el eco de los pasos j g oliver

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  • Juan Garca Oliver

    El eco de los pasos

    Juan Garca Oliver en la actualidad.

    Para muchos, la CNT era ya mate-ria de historia; de ella nada queda-ra en pie. Se olvidaba que lasorganizaciones y las institucioneslogran sobrevivir a los que de ellashacen uso indebido [...] se levanta-r nuevamente y con ms fuerzaque antes. Y tendr que hacer his-toria nueva, rehaciendo las pobrescosas de que se componen lashistorias de la clase obrera organi-zada en nuestro pas [...]. El sindi-calismo no ha muerto, no ha muer-to el anarcosindicalismo espaol.Limpiemos nuestra historia de losdesaciertos e inexactitudes garra-fales con que la han adornado losaficionados a escribirla [...]. La CNT

    Ruedo ibricoIbrica de Edicionesy PublicacionesZaragoza, 16 - Barcelona-6

  • El eco de los pasos

  • Juan Garca Oliver

    el ecode los pasosEl anarcosindicalismo

    ...en la calle

    ...en el Comit de Milicias

    ...en el gobierno

    ...en el exilio

    x l \ R u e d o ibricoIbrica de Ediciones y Publicaciones

  • De esta primera edicin de El eco de los pasos de Juan Garca Oliverse ha hecho una tirada" de cinco mil ejemplares.

    1978, Editions Ruedo Ibrico, Pars.Reservados todos los derechos.

    1978, Ibrica de Ediciones y Publicaciones, Barcelona,para esta edicin.

    Cubierta: Xos Daz Arias.

    ISBN: 84-85361-06-7Depsito legal: B. 33460-1978Impreso y encuadernado enPrinter, industria grfica sa.Provenza, 388 - 5.a Barcelona-25Sant Vicenc deis Horts 1978

  • ndice1. El anarcosindicalismo en la calle 9

    Fragua de rebelda 11La muerte de Pedro 12Contabilidad de la miseria 141909 15La huelga 16Trabajo y esperanza 19Pascua sangrienta 28La guerra civil de siempre 54La precaria paz social 66Guerra social 74Vuelta en redondo 99La Repblica del 13 de abril 103Recuperacin de fuerzas 114El Congreso de Zaragoza 137Apndices 140

    El fascismo y las dictaduras 140El avance fascista en Espaa 141Por los fueros de la verdad 143Desde la lnea de fuego 146La posicin de la CNT 147Los enemigos del proletariado cataln 148La baraja sin fin 151

    2. El anarcosindicalismo en el Comit de Milicias 153Palabras y gestos 155 No se puede con el ejrcito! 171Maquiavelos en chancletas 177La derrota 183La prueba de fuerza 191Frente de Aragn 194Derecho de gentes 199La incgnita valenciana 202Industrias de guerra y socializaciones 204Consejos de Obreros y Soldados 209Las dos caras de la CNT 212El xito de la Escuela de Guerra 220El fracaso de la Escuela de Militantes 223Justicia revolucionaria 228Las pintorescas columnas anarquistas 331El Comit de Accin Marroqu 233Brigadas internacionales 237La expedicin a Mallorca 238Sociedad de Naciones 246El oro de Espaa 249Los que huan de la FAI 250Proteccin a las minoras 253

  • El eco de los pasos

    Dos columnas sin suerte 257Unidad de mando en Aragn 265La plvora sin humoCuesta abajoTodo tiene un trmino

    El anarcosindicalismo en el gobierno 295Nos hundimos? Irremisiblemente! 297Seguir adelante 308Madrid sin gobierno 319Queris matar a Durruti? 32820 de noviembre 335A ritmo de guerra y de revolucin! 343Visitas 349 Ao nuevo! 355Justicia a la antigua 377Bombardeos sospechosos 381Postales a colores 389Asturias y Mlaga 400Claroscuros 405A plena luz 428Perdido cuando iba por la calle 431La crisis... y la tristeza 435Balance 441De espaldas a la pared 443Tan malos ramos? 464Los Cambnos 476Me quedo sin cartas 489En la recta final 503

    4. El anarcosindicalismo en el exilio 513En la resaca 515Exilado en Suecia 530Salir de Suecia 537A travs de la Unin Sovitica 542En Estados Unidos, camino de Mxico 549Los polticos exilados 554La, Ponencia 561El Primer Congreso Antifascista 565Los manifiestos del Comit nacional de la CNT en el exilio 568Mi conferencia en el Palacio de Bellas Artes de Mxico 583Hacia el final de la guerra mundial 591Salida del aislamiento mejicano 597El gobierno Giral 600Defecciones y abandonos 604

  • ndice

    Refugiados y gachupines 606A Segu daba gusto orle hablar 610Los hombres de accin de la CNT 612El Panten espaol en Mxico 618Materia de historia 621Cuando se ajustici a Dato 625Cuando asesinaron al Noi del Sucre 627El oaso de los das 636

    ndice de nombres 639

  • 1 El anarcosindicalismoen la calle

  • Este no ser un libro completo. Tampoco ser una obra lograda.Sobre la CNT CNT igual a anarcosindicalismo se ha escrito bastante.

    Y se ha escrito por haberse revelado como la nica fuerza capaz de hacerfrente a los militares espaoles sublevados contra el pueblo. Fue la CNT losanarcosindicalistas la que impidi, por primera vez en la historia, que unejrcito de casta se apoderase de una nacin mediante el golpe de Estado mi-litar. Hasta entonces, y an despus, nadie se opuso a los militares cuando enla calle y al frente de sus soldados asestaban a su pueblo un golpe de Estado.La sublevacin de julio de 1936 era de carcter fascista y al fascismo europeo,en la calle y frente a frente, ningn partido ni organizacin haba osado en-frentarlo. La CNT los anarcosindicalistas no logr hacer escuela en lasformaciones proletarias del mundo entero. Otros golpes de Estado han sidorealizados despus por militares. El de Chile, por ejemplo, frente a casi losmismos componentes que en Espaa socialistas, comunistas, marxistas,pero sin anarcosindicalistas, fue para los militares un paseo. Tal como se estexplicando lo ocurrido en Chile, la leccin para los trabajadores ser nula.Porque no fueron los militares quienes mataron a Allende, sino la soledad enque lo dejaron. Algo muy parecido le ocurri al presidente de la Generalidadde Catalua, Luis Companys, en el movimiento de octubre de 1934.

    Entonces, como ahora, predominaba en Europa una manifestacin delcomunismo, gritn, llorn, dado a difamar a cuantos no se doblegan al pesode sus consignas. Bueno, s, para organizar desfiles aparatosos en Madrid, enBarcelona, en Santiago, en Berln. Pero, al trepar al poder Hitler en Alema-nia, solamente el anarquista individualista holands Van der Lubbe tuvo elarranque de pegarle fuego al Parlamento, desafiando las iras de quien secrea ms poderoso que los dioses. Aquel fuego purificador alumbr la sordi-dez del mundo comunista, pagado de sus peridicos, de sus desfiles, de susmanifestaciones, pero que, carente de la chispa insurreccional de los anarcos,siempre dej libre el paso a los enemigos de la libertad. No amando la liber-tad, no son aptos para defenderla.

    La CNT tuvo excelentes luchadores, hombres y mujeres capaces de llenarpginas de Historia. Pero careci de intelectuales capaces de describir y deteorizar nuestras gestas.

    Durante aos he vivido en la duda de si deba eternizarse nuestras luchasen narraciones veraces. El final de Allende, asesinado por la soledad en quelo dejaron sus partidarios, me ha convencido de que convena que el mundoobrero conociera lo que ramos colectivamente, y no solamente a travs dela imagen de un hombre y de un nombre. La CNT dio vida a muchos hroes.

    En la medida de lo posible deben irse aportando ya los materiales de laverdadera historia del anarcosindicalismo en su aspecto humano, ms impor-tante que las manifestaciones burocrticas, que tanto se han prodigado. Sola-mente la veracidad puede dar la verdadera dimensin de lo que fuimos.

    La verdad, la bella verdad, slo puede ser apreciada si, junto a ella, comoparte de ella misma, est tambin la fea cara de la verdad.

  • Fragua de rebeldaYa de mayor supe que los anarquistas se hacan leyendo las obras de Kropot-kin y Bakunin; y que las variedades de socialistas que son muchsimas seempollaban las obras de Marx y Engels. Es posible que as fuese entre gentede la clase media, que podan aprender a leer bien, que saban dnde comprarlos libros, de los que posean antecedentes, y que no carecan del dinero parasu adquisicin.

    Tambin me enter, al correr del tiempo, de que entre los anarquistas,como entre los socialistas, abundaban las diferencias ideolgicas. A veces, di-ferencias muy hondas. En Catalua, las discrepancias en la interpretacin delas ideas anarquistas eran notables entre los anarquistas de procedencia obre-ra y los anarquistas de extraccin burguesa o pequeo burguesa.

    A los anarquistas de origen proletario les mova la pasin de hacer prontola revolucin social e instaurar inmediatamente la justicia social mediante laaplicacin de estrictas normas de igualdad.

    Entre los anarquistas de origen burgus o de influencia liberal burguesa,prevaleca la observancia de los principios, sin conceder primordial importan-cia a la realizacin de la justicia social y a la instauracin del comunismolibertario o de cualquiera de sus sucedneos ms o menos afines.

    El anarquista-comunista libertario de origen obrero reaccionaba determi-nado por el medio en que se haba creado, cercado por el hambre y las necesi-dades econmicas. En cambio, el anarquista procedente de la clase media o dela burguesa, relativamente bien alimentado desde su nacimiento, se mova pormotivaciones preferentemente polticas, achacando los males de la sociedad ala existencia de gobiernos de psima direccin, rematando en la aspiracin,ms demaggica que realista, de admitir aquel tipo de gobierno que menosgobierne.

    Escuelas, libros, espritu de reforma ms que de rebelda, eran los caminospreferidos por los liberales un tanto radicalizados que solan aparecer en lasagrupaciones de anarquistas, en las que causaban grandes perturbaciones. Algoparecido ocurra en los medios marxistas, slo que a la inversa: los elementosde origen burgus eran los que sostenan las tendencias ms derechistas den-tro del socialismo.

    Las finalidades de los anarquistas y de los socialistas de origen proletariovenan a ser las mismas, con matices, pero sin fundamentales diferencias: elanarquista de origen proletario aspiraba al derrocamiento inmediato de la so-ciedad burguesa y la instauracin del comunismo libertario, en el que el be-neficiario haba de ser primordialmente el hombre. El marxista de extraccinobrera aspiraba al derrocamiento inmediato de la sociedad burguesa y la ins-tauracin del comunismo dictatorial, no concediendo gran importancia a lamayor o menor cantidad de autoridad en que se asentase, supeditando el hom-bre al Estado.

    Los anarquistas o socialistas de origen burgus o pequeo burgus se for-man en los institutos, las universidades, las revistas y los libros.

    Veamos cmo se iba formando el luchador anarquista de origen obrero.Tengo siete aos. Asisto a las clases de primera enseanza en la escuela pbli-ca. A las cinco de la tarde, los alumnos salen a la calle. Sera buena hora paramerendar, pero tendr que prescindir de la merienda porque en mi casa nohay nadie. Mi padre, mi madre y mi hermana mayor estn trabajando todavaen el Vapor Nou; la pequea, Mercedes, quin sabe dnde estar, posible-mente fregando en alguna casa de ricos. A falta de merienda, a jugar, a correrhasta cansarse.

    En primavera, en verano y hasta en otoo, en espera de las siete de la tarde,cuando salen los obreros de la fbrica, se poda jugar a la clotxa, al belit, a lascanicas, con el trompo, a las cuatro esquinas; mientras las muchachas se di-vertan con sus clsicos corros, para, de pronto, ponerse a correr y chillar,como golondrinas. Mientras, van llegando los padres del trabajo, subiendolentamente las escaleras que conducen al hogar, con mobiliarios de lo ms

  • 12 El eco de los pasos

    pobre, camastros con colchones de hojas de panojas de maz, con alumbradodomstico que, con el tiempo, ha sido una antologa de la luz: candil de pbiloy aceite, palmatoria con vela de estearina, bote de carburo. Barrios de obreros,donde no ha llegado todava el gas a domicilio, ni, mucho menos, la electri-cidad.

    Pero cuando llega el invierno, con vientos helados que corren por las calles,se encogen los nimos de los nios y nias, que entonces andan arrinconadospor zaguanes o escaleras. A veces, porque en invierno se siente ms pronto elhambre que en verano, se forma una gavilla de muchachos que van a esperara los padres a la puerta del Vapor Nou. All, haba un tramo de pared ca-lentita por la que transpiraba el calor de la tintorera, cuyos speros vaporessalan por un tubo de escape que daba a la calle a unos veinticinco centme-tros del suelo.

    Son las seis y media, siete menos cuarto. Cunto tardan en llegar las sie-te para los apelotonados muchachos! Porque el fro avanza en rfagas cor-tantes. Cuando silbaba el viento de las montaas prximas a Reus, deca lagente: Com bufa el Joanet de Prades! Pegados, muy pegados los unos alos otros, pasndose el vapor de los alientos, que se mezclaba al vapor quesala del tubo de escape. Y, al fin, la sirena anunciando el trmino de la jor-nada de trabajo. Jornada larga, de las seis de la maana a las siete de la tarde,con una hora para el almuerzo y una hora y media para la comida.

    Una de aquellas tardes de fro, punzante, lleg en su coche tirado por doscaballos el amo de la fbrica, Juan Tarrats hijo. El amo viejo, al que ya sevea poco, era Juan Tarrats padre. A un silbido del cochero se abri el portnde la fbrica, por el que penetr el coche. El amo debi reprender al porteropor permitir que un montoncito de nios estuvisemos casi junto a la puerta,porque el portero, con disgusto, nos grit que nos fusemos de all.

    La parvada de muchachos sali disparada calle abajo, en direccin alBassot. Al llegar a la esquina, los contuve:

    Ya no corramos ms. Qu os parece si a pedradas rompemos el focode la puerta y dejamos la calle a oscuras?

    Regresamos todos, con aires de comprometidos en una conspiracin. Re-cogimos piedras en la calle sin pavimentar. Sigilosamente nos acercamos ala puerta de la fbrica, miramos a un extremo y otro de la calle y, segurosde la impunidad, cinco bracitos lanzamos piedras al foco.

    Se oy un paf!, y se oy caer una pequea lluvia de fragmentos de vidrio.Nios todava, habamos empezado la guerra social. Y aunque nos lanzamosa correr en todas direcciones, lo hicimos con la agradable sensacin de haberganado la primera batalla en la vida... Porque, al tercer da, volvimos a reu-nimos junto a la boca de escape de vapores, y el portero no nos grit ninos ech.

    La muerte de PedroCreo que ya haba cumplido siete aos. Not una extraa manera de condu-cirse mi familia. Mi madre pareca ms vieja que das antes y a veces se lavea esforzndose por no llorar. Mi padre, serio, muy serio, como siempre,tena fija la mirada en un punto invisible. A mis hermanas las vea tristes ycomo ms pequeas, acaso por lo encogidas que andaban.

    S, algo ocurre en la casa. Me siento a disgusto, pero me esfuerzo por nollorar. No quiero que las lgrimas asomen a mis ojos. Se ha ido el mdico,el doctor Roig le llamaban. Como en un susurro ha dicho a mis padres:

  • El anarcosindicalismo en la calle 13

    Le veo muy mal. Tiene meningitis. En estos casos, uno casi no sabe qudecir, porque los pocos que se salvan se quedan como tontos para toda la vida.

    Volvi a las once de la noche, como haba prometido, y confirm que erameningitis. A m me levantaron muy temprano, para ir a comprar diez cnti-mos de leche de vaca para el hermanito Pedro, que se estaba muriendo. Laaparicin de un vaso de leche de vaca en casa de obreros con enfermo en lacama era cosa tan definitiva como el vitico.

    Sal a la calle, todava con las estrellas en el cielo. Era invierno y el frocortaba. Yo no comprenda por qu la leche tena que ser de vaca, por quhaba que ir tan lejos a comprarla, cuando dos casas ms all se poda adqui-rir leche de cabra, recin muida y ms barata.

    Pero tena que ser de vaca. En el establo se estaba caliente, con un calor-cito blando y suave, que invitaba a tumbarse y dormir. Ya en la calle, me hizobien la leche recin ordeada, que llevaba en un vaso de vidrio, porque sentaen las manos el calor que despeda. Yo no haba probado nunca la leche devaca, porque todava no haba estado enfermo para ser visitado por el mdico.La de cabra la haba probado el invierno anterior, para ver de que se me qui-tase un fuerte catarro.

    Tuve la tentacin de probar un sorbito de aquella leche. Pero no me atreva,al pensar que era para curar a Pedro. Y as tres amaneceres en busca de losdiez cntimos de leche de vaca. El tercer da no pude resistir la tentacin detomar un sorbito de aquella leche, que an estaba espumosa. Aquel mismo damuri Pedro. Cuando lo vi metido en su cajita de pino pintada de blan-co, sent que se me encoga el corazn. Por un momento, pens que se habamuerto al notar la falta del sorbito de leche que le haba quitado.

    Tuvo un humilde sepelio en un coche faetn, con el nico acompaamientode mi hermana Elvira y yo, que a pie lo seguimos hasta el cementerio.

    Al da siguiente volvimos Elvira y yo al cementerio. Ella llevaba en brazosuna pesada cruz de hierro fundido. La haba comprado en parte con dinerode su hucha y en parte al fiado. Cuando llegamos, eran las cuatro de la tarde.El cementerio de Reus era enorme, como una gran ciudad de los muertos.A derecha e izquierda, traspuesta la gran entrada interior, imponentes monu-mentos, bien alineados, sealaban el emplazamiento de las ltimas, moradasde los muy ricos. Impresionaba el panten de mrmol blanco, de estilo clsico,de los Odena, dueos de la fbrica el Vapor Vell. A continuacin llamabala atencin el de la familia Quer, de actividades tan diversas como la diploma-cia y la vinatera, y que semejaba una pequea iglesia de piedra labrada enestilo gtico. Y muchos ms, exponentes todos de un sentido del lujo llevadohasta la tumba.

    Llegamos al sitio mi hermana y yo. Era una gran zanja recin abierta, queconservaba todava la frescura de la tierra removida. All, como escalonados,se vean los ltimos atades que haban sido depositados. Atades de pobre,de tablas de madera pintada de negro. Mi hermana Elvira, nuestra segundamadre, arrodillada sobre la tierra al borde de la gran fosa, haca un agujerocon un trozo de hierro que haba llevado envuelto en el delantal. Cuando huboterminado de cavar el hoyo, hinc con fuerza la cruz. Luego fue colocandopiedritas en el contorno de un rectngulo de unos 40 por 60 centmetros, comoreclamando la pertenencia de aquel pedazo de terreno, que, segn la costum-bre, le sera respetado. Hasta que por la rotacin del tiempo, seran de nuevoabiertas zanjas en el mismo sitio y de nuevo seran colocados los fretros delos pobres formando escaleras.

    La muerte tiene poca importancia. Pero, por qu solamente tiene poca im-portancia cuando se trata de la muerte de los trabajadores?

    Entonces, yo no saba nada sobre la vida y la muerte. Me pareci que, en

  • 14 El eco de los pasos

    los das de lluvia, mi hermanito y los que formaban escalera con l, se moja-ran mucho. Y not que grandes lagrimones salan de mis ojos.

    Contabilidad de la miseriaLa muerte y el entierro de Pedro provocaron algunos cambios en el seno dela familia. Antes, ramos muy pobres. Despus, an fuimos ms pobres. Era-mos cinco y slo trabajaban dos, mi padre y mi hermana Elvira. Para pagarlas medicinas, la leche, el mdico, el atad y la cruz de hierro fundido, tuvimosque empearnos. Mi padre se vio forzado a solicitar una entrevista con el viejoTarrats, dueo del Vapor Nou, donde trabajaba de albail y en la que Elviraatenda a una mquina de urdir.

    Mi padre cont la entrevista en casa, dejndonos boquiabiertos por la ha-zaa de haberse atrevido a hablar con el amo, ante quien permaneci de piey con la gorra en la mano:

    Se me acaba de morir mi hijo Pedro, don Juan. Y hemos tenido muchosgastos. Para los pagos apremiantes, me prestaron, por unos das, el dinero.Pero tengo que devolverlo, y he venido a rogarle me haga un prstamo de cienpesetas, a ir descontando de mi semanal.

    Bien. Te prestar ese dinero. Pero debes saber que en todas partes el di-nero est escaso y es caro. Por tratarse de ti, te prestar las cien pesetas, perome devolvers ciento veinte. Te irn descontando cinco pesetas cada semana.Te parece bien?

    S, don Juan, me parece bien y le quedo muy agradecido.

    Cargados as de enormes deudas, hubo que modificar la organizacin del hogar.Mi madre volvi a la fbrica como rodetera. Mercedes, que tendra diez aos,se encargara de la casa por la maana y por la tarde hara menesteres en casade los ricos. Yo continuara yendo a la escuela pblica. Mis padres soaban conque yo aprendiese mucho, para poder librarme de trabajar en el Vapor Nou,que, como el Vapor Vell, aprisionaba dentro de sus muros a familias ente-ras de trabajadores.

    De toda la familia, yo era el nico en saber sumar y restar. Asista a las cla-ses de una escuela primaria instalada en los altos de un casern de la calleSan Pablo, a cuyo maestro, castellano, llamado don Jos, habamos motejadode mestre panxut.

    Era buena persona el mestre panxut. Pero le tenamos ojeriza porque sen-ta mucha aficin al empleo de una larga regla de madera, con la que nos dabaen la palma de las manos si la falta era leve, o en la punta de los dedos apa-ados si, a su entender, la falta era grave. En el fondo de todos los alumnos,el motivo de la antipata provena de que fuese oriundo de Castilla. Para losnios de entonces, quien no era cataln era forzosamente castellano. As que,cuando nos haba zurrado fuertemente, lo denigrbamos llamndolo mestrepanxut o castell panxut.

    A los siete aos de edad, me convert en el contable de la familia. Y nues-tra contabilidad no dejaba de ser complicada. En mi casa, desde que yo tenamemoria, se compraba todo de fiado. Para cada cuenta, tena mi madre una li-breta: la del panadero, la de la tienda de comestibles, la del casero y, ltima-mente, la de don Juan Tarrats por el prstamo de las cien pesetas, que hubede asentar como ciento veinte.

    La noche del sbado, mi madre reciba el dinero que se haba ganado du-rante la semana: el sueldo del padre, lo ganado por ella y por Elvira y lo que

  • El anarcosindicalismo en la calle

    hubiese ganado Mercedes. Y se haca el recuento, colocando lo cobrado, gene-ralmente en monedas de dos pesetas, en montoncitos de diez monedas. En latarea de recontar, mi madre era infatigable. Yo tena ante m el montoncitode libretas, en las que durante la semana, nuestros acreedores haban idoanotando las cantidades debidas. Y sacaba los totales, ms el total de cadatotal de libreta.

    Ests seguro de no haberte equivocado? Repasa otra vez las sumas.Lo haca. Ya estaba acostumbrado a las dudas de mi madre. Si las cantida-

    des cobradas cubran las deudas, mi madre se diriga a la tienda de comesti-bles y a la panadera para pagar. Mas si, como ocurra frecuentemente, no al-canzaban para el pago de la cuenta, nos enviaba a Elvira y a m a efectuar lospagos y a comprar.

    El panadero pona mala cara. Seguramente pensaba que deberamos comermenos pan. Para ponerle freno a la boca, comprbamos el pan el sbado paratoda la semana, de forma que se fuese secando. Pan blando, nos habramos co-mido toda la canasta en un par de das. Qu delicia comer pan tierno, casisalido del horno!

    Existan pasteleras en Reus. Pero no eran tiendas para los obreros. Yo lasconoca todas por el tiempo que pas con la nariz pegada a sus escaparates,contemplando los dulces exhibidos.

    1909

    Es un verano clido, como todos los veranos. Pero este verano de 1909 est re-calentado. Circulan muchos rumores, alarmantes todos: All en Melilla...Toda la culpa la tiene el clero... Hay que acabar con todo de una vez....

    Reus fue siempre ciudad liberal. Hasta rebelde. En su Centro de Amigos(un bello eufemismo para encubrir que se trataba de un punto de reunin delos anarquistas) se celebr el Primer Certamen Socialista de Espaa (otro belloeufemismo que encubra la ideologa anarquista de los que participaron), queaprob que la cancin Los hijos del pueblo fuese declarada himno oficial delanarquismo militante.

    Julio de 1909. Se haba declarado el estado de guerra, porque en Barcelonaardan como antorchas las iglesias y los conventos. Apretaba el calor y la ansie-dad. La Guardia civil, a pie y a caballo, patrullaba, no permitiendo que se for-masen grupos en las calles y plazas. Las calles importantes, como Arrabales,San Juan, Mayor, Monterols, Plaza de la Constitucin y Plaza de Prim, las ni-cas empedradas con adoquines de granito, haban sido regadas con arena, paraque los caballos del ejrcito no resbalasen al perseguir a los revoltosos.

    Sin ser da festivo, en mi casa haba ms quietud que en domingo. A causade la huelga general decretada no se saba por quin, nadie haba ido a trabajar.Para ahuyentar el silencio, mis hermanas empezaron a barrer los cuartos, mimadre a dar lustre a la cocina y padre sac sus instrumentos de albailera yfue tapando los agujeros de paredes y suelos. Yo rondaba la puerta con nimode salir disparado a la calle. Mi madre rezong.

    Hoy no se sale a la calle. Me oyes?S, mam. Te prometo no pasar del zagun.Como no me respondiera en el acto, abr la puerta y descend los tres tra-

    mos de escalera.No bien hube asomado la cabeza a la calle cuando cruzaron frente a m dos

    obreros jvenes,.de blusa, pantaln y alpargatas. Iban decididos hacia la calle

  • 16 El eco de los pasos

    Camino de Aleixar, que desembocaba en la Plaza del Rey e iba a dar donde em-pezaban los pabellones del regimiento de Cazadores de Tetun.

    Uno pregunt al otro:Seguro que te dijeron de concentrarnos en la Plaza del Rey?S, por eso me dieron los dos revlveres.Me intrigaron los dos jvenes obreros. De buena gana me hubiese ido tras

    de ellos. Los vi que llegando al Camino de Aleixar doblaron a la derecha en di-reccin a la Plaza del Rey. Antes de haber transcurrido cinco minutos, se oye-ron gritos de vivas y mueras, seguidos de estampidos de tiros, dbiles, y deotros atronadores, que deban ser los de las tercerolas de los soldados.

    Y ahora volvan los dos corriendo, desandando lo andado. Deban conocerel camino. Uno dijo al otro:

    Mierda! Ah estn.Se oy una descarga cerrada de tercerolas. Los dos jvenes se volvieron de

    cara a los soldados y dispararon dos veces la carga de sus revlveres. Me que-d hipnotizado ante aquellas armas, niqueladas y brillantes. Se oy el galopede los caballos.

    Vamonos por aqu dijo uno.Hijos de...! No se puede con el ejrcito exclam el otro.Y se metieron por el gran portaln del negocio de paja de los Mangrane,

    que, para quien conociese el camino, conduca al Paseo de las Palmeras, quellevaba a los barrios exteriores del Bassot, amontonamiento de casas humildesque se apretaban en estrechas callejuelas.

    Los soldados ignoraban esta salida del negocio de los Mangrane. Eran cua-tro y un cabo. Este dijo a dos soldados, que se apearon:

    Buscadlos, que tienen que estar escondidos detrs de las pacas de paja.Si ofrecen resistencia, pegadles un tiro.

    Subido al primer rellano de nuestra escalera, pegado al suelo, yo poda veralgo y orlo todo.

    Al fin, cansados de buscar detrs de las pacas de paja, los dos soldadosaparecieron.

    No estn aqu. Seguramente escaparon por unos patios que dan al Paseode las Palmeras. Quin sabe dnde estarn ya...

    Los o galopar y alejarse. Fueron apareciendo en las ventanas las cabezasde vecinos y vecinas, que se pusieron a parlotear.

    Menos mal que pudieron escabullirse por all!...Juan, sube! grit mi madre desde la ventana.

    La huelgaAquel Primero de Mayo se celebr en Reus de manera sensacional. Una mani-festacin de obreros recorri las calles ms cntricas con banderas rojas ycoreando canciones como Hijos del pueblo, La Internacional y La Marsellesa.

    En la manifestacin se notaba la presencia de mujeres, la mayor parte per-tenecientes a la Sociedad de trabajadores fabriles y textiles que diriga unsocialista llamado Mestres, y que estaba integrada casi exclusivamente por tra-bajadores del Vapor Nou y del Vapor Vell.

    Y se hablaba de la fuerte lucha entre la Sociedad de los textiles y los due-os de las dos fbricas, Tarrats y Odena.

    Mal asunto para nosotros, si vamos a la huelga coment mi padre.Para nosotros slo? pregunt mi madre.Para nosotros, ms que para muchos. Nosotros trabajamos todos en la

    misma empresa. Si paramos, en esta casa no entrar ni un cntimo.

  • El anarcosindicalismo en la calle 17

    Me extraaba que mi padre dijese tantas palabras. Por lo regular, no ha-blaba casi nunca. Buen padre, buen albail, era el centro de la familia en tornoal cual todos vivamos pegados. Sus vicios se reducan a fumar caliqueos.Durante la semana no sala nunca de casa. Los domingos por la tarde se iba asu caf, a jugar a la manilla con otros tres obreros. Devaneos mujeriles nuncale supimos, si bien mi madre siempre anduvo encelada a causa de chismes queno dejaban de circular debido a su buena presencia. Casado dos veces, viudode la primera mujer, tenamos en Cambrils dos hermanos, Jos y Diego, y unahermana, Luisa, con quienes apenas tenamos relaciones, posiblemente por vi-vir en pueblos alejados casi cinco kilmetros, que en aquellos tiempos eracomo tener que ir al fin del mundo, por no existir an medios de transportepblicos.

    En Reus, mi padre form otro hogar, casndose con la que habra de sernuestra madre. Qu podra decir yo de ella? Pobre! Muri de dolor, muchosaos despus de darme a luz, al saber que yo estaba moribundo en los calabo-zos de la Jefatura Superior de Polica de Barcelona, a causa de las palizas queme propinaron los polizontes cuando fracas el movimiento revolucionario deenero de 1933.

    Al fin fueron a la huelga los trabajadores del Vapor Nou y del Vapor Vell.La huelga iba para largo. Los patronos de las dos fbricas no se moriran dehambre. En cambio, sus trabajadores s se las veran de todos los colores parasostenerse.

    Estaban en huelga, pero no luchaban. La direccin de la Sociedad de resis-tencia que agrupaba a los huelguistas estaba compuesta por socialistas, los cua-les vivan al margen de las tcticas de lucha sindicalista, cimentadas en la ac-cin directa. Partidarios de oponer la resistencia del trabajo al capital, arrastra-ban a los trabajadores a huelgas que, generalmente, terminaban en estruendo-sos fracasos. Lo que ocurrira con la huelga de los trabajadores algodonerosde Reus.

    Entre tanto haba que subsistir. Mi madre y mis hermanas lavaban ropa delos ricos y limpiaban sus pisos, para no boquear de hambre, por favor y te-niendo que agradecerlo. Mi padre se fue a Tarrasa a trabajar de albail, consalario muy bajo y teniendo que pagarse la pensin. Era poco lo que traa cuan-do algn fin de semana vena a vernos. Yo tambin tuve que ganarme la vida.Tena ocho aos. Me colocaron en una pequea industria de bolsas de papel.El sueldo era de un real diario, una peseta y cincuenta cntimos a la semana.

    Algo era. Era mi ayuda a perder aquella huelga idiota que unos idiotas so-cialistas se empearon en declarar, para dejar que se resolviera sola, sin luchar.

    Pasaron meses de hambrear holgando. Al fin se dio la huelga por perdiday hubo que volver al trabajo. Suplicar al dueo, al director, a los encargados,el favor de ser readmitido.

    La prdida de aquella huelga dej a la clase trabajadora de Reus en un es-tado de postracin. Entre los obreros se deca que la huelga haba sido trai-cionada, que Mestres la haba vendido. Lo de la venta no deba de ser ciertoporque las huelgas se perdan casi siempre.

    Dej de trabajar y volv a la escuela. Ahora a una escuela de ms categora.Todos los maestros eran catalanes y el mestre Grau era el director. Era escue-la primaria pblica, con maestros que saban serlo y, Grau y Huguet, repu-blicanos.Me hizo feliz cambiar de escuela. La nueva escuela estaba bien organizada.Era de enseanza primaria, pero dividida en tres aulas, espaciosas y altas, conpupitres para dos alumnos cada uno.

    Cuando ingres, el director me hizo un ligero examen de aptitudes: aritm-

  • 18 El eco de los pasos

    tica, historia, gramtica y escritura, Me asign a su clase, que era la de losalumnos ms adelantados. Pero me coloc en la ltima mesa. Pronto fui sal-tando a mesas ms avanzadas. Antes de llegar a fin de curso, pas a la primera,que ocupaba desde haca mucho tiempo Marsal, un muchacho aplicado. Inme-diatamente despus de nosotros vena Vernet. Todo lo que tena Marsal deapacible, lo tena Vernet de impulsivo. Constituimos un equipo de ftbol. Memanejaba bien con la pierna izquierda y me asignaron el puesto de extremoizquierda; Marsal de interior izquierda y Vernet de delantero centro, sitio quenadie poda disputarle, pues pareca haber nacido para el deporte. Estabaatlticamente proporcionado y posea unos nervios que parecan de acero.

    Por aquellos tiempos me dola enormemente mi pobre vestimenta: largabata, camisa, pantaln corto y alpargatas, la vestimenta de los hijos de la claseobrera. Pero yo lo senta mucho. En mi casa, se volva a sentir los apremios defalta de dinero, originados por la aparicin de otra hermanita, Antonia. Mi ma-dre tuvo que dejar de trabajar.

    Resultaba, pues, un lujo pensar en que me comprasen ropa nueva para ves-tirme los domingos y festivos. Al contrario, ahora que la madre estaba en casa,nuestras ropas aparecan con ms zurcidos.

    No eran explicaciones lo que yo quera, sino otra clase de vida. Pertenecaa una clase de desheredados que nunca tenan la posibilidad de levantar lacabeza. As ha sido, es y ser, sola decir mi madre.

    Mi compaero de banca, Marsal, me dijo que se estaba preparando parahacer la primera comunin. La preparacin doctrinal la reciba en la iglesia deSan Francisco. Marsal me insisti para que fuera a las clases de doctrina cris-tiana que daban en la sacrista de la iglesia. Al fin me anim. En mi subcons-ciente anid la idea de que, si tena que hacer la primera comunin, en mi casatendran que vestirme de nuevo de pies a cabeza.

    Fui y me present al rector, mosn Francesc, viejo sacerdote con fama deser un santo varn. En poco tiempo me aprend de memoria el librito de Doc-trina cristiana que nos prestaba. Pero lleg el da de la comunin del grupo yyo fui el nico que no la hizo.

    Consternado, mosn Francesc me dijo:Diles a tus padres que vengan a visitarme. Hemos de ver lo de tu prime-

    ra comunin. Adems, quisiera arreglar con ellos tu entrada en ei seminario.Mis padres hicieron poco caso de los ofrecimientos de mosn Francesc. No

    me dijeron que s ni que no. Su aspiracin no pasaba de evitar mi entrada enel Vapor Nou. Pero, perderme para siempre por pasar al servicio de Dios noentraba en sus clculos.

    Este ao no podrs hacer la primera comunin. Ya veremos el ao queviene me dijo mi madre.

    Cuando dije a mosn Francesc la opinin de mis padres, contraria a mi en-cierro en el seminario, lo lament enormemente.

    No saben lo que se hacen. Ignoran lo que t vales. Tienes una memoriaprodigiosa. Eso, unido a tu magnfica voz, podra hacerte llegar a ser una auto-ridad en la Iglesia.

    Tendra unos diez aos cuando hice la primera comunin. No experimentla gran emocin a que hacan referencia los sacerdotes en sus prdicas. Logr,s, el par de zapatos nuevos. Cmo se las arregl mi familia, lo ignor siempre.Estren un trajecito azul marino, camisa blanca y gorra azul con entorchadosdorados, que pareca de almirante. Alguien nos prest el lazo y el librito demisas. Elvira siempre ella me llev al templo, comparti la misa y me con-dujo a visitar a varias amistades.

    Los domingos y festivos siguientes sala a la calle vestido como en el da de

  • El anarcosindicalismo en la calle 19

    la comunin. Pero estaba en la edad de crecer y se me quedaba corto el tra-jecito. Unos domingos ms y ya no podra ponrmelo.

    Trabajo y esperanzaAcabo de cumplir once aos y sin ms estudios que los correspondientes a laclase superior de la escuela primaria, me preparo para entrar a trabajar de me-ritorio aprendiz, recadero, barredor en las oficinas de un negocio que fue,y ya no era, una gran marca de vinos de mesa: la llamada Casa Quer, que girabacon el nombre de Viuda de Luis Quer e hijos.

    Mi entrada como meritorio en tan importante negocio se deba a los buenosoficios de los Coca, una familia amiga de mi madre. Los Quer eran de una fa-milia de buena gente. Buena la vieja seora Adelaida, viuda de Quer. Buenossus hijos Jos y Luis, aqul llevando vida bohemia en Pars y ste de secreta-rio de la embajada de Espaa en Berna; y buena, porque efectivamente lo era,su hija Elisabeth, con nombre en ingls por haber nacido en Londres, y a quientodos llamaban Ilisi. Buena persona don Buenaventura Sanromn, apoderadodel negocio, y buena persona Juan Domnech, jefe de oficina y nico oficinistaque quedaba en la casa. Buenas gentes los que trabajaban en las bodegas tra-segando vinos, filtrndolos, clarificndolos, envasndolos en grandes tonelesy pipas.

    Entr ganando un duro al mes. Tena once aos. Iba a ganar menos que alos siete aos. Y el duro al mes era como una caridad que me hacan aquelconjunto de buenas personas. Sin embargo, no tena un momento de descansodurante la jornada de trabajo, de las ocho de la maana a las ocho de la tarde.

    Un da y otro da, siempre la misma cosa. Siempre el mismo duro de sueldomensual. Los domingos, por la maana me tocaba ir al apartado de correos arecoger cartas y llevarlas a medioda a la oficina. El apoderado, don Venturetacomo le llambamos, llegaba a las doce, se engrasaba los zapatos con brochay crema negra, se los cepillaba hasta que parecan espejo y, pacientemente, sededicaba a leer las cartas, si las hubo. Despus, ya pasada la una de la tarde,a punto de irnos, me haca la acostumbrada pregunta, tartamudeando, queas era l:

    Ya... ya... ya has ido a misa hoy... hoy?S, ya fui.A qu iglesia?A la parroquial, de paso a Correos.Qui... qui... quin oficiaba?Mosn...Y le daba un nombre. Yo conoca, por sus nombres, a todos los curas de

    la parroquial de San Pedro; yendo o viniendo de Correos, me asomaba y me fi-jaba en el cura oficiante y la hora de la misa. De ello dependa que me diesemi domingo: una monedita de plata de cincuenta cntimos.

    La casa Quer haba sido una firma importante. De su grandeza quedabanlas enormes bodegas, repletas de grandes tinas de madera, algunas todava enuso y otras vacas, en espera de mejores tiempos. El personal laborante eraescaso. Don Ventura, el apoderado, haca de todo un poco y se le tena por unode los mejores mustasar, catador, de su tiempo.

    Me gustaba deambular por las bodegas. Acercarme al corro que a la horadel almuerzo se juntaba alrededor de la mesa del encargado el peixeter-de almacn. El almuerzo duraba una hora, de ocho a nueve de la maana.Cada cual sacaba lo que haba trado para comer. Como eran trabajadores de

  • 20 El eco de los pasos

    una gran casa, se hacan los comedidos en el comer y en el hablar, y hasta enel beber el vino de un enorme porrn que con gran prosopopeya dejaba en elsuelo el peixeter. Yo escuchaba sus conversaciones, pero no alzaba el porrn.Para mi uso personal haba decidido ir acabando con el contenido de muchasbotellas que, en calidad de muestras, estaban en unos anaqueles del pequeolaboratorio adjunto a la oficina: moscateles, mistelas, vino rancio y vino demisa.

    Aquella ocupacin no constitua un avance. Llevaba dos aos de meritorio,cada da haca ms trabajo de escritorio y, sin embargo, a fin de mes seguanpagndome un duro. S, eran muy buenas gentes. Era como haber cado en unpozo. Siempre rodeado de buenas gentes y sin ninguna mejora en el sueldo.Cundo podra ascender en una oficina que solamente tena un oficinista, Do-mnech, y un ayudante, que era precisamente yo? La casa Quer era un pozo yuna ratonera. Cmo hacer para salir de all? Deseaba huir, pero muy lejos,por lo menos tan lejos como oa decir que se encontraba Barcelona. Cuandoalgn domingo me marchaba a pasear hasta la Boca de la Mina y miraba lasalida de algn tren, no poda evitar la gran emocin que me produca aquellaespecie de largo gusano que se deslizaba raudo hacia Madrid o Barcelona.

    Se present la ocasin de intentarlo. Ya llevaba tres aos en la casa Quer.Me haban aumentado el sueldo a dos duros mensuales. Un da ped al seorVentureta si poda hacerme el favor de adelantarme el sueldo de dos meses,por estar en mi casa urgidos de dinero. Me dio los cuatro duros. Despus decomer, en vez de irme a la oficina, me dirig a la estacin a tomar el tren delas dos de la tarde en direccin de Barcelona. Era uno ms de los muchos hi-jos de trabajadores que huan de sus casas. En toda Espaa ocurra lo mismo.En Catalua, la cosa no era considerada grave. Se sola decir de quienes seiban de sus casas: Se fue a vender azafrn, por eso de que los vendedoresde azafrn iban de pueblo en pueblo ofreciendo su mercanca.

    Llegu a Barcelona al atardecer del mismo da. Al salir de la estacin com-pr dos panecillos y una butifarra. Seran mi cena y mi desayuno del da si-guiente. Barcelona no me impresion gran cosa. No conoca en ella a nadie yme puse a pensar dnde pasara la noche. Al da siguiente pensaba partir endireccin de Francia, donde, por estar en guerra con Alemania, supona queme sera fcil encontrar en qu ganarme la vida. No me preocupaba el idioma;haca ms de un ao que me levantaba a las seis de la maana para estudiarfrancs en un librito de preguntas y respuestas. Cen pan y butifarra y bebagua de una fuente pblica. Andando, top con el cine Triunfo, cerca delArco del Triunfo, donde me met y estuve hasta que lo cerraron. Regres a laestacin y me acomod en una banca.

    Desde que el tren penetr en la provincia de Gerona empez a llover demanera pertinaz. Empec a sentir cierta inquietud. A mis trece aos, solo porel mundo, rodeado de gentes que no conoca y que eluda, me suma en unavaga somnolencia que procuraba alejar, por temor a no darme cuenta de lallegada a Vilajuiga, donde deba apearme.

    Y llova cuando llegamos a dicha pequea poblacin. Qu hacer, lloviendoy sin paraguas? Me dirig a un tren de mercancas ya formado y me encarama una garita de garrotero. Esper a que terminase la lluvia. La verdad es queme senta hundido. Y fracasado. Mi salida no poda conducirme a ningunaparte. Me haba ido de casa para librarme de la estpida vida de meritorio.Y me di cuenta que no deba pretender ir ms lejos. Tena que regresar a casay buscar un trabajo que me permitiese ser independiente.

    Me dorm profundamente. La noche era fra. Se me deba ver porque re-cuerdo vagamente que alguien, seguramente algn empleado del ferrocarril,deca a otro:

  • Ei anarcosindicalismo en la calle 21

    Es un nio. Djalo que duerma.Mi madre lanz un grito de alegra al verme y me acogi con lgrimas, igualque mis hermanas. Mi padre, que de nio las pas muy gordas, hurfano depadre y madre, me acogi cordialmente desde el camastro en que estaba ha-ciendo la siesta:

    Poco te dur el vender azafrn.Trabaj todava unos meses en casa Quer, que no opusieron reparos a mi

    reintegro en el trabajo. Se comprende, porque tenan que recuperar los cua-tro duros de anticipo que les ped.

    Al ir a recoger el correo, pasaba siempre frente a la fonda La Nacional. Eldueo, que haca de cocinero, se pasaba parte de la tarde dormitando en lapuerta de la fonda. Le despert:

    No me dara trabajo en la fonda?, le pregunt.Qu casualidad! Hoy nos ha dejado el xarrich de la cocina. Te gustara

    trabajar de lavaplatos? Con el tiempo, aprenderas a ser cocinero.S, me gustara. Puedes empezar maana a las siete? Son cuatro duros al mes y las tres

    comidas gratis.Era duro el trabajo de xarrich de cocina. A las ocho de la maana ya estaba

    con el dueo en el mercado para la compra diaria de verduras, frutas, carnes,pescado, gallinas y conejos. Todo iba siendo metido en la enorme canasta demimbre que llevaba sobre la espalda. No era lo ms pesado. La cocina de unafonda era como un infierno. Sobre el xarrich se abatan, a las horas de las co-midas, montaas de platos, ms la limpieza meticulosa de las sartenes y cace-rolas. Me di cuenta de que la cocina era lo ms duro de la industria restau-rantera. Si no quera dejar la piel entre las montaas de cacerolas y de platossucios, tendra que avisparme y pasar al comedor. Los camareros, siempre lim-pios y bien vestidos, trabajaban pero no echaban el bofe, y solamente en propi-nas ganaban ms dinero que los cocineros.

    La fonda La Nacional estaba en la calle Llobera. Cerca, casi entrando en laPlaza de Prim, acababa de abrirse un bar restaurante muy a la moderna: elSport-Bar. La duea del Sport-Bar, mujer joven y dinmica, con aires de pue-blerina rica, haca el mercado por las maanas, acompaada de una criada quele llevaba la canasta. Se m acerc mientras esperaba en la pescadera la com-pra que el dueo de La Nacional acababa de hacer.

    Vente conmigo de ayudante de camarero al Sport-Bar. No tendrs quehacer el mercado.

    Y las condiciones?Una peseta diaria, las propinas y las tres comidas. Y la ropa de trabajar

    limpia.El lunes por la maana ir.Me gust el trabajo en el Sport-Bar. Instalado en los bajos del casern del

    Crculo Olimpo, se distingua por su pulcritud.Aument el pblico del Sport-Bar. Los das de mercado en Reus, los lunes,

    vena a servir un camarero extra, El Chato. Me hablaba maravillas de Tarra-gona, con sus playas y su puerto, siempre lleno de barcos.

    El mar. Yo suspiraba cada vez que me hablaba del mar y de los barcos.

    Fui preparndome para dejar el Sport-Bar. El Chato me propuso ser ayudantede un camarero del Hotel Nacional de Tarragona, un tal Cardona, que se habaformado en Pars. Ganara diez duros al mes y Cardona me dara la cuartaparte de sus propinas. Acept la oferta, despidindome del Sport-Bar. El martessiguiente me present en el Hotel Nacional. Le ca bien a Cardona. En la co-

  • 22 El eco de los pasos

    cia se rieron un poco de m cuando me present a pedir el desayuno. Elchef se llamaba Alfredo Dolz.

    Sub a vestirme a lo que dijeron ser mi habitacin, un tabuco de metro ymedio de ancho por tres de largo, con techo tan bajo que yo, nio de catorceaos, tena que andar agachado para no dar con la cabeza en el techo. Encimadel catre de tijera tena el paquete con la ropa nueva de trabajar.

    Con excepcin de Cardona, que por estar casado dorma en su casa, los de-ms, cocineros, camareros, cochero, recamareras y lavanderas, dormamos enel hotel. Mi tabuco quedaba en el primer piso, junto a la cocina y los n os.Daba horror donde dorman los dems: habitaciones srdidas con tres \ cua-tro camastros, las camas sin hacer y clavos en las paredes para colgar lasropas.

    Pas el tiempo. El chef, Alfredo Dolz, se fue a trabajar al Restaurante Martnde Barcelona. Poco despus, se fue Cardona al Trink-Hall de las Ramblas deBarcelona. Antes de irse, ambos me prometieron ayudarme a encontrar trabajosi me resolva a ir a Barcelona.

    Al fin lo hice. Era el verano de 1917. De paso para Barcelona hice escala enReus, para despedirme de mis padres y de mis hermanas. Dos das despus medesped de ellos y tom el tren de la tarde. La estacin estaba vaca y el trencasi tambin. Ocurra algo que yo ignoraba. Aquel mismo da haba de cele-brarse en Barcelona la Asamblea de Parlamentarios. Se esperaba que aquelloterminase en revolucin. No hubo tal, por el momento.

    En la consigna de la estacin dej la maleta. Y en tranva me dirig a lasRamblas. En el Trink-Hall, bar de lujo, encontr a Cardona muy ocupado enel servicio. Me indic dnde quedaba el restaurante Martn, en el que trabaja-ba Alfredo Dolz. Este me acogi amablemente. Poco poda esperar de Cardonay de Alfredo. Encontr trabajo en la fonda La Ibrica del Padre. Dur poco enella, pues por recomendaciones de Alfredo pas a trabajar de camarero alHotel Jardn, que no pasaba de ser una fonda de segunda clase. Estbamos enagosto de 1917. Haca dos meses que haba llegado a Barcelona. Qu magiatendra aquella ciudad que haca de cada uno de sus trabajadores un revolu-cionario en potencia. Por las noches, a la salida del trabajo, me gustaba con-currir a un teatro del Paralelo, donde se representaban obras de protesta comoEl sol de la humanidad, El nuevo Tenorio, En Flandes se ha puesto el sol, San-gre y arena, Amalia, o la historia de una camarera de caf y otras. El teatrose llenaba todas las noches, siendo trabajadores la mayor parte de sus concu-rrentes. Dentro del teatro se respiraba la pasin revolucionaria.

    En la calle, tambin. Se haba declarado en toda Espaa la huelga de losferroviarios. Se deca que la orden de los sindicatos era de huelga general re-volucionaria. Los tranvas funcionaban, pero con grupos de soldados en lasplataformas, con el fusil presto a ser disparado. Se deca que por la calle deAmalia y la de Cadena se haban levantado barricadas, donde se batan lossindicalistas y los anarquistas contra el ejrcito y la Guardia civil.

    Quise ver si era cierto. Por las Ramblas patrullaba la Guardia civil a pie ya caballo. En la calle del Carmen se vean destacamentos del ejrcito. Tompor la calle de San Pablo, pensando en llegar hasta el Paralelo. A la altura dela calle de la Cadena, en el cruce con San Rafael y pasaje San Bernardino, selevantaba una gran barricada. Pero me pareci que estaba desocupada. Pegadoa las paredes, me fui aproximando a la barricada. De pronto, de una tabernade la esquina sali un hombre de mediana edad, con un revlver en la manoy dispar cinco tiros en direccin de la calle del Carmen que cruzaba al finaldel pasaje, y desde donde artilleros del ejrcito parapetados en un can dis-

  • El anarcosindicalismo en la calle 23

    pararon un caonazo en direccin de la barricada, de la que saltaron en todasdirecciones esquirlas de adoqun.

    El que haba disparado el revlver abandon la barricada, y arrastrndosepor el suelo se dirigi por la calle San Rafael hacia la de Robador. Pero antesdijo:

    Esos hijos de...! No se puede con el ejrcito!El revlver y el grito de impotencia me recordaron a los dos jvenes obre-

    ros que en Reus dispararon contra los soldados. Alguna diferencia exista, noobstante, entre las luchas de 1909 y las de 1917. A aqullas, se las llam se-mana trgica, a stas semana cmica.

    Tras el estampido del caonazo se oyeron nutridos tiroteos en las partesbajas de la ciudad, hacia el Paralelo, en direccin del puerto y del Distrito V ypor las Ramblas. Como pude, fui andando en direccin de mi casa de dormir.Pero tena que atravesar la Rambla por el Pa del Os, para tomar la calle delCardenal Casaas. No pude hacerlo, por las carreras y los tiros a lo largo delas Ramblas, en direccin de la plaza del Teatro. Con otras personas, me refu-gi en una tienda de sombreros, desde donde vi pasar corriendo a los guardiasde Seguridad, de la Guardia civil montada y a mandos del ejrcito, agitados yapuntando hacia las azoteas, que es de donde deban partir los disparos. En-frente tenamos el mercado de la Boquera, al que no se atrevan a penetrarlos soldados ni los guardias, por ser una verdadera encrucijada de pasadizosllenos de cajas, canastas y sacos de verduras, de patatas y de cebollas.

    Las luchas, ms o menos espordicas, duraron una semana. Quiz porquela sangre no lleg al ro, o porque no ardieron las iglesias y conventos fue lla-mada semana cmica.

    No dejaba de preguntarme: Por qu, en las dos pequeas revolucionesque haba presenciado, los revolucionarios siempre aparecan solos o casi so-los, dispersos y disparando al aire? En tales condiciones seran siempre ven-cidos.

    Tena yo entonces 15 aos. 1917 era un ao de mucha agitacin. Primero,la Asamblea de Parlamentarios y, despus, la huelga ferroviaria con su sema-na cmica, pero movida. Y se hablaba de la revolucin rusa. Y la revolucin eratpico de conversacin. No olvidar yo la conversacin que sostenan dos clien-tes del Hotel Jardn, que se sentaban siempre en mi turno de mesas. Eran crou-pieres del casino Bobin. Uno, el de ms edad, de pelo gris bien peinado yde ademanes calculados, explicaba al otro, ms joven:

    No estamos viviendo una revolucin. A lo sumo, se trata de algaradas.Desde un principio pens que nada serio ocurrira, que la huelga, patrocinadapor los socialistas y secundada por los sindicalistas, sera, como siempre, trai-cionada por los primeros, que no quieren propagar la revolucin entre los tra-bajadores.

    Por qu, pues, los sindicalistas les han hecho el juego?Te dir; porque los sindicalistas, y sus primos hermanos los anarquistas,

    en cuanto se habla de huelga general revolucionaria, se conducen como inge-nuos. Puedes estar seguro de que solamente ellos se han batido en las barri-cadas.

    Crees que los bolcheviques son ms revolucionarios que los de aqu?No, de ninguna manera. Ya vers cmo all habrn sido los sindicalistas

    y los anarquistas los que iniciaron la revolucin.De verdad que son los ms avanzados los sindicalistas?S. Si algn da se implanta la igualdad econmica, sern ellos quienes

    la implantarn.

  • 24 El eco de los pasos

    Me cans de trabajar en el Hotel Jardn y me pas al bar restaurante Las Pal-meras, que de hecho perteneca al mercado de la Boquera.

    Fui aprendiendo que todos los trabajos eran igualmente pesados y que losdueos eran igualmente explotadores.

    En Las Palmeras haba que dormir en la casa. Cuando terminaba el trabajono quedaban ganas de salir a dar una vuelta por el Paralelo o los prostbulosdel Distrito V. Uno se dejaba caer en el camastro, generalmente a medio des-vestir. Nos acostbamos por turnos y por turnos nos llamaban.

    Lleg la primavera de 1918. Me ofrecieron ir a trabajar al restaurante de laColonia Puig, en Montserrat. Me atrajo la idea de ir a vivir en aquellas monta-as de piedra trabajada caprichosamente por la naturaleza. En el mnibus dela empresa me llegu a la Colonia Puig, emplazada entre Monistrol y Monastir.Era hotel para gentes pudientes.

    Cuantos trabajaban en la Colonia Puig eran buena gente: los camareros,Serafn y Blasco; los cocineros, Carlos Sangens y Magre, y el repostero PabloSangens; el mozo de viajeros, el Olesa, y hasta los dueos, el viejo Puig ysus hijos, altos y fuertes como cclopes. Decase del viejo Puig que era hombrede confianza de Lerroux y que con capital de los jerarcas del Partido Radicalse haba creado la Colonia. Lstima que el trabajo fuera slo de temporada,porque resultaba agradable trabajar all. Los moradores eran veraneantes quepasaban las vacaciones en plan de ricos. Los domingos y das festivos afluanlos visitantes. Algunos jueves, por la tarde, si no me tocaba la guardia, subaa Monastir, andando a pie por la carretera. Merendaba y escuchaba el cantode la Escolana del Monasterio.

    En la montaa, como en la ciudad, iba y vena generalmente solo. Rehuala compaa de la gente del oficio, inclinada al juego, a la prostitucin, contendencia a la explotacin de las mujeres. Frecuentemente me preguntaba sino habra nacido para el sacerdocio.

    Se termin la temporada de veraneo y regres a Barcelona. El Mao, quehaba trabajado conmigo en el Hotel Jardn, lo haca ahora en el hotel restau-rante La Espaola, de la calle Boquera. Me present a la duea de la fonda,viuda guapetona y muy apta para el negocio, que me ofreci quedarme a tra-bajar en su casa. Ni lo pens y le dije que s. Cambiar de casas era beneficiosopara quien, como yo, aspiraba a aprender el oficio en todos sus aspectos y lle-gar a ser un buen profesional.

    Estbamos ya en 1919. Segua trabajando en La Espaola, seal de que nadieme haba ofrecido nada mejor. Y eso que me afili a la Sociedad de CamarerosLa Alianza, a cuyo local de la calle Cabanas concurra asiduamente las tardesque no prestaba servicio. Ello me permiti asistir a una conferencia que nosdio el lder de la Unin General de Trabajadores, Francisco Largo Caballero,quien me produjo la impresin de ser un cureta laico, apagado y gris. Le con-troverti un camarero llamado Gmez, con teoras sindicalistas ms radicalesque las expuestas por el lder de la UGT. A Gmez le sostuvo en su posicin,con conceptos anarquistas, otro camarero llamado Alberich.

    Me gustaron aquellos debates, que me recordaban la conversacin de losdos croupieres en el Hotel Jardn.

    En La Espaola estaba a disgusto porque haba tenido que volver a hacerhabitaciones y fregar los suelos, faenas que me parecan vergonzosas. Estuvea un paso de librarme para siempre de limpiar la mierda de los dems. Casicada semana vena a hospedarse a La Espaola un hombre muy rico, a quienllamaban Companys, el trapero rico. No vesta mal, pero pareca oler siem-pre a trapos viejos. Gordo y de franco hablar, sola venir acompaado de una

  • El anarcosindicalismo en la calle 25

    hija, joven de 16 aos, rubia y de mirar candoroso desde sus azules pupilas.Ella no me perda de vista en mi ir y venir de una mesa a la otra. Cuando meacercaba a la mesa que ella ocupaba, me diriga siempre una mirada alegre.

    Una de las veces que se hosped en el hotel, el trapero rico me llamaparte.

    Qu? No te gusta mi hija?S, me gusta mucho. Parece un ngel.Qu esperas, pues, que no te declaras a ella?Le dir. Me gusta para mirarla, pero no para declararme.No te entiendo. Si te declaras, ella te dir que s, y yo no he de deci-

    ros que no.Todava soy muy joven.Al siguiente viaje, ella sigui mirndome con ternura. Companys me llev

    otra vez al coloquio apartado.Qu has decidido?Nada, no he decidido nada. Soy muy joven. Qu hara para mantener

    mujer e hijos?Toma y lee La Vanguardia y en la seccin de anuncios vers cuntas

    ofertas se hacen de venta de carro y caballo. Escoge el que quieras; te locompro, te lo lleno de naranjas y de trozos de jabn y sales a los pueblos acambiar naranjas y jabn por hierros y metales viejos. As me hice rico yo.Ves esta cruz de hierro? Pues la cambi ipor tres naranjas y un cuarto dejabn. Hoy, en una casa de antigedades, me han ofrecido por ella veinte milpesetas. No te puedes imaginar qu negocio es el hierro y los metales viejos.

    S, lo creo. Me deja que me lo piense ms?Qu necesitas pensar? No te gusta el negocio del carro y las naranjas?

    Te gustara ms el negocio de la fonda? Pues decdete. Te casas con mi hijay os monto en el pueblo el mejor hostal. Qu me dices?

    Tendra que ir a Reus y hablar con mis padres. Todava soy menor deedad, y acabo de cumplir diecisiete aos.

    Las cosas quedaron as de un da para otro. Lo cierto es que me senta yacomo pjaro a punto de ser enjaulado. Siempre tena una excusa. Lo que nome atreva era a darle un no, para no entristecer a su hija.Por aquellos das de 1919, Barcelona vivi momentos de inquietud y de os-curidad. La huelga de La Canadiense, empresa que controlaba la mayor par-te de la fuerza motriz, estaba sacudiendo la vida del trabajo. Por los comen-tarios que recoga en La Alianza, se trataba de una prueba de fuerza entrelos sindicalistas y los capitalistas. Al abandonar los obreros sus puestos detrabajo en las fbricas de electricidad, fueron inmediatamente sustituidos pormarinos y tcnicos electricistas de los barcos de guerra surtos en el puerto,que eran muchos, pues por lo visto el gobierno haba enviado casi todos losbuques -de la flota del Mediterrneo.

    En La Espaola nos tocaron de huspedes dos ingenieros electricistas dela Armada, designados para prestar servicio en la fbrica de electricidad tr-mica del Paralelo, colindante con Pueblo Seco. El primer da, la duea meenvi a llevarles all la cena. Anduve desde la calle Boquera, cruce de laRambla, calle San Pedro, Brecha de Sai) Pablo y Paralelo, hasta la termoelc-trica y su sala de calderas, en la que los hornos eran alimentados con carbnpor marinos.

    Sal por la puerta de Pueblo Seco. Frente a la fbrica se hallaba estacio-nado un carro con toldo, tirado por un caballo. Al cruzar la calle salierondos tipos, que parecan obreros, de un zagun. Me abordaron.

    Sales de la elctrica, eh? Pues monta al carro.

  • 26 El eco de los pasos

    Otro que estaba dentro me tendi la mano y me ayud a trepar.Para quin era la comida de las dos fiambreras?Para dos oficiales de la Armada contest.Eres de los nuestros?Todava no, pero no creo que tarde mucho.Llevarles la comida a los oficiales es ayudar a los rompehuelgas, no?

    Quines trabajan dentro? Solamente marinos o tambin hay esquiroles?No he visto ningn obrero civil. Todos son marinos.Bien, ahora vete. Pero no vuelvas a traerles comida de la fonda. Que

    se chupen un dedo!La huelga la ganaron los trabajadores. Los sindicalistas que la dirigieron

    desplegaron una actividad inusitada. Comits de huelga, como el que me de-tuvo, actuaban en la ciudad a docenas. Muchos de ellos fueron detenidos /pero previsoramente haban sido designados dos y tres equipos para susti-tuirlos, hasta por lo que se refera al Comit central de huelga.

    Como yo me arrimaba preferentemente a Gmez, el ms radical de ellos,un amigo suyo, jefe de camareros del Hotel restaurant Coll, del Tibidabo,me propuso ir a trabajar con l la temporada de verano.

    Acept, pues me gustaban los cambios. El Hotel restaurant Coll era esta-blecimiento de primera clase, para las familias de los magnates capitalinos.La fachada daba a la plaza, pero las dos terceras partes del edificio estabanen medio de un bosquecillo de pinos y, por la parte que miraba al mar, que-daba como suspendido en el aire.

    Mi rpida aceptacin de pasarme a trabajar al Tibidabo tena algo dehuida. Haba llegado a temerle a la insistencia del rico trapero, que no ceja-ba en su empeo de casarme con su bella hija. Instintivamente me estabadejando llevar hacia un porvenir del que no tena ni idea.

    De Casa Coll me gust, en seguida, el aroma de pinos que tenan los ama-neceres y el soberbio espectculo de luces que ofreca la inmensa vega sobrela que se asentaba Barcelona.

    Se me asign servir las comidas de dos pequeos pabellones que tena elrestaurante, reservados para dos familias de las ms ricas de la ciudad, unaque diriga una gran industria textil y la otra duea de un complejo metalr-gico, que durante la guerra europea se haban hartado de ganar millones.

    La esposa del metalrgico, a quien le gustaba platicar conmigo, todos losdas me daba un duro para sus gastitos y por el buen servicio que nos da,deca. Era simptica y agradable, de un rubio platino.

    No te gustara venirte con nosotros, cuando nos vayamos? Trabajarasen nuestra residencia, solamente para m, mi esposo y los invitados.

    No era desagradable subirle el desayuno a la seora. Hasta me placams que mis andanzas nocturnas por el Distrito V. A finales de agosto medijo:

    No has decidido todava venirte con nosotros? Nos vamos ya el prxi-mo lunes.

    Pues, la verdad, no me atrae la idea de trabajar encerrado en una resi-dencia. Ser camarero libre es una cosa, y muy otra el pasar a ser domstico.

    Y yo, no te gusto? Qu domstico, ni qu tonteras! Al cabo vendrssiendo lo mismo que el seor.

    Acaso tenga razn. Me lo pensar.Dime que te vienes con nosotros y ahora mismo te doy quinientas pe-

    setas.No, ahora no. Si me voy ahora diran tonteras. Cuando termine la tem-

    porada, hablaremos.De veras? Te dar la direccin.

  • El anarcosindicalismo en la calle 27

    Me haba escapado de la bella hija del trapero rico, y ahora me librabade las tentaciones de la mujer ajena.

    Hubiera podido quedarme a trabajar de manera permanente en Casa Coll.Me enter de que el seor Coll, dueo del hotel, era jefe de somatenes deaquella par te de la ciudad. Cuando mataron a Bravo Portillo, comisario depolica y encarnizado enemigo de los sindicalistas, al que se culpaba del ase-sinato del obrero tintorero Sabater, Tero, gran militante sindicalista, elseor Coll reuni en el saloncito de msica a no menos de veinte somatenes,gentes de dinero, como l, con un miedo cerval a la revolucin social quepreconizaba la Confederacin Regional del Trabajo de Catalua.

    Al terminar la temporada de verano, cobr el sueldo de los meses que tra-baj y me desped de todos menos del seor Coll.

    Al da siguiente de haber regresado a Barcelona, entr a trabajar en elrestaurante del Hotel Moderno, en la calle del Carmen, cerca de la Rambla.

    Tras la huelga de la Canadiense qued un estado de agitacin en todaslas capas de poblacin trabajadora de Catalua. Entre los trabajadores dehoteles, bares y restaurantes, principalmente entre los camareros, se mani-fest una corriente contra las propinas. Yo engros el grupo de los que pre-sionaban por la fusin de la sociedad de camareros, La Alianza, y la de cama-reros y cocineros, La Concordia. La Alianza perteneca a la Unin General deTrabajadores. La Concordia era un organismo neutro, que presuma de darcabida en su seno a los mejores cocineros y camareros de Barcelona. Logra-mos que se hiciese la fusin de las dos sociedades, dando nacimiento al Sin-dicato de la Industria Hostelera, Restaurantes, Cafs y Anexos. El nuevo sin-dicato traslad su sede a un local de la calle Guardia, en pleno Distrito V.l primer presidente del nuevo sindicato fue un camarero bastante culto,llamado Boix, hijo de un tipgrafo que perteneca al grupo editor de Tierray Libertad, peridico anarquista de mucha fama. El Comit que se constituyrecibi de la Asamblea el encargo de estudiar y elaborar unas bases de tra-bajo para todas las secciones de la industria, incluyendo la supresin de laspropinas.

    Acaso debi esperarse a que la reciente unificacin fraguase en una mayorconsistencia orgnica. No fue as y todo fue hecho sbitamente: la unifica-cin, la elaboracin de bases de trabajo, su presentacin a los patronos y,finalmente, el ir a la huelga.

    Cuando entramos en huelga, todava como entidad autnoma, sin afilia-cin a la CNT ni a la UGT, se plante de manera inaplazable la incorporacina una de las dos centrales sindicales existentes entonces en Espaa. El Co-mit del sindicato, convertido en Comit de huelga, entr en contacto inme-diatamente con la Federacin local de Sindicatos de la CNT y se acord laincorporacin a la organizacin CNT.

    La Federacin local design tres delegados suyos para reforzar la acciny la direccin de nuestra lucha: un tal Rueda para orientar al compaeroBoix en la presidencia del Comit de huelga, Santacecilia y Daniel Rebull(David Rey), para integrar, con el camarero Juan Domnech y yo, un Co-mit de accin.

    Era muy tierno nuestro sindicato. Sus componentes no conocan las lu-chas sociales y, desde el principio, las cosas marcharon mal. Aunque haba-mos entrado a formar parte de la CNT, sindical que utilizaba la accin direc-ta, encaramos la huelga como si todava pertenecisemos a La Alianza, quehaba estado afiliada a la UGT, cuyo mtodo de accin era, de resistencia. Seabrieron cocinas y comedores para los huelguistas en algunos locales de lossindicatos de la CNT.

    No falt alguna que otra manifestacin de idealismo. Algunos jvenes del

  • El eco de los pasos

    oficio y del Sindicato nico de la Alimentacin, bastante influidos por un pa-nadero llamado Ismael Rico, cuado de Emilio Mira, militante significadoentre los sindicalistas, decidimos crear un grupo anarquista, al que dimos elnombre de Regeneracin. Los componentes fuimos Rico, Bover, Roma,Pons, Alberich, otro cuyo nombre he olvidado y yo. Fui nombrado delegadoante la Federacin local de Grupos anarquistas, de Bandera Negra. Existaotra Federacin local, de Bandera Roja. Asist a varias reuniones en el localdel Sindicato nico de la Metalurgia, en la calle Mercaders. Contra lo que yoesperaba, los grupos anarquistas organizados slo se preocupaban de las re-laciones epistolares con otros grupos de Espaa y del extranjero, de la pro-paganda oral y escrita de las ideas cratas, del sostenimiento y reparto de superidico Bandera Negra. Si por algo se interesaban en las luchas que soste-nan los sindicatos y los sindicalistas, era con la finalidad de analizar crtica-mente los discursos y los artculos de sus lderes, Salvador Segu, SimnPiera y otros.

    No por ello nos desmoralizamos los componentes del grupo Regenera-cin. Sin dejarnos afectar por el talante de sacrista que tenan las reunio-nes de los delegados de grupos, y sin darnos por enterados de que los con-ceptos de los anarquistas eran contrarios al desarrollo sindicalista, apoyamoscon nuestros artculos a los compaeros del peridico Renovacin, rganode nuestra Seccin profesional, que diriga un camarero oriundo de Reus,llamado Valls, quien demostr poseer buenas cualidades periodsticas. Ayu-damos tambin en lo posible al Comit de accin en sus actividades clandes-tinas, que se redujeron a muy poca cosa: embadurnar paredes de los esta-blecimientos del ramo y colocar algunos petarditos, que hacan ms ruidoque dao.

    Y se perdi la huelga. Pude evitar la humillacin de reintegrarme al tra-bajo como un vencido, pues la vuelta al trabajo tuvo lugar estando yo presoen la crcel Modelo, adonde fuimos a parar el camarero Hermenegildo Casasy yo, por haber sido detenidos cerca de donde se produjo una trifulca entrehuelguistas y esquiroles. Tena, entonces, 17 aos de edad.

    Pascua sangrienta

    La huelga de camareros fracas. Nos habamos afiliado al Sindicato nicodel Ramo de la Alimentacin de Barcelona al da siguiente de la declaracinde huelga, que se sostuvo ms de dos meses. Fue larga. Se perdi, segn nosexplic Salvador Segu, en representacin de la Federacin local de Sindica-tos de la CNT de Barcelona, por haber sido conducida sin espritu de luchasindicalista, lo que era muy comprensible si se tena en cuenta nuestro origenugetista, de base mltiple y reformista, tan distinta de la manera de ser sin-dicalista revolucionaria, que funda su lucha en la accin directa, que partedel principio de que todos los afiliados a un sindicato en huelga toman parteactiva y directa en la marcha del conflicto.

    Salvo algn que otro incidente, el desenvolvimiento de la huelga fue pa-cfico. Como ya he dicho, a m y a otro camarero, tambin del grupo Rege-neracin, nos llevaron detenidos gubernativos. Pasamos por la comisara dela calle Ragomir, luego fuimos trasladados a la comisara general de Ordenpblico, entonces cerca del puerto, y de all a la prisin celular: inscripcin,gabinete antropomtrico, rastrillos en los tneles de entrada, presentacin alcentro de Vigilancia y, finalmente, llevados al taller nmero 3, que lo mismo

  • El anarcosindicalismo en la calle 29

    que el nmero 2, serva de sala de estar y de dormitorio a los presos porcuestiones sociales.

    Nuestra entrada en el taller nmero 3 tuvo algo de sensacional. Despusfuimos viendo que siempre ocurra lo mismo al dar la bienvenida a los pre-sos recin llegados. Un coro de compaeros presos se puso a cantar el reper-torio de canciones revolucionarias ms en boga, como Hijos del pueblo yLa Internacional, y otras menos conocidas, que eran couplets en boga conletras claramente insurgentes.

    Al terminar de cantar el coro, estallaron risas y carcajadas mezcladas congritos de Viva la revolucin social! y Viva la anarqua! Cuando todo huboterminado, se nos acerc el que dijo ser miembro del Comit Propresos, alque acompaaban Cubells, presidente del sindicato de la Madera, preso conotros tres miembros del mismo Comit, Sanarau, Guerrero y Armengol, queintegraban el Comit Propresos.

    Nos preguntaron quines ramos y a qu sindicato pertenecamos. Al sa-ber Cubells que yo tena solamente 17 aos, me dijo que por ser el preso msjoven del taller me corresponda ejercer la secretara del Comit. Y me ex-plic mi cometido: pasar relacin diaria del nmero de presos sociales a lataberna de Collado, que estaba enfrente de la crcel Modelo, encargada deenviar dos veces al da las cestas de la comida a cada preso social; investi-gar, en el acto de entrada de los presos, si realmente lo eran por motivos so-ciales, nombre, direcciones y sindicato a que pertenecan, as como dar cuen-ta de todo al Comit local Propresos en la visita diaria que tena autorizadapor la direccin de la prisin.

    Los talleres eran bastante grandes: rectngulos de 60x40 metros, de una altu-ra de 5. En un ngulo del fondo, un urinario-wter, excesivamente pequeopara el centenar y pico de presos que caba en cada taller, era el rincn msapestoso de la sala al que nadie quera acercar su petate. Afortunadamente,unos grandes ventanales, con gruesas rejas y celosas, mantenan la sala sinlos olores caractersticos de las aglomeraciones humanas.

    Me acomod a mi cargo de secretario del Comit, lo que me dio la oportu-nidad de conocer a los presos que parecan ms interesantes. Por ejemplo,tuve que atender a Perell Sintes, natural de Mallorca, ingresado por un in-cidente que tuvo con su patrono, Vidal y Ribas, persona intratable y jefe,adems, del Somatn.

    Perell Sintes, o Liberto Callejas, que es como l quera ser llamado, fueun problema desde el momento de su llegada, porque no perteneca a ningnsindicato y manifestaba gran repugnancia por toda forma de organizacincomunitaria. El se proclamaba anarquista puro, individualista y enemigo detodo gregarismo. Sentado en su petate, se pasaba el tiempo leyendo cuantolibro caa en sus manos. Era lo nico que le interesaba, leer. Estaba siempreenfermo, segn deca, y de hacerle caso se iba a morir en cualquier momen-to. Nunca nos dijo cul era su enfermedad ni se apuntaba para ir a la visitadel mdico. Pese a no pertenecer a ningn sindicato, logr que el ComitPropresos del exterior se hiciese cargo de l, lo que supona asistencia jur-dica y econmica. En aquellos venturosos tiempos, la Organizacin confede-ral de Ba'rcelona pagaba el salario semanal como si se estuviese trabajando.No nos fue posible arreglar el caso de un extranjero, de nacionalidad serviasegn l, que pretenda ser el conde Milorad de Raichievich. Infundi sospe-chas siempre segn su decir a la polica y fue detenido y preso. Era unconde arruinado, que viva explicando en conferencias por el mundo aspectosde la vida en Rusia, China y Japn, pases que deca haber visitado y conocido

  • 30 El eco de los pasos

    bien. La Rusia de que hablaba era la de antes de la revolucin de 1917. Su de-tencin se prolongaba porque ofreca muchas dudas su nacionalidad servia.Era sospechoso de ser un agente de los comunistas rusos, y por este motivose encontraba entre los presos sociales. No perteneca a ningn sindicato deEspaa ni del mundo, negaba ser comunista y afirmaba enrgicamente perte-necer a la nobleza servia. Tampoco deca ser anarquista ni socialista. Al con-trario de Callejas, que nunca pidi ayuda del Comit Propresos, Milorad deRaichievich andaba siempre a la carga para que yo pasase su nombre a la ta-berna de Collado. Cuando meses despus, el conde logr salir en libertad, aban-don Espaa llevndose a la compaera ms guapa de cuantas venan a visi-tarnos, urea, de la familia Cuadrado, en la que todos eran magnficos com-paeros.

    Recibamos tambin la visita de otro extranjero preso, suizo y, segn l, so-cialista revolucionario, llamado Juvenal. Alto, fuerte, con una melena crespa,nunca aspir a ser atendido por el Comit Propresos. Pero le placa nuestracompaa de anarquistas y sindicalistas revolucionarios, y siempre que se en-teraba de que uno de nosotros daba una conferencia, acuda, nos saludaba ypermaneca atento a lo que se debata. Nuestras conferencias no terminabancuando el orador dice he dicho. Entonces era cuando se pona interesanteel asunto: otros compaeros tomaban la palabra para impugnar o apoyar lodicho por el conferenciante. Y cuando intervena Juvenal, muy comedidamen-te por cierto, daba gusto orle.

    Despus supimos que Juvenal fue uno de los extranjeros deportados a laRusia bolchevique, embarcando en el puerto de Barcelona en un barco quesera hundido en el Mar Negro por la oficialidad del buque, que abri lascompuertas para que se anegase, pereciendo un centenar de extranjeros queel gobierno conservador espaol deport. Segn se dijo, los oficiales y marine-ros llegaron al puerto de Constanza, en Rumania.

    Haba entre nosotros compaeros bastante cultos, detenidos por motivosvarios, procesados o simplemente presos gubernativos. Toms Herrero, auto-didacta muy bien preparado, dueo de una barraca de venta de libros de vie-jo, en la que se encontraba de todo, pero especialmente lo que no se encon-traba en las libreras decentes: los libros de los barbudos, llamados as por lasfotografas en las portadas de sus autores, todos con luengas barbas, comoKropotkin, Bakunin, Marx, Lorenzo, Pi y Margall. Toms Herrero era unbuen platicador, aunque no buen conferenciante. Tambin lo era Pascual, deTarrasa, gran polemista, del que nunca supe por qu no era bien visto por loscompaeros enterados de las incidencias de la lucha de tiempo atrs. Buenhablador, tambin lo era un tal Ferrer, el cojo Ferrer, de la barriada de Sans.

    Por los talleres pasaron compaeros muy bien preparados del sindicalismobarcelons. Los hermanos Playans, que con Garca Garrido dirigan el Sindica-to de Contramaestres El Radium. Archs y Suer, metalrgicos de muchomisterio, recelosos de todo y de todos, tan reservados que hasta rehuan lacompaa de Talens, tambin del sindicato de la Metalurgia, hombre de ac-cin, que con Claramonte disolvi a tiros un mitin de Lerroux en la plaza detoros de Sevilla. Para nosotros, los del Comit Propresos, no era un secretoque Archs era presidente del Comit del sindicato de la Metalurgia, en aquelentonces uno de los sindicatos confederales de lnea ms dura frente a la Pa-tronal. Su compaero, Suer, era igualmente miembro del Comit del sindica-to. Ambos, serios y hoscos. Archs era bastante ms alto que Suer, y tanto porel color blanco amarillento de su rostro como por la inclinacin monglica desus ojos se pareca a Salvador Segu. Suer pareca ms bien descendientede judos.

    En Barcelona, la lucha de los sindicatos confederales con la Patronal, y de

  • El anarcosindicalismo en la calle

    sta contra los sindicalistas, adquira aspectos de tragedia. La Patronal, queen un principio subvencionaba la banda de pistoleros que capitaneaba el co-misario de polica Bravo Portillo, a la muerte de ste encarg de la gestinasesina a un aventurero alemn apodado el barn de Koenig, que elimin atiro limpio a algunos militantes significados de los sindicatos de Barcelona. Re-sultaba cosa fcil eliminar a los sindicalistas. Cuando salan al anochecer deltrabajo, el condenado a morir era detenido, camino de su casa, por la Guardiacivil o los guardias de Seguridad o simplemente la polica, que lo cacheabany, seguros de que no llevaba pistola, lo dejaban marchar, para ser asesinadopor los pistoleros profesionales.

    Cuando estas luchas eran originadas por conflictos de trabajo entre patro-nos y obreros, el sindicato respectivo se encargaba de las represalias, colocan-do bombas en los talleres o fbricas, o tiroteando a los patronos. Nunca seacuda a la accin judicial, por ser sta marcadamente favorable a los patro-nos. A la llamada accin directa del sindicalismo, creada para dirimir direc-tamente los conflictos de trabajo en negociaciones entre obreros y patronos,cuando se ejercan violencias fsicas sobre los trabajadores, el sindicato ledaba una interpretacin amplia, cobrando al patrono en la misma moneda. LaPatronal eliminaba indiscriminadamente a los militantes sindicalistas. La Or-ganizacin tena que responder adecuadamente, pero haba que determinarquin lo hara, si un determinado sindicato, la Federacin local o el Comitregional.

    Fue el Comit regional quien pas el cometido al Comit del sindicato dela Metalurgia. Concretamente a Archs y a los suyos, entonces los ms durosde la Organizacin. Y Archs, con Suer, haba sido detenido, ambos como sos-pechosos. De qu? Dos das antes, Graupera, presidente de la Patronal, habasido abatido a tiros por unos desconocidos que se dieron a la fuga. La policase inclinaba a considerar que los ejecutores de Graupera pertenecan a losgrupos de accin del sindicato de la Metalurgia.

    La calle estaba al rojo vivo. En Barcelona y en Zaragoza. En esta ltima ciudad,el Comit de huelga del sindicato de la Madera haba sido detenido, junto conotros compaeros de la Federacin local. Subrepticiamente, fueron sacados to-dos de Zaragoza y conducidos a Barcelona. Llevados en calidad de presos gu-bernativos a la crcel Modelo, se les asign nuestro taller. Cuando entraron,se les tribut el recibimiento acostumbrado a cargo del coro. Despus fueroninvitados a exponer ampliamente las luchas de Zaragoza y las causas de sudetencin y traslado a Barcelona.

    Pero como en la capital aragonesa el proletariado confederal respondi alatropello de las autoridades con la huelga general, dos das despus los com-paeros aragoneses fueron conducidos, ya en libertad, a sus hogares.

    Atentados y huelgas. Este era el ambiente general en las calles. Dentro, enla crcel Modelo, se preparaba una tragedia de la que tuvimos conocimientocon alguna antelacin gracias a algunos oficiales de Prisiones que hacan ho-nor a las enseanzas que recibieron en la Escuela de Criminologa fundada en1903 por Salillas. Todava no sufran de atrofia profesional y trataban a lospresos con humanidad. No ocurra lo mismo con el director de la Celular,que haca poco sustituyera en el mando de la prisin a Artigas, en tiemposmaestro de la Escuela de Criminologa. Con Artigas, la vida en la prisin sedesenvolva pasablemente. Con la llegada de Alvarez Robles, que procedadel presidio de Figueras, cambi la conducta de la generalidad de los oficia-les. Ya no saludaban afectuosamente cuando por las maanas abran la puer-ta del taller. Exigan la formacin en dos filas para poder contarnos mejor.Nos restringan la salida para visitar el otro taller, e igualmente para ir a la

  • 32 El eco de los pasos

    peluquera, la enfermera o el economato, lo que antes hacamos libremente.Para Artigas, el preso era un ser injustamente privado de libertad si su

    situacin era la de inculpado o gubernativo. Y el director era quien imponala tnica en el trato al preso, no slo humanamente, sino como a un ciuda-dano injustamente privado de libertad.

    Por ello, el gobierno conservador, apremiado por la Patronal de Barcelo-na, nos envi a Alvarez Robles, funcionario de Prisiones de la peor fama.

    Nos acercbamos a la Navidad de 1919. Los sindicatos, renovado su espritupor los acuerdos del Congreso regional de la CNT celebrado en Sans en 1918, selanzaron a la lucha para recuperar lo perdido durante la guerra europea, quesolamente report utilidades a los patronos que fabricaban productos para losejrcitos aliados.

    Ya en 1919 estallaron los conflictos obreros. Ese ao se celebr en Madridel Congreso nacional de Sindicatos de la Confederacin Nacional del Trabajo,que puso en ascuas al proletariado espaol, principalmente en Catalua, Ara-gn, Valencia y Andaluca, donde se respiraban aires de revolucin. Pero laburguesa catalana, amparada por sus bandas de pistoleros, sostenida por losbrazos armados del Estado, se lanz tambin a la lucha, en un desesperadointento de acabar con el sindicalismo, respondiendo a las huelgas de los obre-ros con el lock out.

    A la Modelo iban a parar Comits enteros de los sindicatos. En la Modelohaba un continuo entrar y salir de presos sociales. Los talleres 2 y 3 cono-cieron una animacin extraordinaria. Con razn se deca que el paso por laModelo equivala a un curso intensivo de estudios superiores de teora y ac-cin social revolucionarias. La Modelo para muchos era una universidad.

    Gobernantes, policas y carceleros estaban de acuerdo en que haba quellevar la ruda represin que se desarrollaba en la calle hasta el interior de laprisin celular. El primer paso haba sido sustituir a Artigas por Alvarez Ro-bles. Haca falta organizar la revuelta en el interior, lo que permitira la en-trada en la crcel del ejrcito y de la Guardia civil. Entre los presos comunes,la polica y el director tenan chivatos y agentes provocadores. Igualmentehaba quienes buscaban los favores de la direccin de la crcel para no sertrasladados de penal y eludir las fuertes palizas que se daban en el penal deBurgos a la entrada y en el perodo de limpieza.

    Dos das antes de Navidad la tensin subi a tal grado dentro de la prisin,que convocamos una reunin especial del Comit interior. Nuestros presos quehaban comunicado con sus familiares regresaron inquietos. Contaban que laguardia de soldados que prestaba vigilancia en los muros y en el patio de en-trada haba sido reforzada, y que exigan que los familiares de los presos for-masen colas para solicitar la visita y para entrar en los locutorios, cosa queantes no ocurra; tambin contaban que merodeaban patrullas de la Guardiacivil por las calles prximas a la Modelo.

    Dentro de la prisin se perciba un rumor de colmena a punto de enjam-brar. Los presos se hablaban al cruzarse por los pasillos, en los patios de re-creo y en las celdas, trepados a las ventanas o por las tuberas de desage.Comisiones de presos comunes gozaban de una sospechosa libertad de movi-mientos, yendo y viniendo de una a otra galera. No falt su visita a nuestrotaller, para exaltarnos a secundar un plante de protesta contra las drsticasmedidas que el nuevo director introduca en la disciplina y contra los malostratos de que se haca vctimas a los familiares que venan a las visitas.

    A los que nos visitaron para arrastrarnos al plante no les contestamos nique s ni que no; les dijimos que nos reuniramos para tratar del asunto, yacordamos no secundar ningn movimiento protstatario de los recluidos enceldas.

  • El anarcosindicalismo en la calle 33

    Nuestras consignas fueron: no dar motivos de protesta, pasase lo que pa-sase en la crcel. Si, pese a esta actitud prudente nuestra, los talleres eran in-vadidos por guardias civiles o tropas del ejrcito, lanzarnos sobre guardias ysoldados para arrebatarles las armas e intentar salir a la calle, trepando porlas escalerillas de los muros.

    En los talleres dejamos de jugar al alboroto. Ni canciones ni conferencias.Cerca de la puerta, con los odos registrando todos los rumores que provenandel centro de vigilancia, nuestros equipos se relevaban cada dos horas. As has-ta el da siguiente, 24 de diciembre de 1919.

    El da escogido por Alvarez Robles fue el de la Nochebuena. Quera darlesla pascua a los presos. Anhelaba que los gritos de dolor llegasen hasta ms allde los cielos y que fuesen a perderse sus ecos en lo ms profundo de loscin-fiernos.

    Da largo fue ese 24 de diciembre. No se perciba ninguno de los rumoresdel da anterior. Pareca que la crcel Modelo se hubiese quedado, de pronto,vaca. Despus del rancho de la tarde, los presos en galeras fueron encerradosen sus celdas con cerrojo y llave. Era evidente que no se les permitira agru-parse por afinidades en una celda.

    Pensara el director: Qu se han credo? Que la vida en prisin es comoestar entre la familia? Que se pueden reunir a cenar y cantar por ser Noche-buena? Al diablo ellos y al diablo el Nio Jess!

    Un sordo rumor fue llegando desde las galeras de celdas. Se abri comoun palmo la puerta de nuestro taller, apareciendo la cara de moro valencianodel oficial de guardia. Si el director dispona de cuas entre los presos, esteoficial, con algunos otros, constitua nuestra avanzadilla para conocer lo quese preparaba.

    Ya empieza la bronca. Ustedes no se meneen lo ms mnimo, porque estafiesta fue preparada para ustedes. En el taller nmero 1, que est vaco, estnlos soldados con ametralladoras, con rdenes de disparar. Los hay tambin enel centro y en la boca de cada galera. En los stanos estn los refuerzos dela Guardia civil.

    Fue lo que nos dijo, a Cubells y a m, que acudimos a la puerta.Cubells y yo nos sentamos en el jergn de Archs, con Suer, Herreros, Pla-

    yans y Ferrer. Cambiamos impresiones. Hubo unanimidad de pareceres: ca-llarnos y estar prevenidos.

    El toque de silencio trajo la paz. Cada celda se convirti en un sepulcro.Al empezar los presos la bronca, golpearon con cuanto tenan a mano las puer-tas forradas de planchas de hierro de las celdas: barrotes arrancados de lascamas, banquetas, platos y botellas. Seis galeras, con tres pisos de celdas acada lado, sacudidas por el golpeteo.

    De pronto ces el ruido de los golpes sobre las puertas. Se oyeron sucesi-vas descargas de fusilera y ametralladoras. Y empez la gran danza de losgarrotes. Grupos de oficiales de prisiones armados de barras de hierro fueronpenetrando, una a una, en las celdas previamente marcadas con una cruz hechaa tiza. El preso que la ocupaba vea con asombro la entrada del grupo de ofi-ciales, que, respaldados por soldados y guardiaciviles, abalanzndose sobre l,en menos de un minuto lo trituraban con las barras de hierro. Unos gritos dedolor y un Cllate, cabrn!. Haban entrado en avalancha y de la mismamanera salan.

    Durante una hora hubo un continuo golpear de espaldas y cabezas. Nuncasupimos cuntos fueron los muertos ni de quines eran los cadveres quesacaron en las noches siguientes. Ni tampoco el nmero de heridos. La enfer-mera estaba tan repleta que en cada una de sus celdas acomodaron, por lossuelos, tres heridos ms del cupo que corresponda.

  • 34 El eco de los pasos

    Entre los extranjeros, la mayor parte sospechosos de bolchevismo, se re-gistraron muchas bajas. Al suizo Juvenal le rompieron costillas y le partieronla columna vertebral. Unos das despus, todos los extranjeros seran embarca-dos y en altamar ahogados en el barco que los transportaba al puerto deOdesa.

    Nos sacaron de los talleres y nos fueron acomodando en la estrechez de lasceldas, una para cada uno de nosotros.

    A partir de entonces, ir preso a la Modelo ya no era ir a formar parte deuna repblica de anarquistas y sindicalistas, con cursos intensivos, cancionesrevolucionarias y conferencias ideolgicas. Ahora haba que aguantar las veinti-ds horas de aislamiento, con una hora de paseo por la maana y otra por latarde, en los galpagos, pequeos espacios amurallados.

    Al salir en libertad me fui a Reus, a vivir con mi familia, y momentnea-mente perd el contacto con la mayor parte de los compaeros con quienescompart ese perodo carcelario.

    Despus, fui encontrndome con algunos de ellos.

    El sindicato de la Alimentaci