón descansa —tanto jurídicacomo realmente— en tres órdenes de relaciones.

En primer lugar, las económicas de partida, precedidas por el hecho deque, al igual, pero más determinadamente que en el periodo de la conquista, el «caudillo» del poblamiento pacificador constituye de modo absoluto la cabeza responsable de una iniciativa de inversión y provecho enteramente privados: el sostenimiento del soldado —tan multiforme comoproblemático sobre la marcha— y todos los demás gastos expedicionarios,corren a «cuenta y riesgo» del concesionario de la entrada pobladora. Y esese, naturalmente, el rasgo que distingue ya categóricamente la empresamilitar novomundana de la del orbe viejo:

«En la milicia indiana el príncipe no hace el gasto» —anuncia sentencioso Vargas.

Y, en contrapunto que acentúa el contraste con Europa:«En la milicia de Italia el trabajo está repartido.»

Están en segundo lugar las relaciones de subordinación y compañerismoleal, aquí reforzadas. Dadas las condiciones aleatorias, de inicio a final, dela acometida, las penalidades y riegos de indefinida duración a que estásometido el grupo aventurero, se agrava la necesidad de mantener unadisciplina de convivencia que ha de sustentarse tanto más en la buena ygenerosa voluntad, cuanto que la ligadura del soldado es la voluntaria auna ilusión de futuro. Todo lo cual pende a su vez primordialmente y comobien se entiende, de que una jefatura personal y sin peldaños orgánicosintermedios como es la del caudillo, sepa autorizarse como espejo moralante sus subordinados.

En tercer lugar (y porque lo está en la marcha del proyecto), viene el entramado de nexos a mantener en el doble e interpendiente poblamiento deespañoles —constituyendo su ciudad o «república»— y de naturales, congregados en «pueblos de indios vasallos» del Rey y catecúmenos de laIglesia. Y cuya efectiva puesta en plan de futuro depende sustancialmentede lograr que el indio se avenga, por formal y solemne acuerdo, a asociarse como súbdito tributario al intruso en su paisaje; o más determinadamente, como vasallos de un rey «justiciero» y «benéfico», personificadoante ellos por el caudillo o gobernador del asiento español y verdaderoagente del futuro «en justicia»; una justicia de invocación y signo universalistas. Es decir, un logro en que deben culminar la habilidad y la prudencia del caudillo como gobernante-militar y juez.

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Tiene, entonces, razón cumplida —por experimentada y por consecuentecon el sistema— la estimación de nuestro autor cuando en las virtudesmúltiples que se requieren del caudillo, pone el todo, si las tiene, o el nada,si le faltan, de la empresa que se le ha confiado. Él es a un tiempo el primero y el guía ante las enfermedades (incluso hasta hacerse investigadorherborario), cirujano, adalid de caminos, ingeniero de puentes, hombro detodo trabajo si el caso lo pide, maestro de toda táctica y toda estrategia decombate, padre y amigo de todos, protector de los indios, impulsor de laevangelización, diplomático captador de caciques hostiles, propugnadorde granjerías industriosidades y mercadeos, modelo de generosidades,ejemplo de piedad cristiana, y, por encima de otra cosa, juez íntegro y equitativo.

Como se ve, tas circunstancias de aquellas postulaciones de un jefe casitaumatúrgico eran nuevas inéditas como pregona el mismo Vargas. Perono así los cauces morales por donde conducir las, soluciones. Fiel al espíritu humanista que señoreaba la época, nuestro tratadista hace escoltartodo su dictamen por las autoridades ilustres del pasado filosófico y militarque mejor le cuadran, sean Julio César o Platón. Cumple con ello no sóloun compromiso con la cultura retórica. Es consciente, como se exhibe enlas Ordenanzas nuevas de poblamiento, que los españoles se saben aplena conciencia no sólo comprometidos con el horizonte crucial que en lahistoria representó el Evangelio, sino también con los haberes positivos delprogreso de la civilización. Y es cierto y rotundo conocimiento de lo quesignificaba el destino español, frente a la especie de ortandad en que sehallaban las sociedades novomundanas respecto de su trayectoria en lossiglos, no fue un arma etérea, sino de la mayor eficiencia en el planteamiento de la «guerra indiana» en el siglo xvi.

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QUINTA CONFERENCIA

EL PODER NAVAL EN TIEMPO DE FELIPE II

FERNANDO DE BORDEJÉ “ MORENCOS

Contralmirante.

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EL PODER NAVAL EN TIEMPO DE FELIPE II

En esta conferencia que presentamos, debemos partir de un estudio concreto que tiene como objeto lo que pudiéramos llamar «sujeto estratégicoEspaña», en una época ya muy lejana, de la que si sus consecuencias sonde todos conocidas, sus antecedentes e, incluso, las fuerzas que las impulsaron han quedado sumidas en parte en la obscuridad, porque independientemente de la política, que en general nos fue impuesta, en el siglo xviexistieron causas profundas que, en realidad movieron y guiaron nuestrosdestinos, tanto en su ascensión como en su ocaso.

Por esa razón debemos comenzar situándonos en dicha época y considerar una serie de factores indispensables en todo estudio geopolítico y

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estratégico, porque aunque en el tiempo tales palabras no tenían aún significación alguna, sus conceptos existían, ya que desde el comienzo de laHistoria, la política, la estrategia y la geografía se han solapado llegando aquedar ligadas íntimamente.

Puesto que la revisión completa de los antedichos factores daría lugar a unlargo estudio, nos limitaremos a los que más directamente sobresalieroncomo el espacio, el elemento humano, sus ideologías, su organización yeconomía y, por último, los elementos navales y militares que se disponía,lo que nos permitirá apreciar, por el escenario y sus actores, las tendencias, fricciones y conflictos que jugaron su papel en la estrategia de laépoca, demostrándose como en dicha centuria los destinos de Españatuvieron que atemperarse a sus mandatos.

Espacio

Para su análisis ha de partirse de un conocimiento geográfico muy completo, porque como Napoleón definió, «la política de los Estados está ensu geografía».

Entonces como también ahora, la valoración estratégica debía tener presente que en estrategia España y Portugal eran y son complementarias, alser en su conjunto, como tantas veces se ha dicho, una proyección lanzada a los cuatro vientos, que resulta europea por ubicación, africana porcontacto y con el descubrimiento de las Indias y su futura colonización queimpuso entre el Nuevo Mundo y nosotros una intensa aproximación y unosintereses comunes, resultó ser igualmente americana, al mismo tiempoque ya era atlántica y mediterránea, condiciones de las que se desprendíaque la península Ibérica era y sigue siendo una transición entre Europa yAfrica y entre el Mediterráneo y Atlántico, lo que si hoy es fácil apercibircomo un simple postulado lógico, fue instituido por los Reyes Católicos yprimeros reyes de la Casa de Austria.

Los límites periféricos de España eran todo costas, excepto la barrera pirinaica y la raya de Portugal, otorgándonos una condición esencialmentemarítima que iba a imprimir determinadas características a la vida nacionalen sus vertientes económica y naval, al ejercer una gran influencia sobrelas dos principales vías de comunicación de entonces, la que a lo largo delMediterráneo se dirigía a nuestros puertos levantinos y catalanes y lanueva derrota de América, por la que cobraban particular valor Cádiz, Sevi

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la y Lisboa receptores del tráfico del Nuevo Mundo, que era el límite denuestro espacio por Occidente.

Militarmente, las costas levantinas y andaluzas bordeaban una zona degran interés, en función de una creciente actividad berberisca, que obligóa la organización de un sistema defensivo a lo largo del litoral mediterráneo, imponiéndose por lo mismo pensar en el dominio del mar de Albarán,cuadrilatero de gran interés estratégico entre Cartagena, Gibraltar, Ceutay Orán, puertos estosúltimos previstos por los Reyes Católicos y Cisneroscomo indispensable para nuestra seguridad. Las cartas de mosén Diegode Valera desde el Puerto de Santa María, la organización de la Guarda dela costa del Reino de Granada, en la que se incluyeron asientos hechospor los reyes con algunos capitanes y pilotos como Juan Lezcano y García López de Arriaran y hasta la conocida cláusula del testamento de Isabel sobre Gibraltar, dan plena noción del conocimiento de lo que esa seguridad nuestra iba a exigir.

Por otro lado, el Estrecho estaba ya llamado a servir de base a todos eldespliegue naval Atlántico-Mediterráneo, si bien por los incipientes mediosy por las concepciones navales de la época no podía aún constituirse enposición central donde situar una fuerzas de cobertura para acudir enapoyo de otros puntos amenazados, misión que dos siglos despuéscomenzara ya a desempeñar por su espléndida situación geográfica yfocal.

Por el Norte y frente a lo que podía considerarse como el perturbador continental de comienzos del siglo xvi, cual era Francia, se alzaban los Pirineos, cordillera en cierto modo providencial que nos defendía por elNoreste, salvada por escasos pasos que debilitaban el esfuerzo de uninvasor, por lo que ahogaba el mantenimiento de sus ejércitos en sueloespañol.

En lo que pudiéramos llamar frente mediterráneo, las islas Baleares, Córcega, Cerdeña, Sicilia e incluso la costa titrena del sur de Italia podían considerarse ligadas al espacio ibérico, Pero como la reacción continental ofrancesa iba a ser grande por estar también asomada a ese mar, las mencionadas islas y dominios tenían que ser estratégicamente consideradoscomo un espacio particular situado entre los dos teatros de dicho mar, elfrancés y el norteafricano, a los que aquellas cortaban y aislaban, al tiempoque flanqueaban las líneas de comunicaciones de España con sus territorios italianos, asegurando nuestros movimientos por líneas interiores por larazón de que dichos dominios cubrían una zona marítima útil para las fuer

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zas a flote que tuvieran que maniobrar en el golfo de León y en el mar deAlborán, protegiendo igualmente las bases logísticas de la costa metropolitana.

En el Atlántico, las Canarias ofrecían análogas consideraciones respectoal espacio inmediato del Oeste, convirtiéndose dicho Archipiélago en elcomplemento de los arroyos que muy pronto comenzarían a establecerseen las Antillas y en la costa de Tierra Firme.

Esa individualidad que, quizá, en Europa sólo comparte el Reino Unido,era en suma una unidad geoestratégica que determinaba que se pudieraescoger entre varias opciones.

Aislamiento del continente europeo, dominio y cierre del estrecho deGibraltar, posibilidad de intervenir a quedarse al margen de las luchas continentales; acción sobre dos mares, opciones que fueron tenidas en cuentapor los Reyes Católicos y Casa de Austria en el siglo xvi, aunque con apreciaciones diferentes

Población

Sin duda la población peninsular era heterogénea dentro de una efectivaunidad consecuencia quizá de la prevalencia de un fondo común ibéricoque predominó sobre posteriores invasiones.

Entonces el hecho político español se fundaba en una pluralidad regional,aunque inicialmente se supo encauzar durante varios siglos hacia unaacción colectiva, que ofreció en el siglo xvi una recia contextura al conjuntohaciéndole apto para proyectarse sobre el mundo exterior.

Por lo que corresponde a la dinámica interna, existía un desequilibrio en elreparto del territorio pues razones históricas habían hecho de Castilla laregión de mayor extensión, existiendo una irregular distribución de zonasproductoras , al tiempo que la población total alcanzaba al entrar el sigloxvi unos 8.000.000 de momento suficientes para las empresas que iban aacometerse pero las posteriores exigencias que se nos impusieron enEuropa y el descubrimiento de América originaron un gran descensodemográfico, principalmente acusado con Carlos 1 y Felipe II en losmomentos que por la multiplicidad de objetivos y misiones esa disminuciónsuponía correr unos riesgos que hubo de aceptarse.

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Ideológico

Aún cuando durante el proceso medieval la idea de Estado desapareció,la Reconquista y el desarrollo de las libertades municipales crearon en lospueblos hispánicos una serie de ideales, cuyo mayor exponente fue el religioso, principio que fue siempre uno de los mayores fundamentos de launidad política.

Pero asimismo se obedeció, más o menos conscientemente, según elmomento, a otros sentimientos e influencias y uno de ellos residió enel recurso permanente de la antigua unidad visigoda y española, rota en elsiglo vw. Como nos dice el infante don Juan Manuel, Alfonso III el Magnoy el Imperator Totius Hispaniae de los reyes medievales o los testimoniosexpuestos en las crónicas y romances catalanes, aragoneses y árabessobre el Cid y en las nobles disposiciones de Jaime 1 y II de Aragón Persalvat a Espanya, el recuerdo y el nombre de España jamás desaparecioy la idea de recuperación de la perdida unidad peninsular fue permanentemente sentida y sostenida, incluso, en difíciles periodos de rivalidades entre reinos y ese sentimiento unido a la dinámica actuación delos concejos en que los reyes se apoyaron, todo ello condujo a que al terminar en el siglo xv el tránsito medieval, fuese posible aquella fusión peninsular, mas espontánea y dispuesta de lo que hasta ahora se nos hadicho, que iba a permitir el renacimiento de España en toda su fuerza yesplendor.

Claro es que esos avatares crearon asimismo ciertos factores negativos,el más esencial, la falta de un verdadero espíritu de iniciativa comercial,cualidades que pronto iban a ser la base fundamental de la creación degrandes naciones como Holanda, Inglaterra o Francia.

Económico

Aunque la economía como ciencia especulativa nacerá a partir de los conflictos con los Países Bajos en 1672, provocada por aquella concepción delcomercio definida por Colbert «el poder de un Estado crece en razóndirecta de su expansión comercial, la cual condiciona a su vez su podermilitar», la realidad fue que la economía había comenzado a ser considerada elemento esencial en los albores del Renacimiento, incluyéndose aprincipios delxvi que en el concepto del poder entraba la adquisición demetales preciosos como medio de afirmación nacional, provocando serios

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conflictos que en el fondo buscaban la expansión y desarrollo de mercados en el exterior.

Si a comienzos del siglo la lastimosa gestión de los reinados anteriores,con sus constantes alteraciones nobiliares, presagiaban el agotamiento delos recursos, el saneamiento de la situación financiera se iba a deber a lafijación de una serie de impuestos, lo que venía siendo objeto de grandesresistencias de las cortes de los reinos y del pueblo, siendo un acierto fijary delimitar los tributos encojándolas dentro de unas normas perfectamentejurídicas y legales quedando, salvo peticiones extraordinarias las contribuciones ordinarias reducidas a: derechos sobre importación y exportación(aduanas y almojarifes); de circulación (portazgo y montazgo); sobre consumo y ventas (alcabalas y diezmos) impuesto sobre minas (salinas); contribución a la guerra santa (bulas de Cruzadas) tercios reales, consistentes2,9 de los ingresos eclesiásticos y, por último, las ayudas extraordinarias(moneda forera, servicios,...).

Gracias a esas medidas la renta nacional paso de 12.711.591 reales en, elaño 1482 a 25.287.324 en 1504 y a 39.115.876 en 1527, ascensión quetrajo un progreso económico que muy pronto iba a quebrar nada más iniciarse el reinado de Felipe II. Asimismo el valor de la moneda sufrió parecida evolución, gracias sin duda a una pragmática de 1491 que prohibió lasalida de oro y plata del reino y permitió una estabilización cuando en 1497se creó un sistema monetario cuyo patrón era el doblón, moneda fuerteque a lo largo de más de un siglo iba a ser la divisa del mundo entero.

Aunque a finales del reinado de Carlos 1 se apercibe una tendencia al proteccionismo, frenando las importaciones con el propósito de evitar la competencia de ciertos productos, a la larga tal medida fue funesta porque esapreocupación transformó los privilegios en monopolios, prosperidad devida efímera cuando campesinos y artesanos desertaron del campo ynúcleos urbanos para hacerse a la mar rumbo al Nuevo Mundo, atraídospor las noticias que de allí le llegaban, o para enrolarse en los Tercios quecombatían en toda Europa, porque no se puede ser solamente una naciónde soldados o colonizadores.

Militar y naval

Con respecto al factor militar, en el siglo xvi el Ejército sufre una completatransformación consecuencia de las modificaciones de táctica, armamentoy reclutamiento, pasándose de la lucha entre tropas feudales que recorda

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ban a la Edad Media de finales del xv a poseer España a la muerte de losReyes Católicos un ejército moderno y permanente basado en la infantería, fuerzas que comenzaran a intervenir con el Gran Capitán en Italia, llegando a convertirse las viejas milicias señoriales en una estricta profesiónsometida a una sola dirección superior, admitiéndose ya los diversos escalones de la jerarquía, con lo que España inaugurara la gran modalidad delejército permanente, cuyo máximo exponente lo constituiran los Tercios.

Por otro lado la táctica asimismo se modificó y la caballería, que hasta allíhabía desempeñado el principal papel, brillará por última vez en las guerras de Granada y a pesar de la nueva estructura dada a las compañías deGuardias Viejos y de arcabuceros a caballo de las campañas de Orán, sellegará a la conclusión de que era arriesgado diluir esas fuerzas en pequeños grupos sin cohesión, y aunque se dividirán en dos clases, caballeríade líneas y ligera, esa medida, como reconocía el capitán Diego de Villalobos en sus Comentarios no evitó su debilidad.

En realidad la decadencia de la caballería se debió a la nueva tácticaimpuesta por el Gran Capitán basada en fuerzas dotadas de un eficazarmamento picas-escopetas-arcabuces, armas que el caballero Bayardoconsideraba infernales e innobles, en las que por sucesivas combinaciones entre las compañías de picas y armas de fuego y la constitución defuertes reservas pudieron vencer repetidamente a la caballería francesa ala que la nueva táctica sorprendió.

Por otro lado en el XVI los progresos de la artillería trastornan asimismo elimpacto bélico por su continua evolución a lo largo del siglo, consecuencianatural de avances técnicos que llevarán de la artillería de hierro a la debronce y reforzada. Esa evolución impulso la aparición de una industriamilitar como las fundiciones de Málaga o Medina del Campo para dejarluego paso a las fundiciones de Flandes y Alemania.

Todas esas reformas y avances condujeron a que el Ejército español se¡mpusiera en el Mundo durante el siglo xvi y mitad del xvii, siendo el formidable instrumento sobre el que descansaron los planes estratégicos denuestra hegemonía.

En el ámbito naval es frecuente hacer partir de Lorenzo Ferrer de Maldonado, cosmógrafo mayor de Indias, la máxima de que es necesario eldominio del mar para conservar los dominios de tierra, puesto que así aparece en una Memoria elevada a Felipe II, pero el concepto no era nadanuevo pues desde antes de los Reyes Católicos el tema del mar había sus

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citado inmediatas preocupaciones políticas, como lo demuestra fray Antonio de Guevara en su Arte de Marear de 1539 o Botero con su Del/a regióndi stato. Incluso se ven en la perseverante aunque variable actitud deFelipe II con respecto a Inglaterra que tuvo en principio ese motivo, comoluego, rotas las posibilidades de unión pacífica lo tendrá la preparación delataque para el que Portugal le favorecía, razón entre otras de su reclamación de la legítima herencia portuguesa a la muerte del rey Sebastián, porque la posesión de aquel Reino completaba sus fines y su proyecciónsobre la mar y si luego fracasó fue por culpa de los métodos pero no porun desvío del monarca hacia la mar.

Así pues el siglo xvi nació con una España heredera de las tradicionesmarineras de Aragón y Castilla, siendo magníficos estimulantes la desaparición del Reino de Granada y el descubrimiento de América para hacerprosperar el tráfico y, por él, el poder naval.

Nadie discute que durante el xvi España desempeñara un liderazgo aescala munidal y no puede haber duda que el elemento de expansión ycontrol de las derrotas que mantendrá en cohesión el conjunto de las posesiones hispánicas será el barco, tanto como vehículo para el desplazamiento, instrumento de transporte o fuerza capaz de disuadir a quien tratara de inteferirlas aprovechando el factor de la lejanía de la Metrópoli.

La construcción del poder naval capaz de cumplir con eficacia tales requisitos fue el resultado de una evolución muy rápida, si consideramos loscondicionantes de la época, de la técnica y de la ciencia náutica, así comola creación de instituciones que coadyuvaron a ello, como el Consulado deBurgos o la Casa de Contratación de Indias en Sevilla.

La galera buque de la Edad Media construido específicamente para la guerra y usada tanto en el Mediterráneo como en el Cantábrico, prácticamentedesapareció al entrarse en el siglo xvi, siendo desplazada en el Atlánticopor buques propulsados solamente por velas para el comercio de altura ypequeñas embarcaciones de propulsión mixta, vela y remos, para las pesquerías y para el intenso cabotaje que llevaban a cabo.

En consecuencia con ello, las armadas que se aprestaron en el Atlánticodurante gran parte de aquella centuria utilizaron dichos elementos puestoque eran los únicos disponibles: las naos de carga armadas como buquesde guerra y los navíos menores como avisos y pataches. La razón de laausencia de buques específicamente guerreros hasta bien entrado el siglo,lo daba el eco de que la generalizada inseguridad en la mar obligó a incor

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porar a los buques los recursos de robustez, rapidez y armamento necesarios para valerse por sí mismos, bien ante los elementos naturales oante cualquier enemigo potencial que ¡ntentara actuar en acciones decorso o piratería.

El teatro de operaciones en que actuaron durante los reinados de losReyes Católicos, Carlos 1 y primeros años de Felipe II, fue el Mediterráneoen armadas ofensivas puesto que en el océano las armadas fuerondurante mucho tiempo de disuasión y defensa, ya fuera del litoral o de lasflotas de Indias.

Por ello, hasta bien avanzado el reinado de Felipe II no deber hablarse dela existencia de un verdadero poder naval organizado, en sus vertientesde estructura orgánica, mandos, personal y despliegue y, por supuesto, sinningún órgano superior de conducción de las operaciones.

Pero asimismo es verdad que con Felipe II se comenzó a sufrir en la maruna estrategia de desgaste a la que le sometieron sus enemigos, especialmente a partir del ño 1588, pues las múltiples guerras agotaban losrecursos económicos y humanos y los continuos buques y levas querequerían las armadas para hacer frente a las responsabilidades de unaestrategia global terminarían por paralizar el tráfico marítimo que el corsoprotestante, la católica Francia y los piratas berberiscos atacaban sincesar, especialmente a los galeones de la carrera de Indias.

Esa dispersión de objetivos, la necesidad de lograr una eficaz distribuciónde recursos y la dificultad para formar dotaciones adiestradas provocaríaque al final del siglo xvi nos debilitásemos en la mar y avanzado el xvii vernos obligados a ceder el dominio del mar a otras potencias emergentes.

Para Felipe II, el dominio del mar es con más fuerza que para su padre unacondición, más que de poder, de existencia misma. La necesita para combatir al turco-berberisco, para asegurar sus comunicaciones marítimas conFlandes y, desde luego, con América haciendo frente en ambos escenariosa las intromisiones inglesas y, en fin, hasta le es preciso para el transportede trigo siciliano y otros productos a la esquilmada Península.

Cuando Felipe II se corona, es consciente que para hacer frente a sus responsabilidades en tres continentes y dos mares sólo puede hacerlo convirtiéndose en una gran potencia naval, meta que desde los Reyes Católicos se necesita, y, se dice, que entre los consejos que le dio su padrefiguraba el de «La Armada siempre prevenida», que el monarca tratará dehacer realidad.

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En 1578 puede hablarse con justicia de la preponderancia de España enOccidente. Félipe II ha ordenado la proscripción del príncipe de Orange yrecobrado Amberes; dispone la invasión de Irlanda paso previo a su proyecto de castigo a Isabel de Inglaterra; va a anexionarse Portugal; se apercibe a la lucha con los Valois franceses y llega hasta impedir que los Habsburgo de Viena continúe practicando una política independiente. Al propiotiempo ha abatido ya en Lepanto al turco y se ocupa intensamente de lacolonización americana y de los nuevos descubrimientos en el Pacífico.

Mas sin embargo, ese Imperio español tan extenso como aparentementefloreciente posee una gran debilidad. Es un inmenso coloso de pies debarro, debilidad que reside en hallarse excesivamente disperso, en la faltade coordinación entre sus partes, tan alejadas unas de otras sin otro nexode unión que la mar. De ahí que sin que el mismo Rey adquiera conciencia se convierta en un soberano marítimo, principalmente luego de suentronización en Lisboa, y este hombre que apenas conoce el mar, las circunstancias políticas le debieron sorprender y todo enseña que no supohacer frente como correspondía a los verdaderos intereses del Imperio.

Por otro lado cometió el grave error de no haber fijado la capital en Lisboacentro natural de la gravitación geoestratégica del Imperio. Pero Lisboacaía lejos de Italia y de Flandes donde se ventilaban los más graves asuntos dinásticos y el Rey no era hombre de prescindir de aquellos intereses,heredados de su casa, para subordinarlos a la verdadera conveniencia deEspaña, que no sabemos si llegó del todo a comprender.

Por desgracia, la política que se empeñó sostener en el periodo más turbio de las disensiones religiosas en Europa, era un semillero de largasguerras continentales y, pronto fue un principio para nuestros adversariosque el plan más viable para disminuirnos era interceptar las comunicaciones interocéanicas del Imperio, porque el tráfico y la fuerza a flote organizada eran los instrumentos de relación para el enlace de las regiones dela Monarquía, siendo fácil adivinar como sin el poder naval de España nopodía subsistir en América, de igual modo que América quedaba desamparada por ello ante nuevos rivales que adquirieran conciencia de las ventajas que el océano podía proporcionarles.

Pero las continuas luchas continentales a que nos condujo su políticaheredada nos llevaron a crearnos unas necesidades tan enormes y, portanto, unos gastos tan fabulosos, que a pesar de ser en el siglo xvi la máspoderosa Monarquía, era fácil ya apreciar nuestra debilidad para sostenery hacer frente a tan variados y múltiples compromisos, al tiempo que se

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trastocaba nuestro equilibrio militar inclinando a la mentalidad nacional alabandono de la mar.

A ello se unió otra causa de suma trascendencia, cual fue, que en ese continuo batallar nadie fue capaz de ver y menos prever la gran transformación técnica y económica que se anunciaba ya en el Mundo y que en losucesivo iba a modelar las grandeza de las naciones.

El descubrimiento de las minas de Zacatecas y, más aún, las de Potosí en1545, dieron principio a la invasión de metales preciosos en Europa, acumulación de riqueza, que no sólo produjo un alza en los precios enEspaña, llegando a traspasar la inflación las fronteras hasta alcanzar anuestros dominios de Flandes e Italia, sino que la península Ibérica se convirtió en una simple estación de paso de las riquezas del Nuevo Mundo y,en 1578, los escudos y reales de España ayudaban precisamente a sostener la lucha contra ella, entrando el país en franca bancarrota que semantendría a lo largo de su reinado, dejando a su sucesor un panoramatan sombrío, que al intentar Felipe III liquidar esa situación financiera precipitó la caída vertiginosa de la moneda.

Por el contrario, en Francia e Inglaterra las medidas acordadas respondíana unas directivas a largo plazo que favorecían su expansión, conduciéndoles a las Actas de Navegación y al régimen de monopolios, esto es, almercantilismo o explotación comercial del Mundo, al tiempo que establecían unas sólidas políticas aduaneras muy proteccionistas. Pero Españaencerrada y aislada por sus continuos conflictos no hizo nada por planearuna seria reestructuración económica, por lo que, poco a poco, pese a serel banco del Mundo, fue decayendo hasta llegar a la más profunda quiebra cuyas consecuencias todavía nos han alcanzado.

Tales hechos produjeron que no solamente reforzáramos las economías deunos países ya preparados para recibir nuestras divisas sino el paulatinoabandono de nuestro propio suelo, porque era o parecía más lucrativo marchar a las Américas, con el progresivo descuido del campo y cierre de nuestra industria, ya incapaz de competir con lasa ricas y florecientes del Norte.

Al faltarnos una base tan sólida del fomento de la riqueza y, por tanto, deprosperidad comercial, era lógico que la Marina fuera la primera víctima,llegándose en el mismo reinado de Felipe II a depender de la flota mercante holandesa, núcleo inicial de su posterior expansión para convertirsebastante después en elemento activo de nuestra decadencia en la mar, yaen el siglo xvii.

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La política y estrategia en el Mediterráneo

En 1529 en el que Solimán el Magnifico luego de tomar Budapest llega aViena y contando con sus tuerzas irregulares de Argel se permite campearpor el Mediterráneo y hasta en el estratégico cuadrilatero del mar de Alborán, Europa se siente cogida entre unas pinzas por las que el nuevo perturbador de Occidente intenta en el Norte, por las líneas del Danubio y, enel Sur, por el norte de Africa, atacar a Europa de acuerdo con unas ideasclásicas, incluso en nuestros días, cubriendo sus espaldas mediante laconquista de Persia.

Para ello creará un fuerte poder naval que, por medio de lo que hoy podríamos llamar «contraofensivas menores», lograra tener en tensión al Imperio, pues fuera de la obstinada resistencia ofrecida por los Habsburgosante Viena en donde Solimán fracasó, la reacción cristiana en el Meditérraneo se limitó a unas sencillas maniobras de diversión en el mar Egeo,flanco occidental de Estambul, donde se conquistaron Corán y Patras.

Aquel poder naval supo confiarlo a Barbarroja, el hombre más hábil yosado en su tiempo, quien no solamente supo llevar a cabo la misión confiada sino que al regresar el sultán de la conquista de Persia pudo ofrecerleBizerta y Túnez y, de hecho, el dominio de buena parte del Mediterráneocentral y occidental.

Semejantes progresos movieron a Carlos 1 a intervenir marítimamente consus campañas de 1535 contra Túnez y 1541 contra Argel, en la que fra-casó y en las que no logró la estabilidad necesaria porque siempre abstraido en sus luchas continentales no se detuvo a buscar la decisión en lamar con el fin de destruir a Barbarroja y fuerzas otomanas para proseguir,anulada la flota enemiga, la ofensiva final a lo largo del Mediterráneo.

Para el sistema estratégico imperial, aquellas frágiles conquistas de Túnezla Goleta o Bugía apenas constituían otra cosa que simples posiciones aisladas sin conexión ni afianzamiento y continuamente hostigadas desde elinterior, y el modo como después fueron expugnadas prueba la debilidadde esas operaciones, pérdidas que podían haber sido evitadas con la consolidación de las bases más seguras de Sicilia, Malta o Pantelaria. A talpunto llegó el crédito otomano, que perdido Argel y tras el fracaso e susegunda conquista, Francisco 1 de Francia concertó un tratado con Solimán, viéndose a las naves berberiscas campear en las aguas del mediodía francés poniendo así el dominio del golfo de León y de Génova, vitales para nosotros, en manos del rey francés.

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Así, bajo un idéntico panorama al que ofrecían los tiempos finales de Fernando e Isabel, aunque mucho más agravados por la progresiva presiónoriental, acabo el reinado del Emperador, legando a su hijo una obscura yangustiosa situación en la mar, empeorada no mucho después con losconflictos que había de ofrecerle el creciente poder naval inglés.

El Rey Prudente inició su reinado con el triunfo de San Quintín en 1557seguido al año siguiente por el de Gravelinas que le abrían el camino deParís e imponía a Enrique II de Francia en 1559 el Tratado de CateauCambresi, que proporciono al monarca español la tregua necesaria paraocuparse del Mediterráneo.

La muerte de Solimán la conquista de Chipre por Selim II y el crecienteaumento de la potencia naval turca, que alarmó a todos los países de lacuenca del Mare Nostrum, condujo a la formación de la Santa Liga conVenecia, Génova y el Pontificado y España como actor principal, dejandoclaramente ver que la decisión ante el nuevo perturbador había quebuscarla destruyendo sus fuerza a flote, lo que exigía la creación deunas escuadras combinadas, ya que dicha decisión habría que buscarlaen la mar.

No hay que describir lo que fue Lepanto, en que el peligro turco quedó parasiempre domeñado, pero Lepanto significó también un rudo golpe para elfuturo de nuestra estrategia, que satisfecha solamente con el triunfo y noprosiguiendo sus lógicas y prometedoras perspectivas, olvidó el teatromediterráneo para, a partir de allí, concentrarse en los del norte de Europay Atlántico.

Lepanto, si aseguró el flanco mediterráneo no evitó la guerra corsaria enel Mare Nostrum, que continuará suponiendo una constante diversiónpara las flotas reales en el futuro. Pero dicha victoria no supo ser aprovechada ni táctica ni estratégicamente, y aunque los grandes proyectosofensivos no dejan de florecer en cartas y deliberaciones, en la prácticamuy poco se hará, terminando por disolverse la Santa Liga y sus grandespropósitos.

Quizá ello fue un error capital del Rey al descuidar o no admitir los sabiosconsejos que tanto su hermano, don Juan de Austria, como después elmarqués de Santa Cruz, desde Lisboa, le apercibían de la necesidad deadquirir una faja de seguridad desde Canarias y el Atlas hasta la Cirenaica.Incluso el duque de Medinaceli, en carta de 1570, le pedía que para laquietud y defensa de sus súbditos se hiciera «señor del mar», petición

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idéntica a la del virrey de Cerdeña, Álvaro de Madrigal, quien añadía, «porque es lo que conviene para la conservación de sus Estados».

Pero es de justicia hacer constar que fue don Juan de Austria quien conmayor insistencia previno al Rey sobre la necesidad de llevar a cabo laacción africana. Al tomar el mando de las Galeras del Mediterráneo, donJuan debió comenzar a considerar el problema de la seguridad de nuestras comunicaciones, según se desprende de su correspondencia con elRey, el duque de Alba, el príncipe de Éboli y otros, coincidiendo en sus juicios con los remotos de Cisneros.

Como éste, don Juan era partidario de una estrategia ofensiva, tomandoTúnez y el norte africano como base de operaciones marítimas para proseguir extendiéndose por la costa y crear un espacio de seguridad a retaguardia, ideas nada nuevas, pues siglos antes las sostuvo Roma. En suparecer, dichas acciones debían completarse con el dominio de Génova,como escala o punto de enlace más cercano entre España e Italia, república que es verdad que en ese tiempo Felipe II ejercía una especie de protectorado a través de la familia Doria, pero nadie podía asegurar que a lamuerte del monarca o desaparición de dicha casa patricia, la ciudad nocambiara de orientación política.

Claro es que esos pensamientos de don Juan fueron muy combatidos enla época, siendo el príncipe Vespasiano Gonzaga uno de sus mayoresdetractores, aunque sin ofrecer ningún nuevo plan a cambio.

Si después de la nueva conquista de Túnez por el mismo don Juan en1574, luego de Lepanto, hubieran prevalecido sus opiniones, es posibleque en el futuro hubieran quedado definitivamente libres de turcos y berberiscos todas las aguas del Mare Nostrum. Mas el eje de la política española se había desplazado a muchas millas de allí, por lo que todos los consejos cayeron en el vacío y Lepanto sólo fue un brillante episodio que dejosin resolver acuciantes problemas.

De ahí que tanto en el plano naval como estratégico, la acción de Felipe II,como antes la de su padre, fue solamente defensiva o de contención y sipor la mencionada batalla y aniquilamiento del grueso enemigo hubiéramos podido pasar a la ofensiva y adquirir plenamente el dominio o controlde dicho mar, no se supo aprovechar la ocasión, pues no cabe duda quedicha defensiva debía de haber sido una espera transitoria que nos permitiera adquirir una franca superioridad, como la que nos dio Lepanto, puessi la defensiva se justifica cuando se es débil no debe jamás continuarse

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en esa actitud cuando se ofrece la ocasión porque, en ese caso, ese espíritu defensivo lleva a degenerar en la más pasiva de las inacciones. Poreso es triste decir que Lepanto fue una victoria incompleta de consecuencias más morales que prácticas y ello tendrá muy pronto su más cumplidademostración.

Cuando al año siguiente seamos de nuevo combatidos y expulsados deTúnez y la Goleta, quedándonos reducidos al dominio de Orán y Mazalquivir, con plazas africanas sobre el Estrecho, no habrá otro remedio quepactar una tregua con Selim II en 1578, quien por su parte también necesitaba.

Por tanto, a partir de entonces desaparecen en el mar meridional la guerra de las armadas y las magnas expediciones y asedios, esto es, la guerra planificada y coordinada, para volver a imperar la guerra endémica dela piratería que es una guerra inferior pero que se situó en primer planode las acciones navales en el Mediterráneo. Ese estado de cosas llegó atal extremo, que en 1585 las Cortes de Castilla señalaban al Rey la desolación y abandono de las costas levantinas y andaluzas, pues desde elestrecho de Gibraltar a Nápoles había que luchar diariamente, llegándosea escribir en 1579 que «72 eclesiásticos cautivos al mismo tiempo enArgel, no se había visto nunca en Berbería».

Desde el punto de vista naval y español, el Mediterráneo quedo concretamente abandonado, quedando España amenazada en su flanco con unosriesgos permanentes, que podían haberse solventado de haberse seguidolas directivas que la estrategia tan claramente señalaba.

Teatro atlántico. La lucha por el dominio de la mar

A principios del siglo xvi, Inglaterra es una potencia de segundo orden quecon notable duplicidad, alterna simultáneamente con los dos soberanosrivales Carlos 1 y Francisco 1, tratando ya de aplicar el principio que seguiráa lo largo de varios siglos, de evitar que en el continente prevalezca unosobre otro.

Aunque Enrique VII fue el primer rey inglés en conceder al mar su importancia y su sucesor Enrique VIII creara una escuela de pilotos, algunosarsenales y reorganizará por primera vez sus flotas, hasta allí para losingleses el mar no había representado más que un elemento de seguridady sus flotas simples puentes de comunicación para enlazar con Europa.

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Pero todo cambiará con la llegada de Isabel 1, cuando hace suyo el dichode sir Walter Raleigh.

«Aquel que domine el mar dominará su comercio, quien domineel comercio del mundo dominará sus riquezas y, por consecuencia, elmismo Mundo.»

Desencadenando una serie de ataques corsarios en el Atlántico y Américadestinados a tantear nuestra reacción para comenzar una cruzada marítima contra España.

Pero, no obstante, como reconoce Maurois, el poder inglés era bastantelimitado ante la «potente y ortodoxa España» y aunque en la conquista delNuevo Mundo «no tomó en mucho tiempo parte alguna», se hallaba yadotada de ese espíritu de «permanente agresión» que Canivet le asignapara intervenir y aprovecharse de cuantos conflictos ocurrieran, a comenzar por los religiosos, que aparentemente provocaron su acción contraEspaña.

En su favor obraron tres factores cruciales. En primer lugar la política deIsabel de transformar la mentalidad e inclinaciones de su pueblo, asistidapor hombres fuertes pero de dudosa moralidad como Francis Drake, lordHoward, sir Walter Raleigh o Jhon Hawkins, a quienes el Reino Unido debesu maravillosa ascensión hacia el dominio del mar. El otro factor que lesfavorecía era el no tener que defender ninguna supremacía territorial énEuropa y, por ello, sostener un fuerte ejército organizado. Por último, supolítica aprovecharía todas las contiendas mundiales para alcanzar, acosta de los demás, una hegemonía, llegando a convencerse tras el éxitode sus piratas que por su insularidad y posición interceptadora, cara alcontinente, sobre el que podía ejercer una acción geobloqueante en dominar sus accesos, se hallaban en condiciones de llegar a ser una granpotencia y establecer un imperio colonial diferente al concebido y efectuado por España y Portugal, únicos países por entonces en los que podríainspirarse e imitar.

Fue Gilbert, educado en Eton y Oxford, quien propuso a la Reina el programa de esa colonización diferente de la de los «conquistadores españoles», dirigida a instaurar unos espacios geográficos y desarrollar la salidade los productos manufacturados del Reino, como medio de asegurar ypotenciar su economía e industria, sistema netamente proteccionistay mercantil que será posteriormente imitado por las restantes potenciaseuropeas. Ese programa fue comprendido y aceptado por sus coetáneoscoadyuvando a su cambio de mentalidad y a interesarse por los territorios

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de ultramar y navegaciones, función de gobierno y sentido comercial de lasconquistas que son factores que posteriormente Mahan consideraría comoindispensables a todo pueblo que aspire a convertirse en una gran potencia marítima.

Inicialmente la expansión inglesa tuvo que limitarse al Atlántico, ya que lascostas de Europa le estaban vedadas salvo en las alturas nórdicas, dondetrataron de buscar caminos dando con lbs hielos polares. Ya con Isabel 1,la expansión va a reside en las llamadas «compañías», instituciones ingeniosamente creadas para dar a su acción una mayór libertad y materializarel espíritu comercial de su colonización, en tanto que el Gobierno de Londres mantenía aparentemente toda su independencia política. Así surgieron en 1581 la Levant Company, financiada con dinero capturado a losgaleones españoles que extendería su acción al levante mediterráneo, llegando a suplantar luego a Venecia en el tráfico con aquel área y hastaobtener la protección turca al presentarse Isabel 1 como defensora de laverdadera fe «contra los idólatras que se reclaman falazmente hijos deCristo». Más tarde al finalizar el siglo, en 1600, nacería la East India Company, que fue autorizada a vender en las colonias portuguesas, entoncesdependientes de España, lo que predisponía a abrir un conflicto.

Se dice que Felipe II intuyó el peligro que suponía esa expansión inglesa,pero ello es difícil de creer dada la enorme desproporción de fuerzas, nique el Rey Prudente sostuviera serios temores puesto que la Inglaterra delsiglo XVI no alcanzaba aún la categoría de gran potencia que hiciera temblar al monarca español. Si Felipe II trató de combatir y ahogar a Isabel 1,fue tanto por extirpar los continuos ataques corsarios como para aniquilaraquel foco del protestantismo que fomentaba la ayuda a los rebeldesholandeses que, el Rey, a quien pertenecía Flandes, tenía el deber de evitar y castigar.

Abandonado el Mediterráneo, Felipe II se concentró en la lucha en Flandes donde, como hemos mencionado, no sólo incidían intereses políticossino otros, pues aunque la cuestión religiosa parecía mover su acción, elmonarca se jugaba también allí el prestigio de la Corona, pues era undogma para la estrategia española que sin los Países Bajos, Españadejaba de considerarse como potencia europea, porque la posesión deesos antiguos territorios borgoñones le garantizaban la hegemonía sobreel continente y, además, porque Flandes podía considerarse como una ciudadela que nos permitía hacer frente, por mar y por tierra, a Inglaterra yFrancia, alejando así la lucha de la península Ibérica.

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Asimismo, la posesión de Flandes permitía a Felipe II mezclarse en la política francesa, como se puso de manifiesto cuando la turbia actitud de losValois le hicieron temer que el espíritu hugonote podía imponerse en elmismo corazón de Europa y sus relaciones con los Guisas y la Liga y sufinal oposición a Enrique IV, se basaron en aquel temor de nuestro soberano, dispuesto a salvar a Francia y Flandes para la fe católica.

Pero había aún algo más, porque habiendo asimilado Flandes el comercio hanseático, los Países Bajos permitían extender nuestra influenciahacia Escandinavia y regiones del Báltico, especialmente, a partir del Tratado de 1551 con la Hansa, aunque las relaciones hispano-hanseáticasse remontaban al siglo xiii. Nuestra influencia sobre Dinamarca, consecuencia de haberla incluido el Emperador en nuestra área de influencia,encerraba una triple importancia desde el punto de vista estratégico yeconómico, pues además de asegurar el flanco norte de Flandes, permitía la vigilancia y hasta el control de la salida septentrional de los maresdel Norte y Báltico, a través en este último caso de los estrechos daneseslo que nos permitía, a fin de cuentas, disponer de una posición de superioridad estratégica sobre Inglaterra, Suecia y norte de Alemania, al conferirnos el posible control del tráfico comercial entre aquellos países por suobligado paso por tales aguas, Pero, además, Flandes y la península deJutlandia eran piezas maestras ante un posible bloqueo marítimo comercial a Inglaterra, que dependía en aquel tiempo de los recursos y productos continentales.

Como Carlos 1 ejercía ya el control del paso de Calais, del estrecho deGibraltar, del canal de Sicilia y, ahora, del mar del Norte, España poseíalas llaves del dominio del Mundo. Por desgracia, Inglaterra supo maniobrarpara romper ese cerco, estrechando sus lazos con los sectores protestantes de dicha área, incluida Dinamarca, lo que unido a la atención y esfuerzos que recaban a la política española otros teatros, terminó por desviarnuestra atención del área nórdica, para olvidarla a partir de 1560, cuandoFelipe II decidió no ya potenciar allí nuestra presencia naval sino retirarla,grave error que más tarde lamentaría al decidir la invasión de Inglaterra ypercibir entonces la importancia de tan vital zona geopolítica. Posteriormente, en el siglo xvn, el conde-duque de Olivares volvería a preocuparsepor aquella región, concibiendo ambiciosos proyectos que terminarían porquedar en meros sueños.

Esa polarización de recursos y esfuerzos al escenario bélico de los PaísesBajos, nos condujo a que nuestras comunicaciones interoceánicas, espe

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cialmente con América, de las que el Imperio dependía, se vieran serias eimpunemente amenazadas por los asaltos de los corsarios.

A este respecto debemos señalar las diferencias existentes entre los corsarios, piratas y bucaneros, pues normalmente se las confunden, sin quenos lo aclare el Diccionario de la Lengua. Se entiende por «corso», laempresa naval de un particular contra los intereses de los enemigos delEstado, tras recibir autorización de sus autoridades, mediante la entregade una patente, un salvoconducto o una carta de represalia, meras fórmulas de encubrimiento, debiendo depositar el corsario una fianza para cubriruna presa no autorizada, como la procedente de un buque de una naciónaliada, y sometiéndose a un tribunal especial que dictaminará la legitimidad de la captura y la parte que debe apropiarse el armador. Por su partela piratería se relaciona con la decisión de un grupo o de un solo armador,de iniciar una acción armada en la mar con un fin lucrativo sin gozar de ninguna autorización, por lo que jurídicamente se consideran sus apresamientos como simples robos. Por último, el bucanero lo constituyeron ungrupo de hombres sin ley y, generalmente, apátridas, que ejercieron acciones de piratería vendiéndose al mejor postor. Surgieron en el siglo xvi alser expulsados de la Española y refugiarse en la isla de la Tortuga, creando las llamadas Cofradías o Hermandades de la Costa.

Asimismo debemos señalar, que el corso y la piratería es una profesión tanantigua como la mismo humanidad. Así Plutarco en el siglo i hace alusióna ellos, lo mismo que en el siglo xii se mencionan en el III Concilio deLetrán, mientras que la Corona de Aragón reglamenta el corso a través de36 capítulos que aparecen en el libro del Consulado del Mar, lo mismo queen la Partida II de Alfonso X e! Sabio.

Pero regresando al siglo xvi, esa guerra menor que se desencadenó contra las comunicaciones marítimas españolas tuvo dos fases bien diferenciadas. La primera se extendió desde 1520, años en que ya comienzan aconocerse en Europa las riquezas y promesas que encierra América, hasta1550, abriéndose la segunda en esa fecha o, más bien, en 1560 cuandonuestros adversarios la incluyen ya en su maniobra estratégica.

La primera se caracterizaría por ser un enfrentamiento de poca intensidaden el que predominarían como enemigos aventureros franceses, más omenos protegidos por París, que actuarían por su propia cuenta o al servicio de ciertos intereses, como los del comercio de la ciudad de Rouen oel Havre. Entre aquellos sobresaldrían Fleury, capturado por los españolespara posteriormente ajusticiarlo en Andalucía, Jean de Ango, Le Blanc y

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otros, que señalarían, a su vez, el camino a seguir por una segunda generación, entre los que destacaron Verrazano, descubridor del río Hudson, LeFoin o Parmentier y caracterizándose todos ellos, por polarizarse a apresar las cargas de los buques españoles que asaltaban.

En la segunda época, prevalecerán los esfuerzos de los corsarios inglesesy, a su sombra y en menor grado, holandeses y franceses, diferenciándosesus operaciones con respecto a los de la primera fase, en que no sólo atacarían al tráfico sino asimismo a puntos idóneos de la costa ultramarinaespañola, consiguiendo en muchos casos hacerse con ciertos territorios,especialmente, islas, caso de Martinica, Saint Vicent, Saint Martín, Guadalupe, etc. Pero, además, los corsarios ingleses llegarían a convertir susflotas en auténticas unidades de las fuerzas navales británicas, alcanzando sus capitanes altas jerarquías y consideraciones, bastando conrecordar el caso de Drake o el de Morgan, uno de los más crueles y sanguinarios corsarios de todos los tiempos, quien llegaría a ser nombradogobernador de Jamaica y par del Reino.

Desconocedores, en principio, los corsarios de las derrotas que conducíana las Indias, optaron por situarse ¡nicialmente en los puntos de recalada denuestro tráfico, esto es, en las proximidades de Finisterre y cabo SanVicente para ampliar sus cazas en los años treinta y cuarenta al espaciomarítimo delimitado por el triángulo Canarias, Azores, Finisterre, sin dejarpor ello los accesos del estrecho de Gibraltar.

La reacción española no se haría esperar, al asignarse armadas de protección con misiones de vigilancia y cobertura a distancia de las derrotasAzores-San Vicente y Azores-Finisterre o viceversa, que ejercían su misiónpatrullando sobre dichas derrotas. Esa reacción tuvo un efecto positivo, lade obligar o impulsar a los corsarios más al oeste de las Azores pero también unos efectos negativos, al convertir el Caribe y el golfo de México ennuevos teatros muy activos, obligando a nuestros escasos recursos navales a ampliar sus operaciones a aquellas nuevas áreas, debilitándose, portanto, la cobertura oceánica.

Para hacer frente a esa guerra menor, única a la que tuvo que hacer frentenuestra estrategia atlántica a lo largo del siglo xvi si se exceptúan ciertasempresas muy delimitadas, como la de la Gran Armada o la campaña delas islas Terceras, se decidió el 9 de agosto de 1543 establecer o crear unanueva figura táctica, la del «convoy», que, según se dice, la propuso alConsejo de Guerra don Álvaro de Bazán el Viejo. Con ello se pretendíaestablecer un tráfico oceánico escoltado, lo que suponía por nuestra parte

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pasar de una estrategia ofensiva, la que había ofrecido la cobertura a distancia, por otra defensiva, figura estratégica propia de quien se reconoceinferior dejando a nuestros adversarios convertir la suya en ofensiva,lo que llevaba aparejado disponer de la iniciativa y total libertad deacción que, con el paso de los años les conduciría al control de las aguasatlánticas.

No obstante, hasta 1561 no se generalizaría dicho sistema, al ser difícildurante largos años inculcar en armadores y capitanes las amenazas quepesaban sobre las navegaciones independientes. Claro está que ese tipode navegación subsistiría a lo largo de todo el siglo, pues había armadores que no renunciarían al tráfico de contrabando, al disponer de buquesveloces que transportarían recursos del Nuevo Mundo a toda Europa pararegresar con productos manufacturados franceses, alemanes o ingleses,sin que las medidas proteccionistas y penales tomadas por la Corona lesdisuadiese.

Dicho sistema de convoyes implicó una total restructuración del tráfico alconcentrarse éste en dos o tres convoyes anuales en ambos sentidos, conel efecto positivo de volver a ser fluido el envío de mercancías y sorprendiendo la organización de las flotas, sistema que permanecería vigentedurante más de un siglo.

A este respecto es admirable el esfuerzo que hizo la Casa de Contratación,pues llama la atención la minuciosidad y perfeccionamiento que alcanzó elsistema, pues todo convoy implicaba redactar detalladas instruccionessobre los buques que debían participar y sus mandos, incluidas las navesCapitana y Almiranta; la distribución y selección de la carga; la formaciónque debía adoptarse, las fechas de salida y llegada; la fijación de las derrotas, incluidas las alternativas, que eran función de la hidrografía y meteorología, de la amenaza corsaria y de la importancia de la flota por sunúmero o por su valioso cargamento, etc., instrucciones constantementerenovadas, lo mismo que las cartas náuticas o de marear, por el temor queexistía de que pudieran caer en manos enemigas, dado que apoderarse deellas era un objetivo prioritario de todos los corsarios, pues de perdersepodría desaparecer el monopolio que durante décadas se tuvo de lasderrotas atlánticas. Ese temor había surgido a comienzos de siglo, si recordamos que en el año 1511 se dio prohibición expresa mediante juramentoa Americo Vespucio de «no dará cartas de marear de las Indias a personaalguna sin licencia del Rey», clara demostración del recelo que ya existíaante tales pérdidas.

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Aunque es bien conocido el itinerario que seguían las flotas ultramarinas,recordaremos que una vez dejado el golfo de Cádiz el convoy se dirigía alas islas Canarias para hacer aguada y embarcar víveres, prosiguiendosus singladuras hacia la isla Trinidad, favorecidos los buques por los vientos alisios. Ya en Trinidad una parte del convoy, con la nave Capitana oAlmiranta, se dirigía hacia la Habana, puerto del que proseguirían ciertonúmero de naos rumbo Veracruz o San Juan de Ulúa. La otra parte delconvoy atravesaría el estrecho de Paria aproando hacia Cartagena deIndias, largando buques durante su camino al estar a la altura de laGuayra, Puerto Cabello o Santa Marta. Desde Cartagena ciertas unidadescontinuarían viaje a Portobelo y Nombre de Dios, en el istmo de Panamá,puesto que sus cargas tenían como destino el virreinato del Perú o núcleosde Centro-América asomados al Pacífico. El regreso de las flotas lo hacíanconcentrándose en la Habana las procedentes de Cartagena de Indias,Portobelo y Veracruz, puerto en el que se organizaban, zarpando paraEspaña a través del canal de la Florida con rumbo hacia las islas Bahamas, zona muy temida por los violentos y repentinos temporales que laazotaban y en la que se perdieron la mayor parte de los buques de las flotas que desaparecieron a lo largo de muchas décadas. Desde las Bahamas la flota se veía impulsada por vientos propicios hacia las Azores,desde donde algunos buques aproaban hacia la Coruña y puertos del Cantábrico y otros lo hacían hacia Cádiz y Sevilla doblando el cabo de SanVicente.

A esas flotas se añadiría en 1565 una tercera con rumbo al río de la Plata,al tiempo que asimismo se enlazaba Manila con Acapulco, mediante el llamado Galeón de Manila. Por último señalaremos que prácticamente a lolargo de todo el siglo existieron las denominadas flotas «laneras» o de «lalana», que enlazaban Flandes con los puertos cantábricos, tráfico que seremontaba al siglo xiv.

En relación con el tráfico ultramarino, durante bastantes años existieron lasllamadas «armadillas», buques muy rápidos que con independencia oagrupando dos o tres unidades fueron las encargadas de traer a Españaproductos muy valiosos, generalmente oro, plata y piedras preciosas, cargamento de muy limitado volumen.

Fueron las pérdidas que ocasionaban los corsarios, degradando la seguridad en el Atlántico y costas del Nuevo Mundo, las que rompieron las reticencias de los procuradores de las Cortes para poner a punto una eficienteArmada, capaz de ofrecer aquella seguridad que faltaba. Nos referimos a

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la de la Guarda de la Garrera de Indias, que inicialmente mantendrían lascajas de Nueva España y del Perú, añadiéndose a las ya existentes, comola del Almirantazgo de Dunkerque, la de la Guarda del Estrecho, las flotasde galeras de Malta, Nápoles y Sicilia, la armada de Barlovento y armadiItas de Tierra Firme, etc.

Cuando se entra en el último cuarto del siglo, nuestra estrategia cometeuna serie de errores que influyen en el rearme naval y en la estrategia engeneral. Entre otros podemos citar:— No advertir que mientras nos empeñamos en guerrear en Europa por

una plaza o dilapidar esfuerzos en un asedio, ingleses y holandeses sevan afianzando paulatinamente en la mar y, a través de sus aguas, vantomando posiciones a costa de trozos de nuestro imperio colonial oultramarino, que se acelerará en los primeros años del siglo xvii al despojarnos la Guayana, Curacao, Martinica, Guadalupe, Belice, islasMonstserrat y Tobago, a las que seguirán Jamaica, Bahamas, etc.

— Aunque se concibe exactamente la forma de acabar con el corso, estoes, aplicado el principio de «atacar al enemigo en el origen», el proyecto de invasión de Inglaterra adolece de muchos fallos, al comenzarpor no conocer al fuerza real y moral del adversario, tema que másadelante comentaremos.

— La existencia de una persistente enemistad entre los dos grupos querodean e influyen en el Rey, el militar, encarnado por el duque de Alba,príncipe de Parma, marqués de Santa Cruz, Juan de Austria y otros yel civil, en el que figuran el príncipe de Éboli, Antonio Pérez, el secretario todopoderoso, Idiaquez, etc., quienes mantienen puntos de vistaencontrados en muchos temas políticos y estratégicos, como el de laguerra en Flandes, divergencia que paraliza las decisiones en materiamilitar y naval.

— El mal tratamiento que se hizo de las crisis económicas de 1557-1560,la de 1575 y, especialmente, la de 1596, que nos empobreció y afectóa los fondos del Estado disponibles para los armamentos navales yesfuerzo bélico, en general.

— El sentimiento religioso que impregnó nuestras luchas, olvidando enesos conflictos los aspectos económicos, cuyo valor pronto advirtieronquienes combatíamos.

— La ilusión que creó Lepanto, que nos hizo concebir que éramos lospaladines de la lucha entre dos civilizaciones, sin ver que con aquellabatalla terminaban los grandes encuentros navales en el Mediterráneoy que el centro de gravedad de la historia pasaba al Atlántico, como

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en estos tiempos nuestros el futuro de la humanidad se jugará en elPacífico.

— La mala percepción del significado estratégico de ultramar, pues la Florida, Nueva España y Tierra Firme, junto con las Antillas como centrode un conjunto geoestratégico y geopolítico, constituían excelentesposiciones para haberlas potenciado estableciendo un eficiente despliegue naval que hubiera permitido el control de las dos cuencas delmediterráneo americano, lo que no se hizo porque todos los esfuerzosse consumían en Europa, en un conflicto que, para muchos, no teníasalida, algo que se reconocería tarde y mal al finalizar el reinado.

— Impulsar una colonización expansiva e idealista pero jamás comercialcomo la que había practicado Portugal y adoptarían Inglaterra, Holanday en menor medida Francia. Esa colonización se caracterizó por encerrarse sobre sí misma, dando la espalda a Europa y en la que sobresalió una falta de planificación y coordinación con una enorme disipación de esfuerzos por lo que las grandes riquezas que contenían lasregiones ultramarinas implicarán el más mínimo desarrollo industrial,cuando los demás actuarían en sentido opuesto, aplicando el principiode la rentabilidad y economía de esfuerzos sobre puntos determinadose idóneos desde un punto de vista comercial y económico.

— Desacierto en no trasladar la capital a Lisboa, en íntimo contacto conlos problemas atlánticos, desoyendo el Rey el que, se dice, fue uno delos últimos consejos que recibió de su padre: «si quieres engrandecertus Estados coloca la capital en Lisboa, si pretendes conservarlos enValladolid y si quieres perderlos en Madrid>’.

— Finalmente, nuestra estrategia en el ámbito naval tampoco descubrióque la guerra en el Atlántico reclamaba nuevos conceptos, tanto en laespecificación de los navíos, en su despliegue e infraestructura comoen sus tácticas y hasta armamento.

Al referirnos al poder naval, durante la segunda mitad del reinado de Felipe II, varios problemas se planteaban en el ámbito naval y marítimo.Entre otros:— En primer lugar los medios asignados a los despliegues en el Atlántico,

mar del Norte y área del Caribe y golfo de México eran insuficientespara atender a una serie de misiones en continuo ascenso, en gravecontraste con el Mediterráneo, donde se encontraban la mayor parte denuestros medios al mando de jefe brillantes. Esas insuficiencias seponían continuamente de manifiesto, pudiendo servir de ejemplo laarmada que se constituyó en Cádiz al mando de Luis de Carbajal, con

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la misión de embarcar con destino a Flandes 6.000 infantes y que, unavez en Laredo, se presentó el dilema de que la flota de Indias queaprestaba su salida en Cádiz exigía su protección, dilema que se saldódividiendo dicha Armada para cumplir ambas misiones. Por otro lado essuficiente con repasar las actas de las Cortes para comprobar dichasinsuficiencias, que el Rey presentaba asiduamente a los procuradores,sin arbitrarse en la mayoría de los casos una solución.

— Con respecto a los mandos, al alcanzar los años ochenta, ciertos almirantes parecen monopolizar la dirección de las armadas en el Atlántico,Álvaro de Bazán, Luis de Carbajal y Pedro Menéndez de Avilés, lo quenos lleva a la espinosa cuestión de cómo se efectuaba la selección delas altas jerarquías, por estimar ciertos sectores que en los nombramientos no se tenía en cuenta la verdadera capacidad y experiencia enla mar.

Realmente como sucedía y continuaría sucediendo, en la elección intervenían muchos factores, tales como la amistad con miembros del entornodel Rey, pertenecía a la aristocracia o realeza, la aureola que ciertos personajes se habían forjado en campañas terrestres y, especialmente, lapertenencia a una misma estirpe o familia. Entre esas familias aparecenlos Bazán con Álvaro, Alfonso y Alonso; los Flores con Diego y Alvaro; losManrique con Antonio y Álvaro; los Eraso con Cristóbal, Francisco yAlfonso; los Menéndez de Avilés con Pedro, Juan y Bartolomé; los Lópezde Roelas con Diego, Juan y Felipe, etc., sistemas que provocaban celosy consagraban monopolios, situación que se expuso a Felipe II reiteradamente, entre otros, en el famoso y divulgado Memorial que el padreAnchieta elevó el monarca en 1578 en el que podría leerse «... las arma-das las mandan con frecuencia hombres totalmente ignorantes de lascosas del mar, cuando en España los hombres prácticos en la navegación están retirados en sus casas...», achacándose a tal sistema tan pocoejemplar las causas de las frecuentes pérdidas de navíos, lo que no eratotalmente exacto. Pero también es verdad que quienes durante añoshabían tenido un fuerte contacto con el ámbito naval, caso de los Bazán,Doria, Cardona, Rejón, Valdés o Recalde accedían a los mandos por supropio valor y capacidad reconocida.

— La potenciación de los medios navales obligaba a contar con dos elementos esenciales, la forma de financiar las nuevas construcciones yluego mantenerlas operativas y disponer de una buena infraestructuraen puntos de apoyo, atarazanas y astilleros.

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- El grave problema que se presentaba era el continuo incremento de loscostos. Si hacemos abstracción de los 10 millones de ducados quesupuso el armamento y sostenimiento de la Gran Armada, podemosseñalar que si en 1536 se cifraba en 90.000 ducados el mantenimientode las escuadras de galeras, incluida la de Andrea Doria, en 1560 esacifra se situaba en 280.000 y en 1592 una escuadra similar costaba537.000 ducados. Pero esas cifras se disparan al finalizar el siglo, quizácomo consecuencia de la bancarrota de 1596 y, así, sostener laArmada de la Mar Océano pasa de 900.000 ducados en 1594 a1 .700.000 en 1598, es decir, se duplicó en sólo cuatro años.

Ante las insuficiencias presupuestarias y la reiterada negativa de lasCortes a incluir cantidades relevantes en los presupuestos ordinarios,el Rey se vio forzado a otras fuentes, entre ellas: el «subsidio de Cruzada» que recababa al pontífice y del que pudo disfrutar en bastantesocasiones como en las de la preparación de las fuerzas que debíanintervenir en Lepanto, aunque muy rara vez para consumirlo en acciones oceánicas; una segunda fuente provenía de «créditos extraordinarios» concedidos por las Cortes en situaciones de emergencia; otro sistema se basaba en tomar a sueldo a particulares, ciertas unidades yaunque en principio parecía reacio a abusar del sistema de «asientos»,las circunstancias le forzarían a ello, no debiendo olvidar que había sidouna práctica habitual en reinados anteriores, llegándose, incluso, a vertomar a sueldo naves extranjeras, como sucedió al afrontar la jornadade las islas Terceras, en 1582, de armadores venecianos y toscanos.Finalmente las necesidades navales le llevarían a acudir al sistema de«embargos», aunque cuando su padre le asoció al gobierno los habíadesechado.

— Una de las inquietudes del Rey y que llegaría a convertirse en unaobsesión, se relaciona con su preocupación por conocer en cadamomento una serie de detalles del ámbito naval, como saber f recuentemente el número de unidades existentes y operativas, algológico, pero ya no tanto ser informado sobre lo que se debía a la gentede «mar y guerra», gasto de una armada de 12 galeras durante un año;recibir la relación de presas de nuestros corsarios, como apresadas porlas galeras de Francisco de Benavides, etc., aunque nada se sabe dela explotación que hiciese de esa información.

— Realmente Felipe II conocía todas y cada una de las salidas de corsarios enemigos, con el nombre de los barcos, desplazamiento, arma

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mento y casi hasta su destino, gracias a una amplia red de informaciónque, especialmente, sus embajadores en París y Londres, como Bernardino de Mendoza, establecieron y que cubría los principales puertosfranceses e ingleses, con informadores a sueldo pertenecientes aambos países, tema sobre el que nunca hemos visto un trabajo enEspaña.

Esa información debió de traducirse en un gran archivo de datos, peroesa información era de difícil análisis y explotación, a comenzar por lainexistencia de un órgano tipo Estado Mayor, dado que el Consejo deGuerra que dirigía la preparación de la fuerza y sus operaciones y el deEstado que conducía la política y, por ello, no disponían de elementoshumanos ni técnicos para efectuar dicha evaluación, por no recordarlos incipientes medios de comunicaciones para difundir tales evaluaciones, así como por las dilaciones en la toma de decisiones, por lo queera una información prácticamente inoperante.

Al entrar en los años ochenta, se abrió para nuestra estrategia un nuevo teatro marítimo, el del océano Pacífico, apareciendo el estrecho de Magallanescomo un área prioritaria ofensiva-defensiva, para cerrar el paso a los corsarios ingleses y holandeses, si bien, el esfuerzo naval iba a ser nulo, al sermaterialmente imposible mantener algún tipo de armada en tan inhóspitastierras sometidas muy a menudo a malos tiempos. En la realidad la apariciónde corsarios ingleses en el Pacífico se remontaba a 1565, con la presenciade Hawkins, quien monopolizaría las correrías en dicho océano hasta 1570.Pero la alarma surgió cuando Drake cruzó dichas aguas durante su vuelta almundo en 1577-1579 y, más especialmente, con la captura del Galeón deManila por el corsario inglés Thomas Cavendish en 1586.

Un acontecimiento crucial que afectó decisivamente a nuestro poder navalfue la empresa de Inglaterra, que constituye uno de los temas más estudiados y con mayor bibliografía. Como anteriormente señalamos, a Felipe IIle sobraban causas para intentar aniquilar a Isabel de Inglaterra, instigadora de todos los levantamientos contra España, tanto en los Países Bajoscomo en Portugal una vez anexionada y promotora de los reiterados ataques corsarios contra las comunicaciones y tierras del Imperio, que culminarían con el ataque de Drake a Cádiz en 1587, en espera del de laCoruña en 1589 y el nuevo asalto de Cádiz por el conde de Esex.

Parece ser que el monarca atendió los consejos del marqués de SantaCruz, de que para cortar de raíz a la piratería sólo ex!stía la solución deinvadir Inglaterra, encargándole la organización de la Gran Armada.

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Pero esa Armada nació ya mal, al verse privado de sus verdaderos jefescomo consecuencia de la repentina muerte, por un posible tifus, del marqués de Santa Cruz y de su previsto sucesor Pedro Menéndez de Avilés,preconizado para suceder a aquél, nombrándose contra su voluntad alduque de Medina Sidonia, soldado pero no marino. Añádase a ello laheterogeneidad de las unidades participantes, masa de navíos que ibandesde la galera mediterránea, nada apta para navegar en el océano,hasta las pesadas urcas y carracas junto a ga/eazzas y galeones, embarcando una fuerza de invasión. Esa agrupación o armada se vería condicionada en su celocidad por los buques más lentos y pesados y su protección, asimismo, condicionaría, a la que llamaríamos fuerza de combatede escolta para buscar la batalla decisiva con los buques británicos. Finalmente se cometió el error de nombrar dos mandos antagónicos que sedisputarían el mando de la operación. El duque de Medina Sidonia y Alejandro Farnesio.

Esas y otras faltas, unidas a las pésimas condiciones meteorológicas, conducirían al desastre que impondrá un fuerte repliegue a nuestra actividadnaval, apenas limitadas desde entonces a proteger las comunicacionescon América e Italia, salvo ciertas empresas que aún se llevarían a cabocomo el fracasado desembarco en Irlanda. Esa situación es la que tambiéncondicionaría la operación naval de Morea en el Mediterráneo que significó el punto final a todo intento de llevar a cabo nuevas expediciones endicho mar.

Al finalizar la década de los ochenta, el sistema de flotas se ha consolidado, viéndose dirigidas por una nueva generación de generales y almirantes, entre otros, Alonso de Chaves, Francisco Valverde, VargasMachuca, Juan Martínez Recalde, etc., sin que falten tampoco nombresconocidos de la década anterior, como Cristóbal de Eraso, Diego FloresValdés o Francisco Luján.

Por su parte, los corsarios proseguirán actuando en una total impunidad,creando una verdadera psicosis en el Nuevo Mundo que conducía a latoma de inocuas y confusas decisiones, como lo demuestran los siguientes ejemplos, relativos a la salida de expediciones de castigo. En 1582, elvirrey de Nueva España, marqués de Villamanrique, ordena a García dePalacio hacerse a la mar con su flota desde Acapulco para combatir a loscorsarios y en la directiva solamente le dice que estos «andan por el Sur»,imprecisión que no merece ningún comentario, a las medidas que tomóFernán Ruiz «contra el corsario que tomó Santo Domingo en 1585»,

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cuando habían pasado más de doce meses de tal acción, ejemplos de losque están repletos nuestros archivos.

Asimismo, fue muy corriente exagerar en los informes los resultados deuna operación anticorsaria, como lo demuestra el siguiente ejemplo, el delinforme rendido por el capitán Hernández Quiñones a Bartolomé García deNodal embarcado en la flota de Luis Fajardo durante las jornadas de Salinas Araya e islas de Barlovento, en el que afirmaba que había limpiado lazona de piratas «quemando 19 navíos olandeses», aseveración difícil deprobar, pues no sólo la documentación holandesa relativa a esas jornadasse encuentra hoy disponible y no menciona tales pérdidas, sino porquecombatir y destruir 19 navíos implicaba disponer de unas fuerzas navalesque no se tenían en las Indias en esos años.

Igualmente, aquella psicosis inducía a emitir como veraces infinidad debulos o falsos avistamientos. Fue el caso de Hernando Valverde, quien enel mes de marzo de 1579 elevó al Rey un Memorial en el que le comunicaba haber ordenado la salida de la flotilla de Guatemala en persecuciónde Drake, cuando otra carta del gobernador de Maluco o Molucas en laslejanas Indias Orientales, fechada un mes más tarde, anunciaba igualmente la presencia de dicho corsario embarcado en una nave de 300 toneladas, mientras que Francisco de Zaragoza, Caballero de Santiago, escribía desde Punta Realejo, en Nicaragua, el 16 de aquel mismo mes deabril, al virrey de Nueva España, haber entrado en contacto con Drake enel amanecer del día 4 de ese mes, dando la impresión que todos ellos oconfundían los pabellones que estimaban ver o pretendían combatir o seinventaban los avistamientos, persecuciones y combates.

En realidad, durante los quince años conocidos como los de la era deDrake, entre 1576 y 1590, ese navegante obsesionó a las autoridades delNuevo Mundo y lo lógico hubiera sido potenciar los medios necesariospara hacerle frente y combatirle pues, como ya mencionamos anteriormente, el despliegue naval español en América fue prácticamente insignificante, presencia naval tan limitada que cuando el mismo Drake apareceel primer día de Cuaresma de 1586 al frente de 23 navíos ante TierraFirme, sólo podían oponérsele la galera La Ocasión y la saetilla La Napolitana, claro ejemplo de aquella debilidad naval y de la indefensión de lascostas ultramarinas.

Pero para entender el problema que se ventilaba en el Atlántico, es precisohacer algunos comentarios sobre lo que implicaba el ataque y defensa delcomercio. Por lo pronto, ingleses y holandeses reconocían tácitamente su

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inferioridad en la mar pues de haber poseído una superioridad, su objetivohubiera sido transformarla en dominio, bien por la batalla o el bloqueo.

Por nuestra parte, la dificultad para proteger al tráfico, residía en la amplitud oceánica sobre el que se movía, aunque es verdad que las zonasdonde tendía a acumularse o «zonas fértiles» o donde convergían lasderrotas o «zonas focales», eran las verdaderamente vulnerables. Puestoque la ocupación o control de la alta mar era imposible y su cobertura yvigilancia era asimismo difícil en la época por la gran proporción de arma-das o patrullas que hubieran hecho falta, la solución radicaba en situar losmedios disponibles en las zonas fértiles y focales, pues de ser fuertes enesas áreas no habrían sido constantemente dañadas por los corsarios ynuestro control y ocupación sólo hubiera podido romperse enviando Inglaterra y Holanda fuerzas superiores a las nuestras y, mediante la batalla,destruir las flotas y armadas españolas, algo que era impensable al no disponer esas naciones de poderosos núcleos navales.

En cuanto a las derrotas en alta mar era lógico dejarlas abandonadas, enel sentido de ausencia de patrullas dado que las flotas de Indias navegaban escoltadas, utilizándose únicamente como protección el sistema derelevos lejanos de las armadas que iban o venían en las zonas fértiles,como las aguas de las Azores a las focales de Finisterre, Canarias o caboSan Vicente.

La grave situación por la que atravesábamos en los años ochenta la advirtió Felipe II, reiterando su preocupación a las Cortes y silos procuradoresescuchaban al Rey con atención, tomaban escasas medidas, en primerlugar porque todo el esfuerzo en el ámbito naval se polarizaba a potenciary crear la Gran Armada y, luego, porque los problemas marítimos no eransentidos por la mayoría de los representantes del pueblo, procedentes deciudades del interior y desconocedores, incluso, de lo que era el mar, quela mayoría jamás había visto. Por eso, las decisiones que tomaban dabanla impresión de que sólo pretendían tapar huecos, precisamente en unosaños en que Drake se permitía atacar directamente nuestros puertospeninsulares.

Lo más positivo que salió de las Cortes en aquellos años del último cuartode siglo, fue la autorización para poder ejercer el corso aquellos armadores y capitanes que lo deseasen, mediante la entrega de una patente.Realmente tal medida tuvo escasa repercusión pues solamente respondieron navegantes de Cantabria, Vizcaya y Guipúzcoa, así como gallegos,escaseando capitanes andaluces y con práctica ausencia de catalanes y

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levantinos, desde comienzos del siglo desentendidos de los problemas delAtlántico.

Esa medida se mantendría más de siglo y medio, alcanzando su apogeoalrededor de 1630 en que aparecen 466 armadores con licencia, poseedores de 707 buques dedicados a tan lucrativa profesión. Por el contrarioentre 1580 y 1600, sólo hemos podido encontrar 120 buques dedicados alcorso español, distinguiéndose el santanderino Fernando de la Riva comoel gran armador. Prueba de lo limitado de sus operaciones, es la pocarepercusión que tuvieron como lo prueba que ningún capitán que participóen esa actividad haya alcanzado un cierto renombre, por lo que no hapasado a la posterioridad y, por tanto, a la lista de nuestros más famosospersonajes. Asimismo las presas capturadas fueron de débil entidad sinque incidiesen sobre la potencialidad de nuestros adversarios y, menosaún, en la lucha por el dominio del Atlántico.

En mayo de 1590, año en que la amenaza sobre el Nuevo Mundo se incrementa, la mar continúa siendo para la política española una vertiente secundaria, situación que no sólo es ya crítica en el Atlántico sino que alcanza alPacífico, como se había puesto de relieve en 1586 con la captura, ya mencionada, del Galeón de Manila, el Santa Ana, aunque lo más grave era eldilema de como hacer frente financieramente a los problemas continentalesy a la lucha en el Atlántico, asistiéndose a un «tira y afloja» entre las Cortesy los Consejos de Guerra e Indias, con respecto a la asignación de fondos ala Marina, asistiéndose a fuertes discusiones y tensiones.

Esa inoperancia de las Cortes es la que impulsaría a las autoridades deultramar a pensar en su propia defensa, levantando proyectos sobre laconstrucción de unidades y creación o potenciación de los astilleros allíexistentes, proyectos que en su mayor parte quedaron en estériles discusiones o en simples papeles.

Asimismo se presentó cerrar el estrecho de Gibraltar al tráfico holandésque mantenían los rebeldes con los mercados mediterráneos, plan quetampoco se llevaría a cabo pues no sólo se desconocía la situación internacional y penuria de medios navales sino la dificultad que entrañaba supuesta en práctica, ya que implicaba establecer una modalidad de bloqueoabierto o a distancia de manera permanente, algo que no habíamos sidocapaces de establecer en Flandes.

Un problema que comienza a preocupar seriamente a partir de los añosnoventa, se relaciona con la paulatina tala de robles y otros árboles de los

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bosques españoles, especialmente los de Galicia, Asturias y Cantabria,acción que se llevó a cabo sin prever sus futuras repercusiones y si los deVizcaya se respetaron más, en conjunto no alcanzarían a suministrarmadera más allá de 50 años. A esa situación se unía la dificultad de importarla del Báltico por la inseguridad que ofrecían las derrotas a su paso porel mar del Norte y paso de Calais.

A todo ello, se debía añadir la crisis en que desde hacía años vivía laindustria subsidiaria proveedora de lonas, jarcias, cables o alquitrán y quelo puso de relieve un Memorial elevado al Rey en 1578 por el capitán Sancho de Achineaga. Claro es que todo ello era una verdad a medias,puesto que en Vizcaya se limitaba la producción de hierro con el fin desubir el precio del quintal, en tanto que en Cataluña, aunque existían bosques, no se incrementaban las plantaciones y en villas como Durango oTolosa, tradicionales proveedoras de pertrechos, veían, día a día, comosus pedidos declinaban en beneficio de otros de importación, que lamayoría de las veces se pagaban pero muchos pedidos no llegaban a losastilleros por la misma razón que sucedía con la madera procedente delnorte de Europa.

En 1590 el monarca ordenó que se viese la forma de obtener créditos parapotenciar la Armada de la Guarda de la Carrera de Indias, logrando que seabriese una caja con los arbitrios que llegaban de las Indias, con la cantidad de un millón de ducados. No obstante ello se tradujo en una tensiónentre el Consejo de Indias y las Cortes, que aumentaría aún más, cuandoen 1592 solicitase un nuevo servicio para aplicar a los conflictos continentales, asistiéndose a estériles discusiones y enfrentamientos entre los mismos procuradores, sin resolverse nada. Sin embargo, un nuevo factor ibaa reforzar los puntos de vista de algunos oradores, como fue la detenciónen la Habana en el otoño de 1594 de la Flota de Indias a causa de la aparición de corsarios en la zona, lo que levantó protestas y avivó las discusiones, pero de nuevo sin resolverse nada.

No cabe duda que existía preocupación y también la convicción de que afinales del siglo xvi la protección oceánica y de las aguas del Caribe continuaba adoleciendo de una debilidad crónica ante la inexistencia de navíosde armada. Ante tan desolador panorama el general Antonio Navarro propuso al Rey la construcción de 12 galeras y cuatro pataches en los astilleros del Nuevo Mundo, como fórmula de consolación, pero que implicabauna implícita acusación a la desatención que merecían dichos territoriosultramarinos.

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Entre 1591 y 1594 parece como si sólo existiese un comodín con el queatender las múltiples misiones que reclamaba el Atlántico, la agrupaciónque mandaba Francisco Coloma, pues tan pronto se la ve actuar en lasAzores como en el cabo San Vicente e, incluso, en las Indias donde invernara en 1594.

A finales de ese año se dio un paso trascendental al decidir el Rey la creación de la Armada de la Mar Oceáno, en la que debían integrarse las diferentes agrupaciones que habían dado cobertura y protección a los navíosdel tráfico oceánico, como la conocida Armada de la Guarda de la Carrerade Indias, estableciéndose para ello una Junta. El núcleo inicial en tanto nose construyesen y asignases nuevas unidades, lo iban a constituir 11 galeones de la Armada de Nápoles, que llegarían a Cádiz en 1595 embarcandoen ellos el Tercio de Infantería de la Carrera de Indias. Simultáneamentese dio el título de capitán general de esa Armada al duque de Medina Sidofha, convirtiéndose en conductor del mando estratégico de la amplia regiónoceánica, en tanto que el mando directo recayó, con el título de almirante,en Diego Brochero.

Pero pronto se advirtió que los pretendidos galeones de Nápoles eran enrealidad galeras modificadas, que no parecieron a propósito para poderpatrullar en el Atlántico, por lo que la pretendida Armada se redujo a cuatro galeones de la Armada de Antonio Urquiola que procedentes de Lisboase habían incorporado hacía poco, quedando así difuminada la idea inicialde contar con una agrupación de 20 buques operativos.

Llevados de ilusiones y sueños, la Junta de la Armada redactó una seriede directivas y planes para potenciar o crear un gran número de astilleroscapaces de absorber el gran número de unidades que se preveía construir,olvidando que en el último cuarto de siglo la industria naval española prácticamente no existía por varias razones, entre otras:— La complicación burocrática que se había incrementado, aumentando

los trámites, papeles y autorizaciones y, muchas veces, con presionese intereses de grupos determinados.

— Con el descubrimiento había perdido valor el Mediterráneo como marprincipal de los intercambios y, por tanto, haciéndose difícil la adaptación de los navíos de ese mar al tráfico oceánico, empujando a la desaparición de un gran número de astilleros catalanes y levantinos. Algosimilar incidía sobre los astilleros vascos, que se resentirán de la caídadel tráfico con sus mercados tradicionales del norte de Europa, comoconsecuencia de la hostilidad inglesa y guerra de Flandes.

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— El gravamen que imponía una Hacienda Pública en plena crisis a lasconstrucciones.

— El progresivo paso a manos extranjeras de las cargas y mercancías,base del comercio marítimo. En ello influyó el sistema de «embargos»,producto de la falta de unas armadas propias del Estado, lo que habíaretraído los pedidos de nuevas unidades.

Esa situación se manifestó reiteradamente al Rey, incluso, con gran crudeza en el Memorial del citado Achineaga, aunque hacía años el mismoTomé Cano en su Arte de fabricar naos había advertido de ese declive.

Como es lógico esa situación incidió gravemente en la formación de laArmada de la Mar Océano que se había pensado llegase a contar con 50unidades mera quimera pues la única realidad sería que en 1604 la flamante Armada sería incapaz de atravesar el Atlántico y, cuando lo hizo en1605 al mando de Luis Fajardo, solamente contaba con 14 galeones.

Con Felipe III se volverá a soñar con armadas de hasta 100 galeones, volviendo a resonar a lo largo y ancho de la Península palabras rimbombantes, llenas de buenos deseos pero vacías de contenido, escuchándose enlas Cortes verdaderos cuentos de «la lechera», recordándonos muchos delos documentos de esa época, otros similares en vísperas de las tragediasde Santiago de Cuba y Cavite en 1898.

Terminaremos exponiendo la triste realidad que se ofrecía a finales delsiglo xvi y comienzos del xvii, presentando una síntesis de un largo escritode seis folios, que en el mes de marzo de 1605 el veterano almirante DiegoBrochero enviaba al rey Felipe II, en el que, con ruda y llana franqueza yamparado por su experiencia de:

«38 años de navegación en las armadas de galeras y de alto bordode V.M. en las del turco, en el tiempo en que fui esclavo.»

Opinaba, que el poder de una Marina:«No consiste en sacar muchos navíos y galeras si salen con malorden y mal tripulados y pertrechados, porque cuatro navíos bienconstruidos y armados son de más sustancia y provecho que doce dela manera que ahora navegan.»

Proseguía en su exposición sobre la general desestimación en que el«noble oficio marinero había caído y con el olvido e ignorancia de aquelaxioma de los grandes capitanes y de quienes tratan razones de Estado»de que el que fuese poderoso en la mar lo sería en tierra y, a continuación,iba enumerando las sucesivas lacras de los «navíos de V.M.», desde su

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mala fábrica, «que les restaba perfección y fortaleza», hasta los defectos,a veces, muy graves, de la artillería, clavazones y jarcias, que obligaba enmuchas ocasiones a «embargar» barcos de particulares que, «con maliciason mal construidos para evitar tales requisas y que no puedan ser útilesa la Marina de V.M., por su lentitud y pesadez y por no poder acomodar ensus bajas cubiertas los cañones ni la gente de mar».

Pero en lo que más insistía era en el mal espíritu e insuficiencia de lasdotaciones, debido al abandono y desconsideración en que se tenía a loshombres de mar, hasta el punto de que en España «no hay persona quetuviera un poco de pundonor que lo quiera ser» y, a este efecto, citabaalgunos penosos ejemplos de armadas por él mandadas, como las de losaños 1601 y 1602 para la empresa de Irlanda, en las que no se pudo armarcinco galeras y siete navíos, si no fue, «sacando a la fuerza de barcos particulares, tanto nacionales como extranjeros, aparte de que con tales dotaciones, en las peleas tenía que guardarme más de los enemigos que llevaba dentro que de los de fuera».

Según Brochero, semejante estado contrastaba con los que sucedía entre:«Ingleses y olandeses», donde, «la gente particular estima más sercapitanes de mar que de infantería y así se ha visto lo que han hechocon tan pocas y ruines fuerzas y sus extraordinarias navegaciones,ya que con tan escasos y pequeños navíos, poca gente y con tanpoco coste, han divertido los ejércitos y armadas de V.M. tan costosas.»

Esas quejas expuestas tan crudamente en los albores del siglo xvii cuandoel rey de España era todavía considerado como el «Señor de la mar»,ponen de manifiesto las causas de nuestra decadencia en la mar, queunas décadas más tarde nos conducirán al desastre de la batalla naval delas Dunas, que supuso la puntilla final para la Marina española, sin posibilidad de poder, en lo sucesivo, considerarse como una gran potencia naval,pues aunque en el siglo xviii Patiño y el marqués de la Ensenada pondránen manos de Carlos II un relativamente potente poder naval, este volveráa hundirse antes de finalizar el siglo en las batallas del cabo San Vicentey Trafalgar.

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SEXTA CONFERENCIA

ECOS CASTRENSES EN LA POESÍAY EL REFRANERO DE LA ÉPOCA

DE LOS AUSTRIAS

HUGO O’DONNELL Y DUQUE DE ESTRADA

Licenciado en Derecho y doctor en Historia.

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ECOS CASTRENSES EN LA POESÍA Y EL REFRANERODE LA ÉPOCA DE LOS AUSTRIAS

Introducción

Bajo el título de «Ecos castrenses en la poesía y el refranero de la épocade los Austrias» del momento histórico más glorioso del Ejército y de laLiteratura españoles, hemos querido aunar dos tipos de breves pero significativas referencias a lo militar aportadas por géneros literarios aparentemente diferentes, en origen, forma y destinatarios, pero similares encuanto a que ambos son impresiones sinceras e inspiradas que un determinado modo de vida despierta en la sociedad general de la época.

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Queda por lo tanto fuera del ámbito de este trabajo el análisis de las grandes epopeyas literarias de trasunto bélico en su conjunto, aunque no ensus detalles, cuando por medio de breves estrofas se manifiesta la sensación experimentada por el autor ante un hecho, un objeto o una actitudhumana perteneciente al mundo de la Milicia. Porque son los versos ligeros y separables —definitorios— los más comprometidos y sinceros y losque manifiestan más claramente el sentir popular, calando a su vez en élcon mayor profundidad.

La expresión por medio del lenguaje en una forma bella, sujeta a cadenciay medida, definitoria de la poesía, no es sin embargo exclusiva de ella enlo básico, ya que el refrán, fruto también de la experiencia y del ingenio, sevale muchas veces de la rima —preferentemente de la asonante— comovehículo de transmisión oral y popular, especialmente el refrán poético porexcelencia: el adagio.

Por otra parte, si bien es cierto que los dichos, los proverbios, las sentencias, los adagios, las apotegmas, las máximas, las consejas, los aforismosy hasta las frases de éxito, suelen encerrar juicios de valor de autor anónimo, esto también es predicable de muchas estrofas célebres. En la poesía destaca preferentemente la forma de expresar lo bello, en el refrán elingenio, la oportunidad y la sabiduría; ambos supieron crear una aceptación admirativa que impidió que cayesen en el olvido, pasando a ser comoMartínez Kleiser califica al último tipo, auténticos monumentos del idiomahechos, sancionados y conservados por el pueblo (1).

Poesía y paremiología se dan la mano para enjuiciar el fenómeno militaren sus múltiples facetas, entre las que seleccionaremos la guerra en general, la propia carrera de las armas, la imagen popular del soldado, losaspectos de la vida diaria, la instrucción militar y el combate.

La guerra en el refranero de la época

El refranero presenta ante la lucha armada dos posiciones claramente definidas y antagónicas. La antibelicista subraya sus fatídicas consecuenciasy sus desastres; a ella corresponden estos adagios:

«Guerra, peste y carestía andan siempre en compañía» (2).«Perico el tonto se fue a la guerra, volvió más tonto y sin unapierna)’ (2).«Quedan mancos o cautivos, cuando quedan vivos» (2).

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Otro grupo ve en la guerra algo consustancial con la naturaleza humana,un mal menor que puede resultar incluso necesario:

«Paz larga, guerras prepara>) (2).«La buena guerra, buena paz engendra» (3).«No ordenes tregua que ponga mal fuero en la tierra» (3).

Guerra que sólo puede prevenirse con la propia fuerza, muy en consonancia con la sentencia latina si vis pacem para bellum:

«Quien espada lleva, paz trae» (2).«Acabada la guerra, retén tus armas para que no vuelva» (2).

Junto a estos grupos claramente opuestos, otras máximas se limitan, sinjuzgar, a formular realidades basadas en la experiencia:

«La guerra y la cena, comenzándola, luego se atea» (3).«Las guerras y las turmas (criadillas) de tierra engéndranse en otoñoy paren en primavera» (3).«El fin de la guerra es el juez de ella» (3).

La carrera de las armas y la escala jerárquica

El Ejército constituyó sin lugar a dudas, tanto un empleo honroso para lasfamilias hidalgas a las que se vedaba el ejercicio del comercio y las prof esiones viles, como una auténtica promoción social, ya que «el dinero delque lo afana y la honra del que la gana» (2).

Juntamente con la buena crianza y la educación, es prácticamente el únicomedio de encumbrarse:

«A la pluma y a la espada no hay imposible nada» (2).«Costumbres, armas, letras y dineros, hacen hijos caballeros (3).«Por armas o por letras se alcanza la nobleza» (2).«Por letras y guerra y mar vienen los hombres a medrar» (3).

A efectos nobiliarios la carrera de las armas supera al foro y a la Administración pública: «si buscas nombradía, lanza y no escribanía» (3).

Ironizando Pantaleón sobre la escasa bizarría de los funcionarios:«A la orilla pues sentadodel bufete y la carpetadigo que sois linda lanzasobre la haz de la tierra» (4).

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Aunque a este respecto no todos opinan igual: «Blasonar del arnés, másnunca vestille» (5). Y tiene que haber también de todo pues «Ni todos letrados, ni todos soldados» (6).

Pero la mera nobleza sin otros atributos, como el grado militar, tiende aperder fuerza social porque: «Blasón sin mesnada, nada» (2). Y la reliquiade las hazañas de los antepasados hay que hacerla valer con el méritopropio:

«Las letras y las armas dan nobleza; consérvala el valor y lariqueza» (3).

La Milicia puede proporcionar además bienestar y dinero:«De esas coladas se hicieron esas papadas» (3).«Espada dará dinero: a ti lo digo, broquel» (2).

Y también la seguridad del funcionario:«El caballo me lleva y el rey me sustenta» (2).

La figura del soldado-literato tuvo suma aceptación y una numerosa representación en la época, porque, como afirmó Cervantes, nunca la plumaembotó la espada, ni la espada la pluma, frase que no ideó personalmente,sino que circulaba con formas parecidas en diversos refranes popularescomo:

«Las letras del caballero no embotan la lanza» (6).«Parienta cercana es la pluma de la espada» (2).

Y cuyo criterio no debía de ser aceptado universalmente, ya que existía elcontrarrefrán:

«El acero vuelca el tintero» (2).

El principio de jerarquía es el núcleo de la Institución Militar:«Mil en campo y uno en cabo» (6).«Ni mesa sin pan, ni ejército sin capitán» (3).

El mando en sí es el mayor de los beneficios de esta abnegada carrera yaque:

«Quien nada tiene, cuando manda, a tener viene» (2).«Quien non ha menor, non ha honor» (5).

Si no fuese así, para muchos no merecería la pena:«Más vale ser señor en cabaña que siervo en campaña» (3).

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Su ejercicio conhieva dificultades y exigencias que van más allá del merocombate:

«Ni sirvas a quien sirvió ni pidas a quien pidió, ni mandes a quienmandó» (3) ha llegado a nuestros días.«Soldados bien mandados, jamás se mueren de hambre» (2).

La jurisdicción especial es otra característica del estamento militar que lodistingue del resto de los vasallos del Rey, sometidos a la ordinaria.

Por ello y hasta su muerte no cesará de reclamarla inútilmente el capitánAtaide al alcalde de Zalamea:

«Que estoy aquí, no hay temera la gente del lugar;que la justicia es forzosoremitirme en esta tierraa mi consejo de guerra» (34).

La misión del general es obtener la victoria y a la postre, es lo único quecuenta:

«Capitán vencido no está loado, ni bien recibido» (3).«General que en cien batallas vence, nada habrá ganado si la cientouna pierde» (2).

Si bien también es cierto que:«Batalla ganada, general olvidado» (2).

La inteligencia y la experiencia deben ser sus mayores cualidades:«Canas y armas vencen las batallas» (3).

Su prestancia personal, ser buen jinete y llevar con soltura las armas,deben ser complemento de su don de mando, por que no ocurra lo referido por Villaviciosa:

«Ocupaba la silla de tal trazaque daba muestra de su gran vilezapesábale en el cuerpo la corazay machucaba el yeImosu cabeza» (7).

La competencia del general es, como su nombre indica, general, y sumisión es estar pendiente de todo:

«Bombardas ceba, centinelas muda,susurraba nombres (da contraseñas) y caballos suda».

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El maestre de campo es la cabeza de un Tercio de Infantería, un sencilloaforismo que equivale a «más vale malo conocido que bueno por conocer», le recuerda:

«Maestre por maestre, séalo éste» (3).

El empleo de capitán es el arquetipo de mando independiente, atractivo ensu relativa asequibilidad:

«Ayudante de nadie; capitán, aunque sea de ladrones» (2).

También requiere el preciso don de mando ya que «por donde va el capitán, van los soldados» (2), y la discreción: «ni con su camisa el buen capitán sus intentos comunica» (2).

Las cualidades precisas en los tres «oficiales mayores de la compañía»,cabeza, espejo y ejecutivo, las señala a la perfección este refrán:

«El capitán valiente; el alférez, brioso; el sargento solícito y cuidadoso)> (2).

El cabo de escuadra, con mando de 25 hombres, precisa también saberhacerse respetar, como señala Quevedo:

«Que pretenda el maridillode puro valiente y bravoser en una escuadra un cabosiendo cabo de cuchillo» (8).

Pero Juan Rufo muestra que también para este empleo hay un límite deedad:

«Irme quiero a mi casa, pues no cuadraa mi ancianía ser cabo de escuadra» (9).

El ejercicio de la Milicia y la imagen popular del soldado

Como contrapunto del refrán negativo, lleno de prevenciones y advertencias proverbiales, y que también veremos, el nacido dentro de la propiaInstitución militar es el fruto de la sabiduría y de la experiencia; instructivoy profesional, regla de oro, encuadra perfectamente en el concepto calderoniano de milicia como profesión de hombres honrados.

El nombre de soldado es sinónimo de militar por cuenta del rey de quienrecibe un estipendio fijo: el sueldo. Pocos ejemplos de un juego didácticode palabras en el que se aclare la diferencia entre soldada (para trabaja

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dores) y sueldo (para soldados), puede ofrecer la literatura universal de lacalidad de los versos de Lope de Vega en su poema a San Isidro:

«Hallóle, y puesto en soldadasube al campo y a la aradaaunque era el dueño soldadocon el moro exercitadoen el payés y la espada» (10).

El sentar plaza de soldado exigía unos requisitos de edad, físicos —«jorobado, libre de ser soldado» (2)— y de destreza —«soldado fuerte, hasta lamuerte» (2)— que a veces obligaban a los aspirantes a un noviciado previo como pajes o mochileros. Calderón, en sus Afectos de odio y amor ypor medio de una sonora combinación de acepciones hace decir a suprotagonista:

«Viendo pues que un mochillerlo pasa con gran trabajo,me apliqué a servir en estoDon soldado, de soldado» (11).

No es precisamente el pisaverde, ni el hidalgo desheredado pero lleno depretensiones, ni mucho menos el vago, el soldado ideal: «el buen soldado,sácalo del arado» (3), que será sufrido y obediente.

Conviene que sea soltero, que así no tendrá más distracción que su profesión ni añorará su casa:

«Por la victoria el soldado y por la novia el enamorado» (2).«El hombre casado, o mal marido, o mal soldado» (2).

El soldado más completo es sin duda el veterano, el «soldado viejo» queno es sinónimo de soldado anciano, figura que también existe junto a la del«soldado estropeado».

«No hay mejor soldado que el acuchillado» (2) falla la sentencia, y losautores consagrados prodigan las estrofas, estableciendo M. León unamagistral comparación de la Milicia y el teatro:

«El papel de viejo faltaen la comedia y es ciertoque la mejor compañíase hace de soldados viejos» (12).

No se escatima la crítica a los que no se jubilan a tiempo:«Tan malo es el viejo soldado como enamorado»«El viejo, mal soldado y peor enamorado».

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Mientras que Pedro Silvestre en su poema de Proserpina invita a los jóvenes a henchir las banderas:

«Que se alisten soldados valerososviejos en lides, mozos en los años,que el hambre no reparen vigorosos,sin reparar los que amenazen daños» (13).

Los bisoños precisan sin embargo del asesoramiento de los veteranos poraquello de «a soldado nuevo, caballo viejo» (2).

La disciplina, como virtud básica, también se refleja en el refranero queparece recoger el temor de los motines:

«Do conviene obedecer no ha lugar la cortesía» (3).«El soldado bien pagado y bien castigado» (2).

A la hora del ascenso y de obtener el destino deseado lo que deben primares una buena hoja de servicios y no las balandronadas:

«Callen barbas, e fablen cartas» (14).

Las banderas y el sonido de pífanos y cajas dan cohesión y elevan la moralde las unidades ya que:

«Bandera vieja honra a quienes la llevan» (2).«Bandera vieja, honor de capitán» (refrán judío-español) (2).

El carácter unificador de la bandera se demuestra al ser también sinónimode compañía y pasar al leguaje civil como bandada o tropel de gente:

«Ya véis aquí, do llegan en banderamil gentes varias por el ancha víado yo gasté mi dulce primavera» (15).

Banderas y músicas presiden todos los actos y actividades castrenses, Ilenándolos de emoción estruendosa. Los toques militares con los tres instrumentos al uso, no podían dejar de reflejarse en la poesía épica: elsonido agudo y sonoro del pífano, esa pequeña flauta que se tañía atravesada, el redoble marcial de los tambores de la infantería y el grito metálico del clarín de corneta de jinetes:

«Dixera más, sino que un gran ruidode pífanos, clarines y tamboresme azoró el alma y alegró el oído».

Dirá Cervantes en su Viaje al Parnaso (16).«Y para que se acometany las viseras se calen

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los pífanos y las caxasconfusas señales hacen».

Ref rendará Quevedo en Las Musas (8).

Y la energía del redoble quedó patente en Lope:«Sacad banderas pues, tóquense caxashaciendo las baquetaslos pergaminos rajas» (35).

Pero será Calderón, en sus Afectos de odio y amor, quien rimará, puraonomatopeya, los toques de la caballería para ensillar, para montar y paraponerse en orden de combate:

«... toca trompetaen vez de salva ya con voz más clarala botasela, el monta y la tarara» (11).

Quedando la expresión «a banderas desplegadas» como sinónimo desolución enérgica o de realizar una acción abierta o descubiertamente:

«Ya le ha dejado la muertede su mano, de cansada,él vive ya a rienda sueltay a banderas desplegadas» (17).

La comida del soldado era extremadamente parca y de escasa calidad, sinmás variación o complemento que los que las ocasiones pudieran aportar:

«Pan de munición, muchas cenizas y mucho tizón» (2).«Al soldado, pan seco y vino preado» (saqueado o robado) (3).«Quien va a la guerra, come mal y duerme en la tierra» (3).

La vida en guarniciones y presidios no era mucho mejor que en campaña:«Tres estacas y una ortera (escudilla), el ajuar de la frontera» (3).

La obligada vela de las guardias dio lugar a burlarse del insomne que:«Para centinela es bueno» (3).

La precariedad de medios sanitarios pone en peligro mortal con frecuenciay obliga a la utilización de panaceas universales:

«Con pequeña herida puedes perder la vida» (2).«El aceite es armero, relojero y curandero» (2).

En los momentos de mayor penuria el soldado español cuidó de su vestidoy usó de galas y encajes que lucir ante las damas, tal vez siguiendo la viejaconseja de «vístete en guerra y ármate en paz» (5) y teniendo siempre pre

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sente la formulilla para el ascenso de «más vale ir de capote a capa quede capa a capote» (2) en unos tiempos en los que la moda imponía quecuanto más importante fuese el usuario, más corta debía ser la capa.

El uso del sombrero chambergo, tenía sus normas: «atrás, a lo charrán;alante, a lo tunante; al lao, a lo enamorao, y en medio, tonto sin remedio» (2).

Aunque no existía aún el uniforme, no cabe duda de que sí había unamoda militar muy representativa. Calderón hace murmurar a Juan el hijodel alcalde de Zalamea cuando recibe al capitán don Álvaro de Ataide:

«Qué galán! ¡Qué alentado!Envidia tengo al traje de soldado» (34).

Góngora narró la gran miseria de un soldado que por carecer de unaprenda de uso común entre la soldadesca: las calzas, se vio privado deeririquecerse en una de las mayores oportunidades de botín de toda laépoca: el saco de Amberes:

«Nunca salí de mi tiendamientras Amberes padecíaporque no me acabó un sastreunas calzas amarillas» (18).

Por influencia local, pronto se impuso entre las tropas españolas en Flandes el uso de los valones, calzones zaragüelles o gregüescos. Jerónimode Cáncer supo hacer otro hermoso juego de palabras:

«Confiado en mis calzonesme animo más y me atrevoque para esta guerra llevoun tercio más de valones» (19).

La institución de las «camaradas», vestigio de la primitiva «fides iberica»,mantuvo unido el Ejército con lazos de mutua ayuda y asistencia y en unambiente llano que se refleja en diversos refranes:

«Entre amigos y soldados, cumplimientos son excusados» (2).«Una espada guarda otra» (2).«Cual por mí, tal por ti» (5).

Y de la que sin embargo don Luis de Ulloa, conocido como Lisarto para lapoesía, no debió tener tan grata experiencia:

«Plaza de armas es mi patriamontados son mis vecinos

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espías mis camaradasy dragones mis amigos» (20).

La Milicia da ocasión de conocer nuevas tierras y nuevos habitantes queson juzgados por los dichos, de los que no se libra el Camino español esavía militar que de Génova a Namur cruzaba Europa: «Camino francés,venden gato por res» (2); que pasaba por el Milanesado: «Cascabeles deMilán, una chinilla por seso y nada más» (2); que cruzaba el Franco Condado: «borgoñón, buen compañón» (2) y que finalmente llegaba a losdiversos destinos en las plazas fuertes de los Países Bajos: «Majaderosde Cambrai, ¿cuántos hay? ¡hartos hay!» (3).

Camino de amarguras que van creciendo tras una agradable estancia italiana:

«España mi natura, Italia mi Ventura y Flandes mi sepultura» (3).

Lope se hace eco de esa eterna campaña en terribles condiciones:«...me hallaba el alba al madrugar el día,con espada, broquel y bizarría,más cubierto de escarchaque el soldado español que en Flandes marchacon arcabuz y frascos... » (35).

Mientras en la corte los petimetres sólo fanfarronean:

«iQué inútil banda y escuela de idolatrados mozuelos,llenos de nuevas de Flandes,y siempre de Flandes lejos!» (36).

La vida «soldada» supuso un atractivo irrefrenable para gentes aventureras, y alegres que gustaban de fanfarronear con los paisanos, por lo queno son de extrañar sentencias como éstas:

«Cabeza de soldado, plumas al viento y vacío el casco» (2).«Sólo en echar mantas y dados son hábiles los soldados» (2)

Y surge la figura, literaria y tal vez real, del valentón, que sólo mata a quiense deja matar, y que recoge entre otros Villaviciosa:

«Este vino a la guerra y desfíocon un millón de fuertes mirmillonessoldados todos de robusto bríobravos y forajidos valentones» (7).

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Sobre Filonte, el bravucón, dirá Lope:«Fui tan bravo, que me alaboen la misma sepultura.Matóme una calentura:¿cuál de los dos es más bravo?»

De esta aparente desafección entre estamentos no hay que culpar unilateralmente al militar, sino también a la sociedad civil ya que «quien armastraer no suele, las correas le hieren)’ (2), que no es capaz de reintegrar ensu seno al veterano y al retirado de la misma forma que ocurre hoy en díaen los Estados Unidos con los inadaptados del Vietnam, ya que «la paz enla tierra al soldado hace guerra» (2), y que no quiere saber nada de batahitas: «anciano soldado, viejo heraldo” (2).

El soldado raso es el que por razones de leva, alojamiento, asistencia ytraslado, se relaciona más con el pueblo, que la mayoría de las vecesadquiere un mal concepto de la milicia al tener únicamente experiencia desus aspectos más negativos y sus carencias más notorias.

La leva que a veces despuebla y separa familias, tiene un efecto positivo,al eliminar vagos y desarraigados:

«La leva lo peor se lleva» (2)«Banderín de enganchador, lleva la gente peor» (2).

Aunque a veces es la penuria la que obliga a enrolarse con harta pena, loque no suele suponer una auténtica solución a los problemas económicos:

«Quien con mocos va a la guerra,con mocos vuelve de ella» (2).«A la guerra me lleva mi necesidad,si yo fuera rico, no fuera en verdad’>.

Pero no pasan desapercibidos los abusos, que dan lugar a que en el argotpopular leva sea sinónimo de treta o artimaña, como encontramos en Quevedo:

«.. .Dijo el pobrete:yo soy hombre de proy conmigo no hay levas» (21).

Y que se extienden por desgracia al favoritismo en el alojamiento:«Según es el soldado, así se le da la boleta de alojado’> (2).

Pueblos y villanos sufren especialmente por el paso de tropa descontrolada y desasistida:

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«Los soldados son profetas del diablo» (2).«Del soldado que no tiene capa, guarda tu vaca» (...la tuya y tuarca) (2).«Gente de tropa, paso de largo» (2).«No te aligeres de ropa hasta después que la tropa» (2).«De fraile rebozado, y de judío acomodado y de hambriento soldado(líbranos Señor)» (14).

Porque la necesidad busca justificaciones y algunos pretenden compartircon los lugareños las incomodidades que el servicio del rey conlieva:

«Una desmandada tropadestos soldados, que infamescalifican lo que es hurtocon nombre de que es pillaje» (22).

Y es norma general lo de que «en tiempo de campaña, el que apaña,apaña» (2).

Lope, en su Fuenteovejuna refleja el desorden de las compañías en tránsito:

«Don Manrique, partid luego,llevando dos compañías;remediad sus demasías,sin darle ningún sosiego» (37).

En asuntos de amor el juicio es más benévolo e incluso nostálgico:«El amor del soldado no es más de una hora, que en tocando la cajay a Dios, señora» (3).«Tristes las mozas están, pues los soldados se van» (2).

Aunque se advierte la prevención obligada:«Con estudiantes y soldados, mozuela mucho cuidado» (2).

Armamento y adiestramiento

Las diversas armas tuvieron su acogida en la literatura popular y poética.Por lo que respecta al armamento defensivo, la armadura completa, nogozó de las simpatías de la gente común que vio en ella una desproporción de fuerzas respecto a otros tipos de combatientes:

«Cargado de hierro, cagado de miedo» (14).

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En su compleja juxtaposición de elementos, algunos eran casi superfluos,mientras otros resultaban fundamentales: «la mejor pieza del arnés,al revés» (6) pasó a ser un dicho significativo de desperdiciar las oportunidades.

Góngora se hace eco de la superioridad manifiesta y poco honorable delhombre de armas, caballero de punta en blanco, en su lucha los moriscosalpujarreños, mucho peor armados:

«Contra ballestas de palodicen que fuiste de hierroy que anduviste muy hombrecon dos morillos honderos» (18).

En la infantería y la caballería ligera la protección se reduce al coselete ylas sortijas de acero encadenado y unidas que forman la cota, las protecciones de la cabeza y los escudos.

Lope lo sintetiza de la siguiente manera:«El pecho cubre un negro coseletemalla el jubón y acero la cabeza... » (23).

Matizando el material de las armaduras:«Y al paso que se alternansiguiendo el son marcial los que gobiernan.Y luego los soldados,de acero y de ante y de valor armados» (35).

El coselete completo (peto, espaldar, morrión y pica luenga) era pesadosiempre y agotador en verano, no todo el mundo disponía de fuerzas parallevarlo:

«No sois vos para coselete, Peruchete» (3).

Por ello, las más de las veces la tropa usa sólo la protección parcial de quedispone, como los conquistadores compañeros de Alonso de Ercilla:

«Y a vencer o morir determinadoscual con celada, cual con coracinasalen a resistir la furia insanade la brava y audaz gente araucana» (24).

Celadas y borgoñotas —estas sin visera— para la caballería, capacetes ymorriones para la infantería, las protecciones de la cabeza también tuvieron su cantor:

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«Coronada la cimerasobre un peñasco de acerode plumas blancas y negras» (11).

«Con todo su morriónhaciendo el alma trabucode un ay, se caló en la espadaaquella vez que le cupo» (18).

Las diversas formas de escudos tienen su representación; la más antiguaes la del alargado payés: «cubríos bien del payés, de las voces no curéis,con bien vamos a Castilla» (originario de cuento) (3).

En el broquel la cazoleta,concha redonda de acero para proteger la manopor encima de la empuñadura, era tan fundamental que sin ella no era deservicio, por ello el marqués de Villena la incluye en su lista de objetos sinobjeto:

«Un broquel sin cazoletaun almirez sin la manoun baúl sin cerraduraun relox desconcertado... » (25).

La quijotesca y ovalada adarga es también necesaria: «llevar adarga, paravivir vida larga» (3).

El tahalí, esa tira de cordobán o cuero que se cruzaba desde el hombroderecho hasta el lado izquierdo de la cintura, y donde se ponía la espada,supuso en su momento una novedad cómoda para el usuario, como loconstata Góngora:

«Dos años fue mi cuidadolo que llaman por ahílos xacarandas respetolos modernos tahalí» (18).

La lanza era arma de caballería, pero también equivalía a plaza viva:«Servía en Orán al Reyun español con dos lanzasy con el alma y la vidaa una gallarda africana» (18).

La pica sin embargo, la más antigua de todas según los tratadistas delmomento, era el arma de infantería por excelencia. Su gran longitud permitía mantener a distancia al enemigo y utilizada en conjunto, como un

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erizo, frenaba cualquier carga de caballería: «pica luenga y cul medroso,llega tú que yo no oso» (14).

Las numerosas armerías españolas competían en calidad:«Espada valenciana; broquel barcelonés; puta toledana y rufián cordobés» (6).«Buidas (bulas) hay en Roma y espadas en Cuéllar» (2).«Todas las armas que se labran en Toledo no armarán el miedo» (3).

La peligrosidad de las armas de fuego primitivas requería un entrenamiento y el seguir meticulosamente los tiempos establecidos a fin de evitar una omisión o movimiento inoportuno que podía hacer caer la pólvoradel fogón o explotar el cañón por sujetarlo incorrectamente. Esta prevención pasó a los proverbios:

«La pólvora, la mujer y la estopa, junto al fuego están peligrosas» (2).«Pólvora y tiempo se vuelan con el viento» (2).«Con mujeres y arcabuces, jamás burles» (2).«Mujer hermosa y arma de fuego, para mí no las quiero» (2).

Lope describe un disparo de arcabuz que derriba a un jinete:«El fuego al polvorín apenas vinocon relámpago breve dilatado,cuando le trujo del caballo al sueloen forma de arcabuz rayo del cielo» (23).

La introducción del mosquete en la infantería por el duque de Alba debió deimpresionar profundamente a sus contemporáneos por su mayor alcance yefectos respecto al arcabuz; el siguiente refrán es muy significativo:

«A tiro de mosquete habla el rico al pobrete» (2).

Calderón es el primer autor que describe poéticamente un duelo a pistola:«Cala el can y calo el can, (perrillo o gatillo de la pistola)y al torno de media vueltacon dos preguntas de fuegohabló el plomo en dos respuestas» (11).

Durante los siglos XVI y xvii se perfecciona la artillería y se racionaliza suempleo, surgiendo ya el orgullo de arma que recoge Jerónimo de Cáncer:

«Los rayos que atemorizanyo los muevo y los disparoy tengo mi plaza vivade artillero soberano» (19).

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A muchos de los tipos de piezas hacen alusión los poetas, citaremos comoejemplo de gran calibre la culebrina, y como ejemplo del tercer género, elpedrero:

«Y cual si fuera de una culebrinadisparó de las manos su librazoque fue de nuestro campo la ruina» (16).

«Cargado de algunos tirosque a manera de pedrerosgruesos cartuchos de dadosdisparaban por el viento» (26).

El avance de la artillería determinará la dificultad en la defensa de plazas:«El alcaide no da el castillo cuando por fuerza se lo quitan» (2).«Plaza sitiada, plaza tomada» (2).

De todas las actividades diarias del soldado la fundamental es el entrenamiento para el combate, ya que «armas y dineros quieren buen manejo» (2)que exige una previa puesta a punto de las armas de la misma forma queindica Juan Rufo en su Austriada:

«Pule y limpia el arnés de orín cubiertopor la larga paz, y adorna de atavíoel certero arcabuz y alta celada,renueva el tahalí, dora la espada» (9).

Y algún que otro romance anónimo:«Limpian los coseletes y celadasprueban las flechas, tientan las espadas.»

El entrenamiento propiamente dicho, se componía, ayer como hoy, devarios tipos de instrucción:a) Instrucción individual con el arma con la que cada uno sirve pica, mos

quete o arcabuz para la infantería; lanzón y maza de armas para lacaballería pesada; lanza, arcabucejo, tercerola o pistola de arzón parala ligera; y para todos la espada, ya que «bravo de la espada, bravode todas las armas» (2), en una época en la que la esgrima es precisahasta para andar por la calle. De los diversos ejemplos literarios deesta práctica es sin duda Quevedo en sus Musas quien de una formasencillísima explica una zambullida clásica, variando la posición de laespada inicialmente con los gavilanes hacia arriba (auñas arri

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ba») para luego tirar la estocada con los gavilanes hacia el suelo(«uñas abajo»):

«Llamo uñas arribaa cuantos llamoy al recibo los hierouñas abajo» (8).

Este mismo autor nos explica sus tretas o estocadas:«Tretas de montanteson cuantas tengoa diez manos tomo y a dos peleo» (8).

El punto de honor exigía no rehuir combate salvo en circunstanciasabsolutamente adversas:

«Bátete con uno, combate con dos, defiéndete de tres, huye decuatro, y no quedarás deshonrado» (2).

b) La instrucción de conjunto, que dio en llamarse «arte de escuadronar»en variados y a veces pintorescos cuadros de picas con sus «mangas»de armas de fuego, por lo que a la infantería se refiere, y las formaciones de caballería en las que el «trozo» equivalía al regimiento y a cuyatáctica sometida a los condicionantes tradicionales se refiere el condede Rebolledo:

«A trozos se reducen las hileraslos trozos a escuadrón proporcionadoal sitio y al intento» (27).

Y Lope en su Gatoma quia marca el ritmo y la precisión del paso de desfile:

«...marchando con tal orden que la plantadonde el que va delante la levanta,estampa el que le sigue,sin que el bastón del capitán le obligue» (35).

c) Instrucción física, por medio de competiciones y juegos de fuerza, y porsupuesto, marchas y contramarchas de endurecimiento, ya que:

«Capitanes avisados hacen fuertes sus soldados» (28).

A fin de mantener alerta a la tropa en zonas de enemigo probable sepracticaban las «armas falsas», es decir, ataques fingidos para probarla gente, como aquellos primeros conquistadores de Chile en la fronteradel Bío-Bío que Ercilla ensalza en su Araucana: -

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«Digo que allí estuvimos dos semanas,con falsas armas y esperanzas vanas» (24).

El soldado en combate

Contemporáneos e historiadores coinciden en afirmar que el soldadoespañol fue sin duda el mejor de esta época:

«España sola pare los hombres armados» (3).

La más cabal de las definiciones es tal vez la de «corazón esforzado, bolsillo exhausto, espada en mano» (2).

Ese valor en el combate supera la eficacia de las armas:«A fuerza de varón, espada de gorrión» (3).«Animo vence en guerra, que no arma buena o arma luenga» (3).«El cobardón lleva largo el espadón» (29).

La definición del valor en Ercilla merecería ser escrito con letras de oro:«En los peligros grandes la osadíamerece ser de todos estimada,el miedo es natural en el prudente,y el saberlo vencer, es ser valiente» (24).

Valor que desprecia heridas y fatigas:«Buena arma, y buen corazón, y tres higas al dotor» (3).

Y que se demuestra con presteza y buena disposición:«No tardo más en armarme de cuanto la liza se acabe» (2).«Al estandarte tarde va el cobarde» (3).

Y cuya ausencia provoca la ironía sobre quien se espera otra actitud distinta de la huida:

«Valientes soldados más sueltos de pies que de manos» (14).

En el combate, es a la infantería a la que se exige mayor esfuerzo:«Caballo ligero en guerra, hombre de armas en paz, infante nuncajamás» (3).

La intendencia y la supervisión de armas, montura y equipo, es fundamental porque: «por un clavo se pierde un caballo; por un caballo, un caballero; por un caballero, un ejército» (3).

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La tensión del cuadro o formación de picas no debe mantenerse a ladefensiva durante mucho tiempo, pues: «Quiébrase el arco estirando y elánimo aflojando» (2).

Celebrándose la eficacia de una enérgica embestida al arma blanca:«Carga abierta, llega a la puerta» (2).

A la hora de la victoria, todo el mundo, en la vida diaria como en el combate, quiere estar presente:

«Después del asalto dado hacen reseña los soldados» (2).

De nuestra participación en el teatro de operaciones europeo dan fe algunos refranes:

«Una pica y una espada valen mucho en tierra extraña» (2).

Nuestros enemigos tradicionales, franceses, holandeses e ingleses también aparecen, así como alguna de nuestras experiencias con ellos:

«Anda lanza, para Francia» (3).«Vay, lanza; ven, lanza; mata cuantos hay en Francia» (3).«Furia de tropas francesas, no acaba como empieza» (2).«El holandés pirata es el gato de nuestra plata» (2).«,lnglés? Ahorcalle bajo mi palabra; que ladrón es» (2).

Y entre los poetas Lope:«Villanos descorteses,más falsos y traidoresque moros y holandeses,porque siendo fautoresno sois en las maldades inferiores» (35).

Algún pirata caracterizado, como Drake, es elevado a la categoría deprotagonista por Lope en la Dragontea, y Pellicer en su Phenix versifica:

«De la vaga campañapirata volador, a quien Bretañaen la garra, en el pico, en las accionesministro hizo de sus ambiciones» (30).

El buen hacer de nuestros aliados también se recuerda:«El tudesco, en campaña; el italiano, tras muralla, y el español, aganalla» (3).«Español y tudesco son buenos compañeroS» (2).

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Aunque siempre hay prevención a posibles espías «ni de español barbirrubio ni de flamenco barbinegro» (hay que tiarse) (2).

Algunas batallas célebres, victorias y derrotas, y próceres de la Milicia,quedaron grabados en la memoria nacional:

«Los jelves, madre, malos son de ganarse» (3) (Isla refugio del pirataBarbarroja. En 1560, el duque de Medina Sidonia, virrey de Sicilia,fue derrotado, y en 1570, tras la toma de Orán, murieron en unaemboscada más de 3.000 españoles).«Llevarlo todo por lo de Pavía es demasía» (2) (No arriesgarlo todocomo Francisco 1).«Viva Juan de Padilla que quita los pechos (impuestos) de Castilla» (2).«Un capitán Juan de Urbina y un alférez Santillana» (3) (querecuerda a aquel renombrado capitán de Carlos y, denominado «elmejor soldado de Italia» que retó a tres italianos y los venció).

No debemos olvidar tampoco algunas frases inspiradas de militares famosos, que por su significación y aplicación universales, merecieron pasar ala inmortalidad literaria del refrán en forma de apotegmas: «En picos, palasy azadones, doscientos millones» (atribuida a Gonzalo de Córdoba, y quees aún de aplicación.

«Con todos guerra, y paz con Inglaterra» (decía el duque de Alba, don Fernando, según afirma el anónimo que en Sevilla colegía refranes por losaños 1694) (2).

«A la espada y el compás, más y más, y más y más» (lema del militar ytratadista Diego de Álava).

Para finalizar, y no sin remitir a los interesados a la interesantísima colección de refranes marineros recopilada por el general Gella Iturriaga, (31),algunos de los cuales son de esta época, recordaré a la Marina de galerascuyos forzados impresionaron tanto a D. Quijote con su triste saludo ¡Uh,uh, uh,! y de las que la costumbre del iropa fuera, (voz a los galeotes, paradesprenderse de ella y prepararse a realizar un esfuerzo), es recogida porQuevedo:

«Y cuando el amante esperaque de estar el pito mudoporque estén de su manera,siendo el cómitre desnudo, dice a todos «ropa fuera» (8).

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La poesía recoge las numerosas gestas marineras en diversas odas de lasque las dedicadas a Lepanto son legión y una de las últimas la del príncipede Squilache a la recuperación de Nápoles por las galeras de España:

«Las unas sus cañones de crujíaal muro asestan y sus piedras muelenlas otras plomo arrojan a portía, de un bordo y otro como al vientosuelen» (32).

Galeras que no escapan tampoco a la picaresca de Estebanillo González,hombre de buen humor, tornillero, tránsfuga, desertor sin licencia:

«Aguador con tres oficiossirviente de la comediatornillero entre españolessoldado de sus galeras» (33).

Soldados y galeotes que compartían el riesgo del mar y del combate y unincómodo compañero: Juan de Garona, que es como se conocía en germanía el piojo ya que como es sabido:

«Tres cosillas afligen a la persona,que es el gris, y la gaza,y Juan de Garona» (Coplilla de galeotes).

Gran cantidad de dichos, coplas, refranes y consejas han quedado en eltintero en espera de que otro curioso los desempolve, —«de refranes ycantares tiene el pueblo mil millares»— tintero que como tantos otros compañeros de armas y de letras espero no haber volcado.

Y sin más:«Ya los soldados se van; con el rataplán vinieron; vánse con el ratapIán» (2).

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Notas bibliográficas

(1) MARTÍNEZ KEISLER L. Refranero general ideológico español. Madrid, 1953.(2) RODRÍGUEZ MARÍN, E Doce mil seiscientos refranes más. Madrid, 1930.(3) CORREGAS, G. Vocabulario de refranes. 1627.(4) RIBERA, A. E Obras de romances. Madrid, 1631.(5) VALLÉS, P. Libro de refranes. Zaragoza, 1549.(6) HoRozco, S. DE. Teatro universal de proverbios. 1599.(7) VILLAvICIOSA, J. DE. La Moschea. Cuenca, 1615.(8) QUEVEDO, E DE. Parnaso Español... con las Nueve Musas. 1648.(9) RUFO, J. La Austriada. Madrid, 1584.

(10) VEc YCARPI0, L. DE. Isidro. Madrid, 1599.(11) CALDERÓN DE BARCA, P. Afectos de odio yamor Madrid, 1664.(12) LEÓN, M. «Obra poética». Recogido por el Diccionario de Autoridades de la Academia

Española. 1726.(13) SILVESTRE, E La Proserpina. Madrid, 1721.(14) NÚÑEZ, H. Refranes y proverbios. 1555.(15) LOBERA, J. P. DE. Risa y planto de Heráclito y Demóacrito. Valladolid, 1609.(16) CERVANTES, M. DE. Viaje al Parnaso. Madrid, 1614.(17) POLO DE MEDINA, S. J. Obra poética. Zaragoza, 1664.(18) GÓNGORA. L. DE Obras Completas. Romances. Zaragoza, 1644.(19) CÁNCER Y VELASCO, J. DE. Obra Poética. Madrid, 1651.(20) ULLOA Y PEREIRA, L. DE. Versos sacados de algunos de sus borradores. Madrid, 1659.(21) QUEVEDO F. DE. «Cuentos». Recogido por el Diccionario de Autoridades de la Academia

Española. 1726.(22) CALDERÓN DE LA BARCA, P. Comedias. Darlo todo y no dar nada. Madrid, 1683.(23) VEGA, E L. DE. Corona trágica. Madrid, 1627.(24) ERCILLA, A. DE. La Araucana. Madrid, 1654.(25) VILLENA, MARQUÉS DE. «Poesías». Recogido por el Diccionario de Autoridades de la

Academia Española. 1726.(26) VEGA, E L. DE. La nueva victoria de don Gonzalo de Córdoba. Colección de Obras

Sueltas. Madrid, 1777.(27) REBOLLEDO, CONDE DE. Selva militar y polftica. Amberes, 1661.(28) CARA CEJUDO. Refranes y modos de hablar castellano. 1673.(29) ROSAL, F. DEL. Refranes. Manuscrito de la Real Academia Española. 1560.(30) PELLICER, J. EL. Fénix y su historia natural. 1630.(31) GELLA ITURRIAGA. Refranero del mar Madrid, 1944.(32) SQUILACHE, PRÍNCIPE DE. Nápoles Recuperada.(33) GONZÁLEZ, E. Vida y hechos de Estevanillo González, hombre de buen humor.

Amberes, 1646.(34) CALDERÓN DE LA BARCA, P. El Alcalde de Zalamea. Madrid, 1920.(35) VEGA CARPIO, L. DE. La Gatoma quia. Madrid, 1634.(36) VEGA CARPIO, L. DE. Selección Poética Romance sobre lo que es la Corte. Madrid, 1995.

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ÍNDICE

Página

SUMARIO7

PRESENTACIÓN9

Primera conferencia

LA ESCUELA HISPANO-ITALIANA DE ESTRATEGIA EN TIEMPOS DEFELIPE II13

La generación renacentista del Gran Capitán18La generación transitiva del duque de Alba24La generación barroca del cardenal-infante28Comentario bibliográfico33

Segunda conferencia

EL SOLDADO ESPAÑOL DE LOS TERCIOS37

Tercer conferencia

LA ORDENANZA E INSTRUCCIÓN DEL GENERAL FARNESIO (BRUSELAS (1587)57

Introducción59De la legislación foral medieval de ámbito local a la estatutaria y regla

mentista moderna63Autoría, denominaciones y contenido de las Ordenanzas de Alejandro

Farnesio71— Autoría72

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Página

— Diversidad de denominaciones76— Contenido78

Valor y significado de las Ordenanzas de Alejandro de Farnesio81

Cuarta conferencia

FELIPE II Y LA ESTRATEGIA MILITAR EN EL NUEVO MUNDO87

Quinta conferencia

EL PODER NAVAL EN TIEMPO DE FELIPE II115

Espacio118Población120Ideológico121Económico121Militar y naval122La política y estrategia en el Mediterráneo128Teatro atlántico. La lucha por el dominio de la mar131

Sexta conferencia

ECOS CASTRENSES EN LA POESÍA Y EL REFRANERO DE LA ÉPOCADE LOS AUSTRIAS153

Introducción155La guerra en el refranero de la época156La carrera de las armas y la escala jerárquica157El ejercicio de la Milicia y la imagen popular del soldado160Armamento y adiestramiento167El soldado en combate173Notas bibliográficas177

ÍNDICE179

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RELACIÓN DE MONOGRAFÍAS DEL CESEDEN

1. Clausewitz y su entorno intelectual. (Kant, Kutz, Guibert, Ficht,Moltke, Sehlieffen y Lenia).

*2. Las conversaciones de desarme convencional (CFE).

*3 Disuasión convencional y conducción de conflictos: el caso de Israely Siria en el Líbano.

*4• Cinco sociólogos de interes militar.

*5 Primeras Jornadas de Defensa Nacional.

*6. Prospectiva sobre cambios políticos en la antigua URSS. (Escuela deEstados Mayores Conjuntos. XXIV Curso 91/92).

7. Cuatro aspectos de la Defensa Nacional. (Una visión universitaria).

8. Segundas Jornadas de Defensa Nacional.

9. IX y X Jornadas CESEDEN-IDN de Lisboa.

10. Xl y XII Jornadas CESEDEN-IDN de Lisboa.

11. Anthology of the essays. (Antología de textos en inglés).

12. XIII Jornadas CESEDEN-IDN de Portugal. La seguridad de la EuropaCentral y la Alianza Atlántica.

13. Terceras Jornadas de Defensa Nacional.*14. II Jornadas de Historia Militar. La presencia militar española en Cuba

(1868-1895).*15 La crisis de los Balcanes.

16. La Política Europea de Seguridad Común (PESC) y la Defensa.

17. Second anthology of the essays. (Antología de textos en inglés).

18. Las misiones de paz de la ONU.

19. III Jornadas de Historia Militar. Melilla en la historia militar española.

20. Cuartas Jornadas de Defensa Nacional.

21. La Conferencia Intergubernamental y de la seguridad común europea.

* Agotado

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